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BOB JESSOP
Política
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ISBN-13: 978-07456-3320-6
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Para mis alumnos, pasado, presente y futuro.
Contenido
Cuadro
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GM Gobernanza multinivel
Introducción general
La primera y más difícil tarea a la que se enfrentan los analistas del Estado es definirlo.
Porque el Estado es un fenómeno complejo y ninguna teoría o perspectiva teórica
puede capturar y explicar completamente sus complejidades. Los Estados y el sistema
interestatal constituyen un blanco móvil debido a sus complejas lógicas de desarrollo y
porque los continuos intentos de transformar los Estados y el sistema estatal dejan a
su vez sus propias huellas en sus formas, funciones y actividades. La teorización del
Estado es aún más complicada porque, a pesar de las recurrentes tendencias a
cosificarlo como situado fuera y por encima de la sociedad, no puede haber una teoría
adecuada del Estado sin una teoría de la sociedad, ya que el Estado y el sistema político
forman parte de un conjunto más amplio de relaciones sociales y no se puede describir
o explicar adecuadamente el aparato estatal, los proyectos de Estado y el poder estatal
sin referirse a su articulación diferencial con este conjunto. Esto exige un tipo distintivo
de orientación teórica que pueda tener en cuenta no sólo la especificidad histórica e
institucional del Estado como logro distintivo del desarrollo social, sino también su papel
como elemento importante dentro de la estructura y la dinámica general de las
formaciones sociales. Es precisamente este enfoque de la paradoja del Estado y el
poder estatal el que se elabora en el presente libro, un enfoque que trata el aparato
estatal y el poder estatal en términos "estratégico-relacionales".
¿Qué es el Estado?
Una obvia vía de escape de estos problemas es definir el Estado en términos de sus
características institucionales formales y/o los instrumentos o mecanismos
fundacionales del poder estatal. La tradición de la Allgemeine Staatslehre (teoría
general del Estado) persigue el primer enfoque. Se centra en la articulación de tres
características fundamentales del Estado: territorio estatal, población estatal y aparato
estatal (por ejemplo, Heller 1992; Jellinek 1921; Oppenheimer 1908; Schmitt 1928,
2001; Smend 1955; y para el comentario, Kelly 2003; Stirk 2006). Max Weber sigue en
gran medida el segundo enfoque. Esto se refleja en su célebre definición del Estado
moderno como la "comunidad humana que (con éxito) reclama el monopolio del uso
legítimo de la fuerza física dentro de un territorio determinado" (Weber 1948: 78,
paréntesis y cursiva en el original; cfi, más elaborado, 1978: 54-6). Sin embargo, otras
definiciones destacan la soberanía formal del Estado moderno (especialmente el de
Westfalia) frente a su propia población y a otros Estados. Esto no significa que los
Estados modernos ejerzan el poder en gran medida mediante la coacción directa e
inmediata, un signo seguro de crisis o de fracaso del Estado. Porque, cuando el poder
del Estado se considera legítimo, normalmente puede asegurar el cumplimiento sin ese
recurso. De hecho, es aquí donde las numerosas tradiciones teóricas del Estado
relacionadas con las bases de la legitimidad política y/o la hegemonía social son tan
importantes para explorar el carácter de los proyectos estatales que dotan al Estado de
cierta unidad institucional y operativa, así como la naturaleza de los proyectos sociales
que definen la naturaleza y los propósitos del gobierno en relación con el mundo social
más allá del Estado y/o los sistemas interestatales. No obstante, la coerción organizada
es un último recurso legítimo para hacer cumplir las decisiones. Incluso cuando están
dotados de legitimidad política, por supuesto, todos los Estados se reservan el derecho
-o reclaman la necesidad- de suspender la constitución o disposiciones legales
específicas y muchos también dependen en gran medida de la fuerza, el fraude y la
corrupción y de la incapacidad de sus súbditos para organizar una resistencia efectiva.
De hecho, para teóricos como Carl Schmitt, es el poder efectivo de declarar el estado
de emergencia lo que define el lugar de la soberanía dentro del sistema estatal (Schmitt
1921, 1985; para una crítica, véase Agamben 2004).
Otra solución es considerar la esencia del Estado (tanto premoderna como moderna)
como la territorialización de la autoridad política. Esto implica la intersección del poder
coercitivo y simbólico organizado políticamente, un territorio central claramente
demarcado y una población relativamente fija en la que las decisiones políticas son
vinculantes colectivamente. La característica clave del Estado se convertiría entonces
en el conjunto históricamente variable de tecnologías y prácticas que producen,
naturalizan y gestionan el espacio territorial como un contenedor delimitado dentro del
cual se puede ejercer el poder político para lograr diversos objetivos políticos más o
menos integrados y más o menos cambiantes. No obstante, un sistema de Estados
nacionales territorialmente exclusivos, que se reconocen y legitiman mutuamente y que
ejercen formalmente un control soberano sobre áreas territoriales amplias y exclusivas
es una expresión institucional relativamente reciente del poder estatal que es
históricamente contingente y no un resultado inevitable e irreversible del desarrollo
social (Teschke 2003, 2006). La existencia de ese sistema interestatal es también la
fuente de la división cada vez más artificial entre los asuntos internos e internacionales
(Rosenberg 1994; Walker 1993). Esto se refleja en los recientes debates sobre el futuro
del Estado territorial nacional y en los intentos de definir formas emergentes de
organización política de carácter estatal, semiestático o no estatal. Dado que han
existido otros modos de territorializar el poder político, algunos todavía coexisten con el
llamado "sistema westfaliano" (supuestamente establecido por los Tratados de
Westfalia en 1648, pero que se dio cuenta, como señala Teschke, sólo paso a paso
durante los siglos XIX y XX), están surgiendo nuevas expresiones, y aún se pueden
imaginar otras. Los modos anteriores incluyen ciudades-estado, imperios,
protectorados, enclaves, el sistema estatal medieval, el absolutismo y los bloques
imperiales-coloniales modernos. Entre las modalidades emergentes que se han
identificado, con razón o sin ella, figuran la cooperación regional transfronteriza, un
nuevo medievalismo, los bloques supranacionales (por ejemplo, la UE), un Estado
conglomerado occidental y un Estado mundial embrionario. No obstante, si bien las
formas estatales configuran la política como el "arte de lo posible", las luchas por el
poder estatal también importan. Las formas estatales se han modificado antes mediante
actividades políticas y se modificarán de nuevo.
Esto sugiere que una teoría adecuada del Estado sólo puede producirse como parte de
una teoría más amplia de la sociedad, y que esta teoría más amplia debe dar el debido
reconocimiento al papel constitutivo de la semiosis en la organización del orden social.
Incluso el rechazo, basado en principios, de un enfoque centrado en la sociedad por
parte de los " neo-estatistas" depende críticamente de los argumentos sobre la
sociedad más amplia tanto para revelar la lógica y los intereses distintivos del Estado
como para explorar las condiciones de su autonomía y eficacia. Los estudios
foucaultianos, feministas y de análisis del discurso también tienen claramente
preocupaciones más amplias (véase el capítulo 1). Sin embargo, es precisamente en
la articulación entre el Estado y la sociedad donde se localizan muchos de los
problemas no resueltos de la teoría del Estado. Porque el Estado implica una paradoja.
Por una parte, es sólo un conjunto institucional entre otros dentro de una formación
social; por otra, está peculiarmente encargado de la responsabilidad general de
mantener la cohesión de la formación social de la que sólo es una parte. Su paradójica
posición como parte y como conjunto de la sociedad significa que las diversas fuerzas
sociales le piden continuamente que resuelva los problemas de la sociedad y está
igualmente condenada a generar el "fracaso del Estado", ya que muchos de los
problemas de la sociedad escapan a su control y pueden incluso agravarse por los
intentos de intervención. Muchas de las diferencias entre las teorías del Estado
consideradas anteriormente tienen su origen en planteamientos contrarios a diversos
momentos estructurales y estratégicos de esta paradoja.
Tratar de comprender la lógica general (o, tal vez, "ilógica") de esta paradoja podría ser
una ruta fructífera para resolver algunas de estas diferencias, así como proporcionar un
análisis más completo del carácter estratégico-relacional del Estado en una formación
social policéntrica.
En este contexto, cabe señalar que las "sociedades" (o, mejor dicho, las "comunidades
humanas imaginarias") pueden estar dominadas por diferentes principios de
organización social (Vergesellschaftung) asociados a diferentes proyectos y prioridades
(por ejemplo, económicas, militares, religiosas, políticas, de rango social, culturales).
Esto se reflejará en el Estado como un lugar clave en el que las relaciones de poder
social pueden cristalizarse en diferentes formas (Mann 1986) y, de hecho, en el que las
luchas por estos principios de organización social se llevan a cabo a menudo debido a
la paradoja de parte-entero en la que el Estado está tan fuertemente implicado. Así
pues, un Estado podría funcionar principalmente como un Estado capitalista, un poder
militar, un régimen teocrático, un régimen democrático representativo que responda a
la sociedad civil, un Estado de apartheid o un Estado ético-político. Hay principios de
societalización que compiten entre sí y que están vinculados a diferentes sistemas
funcionales y a diferentes identidades y valores anclados en la sociedad civil o en el
mundo de la vida y, en principio, (different functional systems and different identities
and values anchored in civil society or the lifeworld, and, in principle) cualquiera de ellos
podría llegar a ser dominante, al menos durante un tiempo. No existe una garantía
incondicional de que el Estado moderno sea siempre (o nunca) esencialmente
capitalista, aunque la exploración de las formas de Estado puede indicar ciertos sesgos
estratégicamente selectivos a este respecto. Además, incluso cuando la acumulación
de capital es el eje dominante de la societalización en virtud de sesgos sectoriales y/o
estrategias políticas exitosas, los gestores del Estado suelen tener en cuenta los
códigos, programas y actividades de otros sistemas funcionales y la dinámica del
mundo de la vida en sus esfuerzos por mantener un mínimo de integración institucional
(and activities of other functional systems and the dynamic of the lifeworld in their efforts
to maintain a modicum of institutional integration) y cohesión social dentro de los límites
territoriales del Estado y reducir las amenazas externas. Pero esa coherencia
estructural y cohesión social es necesariamente limitada en la medida en que depende
de una o más fijaciones espacio-temporales para desplazar y/o diferir los efectos de
ciertas contradicciones y líneas de conflicto más allá de sus límites espacio-temporales
y horizontes de acción socialmente constituidos. Existen diferentes tipos de arreglos y
dependen de diversas maneras de formas específicas de gobierno, gobernanza y
metagobernanza ("gobernanza de la gobernanza") (Jessop 2002d, 2004f, 2006b,
2006c)
Este enfoque también puede servir de base para describir estados y regímenes políticos
específicos y explorar las condiciones en las que los estados surgen, evolucionan,
entran en crisis y se transforman. Una ventaja particular de esta definición inicial de
conglomerado es su compatibilidad con diversos enfoques del análisis del Estado y con
el reconocimiento de lo que Mann (1986) denomina la cristalización polimorfa del poder
estatal asociada con principios alternativos de societalización.
Dicho esto, se requieren seis calificaciones para que esta definición multidimensional
sea útil para orientar un programa de investigación estratégico-relacional:
1. Por encima, alrededor y debajo del núcleo del Estado se encuentran las
instituciones y organizaciones cuya relación con el conjunto del núcleo es
incierta. En efecto, la integración efectiva del Estado como un conjunto
institucional que persigue políticas relativamente coherentes es profundamente
problemática y genera diferentes racionalidades gubernamentales, programas
administrativos y prácticas políticas orientadas a lograr esa integración. Además,
si bien las operaciones estatales están más concentradas y condensadas en el
núcleo del Estado, dependen de una amplia gama de prácticas micropolíticas
dispersas por toda la sociedad. Los Estados nunca logran el cierre o la
separación total de la sociedad, y los límites precisos entre el Estado y/o el
sistema político y otros órdenes y sistemas institucionales suelen estar en duda
y cambian con el tiempo. En muchas circunstancias esta ambigüedad puede
incluso resultar productiva en la aplicación de políticas estatales. Problemas
similares surgen en relación con las relaciones interestatales en el sistema
político mundial emergente.
2. La naturaleza de estas instituciones y organizaciones, su articulación para formar
la arquitectura general del statu quo institucional, y sus vínculos diferenciales
con la sociedad en general dependerán de la naturaleza de la formación social
y de su historia pasada. El tipo de Estado capitalista difiere del característico del
feudalismo, por ejemplo; y los regímenes políticos también difieren entre las
formaciones sociales capitalistas.
3. Aunque el carácter socialmente reconocido de sus funciones políticas para la
sociedad es un rasgo definitorio del Estado normal, también variarán las formas
en que se institucionalice y exprese esa legitimidad. De hecho, la finalidad de
describir esas funciones políticas como "socialmente reconocidas" es subrayar
que su contenido preciso se constituye en y a través de discursos políticamente
relevantes. Aquí radica la importancia de los discursos impugnados sobre la
naturaleza y los propósitos del gobierno para la sociedad en general y la relación
de estos discursos con proyectos hegemónicos alternativos y su traducción en
prácticas políticas.
4. Aunque la coerción es la sanción máxima de que disponen los Estados, éstos
disponen de otros métodos de ejecución para garantizar el cumplimiento. La
violencia rara vez es el primer recurso del Estado (especialmente en las
sociedades capitalistas consolidadas), y a menudo resultaría contraproducente.
Una relación completa del Estado debe considerar todos los medios de
intervención de que dispone, sus capacidades y limitaciones, y su peso relativo
en los diferentes contextos. Esto es especialmente importante, como se muestra
en el capítulo 9, para la evolución de las formas de estatalidad en una sociedad
mundial cada vez más interdependiente.
5. La sociedad cuyo interés común y voluntad general son administrados por el
Estado no debe interpretarse más como un dato empírico que el propio Estado.
Los límites y la identidad de la sociedad se constituyen a menudo en y a través
de los mismos procesos por los que los estados se construyen, reproducen y
transforman. De hecho, una de las conclusiones más obvias del enfoque
centrado en el Estado es que la construcción del Estado y la nación están
fuertemente influenciados por la dinámica emergente del sistema internacional
emergente formado por la interacción de Estados soberanos. Un efecto de la
globalización y de la relativización de escala que conlleva es la creciente
dificultad de definir los límites de una sociedad determinada, hasta el punto de
que algunos teóricos afirman que en la actualidad sólo existe una sociedad, a
saber, la sociedad mundial (Luhmann 1982b, 1997; Richter 1996; Stichweh
2000). Curiosamente, el surgimiento tendencial de la sociedad mundial refuerza
la importancia de los estados nacionales en muchas esferas de la vida social
(Meyer et al., 1997).
Este es mi quinto libro directamente relacionado de una manera u otra con el desarrollo
y la aplicación de un enfoque estratégico-relacional al análisis del Estado. Mis
reflexiones teóricas sobre el Estado comenzaron a mediados de la década de 1970
como parte del renacimiento del interés marxista de Europa occidental por el Estado en
las sociedades capitalistas y han constituido el hilo conductor de mi proyecto intelectual
durante más de tres décadas. No me propuse desarrollar un enfoque estratégico-
relacional. Sin embargo, se ha convertido en una importante perspectiva heurística para
mis contribuciones a la crítica de la economía política y para abordar cuestiones más
generales en las ciencias sociales (para un relato bien informado y comprensivo de esta
evolución, véase M J. Smith 2000). La fuerza motriz de su desarrollo es un proyecto
aún incompleto: escribir una historia crítica teóricamente informada de la cambiante
economía política de la Gran Bretaña de la posguerra y, en particular, poner la
transformación del Estado británico en su amplio contexto económico, político y
sociocultural. Este proyecto proporcionó el "interés de conocimiento" inicial para mi
trabajo en la teoría del Estado y, aunque el trabajo teórico preparatorio a menudo
parece haber adquirido una vida propia encantada (y encantadora), este proyecto
continuado también ha dado lugar a muchos de los giros y vueltas en mis
investigaciones teóricas posteriores.
Mi siguiente gran intervención en la teoría del Estado fue una monografía sobre un solo
teórico. Nicos Poulantzas: Teoría Marxista y Estrategia Política (1985a) proporcionó un
relato exhaustivo de la biografía intelectual de Poulantzas en términos de los sucesivos
pasos en su desarrollo teórico y actividades políticas, y el impacto en este desarrollo de
cambios a menudo sorprendentes en el curso de los acontecimientos políticos en su
Grecia natal y en su patria francesa adoptiva. Después de muchos años de estudio y al
menos tres cambios importantes en la orientación teórica, Poulantzas afirmó haber
descubierto el misterio de la teoría marxista del Estado en su proposición elíptica de
que el Estado es una relación social. Sus últimos tres libros y los resultados asociados
marcaron sucesivos intentos de desarrollar esta intuición. Sin embargo, aunque su
intuición y su posterior elaboración son enormemente significativas (y no sólo para los
enfoques marxistas del Estado), la afirmación de Poulantzas de haber completado la
teoría marxista del Estado fue ciertamente engañosa. Porque su relato se elaboró en
gran medida en y a través de un conjunto de reflexiones teóricas e históricas que
abarcaban muchos temas diferentes, más que en un movimiento sistemático de lo
abstracto-simple a lo concreto-complejo. En este sentido, su trabajo se preocupaba por
desarrollar algunas proposiciones centrales en lo que denominé una "teoría relacional"
distintiva (en contradicción con la anterior "teoría regional" de Poulantzas), y por
aplicarlas en algunos argumentos sobre el Estado y la política en general, el tipo de
Estado capitalista y la política burguesa en particular, y la transformación del
capitalismo contemporáneo y el ascenso del estatismo autoritario. Poulantzas nunca
codificó estas proposiciones y argumentos en una declaración coherente e incluso los
primeros principios de su "enfoque teórico-estratégico" tuvieron que ser reconstruidos
a partir de una lectura sintomática cercana de su obra. Esto probablemente reflejaba
dos hechos. En primer lugar, como él mismo señaló, ningún teórico es nunca
completamente contemporáneo de su desarrollo teórico, con el efecto de que se habría
necesitado más tiempo de reflexión para que él hubiera intentado una sistematización
completa de su actual etapa de desarrollo, momento en el cual, por supuesto, la teoría
ya habría estado experimentando nuevos cambios. Y, en segundo lugar, debido a que
los estados realmente existentes son tan complejos y cambiantes (como indica el
enfoque relacional en su rechazo de cualquier teoría general del Estado), cualquier
intento de análisis riguroso, sistemático y completo estaría condenado al fracaso. Por
ello, mi exploración crítica sólo pretendía aclarar algunas implicaciones básicas del
enfoque relacional de Poulantzas sobre el Estado e introducir algunos conceptos
adicionales de rango medio para facilitar la transición de los análisis abstractos-simples
a los más concretos-complejos del aparato estatal y el poder del Estado.
El tercer libro de la serie EER propiamente dicha fue Teoría del Estado: Poniendo el
Estado capitalista en su lugar (1990b). Como el subtítulo indica de manera bastante
elíptica, este estudio buscaba ubicar la forma y las funciones del Estado dentro de las
formaciones sociales capitalistas en su conjunto. En sus diversos capítulos se
desarrolló el enfoque teórico-estratégico mediante: a) reevaluaciones críticas de las
recientes contribuciones a la teoría marxista del Estado y el enfoque de la regulación
inspirado en parte en el marxismo en la economía política; y b) una exploración de la
dialéctica estructura-estrategia en otros tipos de teoría del Estado, incluidos los
principales intentos sociológicos y científicos políticos históricos de "hacer volver al
Estado", los trabajos recientes en materia de teoría de sistemas, especialmente las
teorías de sistemas autoorganizados (o autopoiéticos), y los nuevos avances en el
análisis del discurso. A su vez, este libro marcó una desviación respecto de sus
precursores porque incluía, junto con las críticas de otros enfoques, estudios originales
directamente relacionados con el desarrollo de algunos nuevos argumentos teórico-
estratégicos. En particular, exploró las implicaciones del argumento de que el Estado
es una relación social que puede analizarse como el lugar, el generador y el producto
de las estrategias (1990b: 260). En resumen, este libro marcó una importante transición
en el movimiento desde la crítica de otras contribuciones a la teoría del Estado hacia la
elaboración de un enfoque teórico-estratégico original.
Queda por explicar lo que un quinto libro podría añadir a estos estudios para avanzar
en la agenda de investigación estratégico-relacional en la teoría del Estado: La
respuesta se encuentra en cinco nuevas contribuciones en State Power.
Específicamente, este libro:
Los capítulos 7 a 9 ilustran a su vez cómo el EER puede aplicarse a tres temas que
están un tanto alejados de las cuestiones teóricas mediante las cuales se desarrolló
originalmente y que, por lo tanto, proporcionarán interesantes casos de prueba del valor
añadido del enfoque. Cada uno de ellos se origina en las invitaciones de académicos
que no habían trabajado anteriormente con el EER y que, de hecho, no eran
necesariamente favorables al materialismo histórico. El capítulo sobre las
selectividades de género, por ejemplo, se originó en un desafío de las teóricas
feministas de Alemania para demostrar que el enfoque estratégico-relacional era
pertinente para sus preocupaciones (véase Jessop 1997a, 2001c). Desde entonces se
ha ampliado a la luz de nuevas lecturas en el rico cuerpo de estudios teóricos feministas
y queer, pero no está completamente actualizado. La línea de argumentación general
estratégico-relacional debería ser válida (o no) independientemente de los estudios más
recientes. Además, en un libro de texto que se está preparando actualmente se
examinarán las contribuciones más recientes a los análisis feministas y queer del
Estado y la política, así como las aportaciones clave a otros enfoques de la teoría del
Estado (Jessop, de próxima publicación). El capítulo sobre la globalización tiene sus
raíces en una invitación a elaborar una crítica estratégico-relacional de las teorías sobre
el impacto de la globalización en el futuro del Estado nacional. Por último, el capítulo
sobre la Unión Europea se inició en respuesta a varias peticiones de politólogos
interesados en las controversias sobre su naturaleza como tipo de Estado o régimen
político. En cada caso el desafío de aplicar el EER ha sido muy productivo para mi
propia comprensión del mundo y los resultados también parecen haber tenido cierta
resonancia fuera de los campos en los que la teoría del Estado marxista suele ser
seguida de cerca.
El capítulo 10 concluye estas reflexiones y exploraciones sobre el enfoque estratégico-
relacional. Presenta una agenda de investigación estratégico-relacional que va más allá
de los capítulos anteriores y que ha sido especialmente preparada para este libro. Los
diferentes puntos de entrada adoptados para presentar y desarrollar el EER en las
distintas partes de la presente obra ilustran los problemas que conlleva abordar un
fenómeno complejo - por lo tanto, cada parte revela algo sobre el enfoque y su
desarrollo y, en conjunto, revelan mucho más sin agotar, sin embargo, todas las
posibilidades. Por esta razón, el capítulo final no pretende ser la declaración final sobre
el enfoque estratégico-relacional, sino una contribución más a un programa de
investigación continua.
Parte I
Teorizando el Estado
1
La línea general de acción que he venido desarrollando para abordar esos problemas
y avanzar en el proyecto a más largo plazo puede describirse, con la ventaja de la
retrospectiva, como un enfoque crítico realista, estratégico-relacional y formalmente
analítico que es pre-disciplinario en la inspiración y post-disciplinario en la práctica. Se
basa en una filosofía realista crítica de las ciencias sociales, adopta un enfoque
dialéctico de la interdependencia material y discursiva de la estructura y la estrategia y
su coevolución, y se inspira en los conceptos, supuestos y argumentos de muchas
disciplinas para ofrecer relatos totalizadores (o integradores) de problemas concretos
sin comprometerse con la idea de que la realidad social comprende una totalidad
cerrada. Este enfoque puede aplicarse a muchos tipos de problemas, pero la presente
obra se centra en sus repercusiones en la naturaleza del Estado y el poder estatal. Así
pues, se pretende presentar los lineamientos básicos de este enfoque, especialmente
sus dimensiones estratégicas-relacionales, en pasos sucesivos. En este capítulo se
presentan los antecedentes generales del EER y se distinguen sus cuatro fases
superpuestas de desarrollo hasta la fecha.
Estos eran retos importantes y, aunque no aceptaba que Bonefeld, Clarke y Holloway
hubieran caracterizado mi trabajo con precisión, me preguntaba cómo analizar la
economía de manera coherente con mi emergente enfoque "estratégico-relacional" del
Estado. Inicialmente mis ideas se desarrollaron a través de la lectura de los debates
contemporáneos sobre el significado de la forma de mercancía (con sus aspectos
dialécticamente interrelacionados de uso-valor y valor de intercambio) en la crítica
marxista de la economía política (Marx 1867) y la relectura de la obra de Gramsci sobre
el americanismo y el fordismo (Gramsci 1971). Esto condujo a mi relato de las
estrategias de acumulación como medio para imponer una "unidad sustantiva"
provisional, parcial e inestable a las diversas manifestaciones formales interconectadas
de la relación de capital y asegurar así las condiciones para períodos relativamente
estables de crecimiento económico. Estas ideas se originaron en una analogía entre
los análisis de Gramsci sobre lo stato integrale (el Estado integral) y lo que yo denominé
l'economia integrale (la economía integral). Mientras que Gramsci definía "el Estado en
su sentido integrador" como "sociedad política + sociedad civil" y veía el poder del
Estado en las sociedades occidentales, como basado en una "hegemonía blindada por
la coacción", mi relato estratégico-relacional definía la "economía en su sentido
integrador" como un régimen de acumulación + modo social de regulación económica"
y analizaba la acumulación de capital como "la autovalorización del capital en y a través
de la regulación". Este análisis se combinó con el interés por los proyectos estatales y
las visiones hegemónicas y con un intento de asegurar la proporcionalidad de los tres
conceptos dentro de un enfoque estratégico-relacional (Jessop 1983).
En aquel momento pensé que estas reflexiones podían proporcionar una perspectiva
neo-Gramsciana de la economía (o, mejor, de la acumulación de capital) análoga a la
generada por el anterior argumento estratégico-relacional de que el Estado (o, mejor,
el poder estatal) es una relación social. Sin embargo, en retrospectiva, estas reflexiones
también fueron políticas, aunque de manera diferente, porque se centraron en el papel
del Estado nacional en la formulación de estrategias de acumulación y la regulación del
capitalismo. En este sentido, este nuevo enfoque era culpable de "nacionalismo
metodológico" (Taylor 1996), a pesar de que había empezado a tomar en serio el
momento económico de la economía política. En efecto, no sólo ignoraba las escalas
políticas distintas del Estado nacional territorial históricamente constituido y su
economía nacional y sociedad nacional asociadas, sino también el papel de las
empresas, las fracciones de capital y otras fuerzas económicas, políticas y sociales en
el desarrollo de estrategias de acumulación alternativas. Estos problemas se han
abordado en mi trabajo sobre la economía política de escala, la articulación interescalar
y, en particular, la importancia de los arreglos espacio-temporales para asegurar
resultados tan improbables como la acumulación de capital relativamente estable, la
acción estatal relativamente coherente y la cohesión social en sociedades divididas en
clases que se caracterizan también por otras fuentes de división y fricción social
(véanse, por ejemplo, los capítulos 4, 8 y 9; véase también Jessop 1999, 2003d, 2004g,
2007a).
El uso de estas ideas sugiere que los "bloques históricos" formados mediante la
consolidación recíproca de instituciones económicas, jurídicas, políticas y ciertas
instituciones culturales podrían entenderse en términos autopoiéticos. Así, derivarían
de las interacciones entre a) el "acoplamiento estructural dependiente de la trayectoria"
de varios subsistemas operacionalmente autónomos, pero sustancialmente
interdependientes, b) los esfuerzos de configuración de la trayectoria de las fuerzas
económicas, políticas y otras fuerzas sociales para influir (o gobernar) en la naturaleza
y la dirección de esta coevolución, y c) el "dominio ecológico" de la economía capitalista
mediada por el mercado y autovalorizada. Estos argumentos me llevaron a proponer
que el concepto marxista ortodoxo de determinación económica en última instancia
puede ser sustituido de manera fructífera por el "dominio ecológico". Esto se refiere a
la capacidad de un sistema en una ecología autoorganizada de sistemas
autoorganizados de causar más problemas a otros sistemas de los que pueden
causarle.
También se ha afirmado que la capacidad de Marx para producir una síntesis creativa
de la filosofía alemana, la política francesa y la economía inglesa implicaba algo más
que su capacidad de desarrollar furúnculos en el trasero al pasar largos días en la
Biblioteca del Museo Británico: Se debió a su identificación con la lucha de clases del
proletariado (Althusser 1976). En un contexto más modesto (y, para los críticos
marxistas ortodoxos, reformista), mi interés por combinar los argumentos de la política
alemana, la economía francesa y la biología chilena (o, más exactamente, la teoría de
los sistemas modernos) para producir una nueva síntesis teórica se basa en el
compromiso con la impugnación ideológica y política del Thatcherismo y su soporte
neoliberal del Nuevo Laborismo. Porque es este compromiso el que ha dado forma a
mi continuo "interés de conocimiento" personal en comprender la especificidad de las
múltiples crisis de la economía política británica de la posguerra, el significado
cambiante de la respuesta Thatcheriana y sus legados en las políticas neoliberales del
Nuevo Laborismo y los intentos de sostenerlas mediante medidas adicionales de
acompañamiento y apoyo. Sin embargo, en lugar de reflexionar sobre los pasos
sucesivos en el desarrollo de la política británica, permítanme ahora esbozar en cambio
los pasos sucesivos en el desarrollo del EER bajo su influencia indirecta.
Los primeros pasos en la primera fase del desarrollo del EER son anteriores a la
interacción entre estas tres fuentes y el trabajo relacionado de síntesis teórica.
Comenzaron con mi compromiso inicial con la cuestión del Estado en el Grupo de
Teoría del Estado de Essex (1975-8), para el cual preparé una revisión crítica de las
teorías marxistas recientes (Jessop 1977; reimpreso en 1990b: 24-47). En ella se
llegaba a la conclusión de que
El Estado capitalista (1982) elaboró esta conclusión preliminar a través de una crítica
ampliada de los argumentos sustantivos asociados a tres enfoques metodológicos de
la teorización del Estado marxista: subsunción, derivación y articulación. También
ofreció observaciones metodológicas sobre cada enfoque y concluyó con un conjunto
ampliado de observaciones ontológicas, epistemológicas, metodológicas y sustantivas
para un programa de investigación. En particular, rechazó los intentos de elaborar una
teoría general del Estado capitalista (y mucho menos del Estado en general) y, en su
lugar, ofreció cuatro directrices para analizar el Estado como un objeto de investigación
concreto-complejo: Las directrices comprenden lo siguiente: 1) el Estado es un conjunto
de instituciones que no pueden, como conjunto institucional, ejercer el poder; 2) no
existen fuerzas políticas independientes del Estado: se configuran en parte a través de
sus formas de representación, su estructura interna y sus formas de intervención; 3) el
poder del Estado es una relación social compleja que refleja el equilibrio cambiante de
las fuerzas sociales en una coyuntura determinada; y 4) el poder del Estado es
capitalista en la medida en que crea, mantiene o restablece las condiciones necesarias
para la acumulación de capital en una situación determinada y es no capitalista en la
medida en que esas condiciones no se realizan (1982: 221). Sobre la base de estas
directrices se elaboraron entonces algunos conceptos sustantivos fundamentales para
analizar la arquitectura institucional de los Estados, sus bases sociales, los proyectos
de Estado y la organización de la hegemonía.
Este análisis se basó en un enfoque "relacional" que se centra en "las relaciones entre
las relaciones", es decir, "un análisis de las relaciones entre las diferentes relaciones
que componen la formación social" (1982: 252). Este enfoque tenía algunas
implicaciones fundamentales, que luego presenté, para el análisis de la estructura y la
coyuntura, las limitaciones estructurales y las oportunidades coyunturales, la naturaleza
compleja y sobredeterminada de las relaciones de poder, el papel vital de los
mecanismos específicos y los discursos de atribución en la identificación de los agentes
responsables de la producción de efectos específicos dentro de una coyuntura
concreta, la importancia de las capacidades específicas y los modos de cálculo en el
encuadre de las identidades individuales y colectivas, la naturaleza relacional y relativa
de los intereses, y la relación dialéctica entre los intereses subjetivos y los objetivos
(1982: 252-8). Estos conceptos, principios de explicación y argumentos generales
también forman el programa de investigación del EER en el presente capítulo de
conclusiones.
Hay una relación dialéctica entre los intereses subjetivos y los objetivos. Los intereses
objetivos deben estar siempre relacionados con una subjetividad particular que ocupa
una posición particular en una coyuntura determinada; sin embargo, un sujeto particular
puede calcular erróneamente estos intereses ya que se definen en términos de las
condiciones realmente necesarias para su reproducción y no de las opiniones del propio
sujeto sobre estas condiciones. Esta dialéctica define también los límites dentro de los
cuales se pueden atribuir legítimamente intereses a otros agentes. Porque, si bien la
"interpretación" externa sin tener en cuenta las diversas subjetividades de un agente es
inaceptable, podemos argumentar "interdiscursivamente" que el compromiso con una
subjetividad dada contradice la realización de intereses en otra de las identidades del
agente. Ejemplos de estas oposiciones podrían incluir al hombre soviético y el
demócrata (pág. 30), a la ama de casa y a la mujer, al patriota y al proletario. Mientras
que el primer enfoque es intrínsecamente autoritario, el segundo es al menos
potencialmente democrático.
