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La edificación del reino

Bruce D. Porter
Of the Second Quorum of the Seventy

“Desde sus primeros días, la Iglesia del Señor ha sido edificada por gente
comÚn que magnificó sus llamamientos con humildad y devoción”.

Hace casi 25 años, nuestra familia vivía en Massachusetts, donde yo


estaba haciendo un curso de posgrado. Mi programa de estudios exigía
demasiado tiempo y yo disponía de poco tiempo libre. Un domingo en
la Iglesia se me acercó la presidenta de la Primaria y me preguntó si
podría servir como maestro suplente durante dos semanas. En esa
época, la Primaria se efectuaba en un día de la semana por la tarde y
sabía que sería difícil encontrar tiempo en mi horario para enseñar esa
clase. Pero luego de cierta vacilación, acepté.

Llegó el día de enseñar en la Primaria. Esa tarde yo estaba en la


biblioteca de la universidad, absorto en un libro de política
internacional. De alguna manera, el tema que estudiaba me parecía más
importante que la clase de la Primaria que se acercaba y, por lo tanto,
no fue sino hasta unos 30 minutos antes de que empezara la clase que
me puse a repasar la lección que debía enseñar. Luego caminé desde la
biblioteca hasta la capilla, que colindaba con el campus. Mi actitud
negativa debe de haber lentificado mis pasos, porque llegué algunos
minutos tarde. Al llegar a la puerta del salón de la Primaria, los niños
empezaban a cantar el himno de apertura. Era una canción que yo
nunca había escuchado y cuya melodía y mensaje me conmovieron
profundamente:

Como os he amado, amad a otros.


Un nuevo mandamiento, amad a otros.
Por esto sabrán que sois discípulos míos,
si os amáis unos a otros.

Mientras me quedé allí, inmóvil, a la entrada, el Espíritu me atestiguó


que estaba observando la clase más importante que se efectuaba en
Cambridge, Massachusetts, ese día.

En docenas de salones de clases y de laboratorios de la universidad,


dedicados eruditos buscaban respuestas a los problemas del mundo. Sin
embargo, por valiosos que hubieran sido esos esfuerzos, la universidad
no daba ni podía dar las respuestas finales a los problemas de un
mundo aquejado de problemas. Allí, frente a mí, estaba la respuesta del
Señor: La quieta edificación de Su reino sobre la tierra por medio de la
enseñanza del Evangelio de Jesucristo. Lo que tenía lugar en la Primaria
ese día formaba una pequeña parte del plan divinamente revelado para
la salvación de un mundo caído.

En referencia a la Restauración, el Señor declaró en octubre de 1831:


“Las llaves del reino de Dios han sido entregadas al hombre en la tierra,
y de allí rodará el evangelio hasta los extremos de ella, como la piedra
cortada del monte, no con mano, ha de rodar, hasta que llene toda la
tierra” (D. y C. 65:2). La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los
Últimos Días es ese reino cuyo destino es llenar toda la tierra. En la
milagrosa sabiduría del Todopoderoso, la edificación del reino de Dios
en los Últimos días se llevará a cabo por medios tan sencillos y claros
como lo que observé en la Primaria aquel día.

Nos regocijamos al escuchar que se construyen templos en todas partes


del mundo y que en lejanas naciones las puertas se están abriendo al
Evangelio. Edificada sobre el fundamento de apóstoles y profetas, la
Iglesia del Señor va a todo el mundo por medio de misioneros llamados
y apartados para proclamar Su palabra. A veces, quizás, podamos
sentirnos inclinados a ver la edificación del reino como algo que tiene
lugar más allá del horizonte, muy lejos de nuestras ramas y barrios,
pero la verdad es que la Iglesia avanza tanto en virtud de un
crecimiento exterior como de un refinamiento interior. “Porque Sión
debe aumentar en belleza y santidad; sus fronteras se han de ensanchar;
deben fortalecerse sus estacas…” (D. y C. 82:14).

