"¡Eres un muñeco!", articulaba El Bola. Y volvía a insultar: "¡Esclavo! ¡Miedoso! Te sacaremos las tripas". Era la salida del colegio. El pequeño Martín amedrentado, perplejo, solamente observaba. Entonces, aprovechaba El Bola, y le encajaba un golpe. Martín caía al suelo, cerraba los ojos, y recibía una descarga de puntapiés. Algunos chicos se acercaban. Expectantes. Formaban un ruedo, silbando, lanzando improperios. En el torbellino, Martín se incorporaba avergonzado, tenía raspaduras en los brazos. Ante la sorpresa de todos, recogía su cartapacio, y se retiraba sin decir nada, humillado, calle arriba. En el invierno inexorable, bajaba por el jirón 28 de julio, cruzaba el arco de San Francisco, siempre contrariado, entre las húmedas aceras. Se refugiaba en el mercado Andrés F. Vivanco. Música de altavoces, señoras arrumadas a los puestos, costales de papas, tenderetes de cebollas, cajones de frutas en las esquinas. Martín sabía que el único espacio amigable se encontraba en el botadero, aquellos cilindros alineados donde se acumulaban las basuras del mercadillo. Pululaban los perros, aterrizaban las moscas, se erguían los gusanos. Sentando en la base de madera, Martín absorbía el olor de la descomposición. Llenaba sus pulmones, aspiraba y expiraba, sin saber cómo, ni por qué, en ese rapto de sordidez, cuando el todo se disolvía en la niebla. Sentía las miasmas, el escozor de la putrefacción, el silencio de la corrupción de las frutas. Al cabo de un tiempo impreciso, aflojaba el agobio, disminuía el tormento. Martín volvía a la realidad, otra vez sentía el rumor de los kioscos, diferenciaba el color del tomate, y reconocía el tamaño de las personas. Era el momento en que podía regresar a su casa de la calle San Juan de Dios, con sus ojillos apaciguados, el pantalón y la chompa de colegial, el maletín de lona en los hombros. Hacía un año, Martín había llegado al colegio Sucre del jirón Dos de Mayo, de la mano de su madre, para iniciar sus estudios primarios. Recordaba perfectamente aquella mañana de abril, cuando rondaba el patio eludiendo la barahúnda de muchachos, y sus bruscos juegos. Allí estaban las aulas, el kiosco de golosinas, la profesora Levina, las escaleras. No conocía a nadie, los chicos atropellaban, Martín estaba aturdido, y no tenía más remedio que encogerse en la pared, sin movimiento alguno, absorto, permanecer minúsculo. Aquel día no ocurrió nada. Dos semanas más tarde, en ese mismo patio, y a la hora del recreo, extraviado en los baños, sintió piedrecillas en la espalda. Cuando volteó, allí estaba El Bola, burlón y despreciativo. "Ah, tú eres el idiota, muñecón", dijo intimidante. Martín abrió los ojos, espantado: era cojo, tenía la pierna izquierda inútil, y solamente cuatro dedos en la mano derecha. No obstante, de un salto felino, El Bola le cerró el paso. Soltó un manotazo violento. Martín se fue de espaldas, cubrió su mejilla enrojecida, y desde el suelo miró atónito. Eso fue todo, en aquella oportunidad. ¿Quién era El Bola? No lo sabía, pero era conocido por sus bravuconadas, además de ser el único cojo del colegio. Vivía por el barrio Belén; su padre era un drogadicto; su madre, una mujer grosera que andaba con sus amigos en las borracheras. El Bola rondaba las aulas en busca de los pequeños. Por otro lado, era dos años mayor que Martín, cinco centímetros más alto, y a pesar de su pierna renga, se desplazaba ágil, y estaba matriculado en el tercer grado. A partir de entonces, la presencia de El Bola se volvió inevitable. En los recreos o a la salida del colegio, aparecía perverso, los ojos rabiosos, y sin pretexto alguno, le encajaba golpes furiosos. Martín se revolvía en el suelo, vencido, degradado. Los otros chicos formaban un círculo. Cuando veían el castigo atroz de El Bola, gritaban: -¡Defiéndete, Fernández! Pero Martín no hacía caso. Desarmado, observando con los ojos pasivos, recibía trompadas y porrazos, en el desamparo de su suerte. No quería responder. Apertrechado en sí mismo. Resistía en el gratuito silencio, observando indolente. Quizá