La hostilidad a este argumento fue (y sigue siendo) una medida de la continua influencia
de los puntos de vista instrumentalistas y subjetivistas del Estado y del tratamiento
fetichista del Estado como una entidad separada que yo me había esforzado tanto en
rechazar en El Estado Capitalista, y de los problemas que se enfrentan para persuadir
a los académicos de la corriente principal de las virtudes de tratar el Estado como una
relación social. No reclamé ningún crédito por desarrollar este argumento relacional -
se remonta al menos a los argumentos del propio Marx y también fue claramente
elaborado por Gramsci y Poulantzas, y es compatible con una larga tradición de
relacionalismo metodológico en las ciencias sociales. Pero todavía se necesitaba
mucho trabajo para defender el relacionalismo metodológico en el campo de la teoría
del Estado cuando se combinaba con los argumentos materialistas históricos sobre el
poder de clase. De hecho, mi trabajo preparatorio para El Estado Capitalista incluyó
trabajos sobre la selectividad estructural de la democracia burguesa (1978), los arreglos
corporativistas (1979; véase también 1985b, 1986), y el desarrollo del Estado británico,
sus sesgos estructurales y sus crisis en el período de posguerra (1980). También me
embarqué en una detallada biografía intelectual de Nicos Poulantzas, el teórico griego
que, sobre la base de sus propios análisis teóricos, históricos y contemporáneos del
tipo de Estado capitalista, había propuesto explícitamente por primera vez que el
Estado es una relación social. Esto jugó un papel crucial en el siguiente paso de una
“orientación relacional” al enfoque estratégico-relacional.
Esta conclusión ampliada tenía por objeto no sólo poner de relieve la unilateralidad de
los respectivos polos en estos debates, sino también mostrar que ese unilateralismo no
podía superarse oscilando entre estas posiciones para revelar sus respectivos puntos
ciegos o combinándolos mecánicamente para producir "el cuadro completo". Sugirió en
cambio que la clave para resolver el estancamiento era subrayar no sólo que la
estructura y el organismo estaban relacionados dialécticamente, sino también que cada
momento de esta relación dialéctica contenía elementos de su "otro". Esto ya se había
destacado en las conclusiones relacionales de El Estado capitalista (1982), pero ahora
se elaboraba en términos explícitamente "estratégico-teóricos" inspirados en el propio
"giro estratégico" de Poulantzas (Jessop 1985a: 340-3). En efecto, era muy consciente
de la necesidad de que los conceptos estratégicos mediaran entre el nivel abstracto de
la determinación estructural y las modalidades concretas de la lucha de clases en
coyunturas específicas y ya había empezado a introducir conceptos para el análisis de
las matrices espacio-temporales estratégicamente selectivas implicadas en formas
estructurales específicas y para el análisis de los horizontes espacio-temporales de las
diferentes fuerzas sociales. También exploró las implicaciones de estas cuestiones para
la polarización y las alianzas de clase, la formación de bloques de poder y la
movilización popular, las guerras de maniobra y las guerras de posición, y el equilibrio
adecuado entre la movilización parlamentaria y la movilización democrática directa.
Los primeros pasos de la segunda fase del EER comenzaron durante la primera fase,
cuando intenté generalizar sus argumentos desde la teoría del Estado a la economía
política crítica en general. Los pasos intermedios cruciales fueron mi creciente interés
en un análisis neo-gramsciano relativamente concreto-complejo ("rango medio") de la
economía en su sentido inclusivo y, poco después, mi creciente compromiso con el
enfoque de la regulación y el alcance para desarrollar un análisis estratégico-relacional
no sólo del Estado sino también de la relación de capital en sí Estos esfuerzos
inicialmente se mantuvieron en un nivel medio pero volví a lo largo de varios años al
análisis de Marx de la forma de valor para volver a fundamentar el enfoque de la
regulación en la crítica de Marx a la economía política.
Marx fue, por supuesto, el primero en subrayar que el capital no es una cosa sino una
relación social, es decir, una relación entre personas mediada por la instrumentalidad
de las cosas. Sería interesante en algún momento futuro reinterpretar esta crítica al
capital en términos estratégico-relacionales. Un aspecto de esto sería revisar la
contradicción fundamental en la forma de la mercancía entre el intercambio y el valor
de uso. Este fue el punto de partida para Marx para desplegar la complejidad del modo
de producción capitalista y su dinámica y para mostrar la necesidad de crisis periódicas
y su papel en la reintegración del circuito del capital como base para una expansión
renovada. Sobre la base de estos argumentos, sugerí que todas las formas de la
relación de capital encarnan versiones diferentes pero interconectadas de esta
contradicción y que tienen un impacto diferente en (diferentes fracciones de) el capital
y (diferentes estratos de) el trabajo en diferentes momentos y lugares (Jessop 1983,
1999, 2000a, 2002d, 2004a). Estas contradicciones se reproducen junto con el
capitalismo, pero no mantienen el mismo peso o significado. Además, como señaló
Poulantzas, "la reproducción de estas contradicciones con sus efectos contradictorios
y su impacto en la tendencia histórica del desarrollo capitalista depende de la lucha de
clases" (1975: 40-1, cursiva en el original). Estas afirmaciones han informado mis
esfuerzos desde mediados de los años noventa para abordar el problema del
politicismo y, en particular, para reintegrar el análisis de la economía y la política sin
aglutinarlas ni subsumirlas bajo una lógica genérica de acumulación (véase
especialmente Jessop 2002d; y Jessop y Sum 2006).
Esta falsa dualidad vincula las dos categorías contraponiendo la estructura (como
reglas y recursos) a la acción (como conducta concreta) y/o considerándolas como
reproductivas recursivamente la una de la otra. A pesar de su contraposición de
estructura a acción, este enfoque sigue siendo abstracto; y, a pesar de su
referencia ritual a la recursividad, sigue siendo atemporal. Sin embargo, se puede
crear una auténtica dualidad relativizando dialécticamente (en contraposición a
relacionar mecánicamente) ambas categorías analíticas (véase la figura 1.1). En
este contexto, la estructura social puede estudiarse en términos "estratégico-
relacionales", lo que implica una selectividad estratégica estructuralmente inscrita;
y la acción puede analizarse igualmente en términos de su actuación por parte de
agentes con una orientación estructural estratégicamente calculada. El primer
término significa que las restricciones estructurales operan siempre de manera
selectiva; no son absolutas e incondicionales, sino que siempre son temporales,
espaciales, específicas de la agencia y de la estrategia. El segundo término
implica que los agentes son reflexivos, capaces de reformular dentro de los límites
sus propias identidades e intereses, y capaces de realizar cálculos estratégicos
sobre su situación actual. De esa redefinición de la relación entre estructura y
organismo se derivan varias consecuencias teóricas importantes.
Estructuras Agentes
[Dicotomía] Externas Libremente
Limitaciones Acciones
En segundo lugar, una vez que se adopte ese enfoque "estratégico-relacional" del
carácter dual "estructural-conjuntivo" de los contextos de acción estratégica,
deben rechazarse las opiniones convencionales sobre la dualidad de la estructura
de los organismos. Porque este nuevo enfoque implica que el mismo o los mismos
elementos pueden funcionar como una restricción estructural para un agente (o
conjunto de agentes) y como una oportunidad coyuntural susceptible de ser
transformada por otro agente (o conjunto de agentes). También implica que una
limitación estructural a corto plazo para un agente (o conjunto de agentes)
determinado podría convertirse en una oportunidad coyuntural a lo largo de un
horizonte temporal más largo o incluso dentro del mismo horizonte temporal si se
produce un cambio de estrategia. Esto a su vez implica que los agentes pueden
ser capaces de seguir diferentes tipos de estrategia de alianza y así modificar el
impacto selectivo sobre sí mismos y sobre otros de las limitaciones y
oportunidades estructurales sociales. Asimismo, en lo que respecta a la dimensión
espacial de los contextos estratégicos, este enfoque implica que, dado que los
agentes pueden ser capaces de operar a través de escalas espaciales variables
como también lo hacen a través de horizontes temporales cambiantes, las
limitaciones estructurales espaciales y las oportunidades coyunturales también se
determinarán de manera "estratégico-relacional". Así pues, a pesar de las
restricciones generalizadas de Holmwood y Stewart contra la teoría de la acción
social, es posible trascender un relato abstracto, atemporal y no localizado de las
estructuras y desarrollar un relato coyuntural específico del contexto que se refiera
a determinados horizontes temporales y espaciales de acción, así como a agentes
y acciones particulares. Pero esta solución creativa e ingeniosa requiere un relato
adecuado de la dialéctica de la estructura y la agencia, es decir, una consideración
seria de cómo un enfoque estratégico-relacional de estos fenómenos gemelos
afecta a su significado individual y conjuntamente" (Holmwood y Stewart 1991:
115).
En tercer lugar, al considerar a los actores como sujetos reflexivos y
estratégicamente calculados orientados a las complejidades estructurales-
conjuntivas de los contextos de acción, el EER implica que reflexionen sobre sus
identidades e intereses, sean capaces de aprender de la experiencia y, al actuar
en contextos que implican limitaciones y oportunidades estratégicamente
selectivas, puedan y logren transformar las estructuras sociales. Si adoptan
sistemáticamente ese enfoque, los teóricos de la acción social se sensibilizarán
fácilmente a la posible creación de nuevos recursos, nuevas normas y nuevos
conocimientos con todo lo que ello implica para la rearticulación de las limitaciones
y las oportunidades. También serán conscientes de que los agentes podrían
(re)formular sus estrategias a la luz de la experiencia y los conocimientos
cambiantes sobre los contextos estratégicos en que actúan.
¿Evita este enfoque los problemas identificados por Holmwood y Stewart? Yo diría
que sí. En primer lugar, no plantea estructuras abstractas, atemporales y no
localizadas o actividades totalmente rutinarias realizadas por "embaucadores
culturales". Las estructuras son irremediablemente concretas, temporalizadas y
espacializadas; y no tienen significado fuera del contexto de agentes específicos
que persiguen estrategias específicas. En este sentido, no hay ninguna teoría
abstracta que se pueda hacer incompatible con los datos concretos sobre el
comportamiento laico. En lugar de tratar de resolver cuestiones complejas
concretas de acción práctica en coyunturas específicas mediante un decreto
abstracto epistemológico o metodológico, el "enfoque estratégico-relacional" deja
estas cuestiones subdeterminadas en un nivel abstracto-simple y permite su
resolución mediante un análisis coyuntural debidamente detallado. Es imposible
conceptualizar las limitaciones estructurales fuera de los horizontes temporales y
las escalas espaciales de acción específicas porque cualquier limitación podría
hacerse inoperante mediante la elección por parte de los agentes competentes de
estrategias a más largo plazo y/o espacialmente más apropiadas. Este mismo
hecho excluye cualquier posibilidad de una teoría general de la acción social del
tipo tan duramente criticado por Holmwood y Stewart. Pero, contrariamente a sus
propias prescripciones en forma de conclusiones, no excluye que valga la pena
hacer reflexiones teóricas abstractas sobre la naturaleza de la relación dialéctica
entre estructura y agencia. (Jessop 1996: 123-7)
En cuarto lugar, el EER se amplió mediante una preocupación explícita por la espacio-
temporalidad de las estructuras sociales, los agentes y la agencia y su articulación
desde una perspectiva político-ecológica con la espacio-temporalidad de la naturaleza
y la naturaleza transformada. Las estructuras surgen en lugares y tiempos específicos,
operan en una o más escalas particulares y con horizontes temporales específicos de
acción, tienen sus propias formas específicas de articular y entretejer sus diversos
horizontes espaciales y temporales de acción, desarrollan sus propias capacidades
específicas para estirar las relaciones sociales y/o comprimir los acontecimientos en el
espacio y el tiempo y, en consecuencia, tienen sus propios ritmos espaciales y
temporales específicos. Estas características no son accidentales ni secundarias, sino
que son propiedades constitutivas que ayudan a distinguir una organización, institución,
orden institucional o configuración estructural de otra. Todas las estructuras privilegian
la adopción, como condición para el éxito, de ciertos horizontes espaciales y temporales
de acción por parte de quienes buscan controlarlas, resistirlas, reproducirlas o
transformarlas. Así pues, la selectividad espacio-temporal de una organización,
institución, conjunto institucional o configuración estructural implica las diversas
modalidades en y a través de las cuales se producen horizontes espaciales y
temporales de acción en diferentes campos, se crean ritmos espaciales y temporales y
se privilegian algunas prácticas y estrategias y se obstaculizan otras en función de la
forma en que "coinciden" con los patrones temporales y espaciales inscritos en las
estructuras correspondientes. Las matrices espacio-temporales están siempre
diferencialmente distanciadas y comprimidas; y las estrategias y tácticas se ocupan a
menudo de los horizontes espacio-temporales más apropiados, las formas de gobierno
espacio-temporal, la narración reflexiva del pasado y del presente para cambiar el
futuro, etc. Y, por último, una limitación a corto plazo para un agente o conjunto de
agentes determinado podría convertirse en una oportunidad coyuntural si se produce
un cambio; a una estrategia a más largo plazo. Esto implica que los agentes podrían
seguir diferentes tipos de estrategia de alianza y así modificar el impacto selectivo sobre
sí mismos y sobre otros de las limitaciones y oportunidades sociales e institucionales.
Las limitaciones estructurales espaciales y las oportunidades coyunturales también se
determinan de manera "estratégico-relacional" porque los agentes pueden operar a
través de escalas espaciales variables, así como a través de varios horizontes
temporales. En resumen, otra ventaja del enfoque estratégico-relacional es que puede
integrar la espacialidad-temporalidad desde el principio y, de hecho, insiste en la
selectividad espacio-temporal de las estructuras y en la importancia de las dimensiones
espacio-temporales del cálculo y la acción estratégicos.
Otra conclusión del enfoque estratégico-relacional en esta fase de su desarrollo fue que
la interacción recíproca entre la selectividad estratégica inscrita estructuralmente y el
cálculo estratégico orientado estructuralmente podía conducir, a través de los
mecanismos evolutivos habituales de variación, selección y retención, a la formación
de una configuración caracterizada por la "coherencia estructurada". Una forma que
puede adoptar esa coherencia estructurada es la formación de un "bloque histórico", es
decir, el conjunto de elementos que se implican mutuamente, estructuralmente
Los argumentos a favor de la "economía política cultural" (EPC) parecen haber surgido
en varios contextos durante el decenio de 1990 como parte del giro cultural y/o en
respuesta a él. La presente versión fue elaborada por académicos de la Universidad de
Lancaster a partir de una gama mucho más amplia de fuentes. El enfoque de Lancaster
se prefiguró en mis planteamientos neo-griegos de la teoría del Estado y la regulación;
y en la labor de Sum sobre las dimensiones discursivas y materiales de la transferencia
de Hong Kong a la China continental en 1997 (Sum 1994) y las estrategias económicas
del Asia oriental (Sum 1996, 2000). Sum inició el concepto de economía política cultural
avant le a principios de los años noventa (Sum initiated cultural political economy avant
le concept in the early 1990s), fuera de un marco explícitamente estratégico-relacional,
y, de hecho, dio más peso a la agencia y a los mecanismos de subjetivación (para más
ejemplos, véase la bibliografía). A través de nuestras continuas discusiones conjuntas
e investigaciones en colaboración, se ha producido una convergencia bilateral, ya que
ella ha integrado conceptos estratégico-relacionales y yo he dado más - y más explícito
- peso a la semiosis. Las raíces de mi interés en la EPC se remontan a muchos años
atrás, pero, durante mucho tiempo, ocupó un segundo lugar en mi interés por la teoría
del Estado y el enfoque de la regulación. Cabe señalar también, por supuesto, que la
EPC se ha anticipado en algunas versiones importantes de la economía política crítica
(incluidos aspectos de la labor de los padres fundadores del marxismo), así como en
algunos "viejos institucionalismos". También tiene importantes paralelismos en varias
iniciativas contemporáneas disciplinarias y transdisciplinarias2.
Si bien esto puede ser una suposición conveniente para aquellos que desean
mantener su acceso a una metodología positivista, es algo difícil de reconciliar con
nuestras propias experiencias. Porque, tanto si llegamos a rechazarlos en alguna
fecha posterior, las ideas que tenemos sobre nuestro entorno (sobre lo que es
factible, posible y deseable, por ejemplo) tienen efectos sustanciales. Además, no
lo hacen independientemente del propio medio ambiente - tanto los efectos en sí
mismos como las ideas que elaboramos en primer lugar están mediadas por el
contexto en el que nos encontramos. En consecuencia, como en la cuestión de la
estructura y la agencia, si bien puede ser útil distinguir analíticamente entre lo
material y lo ideológico, es importante que una estrategia analítica no se enmarque
en un dualismo ontológico....
Estas ideas son totalmente compatibles con, y, de hecho, marcan un avance dentro del
enfoque estratégico-relacional tal como existía a mediados de los años 90. Su
significado no consiste realmente en el argumento sustantivo, que, como muchos otros
aspectos del enfoque estratégico-relacional, está implícito en gran parte del análisis
científico social, incluso cuando no es explícito. En efecto, se podría argumentar que,
al igual que Monsieur Jourdain descubrió con asombro que había estado hablando en
prosa toda su vida, la teorización estratégico-relacional es también un rasgo prosaico
de la acción social cotidiana y del análisis social que se acerca a la vida cotidiana en
toda su contingencia y variedad concreto-compleja. Más bien, el significado de este giro
discursivo en el EER reside en sus implicaciones ontológicas, epistemológicas y
metodológicas para el desarrollo del enfoque estratégico-relacional en su conjunto.
Pues pone de relieve la importancia ontológica de la semiosis para el mundo social y,
a fortiori, para un adecuado análisis de la selectividad y la acción estratégica. El desafío
para el EER se convierte entonces en el de cómo integrar mejor los imaginarios sociales
en su marco teórico general y en sus análisis empíricos. En otras palabras, ¿cómo
puede el enfoque estratégico-relacional combinar las preocupaciones materiales y
discursivas en la descripción y explicación de la selectividad y la acción estratégica y
sus consecuencias para la integración y la cohesión social, sus tensiones y crisis, y su
reproducción y transformación?
Mientras que Hay había estado desarrollando estas ideas en su investigación doctoral
y en estudios teóricos y empíricos posteriores, mi propio trabajo en el enfoque
estratégico-relacional llegó a conclusiones similares por una ruta diferente. Esto
comenzó con la influencia de Gramsci en mis proposiciones sobre estrategias de
acumulación, proyectos de Estado y visiones hegemónicas (Jessop 1983); y continuó
con mi participación en debates sobre la importancia de lo ideológico para el análisis
del thatcherismo (Hall 1985; Hall y otros 1978; Jessop y otros 1984, 1988). Otras
influencias fueron el análisis crítico del discurso (especialmente Fairclough 1992), los
estudios de narratología y análisis de políticas narrativas (especialmente Somers 1994;
Sum 1995, 1996), los argumentos foucaultianos sobre el poder y el conocimiento
(Foucault 1980b), los estudios de los cambiantes discursos económicos sobre la
competitividad y la flexibilidad (Jessop 1992c; Jessop y otros 1991,1993), y el interés
por la influencia de los imaginarios espaciales en la reestructuración económica y
política (especialmente Lefebvre 1974). Estas diferentes trayectorias convergieron en
un documento conjunto preparado para un proyecto de investigación financiado por el
Consejo de Investigaciones Económicas y Sociales sobre el gobierno local en Inglaterra
que trataba de combinar las ideas de selectividad estructural y selectividad discursiva
en una exposición general del enfoque estratégico-relacional (Hay y Jessop 1995).
Esto me llevó a realizar una labor estratégica-relacional adicional sobre los discursos
cambiantes de la competitividad, las narrativas de la empresa y las ciudades
emprendedoras (Jessop 1997c, 1998b; Jessop y Sum 2000). La colaboración con Ngai-
Ling Sum reforzó este giro cultural en la EER y, de hecho, fue la primera de nosotros
en introducir el término "economía política cultural" para describir este paso en el
desarrollo del enfoque estratégico-relacional. Anteriormente había trabajado con su
propio enfoque "discursivo-material", que combinaba un énfasis en la interacción de la
discursividad y la materialidad dentro del campo de la economía política. Aunque no
adoptó explícitamente la EER, prestó igual atención a las cuestiones de estructura y
estrategia, así como a los materiales y discursivas (véase, por ejemplo, Sum
1994,1995,1996, 1999a, 1999b, 2000, 2001, 2002, 2004). Desde entonces hemos
trabajado estrechamente en el desarrollo de la EPC.
Sin embargo, el avance decisivo en esta nueva fase de desarrollo del enfoque
estratégico-relacional se produjo con el trabajo sobre las nuevas imágenes económicas
que rodean el surgimiento de la economía basada en el conocimiento. Fue entonces
cuando me di cuenta de que los mecanismos evolutivos de variación, selección y
retención podían aplicarse a la noción de selectividad discursiva. En otras palabras,
para explicar por qué algunos discursos en lugar de otros se volvían hegemónicos, era
necesario explorar cómo mecanismos materiales y discursivos específicos se
combinaban de diferentes maneras con diferentes pesos en diferentes momentos para
seleccionar algunos discursos (imaginarios) de otros (especialmente durante los
períodos de crisis, cuando había una proliferación masiva de narrativas en competencia
que ofrecían interpretaciones de los orígenes de la crisis, su significado y el camino a
seguir) y en una siguiente ronda retenían (arraigaban, encarnaban e institucionalizaban)
algunos de los discursos seleccionados previamente. Esta fue la base para el desarrollo
de la "economía política cultural", es decir, un análisis estratégico-relacional de la
dinámica y la transformación económica política basado en tomar en serio el giro
cultural sin perder de vista la especificidad material de las categorías económicas y
políticas en una fascinación jourdainiana por sus dimensiones semióticas (véase
Fairclough y otros 2004; Jessop 2004b; Jessop y Oosterlynck 2007; Jessop y Sum
2001, 2006; Sum y Jessop 2008).
Una indicación de lo que está en juego en esta tercera fase del enfoque estratégico-
relacional puede deducirse de la siguiente declaración sobre la economía política
cultural:
La EPC no sólo se ocupa de la forma en que los textos producen significado y, por
lo tanto, ayudan a generar estructura social, sino también de cómo dicha
producción se ve limitada por características emergentes no semióticas de la
estructura social, así como por factores inherentemente semióticos. Aunque toda
práctica social es semiótica (en la medida en que las prácticas implican
significado), ninguna práctica social es reducible a la semiosis. La semiosis nunca
es una cuestión puramente intra-semiótica sin referencia externa e implica algo
más que el juego de diferencias entre redes de signos. No puede entenderse sin
identificar y explorar las condiciones extrasemióticas que hacen posible la
semiosis y aseguran su eficacia, lo que incluye tanto la configuración general de
los contextos específicos de acción semiótica como las complejidades del mundo
natural y social en el que se produce toda y cada una de las semiosis. Esta es la
base del concepto de "imaginario económico" esbozado anteriormente. Porque los
imaginarios económicos no sólo proporcionan un marco semiótico para la
construcción de "acontecimientos" económicos, sino que también ayudan a
construir esos acontecimientos y sus contextos económicos. (Jessop 2004b: 163-
4)
Esta es una versión muy revisada y actualizada de "Traer el Estado de vuelta (una vez más): revisiones,
correcciones, rechazos y redirecciones". Revista Internacional de Sociología, 11 (2), 2001, 149-73.
El legado de Marx y Engels no incluye una teoría adecuada del Estado. Su obra
comprende una serie suelta y a menudo irreconciliable de comentarios filosóficos,
teóricos, periodísticos, partidistas, ad hominem y puramente ad hoc (para un examen
serio de sus contribuciones a la teoría del Estado, véanse Althusser 2006; Artous 1999;
Draper 1977, 1978; Fine 1984; Frerichs y Kraiker 1975; Hennig 1974; yTeeple 1983).
No obstante, su trabajo contenía un relato implícito del Estado como relación social, un
relato, como se señala en el capítulo 1, identificado por primera vez explícitamente por
Nicos Poulantzas (1978b). Esto es bastante coherente con el enfoque general de Marx
sobre el análisis social y se expresa mejor en su afirmación fundacional de que el capital
es una relación social:
El mismo argumento recorre sus reflexiones y las de Engels sobre el Estado y puede
parafrasearse para leer que el poder estatal es una relación social entre las fuerzas
políticas mediada por la instrumentalidad de las instituciones jurídico-políticas, las
capacidades del Estado y las organizaciones políticas (cf. Marx 1843, 1850, 1852,
1871a; y capítulo 3). Poulantzas expresó esta intuición en su tesis de que el poder del
Estado es una condensación institucionalmente mediada del equilibrio de fuerzas en la
lucha de clases políticas (capítulo 6). Sin embargo, como Marx y Engels no presentaron
este relato en un movimiento sistemático de argumentos abstractos-simples a
concretos-complejos, fue fácil para el posterior Estado marxista que teorizaba leer su
trabajo sobre el Estado de manera muy selectiva y a menudo simplista.
A finales de los años sesenta y setenta se produjo un serio resurgimiento del interés
marxista por el Estado, que fue mucho más allá de los principales planteamientos y
argumentos anteriores a la guerra. Fue estimulado por el aparente éxito del Estado de
bienestar keynesiano en la gestión de la economía de posguerra y el deseo, no
obstante, de demostrar que esta forma de Estado seguía siendo esencialmente
capitalista. Los teóricos marxistas trataron inicialmente de deducir la forma y las
funciones necesarias del Estado capitalista; de las categorías fundamentales de la
crítica de Marx a la economía política y demostrar que los Estados contemporáneos no
podían suspender las tendencias a la crisis y las contradicciones del capitalismo. La
aparente autonomía del Estado de bienestar intervencionista para actuar en contra de
los intereses del capital era ilusoria porque correspondía a una fase particular del
desarrollo capitalista y a un equilibrio particular de las fuerzas de clase. En el mejor de
los casos, podía desplazar o aplazar las contradicciones del capital y, cuando las
tendencias a la crisis volvieran a surgir en formas económicas o extraeconómicas, los
esfuerzos del Estado en la gestión de la crisis revelarían el carácter capitalista del
Estado de la posguerra. Este enfoque comenzó a implosionar a finales de los años
setenta bajo el peso de una multitud de puntos de partida teóricos y teorizaciones muy
abstractas que descartaron alegremente la variabilidad histórica de los regímenes
políticos y las diversas formas que adoptaba el capitalismo. De hecho, con raras
excepciones, las contribuciones individuales a este debate se han perdido en la neblina
del tiempo (para contribuciones específicas, véase Jessop 1982: 78-141).
Primero, al pasar del análisis funcional al análisis de la forma, los teóricos marxistas
descubrieron que la forma amenaza la función. Muchos de los primeros trabajos
trataron de derivar la forma necesaria del Estado de las funciones que supuestamente
debía realizar para el capital. Visto en esos términos, la forma sigue a la función. Este
argumento es coherente con la autonomía relativa siempre que ésta se limite a la
capacidad del Estado para satisfacer los intereses generales del capital. En trabajos
posteriores se exploró cómo la forma típica del Estado capitalista problematizaba su
funcionalidad general para la acumulación de capital y la dominación de la clase
política. Visto así, la disfunción puede derivarse de la forma, ya que la separación
institucional del Estado y la economía de mercado, una separación considerada como
una característica necesaria y definitoria de las sociedades capitalistas, significa que
están dominadas por diferentes (y potencialmente contradictorias) lógicas
institucionales y modos de cálculo (por ejemplo, Hirsch 1976, 2005; Offe 1984;
Poulantzas 1978b; Reuten y Williams 1989; Wood 1981). Así pues, no se pueden
garantizar resultados políticos que sirvan a las necesidades del capital, incluso si (y, de
hecho, precisamente porque) el Estado es operacionalmente autónomo. Esta
conclusión alimentó el trabajo sobre las contradicciones estructurales, los dilemas
estratégicos y el desarrollo dependiente de la trayectoria (es decir, condicionado
históricamente) de las formas específicas del Estado. También dio lugar a una
disminución de la teorización altamente abstracta y a menudo esencialista en favor de
relatos más detallados de la compleja interacción de las luchas sociales y las
instituciones.
En segundo lugar, abandonando gradualmente la visión del aparato estatal como una
cosa simple o un sujeto político unitario, los teóricos marxistas comenzaron a analizar
el poder estatal como una relación social compleja. Algunos de los primeros trabajos
consideraban que el Estado era poco más que un instrumento neutral de dominación
de clase; otros adoptaron una visión más estructuralista según la cual el Estado estaba
institucionalmente destinado a servir a los intereses capitalistas independientemente de
quién lo controlara; y otros consideraban que el Estado era una especie de sujeto
racional de cálculo, un capitalista colectivo ideal, capaz de discernir y perseguir los
intereses reales del capital en general frente a los intereses particulares o percibidos
de los capitales individuales. Ninguna de estas opiniones resultó satisfactoria. (Para las
críticas a estas posiciones, véase Carnoy 1984; Jessop 1977,1982, 1990b; Offe 1972;
Poulantzas 1967, 1978b). Lo que gradualmente (y parcialmente) las sustituyó fueron
los estudios implícitos estratégico-relacionales de la selectividad estructural de los
diferentes estados y las capacidades estratégicas. Así pues, exploraron las formas en
que el Estado como conjunto de instituciones tenía un impacto específico y diferencial
en la capacidad de las diversas fuerzas políticas para perseguir intereses y estrategias
particulares mediante el acceso y el control de determinadas capacidades del Estado,
que a su vez dependían de sus efectos en los vínculos con fuerzas y poderes más allá
del Estado (sobre este concepto véase, especialmente, Offe 1972; Poulantzas 1978b).
También estudiaron las variaciones de esas capacidades, su organización y ejercicio.
Esto dio lugar a un mayor énfasis en la naturaleza relacional del poder estatal y en las
capacidades de los estados para proyectar su poder en los ámbitos sociales mucho
más allá de sus propios límites institucionales. Y, al igual que con el primer conjunto de
ideas, condujo a estudios más complejos de las luchas, las instituciones y las
capacidades políticas. El EER, tal como se presenta en este libro, surgió de mis
reflexiones sobre estos dos temas a la luz de las contribuciones de Poulantzas a la
teoría del Estado y, en este sentido, se originó como una codificación y elaboración de
estos temas.
De los teóricos del Estado marxista cuya obra atrajo una atención sostenida en este
primer resurgimiento de la posguerra, Gramsci fue casi el único en disfrutar todavía de
una amplia aclamación de la crítica en el decenio de 1990. Seguramente no es
casualidad que Gramsci estudiara las modalidades concretas del poder estatal en lugar
de teorizar sobre el Estado capitalista en general. Investigó el "Estado en su sentido
inclusivo" (es decir, "sociedad política + sociedad civil") y mostró cómo el poder estatal
en las sociedades burguesas se basaba en una "hegemonía blindada por la coacción"
(Gramsci 1971). Además, en lugar de tratar las instituciones y aparatos específicos
como instrumentos de gobierno esencialmente técnicos, Gramsci se preocupó por sus
bases sociales y subrayó cómo sus funciones y efectos están conformados por sus
vínculos con el sistema económico y la sociedad civil: Una lectura excesivamente literal
de los aforismos de Gramsci y otras notas sobre el Estado llevó a Perry Anderson
(1978) a argumentar que el italiano estaba confundido sobre el Estado, sugiriendo que
Gramsci lo definía de diversas maneras como sociedad política, sociedad política +
sociedad civil o sociedad civil. Pero a Gramsci le preocupaba menos la definición del
aparato estatal que la elaboración de las modalidades del poder estatal de manera
implícitamente estratégico-relacional (véase el capítulo 4). Junto con su carácter
incompleto y tentativo, esto hace que su enfoque sea compatible con varias otras
corrientes teóricas. Entre ellas figuran la teoría del discurso, el feminismo, los análisis
foucaultianos y el posmodernismo (por ejemplo, Golding 1992; Holub 1992; Lester
2000; Sassoon 1987; Smart 1986). La textura abierta y polivalente de la obra de
Gramsci ha contribuido a mantener esta vitalidad porque es un lugar de malentendidos
y alianzas teóricas a menudo productivas.
Una fuente más reciente de interés continuo en la teoría del Estado marxista es mucho
menos directa: el enfoque de la regulación de la economía política. Este surgió a finales
de los años setenta y floreció en los ochenta, por lo que forma parte de la segunda ola
de interés en la teoría del Estado. A los efectos actuales, su (re)descubrimiento esencial
fue que las economías capitalistas están socialmente arraigadas y socialmente
regularizadas, lo que llevó a algunos reguladores a estudiar el papel fundamental del
Estado en la reproducción-regulación (o gobernanza) de la acumulación. Esto abrió el
camino a análisis más complejos y concretos de las diversas contribuciones del Estado
a la configuración, el mantenimiento y el debilitamiento de regímenes de acumulación
y modos de crecimiento específicos. Este es uno de los principales temas de la teoría
de la regulación de segunda y tercera generación en sus tres variantes principales, a
saber, la escuela de regulación parisina, el enfoque teórico estatal de Alemania
occidental y la escuela de materialismo histórico transnacional de Ámsterdam (véanse,
respectivamente, Boyer y Saillard 2002; Hàusler y Hirsch 1989; Overbeek 2004; y, para
los exámenes, Jessop 1990a, 1997d, 1997e; Jessop y Sum 2006). Resulta interesante
que los principales contribuyentes al enfoque de la regulación parisina, a pesar de su
reconocimiento de la importancia del Estado para la regulación reproductiva (o la
regularización económica y extraeconómica de la acumulación de capital a pesar de
sus contradicciones inherentes, tendencias a la crisis y conflictividad), rara vez
aplicaron su propio enfoque realista crítico y relacional de la naturaleza del propio
Estado (véase Jessop 1990b: 311-20; Jessop y Sum 2006: 90-103). Las excepciones
importantes fueron el enfoque de la topología social, que exploró la matriz producida
por la necesaria presencia de relaciones económicas y políticas dentro de los
regímenes económicos y políticos institucionalmente diferenciados de las formaciones
sociales capitalistas (Théret 1992,1994); y, más recientemente, el trabajo de
Palombarini (1999), que desarrolla la afirmación parisina de que el Estado
institucionaliza los compromisos de clase como condición de una gestión económica
eficaz. Los teóricos de Alemania occidental fueron más coherentes a este respecto, y
algunos han hecho importantes contribuciones a un análisis estratégico-relacional más
o menos explícito del papel del Estado y los regímenes de acumulación de la
hegemonía (por ejemplo, sobre el fordismo en la Unión Europea, Ziltener 1999; y sobre
la variante neoliberal del postfordismo organizado bajo la hegemonía estadounidense,
Candeias 2005).
