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Deserción De Los Miembros De La Iglesia Post Pandemia

PROGRAMA DE ESTUDIOS: Licenciatura en Teología Práctica.


ESTUDIANTE: Maira Sánchez (mairasanchezvillasmil@gmail.com)
MÓDULO: 4
PROFESOR: Mtr. Th. Rubén Badaracco
FECHA: 26/07/2022
En tiempos de crisis, como la pandemia de COVID-19, cabría esperar que un mayor

número de personas recurriera a la iglesia, dada la muerte, el miedo y el aislamiento que la

pandemia ha generado. De hecho, los datos de las encuestas al inicio de la pandemia sugerían que

el pueblo de Dios eran mucho más propensos a decir que la crisis del COVID-19 había

fortalecido su fe en lugar de debilitarla. Sin embargo, la reacción inicial a la crisis puede no

durar, y algunas personas podrían verse disuadidas de volver físicamente a la iglesia debido a la

prolongación de la pandemia.

Antes de avanzar conviene señalar que la actual coyuntura mundial se da en el marco de

lo que conocemos como la hipermodernidad (la postmodernidad ya paso hace años), una

compleja época signada por el individualismo extremo, el hedonismo, la virtualización, un

excesivo afán por la velocidad, todo tiene que ser instantáneo, para “ayer”, con un notable sentido

de soberbia sobre las posibilidades humanas, más cercano a la inteligencia artificial que a las

emociones, y una espiritualidad autogerenciada, o dirán algunos a la carta como en un

restaurante, lo que yo denominado “creyentes de autogestión”, que no necesitan la intervención

del ministro o pastor (y en muchos casos no la desean tampoco); creyentes que se salen del marco

institucional, en una compleja trama de construcción espiritual y de relacionamiento con Dios

independientemente de lo que se enseñe institucionalmente.

Lo mencionado en el párrafo anterior es en definitiva una excelente síntesis del mal que

ha aquejado al hombre a lo largo del tiempo, la “autosuficiencia”, el “orgullo”, el pretender

controlar, dominar las situaciones con nuestras habilidades, capacidades, recursos y

conocimientos sin darnos cuenta de que como afirma la Palabra, ni siquiera tenemos control

sobre lo que pasará con nuestras vidas el día de mañana o podremos hacer algo el día de mañana,

o podemos evitar que uno de nuestros cabellos se caiga. Siguiendo con el análisis contextual y
teniendo en cuenta el entorno de hipermodernidad e individualismo a ultranza, cabe colocar en el

escenario un nuevo actor llamado Covid-19, cabe destacar que se han elaborado varias teorías

sobre su origen y propósito, sobre el mundo de la post pandemia, la llamada “nueva normalidad”.

En el libro de Santiago encontramos lo siguiente; Santiago (1960) “cuando no sabéis lo que será

mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de

tiempo, y luego se desvanece” (p). Solo Dios sabe nuestro futuro.

Como cristianos, hemos de reconocer en la pandemia un “signo de los tiempos” que exige

recrear las formas en que somos Iglesia y en que encarnamos el Evangelio. Esto se dice fácil,

pero la verdad estamos ante una cuestión donde no existen recetas predeterminadas. Al estar ante

circunstancias inéditas en nuestra historia, estamos exigidos de responder con fidelidad creativa y

audacia pastoral. Sin embargo, debemos ser precavidos de no caer en la actitud de quienes creen

estar “inventando la pólvora”. Nuestra tradición, como cuerpo vivo fundado en Cristo y

enriquecido por las generaciones de cristianos que nos precedieron, cuenta con recursos para

orientarnos en la difícil tarea de navegar por esta crisis, sin por ello ser ciegos a la radical

novedad que emerge ante nuestros ojos.

