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UNA EXTRAÑA CELEBRACIÓN

El piso era una pocilga y apestaba a comida en descomposición


y ropa sucia. En la cocina había platos, vasos y todo tipo de
cacharros sucios y mohosos apilados por todas partes. En la
encimera había decenas cajas de comida precocinada, algunas a
medio comer y podridas. Las hormigas y cucarachas campaban
a sus anchas.
Arda cerró la puerta de la cocina. Aquel hedor le estaba
revolviendo el estómago y no quería vomitar en la casa del
difunto señor Xavier Barba, al menos no delante de nadie, y
viendo la cocina, no quería saber cómo estaría el lavabo de
aquel tipo. Así que se dirigió al comedor, donde la ventana
abierta por donde se había lanzado Xavier dejaba entrar la brisa
fresca de aquella nublada tarde de julio. Los escasos muebles
tenían una pátina de polvo bastante antiguo que mostraba que
el muerto no limpiaba nunca, y los estantes estaban llenos de
revistas viejas de coches de lujo y videojuegos. Entre ellas
encontró una foto donde se lo veía junto a su mujer y una niña
en lo que parecía un Burger King. Arda supuso que aquella
foto era de antes de la llegada de la segunda hija. Debían estar
celebrando el sexto aniversario de Anna, porque llevaba puesta
una corona de papel y mostraba seis dedos mientras sonreía a
cámara. Era la única que sonreía en aquella foto, y parecía
hacerlo por compromiso. Arda la guardó entre los papeles que
llevaba en la mano.
—Arda —sonó la voz distorsionada de Álex en el walkie.
—¿Qué pasa? —dijo ella llevándose el suyo a la boca.
—Esto ya está listo. Se llevan el cuerpo. Yo voy a hablar con
un comerciante de aquí delante que está enfadado y dice que
nos va a poner una denuncia porque el cerco le está jodiendo el
negocio y por mi parte estamos. ¿Bajas?
—Estoy revisando cuatro cosas en el piso. Si quieres ve
rellenando el formulario y en cuanto pueda voy.

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En realidad, toda su idea era perder el tiempo suficiente
para no tener que rellenar nada, que Álex hiciera el papeleo y
así evitar que la resaca, que se multiplicaba cuando tenía que
focalizar la vista en algo, volviera del rincón de pensar donde LAS NOTICIAS VUELAN
había conseguido arrinconarla.
—Ok. —El walkie pitó indicando que su compañero daba Uno de los chicos llamó repetidamente al timbre hasta que
por concluida la conversación. Arda volvió a colgárselo en el escuchó el sonido de la silla de ruedas acercarse lentamente.
cinto. —¿Qué tripa se os ha roto? —masculló la anciana al otro
Arda se fijó en el brillante sillón de gamer, la consola y la lado de la puerta.
pantalla de setenta pulgadas que desentonaba con el resto del —Mamá Mayudah, Xavier se ha tirado por la ventana de su
mobiliario viejo y desvencijado. A un lado todavía estaban apartamento —dijo el chico mayor.
las cajas de cartón. Todo aquello era nuevo, y no barato —¿Qué Xavier? —murmuró Mayudah, pero apenas tenía
precisamente. dudas de la respuesta.
—¿De que trabajaba el señor Xavier Barba? —Se giró hacia —El padre de Anna —respondió el chico.
Antolín, que ya no parecía tan contento de haberla acompañado. —Se ha despanzurrado contra el suelo, delante de la tienda
—Era encofrador, pero tuvo un accidente hace un año o así de Piaping —añadió el más pequeño—. La poli se lo ha llevado,
y estaba de baja; que yo sepa todavía no había vuelto a la obra. pero la mancha de la sangre todavía está en el suelo, y Piaping se
Junto al nuevo sillón, un enorme cenicero rebosante de ha puesto a discutir con los polis; dice que él no va a limpiarla.
colillas de porros, una botella de cava vacía y dos copas. Arda Y que si no viene alguien del ayuntamiento a hacerlo va a
vio carmín en una de ellas. denunciar a mucha gente.
Revisó las cartas que el tipo había dejado sobre la mesa del Mayudah se quedó en silencio durante unos segundos; su
comedor, la mayoría sin abrir y apiladas. Pero algunas le llamaron mirada iba una y otra vez en dirección a la mesita donde había
la atención, apartadas del resto; pertenecían a un gabinete de ubicado el viejo teléfono de disco. Temiendo que se pusiera a
abogados, y el fallecido las había dejado pulcramente ordenadas sonar en cualquier momento. Finalmente abrió la puerta y se
a un lado. Cogió la primera y le pegó una hojeada mientras se quedó observando a los chicos:
dirigía al dormitorio. —¿Y la poli qué dice?
Al encender la luz comprobó que la cama estaba revuelta; —Supongo que vendrá alguien del ayuntamiento a limpiarla,
las persianas, bajadas, y toda la estancia apestaba a sudor porque Piaping es muy pesado, ya lo sabes —sentenció el
rancio. En la mesita de noche había una ristra de preservativos, pequeño.
varias pastillas azules (¿Cialis? ¿Viagra?), y el suelo estaba —No. —Mayudah miró fijamente al mayor—. Qué dicen
minado de basura: latas de cerveza y cientos de pañuelos de sobre Xavier.
papel arrugados. Sobre la cama llamaban la atención un enorme —Creen que se ha suicidado. —El chico mayor lo dijo con la
consolador y varios condones usados. mirada fija en sus pies.
—No parecía muy deprimido. —Antolín miraba por encima —Eso está bien. Menos problemas —murmuró Mayudah
del hombro de Arda en dirección a los condones. para sí misma.
—No —murmuró Arda dándole la razón. —Sí. Supongo. —El chico seguía perdido en sus propios
pies, sin atreverse a mirar a la anciana inválida.