Este último intentó erróneamente explicar la forma, las funciones y el impacto del
Estado. a través de factores arraigados en la organización, necesidades o intereses de
la sociedad. El marxismo fue acusado de reduccionismo económico por su enfoque en
las relaciones base-superestructura y la lucha de clases; el pluralismo fue acusado de
limitar su explicación de la competencia por el poder del Estado a grupos de interés y
movimientos arraigados en la sociedad civil e ignorar así el papel y los intereses
distintivos de los administradores estatales; y el funcionalismo estructural fue criticado
por suponer que el desarrollo y las operaciones posteriores del Estado o el sistema
político estaban determinados por los requisitos funcionales de la sociedad en su
conjunto. Para los teóricos "centrados en el Estado", tales enfoques ponen el carro
delante del caballo. En cambio, argumentaron, las actividades y el impacto del Estado
se explican fácilmente en términos de sus propiedades distintivas como órgano
administrativo o represivo y/o las propiedades igualmente distintivas del orden político
más amplio que abarca el Estado. Los factores sociales, cuando no se consideraban
1
Malestream: es un concepto desarrollado por las teóricas feministas para describir la situación en la que los
científicos sociales varones, particularmente los sociólogos, realizan investigaciones que se centran en una
perspectiva masculina y luego asumen que los hallazgos también pueden aplicarse a las mujeres. Originalmente
desarrollado como una crítica de la sociología dominada por los hombres, el término se ha aplicado desde entonces
a la geografía, antropología, teología y psicología. El término fue utilizado por primera vez por Mary O'Brien en
su libro de 1981 La política de la reproducción. Como Portmanteau , implica un juego de palabras con el término
más general " mainstream " e implica un desvío del concepto de ciencia mainstream.
totalmente irrelevantes, eran ciertamente secundarios; y su impacto en los asuntos
estatales siempre se filtró a través del sistema político y el Estado.
En este contexto, se enfatizan seis temas: (1) las posiciones geopolíticas de los
estados en el sistema internacional de estados-nación y sus implicaciones para la lógica
de la acción estatal; (2) la dinámica de la organización militar y el impacto de la guerra
en la formación del Estado; (3) los poderes extractivos, legislativos y de penetración
distintivos del Estado moderno y su alcance estratégico en otros órdenes institucionales
(incluida la economía), organizaciones (incluidas las empresas capitalistas) y fuerzas
(incluidas las clases) en su dominio; (4) la contribución distintiva del Estado a la
formación de instituciones, formación de grupos, articulación de intereses, capacidades
políticas, ideas y demandas más allá de Estado; (5) las patologías distintivas del
gobierno y el sistema político - como burocratismo, corrupción política, sobrecarga
gubernamental o el fracaso del Estado; y (6) los intereses y capacidades distintivas de
los 'gerentes estatales' (funcionarios de carrera, políticos elegidos, etc.) frente a otras
fuerzas sociales.
Los neo estatistas también sostienen que la autonomía estatal difiere entre los estados,
por área de política y a través del tiempo. Esto se debe en parte a los límites externos
de la acción estatal autónoma y en parte a las variaciones en la capacidad y la
preparación de los gerentes estatales para seguir una estrategia independiente de los
actores no estatales (por ejemplo, Atkinson y Coleman 1989; Brodsgaard y Young 2000;
Dandeker 1990; Fukuyama 2005; Giddens 1989; Mann 1984, 1986; Nordlinger 1981;
Skocpol 1985; Tilly 1973; Weiss 1998, 1999, 2003).
el calor de la guerra (ya sea en victoria o derrota); también implica la idea de que la
guerra puede inducir la centralización política, alentar el desarrollo de un sistema de
impuestos moderno, alentar la extensión de los derechos de ciudadanía donde se
requiere el reclutamiento masivo y producir otras características distintivas de un
Estado moderno. Además, una vez que emerge el Estado (a través de la guerra o la
preparación para la guerra), muchos aspectos clave de la forma y las funciones del
Estado están determinados principalmente por las preocupaciones con la defensa
externa y la pacificación interna (p. ej., Bobbitt 2002; Dandeker 1990; Mann 1986, 1987,
1988; Porter 1994; Shaw 1991; Tilly 1973, 1992; para una revisión accesible del
impacto de la guerra en la formación del Estado y la sociedad en general, ver Hirst
2001; para una evaluación crítica de la sociología histórica de Mann, ver Hall y
Schroeder 2006; Teschke 2003 también critica los enfoques realistas neoliberales de la
formación del Estado moderno, así como el materialismo organizativo de Mann).
Se han avanzado cinco líneas principales de crítica contra el neo estatismo. Primero, el
enfoque no es novedoso y todos sus temas centrales se pueden encontrar en los
llamados enfoques `` centrados en la sociedad '' (por ejemplo, Almond 1988; Domhoff
1987,1996). En segundo lugar, el neo estatismo es supuestamente unilateral porque se
centra en la política estatal y de partidos a expensas de las fuerzas políticas fuera y
más allá del Estado. En particular, sustituye a los 'políticos por formaciones sociales
(como clase, género o raza), elite por política de masas, conflicto político por lucha
social' (Gordon 1990: 181). Tercero, algunos críticos afirman haber identificado
deficiencias empíricas en varios estudios estadísticos clave, así como relatos
engañosos e incompletas de otros estudios citados para dar crédito al enfoque
estadístico (por ejemplo, Cammack 1989, 1990; Mitchell 1991). Cuarto, hay cargos de
mala fe política. Por ejemplo, Binder (1986) argumentó que el neo estatismo implica
que los gerentes estatales políticamente autónomos pueden actuar como agentes
efectivos de modernización económica y reforma social y deben ser alentados a
hacerlo; En apoyo de esta acusación, señala que no existen estudios de casos neo
estatistas que revelen los efectos nocivos de su gobierno autoritario o autocrático.
Finalmente, y más seriamente, se considera que el neo estatismo descansa sobre una
falacia teórica fundamental. Asume que hay límites claros e inequívocos entre el
aparato estatal y la sociedad, los administradores estatales y las fuerzas sociales, y el
poder estatal y el poder social. Implica que el Estado (o el sistema político) y la sociedad
son mutuamente excluyentes y auto determinantes, cada uno puede estudiarse de
forma aislada, y los análisis resultantes se suman para proporcionar una explicación
completa. Esto reifica y hace absolutos lo que son distinciones realmente emergentes,
parciales, inestables y variables. Descarta lógicas híbridas como el corporativismo o las
redes políticas; divisiones entre los administradores estatales debido a los lazos entre
los órganos estatales y otras esferas sociales; y muchos otras
Enfoques foucaultianos
Si los teóricos centrados en el Estado esperaban resucitar al Estado del frío, ponerlo
fuera para el recolector de basura podría describir bien el objetivo final de Foucault en
su preocupación por la microfísica del poder. Vinculó sus investigaciones históricas
sobre el poder, el conocimiento y la disciplina con el sostenido rechazo teórico de los
puntos de vista liberales y marxistas de la soberanía, el derecho y el Estado. De manera
más general, su trabajo tiene implicaciones importantes para todos los teóricos del
Estado porque cuestiona su preocupación por el Estado, ya sea como una variable
independiente, interviniente o dependiente. De hecho, rechazó los esfuerzos por
desarrollar cualquier tipo de teoría general sobre el Estado y, en cambio, desarrolló una
"analítica del poder" heurística para aplicarla a las relaciones de poder dondequiera que
surjan (véase también el capítulo 6).
Página 66. Teorizando el Estado
Sin embargo, aunque Foucault rechazó la identificación del Estado con el Estado
soberano descrito en el discurso jurídico-político, desarrolló un poderoso conjunto de
argumentos acerca de los estados como lugares statecraft (Arte de gobernar). Así,
estudió cómo los diferentes regímenes políticos surgieron a través de cambios en la
"gubernamentalidad” (o racionalidad gubernamental). Lo que interesó cada vez más
al posterior Foucault fue el arte de gobernar, una hábil práctica discursiva en la que las
capacidades del Estado se utilizaron de manera reflexiva para vigilar a la población y,
con la debida prudencia, para hacer que se ajustara a proyectos estatales específicos.
En los orígenes del Estado Foucaultiano estaba la razón de ser, una racionalidad
política autónoma, separada de la religión y la moral (Gordon 1990: 9). Esto, a su vez,
podía estar vinculado a diferentes modos de cálculo político o proyectos estatales,
como los acoplados al "Estado policial".
(Polizeistaat), gobierno social o Estado de bienestar (Gordon 1991: 26-7). Fue a través
de estas racionalidades gubernamentales o proyectos estatales que se colonizaron más
sitios de poder locales o regionales, se articularon en mecanismos y formas cada vez
más generales de dominación global, y luego se mantuvieron por todo el sistema
estatal. Foucault también insistió en la necesidad de explorar las conexiones entre estas
formas de micropoder y los mecanismos de producción de conocimiento, ya sea para
la vigilancia, la formación y acumulación de conocimiento sobre los individuos o su
constitución como tipos específicos de sujetos.
Además, cualesquiera que sean los méritos de resaltar la ubicuidad del poder, el trabajo
de Foucault proporcionó poca explicación de las bases de la resistencia (salvo un
supuesto espíritu plebeyo de rebelión). En consecuencia, los primeros estudios
basados en su crítica de la teoría convencional del Estado y el poder soberano
mostraron poco interés en las condiciones organizativas que hacen posible incluso a
medias que un Estado se involucre en una acción efectiva o, nuevamente, en las
diversas limitaciones de las capacidades. incluso del Estado mejor dotado. Ambas
cuestiones requieren una preocupación por factores institucionales y organizativos que
van más allá de los conceptos y supuestos típicos del trabajo de Foucault sobre el
análisis general del poder. Además, aunque más tarde estudió el Estado y el arte de
gobernar y cuestiones más macroestructurales y macro estratégicas, los estudios
anglófonos foucaultianos se quedaron atrás porque muchas de sus contribuciones
cruciales al estudio del arte de gobernar se tradujeron con considerable retraso, si es
que lo hicieron. Este problema se ha superado parcialmente desde mediados de la
década de 1990 y un creciente cuerpo de trabajo ahora se está involucrado
directamente con los argumentos foucaultianos sobre el arte de gobernar y la
gubernamentalidad (por ejemplo, Corbridge et al. 2005; Walters y Larner 2004; ver
también el capítulo 6).
No todas las feministas estarían de acuerdo en que el feminismo necesita tal teoría, ya
sea intelectual o políticamente. Allen2 argumentó que las feministas deberían
concentrarse en desarrollar conceptos apropiados para una agenda teórica y política
feminista y rechazar las teorías estatales existentes con [sus] definiciones, parámetros
y tareas analíticas forjadas para posiciones políticas distintas al feminismo” (1990: 21).
Instó a las feministas a centrarse en categorías como vigilancia, derecho, cultura
médica, cultura burocrática, crimen organizado, fraternalismo, paternalismo, misoginia,
2 Amy Allen: académica y filósofa estadounidense, desarrolla actividades académicas y científicas en filosofía y estudios sobre
la mujer, género, sexualidad, en la Universidad Estatal de Pensilvania, donde también es Jefa de Departamento del Filosofía.
Sus investigaciones adoptan un enfoque crítico de los tópicos feministas del poder, e intentando ampliar las comprensiones
feministas tradicionales del poder para aplicarlas a los problemas transnacionales.
subjetividad, cuerpo, sexualidad, hombres, masculinidad, violencia, poder, placer, etc.
que inciden directamente en las preocupaciones
Las feministas comenzaron a abordar el Estado como tal en el intento de unión del
feminismo y el marxismo (cf Mahon 1991; Pringle y Watson 1992). Esta fue una
corriente importante en el resurgimiento de la teoría estatal de la década de 1970 y
típicamente involucró intentos de injertar teorías de reproducción y patriarcado en
análisis marxistas de la producción para mostrar cómo el patriarcado servía al
capitalismo y cómo este último dependía a su vez de formas sociales específicas que
reproducían la fuerza de trabajo. y relaciones de género, así como relaciones sociales
específicas de producción (por ejemplo, Eisenstein 1981; McIntosh 1978). De hecho, el
marxismo-feminismo dominó las teorías estatales feministas durante algún tiempo, y
esto se refleja en los principales métodos de la teorización feminista durante la década
de 1970: subsunción, derivación y articulación (cf. los métodos adoptados en la teoría
marxista, Jessop 1982).
secundario, estos puntos de vista siguen siendo subsuncionistas (para críticas de las
primeras teorías del Estado feminista, ver Allen 1990: 26-7; Anthias y Yuval-Davis 1989;
Connell 1990: 516-17; Pringle y Watson 1992: 62-3).
discursos, instituciones y prácticas materiales del Estado (Para una revisión de estudios
teórico-estatales feministas cada vez más matizada en la jurisprudencia, la
criminología, y las políticas y prácticas del Estado de bienestar, ver Haney 2000). Tales
estudios descartan cualquier análisis del Estado como una simple expresión de la
dominación patriarcal y también ponen en duda la utilidad misma del patriarcado como
categoría analítica (ver capítulo 7).
La mejor investigación feminista sobre la teoría del Estado arroja dudas sobre los
supuestos clave de la malestream (corriente masculina). Primero, se argumenta
ampliamente que el Estado moderno reclama un monopolio legítimo sobre los medios
de coerción. Las feministas a menudo atacan este punto de vista porque los hombres
pueden salirse con la suya con la violencia (por no decir el asesinato) contra las mujeres
en los confines de la familia y, a través de la realidad, la amenaza o el miedo a la
violación, también oprimen a las mujeres en los espacios públicos. La ortodoxia se
relaciona con la separación de la coerción de la organización de la producción en las
economías de mercado y con la centralización asociada del poder organizado
públicamente, más que con el ejercicio de la coerción paternal o patriarcal en la familia
(curiosamente, Weber hace lo mismo: 1978: 56 -8). Aun así, las feministas podrían
agregar que esta legitimación racional-legal de la coerción estatal es solo la forma
pública asumida por la violencia masculina y en realidad se usa para apoyar su
expresión privada dentro de la familia y la sociedad civil.
esfera privada obstaculiza el ejercicio y disfrute de estos derechos. (Siim 1988: 163). 6
No sólo la distinción entre lo público y lo privado es política, sino que la organización
misma de la esfera «privada» tiene importantes implicaciones para la selectividad
estratégica del Estado.
Una tercera área de la crítica feminista se centra en los vínculos entre la guerra, la
masculinidad y el Estado. En resumen, como señala Connell, "el Estado arma a los
hombres y desarma a las mujeres" (1987: 126; cf. Elshtain 1987). En su extremo, esta
crítica incluye conceptos como el 'sado-state' (Daly 1984), la sugerencia de que el
aparato militar es una simple expresión de la agresión y la destructividad masculinas, o
la opinión de que el militarismo y el imperialismo son expresiones de un culto a la
masculinidad violenta (Fernbach 1981). Así, Lloyd señala que "la masculinidad de la
ciudadanía y la masculinidad de la guerra han Estado conceptualmente conectadas en
el pensamiento occidental" (1986: 64). Relatos históricos más matizados han mostrado
cómo la legitimidad del Estado se estructura en términos de masculinidad: mientras que
el Antiguo Régimen se organizó en torno a las nociones de honor personal y familiar,
patrocinio y destreza militar, por ejemplo, el Estado moderno se basa en las ideas de
racionalidad, cálculo, orden, jerarquía y códigos y redes masculinos informales (Connell
1990: 521; Landes 1988; sobre las burocracias modernas, ya sean públicas o privadas,
Ferguson 1984; y, de manera más general, sobre las diferentes formas de
masculinidad, Connell 1995,1996). Los teóricos no feministas y/o no queer podrían
adoptar tres posiciones amplias para ese trabajo: a) descartarla por ser irrelevante; b)
aceptarla como un complemento importante de las contribuciones básicas de otra
cuenta; o c) acogerla como un desafío fundamental a la sabiduría recibida. La primera
posición es insostenible, ya que, como sugiere el segundo punto de vista, la
investigación feminista muestra que otras teorías han pasado por alto o han marginado
aspectos clave de la forma y las funciones del Estado y también han proporcionado
nuevos ejemplos de cómo la forma problematiza la función y crea contradicciones,
dilemas y conflictos específicos. Esto se aplica a los relatos marxistas y neoestatistas
convencionales y al estudio de las relaciones internacionales (por ejemplo, Enloe 1983,
2000; Peterson 1992; Sylvester 1994, 2002) y al interés por los análisis foucaultianos
(para las apropiaciones feministas críticas de estos últimos, véase, por ejemplo, Cooper
1995; Fraser 1988; McNay 1992; Martin 1982; Ramazanoglu 1993; Sawacki 1991).
Además, apoyando el tercer punto de vista, la investigación feminista muestra fallas
básicas en la teorización de la corriente masculina. Así pues, una consideración
adecuada de la complejidad estratégica del Estado debe incluir las ideas feministas
clave sobre la naturaleza de género de la selectividad estructural y la capacidad de
acción del Estado, así como su papel clave en la reproducción de patrones específicos
de relaciones de género (véase el capítulo 7).
La lectura de algunos trabajos de análisis del discurso puede llevar a creer que el mejor
secreto oficial es que el Estado no existe (por ejemplo, Abrams 1988: 77). En cambio,
es una ilusión: producto del imaginario político, su aparición depende de la prevalencia
de los discursos de Estado (cf. Neocleous 2003). El Estado aparece en la escena
política porque las fuerzas políticas orientan sus acciones hacia el "Estado", actuando
como si éste existiera. Pero, como no hay un discurso común del Estado (a lo sumo
hay un discurso dominante o hegemónico) y las diferentes fuerzas políticas orientan su
acción en diferentes momentos hacia diferentes ideas del Estado, el Estado es, en el
mejor de los casos, un fenómeno polivalente y poli contextual y su arquitectura
institucional, modus operandi y actividades específicas cambian junto con los
imaginarios políticos y proyectos de Estado dominantes. Diversos enfoques teóricos o
analíticos apoyan este argumento.
En primer lugar, tras un examen de los intentos marxistas y de otros intentos de definir
el Estado como una entidad material, agente, función o relación política distinta, Abrams
señaló que esos intentos sólo crean dificultades. Recomendó abandonar el Estado
como objeto material de estudio. Pues el conjunto institucional que comprende el
gobierno puede estudiarse sin recurrir al concepto de Estado; y la 'idea de Estado'
puede estudiarse a su vez como la (des) representación colectiva distintiva de las
sociedades capitalistas que sirve para enmascarar la verdadera naturaleza de la
práctica política (Abrams 1988). Los teóricos de los sistemas políticos han condenado
el pantano conceptual y los debates insípidos que acompañan a la teorización del
Estado (por ejemplo, Easton 1981). Pero Abrams es a la vez más positivo y más
negativo porque atribuye un papel constitutivo a la "idea de Estado": tanto en la
conformación como en el disfraz de la dominación política. A su vez, esto exige un
análisis histórico de la "revolución cultural" (o cambios ideológicos) que se produce
cuando se transforman los sistemas estatales (cf. Corrigan y Sayer 1985). Este enfoque
ha cobrado mucha más importancia en los últimos años con el desarrollo de los relatos
postestructuralistas, posmodernos y foucaultianos sobre el papel constitutivo de los
imaginarios políticos, los imaginarios geopolíticos y los discursos sobre el riesgo y la
seguridad.
En segundo lugar, Melossi instó a una "teoría apátrida del Estado", es decir, el
reconocimiento de que el Estado es sólo un concepto jurídico, una idea que permite a
las personas "hacer el Estado", para proporcionar a sí mismos y a los demás razones
y fundamentos para sus propias acciones. Como tal, puede ser utilizada reflexivamente
por diferentes tipos de funcionarios para proporcionar un vocabulario de motivos de
sus (in) acciones y dar cuenta de la unidad del Estado en una sociedad civil dividida
y desigual (Melossi 1990: 2, 6, 150). Así pues, la autonomía del Estado no debe
considerarse como una propiedad cosificada de un
Estado cosificado. En cambio, varía según el grado de autonomía con que las elites
gubernamentales se ven dotadas en lugares específicos en momentos particulares
(Melossi 1990: 128; cf. Watson 1990: 7). Este argumento se conecta con un creciente
conjunto de trabajos en el campo de la performatividad política, las prácticas de
statecraft (Arte de gobernar) y la implicación de las prácticas cotidianas y el hábito en
la reproducción del orden político (por ejemplo, Bratsis 2006; Goswani 2004; Hood
1998; Neocleous 2003; Painter 2006; Scott 1998).
En tercer lugar, además de la desmitificación ideológica general y el énfasis en el uso
autorreflexivo de la idea de Estado, encontramos un creciente interés en las
características narrativas, retóricas o argumentales específicas del poder estatal. Esto
se refleja en varios estudios de casos de formulación de políticas que sugieren que las
políticas estatales no representan objetivamente los intereses situados en el Estado o
más allá de él, ni reflejan objetivamente los problemas "reales" en los entornos internos
o externos del sistema político. Porque son mediadas discursivamente, si no totalmente
constituidas discursivamente, producto de luchas para definir y narrar "problemas" que
pueden ser abordados a través de la acción del Estado. De ello se desprende que la
eficacia de la formulación de políticas está estrechamente vinculada a su encuadre
retórico y argumentativo, especialmente porque la eficacia, como la belleza, a menudo
sólo existe en los ojos (u oídos) del observador (véase, por ejemplo, Bevir y Rhodes
2003; Fischer y Forester 1993; Hajer y Wagenaar 2003; Roe 1994; Schram y Neisser
1997). Además de los detallados estudios de política interna en este sentido, la
"geopolítica crítica" ha hecho importantes contribuciones sobre dimensiones
internacionales clave del Estado, en particular los discursos sobre la soberanía, la
naturaleza cambiante de la "seguridad" y las amenazas a ésta, y la reconstrucción de
las fronteras territoriales de los Estados (por ejemplo, Bartelson 1995; Campbell 1992;
Dillon y Reid 2001; Kunz 2005; Luke 1994; O Tuathail 1996; Walker 1993).
En los cuatro casos, el rechazo de la cosificación del Estado está vinculado a los
esfuerzos por teorizar el papel crítico de la idea de Estado y sus prácticas narrativas y
retóricas asociadas en el funcionamiento del sistema político y/o la sociedad más
amplia. Este papel se define de forma variada como mistificación, auto-motivación,
narrativa pura o auto-descripción, pero, independientemente del punto de vista, los
discursos sobre el Estado tienen un papel constitutivo clave en la conformación del
Estado como un conjunto de relaciones políticas vinculadas a la sociedad en su
conjunto. Este enfoque contrasta notablemente con la reificación de la distinción
Estado-sociedad en la teorización centrada en el Estado. También ofrece un enfoque
diferente del rechazo foucaultiano de los relatos ortodoxos del Estado al destacar las
funciones de esos relatos dentro del sistema político. Y, al menos para la teorización
autopoiética, ofrece, además, sistemas - razones teóricas para disputar que el Estado
moderno podría ser alguna vez una autoridad soberana y superior que esté por encima
de la sociedad y la controle desde fuera.
Consideran que Francia tiene el Estado arquetípico en una sociedad centralizada; Gran
Bretaña tiene un centro político, pero no un Estado; Alemania tiene un Estado, pero no
un centro; y la Confederación Helvética (Suiza) no tiene un Estado ni un centro (Badie
y Birnbaum 1983). Esos enfoques son importantes porque historizan la idea de Estado
y ponen de relieve la amplia variedad de sus formas institucionales. Un número
creciente de estudios ha explorado estas cuestiones en todas las escalas, desde la
local hasta la internacional, con una considerable preocupación por la variación a nivel
intermedio.
al poder del Estado en la comunidad internacional de estados (sobre este último, ver
especialmente Handel 1990). Esta preocupación suele estar vinculada al interés por la
capacidad del Estado para penetrar y organizar el resto de la sociedad. Está
especialmente marcada en los recientes trabajos teóricos y empíricos sobre los estados
depredadores y/o estados desarrollistas. Mientras que el Estado depredador es
esencialmente parasitario de su economía y de la sociedad civil, el Estado desarrollista
ha sido capaz de desarrollar una o ambas. Mientras que los estados depredadores
tienen una medida significativa de poder despótico, los estados desarrollistas disfrutan
de un equilibrio entre el poder despótico y el poder de la infraestructura y lo ejercen de
manera conforme al mercado (por ejemplo, Castells 1992; Evans 1989, 1995; Johnson
1987; Levi 1988; Weiss 1998; Weiss y Hobson 1995).
Uno de los problemas de gran parte de esta literatura es el contraste entre los estados
fuertes y débiles. La amplia gama de interpretaciones de la fuerza (y la debilidad)
también socava el análisis coherente.7 Lo que es más grave, gran parte del trabajo pone
en peligro la tautología en la medida en que la fuerza se define puramente en términos
de resultados (para los análisis, véase Clark y Lemco 1988; Lauridsen 1991; Migdal
1988; Ônis 1991; Waldner 1999). Una posible solución es adoptar un enfoque
estratégico-relacional de la variabilidad de las capacidades estatales por esfera de
política, a lo largo del tiempo y en coyunturas específicas.
En tercer lugar, la labor sobre la globalización ha puesto cada vez más en tela de juicio
la supervivencia del Estado nacional. Esta cuestión ya se planteó en debates anteriores
sobre la internacionalización de las finanzas y las actividades de las empresas
multinacionales. Se ha vuelto más apremiante con la aparición de los bloques
económicos triádicos (América del Norte, Europa y Asia oriental), el desarrollo de la
cooperación regional transfronteriza y el resurgimiento o redescubrimiento de ciudades,
regiones y distritos industriales como bases importantes de la competitividad
(internacional). Cuarto, y estrechamente relacionado con el número anterior, es el
cambio de escala de la política. Mientras que algunos teóricos tienden a ver la crisis del
Estado nacional como un desplazamiento de la escala primaria de la organización y
acción política a una escala global o regional, otros sugieren que ha habido una
relativización de la escala. Porque, mientras que el Estado nacional proporcionó la
escala primaria de organización política en el espacio económico del fordismo atlántico,
el actual período posfordista se caracteriza por la dispersión del poder político y de la
política a través de todas las escalas de organización, sin que ninguna de ellas sea
primaria. Esto plantea problemas especialmente difíciles para asegurar la coherencia
de la acción en las diferentes escalas (para los diferentes enfoques de ambas
cuestiones, véase Beck y Grande 2004; Brenner 1999; Caporaso 1996; Evers 1994;
Hirst y Thompson 1995; Jessop 1999; Mann 1993; Scharpf 1999; Schmitter 1992;
Taylor 1995; Ziebura 1996; Züm 1992).
Conclusiones
sistema político que lo engloba, los vínculos estratégicos entre los administradores del
Estado y otras fuerzas políticas, y la compleja red de interdependencias y redes
sociales que vinculan el Estado y el sistema político con su entorno más amplio. Es
aquí donde el neo estatismo suele mostrarse débil debido a su tendencia a cosificar la
distinción Estado-sociedad y donde el trabajo de análisis del discurso a menudo pasa
por alto lo más arraigado, condiciones estructurales extra discursivas que conforman la
efectividad del poder estatal. Los otros enfoques considerados anteriormente
encontrarían pocas dificultades para aceptar esta conclusión.
Esto, finalmente, que sugiere una teoría del Estado adecuada sólo puede producirse
como parte de una teoría más amplia de la sociedad. Incluso el rechazo, basado en
principios, de un enfoque centrado en la sociedad por parte de los neo-estatistas se
basa en argumentos sobre la sociedad en general tanto para revelar la lógica y los
intereses distintivos del Estado como para explorar las condiciones de su autonomía y
eficacia. Los estudios foucaultianos, feministas y de análisis del discurso están aún más
claramente orientados a preocupaciones más amplias: Foucault parte de una
microfísica del poder socialmente dispersa, el feminismo se ocupa de las relaciones de
género, y la teoría del Estado apátrida parte de la constitución discursiva del Estado. El
trabajo marxista reciente también continúa, por supuesto, relacionando el Estado con
el capitalismo y la anatomía de la sociedad civil. Esto implica una importante
reorientación del trabajo sobre el Estado y el poder estatal. Pero es precisamente en
este terreno donde se encuentran muchos de los problemas no resueltos de la teoría
del Estado. Porque el Estado es el lugar de una paradoja. Por un lado, es sólo un
conjunto institucional entre otros dentro de una formación social; por otro, está
peculiarmente encargado de la responsabilidad general de mantener la cohesión de la
formación social de la que forma parte. Su posición paradójica como parte y como
conjunto de la sociedad significa que es continuamente llamado por diversas fuerzas
sociales para resolver los problemas de la sociedad y está de forma igualmente
continúa condenado al "fracaso del Estado" generalizado, ya que muchos de los
problemas de la sociedad están fuera de su control y pueden incluso ser agravados por
los intentos de intervención. Muchas de las diferencias entre las teorías del Estado
consideradas anteriormente tienen su origen en enfoques contrarios a varios momentos
estructurales y estratégicos de esta paradoja. Tratar de comprender la lógica general
(o, tal vez, "ilógica") de esta paradoja bien puede ser la mejor ruta para resolver algunas
de estas diferencias, así como para proporcionar un análisis más completo del carácter
estratégico-relacional del Estado en una formación social policéntrica.
Página 80.
Parte II
__________________________________________________
Estado
El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte ocupa un lugar clave en los debates sobre el
enfoque de Marx respecto del Estado y la representación política. Según algunos
críticos, este texto encarna dos teorías potencialmente complementarias del Estado.
Así, mientras que Marx normalmente veía al Estado como el comité ejecutivo o el
instrumento directo de la clase dirigente, en algunos contextos lo consideraba
relativamente autónomo de todas las clases, incluso cuando seguía desempeñando
una función de clase (por ejemplo, Miliband 1965). Para otros, este mismo texto revela
devastadoras inconsistencias en el relato clasista de Marx sobre el Estado, porque
admite un ejecutivo (aparato) que gana autonomía para sí mismo frente a la(s) clase(s)
dominante(s). Se dice que esta incoherencia es especialmente clara en las
observaciones posteriores de Marx sobre el ascenso tendencial de un Estado
pretoriano, en el que el ejército, dirigido por Bonaparte III, comienza a representarse a
sí mismo contra la sociedad en lugar de actuar en nombre de una parte de la sociedad
contra otras. Esto surge especialmente claro en una declaración única que
____________________
Esta es una versión ligeramente revisada y ampliada de "The politics of representation and the
Eighteenth Brumaire", en M. Cowling y J. Martin, eds, The Eighteenth Brumaire Today, London:
Pluto Press, 2002, 179-94.
de clase” (1977: 15; cf. Hunt 1974: 47-56). Otros sugieren que Marx resuelve estas
supuestas inconsistencias "analizando el régimen bonapartista, no como el dominio
organizado de un bloque de clases, sino como el producto determinado de la lucha de
clases" (Fembach 1973: 15; cf. Berberoglu 1986). Para algunos otros, el mismo texto
confirma la tendencia genérica (más que excepcional) del Estado capitalista a adquirir
una autonomía relativa para organizar mejor los intereses de la(s) clase(s) dominante(s)
y ganar el apoyo de las clases subordinadas (por ejemplo, Poulantzas 1973). El carácter
excepcional de la autonomía del Estado en el caso bonapartista indica simplemente el
carácter excepcional de las circunstancias en que debe desempeñarse esa función
(véase también Draper 1977).
Por estas y otras razones, El Dieciocho Brumario aparece como un texto clave para
cualquier interpretación de la teoría política y estatal de Marx. Sus implicaciones para
la teoría del Estado y el análisis de clase se contrastan típicamente con una posición
marxista "estándar" derivada de forma variada (y con resultados bastante diferentes)
del Manifiesto Comunista (1848), el Prefacio de 1859 a la Contribución a la Crítica de
la Economía Política (1859), o los tres volúmenes de El Capital. Este es un
procedimiento muy dudoso porque el Manifiesto es un texto programático
que sirve como un llamado profético a las armas en lugar de proporcionar un análisis
detallado de la formación de clases y la representación política; porque el estatus del
Prefacio como texto canónico es altamente cuestionable dado que fue escrito bajo la
presión financiera de la fecha límite de un editor y la presión política para desviar la
mirada de los censores prusianos de las implicaciones revolucionarias de la crítica de
la economía política de Marx para que se pudiera publicar Una contribución a la crítica
de la economía política (cf. Prinz 1969); y porque el análisis de Marx sobre la clase en
El Capital es incompleto incluso en términos económicos, y mucho más en términos
políticos o ideológicos (cf. Kratke 2002, 2003; Lebowitz 2003). No puede haber una
lectura inocente de El Dieciocho Brumario, pero podría ser útil leerlo inicialmente sin
adoptar puntos de vista preconcebidos sobre la teoría de Marx del Estado y la política
de clases que se han derivado de otros estudios que no se ocuparon de coyunturas
políticas específicas. Entonces, la primera pregunta que debemos hacernos es: ¿qué
pretende lograr Marx en su historia de El Dieciocho Brumario? (Todas las citas de este
texto, Marx 1852, son de la traducción de Terrell Carver de 2001 y se indican en este
capítulo con la abreviatura 18B).
esta apariencia superficial, que encubre la lucha de clases" (18B: 55). Sin embargo,
esta lucha de clases está relacionada con la situación actual y sus diversas
posibilidades estratégicas y tácticas más que con los intereses abstractos, eternos
e idealizados que están ligados a las clases preestablecidas definidas puramente
en términos de su posición en las relaciones sociales de producción. Así pues, Marx
hace hincapié en la articulación concreto-compleja de las condiciones económicas
y extra-económicas para la "reproducción ampliada"1 de las relaciones de clase
específicas y lo que ello implica para el reordenamiento de lo que son siempre
ventajas relativas en la lucha de clases. En este sentido, también describe avant la
lettre las apuestas, las estrategias y las tácticas de lo que Gramsci (1971) llamaría
más tarde "guerras de posición" y "guerras de maniobra" (guerra de movimientos).
