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Accinelli, Pablo
Entrevista, 2019 / Pablo Accinelli ; Tomás Maglione ; editado por Gonzalo Fernádez Rozas. -
1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Pablo Accinelli, 2020.
64 p. ; 20 x 14 cm.
ISBN 978-987-86-5995-4
1. Entrevistas. I. Maglione, Tomás. II. Fernádez Rozas, Gonzalo, ed. III. Título.
CDD 700.92
Entrevista
pablo accinelli
tomás maglione
Corrección
bárbara golubicki
gonzalo fernández rozas
Edición
gonzalo fernández rozas
Diseño
job salorio
pablo accinelli
Somos amigos desde 2010 más o menos, y nunca habíamos
hecho una obra juntos. Estaba un poco el fantasma de que armar
algo entre los dos no encajaba en nuestras obras, que iba a ser difícil
combinar nuestras maneras de trabajar, y un largo etcétera de razones.
En 2018 nos olvidamos de eso o no nos importó más. Pablo me explicó
que tenía que buscar unas cosas por su excasa en San Pablo y traerlas a
Buenos Aires. Nunca supe bien qué era lo que había que traer, pero me
pareció un buen plan. Aunque sí necesitaba una excusa más importante
para manejar 5000 km. con un auto prestado. Pablo habló con Bernardo,
el curador de aquel entonces de la Fundación Iberé Camargo, y nos
fuimos para Porto Alegre a hacer un grabado en colaboración. Quedaba
de paso, a mitad de camino. El plan cerraba excepto por el detalle de que
nunca habíamos hecho un grabado, ni él ni yo. Y el grabado es ese tipo
de actividad que lleva miles de años de aprendizaje. La idea de hacernos
una entrevista en el hotel donde parábamos en POA parecía una buena
manera de enmarcar esas dificultades y el propio viaje. Finalmente, cada
uno eligió una imagen que lo representaba para que flotara sobre el
texto escrito sin puntos y apartes, con la tipografía Helvética Bold de los
carteles de autopista. Un texto lleno de preguntas y respuestas. Hubo
ahí uno de esos momentos de decir acá pasa algo. Si hubiera dos tipos
de humanos, los que escriben notas y los que dibujan notas, nos dimos
cuenta que pertenecíamos al primer grupo. Dijimos de pensar algo más
juntos, pero en una época más tranquila, más adelante.
tomás maglione
Entrevista, 2019
PABLO: Soy bastante malo musicalmente, puedo levantar una fiesta por
10 minutos, pero después me caigo. Soy muy malo recordando nombres
en general. Vi muchas películas de film noir por ejemplo, pero no sé nada
de film noir, no sé quién actúa, no sé quién dirige. Lo mismo me pasa con
la música. Me van gustando cosas que me acompañan por un tiempo y
después me olvido. Sé bastante de música brasilera, diría, más que el
promedio de las personas, me gusta cantar en portugués y entender lo
que estoy diciendo, que es algo que en inglés no me pasa. Conozco todos
los temas de los Stones, pero no sé lo que dice ninguna letra. Let´s spend
the night together un poco porque tenía una cábala con esa canción. La
escuchaba antes de algunos exámenes en mi casa de La Boca. Creo que
es el único arte que me hace llorar, o sea que me hace unir sentimientos
lejanos y corporizarlos, pensar en mi mamá y en mi obra al mismo
tiempo. Escucho cumbia y lloro. O música brasilera y bailo, pero también
me acuerdo de la primera vez que estuve en Ipanema y dije uahu y lloré.
Creo que nunca me dejó de gustar algo musicalmente. Eso es muy raro
con la música también, siempre vuelve. Empezaría con Beleza rara de
Banda Eva y terminaría con It´s on you de M.C. Sar & The Real McCoy.
PABLO: ¿Qué parte del viaje que hicimos a Brasil te apararece con más
frecuencia?
El precio del tiempo. Siempre YPF fue más barata que Shell. Petrobras un
poco más cara que Shell. Axion la más barata de todas, incluso más que
Esso. Siendo socio del ACA, tenés un 5 % de descuento en las estaciones
ACA, que son YPF. Todas las colas que se ven en los diferentes ACA son
por ese descuento. Esa hora de tu vida vale el 5 % de lo que cargues, en
relación al tiempo como precio. En esa lógica para mí la más barata
entonces es Shell porque nunca hay gente. Son espacios poco
transitados. Podés cargar aire y tienen un café respetable, aunque tengas
un 5 % menos de plata.
TOMÁS: Quería saber cómo editabas tu trabajo, si sentís que hay trabajos
que son tuyos pero que no están directamente vinculados con lo que
hacés. De ser así cómo te llevas con ellos y qué lugar ocupan.
PABLO: Hace varios años que pienso en la idea de una máquina, o sea
una máquina que intente integrar todo. La primera vez que escuché sobre
esto fue en una beca de poesía del Rojas que daba Fabián Casas en 2006.
Había presentado una serie de cartas que había escrito y enviado durante
todo un año. Todos los días escribía una carta y se la mandaba a alguien.
Tal vez un poco parecido a lo que estamos haciendo acá, pero en soledad
y más joven, con otras cosas para contar, y definitivamente con menos
distancia sobre la vida. Cuestión que Casas decía que el género epistolar
era una máquina donde podía entrar cualquier cosa. Una carta a un
diputado, otra romántica, poemas, números, etc. Es algo que me interesó
desde ese momento. Pensar cómo es una máquina. Hice muestras desde
ese punto de partida y ahora creo que lo pienso de una manera más
amplia y por eso estoy dejando entrar nuevos objetos en lo que estoy
haciendo, menos abarcables: zapatos, candados, rastrillos, whiskies,
plumeros, boiseries. La noción de máquina también tiene que ver con el
cine o con duraciones, por eso también aparece la palabra duración en
muchos títulos. Volviendo a la pregunta, hace unos años que quiero hacer
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entrar algunas cosas que andan sueltas en el pasado. Pero no forzando
una nueva conexión, sino simplemente abriendo más el presente.
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PABLO: Te diría que ese video incluye una cosa sórdida que no tiene mi
trabajo, creo, y que no es justa con mi relación con el agua. El de la
traducción del poema de Ginsberg es una obra del 2007, triste pero
objetiva. El poema solo enumera objetos que la marea devuelve y el
trabajo es su traducción objetual en una mesa. Fue una aventura hacer
esa obra. Conseguir el poema en inglés en Buenos Aires, ir a sacarle
fotos y después conseguir los objetos para la traducción. Nunca más
encontré un poema que me diera esa posibilidad de manera tan radical.