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La anciana se quedó mirando fijamente al chico.
—¿Qué te ha pasado en el labio?
El chico se tapó la herida con el dorso de la mano.
—Nada —dijo con el gesto hosco. SOLA
—Ha sido Raúl Gutiérrez —dijo el pequeño, a lo que su
hermano respondió dándole un pescozón. Arda sentía que el hedor de aquel apartamento la estaba
—¿Raúl? ¿El hijo del carnicero? —La anciana puso cara volviendo loca. Y decidió que había tenido bastante de aquello.
de disgusto. Conocía a ese chico; era una mala bestia pecosa, Y también que iba bajar sola. El pulso empezaba a temblarle.
tenía trece años y aparentaba bastantes más, y a veces, al verlo Necesitaba una copa. Y después otra. Y no necesitaba compañía
pavonearse con sus amigos, con esa crueldad indolente, le ni testigos para eso, porque ya se le hacía bastante cuesta arriba
recordaba bastante a la ruina de su vida. Le recordaba a Franchi. aguantarse a sí misma como para aguantar a alguien más.
El chico no respondió, así que la anciana solo suspiró, les Acompañó al conserje al ascensor y cuando este llegó le dijo
dio un arrugado billete de diez euros que sacó del bolsillo de su que iba a bajar a pie.
raída bata y comenzó a cerrar la puerta de nuevo. —Son más de veinte plantas —le contestó él con cara
—Lo de Xavier es asunto nuestro, no necesitamos a ningún extrañada.
poli metiendo las narices en algo que no les incumbe, eso podría —Sí, pero... —Buscó una excusa rápida que no fuera
poner nerviosas a las otras torres. Si alguien habla demasiado, reconocer que ya le irritaba todo, que le cargaba su presencia,
decídmelo y le haremos una visita. el olor de su sudor y su conversación. Que necesitaba beber.
—Antolín ha estado hablando con ellos —dijo el pequeño—. Mucho—. Voy a hacer un poco de ejercicio.
Lo hemos visto acompañar a una poli al apartamento de Xavier. El tipo se encogió de hombros y evidentemente no se prestó
—Antolín es idiota —dijo la anciana mientras la silla de a acompañarla.
ruedas se alejaba por donde había venido—. No os preocupéis Una vez abrió la puerta de la zona de escaleras y se asomó
por él. Vigilad a vuestro padre. Ese sí que me preocupa. Y en por el hueco para ver la enorme distancia que la separaba del
cuanto a Xavi... Nadie va a echarlo de menos. Era mala persona. suelo sonrió al notar el vértigo en la boca del estómago. Aquello
Ya sabéis como trataba a Anna y Carol. estaba muy alto.
—Vale, Boss —dijo el chico grande. Ahora ya no podía coger el siguiente ascensor, porque el tipo
—No me llames así, que te suelto un guantazo —dijo la estaría en la conserjería y se daría cuenta de que solo quería
anciana justo cuando la puerta se acabó de cerrar. librarse de él. Ahora tenía que bajar las putas escaleras, de
Los chicos volvieron en un tenso silencio hasta la zona de verdad.
los ascensores. —Ejercicio, hay que ser gilipollas —murmuró.
Y empezó a bajar.

Al llegar a la planta cinco, vio que la puerta de acceso al


rellano estaba entreabierta. Oyó cómo uno de los ascensores
se movía en ese momento, y una ráfaga de aire putrefacto y
descompuesto la asaltó desde aquel rellano.