deseara ser aplastado a golpes. Después, partía en silencio, la cabeza gacha, sin decir nada, cruzaba el parque de Belén. Martín derramaba lágrimas, corría rumbo al mercado, a la hora exacta en que los cúmulos de basura henchían. Y entre los cilindros alineados, buscaba la terrible fetidez, aspirando bocanadas, en el olvido de sí mismo. Era un cerrar los ojos, no sentir nada, no pensar nada, en esa vibración impasible un estar oscuro y extraviado desde siempre. Luego de un tiempo indefinido, apenas repuesto, el regreso por el crujiente Grau, entre sorprendidos transeúntes, observando el cielo plomizo, se preguntaba Martín: ¿Comprendía Dios su dolor? ¿La gente entendía el sufrimiento? Tal vez sí, quizá no. Los domingos, en la parroquia San Francisco de Asís, Martín se concentraba fervoroso en sus oraciones. Entre tantos feligreses, apiñados en la banca, sintiendo las emanaciones de los cuerpos, permanecía i nm óvi l , l a vi st a f ij a en el al t ar, murmurando: Dios mío, que no existiera la vileza, que no atacara El Bola. Incluso, algunas tardes regresaba a la parroquia, invocando a la Virgen con todas sus fuerzas, como si conversara con ella, piadoso, estremecido. Y era como si una mano compasiva le acariciara la cabeza. No obstante, sus plegarias, otra vez en el colegio, a la hora del recreo, en el patio, aparecía el siniestro Bola, acompañado de los hermanos Flores. Implacable lo rodeaba, ágil y astuto a pesar de su cojera. A continuación, le encajaba golpes furiosos, dominado por una rabia animal, sin que nada importara. Martín no ofrecía resistencia. Los ojos inmóviles, sin mover el cuerpo, ni los brazos, ni las piernas, en su obstinación pasiva, solamente se encomendaba a Dios. Y cuando llegaba la profesora Levina, e interrogaba: "¿Qué ocurría?". Los chicos se dispersaban. Todos disimulaban. Nadie quería decir nada. Y Martín tampoco sabía responder, tenaz, silencioso, incapaz de quejarse. En realidad, la profesora Levina apreciaba a Martín, y aún comprendía su timidez, pues lo veía desplazándose torpe, adherido a las paredes del patio, distinto a todos. El solitario Martín recorría las aulas, curioseaba el kiosco de golosinas. Obtuso, estiraba el cuello, movía las manos, extendía el zapato, pierna tras pierna, porque sí y porque no. Todo se escurría como el agua, y él gustaba en las clases de la profesora Levina, imitar gaviotas y pingüinos, retorciendo el cuello, dibujando muecas. Es decir, colocaba los ojos en blanco, se agitaba igual que un simio, emitiendo chillidos, gesticulando, delante de los otros ch i c os , pa ra qu e t o do s ri er an , y comprendieran que no era más que un muñeco simulador y ridículo. Sí, la profesora Levina lo observaba con piedad no comprendía por qué Martín se burlaba de sí mismo, representando un cuadro grotesco como si se despreciara, infinitamente vulnerable y débil. En todo caso, le acariciaba la cabeza para darle valor, le susurraba frases alentadoras, y con su mayor ternura lo conducía al patio, en el recreo Martín caminaba ante la muchedumbre de niños, tímido, se dirigía a un rincón apartado, y se ponía a leer un misal que invariablemente llevaba en el bolsillo. Entonces, cruzaban los hermanos Flores, y le increpaban: "Eres farsante, por eso te zurramos. No nos gustan los payasos”. Y había momentos en que el propio Bola se irritaba, porque en la pasividad total, Martín, no respondía. Simplemente colocaba cuerpo bobo y sumiso, recibiendo porrazos sin dolor, lágrimas, ni quejas, puesto que era su fatalidad. El Bola se cansaba de pegar, ejecutaba brincos, perdía la paciencia, no sabía qué hacer, moviéndose intrigado. Martín permanecía inmóvil, arrodillado en el suelo, miraba compungido al Bola. El coro de niños protestaba: "Pégale, Bola, que aprenda a defenderse". En todo caso, después de un tiempo incierto. Martín incorporaba con la cabeza gacha, recogía su cartapacio de lona, y corría por la calle Dos Mayo. Después, atravesaba el arco de San Francisco, y se refugiaba en los cilindros de basura del mercado Andrés F. Vivanco. Asi mi