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Cuento de un perro 

para leer: “El perrito de la


estación”
Hacía ya dos años que Brinco vivía en la vieja estación. Tan solo era un
cachorro cuando vio por última vez a Tomé, su humano mejor amigo. Brinco
no recordaba mucho de aquel día, solo que iban a subir en un tren con
destino a algún lugar, cuando perdió de vista a Tomé. Y que, de pronto, a su
alrededor todo eran piernas de gente que corría, apresurada. Brinco ladraba,
llamando a Tomé. Pero sus ladridos quedaban ahogados por rugidos de
trenes y silbatos de viejas locomotoras. El caos de prisa y ruido asustó
mucho a Brinco, de manera que se refugió bajo un banco de piedra. Allí se
quedó, temblando de miedo, hasta que llegó la noche y la estación quedó
vacía. Todavía recordaba la visión, entre lágrimas, del tren haciéndose cada
vez más pequeñito a medida que se alejaba.
Hacía ya dos años de aquél día. Y ni uno solo había dejado Brinco de
esperar en la estación, por si Tomé volvía. Salía de debajo del banco que
había convertido en su refugio, moviendo el rabo, cada vez que un nuevo
tren llegaba a la estación. Pero Tomé nunca bajaba de ninguno de ellos.
Entonces Madeja, una gata callejera que acudía cada día a la vieja estación
en busca de restos de comida, se le acercaba en silencio.
-¿Tampoco ha habido suerte con este tren? -maulló la gatita.
-No, en este tampoco ha venido. Tal vez regrese mañana -respondió Brinco,
aún lleno de optimismo.
Brinco estaba seguro que Tomé no se había olvidado de él. Y por eso
esperaba en la vieja estación y acudía a recibir, esperanzado, a los pasajeros
de cada tren que paraba.
Al principio fue duro. Brinco pasó mucho frío, tuvo que sobrevivir buscando
comida en la basura. Algunos alimentos le provocaban dolor de tripa. Los
días de lluvia, Brinco acababa empapado, y los guardias de la estación le
perseguían para capturarlo y llevarlo a la perrera. Pero Brinco siempre
lograba superar las adversidades: el deseo de reencontrarse con Tomé era
mucho más fuerte. De modo que pronto los guardias se acostumbraron a él,
y muchos pasajeros le cogieron cariño. Algunos de ellos le saludaban cuando
bajaban del tren; otros, le ofrecían los restos de sus bocadillos. Y Brinco
siempre guardaba un pedazo para su amiga Madeja.
-Ya han pasado dos años, Brinco. No va a volver. No sigas esperando -le
aconsejó la gata.
-Pero entonces, ¿qué haré? ¿A dónde iré? Mi única ilusión es volver a estar
con Tomé -respondió el perrito.
-No digo que renuncies a tu sueño, Brinco. Ve a buscarle. Deja de esperar
que venga hasta ti y ve tú a su encuentro.
-Pero, Madeja, No sé a dónde nos dirigíamos. Ni siquiera pude ver qué tren
cogió. ¿Por dónde podría empezar a buscar?
-No lo sé, Brinco. Pero aquí parece que no va a volver.
Aquella noche Brinco la pasó despierto, pensando en las palabras de su
amiga Madeja. ¡La gata tenía razón! Si quería que algo cambiara, tenía que
hacer algo diferente. De manera que, al amanecer, Brinco se coló en el
vagón de carga del primer tren que paró en la vieja estación. ¡Buscaría por
todas las ciudades, hasta en el último pueblo, si hacía falta! No renunciaría
nunca a reencontrarse con Tomé.

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