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Ediciones Turas Mór

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Domenec negó con la cabeza, al cuerpo y se permitió sonreír a
NM n° 38 Samain 2015 sin encontrar palabras para refutar
las de ella.
Luar.
—Sí que puedo. No elegir tam-
—No puedes caminar entre dos bién es una elección.
ríos sin mojarte con sus aguas. No Echó a andar hacia el claro donde
puedes permanecer para siempre lo habían maniatado las celtas. Aún
entre el viejo mundo y el nuevo, va- debía llegar a Tres Alisos, pero no pen-
Contenido gando, indeciso, sin tomar partido. saba continuar el camino sin su mula.
El forastero se ajustó la correa
de cuero que le ceñía la espada © MIGUEL HUERTAS, 2015.
Editorial .................................................................................................. 3
Vieja, vieja Tierra (E. VERÓNICA FIGUEIRIDO) ......................................... 5
El Libro de los Pazyryk (VÍCTOR HUGO PÉREZ GALLO) ......................... 18
Ruido (HERNÁN DOMÍNGUEZ NIMO) ....................................................... 24
¿Tanta como para matarte? (YAEL AKIM RONZÓN MORELL) ................. 30
Alexandra (HUGO RAMOS GAMBIER) ..................................................... 33
Impreso (JACK F. VAUGHANF) ............................................................... 36
Sólo el acero (MIGUEL HUERTAS) .......................................................... 40

NM
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MIGUEL HUERTAS
Dirección y grafismo: SANTIAGO OVIEDO / Corrección: CRISTINA CHIESA (España —Madrid, 1991—)
Revista de distribución gratuita en formato electrónico,
dedicada a la difusión de la nueva literatura fantástica hispanoamericana. Lector de todo tipo de géneros e intento de escritor, reside en Madrid, donde
Las colaboraciones son ad honórem y los autores conservan cursa Psicología en la Universidad Complutense.
la totalidad de los derechos sobre sus obras. Su relato “Espejo incierto” recibió el primer premio en el I Concurso de Relatos
Es una publicación de Ediciones Turas Mór para e-ditores. Agustín Díaz en 2008.
Safe reative ID: 1510315667175 Ha sido asimismo premiado en los VII Premios Framaguad de Relatos de
Contenido Social por el relato “El Abismo” (2009). Otro de sus relatos, “El
Se agradece por haber tomado parte en este número a: ANTONIO GUISADO GIMÉNEZ, llanto de los dragones”, resultó finalista del II Certamen de Cuento Infantil
TERESA PILAR MIRA DE ECHEVERRÍA y a cuantos apoyan el proyecto.
Reescritos con Perspectiva de Género en 2012.
En la portada: “Íncubo” (SEBASTIÁN GIACOBINO)
http://www.sebastiangiacobino.blogspot.com.ar/
En 2015 su relato “La calamidad” fue uno de los seleccionados para figurar en
la antología de relatos Lovecraft. Mitos de Fuenlabrada, publicado por Kelonia
Musicalización estocástica: Todos los días 2015 (SPURR) Editorial.
https://soundcloud.com/spurr-330152503/todos-los-dias-2015

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mente a causa de un profundo corte grar tan profusamente. Pese a todo, EDITORIAL
en el muslo. Media docena de mujeres era una herida fea y no sería raro que
supervivientes trataban de hacer una la infección la llevase a la muerte.
pared defensiva para proteger su huida. —Alegra la cara, forastero —gru-
Pero no había nadie de quien prote- ñó Elyn con los dientes apretados
gerlas. Los soldados de Ealdhert su- por el dolor—. He sobrevivido a heri-
pervivientes se retiraban, heridos mu- das peores. Lo que ocurre es que
chos de ellos, abandonando los cuer- no se ven las cicatrices.
pos de sus camaradas; todos menos Domenec sacudió la cabeza, mien-
uno. tras depositaban a la celta malherida
Gilem Cote seguía en el centro en el suelo para que descansase
del campo de batalla, arrodillado, con unos momentos. Después se dirigió
la cabeza caída sobre el pecho. Su a Luar:
hacha estaba en el suelo, al alcance —¿Ha merecido la pena? —pre-
de la mano, pero su cabeza en forma guntó, señalando hacia el campo de
de media luna estaba limpia de sangre. batalla—. ¿Toda la sangre, todas
El capitán tenía la cabeza de uno de las muertes?
los guardias más jóvenes sobre el re- Ainedh dio un paso al frente. Es-
gazo y parecía estar acunando el cuer- taba totalmente cubierta de sangre,
po muerto con una ternura inusitada pero no parecía ser suya. Lo traspasó La farsa de la democracia plebiscitaria, en la que el poder lo ejercen las
en él. El joven soldado, casi un niño, con ojos grises. agrupaciones políticas y no los ciudadanos, parece digna de la pluma de
tenía la garganta abierta de una cuchi- —Sí —susurró, tan cerca del fo- GIUSEPPE TOMASI DI LAMPEDUSA (1896-1957).
llada. rastero que éste pudo oler la muerte Los votantes se enfrentan entre ellos en discusiones cada vez más
Domenec dio un paso hacia él, que danzaba alrededor de ella. subidas de tono, tratando de convencer o —en última instancia— de obligar
pero en ese momento Cote alzó la Luar tomó del codo a la guerrera al otro para que convalide al postulante que a cada uno le parece más con-
cabeza y lo miró. En su único ojo on- para que retrocediese. Ainedh lanzó veniente.
deaban los estandartes de la última una última mirada sombría al forastero Mientras tanto, los candidatos actúan un patético juego de los tronos
guerra. El capitán colocó cuidadosa- y se arrodilló junto a Elyn para su- de opereta donde no faltan pases de bando de último momento —tratando
mente la cabeza del guardia muerto surrarle palabras dulces en una len- de cosechar alguna migaja—, en el que cada uno dice que, “si queremos
en el suelo y se puso en pie lenta- gua casi olvidada. que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
mente. Con movimientos pausados, —Responde, Luar —exigió el En última instancia, el mayor trabajo queda en manos de los extras.
desenvainó una daga del cinto y co- forastero. No hacen falta buenas interpretaciones ni diálogos inteligentes.
menzó a cortar el blasón de Æster Los ojos de la celta brillaban, Dentro de un maremagno de apologías y rechazos, fogoneado por for-
Ealdhert del sobreveste verde que húmedos, como gotas de rocío de madores de opinión y militantes, lo más importante parece ser el poder casarse
llevaba sobre la cota de malla. Lo dejó otro tiempo. con uno mismo, comprar dólares libremente, figurar en su documento como
caer sobre el cuerpo a modo de mor- —Ahora y siempre, forastero. el Pato Donald, instalar como nuevos vagones de subte obsoletos en cualquier
taja. Echó a andar hacia el sur sin Sabes bien lo que aguarda al final parte del mundo o cambiar una estatua de lugar.
decir palabra. del camino. Hoy, mañana, dentro Los tiempos cambian, evidentemente. Antes —cuando se llamaba a
Siguió los pasos de las mujeres, de un año; no hay forma de cambiar las puertas de los cuarteles— resultaba suficiente con modificar el nombre
que se habían detenido a poca dis- eso. Pero podemos elegir cómo re- de las calles.
tancia de allí. Una de ellas había atado correrlo; elegir la forma de cruzar Por su parte, el individuo singular, el que no se enceguece por arengas,
un trozo de tela con fuerza sobre la la puerta. La muerte es una con la recuerda que aquella frase la novela italiana tiene su origen en la de que,
herida de Elyn y había dejado de san- vida; amarla es amar su final. “cuanto más cambia, es más de lo mismo”, que en 1849 escribiera JEAN-

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BAPTISTE ALPHONSE KARR (1808-1890) en Les Guêpes, una publicación —Por supuesto que no. Ya no taja de la sorpresa, la altura de las co-
satírica en la que obtuvo la reputación de tener un carácter amargo. Así, eres Domenec, hijo de Lir. Sólo eres linas y la protección de los árboles. Aun
en una propuesta para abolir la pena de muerte, no pudo dejar de manifestar un forastero. así, los guardias de Cote se habían
que “veía bien que los asesinos dieran el primer paso”, advirtiendo que Elyn le pegó una patada en la corva defendido con ferocidad. El suelo es-
—pese a lo humanitario de la medida— el garantismo no disminuiría la para ponerlo de rodillas y arrojó sus taba cubierto de sangre y cuerpos y
criminalidad. armas fuera de su alcance. Ainhedh todavía se escuchaba el choque del
Si ese individuo singular, además, se aproxima al anarca de ERNST le acarició el pelo con una ternura bur- acero detrás de la primera colina.
JÜNGER (1895-1998), que no está ni a favor ni en contra del poder —aunque lona mientras se envainaba una espada A la primera que vio fue a Reda.
lo reconoce—, al tiempo que vive en sociedad, pero sin establecer vínculos de acero a la cadera. La línea de guerra Su cuerpo estaba tendido entre dos
con ella, es muy posible que acceda a una visión imparcial del todo. en su rostro convertía su expresión soldados muertos; uno de ellos aún
Habrá visto indigentes en las calles, degradados hasta una subhumanidad divertida en una mueca amenazante. tenía el hacha profundamente clavada
casi irreversible (aunque, por supuesto, abogar por un aborto posdatado no Elyn ató la soga que le ceñía las mu- en el rostro, convirtiendo sus rasgos
es políticamente correcto, ni siquiera si se trata de violadores compulsivos), ñecas alrededor de un tronco caído. en una enorme herida roja. La mujer
y sabe que, sea como fuere, siempre puede haber más. Habrá visto al Fisco Sentado en el suelo, con la cuer- volvía a vestir el gambesón, pero la
exigirle a algunas empresas un comportamiento de carmelitas descalzas, da mordiéndole las muñecas y sin armadura acolchada no la había pro-
aun en medio de una crisis inculpable (mientras hace la vista gorda con algunas poder moverse, el forastero vio a las tegido de la certera estocada que
otras, con las que mantiene algún contacto —pero eso siempre puede cambiar, mujeres alejarse en dirección al nuevo había hundido un palmo de hierro
de un día para otro—). Habrá visto empresas que hacen gambitos para tercerizar día. negro en sus entrañas. Cuando se
a sus empleados y personas que se humillan hasta grados indecibles por Comenzó a luchar contra sus arrodilló, Reda abrió débilmente los
llevar un plato de comida a sus casas. ataduras en cuanto dejaron de verlas. ojos y sonrió con dientes ensangren-
El individuo singular sabe que es difícil que eso pueda mejorar, pero Poco después llegó a sus oídos la tados. Tomó con su pequeña mano
está seguro de que pueda empeorar. Porque la solución no pasa por el melodía de la batalla. La canción que un puñado de tierra, húmeda por su
campo económico o político. Sino por el metafísico. silbaba el acero al cortar el aire, el propia sangre, y se lo enseñó como
Por eso podremos seguir imaginando universos postapocalípticos emo- siseo de las flechas al caer, el tañer si se tratase de un trofeo.
cionantes, mientras autores como los soviéticos soñaban con un futuro del metal al morder metal y, por en- —Éstas son mis diosas. Las del
ideal edulcorado. cima de todo, los gritos de agonía y cielo, la tierra y la sangre —susurró—.
Eso como escritores o lectores. En lo cotidiano, la respuesta acaso la macabra risa de la Segadora. Slán agat, forastero.
resida en alejarse de las mentiras. Las celtas eran buenas guerreras, —Slán abhaile —se despidió Do-
Quizá por eso en 1855 ALPHONSE KARR se fue de su París natal, dejó pero hubiera podido poner la mano menec mientras Reda moría.
atrás sus publicaciones Les Guêpes y Le Journal, así como Le Figaro, en el fuego respecto del resultado de Siguió el camino que indicaban
y se mudó a la costa mediterránea de Francia, donde se dedicó a la floricultura y aquel encuentro. los cuerpos caídos de los guardias
le dio su nombre a numerosas variedades nuevas de flores, como la dalia. Se desembarazó de la cuerda que y llegó hasta la cima de una de las
Incluso prácticamente fundó el mercado de cortar flores en la Riviera francesa. lo apresaba cuando los sonidos de la colinas, que los soldados de Ealdhert
Aunque, seguramente, no debe de ser la única manera de escapar batalla comenzaban a apagarse en parecían haber tomado tras una cos-
de El gatopardo. la lejanía. Abrió y cerró las manos para tosa carga. La batalla ya había con-
matar el molesto hormigueo que las cluido. La alfombra de hojas del bos-
S. O. recorrían, tomó sus armas y echó a que había sido sustituida por una de
correr hacia la escaramuza. cuerpos caídos y de heridos que lla-
maban con sus lamentos a las puertas
Los soldados del torreón habían caído de la Muerte.
Los textos de esta publicación fueron editados con LibreOffice 5. Las imágenes se en una emboscada en pleno sendero. A pocos pasos de él, Luar y Ainedh
trabajaron con IrfanView 4 y Gimp 2. La revista se armó con Serif PagePlus X6. Los Luar y las suyas los habían atacado se retiraban cargando costosamente
archivos PDF se optimizaron con jPDF Tweak 1.1 y PDF-XChange Viewer 2.5. desde ambos flancos, utilizando la ven- con Elyn, que se desangraba rápida-

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pués a las campesinas, que asían la que ya conocía el final. La Segadora
las armas con cierta inseguridad. El esperaba al final de todos los caminos. VIEJA, VIEJA TIERRA
silencio se había hecho sólido a su Decidieron resistir.
alrededor. Decenas de ojos estaban El círculo se rompió, y las muje- E. VERÓNICA FIGUEIRIDO
fijos en Luar. res comenzaron a funcionar como
—La elección es tuya —le dijo un regimiento veterano. Luar arrancó
el forastero a la líder celta. la lanza de la tierra y comenzó a tren-
Ella negó con la cabeza. zarse el pelo hacia atrás, como la
—Llevas tanto tiempo recorriendo crin de un caballo. Ainedh se cruzó
el nuevo mundo que has olvidado el rostro con un relámpago de azul
los caminos del viejo. La elección índigo. Se acercó a ellas, con el amar-
no es mía. Es del Cúmann. go fracaso pulsando la boca de su
—El Consejo —murmuró Dome- estómago. Ellas lo miraban con ojos
nec para sí. acerados. Los ojos de la Doncella
Luar se acercó a la pared de pie- invertida, la del corazón de piedra.
dra, tomó la lanza con mano experta, —Luar, tiene que haber una ma-
la hizo girar sobre su cabeza y la nera...
arrojó. El arma silbó al cortar el aire El extremo romo de la lanza lo al-
y cayó vertical sobre el suelo del claro canzó en un lado de la cabeza. Cayó
con un golpe seco, hundiéndose pro- al suelo, jadeando y con mil avispas Los mensajes venían del tercer planeta Habían sobrevivido al nacimiento
fundamente en la tierra. blancas bailando delante de sus ojos. a partir del sol. Un sol viejo y cansado. y muerte de sistemas enteros.
Comenzaron a disponerse en Trató de alcanzar el cuchillo con ma- Estaban degradados por la dis- Los impulsaba la curiosidad.
círculo, sentándose en el suelo, to- nos torpes. Ainedh cayó sobre él y tancia y el tiempo, pero se adivinaba Era su alimento.
mando la lanza como centro. Para pronto tuvo sus ojos grises frente a el significado: “Vengan a visitarnos”.
sorpresa del forastero, no sólo forma- los suyos y el filo de un puñal apre- Sin mayor información acerca El primer planeta ofrecía un hemisferio
ban el consejo las celtas, sino también tado contra la garganta. de sí mismos. Posiblemente esos eternamente calcinado al astro, mien-
las mujeres de esa tierra, ocupando —No es necesario —le dijo a la datos se hubieran perdido, desparra- tras que el otro permanecía en una
lugares en la circunferencia sin distin- guerrera. mados por todo el Universo. helada oscuridad. El segundo mundo
ción alguna. Ainedh se sentó a la Ainhedh lo miró con expresión Luego de una rápida conferencia mostraba huellas de haber sido mani-
diestra de Luar y Reda al otro lado. divertida mientras Elyn lo despojaba de nanosegundos, algunos se dirigie- pulado en un pasado remoto. Pero
Hermanas de bronce. de sus armas y le ataba las manos a ron a la dirección indicada. los mensajes no provenían de ninguno
El forastero permaneció respetuo- la espalda. Difícilmente fueran a encontrar de estos cuerpos.
samente fuera del círculo, con la —No voy a darte el adiós —in- a aquellos que mandaran esas seña- Continuaron hacia el tercer planeta
espalda apoyada contra la pared de formó Luar mientras dibujaba las líneas les. Había transcurrido demasiado y pronto se hizo evidente de que an-
roca de la colina que se alzaba sobre de batalla en su rostro, llamando a tiempo. Quizá fuera otra la civilización daban bien encaminados. Comenzaron
ellas. los espíritus de la muerte para que que para entonces estuviera florecien- a toparse con restos en diversos gra-
Era hermoso contemplarlas for- se uniesen a ella en su danza—. Res- do. dos de integridad. Demasiado peque-
mando el círculo, un torque de her- peto a Lir lo suficiente como para no O puede que se hubieran extin- ños como para que alguna vez hubie-
manas, firmes y frías como la hoja darte muerte. Pero no puedo arries- guido sin dejar descendencia, tal co- ran contenido alguna criatura biológica,
de una espada. Hablaron y deliberaron garme a tenerte libre; no cuando los mo le había ocurrido a tantas otras y demasiado primitivos como para ser
con rapidez, pero sin perder la calma. soldados de Ealdhert vienen hacia aquí. culturas. considerados parientes de la miríada.
Sin embargo, para Domenec era —Puedes confiar en mí, Luar No tenían prisas. Ni cuerpos orgá- Un puñado se dirigió al enorme
contemplar una representación de —mintió él. nicos que decayeran. satélite natural que acompañaba al