En segundo lugar, Marx también plantea a lo largo de este texto preguntas sobre
el lenguaje y otros símbolos en y a través de los cuales el contenido de clase
en la política llega a ser representado o, más comúnmente, distorsionado. Esto
refleja un interés por el discurso en sus diversas formas que estuvo presente en su
obra desde el principio, pero que rara vez se reconoce plenamente (para una
excepción, véase Fairclough y Graham 2002; para una ilustración temprana, véase
Marx 1844; y, más en general, véase Cook 1982; Erckebrecht 1972; Lecercle 2004;
Ruschinski y Retzleff-Kresse 1974). Así, El Dieciocho Brumario desarrolla un enfoque
estratégico-relacional hacia la semiosis. Marx explora las formas semióticas, los
géneros,
y tropos a través de los cuales las fuerzas políticas articulan sus identidades, intereses
y creencias y reflexiona sobre el lenguaje político apropiado en el que el proletariado
podría formular sus demandas. Él argumenta que la revolución social del siglo XIX debe
desarrollar su propio y novedoso lenguaje político en lugar de basarse, como lo hicieron
las revoluciones anteriores, en la "poesía del pasado" (1SB: 34). Así pues, El Dieciocho
Brumario se preocupa más por las limitaciones discursivas de la representación de los
intereses de clase ("la tradición de todas las generaciones muertas", "la superstición
del pasado", "toda una superestructura de sentimientos diferentes y peculiarmente
formados, ilusiones, modos de pensamiento y perspectivas de la vida": 18B: 32, 34, 56)
que de las formas de organización a través de las cuales podrían avanzar. Esta
necesidad de desarrollar un lenguaje político apropiado se aplica particularmente al
proletariado y a sus aliados potenciales. En efecto, bien se podría interpretar este texto
como una contribución a la crítica de la economía semiótica, es decir, a un relato del
(des) reconocimiento imaginario y la (des) representación de los intereses de clase,
más que a la economía política de la acumulación de capital. La ilustración más extrema
de esto se encuentra en el propio significante flotante, Luis Bonaparte. Porque, como
Marx argumentó en Las luchas de clases en Francia, aunque Bonaparte era "el hombre
más ingenuo [einfaltig] de Francia", había "adquirido el significado más múltiple
[vielfaltig]". Sólo porque no era nada, podía significar todo excepto a sí mismo (1850:
81). Así que las diferentes fuerzas de clase podían proyectar sus propias esperanzas y
miedos sobre Bonaparte; y él a su vez hábilmente manipuló y explotó esta polivalencia
para sus propios propósitos.
En tercer lugar, como una obra literaria seria y consciente por derecho propio, El
Dieciocho Brumario adopta un conjunto de técnicas literarias muy distintivas y
poderosas para narrar los antecedentes históricos del coup d ’état (golpe de Estado).
Sobre todo, adopta la forma de parodia para desplegar esta narración, retratar las
ironías de la historia francesa, expresar los problemas de la representación de clases y
resolver la importancia relativa de las circunstancias externas y la acción voluntaria en
la configuración del curso de la historia: En este sentido, el uso del lenguaje de Marx
es en sí mismo performativo en varios niveles. En efecto, como dice en el prefacio de
la segunda edición, tenía la intención de someter el culto del primer Napoleón a "las
armas de la investigación histórica, de la crítica, de la sátira y del ingenio" (18B: 8).
Así, las fulminantes descripciones que hace Marx de Luis Bonaparte también sirven
para menospreciar la estatura de su tío, Napoleón Bonaparte. Como intervención
destinada a influir en el curso posterior de la política francesa, el uso de Marx de un
género literario específico y su elección de lenguaje tienen propósitos pedagógicos y
políticos específicos. Lejos de ser arbitrario, entonces, su modo de trazar el trasfondo
histórico de El Dieciocho Brumario está orgánicamente relacionado con los efectos
políticos previstos de esta narrativa.
Sobre la periodización
El escenario político
Marx se esmera en subrayar cómo el escenario político tiene su propia eficacia. Lejos
de ser un simple reflejo político de los intereses económicos, tiene su propia lógica y su
propia influencia en las relaciones de clase. Esto es bastante coherente, por supuesto,
con la afirmación de El Manifiesto Comunista de que toda lucha de clases es una lucha
política. Esto es casi dolorosamente evidente en los intentos iniciales de Marx en la
primera entrega de El Dieciocho Brumario, escrito, cabe recordar, en partes separadas
durante varios meses y destinado a la publicación en serie 3, para establecer
correspondencias entre los diferentes partidos políticos y las diferentes clases o
fracciones de clase. Pero incluso en esta etapa, Marx reconoce que no hay un ajuste
individual entre los intereses del partido y los de la clase económica (véase, por
ejemplo, su análisis de la facción puramente republicana que, como subraya, es poco
más que un círculo político-intelectual unificado por antipatías políticas y sentimientos
nacionalistas compartidos: 18B: 41). Y, en el curso de la redacción de El Dieciocho
Brumario, Marx avanza hacia una explicación de la lógica de la lucha política en el
Estado moderno (y de tipo capitalista) y la manera en que las coyunturas específicas y
los conjuntos institucionales distintivos configuran las formas y el contenido de la lucha
política. Aquí se basa en la separación institucional y el antagonismo potencial entre el
Estado y la sociedad civil que ya había identificado en su crítica a La Filosofía del
Derecho de Hegel (Marx 1843); y explora cómo el terreno institucional del aparato
estatal y su articulación con la esfera pública más amplia da forma a las formas de la
política. Señala muchos rasgos distintivos de la organización del Estado y su
articulación con la esfera pública - electoral, parlamentaria, presidencial, burocrática,
administrativa, militar, violencia de la turba orquestada por el Estado, etc. - que
condicionan directamente no sólo las diversas luchas en el escenario político, sino
también las que tienen como objetivo modificar el equilibrio político de las fuerzas
discursivamente, organizativamente e institucionalmente.
Entre los muchos efectos de las formas de política en el curso de la lucha política
podemos señalar, en primer lugar, la elección (inevitablemente restringida) del género
y el lenguaje políticos en y a través del cual las diferentes fuerzas políticas expresan
sus aspiraciones. Porque, admitiendo implícitamente que no existe un lenguaje neutral
en y a través del cual las identidades sociales, intereses y deseos pueden expresados
de manera verdadera e inequívoca, Marx hace énfasis en que todo movimiento político
necesita encontrar discursos y simbolismos apropiados como medio de expresión
política para promover sus intereses. En segundo lugar, Marx se refiere al espacio
político que esto crea para los representantes literarios de una clase (.18B: 59). Así,
observa el surgimiento de una facción republicana parlamentaria organizada en torno
a sentimientos políticos más que a intereses materiales comunes o a la posición en las
relaciones de producción. Describe esta facción puramente republicana como una
"camarilla de empresarios de mentalidad republicana, escritores, abogados, oficiales y
funcionarios cuya influencia se basaba en la antipatía personal del país hacia Luis
Felipe, en los recuerdos de la antigua república [de 1789 a 1999], en la fe republicana
de algunos entusiastas, sobre todo en el nacionalismo francés (18B: 41). En tercer
lugar, está el fenómeno del "cretinismo parlamentario, que confina a sus víctimas a un
mundo imaginario y les roba sus sentidos, su memoria, todo conocimiento del grosero
mundo exterior" (18B: 90). Un cuarto ejemplo (pero lejos de ser definitivo) es la
aparición de una casta militar y burocrática interesada (véase más adelante).
El contenido social de la política
Curiosa y significativamente, Marx también indica que, cuanto más crítica es la situación
económica, menos significativa se vuelve la disyunción entre lo político y lo social. Pues
las divisiones en el campo político se realinean, si es posible, en torno a conflictos
sociales más básicos. Las divisiones dentro de la burguesía se superan, por ejemplo,
cuando la burguesía en su conjunto se ve amenazada. La crisis política también
puede provocar un reajuste del Estado
Otra dimensión del análisis de Marx se refiere a la creciente centralización del poder
estatal en Francia y sus implicaciones en el antagonismo entre el Estado y la sociedad.
Uno se refiere a cómo los cambios en la arquitectura general del Estado configuran el
terreno de la lucha política y afectan al equilibrio político de las fuerzas. Las
posibilidades estratégicas y tácticas se modificaron a medida que se modificó la
articulación entre el Parlamento, el Gabinete y la autoridad presidencial; o, de nuevo, a
medida que el Estado obtuvo un control cada vez mayor sobre todos los aspectos de la
vida social en todo el territorio. Esta afirmación se amplió en las observaciones
posteriores de Marx sobre el Estado pretoriano; y se elaboró aún más cuidadosamente
en La guerra civil en Francia (Marx 1871a, 1871b). Refuerza el punto de que la
existencia de un Estado institucionalmente separado (y de un sistema político más
amplio) excluye toda posibilidad de que el campo político pueda ser un simple reflejo
de los intereses de la clase económica. En cambio, la forma general del Estado y la
forma particular de los regímenes políticos modifican el equilibrio de fuerzas y por lo
tanto se convierten en apuestas de la propia lucha de clases. Marx desarrolla este punto
con mayor fuerza al explorar las implicaciones de la transición de un régimen
monárquico a una república parlamentaria en la capacidad de las dos principales
fracciones de la burguesía para defender sus intereses comunes. Así él escribe:
La república parlamentaria era más que el territorio neutral donde las dos
facciones de la burguesía francesa, los legitimistas y los orleanistas, la propiedad
inmobiliaria a gran escala y la industria, podían residir con igual derecho. Era la
condición ineludible de su gobierno conjunto, la única forma de Estado en la que
las reivindicaciones de sus facciones particulares y las de todas las demás clases
de la sociedad estaban sometidas al interés general de la clase burguesa. Como
monárquicos, cayeron en su antiguo antagonismo, una batalla por la supremacía
entre la propiedad de la tierra y el dinero, y la más alta expresión de este
antagonismo, la personificación del mismo, fueron sus reyes, sus dinastías. (18B:
94)
No obstante, subrayaron que los partidos políticos tenían un papel clave que
desempeñar en la política de clases. En efecto, tras el surgimiento del período de
política de masas con las revoluciones de 1848, el proyecto político de Marx y Engels
dependía en gran medida del éxito de las formas de organización de los partidos. A
partir de entonces, subrayaron que la teoría revolucionaria debía desmilitarizarse -
incluso desde el punto de vista militar, el enfoque insurreccional había quedado
obsoleto- y que había que pasar de las sociedades conspirativas a las organizaciones
de propaganda (Marx y Engels 1850; véase también Nimtz 2000: 83-112.141-67).4
Además, al argumentar la necesidad de la organización política de los partidos,
rechazaron otras formas políticas como las ligas secretas y los grupos conspirativos y
pidieron formas abiertas de organización política en la medida en que las autoridades
las permitieran.
Johnstone (1967) ha explorado este tema en términos de los diferentes tipos de partido
a los que Marx y Engels se unieron y/o trataron de promover en diferentes momentos.
Él señala cinco tipos: (1) pequeños cuadros comunistas internacionales organizados en
y a través de la Liga Comunista de 1847 a 1852 y preocupados en gran medida por la
propaganda y la entrada en otros partidos para desarrollar una línea de masas; (2) el
"partido de Marx", que Marx y Engels trataron de desarrollar como un centro intelectual
sin forma organizativa definida tras el declive del movimiento obrero después del
período de efervescencia revolucionaria; 3) la Primera Internacional, con la que
promovieron una amplia federación internacional de organizaciones de la clase obrera
y partidos de masas, basada en la democracia interna; 4) los partidos marxistas de
masas nacionales, a los que dieron un amplio apoyo y estímulo para adoptar un
programa comunista radical, y, en ausencia de tales partidos de masas y de un número
significativo de intelectuales socialistas, apoyaron 5) amplios partidos de la clase obrera
organizados independientemente de los partidos de la clase media, alentándolos a
trabajar según la línea Cartista3 (Johnstone 1967).
Este análisis es bastante consistente con la sugerencia de Cunliffe (1981) de que Marx
y Engels veían a los "partidos" particulares como simples expresiones temporales de la
"clase" en su maduración hacia la autoemancipación. Así, su uso más generalizado del
término se refería a la organización política de la clase trabajadora en general y no
privilegiaba ninguna forma particular de organización partidaria. Tomado en el "gran
sentido histórico", entonces, partido se refería al desarrollo histórico gradual,
espontáneo, del movimiento obrero, incluyendo todas y cada una de las
manifestaciones de su organización política. Este punto de vista fue
3El cartismo (Chartism en inglés) fue un movimiento popular radical que surgió en Reino Unido desde 1836 hasta 1848 y que
expresaba la agitación de la clase obrera. Obtuvo su nombre de la Carta del Pueblo (People's Charter) 1837.
a todas las organizaciones sectarias que buscaban liberar a la clase obrera a través de
coups d'état (golpes de Estado) conspirativos y/o a través de propaganda utópica-
mesiánica dirigida a las masas oprimidas. Independientemente de su tipo específico,
cada instancia del "partido" sería a gran escala y tendría una estructura interna
democrática. En segundo lugar, en este marco, Marx y Engels también aplicaron el
término "partido" a los grupos formalmente organizados que tenían un compromiso
programático con la conquista del poder para la clase obrera.
En tercer lugar, como esto dejaba cierta ambigüedad sobre organizaciones como la
Liga Comunista o la Primera Internacional, Marx y Engels también ofrecían una
definición más restrictiva que se aplicaba sólo a los partidos que también tenían una
organización nacional, un programa nacional, y estaban orientados a un marco nacional
de poder estatal. Los "cartistas" y el Partido Socialista Alemán (PSA) ejemplificaban
este tercer tipo de partido. Por último, Marx a veces utilizaba "partido" para referirse a
un grupo que aspiraba a comprender y propagar la teoría marxista, estuviera o no
organizado, fuera nacional, programático, siempre y cuando rechazara el sectarismo y
cediera el lugar al partido histórico a medida que creciera en el poder. Cunliffe (1981)
concluye que el elemento común de cada definición es la distinción entre "partido" y
"secta" y que Marx y Engels se comprometieron en todas sus propias luchas políticas
a una organización abierta y espontánea de la clase obrera. Este análisis es bastante
coherente con un enfoque estratégico-relacional del poder estatal en la medida en que
evalúa la importancia de las diferentes formas de organización y movilización de los
partidos en relación con la forma de Estado y la coyuntura política imperantes y calcula
la estrategia política apropiada que debe seguirse a la luz de un análisis del contexto
estratégico de lo que podría lograrse razonablemente en un determinado horizonte
temporal y sobre la base de alianzas más o menos amplias dentro y fuera de las
fronteras nacionales.
batallas políticas, este vínculo orgánico no puede darse por sentado. La disyuntiva entre
la retórica democrática y la práctica antidemocrática era tan clara en los decenios de
1830 y 1840 que Marx casi no necesitó elaborarla (Doveton 1994; cf. Nimtz 1999, 2000).
Posteriormente, como demuestran El Dieciocho Brumario y La Guerra Civil en Francia,
Marx pudo distinguir entre la apariencia y la realidad, entre el lenguaje y las aspiraciones
imaginarias de los partidos y su carácter e intereses reales, entre las funciones
históricas del discurso republicano para proporcionar un apoyo ideológico crucial a las
instituciones de la sociedad capitalista y el potencial de las instituciones republicanas
una vez eliminadas las bases materiales de la explotación de clase (véase Isaac 1990).
En efecto, Marx es muy consciente de la frecuente disyuntiva entre las clases en sí y
su organización a través de círculos de discusión, clubes, organizaciones cooperativas,
sindicatos, cuerpos profesionales, periódicos, partidos políticos, etc., como clases en sí
mismas. Es esencial prestar una atención seria a esas formas de organización para
que se pueda explorar y explicar la brecha, de otro modo insalvable, entre la clase en
sí y la clase para sí (véase Balibar 1978; Gramsci 1971; Poulantzas 1967, 1978b).
A este respecto Katz (1992) sugiere que Marx distingue dos ejes del conflicto de clase:
el primero se refiere al conflicto entre varias fuerzas sociales para dar forma a los
contornos y lo que está en juego de tal conflicto de manera particular y el segundo se
refiere a los conflictos entre clases a medida que emergen (y en la medida en que lo
hacen) de la lucha para definirlos y sus intereses (cf. Przeworski 1977). Katz sugiere
además que las complejidades de El Dieciocho Brumario se deben a los intentos de
Marx de luchar con ambos ejes. Esto queda especialmente claro en su análisis de las
diferentes fracciones del campesinado francés del siglo XIX La definición estructural de
esta clase se refiere a su propiedad privada en pequeñas parcelas de tierra; pero no se
puede entender su capacidad diferencial para la lucha de clases contra los propietarios
aristócratas y el capital moderno sin tener en cuenta los legados de luchas anteriores,
la importancia relativa en diferentes condiciones de las divisiones internas entre el
campesinado y las cuestiones de cultura política. Así pues, la preocupación de Marx
era comprender las diferentes formas que podía adoptar la resistencia campesina y las
razones por las que eran incapaces de una acción de clase independiente sobre una
base nacional. Sobre esta base, Katz (1992) concluye que la acción de clase no puede
derivarse exclusivamente de las coordenadas estructurales de una clase (aunque éstas
estén ampliamente definidas), sino que depende también de cómo la cultura y la política
afectan a las capacidades de resistencia y de lucha y de la coyuntura social cambiante.
Conclusiones
sus identidades, intereses y aspiraciones. Si los hombres hacen su propia historia, pero
no sólo como les place en las circunstancias que ellos mismos eligen, entonces una
característica clave de las circunstancias presentes, dadas y heredadas, es el repertorio
semiótico que heredan del pasado (Î8B: 32). Engels hace más o menos lo mismo en su
comentario sobre La Guerra Campesina en Alemania cuando escribe que todas las
doctrinas sociales y políticas revolucionarias dirigidas contra el feudalismo alemán eran
necesariamente herejías teológicas debido al dominio de la religión en la legitimación
feudal (1850: 412-13, cf. 421, 451). De ahí la importancia de que el proletariado busque
una nueva poesía" para expresar sus identidades, intereses y aspiraciones (cf. Lowy
1989).
Una cuarta dimensión de las circunstancias a las que se enfrentan los actores políticos
es la estructura de clase del Estado y la necesidad de superar esta parcialidad a través
de acciones para transformar el Estado. Bonaparte demostró ser un hábil practicante
del "arte de lo posible" en este sentido. En La Guerra Civil en Francia Marx identificaría
finalmente la comuna como la forma política más apropiada para un régimen político
revolucionario. Y, en quinto lugar, estas otras dimensiones deben verse en el contexto
de la naturaleza de la base económica y la dinámica de las luchas de clases que
proporcionan marcos de posibilidades. Dos buenos ejemplos son los relatos de Marx
sobre las cambiantes condiciones económicas del campesinado (véase más arriba) y
la creciente fusión de capital financiero e industrial asociada al surgimiento de un
moderno sistema fiscal - financiero
Gramsci escribe que, si bien todos son intelectuales, no todos son intelectuales por
función social (1971: 9). Se podría añadir que, si bien todo el mundo tiene un sentido
práctico del lugar, el espacio y la escala, no todo el mundo es un geógrafo por función
social. Esto ciertamente es válido para Gramsci. Fue un pensador profundamente
espacial, pero no priorizó explícitamente el pensamiento espacial. Esto puede explicar
tanto por qué Gramsci "no desarrolló completa y explícitamente sus conocimientos
geográficos" (Morera 1990: 89) como por qué se ha descuidado la naturaleza espacial
inherente de su pensamiento. Pero se tomó la geografía en serio. La estudió junto con
su asignatura principal de filología en la Universidad de Turín (pasando su
___________________________________
Esta es una versión ligeramente revisada y ampliada de "Gramsci as a spatial theorist",
Critical Review of International Social and Political Philosophy, 8 (4), 2005, 421-37.
Estos intereses reflejan las experiencias de Gramsci como sardo4 en la parte más
explotada y oprimida del Mezzogiorno (sur de Italia) y su traslado a Turín, la capital del
Piamonte y el centro industrial del norte. También se derivan de sus reflexiones sobre
influencias más generales en el desarrollo económico, político y cultural de Italia. Entre
ellas figuran el papel del Vaticano como mini-estado cosmopolita situado en el corazón
de Italia y apoyado por una élite intelectual tradicional con una orientación
supranacional establecida desde hace mucho tiempo al servicio de los dirigentes de
Europa; el prolongado debate sobre la Cuestión del Sur (especialmente a partir del
decenio de 1870); la espacialidad del Risorgimento y el deficiente proceso de
unificación italiana dominado por el Estado piamontés; los persistentes problemas
económicos y sociales planteados por el desarrollo desigual, el desarrollo dependiente
4
Habitante nativo de la isla de Cerdeña (Italia).
y, de hecho, el colonialismo interno en Italia; los problemas políticos de los comunistas
para romper la alianza de clases entre el capital del Norte y la clase terrateniente
agrícola del Sur y para construir una alianza entre los obreros del Norte y los
campesinos del Sur; la naturaleza y las formas cambiantes del imperialismo (incluidos
los obstáculos, los desafíos y las oportunidades que entraña la difusión del
americanismo y el fordismo en Europa); y los problemas para el movimiento comunista
en general que plantea el aislamiento internacional de la Unión Soviética.
de todas las relaciones sociales (Morera 1990: 85) pero también a su distintiva
ubicación en el lugar, espacio y escala. De hecho, estos dos están claramente
interconectados en cualquier conjunto de relaciones sociales. Así que ahora considero
cómo Gramsci integra el lugar, el espacio y la escala en su filosofía de la praxis. Sin
embargo, como lo hace de una manera muy "pre-teórica", definiré estos conceptos
antes de ilustrar su significado para su teoría y su práctica.
Lugar (o localidad) se refiere a un sitio más o menos delimitado de relaciones cara a
cara y/u otras interacciones directas entre las fuerzas sociales. Por lo general está
estrechamente vinculado a la vida cotidiana, tiene profundidad temporal y está ligado a
la memoria colectiva y la identidad social. Sus límites sirven tanto para contener como
para conectar: proporcionan un marco social e institucional estratégicamente selectivo
para las interacciones directas que privilegia algunas identidades e intereses por
encima de otros y también estructuran las posibles conexiones con otros lugares y
espacios a diversas escalas. Por esta y otras razones, la denominación, delimitación y
significado de los lugares son siempre discutibles y cambiantes y las coordenadas de
un espacio físico determinado pueden conectarse a una multiplicidad de lugares con
diferentes identidades, límites espacio-temporales y significado social (véase Massey
1995). Gramsci era sensible a todos estos aspectos. Destaca la importancia del lugar
o localidad en sus comentarios sobre cómo el sentido común, la cultura popular y las
prácticas cotidianas se ven moldeadas por la vida en diferentes tipos de ciudades y en
el campo, el diseño de los locales (por ejemplo, la arquitectura escolar), o las formas
construidas (por ejemplo, el trazado y los nombres de las calles) (1971: 30-3, 40, 90-
2.282-3; 1995:155). Habla de la lucha por el control de los lugares (fábricas, edificios
públicos, calles, barrios, etc.) (1977, 1978). Destaca que la hegemonía en los EE.UU.
se basa en la fábrica (1971: 285). Contrasta los lugares de reunión seguros de la
burguesía industrial y terrateniente con la vulnerabilidad de los locales de la clase
obrera y los problemas de protección de las calles ("el lugar natural donde el
proletariado puede reunirse sin coste alguno") (1978: 35, 268-9). Además de explorar
la contestabilidad de los lugares y su entrelazamiento con otros lugares, también
comenta sus vínculos con la memoria, la identidad y la temporalidad (1971: 93-5; 1978:
446). Esto queda especialmente claro en sus comentarios sobre el folclore de las clases
subalternas y provinciales y en su discusión sobre los orígenes sociales de los
intelectuales en términos de clase espacialmente específicos más que a-espaciales y
sus implicaciones para la construcción de diferentes tipos de hegemonía. Y, por
supuesto, impregna su análisis de la Cuestión del Sur con su énfasis en el arraigo (o
no) de las clases sociales y las fuerzas políticas e intelectuales en lugares, espacios y
escalas específicas de la vida económica y social.
El espacio comprende las redes producidas socialmente y los horizontes de la vida
social. Ofrece toda una serie de posibilidades estratégicamente selectivas para
desarrollar relaciones sociales
que se extienden a lo largo del espacio y el tiempo. Gramsci considera el espacio desde
varios puntos de vista: a) la división espacial del trabajo entre la ciudad y el campo,
entre el norte y el sur, entre las diferentes economías regionales, nacionales e incluso
continentales; b) la territorialización del poder político, los procesos de formación del
Estado y la dialéctica de las influencias internas y externas en la vida política; y c) los
diferentes imaginarios espaciales y escalares y las diferentes representaciones del
espacio. Gramsci no creía que el espacio existiera en sí mismo, independientemente
de las relaciones sociales específicas que lo construyen, lo reproducen y se producen
en él. Como pensador profundamente relacional y práctico, nunca fue tentado por tal
fetichismo espacial.2 Tampoco aceptó el determinismo geográfico común en el campo
"científico" del siglo XIX y que todavía se refleja en el folclore y el sentido común - à
determinismo que considera el entorno físico y/o humano como el determinante más
importante de las relaciones sociales y su desarrollo histórico. Esto habría sido
igualmente anatema para la filosofía de la praxis de Gramsci.3 En cambio, trató el
espacio como la historia, es decir, en términos relacionales. Por ejemplo, consideraba
la gramática histórica (filología) de manera comparativa, argumentando que "el hecho
lingüístico, como cualquier otro hecho histórico, no puede tener fronteras nacionales
estrictamente definidas" (1985: 181). Esto se refleja en su exploración de los usos
lingüísticos y particularismos locales, las tendencias a la unidad y fragmentación
territorial, y las influencias externas en los idiomas nacionales. Llegó a la conclusión de
que "la historia siempre es "historia mundial" y que las historias particulares sólo existen
en el marco de la historia mundial" (1985:181; cf. 1971:182). Esto es directamente
comparable a su opinión de que los estados nacionales no son "contenedores de
energía" auto-cerrados, sino que deben estudiarse en términos de sus complejas
interconexiones con los estados y las fuerzas políticas en otras escalas. De hecho,
combina las perspectivas temporal y espacial en una forma temprana o "materialismo
histórico geográfico" (cf. Harvey 1982).
La escala comprende la jerarquía anidada (y a veces no tan anidada) de espacios
delimitados de diferente tamaño: por ejemplo, local, regional, nacional, continental y
mundial. La escala es típicamente el producto de las luchas sociales por el poder y el
control. Gramsci era sumamente sensible a las cuestiones de escala, a las jerarquías
escalares de poder económico, político, intelectual y moral, y a sus expresiones
territoriales y no territoriales. No era un "nacionalista metodológico" que diera por
sentada la escala nacional, sino que solía analizar cualquier escala concreta en
términos de su conexión con otras escalas. Así pues, examinó las relaciones de
hegemonía y dominación a nivel local (por ejemplo, la dominación del bloque urbano
parisino sobre otras ciudades francesas), a nivel regional (por ejemplo, la dominación
piamontesa sobre la unificación defectuosa e incompleta de Italia o la estrategia
Giolitana5 de revolución pasiva basada en una alianza
entre un bloque urbano del norte dominante y un bloque rural del sur), a nivel nacional
(por ejemplo, la influencia de la burguesía francesa como clase líder y dominante en
todo el continente), a nivel transatlántico (por ejemplo, el americanismo y el fordismo) y
a nivel hemisférico (por ejemplo, la probable transferencia de la dominación económica
y política de América a Asia). Los principios metodológicos generales en cuestión se
ponen de manifiesto en su insistencia en interpretar la conexión orgánica de las fuerzas
internas e internacionales en la formación de la nación italiana como un problema de
"coordinación y subordinación" (1985: 199) y en sus análisis espaciales e históricos del
desarrollo, la consolidación y las crisis de bloques históricos coherentes formados
mediante vínculos recíprocos entre la estructura y la superestructura. Por último, lejos
de afirmar que existe una simple "jerarquía anidada" de escalas desde la local hasta la
mundial con distintos conjuntos de relaciones económicas, políticas y sociales en cada
escala, Gramsci fue especialmente sensible a las formas en que las jerarquías de
escala enredadas actuaban como fuente de inestabilidad económica, política y
5 Giovanni Giolitti (Mondovì, 27 de octubre de 1842-Cavour, 17 de julio de 1928) fue un político italiano, que tuvo gran influencia
sobre el desarrollo del Reino de Italia durante casi cuatro décadas, abarcando desde 1880 hasta los inicios del fascismo. Su
estrategia política fue el "trasformismo", táctica en la cual los líderes políticos liberales de Italia alcanzaban pactos informales
para aislar a los sectores de extrema izquierda y de extrema derecha para obtener ventajas y beneficios de toda especie. La
historiografía italiana denomine al periodo de 1901 a 1914 como la "Era Giolittiana" (o Età giolittiana).
socioeconómica. Esto puede verse, por ejemplo, en su comentario de que "en el
período posterior a 1870, con la expansión colonial de Europa, todos estos elementos
cambian: las relaciones organizativas internas e internacionales del Estado se vuelven
más complejas y masivas, y la fórmula cuadragésimo octava de la "Revolución
Permanente" se amplía y trasciende en la ciencia política por la fórmula de la
"hegemonía civil" ' (1971:243).
Porque él vivió en una coyuntura en la que Italia fatta, bisogna fare gli Italiani ( Italia se
está haciendo, debemos hacer a los italianos) y no habría podido presumir la primacía
de la escala nacional -sobre todo políticamente- que parecía caracterizar a las
potencias dominantes en Europa continental, a saber, Francia y Alemania Sostuvo que
Italia estaba débilmente integrada en el plano nacional, la escala nacional no había
llegado a dominar aún las escalas local y regional, y que ello planteaba problemas tanto
para la realización de la revolución burguesa como para la estrategia comunista
revolucionaria. Gramsci también era muy consciente de la debilidad internacional del
Estado italiano y de la influencia de los factores externos en su desarrollo.
Por otra parte, vio que el catolicismo italiano se sentía no sólo como un sustituto del
espíritu de la nación y el Estado, sino también como una institución hegemónica
mundial, un espíritu imperialista" (1985: 220-1). También reconoció la distinción entre
las escalas dominantes y nodales en una escala continental en contraposición a la
escala mundial. Con respecto a la política europea y mundial, por ejemplo, escribió:
Estas dos no son la misma cosa. En un duelo entre Berlín y París o entre París y Roma,
el ganador no es el amo del mundo. Europa ha perdido su importancia y la política
mundial depende más de Londres, Washington, Moscú, Tokio que del continente"
(1995: 195). Y, más en general, señaló la necesidad de examinar
las relaciones orgánicas entre las políticas internas y externas de un Estado. ¿Son
las políticas internas las que determinan la política exterior, o viceversa? También
en este caso habrá que distinguir: entre las grandes potencias, con relativa
autonomía internacional, y las demás potencias; también, entre las diferentes
formas de gobierno (un gobierno como el de Napoleón III tenía dos políticas,
aparentemente - reaccionaria en el interior, y liberal en el exterior). (1971:264)
Gramsci retoma este tema en su ensayo sobre la Cuestión del Sur. Afirma que el
proletariado italiano era demasiado pequeño en relación con otras clases subalternas
y demasiado concentrado en el norte para convertirse en la clase líder (dirigente) y
dominante sin formar alianzas de clase. La clave era movilizar el consentimiento real y
el apoyo activo de las amplias masas campesinas (Gramsci 1978: 79-82, 129-31, 449-
50; Gramsci y Togliatti 1978: 347). Pero la cuestión campesina está siempre
determinada históricamente: no es la "cuestión campesina y agraria en general". En
Italia la cuestión campesina, a través de la tradición italiana específica, y el desarrollo
específico de la historia italiana, ha tomado dos formas típicas y particulares - la
cuestión vaticana y la cuestión meridional (Gramsci 1978: 443).
Los análisis de Gramsci sobre las relaciones económicas son tanto espaciales como
históricos, de hecho, sería mejor escribir que son espaciales porque son históricos o,
mejor aún, que son inherentemente espacio-temporales. Rechazando la economía
política clásica y vulgar, así como el liberalismo económico y el marxismo economicista,
hizo hincapié en la amplia ubicación histórica y las especificidades espacio-temporales
específicas de la organización económica y las regularidades económicas. Por ello,
sustituyó la noción de mercato determinato (formas definidas de organización y
regulación de las relaciones de mercado con sus leyes de tendencia asociadas) por el
análisis económico transhistórico basado en las acciones del hombre económico
racional. Así pues, exploró el desarrollo dependiente en el Mezzogiorno y la tendencia
general al colonialismo interno en Italia; las interrelaciones entre los diferentes lugares
y espacios económicos, incluidas las variaciones geográficas en las relaciones entre la
ciudad y país y la forma en que las diferentes partes procuraban remodelar esta relación
(Gramsci 1971: 90-102); y la interconexión, la articulación y las tensiones reales o
potenciales entre las economías locales, regionales, nacionales, internacionales y
transnacionales. Estaba bien sintonizado con la división espacial del trabajo, las
cuestiones de la integración diferencial de las economías rurales, urbanas y regionales,
tanto dentro de un territorio nacional como en relación con el extranjero la importancia
de la escala en un mercado mundial emergente y el conflicto entre el lugar y el espacio.
Y prestó especial atención teóricamente y
Gramsci también era consciente de que la unidad territorial no aseguraba por sí misma
la unidad política Esto es evidente en su contraste entre Bodin y Maquiavelo:
Bodin sienta las bases de la ciencia política en Francia en un terreno mucho más
avanzado y complejo que el que Italia ofreció a Maquiavelo. Para Bodin la cuestión
no es la de fundar el Estado (nacional) aliado del territorio, es decir, remontarse a
la época de Luis XI, sino la de equilibrar las fuerzas sociales en conflicto dentro
de este Estado ya fuerte y bien implantado. A Bodin le interesa el momento del
consentimiento, no el momento de la fuerza. (1971: 142)
Conclusiones
Gramsci no sólo enfatizó la especificidad histórica de todas las relaciones sociales, sino
que también se sintonizó, de manera menos explícita, con su localización distintiva en
el lugar, el espacio y la escala. Así pues, casi todos sus conceptos cruciales son
sensibles a cuestiones de lugar, espacio y escala, así como a cuestiones de
periodización, estructuras históricas, coyunturas específicas y dinámicas sociales. Ya
sea que consideremos las relaciones de producción, el mercado determinado (mercato
determinato), el contraste entre el dinamismo del americanismo y el fordismo y el
relativo estancamiento de las economías planificadas europeas y soviéticas, las formas
de las relaciones de clase (económicas, políticas, intelectuales), la territorialidad de la
formación del Estado y las relativas fortalezas o debilidades de los Estados específicos
(considerados tanto en términos de política como de sociedad civil), las raíces
espaciales de los intelectuales y sus diferentes funciones en la organización económica,
política y moral, la naturaleza de las alianzas políticas, las formas apropiadas de
estrategia económico-corporativa, política y militar, etc., Gramsci emerge como un
pensador espacial tanto como un pensador histórico.
