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Cerro del Villar, de enclave comercial

a periferia urbana: dinámicas coloniales


en la bahía de Málaga entre
los siglos VIII y VI a.C.

ANA DELGADO HERVÁS


Universitat Pompeu Fabra

Introducción donde, como señala Bhabha, esta percepción


bipolar se difumina y donde las relaciones de
Tradicionalmente los estudios sobre contactos poder y de autoridad que entraña el colonialis-
entre poblaciones locales del Occidente medite- mo toman cuerpo en la vida diaria. Este es el
rráneo y colonos y mercaderes fenicios se han caso de las colonias.
detenido principalmente en las repercusiones Nuestra participación en este debate se cen-
que estas relaciones tuvieron para las comuni- trará en uno de estos escenarios, en una de las 69
dades nativas. Estos estudios han analizado colonias fenicias arcaicas del sur de la península
principalmente cómo estos encuentros transfor- Ibérica, la del Cerro del Villar. El análisis de la
maron económica, social o culturalmente las evidencia arqueológica de este enclave colonial
poblaciones locales; han narrado lo que algunos nos permitirá mostrar cómo comunidades nati-
antropólogos han denominado «las historias vas y gentes de origen local incidieron de for-
del nativo que cambia» (Pels, 1997: 166) y han mas múltiples en la construcción y en la confi-
convertido así los efectos de estos contactos en guración de la propia sociedad colonial a lo
unidireccionales. largo de toda su dinámica histórica.
El pensamiento postcolonial ha llamado la
atención sobre este punto, que es central en el
«discurso colonial» occidental, ya que a partir El Cerro del Villar en el contexto de la
de esta percepción se construyen narrativas que expansión colonial fenicia en Occidente
enfatizan el inmovilismo de las comunidades
nativas frente a la dinámica de las coloniales A lo largo del siglo VIII a.C. –en cronología
(Said, 1978). Los críticos postcoloniales han convencional no calibrada–, en la costa medite-
subvertido este pensamiento cuestionando el rránea del sur de la península Ibérica se estable-
binomio colonizador-colonizado por su extre- cieron pequeños núcleos de poblaciones orien-
ma simplicidad (principalmente Bhabha, 1994; tales, creando barrios en centros indígenas del
véase, para contextos fenicios, Van Dommelen, litoral o, preferentemente, erigiendo asenta-
1998; 2006) y por su esencialismo, que oculta la mientos creados ex novo. Entre la bahía de Alge-
fragmentación y la heterogeneidad tanto de las ciras y la desembocadura del río Segura se fun-
comunidades coloniales como de las coloniza- daron cerca de una decena de enclaves, donde
das (Spivak, 1999). En su crítica, el pensamiento residían de forma permanente comunidades
postcolonial ha reivindicado el estudio de lo que consideradas fenicias. Todos estos asentamien-
se denominan las «áreas de frontera», de aque- tos disponían de excelentes condiciones portua-
llos escenarios físicos donde las relaciones de rias y, en muchos casos, de buenas conexiones
contacto tienen lugar, de los espacios liminales fluviales y terrestres con el interior del territorio.

GARCIA I RUBERT, D.; MORENO MARTÍNEZ, I.; GRACIA ALONSO, F. (coords.) (2008). Contactes. Indígenes i fenicis a la Medi-
terrània occidental entre els segles VIII i VI ane. Ajuntament d’Alcanar / Signes disseny i comuncació.
CERRO DEL VILLAR, DE ENCLAVE COMERCIAL A PERIFERIA URBANA