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planeta, mientras el resto se acercaba El componente averiguó todo —Cead míle fáilte, forastero —di- —¿Así que el pequeño señor no
a su destino. lo que era posible averiguar sobre jo Luar, dándole la bienvenida. va a entrar en razón? —dijo al fin.
Ya desde mucho antes era evi- la criatura sin hacerle daño. Tomando Domenec inclinó la cabeza ante Las mujeres celtas, pero también
dente que sus moradores, si es que en cuenta la fragilidad de la mayoría la celta y trató de pronunciar un agra- las campesinas alzadas en armas,
quedaba alguno, carecían de la capa- de los organismos biológicos, era decimiento en esa lengua agonizante. comenzaban a congregarse en torno
cidad de enviar señales a las estrellas. todo lo gentil que su estructura le Las mujeres que flanqueaban a Luar a ellos. El forastero esperó a que Luar
Obviamente la habían tenido en algún permitía. lo miraron con extrañeza. dispersase a la multitud con una orden
momento de su historia, pero eso Luego, volvió a dejar en el suelo —¿Céard? —preguntó una de para que pudiesen hablar con tranqui-
debía de ser hacía mucho, mucho a su cautiva, que lanzó un estornudo ellas arrugando el gesto. lidad, pero fue en vano.
tiempo. El suficiente como para que y se escurrió fuera del alcance de —El forastero tiene algo oxidada —Es tu turno de ser razonable,
los organismos responsables mutaran los recién llegados. Presumiblemente, la vieja lengua —dijo Luar con una Luar —explicó Domenec—. Ealdhert
hasta ser algo irreconocible. para reunirse con sus compañeras. sonrisa indulgente—. A Elyn y Ainedh no quiere las vidas de sus vasallas,
O decidieran buscar nuevos hori- No eran los únicos seres vivos les cuesta entenderte. Pero no creo sólo quiere que vuelvan al trabajo.
zontes. en el tercer planeta. Solamente en que haya inconveniente en que hable- Pero no dudará en asesinaros, a ti y
La miríada penetró en la leve el sitio que habían elegido para el mos en ese idioma bastardo que os a tus hermanas. Sus tropas ya deben
atmósfera. Sus sensores “vieron” las descenso la vida parecía no querer empeñáis en pronunciar en estas tierras. estar de camino. Tenéis tiempo de es-
ruinas que cubrían grandes exten- sucumbir, a pesar de tener los días —Lo agradecería —respondió capar; poneos a salvo más allá de las
siones del planeta, y que en algunos contados. Organismos unicelulares, Domenec con una nueva inclinación montañas. Salid de sus tierras.
casos ya casi se habían integrado otros que se arrastraban por, bajo de cabeza. Ainedh lanzó una maldición incom-
al terreno, árido y rojizo. o sobre el suelo; muchos tan diminu- —Lo encontramos cerca de la prensible, pero Luar se limitó a sonreír
Un grupo descendió junto a lo tos que sólo gracias a sus capaci- Piedra y se ha empeñado en... —co- con ferocidad.
que debió haber sido una elevada dades los podían detectar. menzó a explicar Reda. —¿Sus tierras? Mi pueblo se arro-
estructura, mientras el resto continuaba Luar asintió con la cabeza, sin dillaba ante An tSeandhair mucho
recorriendo el planeta. Como un solo El satélite del planeta estaba muerto. apartar los ojos del forastero. antes de que los abuelos del pequeño
organismo, se posaron en el suelo. Siempre lo había estado. Sobre su —Tenía la sensación de que vol- señor lo talasen para hacer esa elabo-
Algo se escabulló entre las superficie aún se veían las estructuras veríamos a vernos, Domenec. Dime, rada silla sobre la que ahora él se
ruinas. Movimiento. Más de uno. que levantara alguna civilización que ¿te sentiste extraño al verter tu sangre sienta. Estas tierras no le pertenecen;
Uno de los componentes de la dominara el planeta en tiempos leja- en la Piedra? nunca lo han hecho.
miríada extendió un apéndice y atrapó nos. Sobrevivían en mejor estado que —No sabes nada de mí. —Os matarán, Luar.
al más retrasado. Enrollando la punta los restos que se hallaban en la su- —Te equivocas. Escuché los lamen- Ainedh se cruzó de brazos con
en torno al cuerpo de la criatura, se perficie del otrora fértil mundo. Como tos de Lir cuando te fuiste, corriendo arrogancia, haciendo bien visible el
lo acercó a la parte del suyo donde si sus moradores fueran a regresar detrás de esos estandartes negros. —En- torque de bronce que tenía alrededor
se encontraba lo que cumplía la fun- en cualquier momento. A primera vista dureció el gesto—. ¿Qué ha salido de del antebrazo.
ción de aparato de visión. no se notaban las microperforaciones ello? ¿Dónde está ahora tu reina? —Las raíces beberán su sangre
Era un pequeño ser cubierto por de los diminutos cuerpos que cayeran —No vengo a hablar del pasado, a cada paso que den —sentenció la
un pelaje duro, con dos miembros sobre ellas a lo largo del tiempo. Luar. joven guerrera.
delanteros y otros dos posteriores. Buscaban información acerca de —Estás hablando con él —repu- —La cuestión no es a cuántos
Los delanteros terminaban en cuatro aquellos que enviaran su mensaje a so ella con una sonrisa. soldados vais a matar, sino cuántas
dígitos; los traseros en dos, algo más las estrellas. ¿Qué tipo de seres habrían —Los soldados de Ealdhert están de vosotras vais a morir —replicó Do-
grandes. Cara chata, con dos diminu- sido? ¿Qué clase de civilización? viniendo, Luar. Por vosotras. menec con dureza—. Demasiadas.
tos ojos al frente. Lo que un miembro de la miríada Ainedh y Elyn entrecerraron los Ésa es la respuesta,
Se debatía furiosamente, mien- sabía, instantáneamente lo sabía el ojos y tensaron la mandíbula. Luar Elyn no dijo nada, pero recorrió
tras se lo examinaba. resto de sus componentes. permaneció impasible. con la mirada a sus hermanas y des-

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Cote. Se encogió de hombros, apar- hasta estar cara a cara con el foras- Y fue en ese satélite natural del Entonces, ahí iban, en su busca.
tando ese pensamiento. No quería tero y posó una mano sobre la Piedra. mundo casi yermo que el superorga- A veces llegaban a encontrar a la
saberlo. —Está bien. Jura. nismo encontró la respuesta. civilización que lanzara esos mensa-
Tomó el sendero del bosque, y El forastero lanzó a la mujer una Cerca de una de las estructuras jes, prosperando o al menos todavía
se alegró de estar rodeado de árboles. mirada de extrañeza. acribilladas se hallaba una figura in- sobreviviendo. Pero en general, para
Los árboles no profanaban el silencio —Las viejas diosas no son las móvil. cuando daban con ellas, estas civiliza-
con palabras, ni decidían qué vidas tuyas. Era mucho más grande que uno ciones ya habían desaparecido.
valían más que otras. Estaba saliendo Reda sonrió, enseñando los dien- de los componentes. Cuatro miem- Era aún más raro el toparse con
el sol cuando llegó a la Piedra de tes en una mueca feroz, desafiante. bros, torso y algo bulboso, que debía una reliquia semejante.
Juramentos. Los primeros haces de —Fui criada en otra fe, la fe de de hacer las veces de cabeza. Parecía
luz caían sobre su superficie de piedra un Dios que vive en los pergaminos ser alguna clase de protección; un El conocimiento que adquiría un com-
y pasaban a través del círculo hueco. de los sacerdotes y las cúpulas de exoesqueleto, quizá. O vestimenta ponente instantáneamente formaba
—Eres tú. los templos. Pero siempre hay una adecuada para sobrevivir en ese am- parte del bagaje de la miríada.
La mujer estaba sentada en el elección. Y yo elegí a mis diosas. biente tan inhóspito para la clase de Pero ese organismo ya no pobla-
tocón caído y cubierto de musgo de —Entre el viejo mundo y el nuevo organismo que debía de habitar en ba el planeta. En el mejor de los casos
un árbol, observándolo. El forastero —murmuró el forastero. el tercer planeta. había sufrido las mutaciones propias
reconoció el pelo oscuro cortado a La mujer pasó el pulgar por el Uno de los componentes flotó de cualquier especie, llegando a ser
la altura de la mandíbula y el hacha filo del hacha, lentamente, hasta que hasta quedar a la altura de la forma vaya uno a saber qué. En el peor,
que la mujer tenía apoyada sobre en la yema de su dedo apareció una bulbosa. Dentro de ella se encontraba se había extinguido sin dejar descen-
los muslos. No le cabía duda de que gota roja. La dejó caer sobre la Piedra lo que quedaba de un organismo muer- dencia, dejando el terreno libre para
había más de ellas entre los árboles, de Juramentos. Domenec se hirió to hacía mucho tiempo. que lo ocuparan otras criaturas.
esperando con flechas colocadas un dedo con el cuchillo y acarició el A primera vista era similar a las Pudiera ser que de alguna forma
en las cuerdas de sus arcos. círculo hueco, dibujando la silueta criaturitas que encontrara el resto hubiera sobrevivido, allá en algún lugar
—Reda —respondió con una in- de la circunferencia con su promesa. de la miríada, allá sobre sobre la su- entre las estrellas.
clinación de cabeza. No hubo palabras, ritos, ni oracio- perficie del planeta. Aunque este or- Aunque, si la miríada hubiera
—Tienes buena memoria. nes. Sólo acero, sangre y roca. ganismo estaba apoyado sobre las podido sentir alguna emoción, lo hu-
La mujer se puso en pie, acercán- Reda asintió despacio. patas posteriores. Quizá ése hubiera biera dudado. Los restos de artefactos
dose unos pasos pero manteniendo —Vamos —dijo. sido su medio de locomoción. que se encontraban desparramados
la distancia. Conservaba la falda de Le esperaban al resguardo de A lo largo de los eones, en su con- en el espacio eran de una tecnología
tela basta, pero se había quitado el la pared vertical de una colina rocosa. tinuo navegar, la miríada se había en- bastante elemental. Eso sin contar
gambesón acolchado con el que se El aspecto de Luar era regio, pero contrado con toda clase de seres, tanto los restos de la criatura que parecía
había protegido en su último encuentro. algo extraño sin las líneas de guerra biológicos como artificiales, y tanto con esperar de pie el fin del Sistema Solar,
—¿Qué quieres? —exigió saber, marcando su rostro y sin el pelo dora- los que manipulaban su medio ambien- en el satélite del planeta. Su vesti-
alzando el hacha y apoyando el man- do y gris recogido en la cola de caballo te como con aquellos cuyo único impe- menta protectora no demostraba una
go sobre sus hombros. de la casta guerrera. Aún así, seguía rativo era alimentarse y multiplicar sus civilización muy sofisticada. Al menos,
—Necesito hablar con Luar. vistiendo de piel y cuero endurecido números. Los extintos, como los que no como para desplazarse hacia otros
—Habla conmigo. y, aunque había dejado la lanza apo- aún vivían. astros.
Domenec torció el gesto. yada en la pared de piedra, ceñía El Universo estaba lleno de diver- El resto de la miríada continuaba
—Debo hablar con ella. Es sobre al costado un largo cuchillo de caza. sidad. recorriendo el planeta. Por aquí y
los soldados de Ealdhert. La flanqueaban otras dos guerreras, En raras ocasiones se captaban por allá más ruinas. En diversos esta-
Reda arrugó la nariz y después esbeltas y flexibles como juncos y señales de alguna forma de vida, aunque dos de conservación. Alguna que
paseó la mirada entre los árboles con férreas nubes de tormenta en lo más usual era que se perdieran y des- otra debió haber sido monumental,
que los rodeaban. Al final se acercó el gris de sus ojos. parramaran en el éter del espacio. puesto que al desplomarse había

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cubierto una importante cantidad de ciones enteras habían caído y otras se había detenido a una docena de to del caballo y contar las púas de
terreno. habían tomado su lugar. Montañas pasos de él. la maza de jinete, se movió.
Ni siquiera la miríada podía ase- que surgieron, otras que desapare- Los dos ojos que brillaban por Saltó a un lado, apartándose del
gurar que todas las ruinas fueran cieron gracias a la erosión y cataclis- encima de la barba cerrada lo obser- camino del jinete y usando el movi-
de la misma época. Quizá fueran mos varios. Especies que mutaron vaban en silencio. miento para poner el peso de su cuer-
las huellas de diferentes civilizacio- hasta tornarse irreconocibles, cuando Domenec escupió al suelo y se po en el filo de la espada. El acero
nes. Cada una surgiendo de entre no simplemente se extinguieron. giró completamente para enfrentar segó las patas del caballo, que cedie-
los restos de la otra. Pero eso no lo sabían. al extraño. ron lanzando astillas de hueso y san-
En todas partes, las mismas pe- Entonces despertaron. —Pónmelo fácil —gruñó el embo- gre al paso del arma. El animal cayó
queñas criaturas que se movían con Sus ojos se iluminaron, pero ellos zado—. Desvíate hacia el oeste. A- hacia delante lanzando un deses-
rapidez. Los mismos diminutos orga- no veían. Giraron lentamente su ca- guardaré en la encrucijada a que ha- perado relincho, atrapando al jinete
nismos que pululaban bajo la capa beza, casi al unísono, sin comprender yas desaparecido de la vista y después bajo su peso.
de polvo que recubría el mundo, y ni recordar. El sistema que se ocu- volveré a la torre. El forastero se acercó, aún con
los mismos microorganismos. Todos paba de su mantenimiento se detuvo, El forastero subió la mano hacia la hoja levantada. La sangre resbalaba
y cada uno de estos seres parecían y los cables de alimentación se des- el hombro y cerró los dedos alrededor del acero y caía sobre sus manos.
que fueran a ser el último de su es- prendieron. de la empuñadura. La hoja salió de El caballo trataba de levantarse sin
pecie. La membrana todavía los recu- la vaina despacio, susurrando la can- éxito, con los ojos en blanco y los
Ya no había nada más que ob- bría, pero ya se estaba degradando ción del acero. La última nota quedó ollares cubiertos de espuma. El jinete
servar. Era tiempo de continuar hacia con rapidez. En pocos momentos no en el aire unos segundos antes de yacía bajo el cuerpo del caballo, con
otro objetivo. sería más que jirones y, pronto, ni desaparecer. Apoyó la punta en el una de las piernas doblada en un án-
Los componentes que se halla- siquiera eso. suelo, entre sus pies. gulo antinatural y la cara roja a causa
ban en el planeta se elevaron al uní- En cambio, el proceso por el que —Pónmelo fácil, desconocido de un corte en la frente. Pese a estar
sono sobre la tenue atmósfera, y allí recuperaran su propio ser era algo —dijo Domenec—. Desvíate hacia malherido, intentaba desesperada-
esperaron a aquellos que fueran al más lento. No en vano habían estado la torre. Aguardaré en esta encruci- mente alcanzar el mango de la maza,
satélite natural. durmiendo durante eras geológicas jada hasta que hayas desaparecido medio palmo fuera de su alcance.
Pronto toda la miríada estuvo completas. de la vista y después continuaré mi El forastero apretó el paso y des-
reunida en algo que un observador ¿Por qué razón habían desperta- camino. cargó la pesada hoja sobre los cuer-
de una cultura desaparecida hacía do justo entonces? Si habían estado El embozado lanzó una maldición pos caídos, sin distinguir hombre de
eras geológicas hubiera considerado durmiendo durante tanto tiempo, ¿qué entre dientes y descolgó una pesada bestia, acallando sus vidas con el
un enjambre, y se dispuso a dejar importaba un millón de años más? maza de la silla de montar. filo del acero.
atrás el tercer planeta. ¿Coincidencia que justo fuera —No me obligues a hacerlo, fo- Contempló los cadáveres y aguzó
Algo brillaba en la superficie. cuando la miríada había visitado al rastero —dijo. el oído, esperando escuchar el chirrido
Habían dado la vuelta al mundo, planeta? Domenec se encogió de hombros de las puertas de la Muerte o un agra-
de cabo a rabo, y no había nada en Probablemente no. y murmuró: decimiento por parte de la Segadora.
éste que brillara. Ni fuentes de mate- Mientras, en el exterior, la miríada —La elección es tuya. Sólo alcanzó a oír la noche y los chi-
rial líquido, ni estructuras metálicas. recorría el árido terreno en busca El jinete picó espuelas y se lanzó rridos de los insectos.
La miríada se detuvo a consi- de la inteligencia que en la remota hacia él, con la maza levantada y Limpió la sangre de su espada
derar. Y, siendo la curiosidad su prin- antigüedad enviara un mensaje a los cascos del caballo devorando con la capa del jinete, y encontró en
cipal motivador, retornó al planeta las estrellas. la distancia que los separaba. El foras- su cinto una bolsa en la que descubrió
que estaba a punto de abandonar. tero levantó la enorme hoja con es- plata. Se guardó las seis monedas
La visión había retornado. Y, con ella, fuerzo, usando ambas manos, pero en su propia bolsa, pensando que
Mientras ellos dormían, el mundo había el resto de sus sentidos. Y sus recuer- se mantuvo firme, clavado en la encru- no era suficiente a cambio de su vida.
sufrido incontables cambios. Civiliza- dos. cijada. Cuando casi podía oler el alien- Se preguntó si había sido Racent o

8 57
—¿Ves la taba que está a la iz- El forastero salió de los aposen- Era una experiencia abrumadora. Entonces recordó. Se vio a sí mis-
quierda del Lobo? Está muy cerca, tos del taumaturgo abriendo de golpe Aunque… sus nombres se les es- mo antes de entrar a la vaina, mirando
orientada hacia esa pieza central, la puerta. Mientras se marchaba aún capaban. Por más que lo intentaran, mientras anónimas manos se ocupa-
persiguiéndola. Es el símbolo de la escuchó las últimas palabras de Ra- era como si la memoria de quienes ban de asegurar las máquinas que
Doncella. Normalmente indica inocen- cent: —El viejo mundo agoniza. Y fueran se deslizara de entre los dedos. pudieran llegar a serles útiles para
cia, calidez, bondad, pero ha caído pronto todos vosotros moriréis con De momento eso no tenía impor- abrirse paso una vez que despertaran.
al revés. él. tancia. De seguro también eso re- Se acercaron. Estaban recubier-
—¿Y qué significa eso? gresaría. tas por la misma membrana que los
—Frialdad. La Doncella de cora- La mula se mostró extrañamente dócil Los habían preparado para ello había recubierto, ya en franco proceso
zón de piedra, patrona del campo de la mayor parte del camino, tanto que durante años, ese largo tiempo du- de desintegración.
batalla. Está a punto de alcanzar al el forastero llegó a pensar que había rante el cual podían retirarse del pro- —¿Funcionarán todavía?
Lobo. cogido una montura equivocada de grama en cualquier minuto. Pero na- —¿Por qué no?
Domenec miraba los huesos con los establos del torreón. Rodaballa die les había advertido (nadie lo sabía Era cuestión de probar. Pronto.
expresión neutra. Tenía la boca seca. avanzaba cabizbaja, lanzado un reso- realmente) lo que sería despertar en
Los ojos del taumaturgo lo estudia- plido de vez en vez para acompañar este cuerpo de metal. La cámara había sido bien construida,
ban, ágiles y astutos, atentos a cual- la solitaria cadencia que marcaban sus —¿Cuánto? —apenas pudo ar- para resistir el paso del tiempo. Había
quier cambio en su expresión. herraduras sobre el suelo del camino. ticular ella. Podría haberse comuni- sido situada a gran profundidad, como
—Lee la última taba, Racent. El forastero estaba cansado, preocupa- cado de mente a mente, pero prefería protección contra los cambios en el
—¿Estás seguro? —El tono del do, y el peso de la espada le resultaba la familiaridad de la palabra hablada. paisaje que se suponía que llegarían
taumaturgo era pesado, susurrante. menos soportable que de costumbre, —No sé —fue la respuesta. a ocurrir. Así había sido. A su alre-
—Vamos. por lo que no se percató de que lo se- Su compañero miró alrededor, dedor, bajo y sobre ella, el terreno
Su dedo huesudo señaló la última guían hasta que casi había dejado de en busca de algo. —El temporizador había cambiado. Se había replegado
pieza, sobre la que había una retorci- ver la torre a su espalda. —dijo. Y agregó: —Si funciona. y vuelto a desplegar. Las altas cum-
da marca negra. Se trataba de un solo jinete, em- Costaba hallar los sonidos y el bres que conocieran le habían dejado
—La Segadora. Centinela de las bozado con una capa parda, que man- timbre adecuados para un habla que el paso a otras, no menos altas, a
puertas de la Muerte. Aguarda al fin tenía más de cien pasos de distancia. se pudiera comprender. las que a su vez también les había
del camino. El forastero redujo el paso e incluso Habían logrado salir de las vai- llegado la hora.
El forastero apretó los dientes se detuvo en dos ocasiones para nas. Lo habían hecho automática- A lo largo de las eras, hubo dilu-
y murmuró: —Al fin de todos los ca- ajustar sin necesidad las bridas de mente, sin siquiera considerarlo. Una vios, sequías que duraron siglos, gla-
minos. la mula, pero el desconocido no redujo vez fuera de éstas, pudieron echar ciaciones, tierras que se hundieron
La uña del taumaturgo cayó sobre la distancia que los separaba. un vistazo a su alrededor. y otras que surgieron, ríos que se
el símbolo negro de la Segadora. Resignado, continuó su camino, Estaba oscuro, lo cual era lógico, evaporaron, otros que abrieron su
—Hay lobos aullando en sus pu- acercándose cada vez más a la bifur- pues se encontraban a una gran pro- paso. Los continentes que ellos cono-
pilas. cación que separaba el sendero del fundidad. Eso lo sabían. Pero sus cieran habían dejado de existir hacía
Domenec hizo un ademán de des- bosque de la ruta descendente que nuevos cuerpos estaban preparados mucho tiempo.
precio. llevaba a la aldea que le había indi- para eso, y podían “ver” perfecta- En su lugar había habido otros,
—Son sólo huesos. Y las pala- cado Cote. mente, aunque de modo diferente en los que a su vez habían surgido
bras de un charlatán. Se detuvo justo frente a la encru- a que si aún tuvieran sus ojos huma- otras civilizaciones, pobladas con
Racent le miraba, sombrío. cijada y palmeó el lomo de Rodaballa, nos. descendientes de aquellos que se
—El abismo sale a tu encuentro, que suspiró con fastidio. El ruido de Unos grandes bultos en el rincón llamaban Humanos.
forastero. Vete ahora. No quiero estar los cascos del caballo fue aumentando llamaron su atención. Pero eso era en el pasado.
cerca cuando la Segadora abra las hasta quedar en silencio. El forastero —Son las máquinas —dijo la com- En la actualidad ya nada de eso
puertas. miró por encima del hombro. El jinete pañera. existía.