________________________
Este capítulo es una versión muy abreviada de "La selectividad estratégica del Estado":
Reflexiones sobre un tema de Poulantzas', Journal of the Hellenic Diaspora, 25 (1-2), 1999, 1-
37. También incorpora elementos de mi Nicos Poulantzas: Teoría Marxista y Estrategia Política,
New York St Martins Press, 1985.
Poulantzas enfatizó que la piedra angular del poder en las formaciones divididas en
clases es el poder de clase. Esto se basa en el poder económico y las relaciones de
producción más que en el Estado. Sin embargo, dado el papel determinante en última
instancia de las relaciones de producción, Poulantzas también sostuvo que el poder
político es primordial. Ya que los cambios en el poder del Estado condicionan todas las
demás transformaciones esenciales en las relaciones de clase y no clase. Así, de una
manera que recuerda a Foucault (véase el capítulo 6), Poulantzas subrayó
continuamente la positividad y la ubicuidad del Estado en la constitución y reproducción
de las relaciones de producción. Consideraba que el Estado era "el factor que
concentra, condensa, materializa y encarna las relaciones político-ideológicas en una
forma específica del modo de producción dado" (1978b: 27). Por lo tanto, el Estado está
en todas partes. De hecho, Poulantzas argumentó que "no podemos imaginar ningún
fenómeno social (cualquier conocimiento, poder, lenguaje o escritura) como se plantea
en un estado anterior al Estado: ya que toda la realidad social debe estar en relación
con el Estado y con las divisiones de clase" (1978b: 39). Toda realidad social debe ser
concebida como el mantenimiento de relaciones constitutivas con el Estado. Esto
implica relaciones de clase y no clase, ya que el Estado interviene en todas las
relaciones de poder y les asigna pertinencia de clase y las enreda en la red de poderes
económicos, políticos e ideológicos de la clase dominante (1978b: 40, 43). Sin
embargo, como las relaciones de clase son siempre y necesariamente relaciones de
lucha, se resisten a la integración en los aparatos y tienden a escapar a todo control
institucional. En este sentido, en efecto, los mecanismos de poder son autolimitados.
Pues siempre incorporan y condensan las luchas de las clases dominadas sin
necesariamente integrarlas y absorberlas plenamente. La lucha de clases siempre tiene
primacía sobre las instituciones-aparatos de poder (1978b: 149-52). Y, debido a que
tanto las luchas de clase como las que no lo son escapan al control del Estado, el poder
estatal es siempre provisional, frágil y limitado (1978b: 43-5).
Estado capitalista implicaba más que relacionarlo con la división social del trabajo y la
lucha de clases en general. Esto supondría el riesgo de subsumir todas sus formas bajo
una indiferente 'dictadura de la burguesía' (1978b: 158). En cambio, el Estado
capitalista debe ser considerado como un fenómeno político sui generis y relacionado
con las especificidades de la lucha política de clases en diferentes coyunturas (1978b:
123-6). Esto requiere prestar atención a la forma en que la lucha política de clases se
reproduce y transforma dentro del aparato estatal para asegurar la dominación política
burguesa.
6
“A fortiori“ es una locución latina que significa ‘con mayor motivo’.
es un bloque monolítico ni simplemente un sujeto jurídico soberano. En cambio, sus
diferentes aparatos, secciones y niveles sirven como centros de poder para diferentes
fracciones o alianzas fraccionarias en el bloque de poder y/o como centros de
resistencia para diferentes elementos entre las masas populares. Así pues, el Estado
debe entenderse como un campo estratégico formado por redes de poder que se
entrecruzan y que constituye un terreno favorable para la maniobra política de la
fracción hegemónica (1978b: 136, 138). Es en la constitución de este terreno que el
Estado ayuda a organizar el bloque de poder.
a distancia del Estado también puede afectar los cálculos estratégicos de las fracciones
dentro del bloque de poder. Esto se muestra en el eventual colapso de las dictaduras
militares de Grecia, España y Portugal (1978b: 143-4).
En general, esto implica que las luchas populares atraviesan el sistema estatal de arriba
a abajo. Esto no significa que sus puntas de lanza dentro del Estado funcionen de la
misma manera que los centros de poder ocupados por diferentes fracciones del bloque
de poder. Porque esto sugeriría que existe una situación permanente de "poder dual"
dentro del Estado capitalista, de tal manera que representa el poder político tanto de la
clase obrera y del capital. En cambio, Poulantzas afirmaba que las masas populares
sólo tenían centros de resistencia dentro del Estado. Estos pueden oponerse al poder
real de la clase dominante pero no pueden promover los intereses políticos a largo plazo
de las fuerzas populares. Por último, señaló que estas últimas también pueden
presionar al Estado capitalista mediante el establecimiento de movimientos para la
democracia de base, redes de autogestión, etc., que desafían las formas normales de
representación democrática liberal (1978b: 144-5).
Por último, Poulantzas también consideró el papel distintivo del personal del Estado.
Señaló que la ideología dominante podría ayudar a unificar las funciones del sistema
estatal. Pero también argumentó que no podía eliminar las disputas y divisiones
internas que se producen dentro del Estado debido a la afiliación de clase diferencial
del personal del Estado. No obstante, como el personal del Estado supuestamente vive
su revuelta a través de la ideología dominante, rara vez cuestiona la división social del
trabajo entre gobernantes y gobernados o entre trabajo mental y manual. Por lo tanto,
no están dispuestos a apoyar las iniciativas de las bases y la autogestión y tratarían de
mantener la continuidad del aparato estatal durante cualquier transición al socialismo
democrático, no sólo para defender sus intereses "económico-empresariales", sino
también debido a su estatolatria7 más general, sus opiniones sobre el interés nacional,
etc. Por lo tanto, el movimiento socialista debe tratar "suavemente" al personal del
Estado durante el período de transición, cuando las estructuras del Estado deben ser
radicalmente reorganizadas (1978b: 154-8).
7 Estatolatria (statolatry): adoración del estado, defensa de un gobierno nacional altamente centralizado y todopoderoso.
Apareció por primera vez en la Doctrina del fascismo de Giovanni Gentile , publicada en 1931 con el nombre de Mussolini , y
también se mencionó en los Cuadernos de la Cárcel de Gramsci (1971) en algún momento entre 1931-1932, mientras estaba
encarcelado por Mussolini. El mismo año, la encíclica Non abbiamo bisogno del Papa Pío XI criticaba a la Italia fascista por
desarrollar "un culto pagano del estado", al que llamó "estatolatría"
políticas estatales cuando se las considera en términos de lo que Foucault llama la
"microfísica del poder" (Poulantzas 1978b: 132, 135-6, 229; cf. 1974: 329-30; 1976a:
49-50, 84). Sin embargo, Poulantzas también argumentó que la organización del Estado
como terreno estratégico asegura que se imponga una línea general a estas
micropolíticas diversificadas (1978b: 135,
136). Esta línea general surge de manera compleja de la matriz institucional del Estado
y del choque de estrategias y tácticas específicas. No se reduce únicamente a los
efectos del Estado como conjunto institucional, porque siempre está atravesado por
contradicciones y conflictos de clase. Por lo tanto, en contraste con el término
"selectividad estructural", que tomó de Offe (1972) y que implica limitaciones
invariables, el enfoque de Poulantzas se describe mejor como una "selectividad
estratégica". La línea general emergente tampoco se reduce a la aplicación más o
menos exitosa de una estrategia coherente y global2 establecida en la cúspide de todo
el sistema estatal (1978b: 135-6). Pues sólo la interacción de la matriz estructural del
Estado y las estrategias específicas seguidas por las diferentes fuerzas es lo que
explica la línea general.
Poulantzas argumentó que el Estado es una relación social. Esto excluye cualquier
tratamiento del Estado, ya sea como un simple instrumento o como un sujeto. Por lo
tanto, aunque Poulantzas obviamente subrayó la importancia del equilibrio cambiante
de las fuerzas de clase en su enfoque del poder del Estado, igualmente puso en duda
que el Estado sea de alguna manera neutral entre las clases. En lugar de ello, se trata
de una condensación material del equilibrio entre las fuerzas de clase en la medida en
que el Estado ayuda realmente a constituir ese equilibrio en lugar de simplemente
reflejarlo. Poulantzas también trata al Estado como un conjunto institucional más que
como un sujeto político unitario. Está lleno de contradicciones y no tiene poder político
propio. Aunque el valor diacrítico de este argumento es claro, su contenido teórico
positivo es menos obvio.
capital como relación social, esto puede reformularse de la siguiente manera: el poder
del Estado (no el aparato estatal como tal) debe considerarse como una condensación
determinada por la forma del equilibrio de fuerzas en la lucha política y políticamente
relevante. Esta reformulación combina los temas de una forma necesariamente
específica, la condensación material y el equilibrio de fuerzas. La exploración de este
tema implica dos cuestiones. En primer lugar, debemos examinar la forma del Estado
como un conjunto institucional complejo con un patrón específico de "selectividad
estratégica" que refleja y modifica el equilibrio de las fuerzas de clase; y, en segundo
lugar, considerar la constitución de estas fuerzas de clase y sus estrategias en sí
mismas, incluida su capacidad para reflexionar y responder a las selectividades
estratégicas inscritas en el Estado en su conjunto. En resumen, desde el punto de vista
estratégico-relacional, la eficacia del Estado siempre está conformada por capacidades
y fuerzas que están más allá de él. En efecto, como señala Poulantzas, las luchas de
clase tienen primacía sobre el Estado y se extienden mucho más allá de él; además,
lejos de agotarse por las relaciones de clase, las relaciones de poder también pueden
ir más allá de ellas (1978b: 43).
Re - Leyendo a Poulantzas
distinción construida socialmente entre las esferas pública y privada, o entre la sociedad
política y la sociedad civil. Ellos sirven para excluir a las masas populares de la
participación plena y efectiva en el poder político (1978b: 56). Se requieren habilidades
intelectuales particulares para la participación, especialmente porque el discurso oficial
y el secreto burocrático oscurecen las realidades del poder político. Estos vínculos
también conforman la matriz institucional e ideológica en la que los intelectuales y
funcionarios inscritos en el Estado tratan de unificar el bloque de poder y asegurar su
hegemonía popular (1978b: 57-62).
real sin tener en cuenta las formalidades constitucionales. Así, el aparato dominante
duplicará las ramas subordinadas, establecerá sus propias "redes paralelas de poder",
penetrará en el personal de otros aparatos, cortocircuitará la toma de decisiones en
otros lugares del sistema estatal, reorganizará las jerarquías tradicionales de poder
cuando sea apropiado y cambiará los relés (relevadores) y circuitos de poder para que
se adapten a los intereses globales de la fracción hegemónica (1978b: 137; cf. 1976b:
41-2). Esto puede lograrse de varias maneras y el partido de "masa" dominante (sic)
desempeña aquí un papel crucial en el estatismo autoritario (1978b: 232-40).
Pero estos mecanismos deben ser examinados en relación con las estrategias y
tácticas del Estado. A veces las estrategias y tácticas necesarias para la dominación
de la clase política son formuladas y expresadas abiertamente por el Estado (aunque a
través de un discurso oficial opaco y diversificado). Pero la estrategia apropiada más a
menudo sólo surge ex post mediante la colisión entre micro-políticas y proyectos
políticos mutuamente contradictorios formulados en diferentes partes del sistema
estatal. Así, en una fraseología que recuerda de manera sorprendente al Foucault
contemporáneo, Poulantzas escribe que, aunque la línea general de la política del
Estado es "ciertamente descifrable en términos de cálculo estratégico", "a menudo no
se conoce de antemano dentro (y por) el propio Estado" (1978b: 136, 33). No debe
considerarse como "la formulación racional de un proyecto coherente y global" (1978b:
136) y, de hecho, "no siempre es susceptible de una formulación racional" (1978b: 33,
traducción corregida). En resumen, Poulantzas recurrió, no a una causalidad puramente
estructural a la Althusser, sino a una causalidad estratégica: Esto explica la política de
Estado en términos de un proceso de cálculo estratégico sin un sujeto calculador.
Así, en un lenguaje que parece coquetear una vez más con el modo de expresión de
Foucault, Poulantzas argumentó que la unidad de la dominación de la clase política
debe explicarse a través de la codificación estratégica de las relaciones de poder. El
Estado es
No se puede ejercer ningún poder en este campo sin una serie de propósitos y
objetivos. Sin embargo, no se puede decir que ningún individuo, grupo o sujeto de clase
haya elegido o decidido el resultado final de los juegos de micro-poder en conflicto. Por
lo tanto, la dominación de la clase política es tanto intencional como no subjetiva.
En resumen, mientras que los Estados normales corresponden a coyunturas en las que
la hegemonía burguesa es estable y segura, los estados excepcionales son respuestas
a una crisis de hegemonía. Este contraste básico se refleja en cuatro conjuntos de
diferencias institucionales y operativas entre las dos formas de Estado. En primer lugar,
mientras que el Estado normal tiene instituciones democráticas representativas con
sufragio universal y partidos políticos que compiten entre sí, los Estados excepcionales
suspenden el principio electoral (aparte de los plebiscitos y/o referendos estrechamente
controlados desde arriba) y ponen fin al sistema plural de partidos (1974: 123, 230;
1973: 324-7; 1976a: 42, 91.114). En segundo lugar, mientras que el traspaso de poder
en los estados normales sigue las normas constitucionales y legales y se produce de
forma estable y previsible, los estados excepcionales suspenden el Estado de derecho
para facilitar los cambios constitucionales y administrativos supuestamente necesarios
para ayudar a resolver la crisis hegemónica (1974: 226-7, 311; 1973: 320-4; 1978b: 87-
92). En tercer lugar, las AIEs9 en los estados normales suelen tener una condición
jurídica "privada" y gozan de una autonomía significativa respecto del control oficial del
gobierno. Por el contrario, las AIEs en los estados de excepción suelen estar
subordinadas al aparato represivo de Estado (ARE)10 y carecen de una verdadera
independencia. Esta subordinación sirve para legitimar el creciente recurso a la
coacción y ayuda a superar la crisis ideológica que acompaña a una crisis de
hegemonía (1973: 314-8; 1976a: 113-14). Y, en cuarto lugar, la separación formal de
poderes en el seno de la ARE se reduce aún más mediante la infiltración de ramas y
centros de poder subordinados por parte de la rama dominante y/o mediante la
expansión de redes de poder paralelas y correas de transmisión que atraviesan y unen
las diferentes ramas y centros. Esto produce una mayor centralización del control
político y multiplica sus puntos de aplicación en el Estado. Esto sirve para reorganizar
la hegemonía, contrarrestar las divisiones internas y las resistencias internas de
9 Ideological State Apparatuses (ISA) ó Aparatos Ideológicos de Estado (AIE) definiciones propuestas por Althusser.
10 Repressive state apparatus (RSA) ó Aparatos represivos de Estado (ARE).
cortocircuito, y asegurar la flexibilidad frente a la inercia burocrática (1973: 315-16, 327-
30; 1976a: 50, 92, 100-1; 1978b: 87-92).
insistió en que ningún régimen excepcional puede asegurar el tipo de regulación flexible
y orgánica de las fuerzas sociales y la circulación fluida de la hegemonía que se da en
las democracias liberales burguesas (1976a: 124). Por consiguiente, así como el paso
de un estado normal a uno de excepción implica crisis y rupturas políticas en lugar de
seguir un camino continuo y lineal, así también el paso de una forma de excepción a
una normal implicará una serie de rupturas y crisis en lugar de un simple proceso de
autotransformación. Esto pone en primer plano la lucha de la clase política para lograr
la hegemonía sobre el proceso de democratización. En efecto, Poulantzas insistió en
que el carácter de clase del estado normal variará significativamente con el resultado
de esta lucha (1976a: 90 7, 124, y passim; véase también 1976b: 20-4, 30-8).
Basándose en este análisis, Poulantzas argumentó que una nueva forma de Estado
estaba emergiendo en las sociedades capitalistas avanzadas. Llamó a esto "estatismo
autoritario" e identificó su tendencia básica de desarrollo como "un control estatal
intensificado sobre todas las esferas de la vida socioeconómica combinado con un
declive radical de las instituciones de la democracia política y con un recorte draconiano
y multiforme de las llamadas libertades "formales"" (1978b: 203-4). Esto implica un
aumento de las funciones del poder ejecutivo, su "partido estatal dominante" (cuya
función es actuar como correa de transmisión desde el Estado al pueblo en lugar de
desde el pueblo al Estado) y una nueva ideología antidemocrática. Esto socava la ya
limitada participación de las masas en la toma de decisiones políticas, debilita
gravemente el funcionamiento orgánico del sistema de partidos (incluso cuando una
pluralidad de partidos sobrevive intacta) y mina la vitalidad de las formas democráticas
del discurso político. En consecuencia, hay menos obstáculos para la continua
penetración de las formas autoritarias-estatistas en todos los ámbitos de la vida social.
Si bien no hay que sobrestimar las capacidades del Estado y sus tecnologías de poder
ni subestimar las capacidades de resistencia, las tendencias que Poulantzas identificó
son aún más marcadas ahora que hace treinta años.
Debemos recordar que Poulantzas operaba con múltiples niveles de análisis. Trató el
estatismo autoritario como una nueva forma del tipo de Estado capitalista en el actual
período de capitalismo que caracterizó a los estados capitalistas metropolitanos y
dependientes por igual. Podía asociarse a diferentes formas de régimen: más neoliberal
en Francia, por ejemplo, más autoritario en Alemania (cf. Poulantzas 1979b). Así pues,
al tiempo que llamaba la atención sobre estas tendencias generales, era también muy
consciente de que su realización y su impacto podían variar y que el grado de
consolación del estatismo autoritario dependía de las medidas adoptadas para
combatirlo y resistirlo tanto como para fomentarlo. Tanto los argumentos teóricos como
las implicaciones políticas merecerían un estudio más profundo.
Hay dos cuestiones en juego aquí. En primer lugar, dado que el poder del Estado es
una forma determinada de condensación de las fuerzas en lucha, el significado de las
estrategias particulares perseguidas por agentes particulares varía con la naturaleza
del Estado. Los diferentes tipos de Estado y régimen político recompensan
selectivamente diferentes tipos de agentes y estrategias. En segundo lugar, dado
nuevamente que el poder estatal es una condensación de fuerzas en lucha determinada
por la forma, el aparato estatal y su capacidad de actuar dependen en gran medida de
las capacidades y los objetivos de las fuerzas representadas en el Estado, que luchan
por transformarlo (o impedir su transformación) y que operan a distancia de él. Las
fuerzas sociales no son meros Tràger (portadores) de identidades e intereses de clase
preconstituidos, sino agentes activos, que reflexionan sobre sus identidades e intereses
en coyunturas específicas, con todo lo que ello implica para cambiar los horizontes de
acción. Así pues, los distintos tipos de Estado y de régimen político serán más o menos
vulnerables a los distintos tipos de estrategia que apliquen los distintos bloques o
alianzas y esta vulnerabilidad cambiará con el equilibrio general de fuerzas en una
compleja guerra de maniobras y tácticas.
Dos breves ilustraciones deben bastar aquí. En primer lugar, durante el paso de la
ofensiva de la clase obrera en el ascenso del fascismo italiano, el movimiento fascista
consistía principalmente en bandas armadas financiadas por el gran capital, los grandes
terratenientes y los campesinos ricos para llevar a cabo su contraataque. Durante la
fase de relativa estabilización, las bandas fascistas fueron abandonadas por el bloque
de poder y el fascismo intentó transformarse en un partido de masas: Con el
lanzamiento de la ofensiva burguesa, el movimiento fascista se transformó cada vez
más en un partido de masas y fue una vez más abiertamente mantenido por los grandes
círculos capitalistas. Inicialmente el partido fascista representaba genuinamente los
intereses políticos a corto plazo
Aunque esto tiende a excluir a las masas populares del control directo del poder estatal,
Tanto para la organización espacial como temporal, Poulantzas subraya que el Estado
siempre modifica los elementos supuestamente "naturales" pre-dados de la naturaleza
de la nación. Así, siempre integra elementos como la unidad económica, el territorio, el
lenguaje, la tradición, etc., en la matriz básica espacio-temporal del capitalismo. De
hecho, Poulantzas es cuidadoso en contrastar la organización espacial y temporal de
las sociedades capitalistas con las de los sistemas antiguos y feudales y en trazar sus
implicaciones para las divisiones entre naciones, entre pueblos civilizados y bárbaros,
y entre creyentes e infieles, respectivamente. A este respecto, subraya que la nación
moderna es siempre un producto de la intervención del Estado y no debe considerarse
como pre política o primitiva (1978b: 94, 96-103, 108-10, 113).
Poulantzas también enfatiza que las concepciones de tiempo, espacio y nación están
sobre determinadas por la lucha de clases. Hay variantes burguesas y proletarias de la
matriz espacio-temporal capitalista y también hay versiones de clase contrastadas de
la nación. La nación moderna no es sólo la creación de la burguesía, sino que refleja
una relación de fuerzas entre las clases sociales "modernas". Sin embargo, sigue
estando marcada de manera preeminente por el desarrollo de la burguesía. En efecto,
incluso cuando el capitalismo está en proceso de transnacionalización, la reproducción
burguesa sigue centrada en el Estado-nación. Así pues, la nación moderna, el Estado
nacional y la burguesía están íntimamente ligados y todos se constituyen en el mismo
terreno de relaciones capitalistas. Poulantzas concluye que "la nación moderna está
inscrita en el Estado, y es este Estado nacional el que organiza a la burguesía como
clase dominante" (1978b: 117).
Conclusiones
El legado de un teórico no consiste en sus restos literarios, sino en cómo son retomados
y utilizados por sus contemporáneos y sucesores. Por lo tanto, un legado llega a incluir
mucho más que los archivos literarios originales (y bien puede, paradójicamente,
marginar o excluir a algunos de ellos). Se trata de los usos, a menudo no intencionados
o perversos, a menudo sintéticos o eclécticos, a menudo como puntos de referencia
controvertidos o negativos, a menudo secundarios o marginales, que hacen de estos
restos las generaciones posteriores. O, como dice Prezzolini, "la vida real de un autor
emana de sus lectores, discípulos, comentaristas, oponentes, críticos. Un autor no tiene
otra existencia" (1967: 190). En resumen, la influencia de los teóricos, para bien o para
mal, continúa mientras su trabajo deje huellas identificables en el trabajo de otros. En
estos términos, el legado de Poulantzas es ambivalente. Él contribuyó
significativamente a la agenda
Pero su trabajo sigue siendo una fuente fundamental para una continua tradición crítica
de la teoría del Estado y puede facilitar los avances en los análisis convencionales
"centrados en la sociedad", así como en los más recientes análisis "centrados en el
Estado". También hay un gran valor en su enfoque estratégico-relacional. Lo que está
en juego aquí es la continuación del trabajo inacabado de una revolución teórica
fundamental en los análisis marxistas del Estado. Debemos abordar su trabajo con el
mismo espíritu crítico que el adoptado por Poulantzas en sus propios estudios: apreciar
sus significativas rupturas teóricas, llenar sus lagunas, evaluar su relevancia para los
nuevos problemas y corrientes teóricas, desarrollarla en nuevas direcciones.
Afortunadamente, en los últimos años hay algunas evidencias de un resurgimiento de
Poulantzas, ya que los académicos leen sus estudios de extensa obra y evalúan sus
implicaciones contemporáneas en lugar de buscar atajos a través del debate
Poulantzas-Miliband (para cuatro ejemplos, véase Aronowitz y Bratsis 2002; Bretthauer
y otros 2006; y Demirović 2007; y, en relación con Miliband también, Wetherly y otros
2007).
6
En este capítulo se revisa el análisis del poder de Foucault a la luz de sus conferencias
sobre la gubernamentalidad y la biopolítica en Defender la sociedad (1975-6, traducidas
en 2003), Seguridad, territorio y población (1977-8, publicada por primera vez en 2004a)
y Nacimiento de la biopolítica (1978-9, publicada por primera vez en 2004b). Foucault
es conocido tanto por sus críticas a la teoría del Estado como por su propio enfoque de
abajo hacia arriba del poder (Podrías ser (¿?): “como por su propio enfoque micropolítico”). Sin
embargo, estas conferencias, especialmente la de la gubernamentalidad, se centran de
manera decisiva en las formas cambiantes de la estatalidad y el arte del gobernar, y su
consiguiente papel en la reproducción capitalista. Este giro arroja nueva luz sobre el
supuesto antiestatismo y antimarxismo de Foucault y ofrece nuevas perspectivas sobre
la naturaleza compleja e inquieta de su desarrollo intelectual. Para mostrar esto, reviso
la hostilidad de Foucault al marxismo y a las teorías del Estado, comparo el trabajo de
Poulantzas y Foucault para evaluar hasta qué punto las críticas de este último al
marxismo se aplican a un teórico estratégico-relacional del poder estatal, luego
considero el aparente giro de Foucault desde la microfísica y la microdiversidad de las
relaciones de poder a su macrofísica y codificación estratégica a través del Estado
normalizador y gubernamentalizado, y, finalmente, sugiero cómo desarrollar un relato
evolutivo de la formación del Estado sobre la base de estos nuevos argumentos acerca
de las formas emergentes del arte gobernar. Esta intervención no pretende descubrir la
esencia oculta del interés de Foucault por la gubernamentalidad, sino que pretende
simplemente ofrecer una lectura alternativa junto a los relatos más convencionales de
esta etapa de su obra.
11
Este capítulo es una versión revisada y ampliada de "From micro-powers to governmentality:
Foucault’s work on statehood, state formation, statecraft, and state power”, en Political Geograph 26 (1),
2007, 34-40; e incluye también material de State Theory (1990b) y Pouvoir et stratégies chez Poulantzas
et Foucault, Actuel Marx, 36, 2004, 89-107.
Foucault y la “crisis del marxismo”
Pero la crisis posterior al 68 parecía más seria y muchos dudaban que podría resolverse
simplemente reviviendo o revisando el marxismo tradicional. En efecto, mayo de 1968
desencadenó una fuerte reacción teórica contra el marxismo ortodoxo y estructural
(Ferry y Renaut 1985). Su expresión más extrema fue la virulentamente antimarxista,
post-gauchista, post-moderna, nouvelle philosophie (Dews 1979; Resch 1992). Más
templados fueron los intentos de rescatar al marxismo de su supuesta
sobreidentificación con el comunismo ortodoxo y el estalinismo recurriendo a otras
teorías. Estas incluían el existencialismo, el estructuralismo, el postestructuralismo, el
psicoanálisis, la lingüística y la obra de Foucault (Cartel 1984: 20-40; para las
reflexiones de Foucault de mayo de 1968 sobre el clima intelectual cambiante, véase
1997: 115-125).
A pesar de ello, "Foucault mantuvo una especie de ‘diálogo ininterrumpido’ con Marx,
[quien] de hecho no desconocía la cuestión del poder y sus disciplinas" (Fontana y
Bertani 2003: 277). Así pues, podemos encontrar referencias cada vez más amables,
pero generalmente encubiertas hacia algunos temas centrales de la crítica de Marx a
la economía política, algunas de ellas deliberadas y provocativamente no declaradas,
así como con un aparente compromiso con algunas corrientes contemporáneas menos
reduccionistas fuera del "marxismo oficial" (Balibar 1992; Elden 2008; Kaly vas 2004;
Lemke 2003). Así pues, comenzó a argumentar que el capitalismo ha penetrado
profundamente en nuestra existencia, especialmente porque requería diversas técnicas
de poder para permitir que el capital explotara los cuerpos de las personas y su tiempo,
transformándolos en fuerza de trabajo y tiempo de trabajo, respectivamente, para crear
un superávit de beneficios (Foucault 2003: 32-7; véase también Marsden 1999). Esto
llevó a Balibar a sugerir que Foucault pasó de una ruptura a una alianza táctica con el
marxismo, "[con] la primera implicando una crítica global del marxismo como "teoría";
la segunda un uso parcial de los principios o afirmaciones marxistas compatibles con el
marxismo (. ...) Así, de manera contradictoria, la oposición a la "teoría" marxista se hace
cada vez más profunda, mientras que la convergencia de los análisis y conceptos
tomados de Marx se hace cada vez más significativa" (Balibar 1992: 53).
Esto parece ser una respuesta al impacto catártico de mayo de 1968, porque ambos
pensadores superaron sus anteriores enfoques teóricos y se centraron cada vez más,
cada uno a su manera, en las complejidades del poder, la resistencia y su codificación
estratégica. De hecho, la confusa coyuntura política y teórica de 1972-7 fue
especialmente creativa para ambos pensadores (sobre Foucault, véase Gordon 1980:
ix). Es particularmente interesante observar cómo ambos desarrollaron enfoques
relacionales del Estado, con Poulantzas haciendo más hincapié en la estrategia en su
obra posterior en comparación con el período anterior y Foucault interesándose más en
la codificación institucional de las relaciones de poder en el Estado en comparación con
su anterior énfasis en la microfísica del poder. De hecho, Poulantzas era mucho menos
"marxista" ortodoxo y mucho más "foucaultiano" de lo que muchos críticos sugieren.
Por el contrario, mientras que Foucault era un crítico vehemente del marxismo
distorsionado por los apparatchiks del partido comunista y el teorema perezoso o
egoísta, no era en absoluto hostil a los conceptos y argumentos de la crítica marxista
de la economía política. Hay ocho áreas principales de convergencia teórica entre los
contemporáneos. Al enumerarlas, a veces me centraré en la figura cuya posición es
más sorprendente en términos de la sabiduría convencional sobre los dos pensadores.
3. Cada uno de ellos adoptó un enfoque relacional del poder y exploró los
vínculos entre el poder y las estrategias. De hecho, mientras que Poulantzas
(1973) se anticipó a Foucault a este respecto al tratar el poder como la
capacidad de realizar intereses en una coyuntura específica, pasó a integrar
las ideas foucaultianas en su emergente enfoque estratégico-relacional del
Estado. Más tarde examinó los complejos vínculos entre los intereses de
clase, el poder de clase y las estrategias de clase y, finalmente, concluyó que
el poder del Estado es la condensación material del equilibrio de las fuerzas
de clase en la lucha. Foucault desarrolló su análisis relacional del poder
durante el mismo período y, tras haber hecho hincapié inicialmente en la
microfísica del poder, pronto pasó al papel del Estado en la codificación
estratégica de las relaciones de poder.
4. Cada uno insistió en que el poder siempre está correlacionado con la
resistencia. Poulantzas se basó inicialmente en el carácter antagónico de las
relaciones sociales de producción en las sociedades divididas en clases y sus
repercusiones en el ámbito político e ideológico. Más tarde se acercó al
lenguaje foucaultiano para ampliar esta afirmación, señalando que "no hay
clases sociales antes de su oposición en la lucha" y que la lucha de clases
nunca está en una posición de exterioridad a las relaciones de clase: son
coetáneas (1978b: 27, cf. 45, 141, 145; compárese con Foucault 1980a: 95).
5. Estuvieron de acuerdo en tratar al poder como algo productivo y positivo en
lugar de simplemente represivo y negativo. Ya a mediados de la década de
1970 Poulantzas había rechazado implícitamente la "hipótesis nietzscheana"
de que el poder es represivo, censurador y negativo; y aceptó que podía tener
funciones productivas, normalizadoras y positivas en lo que respecta a las
relaciones de producción, la organización de las concesiones materiales, la
unificación del bloque de poder, la producción de conocimientos, la
configuración de la matriz espacio-temporal de las sociedades capitalistas,
etc. (1975, 1976a, 1978b). Y, si bien Foucault rechazó inicialmente el poder a
la manera nietzscheana como mecanismo represivo, pasó a desarrollar una
lectura más positiva y productiva (véase más adelante).
6. Mientras que Foucault es amplia y acertadamente célebre por sus análisis de
la implicación mutua del poder y el conocimiento, Poulantzas señaló cómo la
dominación política e ideológica de clase se reproducía en parte a través de
la división mental-manual del trabajo y sus consecuencias para la exclusión
de la clase obrera y otros elementos subalternos del "secreto o conocimiento"
(1975: 31, 180, 233, 237-4O, 249, 255, 274-5, 322-3). Poulantzas también
sugirió que la investigación básica, la tecnología, la gestión y la organización
burocrática están estrechamente entrelazadas con la ideología dominante, y
añadió que esto implica prácticas materiales específicas de dominación
ideológica, así como ideas (1975: 181, 236-8, 240, 255).
7. Ambos eran críticos acérrimos del fascismo y el estalinismo, pero también
señalaron las continuidades entre la democracia liberal y las formas fascistas
y estalinistas de totalitarismo basadas en la matriz de la estatalidad, con su
construcción social de una distinción variable entre lo público y lo privado, la
individualización de los sujetos políticos y el papel del nacionalismo en el
Estado moderno (Poulantzas 1974: 320-4; 1978b: 72-4; Foucault 1995). A
finales del decenio de 1970, ambos pensadores se ocuparon de la
reestructuración del Estado de bienestar de la posguerra, las nuevas
tendencias autoritarias y el auge del neoliberalismo (Foucault 2004b;
Poulantzas 1978b).
8. Después de mayo de 1968 y el desarrollo de nuevas formas de lucha, ambos
pensadores se interesaron en las "micro-revoluciones", los movimientos de
base y lo que Poulantzas denominó "luchas a distancia del Estado". Además,
mientras que Poulantzas criticó a Foucault por insistir en que las micro-
revoluciones sólo podían tener éxito si permanecían dispersas y
descoordinadas, Foucault aceptó más tarde que las diferentes formas de
resistencia tendrían que ser reajustadas, reforzadas y transformadas por
estrategias globales de transformación de la sociedad (1980a: 96; 1980b: 159,
203; 1979b: 60).
