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DE LA RELACIÓN DE OBJETO

A LA RELACIÓN CON LOS OBJETOS

MARIA MONTERO-RIOS
Psicóloga Especialista en Psicología Clínica.
Pedagoga especialista en prevención infantil y
comunitaria. Trainer y supervisora.

Ponencia presentada en la Universidad de Pública de Navarra.


Congreso: Técnicas activas: recurso profesional en relaciones humanas.
XX Reunión Nacional de la Asociación Española de Psicodrama. Noviembre 2004

Me gustaría que el titulo de esta comunicación acompañara a evocar algo


más que un juego de palabras, o mi propio pre – texto, para funcionar como puerta
de entrada al amplísimo espacio de la relación Objetal, y al no menos amplio ni
complejo, de todo aquello que estando fuera permite una relación sujeto- objeto.
El termino objeto, lo utilizo aquí para representar esas dos vertientes: la de
Objeto primario imprescindible para la estructuración y maduración psicoafectiva del
mamífero humano, y en la de objetos- producciones, instrumentos mediadores,
concreciones de lenguajes expresivos diversos. Y es este sentido genérico que
estoy utilizando lo que me permite incluir bajo el mismo termino un personaje,
una pintura, una letra, o un sonido.

El mundo de los objetos es también el territorio de lo Otro. De ahí que cuando


interaccionamos con ellos – o a través de ellos- aparezcan los matices y las
tensiones que reflejan la particularidad de la relación entre el Yo y el No- yo,
manifestación del lugar y el cómo desde el cual el Yo se expresa y comunica. El
objeto absorbe la energía que depositamos en él, pasando a ser un elemento
cargado de significado, deseos, temores, emociones. Mas por el hecho de quedar
fuera, adquiere la posibilidad de ser contemplado y transformado por el sujeto, que
a su vez, en este proceso queda también sorprendido y transformado, ya que las
propias características de los objetos sugieren en nosotros formas, imponen
podríamos decir maneras de actuar, y permiten una comunicación muchas veces
menos contaminada por nuestra propia censura y límites.
La manera en que nos relacionamos con el exterior es un reflejo de nuestra
originalidad. La vida es un constante proceso de creación, crear - acciones en un
dialogo entre el yo y el mundo exterior. Este dialogo de autor, en el que mis actos no
solo transforman sino que me transforman, muestran la medida en que somos, o no,
sujetos de nuestra historia y no meros objetos de las circunstancias. Este proceso de
relación con lo que nos rodea, sea en el plano de lo concreto o de lo emocional,
encuentra un paralelismo en como se estableció y desarrollaron las pautas de la
relación objetal.
Por el hecho de que saber que esta relación no es algo uniforme, sino que
tiene momentos progresivamente diferenciados, entendemos que la forma en que
nos relacionamos con las producciones logrando, por ejemplo, salir del mimetismo
hacia una transformación más creativa y personal, es también el reflejo de una
manera de resolver los conflictos y trasluce unas particulares vivencias afectivas.
Con la experiencia, venimos observando que tener esta variable diferencial en
cuenta nos permite obtener una estructura más coherente a la hora de hacer
propuestas utilizando mediadores activos, pues partimos de una mejor comprensión
de las dificultades y de las resistencias subyacentes que limitan la expresividad de la
persona.
“ Lo que hace que el individuo sienta que la vida vale la pena de vivirse es,
más que ninguna otra cosa, la apercepción creadora. Frente a esto existe una
relación con la realidad exterior que es relación de acatamiento; se reconoce el mundo
y sus detalles pero solo como algo que es preciso encajar o que exige adaptación. El
acatamiento implica un sentimiento de inutilidad en el individuo, y se vincula con la
idea de que nada importa y que la vida no es digna de ser vivida”. Dirá Winnicott en
Realidad y Juego.