Diría que es una de mis obras que más me gustan, pero está inconclusa.
En un momento el poema dice “una gaviota muerta”, objeto que nunca
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pude conseguir. Después el agua aparece en los Higrómetros que hice
para la Bienal de São Paulo. Un poco la sensación de agua que queda al
salir del mar, pero trasladada a unas hojas de papel. También los niveles
tienen algo de agua y la muestra Nubes de paso donde el agua como
elemento aparecía de varias maneras. De chico iba a Santa Teresita
todos los años y hacíamos temporada completa en la pileta olímpica de
Boca. Mi viejo es muy acuático también y con mi mamá de estar en la
playa cada segundo de las vacaciones. Calculo que estar rodeado o
abrazado por un elemento te hace mirar y pensar las cosas de una
manera diferente: el cielo, la luz, el sol, la gente. Siento cosas ahí
adentro que no siento en ningún lado. Debe ser un poco insoportable de
hecho, ir conmigo a la playa o a una pileta porque pierdo conexión.
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PABLO: Soy muy malo técnicamente, por eso dejé de pintar. Tengo
momentos dibujando de concentración que están bien en el sentido
constante de eso, pero no mucho más. Me pasa que me gusta inventar
cosas, objetos, descubrirles nuevas utilidades y una vez que lo hacés, eso
ya está para mí. Por ejemplo, las obras de acero inoxidable con los palos
de escoba están hechas con una técnica de soldado invisible, o las
bachas de agua y salpicré. Haría más, pero cuando tengo una muestra
prefiero hacer cosas nuevas, y también respetar ese trabajo original. Me
pasa hasta con elementos comprados que uso, ponele los clips, los
podría usar en más obras, pero ahí me debato en cuidar las obras que ya
hice con clips, respetar lo que me interesaba particularmente de ese
objeto, no postergar ese interés puntual con nuevas posibles direcciones.
Después calculo que creo que las obras al margen de su materialidad
tocan temas parecidos como las mediciones, la conciencia de recorrido,
la latencia del uso, y ahora tal vez más los paisajes mentales que se
pueden dar a partir de algunos detalles u objetos específicos. Recién
estaba con Dani Steegmann y decía algo lindo que no sé si lo voy a poder
retomar. Decía que si la obra nueva que estás haciendo no te produce
ningún deseo de obra a futuro, o sea no se abren puertas desde esa nueva
obra, seguramente sea una obra que ya la habías hecho de alguna manera
antes, o peligrosa en el sentido de que te va a costar salir de ahí.
PABLO: No tengo taller ahora, pero estoy tirado en un sofá al lado de una
ventana que tiene un vidrio rasgado, apenas, una línea de 3 cm. El marco
de la ventana es de madera. Y como estoy acostado veo el cielo nomás.
Tuve un taller en São Paulo 4 años en un edificio de Niemeyer con un
buen fondo o pozo de aire, un mural en el piso de Di Cavalcanti entre
medio de un paisaje de palmeras. Bueno, ahora sí tengo un taller en
Gasworks, perdón. Pero no lo pienso como mío. Tiene una ventana que da
a una terraza y a las oficinas de la residencia, y a unos edificios de
ladrillos. Después si te movés de donde está la mesa, donde en general
estoy, podés ver al fondo la estación de gas que le da el nombre al lugar.
Una estructura gigante de 1850 para contener reservas de gas. En
realidad son tres, pero desde mi ventana se ve solo una. Es bastante
intrigante cómo va cambiando con los momentos del día. Porque la grilla
de la estructura es grande, y ves entre los distintos huecos una porción de
cielo y es circular, una estructura circular que como toda estructura
circular es acogedora, o sea tiene la capacidad de hacerte sentir
mínimamente adentro de eso. Siempre le saco fotos, siempre la veo como
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otra cosa, cambia mucho a medida que te movés por las calles que la
rodean y encima es alta, son altas, y sirven como punto de referencia si
estás lejos y querés llegar a algún lado.
PABLO: ¿Qué te interesa de Gus Van Sant? ¿Por qué crees que antes no te
gustaba nada y ahora te pasa lo contrario?
TOMÁS: Ayer justo fui a ver una película de Gus Van Sant como para
poder responder esta pregunta: No te preocupes, no llegará lejos a pie.
Durante toda le película una chica lloraba a dos asientos de distancia,
mientras otros se reían en varios pasajes que a mí no me resultaban para
nada graciosos. Tal vez tenía que ver con que hacía mucho tiempo no iba
al cine, y menos a un cineclub. Apenas empezó la película sentí un sonido
precioso como un diamante: alguien abrió una lata de cerveza. El golpe
simultáneo entre lo metálico de la chapa, el gas y el vacío me puso de
buen humor. Pero la peli no fue tomar cerveza, fue algo más intenso. Creo
que GVS tiene mucho manejo de las herramientas del cine para generar
estados, sin caer en un sentimentalismo. Hay directores que entienden
muy bien ese espacio, esa escala de pantalla, como si fuera un espacio de
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exhibición que es considerado de antemano, durante el rodaje. Hay
momentos donde pareciera que él sabe que algo va a verse gigante, en
una sala oscura, con una historia del cine atrás, con cierta predisposición
a emocionarse o expectativas, en fin, con ir al cine a tener una
experiencia. También creo que se ríe un poco de Hollywood pero estando
adentro, siendo narrativo y haciendo películas de género. ¿Cuántos
directores lo hacen con elegancia? Cuando lo más fácil sería alejarse y
volverse un director de culto, de festival. Cuando vi Mi mundo privado
encontré un tipo de sensibilidad que me representaba, pero que no podía
defender por mi cuenta. Me siento menos solo con GVS.
TOMÁS: ¿Qué libros, obras o películas sentís que viste o leíste demasiado
pronto, y qué otras demasiado tarde?
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TOMÁS: ¿Cuáles son tus edificios favoritos del mundo? Top 5. Si podés
desarrollar, mejor.
PABLO: Muchas veces los directores de cine tienen que lidiar con los
productores porque quieren incluir cosas taquilleras. ¿Incluís cosas,
detalles o alguna referencia para que los videos se vean o sean vistos por
más personas?