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El olor era mucho más intenso que en el vestíbulo de la torre.
¿No decía aquel chismoso de Antolín que el olor venía del
sótano?
Se tapó nariz y la boca con la camiseta y se asomó al rellano. BREICO
Allí había un silencio sepulcral.
«Se dejan la comida en las mesas y desaparecen», le había —Breico, ¿me escuchas? —Dani estaba escondido bajo la cama
dicho el tipo, pero aquello no era comida podrida. de la habitación de su padre y hablaba muy flojito.
Pulsó el botón de la luz y los fríos fluorescentes iluminaron —¿Quién es Breico? —Arnau sonaba preocupado al otro
el pasillo de puertas de la quinta planta. lado del walkie, y lo había dicho tan alto que Dani le había
Las paredes estaban llenas de manchas húmedas y de grafitis, oído tanto a través del aparato como desde el comedor donde
pero lo que no había eran aquellas marcas, los tres arañazos su hermano se ocultaba, seguramente entre el acuario y el
rojos. sofá.
«Deben ser plantas de gente nueva», pensó. —Breico no es nadie, es lo que dicen los radioaficionados
Pero no se oía nada. Había un inquietante silencio que solo cuando quieren empezar una conversación.
se rompía por el subir y bajar de los ascensores. —Aaaah. Vale. Breico.
Tocó una de las puertas. —Si quieres acabar la conversación dices «corto», no
Y por un segundo pensó en llamar al timbre. «breico».
¿Qué iba a decirles? «Hola soy policía, y esta planta apesta —Vale. Vale. Y ahora ¿qué?
a muerto y está muy silenciosa, ¿puede decirme por qué? No se —Ahora... —Dani salió de debajo de la cama y se encaminó
preocupe por mi gesto desquiciado y el temblor de mis manos, al comedor—. Ahora ya me has cortado todo el rollo.
es solo el mono de alcohol porque soy una borracha haciendo Arnau salió de detrás del sofá con cara de culpable y miró a
tiempo para no tener que trabajar». su hermano entrando.
«Soy gilipollas». —Es que estos juegos son un rollo. —Le entregó el walkie—.
Se dio la vuelta y volvió a las escaleras. Si podemos hablar en persona, para qué necesitamos esto.
Dani miró los dos aparatos que había encontrado encima
del armario de su habitación. En realidad a él tampoco le
emocionaba mucho jugar con ellos. Recordaba que se los había
regalado su madre hacía tres o cuatro años, cuando ella todavía
vivía con ellos y Arnau era tan pequeño que usaba pañales por
la noche, y que apenas los había usado un par de veces.
Tenía la certeza de que había disfrutado bastante jugando
con ellos aquel día y quería recuperar esa sensación.
¿Quién le había explicado lo que significaba «breico»?
Era alguno de los invitados a la fiesta.
Su madre había invitado a toda la clase.
Arnau miró de refilón la vieja consola, junto al televisor.
—Podemos...

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—No —zanjó Dani—. Nos vamos a dar una vuelta por la
torre, vístete.
—Vale, tete.
No conseguía acordarse. NOCHES DE TRAGOS
¿Yuri? ¿Gabriele? El chaval aquel que...
No. Se le secó la boca al recordar la risa estridente retumbando Arda estaba sentada en el sofá de su casa, con una lata de cerveza
en el altavoz del walkie. La larga explicación sobre las palabras recién abierta en una mano y hojeando el dossier que le había
técnicas que debían emplearse a la hora de hablar por el walkie. dado su jefe, sin mirar nada en concreto, solo pasando páginas
Con voz pedante y chula. para distraerse.
Había sido Panza Rosa. Él se lo había explicado todo. Y —No es que me alegre de volver al trabajo, pero al menos
habían estado jugando toda la tarde. Casi se habían hecho amigos las horas han pasado bastante rápido —dijo, y después pegó
en aquel cumpleaños, pero luego no habían vuelto a coincidir un trago a la cerveza poniendo mala cara—. Ha sido un día
hasta al cabo de varios años, y Panza Rosa ya se juntaba con interesante. Un tipo se ha matado tirándose del piso treinta y
gente a la que Dani no quería ni acercarse. dos de un edificio. O al menos eso cree Jairo. La cosa es que el
¿Cómo podía haberlo olvidado? idiota acababa de ganar un juicio y había cobrado doscientos
Se sentía culpable por no ser capaz de recordar su verdadero mil pavos de indemnización por un accidente laboral, se había
nombre. Porque Panza Rosa era el mierdoso apodo que le había comprado todo lo que siempre había deseado y había pegado un
puesto Raúl. polvo de celebración con alguien. Y justo después de eso se ha
Y porque Panza Rosa estaba muerto, claro. suicidado. ¿Te parece lógico?
Patri no dijo nada.
—A mí no me parece nada lógico. —Volvió a pegar un trago
a la cerveza. Y volvió a poner mala cara—. Ese tipo, por lo
que cuentan de él, no era alguien con pinta de depresivo; más
bien parecía un gilipollas superficial y narcisista, maltratador y
capullo. Para nada el perfil de un suicida en potencia. Pero qué
sabré yo de la mierda que tendría en la cabeza ¿No?
Arda llevaba dos meses bebiendo muy fuerte, y el volver a
la cerveza le parecía casi tan flojo como beber agua, pero quería
mantenerse más o menos despierta y ágil de mente. Al menos
durante el tiempo que tardara el médico de empresa en darse
cuenta del error que era haberle dado el alta forzosa. Pero lo
haría por Patri. Todo lo que hiciera falta por su amor. Además
estaba el dolor en el costado. No parecía el hígado, ese dolor ya
lo conocía bien, así que tenía que ser otra cosa, y no le apetecía
que el médico le hiciera alguna prueba y le diera una mala
noticia, como por ejemplo querer ingresarla para hacerle más
pruebas con la intención de curarla. Otra vez.