Analizando la evolución de la relación de objeto, proceso de individuación


separación (Mahler), encontraríamos un acuerdo bastante generalizado en que esta
se establece al interior de una relación de afecto, garantizada en la familia durante el
primer año de vida. Nuestra especie, en cuanto animales mamíferos no podemos
desarrollarnos aisladamente. Es más, sabemos que cuando las finas redes del
afecto que sostienen los múltiples matices de nuestro crecimiento se deterioran las
consecuencias son nefastas; de alguna manera nuestro desarrollo se detiene y
deforma, apareciendo los retrasos y las diversas manifestaciones de la patología. A la
comprensión Yo -No Yo se accede pues, a través de un proceso que va de lo
fusional a la autonomía, y no deja por tanto de ser un logro madurativo. De no
alcanzarse nos encontramos en las relaciones adhesivas donde se pierde el límite, y
el Yo y el No Yo carecen de distancia.
Nacemos, dicen algunos autores, con una gran inmadurez, pero en mi opinión
la naturaleza no suele cometer errores de tal envergadura. Por ello diría que
nacemos dependientes del cuidado y afecto del otro para sobrevivir, lo hacemos
además sin un yo formado a nivel psíquico, sin una motricidad avanzada para los
logros que conseguiremos posteriormente, o con un cortéx en proceso de
mielinización, pero no obstante nacemos como tenemos que nacer y este hecho
tiene todo su sentido funcional.
Pero por la simple razón de que sin el Otro moriríamos, el Otro resulta ser tan
importante. Pasamos de sentirnos y ser parte del Otro, a reconocernos individuales
y captar nuestra propia diferencia, de estar junto al Otro a relacionarnos con el
Otro. Llegaremos desde la necesidad primordial del amor del Otro para no sentirnos
abandonados, a abandonarnos a fluir en el abrazo amoroso con el otro y con el
universo al que pertenecemos.
Todo ello forma parte de nuestro camino de maduración y de...
humanización.

Cuando todo va bien, y las fases madurativas y psico- afectivas se desarrollan


sin violentar el ritmo biológico, sin transgredir los límites de la ecología humana,
niños y niñas crecen desinhibidos, confiados, alegres y amables llenos de curiosidad
y ganas de aprender. Observamos que de ellos emana una considerable fortaleza
tanto física como psíquica, sin tensiones corporales destacables ni una destructividad
irracional; manifiestan una buena disposición para resolver los contratiempos
afrontando el esfuerzo y la presión, pero también para seguir adelante aceptando los
límites de la realidad, y no anclarse en la resignación. Observamos su capacidad para
expresar y construir sus propias opiniones y valores, y que estos se nutren en el
dialogo y reconocimiento de uno mismo y del otro, con un profundo sentimiento de
justicia social y un enorme respeto por la naturaleza que les rodea. Cualidades que
reflejan necesidades que en el periodo de crianza e inmadurez fueron satisfechas,
informaciones básicas, que si todo fue, no bien, sino como estaba previsto, fueron
recibidas hasta consolidarse e incorporarse cohesionando la identidad de cada uno.
Lamentablemente hemos llegado a ser una extraña y compleja especie
rodeada de la contradicción en la que las cosas naturales se han desnaturalizado, hoy
en día pagamos por una comida no contaminada, por un nacimiento sin violencia, por
una educación de calidad, por una muerte digna...
El comienzo de la relación objetal tiene la paradoja de ubicarse en el territorio
de la realidad compartida. Fundamentalmente es una relación que se establece en
el plano de la acción y de la sensorialidad, y en ese otro mucho más sutil que
denominaremos energético. Nutriremos primero la llamada inteligencia emocional
que la inteligencia racional, pues es diferente el ritmo de maduración de la motricidad y
del sistema nervioso central. Sabemos que el cuerpo y la emoción es el sustrato
donde asentaran funciones superiores, simbólicas y sociales, y que la madurez
surge de la interacción entre emoción y razón, al igual que la patología se alimenta
de la disociación entre ambas.
Pero este proceso de integración que acontece a lo largo de nuestra
también larga infancia requiere su tiempo. Asistiremos a un proceso progresivo que
va desde la vida intrauterina hasta aproximadamente los 7 años (con la maduración
de los lóbulos pre-frontales - Janov -) al paso desde la prevalencia de lo
neurohormonal a lo neurovegetativo y de ahí a lo neuromuscular, posteriormente con
la integración de la psicomotricidad accederemos desde la muscularidad a la
corticalidad (Serrano).

