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1. Durante siglos creímos que los recursos del planeta eran inagotables.

Anduvimos por
milenios al ritmo de los pasos, del caballo y del viento.
2. Nos ayudaban a avanzar, aquí la invención de la rueda, allí la invención de las velas,
pero la energía que gastábamos era sobre todo la de nuestros brazos, del fuego
elemental.
3. La llegada hace dos siglos de la Revolución Industrial desencadenó no sólo la
explotación de grandes reservas de energía guardadas por millones de años, sino el
desarrollo de recursos que potenciaron nuestra velocidad, nuestra capacidad de
conocer, nuestro poder de transformar el mundo.
4. Todos esos inventos nos dieron un alto aprecio de nuestro saber y de nuestros
méritos. ¿Cómo no sentirnos orgullosos de los vehículos en que nos desplazamos, de
los aparatos con que nos comunicamos, de la cisterna de saber universal a la que
acceden con un clic nuestros dedos, de la capacidad de combinación de datos que
nos convirtió a todos en magos en su gabinete, dedicados a contemplar la maravilla
planetaria?
5. Pero estos gabinetes luminosos podrían ser un equivalente virtual de la Caverna de
Platón; cabe la posibilidad de que no estemos mirando más que sombras y reflejos, y
que mientras tanto el mundo real se esté desvaneciendo en nuestras manos. Es como
si la naturaleza se marchitara a toda prisa afuera mientras nosotros seguimos
admirando sus extraordinarias fotografías.
6. Dicen los expertos que en el planeta hay siempre la misma cantidad de agua, pero
que solo un 3% del agua planetaria es agua dulce. Si alguna vez esa agua fue mucha
para cientos de millones de seres humanos, empieza a ser poca para los siete mil
millones que la bebemos hoy, y será menos para los diez mil millones que tendrán
sed dentro de veinte años. Y nadie sabe hacer agua. Nadie podría desalinizar al ritmo
de nuestro consumo las aguas marinas. Nadie podría hacerlas ascender hasta las
montañas del mundo. Todavía el agua desciende hasta nuestros labios, salvo la de las
fósiles cisternas que se están extenuando en Arabia, en la India, en Colorado.
7. Mientras los israelíes han logrado hacer fértiles algunas fracciones del desierto, lo
más usual es que transformemos en desiertos los bosques biodiversos. Ya hemos
convertido la isla de Borneo, que tuvo hasta hace treinta años una diversidad
biológica comparable a la de Colombia, en una inmensa y desolada plantación de
palma africana. Y estamos convirtiendo aceleradamente la selva amazónica en un
campo de soya. La pregunta siguiente es si esa soya y ese aceite de palma son para
alimentar a la humanidad. La respuesta es que no: la mitad de los alimentos que se
producen hoy en el mundo son para alimentar a las máquinas y al gran capital.
8. Hoy nos rige el imperativo del crecimiento. Los economistas no saben hablar de otra
cosa; consideran un dogma que la economía tiene que crecer, que la producción y el
consumo tienen que crecer, aunque a lo único que podríamos llamar
verdaderamente civilización es a un refinamiento de nuestras costumbres, no a una
mera y grotesca acumulación de cosas.
9. Más vale que toda familia tenga una hermosa vajilla de porcelana que dure diez años,
y no que tenga que usar y arrojar platos plásticos todos los días. Porque los plásticos
no son baratos, sino que lo parecen: lo único que hace que las bolsas con las que
estamos asfixiando al planeta cuesten poco, es que no se está incluyendo en su valor
el precio que tendrá que pagar el mundo para devolverlas al ciclo de la naturaleza, la
deuda que les estamos dejando a las generaciones del porvenir, si es que les dejamos
un mundo donde habitar.
10. Si se pagaran los precios reales, me temo que una bolsa plástica terminaría costando
más que un diamante.
11. La teoría del crecimiento exige explotar más y más reservas de energía. Si alguien
dijera que hay que parar en seco el modelo industrial, examinar seriamente qué es
indispensable y qué es superfluo, muchos responderían que ello equivale a llevar al
colapso a la humanidad, su agricultura, su industria y su supervivencia. “Al contrario
—dirán—, necesitamos más energía, más producción, más consumo”.
12. Pero tenemos que preguntarnos si es verdad que la humanidad necesita cada vez
más energía, si se justifica este desaforado crecimiento del consumo de carbón
mineral, de petróleo, de electricidad y de energía atómica, que son el fundamento de
la economía mundial. El sol y el viento en cambio pueden ser fuentes inagotables de
energía limpia.
13. Tengo la certeza de que la mitad de la energía que se consume en el mundo no se
invierte en la satisfacción de necesidades básicas de la humanidad, sino en la industria
de los plásticos, en la industria de los vehículos, en la industria de los químicos,
detergentes y pesticidas y en la industria de las armas. Esas son las industrias que más
aportan al calentamiento del mundo, al envenenamiento del entorno, al crecimiento
de las basuras inmanejables que hoy tienen un continente de plástico flotando en el
Pacífico y una pesadilla de basuras cercando las áreas metropolitanas de todos los
continentes.
14. Y aun si muchos productos de esa industria fueran útiles: ¿qué haremos cuando la
disyuntiva sea persistir en el modelo de consumo suntuario para una parte de la
humanidad o salvar a la entera humanidad de un entorno catastrófico? ¿Qué pasará
si nos toca escoger entre que la élite mundial mantenga su modelo derrochador o
que toda la humanidad, incluidos ellos, sobreviva?

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