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Tampoco los océanos, que se O la hubieran hecho desaparecer. Los aposentos del taumaturgo de dado, con un símbolo arcano en
habían evaporado dejando inmensas —Pero, ¿por qué recuerdo al no eran aproximadamente como se cada una de sus caras.
depresiones que alguna vez estuvie- doctor Garcés? los había imaginado. Reconoció una El taumaturgo las apretó en su
ron llenas de agua salada. —Quién sabe —le respondió la tabla grabada con un círculo arcano, mano flaca y movió los dedos. Las
El mundo se moría. Todavía tar- compañera. y un cráneo de toro dispuesto sobre tabas crujían al chocar entre ellas.
daría unos cuantos cientos de millo- Pero era una buena pregunta. un marco de madera en la pared más —Deberás irte y nunca volver
nes de años, pero se acercaba inexo- No recordaban sus propios nombres, alejada de la puerta. Ramilletes de aquí, forastero. Éste es el pago que
rablemente al final de su vida. pero sí el del científico que los pusiera distintas hierbas colgaban del techo exijo por leer tu senda en los huesos.
Pero todo esto ellos aún no lo a dormir. y sus distintos aromas se fundían El forastero asintió, conforme.
sabían. Lo último que recordaban Aunque no el del resto del equipo, para crear un olor pesado, agobiante. Racent alzó la mano, pero se de-
de la superficie del mundo era un pues seguramente debió de haber —¿Por qué acudes a mí para tuvo para musitar: —No soy respon-
sitio lleno de verdor y flores y fragan- habido un equipo. Y bastante nutrido, que lea tu senda? —murmuraba Ra- sable de lo que susurren estos huesos.
cias y la cacofonía de las aves en para semejante empresa. cent mientras despejaba una mesa, —Eso lo decidiré yo —gruñó Do-
el lago cercano. Y el olor de la civiliza- Era un vacío en su interior. Toda disponiendo los cachivaches que ha- menec, impaciente.
ción. No tan fragante. su vida como humanos. bía sobre ella en una estantería que El taumaturgo abrió la mano. Los
Aceite y ruido de maquinaria. Pero, luego de unos momentos, parecía a punto de derrumbarse. huesos cayeron, dibujando extrañas
Grandes construcciones y multitud ese vacío dejó de molestarles. Com- Domenec se encogió de hombros. formas en el aire. Golpearon la tabla
de operarios. prendían que tal sentimiento no era —Hay que saber hacia dónde de la mesa con el sonido de los hue-
El laboratorio donde se llevó a normal (definamos la normalidad de blandir el acero. sos al partirse, y rodaron hasta formar
cabo la experiencia. la situación), sino que deberían de Racent rió entre dientes. un patrón. Una de la tabas había caído
Ése había sido el último recuerdo sentirse perdidos y angustiados. Pero —Todo un mercenario, ¿verdad? en el centro y el resto se disponía a
de ambos. no era así. Tan hundidos en la sangre que derra- su alrededor.
El rostro del doctor Garcés incli- La humanidad que tuvieran es- man que no pueden ver más allá de Racent las miraba con ojos febri-
nado sobre ellos. taba quedando atrás con rapidez. la punta de su propia espada. Lo que les. Su mandíbula se movía caótica-
De no ser así, no hubieran podido marca nuestros destinos es el oro, mente de un lado a otro de su boca.
Pasaban las horas, pero seguían sin sobreponerse al cambio. y las plumas sobre el pergamino. Señaló la pieza central. Su cara supe-
recordar sus nombres. Tenían la vaga idea de que en —El oro cambia de manos y los rior mostraba un símbolo de bordes
Nada había en el recinto que les algún momento se les había advertido mensajes vuelan atados a las patas afilados.
informara de sus identidades. acerca de ello, pero pudiera ser que de las palomas. Pero, al final, no tie- —El Lobo. Habla de peligro, pero
—¿Una identificación? simplemente lo hubieran dado por nen valor. Cuando llega la hora de también de soledad. Y de la necesi-
Si había habido algún trozo de sentado. El hecho de que alguien la verdad las palabras no bastan; el dad, el hambre, que lleva a la carroña.
papel, hacía tanto que había desapa- les advirtiera. oro no basta. Sólo hay una cosa que —Después señaló las tabas que había
recido que ni las huellas quedaban. Eran posthumanos. mueve el mundo. Sólo el acero. arriba y debajo; mostraban la misma
Lo mismo que lo que fuera que Racent sacudió la cabeza. runa—. El Camino debajo del Lobo,
estuviera archivado en las computa- Descubrieron que tenían capacidades —La filosofía del campo de bata- y el Yunque sobre él, haciendo oscilar
doras. con las que ningún humano hubiera lla... —murmuró con desprecio. su peso. El pasado que determina
Había muchas cosas que no re- podido contar. La rapidez con la que Tanteó entre los estantes hasta el devenir. El peso del pecado que
cordaban, además de su nombre. trabajaba su cerebro. La fuerza. encontrar una bolsa de cuero, que pinta de sangre las mañanas.
Su familia, su infancia. En realidad, Sobre todo, la fuerza que po- tomó entre sus manos. En su interior —Sigue —apremió el forastero.
la mayor parte de su vida anterior seían. Qué resultó muy útil a la hora se escuchaba el leve chasquido de El taumaturgo le lanzó una mira-
que no tuviera que ver con el proyecto. de abrirse paso hasta el exterior. Eso los huesos al chocar. Racent selec- da de reproche, pero acto seguido
Era como si la memoria se hubie- y las máquinas capaces de taladrar cionó cuidadosamente cinco piezas. volvió a fijar su atención en la senda
ra degradado. Desaparecido. las capas de roca y sedimentos varios. Cada taba estaba tallada en forma que dibujaban los huesos.

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—Lo haré sin demora, mi señor El forastero esbozó una media Que demostraron funcionar lo sufi- —¿Ruinas?
—respondió Domenec con un asenti- sonrisa. La sentía extraña en su rostro. ciente como para que pudieran termi- —Eso parece. Vamos.
miento de cabeza. —Adiós, capitán. nar la tarea. Atravesaban los restos Hacía allá se dirigieron, abando-
Abandonaron la estancia hombro Cote asintió con la cabeza. dejados por civilizaciones desapare- nando el sitio que les diera cobijo
con hombro, bajo la severa mirada —Recuerda pasar por la cocina. cidas que ni siquiera habían surgido durante eras geológicas enteras.
del señor y los ojos maliciosos del El forastero se despidió con un cuando ellos se fueron a dormir. Unas criaturas de pequeño tama-
taumaturgo. La puerta se cerró a sus gesto de mano y encaminó sus pasos —¿Qué hacemos con esto? ño se escurrieron entre sus piernas.
espaldas con un ruido seco. hacia las cocinas, pero cambió de —preguntó ella, indicando la cámara Atraparon a una de ellas por la
—Pasa por las cocinas antes rumbo en cuanto estuvo fuera de la subterránea, muchos metros detrás cola y la observaron con curiosidad,
de marcharte —indicó el capitán—. vista del capitán. Se encontró llaman- y posiblemente a estas alturas inun- mientras se debatía chillando.
Ordenaré que te den pan y queso do con el puño a la puerta del tau- dada de polvo y escombros. —Un primate. Un ratón, quizá
para el camino. La noche es oscura, maturgo. —Nada —fue la respuesta de su —dijo él.
pero siguiendo el camino hacia el La puerta se abrió hacia adentro compañero. Si hubiera podido enco- —No creo que tenga que ver
oeste encontrarás una aldea donde y apareció el rostro flaco y macilento gerse de hombros, lo hubiera hecho. con los ratones. Tiene un rostro que
podrás dormir bajo techo. de Racent. El taumaturgo fijó su mira- Aquello que los había sustentado parece humano. O humanoide. Con
—Cote... —comenzó el forastero. da en los discos de hierro que llevaba por tanto tiempo ya no servía más. los ojos adelante —respondió ella—.
—Lo hemos intentado, Domenec. cosidos en el justillo de cuero y luego Ni las máquinas, que ya habían expi- Y las patas delanteras parecen ter-
Pero ahora tengo órdenes que cumplir. subió los ojos hasta encontrar la mira- rado, ni las computadoras que se minar en dedos. Cuatro.
—No todas las órdenes merecen da desprovista de emoción del foras- encontraban en el recinto, dado que —Las traseras tienen dos. —La
ser obedecidas. tero. El color abandonó su rostro. eran poco menos que polvo y cual- pobre criatura no paraba de retorcerse.
—Es posible, pero no soy quién para —¡Atrás! —exclamó, retrocedien- quier información que poseyeran ha- —¿Quizá los cuatro se unieron
decidir. Existe un orden; Dios lo escribió do con un traspié y alzando una mano cía mucho que había desaparecido. en dos?
en el pergamino del Cielo. Si se rompe en forma de garra—. ¡Atrás, te lo ad- Todo lo que podían llegar a necesitar Por fin se apiadaron de su cauti-
una regla, ¿por qué no romperlas todas? vierto! estaba dentro de ellos, en el cerebro va y la dejaron libre. El animalito se
Soy un soldado. La disciplina es lo que Domenec se limitó a mirarlo en artificial donde moraba la mente de perdió de vista con rapidez entre lo
mantiene a los hombres con vida. silencio hasta que Racent consiguió las personas que fueran. que parecían ser arbustos bajos.
Domenec miró a su viejo enemigo dominarse. Era de noche. —¿Y la gente? O quienes quiera
y después asintió. —No vengo a hacerte daño, tau- Una noche de luna llena. que haya.
—Hasta que nos volvamos a ver, maturgo. Una luna imposiblemente grande. Ni rastros. Pero el planeta era
Cote. —¿Y a qué vienes, Hijo de Lir? —Está más cerca. grande.
—No lo hagas —gruñó el capitán —Vengo a hacerte una petición, Simplemente era un comentario. —No recibo ninguna señal —co-
cuando Domenec estaba a punto de taumaturgo. Mi futuro. Quiero que Podían ver perfectamente lo que mentó ella.
volverse—. Lo que estás pensando. tus huesos me lo muestren. los rodeaba. Aun con sus ojos huma- —Tampoco yo —respondió su
No lo hagas. —¿Quieres que mire tu senda nos hubieran podido distinguir su en- compañero.
—¿Por qué no? en las tabas? —gruñó Racent con torno con bastante claridad, con esa Algo no funcionaba con el sistema
Gilem Cote resopló y miró al incredulidad. luna tan hinchada. integrado. Deberían de poder captar
forastero con su único ojo. La cicatriz —Tengo plata. —Busquemos a alguien —dijo algo.
parecía más blanca que nunca. El taumaturgo gruñó y lo invitó ella. —¿Acaso no habrá nadie?
—Lo recuerdo perfectamente. a pasar con un ademán que hizo que Pusieron sus centros de visión ¿Cuánto tiempo habría transcu-
El cielo gris y dos hombres cruzando el extremo de la enorme manga de en modo telescópico, buscando seña- rrido?
el acero bajo esos estandartes negros. la túnica se agitase. les de vida. No tuvieron mucho tiempo para
La guerra acabó. Tu reina ha muerto. —No quiero tu plata ensangren- Había algo informe a la distancia. hacerse semejante pregunta, pues
No hay razón para que se repita. tada. Eran muchos “algos” informes. algo se presentó.

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En la forma de una gran cantidad La miríada no tenía voz. El señor acusó la noticia en si- —Bien debes saberlo —gruñó
de pequeñas esferas que volaban No la necesitaba. lencio. Racent escupió a la hoguera con su voz vibrante—. Te he visto
hacia ellos. Semejaban un enjambre Hasta el momento, nunca había e hizo un gesto contra el mal de ojo. en los huesos, forastero. El cisne
de abejas, y ambos se sintieron presa tenido la ocasión de comunicarse —Explícate, capitán. entre cuervos. Amigo de celtas. Hijo
del pánico, como si aún tuvieran sus con alguna criatura que la utilizara. —Son quienes las lideran y las de Lir.
cuerpos orgánicos. Aunque se había encontrado con organizan. Mujeres con el azul de —¿Lir? —preguntó Ealdhert, in-
Se quedaron petrificados, inca- algunas, en planetas que posiblemen- la guerra en su piel. Empuñan acero. quisitivo.
paces de moverse del puro susto. te ya no existieran. Mas esas criaturas —No hay celtas a este lado de —Un druida, mi señor —siseó
aún no habían adquirido la suficiente las montañas. Su mundo se muere. el taumaturgo—. Amante de los demo-
El reflejo brillante fue creciendo hasta inteligencia como para intentar una —Ahora las hay, mi señor. nios que duermen en el corazón de
convertirse en un par de seres. Su comunicación con otros seres del Uni- Æster Ealdhert tomó una lenta los árboles más viejos. Este sujeto
aspecto general era similar a los restos verso, o ya la habían perdido. Como bocanada de aire. Cuando habló, no es de fiar, mi señor. Os lo advertí.
hallados en el satélite del planeta. fuera, la miríada había pasado sin su voz era cortante como una flecha El forastero clavó sus ojos fríos
Dos miembros superiores, dos infe- averiguarlo. rasgando el aire. en la febril mirada de Racent, que
riores que se apoyaban sobre el terre- Sin embargo, tenía la capacidad —Partirás al alba. Castigarás a se limitó a lanzarle una sonrisa de
no, y sobre el tronco una estructura de poder manipular las ondas que algunas de las mujeres como ejemplo, suficiencia.
donde posiblemente se encontrara vibraban en el aire, y de lograr una y te ocuparás de que el resto vuelva —No voy a tolerar que haya cel-
el núcleo de su existencia. buena simulación de sonido. al lugar que Dios escribió para ellas. tas en mis tierras. Ni mujeres armadas
Pero de metal brillante. —¿Quiénes son ustedes? —ha- En cuanto a las celtas, las traerás —sentenció Æster Ealdhert.
Se acercaron. bía sido lo que uno de los seres emi- ante mí; en cadenas o en pedazos. —Mi señor... —volvió a decir Cote.
Una nube de componentes ro- tiera. Cote inclinó la cabeza. —Entiendo tus reservas, capitán.
deando a las dos figuras inmóviles, La miríada comprendió la pre- —Mi señor, si se me permite la Pero por algo es mi sangre la que
esperando la comunicación, el men- gunta. Y no se sorprendió. La sor- osadía... tiene derecho a gobernar, Cote, y no
saje por el cual viajaran hasta el pla- presa no estaba en ellos. —Escúpelo. la tuya. Mis razones son más amplias.
neta. —Somos la miríada. —No contamos con los suficien- ¿Sabes lo que llevarán las palomas
Pero no obtuvieron respuesta; Las ondas de sonido eran audi- tes hombres para cumplir vuestras mensajeras atado a sus patas? Pala-
sólo silencio. bles para los otros, si bien los oídos órdenes y además defender las alme- bras malintencionadas que dicen que
Finalmente, luego de la larga es- humanos no hubieran entendido una nas de este torreón, mi señor. Ealdhert no puede mantener la paz
pera de segundos, algo sucedió. sola palabra. La miríada no utilizaba El noble soltó una carcajada y del rey en sus tierras; que hasta las
Algo que produjo ondas a su alre- palabras. Y tanto él como ella ni si- descargó la palma de la mano sobre mujeres se rebelan. Palabras ávidas
dedor. Tardaron menos de un microse- quiera se asombraron de poder com- el reposabrazos de madera. de poder que dicen que el tiempo de
gundo en identificarlas como ondas prenderlos. —¡Son mujeres, Cote! ¿Tienes los pequeños feudos ha terminado;
sonoras, una de las tantas formas —¿Y qué es la miríada? miedo de sus faldas? que sólo los grandes señores pueden
de comunicación que poseían las dife- —La miríada es. —Con vuestra venia, mi señor mantener el orden. Y no voy a tolerarlo.
rentes formas de vida orgánica. —Ésa no es una respuesta. —interrumpió Domenec—. Los celtas —La defensa...
Pero no las artificiales. Y estas —La miríada es —repitió el com- no entienden la diferencia entre hom- —Un noble tiene que hacer sacri-
criaturas, indudablemente, eran el ponente que hacía de portavoz. Se bres y mujeres como nosotros lo ha- ficios, capitán. Una ganancia viene
resultado de una creación consciente encontraba a la altura de la cabeza cemos. Ellas no tienen prohibidas las con un precio. Y voy a pagarlo. Ésas
de otro ser, ya fuera orgánico o tam- de la criatura que había emitido sonido. armas. No hay diferencia entre ellas son mis órdenes. Cúmplelas.
bién artificial. —¿Un ser compuesto? —El soni- y el más duro de vuestros soldados. Gilem Cote se llevó un puño al
La miríada estaba lo más perpleja do había salido de la segunda criatura. Un siseo desvió la atención hasta corazón.
que podía estar. Este método no era —Ustedes son uno solo. —No otro punto de la estancia. Procedía —En cuanto a ti, forastero, aban-
muy eficiente. era una pregunta. de Racent. Se estaba riendo. donarás mi techo esta noche.

12 53
entre dientes, como llevaban haciendo —Mujeres, señor. Vejadas y ate- —Somos la miríada. —Cuando esta miríada comenzó
todo el camino. morizadas por los desertores y los… —¿Y qué hace la miríada? a recorrer las agrupaciones de es-
—Alto —gruñó el capitán, interpo- excesos de los soldados del rey. Han —La miríada va. trellas eran diferentes.
niéndose en el camino de Domenec decidido tomar armas. —¿Va? ¿Galaxias?
cuando éste hizo ademán de dirigirse —No tienen razón ni derecho —La miríada recorre. —Debió de haber sido hace mu-
a los establos. —gruñó Ealdhert. cho tiempo.
El forastero enfrentó la mirada —Por supuesto que no, mi señor Había algo más, pero se les escapaba. —El tiempo es irrelevante.
del severo ojo de Cote. —murmuró Cote con un asentimien- Ni siquiera con su imposible forma Este intercambio se llevaba a
—Cogeré mi mula y seguiré mi to. de comunicación podían captar todos cabo instantáneamente. Por parte
camino. —Entiendo entonces que han los matices. de él no eran realmente palabras las
—Lo harás, después de hablar sido desarmadas y devueltas a sus —¿El Universo? que salían de su boca. Bueno, no
con el señor. —Alzó una mano en- hogares. Era ella la que le hablaba. No. tenía boca, sino un sistema que le
vuelta en malla para cortar las protes- Gilem Cote miraba fijamente a No le hablaba, sino que su “pensa- permitía vocalizar.
tas de Domenec—. Es su plata la su señor, con una mano sujetando miento” le llegaba directamente a Si la escena la presenciara un
que llevas en la bolsa. Es justo. su yelmo y otra detrás de la espalda, su centro neurálgico. observador humano, en el supuesto
Ealdhert les esperaba de pie junto cuadrado en un ademán marcial. Lo que hacía las veces de cere- caso de que todavía existieran huma-
al sillón labrado, dándoles la espalda —Mi señor, no han podido ser bro debía de estar acomodándose. nos, cosa que no sucedía, lo único
y con la mano apoyada en el respaldo desarmadas —informó secamente. Pero eso no significaba que po- que hubiera podido apreciar era la
de la silla que simbolizaba su derecho El noble se apretó el puente de dían entrar en el sistema de la miríada. cacofonía de silbidos, chirridos, y
al gobierno. Junto al fuego, Racent la nariz con dos dedos y lanzó un Ni ellos en el suyo. chasquidos que se escuchaban en
los observaba con ojos brillantes y sonoro suspiro. En la sala cada vez —¿Qué es lo que recorren? el tenue aire.
suspicaces, con las flacas manos más oscura, sus anillos lanzaron refle- —preguntó. Observaba a la esfera que tenía
hundidas en las mangas de su túnica. jos dorados a la luz de las llamas —Lo que hay que recorrer —fue delante. Una bola brillante de alrede-
El forastero se quedó un paso de la hoguera. la respuesta. Diríase que era algo dor de veinte centímetros de diámetro.
por detrás de Cote, que clavó una —Capitán, ¿conoces las razones obvio. No tenía protuberancias visibles, ni
rodilla en el frío suelo de piedra. del vasallaje? —Cote guardó un res- El Universo. Galaxias y nebulo- lentes o membranas con las que po-
—Mi señor —murmuró, con el petuoso silencio—. La hoz que toma sas y agujeros negros. der “ver”, pero evidentemente de al-
caso bajo el brazo. los frutos de la tierra necesita una —¿Recorrieron mucho? guna manera captaban lo que ocurría
Æster Ealdhert se giró con la espada que la proteja. Yo soy la —¿Mucho? La miríada no com- a su alrededor. Tampoco señales de
severidad cincelada en el rostro, y espada; ellos la hoz. Así lo escribió prende ese significado. poseer algún medio con el que poder
le dio permiso para alzarse con un Dios, ¿no es cierto? ¿Qué trigo va —Dos más dos más dos más manipular lo que estuviera a su alcan-
gesto de la mano. a segar la hoz si está ocupada to- dos hasta ser tanto como hay cuerpos ce.
—Habla —ordenó mientras se mando la espada? ¿De qué va a celestes. Absolutamente nada que indicara
dejaba caer pesadamente en la silla—. comer la espada si la hoz no siega —Mucho. Queda mucho por re- su origen.
Explícame quién ha enviado a dos el grano? correr. No hay fin. Quienquiera que las hubiera fabri-
de mis guardias tras las puertas de —No han tomado las armas por —¿Cuánto tiempo hace que re- cado, seguramente habría desapa-
la Muerte. decisión, sino por necesidad, mi señor corren? recido antes de que siquiera se for-
Cote torció el gesto, incómodo —arguyó Cote. Hubo que explicar, ya que la mara el Sistema Solar.
por las noticias que portaba. —Y mi necesidad es que vuelvan idea del tiempo que la miríada tenía Todavía pensando como el hom-
—Son mujeres, mi señor. a arar sus campos —replicó duramen- no correspondía con la misma idea bre que fue, se preguntó qué clase
Las cejas del señor cayeron pesa- te el noble. del tiempo que tenían los terrestres. de energía utilizarían. No recordaba
damente sobre su ceño. Se limitó —Hay algo más, señor. Hay cel- Pues eso eran: terrestres. Si toda su vida anterior, pero sí estaba
a observar a Gilem Cote en silencio. tas entre ellas. bien ya no humanos. completamente seguro de que la Hu-