El proceso madurativo es gradual e irregular. No crecemos, como un


conjunto lineal de piezas colocadas todas juntas, más bien vamos adquiriendo
matices en la complejidad en la medida en que la adquisición de unas funciones
permite la maduración de otras. De ahí la importancia de las experiencias reales
pues son estas, las que acontecen en el plano de lo concreto y tangible, las que
imprimirán una memoria de experiencias precisas de significados no abstractos,
sobre la que posteriormente podremos apoyar un sustrato más simbólico.
Citando a H. Paumelle a propósito el paso del lenguaje verbal al corporal “Por
ello podemos preguntarnos también si es legítimo o incluso coherente, considerar de
entrada que el sujeto debe ser capaz de formalizar por medio del lenguaje los
equivalentes simbólicos de aquello que ha vivido como carencias en los intercambios
táctiles con su madre, antes incluso de haber pasado de nuevo por la experiencia del
contacto corporal, por su presencia y por su ausencia”
El acceso a lo simbólico se sitúa en el inicio de la culminación del proceso
de individuación. Y, ello supone la interiorización desde mi del otro y del mundo, lo
que requiere que la dinámica de intercambios con el otro se ha establecido en el
respeto de unos márgenes de gratificación y estabilidad, que permiten el
reconocimiento de mi propia identidad diferencial. Supone también un desarrollo
psicomotriz e intelectual, cuya manifestación más evidente será la marcha y el
lenguaje.
Es decir el acceso a lo simbólico pone sus pies en el territorio de una
relación que se establece piel a piel, en un campo de estimulación afectiva y
sensorial. Antes pues de acceder a lo simbólico es preciso obtener experiencias en
el terreno de lo tangible, informaciones que llegan directamente al cuerpo y se
ocupan de confirmar o rebatir nuestras sensaciones.
Al otro no vamos a comenzar imaginándolo, mas bien al Otro lo iremos
incorporando. Por eso las vías primeras de entrada serán el tacto, el olfato, el oído,
la vista, el ritmo... funciones que no quedan al margen de la calidad afectiva desde
la que se dan – el calor de tu mirada, la forma de sostenerme en brazos, el tono y
timbre de la voz, las emociones que sientes cuando me tocas... Al ser los mamíferos
animales inicialmente dependientes, como lo somos nosotros, supone que
necesitamos al otro para subsistir. La biología impone sus reglas y antes de
reconocer al otro, necesitamos ser reconocidos por el otro. Así, el Otro podrá ser
incorporado si se da una relación de afecto, comprensión y permanencia,
rechazado o temido en caso contrario.
No crecemos y nos desarrollamos en soledad. No crecemos ni nos
desarrollamos en un mundo abstracto, sin rostro, lo hacemos en una relación, relación
de gratuidad regida por el afecto que emana desde los padres y la familia, y progresa
a través de las interacciones y relaciones.

La posibilidad del trabajo con los objetos diría que permite desde la visión de
la patología trasladar a los objetos la conflictualidad básica de la psicopatología: la
relación de Objeto.
Y esta la hipótesis de trabajo de la que parto aumenta su operatividad si
contempla una visión diferencial y estructural, de diagnostico e intervención, ya que
diferencial y estructural es también el continuum madurativo del desarrollo humano
tanto en el plano biológico como en el psíquico, donde asentaron los conflictos
específicos y las respuestas defensivas particulares. La introducción de objetos, entre
otros casos, adquiere mayor sentido precisamente cuando la relación de objeto no se
ha establecido satisfactoriamente: estructuras carenciales más nucleares, o esta
elaborándose o re- elaborándose: niños y adolescentes.

Los objetos, considerada esta palabra como equivalente genérico, tienen su


función en distintos planos, pero como siempre, hay que conocerlos bien, saber
elegirlos y utilizarlos. Y, es en este sentido en el que quiero resaltar que los diferentes
lenguajes expresivos, utilizados en cuanto que lenguajes, deben poder ser útiles para
comunicar.
Precisamente resaltaría el problema clínico que se encuentra en poder
restablecer la dinámica funcional, Yo- No Yo, que posibilite la apertura a la
comunicación, para lo cual habremos de conocer la relación que se establece entre
las características propias del mediador expresivo, la particularidad emocional del
sujeto que comunica y de lo que se intenta comunicar. Por ejemplo, una propuesta
de trabajo con barro puede ser una opción adecuada cuando estamos abordando
una situación en la que subyace un conflicto en relación con ambivalencia oral. Ya
que el barro es - energéticamente activo- material tierra- madre, se utiliza con las
manos – boca y permite amasar, lamer, arañar golpear. Es un material de alta
plasticidad que puede ir de la sin - forma a la forma, moviéndose entre la abundancia,
el todo, y la parte, pudiendo aparecer y desaparecer una y otra vez, capaz de ser
integrado en la pella, permitiendo el proceso de destrucción y reconstrucción.
Conforme el objeto empieza a aparecer y posteriormente a permanecer, el proceso
pasa a una nueva fase donde la producción acepta un nuevo proceso de
reconstrucción y definición de la forma. Difícilmente obtendríamos estas cualidades
de un trabajo con acuarela.