En esta perspectiva, la tradición bíblica leída desde el momento presente puede darnos

pistas para la pregunta en juego. Para el pueblo de Israel, su experiencia “fundante” fue el exilio

en Babilonia durante el siglo VI a.C. La ciudad santa de Jerusalén fue saqueada, el templo de

YHWH destruido y las élites del reino de Judá deportadas a la capital del enemigo. Nobles,

sacerdotes, intelectuales y artesanos fueron despojados de sus posiciones de poder y forzados a

reinsertarse en una sociedad extranjera como ciudadanos de segunda clase. Aquellos que eran

gente importante en su nación, tuvieron que experimentar la humillación.


El tocar fondo hizo que los exiliados, provenientes de los círculos de poder, se dieran

cuenta de que su confianza estaba puesta en “falsas seguridades”, en su egocentrismo. Por

décadas habían cerrado sus oídos a las denuncias de los profetas, que denunciaban una práctica

religiosa llena de hipocresía y una vida institucional repleta de abusos contra los insignificantes.

Pensaron que eran omnipotentes. Al tocarles estar en el lado de los oprimidos, recordaron su

vulnerabilidad y su interdependencia de Dios y del pueblo. Fue entonces que volvieron a lo

esencial: recordaron que eran una nación elegida por YHWH para anunciar la salvación a todas

las demás naciones. Dios los había liberado de la esclavitud en Egipto y se había comprometido a

amarlos incondicionalmente en el marco de una relación inquebrantable.

Así como los judíos en el exilio, la Iglesia ante la pandemia está llamada a examinarse a sí

misma. Nuestra tradición está tan centrada en el culto que hoy nos cuesta mucho no tener

liturgias presenciales y ayunar de la comunión con Cristo. Retomando el símil con el exilio

babilónico, esta comunidad también se vio impedida de dar culto a YHWH de la manera

tradicional. Al ser el Templo de Jerusalén destruido, esa dimensión de la religiosidad judía fue

bloqueada. Sin embargo, ante esta ausencia, redescubrieron el mensaje revelado por Dios y la

historia de su relación con Él. Más aún, decidieron ponerlo por escrito para que los ayudase a

sanar sus heridas, reconciliarse con su pasado y convertir el desarraigo en esperanza. El corazón

de la Biblia hebrea adquirió forma durante este tiempo de prueba. Ante la imposibilidad de ir al

Templo, estos creyentes recentraron su experiencia de fe en la Palabra de Dios.

En la misma línea podemos afirmar, la pandemia ha puesto de manifiesto una doble

conciencia, por un lado, la interdependencia entre todos y por otro la presencia de fuertes

desigualdades. Todos estamos a merced de la misma tormenta, pero en un cierto sentido, se

puede decir, que remamos en barcos diferentes, los más frágiles se están hundiendo cada día. Es
esencial repensar el modelo de desarrollo de todo el planeta. Todos los ámbitos están siendo

desafiados: la política, la economía, la sociedad, las organizaciones religiosas, para lanzar un

nuevo orden social que ponga en el centro el bien común de los pueblos. Ya no hay nada

“privado” que no ponga en juego la forma “pública” de toda la comunidad. El amor por el “bien

común” no es una fijación cristiana: su coyuntura concreta, ahora, se ha convertido en una

cuestión de vida o muerte, para una convivencia a la altura de la dignidad de cada miembro de la

comunidad. Sin embargo, para los creyentes, la fraternidad solidaria es una pasión evangélica:

abre los horizontes a un origen más profundo y a un destino más elevado.

En este difícil contexto, frente a las medidas de precaución que prohíben las reuniones

masivas, las iglesias se ven en la necesidad de potenciar los medios de comunicación en internet

y las plataformas online para continuar unidos como comunidad. En las diversas comunidades y

servicios litúrgicos, aplicando normas para el tiempo de pandemia. Además, las comunidades

empiezan a utilizar en forma masiva las redes sociales y plataformas virtuales para reunirse

Desde las diferentes pastorales asumen como desafío en estos tiempos de confinamiento la

innovación y la virtualidad. En Chile, la pastoral siguió con sus trayectorias pastorales a través de

las diversas redes sociales, transitando de lo presencial a lo virtual. De este hecho dan testimonio

las innumerables páginas de Facebook de las distintas parroquias y movimientos, las páginas web

y las revistas online que dan a conocer las diversas actividades eclesiales en una Iglesia.

