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DRAFT VERSION
Además de agradecer la invitación a participar por primera vez de este encuentro junto a queridos
amigos, reconocidos investigadores y un número muy interesante de jóvenes promesas del quehacer
historiográfico, me gustaría comenzar con una mínima confesión autorreferencial. Cuando Darío
Barriera me invitó a formar parte del panel junto a él y a Griselda Tarragó, con el objeto de
reflexionar sobre esta cuestión, reviví una sensación particular. La que sentí cuando leí, hace tiempo
ya, el artículo de Annick Lempérière, “El paradigma colonial en la historiografía
latinoamericanista”, específicamente un pasaje. Un pasaje que no necesariamente es central, pero
que a mí en lo personal me impactó especialmente:
Por eso se me ocurrió, en una primera charla con Darío, además de las reflexiones que pudiera
compartir con ustedes sobre la cuestión, indagar sobre un problema que me parece decisivo: el de la
transferencia, -trasposición didáctica para hablar con propiedad-, del problema de la “cuestión
colonial” en las aulas. Desde ya que un estudio más completo implicaría reflexionar sobre las
formas y estrategias, éxitos y fracasos de la apertura a la comunidad en su conjunto de los saberes y
debates que se cocinan en espacios como éstos, la “academia”. La escuela, las “industrias
culturales”, las estrategias editoriales, etc., son parte central de la divulgación de los saberes
científicos todos entre la investigación y la comunidad. Pensé en concentrarme en la formación
docente, los programas de estudio de la formación de profesores en historia en los Institutos de
1
Lempérière, Annick. “El paradigma colonial en la historiografía latinoamericanista” Istor. CIDE. México,
2004. n°19. Págs. 107-128
Formación docente de la provincia de Buenos Aires en virtud de una experiencia que se está
llevando a cabo en este momento. Volveré sobre este punto al final de mi intervención.
Del texto de Lempérière, un par de cuestiones me interesa analizar, al menos someramente. Una de
ellas es la crítica que la autora hace a la simplificación de la categoría “colonial” como marco
temporal. La reducción del concepto a una cronología que se inicia en 1492 y que concluyó con las
Independencias.
Podemos acordar en que una categoría semejante, de tamaña densidad significante es mucho más
que un simple período. Pero también es necesario subrayar que en términos de larga duración, y
más allá de cualquier esquematización, si algo ha caracterizado a la producción latinoamericanista
de las últimas décadas que sigue usando el concepto colonial, ha sido la increíble diversificación de
los focos de estudio, tanto en términos de periodización como de complejización espacial o
analítica. Una veloz recorrida por la producción historiográfica nos permite reconocer un esfuerzo
enorme por ver en el Caribe, Nueva España, el área andina, etc., procesos de configuración
económica y política no sólo diversos, sino también dinámicos a través del tiempo que han
convocado y siguen convocando a los investigadores. Aquí mismo hemos visto como las escalas de
análisis han variado de estudios de episodios puntuales a visiones seculares. De estudios de caso a
análisis de cambios estructurales.
La discusión cobra intensidad cuando los cuestionamientos apuntan a la más importante de las
connotaciones que el uso de “historia colonial”, tiene y sigue teniendo entre muchos de nosotros: el
que alude a un vínculo de dominación política. Desde las primeras posturas críticas a esta
perspectiva, -recordemos a Levene con su “Las Indias no eran colonias” y a esa simpática
propuesta en la Academia Nacional de la Historia proponiendo el abandono del uso de la
denominación colonial para reemplazarla por un más amigable “período hispánico”-. Para
Lempérière medio siglo después que Levene, el concepto colonial ha sido vaciado de contenido,
como un vocablo “acrítico, maquinal, tendencioso y reificado”. Esa “fosilización” que advierte del
uso “colonial”, aunque discutida, de todas maneras, debe ser atendida. Pues no resulta
absolutamente falaz que espacios, momentos como éste, dónde nos detengamos un momento a
razonar sobre el utillaje de conceptos que usamos a diario, no son tan frecuentes.
Porque un punto central es hacer evidente, más que la perfección de un término clasificatorio,
“colonial”, es la existencia o no del “hecho colonial”. O los hechos coloniales que hagan evidente la
relación colonial. Entendido como manifestación de un proceso de dominación. Y por supuesto que
no se trata de una simplificación binaria. No es tan simple como suponer que la relación
“dominadores/dominados”, se pueda graficar simplemente con una línea que cruzaba el Atlántico.
Pues incluso desde el vínculo político, que daba continuidad y coherencia al sistema, la
historiografía más reciente, y aquí en este encuentro hemos compartido muchos avances y
discusiones sobre el particular, además de contar con la presencia de autores y autoras que son
referencia al respecto- ha analizado la trama de lealtades y antagonismos en la que el gobierno de
las Indias se hacía realidad. Como lo propuso Arrigo Amadori, la renovación historiográfica de más
de tres décadas que vivió nuestro campo de estudio se ha dedicado con esfuerzo a pensar la
articulación de esa extensa monarquía hispánica; las diversas formas de integración de territorios y
colectivos humanos; las formas y prácticas de gestión que en definitiva también son manifestación
de la dominación.3
Hoy nadie piensa el “orden colonial” como una simple oposición binómica Centro-Periferia.