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manidad jamás se había encontrado —No. Creo que ya no hay gente —Sólo hay lados si tú lo quieres —Están en un lugar mejor ahora.
con algo semejante. —respondió—. O, al menos, no trans- —respondió el forastero—. Esa elec- Atacaron sin esperar mi orden. Les
Al menos, hasta que se fueron miten. ción es tuya. prefiero en el seno de Dios que en
a dormir. —Quizá cayó la civilización. Cual- —Ealdhert no permitirá esto. las filas de mi guardia. —La voz de
Altamente probable que luego quiera que fuera. —Tu señor no tiene apenas hom- Gilem Cote era inflexible—. La disci-
tampoco. Para entonces, el ser humano bres en su guardia —repuso Dome- plina es lo que mantiene a los solda-
Las esferas, la miríada, los rodea- debía de haber desaparecido. O muta- nec—. Si combatís ahora, puede que dos con vida.
ban suspendidas en el aire. Frente do hasta ser irreconocible. Quizá al- venzáis, pero incluso en ese caso —Y el acero —recordó la mujer.
a él, aquella que parecía ser la voz guna otra criatura evolucionara para apenas quedarán soldados en las —Espero no volver a veros, en-
de todas, y el resto, desparramadas llenar su nicho ecológico. almenas del torreón de Ealdhert. ¿Eso tonces —gruñó el capitán, despidién-
a distancia variada de aquí hasta la O pudiera ser que la inteligencia es lo que desea? Estas mujeres lim- dose con un gesto de cabeza.
Luna, o al menos hasta donde alcan- superior no hubiera vuelto a surgir. pian sus tierras de criminales. —Que las diosas guíen tu camino
zaba la vista de sus ojos posthumanos. Que todo lo que hubiera quedado fue- —Algunos eran desertores. Otros —murmuró Luar.
Debían de ser centenares de mi- ran esos pequeños animalitos que pa- eran los soldados del rey. —Te dejaré con tus diosas. Déja-
les. recían ser alguna clase de roedores. —¿Acaso no merecían morir? me a mí con el mío —refunfuñó Co-
—Trescientos cincuenta y cuatro —¿Cuánto tiempo? Cote miró hacia atrás, donde te—. Vamos, muchachos. Tenemos
mil —le llegó la voz de su compañera. —Millones de años. Con exacti- guardias de ojos duros esperaban entierros que preparar.
No era exactamente la voz, pero tud… ansiosamente la orden. Negó con Domenec envainó el acero. Algu-
así era más fácil de comprender esa —No es necesario. Me doy una la cabeza, y de mala gana comen- nos soldados le miraban con descon-
clase de comunicación, de mente a idea. zaron a envainar las armas. Un mur- fianza; otros, con hostilidad abierta.
mente. O de computadora a computa- Este intercambio de ideas fue mullo recorrió las filas de las guerre- Esperaba poder llegar con vida hasta
dora, que eso era lo ahora eran. instantáneo; menos de lo que tardaría ras, que también rompieron la forma- el castillo.
—¿Ustedes son uno? un parpadeo en sus antiguos cuerpos ción. Luar y Cote volvieron a quedar —¿Qué haces? —le increpó Co-
—¿Uno? No, somos dos. Mi com- humanos. frente a frente. te—. Pensé que te irías con ellas.
pañera y yo. Mientras, a su alrededor, las esfe- —Puedo explicarle la situación —Mi mula está en los establos
—No son uno. ¿Hacen un uno? ras continuaban rondándolos. a lord Ealdhert —ofreció el capitán—. de Ealdhert —repuso sencillamente
Tardó el equivalente de un minuto —El mensaje provino de este Pero la decisión es suya, no mía. el forastero.
en darse cuenta de lo que quería ex- mundo. Si él lo ordena, volveré y os arrastraré —Bueno, pero no esperes llevar-
presar. —¿Mensaje? ¿Qué mensaje? cargadas de cadenas hasta sus cala- te ninguna bolsa de monedas des-
—No hacemos un uno. Somos —Eran fragmentos que demostra- bozos. Pese a todo, le pediré com- pués de esto —gruñó el capitán, e-
independientes uno del otro. ban inteligencia. prensión. chando a andar hacia la espesura.
—Son más de uno. —¿Alguno de los tantos mensa- —Si vuelves, las raíces de estos
—Exacto. jes que se enviaron al espacio? árboles beberán nuestra sangre, capi- Llegaron al torreón cuando las últimas
—Dos. Los dos no hacen un todo. —aventuró en su mente la compa- tán. La mía y la tuya. luces del día estaban escondiéndose
—No. ñera. El único ojo de Cote miraba a entre las almenas. Los dos jóvenes
—Entendido. —O las señales de los medios la celta sin ninguna expresión. Al otro soldados que custodiaban la puerta
de comunicación. Degradados hasta extremo de su nariz, la cicatriz tenía levantaron las lanzas en señal de bien-
—No recibo ninguna señal —le llegó ser irreconocibles —le respondió un tono rojizo. Dijo: venida y ojos curiosos los observaban
la comunicación de su compañera. él. —Conforme. entre los matacanes, acusando las
Su cerebro posthumano había La miríada no se enteró de esta —¿Y ellos? —preguntó Luar, ausencias.
adquirido la plenitud de su capacidad, conversación, pero tampoco le impor- señalando los cadáveres. No se le Los soldados entraron en el to-
paulatinamente, sin que se diera cuen- taba. escapaban las miradas de rencor rreón cabizbajos. Lanzaban sutiles
ta. —¿Ustedes lo enviaron? de los otros soldados. miradas al forastero y murmuraban

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Rewalt lanzó un gruñido. profundamente en el pecho del joven —No. No fuimos nosotros —agre- la compañera, lo enrolló en uno de
—¡Sólo existe un Dios, bruja! guardia, frenando en seco su carrera. gó—. Quizá mi gente. O los que vinie- sus brazos. Ella le dejó hacer, sorpren-
—Ese Dios no ha hecho nada Los soldados se aprestaron para ron después. dida y algo divertida. No estaba asus-
por nosotras, soldado —siseó Reda. el combate, levantando las armas. —Este mundo no tiene la capa- tada. Hasta el momento la miríada
—Las diosas cazaban junto a Domenec saltó, girando para enfren- cidad para enviar mensajes. no había hecho ningún movimiento
mi pueblo en los tiempos del amane- tándose a los guardias de Ealdhert Eso era cierto. que les alarmara.
cer. —La voz de Luar era altiva y y blandiendo la enorme hoja de su —Pero la tuvo. Supongo que fue Es decir, aparte de su existencia.
clara como el acero—. Tu Dios parece espada para hacer retroceder a los hace mucho tiempo. El portavoz desenrolló su apéndi-
encontrar placer desoyendo las súpli- que avanzaban. Otra vez el tiempo. Mas la miríada ce y luego lo pasó por lo que hacía
cas de sus hijas. —¡Quietos! —rugió Cote con voz ahora pareció haber comprendido las veces de rostro, tal como haría
—Tienes una buena boca, bruja de mando. Sus soldados se quedaron el término. un hombre ciego para “ver”.
—dijo Rewalt con una sonrisa torci- clavados a la tierra como si los hubie- —Cuando había muchos organis- Todo eso duró apenas un instante,
da—. Préstamela un rato por una se golpeando con un martillo—. ¡No mos que lo poblaban. Y la luna, el tras lo cual el apéndice del compo-
pieza de cobre. Creo que encontraré he dado ninguna orden! satélite —levantó su rostro metálico nente volvió a su sitio, dentro de la
un buen uso para ella. El capitán se puso frente al foras- hacia el enorme globo—, estaba a esfera, que retornó a su estado origi-
Detrás de él, los soldados lanza- tero, que esperaba empuñando la mucha más distancia. Hace millones nal, completamente lisa, sin marca
ron risas roncas. espada entre los soldados y las muje- y millones de años. alguna.
—¿Ya te has cansado de esta res guerreras. Cote se daba golpeci- Podría haber dado la cifra exacta, —Son máquinas autónomas. Cons-
tierra? —respondió Luar entrecerran- tos en la pierna con el mango del mas se aferraba a lo que quedaba truidas por otros seres con inteligencia.
do los ojos—. Déjame darte el último hacha. de su parte humana. Mientras le du- —Cierto. Tal como la miríada.
adiós. —¿Te pones de su lado? ¿Contra rara. —No como la miríada. La miríada
El veterano dio un paso al frente, nosotros? ¿Por qué? —Quienes lo enviaron ya no es- siempre fue.
con los nudillos blancos de apretar —He visto el dolor de la guerra, tán —expresó simplemente el porta- No era cuestión de discutir.
el mango de su arma. y la manera en que su música des- voz de la miríada. —A la miríada ya no le interesa
—Ven, bruja. Veremos si eres pierta los demonios que duermen —No —admitió el antiguo huma- este mundo. Vio todo lo que había
tan orgullosa cuando te ponga de en todos los corazones. Solía pensar no. que ver. No pudo establecer contacto
rodillas. que no hay elección, que el viento —¿Dónde están? con los que enviaron el mensaje. Este
Luar esbozó una fría sonrisa, te arrastra allí donde le place. Pero —No sé. mundo está muerto. La miríada se
pero Reda estaba roja de rabia. Escu- era una mentira, Cote. Una excusa. Las esferas comenzaron a mover- va.
pió a Rewalt a la cara. Siempre hay elección. se, replegándose y elevándose en Claro que realmente no dijo “ver”,
El soldado soltó un gruñido de Detrás de Domenec, las mujeres el firmamento. Sólo quedaba la que dado que lo que tenían no era exac-
rabia, cargando hacia la mujer more- esperaban en formación de combate. hacía de portavoz. tamente “visión”, pero cumplía con
na y blandiendo la espada. Luar se Las otrora campesinas parecían inse- —Ustedes dos son criaturas arti- su cometido. Y el significado era el
interpuso entre ellos con gracia feli- guras e intercambiaban miradas ner- ficiales. ¿Son los únicos de su especie? mismo.
na, desviando la hoja con el borde viosas, pero en primera línea las cel- —Creo que sí. No le interesaba el pasado del
del escudo y hundiéndole la punta tas fijaban la vista al frente; la mirada —Peculiar. La miríada no conoce mundo; sólo el presente.
de hierro de la lanza en las tripas. tan fría como el acero que empu- especies con sólo dos miembros. —¡Eh! Todavía no está muerto
Rewalt cayó de rodillas vomitando ñaban. Cerca de ellos, Rewalt y Lew “Nuestra especie contaba con —dijo la compañera.
sangre. morían con la cara aplastada contra miles de millones de miembros”, quiso Pero ya el portavoz iba camino
—¡No! —gritó Lew, lanzándose el suelo. La tierra húmeda del bosque decirle. Pero, ¿qué caso tenía? a reunirse con el resto de la miríada.
hacia Luar en una arremetida furiosa. bebía su sangre. El portavoz hizo algo inusual. Los posthumanos los miraron
Reda blandió el hacha con todas —Y tú eliges ponerte de su lado De alguna parte extrajo un apéndice perderse en el firmamento, hasta de-
sus fuerzas. El arma osciló y se clavó —murmuró Cote. similar a un tentáculo y, flotando hacia saparecer en el espacio.

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Se miraron. ción, con esos aparatos de visión que —Sólo hay un Dios —murmuró de presa. El saber de dar muerte
Y, por primera vez desde que ocupaban el lugar de los ojos, podían con disgusto Lew, frunciendo el ceño. —proclamó Luar.
despertaran, pudieron verse como vislumbrar la nube formada por los Cote se rascó la línea blanca Cote se afianzó sobre sus pies.
eran. Ella, una criatura plateada como miles de componentes. Un superor- de la cicatriz que le marcaba el rostro El forastero vio que aferraba con fuer-
la luna llena, con grandes ojos que ganismo cuya única meta era inves- y dijo: za el mango de su hacha, preparado
casi, casi, parecían humanos; y él, tigar y viajar. —No tenéis razón ni derecho a para golpear en cualquier momento.
rojizo dorado y de aspecto marcial. A lo lejos, en el reseco terreno, portar armas. Aester Ealdhert mantie- —Vosotras habéis matado a los
—Me recuerda algo, pero no sé se encontraban las ruinas de alguna ne la paz del rey. soldados del rey —acusó.
qué —le llegó el comentario de la antiquísima estructura. Sería intere- Una mujer, morena y menuda, Luar alzó la cabeza, orgullosa.
compañera. sante ver lo que era. se echó a reír con sorna. Tenía el —Sí.
—Me pasa lo mismo. —Vamos, tenemos todo el mundo pelo negro, cortado a cuchillo a la —¡Eran carroñeros! —estalló Re-
La vida anterior era un abismo para nosotros. Quiero ver que hay ahí. altura de la mandíbula, y se cubría da—. Acostumbrados a tomar por
vago y nebuloso. Pero… eso no era —¿Es artificial? con un gambesón acolchado diseñado la fuerza lo que se les antojase. Pa-
importante. Quién sabe si en el pasa- —No sé. Vayamos a ver. claramente para alguien mayor. saron por la casa de la vieja Malla,
do habían tenido familia, ya sea pa- —¿De verdad? —exclamó, apo- a tres leguas de aquí. Forzaron a
dres, hermanos, pareja, o hijos. ¿Qué En el satélite natural del planeta, tam- yándose en el hombro el mango del sus dos hijas, uno detrás de otro,
habrían sido en esa vida? ¿Cómo bién llamado Luna, el astronauta olvi- hacha que empuñaba y señalando hasta que se cansaron de ellas. Pen-
fue que llegaron a formar parte del dado permanecía de pie, tal como lo al capitán con un dedo acusador—. saron que servir a la corona les situa-
experimento que los convirtiera en había hecho desde hacía cientos de ¿Mantuvo tu señor la paz cuando ba por encima de la justicia. Sí, los
lo que eran ahora? millones de años. su leva se llevó a nuestros maridos matamos. A todos.
Todo eso había desaparecido. ¿Qué función habría cumplido su e hijos a luchar y a morir en el norte? —Tomando las armas sólo con-
Pero… estaba bien. mera existencia? ¿Alguna advertencia? ¿Dónde estaba cuando esos chacales seguiréis que os hagan más daño
Estaban en este nuevo mundo, ¿Un homenaje? Ya no había nadie en con piel humana aparecieron en bus- —trató de persuadir Cote—. Ealdhert
a cientos de millones de años de dis- el tercer planeta, en algún momento ca de su carroña? no lo permitirá. Pero podéis acudir
tancia de la época que los vio nacer. conocido como Tierra por sus habitan- —La guerra trae percances y a él; pedir su protección. Él se encar-
Un planeta entero para explorar. tes, que siquiera lo recordara. calamidades, bien cierto es, pero gará de defenderos.
—¿Crées que se hayan salvado? Y allí estaría, hasta que el satélite corresponde al señor... Domenec suspiró e intervino.
—¿Quiénes? ¿Los seres huma- chocara contra el planeta o la mori- —Estábamos indefensas hasta —Ni siquiera tú crees eso, Cote
nos? ¡Quién sabe! Supongo que al- bunda estrella se llevara a ambos que Luar y sus hermanas llegaron. —dijo el forastero—. Para tu señor,
gunos se fueron. Otros se quedaron por delante. ¿Debíamos dejar que nos robaran, todo esto son consecuencias de la
y se convirtieron en algo más. Aunque eso podría tardar algunos que nos forzaran, que nos mataran? guerra; tristes pero inevitables. Y,
—¿Habrá gente allá? —En las cientos de millones de años. Todos los soldados sois iguales —bufó aunque quisiera, no puede dedicarse
estrellas. Era una lenta agonía. la mujer empuñando el hacha con a ahorcar a los soldados del rey. Tú
—No lo creo. Ya pasó mucho Pero los posthumanos no tenían ambas manos—. Perros con distinto sabes cuál es la verdad. Todo es
tiempo. prisa, ni angustia por su eventual de- dueño. Lo que impide que volvamos una ilusión; todo salvo el acero.
—Yo creo que sí. Aunque hayan saparición. a ser víctimas es el acero que empu- —Ealdhert no permitirá que unas
cambiado, van a seguir siendo gente. Había mucho para ver. ñamos; no la voluntad de vuestro señor. mujeres estén tomando armas en su
También nosotros. Somos gente. Hu- —Ya has oído a Reda, capitán. tierra, especialmente si se dedican
manos. En alguna parte del Universo, desparra- Fuimos nosotras, el viejo pueblo, y a cortarle el gaznate a los soldados
—Humanos de metal. mados entre varias galaxias, sobre- no Æster Ealdhert, quienes acudimos del reino —repuso Cote, tozudo.
—Quizá. vivían y prosperaban y se hundían di- a su llamada. Quienes les entregamos —La voluntad de las diosas está
La miríada ya debía de estar ca- versos pueblos, cuyo origen podía re- el saber que permite la libertad, la por encima de la de tu señor —replicó
mino a la Luna. Si miraban con aten- montarse a este mundo, el tercero, que habilidad que distingue a cazador Luar.

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desenvainaron sus armas y prepa- —No puede ser —murmuró Gi- orbitaba un sol moribundo. Algunos Y, entre todos ellos, alguno, al-
raron sus escudos. lem Cote entre dientes—. No hay eran descendientes de aquellos cono- guna vez, ¿se preguntaría acaso qué
—Son... ¡Son mujeres! —exclamó celtas aquí. cidos como seres humanos, aunque habría sido del planeta natal de su
el joven Lew, que blandía una espada Ella dio un paso hacia delante. ningún ser humano lo reconocería como especie?
corta y de pronto parecía no saber Sujetaba de forma indolente un sen- un congénere. Otros podían rastrearse ¿O ya lo habrían relegado al ol-
qué hacer con ella. cillo escudo de madera y una lanza a otros seres que en la época, en la vido, junto con ese astronauta eterna-
Domenec, que no había llegado tan alta como ella. que ambos posthumanos vivieran, sim- mente de pie?
a sacar su acero, bajó la mano hasta —Soy Luar —dijo con voz segu- plemente eran unos más entre los que
el cinturón. Las mujeres de la primera ra—. No hay necesidad de manchar se consideraban meros animales. © E. VERÓNICA FIGUEIRIDO, 2015.
línea eran altas, atléticas, y llevaban el acero. Aceptaré vuestra rendición.
el pelo trenzado hacia atrás en coletas Rewalt se echó a reír y se reco-
que se asemejaban a la crin de un locó el casco de cuero con la mano
caballo; estaban pertrechadas con de la espada. Dijo:
armaduras de cuero endurecido y —Señoras, por favor, nos habéis
tenían el azul del cielo marcando sus dado un susto de muerte. Pero soltad
frentes y el brazo de las armas. Detrás las armas antes de que os hagáis
de las guerreras del viejo pueblo vio daño, ¿de acuerdo?
otras mujeres, vestidas éstas con Luar ladeó la cabeza. Una flecha
faldas de tela basta propias de las silbó al cortar el aire, y se clavó profun-
campesinas de esas tierras y cubier- damente entre las botas del veterano.
tas por piezas de diferentes armadu- Rewalt dio un traspié hacia atrás,
ras. Varias de ellas se quedaron atrás, sobresaltado, y se puso rojo de ira.
con flechas de plumas grises tensan- —¡Maldita perra! —gritó.
do las cuerdas de sus arcos. El resto —Silencio —ordenó Cote.
formó un semicírculo en torno a ellos. El capitán miró a las mujeres,
El forastero vio que la mayoría blandía que superaban en número a sus sol-
armas de hierro oscuro, pero también dados, y después a Domenec. El
distinguió el inconfundible brillo del forastero negó con la cabeza.
acero templado. Hubiese jurado ante —Sólo habrá una rendición, Luar
la Piedra que algunas de esas armas —dijo Gilem Cote—. Estáis en las
habían pertenecido antes a los sol- tierras de lord Ealdhert. Deponed
dados del rey. las armas ahora. Somos la justicia.
La veintena de guerreras estaba —Podéis ser la ley, pero no re-
liderada por una de más edad, con conozco las fronteras con las que
el pelo dorado y gris trenzado elabo- habéis herido la tierra ni vuestra po-
radamente en una larga coleta, y testad sobre ella —cortó la mujer—. E. VERÓNICA FIGUEIRIDO
arrugas de expresión perfilando la La justicia somos nosotras. (Argentina —Buenos Aires—)
comisura de sus ojos claros. De su —Sé razonable —pidió el capi-
Una de las pioneras que impulsó el fandom en los años ochenta, colaboró en
frente se derramaban líneas retorci- tán—. Las mujeres no nacieron para revistas como Nuevomundo (antecesora de NM), Sinergia, Cuásar, Vórti-
das de un azul índigo, que atravesa- tomar las armas. ce, Galileo y Axxón y varios de sus cuentos fueron traducidos a otros idiomas.
ban sus rasgos e iban a morir a su —Mis diosas no piensan lo mismo. En NM publicó “Los recién llegados” (# 26), “Los turistas” (# 28), “Un mundo
labio inferior. Rewalt escupió al suelo con des- perfecto” (# 31) y “La doncella Godgifu” (# 35).
—Bruja —siseó algún soldado. precio.

