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EL BORRADOR 2

Primera edición, otoño del 2019

Editor: José Ignacio Ponce @nachoaxis


Fotografía: Belena Padget @belenapadget
Diseño de portada: Axel Kirsinger @killsinger
Diseño de interior: Sebastián Carvajal Palma

Contacto autor:
Instagram @elborradoroficial
www.facebook.com/elborrador.cl
EL BORRADOR 2
Sergio Cortés
PRÓLOGO

Yo comí porotos con longanizas en la casa de Nicanor Parra, junto a él. En serio.
Me puedo adjudicar el título de que conocí su mesa y conocí su humor negro.
Trabajé en la ampliación de su casa en Las Cruces, junto a mi tío. Don Nicanor
era confianzudo, hay que decirlo. Desde el primer día se burló de mí por ser
flacuchento, es por esto que me bautizó como el “Perro gitano”.

— Perro gitano, te falta ñeque, dái pena — Perro gitano, deja de pegarte combos en
la guata, ya pasó la pubertad, te estái re secando como charqui.

Poco a poco me era menos tolerable, y le advirtí a mi tío que un día le iba a
responder al viejo, pero este me retó, que no fuera hueón, que nos estaba dando
pega y que, por lo demás, había que respetarlo, porque era “Nicanor Parra”.

— ¡Perro gitano, ven!

Apenas se asomó al patio comenzó a gritarme, mientras yo, estaba como a cuatro
metros de altura trabajando en el techo. Mi tío movió su cabeza como diciéndome:
“has caso”. Bajé.

— ¿Qué quiere?
— Perro gitano, anda a la vuelta y me comprái unas longanizas. Vamos a comer
porotos, así que traete una tres y a la vuelta almorzamos, todos juntos.

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El Borrador II

Puta que le gustaba hablar de las longanizas de Las Cruces, porque según él, la
señora “no sé cuánto” hacía las mejores de Chile, incluso les ganaba en sabor
a las de Chillán.

Nos sentamos en su mesa, observando que el viejo tenía su infaltable cañita


pal tinto. No hablamos mucho, salvo un par de tallas que tiraba mi tío. Don
Nicanor, se terminó su plato mientras cuchareaba la cebolla nescaveche, y
le dio por mirarme a los ojos, de manera imperativa, por un buen rato. Me
puso nervioso, apenas podía tragarme la comida, y tuve que quebrar aquella
incomodidad con una pregunta.

— ¿Qué pasa, caballero?


— ¿Sabí a quién te parecí?
— No…
— Te parecí al perro gitano.

Don Nicanor se puso a reír y mi tío lo acompañó en la carcajada, de puro chupamedia.

— Harto fome la talla – contesté.


— ¿Fome?
— Si, y repetida. Sáquese una nueva.
— Gato de circo.

Y la carjada de ambos se escuchó más fuerte.

— Ya hombre ¿Pah que te molestas? ¿Has visto alguna vez un gato de circo, acaso?
– me preguntó.
— No… creo que no.
— ¡Bueno, yo sí! ¡Jajajajaja!

Me comí hasta la mitad del plato de porotos, porque la rabia me impidió seguir
tragando por el nudo que se formó en mi estómago. Me levanté de la silla y
fui a laburar, callado, esperando que la jornada terminase, con la única idea de
renunciar. Ya no me era agradable el anti poeta.

El día avanzó y el reloj marcó las seis. Agarré mi mochila y caminé hacia la salida
sin despedirme de nadie, pero este viejo desgraciado me volvió a llamar.

— ¡Gato de circo! ¡Ven pah acá!

Ahí le chanté la moto a mi tío.

06
Prólogo

— ¡Mañana yo no vengo a trabajar donde este viejo culiao, me huevea todo el día,
me tiene pah la paipa!
— Ya cabro chico, si es talla no más. En la constru son peores, Don Nicanor no
te ha dicho nada tan ofensivo, aprende a comértela no más, no seas un hueón
grave. Date la vuelta y anda a ver que quiere, mejor.

Moví la cabeza, lamentando tener que enfrentar una vez más a este tipo.

— Gato, ven pah acá.


— ¿Qué talla me va a tirar ahora?
— No es ninguna broma. Toma, esto es un regalo.

Me pasó una hoja de cuaderno en blanco, no entendí ni chucha.

— Ya, otra talla más. Chao don Nicanor.


— ¡Ey! ¡Escúchame primero!
— No ¿Pah qué?
— Respira profundo, levanta la mirada y observa lo que te digo.
— ¡¿Qué poh?!
— Mañana quiero que me escribas en esta hoja todo lo que piensas de mí.
— ¿Ah?
— Eso, quiero que te sinceres y escribas todo lo que piensas de mí.
— ¿En esta hoja?
— Si poh, en esta hoja, Perro gitano.
— ¿Pero algo como qué?
— ¡Ya, si fue fácil lo que te expliqué! ¡No me hagas creer que eres leso, además!

