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La terrible certidumbre de que no importaba cuánto corriera, no podía escapar de él, lo sumía en

una desesperación profunda. Cuando entrenas para ser un espía, te preparan para todo tipo de
situaciones críticas; pero a él jamás lo prepararon para aquella pesadilla. Le habían asegurado que
adentrarse en los territorios de Heinsteins era tarea fácil, que su sistema de seguridad era
patético. No sabía si le habían mentido con la intención de deshacerse de él, o simplemente el
conocimiento que tenían de Heinsteins estaba terriblemente equivocado, porque a los pocos días
de estar allí, un monstruo, un ser más allá de la comprensión humana, había puesto sus ojos en él.

Era horrible correr sin rumbo por las calles inmersas en una oscuridad total. La sensación de
soledad se sumaba al temor de que su depredador emergiera de cualquier esquina. Y no había
Luna que alumbrara los caminos para aquella pobre alma asustada. Pero un cuadro de luz a la
distancia revivió sus esperanzas; parecía que, entre las casas vacías y apagadas, había una que aún
albergaba alguna vida adentro; entró sin pensarlo dos veces, y tampoco sospechó que la puerta no
había sido cerrada con llave. Antes de subir a una de las varias alcobas que había, echó un ojo por
la ventana para cerciorarse de que no había nadie afuera. Tenía en mente subir y encerrarse en
algún armario hasta que un pequeño rayito de sol le avisara que el peligro había pasado.

Pero al entrar a la alcoba encontró a un hombre fornido, esbelto, de piel canela, ojos grises y
vestido con camisa y chaleco que le esperaba sentado en la cama. Pero aquel hombre no le
producía la comodidad que suelen producir las personas apuestas; muy al contrario, su presencia
lo inquietaba; no, le ponía los nervios de punta. Y no era una sensación fortuita; su cuerpo ya lo
sabía, que el sujeto que le veía fijamente era el mismo monstruo que lo buscaba con voracidad.

Te daré un consejo de espionaje… -Decía aquel hombre, a modo de reproche, modulando un tono
carismático- No tomes al enemigo por ciego. No importa cuán torpe luzca, no son idiotas. Saben
reconocer quién pertenece a su gente, y quién no. Hombre, no hay que ser muy listo para notar
que no eres de aquí -Al ponerse de pie, la diferencia de altura entre ambos no era mucha. Pero el
aura que emanaba aquel hombre era mil veces más pesada que la del pobre espía- Que mi Señora
se apiade de tu alma, pobre diablo… -Y tras pronunciar su breve plegaria, aquel hombre estiró su
mano hacia el espía, a quien le parecía que su mano se hacía anormalmente grande, como una red
gigantesca que se cernía sobre él sin darle chance de escapar-.

Todo se volvió negro de repente. Solo sentía su espalda rechinar contra el suelo. Cuando volvió a
estar en sus cinco sentidos, se encontró a sí mismo en la nave de un inmenso castillo, mientras su
captor lo arrastraba cual saco de basura. De repente fue lanzado hacia el frente, como si fuera
alguna presa que el depredador entrega a sus crías, solo que, en este caso, la ofrenda era para la
ama del depredador. No apartó la vista del suelo en ningún momento, pero ya visualizaba en su
cabeza que estaba ante la majestad del castillo.

Mi señora -Escuchó decir a su verdugo, que parecía haberse postrado- Le he traído a esta
sabandija que husmeaba en sus dominios… Para que determine el castigo conveniente…

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