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—Que me parta un rayo si los hechicería, o quizá al marinero le
EL LIBRO DE LOS PAZYRYK celtas no tienen nada de demoníaco gustaba demasiado beber.
—murmuró en voz queda, continuan- La comitiva siguió caminando,
VÍCTOR HUGO PÉREZ GALLO do la marcha. hasta que el tenue sendero desem-
El joven, Lew, también le dedicó bocó en un pequeño claro tras el que
un breve vistazo de sospecha, para se elevaba una colina sembrada de
después apartar rápidamente la mira- pequeñas rocas.
da y avanzar hasta el veterano. —¿Sólo crees en lo que ves,
—No se lo tengas en cuenta —co- entonces?
mentó Gilem Cote cuando reanudaron —No. Nunca he visto a los capas
la marcha—. ¿Es cierto lo que se grises, y sin embargo no viajaría hacia
dice, que tus hermanos y tú fuisteis el norte vistiendo los colores del rey.
criados por un espíritu de los bosques, Lo único que digo es que vuestro
una criatura enorme, de cabeza as- taumaturgo es un farsante.
tada? —Se lo diré a Ealdhert —dijo
Domenec se permitió una sonri- Cote, con una mueca divertida que
sa. No creía que nadie hubiese podido arrugaba su cicatriz—. Quizá se con-
confundir a viejo Lir con una criatura venza y lo mande colgar.
terrible y amenazante. Un impacto interrumpió la conver-
Estas páginas son fragmentos de una de libros de magia negra y heréticos —Sólo es un anciano, que posee sación. Del tronco de un árbol cercano
especie de bloc de notas o diario de del orbe2, descubierto casualmente la sabiduría de las plantas y las raíces. sobresalía el asta de una flecha. Cote
campo del profesor de antropología cuando indagaba por el Index librorum Un celta. Pero yo no profeso su fe. dio un cauteloso paso hacia delante,
comparada doctor V. Ruiz de la Vega, Cote soltó un sonido grave que y otra flecha idéntica a la anterior
prohibitorum, edición El Vaticano, de
hallado en su cuarto después de su probablemente indicaba que estuvie- se clavó en el mismo tronco. El capi-
suicidio en extrañas circunstancias.
1948, por lo que pude determinar que
es indudable que, en la Antigüedad, se meditando. tán lanzó una maldición y aprestó
Estaba medio quemado, por lo que
poco pudo recuperarse. el Libro de los Mineros fue bastante —Eso me lo callaría, ¿sabes? el hacha.
notorio entre los seguidores de ciertos Los celtas no son muy queridos, y Los soldados de Ealdhert forma-
BREVE COMPENDIO ritos oscuros o practicantes de magia no quiero que los muchachos se pon- ron en torno a su capitán mientras
DE LA EXISTENCIA CRONOLÓGICA negra, aunque estoy seguro de que gan nerviosos ahora. desenvainaban las armas. Figuras
DEL “LIBRO DE LOS PAZYRYK” (ПАЗЫРЫК), muchos nunca lo llegaron a ver y sólo El forastero indicó con un gesto armadas comenzaron a surgir de de-
O “LIBRO DE LOS MINEROS”1 trabajaron con referencias suyas, con que estaba conforme. trás de los árboles.
copias apócrifas. Allí se menciona un —¿Y no sabía de artes hechice- —Ya era hora de que esto aca-
He hallado algunos de estos intere- ejemplar guardado celosamente en ras ese Lir? base, ¿eh? —murmuró Gilem Cote
santes datos en un incunable, titulado el Archivo Secreto Vaticano, consis- —He visto cosas para las que con voz tensa.
con el curioso nombre de Compendio tente en un grimorio de tapas oscuras no tenía explicación en muchas oca- El forastero asintió y se llevó
1 Este título ha sido traducido del ruso
y gruesas, encadenado a una sola siones —confesó Domenec—. Pero una mano a la empuñadura de su
antiguo de la portada del incunable xilográ- mesa con un inmenso candado cuya eso no quiere decir que no tuviesen espada.
fico al que se hace referencia y que estaba llave en forma de cruz gnóstica (Anj explicación alguna. Algo natural pue- Las siluetas salieron de entre
situado en la Sección de Libros de Dona- copto) cuelga siempre del cuello del de parecer brujería, si no se lo cono- los árboles y se les echaron encima.
ción del Campo Socialista, en la Biblioteca ce. En una ocasión un marinero me Cote esbozó una mueca feroz y sope-
Papa reinante; si cualquiera mira dete-
del Instituto Superior Minero Metalúrgico de
Moa. [Nota manuscrita al borde de la hoja nidamente las pinturas de los Papas contó que, si viajas lo suficiente hacia só el hacha corta que tenía entre
por el autor; todas las referencias a pie de el norte, del cielo nocturno caen corti- las manos, protegiendo su cuerpo
página tienen este origen]. 2 Escrito en castellano antiguo. nas de fuego frío. Quizá eso sí sea con el escudo de roble. Sus soldados

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—Nunca había visto a ese viejo palabrería extraña de los taumaturgos, elegidos en los últimos dos mil años, pueblo nómada y pastoril, que vivió
taumaturgo tomarla tanto con nadie. lo que acaba con los bandidos, deser- se ve claramente la llave dorada, acom- cerca de lo que actualmente es la
¿Y qué me dices de toda la palabrería tores y gentes de esa ralea. pañando perennemente a la tiara y ciudad de Novosibirsk, en los montes
que escupió en el oído de Ealdhert? —¿Qué es esto? —exclamó uno formando parte de la iconografía del Altai, y del que Herodoto habló en
Todo eso de la sangre vertida, las de los soldados, interrumpiendo la escudo papal. ¿Qué secretos guarda sus libros. Aunque está escrito en
manchas del pecado en tus manos, conversación. ese libro? ¿Qué horribles abismos un alfabeto glagolítico, se puede decir
las huellas del pasado, y el camino Rewalt, un veterano al que le profundos puede abrir? ¿Qué horribles que sus miembros eran pastores gue-
hacia el abismo... Acostumbra a decir faltaba una oreja y cuyo pelo color verdades nos dirían a la humanidad? rreros que, de repente, según los ar-
cosas sensatas, al menos la mayor del humo estaba cubierto por un sim- Nunca lo sabremos. Lo tuve en mis queólogos soviéticos, tuvieron un salto
parte del tiempo. Otras, sólo murmura ple casco de cuero, daba golpecitos manos una sola vez y no puedo recor- en su evolución y desarrollaron una
cosas acerca de senderos inescru- con la bota a su hallazgo. Era un darlo sin estremecerme. Un tomo pol- sofisticada manufactura del hierro
tables y mujeres de sombras. pequeño pilar de piedra cubierto por voriento, rasposo, agrietado; la portada en medio de la Edad de Bronce, hecho
—He conocido a varias personas la maleza, que surgía del suelo y le hecha de una piel basta, escrito el insólito en esa remota época. Una
que decían ser hechiceros, brujos, llegaba por la cintura. Con un gruñido título en caracteres cirílicos en relieve de sus actividades económicas princi-
o taumaturgos. Algunos nobles les el soldado arrancó la enredadera con y medio desencuadernado. Aquella pales era la minería, por lo que el
gusta tenerlos a su servicio para que una mano enguantada, y descubrió última tarde de invierno sólo pude nombre de su etnia podría traducirse
les aconsejen sobre los peligros que la forma ovalada con un agujero cir- hojearlo brevemente; una simple ojea- como “los progenitores de la mina”
no se ven, a pesar de las quejas de cular cerca del extremo superior, que da antes de su desaparición. Apenas o “padres de los mineros”. Lo curioso
los sacerdotes. —Domenec se enco- la atravesaba de lado a lado. De in- transcribí unas pocas páginas, pero es que este salto evolutivo fue súbito,
gió de hombros—. Todos con los mediato, Rewalt dio un paso hacia sé que el mal estaba allí. Era un sen- como si alguien o algo les hubiera
que me he topado eran unos charla- atrás como si hubiese descubierto timiento casi físico, punzante, y doy enseñado técnicas metalúrgicas sofisti-
tanes. No creo que tuviese nada con- una serpiente venenosa e hizo una gracias de que alguien lo haya robado, cadas; sus armas y herramientas te-
tra mí, simplemente debe aparentar señal en el aire contra el mal de ojo. y espero que también destruido, si nían un perfeccionamiento superior
de cuando en cuando para conservar Lew, un joven imberbe al que el tabar- es que el conocimiento oscuro se al de las tribus colindantes. En sus
su puesto junto a Ealdhert. do de su señor le quedaba demasiado puede asolar. Cuando lo toqué por tumbas se han hallado agujas de ta-
—Entonces, ¿no crees que la grande, se situó junto al alarmado primera vez sentí que la piel se retorcía tuar que se podrían usar hoy en día
hechicería exista? veterano. bajo mis manos y perdí la fuerza cuan- por su fineza. Se comenta que los
El forastero arrugó el gesto y —¿Qué es eso? —preguntó, mi- do lo levanté a la luz; de un momento ritos y deidades cuyos cultos están
deseó estar en otro lugar, preferible- rando el pilar de piedra con preocu- a otro su peso descomunal me iba a contenidos en el terrible Libro de los
mente frente a una chimenea y con pación. hacer caer de rodillas. Lo puse en la Mineros eran parte fundamental de
una jarra de cerveza entre las manos, Cote se acercó y escupió al suelo. mesa y le di la espalda. Una especie su religión. Le he seguido el rastro
pero acabó respondiendo: —Es una flecha del diablo, mu- de huida, supongo. Pero ahora está al libro desde la más remota Antigüe-
—No digo eso. Sólo digo que chacho —murmuró con voz rasposa—. extraviado. Espero que para siempre. dad, hallando muchas huellas sobre
hay gente que dice ser lo que no es, El símbolo de un mundo más oscuro. De todas modos quiero saber cuál es su existencia y sobre su uso en las
sobre todo si ven el brillo de las mone- —Es una Piedra de Juramentos el origen del libro maldito. He inves- más disímiles fuentes. He tratado de
das. Tu señor no parece pensar muy —dijo el forastero detrás de ellos, tigado. Dejo plasmadas aquí mis cortas construir una cronología del libro, pero
diferente. Después de todo, aquí es- provocando que las cabezas se vol- impresiones. los datos recogidos son equívocos
toy, con una bolsa de las monedas viesen—. El viejo pueblo sellaba sus El término Пазырык es intradu- respecto de las fechas y se contradi-
de Ealdheart en mi cinto y otra espe- promesas con sangre, y la piedra cible, pero mi amigo, el catedrático cen no pocas veces; por tanto, los
rándome si tenemos éxito. que vive para siempre era testigo de Mario Andrés, filólogo especializado tiempos expuestos aquí son tentativos,
—Es un noble, después de todo, esos pactos. No tiene nada de de- en antiguas lenguas eslavas, dice dado que no están especificados en
y sólo se hace caso a sí mismo. Y moníaco. que podemos acercarnos a él como los textos donde hallé los comentarios.
sabe que son las espadas, y no la Rewalt le lanzó una mirada torva. el nombre que le daban a un antiguo Han sido de suma ayuda para com-

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pletar los datos la Enciclopedia Britá- los transcribió de una lengua extinta go a todos cuantos haya a su alrede- les de alquimia, aparte de lo que pides
nica, en la excelente edición de 1911; al acadio un oscuro sacerdote llamado dor. para ti mismo?
La magia suprema negra, roja e infernal Akki, descrito en las leyendas como El señor frunció el ceño y asintió El taumaturgo levantó las manos
de los caldeos y de los egipcios, de el preceptor del futuro rey Sargón, gravemente, pensativo. con las palmas hacia arriba en un
Sufurino, Roma, 1910; Sommerfeld, también llamado Sharrum-kin, “rey —Posees un prodigioso don, gesto indeterminado, pero el noble
“Bemerkungenzur Dialektgliederung verdadero”. Se dice que Akki pasó Racent. no le dejó responder.
Altakkadisch, Assyrisch und Babylonisch”, cuarenta días y cuarenta noches en El taumaturgo asintió satisfecho, —Te lo diré yo, Racent. Más,
en Alter Orientund Altes Testament, el desierto mesopotámico y que el y añadió con falsa modestia: mucho más.
Magderburg, 1919, y Babylonian influen- mismo Kingu, dueño de las Tabletas —Siempre a vuestro servicio, Gilem Cote reía en silencio, con-
cia on The Biblia and popular creencia: del Destino, se lo dictó para que los mi señor. La taumaturgia es un ca- templando la escena con velada satis-
“Tĕhôm and Tiâmat”, “hades and satán”: hombres tuvieran un arma para derro- mino arduo, y son pocos los que… facción.
a comparativo Study of Genesis, de tar a los mismos dioses y una puerta —Quizá podrías usar tus habilida- —Tus huesos y tus palabras son
Palmer, Abram Smythe, 1887. He co- a otros universos. Cuenta el poema des para encontrar a quienes están caros, Racent —dijo Ealdhert. Des-
mentado algunos de los fragmentos que Kingu fue castigado con la muerte matando a los soldados del rey en pués miró al forastero y sentenció:
basándome en otras fuentes modernas. y desangrado sobre la arena (en otras mis tierras —cortó Ealdhert. —Y menos efectivos que el acero.
Las he resumido y cito a continuación. interpretaciones se dice que su sangre —¿Mi señor? —inquirió Racent
fue el origen de una nueva raza de con sus cejas formando arcos sobre Rompían la quietud del bosque con
- 627 a.C. Mencionado en el poema hombres). Akki fue tragado por un sus ojos. el crujido de ramas rotas y hojas secas
épico Enûma Elish, escrito en una de pozo ciego de una de las inmensas —Tus talentos taumatúrgicos sin aplastadas que hacían al avanzar por
las tablillas de caracteres cuneiformes ciudades destruidas por las guerras duda podrán hallar a esos maleantes el sendero. De la docena de hombres
halladas por los arqueólogos en los entre los señores divinos. En otras que acosan a los soldados del ejército armados que maldecían, escupían
restos de la biblioteca de Assurbanipal. versiones encontradas se describe en mis tierras antes de que el condes- al suelo, y sorbían por la nariz, el fo-
Llamado en el poema “Libro de los su muerte en la ciudad de Makoraba table exija saber por qué no soy capaz rastero era el único que no lucía la
mineros de la locura”, o “Libro de los (que después se llamó La Meca), devo- de guardar la paz del rey en las tierras sobreveste verde de la guardia de lord
extractores de la demencia”, según rado por unos fuegos que surgieron que él me concedió. Ealdhert. El único escudo de armas
la traducción del acadio. Allí se descri- de improviso del subsuelo. Racent boqueó asustado. que portaba era el extraño dibujo que
be cómo Sargón de Akkad, en una de —Mi señor, sin duda un hombre formaban los arañazos que marcaban
sus incursiones al norte, lo robó de una - 400. d.C. Robado de la inmensa bi- docto como vos sabrá que el arte su desgastado justillo de cuero.
de las tribus que vivían “donde nunca blioteca de la famosa filósofa Hypatia de la taumaturgia, por más prodigioso —Este frío se te mete en los hue-
se ve el sol” y lo trajo a su ciudad de por Cirilo de Alejandría, durante los que resulte, se asemeja menos al sos, ¿eh? —gruñó Gilem Cote a su
Akkad. En la batalla de Uruk (circa disturbios en la ciudad que ocasionaron golpe de un hacha y más a un susurro derecha.
2271 a.C.) Sargón venció al terrible el asesinato de ésta por parte de las que… Cote, con el yelmo calado hasta
ejército de Lugalzagesi, pasando a turbas cristianas. Cirilo, patriarca de El noble dejó de prestar atención las cejas y el hacha al alcance de
dominar el territorio de lo que hoy Alejandría (376-444), según sus me- a las atropelladas palabras de su la mano, tenía el aspecto cruel y
conocemos como Mesopotamia. Se morias, lo había estado buscando du- consejero y preguntó a Domenec: contundente correspondiente a su
menciona la terrible prohibición de rante mucho tiempo. Conocía que No- —¿Cuánto pides, forastero? cargo como capitán de la guardia.
leerlo en voz alta en lugares públicos vaciano lo había tenido en su poder, —Cinco monedas de plata ahora; Su único ojo le miraba bajo una po-
y la interdicción de su acceso, excep- por lo que quemó y saqueó las iglesias otras cinco si se hace el trabajo. blada ceja. El forastero asintió mien-
tuando al Mago Principal de la Corte fundadas por los partidarios de las en- Ealdhert sonrió tan deprisa que tras el otro se arrebujaba en su capa.
(murió terriblemente calcinado), o al señanzas de éste, buscando el texto Domenec lamentó no haber pedido —¿Estás seguro de no haberte
Astrólogo del Rey (luego decapitado sagrado. Se supone que allí fortaleció más. topado antes con Racent?
por la Guardia Real). Según el poema su concepto teológico de la Madre de —Racent, ¿cuánto me cuestan —Jamás le había visto —repuso
épico, los textos que contiene el libro Dios. Según otros pasajes se rumora tus huesos, tus hierbas, y tus materia- el forastero.