Me fui para la casa pensando todo el rato:

— ¿Qué chucha le escribo?

No le iba a decir la verdad poh, si el viejo me caía mal, no le encontraba ningún brillo.

Muchos pensarían que estar con Nicanor Parra era sinónimo de convivir con un
sujeto serio, que conversaba de literatura, filosofía, de la vida… que se yo. Pero no,
el hombre era bueno pal hueveo, le gustaba reírse de la gente como yo.

Así que, por temor a ofenderlo, y no mostrarme como un pendejo sin respeto, puse esto:

1. Pienso que usted es muy buena persona.


2. Hacen ricos los porotos en su casa.
3. Es chistoso.

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El Borrador II

4. Sabe mucho de libros y esas cuestiones.


5. Es muy re contra buena persona.
6. Es chistoso, muy chistoso.
7. Le quedan re bacanes los porotos.
8. Escribe bonito.
9. Excelente persona.

No sabía que más inventarle, repetía todo.

Al otro día le llevé aquella hoja, que ya para ese entonces se encontraba completamente
arrugada, manchada y con borrones por no saber que anotar. Se la entregué. Pero
para mi sorpresa, la leyó en voz alta, en mi presencia y en la de mi tío.

— ¿Piensas que soy chistoso? – preguntó con un tono un tanto desafiante.


— Emm… sí.
— Defíneme chistoso.
— ¿Cómo definir chistoso?
— ¿Qué significa para ti ser chistoso?
— Bueno… significa simpático, vivo.
— ¿Vivo?
— Si poh, vivo, aguja.

Botó el papel al suelo y por primera vez lo vi molesto… en serio.

— ¡Mira, Perro Gitano, me escribes todo de nuevo, y deja de mentir! ¡Mañana


pones todo lo que piensas de mí! ¡¿Estamos claros?!
— Okey.
— Di “sí”, no “okey”, no estás en Estados Unidos.
— Okey… o sea, sí.
— Y toma, anda a comprarme longanizas, que vamos a comer porotos de nuevo,
de un día pah otro son mejores.

Me tenía avinagrado el caballero. Al final del día, me pasó una nueva hoja y partí.
No solo tenía que aguantarlo en la pega, tampoco quería salir de mi cabeza. Me
puse a hacer borradores en otro cuaderno y repetía varias frases como “fome”
“sobervio”, que tampoco alcanzaban a demostrar lo que realmente sentía por él.
Y cuando fui a pasar al limpio, nuevamente me acobardé. Le dí varias vueltas al
asunto y decidí, esta vez, sonar simpático, pero informado, así que investigué un
poco de su carrera por la Internet, y en base a eso podría anotar algo mas adecuado.
Encontré a toda la familia Parra en Google, y lo primero que apareció fue su
hermana Violeta (que también debo decir que sé muy poco). Y lo que encontré
en Wikipedia respecto a Nicanor era la “anti poesía”. No entendía ni weas, si con

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Prólogo

cuea sabía lo que era un poema, menos un anti – poema. Salía algo de que “dos
panes” o algo así. Un dibujo de un papel tirando otro papel, y cosas que para mi
eran puras leseras.

— ¿Y por esto el viejo es tan famoso? Que le ponen color – pensé.

Esa noche me creí a mi mismo que los Parra era una familia sobrevalorada, hasta
me pasé el rollo que habían hecho un pacto con el diablo, porque no me explicaba
tanta fama. Los encontré pencas, fomes, latosos, aburridos.

— ¡Perro gitano! ¡Perro gitano! ¡Escribe en esta hoja, Perro gitano!

Lo vi gritar con la boca ensangrentada esa noche, en mis sueños… o más bien, en
mis pesadillas.

Al otro día llegué y me esperó en la puerta de entrada.

— Tome, aquí está – le dije.


— No, esta vez no lo leeré yo, me lo leerás tú.

Mi tío como siempre entrometiéndose.

— Has caso, y lee.


— ¡Ya, bueno oh!
— Lo escucho – ordenó Nicanor.
— Uno, su hermana era buena compositora y tejía buenas artesanías. Dos, es piola
la canción del negro con la negra. Tres, le quedó “bonito” el dibujo del papel… ese,
usted ya sabe a cual me refiero. Cuatro, vi la Negra Ester en el colegio. Cinco…
— ¡Gato de circo! ¡No has dicho nada!
— ¿Cómo nada? ¿Si no ve que le estoy leyendo? Incluso llego hasta el número quince.
— Quiero que escribas QUE PIENSAS DE MÍ. No que han hecho mis hermanos o
yo, todo eso me lo sé de memoria. Quiero escucharte, leerte a ti, con tus palabras,
con tus pensamientos, que carajos sientes cuando te toca venir a trabajar y
verme la cara.
— Pucha, Don Nicanor… no tengo idea.
— ¡Si sabí, ponlo aquí! – gritó mientras golpeaba la hoja.