Las producciones constituyen vehículos de canalización, puentes de


comunicación que precisamente por estar inter, entre medio, o intra, desde dentro,
favorecen un juego de distancias. Crean un espacio entre el Yo y el otro. Esto hace
que puedan actuar como defensa, y en consecuencia como disminución de la censura.
Desde ellos el Yo se expresa, en tres vertientes que traduciríamos por estructurales,
con él, a través de él y más allá de él. A través de sus producciones la persona
vuelca fuera de si sus contenidos que una vez lejos son susceptibles de ser
verbalizados y compartidos por el terapeuta o el grupo. Pero quedarse aquí sería
quedar empobrecidos, pues la capacidad de crear, el proceso de creación es
esencialmente un proceso a través del cual la persona da significado y construye su
propio mundo interior.
En los propios materiales es posible observar características diferenciales que
proceden de su identidad no solo constitucional sino también energética, y que
condiciona su utilidad. Las características del objeto requieren una determinada
motricidad, implican a una u otra relación con el cuerpo y exigen una precisa
coordinación entre ellas, y un determinado tono (actividad-pasividad) para su manejo.
Por ejemplo un títere se coloca en la mano (boca), y da la impresión, parece que tiene
vida propia (carga). Una máscara se coloca en la cara e introduce en la relación al
cuerpo entero. Un dibujo utiliza las manos pero queda trasladado al papel, fuera del
plano personal. A un personaje en una dramatización, o juego simbólico, le presto mi
cuerpo pero no soy yo. Un objeto puede ser claramente diferenciado del terapeuta y
del protagonista, aún cuando sea este quien lo esté actuando. De hecho el títere, por
ejemplo, puede conversar con el terapeuta, con el propio paciente, o con el grupo. En
los casos de un significativo bloqueo primitivo, el títere consigue focalizar la atención.
Actúa de punto fijo. De primer organizador, lo sitúa Rojas-Bermúdez, en el sentido de
Spitz. Establecer comunicación a través de él es más fácil, pues constituye un
organismo vivo altamente simplificado. Presenta una combinación imposible entre lo
dinámico y lo inerte, perfectamente comprensible para la estructura psicótica.
También para el niño pequeño, que no controla los márgenes entre la realidad y la
fantasía, y hasta hace poco aún se manejaba con objetos parciales.

Cada lenguaje expresivo introduce una forma de relación, de expresión,


diálogo a través del cual podemos construir una nueva forma de comunicarnos. De ahí
parte la investigación de cara a buscar un planteamiento coherente para la utilización
de las distintas propuestas activas, drama, danza, plástica, escritura... y de los
diversos materiales, en el campo especifico de la resolución de conflictos y la
intervención social y educativa.
Aun cuando el poder expresivo de los diferentes mediadores sea grande,
con ello difícilmente tenemos garantizado salir del campo de lo asistencial, tal como
la experiencia psiquiátrica y social viene demostrando. Por eso desde nuestro
punto de vista, no se trata de poner a los enfermos, a los ancianos, a los
marginados, a los niños o a los locos a jugar con pinturitas, modelar o a hacer
teatro. La intervención para ser terapéutica requiere respetar elementos propios de
la clínica, aun cuando no este imprescindiblemente circunscrita a una cura analítica,
fundamentalmente ha de poder bascular entre la rigurosidad del encuadre y la
libertad expresiva, y al interior de una relación de escucha y aceptación. Relación de
profundo respeto entre la persona que hace y la que acompaña y vehiculiza el
proceso con la menor interferencia posible. Máxime cuando la intervención se
realice en el espacio social o preventivo, o incluso de convergencia y
complementariedad de la relación terapéutica, como en centros de salud mental,
donde nos decantamos hacia el análisis de la forma, más que hacia la interpretación
analítica. Ya que situamos como objetivo, no tanto el presupuesto psicoanalítico
clásico de tornar consciente lo inconsciente, sino el de liberar la pulsación
manifestada por la capacidad de expresión exteriorización y transformación en el
plano de lo figurado.
Así desde la relación entre la forma y la problemática, como dice J.P.Klein
observamos como las formas en que se organizan las producciones y la forma en la
que se transforma la persona están en correspondencia. Siendo lo importante en
última instancia no tanto el entender lo que significa sino la organización profunda
que subyace. Partiendo de la profunda similitud entre el decir explícito y el figurativo,
y de las fuerzas profundas de la persona que llevan a exteriorizar los conflictos y a
poner en practica diversas formas de resolverlos, y manteniendo siempre el respeto la
rigurosidad de la comprensión de la psicopatología y de las variables del encuadre
clínico en la medida en que nos adentramos en el campo de la Salud.

