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108 MARTIRES POLACOS

proclamados beatos por Juan Pablo II, el 13 de junio de 1999 en


Varsovia

Desde los orígenes de la Iglesia los discípulos de Cristo, oponiéndose al mundo que pensaba de otra manera,
han dado testimonio de Jesús, el Maestro de Nazareth, con la propia vida, hasta sacrificarla. También la
Iglesia en Polonia, en su historia reciente, ha afirmado la propia fe con el martirio, cuando una gran cantidad
de cristianos, no precisables en números, dio la vida durante las persecusiones por parte de sistemas ateos
totalitarios.
La Divina Providencia ha querido que su testimonio, por lo menos en gran parte, no fuera olvidada. De modo
que 108 testigos heroicos de la fe, asesinados por manos nazistas de Hitler, fueron incluídos en la causa de
beatificación que ha permitido mostrar ampliamente su martirio y santidad.

De la historia del proceso de beatificación

La causa de beatificación de los 108 mártires, víctimas de la persecusión nazista de la Iglesia en Polonia en
los años 1939-1945, fue introducida formalmente solamente en 1992. En realidad, en sus orígenes, se
remonta a los primeros años después de la 2° guerra mundial. La fama de la santidad y del martirio de
muchos de los 108 nuevos beatos, las gracias atribuídas a su intercesión, han llamado muchas veces la
atención de las diócesis y de las familias religiosas sobre la necesidad de iniciar las causas de beatificación
por el martirio. Se deben recordar, por ejemplo, los casos del arzobispo Julian Antoni Nowowiejski, el obispo
Leon Wetmanski, P. Henryk Hlebowicz, P. Henryk Kaczorowski con el grupo de sacerdotes de Wloclawek, el
P. Józef Kowalski, salesiano, hno. Józef Zaplata de la Congregación de llos Hermanos del Sagrado Corazón
de Jesús.
Se tiene luego la beatificación del obispo Michal Kozal (Varsovia, 1987), definido “un verdadero maestro de
mártires” por el clero de los campos de concentración, especialmente Dachau. Durante la discusión sobre el
martirio del obispo Michal en la Congregación para las causas de los santos, se ha recibido el pedido de
comenzar un proceso aparte acerca de los que fueron compañeros del obispo mártir en el ofrecimiento del
máximo testimonio de la fe.

El proceso, por parte del episcopado polaco, fue comenzado y presidido por el obispo de la diócesis de
Wloclawek, la que durante la persecusión había sufrido, en porcentaje, la más grande pérdida entre el clero
diocesano de Polonia.
El día de la apertura del proceso en Wloclawek, el 26 de enero de 1992, día aniversario de la muerte del
beato mártir Michal Kozal, fueron tomados en consideración 92 mártires de las diversas diócesis y familias
religiosas. El número de los candidatos fue luego cambiando con la inserción de algunos nuevos y la
esclusión de otros, con motivo de no tener suficiente material de prueba de martirio, considerado en el
sentido teológio del concepto. Al final, el número de los mártires fue fijado en 108 personas las cuales fueron
asesinadas por odio a la fe (in odium fiei) en diveros lugares y circunstancias.
Los documentos del proceso, llegaron a las 96.000 páginas y fueron entregadas, en 1994, para el
competente exámen de la Congregación para la Causa de los Santos. El sucesivo estudio, muy intenso, ha
consentido de llegar, el 20 de noviembre de 1998, a la discusión teológica acerca del martirio. Su resultado
positivo, unido al del Congreso de los Cardenales y de los Obispos, el 16 de febrero de 1999, han abierto el
camino a la beatificación, realizada por el Santo Padre, el 13 de junio de 1999, en Varsovia, durante su viaje
apostólico a Polonia.

¿Quiénes son los 108 mártires?