A pesar de estas convergencias (o, tal vez, debido a ellas) Poulantzas criticó a
Foucault en varias ocasiones, especialmente en las zonas donde se habían
producido. Foucault no destacó a su antagonista por una atención especial en sus
frecuentes críticas a diversas posiciones marxistas contemporáneas. No obstante,
su trabajo posterior muestra algunas convergencias interesantes, aunque
generalmente no reconocidas y quizás no intencionadas, hacia posiciones marxistas
más sofisticadas, incluyendo las de Gramsci y Poulantzas. Antes de resumir las
críticas de Poulantzas, debe notarse que las mismas fueron dirigidas contra la
analítica del poder en Vigilar y castigar (1975 / 1979a) e Historia de la Sexualidad,
Volumen 1 (1976/1980a). Poulantzas no tuvo (o no quiso tener) en cuenta las
conferencias del Collège de France (1976-9) cuando Foucault dirigió su atención a
la gubernamentalidad. Éstas son especialmente interesantes porque contienen la
autocrítica de Foucault por haber cometido algunos de los errores criticados por
Poulantzas, así como otros que no había identificado. El hecho de que se produjeran
estas autocríticas y correcciones no implica que respondiera directamente a las
críticas de Poulantzas. Las presento a continuación en forma de una crítica de
Poulantzas seguida de una posible respuesta de Foucault.
En segundo lugar, al argumentar que el poder no tiene bases más allá de la propia
relación de poder, Foucault implica asumir las modalidades de su ejercicio a través
de muchos sitios dispersos (Poulantzas 1978b: 70). Aunque esto puede ser válido
para los primeros análisis del poder en Vigilar y castigar, Foucault insistió más tarde
en que su trabajo sobre las tecnologías del poder no eran una “metafísica del poder
con P mayúscula”. De hecho, en una referencia posiblemente indirecta a Poulantzas,
Foucault criticó a los "marxistas" franceses que sostienen que el poder para mí es
"endógeno" y que me gustaría construir un círculo ontológico real y verdadero,
deduciendo el poder del poder. Por el contrario, él "siempre trató de hacer justo lo
contrario" (1978:185). Así pues, el poder siempre opera sobre diferenciaciones
preexistentes y puede implicar diferentes medios y mecanismos, diferentes objetivos,
diferentes formas de institucionalización y diferentes racionalizaciones (Foucault
2001: 337, 344-5; 1980b: 164). Foucault también sostuvo que las relaciones de poder
están entrelazadas con otros tipos de relaciones (producción, parentesco, familia,
sexualidad) para las que desempeñan a la vez un papel condicionante y
condicionado (2001: 425). Y sugirió que los tipos de poder varían según cómo se
articulan estos diferentes aspectos. Por ejemplo, el monasterio y la prisión ilustraban
un énfasis en el poder y la obediencia; la orientación hacia un objetivo se
ejemplificaba en el taller o el hospital; el aprendizaje se basaba en la comunicación;
y la disciplina militar estaba saturada de los tres mecanismos de poder (2001: 83,
338-9). Foucault también argumentó que el Estado, a pesar de toda su omnipotencia,
no ocupa todo el campo de las relaciones de poder, y que sólo puede operar sobre
la base de otras relaciones de poder ya existentes, que invierte y coloniza en una
relación condicionada para generar una especie de “metapoder” que hace posible su
propio funcionamiento (1980a: 122-3). En efecto, como veremos más adelante,
sostuvo que 'las relaciones de poder han ido gobernándose progresivamente, es
decir, elaborándose, racionalizándose y centralizándose en forma de instituciones
estatales o bajo sus auspicios” (2001: 345). Esto explica por qué Barret-Kriegel pudo
observar más tarde que 'el pensamiento de Foucault abrió el camino para volver al
estudio del Estado y la ley' (1992: 192).
En cuarto lugar, Foucault destacó sólo el lado represivo y prohibitivo de la ley y sólo
el lado positivo y productivo del poder disciplinario (estatal). Por lo tanto, exageró el
significado general de las técnicas disciplinarias en el Estado moderno y su papel
particular como fuerza productiva y positiva para asegurar el cumplimiento
(Poulantzas 1978b: 77-8). Sin embargo, aunque estas críticas estaban bien dirigidas
a los anteriores análisis del poder de Foucault, no podían tener en cuenta su posterior
rechazo de tales posiciones en las conferencias inéditas del Collège de France. Así
pues, Foucault admitió que había hecho demasiado hincapié en el poder disciplinario
al adoptar la hipótesis represiva de Nietzsche y así comenzó a centrarse en el "arte
de gobernar" (la conducta de la conducta) como medio de asegurar la complicidad
activa de los sujetos de poder en su propia autorregulación. Los análisis posteriores
de Foucault sobre el liberalismo, los ordo-liberales y la Escuela de Chicago muestran
que reconoció la compleja articulación y las implicaciones mutuas de la represión
directa, el derecho constitucional, las medidas policiales y la autorregulación (véase
especialmente 2004a).
En quinto lugar, los análisis de Foucault son en última instancia descriptivos y, lo que
es peor, como en el estudio del Panoptico, también es funcionalista (Poulantzas
1978b: 67-8). Foucault negó haber descrito el Panoptico de Bentham como un
modelo práctico para el ejercicio del poder y afirmó que, en cambio, lo había tratado
como una construcción ideal-típica que nunca se llevó a cabo (Foucault 1978: 183).
Pero hay que admitir que Foucault ciertamente ofreció una genealogía del
"panoptismo" como una técnica, tecnología o diagrama de poder distintivo que se
encontraban en muchos sitios institucionales diferentes, que llegaron a caracterizar
a la sociedad disciplinaria del siglo XIX y que, independientemente de su compleja
genealogía, se movilizaron posteriormente al servicio del capitalismo industrial
(véase más adelante).
Mientras que Poulantzas dedicó su vida a la crítica del Estado capitalista, Foucault
tenía una antipatía por la teoría del Estado. De hecho, una vez afirmó que "Yo sí, yo
quiero, y debo dejar pasar la teoría del Estado, como uno lo haría con una comida
indigesta" (2004b: 78, mi traducción). Esto se refleja en su conocida hostilidad a las
teorizaciones generales sobre el Estado -ya sea análisis jurídicos-políticos, marxistas
o realistas- y su fundamento de poder y control en el Estado moderno, en la medida
en que existe, en las normas e instituciones sociales más que en la autoridad
soberana. Foucault destacó tres temas en su análisis "nominalista" del poder: es
inmanente en todas las relaciones sociales, articulado tanto con los discursos como
con las instituciones, y necesariamente polivalente porque su impacto y significado
varían con la forma en que las relaciones sociales, los discursos y las instituciones
se integran en diferentes estrategias. También se centró en las tecnologías del
poder, las relaciones de poder-conocimiento y las estrategias cambiantes para
estructurar y desplegar las relaciones de poder. Al desarrollar este análisis del poder,
Foucault rechazó los intentos de desarrollar cualquier teoría general sobre el poder
del Estado o sobre el poder en general que se basara en supuestos a priori sobre su
unidad esencial, sus funciones preestablecidas, su tendencia inherente a expandirse
a través de su propia dinámica de poder, o su despliegue estratégico global por parte
de un sujeto maestro (véase especialmente Foucault 1979b, 1980b, 2003: 27-31;
2004b: 79, 193-4).
Este fue un tema central de las dos series de conferencias consideradas aquí. Porque
estudiaron las teorías y prácticas cambiantes sobre el arte de gobernar, así como las
instituciones cambiantes y los conjuntos institucionales con los que dichas prácticas
estaban vinculadas. Así, Foucault identificó tres formas de gobierno: la soberanía, la
disciplina y la gubernamentalidad. La primera se asocia con el Estado medieval basado
en el derecho consuetudinario, el derecho escrito y los litigios, que se ocupa del control
de la tierra y la riqueza; la segunda se da con el surgimiento del Estado administrativo
de los siglos XV y XVI, basado en la regulación disciplinaria de los organismos
individuales en diferentes contextos institucionales; y la tercera con el Estado cada vez
más gubernamentalizado, que se remonta a finales del siglo XVI y se materializó en el
siglo XIX, cuando su preocupación se centró en adelante en el control de la masa
poblacional en su territorio más que en el control de la territorialidad como tal (2004a:
221; con la misma secuencia, pero con fechas diferentes, 2003: 37-9, 249-50). Además,
ampliando este relato, Foucault remontó las preocupaciones gubernamentales al
interés del siglo XVI por la administración de las monarquías territoriales; al desarrollo
en los siglos XVI y XVII de nuevos análisis y formas de conocimiento "estadístico", es
decir, conocimiento del Estado en todos sus elementos, dimensiones y factores de
poder; y, por último, al auge del mercantilismo y de la ciencia policial cameralista (o
Polizeiwissenschafi) (Foucault 2004a: 212). En este sentido, el auge del Estado
gubernamental implicó la gubernamentalización del Estado más que la estatización de
la sociedad, basada en una continua definición y redefinición de las competencias del
Estado y la división entre lo público y lo privado (2004a: 220-1).
Algunas de las ambigüedades y confusiones que rodean los análisis de Foucault sobre
el poder y su significado en la vida social pueden resolverse si distinguimos tres
momentos en el desarrollo de las relaciones de poder. Estos son la variación de los
objetos, sujetos, propósitos y tecnologías del poder; la selección de algunas tecnologías
y prácticas en lugar de otras; y la retención de algunas de ellas a su vez al integrarse
en estrategias más amplias y estables de poder estatal y/o de clase (o nacional o racial).
Estos tres momentos se superponen e interactúan en las relaciones sociales reales,
pero Foucault tendió a llegar a ellos (o, al menos, a elaborarlos) por separado en su
obra, centrándose primero en la variación genealógica, luego en la convergencia y
selección emergentes de diversas tecnologías de poder para delinear las condiciones
generales de dominación, ya que se considera que tienen utilidad económica o política
para una burguesía emergente, y por último en la codificación estratégica y la retención
de estas prácticas de gobierno para producir una estrategia global orientada a un
objetivo más o menos unificado. El primer paso introduce la conocida noción de
genealogía, cuya importancia es la que muchos comentaristas quitan a estos y a otros
textos anteriores. Sin embargo, mucho más interesante en esta trayectoria es que su
segundo y, aún más, su tercer paso reintroduce el poder estatal como un campo de
acción estratégico emergente crucial y vincula el poder estatal a cuestiones de
economía política capitalista y a los intereses de una clase burguesa emergente sin
tratar nunca al Estado, al capital o a la burguesía como fuerzas sociales dadas por
sentadas. Esto se incluye a veces en los comentarios, pero rara vez se destaca su
importancia para una explicación anti-esencialista, no teleológica y ex post funcionalista
del desarrollo capitalista y la formación del Estado.
En primer lugar, tras su rechazo más general de los intentos de proporcionar un relato
totalizador de los acontecimientos sociales, Foucault rechazó típicamente cualquier
suposición a priori de que las diferentes formas de poder estaban conectadas para
producir un patrón general de dominación de clase. Observó que las técnicas
disciplinarias del Estado moderno se originaban en lugares locales dispersos muy
alejados de los centros de poder estatal del Antiguo Régimen y muy alejados de los
lugares emergentes de producción capitalista. Así pues, la normalización disciplinaria
se centraba en la conducta de las personas que no estaban directamente involucradas
en la producción capitalista (por ejemplo, en asilos, prisiones, escuelas y cuarteles). En
segundo lugar, Foucault reconoció que algunas tecnologías y prácticas se
seleccionaban e integraban en otros sitios de poder. Así, mientras que Vigilar y Castigar
enfatizaba la dispersión de los mecanismos de poder, la Historia de la Sexualidad
comenzó a explorar cómo se combinaban diferentes mecanismos para producir un
orden social a través de una codificación estratégica que los hacía más coherentes y
complementarios; en esta y en una obra contemporánea, Defender la sociedad,
Foucault vincula esto explícitamente con el reconocimiento burgués de su rentabilidad
económica y utilidad política (1979a: 114, 125, 141; 2003: 30-3). En tercer lugar, exploró
la forma en que las relaciones de poder existentes no sólo se codificaban, sino que
también se consolidaban e institucionalizaban. El Estado es crucial aquí para combinar,
ordenar y fijar las micro-relaciones de poder, un proceso que se expresa en diversas
metáforas: la inmanente multiplicidad de relaciones y técnicas de poder son
"colonizadas", "utilizadas", "desplazadas", "extendidas", "alteradas", "reforzadas",
"transformadas", "fortalecidas", "invertidas", etc., en sus relaciones entre sí, y dentro de
"fenómenos más globales" y "poderes más generales" (Dean 1994: 157; Foucault 2003:
30-1).
Conclusiones
Foucault siempre rechazó los intentos de desarrollar una teoría general y cambió la
dirección y el argumento de acuerdo con sus cambiantes intereses y la cambiante
coyuntura política. Por eso no debemos buscar un "Foucault esencial". No obstante, los
tres cursos de conferencias sobre la gubernamentalidad (2003, 2004a, 2004b) indican
un interés creciente en los problemas complejos y contingentes de la economía política
y el arte de gobernar. Ciertamente, Foucault rechazó los crudos argumentos de la
"lógica del capital" sobre el desarrollo socioeconómico y las cuentas centradas en el
Estado. Pero sus "historias críticas y eficaces" se utilizaron cada vez más a mediados
y finales de los años setenta en cuestiones de economía política y la constitución
histórica del Estado de los siglos XVI a XX. Su enfoque novedoso y altamente
productivo también mostró cómo la economía y el Estado se organizaban cada vez más
de acuerdo con las características clave de la economía política capitalista, sin que
nunca pudieran reducirse a ella y sin que estas características a su vez estuvieran
totalmente predeterminadas. En este sentido, generalizando a partir de la relectura de
Marsden de Marx y Foucault sobre el capitalismo (1999), parece que, mientras que
Marx trata de explicar el porqué de la acumulación de capital y el poder del Estado, los
análisis de Foucault sobre la disciplinariedad y la gubernamentalidad tratan de explicar
el cómo de la explotación económica y la dominación política. Hay mucho más, por
supuesto, en la obra de Foucault en este período, pero esta relectura muestra que hay
más margen de lo que muchos creen para el diálogo entre los análisis críticos marxistas
y foucaultianos.
PARTE III
Este capítulo se inspira libremente en las teorías feministas, en los trabajos recientes
sobre la masculinidad y en algunas ideas de la "teoría queer". Su objetivo es mostrar la
naturaleza contingente y necesaria de los sesgos de género en la arquitectura
institucional y el funcionamiento del Estado y sugerir formas de explicarlo desde una
perspectiva realista crítica, estratégico-relacional. El capítulo tiene tres partes
principales. En ellas se abordan: a) las implicaciones del enfoque estratégico relacional
(EER) para el análisis de las selectividades de género; b) las selectividades de género
de los estados democráticos capitalistas avanzados; y c) algunas implicaciones de la
selectividad estratégica para la acción feminista. El capítulo termina con observaciones
generales sobre los problemas para describir y explicar las selectividades de género en
un marco anti-esencialista.
12Esta es una versión abreviada y actualizada de „Die geschlechtsspezifische Selektivitat des Staates“,
en E. Kreisky, S. Lang, y B. Sauer, eds, EU, Geschlecht, Staat, Vienna: Wien Universitatsverlag, 2001,
55-85.
adecuado análisis estratégico-relacional de las relaciones entre los géneros se referiría
a la constitución de identidades competitivas, inconsistentes e incluso contradictorias
tanto para hombres como para mujeres, su fundamento en discursos y fantasías sobre
la masculinidad y/o la feminidad,1 su inserción explícita y/o implícita en diversas
instituciones y prácticas materiales2, y su materialización físico-cultural en los cuerpos
humanos. Es especialmente importante la forma en que las construcciones específicas
de la masculinidad y la feminidad, sus identidades de género asociadas, intereses, roles
y formas corporales llegan a ser privilegiadas en los propios discursos, instituciones y
prácticas materiales de los Estados.
Este enfoque es muy útil para impugnar la tendencia recurrente a "naturalizar" el género
y las relaciones de género en lugar de analizarlas como construcciones sociales y/o
discursivas. Esta tendencia no se limita a los análisis de "corrientes masculinas", sino
que también se produce en gran parte de la labor feminista, especialmente en los
feminismos de primera y segunda ola (para una buena crítica, véase Fraser 1997; Scott
1999). Se han sugerido varias estrategias teóricas y políticas para superar esta
tendencia. Dos de ellas son dignas de mención aquí. En primer lugar, según la "teoría
queer", las identidades sexuales o de género (y, por analogía, todas las demás
identidades) tienden a ser ambivalentes e inestables y las orientaciones y prácticas
sexuales son "polimorfas". (Sobre el Estado, véase, por ejemplo, Duggan 1994; y para
una crítica de algunas implicaciones políticas de la teoría queer, véase Walters 1996).
En segundo lugar, compartan o no este rechazo de los análisis "heteronormativos",
muchos otros enfoques hacen hincapié en la articulación diferencial (o intersección) del
género con la clase, la etnia, la "raza", la discapacidad, etc. (véase más adelante). Estas
deconstrucciones radicales de género y sexualidad revelan la compleja
sobredeterminación de las selectividades de género del Estado, su naturaleza
intrínsecamente relacional -incluida la espacio-temporal- y su impacto variable en las
estrategias y prácticas políticas. Este enfoque niega que el Estado sea una simple
expresión de la dominación patriarcal e incluso cuestiona la utilidad del "patriarcado"
como categoría analítica. Nos lleva más allá del reconocimiento de que existen
múltiples estructuras de patriarcado, que éstas son susceptibles de transformación, y
que cualquier cambio dentro y a través de las formas entrelazadas del patriarcado es
contingente y está sobredeterminado. Sugiere que el significado de esas estructuras
patriarcales y su articulación para producir "regímenes de género" específicos sólo
puede captarse adecuadamente mediante una nueva ronda de deconstrucción
inspirada en el feminismo de tercera ola, la "teoría queer" y modos similares de análisis
de otros sitios y formas de dominación.
Estas ideas son coherentes con el rechazo de dos supuestos básicos que una vez
estuvieron implícitos en gran parte de la argumentación feminista: en primer lugar,
existe una forma única, bien definida y fuertemente institucionalizada de patriarcado
con su propia lógica distintiva que se expresa en diferentes campos; y, en segundo
lugar, existe una aguda división, si no antagonismo, entre todos los hombres y todas
las mujeres. En la actualidad se reconoce ampliamente que existen diferentes formas
de patriarcado (por ejemplo, Walby 1990), que hay una amplia variación tanto en las
masculinidades como en las feminidades y, por consiguiente, en los posibles
"regímenes de género" (por ejemplo, Connell 1990, 1995), y que los regímenes de
género están siempre y en todas partes determinados por lo menos por la clase, la
nación, la etnia y la "raza" (por ejemplo, Boris 1995; Callaway 1987; Canning 1992;
Collins 1998; Fraser 1997; Jenson 1986; Mohanty y otros 1991; Yuval-Davis 1996,
1997). El debate ha superado con creces la etapa en la que el Estado podía definirse
como el "patriarca general" (Mies 1986), o sus políticas hacia las mujeres podían
derivarse de la(s) lógica(s) de la producción y/o: la reproducción en las sociedades
capitalistas (Barrett yMcIntosh 1985). En cambio, esta agenda teórica y analítica actual
se refiere a la mejor manera de analizar la co-evolución contingente, el acoplamiento
estructural y la articulación discursiva de varias estructuras, discursos y prácticas
estatales con estructuras, discursos y prácticas patriarcales igualmente variadas,
prestando la debida atención a las contradicciones estructurales, los dilemas
estratégicos y las paradojas discursivas que se asocian típicamente a estos procesos.
Las siguientes observaciones plantean tres conjuntos de cuestiones estrechamente
interrelacionadas en este programa de investigación estratégico-relacional emergente.
En primer lugar, ¿en qué medida los diversos órdenes del "sistema" tienden
sistemáticamente a seleccionar y, por consiguiente, a reforzar algunas diferencias de
código de género y/o algunas orientaciones sexuales en lugar de otras en términos de
sus propios códigos y programas operacionales particulares? Aunque los códigos
generales de los sistemas funcionales son neutrales en cuanto al género, los programas
particulares aplicados por las organizaciones y los agentes específicos pueden tener
un sesgo de género. Así pues, cabe preguntarse hasta qué punto, en qué aspectos y
en qué condiciones redunda en interés de "capitales particulares” o, de hecho, de
"capitales en general", explotar las diferencias de género para aumentar las
oportunidades de obtener beneficios. Además, dado que los intereses de los diferentes
capitales pueden ser opuestos a este respecto, ¿pueden las contradicciones, dilemas
y paradojas resultantes ser manejadas a través de arreglos institucionales y/o espacio-
temporales específicos? Teniendo debidamente en cuenta los diferentes códigos y
programas operacionales, pueden plantearse preguntas similares sobre otros sistemas
funcionales, como la política, el derecho, la educación, el arte, la ciencia, la guerra, la
religión o la medicina. En todos los casos, sugiero que hay ventajas, así como
desventajas/desventajas desde una perspectiva de sistema determinada en la
explotación o el refuerzo de las diferencias de género.
En segundo lugar, ¿hasta qué punto, en qué aspectos y en qué condiciones sirven los
conceptos hegemónicos y/o dominantes de masculinidad y feminidad para organizar la
participación diferencial de hombres y mujeres en el sistema? Mientras que el primer
conjunto de preguntas se refiere al interés general, si lo hay, de los sistemas funcionales
en la discriminación de género, este conjunto se refiere a los posibles obstáculos
discursivos, institucionales y materiales a la "ceguera de género" cuando esa
neutralidad podría de otro modo verse favorecida por el código general o los programas
específicos de un sistema funcional determinado.
Estos tres conjuntos de preguntas proporcionan una forma útil de analizar y explicar no
sólo las selectividades de género del Estado y del sistema político en general, sino
también sus contradicciones, dilemas y paradojas. Porque hay varias formas de
régimen de género y de selectividad de género y éstas pueden tener efectos
marcadamente diferenciales en múltiples categorías o fuerzas sociales según sus
identidades, intereses y orientaciones estratégicas de masculinidad-feminidad, u
orientación sexual. La configuración específica de las selectividades asociadas a un
régimen de género concreto en determinadas coyunturas es producto de un complejo
conjunto de interacciones dependientes de la trayectoria. Entre los factores que
intervienen están la lógica operativa de los sistemas funcionales modernos, los legados
del patriarcado premoderno, los modos actuales de dominación en el mundo de la vida
y las luchas en torno a ellos, los intentos de colonizar el mundo de la vida mediante
sistemas específicos y la resistencia a los mismos, y las luchas hegemónicas para
asegurar un equilibrio general entre la integración de los sistemas y la cohesión social.
Si se acepta este enfoque estratégico-relacional, no hay ninguna inevitabilidad trans-
histórica sobre el patriarcado. El EER cuestiona los relatos del patriarcado que lo tratan
como monolítico y/o inercial y destaca, en cambio, lo polimorfo y contingente de los
regímenes de género. También sugiere que cualquier impresión de que el patriarcado
(ya sea visto como monolítico o polimorfo) está necesariamente inscrito en el
capitalismo y/o el Estado probablemente resulta del acoplamiento estructural y la
coevolución contingente del sistema (especialmente la economía de mercado y el
Estado democrático liberal) con modos de dominación arraigados en el mundo de la
vida. Cualquier inscripción de este tipo es "contingentemente necesaria" (Jessop 1982:
212-19). Esto no significa, por supuesto, que la dominación de género sea menos real
porque está lejos de ser transhistórica. Pero las fuerzas sociales podrían estar mejor
situadas para desafiar, modificar y eliminar la dominación de género sí reconocen su
contingencia y buscan tanto sus vulnerabilidades como sus fortalezas.
No puede haber un juicio final sobre las selectividades de género del Estado. En primer
lugar, hay muchas formas de Estado y régimen político con diferentes estructuras de
oportunidad política. En segundo lugar, hay diferentes formas de movilización
condicionadas por el género, conscientes del género y relevantes para el género,
diferentes identidades e intereses en torno a los cuales se produce dicha movilización,
diferentes puntos de vista y horizontes de acción con los que se asocia, y diferentes
estrategias y tácticas que se persiguen. Y, en tercer lugar, dado que las selectividades
de género son producto de estructuras y estrategias, cualquier afirmación general corre
el riesgo de ser tautológica, trivial o excesivamente abstracta. Sin embargo, se pueden
establecer ciertos principios generales. Los identificaré principalmente a partir de las
perspectivas feministas de primera y segunda ola que tienden a trabajar dentro de
algunas de las características institucionales clave del estado moderno y su sistema
político ambiental7.
Ahora exploro tres características clave del Estado moderno formalmente racional. Se
trata de su monopolio constitucionalizado de la violencia organizada frente a la
economía y la sociedad civil y su soberanía territorializada frente a otros Estados; su
naturaleza de Estado de derecho, con una clara demarcación entre lo público y lo
privado; y la naturaleza de la artesanía estatal, las estadísticas y otros aspectos del
discurso oficial como formas de poder/conocimiento.
Representación política
La separación entre lo privado y lo público también tiene efectos específicos. Éstos son
más fuertes, por supuesto, cuanto más se fetichiza esta distinción. No sólo las mujeres
tienden a estar confinadas a la esfera privada, sino que también se dice que la esfera
pública favorece las apelaciones a intereses racionales y "universales" en lugar de
emocionales y/o "particulares" (Calhoun 1994; Cohen y Arato, 1992; Landes 1998;
Rosenberger 1997). En conjunto, se dice que estas tendencias marginan las cuestiones
e intereses de la mujer. En los feminismos de primera y segunda ola esto se ha
asociado con los intentos de pasar a la esfera pública y de hacer hincapié en el valor
de los valores “maternos” u otros valores femeninos para la vida política y/o en la
capacidad de las mujeres para participar en la argumentación racional. Además, en los
casos en que las mujeres entran en la esfera pública formal, los defensores de los roles
“naturales” de la mujer lo encuentran más fácil que los defensores de los movimientos
de lesbianas, gay o “queer” y/u otros desafíos a estos roles. También es más fácil para
las feministas liberales acceder a la esfera pública que para las feministas radicales,
socialistas o anarquistas. Centrarse en la esfera pública también produce un descuido
de las áreas en las que las mujeres son políticamente activas fuera de las arenas
políticas formales de los partidos y del parlamento - como la política informal de
vecindad, los movimientos sociales locales, o las negociaciones cliente-Estado en los
regímenes de bienestar (O'Connor 1993). Esto no significa, por supuesto, que la
distinción entre lo privado y lo público deba rechazarse por completo en lugar de
desmitificarse; es inútil entablar luchas para establecer la distinción de otras maneras
o explotar sus ambigüedades o, de hecho, observar la irracionalidad de ciertas formas
masculinas de política; que las nuevas formas de interconexión de la política o el
gobierno pueden muy bien estar desafiando la aparente claridad de la distinción entre
lo privado y lo público; o incluso que las ideas y estrategias basadas en el concepto
feminista de la tercera ola de la política cibernética podrían no corresponder mejor a la
experiencia de las mujeres de la distinción entre lo privado y lo público y explotar más
eficazmente la energía de las "tierras fronterizas" (Haraway 1991).
En lo que respecta a la representación territorial, cuanto más local es el nivel de
organización política, más fácil es el acceso de las mujeres al poder político. Diferentes
sesgos se producen en las formas de representación corporativas o funcionales. El
corporativismo de tipo estatal es más patriarcal que las formas socialdemócratas (Neyer
1996). Incluso estas últimas privilegian el mundo dominado por los hombres de las
organizaciones empresariales, los sindicatos y otros intereses de los productores a
expensas de los que no tienen empleo remunerado y los consumidores. No es de
extrañar que cuanto mayor es la influencia política de las empresas en comparación
con las instituciones parlamentarias, mayor es la brecha social y económica entre
hombres y mujeres y más difícil es llevar a cabo políticas de igualdad de género (Neyer
1996: 84).10
El Estado despliega varios medios de intervención, cada uno de los cuales tiene sus
propias formas de sesgo de género. Aquí considero la fuerza, la ley, el dinero y el
conocimiento. Los valores masculinos y militares vinculados al monopolio de la fuerza
del Estado se señalaron anteriormente. La formalidad del derecho positivo tiende a
abstraer no sólo de las diferencias de clase sustantivas sino también de las basadas en
el género. Además, incluso cuando estos últimos están reconocidos (si no también, de
hecho, constituidos) en algunas ramas del derecho, su reconocimiento puede servir
para crear y/o reimponer formas de patriarcado público y privado (MacKinnon 1988).
Así pues, el derecho puede ofrecer a las mujeres un trato especial en virtud de su
género (por ejemplo, políticas materno-nalistas o natalistas) o protegerlas sólo si
aceptan su condición de subordinadas en la esfera privada. La ley también otorga al
Estado el derecho a intervenir en la vida de las mujeres, especialmente si se presentan
y/o son presentadas como víctimas (Brown 1995). En términos más generales, "al
aceptar los términos de la ley para desafiar la ley, el feminismo siempre concede
demasiado" (Smart 1989: 5). Por ello concede la hegemonía de la ley y sus normas
androcéntricas, fetichiza las categorías y métodos legales y margina los conocimientos
y experiencias no legales, así como las estrategias extralegales (Smart 1989: 5). El
paso del derecho procesal formal al derecho reflexivo podría marcar la diferencia en
este caso, abriendo la legislación y la jurisprudencia al debate sobre las desigualdades
sustantivas. Hay algunos progresos a este respecto gracias a la labor de las juristas
feministas, así como de los profesionales del derecho en nombre de sus clientes
(Farganis 1994).
Las bases sociales del poder estatal están vinculadas a las masculinidades y
feminidades hegemónicas, así como a los fundamentos materiales del poder estatal.
Estos afectan a la formación de un compromiso social relativamente estable y a la
lealtad a la forma o régimen del Estado. También determinan la compatibilidad entre
las exigencias de la legitimidad política (éxito electoral) y las de la política real (incluidas
tanto la acumulación como la geopolítica). Estas características deben ser elaboradas
para cada forma de Estado. En este contexto se pueden considerar no sólo
compromisos de clase institucionalizados, pero también formas específicas de contrato
de género. Duncan ha definido este último como "el equilibrio de poder que se establece
entre hombres y mujeres en determinados lugares" (1994:1186; también Connell 1996;
Nápoles, 1997). Una cuestión clave aquí es si la base social es también el principal
beneficiario del poder estatal. Es un hecho pseudo-lógico bien conocido, por ejemplo,
que las mujeres tienden a votar por los partidos conservadores; pero no se deduce que
se beneficien de ello. Los discursos patriarcal, matriarcal y nacionalista tienen todos
ellos un papel mistificador clave a este respecto. Éstos conforman las identidades e
intereses que proporcionan el sustrato material y simbólico para los contratos de
género, para el reclutamiento y la estabilización de las clases de apoyo, para lo que
está en juego en las alianzas temporales y para los papeles de las diferentes categorías
de sexo/género en la vida privada y pública. Junto con las estructuras materiales de
poder, también moldean a las formas de inclusión y exclusión social. En todos los casos
hay claros vínculos con los aspectos estructurales de la selectividad de género del
Estado.
Los proyectos hegemónicos definen la naturaleza y los propósitos del Estado y suelen
tener un sesgo de género. Este es un vasto campo de investigación y los límites del
espacio impiden dar más de un ejemplo. Así, Brodie (1997) explora esto en los
sucesivos meso relatos que han estructurado el Estado como una forma de dominación
política. Sostiene que la ciudadanía liberal se orientó al universalismo sobre el
particularismo (con las mujeres consideradas particularistas e incapaces de
trascenderlo para lograr el universalismo). A continuación, el Estado de “laissez-faire"
fue extremadamente activo en asegurar la autonomía del mercado y la esfera
doméstica y las relaciones de poder ejercidas dentro de ellos. Declaró a sus "otros"
(esc. mercado, hogar) como apolíticos y autorregulados y, por lo tanto, no sujetos a la
intervención pública (Brodie 1997: 230). Más tarde, el Estado nacional de bienestar
keynesiano "realizó una expansión radical de lo público mediante la intervención directa
en la economía y sometiendo a la familia, y otros aspectos de la vida privada, a nuevas
formas de escrutinio y asistencia estatales (…) El salario familiar y el ama de
casa/madre dependiente eran formas culturales que cultivaba el Estado de bienestar"
(Brodie 1997: 232, 233). Esta forma de Estado promueve las demandas de la clase
media blanca. Finalmente, la meso-narrativa neoliberal enfatiza el desempeño de una
tividad. En su fatalismo frente a las fuerzas del mercado, su énfasis en los efectos
positivos de la globalización y su enfoque neutro de la reestructuración, puede
considerarse un discurso falocéntrico (Brodie 1997: 238).
Conclusiones
No obstante, dado que los rasgos patriarcales del Estado moderno derivan de una co-
evolución contingente con relaciones patriarcales más allá del Estado, las estrategias
feministas que hacen que sea "malo para el gobierno" aplicar políticas favorables al
patriarcado pueden ser eficaces. Esto ha ocurrido en las últimas dos décadas más o
menos en las democracias capitalistas avanzadas. Sin embargo, aún queda mucho por
hacer y muchos logros pueden resultar reversibles. Sin embargo, las líneas de conflicto
se han vuelto más difíciles de descifrar debido a la proliferación de las
feminidades/masculinidades y/o el creciente reconocimiento de los problemas de la
heteronormatividad. Esto hace aún más imperativo distinguir entre los aspectos
naturalmente necesarios del Estado como institución patriarcal; los rasgos estructurales
contingentes del Estado en una sociedad patriarcal; y los rasgos aleatorios que son
más fácilmente modificables.
Definición de globalización
13
Esta es una nueva contribución basada en parte en Time and space in the globalization of capital and their
implications for state power', Rethinking Marxism, 14 (1), 2002, 97-116, y The Future of the Capitalist State,
Cambridge: Polity, 2002.
últimos véase, respectivamente, Brenner 1999, 2004 y Swyngedouw 1997; Jessop y
Sum 2000; y M.P. Smith 2000). Es multitemporal porque implica una reestructuración y
rearticulación cada vez más compleja de las temporalidades y los horizontes
temporales.
