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1. Autonomía y unidad
2. El proceso autonómico
A) LA FASE PREAUTONÓMICA
El proceso autonómico, al igual que ocurrió durante la Segunda República, tomó la salida sin
esperar a la promulgación de la Constitución, a través del restablecimiento de la Generalidad de
Cataluña, que se hizo por Decreto-Ley de 29 de septiembre de 1977. Este restablecimiento inicia la
fase de las preautonomías, que consistió, básicamente, en extender, también por Decreto-ley, el
régimen aprobado para Cataluña a otras partes del territorio nacional, que resultó así dividido en
su práctica totalidad (con la excepción de Madrid, Ceuta y Melilla, y Navarra, que siguió con su
régimen foral), prefigurándose el actual mapa autonómico.
Orgánicamente, el modelo preautonómico consistió en la creación de un órgano colegiado —
denominado Junta, Consejo o diputación—, que asumía los máximos poderes, y otro unipersonal —
el Presidente—, nombrado por aquél y, por último, otro colegiado a modo de gobierno. Los
contenidos competenciales de las preautonomías fueron más bien modestos, atribuyéndoles
funciones ejecutivas, incluidas las reglamentarias, en ámbitos cuya concreción dependía de la
técnica negociada de las transferencias, articuladas a través de comisiones mixtas.
La pieza jurídica esencial del sistema autonómico se localiza en un texto normativo, el Estatuto
de Autonomía. La Constitución renunció formalmente a definir de manera completa la estructura
autonómica del Estado: antes bien, el texto constitucional se limitó a implantar el marco general en
el que, paulatinamente, podía llevarse a cabo el establecimiento de cada una de las Comunidades
Autónomas y el desenvolvimiento de su correspondiente subsistema normativo. Pero, al
contrario de lo que ocurre en algunos regímenes federales, el proceso de instauración de cada
Comunidad Autónoma, la definición concreta de su régimen jurídico, organización y competencias,
no se abandona a la dinámica de las fuerzas políticas locales. La CE no apartó al Estado del
desarrollo del proceso autonómico, sino que, por el contrario, exigió que sea la propia ley estatal la
que ultime esta fase de instauración de cada Comunidad, definiendo su estructura básica y las
funciones o campos de actuación pública cuya responsabilidad se le encomienda.
El texto normativo que lleva a efecto esta operación se denomina Estatuto de Autonomía, al
que el art. 147.1 CE describe diciendo que será “la norma institucional básica de cada
Comunidad Autónoma”, en un doble sentido: institucional, en primer lugar, por cuanto el Estatuto
es la norma que instituye, que erige y hace nacer a la vida jurídica a un ente público antes
inexistente; e institucional, también, porque el Estatuto concreta el marco constitucional,
definiendo las instituciones políticas y administrativas de gobierno de cada Comunidad, y las
funciones que específicamente asume.
Pero el Estatuto no es una norma que tenga su origen en la Comunidad Autónoma (sería
imposible, porque es el Estatuto la que la hace nacer como entidad jurídica y política), sino una
ley del Estado y, específicamente, una ley orgánica, como dice taxativamente el art. 81.1 CE.
Pero no se trata de una ley orgánica como las demás, sino de una subespecie singular, ya que
tanto su procedimiento de elaboración y de reforma como su contenido material son diversos del
de las restantes normas de este tipo; es lógico, por ello, que la doctrina se haya planteado el
problema de su naturaleza jurídica, que pasamos a estudiar someramente.
Una norma como los Estatutos de Autonomía, de rasgos materiales y procedimentales tan
acusados, no podía dejar de suscitar debates teóricos acerca de su naturaleza jurídica; debates
planteados en torno a una serie de alternativas que, aunque relacionadas entre sí, suelen
presentarse de modo conjunto y con un alto grado de confusión.
Algunos de estos debates teóricos carecen, en realidad, de contenido jurídico: así sucede con
la discusión acerca de si el Estatuto es una norma estatal o autonómica (posición —la segunda—
difícil de sostener, si se tiene en cuenta que el Estatuto es la causa jurídica, no el efecto, de la
Comunidad Autónoma); o de si es o no una norma paccionada (lo que no admite una respuesta
unívoca, aunque es cierto que el procedimiento especial de tramitación de Estatutos contiene
elementos inequívocamente negociales). En realidad, se trata de discusiones políticas falsamente
revestidas de problemas técnico-jurídicos, que no deben detener nuestra atención.
Mayor entidad teórica, e innegables consecuencias prácticas, posee el problema de la
naturaleza jurídica del Estatuto en lo que se refiere a su posición en el sistema normativo
general: esto es, en lo que afecta a sus relaciones con las restantes normas que lo integran y,
especialmente, con la CE, con las restantes leyes estatales y con las leyes autonómicas.
1) La relación del Estatuto con la Constitución es, desde luego, la misma que la de cualquier
norma jurídica y que la de cualquier otra ley estatal., La CE, como lex superior, es una norma
jerárquicamente supraordenada a cualquier otra y, por supuesto, también a los Estatutos de
Autonomía: no sólo la elaboración y el contenido material del Estatuto deben atenerse
rigurosamente a los preceptos constitucionales, so pena de nulidad [art. 27.2.a) LOTC], sino
que, además, el texto de los Estatutos debe ser interpretado de modo conforme a la
Constitución, al igual que cualquier otra norma jurídica (SSTC 18/1982; 57/1982; 69/1982
y 71/1982).
2) La relación del Estatuto con las restantes leyes estatales puede ser descrita en términos
muy semejantes a los ya empleados para referirnos a la relación entre leyes orgánicas y
ordinarias. El Estatuto de Autonomía es una norma protegida y circunscrita por el
principio de procedimiento: del mismo rango que todas las restantes leyes y normas con
rango de ley, no puede, sin embargo, ser modificada ni derogada por ninguna de ellas;
ni, a su vez, puede modificarlas o derogarlas. Nos hallamos, pues, ante una pura relación
de separación, que no de rango, dado que el Estatuto sólo puede actuar —y sólo él puede
hacerlo—sobre un conjunto de materias predeterminado constitucionalmente.
Esta relación de separación no es, sin embargo, absoluta: el Estatuto y determinadas
leyes orgánicas estatales pueden coincidir en la regulación de concretas materias
(Administración de Justicia, art. 151.1, párr. 2.0; policías autónomas, art. 149.1.29.a;
competencias financieras, art. 157.3); en estas materias, y por expreso imperativo
constitucional, el Estatuto se encuentra subordinado a las prescripciones de tales leyes
estatales.
3) Por último, la relación del Estatuto con las leyes y demás normas autonómicas es,
nítidamente, de superioridad jerárquica. El Estatuto es la norma de cabecera del
correspondiente subsistema normativo, del que éste y todas las normas que lo integran
traen su causa y su fuerza de obligar. Estatuto y leyes autonómicas poseen ámbitos
coincidentes de actuación; las leyes autonómicas en ningún caso pueden contradecir el
Estatuto, so pena de nulidad (art. 28.1 LOTC), en tanto que una reforma del Estatuto
derogaría, incondicionalmente todas las leyes autonómicas que se opusieran a su nuevo
texto