Muchos de los aquí presentes hemos trabajado con detalle las formas y manifestaciones, las
prácticas y fundamentos de la participación local de la construcción política y su sostenimiento por
más de trescientos años. Instituciones y actores políticos que no sólo esperaban mercedes de un
monarca lejano, -aunque no ausente-, sino que fueron capaces de “producir” derecho, construir
poder político, no sólo apropiarse de migajas, gestionar y dar forma al territorio, no sólo en
términos de descubrimiento y poblamiento, sino en cuanto a eso de lo que aquí hablamos bastante:
la dotación de un equipamiento político, que eso es el territorio al que nos referimos. Hoy pensamos
esa ingeniería política usando –y simplifico para no extenderme-, términos que relativizan esa idea
de un mundo colonial dominado, opuesto a una metrópoli expoliadora: la tolerancia política, la
flexibilidad de gobierno, el policentrismo característico de las monarquías modernas. Pero tampoco
podemos aceptar que esos mecanismos se activaran en un plano de igualdad: ni territorial, ni social,
ni cultural, ni económica, ni política. Vale preguntarse si esa tolerancia a las inconductas de todo
https://doi.org/10.4000/nuevomundo.441
3
Amadori, Arrigo. “Los territorios americanos y su integración en el mundo hispánico: itinerarios
historiográficos entre el paradigma colonial y la monarquía policéntrica”; Programa Interuniversitario de
Historia Política; Portal Interuniversitario de Historia Política; 3-2016; 1-9
tipo, esa flexibilidad a la hora de aceptar gran parte de los “desvíos” que los agentes coloniales
ponían en práctica con respecto a la voluntad real; características que bien podrían significar grados
de autonomía concreta; no expresaron simplemente la incapacidad concreta y práctica de hacer
realidad un anhelo centralizador y absolutista. Ayer en alguna de las intervenciones tuvimos un
intercambio sobre el particular: La monarquía castellana no esperó a los Borbones para activar
mecanismos de control, de presión política sobre agentes locales y lejanos. La correspondencia
entre gobernadores del más temprano período colonial, por citar un caso que conozco mejor, está
plagado de reflexiones reformistas: desde lo fiscal, lo militar, lo político, etc.
Podríamos agregar, incluso, que la misma “cultura colonial” también es producto de ese “hecho
colonial”, pues las persistencias, resistencias, la asimilación, el sincretismo, convivieron con la
extirpación violenta y la imposición de pautas culturales importadas.
Es por eso que la sentencia de “apartar cualquier sistema de valor de nuestra reflexión”, no deja de
ser, lisa y llanamente, otra ideologización de la operación histórica, otra decidida toma de posición
del historiador. Decir “Antiguo Régimen”, o “Historia moderna de América” sólo para esquivar el
término colonial, es un atajo que no está exento de las mismas críticas que la autora dispara a sus
pares “colonialistas”. Creo que la clave está en la capacidad que tengamos de fundamentar
debidamente esos usos, pues ninguna categoría histórica, en tanto artefacto de interpretación es
perfecta en sí misma, y nos obliga a su permanente justificación.
Para finalizar quiero volver sobre el punto que había disparado mi interés inicial en el tema
convocante. El Gobierno de la Provincia de Buenos Aires inició, hace varios años ya, un proceso de
modificación de los planes de estudio de diversas carreras docentes. Entre otras, y luego de muchas
dilaciones, el plan del Profesorado en Historia que se cursa en los Institutos de Formación Docente
provinciales. Aquí debo advertir que hace horas nada más hemos sido notificados de una nueva
suspensión del mentado “cambio”. Aun así, desde varios Profesorados, estamos expectantes de
cualquiera de estas instancias de reformulación de los planes de estudio, para participar y proponer
nuestras propias miradas.
En ese debate, participamos junto a colegas del ISFDyT N° 15 de Campana, sugiriendo, además de
otras propuestas tales como la distribución de asignaturas, por ejemplo, diversos núcleos temáticos
que, a nuestro juicio, debían ser incorporados (Por citar algunos, los nuevos movimientos sociales,
la cuestión de género, la historia del tiempo presente, etc.) Uno de los puntos que propusimos fue la
inclusión, dentro de la asignatura correspondiente, del debate en torno a la cuestión colonial. Luego
de realizar una búsqueda de los Programas de distintas asignaturas, las primeras aproximaciones
dan cuenta de una situación crítica que supera el centro de esta intervención (además del arcaísmo
bibliográfico y la desactualización de marcos teóricos). El debate en torno a la cuestión colonial
prácticamente no existe. Es aquí donde el desafío planteado por Lempérière, nos enfrenta a una
urgencia: Romper los límites que separan la producción y el debate académico para acercarlo a
quienes deberían ser los eficaces promotores de la difusión del saber científico en términos de
política pública: los docentes.