TOMÁS: Creo que hoy te puedo hablar de Córdoba. Hay dos ríos que se
juntan en el medio de la ciudad. La Cañada y El Suquía. La Cañada es muy
elegante, está todo recubierto de piedra, como si fuera un río de Europa,
con muchos puentes que lo atraviesan. Tiene poco caudal y el agua se
desliza al ras de la piedra. Alrededor hay una hilera de tipas de cada lado.
Las copas de los árboles fueron creciendo hacia el interior del río. El
Suquía tiene agua marrón, más caudal y menos infraestructura. Es un río
más ancho que pareciera marcar un límite geográfico. Vi chicos bañándose
ahí. Sin padres mirándolos, tirándose desde 4 o 5 metros, buceando,
jugando a recoger basura. La confluencia de los ríos es muy linda, se ve
cómo el agua transparente se fusiona con el agua marrón. Pero a nadie
parece importarle demasiado. Y yo no puedo parar de pensar en por qué el
Arroyo Maldonado está entubado. Sería precioso que Juan B. Justo fuera
un arroyo. Cuando llueve los dos ríos crecen mucho. El agua puede subir
2 metros, o más. Se vuelven muy furiosos, y la gente aprovecha en El
Suquía para tirar la basura. El río viene cargado de basura tirada por gente
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más arriba. La basura que baja: vasitos de plástico blanco, un cerdo
muerto, una bolsa azul, troncos, etc. Los envíos son como mensajes
secretos que hay que develar.
TOMÁS: ¿Cómo fue estudiar con Diana Aisenberg? ¿Qué sacás en limpio?
No la conozco a ella, pero lo que me gusta es que no veo un patrón de
artista que haya salido de ahí, veo gente muy disímil.
PABLO: ¿Me podrías contar por etapas el viaje que hicieron ahora con
Nicanor? Si es que podés y no es un secreto, claro...
Lo primero fue el viaje hasta allá. Eso nos llevó 13 horas. Nica y Guido
eran bastante de parar. Yo también estaba en unos días que tengo donde
necesito hacer pis a cada rato, así que no me puse tan estricto. Aunque sí
entendí que mi papel en ese viaje era el de productor. Eso estuvo bueno
porque me permitió tomar responsabilidad, ser riguroso, pero sobre todo
no involucrarme tanto a nivel emocional. Fuimos por la misma autopista
que tomamos para ir a Brasil, pero después agarramos para el Noroeste,
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en vez de tomar el paso fronterizo. La ruta es muy linda, hay agua, esteros,
la capilla del Gauchito Gil. Un paisaje desconocido para mí, que pasaba
bastante rápido, porque usé mucho el botón de velocidad crucero. En
algún punto algo me decía que esta no era mi aventura, entonces no
colgué tanto. También hay muchos controles porque es la ruta que va a
Paraguay, y eso la vuelve muy densa.
La segunda etapa fue filmar. Nos quedamos en la casa de una tía de Nica,
que en realidad es la prima de la madre. La casa estaba en un terreno con
varias construcciones o casitas, que evidentemente se fue construyendo
de a poco a medida que la familia crecía o que la plata entraba. Casi no
hay puertas en ningún espacio, y las que hay están constantemente
abiertas. Hay animales por todos lados, no hay mucha diferencia entre el
adentro y el afuera, excepto porque la tía de Nica está bastante
obsesionada con la limpieza de la casa. Siempre está barriendo y la casa
siempre se está ensuciando. La cocina es un espacio gigante, que hace
también de living y comedor. Hay una mesa, una tv de 32 pulgadas y una
heladera. El cuarto de Juana, la tía de Nica, está separada por una cortina
3/4, que te marca cierta privacidad. La casa la construyó el que es su
marido, o lo fue, que es un ex cazador y ahora carpintero. Un señor de
unos setenta largos, con la piel muy curtida, posiblemente por el alcohol.
El cuello parece piel de elefante. Dijo que casi muere congelado borracho
en una zanja y decidió, por su cuenta, dejar de tomar. Ahora se levanta a
las 3.30 am, hace muebles, y se acuesta cuando baja la luz. Vive en una
casita al fondo del terreno, en un mandiocal. Su cuarto tiene piso de tierra,
bien apelmazada, que hasta se puede barrer. Tiene un loro que anda
suelto, con las alas cortadas, verde. En algún punto, todo es muy Nicanor.
Al loro no lo dejan entrar porque parece que desconcentra a los chicos
cuando hacen la tarea. Hay un perro atado también, con una cadena
demasiado gruesa para él (alcanzaría con un piolín). Un baño tomado por
plantas tropicales y por encima dos árboles de mangos gigantes. A cada
rato se escucha un estruendo sobre la chapa o sobre la tierra, de alguna
fruta que cae. Pueden ser pomelos, naranjas, limones dulces, paltas o
mandarinas. Adentro de la casa, siempre había una hornalla tapada a
fuego bajo, cocinando algo. Comimos borí borí, empanadas (increíbles),
pasta con carne, tortas fritas y muchas frutas. La familia de Nica es todo
amor. Estaba también una prima de Nica con sus tres hijos que daban
vuelta por ahí, todos millennials, entraban y salían mirando los celulares.
En realidad ella tampoco es la prima, es la ex mujer de su primo segundo
que murió en un accidente de tránsito, y tuvieron 2 hijos juntos. Después
ella quedó embarazada de alguien, porque estaba triste, según Nica.
Ahí estuvimos dos días. El primero fuimos a la Municipalidad a pedir
permiso para filmar dentro del cementerio. Después de esperar y esperar
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nos dijeron que estaba todo bien. Creo que en Berón de Astrada viven
2000 personas, no más. Es un pueblo sobre una loma rodeada de esteros.