No tenemos que ser llamados a servir lejos del hogar ni tenemos que
tener un cargo prominente en la Iglesia ni en el mundo para edificar el
reino del Señor. Lo edificamos en nuestro propio corazón cuando
cultivamos el Espíritu de Dios en nuestras vidas. Lo edificamos dentro
de nuestras familias, al inculcar la fe en nuestros hijos. Y lo edificamos
por medio de la organización de la Iglesia a medida que magnificamos
nuestros llamamientos y compartimos el Evangelio con nuestros vecinos
y amigos.

Mientras nuestros misioneros laboran en campos listos para la siega,


otras personas trabajan en casa fortaleciendo el reino en sus barrios y en
las comunidades donde residen. Desde los primeros días, la Iglesia del
Señor se ha estado edificando por medio de gente comÚn que
magnificó sus llamamientos en forma humilde y devota. No importa a
qué oficio seamos llamados, sólo que actuemos “con toda diligencia”
(D. y C. 107:99). En las palabras de la revelación moderna: “Por tanto,
no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos
de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes” (D. y
C. 64:33).

El presidente Joseph F. Smith observó en una ocasión: “Las causas


importantes no triunfan en una sola generación” (Enseñanzas de los
Presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, pág. 114). Más que en
ninguna otra parte, es en la familia, en el tranquilo santuario del hogar,
donde las generaciones se unen en la edificación del reino de Dios. La
crianza de los hijos es una labor divina. La Primera Presidencia ha
hecho un llamado a los padres de la Iglesia para que tengan la noche de
hogar para la familia y la oración familiar, estudien el Evangelio en el
hogar y pasen tiempo con los hijos en actividades sanas. Cuando los
padres y las madres enseñan a sus hijos las verdades eternas que una vez
se les enseñaron a ellos, pasan la antorcha de la verdad a otra
generación y el reino se fortalece aÚn más.

Somos vigilantes del faro cuya luz jamás debe morir

Cuando yo era niño, a menudo, mientras nos encontrábamos sentados


alrededor de la mesa del comedor, mi padre dirigía a nuestra familia en
conversaciones sobre el Evangelio. Sólo con la perspectiva de los años
entiendo hoy día lo que contribuyeron a mi propio testimonio esas
horas reunidos nosotros en familia. Me regocijo en la profecía de Isaías
de que llegará el tiempo en que “…sobre toda la morada del monte de
Sión”habrá una “nube… de día, y de noche resplandor de fuego que
eche llamas…” (Isaías 4:5), cuando el Espíritu de Dios morará en los
hogares de Su pueblo continuamente.

El reino del Señor abarca no solamente la Iglesia y la familia, sino


también el corazón y la mente de Su pueblo. Como lo enseñó el
Salvador durante Su ministerio terrenal: ”…el reino de Dios está entre
vosotros” (Lucas 17:21). Si realmente deseamos contribuir a la gran
obra de los Últimos días, estaremos con la mira puesta en la gloria de
Dios, nuestras mentes iluminadas por el “testimonio de JesÚs”
(Apocalipsis 19:10), nuestros corazones puros y consagrados. La
oración personal, el estudio y la meditación son vitales para la
edificación del reino dentro de nuestras almas. Es en los silenciosos
momentos de meditación y comunión con el Todopoderoso que
llegamos a conocerlo y a amarlo como nuestro Padre.

Doy testimonio de que el reino de Dios ha sido restaurado a la tierra,


para que jamás vuelva a ser quitado. Bajo la dirección de nuestro Padre
Eterno, Jesucristo es el Autor y Consumador de esta obra, la piedra
angular de la Iglesia y el Santo de Israel. Que en la fortaleza y el poder
del Señor edifiquemos el reino de Dios sobre la tierra para que esté
preparado para recibir el reino de los cielos a la hora de Su venida. En
las palabras de un himno de batalla que también puede considerarse
como un himno de la Restauración:
Ha llamado a la carga y no retrocederá.
A los hombres que lo siguen Jesucristo probará.
¡Oh, sé presta, pues, mi alma a seguirle donde va!
Pues Dios avanza ya.

En el nombre de Jesucristo. Amén

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