Figura 1. El valle del Peña de los


Enamorados

Guadalhorce y la bahía de Bobadilla

Estela de guerrero
Málaga ca. 900-700 a.C. de Almargen
Fuente de la
República

Castillejos de Teba Playa Guadalhorce


H. de Peñarrubia Cortijo de los Cabritos
Vado Real Castellón de Gobantes

Lomas del Parque Ardales


Infierno Castillón de Almogía
Cerro Cabrero
Peña Ardales
Calvario
Cerrajón

Acinipo
Cerro Salinas

Ronda

San Pablo
Loma de Cuenca

Llano de la Virgen
Cerro del Villar

Cerro de la Era

1000
700
400
200
100
0
Arroyo Vaquero
0 5 10 20 Km
Alcorrín

70
Estas comunidades, independientemente de de Huelva (González de Canales et al., 2004), se
que integraran gentes de orígenes y ascenden- inicia al menos a finales del siglo IX a.C. –o entre
cias diversas, como posteriormente veremos, el 930 y el 830 a.C., como claramente indican
construyeron una identidad propia que las dife- las dataciones radiocarbónicas calibradas (Nij-
renciaba de las comunidades nativas y que se boer y Van der Plicht, 2006)–, los mercaderes
expresaba a través de la lengua, la tecnología, fenicios decidieron consolidar este mercado
los rituales y la cultura material; una identidad atlántico y ampliar sus negocios a nuevos terri-
que las unía con su tierra de origen, así como torios. Con estos propósitos construyeron toda
con otros grupos de la red fenicia que se exten- una serie de bases fijas y permanentes en el lito-
día por distintos territorios atlánticos y medite- ral mediterráneo del sur de Iberia, que facilita-
rráneos. Estas características que acabamos de ron la navegación, estimularon la creación de
exponer definen a las denominadas diásporas nuevos mercados en otros territorios occidenta-
comerciales, un término más adecuado para re- les, ampliaron la demanda en los ya existentes y
ferirse a los momentos más tempranos del co- permitieron incrementar los márgenes de bene-
mercio fenicio en Occidente que el de expan- ficio en estos mercadeos, reduciendo costes de
sión colonial, como ya señalara en su día M. E. transporte y de producción gracias a la elabora-
Aubet (1994), siguiendo a Curtin (1984). ción en estos barrios o enclaves coloniales de
La fundación de estos asentamientos en el si- gran parte de los bienes utilizados en los inter-
glo VIII a.C. –o a finales del siglo IX a.C., tal y cambios.
como sugiere el radiocarbono (véase, entre El enclave fenicio del Cerro del Villar, situado
otros, Aubet, 1994: 317 y ss.; Torres Ortiz, en el extremo occidental de la bahía de Málaga,
1998; Docter et al., 2005)– parece obedecer a fue una de las piezas clave en este cambio de
un cambio en la estrategia comercial fenicia en rumbo de las estrategias comerciales fenicias en
los territorios del Extremo Occidente. Después el Extremo Occidente. Fundado, a juzgar por las
de varias décadas de un comercio continuado evidencias arqueológicas documentadas hasta
con las comunidades atlánticas del sur de Iberia, ahora, en la segunda mitad del siglo VIII a.C.
que, como demuestran los recientes hallazgos (Aubet, 1999b: 87; Aubet, 1999a: 48), el Cerro
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del Villar adquirió ya durante sus primeras déca- Los significados simbólicos que tendrían estos
das de existencia una destacada importancia paisajes para las comunidades locales favorecie-
como enclave portuario y mercantil. ron posiblemente la elección de este espacio
para crear un lugar de mercado, pero a ellos de-
bemos añadir otras consideraciones de carácter
El Cerro del Villar: un lugar de mercado claramente estratégico. Como ha señalado Au-
e intercambio interregional bet en múltiples ocasiones (Aubet, 1993;
1995a; 2000), la desembocadura del Guadal-
El lugar elegido para levantar este centro, una horce ofrecía en el siglo VIII a.C. unas condicio-
pequeña isla fluvial en la desembocadura del río nes portuarias idóneas y, al mismo tiempo,
Guadalhorce (fig. 1), responde claramente a es- constituía un punto de conexión entre las rutas
tos propósitos comerciales. Quienes lo funda- marítimas y los territorios interiores, que podían
ron buscaron un lugar que facilitara, por un alcanzarse con pequeñas barcas navegando río
lado, la navegación, y, por otro, la articulación y arriba unos 25 km hasta la actual localidad de
la expansión de los intercambios efectuados por Cártama (Spaar, 1983: 164 y 167; García Alfon-
comunidades fenicias en los ámbitos atlántico- so, 2007) y desde allí tomando caminos que
mediterráneos. conducían, a través de distintos pasos, a las co-
El entorno de humedales y de lagunas que munidades locales asentadas en el medio y alto
rodeaba al asentamiento (Carmona, 1999; Mi- Guadalhorce, en la Vega de Granada y en las
llán et al., 1999) no resulta el más adecuado campiñas cordobesa y sevillana.
para el desarrollo de prácticas agrícolas de alto Probablemente el enclave del Cerro del Villar
rendimiento, como así lo demuestran los esca- actuó desde sus inicios como un lugar de inter-
sos indicios de cultivo en el territorio inmedia- cambio (Aubet, 1997) al que se dirigían gentes 71
to a lo largo de toda la vida del asentamiento y y bienes originarios de una multitud de peque-
que se observan a través de los análisis polí- ñas comunidades asentadas en este amplísimo
nicos y carpológicos efectuados hasta ahora territorio. Pero el objetivo de quienes allí se esta-
(Català, 1999; Burjachs y Ros, 1999; Aubet y blecieron no fue simplemente el de canalizar
Delgado, 2003). Pero debe destacarse, sin em- hacia este enclave productos e intercambios de
bargo, que humedales y marismas pudieron las comunidades que ocupaban el entorno in-
constituir espacios idóneos para la creación de mediato, sino que su punto de mira era mucho
lugares de mercado en estos ámbitos occiden- más amplio. Eso es lo que indica, en primer lu-
tales debido a los significados simbólicos que gar, el patrón de asentamiento de la población
tenían estos paisajes para las comunidades oc- nativa; en segundo lugar, la distribución de las
cidentales, ya que desde tiempos ancestrales primeras importaciones fenicias en la cuenca
habían sido escenarios de determinadas prácti- del Guadalhorce y, en tercer lugar, algunas de
cas sociales y rituales. En el mundo atlántico, las vasijas modeladas a mano que se registran
desde tiempos neolíticos (Bradley, 1990; 2000: en el asentamiento.
51-60), y entre las comunidades de Andalucía La cuenca del Bajo Guadalhorce en los mo-
occidental, al menos desde el bronce final mentos en los que se establecen los fenicios
(Ruiz Gálvez, 1995: 130 y ss.), islas, ríos, panta- en su desembocadura tiene una escasísima ocu-
nos, marismas y humedales son paisajes vincu- pación (fig. 1). Pequeños poblados costeros,
lados simbólicamente a espacios de frontera, como el Cerro de la Era (Suárez Padilla y Cisne-
de liminalidad, lugares de conexión entre dis- ros, 1999), cerca de la localidad de Benalmáde-
tintos «mundos», espacios sacralizados y so- na, lo preceden y otros, como San Pablo, en la
cialmente neutrales y, tradicionalmente, esce- desembocadura del Guadalmedina, se crean
narios físicos de encuentros y de intercambios poco tiempo después de la llegada fenicia a este
entre gentes originarias de «mundos» diversos, tramo del litoral mediterráneo (Fernández Ro-
como demuestra la presencia significativa en dríguez et al., 1997). En las tierras interiores del
estos contextos de depósitos y de ofrendas a las valle, en áreas preferentemente de montaña,
aguas. tan solo algunas pequeñas comunidades dispo-
CERRO DEL VILLAR, DE ENCLAVE COMERCIAL A PERIFERIA URBANA