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En comisaría nadie había sabido lo de su pancreatitis aguda. leyó por encima: el tipo pensaba que aquello era un ritual suicida
Y pretendía que siguieran así. de pareja o algo así. Seguía investigándolo cuando desapareció.
—Se te ha muerto el páncreas —le había dicho el médico—, Sonrió con sarcasmo. Todo lo que haga falta por no ver lo
pero parece que la medicación ha hecho un milagro y ha evidente: Seguramente el tal Franchi era un maltratador de
resucitado. Te ha tocado la lotería, Arda. —Ella le devolvió la manual que quería vengarse de su novia por dejarlo y se había
mirada con asco, pero no dijo nada—. Esto le pasa a uno de llevado por delante a un montón de inocentes.
cada diez. Aprovecha la ocasión y da un giro de ciento ochenta También había una foto del tal Abraham porque alguien
grados a lo que estás haciendo. había incluido detalles de su propia desaparición... Un tipo
A los treinta días le habían dado el alta, con una medicación, flaco y encorvado, con una barba rala y amarillenta de fumador
con una dieta y con órdenes claras. compulsivo. Con una mirada extraña. Casi enajenada.
Y al día siguiente dejó la medicación y volvió a beber. Todo aquello tampoco le parecía una lectura que le apeteciera
Iba a dejar el dossier a un lado cuando en una de las hojas mucho en esos momentos.
amarillentas vio una foto enganchada que le llamó la atención. Miró a través de la ventana del comedor. Ya era de noche, no
Era una copia de una foto en blanco y negro, y en ella se veía tenía que seguir trabajando, nadie iba a pagarle esas horas extras.
a tres chavales de unos quince años, sentados en un sofá y Antes de que su vida se metiera en el retrete y ella misma tirara
sonriendo a la cámara. El de la izquierda le sonaba mucho. Y de la cadena había dedicado demasiadas horas al trabajo, y eso
creía saber de dónde. no solo no la había hecho más feliz, sino que había precipitado
Rebuscó entre las páginas y finalmente dio con la imagen que su caída al abismo. No iba a volver por el mismo camino.
había cogido en el apartamento del fallecido. Esa de la fiesta de Dejó el dossier a un lado.
cumpleaños en el Burger King. Observó ambas fotos. No había Miró fijamente la pantalla del televisor apagado y comenzó
dudas, el chaval de la izquierda era el fallecido. El tal Xavier. a hablar de nuevo:
El pie de la vieja foto rezaba: «Xavier Barba, Franchi Vila y —Te he echado muchísimo de menos, ya lo sabes. —Dio un
Martín Gómez». largo sorbo final a la lata, la dejó sobre la mesa y soltó un agrio
Franchi Vila. Antolín le había dicho algo sobre un tal Franchi. eructo—. Como siempre.
Y su jefe también, le parecía recordar, aunque normalmente le Patri no contestó. De normal, un eructo como ese habría sido
prestaba muy poca atención. el inicio de una bronca monumental, pero ahora solo obtuvo el
Y luego, el: silencio por respuesta.
—¿Quieres que veamos algo? ¿Forjado a fuego? ¿La casa de
«ARDE CON FRANCHI EN EL INFIERNO» empeños? ¡Te encanta la casa de empeños! —Cogió el mando
a distancia y encendió la televisión. Apareció Rick con cara
en la pintada. de que algo le parecía falso y no estaba dispuesto a perder su
Sacó la pila de hojas grapadas donde estaba enganchada la dinero en ello.
foto. Era el caso de finales de los setenta: Franchi Vila y su Arda miró la mesa llena de latas y botellas vacías de güisqui y
novia... Un montón de niños en una guardería ilegal... Fuego y con un cenicero a rebosar de colillas que se habían desbordado,
muertos. Fin de la historia. y sintió un escalofrío: su vivienda se parecía mucho a la del
Entonces recordó algo al ver un informe anexo firmado por difunto Xavier Barba. Seguramente olería parecido, solo que al
Abraham Asensio, aquel poli desaparecido amigo de Jairo. Lo ser su propio hogar el que apestaba no era consciente de ello.