Las vacas caminan con el agua a la cintura. Da la sensación de isla, de
pantano. El piso es mayormente de arena, lo cual lo vuelve un lugar más
limpio de lo imaginado: no vuela tierra, no terminás de ensuciarte, los
autos no se quedan encajados. Con el permiso nos fuimos a almorzar borí
borí a la casa. Y a la tarde recolectamos hongos de cucumelo. Ninguno de
los hongos era el que buscábamos, según el micólogo que Nica
consultaba. A eso de las cinco nos fuimos a filmar, sabiendo que al otro
día iba a llover. Fuimos al cementerio vestidos los 3 iguales. Habremos
estado una hora filmando. Nica hizo una danza sobre la tumba de la
madre. La tumba en realidad es una cruz de madera, con una pequeña
placa y un arreglo de tela con dos flores de plástico, sobre la arena. Guido
tocaba el chelo sentado en un banquito. Por momentos Nica escuchaba
música desde el celular y hacía danzas improvisadas, algunos pasos
reconocibles, y otros momentos de actuación. Los primeros diez minutos
fueron muy emocionantes. Quería llorar, pero no podía. Por suerte tenía
un estabilizador que Nica me dio a entender que quería cuando dijo “Muy
HD”. A la noche vimos el material y Nica determinó que ya estaba listo,
que no había que volver, cuando la idea era que ese primer acercamiento
era un ensayo. Esa misma noche se llovió todo. Antes nos fuimos con
unos primos a caminar por el pueblo y pasamos por la fiesta de la virgen
de Luján. Era una calle cortada con 50 personas escuchando una banda
de chamamé. La gente nos miraba mucho, como si vieran un animal
nuevo o algo así. Cuando la banda terminó de tocar, una señora nos invitó
a rezar y ahí nos fuimos a la plaza principal, donde había una estatua de
un unicornio destruida. Guido entró a una despensa a comprar un
chocolate y salió con una lata de cerveza holandesa. Nos sentamos en un
banco y los relámpagos eran demasiado fuertes así que emprendimos la
vuelta.
Al otro día nos despertamos sin luz, con lluvia, así que nos fuimos a Itá
Ibaté, que es un pueblo pescador sobre el Paraná, a 30 km. Un pueblo de
veraneo, muy chico, con búsquedas de Google enfocadas en el
narcotráfico. Ahí comimos un surubí. Después volvimos a nuestro pueblo
y Nica dijo “nos vamos a Corrientes”. Esa noche llegamos a lo de su amigo
Leo, que resultó un trash muy buena onda. Nos acomodó a los tres en una
cama matrimonial. Hacía mucho calor, pero cumplimos la orden de dormir
con la puerta cerrada del cuarto “porque si no se mete el gato blanco y
hace pis en la cama”. A la otra mañana volvimos a Buenos Aires donde
tuvimos un altercado con la policia vial. Creo que debo escribir un capítulo
aparte de esa requisa. Haceme alguna pregunta sobre mis secuencias
con la ley y te lo cuento.
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TOMÁS: ¿Hay que saber de arte para entender tu trabajo? ¿Qué dicen tus
amigos de La Boca sobre tu obra, o tu familia? ¿Cómo lidiás con eso?
PABLO: Diría que no, que intento que no haya demasiados obstáculos
para lograr tener una experiencia, y de última la experiencia es fría y
tampoco está mal. Las muestras son bastante narrativas muchas veces o
con ciertos recorridos o guiños de dónde agarrarse. Lógico hay obras
más herméticas, pero no creo que estudiar las ponga en un sistema de
valores. Mis viejos siempre dicen algo que no es tan alejado de lo que
dice el resto. Sí pienso que si conocés mejor mi trabajo podés ver algunos
encadenamientos, pero eso no quiere decir que esa mirada me resulte
más interesante. Hay esfuerzos en que todo tenga un sentido declarado y
no obtuso, simplemente a veces sale mal o no funciona del todo. Una
cosa que pensaba en Londres es que quiero dejar de hacer obras, al
menos por un tiempo, que si las sacás de su contexto sí son más
indescifrables, como la rejilla del Malba. No porque no me gusten más,
pero necesito volver a pensar su existencia después de las muestras.
Tengo que pensarlo. Con respecto a mis amigos de La Boca, una vez me
encontré con un compañero del club, Walter, y me preguntó qué andaba
haciendo y cuando le dije que era artista me respondió: si vos sos feliz, yo
soy feliz. Me marcó ese momento en relación con lo que me preguntás.
PABLO: Hay en tu obra algo barrial, callejero, que está en línea con varios
artistas locales (el lenguaje, el vagabundeo). ¿Qué capas pensás que le
fuiste agregando a esa referencia?
TOMÁS: El primer trabajo fijo que tuve fue a los 20 años en una agencia
de publicidad que se llamaba Lowe A&B. Entré porque un amigo de mi
viejo era amigo del dueño. El piso donde trabajaba tenía forma de barco,
literal, y arriba una terraza completamente vidriada redonda, como si
fuera un mirador de estrellas. Mis compañeros eran en su mayoría
personas bastante desequilibradas, pero con una predisposición al
trabajo casi militar. Me acuerdo que los fines de semana me quedaba ahí
adentro y en verano mi jefe me decía “te veo muy bien, te veo blanco”. Mi
trabajo consistía en escribir ideas para publicidades de diarios o de radio
y presentárselas a mi jefe. Nada alcanzaba, había muy pocos “qué bueno”.
En realidad tenía tres jefes. Uno que se llamaba Facundo, me acuerdo que
tomaba mucho Rivotril y podía venir al trabajo después de una fiesta a las
5 am, presentar un comercial y vendérselo a alguien. Él nos decía “chicos
tengo una fiesta, cuando vuelva me presentan las ideas”. No había
horarios, ni días de trabajo. Uno tenía que administrar su tiempo para
llegar a presentar las cosas. Solo se agendaban las reuniones, el resto del
tiempo podías hacer lo que quisieras. Tengo una imagen de estar
presentándole a un tipo 200 ideas para un fondo de pantalla. Teníamos
estudio de grabación ahí adentro. Me acuerdo de dirigir locutores,
actores. Era todo bastante exótico, pero en ese momento no lo sabía.
Había chicos que vivían ahí adentro, dormían en pufs y pedían comida.
Tenían mucha calle, todos. Había uno que hacia las publicidades de
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Renault Clio, que estaba todo el día en los puestos de la costanera, había
que ir a buscarlo ahí. También estaba el Pipa que me pedía que lo
acompañe 15 minutos a la cama solar, que era según él la medida
perfecta. La dimensión ética de lo que se hacía no estaba en discusión,
había que trabajar, sin plan B. Todo lo que giraba en torno a eso me
interesaba, sobre todo lo que se descartaba, lo que parecía un residuo.