nen de asentamientos permanentes, como el vajillas, como los soportes de carrete o las copas
Llano de la Virgen, en Coín (Fernández et al., y cuencos de cerámica fina esmeradamente
1989-1990; 1991-1992; Suárez Padilla, 1992), bruñidos o decorados con pintura o motivos
o el Cerro del Cabrero, en Almogía (Fernández bruñidos (Aguayo et al., 1991: 562; Recio Ruiz,
Rodríguez et al., 1995; Recio, 1993-1994; Recio 1997: 458) y que debieron ser utilizados en
et al., 1986-1987). Estas comunidades conviven banquetes u otras celebraciones sociales (Del-
con otras poblaciones que parecen seguir pau- gado 2000; 2002).
tas de movilidad territorial actualmente poco Estas comunidades del Alto Guadalhorce y de
conocidas. Este, probablemente, sea el caso de la Depresión de Ronda son las primeras recepto-
asentamientos donde se detectan cortas ocupa- ras de los productos procedentes del comercio
ciones durante el bronce final, como el Casti- fenicio en las áreas malagueñas. En los momen-
llón, en Almogía (Rodríguez Vinceiro y Fernán- tos más antiguos se interesan principalmente en
dez Rodríguez, 1997). Todos los núcleos la adquisición de vajillas de engobe rojo, como
conocidos hasta hoy son asentamientos de re- platos y jarras, nuevos productos que integran
ducidas dimensiones que combinan la práctica en antiguas prácticas sociales de comensalidad.
de actividades agropecuarias con la minería y la A diferencia de estas gentes, las comunidades
metalurgia del cobre a pequeña escala. de la cuenca del Bajo Guadalhorce, con la ex-
Tierra adentro, a más de 70 km de distancia cepción de los poblados litorales de San Pablo y
del Cerro del Villar, ya en el medio y alto Gua- el Cerro de la Era, muestran poco interés por los
dalhorce, se encuentran pequeñas aldeas y po- productos fenicios y tienen una baja implicación
blados de cierta envergadura concentrados en en el comercio con el enclave fenicio del Cerro
torno a tres áreas: la Depresión de Antequera del Villar, al menos, como después veremos,
72 (Fernández Rodríguez, 2005; Fernández Rodrí- hasta la segunda mitad del siglo VII a.C., a juzgar
guez et al., 1995; Suárez Padilla, 1992), las por el nulo o escaso número de importaciones
cuencas del Guadalteba y del Turón, dos afluen- que encontramos en estos poblados del Bajo
tes del Guadalhorce (García Alfonso, 2007; Gar- Guadalhorce hasta esos momentos.
cía Alfonso et al., 1995; Martín et al., 1991- Sin embargo, la evidencia obtenida en las ex-
1992), y la Depresión de Ronda (Aguayo et al., cavaciones en el Cerro del Villar sugiere que los
1991; Carrilero y Aguayo, 1996). Estas tierras contactos de la colonia con gentes procedentes
interiores son espacios de frontera, cuyas comu- de comunidades del área malagueña fueron in-
nidades han actuado históricamente como bisa- tensos y fluidos desde los momentos iniciales
gras en las relaciones entre la costa mediterrá- (Delgado, 2005; Delgado y Ferrer, 2007). Eso es
nea y las campiñas andaluzas (García Alfonso, lo que indica el número y distribución de las ce-
2007; Aubet, 1995a; Aubet y Delgado, 2003). rámicas modeladas a mano que están presentes
Antes de la llegada fenicia, individuos resi- prácticamente en todos los contextos datados
dentes en estos asentamientos estaban integra- en los siglos VIII y VII a.C. excavados hasta el mo-
dos en redes sociales en las que participaban mento en el asentamiento fenicio. La mayoría
gentes de las campiñas cordobesa y sevillana y, de esas vasijas son morfológicamente similares a
en menor medida, de áreas de la Alta Andalucía. formas que podemos encontrar en asentamien-
El molde para la fabricación de espadas hallado tos tanto del litoral como del interior de la cuen-
en Ronda (Del Amo, 1983) o la estela de guerre- ca del Guadalhorce y, en cuanto a su composi-
ro y la espada de lengua de carpa localizada en ción mineralógica, en la mayoría de los casos
Almargen (Villaseca, 1993), son buena prueba estudiados se corresponde con arenas erosiona-
de la importancia de estas conexiones, como das de áreas por las que transcurre el cauce de
también lo son buena parte de las vajillas cerá- este río. De hecho, muchas de ellas pudieron
micas utilizadas por estas poblaciones, que dis- haber sido elaboradas en el propio asentamien-
ponen de estilos similares a los de las tierras del to por individuos de origen o ascendencia local:
Guadalquivir o el Sudeste (García Alfonso, su patrón mineralógico no difiere excesivamen-
2007). Entre estos vasos destacan, por su singu- te del de las cerámicas elaboradas a torno. Pare-
laridad y por su significado social, determinadas ce, pues, que muchas de las vasijas a mano no
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llegaron como producto de relaciones de inter- variabilidad se deriva de la composición minera-


cambio con comunidades locales, sino que ex- lógica de las muestras analizadas mediante lá-
presan otras formas de contacto con estas po- minas delgadas y difracción de rayos X. La cerá-
blaciones: la convivencia entre fenicios y gentes mica a mano sugiere, por tanto, que las
locales o de ascendencia local a lo largo de toda conexiones y las relaciones de intercambio en
la vida del asentamiento. Esta convivencia fue las que participaba este enclave durante los si-
probablemente una de las claves del éxito de glos VIII y VII a.C. no se limitaban al territorio in-
esta colonia. Hombres y mujeres nativos resi- mediato (Delgado, 2005).
dentes en este enclave aportaron a los colonos La distribución de las primeras importaciones
una información totalmente crucial sobre recur- fenicias en la cuenca del Guadalhorce y otros te-
sos, caminos y rutas del territorio próximo, pero rritorios próximos y la procedencia de algunos
sobre todo aliados y parientes con los que pac- de los recipientes cerámicos a mano localizados
tar, negociar y comerciar. en el enclave fenicio indican que el Cerro del Vi-
Los análisis mineralógicos nos indican que llar participó en una compleja red de contactos
otras cerámicas a mano, sin embargo, sí llega- e intercambios que vinculaba distintos ámbitos
ron a través de relaciones de intercambio. Entre atlánticos y mediterráneos peninsulares a través
estas cerámicas encontramos algunos recipien- de conexiones marítimas y terrestres desde mo-
tes que difieren morfológicamente de los pro- mentos muy tempranos. Asimismo, el Cerro del
ducidos por las comunidades locales vecinas, Villar actuó como nexo de unión de gran parte
pero que se relacionan con formas propias de de estos territorios con otros ámbitos del Medi-
otros territorios locales occidentales. Esa misma terráneo central y occidental. A este enclave lle-
garon durante los siglos VIII y VII a.C., aunque en
cantidades siempre muy reducidas, mercancías 73
procedentes de otros ámbitos fenicios, como al-
Rí gunas ánforas y otros vasos cerámicos orientales
o
Gu
Sector 9 ad y del Mediterráneo central, y, en menor medi-
alh da, productos egeos (Cabrera Bonet, 1994).
or
c e