Comenzó a ensañarse conmigo, creo que por haber fallado por segunda vez. Ese
día no me dejó en paz.

— ¡Perro Gitano! ¡Ayúdame a sacar unos libros de la repisa! — ¡Gato de circo!


¡Traéme el vino! ¡No, ese no! ¡El merlot! — ¡¿Por qué me mirái con esa cara?!

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El Borrador II

¡¿Te culió un perro?! — ¡No serví pah nah chiquillo leso, andái todo el día con el
celular! — ¡Ven! — ¡Sale de acá! – ¡Tu generación es una peste! — ¡¿Sabí cuánto
es dos más dos, o no?!

Era un mar de mal tratos. El viejo me dejó chato… no me la pude aguantar más.

— ¡¿Sabe qué más?! ¡Váyase a la conchesumare! ¡Viejo ególatra! ¡Sobrevalorado!


¡No estoy ni ahí con voh, ni con tu hermana! ¡Las longanizas de Las Cruces son
como la callampa! ¡El día del pico te vai a ganar el Nobel! ¡El Neruda te vuela
la raja! ¡Dibujái feo!
— Espera.
— ¡Viejo fome!
— ¡Espera!

Salió corriendo, y en cosa de segundos, volvió con un cuaderno.

— ¡Cállate y escribe todo eso aquí!


— ¡¿Va a seguir con la misma hueá?! ¡Usted está loco!
— ¡Escríbelo, te sale bien todo lo que decí! ¡Pero escríbelo, acá!

Movió una silla para que me acomodara.

— Escriba.

Se puso al frente de mí y puso su mano derecha en su boca, movía los dedos.

— Don Nicanor, disculpe. No debí haber dicho todo eso.


— Shhh… silencio. Piensa que eres un pintor y yo soy tu musa, me miras y haces
mis siluetas como tú las veas, pero con palabras.
— Eso suena raro.
— Pero creo que me expliqué bien.
— Si, entendí.
— Ya, concéntrese en lo suyo.

Tomé el lápiz y escribí… y escribí… y escribí. Punto por punto, pensamiento


tras pensamiento, los más sinceros, aquellos que estaban llenos de odio hacia
él por su mal trato.

Mi tío terminó de trabajar, solo, luego este entró a la casa para ir a buscarme,
pero Don Nicanor lo echó. Me quedaban palabras y frases por decir, necesitaba
más papel y Don Nicanor arrancó unas veinte más de aquel cuaderno, las
cuales dejó sobre la mesa.

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Prólogo

Se hizo tarde, la luna se hizo presente y él seguía allí, inmóvil, solo lo acompañaba
esa cañita que llenaba a cada rato del botellón de Merlot.

Pasaron horas y horas, y nunca acababa. Se hizo la madrugada y las velas se hicieron
presentes en aquel living, me iluminaban aquellas llamitas que daban sombra a
Don Nicanor mientras se mecía en su silla, observándome, esperándome… aquel
escenario se transformó en algo acogedor… pero oscuro.

No dejaba de escribir, tanto así que me fui en volada:

— “Pienso que usted es raro ¿Pero sabe qué? Ya no le tengo rabia, creo que solo fue
momentáneo, de hecho, creo que odio a otros de verdad, con usted se me hace
imposible ocupar esa palabra “odio”, pah eso hay que trabajar mucho, como lo
hizo mi papá, bueno pah tomar el viejo, ese… bueno pah tomar. Cuando llegaba
a la casa, curáo, mi mamá lloraba harto, era pesáo, tenía la costumbre de ir a
despertarme pah decirme cosas ¡Puta que soy maricón cabro culiao, todos los
viejos van con sus hijos a la cancha y voh no vai porque no te gusta la pelota, no sé
a quién saliste! Y yo me hacía el dormido, pero le sentía el tufo, hediondo a vómito
de cerveza cantinera, el hedor de sus entrañas en mi cara, ese olor de la guata,
ese mismo. Después, se iba adonde mi mamá y los escuchaba discutir. Ella le
tiraba sus garabatos, y este le respondía peor, que por qué no lo dejaba tranquilo,
que se sacaba la cresta en la casa por unas monedas, que tenía derecho a salir.
Pero mi mamá le cargaba, porque no se podía la raja, escuchaba como después
forcejeaban y finalmente solo se sentían los gritos de caballero. Al rato, había un
silencio, se alcanzaba a sentir un murmullo, como que hablaban despacio… y lo
peor venía al ratito… el movimiento de la cama, que chocaba en la pared que daba
con mi pieza, pah… pah… pah… y después más rápido… pah… pah… pah… ¡Pah,
pah, pah, pah, pah, pah, pah, pah… papapapapapapapapa! Y los quejidos de mi
mamá, se le sentían el ahogo del llanto, a veces alcanzaba a percibir la agitación
placentera de mi taita por estar culiando. Me daba asco. Al final no podía
dormir… y si lo lograba, me volvían a despertar en la madrugada con sus gritos.
A ese sí que lo odio ¿Sabe qué? ¡No sé porque le digo caballero! ¡Es un culiao, un
viejo re conchesumadre! ¡Viejo perro culiao! A usted no lo puedo odiar, Nicanor,
no puedo. No soy capaz de odiar más, ya he odiado mucho. Estoy trancáo”