Duré un año ahí, la empresa en un momento tuvo que achicar y me
echaron diciéndome que mis ideas no encajaban bien.
PABLO: Es bastante raro porque hay momentos que odio correr, que
arranco y ya me siento una persona sola, ¿viste cuando empezás a correr
y ya estás hablando solo? Diciéndote cosas, autoconvenciéndote de que
correr es lo que necesitás en ese momento, solo que es evidente que te
encantaría estar haciendo otra cosa, viviendo otro tipo de vida. Después
de los primeros 10 minutos pasa, el cuerpo se te acomoda y ya no da
frenarlo porque sabés que es peor: volverías cansado, el cuerpo
transpirado por dentro y no por fuera, todas las toxinas gritando por salir
o por entrar. Cuando voy a la playa intento correr todos los días. Corro sin
zapatillas al costado del mar. Antes dejaba que el agua me tocara, pero ya
no porque te saca ampollas si corrés varios días seguidos. En la playa me
gusta que podés correr en línea recta sin parar que es casi como correr
hasta el infinito, y te debatís entre lo que tenés que correr para adelante y
todo lo que tenés que correr a la vuelta. Me gusta escuchar música
corriendo, bailar cada tanto, cuando estás cansado también ves todo
como alucinado, el cielo, el mar, y la alucinación en esos lugares es
ancestral. Ahora estoy corriendo de nuevo en la ciudad, pero el año
pasado fui a un gimnasio, seis meses. Correr en la cinta es bastante
aburrido si no hay alguien cerca que esté años luz de vos físicamente. Ahí
tu cuerpo es tu mente y tu mente es tu cuerpo. Se intercambian los roles.
El mundo gira al revés, y ya vas por el kilómetro 4. También cuando
jugaba en Boca había un día de Físico, los martes, era solo correr nada
más. Hacíamos 2 vueltas a la cancha de futsal, después 4, después 6,
después 8, después 10, después 12, siempre empezando de 0. Son como
10 km, pero con piernas más cortas que ahora. Yo llegaba muerto, había
gente que no. Mi viejo me decía que corría mal, que no ponía los brazos
no sé cómo, me hacía un poco de bullying. Llegaba desgarbado, pero
había que llegar, si no no te citaban para el partido. Ahí le tomé un poco
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de odio a correr. Siempre pensé que era asmático o tenía algún problema
que otros no tenían porque de verdad se me salía el corazón por la boca.
Después en la secundaria no corrí más, me alejé de cualquier actividad
física. A los 19 volví a correr y a jugar al fútbol. A los 25 hice una
pretemporada en el club Harrods para jugar en el equipo. Mi amigo
Miguel me llevó, decía que me veía en el equipo titular. Salí 10 veces a
correr con ellos, 12 km. por 10 en 20 días. Me agarré tendinitis en las dos
rodillas. Tuve que parar, creo que me angustió, pero después fui a ver al
equipo varias veces y entendí que jamás podría haber jugado ahí. Nunca
paré de correr, aunque siempre poco, 8, 6 km, 50 minutos en general.
Corro cerca de casa, por Colegiales o voy a lugares corriendo. El otro día
fui desde casa al taller. Hay algo de mirar la ciudad corriendo que es muy
parecido a mirar la ciudad caminando nada más que ves más cosas en
menos cantidad de tiempo y eso me inspira.
TOMÁS: Tengo una resaca terrible. Tal vez la más fuerte de este año, si
tengo que arriesgar. Voy a bajar la billetera de la mesa. Es muy difícil
trabajar con la billetera a la vista. Lo mismo pasa con las llaves. Sí, yo
sacaba fotos, con una cámara de mi papá, que compartía con mi
hermano. Iba a sacar fotos a la noche. Me gustaba deambular por la
ciudad sin gente, un par de horas. Al mismo tiempo estudiaba guión
con una profesora que se llama Irene Ickowicz. Unas clases de guión
bastante clásico, paradas en una especie de sustento teórico o
ideológico relacionado con la transformación. El plan del cine era
transformar algo, al espectador, al protagonista, debía haber un cambio
buscado, visible. Para eso cada escena tendría una función que debe ser
descripta en una frase. “¿Para qué existe esta escena?” Yo escribía
historias imposibles de filmar donde nunca podía responder esas
preguntas. Creo que escribí dos o tres cortos donde había monstruos
gigantes, autos, etc.
PABLO: Así como tu viaje con Nicanor fue un secreto, diría que esa casa
en sí lo es. Fui unas 26 veces a Rio y ya me había quedado en un
departamento en frente al mar en Leblon, en otro también en Leblon a dos
cuadras del mar y en otro frente al mar en Copacabana ahora que me
acuerdo. En general todos clase alta. Pero en este había algo más. Había
obras muy caras y era un piso 10, con lo cual desde el living, no al lado de
la ventana, pero sí apenas alejado, no veías nada más que mar. Sin
personas, sin autos, sin piedra portuguesa. Bastante Solaris el efecto.
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Ojalá lo hayas leído. Cuestión que solo la vista medio extraterrestre ya en
tu cabeza funcionaba como sinónimo de mucho dinero, más si a eso le
sumabas un tapiz de Burle Marx colgado como si nada en un recoveco sin
luz. Como todo ese tipo de edificios, la entrada tenía una reja primera que
daba a la calle, caminabas 10 metros y llegabas al cuerpo del edificio, una
entrada con vidrios polarizados gigantes con dos guardias, uno en frente
de varias pantallas, teles, teléfonos y otro que abría la puerta. En ese
espacio hasta llegar a los ascensores (50 x 20 metros) todo era frío, pero
playero al mismo tiempo y modernista. Una luz oscura, alfombra y sofás
estilo policial negro. Llegué un domingo, tipo 8 de la mañana, los de
seguridad no me creían que yo estaba invitado ahí. Llegué de la rodoviaria,
diciendo que no tocaran el timbre para no despertar a nadie, que mi amiga
me estaba ya esperando con la puerta de arriba abierta. Cuando entré al
departamento lo primero que vi fue a una nena despierta sola adelante de
una computadora jugando con el mar de fondo. De nuevo muy Solaris.
