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El cuidado de la salud

espiritual
Jesús nos habla de Dios y lo presenta como Padre de todos los hombres, con
una preocupación especial para los hijos que se alejan de Él. En el pasaje del
Evangelio que vamos a ver hoy, Jesús nos manifiesta la actitud de perdón de
Dios Padre y la incomprensión de los hombres. Dios actúa de un modo distinto
a como lo hacemos los hombres, porque con amor perdona a sus hijos,
sacando el bien donde antes estaba el mal. Nos busca día a día sin que nos
demos cuenta, mientras seguimos nuestros caminos, y busca pecadores a los
que pueda llenar de amor, gracia y perdón. El perdón es un acto poderoso que
hace reconciliarse con Dios y con los hermanos, a aquellos que se habían
alejado
Una persona vino, nos hizo daño y se fue (o peor aún, no se fue, sino que
sigue en nuestras vidas, vive con nosotros ¡es familia! ¡Eres tú mismo!). Pasar
por un proceso de sanación con la ayuda del mejor médico, Dios, es un
proceso largo, desafiante y hasta doloroso porque nos insta a abrir los ojos, a
ya no ignorar nuestra realidad, a dejar de anestesiarnos por la rutina – esa
misma de la cual nos quejamos y que, sin embargo, usamos como excusa para
no encarar lo que hay en nuestro corazón.
Es este mismo adormecimiento social el que nos facilita ir almacenando dolor y
resentimiento sin siquiera darnos cuenta, pequeñas cosas que se van apilando
y que se van convirtiendo en heridas dolorosamente abiertas. Por supuesto,
este apilamiento no puede ser eterno, esas mismas heridas que por cobardía
decidimos ignorar, con el tiempo nos traicionan descaradamente y se hacen
visibles, amargamente omnipresentes en nuestra vida, lo invaden todo: son
heridas que destilan solamente enojo y desamor.
Dios nos busca y nos perdona porque quiere estar en nuestra vida. El cristiano
nunca puede excluir a ninguna persona del mensaje de Jesucristo.
La palabra clave es dolor, no rencor. El dolor solo lo podrá curar ése quien es
El Amor. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el
corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y
purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión. En efecto, en
nosotros está tener la mínima decencia de entregarle a nuestro Señor nuestra
intención de perdonar. Algo tan simple y honesto como decir: “Aunque ahora
siento que no puedo perdonar, por amor a Ti, quiero perdonar” es todo lo que
Dios necesita para actuar. Así es como nuestro Dios, con ese verdadero amor
de Padre, nos toma de la mano con paciencia, nos fortalece para que
confrontemos nuestras miserias, nos muestra por fin aquello que está mal y lo
cura…para siempre.
Igualmente, si las heridas fueron ocasionadas por nosotros mismos, tengamos
presente una de las promesas de la Divina Misericordia: “Ningún alma que ha
invocado Mi misericordia ha quedado decepcionada ni ha sentido confusión.
Me complazco particularmente en el alma que confía en Mi bondad”. Ahora
pues, si contamos con un Dios que nos ama y se deleita en compartir con
nosotros Su misericordia, y más aún, nos espera para perdonarnos por medio
de la confesión y nos da Su propio corazón en la Eucaristía, ¿Cómo se
entiende un católico que guarde rencor? ¿Qué llene su vida con resentimiento?
Sólo aquel que ha conocido el verdadero perdón de Dios, será capaz de
perdonar.
En conclusión, el perdón es un asunto de naturaleza ética y moral,
estrechamente vinculado a dimensiones de tipo religioso y espiritual. El papa
Francisco, por ejemplo, insistió durante su visita, a propósito de la paz: “No
tengan miedo a pedir y ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación
para acercarse y superar las enemistades”.

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