La evidencia arqueológica: instalaciones


mercantiles y barrios residenciales

Sector 8
Las excavaciones realizadas en el Cerro del Villar
han permitido poner al descubierto un conjun-
to de infraestructuras portuarias, mercantiles,
artesanales y residenciales, que definen a este
Corte 1 enclave como uno de los principales centros de
mercado de la región (fig. 2).
Sector 2
Los trabajos realizados en el yacimiento en los
Sector 3/4
Sector 6 últimos años han estado condicionados por las
obras de adecuación del curso bajo del río Gua-
Corte 5
dalhorce. Estas obras exigieron delimitar duran-
te las campañas de 1995 y 1998 el perímetro
oriental de la antigua isla del Villar, afectado por
esta construcción de gran envergadura. Estos
trabajos sacaron a la luz una plataforma que
0 10 20 30 40 50 m.
bordeaba toda la orilla oriental de la isla, cons-
truida con guijarros de río y trozos de cerámicas
Figura 2. Planta del asentamiento del Cerro del Villar, dispuestos en horizontal sobre un suelo arcillo-
indicando las zonas excavadas. so, muy similar a la documentada en el Manga-
CERRO DEL VILLAR, DE ENCLAVE COMERCIAL A PERIFERIA URBANA

Edificio 5
Edificio 2

Edificio 6

0 2m

Figura 3. Planta de los sectores 2 y 6 del Cerro del Villar.

neto, el área portuaria de Toscanos (Arteaga y puerta de grandes dimensiones orientada hacia
Schulz 1997: 117). En el sudeste de la isla esta el embarcadero, lo mismo que otras viviendas
plataforma formaba un entrante o pequeña en- excavadas en el sector sudoriental de la antigua
74 senada. En una isla fluvial, como la del Villar, isla, datadas también en el siglo VII a.C. En esta
esta estructura favoreció la estabilidad de sus área, donde se concentra uno de los principales
orillas, así como el drenaje y la circulación del sectores residenciales del asentamiento, se han
agua, facilitando el tránsito de personas y mer- excavado tres viviendas organizadas en terra-
cancías por estas zonas. zas, y separadas por calles y patios exteriores
Distintos edificios tenían acceso directo a esta (Aubet, 1991; Delgado et al., e.p.) (figs. 3 y 4).
orilla habilitada como embarcadero. El edificio Son construcciones muy próximas al río y situa-
8, una importante construcción datada en la das en cotas muy bajas –su base descansa sobre
primera mitad del siglo VII y situada en plena una altura de poco más de un metro sobre el ni-
área comercial (Aubet, 1997), disponía de una vel del mar. Para hacer frente a crecidas e inun-

Figura 4. Vista general


de los sectores 2 y 6.
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daciones y para aislar los suelos de estas vivien-


das de la humedad utilizaron sistemas arquitec-
tónicos con una larga tradición en Oriente (Mo-
list, 1991: 142), conocidos también en otros
ámbitos fenicios occidentales con problemáti-
cas similares (Osuna et al., 2000, p. 179). Cons-
truyeron altos zócalos de piedra de más de un
metro de altura y rellenaron estos espacios inte-
riores alternando gruesas capas de arcilla con
delgadas capas de arena, subiendo el suelo de
las habitaciones cerca de 1 metro en relación a
la base del edificio (fig. 5). El nivel de las calles
también se elevó utilizando sistemas de conten-
ción y de aterrazamiento y construyendo esca-
leras que permitían el acceso a las áreas más ba-
jas (figs. 6 y 7).
Las viviendas excavadas que corresponden al
siglo VII a.C. se extienden por una amplia zona
del yacimiento (fig. 2). Se han localizado áreas
domésticas datadas en esta fase en el área cen-
tral y en prácticamente toda la orilla oriental del
asentamiento, cubriendo una extensión consi-
derable, lo que sugiere que en el Cerro del Villar 75
Figura 6. Sistema de aterrazamiento al sur de las casas
se estableció de forma permanente una co- 5 y 2.
munidad de colonos relativamente grande ya
desde la centuria anterior. Se han detectado vi-
viendas del siglo VIII a.C., en el área más septen- dad social entre las diversas unidades domésti-
trional del yacimiento, una zona que después cas del Cerro del Villar parece apreciarse a través
parece abandonarse como núcleo residencial; del tamaño y de la forma de las casas, de su dis-
en el área central (Aubet, 1999b) y en la orilla tribución interna, de su distinta calidad cons-
sudoriental de la isla. tructiva, de los ajuares y restos de mobiliario
Las áreas domésticas del Cerro del Villar ilus- localizados en cada una de ellas, y de las dife-
tran un panorama socialmente complejo. En rencias que se derivan de prácticas de consumo
este enclave residía una comunidad con una im- y posiblemente de dietas diferenciales, como
portante diversidad social y étnica. La diversi- sugiere la disparidad de desechos alimenticios
asociados a áreas de viviendas, y en especial, de
los restos faunísticos que han sido analizados
por M. Montero y M. Saña.
La vivienda que mejor conocemos es la deno-
minada casa 2, una vivienda situada en el sudes-
te del yacimiento, junto a la orilla oriental del río
(figs. 3 y 4). Se trata de un edificio de dimensio-
nes bastante modestas en comparación con
otras viviendas excavadas en el asentamiento.
Esta casa disponía de una pequeña estancia, a la
que se accedía desde el exterior. Esta habitación
fue el centro de las actividades rituales de este
espacio doméstico. En ella se localizaron mate-
riales con un claro significado simbólico y con
Figura 5. Alzado de los muros de piedra del edificio 2. un reconocido uso en prácticas rituales. Entre
CERRO DEL VILLAR, DE ENCLAVE COMERCIAL A PERIFERIA URBANA