¿Qué hacía una nena sola despierta ahí? Un perro de esos chiquitos de
piernas inquietas me saltaba alrededor mordiéndome apenas. Había un
silencio en la casa de otro orden, como si nadie debería poder tener tantos
privilegios, empezando por esa vista en Rio de Janeiro. Si bien soy
bastante de caer bien parado en esas situaciones, sentí que esa energía
era indomable. Para pasar a los cuartos abrías una puerta que daba a un
corredor y en la antesala de los cuartos había un jacuzzi y un sauna. A la
izquierda, en la primera puerta entrabas al cuarto en el que íbamos a
dormir con mi amiga. Tenía vista al morro Dois Irmãos, el del final de
Leblon. Después la nena apareció leyendo en el jacuzzi. Tenía buena onda,
la madre que apareció al rato también, y el marido también, ambos
simpáticos. Eran nietos o bisnietos de los dueños. Nos invitaron a comer
una pudim de tapioca que era un envío astral. No sé si alguna vez leíste a
Rubem Fonseca, pero era un policial carioca toda la situación, casi una
obra de teatro, casi una novela. Nunca más vimos a nadie en la casa, pero
sentíamos que había gente, muchas ojotas en el medio del camino por
días enteros. La cocina siempre igual, todo prendido al borde de ser
usado. Cada vez que veía el mar desde esa ventana de 30 metros de
ancho, sentía que me decía: vos me pertenecés entero a mí, yo te domino
en cuerpo y mente y soy yo quien va a decidir cuánto más va a existir este
mundo tal cual lo conocés.
PABLO: Ayer pensaba en vistas. En cada lugar donde viví siempre había
un lugar cerca con el que me obsesionaba. En São Paulo, por ejemplo, era
la estación del subte Sumaré desde donde se ven varias montañas. ¿Qué
vistas te obsesionaron u obsesionan?
Creo que en general las vistas que me gustan tienen que ver con que son
fugas raras generadas por alguna diagonal. El tren tiene esa capacidad de
modificar el tejido urbano. Es muy llana la ciudad y al mismo tiempo la
cuadrilla hace que todo se parezca mucho. También me gustan las plazas
que todavía no fueron “puestas en valor por el Pro”. Había una linda abajo
de la autopista sobre Paseo Colón a la vuelta del MAMBA, que ya fue
destruida, donde dicté una actividad hace unos años.
Hay una parte de Warnes que los domingos es muy linda también, con
todas las cortinas metálicas bajas. Tienen los logos de las marcas
pintadas a mano de muchos colores, y es una cuadra especializada en
productos de marcas orientales.
PABLO: Quería describir un poco una manera de trabajar que tengo, que
no sé si ya te la conté, pero me dieron ganas de hacerlo, y tiene un poco
que ver con la pregunta. Saco bastantes fotos de objetos que me
interesan y cada dos meses aprox. las bajo junto con las selfies, fotos de
Romana, eventos, y las separo a otra carpeta que se llama Etiquetadas.
Tengo unas 500 fotos ahí de cosas con las que me interesaría
eventualmente trabajar. Una carpeta sintetizada que reviso cada vez que
empiezo una muestra o no sé bien qué hacer, qué hice, etc. Hace poco me
llamó la atención que estaba bastante completa, organizada y que ya no
podría trabajar del todo sin ese efecto que me da ese archivo. En esa
carpeta hay muchos objetos nuevos o usados. Los objetos que, como vos
decís, son nuevos o industriales, lo son, pero en general muestran un uso,
están siendo usados en alguna dirección. Como si fuera su primer paso a
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la vida real. También intento no usar fuerza o violencia cuando trabajo
entonces los objetos aparecen como nuevos, pero siento más bien que
están cuidados, no que son nuevos. Mi viejo es muy así de cuidar cada
objeto que tiene, ahora que lo pienso. Pero ya saliendo de esa fuga
autobiográfica, los objetos nuevos o cuidados generan un efecto
antimeláncolico. Imaginate una flor siempre intacta. Y bueno, esa cosa
inmóvil también genera un efecto mental en las piezas, como de vitrina de
local o de museo de diseño, manipulable solo con la vista o el cerebro:
objetos que el que mira puede proyectar en la dirección que quiera. Hay
algo en relación con esto también que me interesa, que es que la gente no
sepa qué son algunos objetos que muestro, si son ready-mades, si los
hice yo, o de dónde realmente salieron. Me interesa ese cruce, trabajar en
ese límite, algo que podría ser un ready-made, pero en realidad lo hizo uno
y que quede esa duda. Me parece que trae una cierta paranoia productiva
o que alimenta un tipo de observación consciente sobre lo que existe
fuera de uno.
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Bueno, cuestión que después de un control de Senasa, Fabián me dejó
manejar el camión 10 minutos en esa ruta. Un Volvo 440 que pesaba 44
toneladas. No sé si estos datos son casualidad o los inventó él. Otro dato
lindo, cargamos 24.500 pesos de gasoil. El camión tiene 12 cambios. Es
raro porque tenés que ser muy delicado, pero al mismo tiempo estás
manejando algo enorme y tosco. La dirección hidráulica hace que
cualquier movimiento se amplifique y termines en la banquina hundido
siempre. Cuando viene un camión de frente en la ruta, hay muy poco
espacio para los dos y es como si tus manos se movieran solas para
alejarte. También Fabián me dijo que lo más peligroso no es estar
borracho sino manejar enojado, o con quilombos en la cabeza, que un
amigo de él se había matado así.
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—
TOMÁS: Esta semana no anoté mucho, lo que más hice fue ver los
programas de periodismo oficialista. Desde el jueves hasta hoy atravesé
solo un momento que dije esto lo tengo que escribir. Primero fui a buscar
a Nica al aeropuerto con una cita que tuve. Me comprometí con los dos y
me había olvidado que los planes se superponían. Ella me dijo todo bien,
vamos. Nos fuimos a Ezeiza y antes de llegar, para no pagar el
estacionamiento, nos frenamos en la banquina, en un bosque lleno de
remises. Todos autos medio parecidos, grises, azules, negros con mucho
baúl que esperan que sus clientes lleguen a Ezeiza. Las balizas se
prenden y apagan a distintos ritmos y hacen un juego de luces amarillas.
Todo esto me llevó a pensar que había que anotarlo como escena, pero
también dije ¡no! Esto hay que atravesarlo. Cuando llegamos me bajé del
auto y me fui a hacer pis a unos plátanos. La caminata me costaba
porque había barro duro y barro blando. Charcos enormes con huellas de
camiones. El cielo estaba amarillo por las luces de la ciudad, y tuve la
sensación de estar parado justo en el lugar donde termina la ciudad y
empieza el campo.