No todos los actores son (o podrían esperar ser) grandes actores globales, pero
muchos más tienen que vigilar lo global como horizonte de acción, las implicaciones de
las cambiantes divisiones escalares y el impacto de la distanciamiento y compresión
espacio-temporal en sus identidades, intereses y estrategias. El curso general de la
globalización será el resultado, en gran medida no previsto y relativamente caótico, de
la interacción entre diversas estrategias para configurar o resistir la globalización en
una sociedad mundial compleja y dependiente de los caminos.
Los teóricos sociales suelen sugerir que la globalización es un factor clave del "giro
espacial". Por ejemplo, al observar un importante cambio de paradigma que pasa de la
preocupación por la modernización al interés por la globalización, Dirlik lo relaciona "con
el giro espacial o, más exactamente, con la ascendencia de lo espacial sobre lo
temporal" (2001: 6). Además, en la medida en que la globalización es inherentemente
espacial, muchos científicos sociales están de acuerdo en la necesidad de ser sensibles
a las cuestiones del espacio, el lugar y la escala. Así, Harvey presenta el giro espacial
como una reacción importante contra el privilegio, en la dialéctica convencional, del
tiempo sobre el espacio (1996a: 4). Teóricamente, esto implica un "escape de las
teleologías de Hegel y Marx [que] puede (…) más fácilmente lograrse apelando a las
particularidades de la espacialidad (red, niveles, conexiones/ (Harvey 1996b: 109). Y,
en la práctica, supone el fomento del "particularismo militante" basado en primer lugar
en la movilización local (Harvey 1996b: 191-3; 2002: 41-4).
Esos argumentos pueden dar lugar a una paradoja. Algunos escritores vinculan la
globalización con el giro espacial y condenan el carácter excesivamente temporal y
teleológico de la dialéctica al mismo tiempo que citan a Marx, él mismo un importante
pensador dialéctico, como un analista con visión de futuro de la globalización. Es un
lugar común que el Manifiesto Comunista anticipó muchos aspectos de la globalización
contemporánea (por ejemplo, Dirlik 2001; Harvey 1998). Sin embargo, aunque el
Manifiesto identificaba importantes momentos espaciales del capitalismo y presentaba
el mercado mundial como el horizonte último de la acumulación de capital, no se deduce
que su análisis fuera esencialmente espacial. De hecho, como señala Neil Smith sobre
la obra de Marx en su conjunto, "las animadas implicaciones espaciales de los análisis
de Marx rara vez se desarrollaron" (1984: 81). Esto es especialmente claro en el
Manifiesto. Porque, si tiene una gran narrativa, esta es esencialmente temporal.
Describe una historia de luchas de clase que debe terminar en la victoria del
proletariado como clase universal. Cuando se trata específicamente del capitalismo,
por supuesto, también presenta una narrativa espacial. El Manifiesto sostiene que el
capitalismo es inherentemente global en su alcance y dinámica, involucrando la
producción cosmopolita, el mercado mundial, el surgimiento de la literatura mundial,
etc.
Una subordinación similar del espacio al tiempo, aunque que dota al capitalismo de una
dirección amplia en lugar de un fin específico, se produce en El Capital (Postone 1993).
Esto ofrece un relato espacializado de la acumulación primitiva, la revolución industrial
(incluida la transición del sistema de "sacar" al sistema de fábricas) y, de hecho, el papel
pionero y prefigurativo de Inglaterra en el capitalismo industrial (de te fabula narratur, a
ti se refiere el cuento). (Marx 1867: 19). También ofrece muchos comentarios
incidentales sobre el espacio y el lugar, la ciudad y el campo, la división social del
trabajo, los cambios en los medios de transporte y comunicación, el colonialismo, el
mercado mundial y otros temas espaciales. Sin embargo, cuando Marx despliega la
lógica básica del modo de producción capitalista plenamente constituido, privilegia
sistemáticamente el tiempo sobre el espacio3. A este respecto, el lugar y el espacio
aparecen como el soporte material (Graham 2002) y el efecto material de la lógica del
capitalismo considerado como una economía del tiempo. Así pues, Marx explica la
autoexpansión del capital en términos de la compleja articulación entre las múltiples
temporalidades concretas y el singular tiempo abstracto de intercambio-valor (Postone
1993: 292-3). Fue pionero en ambos aspectos y, dada la ausencia de conceptos
relevantes en la economía política clásica, tuvo que desarrollar un lenguaje apropiado
para abordar la dialéctica entre los momentos concretos y abstractos del factor tiempo.
Entre sus conceptos clave estaban el tiempo de trabajo, el plusvalor absoluto, el tiempo
de trabajo socialmente necesario, el plusvalor relativo, el tiempo de máquina, el tiempo
de circulación, el tiempo de rotación, el ciclo de rotación, el tiempo de rotación
socialmente necesario, el capital con intereses y la reproducción ampliada (cf.
Grossman 1977a, 1977b).
El punto clave a destacar aquí es que la dinámica espacial del capitalismo (en
contraposición a sus condiciones espaciales de existencia) puede derivarse en primer
lugar4 de la competencia entre los capitalistas por obtener ventajas competitivas
reduciendo el tiempo de trabajo por debajo de lo que es socialmente necesario en la
actualidad y/o por reducir el tiempo total de producción y circulación de sus mercancías
por debajo del tiempo de rotación socialmente necesario imperante (Bensaid 2002;
Harvey 1982; Postone 1993). En este sentido, la dinámica general del capitalismo se
deriva de la interacción entre el trabajo socialmente necesario y los tiempos de rotación,
mediada por la lucha de clases y la competencia capitalista. Un resultado es que el
movimiento circular repetido de autovalorización está vinculado a la creciente velocidad
de la cinta de correr capitalista (Kittsteiner 1991: 59). Así pues, el análisis de Marx "trata
de justificar la determinación temporal tanto de la producción como de la dinámica del
conjunto, y no -como podría parecer en un principio- simplemente como una de la
regulación del intercambio" (Postone 1993:190, cf. 269). Esto surge más claramente
cuando Marx pasa de la generalización de la forma de mercancía a la fuerza de trabajo
como característica distintiva de la acumulación de capital, a los papeles de la
maquinofactura y el plusvalor relativo como la forma tecnológica y la forma social más
adecuadas de la relación de capital, respectivamente (Beamish 1992; Postone 1993).
Vale la pena hacer estos puntos porque los comentaristas de Marx no están de acuerdo
sobre el peso relativo del tiempo y el espacio en la dinámica capitalista. Podemos
explorar esto en relación con el valor de intercambio, el valor excedente, el valor de uso
y la drogadicción de clase. Se ha sugerido, en primer lugar, que la preocupación del
capital por el valor de cambio conduce al dominio de las preocupaciones temporales
sobre las espaciales (Wilson 1999: 161)5. Sin embargo, las cosas se vuelven más
complejas cuando se introduce el tiempo de rotación socialmente necesario. Para la
competencia por reducir el tiempo de rotación se necesita capital fijo y la reorganización
de las divisiones espaciales y escalares del trabajo. Así, Harvey señala que el dinero
mide el tiempo de trabajo socialmente necesario mediante la coordinación del comercio
de valores en el espacio (1996b: 238, cursiva original). En segundo lugar, otros
comentaristas sugieren que la preocupación del capital por extraer el valor excedente
da prioridad al control del espacio y a la importancia de construir y reconstruir las
relaciones espaciales y la economía espacial mundial (Brennan 1997: 34; Lefebvre
1974). Esto se refleja en los análisis de Marx sobre el despotismo de las fábricas y el
colonialismo y sobre el ejército de reserva de mano de obra y población excedente. Sin
embargo, el valor excedente depende tanto de la velocidad como del espacio (Harvey
1996b: 241). En tercer lugar, la preocupación por el valor de uso podría poner de relieve
la medida en que las relaciones espaciales determinan la utilidad de determinados
bienes y servicios. Así, Smith señala que, cuando Marx se refiere al espacio, éste tiende
a ser precisamente en los puntos de sus argumentos donde reincorpora el valor de uso
en el análisis' (1984: 81). Pero el tiempo y/o la cronología también determinan el valor
de uso. Cuarto, aquellos que parten de la lucha de clases (especialmente la de las
clases subordinadas) también están fuertemente interesados en el lugar y el espacio
(cf. Harvey 1996a). Esto es especialmente claro en la obra de Lefebvre. Porque, como
señala Soja, la lucha de clases "debe abarcar y centrarse en el punto vulnerable: la
producción de espacio, la estructura territorial de explotación y dominación, la
reproducción espacialmente controlada del sistema en su conjunto" (Soja 1989: 82).
En primer lugar, existe una tensión entre los complejos requisitos de reproducción
sustantiva, recíprocamente interdependientes, de los procesos naturales, sociales y
culturales reales y las temporalidades simplificadas, unilaterales y monetizadas que
implica el énfasis del capital en el valor de intercambio (Altvater 1993: Altvater y
Mahnkopf 1999; Crocker 1998; Lipietz 1997; O'Connor 1998; Stahel 1999). La
globalización refuerza esta tensión al facilitar que el capital se apropie de las
recompensas locales de primera y segunda naturaleza sin tener en cuenta su
reproducción a largo plazo y que siga adelante siempre que sea conveniente hacerlo.
De hecho, el creciente énfasis en el beneficio artificial a corto plazo significa que, a
medida que el capital se acelera, disminuye o degrada las condiciones de la
reproducción natural de las cosas naturales" (Brennan 1997: 31).
En segundo lugar, existe una tensión entre las muchas y variadas temporalidades
sustantivas de la existencia humana (biológica, sensitiva, sociocultural, autorreflexiva)
y el tiempo abstracto inherente a la mercantilización de la fuerza de trabajo y el
predominio de la racionalidad formal del mercado (Polanyi 1957; Stahel 1999). Esto se
refleja en las tensiones de la vida cotidiana y en un creciente sentido de compresión
espacio-temporal (Eriksen 2001).
En cuarto lugar, en el plano temporal, existe una tensión entre, por un lado, el impulso
de acelerar la circulación del capital acortando el ciclo de producción entre el diseño y
el consumo final y, por otro lado, el desarrollo infraestructural a largo plazo del que
depende. Harvey es especialmente incisivo aquí. Observa que
Esto nos lleva a una tercera área de confusión conceptual: la afirmación de que la
globalización ejerce presión sobre el Estado soberano. Esto es engañoso por cuatro
razones. En primer lugar, la soberanía es sólo un aspecto de la forma del Estado
moderno. Como forma jurídico-política específica, la soberanía organiza ciertamente
las características clave del poder estatal; pero son las luchas por el poder o los poderes
estatales las que en última instancia son primarias, no las formas particulares en las
que se ejerce. Las formas de la soberanía se han reorganizado en el pasado y es
imaginable un sistema internacional post-soberano. Segundo, no es el Estado como tal
(soberano o no) que se ve presionado por la globalización. Los procesos que generan
la globalización sólo pueden ejercer presión sobre determinadas formas de Estado con
capacidades y responsabilidades estatales particulares, como el Estado nacional de
bienestar keynesiano en el fordismo atlántico o el Estado nacional de bienestar laboral
cristiano en el exportador de Asia oriental (Jessop y Sum 2006). Al hacerlo, la
globalización también modifica el equilibrio de fuerzas dentro de los Estados. Pues
cualquier pérdida diferencial de capacidades favorecerá a algunas fracciones, clases y
fuerzas sociales frente a otras; también crea espacio para las luchas por reorganizar
las formas y capacidades estatales y las impulsa.
Una vez aclarados los posibles conceptos erróneos, podemos considerar ahora cómo
los Estados (nacionales) participan en la globalización y se ven afectados por ella
(véase también Jessop 2002b, 2002d). En términos generales, los Estados están
participando activamente en la redefinición de las matrices espacio-temporales dentro
de las cuales opera el capital. Al hacerlo, están tratando de gestionar la tensión entre
los intereses del capital potencialmente móvil de reducir su dependencia del lugar y/o
liberarse de las limitaciones temporales, por un lado, y, por otro, su propio interés de
fijar el capital (supuestamente beneficioso)7 dentro de sus propios territorios y hacer
compatibles los horizontes y ritmos temporales del capital con sus rutinas,
temporalidades y tendencias de crisis estatales y/o políticas. Porque, a medida que
aumenta la globalización, los Estados nacionales de las economías capitalistas
avanzadas ya no pueden presumir, como lo hacían en el apogeo del fordismo atlántico,
que su principal tarea económica es gobernar una economía nacional relativamente
cerrada, sino que participan cada vez más en la gestión de una serie de procesos
transnacionales y en la creación de las fijaciones espaciales y temporales apropiadas
para ello. En este sentido, son especialmente importantes las relaciones cambiantes
entre los factores económicos y extraeconómicos que influyen en la competitividad y
las funciones del Estado en la redefinición de los límites entre lo económico y lo
extraeconómico y/o la reorganización de este último y su subordinación a las demandas
y presiones percibidas de la globalización. Así pues, por poner un ejemplo paradójico,
aun cuando los Estados neoliberales parecen desprenderse de la economía de
mercado, intervienen más en el ámbito extraeconómico y lo subordinan a las exigencias
de la valorización (véase Jessop 2002d).
En términos más generales, las actividades de los Estados capitalistas, casi sin tener
en cuenta su forma y proyectos específicos, han ido dando nueva forma a las matrices
espacio-temporales de la globalización. Sus funciones aquí reflejan el equilibrio de las
fuerzas internas y externas, con algunos Estados más dispuestos a participar
activamente en estos procesos que otros. No obstante, entre las muchas actividades
pertinentes, podemos mencionar:
Una estrategia de compresión temporal aumenta las presiones para tomar decisiones
sobre la base de información poco fiable, consultas insuficientes, falta de participación,
etc., incluso cuando los gestores del Estado creen que la política sigue tardando
demasiado en negociar, formular, promulgar, adjudicar, determinar y aplicar. El
compromiso con la "fast policy" se refleja en el acortamiento de los ciclos de elaboración
de políticas, la rápida adopción de decisiones, la rápida puesta en marcha de
programas, la continua experimentación de políticas, el darwinismo institucional y
político, y la incesante revisión de directrices y puntos de referencia. Scheuerman ha
resumido algunas de estas tendencias en la afirmación general de que se ha producido
un cambio hacia los "estados de emergencia económica" caracterizados por el
predominio del ejecutivo y el constante cambio y dinamismo jurídico. Está
particularmente asociado con una disminución del poder del poder judicial (que mira a
los precedentes del pasado) y del poder legislativo (que legisla para el futuro) y con un
aumento del poder del ejecutivo (que tiene la facultad de tomar decisiones rápidas)
(Scheuerman 2000, 2004).
En términos más generales, esto privilegia a quienes pueden operar dentro de escalas
de tiempo comprimidas, reduce el rango de participantes en el proceso de políticas y
limita el alcance de la deliberación, la consulta y la negociación. Esto puede afectar
significativamente a la elección de las políticas, los objetivos iniciales de la política, los
lugares donde se aplica la política y los criterios adoptados para demostrar el éxito. Por
ejemplo, como señala Wilson, el énfasis en la rápida formulación de políticas y el
descuido de la aplicación sirve a los intereses de los criterios de eficiencia y
productividad a expensas de la preocupación por la eficacia y, por lo tanto, refuerza la
racionalidad instrumental y el valor de intercambio sobre la deliberación y el valor de
uso (Wilson 1999:175). El énfasis en la rapidez también afecta a la pertinencia de las
enseñanzas extraídas para otros objetivos, lugares o criterios, y desalienta la
evaluación adecuada de los efectos de una política en diferentes horizontes espacio-
temporales, incluidas las consecuencias retardadas y/o no deseadas y los efectos de
retroalimentación. En tales situaciones, el "giro" triunfa sobre la sustancia y modifica la
naturaleza de la política y la elaboración de políticas. También puede ayudar a acelerar
los ciclos de elaboración y aplicación de políticas, de modo que se ensayen diferentes
enfoques en rápida sucesión a medida que se vea que cada uno de ellos fracasa. Un
síntoma de esto es el acortamiento de la "vida media" de la legislación y otras políticas
(Scheuerman 2001: 91-2). Y produce el dilema de que las políticas no modificadas se
vuelven irrelevantes o incluso contraproducentes, mientras que los cambios constantes
en las políticas corren el riesgo de ser considerados oportunistas o ilegítimos (de Sousa
Santos 1995: 79-118).
Incluso si la política rápida parece irracional desde una perspectiva puramente política,
puede seguir siendo racional para algunos intereses en términos de política o de
elaboración de políticas. Porque la política rápida es antagónica al corporativismo, la
participación, el Estado de derecho, la burocracia formal y, de hecho, a las rutinas y
ciclos de la política democrática en general. Privilegia el ejecutivo sobre el legislativo y
el judicial, las finanzas sobre el capital industrial, el consumo sobre la inversión a largo
plazo. En general, el recurso a la política rápida socava el poder de los responsables
de la toma de decisiones que tienen largos ciclos de decisión - porque pierden la
capacidad de tomar decisiones en términos de sus propias rutinas y procedimientos,
teniendo que adaptarse a la velocidad de los pensadores rápidos y de los responsables
de la toma de decisiones rápidas. Además, tiende a destruir la memoria institucional,
alegando que las nuevas circunstancias requieren nuevos enfoques, y a bloquear los
esfuerzos por anticiparse a futuras dificultades y fracasos políticos. De ahí que el
presente se extienda a expensas tanto del pasado como del futuro y que la política se
viva en el mundo mediatizado del giro y la presentación, la solución rápida, el rápido
giro de las políticas y la democracia plebiscitaria (Chesneaux 2000; Hoogerwerf 1990;
Santiso y Schedler 1998; para un contraargumento, véase Grande 2000).
En términos más generales, en el espíritu del análisis del tiempo de Marx, la riqueza
debe considerarse como tiempo libre, no como la acumulación de los productos del
tiempo de trabajo. En este contexto, un orden postcapitalista se orientaría a maximizar
el tiempo libre y la producción estaría subordinada a las necesidades, entre las cuales
el tiempo no ligado sería central (Booth 1991).
Conclusiones
14
Este capítulo se basa en 'Multi level governance and multi-level meta-governance’, en I. Bache and M. Flinders,
eds, Multi-Level Governance, Oxford: Oxford University Press, 2004, 49-74; ‘The European Union and recent
transformations in statehood’, en S. Puntscher Riekmann, M. Mokre, and M. Latzer, eds, The State of Europe:
Transformations of Statehood fivm a European Perspective, Frankfurt: Campus, 2004, 75-94; y 'Avoiding traps,
rescaling the state, governing Europe’, en R. Keil and R. Mahon, eds, Leviathan Undone? Towards a Political
Economy of Scale, Vancouver: University of British Columbia Press, in press.
implica relaciones intergubernamentales (en este caso, internacionales) más que un
lugar al que se han transferido importantes poderes soberanos y por ello, por muy
importante que sea para la búsqueda conjunta de intereses intergubernamentales, no
culmina en una nueva forma de Estado (véase especialmente Hoffman 1995; Moravcsik
1998). A la inversa, los supranacionalistas identifican una reordenación tendencial,
emergente y ascendente de la forma tradicional del Estado soberano del nivel nacional
al supranacional que culminará tarde o temprano en una nueva forma de estatalidad
Sugieren que la reasignación de los poderes formales de toma de decisiones está
conduciendo a una forma más o menos compleja de gobierno multinivel bajo la
autoridad general de un superestado supranacional (véase Pinder 1991; Taylor 1975;
Weiler 1991). Todavía no se sabe con certeza si la toma de decisiones conjunta que
caracteriza ahora a este superestado emergente es puramente transitoria o si
permanecerá una vez que el superestado se consolide.
¿Qué implican estos dos enfoques para las relaciones políticas de varios niveles? En
primer lugar, en lo que respecta a la reescalada (o reterritorialización) de la soberanía
del Estado, el desarrollo de un gobierno de varios niveles parecería un efecto transitorio
de la transición. En otras palabras, adoptaría la forma de relaciones entre un Estado
supranacional emergente, pero aun incompletamente realizado, y los Estados
nacionales existentes, aún no trascendidos. Además, si el Estado supranacional
emergente adoptara la forma de un superestado federal de dos o más niveles
(Bundesstaat), también se podrían analizar las relaciones entre los diferentes niveles
de gobierno con los instrumentos utilizados anteriormente para la dinámica de otros
Estados federales. En segundo lugar, en lo que respecta a las relaciones
internacionales, el gobierno de varios niveles podría interpretarse en función de los
acuerdos institucionales intergubernamentales distintivos establecidos por los Estados
nacionales y/o las estrategias de gobernanza específicas que aplican de vez en cuando.
Utilizando la terminología para analizar la relativización de la escala presentada en el
capítulo 4 (véase Collinge 1999), mientras que el nivel de la UE se convierte en una
escala nodal cada vez más importante en el ejercicio general del poder estatal, los
Estados nacionales siguen siendo la escala dominante. Dadas las complejidades
resultantes del poder estatal, podría ser más apropiado denominar a esta gobernanza
multinivel a la sombra de los gobiernos nacionales).
En segundo lugar, los teóricos centrados en el Estado pasan por alto las sucesivas
transformaciones históricas de las formas modernas de Estado territorial desde
mediados y finales del siglo XIX en adelante. Por lo tanto, adoptan un modelo
anacrónico de Estado territorial nacional para juzgar si ha surgido un superestado
europeo y en qué medida. Esta afirmación puede ilustrarse a partir de la cuádruple
periodización de Willke sobre el Estado moderno: el Sicherheitsstaat se ocupa de
defender su integridad territorial en el país y en el extranjero; el Rechtsstaat proporciona
seguridad jurídica a sus súbditos; el Sozialstaat establece y amplía los derechos de
bienestar a sus súbditos; y el Risikostaat protege a sus ciudadanos de una amplia gama
de riesgos inesperados e incontrolables. El recurso estatal clave en cada etapa es,
respectivamente: Gewalt (coacción organizada), Recht (ley basada en una
constitución), Geld (dinero nacional y presupuestos estatales) y Wissen (inteligencia
organizada) (Willke 1992). Aunque el "Estado de riesgo" no es el concepto más útil para
el Estado contemporáneo, el enfoque de Willke pone de relieve los cambios en la
primacía relativa de los recursos estatales. Así, la ausencia de un ejército-policía
europeo, de una constitución y de presupuestos masivos puede ser menos importante
que la capacidad de la UE para movilizar la inteligencia organizada y otras formas de
intervención blanda que conforman la forma en que los Estados nacionales y regionales
despliegan sus respectivas capacidades (Sbragia 2000). En general, esto sugiere, en
primer lugar, que los recursos clave en el Staatenwelt (mundo de los Estados) de hoy
en día -al menos en lo que respecta a las relaciones entre los Estados democráticos
burgueses avanzados- no son tanto la coerción o el dinero como el derecho blando y la
inteligencia; y, en segundo lugar, que el modelo apropiado para analizar la construcción
del Estado de la UE no es el Estado de finales del siglo XIX, sino los Estados nacionales
en el capitalismo avanzado tal como se han desarrollado en los dos últimos decenios -
ya sea un Estado de competencia, un Estado regulador o un Régimen Post-nacional de
Trabajo Schumpeteriano (véase Jessop 2002d).
Cada uno de estos problemas pone en tela de juicio la idoneidad del enfoque de la
GML. En particular, han dado lugar a una situación que Weiler y Wessels describen
como "demasiados estudios de casos, lecciones ad hoc de experiencias limitadas y
descripción organizativa [y] muy poca mediación teórica" (1988: 230n). En parte, por
supuesto, este estudio ad hoc refleja las verdaderas complejidades de la política
europea emergente: De hecho, sería sorprendente que no existieran tales
complejidades. En efecto, los Estados nacionales también entrañan pautas
heterogéneas de gobierno y/o gestión pública, con pautas que varían en función de los
objetos de la intervención estatal, la naturaleza de los ámbitos políticos, el equilibrio
cambiante de las fuerzas dentro y fuera del Estado, y así sucesivamente. En este
sentido, tal vez estemos asistiendo a una reescalada de las complejidades del gobierno
y la gobernanza más que a una reescalada del Estado soberano o a la aparición de un
ámbito más en el que los Estados nacionales persiguen intereses nacionales. Estas
complejidades a escala nacional pueden proporcionar algunas ideas sobre el nuevo
sistema de gobierno de la UE.
Estas tres tendencias y contra-tendencias importan aquí por una razón importante. Si
el Estado nacional ya no es inteligible en términos de la noción recibida de Estado
nacional soberano, entonces tal vez esta noción sea también inadecuada para estudiar
la evolución de la UE como forma de Estado. De hecho, podemos ir más allá: si el
Estado nacional está cambiando de las formas sugeridas anteriormente, la posición y
las actividades futuras de la UE en un Staatenwelt reterritorializado, desestacionalizado
e internacionalizado deben reconsiderarse muy cuidadosamente. Lo que estamos
presenciando es la reescalada de las complejidades del gobierno y la gobernanza en
lugar de la reescalada del Estado soberano o el surgimiento de un ámbito más en el
que los Estados nacionales persiguen intereses nacionales.
Mucho de lo mismo puede decirse de los cambios en la forma y las funciones del Estado
en relación con la acumulación de capital. Éstos pueden estudiarse a lo largo de cuatro
dimensiones clave de la política económica, la política social, la escala y el principal
mecanismo de compensación de los fallos del mercado. En relación con estas cuatro
dimensiones, el Estado de posguerra en el noroeste de Europa puede describirse de
forma ideal -típicamente como un Estado Nacional de Bienestar keynesiano (o ENBK).
Por razones que se han explorado en otros lugares (Jessop 2002d), el ENBK
experimentó una crisis importante y múltiple a finales del decenio de 1970 y principios
del de 1980. Desde entonces ha sido reemplazado por una nueva forma de Estado con
nuevas funciones en cada dimensión. Lo he denominado el Régimen Post-nacional de
Trabajo Schumpeteriano (o RPTS) (2002d) y ahora considero su relevancia para la
Unión Europea.
Tabla 9.1 Tendencias y contra-tendencias en la reestructuración del Estado.
TENDENCIAS
• Desnacionalización del Estado (vaciado del Estado)
• Desestatización de la política (del gobierno al gobierno)
• Internacionalización de los regímenes políticos (fuentes extranjeras de
política interna)
CONTRATENDENCIAS
• Mayor alcance de los Estados en la articulación interescalar
• Mayor papel de los Estados en el metagobierno
• Los Estados impugnan las formas y la aplicación de los regímenes
internacionales
Para aclarar lo que está en juego en esos cambios e introducir cierto orden en el debate
sobre las tendencias y contratendencias, que de otro modo serían confusas, podemos
examinar los cambios recientes en la UE en lo que respecta a los cuatro cambios
interrelacionados que implica la transición del sistema de alerta temprana al sistema de
alerta temprana. Cada uno de estos cuatro cambios se puede encontrar en la Unión
Europea. Esto no es sorprendente porque la hipótesis de la transición del ENBK al
RPTS deriva del análisis teórico de las tendencias de desarrollo del capitalismo
combinado con una cuidadosa observación empírica de las economías nacionales
dentro de los circuitos del fordismo atlántico. Pero, dado que el relato precedente se
deriva de los casos de América del Norte y las Antípodas, así como de Europa
noroccidental, y también toma como punto de partida teórico e histórico la economía
nacional y el Estado nacional en el fordismo atlántico, cabe preguntarse si estas
tendencias nacionales se encuentran también a nivel europeo.
Un factor que complica la evaluación del caso de dicha transición es que los seis
miembros iniciales de la Comunidad Económica Europea (CEE) tenían modos de
crecimiento y modos de regulación pertenecientes a una u otra de las variedades
reguladas del capitalismo y tenían una u otra forma de régimen de bienestar
conservador-corporativista o, en el caso de Italia, un régimen de bienestar mediterráneo
clientelar (véase Hantrais 2000; Ruigrok y van Tulder 1996). Sin embargo, las
variedades de Estado, dentro de la Comunidad Europea, aumentaron a medida que se
incorporaron nuevos miembros con diferentes modos de crecimiento, modos de
regulación y regímenes de bienestar. Esto introdujo una mayor heterogeneidad
económica y social en la economía europea y contribuyó a cambiar el equilibrio de
fuerzas en una dirección neoliberal. La expansión hacia el Este de la Unión Europea ha
tenido un papel clave en este sentido, y no es en absoluto accidental. En consecuencia,
ha sido más difícil establecer las condiciones para reescalar la planificación estatal del
nivel nacional al europeo o establecer el eurocorporativismo (sobre el
eurocorporativismo, véanse Falkner 1998 y Vobruba 1995; y sobre sus límites, Streeck
1994).
Estas dificultades se han visto reforzadas por la forma en que se ha instituido la unión
monetaria y el euro. Los criterios de convergencia de Maastricht hacen más difícil para
los Estados miembros salir del marco neoliberal y el limitado presupuesto de la UE le
impide financiar una expansión importante de un régimen de bienestar europeo.
Además, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento ha servido como un nuevo "patrón oro",
que exige la conformidad con normas relativamente rígidas de conducta económica y
política favorables a una concepción liberal (monetaria) de la estabilidad y el
crecimiento económicos. En particular, los criterios de Maastricht y el Pacto de
Crecimiento y Estabilidad exigen conjuntamente recortes o limitaciones del gasto
público, reformas de la seguridad social y del bienestar, y una privatización más o
menos importante de las empresas estatales y la comercialización de los servicios
públicos. No obstante, podemos observar una creciente preocupación con la
participación activa en la promoción de la competitividad, la innovación y la empresa de
acuerdo con las perspectivas schumpeterianas. Aunque el impulso principal de esta
participación concuerda bien con la estrategia neoliberal, está sin embargo flanqueado
por estrategias neoestatistas y neo corporativistas, ilustradas por las características
clave de las políticas tecnológicas y la política social de la UE, respectivamente (para
un breve resumen de las distinciones entre las variantes neoliberales, neoestatistas,
neo corporativistas y neocomunitarias del RPTS, véase Gottfried 1995; Jessop 2002d).
Una novedad importante en esta esfera es el resurgimiento del corporativismo bajo una
nueva apariencia: pactos sociales orientados a la restricción salarial, la reforma de la
seguridad social, la competitividad de la oferta y la conformidad general con la lógica
del nuevo sistema monetario (véase Grote y Schmitter 1999; Regini 2000; Rhodes
1998).
Pasando ahora al caso del RPTS en Europa, podemos observar, en primer lugar, que
la política económica general de la UE se ha reorientado hacia una estrategia
schumpeteriana desde un período anterior en el que se adaptaba mejor al fordismo
atlántico. Los orígenes de la integración europea pueden encontrarse en la
reconstrucción de la posguerra que preparó el terreno para el fordismo atlántico en
Europa (para más detalles, véase van der Pijl 1984; Ziltener 2001). Así pues, además
de su papel inicial de posguerra en la reestructuración del hierro, el acero y el carbón
en este contexto, las comunidades europeas también hicieron hincapié en la creación
de un mercado integrado para que las empresas industriales pudieran realizar
economías de escala óptimas. Esto supuso una Ordnungspolitik (política regulatoria)
esencialmente liberal para crear un mercado único y fue un complemento importante
para la aplicación de las políticas nacionales keynesianas, especialmente porque el
Tratado de Roma dejó la responsabilidad oficial de la política de empleo a nivel
nacional. De hecho, como señala Sbragia, el marco constitucional básico de la Unión
Europea privilegia estructuralmente las estrategias económicas liberales: "la norma de
liberalización económica, incorporada en el Tratado de Roma, se reforzó y elaboró en
el Acta Única Europea y en el Tratado de Maastricht" (Sbragia 2000: 224). Así pues,
incluso cuando la UE, bajo la presidencia de Delors (1985-95), empezó a desarrollar
una política de empleo más activa y a planificar una Europa social, y luego intentó
institucionalizar estas dos responsabilidades por primera vez en el Tratado de
Maastricht (1991), esto ocurrió en un contexto institucional que ya estaba sesgado a
favor del liberalismo y en un clima ideológico dominado por el neoliberalismo. Sin
embargo, que esto condujera únicamente a ajustes de política neoliberal o a un cambio
de régimen neoliberal más radical dependería de las luchas entre las fuerzas
económicas, políticas y sociales, en lugar de haber sido preestablecido por la lógica de
la economía posfordista basada en el conocimiento.
No obstante, cada vez hay más pruebas de una reorientación compleja y complicada
de la política de bienestar a nivel europeo. Esto implica dos tendencias aparentemente
contradictorias. Por una parte, algunas políticas de bienestar (como la igualdad de
remuneración, la igualdad de oportunidades, la portabilidad de las prestaciones de
bienestar, las normas mínimas de salud y seguridad en el trabajo y las normas sobre el
horario de trabajo) se han ido reescalando gradualmente al nivel de la UE para
complementar las medidas de bienestar más tradicionales de escala nacional; y
algunas políticas estructurales también se han reescalado al nivel europeo para facilitar
la reestructuración industrial, compensar el desarrollo regional desigual, apoyar la
agricultura y ayudar a regenerar las comunidades en declive. Por otra parte, la aparición
de la política social a nivel europeo tiende a asumir una orientación laboral más que
asistencial. Así pues, "el punto de referencia político [de tales iniciativas de política
económica y social] no es tanto la integración social como la instrumentalización de la
política como un recurso para el cambio estructural orientado a la competencia" (Deppe
et al. 2000: 20). Esto se refleja en una europeización tendencial de las políticas del
mercado de trabajo, la transformación de los acuerdos corporativos y de negociación
nacionales y el desarrollo de "pactos sociales". En resumen, existe una mezcla
creciente de estrategias de bienestar y de asistencia laboral a nivel europeo; pero están
unificadas en torno a la preocupación de crear las condiciones para un mercado único
eficaz en las condiciones post-fordistas y no fordistas.