En general todos los objetos pueden moverse por una amplia gama de
matices y gradaciones en la intensidad y compromiso de su implicación. Cuanto y
qué, se quiere desnudar. Evitan la presión de los mecanismos de defensa, al tiempo
que por idéntico motivo nos ofrecen un contenido sutil y menos protegido, más abierto
y autentico. De ahí su utilidad en estructuras más débiles, o en aquellas otras más
rígidas y acorazadas, que toleran mal el análisis caracterial y acentúan al máximo las
defensas. Es por ello que siguiendo la línea básica propuesta para el análisis del
carácter - entendido como sistema defensivo- por W.Reich, el síntoma no es atacado
directamente, como en reeducación, las defensas en cuanto tales habrán de ser
respetadas, lo que significa no forzar para no provocar una acción como
contrarreaccion. Lo que importa es permitir el movimiento de los procesos internos a
través de los cuales la persona realiza, pasa a tomar realidad, buscando para si sus
propias formas de resolución y elaboración de los conflictos. La relación con los
lenguajes artísticos integra pues en un plano de mayor distancia y densidad algunos
de los procesos más significativos de la maduración humana: el paso de no ser a ser
- la individualización, la elección y concreción de la forma - la definición, su desarrollo
y transformaciones sucesivas – alcanzar la plenitud, su interacción con otras
formas existentes – la trascendencia. Asumir el vacío, verticalizar una escultura, dar
la emoción precisa a un personaje...,no son trivialidades, como tampoco lo es la
permanencia y la concentración en el proceso creativo, ese profundo dialogo entre la
persona y su obra.
Tampoco podemos sorprendernos por la aparición de las resistencias, lógicas
en todo proceso que busca un cambio, pues sabemos que el cambio, aun desde
una organización patológica supone el paso por ese ingrato territorio de la sin
forma, hasta llegar a consolidar un orden nuevo. Las resistencias tendremos que
tratarlas con constancia, pero sobre todo con “cariño” rodearlas y señalarlas dentro
del espacio simbólico ambiguo que sorprende al paciente y al terapeuta.
El recorrido simbólico aparece como anticipador de la evolución del sujeto. El
proceso de transformación y de relación con la producción genera situaciones de
resolución de conflictos, o de evidencia de los mismos, favoreciendo la decodificación
egositonica caracterial, y abriendo también vías menos contaminadas por la coraza,
en lenguaje reichiano, para la expresión del Yo. Y, tal como aportó W.Reich
acercarnos al análisis no solo de lo que se dice sino de la forma, del como se dice,
donde el lenguaje analógico y el cuerpo aparecen como sustrato del inconsciente.
El hecho que cada lenguaje artístico se sitúe en unos códigos e implique una
diferente relación con la producción permite un abrir la percepción y trascender vías
de comunicación incluyendo no solo la palabra sino la acción del sujeto, en cuanto
protagonista y observador de su obra. La Arte Terapia permite el análisis del como en
el terreno de la propia producción, también la alianza del terapeuta que observa
conmigo mi obra, y de ahí favorece la toma de contacto con uno mismo y con los
conflictos situados ya fuera de mí y fuera de mi soledad. Pensamos que
metodológicamente, el análisis de la obra interviene para sustituir a la interpretación
analítica en un encuadre educativo o psicosocial, con el fin de no provocar una
ruptura violenta de las defensas, un emergente forzado de los conflictos.

La utilización de mediadores dinámicos propone la resolución de la tensión


desde la creación de otras formas complejas: pintura, música, escritura, improvisación
teatral, cuentos, clown etc.. Los diferentes lenguajes expresivos, plástica, escritura,
drama, enriquecen y desbloquean nuestra capacidad creativa y simbólica, aportan
otras vivencias y percepciones a nuestra forma de conocernos, abriendo nuevas vías
al conocimiento de cada uno.
Entendemos también que la visión – propia del marco teórico de la Orgonomia -
de hacer hincapié en el proceso dinámico y diferencial de la organización de la
complejidad de las funciones madurativas, psicomotrices, simbólicas, relacionales,
yoicas, nos ayuda a entender con mas claridad la forma de actuar e intervenir. Y, por
tanto de acompañar respetuosamente ese proceso de transformación desde la
expresión hasta la creación, como diría J.P.Klein que acontece en el plano de lo
figurado y en el que se muestran las cuestiones básicas de la existencia humana.
Ante los diferentes síntomas, dificultades de comportamiento, de la personalidad,
aprendizaje, marginación social, enfermedades psicosomáticas..., en que se
manifiestan los obstáculos, la intervención terapéutica desde las artes en lugar de
proceder como un análisis de psicoterapia tradicional propone la vía de la Creación
en cuanto proceso de Transformación, como una ayuda desde otras formas de
expresión y comunicación para la resolución de la conflictualidad. “La creación - acto
y resultado- puede permitir la transformación profunda del sujeto creador”.
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