Figura 7. Sistema de
aterrazamiento y escaleras
de la casa 2.

estos materiales destacan un huevo de avestruz Platos de engobe rojo y algún cuenco elabo-
con ocre en el interior y tres lucernas dispuestas rado a mano forman la vajilla cerámica encon-
en torno a la sala en forma de U. trada en esta estancia. Buena parte de los ins-
La mayoría de las habitaciones de la vivienda trumentos relacionados con la preparación y
se comunican, sin embargo, a través de un pa- cocción de los alimentos encontrados en la
76 tio interior que dispuso de una estructura porti- casa son ollas de cocina modeladas a mano
cada (fig. 8). En torno a este patio se distribuyen con formas y decoraciones propias de comuni-
pequeñas habitaciones, utilizadas como zonas dades locales. Parte de la vajilla y, especialmen-
de paso o para el almacenamiento, una cisterna te, la mayoría de los instrumentos de cocina lo-
para agua (fig. 9) y una sala principal dotada de calizados en este contexto cotidiano y que
un banco corrido de barro donde se registran, están asociadas a acciones rutinarias y no dis-
junto a algún resto de ánfora, productos asocia- cursivas –en referencia a la teoría de la práctica
dos al consumo de alimentos, principalmente de Bourdieu (1972)– expresan formas híbridas
vajilla cerámica (fig. 10). «de hacer las cosas» y sugieren, por tanto, que

Figura 8. Patio interior


de la casa 2.
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en esta casa podría haber residido un grupo cesos o fases (Delgado, 2005; Delgado y Ferrer,
doméstico de carácter interétnico (Delgado y 2007). Además, junto a hornos metalúrgicos,
Ferrer, e.p.). en el Cerro del Villar se han registrado vasos a
Esta vivienda disponía de un espacio dedica- mano de morfología nativa que fueron utiliza-
do al trabajo artesanal. La relación entre trabajo dos como crisoles y vasijas horno para la pro-
artesanal y espacios domésticos ya se había de- ducción de cobre a pequeña escala (Rovira,
tectado en otras áreas domésticas del Cerro del 2005). Estos instrumentos nos demuestran que
Villar (Aubet, 1997: 203) y en otros asentamien- gentes de origen o de ascendencia local colabo-
tos fenicios occidentales como Sa Caleta (Ra- raron en los procesos metalúrgicos aportando
mon, 1991). El espacio 6 del edificio 2 albergó sus propios conocimientos y su tecnología y
un taller metalúrgico en el que se beneficiaron que, como en los poblados y aldeas de las co-
plata y cobre. En él se han encontrado fragmen- munidades locales, también en estos contextos
tos de mineral, goterones y escorificaciones que coloniales existe una continuidad material en al-
están siendo analizadas en estos momentos por gunas de las prácticas tecnológicas que realiza-
M. Hunt para determinar su procedencia. ban estas personas o individuos que aprendie-
Las actividades artesanales y, en especial, las ron de ellos.
labores metalúrgicas, fueron una de las princi- En el vecino poblado de San Pablo, donde se
pales ocupaciones de los residentes del Cerro asentaba una de las comunidades locales de la
del Villar durante los siglos VIII y VII a.C. Junto al bahía de Málaga, también encontramos indi-
beneficio de plata, cabe destacar también la cios de la práctica de metalurgia del cobre. Al-
metalurgia del hierro y el trabajo del cobre. Los gunas de las evidencias encontradas sugieren
talleres siderúrgicos se remontan a la segunda que alguna o algunas personas de esta comuni-
mitad del siglo VIII a.C. y su funcionamiento du- 77
rante el siglo VII a.C. está documentado a través
de la fragua excavada en el sector central del
yacimiento, frente al edificio 8 (Aubet, 1997;
Rovira, 2005). En este taller siderúrgico se han
localizado mangos de marfil, de hueso y de cor-
namenta (Montero, inédito), lo que sugiere
que posiblemente aquí se elaboraron instru-
mentos de hierro, entre ellos cuchillos. Los cu-
chillos de hierro, además de ser un instrumento
de uso cotidiano en las colonias fenicias –se han
registrado dos ejemplares de cuchillos de hoja
curva en la sala principal de la casa 2–, fueron
uno de los elementos que más éxito tuvieron
en los intercambios con las comunidades del
sur de Iberia desde los momentos iniciales de la
presencia de mercaderes fenicios en estos ám-
bitos.
El taller de la casa 2 y la fragua del área 8 A se
asocian a viviendas o a lugares en los que convi-
ven actividades domésticas con trabajos meta-
lúrgicos. En esos dos casos la mayoría de los re-
cipientes y de los instrumentos que podemos
relacionar con la práctica de tareas de manteni-
miento, y, en especial, con la cocción de ali-
mentos, sugieren la participación de individuos
de origen o de ascendencia local en los trabajos
metalúrgicos, al menos, en algunos de sus pro- Figura 9. Cisterna de la casa 2.
CERRO DEL VILLAR, DE ENCLAVE COMERCIAL A PERIFERIA URBANA

Figura 10. Detalle del banco


corrido de adobe de la
habitación 1.