Uno de los primeros signos de esta reorientación fue el Libro Blanco de la Comisión
Europea sobre Crecimiento, Competitividad, Empleo (1993). En él se examinaba una
amplia gama de factores que afectaban a la competitividad de la economía europea y
a su capacidad para generar buenos empleos y un crecimiento económico sostenible;
y se recomendaba una gama igualmente amplia de iniciativas transeuropeas de política
macroeconómica, ambiental, infraestructural, tecnológica, educativa, profesional y
social que podrían abordar -al menos retóricamente- los desafíos del siglo venidero. En
la esfera de la política del mercado de trabajo, por ejemplo, la Comisión pidió una amplia
"ofensiva de capacitación avanzada" y otras medidas para aumentar la flexibilidad del
mercado de trabajo Esta reorientación se llevó a cabo en la cumbre de la Unión Europea
celebrada en 1994 en Essen, cuando finalmente se reconoció que las políticas de
empleo eficaces aplicadas exclusivamente a nivel nacional ya no pueden gestionarse
con éxito en las condiciones de la globalización y la integración europea (Hoffman y
Hoffman 1998: 124). El Tratado de Amsterdam, que se firmó el 2 de octubre de 1997 y
entró en vigor el 1º de mayo de 1999, incorporó por fin el compromiso de lograr el pleno
empleo como "asunto de interés común" para la UE, lo que se tradujo en el objetivo de
alcanzar un "alto nivel de empleo" sin menoscabo de la competitividad, y estableció un
Comité de Empleo para examinar la política adecuada en esta esfera y supervisar los
progresos realizados. Sin embargo, en consonancia con la tendencia de la Unión
Europea a la "metagobernanza" más que a la intervención directa de arriba abajo, la
responsabilidad de la Comunidad en esta esfera es complementar las actividades de
los Estados miembros mediante la elaboración de una "estrategia coordinada", formular
directrices comunes, establecer puntos de referencia y "prácticas óptimas" y supervisar
la aplicación de los planes de acción nacionales para el empleo. Esta penetración de la
reorientación laboral de la política social al nivel de la UE también está vinculada a la
expansión de lo directamente "económico" en áreas anteriormente consideradas como
no económicas. Un aspecto de esto, señalado por Deppe et aL (2000: 15-16), es que,
por primera vez, la amplitud de las directrices de la UE sobre el mercado de trabajo ha
obligado a los ministerios de economía, cultura, finanzas, bienestar y trabajo a
presentar un plan conjunto y a entrelazar políticas separadas. Este enfoque se
consolidó en la Cumbre de Lisboa de 2000, cuando la Unión Europea se comprometió
a convertirse en la economía basada en el conocimiento más competitiva del mundo,
manteniendo al mismo tiempo el modelo social europeo.
En tercer lugar, casi por definición, la política económica y social europea ilustra la
posnacionalidad de los regímenes de bienestar emergentes. Sin embargo, antes de
examinar el papel de la Unión Europea, debemos observar que forma parte de una
internacionalización más amplia y compleja de la política económica y social: Las
políticas de la UE están evolucionando en un marco más amplio de establecimiento de
agendas y de formulación de políticas por parte de instituciones internacionales,
aparatos supranacionales, organizaciones y foros intergubernamentales, grupos de
reflexión transnacionales y grupos de interés y movimientos sociales transnacionales
(véase Deacon y Hulse 1997; sobre la transferencia de políticas, véase Dolowitz y
Marsh 1996; Peck y Theodore 2001; y Stella 2000). Es importante reconocer, con
Deacon y Hulse (1997), que existe cierto desacuerdo real entre estos diferentes
organismos en cuanto a las recomendaciones de política; pero esto no debe
exagerarse, ya que los órganos alineados con el "Consenso de Washington" tienden a
ser los más influyentes en la internacionalización de la política económica y social En
particular, observan cierta convergencia entre las políticas de la UE y la OCDE, ya que
la UE ha descubierto el impacto adverso en la competitividad de la política social del
SABN y la Dirección de Educación, Empleo, Trabajo y Asuntos Sociales de la OCDE
ha llegado a reconocer los beneficios económicos de los programas ampliados de
apoyo a los ingresos (Deacon y Hulse 1997: 45-58). Esta evolución, mediada por una
red cada vez más densa de redes de poder paralelas, refleja la creciente formación de
una clase capitalista transnacional preocupada por asegurar las condiciones para la
acumulación de capital a escala mundial. Esto está vinculado a un nuevo
constitucionalismo" (Gill 2001), es decir, un intento de establecer una nueva articulación
entre lo económico y lo político a escala mundial y no meramente nacional. Pero
también está asociado, como se ha señalado anteriormente, con los intentos de volver
a articular la relación entre las condiciones económicas y extraeconómicas para la
acumulación de capital en una economía globalizadora, posfordista y basada en el
conocimiento.
La Unión Europea es un actor clave, así como un lugar clave en las luchas para dar
forma a este nuevo acuerdo constitucional. Actúa como relevo de las presiones
neoliberales estadounidenses para rediseñar el orden mundial y como defensora de un
modelo europeo alternativo. Su papel central a este respecto también lo convierte en
un lugar crucial para las fuerzas políticas contendientes, tanto dentro como fuera de la
UE, en su intento de dar forma a su dirección estratégica general y/o a sus políticas
económicas y sociales específicas (véase van Apeldoom 2002; Ziltener 1999). Esto
puede verse en su compromiso general de reorientar la política económica y social
desde la primacía de la escala nacional en el "liberalismo incrustado de la posguerra"
hacia un "neoliberalismo incrustado de la posguerra", aunque con una inflexión
diferente del modelo hegemónico estadounidense. Al mismo tiempo, sin embargo, la
europeización decenal de la política económica y social está estrechamente vinculada,
de conformidad con el principio de subsidiariedad, al papel cada vez más importante
que desempeñan los organismos subnacionales y transnacionales, territoriales y/o
funcionales, en su formulación y aplicación. A este respecto, existe una interesante
división escalar del trabajo entre la UE, los Estados nacionales y los niveles
subnacionales de gobierno. En efecto, mientras que los Estados nacionales conservan
importantes competencias en las esferas tradicionales del Estado soberano (militar,
policial) y en la política de bienestar (en la que el limitado presupuesto de la UE bloquea
un papel importante en la redistribución social general, aunque haya adquirido esta
competencia), la UE ha adquirido una influencia cada vez mayor en la política
económica.
Los gobiernos desempeñan un papel importante y cada vez más importante en todos
los aspectos de la metagobernanza: participan en el rediseño de los mercados, en el
cambio constitucional y en la re-regulación jurídica de las formas y objetivos
organizativos, en la organización de las condiciones para la auto-organización y, lo que
es más importante, en la colibración. Así pues, la metagobernanza no elimina otros
modos de coordinación. Los mercados, las jerarquías y las heterarquías siguen
existiendo; pero funcionan en un contexto de toma de decisiones negociadas". Por un
lado, la competencia del mercado se equilibrará con la cooperación; la mano invisible
se combinará con un apretón de manos visible. Por otro lado, el Estado ya no es la
autoridad soberana. Se convierte en un participante más entre otros en el sistema de
orientación pluralista y contribuye con sus propios recursos distintivos al proceso de
negociación. A medida que se amplía el abanico de redes, asociaciones y otros
modelos de gobernanza económica y política, los aparatos oficiales siguen siendo, en
el mejor de los casos, los primeros entre iguales.
Así pues, la cuestión clave de un programa de investigación sobre esta nueva forma de
Estado se convierte en la manera y la medida en que los múltiples niveles, arenas y
regímenes de la política, la elaboración de políticas y la aplicación de políticas pueden
estar dotados de un cierto aparato y unidad operativa horizontal y vertical; y cómo esto
afecta al funcionamiento general de la política y a la legitimidad de los nuevos arreglos
políticos.
Conclusiones
En segundo lugar, y tal vez más importante, sólo situando las cambiantes formas
políticas de la Unión Europea como parte de la transformación en curso y el intento de
volver a regular el capitalismo mundial, así como parte de la transformación más
general del Estado en respuesta a los principales cambios socioculturales y político-
económicos, se puede comprender adecuadamente lo que está en juego en estos
cambios. Entre otros resultados interesantes, este enfoque refuerza la importancia de
examinar no sólo la gobernanza en varios niveles (o, mejor, en varios escalones) sino
también la metagobernanza en varios escalones. El desarrollo de la Unión Europea
puede considerarse como parte de los esfuerzos continuos (a menudo con objetivos
cruzados) de los principales agentes económicos y políticos para producir un equilibrio
adecuado entre los diferentes modos de coordinación económica y política a través de
las divisiones funcionales y territoriales y para asegurar, bajo la primacía de lo político,
una medida de unidad de aparato y de legitimidad política para la Unión Europea. Esto
ha tomado diferentes formas en diferentes períodos en la prosecución del proyecto
europeo, sobre todo porque éste se ha visto configurado en diferentes momentos por
los cambios en el peso relativo de las estrategias económicas y políticas atlantistas y
europeas, por los cambios en el peso relativo de las perspectivas liberales y
neoliberales échangiste (capital monetario) y los proyectos productivistas
neocorporativos y neomercantilistas, y por el cambio tendencial de un enfoque ENBK,
preocupado por crear un mercado único para realizar economías de escala, a un
enfoque RPTS, preocupado por transformar la Unión Europea en la economía basada
en el conocimiento más competitiva y dinámica y por "modernizar" el modelo social
europeo. Además, por supuesto, este proyecto de metagobernanza multiescalar a
escala europea se está llevando a cabo en condiciones de rondas sucesivas de
expansión (que han aumentado la heterogeneidad de la dinámica de crecimiento y los
modos de regulación de las diferentes economías regionales y nacionales, así como
las formas y el alcance del desarrollo desigual y las desigualdades) y en condiciones
en las que las economías nacionales y los Estados nacionales han estado sujetos a sus
propios problemas y crisis estructurales individuales, así como a las tendencias de crisis
compartidas derivadas de su integración en los circuitos del fordismo atlántico y en la
emergente economía globalizada basada en el conocimiento. Y, por último, este
proyecto de metagobernanza multiescalar forma parte de una "conversación meta-
constitucional" post-Westfalia más amplia que se está produciendo entre los actores no
estatales y estatales (incluidos los metaestados como la UE), mientras luchan por
desarrollar e institucionalizar un nuevo orden político (Walker 2000). Si bien, ha sido
imposible desarrollar aquí el análisis que exige este enfoque, se debería haber dicho lo
suficiente como para mostrar la promesa del EER como una de las varias opciones a
explorar en la futura labor sobre la Unión Europea.
10
el EER
Toda la ciencia sería superflua si las apariencias externas y la esencia de las cosas
coincidieran directamente.
(Marx 1894: 817)
Pag. 226
Pag. 227
a finales del siglo XIX y lo extendió al mundo social (como lo hizo Windelband y, sin
duda, otros antes que él). Él también argumentó que el mundo es un conjunto
infinitamente extenso de objetos, cada uno de los cuales es infinitamente subdivisible,
de modo que nos enfrentamos a una "multiplicidad" de detalles tanto "extensamente"
como "intensamente" infinita. De ello se desprende, continuó Rickert, que nuestro
conocimiento no puede ser nada parecido a una copia o una reproducción de la
realidad; de hecho, no podemos conocer ningún objeto o acontecimiento en todos sus
aspectos. De esto extrajo importantes implicaciones para las ciencias sociales y
naturales (sobre las cuales, véase Rickert 1986: 61-137, y más abajo).
Rescher distingue tres modos de complejidad ontológica (cada uno con dos o más
subtipos): composicional, estructural y operativa. Los detalles precisos son irrelevantes
para los propósitos actuales. Para cada modo de complejidad se plantea el mismo
problema cognitivo mencionado anteriormente, a saber, que el mundo es demasiado
complejo para que la mente humana lo capte plenamente (o cualquier mente). Pero
aquí el problema no es tanto una de las capacidades cognitivas de la mente (o, mejor
dicho, de la ciencia en su dimensión transitiva) como las características ontológicas (o
intransitivas) de las entidades complejas que están en juego.
Cabe señalar aquí dos de esas características ontológicas. En primer lugar, está la
cuestión de la posibilidad y la composibilidad, que está estrechamente relacionada con
cuestiones estratégicas-relacionales como la configuración y la dependencia del
camino, la autonomía operacional y la interdependencia material, y la coordinación
estratégica y el acoplamiento estructural (véase más adelante):
Las entidades y sus relaciones en el mundo real no sólo tienen más propiedades
de las que nunca manifestarán abiertamente, sino que tienen más de las que
posiblemente puedan manifestar. Esto es así porque las propiedades de
disposición de las cosas siempre implican lo que podría caracterizarse como
condiciones de realización mutuamente preventivas… la realización
perfectamente posible de varias disposiciones puede no ser mutuamente
composible, y por lo tanto las propiedades dispositivas
Pag. 228
de una cosa nunca pueden manifestarse completamente, no sólo en la práctica,
sino en principio. Nuestras afirmaciones objetivas sobre las cosas reales siempre
nos comprometen a más de lo que podemos determinar sobre ellas. (Rescher
1998: 38; véanse los comentarios sobre la composibilidad y la cogrediente en el
capítulo 8 supra, pág. [187])
Este punto está estrechamente vinculado a la distinción realista crítica entre lo real y lo
real y, por lo tanto, el ritmo Rescher2 no debe atarse demasiado a la experiencia o
incluso a la experimentación a costa de una cuidadosa consideración de la naturaleza
de lo real.
¿Qué implican la complejidad y su auto-potenciación para los análisis del mundo real?
Vale la pena distinguir tres conjuntos de implicaciones aquí: ontológicas,
epistemológicas y metodológicas.
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explorar las interrelaciones entre los diferentes aspectos de la realidad, ya sea como
divididos por diferentes disciplinas o como emergen del proceso de investigación. Sin
embargo, a medida que los objetos cambian, los límites específicos de las disciplinas,
las divisiones del trabajo y los puntos de entrada pueden perder relevancia. Esto podría
dar lugar a nuevas subdivisiones disciplinarias, a la transdisciplinariedad o a la
postdisciplinariedad (véase Jessop y Sum 2001).
Pag. 231
Las leyes y las tendencias son doblemente tendenciales: es decir, estas tendencias
existen en la medida en que los mecanismos que las generan se reproducen a su vez
tendencialmente. Esto es particularmente importante en el mundo social, donde las
tendencias asociadas a conjuntos específicos de relaciones sociales sólo se
reproducen a su vez tendencialmente en y a través de la acción social. Y, a su vez, las
singularidades investigadas en los Wirklichkeitswissenschaften pueden entenderse en
términos de necesidades contingentes que son producto de la interacción entre los
mecanismos materiales, discursivos y estratégicos de los mundos natural y social.
Pag. 232
bases para tal razonamiento contra fáctico (Ragin 1987, 2000). El razonamiento
contrafáctico en el análisis causal desempeña un papel importante en la identificación
de la importancia relativa o el orden de importancia de las diferentes causas para
producir un efecto determinado. Como se ha sugerido en los párrafos anteriores, estos
aspectos ontológicos, epistemológicos y metodológicos de la complejidad están
estrechamente relacionados. Pero aun así debemos tener cuidado de distinguirlos,
tanto para evitar posibles malentendidos como para explotar sus conexiones en el
desarrollo de una filosofía realista crítica de las ciencias sociales.
Pag. 233
Esto abre la ruta a una infinita regresión explicativa hacia el pasado dependiente del
camino, pero, como señala Rescher en su representación de la navaja de Occam, las
complicaciones no deben multiplicarse más allá de lo necesario (1998: 62; véase
también la nota 1). Así pues, para evitar un retroceso infinito, es esencial definir los
límites materiales, sociales y espacio-temporales de cualquier explicación. Esto se
presta a un análisis genealógico más extenso y/o a un enfoque selectivo de la coyuntura
actual. No obstante, desde un punto de vista estratégico-relacional, ni siquiera la
coyuntura actual puede analizarse como un "punto" abstracto sin profundidad y
extensión espacio-temporal. En cambio, exige un análisis coyuntural estratégico-
relacional pertinente para determinados agentes, identidades, intereses, horizontes
espacio-temporales y objetivos estratégicos. Desde un punto de vista genealógico, la
coyuntura actual es el producto necesario de interacciones contingentes entre
diferentes conjuntos de mecanismos causales en el pasado y en el presente. Desde el
punto de vista del análisis del contexto estratégico-relacional, la coyuntura actual es un
terreno estratégico asimétrico que ofrece oportunidades materiales, espacio-
temporales y sociales diferenciales para que los distintos agentes persigan distintos
objetivos en un conjunto heterogéneo de geometrías espacio-temporales que van
desde el inmediato "aquí-ahora" hasta la sociedad mundial en un futuro indeterminado.
Visto en estos términos, por supuesto, la necesidad contingente también implica un
excedente ilimitado de posibilidades futuras (inmanejables, a menudo mutuamente
excluyentes) de tal manera que el mundo social tiene una estructura "abierta" (cf.
Luhmann 1979: 6,13). Desde un punto de vista estratégico-relacional, entonces, incluso
antes de introducir cuestiones como las contradicciones, dilemas, paradojas e
indecisiones, implica la necesidad de elección y la contingencia de lo que se elige (cf
Scherrer 1995).
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Pag. 237
El EER en la economía política cultural tiene tres rasgos definitorios. En primer lugar,
al igual que otras corrientes de la economía política evolutiva e institucional y a
diferencia de los estudios genéricos más habituales de la semiosis, la EPC se opone a
los análisis transhistóricos, insistiendo en que tanto la historia como las instituciones
son importantes. Aquí es donde la dialéctica estratégico-relacional de la dependencia
de la trayectoria y la formación de trayectorias y su énfasis asociado en los mecanismos
evolutivos de variación, selección y retención (Campbell 1969) tienen un papel clave en
la formación de la dinámica de la semiosis. En el desarrollo de la EPC hemos pedido
un análisis serio de la variación, selección y retención en términos de mecanismos
semióticos y extra-semióticos. De hecho, la EPC se ocupa especialmente de los
mecanismos semióticos y extrasemióticos que determinan la coevolución de los
aspectos semióticos y extrasemióticos de la economía política (y, por extensión, de
otros tipos de relación social). Y, a fortiori, se ocupa especialmente de las propiedades
estructurales y la dinámica que resultan de esas interacciones materiales. También
hace hincapié en la materialidad de las relaciones sociales y pone de relieve las
limitaciones que entrañan los procesos que operan "a espaldas" de los agentes
pertinentes. Esto nos permite distinguir la economía política cultural del análisis crítico
del discurso en términos de su "valor añadido". Porque, mientras que el análisis crítico
del discurso tiende a centrarse en textos específicos, a realizar análisis comparativos
estáticos de textos seleccionados en diferentes momentos, o a estudiar corpus
lingüísticos a lo largo del tiempo, el EPC también está interesado en la variación,
selección y retención de diferentes discursos y, en este sentido, también se ocupa de
sus características extrasemióticas y semióticas.
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Así pues, la EPC no sólo se ocupa de la forma en que los textos producen significado
y, por tanto, ayudan a generar estructura social, sino también de cómo esa producción
se ve limitada por las características emergentes no semióticas de la estructura social,
así como por factores inherentemente semióticos. Aunque toda práctica social es
semiótica (en la medida en que las prácticas implican un significado), ninguna práctica
social es reducible a la semiosis. La semiosis nunca es una cuestión puramente
intrasemiótica sin referencia externa e implica algo más que el juego de diferencias
entre redes de signos. No puede entenderse sin identificar y explorar las
Pag. 239
El "juego de la diferencia" entre los significantes no podría sostenerse sin una amplia
incorporación de la semiosis en la práctica material, en las limitaciones y posibilidades
del mundo material. Aunque las palabras o frases individuales que no tienen una
relación unívoca con los objetos a los que se refieren, el mundo sigue limitando el
lenguaje y las formas de pensar. Esto ocurre con el tiempo; si no en cada momento. No
todas las construcciones discursivas posibles pueden construirse materialmente de
manera duradera, y los intentos de realizarlas materialmente pueden tener efectos no
deseados (Sayer 2000). El éxito o fracaso relativo de las construcciones depende de la
manera en que tanto ellas como cualquier intento de construcción corresponden a las
propiedades de los materiales (incluidos los fenómenos sociales como los actores e
instituciones) utilizados para construir la realidad social. Esto refuerza mis argumentos
anteriores sobre la dialéctica de la discursividad y la materialidad y la importancia de
ambas para una adecuada contabilización de la reproducción de las economías
políticas. También proporciona la base para pensar en la semiosis en términos de
variación, selección y retención, ya que hay un margen mucho mayor para la variación
aleatoria en interpretaciones únicas que para las
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Conclusiones
La teoría de la complejidad es... una amalgama científica. Es una acumulación
de ideas, una anti-reduccionista, que representa un cambio hacia la comprensión
de las propiedades de la interacción de los sistemas como algo más que la suma
de sus partes. Se trata, pues, de la idea de una ciencia de orden emergente
holístico; una ciencia tanto de las cualidades como de las cantidades, una
ciencia del "potencial de orden emergente en los fenómenos complejos e
impredecibles" (Goodwin, 1997: 112), una ciencia más abierta que afirma "la
primacía de los procesos sobre los acontecimientos, de las relaciones sobre las
entidades y del desarrollo sobre la estructura" (Ingol, 1990:209).
No estoy en desacuerdo con los comentarios de Thrift, pero insinúan que la teoría de
la complejidad corre el riesgo de convertirse en "caótica" en la medida en que es una
amalgama ecléctica de ideas y metáforas. De ello se deduce que no sólo necesitamos
desarrollar un relato más riguroso de la complejidad en términos generales, sino
también explorar tanto las especificidades de los diferentes sistemas complejos como
las especificidades de los paradigmas para identificar/observar la complejidad: En
consecuencia, he conectado la complejidad, el realismo crítico y las ideas sobre los
sistemas autopoiéticos con el fin de introducir cierto rigor en la discusión sobre el
significado de la complejidad en los mundos natural y social para el enfoque estratégico-
relacional. Así pues, mis observaciones sobre la complejidad se complementaron con
reflexiones sobre la dialéctica entre la complejidad de las operaciones y la complejidad
de
Pag. 244
Sin embargo, esto nos lleva tan lejos y no más allá. Porque una cosa es desarrollar un
relato general de la complejidad, justificar la superioridad del realismo crítico en general
sobre otras posiciones ontológicas, epistemológicas y metodológicas en la filosofía de
la ciencia, o promover las ventajas de un enfoque estratégico-relacional sobre relatos
alternativos de estructura y agencia en las ciencias sociales. Otra cosa es identificar la
teoría particular de la complejidad más apropiada, la versión particular del realismo
crítico, o la especificación particular del EER dentro de estos amplios parámetros. En
este sentido, uno está tentado de parafrasear a Marx en el sentido de que no existe tal
cosa como la complejidad, el realismo crítico o el EER en general; sólo hay relatos
particulares de complejidad, versiones particulares de realismo crítico y
especificaciones particulares del enfoque estratégico-relacional. Ello supone que el
desarrollo ulterior del EER depende, como en el pasado, de un movimiento en espiral
entre las reflexiones generales sobre el enfoque general y la especificación y aplicación
de variantes particulares del EER. El campo de especificación y aplicación que he
elegido ha sido el análisis histórico-materialista del estado capitalista, la dinámica de la
acumulación de capital orientada al beneficio y mediada por el mercado, y el
acoplamiento estructural y la coevolución económica y política en las formaciones
sociales capitalistas. Pero esto no excluye otras formas de desarrollar el enfoque en
relación con estos u otros campos. De hecho, he indicado en otra parte la medida en
que del institucionalismo histórico y sociológico han surgido conclusiones muy similares
a el EER (véase Jessop 2001a). Por ello, tres de mis anteriores monografías
estratégico-relacionales (1982, 1985a y 1990b) han terminado con directrices y
recomendaciones generales, en lugar de un conjunto específico de prescripciones que
podrían excluir otros tipos de aplicación. La excepción fue, por supuesto, la monografía
que aplicó el enfoque estratégico-relacional al problema de El futuro del Estado
capitalista (2002d) con sus fundamentos bastante específicos, si no idiosincrásicos, en
un relato crítico realista, estratégico-relacional y formal-analítico de las contradicciones
y dilemas que conformaron el auge y la caída del
Pag. 245
NOTAS
Introducción General
1. De hecho, Foucault puede ser demasiado entusiasta para vincular a Marx con
algunas de sus propias ideas. Sus propios editores refutan la afirmación de que
Marx reconoció que sus puntos de vista sobre la lucha de clases derivan del
trabajo de los historiadores franceses sobre la lucha racial (2003: 83).
2. Véanse los numerosos comentarios de Foucault sobre el marxismo en Dits et
écrits (1995).
1. También surgen cuestiones sobre la selectividad del Estado en relación con los
diferentes sexos biológicos (incluidos los casos "incómodos", ya sea debido a la
dotación genética o a la intervención quirúrgica), las identidades sexuales (con
un creciente reconocimiento de las identidades transgénero) y las preferencias
sexuales (a través del aumento de los movimientos de gays, lesbianas y
bisexuales y mediante el debate sobre cuestiones como la bestialidad, el incesto,
la pedofilia, la pornografía y el sadomasoquismo).
2. Al distinguir entre discursos, instituciones y prácticas materiales, no estoy
negando la materialidad de los discursos ni sugiriendo que las instituciones o las
prácticas materiales no son discursivas. Simplemente observo que no todos los
discursos se traducen en instituciones y prácticas materiales con propiedades
emergentes que son irreductibles al contenido de estos discursos.
3. Esto se indica por el hecho de que teóricos neoliberales como Hayek y Friedman
creen que, debido a que la discriminación de género bloquea la asignación
eficiente de recursos
Pag. 249
en aras de la maximización de los beneficios, desaparecerá a medida que el
cálculo racional del mercado llegue a dominar una gama cada vez más amplia
de relaciones sociales.
4. La igualdad formal en las relaciones de mercado y la política liberal democrática
es, por supuesto, compatible con las desigualdades sustantivas, ya sea que se
generen por la lógica misma de la relación salarial y las relaciones sociales de
producción en el capitalismo, por la articulación contingente entre las relaciones
de intercambio y las desigualdades sustantivas preexistentes (como se
ejemplifica en los mercados segmentados de trabajo o de productos), por las
contradicciones en las sociedades capitalistas entre la forma pública
democrática del Estado y su dependencia sustantiva de recursos (y, a menudo,
de legitimidad) en el desempeño de la economía capitalista, y por las
contradicciones entre la igualdad formal de los ciudadanos y su acceso
diferencial a la formación de la voluntad pública, la elaboración de políticas y la
aplicación de éstas.
5. Al menos cuando se examina como un aparato ideológico del Estado, es decir,
como un complejo conjunto institucional sujeto a control jurídico-político, en lugar
de como la suma de las familias realmente existentes.
6. Mi uso del mundo del sistema y del mundo de la vida aquí difiere del de
Habermas en la medida en que distingo más sistemas que el económico y el
jurídico-político y considero el mundo de la vida como algo más que una esfera
de comunicación.
7. Para una deconstrucción estratégica-relacional anterior de la ceguera de género
del estado', ver Sauer (1997); Cooper (1995) proporciona un análogo análisis
'queer-teórico' del estado local.
8. Para una crítica feminista de los argumentos de Elías sobre los orígenes de la
civilización como pacificación de la sociedad, véase Bennholdt-Thomsen (1985).
9. La violación marcial puede utilizarse como arma contra la nación étnica y
cultural, destruyendo familias y culturas.
10. Sobre la doble marginación de género producida por el Fraktionsstaat
parlamentario y el corporativismo en Alemania, véase Young (1996: 159-84).
11. Sobre los esfuerzos por volver a enredar el dinero en las relaciones sociales de
género, véase Zelizer (1998).
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Índice
Nota: El índice combina nombres y sujetos. Los números de página impresos en negrita
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específicos (por ejemplo, 5 a 8) indican que el debate continúa en las páginas
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palabra, concepto o frase. Los autores son indexados sólo cuando son citados
directamente o discutidos en detalle, no cuando son simplemente citados en apoyo de
uno u otro argumento
235-6
Hay en 48-9, 235
estructura y agencia
Allgemeine Staatslehre 4
Marxismo 22
110-12, 114ff.
passim, 153
Nicos
Gramsci 60
esencialismo
antifederalismo 201
anti-reduccionismo 243
antiestatismo 140
enfoque 45
210
metro
229,231
H"
23 de descuento.
202
autonomía
discursivo 49
138
243
Pag. 288
el estado 2, 5, 55
epifenomenalismo, reduccionismo
análisis social 45
201
fuerza de 130-1
Italiano 108f.
193, 247
Gran Bretaña 12, 14, 17, 21, 23, 27, 32, 76, 204
ciudadanía 174
247
política 84-5
153
enfoque teórico-estratégico
organizado 57
183-6, 196
11
Catolicismo 107-8
Chartists 96
Biología chilena 23
China 111
pagina 302
Pag. 289
168-9, 196
ver también derechos humanos, derechos
Poulantzas en 127
económico 32, 52
181-5, 248
económico 56, 98, 136, 144
económico-corporativo 33
90
particular 33f.
y patriarcado 16 Si.
periodización de 133-4
126
y estrategia 33h, 36
135
Comintern57, 111
219
Régimen nacional
206, 221
composicional 227
interdependencia 207-8
de significado 234f.
de operaciones 234f.
política de 177
242, 249
y ciencia 225
206, 221
composibilidad 187-227
38, 42, 44, 49, 54, 56, 60, 86, 168, 184,
231
condominio 208
confederado 208
Acercarse
161
consorcios 208
Pagina 303
Pag. 290
constructivismo 238
sobredeterminación
244, 249
172
estado 124f.
espacio-tiempo 186-96
249
representación, neo-corporativismo
247
económico 193
fiscal 165
130 hegemónico
ideológico 129f.
210
del marxismo 140-1
211
estado 4,9, 77
análisis
fuentes 50
209-11
Estado capitalista dependiente 132
249
determinismo
funcional 62
estratégico-relacional 42, 46
estructural 34
111 tecnológico
sobredeterminación, reduccionismo,
esencialismo estratégico,
enfoque estratégico-relacional
210
estado de desarrollo 77
dialéctico
33
236f.
Foucault en 148f
Hay en 48f.
240
Pag. 291
giro discursivo 49
182
género 175
sexual 159
Gramsci en 105f
patriarcado
187, 189
112, 218
99
150
estratégico 176
Eurocorporatismo 213
Unión Europea 7, 61
210-11
222
129-34, 138
y bonapartismo 83f
Poulantzas en 129-34
192, 247
narrativa 89
241
189-92, 216
estados fallidos 3
176
métodos 68-9
305 de 1189.
Pag. 291
Ableitung, ver derivación Abrams, Philip - idea del estado 73 historicismo absoluto 101,
111 conceptos abstractos-simples 2,8,13-14, 44, 56, 115, 184, 231, 249
acumulación 24 y s., 28 y s., 32, 35, 38, 58, 87, 109, 120, 137, 154, 18 y s., 185, 188,
190, 216, 226, 244
régimen de acumulación 15, 24, 60f., estrategia de acumulación de Ill 14, 24f., 34, 50,
98, 174-5, 239, 241 teoría de la red de actores 45, 205 liberalismo avanzado 205-6
agencia 15fi, 34, 37, 39-40, 42-4, 54,
235-6
y el estructuralismo 17, 27, 118, 128, 138 Americanismo, Gramsci el 21, 97, 106, 110-
12, 114 y sig.
approach 45 ,
210 . m
229,231 H"
autonomy discursive 49
operational 26, 35, 59, 174, 227 relative 6f., 12, 25, 32, 37, 57f., 63f., 66, 70, 73f., 76,
79, 83f., 93, 107, 118, 121, 130, 138
Pag. 292
feminismo estatal
175f.
femocracia 170f
Gramsci el 110-12
formar
sigue la función 58
estructural 35f
vs contenido 33, 91
244
enfoque relacional
passim , 153
148-50, 153
141-7
autocrítica 145
Statecraft 66, 140, 149-51
Revolución Francesa 89
adecuación funcional 15
217, 223-4
contradicciones 186-9
definición 178-9
metagobernanza
115, 247
en lenguaje 102-3,114
y método de articulación 12
Pag. 293
112-14
247-8
248
coordinación 205-6
lifeworld 249
Harvey, David
105
agencia 48-9
181
orgánico 34
civil 106
clase 110
Foucault sobre hegemonía 152f
y lenguaje 102-3
legal 171
local 105
nacional 107
242
153f., 164
falacia 39-40, 42
227
233, 236
étnico 160
132,249
249
crisis en 129f.
124, 138
y thatcherismo 50
24 iff.
económico 51 f.
escalar 105
proyecto estatal
discurso 53
sociológica 238
India 111
158-9,210
giro institucional 45,241
Pag. 294
economía integral 24
247
interdiscursividad 30
atribución de 30
capitalista 58f., 63
10-11
hombres 69
objetivo o subjetivo 30
203
en lugares 104
reflexividad 4iff.
estado 3, 79
Teoría (1988) 24
interseccionalismo 70
247f.
Japón 107
conflicto 97
173, 175
217, 247
183
Lenin, Vladimir Illich
211, 220ff
Pag. 295
lumpenproletariat 92
167
Marx, Karl
27
sobre la ley 26
en la escena política 85
en ciencia 225
'Partido de Marx' 95
Foucault en 67f.
pássim
Gramsci en 247
maternalismo 173
237f.
7 3f.
215, 217-24
ver también metagobernanza multiescalar
poder
Miliband, Ralph
historicismo 111
enfoque morfogenético 45
y género 166f.
'dos naciones' 14
224,
Pag. 296
popular nacional 12, 34, 98, 108, 112, 167
representación 129
nacionalidad 168
neogramscianismo 211
neo-mercantilismo 224
21,61-5, 72,79
redes
147
economía 246
regímenes excepcionales
250
161
ver también necesidad contingente
61
Panopticismo 147
cretinismo parlamentario 91
169
Marx en 95-7
lucha 96-7
patriarcado premoderno
242
Union 211
del thatcherismo 14
193
pluralismo 62
208-10 passim
Pag. 297
226
124
posdisciplinariedad 22
post-patriarcado 158ff.
anti-economismo de 119-21
129-31,139
141-7
126-7, 135-6
legado de 137-9
en periodización 133-4
onspatio-temporality 134—5
151
determinación institucional
violencia
estado depredador 77
legados 137
'METRO
económico 62
funcionalista 141
semiótico 52
Pag. 298
235
138, 250
132-4,204
247
20 si.
170
214, 221
180,191
pássim
en el espacio-tiempo 184
economía política de 25
emergencia 4
estadidad 208-9
249
244
229, 235-43
139
23-7
Pag. 299
contradicciones 186-8
de flujos 184, 187, 189, 193
169,206
443