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ACTIVIDAD N° 14

EL BOLA Augusto Higa Oshiro. Lima 1946.


"¡Eres un muñeco!", articulaba El Bola. Y volvía a insultar: "¡Esclavo! ¡Miedoso! Te
sacaremos las tripas". Era la salida del colegio. El pequeño Martín amedrentado,
perplejo, solamente observaba. Entonces, aprovechaba El Bola, y le encajaba un golpe.
Martín caía al suelo, cerraba los ojos, y recibía una descarga de puntapiés. Algunos
chicos se acercaban. Expectantes. Formaban un ruedo, silbando, lanzando
improperios. En el torbellino, Martín se incorporaba avergonzado, tenía raspaduras en
los brazos. Ante la sorpresa de todos, recogía su cartapacio, y se retiraba sin
decir nada, humillado, calle arriba. En el invierno inexorable, bajaba por el
jirón 28 de julio, cruzaba el arco de San Francisco, siempre contrariado, entre las
húmedas aceras. Se refugiaba en el mercado Andrés F. Vivanco. Música de altavoces,
señoras arrumadas a los puestos, costales de papas, tenderetes de cebollas, cajones de
frutas en las esquinas. Martín sabía que el único espacio amigable se encontraba en el
botadero, aquellos cilindros alineados donde se acumulaban las basuras del
mercadillo. Pululaban los perros, aterrizaban las moscas, se erguían los gusanos.
Sentando en la base de madera, Martín absorbía el olor de la descomposición.
Llenaba sus pulmones, aspiraba y expiraba, sin saber cómo, ni por qué, en ese rapto de
sordidez, cuando el todo se disolvía en la niebla. Sentía las miasmas, el escozor de la
putrefacción, el silencio de la corrupción de las frutas. Al cabo de un tiempo impreciso,
aflojaba el agobio, disminuía el tormento. Martín volvía a la realidad, otra vez sentía el
rumor de los kioscos, diferenciaba el color del tomate, y reconocía el tamaño de las
personas. Era el momento en que podía regresar a su casa de la calle San Juan de
Dios, con sus ojillos apaciguados, el pantalón y la chompa de colegial, el maletín de
lona en los hombros.
Hacía un año, Martín había llegado al colegio Sucre del jirón Dos de Mayo, de la
mano de su madre, para iniciar sus estudios primarios. Recordaba perfectamente
aquella mañana de abril, cuando rondaba el patio eludiendo la barahúnda de
muchachos, y sus bruscos juegos. Allí estaban las aulas, el kiosco de golosinas, la
profesora Levina, las escaleras. No conocía a nadie, los chicos atropellaban, Martín
estaba aturdido, y no tenía más remedio que encogerse en la pared, sin movimiento
alguno, absorto, permanecer minúsculo. Aquel día no ocurrió nada. Dos semanas
más tarde, en ese mismo patio, y a la hora del recreo, extraviado en los baños, sintió
piedrecillas en la espalda. Cuando volteó, allí estaba El Bola, burlón y despreciativo.
"Ah, tú eres el idiota, muñecón", dijo intimidante. Martín abrió los ojos, espantado: era
cojo, tenía la pierna izquierda inútil, y solamente cuatro dedos en la mano derecha. No
obstante, de un salto felino, El Bola le cerró el paso. Soltó un manotazo violento.
Martín se fue de espaldas, cubrió su mejilla enrojecida, y desde el suelo miró
atónito. Eso fue todo, en aquella oportunidad. ¿Quién era El Bola? No lo sabía, pero
era conocido por sus bravuconadas, además de ser el único cojo del colegio. Vivía por
el barrio Belén; su padre era un drogadicto; su madre, una mujer grosera que
andaba con sus amigos en las borracheras. El Bola rondaba las aulas en busca de los
pequeños. Por otro lado, era dos años mayor que Martín, cinco centímetros más
alto, y a pesar de su pierna renga, se desplazaba ágil, y estaba matriculado en el
tercer grado.
A partir de entonces, la presencia de El Bola se volvió inevitable. En los recreos o a
la salida del colegio, aparecía perverso, los ojos rabiosos, y sin pretexto alguno, le
encajaba golpes furiosos. Martín se revolvía en el suelo, vencido, degradado. Los otros
chicos formaban un círculo. Cuando veían el castigo atroz de El Bola, gritaban:
-¡Defiéndete, Fernández!
Pero Martín no hacía caso. Desarmado, observando con los ojos pasivos, recibía
trompadas y porrazos, en el desamparo de su suerte. No quería responder.
Apertrechado en sí mismo. Resistía en el gratuito silencio, observando indolente. Quizá
deseara ser aplastado a golpes. Después, partía en silencio, la cabeza gacha, sin decir
nada, cruzaba el parque de Belén. Martín derramaba lágrimas, corría rumbo al
mercado, a la hora exacta en que los cúmulos de basura henchían. Y entre los
cilindros alineados, buscaba la terrible fetidez, aspirando bocanadas, en el olvido
de sí mismo. Era un cerrar los ojos, no sentir nada, no pensar nada, en esa vibración
impasible un estar oscuro y extraviado desde siempre. Luego de un tiempo
indefinido, apenas repuesto, el regreso por el crujiente Grau, entre sorprendidos
transeúntes, observando el cielo plomizo, se preguntaba Martín: ¿Comprendía Dios su
dolor? ¿La gente entendía el sufrimiento? Tal vez sí, quizá no.
Los domingos, en la parroquia San Francisco de Asís, Martín se concentraba
fervoroso en sus oraciones. Entre tantos feligreses, apiñados en la banca, sintiendo las
emanaciones de los cuerpos, permanecía i nm óvi l , l a vi st a f ij a en el al t ar,
murmurando: Dios mío, que no existiera la vileza, que no atacara El Bola. Incluso,
algunas tardes regresaba a la parroquia, invocando a la Virgen con todas sus
fuerzas, como si conversara con ella, piadoso, estremecido. Y era como si una