TOMÁS: Podrías armar una lista de 5 cosas que robaste. Qué cosa, de
quién y si te acordás cuándo fue.
PABLO: No había entendido la pregunta el otro día que la leí por primera
vez y ahora más calmo me hizo reír porque efectivamente se me
vinieron varios de esos mitos a la cabeza. Porque no solo son mitos o
cómo queramos llamarlos, sino también frases hechas que uno necesita
decirse o decírselas a alguien cada tanto para pensarse en el buen
camino. Hay que asumir riesgos, hay que sumar algo nuevo a lo ya
hecho por otros, nunca te olvides de dónde venís, hay que ser
disciplinado nunca soltar el ritmo, hay que saber cuándo parar, hay que
conocer lo que ya hiciste, no hay que hacer obra sino tenés nada para
decir, hay que escribir sobre lo que uno hace y sobre lo que hacen los
otros, tus mejores momentos como artista son tus mejores momentos
como espectador, hay que contradecirse de vez en cuando, lo que uno
hace tiene que estar a favor de algo, pero también en contra de algo, hay
que expandir el perímetro de lo que conocés, desarrollar las cosas hasta
lo último y después rechazarlas o aceptarlas, nunca perder la
sensibilidad, si perdés la paciencia es que no queres hacer esa obra, hay
que poder decirle a los otros lo que realmente pensás porque eso es lo
que querés que hagan con vos. Igual existen personas que nunca dirían
esto y sí todo lo contrario: no hay que tener demasiada información, no
hay que ir a las muestras que sabés que no te van a gustar, no hay que
tener exigencias premeditadas, no quiero que me critiquen el día de mi
inauguración.
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TOMÁS: ¿De qué podrías decir que fuiste testigo en esta vida?
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PABLO: Estuve en las marchas del 2001 que eran como una toma de
colegio, pero en la ciudad, durante varios días, o eran semanas. Fue
bastante anárquico. Fui a la cancha en el regreso de Maradona en el 95,
también en el piquito con Caniggia, estaba al lado, socio norte, Boca-
Palmeiras, el entierro de Néstor y el Boca-San Miguel de Tucumán. Fui
testigo del paso de una familia de clase trabajadora a una de clase media
con dos hijos formados. La última película de Favio que la vi en el
Gaumont en el estreno, lloramos. El nacimiento de Romana. Estuve 5 días
en el viaje en velero por el Paraná con Lucrecia Martel como capitana
donde se supone se le ocurrió Zama, inolvidable. Creo que a este tipo de
cosas se refiere la pregunta. Estuve cerca de personas hermosas en su
juventud donde uno acierta y se equivoca, pero deja todo. Tuve unos días
de Belleza y Felicidad: el primer Actividad de Uso lo presentamos ahí y
también hicimos una muestra con Leandro. También estaba en São Paulo
cuando ganó las elecciones Dilma y cuando le hicieron el impeachment o
golpe y donde empezó realmente la debacle. 3 carnavales completos en
Rio y una Festa do Bonfim en Bahía.
PABLO: Estoy diciendo mucho que tal cosa o tal otra es muy Ghost Dog o
samurái... ¿qué acciones te parecen sabias del ser artista en Argentina hoy?
TOMÁS: ¿Qué te interesa más, una buena idea mal ejecutada o una mala
idea muy bien hecha?
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PABLO: Una buena idea mal hecha o una mal ejecutada. Ya no pienso
mucho en ideas, intuyo que estoy en un momento donde me gusta ver
máquinas o a los artistas como un tren con estaciones. Ya no puedo ver
obras aisladas, separadas de máquinas. O cada vez menos. Disfruto
mucho cuando un artista sale de su propia trampa o cuando sale bien
parado de la repetición. Y en ese sentido no hay bien ejecutado, mal
ejecutado, ideas buenas o malas. Cada obra debería marcar un camino
donde las cosas pierden referencias prestablecidas. ¿Vero Madanes pinta
mal? ¿Y las malas ideas mal ejecutadas? Todos los artistas que me
gustan rompen ese estado malo-bueno. Hay que salir de ese maleficio
externo. Para esa combinación creo que el tiempo nunca ayuda tampoco
y esas obras envejecen, ni mal ni bien, pero envejecen, las ves
craqueladas. Creo que la sensibilidad y el presente hablan otro lenguaje.
Recién, hoy domingo, fui a ver una pieza al Teatro Oficina sobre Orixás.
Pensé un poco sobre lo que había escrito antes y pensé si durante todo el
año no había hecho alusiones a la pregunta que me hiciste pero en otra
dirección. Valorando ideas y ejecuciones. Y me gustaría aclarar
algo. Claro que si vos querés llevar algo que estás haciendo en una
dirección y no lo conseguís el espectador se frustra o queda a mitad de
camino, lo que quería decir entonces era más bien que eso tiene una
lógica sensitiva interna a cada artista y que si lo analizamos en detalle y
hacia fuera lo que salga de ahí puede convertirse en un canon del buen o
mal gusto, que no creo que conduzca a nada muy interesante. ¿Leonardo
Favio ejecutaba bien ideas atemporales? Alejandro Puente creo decía una
cosa también que recién ahora escribiendo esto me acuerdo: si no tenés
nada para decir, no digas nada. Favio tenía muchas cosas para decir. Pero
no mucha gente tiene cosas para decir todo el tiempo y ahí es donde la
rutina del ser artista más pega. El tiempo no pasa para eso, no queremos
pactar el dejar de hacer obra y eso es raro. Entre el vicio, un modo de vida
y la incapacidad de asumir un presente dinámico.
TOMÁS: ¿Siempre fuiste valiente? Sé que estás con muchas cosas, por
mostrar. ¿Cómo haces para mantener la cabeza clara y el cuerpo sano en
estos momentos? ¿Cómo lo equilibrás con tus deseos? Es una pregunta
con varias preguntas livianas.
PABLO: Paramos una semana porque nos dimos unos días para escribir
sobre Leandro. Pasaron cosas. También fui a Burzaco a ver a mi tío.
Tengo 4 tíos de parte de mi mamá, todos de Entre Ríos, de Basavilbaso.