laba el hedor cálido de putrefacción, y una y otra vez volvía a respirar, sin nada que saber, la mente vacía, aspirando el aire nauseabundo. No obstante, en algún momento de un fantasmal m e d i o d í a , e n m e d i o d e s u r i t u a l degradación, sintió una mano sobre la cabeza que le acariciaba fugaz. Sí, era alguien, pero en su nublazón borroso, Martín no alcanzaba a precisar. Tal vez la profesora Levina, o quizá la Virgen del Carmen. Entonces, la figura incierta le miró a los ojos y le preguntó: "¿Por qué no te defiendes? ¿Por qué te dejas golpear? ¿Por qué no reaccionas ante semejante abuso” ¿Por qué no le cuentas a tus padres o a uno de tus maestros? Martín en el límite de su conciencia, con lágrimas que estaban a punto de brotar de sus ojitos, alcanzó a murmurar: -La maldad existe. No se puede hacer nada. Es un cojo, tiene su nombre, se llama El Bola, debe ser descendiente de Satanás. Compilación: Mag. Antonio Remón Tenorio. ACTIVIDAD N° 14 A. Después de leer atentamente el cuento: “EL BOLA” de Augusto Higa Oshiro, responde a las preguntas, con arte y precisión, evitando los errores ortográficos, luego me envía por Plataforma. Me envía solo el cuestionario desarrollado a dos colores. 1. Secuencie los sucesos literarios, en base al modelo. 2. Anote los personajes con sus valores y antivalores: 3. Anote los temas o problemas que plantea el autor. 4. ¿Qué opinión tiene acerca de la actitud de El Bola? ¿Por qué? 5. ¿Qué acciones ha realizado El Bola? ¿Por qué actúa así? 6. ¿Alguna vez actuarías como El Bola? ¿Por qué? 7. ¿Qué opinión tiene de Martín y la profesora Levina? 8. ¿Cómo es la familia de El Bola? 9. ¿Te gustó la narración? ¿Por qué? 10.¿Qué clase de texto es? 11.¿Crees que en la vida real se dé esta historia? Cuente algunos ejemplos que conoces. 12.¿Qué opinas acerca de la actitud de El Bola? 13.¿Qué enseñanzas o mensajes podemos inferir de la narración? 14.¿Qué harías si alguien hace bullying contigo? 15.Haz un comentario crítico y valorativo. B.-Escuchar el vídeo o leer el poema adjunto de: “TODO PASA POR UNA RAZÓN” de Lord Byron”, poeta británico y el poema “UNA CANCIÓN EN LA TORMENTA” de Joseph Rudyard Kipling, poeta británico y hacer un comentario valorativo consistente, después de contrastar con los hechos de la vida real, luego me envía junto con el cuestionario anterior por Plataforma. Solo me envía el cuestionario desarrollado y el comentario resuelto, con sus datos personales a través de la Plataforma, en la fecha indicada.
TODO PASA POR UNA RAZÓN – Lord Byron
https://www.youtube.com/watch?v=E0nhzUiy-PQ https://www.facebook.com/kikeDNM/videos/869571610499386 Algunas veces las personas llegan a nuestras vidas y sabes inmediatamente que llegaron por obra del destino. Nos damos cuenta de que esto pasa porque debe ser así, para servir a un propósito, para enseñar una lección, para descubrir quiénes somos en realidad, para enseñarnos lo que deseamos alcanzar y lo que deseamos ser.
Tú no sabes quiénes son estas personas,
pero cuando fijas tus ojos en ellos sabes y comprendes que ellos afectarán tu vida de una manera profunda. Nunca sabes qué personas serán: tus compañeros de habitación, tu vecino, tu maestro, un amigo que no has visto hace mucho tiempo, un amor, o un completo desconocido que cuando los ves sabe que afectarán tu vida profundamente.
Algunas veces las cosas ocurren y
en ese momento te parecen horrendas, dolorosas e injustas, pero luego con el tiempo te das cuenta que al superar esos obstáculos has conocido tu potencial, tu voluntad, tu fuerza, o el poder de tu corazón.
Todo pasa por una razón en la vida,
nada pasa porque sí. Nada sucede por casualidad o por la suerte: enfermedades, heridas, el amor, los momentos perdidos o de absoluta grandeza, o de puras tonterías y estupidez, todo ocurre para probar, los límites de tu alma. Sin estas pequeñas PRUEBAS, sean eventos, enfermedad o relaciones, la vida sería sencilla, como una carretera recién pavimentada, suave y lisa que no lleva a ninguna parte. Seguro y cómodo pero aburrido y sin propósito.