Provienen de 18 diócesis, del obispado castrense y de 22 familias religiosas. Hay sacerdotes, religiosos y
laicos cuya vida, dedicada enteramente a la causa de Dios, y cuya muerte, sufrida por el odio a la fe,
llevaron el sello del heroísmo. Entre ellos hay 3 obispos, 52 sacerdotes diocesanos, 26 sacerdotes religiosos,
3 clérigos, 7 hermanos religiosos, 8 religiosas y 9 laicos. Esta proporción numérica está ligada al hecho que
el clero fue el principal objeto del odio de la fe por parte de los nazis. Se quería hacer callar la voz de la
Iglesia considerada como un obstáculo en la instauración de un régimen fundado en una visión del hombre
privada de la visión sobrenatural y llena de odio violento.

En el conjunto de los 108 mártires están representaos todos los componentes de la Iglesia, obispos clero
diocesano, religiosos y laicos. Un representante de cada una de estas categorías figura en el título de la
causa de beatificación.
El grupo de los obispos comienza con el obispo de Plock, el arzobispo Antoni Julian Nowowiejski , un famoso
profesor de liturgia, pastor celoso, asesiando en el campo de concentración de Dzialdów.
El clero diocesano está representado por el P. Henryk Kaczorowski, rector del seminario teológico de
Wloclawek, hombre de ciencia y bondad, un gran educador de sacerdotes, llevado fuera del campo de
Dachau y muerto en la cámara de gas.
Como representante de las familias religiosas hay un capuchino, el P. Anicet Kopalisnkmi, el apóstol de la
caridad en la región de Varsovia. Quizo afrontar sus sufrimientos con la oración, imitando al Maestro de
Nazareth; también él murió en la camara de gas en el campo de Auschwitz.
Hay finalmente laicos. En primer lugar, es indicada entre ellos Mariana Biernacka, fucilada cerca de Grodno,
una mujer sencilla, suegra, para la cual Dios y su ley eran los valores estimados por encima de todo, incluso
la libertad y la vida. En la generosidad de su caridad, ofreció su vida espontáneamente, para salvar a su
nuera, encinta y destinada a la muerte, y la vida del niño que estaba por nacer.
Extraordinariamente expresivos son los testimonios de los mártires, de numerosos sacerdotes diocesanos y
religiosos, los cuales morían, porque no querían desistir de su sacerdocio, o aquellos que padecían el
martirio por haber defendido ebreos o comunistas. No pocos fueron fucilados o torturados a muerte
justamente el viernes santo, casi como para indicar la unión de su martirio con la cruz de Cristo. Existen
muchos testimonios de religiosas perseverantes en el premuroso y silencioso servicio de caridad aceptando
con espíritu de fe los maltratos y hasta la ejecución capital.
P. Hilary Jarnuszewski (1909-1945), carmelita, había logrado sobrevivir en el campo de Dachau y volver
libre. Luego, cuando en febrero de 1942 se expandió en el Lager una epidemia de tifus, él se ofreció
libremente para servir a los moribundos en una barraca aislada, porque -como decía- “allí era más
necesario”. Y así contagiado, terminó su vida.
¿Cómo no nombrar una maestra de Poznan, Natalia Tulasiewicz (1906-1945), una insólita animadora del
apostolado de los laicos? Durante la ocupación, había partido libremente para el III Reich, junto con las
mujeres condenadas a trabajos forzados, para llevar un consuelo espiritual. Cuando la Gestapo la descubrió
fue arrestada, atrozmente torturada y humillada en público y condenada a muerte en el campo de
Rawensbruck. El viernes santo, con las fuerzas que le quedaban, subió a un banco de la barraca, y dio a las
prisioneras una conferencia sobre la pasión y resurrección del Señor. Dos días después la llevaron a la
muerte en la cámara de gas.
Hna. Julia Rodzinska (1913-1945), dominicana, murió en el campo de exterminio de Stuthoff, contagiada del
tifus contraído sirviendo las prisioneras ebreas de una barraca para la cual se había voluntariamente
ofrecida.
Hna. Celestyna Faron (1913-1944) ofreció su vida por la conversión de un sacerdote. Fue arrestada por la
Gestapo y condenada al campo de Auschwitz. Soportó heroicamente todos los sufrimientos del campo y
murió el domingo de Pascua de 1944. Aquél sacerdote se convirtió y además recondujo a otro a la fe.
P. Franciszek Drzewiecki (1908-1942), orionino de Zduny, fue condenado al trabajo masacrante de las
plantaciones de Dachau; mientras estaba inclinado para trabajar la tierra adoraba las sagradas Hostias que
custodiaba en una cajita puesta delante de él. En fin, partiendo para la cámara de gas, alentó a los
compañeros: “Ofreceremos la vida por Dios, por la Iglesia y por la Patria”.
En este cortejo de mártires están presentes también el P. Pius Bartosik (1909-1941) y el P. Antoni Bajeweski
(1915-1941), franciscanos de Niepokalanow. Eran los colaboradores más estrechos de San Massimiliano
Kolbe en la lucha por la causa de Dios y juntos sufrireron y se sotuvieron espiritualmente al hacer el
ofrecimiento de su vida en Auschwitz.