Por consiguiente, En lo que respecta a las problemáticas que afecta a la liturgia en este

tiempo se pueden identificar dos categorías que ilustran cómo se ve afectada lo celebrativo de la

vida de la Iglesia: una primera categoría son las celebraciones litúrgicas transmitidas por internet

y TV, las reuniones de liderazgo a través de las plataformas; es aquí donde los miembros de la

iglesia desertan del templo para quedarse definitivamente en sus hogares u otros lugares para
vivir el culto de manera virtual sin mantener ningún vínculo eclesiástico con la iglesia. Estas dos

aproximaciones nos permiten identificar las preguntas que han emergido en este tiempo, e

indagar no solo en las expresiones eclesiales del cristianismo, sino también revisar y revisitar la

evolución de las estructuras litúrgicas colocando en evidencia los núcleos centrales, así como

discriminar aquello que se puede hacer y aquello de lo que se puede prescindir.

Definitivamente, el COVID-19 y lo que ha producido, en cuánto a una vida celebrativa y

litúrgica confinados en nuestros hogares, debe también plantearnos la interrogante respecto de lo

virtual. En el caso extremo ¿es sustentable una vida litúrgica solamente online? ¿Una celebración

sacramental donde los fieles sigan a través de una pantalla lo que el pastor en otro lugar y quizás

a destiempo realiza frente a otra pantalla? Estas preguntas retoman una discusión que viene desde

hace mucho: la incorporación de la tecnología en las celebraciones litúrgicas, como fue, por

ejemplo, la imprenta, la luz eléctrica, los micrófonos, los alto-parlantes, el cemento en la

construcción de los templos, entre otras. Y más tarde, el proyector, la música grabada,

el Smartphone. La finalidad de incorporar estas tecnologías ha sido permitir que el rito sea visto y

escuchado.

Al hacer un análisis de la problemática virtual también es claro que requiere incorporar

los criterios con los cuales los responsables de la liturgia han discernido. Dichos criterios tienen

que ver con la exigencia de la funcionalidad práctica de la liturgia y de no perder de vista la

naturaleza simbólica, propia de los ritos, o en el caso de servicios transmitidos por la web,

permitir a los fieles presenciar el servicio de su comunidad y sentirse en casa. Dicho de otra

manera, en el fondo se encuentra la tensión entre naturaleza y cultura, la eficacia de

la performance relacionada con la particularidad del rito cristiano, entre lo práctico y lo

simbólico, entre la presencia real y la presencia o médium virtual. Visto de esta manera, la


sacramentalidad de la liturgia se enfrenta al riesgo de la tecnología como también, ante la

distancia, a la necesidad de los grupos humanos. Al mismo tiempo, nos pone frente a las

constantes preguntas sobre algo tan fundamental como es la verdad de la acción litúrgica.
Bibliografía

Francisco, Momento extraordinario de oración en tiempo de pandemia, 27 de marzo de 2020 y


cuestionamientos eclesiológicos en tiempo de pandemia. Teología y Vida, 61(3), 373- Achondo,
P. y Eichin, C. (2020). La liturgia ante el riesgo de la virtualidad. Efectos 396. 

S. Padaro, “Liturgia e tecnología”, Rivista liturgica 5 (2012) 709- 711.

M. Pablo (2020) La iglesia ante la nueva normalidad, reflexiones y desafíos. 91P.

Oviedo, Pablo. (2012). La mutación religiosa actual: pluralismo y diversificación-atomización.


Buenos Aires. Grupo de Estudios Multidisciplinarios sobre Religión e Incidencia Pública
GEMRIP.

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