A la hora de pensar la constitución de la voz literaria femenina en la tradición occidental, lo
fundamental es poner atención no solo al “qué” sino también al “cómo” de su formulación. En términos de su contenido, la perspectiva de las mujeres escritoras ha tendido a poner en primer plano una serie de experiencias humanas que habían quedado escasamente tematizadas por el canon literario masculino. Así, frente a las gestas notables y las grandes batallas que habían ocupado a la poesía épica, la novela moderna (el que podría ser considerado el género literario femenino por excelencia) vuelca su enfoque hacia la vida cotidiana, la sensibilidad de los personajes y las complejidades de la vida interna de cada sujeto. De tal forma, la postura de la mujer revela (a partir de, más o menos, el siglo XIX) una serie de elementos estéticos que, en lo posterior, han pasado a definir la vida moderna. No es curioso que la vida cotidiana y aquellos pequeños dramas del contacto íntimo sean el “qué” que se asienta sobre la narrativa femenina. Esto tiene una significación política importantísima. En la medida en que en la historia se hace posible pensar la diferenciación entre una esfera “pública” y otra “privada”, la mujer siempre se ha visto relegada al ámbito privado-doméstico, mientras que el acceso a las condiciones de la gloria público-política ha estado reservado para los varones. La “perspectiva” femenina, en tal sentido, se ha construido sobre la base de un contacto más fuerte con una serie de significados ligados a la crianza y el cuidado de la casa y de los infantes, aunque, claro está, no reducida a ellos. La vida masculina, por otro lado, se ha hallado caracterizada por el sentido de “aventura” que acompaña lo “heroico”, forma por excelencia de la virtud pública. Ahora bien, el contenido de la voz literaria femenina tuvo que encontrar una tonalidad propia para poder levantarse adecuadamente. Esta forma, en Occidente, fue la de la novelística “epistolar”. Es cierto que Rousseau primero y después algunos otros autores ingleses ya habían empleado este formato literario, pero lo hicieron precisamente para tratar de definir la enunciación de la voz de sus personajes mujeres. En tal sentido, esta es una tendencia que después fue reapropiada por las autoras victorianas, estableciendo una nueva posición esencial para el tono literario femenino. Debe entenderse que lo verdaderamente importante de la forma epistolar es que permite mantener el sentido de intimidad y privacidad que, como una tenue luz, ilumina las experiencias domésticas. A pesar de esto, sin embargo, la forma-carta impulsa a la vez una publicitación literaria de dichas emociones y contenidos. Con ello, las mujeres literarias del siglo XIX mantienen el carácter de lo femenino a la par que pelean por la formulación de una voz pública dispuesta desde sus propias condiciones.