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Como esa quinta planta. ¿Cómo podía vivir gente ahí, en —Bueno, yo... —De repente el hombre sonó afectado—.
medio de ese hedor insoportable? Suelo traerme la cena aquí; en casa vivía con mi madre, y ella
Si es que vivía alguien. murió y...
Quizá se los habían comido los monstruos y por eso había —Vale. Me da igual. —Podía sonar insensible, pero en ese
ese silencio sepulcral. momento no le importó lo más mínimo—. ¿Qué quiere que
Bufó con indignación en contra de sus propios pensamientos. haga yo?
Se levantó y fue a la cocina en busca de una bolsa de basura. —Pues eso. Que tengo dos paquetes aquí para él. —El
Comenzó a tirar en la bolsa todo lo que se había acumulado hombre parecía contrariado por la poca emoción que demostraba
sobre la mesa, vació el cenicero, y se disponía a seguir con todo Arda con aquello—. ¿Quiere que los abra? ¿Prefiere que los
lo que había en la cocina cuando sonó su móvil. Dejó la bolsa a devuelva?
un lado y se sentó de nuevo en el sofá para coger la llamada; era —Bueno.... —Arda no estaba especialmente resolutiva a
de un número desconocido. esas horas; ni estaba completamente borracha ni con resaca,
—Sí —dijo escuetamente. pero una espesa niebla arreciaba en su frente y no quería
—Hola, ¿detective Arda? Soy Antolín, el encargado del pensar demasiado—. No haga nada, guárdelos en algún
bloque ocho de la Colmena, nos hemos visto hoy. armario. Mañana cuando hable con mi jefe le digo algo. Espere
La voz del hombre sonaba más emocionada de lo necesario, instrucciones.
como si todo aquello le pareciera excitante. Eso la irritó, y Arda Arda colgó sin esperar respuesta.
comenzó a arrepentirse de haberle dejado su número. Se levantó, olvidando la bolsa de basura junto al sofá, y
—Sí, Antolín, dígame. ¿Qué pasa? sacó una botella de güisqui del armario de la cocina donde
—No, solo la llamo porque han llegado un par de paquetes había dejado la reserva. Comprobó alarmada que había menos
a nombre de... Ya sabe. Del muerto. Los tengo aquí delante, en botellas de las que pensaba. Realmente había bebido muy fuerte
la mesa de mi oficina. —Sonaba como un niño la mañana de esa última semana. No era consciente de haberlo hecho. Eso la
Navidad y eso estaba mosqueando sobremanera a Arda; aquel preocupaba.
imbécil se estaba tomando todo aquello como una diversión. Un poco.
—Ajá. Quitó el tapón y lo lanzó al fregadero. Junto a todos los
—Como normalmente nunca contesta nadie cuando llaman demás. Sacó un par de hielos del congelador y los puso en el
a los interfonos, los transportistas pasan de esperar ascensores primer vaso limpio que encontró al fondo del armario.
y pegarse el viaje arriba y abajo en balde y me dejan a mí —Todo esto no tiene lógica ninguna, ¿Verdad cariño? —dijo
los paquetes y yo se los subo a la gente. A veces pillo alguna brindando hacia Patri.
propina.
—¿Y? —Arda comenzaba a sentirse furiosa. Estaba
fuera del trabajo. En su casa. Con su mujer. No era ni el
momento ni el lugar para esa intromisión en el espacio
personal. Tenía ganas de gritárselo a aquel imbécil, pero se
contuvo. Solo bufó lentamente, y miró la hora en su reloj de
pulsera—. ¿Usted no se marcha a casa? ¿A qué hora acaba
su jornada?

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