Un pueblo chico, cerca de Rosario del Tala. Mi primo Andrés está
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enterrado ahí. Tocaba la guitarra y con él descubrí que me gustaba
dibujar, murió andando en bicicleta cuando yo tenía 15. Me acuerdo que
llamaron a mi casa de La Boca y de verme de repente tirado en el
comedor llorando. Fui a Burzaco porque mi tío Gerardo, que es, diría, mi
tío favorito, aunque también podría decir lo mismo de los otros, está
bastante complicado con un cáncer. Lo escribo así lento porque es como
pasa esta info de mi cerebro a los dedos. Fuimos el lunes feriado, con mis
viejos y mi hermana. Mi tío vive en una casa con calle de tierra. Ahora vive
con mi prima y su marido y sus hijas que lo cuidan. Hay un terreno que te
lleva al fondo que bordea la casa. A esa casa íbamos a pasar Año Nuevo o
sea que la conozco bastante. Siempre se armaba baile porque mi familia
de Entre Ríos es muy jodona. Todo el tiempo riéndose, abrazándose,
abriendo un vino, poniendo un chamamé o bailando cumbia como si fuera
un chamamé. El terreno que bordea la casa y que se usa para estacionar
los autos lleva a un quincho de fondo donde está la parrilla. Nos abrió mi
prima la reja, que ahora tiene un candado, pero que antes nunca vi
cerrada. Siempre hay focos de fuego (me encanta esta expresión) en la
calle de tierra para quemar basura y quién sabe ahuyentar a los
mosquitos. Estacionada antes de llegar al quincho hay una camioneta
Ford del año 74 con la caja de madera que mi tío usaba para ir al Mercado
Central y traer mercadería para su verdulería. Está abandonada, se queda
sin batería rápido dice el novio de mi prima que se llama Jaime y que es
un ser de luz. Él y mi tío laburan juntos hace varios años en una
micropyme de corte de hierro en un baldío ahí a la vuelta, un lugar lleno
de retazos con un guinche que se mueve de acá para allá. Entrando por la
parte de atrás de la casa, la que da al quincho, pasás por una cocinita
pegada a un living de distribución. En el living de luz baja hay una hoguera
que lleva colgado un reloj dorado que imita los relojes de pulsera, pero
este es de pared y más grande, hay muebles de fórmica y unos estantes
hechos de tronco con forma de numeral, bastante bizarros, que sostienen
bebidas: Amargo Obrero, ron cubano, un vodka. Del living salen tres
habitaciones y un baño. La casa está casi a oscuras y en silencio y es
fresca. Mi prima, Aldana, que es otro ser de luz, nos dice que pasemos al
cuarto de mi tío, que está despierto, que no hay problema, que solo está
acostado. Había ido a visitarlo unos meses antes, creo que en agosto, ya
estaba mal, pero no tanto. Me senté en la cama al lado de él y me dice:
¿qué hacés hermano? Le costaba hablar, pero el tono de voz era el mismo,
siempre optimista, alegre, juguetón. Las piernas dobladas y la espalda
sobre dos almohadas hechas un bollo. Hablamos un rato, prendimos la
tele, mi mamá asimilaba por dentro, hasta que en un momento sentí que me
iba a poner a llorar entonces me levanté y me fui despacio, salí al patio,
Jaime me hizo un comentario, pero seguí de largo hasta la reja de la
entrada. Me acordé de mi abuelo, el papá de mi mamá, que también había
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tenido el mismo cáncer, una situación muy similar, muebles de fórmica, una
cama, una tele, luz baja, pero en La Boca y con mi abuela cuidándolo. Me
acordé porque me di cuenta que eran bastante parecidos físicamente, a mi
mamá también, aunque mi mamá tiene los rasgos indígenas más marcados,
algo en las orejas, el color de los ojos o en los cachetes entre suaves y
chupados. Cuando volví seguían todos charlando en la cama, mi tío hacía
chistes, nunca perdió el humor, al menos mientras nosotros estábamos ahí,
me preguntó cómo andaban Valentina y Romana, cómo andaba el trabajo.
Entrábamos y salíamos del cuarto, hablábamos un rato con él y cuando
salíamos jugábamos con las hijas de mi prima o charlábamos de cualquier
cosa: sobre un árbol que había plantado el vecino y que estaba echando
raíces muy grandes, sobre si la nube negra iba a ser pasajera o se iba a
quedar un rato en Burzaco. Tal vez esto responda algo sobre mi valentía,
puedo estar en el ojo de la tormenta, me animo a las cosas, pero también
lloro o me paralizo, podría decir que soy valiente al principio y bastante tibio
en el medio. Iba a la tribuna de Boca, pero sufría el partido. En el mundo
laboral me pasa lo mismo, tengo pánicos, sigo teniéndolos, me cuesta
hablar en vivo. Siempre fui así, me entrenaba para ser titular los sábados y
cuando me decían que iba a jugar me temblaba todo el cuerpo. Hace poco
mi amiga Marina de São Paulo me dijo que para perder los miedos hay que
estar más cansado físicamente, o sea si vas a viajar en avión tenés que salir
a entrenar antes, lo mismo si tenés que dar una charla. Llegar cansado, sin
exceso de energía, para solo tenerla para lo que la tenés que tener. En
Londres me iba a nadar cuando extrañaba a esa pileta olímpica, por
ejemplo. Nadaba y salía sedado, con otro tipo de objetivo cumplido en la
cabeza, nadar 1800 metros, correr 60 minutos, correr el eje. De ahí tal vez
algo de la teoría del intermedio. Si no hacés nada con el cuerpo, el alcohol
no fluye, si solo pensás en tu obra todo el día muy probablemente no estás
pensando lo importante para los otros o el afuera de lo que hacés y eso a la
larga se ve y es un bajón, y ya a nadie le importa. En relación con los deseos,
creo que son a ciegas, un poco pensar que lo que hacés va a mover algo,
generar una puerta nueva o algo para pensar las cosas de otro modo.
Porque si estirás un poco el perímetro de las posibilidades del qué hacer
con todo esto, ya es un montón, ¿no? Eso estaba más fuerte en mi cabeza
antes, ahora tal vez menos, pero sigue estando. En Actividad de Uso por
ejemplo. Y si bien ahora estoy más en un momento de intentar disfrutar más
(si se quiere), creo que siempre tiene que estar ese deseo de expandir más,
de darle más espacio a uno y a los otros.
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