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—Sí, puedo ver que está acos- El hombre a la izquierda de Eald- que luego de robarlo le encomendó corresponde a un árbol, siendo uno
tumbrado a matar. ¿Cuál es tu nom- hert tosió sonoramente y dijo: a sus amanuenses transcribir tres co- de los orígenes de las religiones druí-
bre, forastero? —Como vuestro consejero me pias, aunque lo considerada un texto dicas. Por último decía, en su De Tem-
—Domenec, mi señor —respon- veo en el deber de interrumpir, mi herético (¿?). Es notorio que dos de porum Ratione, que muchas de las
dió con voz ronca. señor. los escribas terminaron locos y el tercero invocaciones y formulas del libro esta-
El señor hizo un gesto con la ca- Æster Ealdhert le miró con curio- se suicidó. ban escritas en kenningar, formando
beza hacia Gilem Cote. sidad y alzó una ceja, apoyando indo- dróttkvætt (aliteraciones), por lo que
—Mi capitán dice que te conoce lentemente un codo en el reposabra- - 622 d.C. (año 1 de la Hégira). Abu sólo los iniciados en artes necromán-
del campo de batalla. ¿Viejos cama- zos en forma de rama de su asiento. l-Qasim Muhammad ibn, más conocido ticas paganas podían usar sus conjuros.
radas? —Éste es maese Racent, el tau- en el mundo occidental como Mahoma,
—Viejos enemigos, mi señor —res- maturgo a mi servicio. Habla. lo menciona en uno de sus primeros - 870 d.C. Traducido al árabe clásico
pondió el forastero. Rancent se inclinó hacia delante, escritos como un libro maldito, origen por Al-Bujari, filósofo árabe que dedicó
—¿La última guerra? presa de un ansia interior, y del cuello de las invocaciones a Djinn y Efrits, su vida a recoger las tradiciones orales
Domenec asintió. de sus ropas se escapó un amuleto genios superiores a los humanos, por sobre su profeta Mahoma y que los
—Luché por la reina equivocada. de hueso tallado. provenir de la misma respiración de compiló en los Hadit, uno de los libros
Ealdhert asintió en silencio, seve- —Debo preveniros contra este Aquel cuyo nombre no debe ser men- prohibidos por la Iglesia Católica y
ro. hombre, mi señor. El pasado y el cionado en vano (se debe señalar que los fieles musulmanes consideran
—¿Bajo qué estandarte? futuro forman ambos lados de un que éstos son espíritus malignos pa- parte de sus textos sagrados. Se con-
—Bajo el de Tean Maraz, pero espejo. —Señaló a Domenec con ganos, preislámicos, anteriores a la sidera perdida esta traducción, aunque
éramos una compañía independien- una mano que surgía de una amplia Kaaba, previos al Corán, no converti- se especula que en la actualidad que-
te. Nos llamaban la Bandada de manga—. El peso de sus pecados dos al islamismo por Mahoma). da un ejemplar en la biblioteca de
Cuervos. salpicará de sangre las mañanas, Echmiadzin, el monasterio donde tiene
El hombre que estaba a la iz- señalando el camino del abismo. - 721 d.C. Libro prohibido por Beda, su archivo el Papa de la Iglesia Cató-
quierda del noble carraspeó sonora- La voz del taumaturgo temblaba el Venerable, en su Historia eclesiástica lica de Armenia.
mente, agitado, pero ni Ealdhert ni un poco de emoción contenida cuan- del pueblo de los Anglos, más conocida
Cote le prestaron atención. do acabó de hablar. Domenec se por Historia ecclesiastica gentis Anglo- - 1370 d.C. Destruido en la hoguera
—Nos cruzamos en batalla. Fue limitó a pasarse una mano por el rum. Según Beda, los invasores que por Gregorio XI, amante de los libros,
él quien me dejó esta cicatriz —mur- áspero pelo gris y a mirar fijamente venían del norte (pictos) se convertían un ejemplar manuscrito con las tapas
muró el capitán. a Racent, hasta que éste tuvo que en lobos y osos con la ayuda de con- negras, escrito en latín, traducido del
—Dime, Domenec —preguntó bajar los ojos. juros y devoraban a los cristianos y lo árabe por Juan Hispalense, de la es-
el noble—. ¿Por qué dejaste a Cote Ealdhert miró un instante al foras- quemaban todo. Sus sacerdotes se cuela de traductores de Toledo. Lo
con vida? tero, y después volvió a girarse hacia subían a cualquier elevación antes había hallado en la Biblioteca de la
—Mi señor, en ningún momento su consejero. de las batallas y comenzaban a leer Sorbona cuando buscaba Laelius
tuve esa intención. —¿Y eso qué significa? —pre- el maldito libro, “y era como el chirriar (sive, De amicitia), de Cicerón.
Æster Ealdhert soltó una risa guntó, brusco. del aceite, el terrible viento del sur y
seca, complacida. Racent se humedeció los labios el aullido del lobo solitario”. Beda, el - 1600. Mencionado en una de las fór-
—Sí, ya veo por qué lo quieres con la lengua, y habló rápidamente, Virtuoso, recomendaba degollar a los mulas mágicas escritas en el libro de
a tu lado, Cote. Cuando llega la hora lanzando de cuando en cuando nervio- sacerdotes paganos y quemar el libro magia islandés Galdrabók, donde se
de sacar el acero, es el tipo de hom- sas miradas a Domenec: donde fuera hallado. Además suplicaba lo mencionaba por su eficacia para con-
bre que prefieres tener a tu lado. —En ningún caso debéis hacer que destruyeran las piedras con inscrip- jurar trasgos y tener el poder sobre
—Sin duda, lo prefiero antes que otra cosa que despedirlo y dejar que ciones ogámicas, que no eran más ellos. Por otra parte, describe su poder
tenerlo de frente —repuso el capitán siga su oscuro camino, mi señor. El que duplicaciones de conjuros malig- de hacer palingenesia y crear homún-
secamente. peso que lleva puede arrastrar consi- nos, donde el nombre de cada letra culos.

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P.D.: Después de una ardua búsqueda paró a Lenin balas envenenadas con A mi señor no le gustan los rebeldes; bres. Estaba ataviado con un jubón
en la Biblioteca Nacional, Internet, cianuro. Kaplan fue detenida por la a nadie le gustan los rebeldes. sencillo y, aunque llevaba varios anillos
y con la ayuda generosa de otras Checa y llevada a Lubianka, donde —Así que estáis tratando de e- de oro, no parecía ceder más a la va-
bibliotecas universitarias, como las fue horriblemente torturada, pero —se- charle el guante a esa escuadra —a- nidad. Era un hombre de mediana
de Gotinga, la Universidad Carlos gún Malkov5— cuando le sacaban puntó Domenec. Cote asintió—. Bien, edad, de fuerte barba castaña, y tenía
III, la Universidad de Miskatonic, la las uñas con una pinza, y le quemaban os animo a proseguir. No tiene nada un velado aire marcial que agradó al
Universidad de Lomonosov y la Sor- el rostro con vitriolo, lo único que hacía que ver conmigo. forastero. Siempre se había entendido
bona II, he hallado algunos escasos era reírse, con un risa demente, sa- El capitán le miró con su único mejor con los nobles que habían visto
datos modernos sobre el Libro de crílega, que “se escuchaba nefasta ojo, evaluando su aspecto flaco y de cerca el campo de batalla, pues
los Mineros y los transcribo abajo3. en los sótanos de la Lubianka, como miserable. ellos habían visto para qué valían los
si estuviera poseída por otro ser que —¿Qué sabes hacer, Domenec? hombres como él.
- 1823. Mencionado en una de sus disfrutara con los tormentos”. En el ¿Cómo te ganas la vida? —No le dio —Así que éste es el hombre que
cartas por Domingo del Monte (Centón folleto se hallaron constantes alusio- tiempo a responder—. Yo te lo diré. quieres que contrate, Cote —murmuró
epistolario de Domingo del Monte) como nes al Libro de los Mineros. El fascí- Sólo sabes matar, igual que yo. Ven Ealdhert.
uno de los libros raros escritos en carac- culo debe de estar en los viejos archi- al torreón de Ealdhert. Con la mayoría El capitán, que estaba de pie a
teres rúnicos que tenía en la biblioteca vos de la antigua KGB. de nuestros muchachos en el norte, la diestra de su señor, se rascó la ci-
de su mansión de La Habana, en la nos vendrá bien una espada de más catriz y asintió con la cabeza.
que menciona que su padre, Leonardo En la actualidad se conoce que había para cazar a esos perros. —Sí, mi señor.
del Monte y Medrano, Oidor de la Real un códice escrito en cirílico arcaico —Debo seguir mi camino hasta Domenec aguantó el escrutinio
Audiencia de Santiago de Cuba, lo ad- en la biblioteca especializada del Ins- Tres Alisos. del noble con las manos cogidas a
quirió en una subasta pública, después tituto Superior Minero Metalúrgico de —Mi señor es justo. No creo que la espalda. A la izquierda del señor,
de la ejecución de su dueño en la Plaza Moa, donado por el Instituto de Minas tenga inconveniente en proporcionarte un hombre le miraba fijamente, mo-
de Armas, un criollo acusado por la de San Petersburgo y perdido en la una escolta hasta Ravna y unas bue- viendo la mandíbula como si estu-
Inquisición de prácticas demoníacas actualidad. Se sabe que hay otro ejem- nas piezas de plata al acabar el tra- viese murmurando algo para sí. Tenía
de Vudú y Palo Monte. La biblioteca plar en la Biblioteca de la Universidad bajo. el rostro anguloso y cetrino, y los ojos
fue destruida por los voluntarios espa- Estatal de Lomonosov y se rumora El forastero sopesó la bolsa de brillantes como si estuviese preso
ñoles como venganza durante la Guerra que un tercero está en la Universidad monedas que pendía de su cinto. de la fiebre.
de Independencia. Según Domingo del de Harvard, en la Biblioteca Houghton; Estaba casi vacía. —¿Por qué, Cote? ¿Qué tiene
Monte existía otro ejemplar muy dete- un Codex donado por Cotton Mather. él que no tengan los hombres de mi
riorado en el Seminario Conciliar de San He enviado cartas a estas institu- El torreón de Ealdhert había visto tiem- guardia?
Basilio de Magno4. Es desconocido su ciones para poder precisar la fecha pos mejores, y no eran muchos los —Experiencia, mi señor. Sangre
paradero. e idioma en que están escritos sus soldados que guardaban sus almenas en su acero. Casi todos los buenos
manuscritos o incunables, para com- bajo el ondeante pendón verde. Pese muchachos están en el norte matando
- 1920. Halladas fórmulas mágicas pararlo con el nuestro, y no he reci- a todo, la sala del señor era cálida y capas grises. Aunque aún me quedan
en un folleto en poder de Fanny Ka- bido respuesta. el sillón del noble era de madera cara algunos hombres a los que se les
plan, terrorista anarquista que le dis- El códice de nuestra biblioteca y labrada ricamente en forma de las puede llamar así, la mayoría de los
3 Actualmente el original que se encon-
estaba encuadernado en piel claros- ramas de árbol que eran el símbolo que visten vuestros colores aquí son
traba en la Biblioteca de la Universidad de Moa cura y los pergaminos estaban cosidos de su casa. Æster Ealhert lo ocupaba muchachos más acostumbrados a
está extraviado. Las bibliotecarias enfatizan que con algún hilo de color verde pálido. como si hubiese nacido con las posa- arar que a matar.
nunca existió, pese a estar asentados sus datos Formaban tres cuadernos. El primero deras ya apoyadas en él, y la pequeña Ealdhert entrecerró los ojos, mi-
en las fichas bibliográficas. elevación en la que estaba situado rando el cuerpo flaco del forastero,
4 Negado por el arzobispo de la arqui- 5 V. Malkov, ejecutor de Kaplan, co-

diócesis de Santiago de Cuba, Monseñor D. mandante del Kremlin en 1918, coronel de el sillón hacía que pudiese mirar desde su rostro alargado y sus ojos peque-
Guillermo García Ibáñez. la KGB. arriba incluso al más alto de los hom- ños y fríos.

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hombres del rey —murmuró el líder—. Domenec apretó los dientes. Sus tenía restos de adornos dorados en gicas me las ha traducido al castellano
¿Por ventura no sabrás algo de ello? dedos se cerraron en la empuñadura su portada; el segundo aún conserva- un eslavista amigo mío, políglota.
—He visto los cadáveres, pero de su espada. ba bajos relieves de marfil y el tercero
he pasado de largo. Sólo quiero llegar El capitán levantó una mano en- sólo la piel de vaca. Están escritos He hallado similitudes en las invocacio-
hasta Tres Alisos. vuelta en cuero en un ademán con- por ambas partes (escritura opistógra- nes con los cantos del texto egipcio
—Nadie elige esta ruta, forastero ciliador. fa). Las miniaturas que los ilustran Libro de la Salida al Día, conocido co-
—murmuró el veterano—. Sólo los —No será necesario, Domenec. mostraban imágenes de terribles car- múnmente como Libro de los Muertos.
soldados de la corona, los desertores Luchamos bajo estandartes diferentes nicerías y varias recetas maravillosas Soy agnóstico, pero tengo sumo interés
y los rebeldes. Y no veo que lleves hace mucho tiempo, ¿y qué? La vida que ayudaban contra el mal de ojo, científico en estas rimas.
los colores del rey. es otra ahora. —El caracortada se los dolores en los embarazos y la Me he decidido. Hoy probaré in-
—Me he perdido —dijo Domenec. bajó del caballo, con el yelmo bajo creación de filtros para amarrar amo- vocar a un demonio menor; uno de
El veterano se volvió hacia su el brazo—. Me llamo Gilem Cote. rosamente a mujeres y hombres e los efrits, como se los denominaba
capitán y siseó: —Yo digo que ha Soy capitán de la guardia de Ealdhert. invocaciones a demonios. Afortuna- en las religiones preislámicas. Será
sido él, Cote. Él es el culpable. El forastero soltó la empuñadura damente pude copiar pocas la única interesante ver mi fracaso.
Domenec, que conocía la tenden- y bajó las manos hasta el cinturón. vez que lo pude consultar, antes de
cia de la ley de buscar chivos expia- Cerca del cuchillo. su evidente robo. Estas fórmulas má- © VÍCTOR HUGO P. GALLO, 2014.
torios, comenzó a subir la mano hacia —¿Sigues con esa compañía?
el pomo de su espada. ¿Cómo se llamaba? —preguntó Cote. VICTOR HUGO PÉREZ GALLO
—No seas estúpido, Rewalt. Sólo —La compañía desapareció —res- (Cuba —Nuevitas, 1979—)
es uno. Eso era la escena de una pondió secamente el forastero.
batalla. Cote enlazó los pulgares en su Doctor en Ciencias Sociológicas, narrador y ensayista. Premio de Cuento Esca-
—Además —dijo otro de los jine- cinturón y miró hacia atrás, donde lera de Papel, Santiago, 2000. Mención Premio Cuento Erótico, Camagüey,
tes, un tipo joven—, mira a este pobre esperaban sus jinetes, y después 2000. Premio NEXUS de cuento fantástico, La Habana, 2003. Premio de Cuento
Corto miNatura, La Habana, 2003. Mención Premio Celestino de Cuento, Holguín,
diablo. Apenas parece poder soportar de nuevo hacia Domenec. 2003. Tercer Premio de Cuento Tristán de Jesús Medina, Bayamo, 2006. Beca
el peso de esa espada que lleva. —Éstas son malas tierras. Las de Creación Sigfredo Álvarez Conesa, La Habana, 2007. Premio de Cuento de
El capitán hizo que su caballo mesnadas del condestable y los capas Ciencia Ficción Oscar Hurtado, La Habana, 2010.
avanzase dos pasos. Su mano des- grises del norte se acuchillan mutua- Ha sido publicado en la antología de cuento erótico Nadie va a mentir (Acána,
cansaba sobre un hacha de guerra mente, y después de cada batalla 2001), en la antología de cuento fantástico Sendero del Futuro (Sed de Belleza,
que colgaba de la silla de montar. estas tierras están plagadas de deser- 2005), las antologías de narradores Todo un cortejo caprichoso (La Luz, 2011),
—Yo te conozco, forastero. Eres tores convertidos en criminales que No hay que llorar (Ediciones Centro Pablo, 2012), Mambises del siglo XXI
uno de los Hijos de Lir, ¿no es cierto? han comprendido que un buen acero (Editorial Abril, 2012), Raíles de punta (Sed de Belleza, 2013), Hijos de Korad
—Puede —respondió el forastero, vale más que el oro —explicó el capi- (Gente Nueva 2014) y en diversas publicaciones electrónicas internacionales y
vigilando las armas aún envainadas tán—. Lord Ealdhert nos manda pa- en revistas literarias cubanas.
de los jinetes. trullar, y de vez en cuando encontra- Premio Mejor Autor Novel. Santiago de Cuba 2012. Premio de Novela Fantástica
—No creo que me recuerdes, mos a algunos y los colgamos o los Hydra, La Habana, 2013. Premio UNEAC Eduardo Kovalinker de Cuento, La
pero nos encontramos hace tiempo. pasamos por la espada, pero siempre Habana, 2014. Premio Abril de literatura para jóvenes, La Habana, 2015. Tiene
En la última guerra. —El capitán se hay más. En los últimos tiempos han publicado el libro de cuentos La eternidad y el peligro de morir (La Luz, 2011) y
la novela ucrónica Los endemoniados de Yaguaramas (Abril, 2014). Formó parte
quitó el yelmo. Una cicatriz le cruzaba atacado en varias ocasiones peque- del segundo curso del Centro Nacional de narradores Onelio Jorge Cardoso.
el rostro, devorando el ojo izquierdo ñas comitivas de soldados del rey.
Dirige un taller literario con adolescentes que viven en las montañas, en la
y bajando hasta la mandíbula—. En- También hemos encontrado a varios
comunidad de Farallones, y otro en la universidad de Moa. Forma parte de
tonces llevabas una espada más pe- desertores colgados o destripados la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Miembro de la Red Mundial de Escrito-
queña, pero rápida. Todavía llevo en el borde de los caminos. Quizá res en Lengua Española.
el recuerdo de su hoja. sea una escuadra de capas grises.

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había un carro vacío, con el tiro roto El forastero lo miró a los ojos y
RUIDO y una rueda fuera de su eje. No cos- vio en ellos la agonía y el terror de
taba imaginarse lo que había suce- quien ve de cerca el filo de la Segadora.
HERNÁN DOMÍNGUEZ NIMO dido. Un tronco caído cortaba el ca- —Está bien —accedió.
mino y había provocado que la co- Le cortó la garganta y le sujetó
mitiva se detuviese. Después, los la cabeza mientras el cuerpo tembla-
asaltantes habían salido de detrás ba, hasta que la sangre dejó de ma-
del montículo sembrado de árboles nar. La mirada del cadáver se alzaba
que limitaba el camino por su margen hacia el cielo; el forastero ya no pudo
derecho, cayendo sobre los soldados. ver en ella más que su propio reflejo.
Quizá el carro transportaba suminis- —Vamos —le dijo a Rodaballa,
tros, o tal vez armas; en todo caso, tirando de las riendas de la renuente
había sido saqueado. mula y siguiendo su camino.
Un sonido húmedo llamó su aten- Al cabo de un rato escuchó un
ción. Una de las víctimas, sentada en tronar de cascos. Cuatro jinetes apa-
el suelo y con la espalda apoyada en la recieron detrás de él, con su galope
rueda del carro, se agitó. Sus rasgos acompañado de la acostumbrada
quedaban ocultos por el barro y la san- nube de polvo. Domenec se apartó
gre y de sus labios brotaba de cuando del centro del camino, situándose
El tubo hizo el típico ruido de gorgoteo Estaban en las ruinas de una en cuando un montón de burbujas sa- en uno de los márgenes. Los caballos
y Granados se quedó respirando vacío. vieja casona. Algunas de sus paredes nguinolentas. El forastero se agachó se detuvieron piafando a una docena
Hizo fuerza, chupando, como si sus gruesas habían sobrevivido a los cons- junto a él, llevándose la mano a la de pasos de distancia.
pulmones pudieran sacarle algo más tantes bombardeos mejor que el resto parte de atrás de la cintura, donde —Salud —murmuró el forastero.
al tubo, pero no demasiada. Cualquier de construcciones de la ciudad des- tenía envainado un cuchillo de hoja —¿Qué haces en las tierras de
esfuerzo inútil se volvía contraprodu- truida. A través del agujero en la pa- curva. No era de los que corrían ries- Æster Ealdhert? —exigió saber uno
cente si consumía oxígeno. red, se veía el descampado que había gos. de ellos, un hombre fornido con el
Con un gesto de resignación lo más allá, cubierto de montones de —Ayúdame —susurró el moribun- rostro oculto por un yelmo.
desconectó de su mascarilla y lo dejó escombros, como dunas de un gro- do con los ojos brillantes de fiebre y —Sólo soy un forastero de paso.
a un costado. Velázquez lo miró, pre- tesco desierto inmóvil. El aire se mo- muerte. Me dirijo a Tres Alisos, cerca del Es-
guntando con los ojos. Se habían vía por encima de las ruinas, como El asta rota de una flecha le so- pinazo, más allá de Ravna.
comprometido a no hablar de más, si tuviera vida propia; una neblina bresalía del muslo, y tenía el uniforme —Tus pasos te han llevado dema-
pero el misionero no pudo reprimirse. color cian que se arrastraba despacio, oscuro y mojado de la sangre proce- siado al norte, ¿no crees, forastero?
—¿Ya está? ¿Se acabó? con hilachas violeta que se despren- dente de una fea herida de espada —Está mintiendo, Cote. Míralo,
Granados dijo que sí con la cabeza. dían y reptaban entre las piedras más que le cruzaba el vientre en diagonal. es un mercenario. O un desertor —si-
—Bueno, nos turnamos con és- grandes, como si necesitaran rodear- Estaba más allá de cualquier esperan- seó otro de los jinetes, un veterano
te… las y asegurarse de que debajo no za. que sin duda había visto más guerras
Como los dos tenían la mascarilla había algún humano, escondido como —No puedo —masculló el foras- de las debidas.
estándar, el traspaso iba a ser rápido. cucaracha. Como ellos dos. tero, haciendo ademán de levantarse. Los soldados se abrieron para
Casi tan rápido como el final de ese Algunos habían dicho que ese La mano del hombre agonizante rodear a Domenec, mirándolo desde
tubo. El último que tenían. Velázquez aire era inteligente, que tenía vida le aferró la muñeca como una tenaza la altura que les proporcionaban sus
inspiró profundo y se lo pasó. Luego propia; Velázquez lo creía. Granados y lo detuvo. monturas. El forastero no retrocedió.
se asomó al hueco de la pared. Grana- lo dudaba. Lo único cierto era que —Por favor —suplicó, temblan- —En un tramo anterior del ca-
dos lo imitó, sosteniendo el tubo. había resultado ser tan mortal y au- do—. Ten piedad. mino alguien ha asesinado a varios