Me sequé las lágrimas y seguí escribiendo, toda la noche, hasta las siete de la mañana.
Don Nicanor se había quedado dormido en la silla, y despertó al salir el sol en la
mañana. Se levantó y me servió un té con pan tostado. Cuando ya eran las ocho,
me di cuenta que tenía que seguir trabajando en la ampliación de su casa.

— No te preocupes, Perro gitano, otro día siguen con eso. Yo hablo con tu tío
cuando llegue, escribe lo que tengas que escribir, no importa cuánto demores.

11
El Borrador II

Solo me detenía para comer, mear, cagar, bañarme y salir a respirar un rato la
brisa marina, desde su patio, al lado de este hombre. No hablábamos nada, cuando
intentaba hacerlo se anticipaba:

— En la hoja, Perro Gitano.

Llegaba la noche y hacía una pausa desde su sillón.

— ¿Cómo vas?
— Bien, creo ¿Se lo leo?
— No. Aun no me interesa.

Pasó otro día, otro, y otro.

Desde el living de la casa observaba a Don Nicanor, al lado de uno de sus árboles,
mirando las olas reventar, luego yo agachaba la cabeza y me concentraba. Noche,
tras noches, velas tras velas, Nicanores tras Nicanores… y así.

Pero el día de término tenía que llegar.

— Listo, está listo – le dije.


— Déjalo ahí, después lo leo.
— Ya...
—…
— ¿Y eso es todo?
— No se poh, tu sabes si eso es todo.
— ¿Don Nicanor?
— ¿Qué pasa?

Y desde el fondo de mi alma se lo confesé.

— Es que no quiero terminar.

Giró su cabeza hacia mí y dejó de observar el paisaje.

— Termina cuando se termina, Perro gitano.

Entonces me devolví al living… y seguí. La comida y el sedentarismo me hicieron


engordar, también me crecieron las uñas y el pelo. Aquella silla se convirtió en el
mejor lugar del mundo, y comencé a pensar en lo imposible: No terminar jamás
de escribir.

12
Prólogo

No quería volver, no quería salir al mundo, no me interesaba, el universo estaba


allí, afuera no había nada para mí.

Pasaron meses, y me sentía drogado. La casa no era una casa, era un cohete,
Nicanor era una estatua, el mar era lava, la brisa dejó de ser salada y la saboreaba
dulce como la miel, mis hojas eran negras y la tinta de mi pluma blanca… y yo, ya
no sabía quién era.

Escribí un año completo en aquel lugar, luego dos, y tres, y la pereza de no


levantarme de la silla pudo más. No me duchaba, y el olor corporal era cada vez
mas intenso, pero no me interesaba.

El tiempo pasaba y yo me arrugaba, para que hablar de Nicanor. Todo para


mí se trataba de un paraíso, solo el sonido de las olas y el verde fosforesente de
mi vetanal. Él nunca se quejó, lo veía capaz de morir esperándome. Me sentí
importante, me vi como el mayor tesoro del antipoeta, como el árbol que le daría
un fruto prohibido, provenientes de aquellas hojas desarmadas, arrugadas, sucias,
con letras que venían de lo más profundo de mí. El viejo dormía en el pasto, en
el sillón, al lado del árbol, pero jamás me perdió de vista. Yo me fui enviciando.
Pero poco a poco mis ideas se fueron diluyendo, y las letras se detuvieron. Ya no
sabía que más agregar, y no quería que se diera cuenta, no tenía ganas de irme de
allí, nunca más, y el único pretexto de mi existencia eran concretar aquel papel.
Tenía que ocultarlo, él no podía descubrirlo, si eso pasaba, tendría que regresar a
mi antigua vida, había que evitarlo, a toda costa.