dad trabajaron en tareas metalúrgicas en algún vado un horno de doble cámara, muy similar a
enclave colonial fenicio –quizá el propio Cerro los hornos conocidos en el centro industrial fe-
del Villar– y que allí aprendieron nuevas técnicas nicio de Sarepta (Anderson 1987; 1989) o en
que posteriormente incorporaron a su forma de el enclave colonial de Mozia (Falsone, 1981).
fundir y trabajar el cobre. La presencia de tobe- Las cerámicas asociadas a este horno indican
78 ras en este asentamiento en unidades estratigrá- que en él se elaboraron tanto vajilla de mesa
ficas datadas en el siglo VIII a.C. (Fernández Ro- como grandes contenedores. A diferencia de
dríguez et al., 1997: 242) demuestra que la los talleres de producción de cerámicas del si-
transferencia de tecnologías fenicias de fundi- glo VI y V a.C. del sector 3/4 (Barceló et al.,
ción metalúrgica en estas áreas del litoral mala- 1995; Curià et al., 1999), en este caso no he-
gueño fue muy rápida, un proceso que solo mos excavado el área donde se acumulaban
puede entenderse en el marco de un largo los desechos de producción de este alfar, lo
aprendizaje conseguido gracias a la convivencia que nos impide determinar el peso relativo de
con maestros metalúrgicos. los grandes contenedores, y en especial de las
No debemos subestimar la importancia de la ánforas, en la producción cerámica de estos
colaboración local en estos trabajos. Quienes momentos. Sin embargo, estos recipientes de-
participaron en estas tareas de producción me- bieron constituir ya en los inicios del siglo VII a.C.
talúrgica en el asentamiento colonial, no solo una parte importante de la producción alfare-
aportaron fuerza de trabajo, sino que su impli- ra. En las áreas de vertido del siglo VII a.C. las
cación fue probablemente decisiva para acce- ánforas elaboradas en este centro constituyen
der a las mineralizaciones de cobre y de hierro la gran mayoría de los envases cerámicos allí
del territorio inmediato, unas mineralizaciones depositados (fig. 11).
muy escasas, de bajo rendimiento y explotadas Actualmente desconocemos lo que se envasó
con idénticas tecnologías a las conocidas antes y comercializó en esos grandes contenedores
de la llegada fenicia a estos territorios (Rodrí- producidos en el Cerro del Villar, a pesar de ha-
guez et al., 1996; Fernández Rodríguez et al., ber efectuado en varios de ellos análisis de con-
1995). tenidos, que en su mayoría nos han ofrecido re-
Los recipientes cerámicos son otro de los ele- sultados negativos. Una excepción son dos
mentos arqueológicamente más visibles de las recipientes anfóricos en los que se han encon-
manufacturas del Cerro del Villar. Este enclave trado restos de pescado (Aubet, 1997). Este ha-
fue, al menos desde los inicios del siglo VII a.C., llazgo sugiere que los recursos pesqueros po-
un centro productor de vasijas cerámicas. En el drían haber sido, ya desde los inicios del siglo VII
sector septentrional del yacimiento se ha exca- a.C., uno de los productos demandados por
CONTACTES. INDÍGENES I FENICIS A LA MEDITERRÀNIA OCCIDENTAL

Figura 11. Ánforas del área


de vertido del corte 2.

79

0 5 cm.

quienes se acercaron a comerciar al Cerro del En la periferia de Malaka


Villar.
Estas ánforas con restos de pescado se encon- Las actividades mercantiles, junto a los trabajos
traron en el interior de unas pequeñas tiendas artesanales y manufactureros, constituyeron el
situadas en el área central del yacimiento, en centro de la vida económica de los residentes de
una de las principales calles del asentamiento este enclave hasta finales del siglo VII a.C. A par-
(Aubet, 1997). Se trata de pequeñas estancias tir de ese momento, las actividades que se regis-
porticadas dedicadas a la práctica de un comer- tran en el Cerro del Villar experimentan un im-
cio minorista de productos como el pescado y, portante cambio. El área de mercado del
posiblemente también, el metal, como sugiere asentamiento interrumpe su funcionamiento,
el taller siderúrgico situado en su parte posterior las casas de la ribera oriental de la isla dejan de
(Aubet, 1997; Aubet, 2002, p. 30). Otro indicio ocuparse y en la plataforma portuaria del área
de la presencia de un área de mercado perma- oriental no hay indicios de actividad que pueda
nente en el Cerro del Villar, son las pesas de plo- datarse en el siglo VI a.C. En la ensenada excava-
mo encontradas en algunas de las estancias del da en el sector 2, no se vuelve a registrar activi-
edificio 8 y de la casa 2, usadas en Oriente en in- dad hasta época romana, momento en el que
tercambios comerciales para pesar pequeñas un potente estrato formado por limos y abun-
cantidades de oro y plata (Aubet, 2002). dantes envases cerámicos cubre la plataforma.
CERRO DEL VILLAR, DE ENCLAVE COMERCIAL A PERIFERIA URBANA

Peña de los
Enamorados
Menante
Las Aguilillas El Castillón Cjo. del Catalán

El Bujeo Castillo de Antequera


Camino del
Cerro Madriguera Casas de Cortijo Grande
Pedro Fraile
Río de la Venta
Cjo. Nina El Ejido Río Guadalteba
El Tendero
Cjo. de la Pileta Castillejos de Teba Cjo. de los Cabritos
C. Almendro Fuente Abad
Cueva de los Chivos
Q. del Moro Soterraña H.ta de Peñarrubia
Nacimiento
Castellón de Gobantes La Hoya
Camino de Ortegícar
Cerro Cabrero Aratispi
Raja del Boquerón
Morenito
Tajo de las Palomas Peñón de la Almona
Serrato
La Roca Peña Ardales Recodo Guadalmedina
Cjo. Chopo Cerrajón

Acinipo
Cerro Salinas
Cerro de las Torres
Cerro del Coto

Los Altabacales
Arroyo del Espejo
Cerro del Conde

Ronda

Cerro Fahala
Cerro Cabello
Castillo de C. Asperones
Cártama Malaka
Cerro del Aljibe Rebollo
El Tarajal
Loma del
Fuente del Sol Aeropuerto
Cerro del Villar

80 Cerro de la Era

Castillo de
Cerro Torrón
Río Real Fuengirola
Roza del Aguado

Río Verde

1000
Torreón 700
400
Los Castillejos 200
100
0

0 5 10 20 Km

Figura 12. El valle del Guadalhorce y la bahía de Málaga ca. 625-500 a.C.

