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Discurso- María José Álvarez Cuarán

EL PAPEL DE UNA MUJER

En el principio de los tiempos las personas tenían una obsesión, ser capaces de
sobrevivir ante los peligros de la naturaleza que era agreste y hostil. En tanto, hombres
y mujeres trabajaban por igual, sin ningún tipo de “asignación laboral”; sin embargo,
paralelo al descubrimiento de la agricultura, los hombres fueron descubriendo los
metales, el hierro, el fuego y con ello en su conjunto, la elaboración de las armas;
herramientas que les hizo pensar que así como podían dominar la naturaleza, también
podrían dominar a las mujeres. Pero, poco a poco los hombres se fueron dando cuenta
que más allá de las armas, necesitaban era gentileza para con las ellas, es decir,
vender la dominación como amor.

Y es así como la violencia vestida de amor se dirige especialmente a un grupo


poblacional que basado en el sexo biológico, y que con influencia de las construcciones
culturales, va determinando roles, estereotipos, que en últimas van marcando
situaciones de desigualdad, superioridad e inferioridad, dando paso a la temida
subordinación y marcada interpretación de lo que es una diferenciación por género. Es
así como tenemos que el comportamiento femenino y masculino es una dicotomía que
nace a partir de las conductas sociales y culturales, tipo el ying y el yang, que al ser tan
rígidas condicionan los papeles, limitan las potencialidades humanas y reprimen
cualquier tipo de actividad en las personas, siempre y cuando esta se encuentre fuera
de su adecuación por género.

En esta misma línea distintiva, se puede argumentar que el rol del género es el
estereotipo que marca los comportamientos, normas, deberes y actividades sobre una
base de diferenciación biológica, generando en consecuencia desigualdades sociales
entre hombres y mujeres al reflejar esa asignación de identidades. No es un secreto
que desde que somos niños lo primero que se nos enseña es a pensar y actuar
conforme a ese modelo. Fue así como los primeros regalos que recibieron las niñas
estuvieron asociados a las tareas del hogar, tales como: muñecos bebés, cocinitas
miniatura, artículos de limpieza y demás; muchas niñas ni siquiera habían aprendido a
leer, pero ya sabían cómo calmarle el llanto a un bebé de juguete. Cuando creces, te
vas dando cuenta que el espacio educativo y laboral también se encuentra restringido,
puesto que en primera medida se espera que la mujer opte por el trabajo reproductivo,
la maternidad, la familia, el cuidado de los suyos, pero nunca por una carrera
profesional, pero si lo hace, se la encasilla a decidir por opciones donde probablemente
su trabajo va a ser poco reconocido porque socialmente así se ha establecido.

Por ejemplos como los anteriormente mencionados, es que se puede determinar que la
situación de violencia que hoy en día vive la mujer no es definida por su sexo biológico,
es definida por una sociedad patriarcal cuyo pensamiento pretende asignar a cada sexo
“lo que le pertenece”, creando desde el principio y abiertamente un desequilibrio en las
relaciones de poder, toda vez que se toma como referente la diferenciación traducida
en términos de desigualdad, puesto que se destacan virtudes de uno y ausencia de
ellas en otro y, por ende, se le otorga superioridad al hombre y minimización a la mujer.
De manera que, se puede concluir que el género, la sociedad y la violencia se
entrelazan para dar origen a la problemática social que atravesamos, que es la
violencia en contra de la mujer.

Como la literatura ha apuntado, si la sociedad percibe que estos comportamientos son


aceptables, se generará más violencia; si la ciudadanía tolera y/o justifica tales
acciones, será más probable que estas conductas perduren y se reproduzcan, ya que
prolifera un clima social de tolerancia donde se condona el comportamiento de los
maltratadores y se dificulta que las mujeres abandonen relaciones abusivas, denuncien
la violencia sufrida y cuenten con el apoyo necesario.

Sabemos que para avanzar en la construcción de una mejor sociedad, es necesario


erradicar la violencia en contra de las mujeres, y precisamente este trabajo debe
realizarse en conjunto con el núcleo familiar, las instituciones educativas, religiosas, los
medios de comunicación y por supuesto, la participación política de la mujer. Al menos
en el contexto colombiano las respuestas están, la legislación está, pero ¿Dónde queda
la materialización de la misma? Es absolutamente necesario que el Estado se involucre
en la transformación, que empiece a trabajar en temas de construcción social y cultural
desde la primera infancia, solo así realmente se dejará de concebir a la violencia en
contra de las mujeres como un comportamiento aceptable o justificado.

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