— Perro Gitano, no te he visto escribiendo desde hace rato. Creo que ya es hora.
— No, Don Nicanor, aun no termino.

No era ningún tonto, empezó a notar mi poca y casi nula progresión.

¿Qué podía inventar? Cuando sentía que él me observaba, yo solo escribía


garabatos sin sentido, o bien, movía mi mano, como si aún me quedara
tinta por gastar.

— Terminaste, ya no sabes que más escribir.


— ¡Sí sé, sí sé, es que me estoy dando un descanso no más!
— Llevas horas mirando el mar desde acá, y no te he visto tomar el lápiz, creo que
es mejor que descanses, luego revisamos tu trabajo.
— ¡Le dije que no he terminado, por las re chucha!

El grito fue tan fuerte, que el viejo abrió los ojos y se dio un respiro antes de
hablarme nuevamente.

13
El Borrador II

— Perro gitano… se acabó.


— No, no se ha acabado, yo puedo seguir, hay finales alternativos, deje inventar
alguno ¿Y si no me gusta? ¿O si tiene fallas?
— ¿Finales alternativos? Perro gitano, solo te pedí que escribieras lo que pensabas
de mí, eso es todo.
— ¿Me está echando?
—…
— ¿Por qué me hace esto? ¡¿Por qué me obliga a estar acá y luego me bota, así como
así?! ¡Viejo culiao!
— Perro gitano…
— ¡No! ¡No! ¡No! ¡Aún queda! ¡Llevo años escribiendo! ¡Años! ¡No puedo dejar que
esto termine así!
— Perro gitano ¿Qué te pasa?
— ¡Usted es un viejo canalla, me dejó acá por mucho tiempo! ¡Esta es mi silla, no
la suya!
— Hombre, llevas solo una hora aquí ¿Te sientes bien?

Observé mis manos, me toqué la cara, y era cierto… no podía creerlo.

— Chesumare.
— Perro gitano, párate y anda a lavarte la cara, estás amarillo. Te voy a servir
un jugo.
— Que vergüenza, Don Nicanor. Mejor me voy pah mi casa.
— Espera, tranquilo, si nadie te está echando ¿A ver? Déjame ver que escribiste.

No recordaba que había anotado, supuse que solo leseras, le entregué los papeles
y los leyó para sí mismo.

— ¿Don Nicanor, por qué hizo todo esto?


— Shhh… silencio, Perro gitano, estoy ocupado.

Se sentó en aquel sillón y leía en voz baja. A veces hacía una pausa y me miraba,
luego volvía a lo suyo. Se fue con los papeles al patio, y caminaba en círculos.

— ¿Qué pasa, Don Nicanor? Lo hallo nervioso.


—…
— Don Nica ¿Qué pasa? ¿Me puede prestar las hojas? No me acuerdo que escribí.
— No.
— ¿Por qué no?
— Después, ahora quiero que te vayas.
— ¿Y qué hice ahora?

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Prólogo

— Nada, ándate no más. Después conversamos.


— Ya es tarde, mejor me quedó acá hasta mañana, cuando llegue mi tío.
— ¡Ándate, niño!

Salí sin entender nada, di mis primeros pasos por la arena. Me fui pensando que
había hecho, y me detuve. Algo ocurrió, y no sabía qué. Me devolví, corriendo,
entré, a la mala.

— ¡Don Nicanor! ¡Me va a tener que decir que fue lo que escribí!

Este me miró como si fuese el mismo demonio.

— ¡Don Nicanor! ¡Dígame, que fue lo que escribí, no recuerdo nada!


— ¡No, no debes leerlas, muchacho!
— ¡Pásemelo, es mío!
— No… no puedo.
— ¡Pásemelo!

Me lancé sobre él y logré quitárselas.

— ¡No sé que hice, eras tú, siempre fuiste tú! – exclamó.

Don Nicanor se tapó el rostro, y comenzó a alejarse de mí.

Puse las hojas y observé sus manchas sucias, negras y oscuras como la noche.

Leí el primer párrafo de aquella última parte y mi nariz sangró. El verano llegaba marchito.

Don Nicanor desvanecía y se transformaba en piedra. Entre más alzaba la voz todo
se ennegrecía y el olor a azufre pentraba los pulmones.

El sol chocaba con la luna y las trompetas sonaban en el cielo. El apocalipsis había llegado.

El mar se convirtió en sal, la casa se fue abajo junto con las rocas.