A partir del siglo VI a.C. el Cerro del Villar se tamiento fenicio reorganiza su espacio habitado
convierte en un pequeño enclave industrial de- y se dota de una potente muralla (Recio 1990:
dicado principalmente a la producción de vasijas 61; Suárez Padilla et al., 2001: 118-119; Mayor-
cerámicas, en especial de ánforas, una actividad ga et al., 2005: 143; Chacón y Salvago, 2005),
que continúa hasta época púnica. El viejo asen- que expresa el nacimiento de una comunidad
tamiento colonial pierde su estatus de centro urbana (López Castro, 2002a: 82-83; 2003: 91;
mercantil y residencial en favor de otro enclave Aubet, 1995b). Esta potente fortificación será
fenicio de la bahía de Málaga, Malaka, fundada uno de los símbolos de las nuevas identidades
en el siglo VII a.C., si no antes, según los datos sociales que aparecen ahora en este espacio,
obtenidos en las últimas excavaciones realizadas una identidad de tipo cívico, y, al mismo tiem-
en el área en torno a la Catedral (Suárez Padilla po, visualizará la voluntad de las elites que en él
et al., 2001: 113; Mayorga et al., 2005: 142). residen de erigirse en el nuevo centro de poder
En la primera mitad del siglo VI, es decir, al del territorio que se extiende en torno a la bahía
mismo tiempo que el Cerro del Villar inicia su de Málaga. El nacimiento de este centro urbano
decadencia, se produce un importante creci- va de la mano de una importante transforma-
miento de Malaka. En ese momento, este asen- ción en el paisaje colonial.
CONTACTES. INDÍGENES I FENICIS A LA MEDITERRÀNIA OCCIDENTAL

A partir de la segunda mitad del siglo VII a.C. en consumidores de un importante número de
y a lo largo de todo el siglo VI a.C., en las tierras bienes que no se elaboran localmente. Ahora ya
próximas al incipiente delta del Guadalhorce y a no demandan exclusivamente productos de
la bahía de Málaga se fundan pequeños encla- lujo, consumidos ocasionalmente, sino princi-
ves de carácter agrícola o industrial –la Loma del palmente mercancías consumidas habitualmen-
Aeropuerto, Cortijo Cortrina, El Atabal, El Tara- te en prácticas de tipo cotidiano. Tanto los gru-
jal...– (fig. 12) (Recio Ruiz, 2002; Aubet y Delga- pos domésticos que viven en las pequeñas
do, 2003; García Alfonso, 2007; Martín Ruiz, aldeas rurales del interior, como los que residen
1999). Todos ellos son enclaves menores que, en los grandes poblados en alto, tanto los que
como el propio Cerro del Villar, parecen formar disponen de pequeñas cabañas ovales como los
parte del territorio del nuevo centro urbano de que ocupan grandes casas con arquitecturas
Malaka. En el tránsito de los siglos VII a VI a.C. complejas, consumen ahora habitualmente vaji-
asistimos, pues, al nacimiento de una auténtica llas de mesa torneadas y ánforas, muchas de
ciudad colonial que controla y gestiona directa- ellas con una morfología similar a las que se es-
mente un territorio propio relativamente exten- tán produciendo en esos momentos en los
so y que, además, participa activamente en el asentamientos fenicios de la costa, que posible-
comercio regional e interregional (López Cas- mente debieron de contener vino, aceite, pes-
tro, 2002b: 197 y ss.; Cisneros et al., 2000; Re- cado o carne (Delgado et al., 2000).
cio Ruiz, 1990). Esta «democratización» en el acceso a bienes
Los mismos cambios que se detectan en la foráneos que se percibe en la mayoría de las co-
bahía de Málaga se observan también en otras munidades locales del sur de Iberia, y que inclu-
zonas del litoral mediterráneo andaluz. Este es el ye también a las comunidades del área mala-
caso de la cercana área del Vélez y el Algarrobo, gueña, tuvo importantes consecuencias sociales 81
donde se produce un cambio muy similar en el para todos los que participaban en las redes de
paisaje colonial (Martín Córdoba et al., 2007; intercambio, primero, porque significó un in-
Martín Córdoba y Recio Ruiz, 2002) o en la ba- cremento en el volumen de los intercambios, y
hía de Algeciras (Bendala Galán et al., 2002), segundo, porque permitió poner en circulación
por lo que no debe relacionarse con factores de nuevos productos, introduciendo en la red a
tipo local. Estas transformaciones tienen lugar nuevos productores y a nuevos agentes comer-
paralelamente a un nuevo cambio de rumbo en ciales, tanto fenicios como locales. Estas reper-
las estrategias comerciales en la red fenicia occi- cusiones sociales tuvieron efectos tanto en los
dental (Delgado et al., 2000), una reorganiza- ámbitos coloniales fenicios, como en los ámbi-
ción que posiblemente tuvo importantes conse- tos locales, aunque aquí solo nos vamos a ocu-
cuencias económicas, sociales y políticas en los par de los primeros.
enclaves coloniales que participaban en estas Como hemos visto a través de la evidencia
actividades mercantiles. del Cerro del Villar, las actividades manufacture-
Respecto a este cambio de orientación, aquí ras y comerciales constituían en los siglos VIII y
destacaremos simplemente dos elementos: la VII a.C. el centro de la vida económica de este
expansión de los circuitos de intercambio en los enclave fenicio. En este contexto, las nuevas po-
que participan estos enclaves fenicios del sur de sibilidades de negocio que brindaba la amplia-
Iberia a partir de la segunda mitad del siglo VII ción de las viejas redes de intercambio para pro-
a.C., con la incorporación de nuevos territorios y ductores y mercaderes generaron nuevas
de nuevas comunidades mediterráneas –como oportunidades de ascenso social, transforman-
es el caso, por ejemplo, del área catalana– y do, en consecuencia, jerarquías e identidades
atlánticas y, especialmente, la ampliación de la en estos ámbitos coloniales.
base social que en las comunidades locales del El nacimiento de las nuevas ciudades colo-
sur de Iberia accede ahora a los intercambios. niales en el tránsito de los siglos VII a VI a.C. va
A partir de la segunda mitad del siglo VII a.C., acompañado de la aparición de una elite mer-
buena parte de los grupos domésticos de estas cantil que cambia ahora sus formas de legiti-
comunidades locales occidentales se convierten mar su poder y su posición social y que se
CERRO DEL VILLAR, DE ENCLAVE COMERCIAL A PERIFERIA URBANA