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tónomo como las máquinas que re- a las demás— hay un viejo puesto
SÓLO EL ACERO corrían la superficie del planeta, pa- de avanzada.
recidos a gigantescos tractores a la Granados omitió decirle que el
MIGUEL HUERTAS espera de su cosecha de muerte. “hay” en presente era demasiado
Costaba creer que eso fuera la optimista.
Tierra. Era más fácil dudarlo. —OK. Probemos ahí —dijo.
Si alguna vez lo había sido, ya Velázquez asintió. Setearon sus
no lo era. El GPS decía que estaban trajes spider en modo stealth y salie-
en el centro de Rosario, pero se equi- ron de su escondite.
vocaba. Ya no existía Rosario. Ni Los trajes no sólo camuflaban
Buenos Aires. Ni San Pablo, ni Nueva el espectro visible. Hasta donde sa-
York, ni Tokio; una interminable serie bían —por los resultados nefastos
de nis. Algo —una especie extrate- de los combates durante los primeros
rrestre que jamás habían visto; por días de invasión—, las máquinas po-
ahora sólo habían enviado sus obre- dían captar también imágenes infrarro-
ros y sus topadoras— los había inva- jas. Los trajes habían sido modifi-
dido y procedido a preparar el planeta cados. El resultado de los combates
para su llegada. A apropiárselo. Ya no.
no era más suyo. Ni de Granados Quizá por eso, mientras avanza-
El forastero se había topado con la la manera en que lo habían mirado ni de Velázquez ni de nadie. Ellos ban entre los escombros, alejándose
escena de la carnicería cuando patea- los alguaciles del último pueblo por eran extranjeros allí. Y tenían que del refugio improvisado, los dos sol-
ba las rocas del camino en su viaje el que había pasado, y desde en- irse de una vez. dados se arrastraban contra el piso,
hasta Tres Alisos. Llevaba todo el tonces había preferido mantenerse Los civiles estaban ya fuera de como rémoras pegándose al vientre
día siguiendo las indicaciones que apartado de las aldeas que salpicaban la órbita terrestre. Y, de los soldados, del tiburón, buscando ampararse en
le había brindado un calderero y el camino del norte. Las noches eran los que no habían muerto hacía rato la misma neblina que los invadía.
comenzaba a darse cuenta de que, frías, pero no tanto como la muerte. que se habían marchado, dejándolos. La casona quedaba en una pequeña
o bien se había extraviado, o bien Al menos, eso se decía el forastero. —No podemos seguir así. ¿Se elevación, así que ahora bajaban
dichas instrucciones dejaban mucho —Estamos perdidos —le dijo a acaba este tubo y qué? —dijo, la frase hacia la llanura. Como eran completa-
que desear. No conocía esas tierras, su mula. más larga desde hacía dos o tres horas. mente invisibles, incluso para ellos
y le fastidiaba esperar hasta la noche Rodaballa le lanzó una mirada Velázquez lo miró un par de se- mismos, avanzaban uno delante del
para guiarse por las estrellas. Ade- suspicaz desde su feo rostro equino. gundos. Y asintió. otro, y el que venía detrás siempre
más, temía estar desviándose dema- —Sí, otra vez. —¿Qué hacemos? —preguntó, tanteaba para tener el pie del otro
siado hacia el norte, donde el choque Tiró de las riendas de la mula, mientras respiraba una bocanada. a mano y seguirlo.
de las mesnadas del condestable que por una cuestión de principios —Buscar la retaguardia —dijo Cada tanto tenían que intercam-
y de los rebeldes había dado paso se había negado a seguir avanzando, Granados en voz baja; hablar enra- biar el tubo. Al desconectarlo del traje
a continuas escaramuzas que salpica- y en un recodo del camino se encontró recía en aire dentro de la mascarilla—. se volvía visible, por eso intentaban
ban la tierra de sangre. con la masacre. Los cuerpos yacían Hubo una tercera oleada… Alguien estirar el traspaso lo más posible y
Para colmo, los días eran cada diseminados a lo largo del camino debe de haber quedado atrás… luego lo hacían muy lentamente, casi
vez más fríos, la capa con la que y por el terraplén que caía a la iz- —¿Además de nosotros? al ras del piso, buscando que, si el
se cubría era fina y vieja y el justillo quierda de él. Todos los caídos ves- Velázquez respiró hondo, le de- tubo era detectado, pasara por un
de cuero con discos de hierro negro tían los colores del rey y la mayoría volvió el tubo y consultó su GPS. escombro o un desperdicio. Después
paraba mejor las cuchilladas del acero tenía flechas sobresaliendo de sus —A un kilómetro hacia allá —se- retomaban la marcha y el que llevaba
que las del clima. No le había gustado cuerpos. En el centro de la escena ñaló una montaña de escombros igual el tubo iba detrás. Cuando el de ade-

40 25
lante necesitaba aire, simplemente topadoras se alejaba por el camino, miera otra copia para el día siguiente. mientras intentaba a duras penas
detenía la marcha. en el que confluían los otros dos. Miró fijamente el vaso que reposaba desenroscar la botella de whisky.
En una ocasión, Granados se Ya estaban a más de un kilómetro, sobre el escritorio. Nada arruinaría
distrajo mentalmente, desvariando pero el tronido de tracción podía oírse aquellos últimos instantes, pensó, © JACK H. VAUGHANF, 2015.
con la idea de que moriría gateando desde allí. Volvió a sentarse y miró
como un bebé, y de pronto el pie de a su compañero.
Velázquez ya no estaba delante. Tan- Con los dedos de la mano dere-
teó a un lado y a otro, desesperado, cha hizo montoncito. ¿Y ahora qué
como un ciego en la oscuridad, a pesar carajo hacemos?, le estaba pregun-
de que la resolana lo deslumbraba tando.
al atravesar la neblina. Consideró se- Granados hizo hombritos. Yo qué
riamente desconectar el camuflaje sé. Cerró la válvula del tubo, para
pero Velázquez se anticipó, chistando, ahorrar. Y se asomó para ver cuánto
llamándolo en voz baja. Lo encontró trecho les faltaba.
enseguida. Cuando no estaban cerca El sendero en el que confluían
de una de las máquinas, cualquier los otros era el doble de ancho y corría
sonido era atronador en aquel silencio en línea recta hasta donde la vista
de cementerio. permitía ver. Los bordes del camino
El paso constante de las topado- parecían barricadas reforzadas por
ras —como Velázquez las llamaba, los escombros que las topadoras ha-
aunque para Granados fueran gigan- bían empujado a los lados al transitar.
tescas ciudades rodantes— había Lo que los cubría en ese instante era
abierto senderos entre los escombros; parte de ese muro casual.
caminos destinados sólo a su propia Según el GPS, para llegar al viejo
marcha. Lo más sano, claro, era evitar refugio todavía faltaba recorrer medio
esos senderos, porque ésa era la kilómetro. Tenían que cruzar uno de
mejor manera de evitar las topadoras, los brazos de aquella ruta, y eso sig-
lentas pero mortales. nificaba trepar la barricada dos veces,
Eso hicieron, hasta que, cuatro exponiéndose como ratas fuera de
horas después, dos de los senderos la alcantarilla.
confluyeron en un cruce. Se sentaron —No hay otra manera —dijo
detrás de un bloque de hormigón Velázquez en voz alta, acuclillado
del que asomaban los hierros como a su lado. Las topadoras ya estaban
costillas expuestas. Velázquez, que lejos y su voz sonó más fuerte de lo
llevaba el tubo en ese momento, se recomendado.
lo pasó a Granados, que lo enchufó Una cabeza surgió delante y Gra-
rápido a su mascarilla llena de aire nados gritó del susto mientras los
enrarecido. La marcha había acelera- dos caían hacia atrás, alejándose
do el consumo y el tubo estaba cada de la aparición. La distancia les dejó JACK H. VAUGHANF
vez más liviano. No iba a durar más ver bien: era un soldado, otro como (Argentina —Buenos Aires, 1993—)
allá de esa noche. ellos. La máscara no dejaba ver los Estudiante de Psicología en la Universidad de Buenos Aires, colaboró en las
Velázquez espiaba la encrucijada ojos, pero el pelo oscuro que asoma- revistas Axxón y Próxima.
por encima del bloque. Un grupo de ba por encima estaba lleno del polvillo

26 39
cerca de lograrlo; no obstante, no las cámaras de los ojos; aquellas blanco de los escombros y de pegotes oxígeno. Pensaba hacer una buena
contaba con el tiempo suficiente como partes electrónicas que tardaban me- de sangre oscura, al parecer ajena. fogata. No sé… quizá los de arriba
para perfeccionar su trabajo anterior. nos tiempo, pero que requerían un La muerte había golpeado cerca sin la vean tentadora y se arrimen al fue-
Anotó con rapidez todo lo que había proceso adicional de implante y asi- tocarlo. go… —Bartiotto sonrió, mostrando
aprendido y el siguiente paso a seguir milación en su corteza cerebral. El hombre levantó la mano, salu- los dientes que le quedaban de una
para crear una fórmula que fuese Nunca llegaba a verse salir de dando en silencio. manera espeluznante, y Granados
más efectiva. Debajo de los cálculos la impresora, pues el proceso tardaba Ahorrando oxígeno. supo que la muerte quizá no lo había
dejó una pregunta técnica: “¿Cuánto un día completo, y pasado unos mi- Entre monosílabos y señas, se tocado, pero que se había cobrado
del cuerpo debería de ser un implante nutos de haberse iniciado su visión enteraron de que se llamaba Bartiotto; su precio.
electrónico para resistir durante más se nublaba, su sistema nervioso colap- había sido parte de la tercera contrao- La idea de tres infantes atacando
tiempo el corrosivo ambiente en el saba y, finalmente, se desvanecía. fensiva, la siguiente a la de Velázquez una topadora sin apoyo aéreo era
que estaba?”. Luego abrió un inciso y Granados, que había sido despeda- casi ridícula. Pero, aunque no funcio-
y en una nota aparte hizo el bosquejo Cuando salió de la bioimpresora, lo zada dos días antes. Él era el único nara, era algo que hacer. Algo para
de una pregunta de otra clase: “¿Cuán- primero que alcanzó a ver fue la figura que quedaba. Hasta donde sabía, no pensar. Algo para reactivar los
to de electrónico podrá ser el límite incolora tirada en el suelo del labo- ellos tres eran los únicos seres huma- circuitos mentales de soldado; esa
de un sistema biológico, antes de que ratorio, a la que enseguida reconoció nos en la Tierra. El resto ya orbitaba automatización que les evitaba pensar
se olvide de su naturaleza?”. Un miedo como una copia de sí mismo. Tomó Marte y se disponía a marcharse a demasiado. Una buena dosis de adre-
se esparcía en su interior; lo que más una de las toallas y se envolvió para las colonias más lejanas. La idea era nalina para capear la depresión.
temía era que resolver la fórmula secarse. Se arrimó a las pantallas poner la mayor cantidad de parsecs Los tres se ocultaron en la hondo-
dejara de ser importante. Pero, ¿de de la computadora y éstas le revelaron entre ellos y la Tierra. El viejo puesto nada en la que había estado Bartiotto,
qué modo podía asegurarse? Cuando los pasos que debía seguir junto con de avanzada que buscaban ya no justo antes de la encrucijada de sen-
alzó la vista se encontró con que el la naturaleza de su tarea. existía. Había quedado sepultado deros. El tipo tenía un tanque extra
whisky que se había servido se había Siguió el primer paso indicado, bajo toneladas de piedra, tierra y metal. y algunas granadas implosivas, que
evaporado completamente. que consistía en llevar el cuerpo de —¿No van a volver? —preguntó repartió. El plan —si es que podían
Guardó las notas y abrió el ar- su copia a la cámara de reciclaje, Velázquez, y el tono de incredulidad decirle así— era esperar a que al
chivo donde residían los datos de que se ocuparía de rellenar los cartu- infantil casi le dio pena a Granados. menos dos topadoras confluyeran
su material genético y la cuantificación chos de la impresora con material Bartiotto se rió; un desperdicio en el cruce. En ese instante, dos de
aproximada de sus recuerdos. Presio- biológico. Luego se enfrentó a las de aire. ellos —los dos que tenían oxígeno—
nó Imprimir. pantallas y empezó a revistar los cál- —¿Volver? Aunque supieran que saldrían del hoyo en modo stealth
Finalmente guardó el archivo en culos de la fórmula anterior, pero un estamos aquí… ¿arriesgarían una para acercarse; el otro se quedaría
el disco; allí estaban todas sus notas repentino sentimiento de desazón nave con diez mil soldados para res- en el hoyo cruzando los dedos y res-
detalladas exhaustivamente para que le sobrevino de inmediato. Por más catar a tres…? pirando despacio. Podían usar una
el siguiente que viniera pudiese en- que se esforzara, poco de lo que se —¿Y qué hacías acá? —preguntó de las granadas para destrozar las
tenderlas. En la bioimpresora comen- detallaba allí le resultaba fácil de en- Granados, que no creía en tanto es- orugas de impulso de la de adelante.
zó nuevamente el largo proceso de tender. El malestar comenzaba a cepticismo. Luego, estando inmóvil, era cuestión
construcción: célula por célula, capas apoderarse de su cuerpo, el ahogo Bartiotto levantó los hombros va- de meterle otra en un hueco vulne-
de tejidos agrupándose en un entorno empezó a desesperarlo; contempló rias veces; quizá buscaba una res- rable y correr. Si la segunda topadora
acuoso, formando los músculos y los alrededores del laboratorio espe- puesta que ni él mismo tenía. se acercaba lo suficiente, podían ar-
solidificando las amalgamas óseas, rando que todo aquello no fuese más —Las topadoras se reagrupan, mar una linda fiesta.
todo según un modelo basado en que una pesadilla. no sé por qué. Parece una ofensiva; no Pasaron casi tres horas. Grana-
su ADN. A la par, en un comparti- Le tomó un momento recobrar sé a quién piensan atacar… Pero yo dos y Velázquez se pasaban cada
miento contiguo comenzaron a fabri- la calma. Abrió el archivo de su ma- no tengo nada que hacer. Ya me can- cuarto de hora el tubo que les había
carse las placas de su memoria y terial genético y ordenó que se impri- sé de esperar a que se me acabe el prestado Bartiotto. Ni siquiera se mo-

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lestaban en conectarlo al traje; el agu- preguntó si se había vuelto loco, si pensó, lo usaría para festejar su de la computadora. Cuando estuvo
jero era una buena trinchera. En con- tan desesperado estaría para entrar triunfo. seguro de que la sintaxis era correcta,
diciones normales, hubiera sido tiempo en acción que no iba a conformarse Con el pasar de los minutos el compiló el código cromosómico y pre-
para charlar entre ellos, para cono- con quedarse y dejarlo ir. Pero el sentimiento de ahogo se volvía cada sionó el botón Imprimir. Miró hacia
cerse más, antes de lo que venía; soldado le hacía señas, desesperado. vez más pronunciado. No sólo le cos- el inmenso mueble que ocupaba el
antes del final anunciado. Pero el aire Señalaba el tubo. Lo señalaba porque taba respirar, sino que ahora una ancho de la pared en el otro extremo
se acababa. El mayor miedo ya no tanto él como Granados podían verlo. especie de flema se había apoderado de la habitación, en donde una luz
era morir, sino que nadie se enterara. El tubo de oxígeno. El camuflaje de su garganta, produciéndole inter- platinada iluminó su interior desde
Terminar asfixiados en un agujero en no lo incorporaba al modo invisible, valos de tos cada vez más continuos. la base hasta su cúspide, mientras
medio de los escombros, sin haber quizá porque había algo distinto en La piel había comenzado a ablandarse un vibrante zumbido señalaba que
gastado los últimos cartuchos. Sin ese modelo. Si Velázquez no lo hubie- sobre la carne, aunque los ojos ya había comenzado a trabajar. Tras
haber dejado, como decían, una huella ra retenido, las topadoras hubieran no le ardían como la vez anterior, unos instantes, la actividad se desva-
en el mundo, aunque sólo fuera el detectado el tubo en movimiento. pues ahora traía unos biónicos rudi- neció, dejando lugar a un profundo
cráter de una explosión. Al final de Razonar —si es que esas máquinas mentarios que soportaban casi cual- silencio.
la espera, Granados estaba dispuesto lo hacían— que delante del tubo había quier clase de desgaste. Mientras Se puso de pie y abrió la puerta
a atacar la primera cosa que apare- un soldado al cual disparar no hubiera se limpiaba un hilo de baba que por de la bioimpresora. Contempló la pe-
ciera por el camino, aunque fuera un sido muy difícil. momentos le salía de la boca, se pre- queña ampolla repleta de un líquido
simple dron volador. Granados miró adelante. Ajeno guntaba si todavía le quedaba tiempo purpúreo que reposaba en la bandeja
Fue lo que habían esperado. No a todo, Bartiotto ya debía estar acer- suficiente para cumplir con el propó- de salida. La tomó con una mano y
dos, sino tres topadoras. Dos venían cándose a las máquinas. No podía sito encomendado. se apresuró a llenar una jeringa con
por el camino de la derecha y una por quedarse ahí. Arrancó el tubo y se Varios minutos pasaron en los su contenido. Extendió uno de sus
el de la izquierda, y era evidente que lo dejó a Velázquez. Usaría el oxígeno que se mantuvo con la mirada con- brazos y sintió un entumecimiento
tendrían que ralentar la marcha para de la mascarilla. Tenía que alcanzar. centrada en las pantallas, encade- al momento de introducir la aguja
intercalarse y seguir las tres en fila. Quiso pararse pero Velázquez lo retu- nando las series de la matriz. Con en la vena. Casi al instante le sobrevi-
Velázquez fue el único en putear. vo todavía, y negó con la cabeza. Dejó movimientos veloces de sus manos, no una arritmia cardíaca y un hormi-
Como él tenía el tubo prestado en el el tubo al costado, señaló las granadas traía las constelaciones de código gueo le erizó la piel. Se llevó ambas
momento de avistarlas, le tocaba que- implosivas adheridas a su traje y con de un lado para unirlas con las con- manos al pecho, sintió cómo el ardor
darse esperando en el hoyo mientras señas le dijo que iban juntos. tiguas. De este modo, las funciones proseguía y esta vez era más intenso
Granados y Bartiotto atacaban. No había tiempo para discutir. se adosaban unas a otras y creaban que antes. Tuvo suficiente oxígeno
Cuando las topadoras estuvieron Y era justo, así que le dijo OK con corpus de código coherente. Nueva- en el cerebro como para cerciorarse
a doscientos metros del cruce, se los dedos y señaló qué topadora le mente creía tener la respuesta a de que había fallado de nuevo.
prepararon. Velázquez le pasó a Gra- tocaba a cada uno. Velázquez conectó las preguntas que había dejado la Se dejó caer en el asiento. Con-
nados el tubo, que lo conectó a la su propio modo stealth y se volvió in- versión anterior. Si la fórmula que templó las pantallas de la computa-
máscara y, ahora sí, lo adosó al traje. visible. Granados sintió una palmada ahora estaba construyendo era la dora con una sensación profunda
Le hizo a Bartiotto la seña de OK, en la espalda y los pasos del otro so- correcta, sería capaz de inmunizarlo que identificó como frustración. Sus
juntando pulgar e índice, y ambos bre la piedra. Lo siguió. de aquella toxicidad y podría tener órganos internos estaban desgastán-
conectaron el modo stealth. Cuando Mientras corría, sólo escuchaba el tiempo suficiente para extender dose como arena barrida por el viento,
las topadoras estuvieron a cien me- su propia respiración agitada dentro la inmunidad a todo el ecosistema. pero un instinto latente exaltaba su
tros, Bartiotto salió corriendo. Grana- de la mascarilla. Pronto ni siquiera La vida se reanimaría; el mundo al existencia. Reconoció que, a pesar
dos iba a seguirlo, pero algo lo retuvo. eso, tanto era el ruido de las topa- fin sería salvado. de todo, todavía se encontraba pre-
La mano de Velázquez agarraba doras al acercarse. En ese momento, Se quedó un momento frente sente y con la energía vital que brin-
el aire, inmovilizándolo. Granados las tres estaban ya juntas, interca- al resultado de su labor; unas pilas daba la voluntad de diseñar al fin la
sentía sus dedos en la pierna y se lándose para seguir por el camino de lenguaje brillaban en las pantallas fórmula correcta. Y sabía que estaba