Papeles malditos, borrador escrito con sangre de mi boca. Libro negro, hechizo
de bruja barata. Vuela por este camino de pájaro molido. Fiesta de ratas, velorio
de gatos. Respira en la apnea, asfixia en el fuego, acompaña al cordero. Los niños
mueren, los ancianos nacen. Río de fábulas, calle sin perros, río de arena. Gato de
circo, perro gitano.

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EL NIÑO DE AL FRENTE

Hace dos meses, defendí en un juicio a una chiquita de 10 años. Su padrastro había
abusado de ella, y no saben la impotencia que sentí cuando lo dieron por inocente. La
pequeña lloraba, y él reía mientras salía del juzgado a vista y paciencia de todo el mundo.

Me fui a casa, con una pena enorme, tanto así que lo primero que hice fue abrazar
a mi hija de cuatro años. Apenas le hablé a mi señora, no quería tocar el tema, me
encerré en la oficina que tenía en el segundo piso.

Cuando me levanté de la silla del escritorio, vi que alguien me miraba por la


ventana de al frente, también desde un segundo piso. Era un niño, de unos trece
años. Se veía apenado, yo le moví la cabeza para saludarlo y este cerró su persiana.
Esa noche apenas pude dormir, no dejaba de pensar que la niña que perdí en el
juicio estaba con ese hueón. Pero algo me sacó de aquella triste meditación... Un
fuerte grito que provenía de la casa de al frente me descolocó. Me levanté, y bajé a
mirar que sucedía. Cuando abrí la puerta, observé al niño corriendo, a la cresta. Lo
seguí, y lo alcancé. Estaba asustado, le pregunté que le pasaba pero no le entendía,
estaba ahogado, no le salía el llanto, le pedí que se tranquilizara… me abrazó.

— Ayúdeme señor, ayúdeme.

Era obvio, el cabro estaba pasando por algo similar a lo de la niña que no pude
rescatar de aquel monstruo.

17
El Borrador II

Al otro día, para mi sorpresa, cuando abrí el notebook de la oficina, vi una


notificación de amistad, su nombre era Michael Pradenas, el niño de al frente.
Aprobé su solicitud y leí su mensaje:

— Gracias por escucharme.

Le respondí de vuelta que lo iba a ayudar, que era abogado y podía contar conmigo.
Me informó que vivía solo con su padrastro alcohólico, ya que su madre había
muerto hace dos años.

El Michael a veces no tenía ni para comer. Yo le hacía uno que otro sándwich,
cruzaba la calle y me los recibía en la puerta. Me fui encariñando sin darme cuenta.
Hablábamos seguido por chat y nos hacíamos señas por la ventana del segundo piso.

Su padrastro no estaba, así que escondido tomé nota de lo que le ocurría. Sentí que
tenía una nueva oportunidad con la justicia. Lo lamentable, es que esa especie de
sanación momenténea no duró por mucho tiempo. Mi señora me llemó triste que
viera la televisión. No pude creerlo, la pequeña, la que no pude defender había sido
encontrada muerta por violación… por su padre.

Días sin dormir y una culpa que no me abandonaba.

Dos noches después escuché nuevamente gritos que venían de al frente, mi señora
me dijo que no fuera a auxiliar a nadie, y que mejor llamara a los pacos. Pero mi
duda en ese momento, aún siendo abogado, era que la justicia no iba a hacer nada
que realmente ayudase, así que decidí terminar con esto de raíz. Crucé la calle,
golpeé la puerta, y cuando este tipo abrió le saqué la cresta, sin pensarlo, mi señora
gritaba que lo dejara tranquilo porque realmente me estaba ensañando. Lo solté y
grité que ya sabía todo, amenacé con meterlo preso si se volvía a acercar al niño.
Discutí con mi esposa en casa, sobre todo cuando le planteé que cuidáramos al
muchacho por unos días, pero se negó tajantemente.

En fin, recibí un mensaje de este cabro chico, agradeciéndome porque su padre ni


siquiera llegaba a verlo, seguramente por la vergüenza que yo le había hecho pasar.
En él vi un poco a mi hija, y también a esa niña que ya no estaba en este mundo.

— Te quiero – me escribió

Sentí su agradecimiento. Me imaginé que a él no le habían dicho algo así desde


hace mucho, si era como un perrito guacho y mal tratado.

— Te quiero – contesté de vuelta.

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El niño de al frente

De hecho me largué un tanto más:

— No estás solo, me tienes a mí.

Me asomé por la ventana y él me sonreía, ya no se le veía esa pena en su carita.

Ya estaba convencido, comenzaría con todos los trámites legales para salvarlo.
Lo hacía por él, y también por mí, quería redimirme de alguna forma. Quizás
antes no fui lo suficientemente convincente para salvar a la pequeña. Esta era mi
última oportunidad. Antes de acostarme le escribía mensajes de apoyo, quería que
se sintiera respaldado.