expresa principalmente a través de enterra- el Cerro de las Torres en Álora (García Alfonso,
mientos monumentales, como las tumbas de 1999: 55; García Alfonso y Martínez Enamora-
mampostería y el hipogeo excavados en la ne- do, 1995-1996) y, especialmente, el Cerro del
crópolis de Campos Elíseos y Mundo Nuevo en Castillo, en Cártama (Fernández Rodríguez,
Malaka (Martín Ruiz y Pérez-Malumbres, 2001). 2003), puntos que, por su destacada orografía,
Al mismo tiempo, aparecen auténticos cemen- dominan visualmente los tránsitos en el bajo va-
terios, que ahora abren por primera vez sus lle del Guadalhorce.
puertas a gran parte de la población que reside Esa misma atracción despierta la ciudad de
en los enclaves fenicios (López Castro, 2002b: Malaka poco después de que se produzca su
193-194) y que contrastan con las limitaciones crecimiento urbano. En posiciones orográficas
rituales que excluían del enterramiento a una que dominan totalmente el llano de la Hoya de
mayoría social (López Castro, 2006; Delgado, Málaga y las vías de comunicación interiores, se
e.p). López Castro ha relacionado acertada- erigen centros como Cerro Cabello (Escalante et
mente este cambio en el ritual funerario con el al., 2001) y, a partir del siglo VI a.C., se estable-
nacimiento de nuevas identidades ciudadanas, cen nuevos núcleos como Cerro Asperones (Re-
una condición a la que posiblemente tenían ac- cio, 1996) o Cerro Tortuga (Muñoz Gambero,
ceso algunas gentes de ascendencia nativa. En- 1996; 2001), y algunos de ellos, al igual que la
tre ellos quizá se encuentren algunos de los an- misma Malaka, también se amurallan.
tiguos habitantes del poblado de San Pablo, un El proyecto de dominación colonial de Mala-
asentamiento que se abandona en el siglo VII ka se ve contestado por algunas de las comuni-
a.C., y cuyos habitantes podrían haberse inte- dades del interior del valle del Guadalhorce y de
grado en la ciudad colonial de Malaka como la Hoya de Málaga. El cambio en el patrón de
82 ciudadanos. asentamiento, el surgimiento de asentamientos
La transformación social y económica que es- amurallados y el nacimiento de las primeras ne-
tamos dibujando en el tránsito de los siglos VII y crópolis en estas áreas interiores (Martín Ruiz y
VI a.C. en la bahía de Málaga tuvo, como hemos Pérez-Malumbres, 2002) son indicios de que a
visto, sus consecuencias en el territorio y, tam- partir de la segunda mitad del siglo VII a.C. se
bién, en las formas de relación entre la pobla- está produciendo un cambio social y una trans-
ción de la ciudad colonial y los habitantes de las formación en las relaciones de poder en estas
comunidades del bajo Guadalhorce y de la comunidades de las áreas interiores (Recio,
Hoya de Málaga, unas relaciones que se trans- 2002; García Alfonso, 2007), pero al mismo
forman y se renegocian, dejando entrever con- tiempo también una reconfiguración, una rene-
tactos más intensos, pero también una mayor gociación de las relaciones entre determinados
tensión. sectores nativos y los enclaves coloniales de la
En los territorios próximos al Bajo Guadalhor- costa. La exhibición de poder que se deriva de
ce, a partir del siglo VII a.C. y, especialmente, a sus nuevas murallas y de las nuevas prácticas fu-
partir de su segunda mitad, se aprecia que algu- nerarias de ciertos sectores locales, paralela a la
nos de los grupos de las comunidades malague- que puede verse en algunos enclaves y ciudades
ñas empiezan a interesarse en los beneficios po- coloniales, como Malaka, así como en el área
líticos y sociales que les reporta el comercio con del Vélez-Algarrobo, indica que esta paraferna-
los enclaves coloniales. Después de casi un siglo lia no solo estuvo dirigida a sus propias comuni-
de presencia colonial las importaciones fenicias dades, sino también a los grupos coloniales, tra-
empiezan a ser ahora frecuentes y, por tanto, duciendo una relación de competición, de
deseadas en estas comunidades locales. En ese tensión y de negociación, pero no de domina-
momento, algunos grupos trasladan sus lugares ción.
de residencia y fundan nuevos centros en luga- El imaginario colonial que hemos heredado
res estratégicos en las comunicaciones entre el del mundo moderno nos ha llevado a sobredi-
litoral y el interior, es decir, entre los enclaves fe- mensionar la capacidad de dominación de los
nicios y otras comunidades locales. En el curso grupos coloniales y a invisibilizar los proyectos y
del río Guadalhorce se levantan núcleos como respuestas de grupos locales. La evidencia del
CONTACTES. INDÍGENES I FENICIS A LA MEDITERRÀNIA OCCIDENTAL

área malagueña nos sugiere que debemos po- sentado está en deuda asimismo con otros
ner límites a la hegemonía colonial, pero para miembros del equipo del Cerro del Villar –A.
aceptarlo es necesario que primero pongamos Garcia, M. Ferrer, M. López, M. Martorell, I. Fer-
en cuestión nuestro propio imaginario colonial. nández, M. Krueger, G. Sciortino y M. Suárez–,
quienes han colaborado en los estudios de ma-
teriales de los sectores 2 y 6 del Cerro del Villar.
Agradecimientos Las planimetrías de los sectores excavados en el
Cerro del Villar corresponden a M. E. Aubet y J.
Desde estas líneas quiero expresar mi agradeci- Fernández, y los dibujos de material cerámico a
miento a M. E. Aubet y Eduardo García Alfonso, J. I. Vallejo. Por último, mi gratitud con la Direc-
con quienes he compartido la dirección de los ción General de Bienes Culturales de la Junta de
trabajos arqueológicos que en los últimos años Andalucía, quien ha financiado el Proyecto Ge-
se han realizado en el Cerro del Villar, y a Merit- neral de Investigación Arqueológica del Cerro
xell Ferrer por sus valiosos comentarios para la del Villar.
elaboración de este escrito. El trabajo aquí pre-

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