El mensaje de los mártires

Las razones de la beatificación son sutancialmente dos: dar gloria a Cristo Salvador, el cual sufre y vence en
sus mártires por la venida del Reino de Dios y mostrar, al final del siglo XX, el gran testimonio de la Iglesia
en Polonia. Este testimonio es tanto más significativo por el hecho de que este siglo será recordado en la
historia como un tiempo de degradación de la humanidad, en una medida jamás encontrada hasta ahora,
expresada en guerras feroces, en el genocidio de enteros pueblos, en el odio sistemático del bien. Nuestros
mártires, son para un mundo así, un profético signo de protesta y al mismo tiempo, signo de esperanza en el
amor de Dios, en la fuerza de la gracia del Salvador del género humano que siempre triunfa, aún en medio
del odio.

Juan Pablo II en la encíclica Veritatis Splendor n. 91 recuerda que “en el elevar a los mártires a la gloria de
los altares, la Iglesia canoniza su testimonio y declara verdadero su juicio según el cual el amor de Dios
implica obligatoriamente el respeto de sus mandamientos, aún en las circunstancias más graves, y el
rechazo de traicionarlos, aún con la intención de salvar la propia vida.
El martirio -como es explicado en el n. 93- es un signo preclaro de la Iglesia: la fidelidad a la ley santa de
Dios, testimoniada con la muerte, es anuncio solemne y compromiso misionero usque ad sanguinem, a fin
que el esplendor de la verdad moral no sea ofuscado en las costumbres y en la mentalidad de las personas y
de la sociedad. Un tal testimonio ofrece una contribución de esxtraordinario valor porque, no sólo en la
sociedad civil sino también en el interno de las comunidades eclesiales, no se precipite en la crisis más
peligrosa que puede afligir al hombre: la confusión del bien y el mal, que hace imposible construír y
conservar el orden moral de los individuos y de las comunidaes.”

El testimonio de los mártires están inscritas en la memoria de la Iglesia, una memoria que es distinta de la
historia común, poruqe es viviente y fructificante en el misterio de la comunión de los santos. Ardientes por
el gran amor de Dios, los mártires viven y son capaces de inflamar el espíritu, como de antorcha en
antorcha, en el camino valeroso hacia los grandes ideales del cristianismo.
Anuncian que la imitación generosa y total de Cristo hace el corazón del hombre capaz del sacrificio más
grande, estimulando al amor auténtico también hacia la patria terrestre, suscitando una gran
responsabilidad social, ayudando a superar las barresras del egoísmo, de la propia debilidad para construír
un orden humano en el mundo.
No obstanta hayan pasado 50 años de su martirio, los 108 nuevos Beatos polacos permanecen modelos
actuales y personales para imitar.
Todo esto tenemos delante de los ojos, cuando presentamos al mundo los mártires cristianos formados con
la fuerza del Espíritu Santo, los cuales en la prueba de fe, llenos del amor de Dios e del prójimo, han dado la
propia vida para que crezca de su sacrificio, otro bien, más grande y más duradero.

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