— He pensado mucho en ti.

Al otro día, al despertar, abrí el computador y leí algo que en un principio no


entendí, una sola frase, de fácil comprensión… pero difícil de dirigir.

— TE AMO, FERNANDO — Así mismo, con mayúsculas.

Era Michael. Me di un segundo respiro y me dije a mi mismo que no fuese un mal


pensado, es solo un “te amo” de un niño.

— Gracias – respondí.

Cuando vio mi respuesta, hizo algo que me levantó de la silla. Era él, completamente
desnudo en una foto. Cresta. Cerré la puerta de la oficina y le dije que no fuera
leso, que como se le ocurría mandarme eso. Me preguntó si no me gustaba la
imagen, le respondí que no, por supuesto. Lo reté y no me contestó. Borré la foto,
y casi de manera inmediata reaccioné ¿Qué estaba haciendo hablando con un niño
menor de edad que apenas conozco?

No, no era una buena idea. Sentí una extraña culpa e incluso vergüenza, que
claramente no debían pertenecerme. Ante esa situación decidí eliminar todas las
conversaciones anteriores. Pese a la angustia que me había generado, traté no ser
agresivo con él, después de todo era solo un muchacho, abusado, con el cual me
había comprometido a ayudar:

— Disculpa, no quería hacerte sentir mal, pero esto no está bien ¿Entiendes que no
corresponde mandar una foto así a alguien? Imagínate que yo fuese otra persona.

— Por eso lo hice, porque eres tú.

19
El Borrador II

Me levanté del escritorio y al mirar por la ventana, estaba él, desnudo,


nuevamente… tocándose. Cerré mi cortina de inmediato, con unas ganas enormes
de vomitar. Me fui a acostar, asustado. Mi esposa me preguntó si me pasaba
algo, que me veía raro, e inventé que no, lógico. Mi mujer no debía enterarse
que conversaba secretamente con un niño menor de edad, se hubiese visto raro,
además con todo lo que estaba pasando preferí callar… me sentía sospechoso, y lo
más extraño: de nada.

No supe de él por días, y decidí finalmente no hacer los trámites para defender al
muchacho, lo mejor era alejarse, completamente.

Tenía varios mensajes de este pendejo, se los leía, pero no se los respondía…
pero hubo uno que me dejó perplejo: Se trataba de un pantallazo en la que yo le
había escrito “Te quiero”. Había editado la conversación dejando solo frases como
“No estás solo, me tienes a mi” “He pensado mucho en ti”. Me estaba mostrando
como si yo tuviese un interés enfermo hacia él, y yo no tenía pruebas que lo
contradijeran, pues había borrado todas las conversaciones antiguas. Miré por la
ventana y estaba con un cartel:

— “SI NO ME RESPONDES, HABLO”.

Estaba amenazado por un niño de trece, respiré profundo y le escribí:

— No trates de extorcionarme pendejo de mierda. Soy abogado y la puedes


pasar muy mal.

Pero me respondía con mentiras.

— No me hables así mi amor. ¿Estás enojado porque me negué a acostarme


contigo, anoche? Estaba mi papá, nos podía descubrir, lo hago por nuestro
bien. Este es nuestro secreto.
— ¡Mentiroso!
— ¡Ah, cierto, lo había olvidado! Me dijiste que no debemos hablar por chat de
este tema, porque podría llegar tu esposa y leernos. A veces olvido que hay que
fingir, no lo haré más. Ahora borra este mensaje y empezamos de cero.

Dudé si bloquearlo en las redes, no sabía si tenerlo lejos o cerca, ignoraba que era
peor. Tenía terror a que me acusase de algo que yo no hacía.

Todo empeoró. Mi mujer comenzó a gritar, le pregunté qué ocurría y me mostró


desesperada una mordida que tenía nuestra hija en su brazo. En algún momento,
cuando mi esposa entró a casa para buscar un gorrito para el sol, en cosa de

20
El niño de al frente

segundos, mi niña estaba llorando en el jardín. Nuestra chiquita trataba de decirnos


quien había sido, pero por su problema de lenguaje era imposible… pero no se
necesiataba ser adivino. Subí al segundo piso, me encerré en la oficina y miré por
la ventana, estaba él, haciendo el gesto de mordida con su brazo, muerto de la risa.

Abrí el computador y le escribí que me las iba a pagar, pero él tenía coraje, me envió
una solicitud de webcam, lo pensé un rato, acepté, después de todo no quedarían
registros de una conversación por ese medio, creo. Y ahí estaba, desnudo, yo le
ordené que se vistiera, pero no me hacía caso. Me obligó a decirle te amo, varias
veces y yo siempre me negué. Hasta que me dio un ultimátum.