Las personas que conoces afectan tu vida y el éxito
o el fracaso que experimentas, crean la persona que eres. Puedes aprender incluso de las malas experiencias. Estas lecciones son las más difíciles y probablemente las más importantes de nuestras vidas.
Si alguien te lastima, te traiciona o te rompe el corazón,
te ha ayudado a aprender de la confianza y la importancia de tener cuidado a quien le abres tu corazón.
Si alguien te ama, ámalo incondicionalmente.
No solo porque te ama, sino porque te enseña a amar y a abrir tu corazón y tus ojos a las cosas pequeñas de la vida, que nunca has visto o sentido.
Haz que cada día cuente.
Aprecia a cada momento y toma lo que puedas aprender de él, porque puede que nunca puedas volver a experimentarlo. Habla con personas, con las que nunca has hablado y escúchalos. ¡Préstale atención! Déjate enamorar, libérate y pon tu vista en un lugar bien alto.
Puedes hacer de tu vida, lo que tú quieras.
Crea tu propia vida y luego ve a vivirla. Te deseo lo mejor en lo que te propongas y todo lo que pases en la vida. Ten un espíritu de lucha y nunca dudes en alejarte si hay una batalla. “Luchar contra nuestro destino, sería un combate como el del manojo de espigas que quisiera resistirse a la hoz”
POEMA UNA CANCIÓN EN LA TORMENTA Joseph Rudyard Kipling
https://www.youtube.com/watch?v=SSxCAyYoyXw
Asegúrate bien de que a tu lado peleen
los océanos eternos, aunque esta noche el viento en contra y las mareas nos hagan su juguete. A fuerza de tiempo, no de guerra, en medio del peligro nos guiamos: Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino dondequiera que aparezca en todo tiempo de angustia y también en el de nuestra salvación, el juego vence siempre al jugador y el barco a su tripulación.
De la niebla salen rumbo a la tiniebla
las olas que brillan y se encrespan. Casi estas aguas sin conciencia se comportan como si tuviesen alma- casi como si hubieran pactado sumergir nuestra bandera debajo de sus aguas verdes: sea bienvenida entonces la descortesía del Destino dondequiera que pueda verse, etc.
Asegúrate bien, a pesar de que las olas y el viento
en reserva guardan ráfagas aún más poderosas, que los que cumplimos las guardias asignadas ni por un instante descuidemos la vigilancia. Y mientras nuestra proa flotando rechaza cada carrera frustrada de las olas, canta, sea bienvenida la descortesía del Destino dondequiera que se desvele, etc.
No importa que sea barrida la cubierta
y se rompan la arboladura, el maderamen- de cualquier pérdida podremos sacar provecho salvo de la pérdida del regreso. Por eso, entre estos Diablos y nuestra astucia deja que la cortesía de las trompetas suene, y que sea bienvenida la descortesía del Destino, dondequiera que se encuentre, etc.
Asegúrate bien, aunque en poder nuestro
nada quede para dar salvo sitio y fecha para encontrar el fin, y deja de esforzarte por vivir, que hasta que éstos se disuelvan, nuestra Orden se mantiene, nuestro Servicio aquí nos ata. Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino, dondequiera que aparezca, en todo tiempo de angustia y también en el de nuestro triunfo, el juego vence siempre al jugador y el barco a su tripulación. NOTA: Mientras el mar de la desesperanza nos azota a cada momento. Nos invaden las malas y angustiosas noticias. Inmersos en la cruda realidad con la que convivimos cada día. Disculpen mi espíritu optimista, no pretendo ofender. Sólo continúo buscando los rincones donde se refugia la ilusión y la armonía tan necesarias: una canción, un libro, un poema, un dibujo, una fotografía, un abrazo, un café, el silencio. Nunca me fallan y me entusiasma solo pensar que alguien le guste compartir mis gustos y pensamientos durante un momento del día, agradezco de corazón todas las palabras amables que vierten mis estudiantes. Os debo mucho, entre otras cosas, voy perdiendo el miedo al abismo que supone expresar mis emociones de una forma pública, he descubierto que es una excelente oportunidad de compartir amor. Quizá sea producto de esta genética, reconozco que siempre emerge mi naturaleza romántica y soñadora, intento dibujar un mundo más armonioso, menos cruel que el que nos ha tocado vivir.