mano compasiva le acariciara la cabeza.
No obstante, sus plegarias, otra vez en el colegio, a la hora del recreo, en el patio,
aparecía el siniestro Bola, acompañado de los hermanos Flores. Implacable lo
rodeaba, ágil y astuto a pesar de su cojera. A continuación, le encajaba golpes
furiosos, dominado por una rabia animal, sin que nada importara. Martín no
ofrecía resistencia. Los ojos inmóviles, sin mover el cuerpo, ni los brazos, ni las
piernas, en su obstinación pasiva, solamente se encomendaba a Dios. Y cuando
llegaba la profesora Levina, e interrogaba: "¿Qué ocurría?". Los chicos se
dispersaban. Todos disimulaban. Nadie quería decir nada. Y Martín tampoco sabía
responder, tenaz, silencioso, incapaz de quejarse.
En realidad, la profesora Levina apreciaba a Martín, y aún comprendía su timidez,
pues lo veía desplazándose torpe, adherido a las paredes del patio, distinto a todos.
El solitario Martín recorría las aulas, curioseaba el kiosco de golosinas. Obtuso,
estiraba el cuello, movía las manos, extendía el zapato, pierna tras pierna, porque sí y
porque no. Todo se escurría como el agua, y él gustaba en las clases de la profesora
Levina, imitar gaviotas y pingüinos, retorciendo el cuello, dibujando muecas. Es
decir, colocaba los ojos en blanco, se agitaba igual que un simio, emitiendo
chillidos, gesticulando, delante de los otros ch i c os , pa ra qu e t o do s ri er an , y
comprendieran que no era más que un muñeco simulador y ridículo. Sí, la
profesora Levina lo observaba con piedad no comprendía por qué Martín se burlaba
de sí mismo, representando un cuadro grotesco como si se despreciara,
infinitamente vulnerable y débil. En todo caso, le acariciaba la cabeza para darle
valor, le susurraba frases alentadoras, y con su mayor ternura lo conducía al patio, en el
recreo Martín caminaba ante la muchedumbre de niños, tímido, se dirigía a un
rincón apartado, y se ponía a leer un misal que invariablemente llevaba en el
bolsillo. Entonces, cruzaban los hermanos Flores, y le increpaban: "Eres farsante, por
eso te zurramos. No nos gustan los payasos”. Y había momentos en que el propio Bola
se irritaba, porque en la pasividad total, Martín, no respondía. Simplemente colocaba
cuerpo bobo y sumiso, recibiendo porrazos sin dolor, lágrimas, ni quejas, puesto que era
su fatalidad. El Bola se cansaba de pegar, ejecutaba brincos, perdía la paciencia, no
sabía qué hacer, moviéndose intrigado. Martín permanecía inmóvil, arrodillado en
el suelo, miraba compungido al Bola. El coro de niños protestaba: "Pégale, Bola, que
aprenda a defenderse". En todo caso, después de un tiempo incierto. Martín
incorporaba con la cabeza gacha, recogía su cartapacio de lona, y corría por la calle Dos
Mayo. Después, atravesaba el arco de San Francisco, y se refugiaba en los cilindros de
basura del mercado Andrés F. Vivanco. Asi mi laba el hedor cálido de
putrefacción, y una y otra vez volvía a respirar, sin nada que saber, la mente vacía,
aspirando el aire nauseabundo. No obstante, en algún momento de un fantasmal
m e d i o d í a , e n m e d i o d e s u r i t u a l degradación, sintió una mano sobre la
cabeza que le acariciaba fugaz. Sí, era alguien, pero en su nublazón borroso,
Martín no alcanzaba a precisar. Tal vez la profesora Levina, o quizá la Virgen del
Carmen. Entonces, la figura incierta le miró a los ojos y le preguntó: "¿Por qué no te
defiendes? ¿Por qué te dejas golpear? ¿Por qué no reaccionas ante semejante
abuso” ¿Por qué no le cuentas a tus padres o a uno de tus maestros? Martín en el
límite de su conciencia, con lágrimas que estaban a punto de brotar de sus ojitos,
alcanzó a murmurar:
-La maldad existe. No se puede hacer nada. Es un cojo, tiene su nombre, se llama
El Bola, debe ser descendiente de Satanás. Compilación: Mag. Antonio Remón Tenorio.
ACTIVIDAD N° 14
A. Después de leer atentamente el cuento: “EL BOLA” de Augusto Higa Oshiro,
responde a las preguntas, con arte y precisión, evitando los errores ortográficos, luego
me envía por Plataforma. Me envía solo el cuestionario desarrollado a dos colores.
1. Secuencie los sucesos literarios, en base al modelo.
2. Anote los personajes con sus valores y antivalores:
3. Anote los temas o problemas que plantea el autor.
4. ¿Qué opinión tiene acerca de la actitud de El Bola? ¿Por qué?
5. ¿Qué acciones ha realizado El Bola? ¿Por qué actúa así?
6. ¿Alguna vez actuarías como El Bola? ¿Por qué?
7. ¿Qué opinión tiene de Martín y la profesora Levina?
8. ¿Cómo es la familia de El Bola?
9. ¿Te gustó la narración? ¿Por qué?
10.¿Qué clase de texto es?
11.¿Crees que en la vida real se dé esta historia? Cuente algunos ejemplos que
conoces.
12.¿Qué opinas acerca de la actitud de El Bola?
13.¿Qué enseñanzas o mensajes podemos inferir de la narración?
14.¿Qué harías si alguien hace bullying contigo?
15.Haz un comentario crítico y valorativo.
B.-Escuchar el vídeo o leer el poema adjunto de: “TODO PASA POR UNA RAZÓN” de
Lord Byron”, poeta británico y el poema “UNA CANCIÓN EN LA TORMENTA” de
Joseph Rudyard Kipling, poeta británico y hacer un comentario valorativo consistente,
después de contrastar con los hechos de la vida real, luego me envía junto con el
cuestionario anterior por Plataforma. Solo me envía el cuestionario desarrollado y el
comentario resuelto, con sus datos personales a través de la Plataforma, en la fecha
indicada.

