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DIONISIO Y LOS DELFINES

na vez, siendo todavía un joven [Dionisos, el dios del vino], miraba al mar desde un precipicio, y
unos marineros, unos piratas, lo vieron. Como que llevaba los vestidos y los mantos tan ricos y
brillantes, pensaron que era el hijo de un rey:
-Lo raptaremos -dijo el capitán- y pediremos un rescate importante a su padre. (Ya véis que el delito
del secuestro es muy antiguo.)
Así lo hicieron; anclaron la nave, se encaramaron escondidos entre las rocas, se abalanzaron sobre él y lo
sentaron en el barco, atado con cadenas.
Él los mira, "sonriendo con sus ojos azules como el cielo" ¡y las cadenas le caen de las manos!
-¡Desgraciados! -dijo el timonel-. Seguro que este chico que hemos secuestrado es un dios. ¿Quién sabe si es
Apolo o Poseidón?
-¡Pobres de nosotros! Dejémoslo ir, no le hagamos ningún daño: ¡que no nos castigue con un terrible viento de
levante y nos hunda la nave!
-¡Callad miedosos! -respondió el patrón-. Llevémoslo a su país, que debe ser Egipto, y que sus padres nos
paguen con riquezas. No creo que sea un Dios, sino un príncipe.
Ya sabéis que se equivocaba totalmente: toda la cubierta se llenó, de pronto, de un vino perfumado y delicioso;
los palos y las velas se cubrieron de vides y parras, con sus hojas y racimos de uvas. Una hiedra de hojas verde
oscuro y bayas negras trepó por los otros palos, y coronas floridas, de repente, surgieron entre las estacas a las
cuales se atan los remos.
¿Y Dionisio? Pues se transformó en un león muy feroz, e hizo aparecer un gran oso a su lado.
Los piratas, llenos de terror, se lanzaron por la borda y en el acto se convirtieron en delfines. (.....)

DIONISIO Y LOS DELFINES


na vez, siendo todavía un joven [Dionisos, el dios del vino], miraba al mar desde un precipicio, y
unos marineros, unos piratas, lo vieron. Como que llevaba los vestidos y los mantos tan ricos y
brillantes, pensaron que era el hijo de un rey:
-Lo raptaremos -dijo el capitán- y pediremos un rescate importante a su padre. (Ya véis que el delito
del secuestro es muy antiguo.)
Así lo hicieron; anclaron la nave, se encaramaron escondidos entre las rocas, se abalanzaron sobre él y lo
sentaron en el barco, atado con cadenas.
Él los mira, "sonriendo con sus ojos azules como el cielo" ¡y las cadenas le caen de las manos!
-¡Desgraciados! -dijo el timonel-. Seguro que este chico que hemos secuestrado es un dios. ¿Quién sabe si es
Apolo o Poseidón?
-¡Pobres de nosotros! Dejémoslo ir, no le hagamos ningún daño: ¡que no nos castigue con un terrible viento de
levante y nos hunda la nave!
-¡Callad miedosos! -respondió el patrón-. Llevémoslo a su país, que debe ser Egipto, y que sus padres nos
paguen con riquezas. No creo que sea un Dios, sino un príncipe.
Ya sabéis que se equivocaba totalmente: toda la cubierta se llenó, de pronto, de un vino perfumado y delicioso;
los palos y las velas se cubrieron de vides y parras, con sus hojas y racimos de uvas. Una hiedra de hojas verde
oscuro y bayas negras trepó por los otros palos, y coronas floridas, de repente, surgieron entre las estacas a las
cuales se atan los remos.
¿Y Dionisio? Pues se transformó en un león muy feroz, e hizo aparecer un gran oso a su lado.
Los piratas, llenos de terror, se lanzaron por la borda y en el acto se convirtieron en delfines. (.....)

DIONISIO Y LOS DELFINES


na vez, siendo todavía un joven [Dionisos, el dios del vino], miraba al mar desde un precipicio, y
unos marineros, unos piratas, lo vieron. Como que llevaba los vestidos y los mantos tan ricos y
brillantes, pensaron que era el hijo de un rey:
-Lo raptaremos -dijo el capitán- y pediremos un rescate importante a su padre. (Ya véis que el delito
del secuestro es muy antiguo.)
Así lo hicieron; anclaron la nave, se encaramaron escondidos entre las rocas, se abalanzaron sobre él y lo
sentaron en el barco, atado con cadenas.
Él los mira, "sonriendo con sus ojos azules como el cielo" ¡y las cadenas le caen de las manos!
-¡Desgraciados! -dijo el timonel-. Seguro que este chico que hemos secuestrado es un dios. ¿Quién sabe si es
Apolo o Poseidón?
-¡Pobres de nosotros! Dejémoslo ir, no le hagamos ningún daño: ¡que no nos castigue con un terrible viento de
levante y nos hunda la nave!
-¡Callad miedosos! -respondió el patrón-. Llevémoslo a su país, que debe ser Egipto, y que sus padres nos
paguen con riquezas. No creo que sea un Dios, sino un príncipe.
Ya sabéis que se equivocaba totalmente: toda la cubierta se llenó, de pronto, de un vino perfumado y delicioso;
los palos y las velas se cubrieron de vides y parras, con sus hojas y racimos de uvas. Una hiedra de hojas verde
oscuro y bayas negras trepó por los otros palos, y coronas floridas, de repente, surgieron entre las estacas a las
cuales se atan los remos.
¿Y Dionisio? Pues se transformó en un león muy feroz, e hizo aparecer un gran oso a su lado.
Los piratas, llenos de terror, se lanzaron por la borda y en el acto se convirtieron en delfines. (.....)

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