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principal. Bartiotto ya debía estar cer- en el mismo punto y vio otro disparo
IMPRESO ca de la primera y Velázquez camino de láser que pegaba cerca de donde
a la del medio. Granados corrió hacia estaba Velázquez.
JACK H. VAUGHANF la última de la fila. Bartiotto. Estaba disparándole al
Cuando estaba a unos veinte cadáver. ¿Para qué? ¿Tan enojado
metros de los monstruosos engrana- estaba por arruinarle el plan?
jes de la oruga, el suelo pareció salir No. Quería detonar las granadas.
a su encuentro y cayó de cabeza. Un nuevo destello seguido por
El mareo era fuerte, como el de una una implosión le dio la razón y lo sa-
resaca amnésica. El aire dentro de cudió, tirándolo de nuevo al piso.
la mascarilla tenía ya muy poco oxí- Acostado boca arriba, Granados
geno. Granados se sentó en el piso sonrió, dándose cuenta por primera
como pudo, puteando por un plan vez de lo conveniente de su apellido
tan pelotudo. Y una muerte más pelo- en ese momento, y contempló la suce-
tuda todavía. Imaginó que Velázquez sión de explosiones que trepaban por
tampoco debía estar pasándola bien. la topadora del medio, ganando en
Como si el pensamiento hubiera altura.
sido un conjuro mágico mental, su com- Ahí estaba. El faro. La señal.
pañero apareció una veintena de me- Algunas lenguas amarillas lamie-
Pese a la desgracia en la que se de la mesa y se sentó esperando tros más adelante, en el preciso instante ron a las otras dos topadoras, como
encontraba, pensó que no dejaba con ello recuperar algo de su calor en que caía debajo de la topadora del una planta trepadora voraz, y de pron-
de ser una fortuna que supiese la corporal. Al beber el primer trago, medio y la oruga le pasaba por encima. to la sucesión de explosiones se re-
razón de su existencia; porque, quizá, un picor ardiente le escoció la boca El cuerpo quedó ahí tirado, completa- dobló; el viento caliente parecía derre-
una de las mayores bendiciones que como un centenar de agujas. Se mente visible. tir la mascarilla de Granados.
podía tener un ser humano cuya vida detuvo y miró el líquido con recelo. Las topadoras frenaron de inme- Imposible que no la vieran. Los
estaba condenada a una muerte in- Su memoria tenía los recuerdos de diato. Un par de compuertas se abrie- que se encontraban en órbita iban a
minente era conocer su propósito noches enteras repletas de bebidas ron en los costados y algunos drones saber que estaban ahí.
y contar con el tiempo suficiente para alcohólicas, pero su nueva garganta volaron hasta el lugar, revoloteando ¿Iban a venir? Velázquez había
cumplirlo. no lo creía así; la sensibilidad de alrededor de Velázquez. dicho que sí. Granados lo dudaba.
Los primeros síntomas de ahogo su paladar le respondió con un acer- Granados quiso pararse y las pier- ¡Pero qué mierda! Si no servía
aparecieron mientras revisaba las vo que le quitó las ganas de seguir nas se le doblaron, sin seguir del todo para hacerlos venir, que sirviera de
notas de la fórmula fabricada el día bebiendo. Devolvió el vaso al escri- las articulaciones. Un dolor lejano reco- despedida. La humanidad no podía
anterior. Sentía frío. Una toalla era torio y se quedó unos instantes vien- rrió la pierna derecha, que debía per- dejar su casa sin hacer un poco de
su única prenda y no tenía tiempo do cómo el whisky burbujeaba por tenecer a algún otro tipo. ruido.
siquiera para secarse los residuos cada segundo que estaba en con- Delante, un resplandor llamó su
de hidrogel que tenía impregnados tacto con el ambiente infectado. Se atención. Logró enfocar los dos ojos © HERNÁN DOMÍNGUEZ NIMO, 2014.
en los brazos. En determinado mo- le ocurrió que algo similar debía
mento su mirada paseó por los rin- estar sucediendo dentro de sus vís- HERNÁN DOMÍNGUEZ NIMO
cones del desordenado laboratorio ceras. Relamió sus labios captando (Argentina —Buenos Aires, 1969—)
y se topó con la botella de whisky un dejo de sabor amargo y luego
Autor de Si algo está muerto, no puede morir (Bs. As., textosintrusos, 2015), ésta es
que reposaba sobre el escritorio. cerró la botella con fuerza, para ase- su sexta colaboración en NM. Con “La araña tiene patas cortas” (# 4) logró el 2º
Alcanzó a servirse un poco en el gurar que su contenido pudiera ser accésit en cuento del I Premio Internacional de las Editoriales Electrónicas (2008).
sucio vaso que encontró al borde bebido más tarde, y si tenía éxito,

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estaba en ruinas y las universidades —¡Está enganchada en el bogie!
¿TANTA COMO PARA MATARTE? recién empezaban a reconstruirse. —¿Te paso la motosierra?
Casi no teníamos reemplazos. —¡No hace falta, ya está!
YAEL AKIM RONZÓN MORELL —¿Entonces? Uno de ellos sacó el torso destro-
—Entonces se creó el biochip. zado de la chica.
—¿Qué es un biochip? El compañero lo metió en una
—La mente de una persona trans- bolsa.
ferida a una memoria sintética digital; Otro de los bomberos traía, en
eso es. Se implanta en un nuevo cuer- una mano, parte de una pierna y la
po; lo más joven posible, claro. En cabeza, con el cráneo roto, en la otra.
una de mis transferencias llegué a —Una mujer de raza negra —dijo.
ocupar el cuerpo de una niña de doce Volteé hacia Alexandra y sólo
años. Volví a cursar la secundaria encontré mi campera sobre el cajón
para estar cerca de mi nieto y cono- del tercer riel.
cerlo mejor. Tuve que abandonar a Volví a mirar la cabeza.
mitad del último año; el chico se había —¿La conocía? —me preguntó
enamorado de mí. el bombero antes de meter la cabeza
”Cincuenta años después, asistí en la bolsa.
a su funeral. Ahí conocí a mi bisnieta, —No. Jamás la vi en mi vida.
Estiras tu cuerpo a conciencia, con la de cereal y, por alguna extraña razón, Alexandra. Y supe que él jamás me El bombero cerró la bolsa.
esperanza de ahuyentar la ansiedad la ansiedad que sentiste al despertar había olvidado. Me puse la campera y metí las
y así poder conciliar el sueño antes aumenta. Haces una pausa antes manos en los bolsillos. Toqué algo
de que… de dar la última cucharada y respiras Los bomberos y los paramédicos lle- duro: el biochip. Lo apreté y miré al
La alarma suena. profundo. Para calmar aquella incomo- garon corriendo por la vía contraria. cielo.
A tus pesares se añade un tinte didad te bebes de golpe la leche del Uno de los bomberos se metió debajo
de mal humor, ya que odias perder plato, apuras el resto del cereal de del tren. © HUGO RAMOS GAMBIER, 2014.
ese minuto o dos de sueño. Notas golpe y, pese a que la sensación de
que respiras con dificultad, pero antes saciedad no ha llegado, te dices que
de que la sensación de pánico se apo- tres platos de cereal son muchos y
dere de ti, te incorporas y tomas el apartas la caja para evitar servirte
frasco de pastillas del buró. Tu mano de nuevo.
tiembla, lo que dificulta realizar aquel Aún tienes la mente embotada
ritual matutino. Diecinueve, veintidós; cuando llegas a la parada del camión;
son veinticuatro. Tomas una, veintitrés pese a todo, te mueves con un nervio-
pastillas. Aferras ese número a tu sismo obsesivo, desplazando tu peso HUGO A. RAMOS GAMBIER
mente con una obsesión casi paranoi- de un pie a otro. Intentas solucionar (Argentina —Pellegrini, Buenos Aires, 1962—)
ca, mientras te pones de pie para el problema minimizándolo. ¿Cuántas
Vive en Merlo (BA). Sus autores favoritos son EDGAR ALLAN POE, ANTÓN CHÉJOV,
continuar con el resto de la rutina: veces ha figurado la palabra “ansie- GUY DE MAUPASSANT, RAY BRADBURY, GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, JULIO CORTÁZAR,
bañarte, cepillarte los dientes, y de- dad” en tu mente desde que desper- ISABEL ALLENDE, HORACIO QUIROGA, PHILIP K. DICK, ARTHUR C. CLARKE y ROALD
más tareas que realizas tan monóto- taste? Te dedicas una sonrisa conci- DAHL, entre otros. En 2012 publicó su primer cuento en la antología Cuentos
namente que apenas te das cuenta liadora en el reflejo de un auto que lejanos y también participó en un especial de la editorial española Alfa Eridiani.
de que ya estás sentado en la mesa, pasa, mientras te dices a ti mismo En NM 34 publicó “Tren bala”.
desayunando. Engulles tres platos “no pueden ser tantas”.

30 35
“Pero…”, pensé. “¡Acaba de salir —Tuviste la suerte de ser una Este día estás más distraído que piezas a temblar de miedo. ¡La pared
de abajo de un tren!”. elegida. Yo estaría feliz. de costumbre, te reprendes al entrar es azul! Abandonas la sala con todo
—Vení, sentate acá. —Le señalé —¿Feliz? ¿Vos decís feliz de le- a la oficina, un tanto confuso. Debiste el disimulo del que eres capaz mientras
el cajón de madera que cubre el tercer vantarte por la mañana y ver en el haberte quedado dormido en el camión, las lágrimas y un frío intenso invaden
riel—. Ya cortaron la tensión eléctrica. espejo del baño, cuando te estás ce- ya que no recuerdas nada del trayecto. tu cuerpo; intentas acelerar el paso
La cubrí con mi campera. pillando los dientes, a otra persona? Entras a tu cubículo cuestionándote para distraerte, pero te das cuenta de
—Gracias. Sos muy amable. ¿De ver cómo tus parientes y amigos si estos descuidos serán indicios de que tu cuerpo te responde lento, casi
No tenía un solo rasguño. Ni un se van muriendo, generación tras ge- algo grave. Te reclinas en la silla y, con retraso, y la sensación empeora.
corte; ningún moretón. Nada. Ni si- neración? No, mi amigo, no creo que al ver un brillo metálico en el techo, Hay un reloj en la pared que te está
quiera estaba sucia de grasa o llena vayas a ser feliz; de ninguna manera. un pánico irracional te invade. Caes diciendo que es hora de tomar tu pas-
polvo. Tenía el cabello rubio y relu- Me quedé en silencio. abruptamente, hiperventilas en el suelo tilla. De repente estás frente a un espejo
ciente; todo en ella hacía pensar que Una de las personas detrás del hasta que aspiras algo de polvo y em- en el baño, viendo cómo todo el espacio
recién salía de su casa. alambrado me preguntó si estaba piezas a toser; los espasmos de miedo se distorsiona doblándose sobre sí
¡Era un milagro! bien. Le contesté que sí. aún recorren tu cuerpo mientras cami- mismo, mientras eres un testigo inmóvil
—Acabás de darme el susto de —También la chica está bien nas encorvado a la sala coffee-break que no puede respirar. Intentas clavar
mi vida —dije—. ¿Por qué lo hiciste? —dije. en busca de un té. tus uñas en tu piel para que el dolor
—Porque no quería vivir más. El tipo me miró raro y se fue. El reloj en la pared te advierte que te obligue a reaccionar, pero nada suce-
—¿Por qué? —Un morboso —le dije a ella—. aún faltan cuatro horas para tomarte de. Ningún músculo te responde; inten-
—Porque me cansé. Soy horrible; ¿Cómo te llamás? de nuevo la pastilla. ¿Para qué servía? tas gritar para llamar la atención pero
un monstruo. —Alexandra. No importa. Estás más concentrado no hay aire en tus pulmones. ¿Será
—Pero si sos muy bonita. —Y decime, Alexandra, ¿cuál en decidir si deberías preocuparte o esta la asfixia que te mate o te ahogarás
—Ese cuerpo no era mi cuerpo es tu historia? alegrarte de que nadie haya notado en tu propia saliva?
—dijo ella mirando hacia los durmien- Cerró los ojos como buscando tu pequeña crisis. Ya ni siquiera re- De repente estás tendido en el
tes. en algún rincón de su memoria. cuerdas qué la detonó; haces un es- suelo, en la tierra. La crisis ha pasado
—¿Tu cuerpo? —Cuando terminó la guerra yo fuerzo intenso por recordar el motivo, pero la sensación de ansiedad aún
Eché un vistazo a la vía, ahí don- recién había cumplido treinta y seis. provocando que el ansia regrese y perdura. Con lágrimas en los ojos y
de debía estar… No había nada. Era directora en el Centro de Estudio golpee tu cuerpo con una serie de sintiéndote débil, como si no hubieras
—Como tampoco lo era el ante- e Investigación de Biotecnología de escalofríos que te hacen apretar el comido en días, sacas el frasco de tu
rior —continuó diciendo—. Ni el an- Buenos Aires. El Consejo de Recons- frasco de pastillas dentro de tu bolsa. bolsa. Cuentas repetidas veces las
terior a ése, ni los demás anteriores. trucción Mundial me seleccionó para Te percatas de que alguien está pastillas, repitiendo frenéticamente co-
Me quedé perplejo. Algo había es- formar parte del proyecto. Y una fría hablando. Tienes vagos recuerdos mo oración el número veintidós. Si bien
cuchado por ahí, pero siempre creí que noche de agosto fui prácticamente de haberte movido de lugar, aunque no recuerdas para qué son las pastillas
era sólo un mito; una leyenda urbana secuestrada de mi hogar. Exactamen- no propiamente de haber entrado en y ni siquiera tienes memoria de haberte
que circulaba desde hacía par de siglos te esta noche, hace doscientos sesen- la sala de juntas. Te sientes débil y tomado la número veintitrés, estás con-
atrás, después de la gran guerra. ta y dos años. Lo último que alcancé tu cuerpo te reclama por comida, ra- vencido de que es aquel medicamento
—¿Entonces es verdad? —dije—. a ver fue a mi hijito mirando a través zón por la cual devoras una galleta lo que te mantiene cuerdo.
¿Ustedes realmente existen? de la ventana. tras otra hasta que se acaban. Culpas Te pones de pie tambaleante;
—¿Querés saber si soy una trans- —¡Después de la guerra! —dije, de esto al estrés. ni siquiera te tomas la molestia de
ferida? Lo soy. asombrado—. Entonces, fuiste una Repentinamente un fuerte mareo sacudirte la tierra de la ropa. Ahora
—¿Cuántas veces te transfirie- de las primeras en ser transferidas. te invade y tu visión se torna borrosa, piensas que la comida calmará tu
ron? —Horrible. Los años fueron pa- te aferras al borde de la mesa para ansiedad; recorres aquel sendero
—Muchas. Pero ésta te juro que sando y cada vez éramos menos cien- evitar caer de nuevo y clavas tu vista sintiendo un dolor punzante en el
fue la última. tíficos. En la primera década, todo en la pared que tienes en frente. Em- vientre. Apenas divisas un puesto

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de comida, corres desesperado hasta como si estuvieras recostado en tu
alcanzarlo y, sin importarte si la comi- cama. Evitas hacerlo; debes escapar. ALEXANDRA
da está caliente o fría, te la llevas a Aquel ser de piel azulada se acer-
la boca con una ansiedad suicida. ca con movimientos rápidos y secos HUGO RAMOS GAMBIER
Crees ver unos lentes oscuros que te recuerdan a los de un insecto;
y el terror ataca nuevamente; es el clava en ti sus dos ojos negros y asi-
suficiente para hacerte vomitar la métricos con un frío interés, una vana
comida, pero nada sucede. Sientes curiosidad, mientras en tu mente apa-
el estómago vacío y el dolor en el rece la imagen de una pastilla. Haces
vientre aumenta hasta dejarte tirado un esfuerzo titánico por moverte que
en el suelo. Te retuerces mientras un termina en una convulsión y aquel
frío intenso invade todo tu cuerpo. ser extraño se aleja un poco. Sabes
Abres los ojos y ves un destello me- que no lograste asustarlo porque se
tálico. Abres los ojos y aquel azul está lleva algo de un color rojo intenso a
rasgándote. Abres los ojos y una mira- la boca; observas aterrado cómo pe-
da negra te acecha. queños filamentos salen y empiezan
Estás tendido sobre alguna su- a destrozar aquel trozo de carne…
perficie plana y fría. Una cúpula metá- Presa del pánico te muerdes la
lica se extiende sobre tu campo de lengua; usas aquel impulso de adrena-
visión; casi parece líquida. Te cuesta lina para conseguir moverte, pero todo El señalero me dio vía libre para entrar Llamé por radio al puesto de con-
asimilar su existencia. Te sientes dé- lo que logras es alzar tu brazo, que a la estación Villa Lynch. Y ahí, en trol y pedí que cortaran la tensión
bil; no has comido en días y tienes cae sobre tu vientre. Temblando, pal- un abrir y cerrar de ojos, alcancé a eléctrica, que enviaran a los bombe-
la vaga sensación de que aquello pas la herida y lo último que ves antes divisar un bulto sobre la vía. Había ros y a la policía.
ya ha ocurrido antes. Intentas moverte de perder el conocimiento es un incom- aparecido de la nada: una figura bo- —¡Un arrollamiento, control! —di-
pero tu cuerpo no te responde; pese prensible apéndice azulado que extrae rrosa en medio de la neblina. je—. ¡Urgente!
a esto no lo sientes particularmente algo de ti… Era una congelada mañana de Bajé por la puerta lateral de la
pesado, sino todo lo contrario. Despiertas nuevamente en tu ca- agosto —el 21 de agosto, para ser cabina y coloqué la barra de corto-
Giras la cabeza y ves instrumen- ma, con aquella extraña sensación de más exacto: era el cumpleaños de circuito sobre las vías. Por las dudas.
tos o máquinas que no comprendes. incomodidad. Sin saber por qué, te lle- mi vieja—, pero el golpe seco del tren Algunos curiosos se acercaron
Te sientes perdido, adormecido, pero vas una mano al vientre y te sorprende al golpear contra aquello me hubiera al alambrado perimetral para observar
extrañamente consciente. Tanto es lo ajeno que sientes tu cuerpo. helado la sangre aunque fuera verano. el espectáculo de siempre; el morbo
así que el pánico vuelve cuando te Había algo que te preocupaba. El crujir de los huesos bajo el es parte del ADN humano.
percatas de la silueta que acaba de ¿Qué era? tren fue estremecedor; más impresio- Escuché un gemido detrás de
entrar en tu campo de visión. Parpa- “Hambre”, susurras… nante que verme el brazo quebrado mí. Algo se arrastraba por debajo
deas para aclarar la vista y cada vez aquel día, cuando aprendía a andar del tren.
que cierras los ojos ves tu habitación © YAEL AKIM RONZÓN MORELL, 2015. en bicicleta. Me agaché y entonces… la vi.
Desesperado, apliqué el freno de Hermosa. Una hermosa mujer.
YAEL AKIM RONZÓN MORELL emergencia. Las ruedas del tren se Me miró con sus enormes ojos
(México —Veracruz, 1991—) bloquearon y la formación patinó unos celestes, mientras salía de entre las
cincuenta metros hasta detenerse. vías y las ruedas.
Pasante de la licenciatura en Letras hispánicas de la Universidad de Guadalajara, Jalisco,
donde reside actualmente, entre sus autores favoritos se destacan PHILIP K. DICK, JULIO
Me quedé unos segundos con —¿Estás bien? —dije.
VERNE, NIKOS KAZANTZAKIS, PATRICK ROTHFUSS y BRANDON SANDERSON. la cabeza baja y las manos sobre —Ahora sí —contestó, tranquila,
los controles de mando, puteando. como si nada.

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