TODO PASA POR UNA RAZÓN – Lord Byron


https://www.youtube.com/watch?v=E0nhzUiy-PQ
https://www.facebook.com/kikeDNM/videos/869571610499386
Algunas veces las personas llegan a nuestras vidas
y sabes inmediatamente que llegaron por obra del destino.
Nos damos cuenta de que esto pasa porque debe ser así,
para servir a un propósito,
para enseñar una lección,
para descubrir quiénes somos en realidad,
para enseñarnos lo que deseamos alcanzar y
lo que deseamos ser.

Tú no sabes quiénes son estas personas,


pero cuando fijas tus ojos en ellos
sabes y comprendes que ellos afectarán tu vida
de una manera profunda.
Nunca sabes qué personas serán:
tus compañeros de habitación,
tu vecino,
tu maestro,
un amigo que no has visto hace mucho tiempo,
un amor,
o un completo desconocido
que cuando los ves sabe que afectarán
tu vida profundamente.

Algunas veces las cosas ocurren y


en ese momento te parecen horrendas, dolorosas e
injustas, pero luego con el tiempo
te das cuenta que al superar esos obstáculos
has conocido tu potencial, tu voluntad,
tu fuerza, o el poder de tu corazón.

Todo pasa por una razón en la vida,


nada pasa porque sí.
Nada sucede por casualidad o por la suerte:
enfermedades, heridas, el amor,
los momentos perdidos o
de absoluta grandeza, o de puras tonterías
y estupidez,
todo ocurre para probar, los límites de tu alma.
Sin estas pequeñas PRUEBAS,
sean eventos, enfermedad o relaciones, la vida sería sencilla,
como una carretera recién pavimentada, suave y lisa
que no lleva a ninguna parte.
Seguro y cómodo pero aburrido y sin propósito.

