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Érase una vez un gran y noble rey cuya tierra estaba aterrorizada por un
malvado dragón. Como si fuera una gigantesca ave de presa, la horrible
bestia se deleitaba destruyendo las aldeas con su fiero aliento. Las
desesperadas víctimas huían de sus casas quemadas tan solo para ser
heridos por las mandíbulas o el aguijón del dragón. Aquellos que eran
devorados instantáneamente eran considerados como más afortunados que
los pobres que eran llevados al foso del dragón donde serían devorados
cuando a él le placiere. El rey había despachado a sus hijos y caballeros a
luchar en muchas valientes batallas contra la serpiente.
Cabalgando solo en el bosque, uno de los hijos del rey escuchó su nombre
pronunciado de una forma suave y baja. Entre las sombras de los árboles y
de las gigantescas piedras yacía el dragón. Los grandes y pesados ojos de la
criatura se posaron sobre el príncipe, y su boca de reptil se estiró con una
sonrisa amigable.
Pero, quince días después, habiendo sufrido la tortura del deseo, de nuevo
fue en busca del dragón. Así sucedió muchas veces más. No importaba cuán
determinado estuviera, el príncipe se encontraba a sí mismo atraído una y
otra vez, como su fuera arrastrado por las cuerdas de una red invisible.
Silenciosamente, pacientemente, el dragón siempre esperaba.
Una fría noche sin luna su excursión se convirtió en un ataque contra una
durmiente aldea. Incendiando los techos de paja con poderosas llamas que
salían de sus narices, el dragón rugía con placer cuando las horrorizadas
víctimas huían de sus ardientes casas. Lanzándose sobre ellos lanzó fuertes
llamaradas que rodearon a un grupo de aldeanos que gritaban. El príncipe
cerró fuertemente sus ojos en un intento de acabar con aquella carnicería.
“Estaba allí” gritó una mujer, “lo vi en la espalda del dragón” otros movían
sus cabezas en señal de amargo asentimiento. Horrorizado, el príncipe vio
que su padre, el rey, estaba en el patio de armas sujetando entre sus manos
un niño que sangraba. La cara del rey era un espejo de la agonía de su
pueblo cuando sus ojos se encontraron con los del príncipe. El hijo huyó
esperando poder escapar en la noche, pero los guardas lo apresaron como si
fuera un simple ladrón. Lo llevaron al gran salón donde su padre se sentó
solemnemente en el trono. A cada lado, la gente gritaba contra el príncipe.
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Pero su padre replicó, “mi sangre corre por tus venas. Mi nobleza siempre ha
estado profundamente marcada en tu alma”
“Esta es nuestra arma más poderosa contra el dragón,” anunció “La verdad,
no más vuelos a escondidas. Solos no podemos enfrentarlo”
Estoy incluye a los líderes, o tal vez, sería más justo decir que los
líderes somos mucho más vulnerables que el común de los mortales.
Tal vez una de las razones es porque somos más estratégicos,
nuestra caída puede traer más beneficios a Satanás que la de
cualquier otro creyente. También es cierto que sufrimos más
presiones.
Es la situación real de muchos líderes que han caído, y con ellos sus
ministerios, debido a que tuvieron que vivir sus luchas en solitario.
No querían o no podían compartir con nadie su situación y fueron
vencidos por fuerzas superiores a ellos. Creyeron la necia idea de que
un líder no puede dar ninguna señal de debilidad o vulnerabilidad y
no se abrieron al apoyo, ayuda y supervisión de otros líderes. El
problema estalló porque nadie les supervisó en los primeros estadios
del mismo.
Doy gracias a Dios por poder tener esas personas. Doy gracias al
Señor por tener gente a la que he concedido la autoridad de
cuestionar mi vida, de intervenir si me ven coqueteando con el
pecado, de hacerme las preguntas difíciles con relación a mi pureza
personal, mis finanzas, mi familia, mis motivaciones, etc. Gente que
tiene el derecho y la autoridad de confrontarme en amor.
MI ORACIÓN
Señor, gracias por poner en mi vida personas a las que tengo que
rendir cuentas. Te agradezco esa gente que tiene el derecho y la
autoridad para cuestionar mi vida, mis motivaciones, mis actitudes y
mis conductas, pero que lo hace en amor, aceptándome, sin
juzgarme y que son una ayuda inestimable en mi lucha contra el
pecado.
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TU REFLEXIÓN
EL PERSONAJE