Las personas que conoces afectan tu vida y el éxito


o el fracaso que experimentas,
crean la persona que eres.
Puedes aprender incluso de las malas experiencias.
Estas lecciones son las más difíciles
y probablemente las más importantes de nuestras vidas.

Si alguien te lastima, te traiciona o te rompe el corazón,


te ha ayudado a aprender de la confianza y
la importancia de tener cuidado a quien le abres tu corazón.

Si alguien te ama, ámalo incondicionalmente.


No solo porque te ama, sino porque te enseña a amar
y a abrir tu corazón y tus ojos a las cosas pequeñas
de la vida, que nunca has visto o sentido.

Haz que cada día cuente.


Aprecia a cada momento y toma lo que puedas aprender de él,
porque puede que nunca puedas volver a experimentarlo.
Habla con personas, con las que nunca has hablado y escúchalos.
¡Préstale atención!
Déjate enamorar, libérate y pon tu vista en un lugar bien alto.

Puedes hacer de tu vida, lo que tú quieras.


Crea tu propia vida y luego ve a vivirla.
Te deseo lo mejor en lo que te propongas
y todo lo que pases en la vida.
Ten un espíritu de lucha
y nunca dudes en alejarte si hay una batalla.
“Luchar contra nuestro destino, sería un combate
como el del manojo de espigas que quisiera resistirse a la hoz”

POEMA UNA CANCIÓN EN LA TORMENTA Joseph Rudyard Kipling


https://www.youtube.com/watch?v=SSxCAyYoyXw

Asegúrate bien de que a tu lado peleen


los océanos eternos, aunque esta noche
el viento en contra y las mareas
nos hagan su juguete.
A fuerza de tiempo, no de guerra,
en medio del peligro nos guiamos:
Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
dondequiera que aparezca
en todo tiempo de angustia y también
en el de nuestra salvación,
el juego vence siempre al jugador
y el barco a su tripulación.

De la niebla salen rumbo a la tiniebla


las olas que brillan y se encrespan.
Casi estas aguas sin conciencia se comportan
como si tuviesen alma-
casi como si hubieran pactado sumergir
nuestra bandera debajo de sus aguas verdes:
sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
dondequiera que pueda verse, etc.

Asegúrate bien, a pesar de que las olas y el viento


en reserva guardan ráfagas aún más poderosas,
que los que cumplimos las guardias asignadas
ni por un instante descuidemos la vigilancia.
Y mientras nuestra proa flotando rechaza
cada carrera frustrada de las olas,
canta, sea bienvenida la descortesía del Destino
dondequiera que se desvele, etc.

No importa que sea barrida la cubierta


y se rompan la arboladura, el maderamen-
de cualquier pérdida podremos sacar provecho
salvo de la pérdida del regreso.
Por eso, entre estos Diablos y nuestra astucia
deja que la cortesía de las trompetas suene,
y que sea bienvenida la descortesía del Destino,
dondequiera que se encuentre, etc.

Asegúrate bien, aunque en poder nuestro


nada quede para dar
salvo sitio y fecha para encontrar el fin,
y deja de esforzarte por vivir,
que hasta que éstos se disuelvan, nuestra Orden se mantiene,
nuestro Servicio aquí nos ata.
Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino,
dondequiera que aparezca,
en todo tiempo de angustia y también
en el de nuestro triunfo,
el juego vence siempre al jugador
y el barco a su tripulación.
NOTA:
Mientras el mar de la desesperanza nos azota a cada momento. Nos invaden las malas
y angustiosas noticias. Inmersos en la cruda realidad con la que convivimos cada día.
Disculpen mi espíritu optimista, no pretendo ofender. Sólo continúo buscando los
rincones donde se refugia la ilusión y la armonía tan necesarias: una canción, un libro,
un poema, un dibujo, una fotografía, un abrazo, un café, el silencio. Nunca me fallan y
me entusiasma solo pensar que alguien le guste compartir mis gustos y pensamientos
durante un momento del día, agradezco de corazón todas las palabras amables que
vierten mis estudiantes. Os debo mucho, entre otras cosas, voy perdiendo el miedo al
abismo que supone expresar mis emociones de una forma pública, he descubierto que es
una excelente oportunidad de compartir amor.
Quizá sea producto de esta genética, reconozco que siempre emerge mi naturaleza
romántica y soñadora, intento dibujar un mundo más armonioso, menos cruel que el
que nos ha tocado vivir.

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