— O me dices que estarás conmigo, o me voy de este mundo.

Mi respuesta fue rotunda

— Hazlo, por favor, hazlo.

Desapareció de la cámara, y yo me comí la rabia, cerré el computador.

Ya todo había pasado, mi niña dormía con nosotros, pero yo no cerraba una
pestaña, me preguntaba a mi mismo si el pendejo había sido capaz de cumplir su
amenaza. Me aseguré de que mi familia no despertase y me levanté, fui hasta mi
oficina, abrí el monitor, y desde la cámara se veía tirado encima de su cama, con
los ojos abiertos, directo hacia mí, ensangrentado, en ese instante no sabría cómo
explicar lo que sentí, fue de todo, primero pensé que era mentira, quizás era un
montaje, también sentí relajo, a la vez culpa, no entendía nada.

Pero la situación se volvió compleja, por la webcam vi llegar a su padrastro a su


habitación, y encontró al niño tirado.

— ¡Está muerto!

Este se acercó a la webcam, poco a poco, en un momento pensé cerrar mi sesión


para que no me viese, pero no, yo tenía que saber de que se enteraría, así que
apagué la luz de la oficina y quedé a oscuras, suponía que desde el otro lado era
imposible que me descubriese físicamente. Lo observé atentamente mientras
pasaba sus ojos por su pantalla, leyendo en voz alta “TE AMO, FERNANDO”.
Miró hacia la webcam y me apuntó con el dedo.

— ¡Acosador! ¡Pedófilo! ¡Todo el mundo va a saber lo que hiciste! ¡Por eso tanto
interés en mi hijo, asqueroso!

21
El Borrador II

No había marcha atrás.

Me puse el abrigo, bajé al primer piso, busqué varias bolsas, me las coloque en mis
pies descalzos, y en mis manos… tomé un cuchillo, y salí. Llovía, fuerte. Me pasé
por su patio, y descubrí una puerta abierta en la parte de atrás, entré. Estaba todo
desordenado, se sentía el olor húmedo de la casa sin limpiar. Subí, sigilosamente,
y de inmediato di con la habitación del pendejo, y ahí estaba, muerto encima de la
cama. Me acerqué a él y sorpresivamente, salió este tipo por la espalda, me botó,
pero jamás solté el cuchillo, ambos forcejeamos, él estaba un tanto ebrio, como
siempre, así que fue más fácil, lo di vuelta y se lo enterré en el pecho, una, dos,
tres… perdí la cuenta de las veces que le perforé el tórax, las últimas puñaladas se
las daba a un simple cadáver, a esas alturas ya era innecesario seguir. Actué rápido.
Tomé el cuchillo con el que se había suicidado el niño y volví apuñalar al viejo,
pero esta vez con las huellas del pendejo, con esto, la policía diría que se defendió
de este acosador, y al asesinarlo, producto del miedo sencillamente se suicidó, por
supuesto. Bajé, crucé la calle. El abrigo y las bolsas las mojé en la tina de mi baño
para sacar las manchas de sangre, luego las dejé en mi patio, atrás, al otro día
tendría que quemarlas cuando mi esposa saliese de casa. Subí a mi pieza, pero
antes de llegar ahí, sucedió algo inesperado.

— ¡Eres un asesino!

Ella estaba en mi oficina, mi mujer, mirando todo lo que yo había hecho por la
webcam de la computadora. Le conté todo en ese instante, lo del acoso que yo
había sufrido, pero no me creyó nada, exclamaba alterada que no me acercara
a nuestra hija. Le quise mostrar mis últimas conversaciones, pero ella tomó el
celular para llamar a carabineros. Le volví a rogar, pero no me escuchaba. Me
lancé sobre ella e intenté evitar que diese aviso, trató de tirarme el pelo… pero
yo la estrangulé, lentamente, mientras mordía la rabia, y el color de su rostro
oscurecía. Dejó de hacer fuerza, su lucha cesó, la vista daba directo hacia la nada, y
así quedó. La miré, volví en sí, y me tapé la cara.

De pronto, escuché una voz que dijo mi nombre, miré hacia mí alrededor, no sabía
desde donde provenía, y lo descubrí.

Me apuntaba desde la webcam. Me asomé por la ventana, y allí estaba, con una
sonrisa plena en su rostro, junto a una carcajada que cruzaba toda la calle.

Después de muchos años, al vecino de al frente aún lo recuerdo en esta celda, y a


veces me da por dibujar en la pared una ventana donde quizás lo pueda ver.

22
NEW WOMAN SYSTEM

¿Aburrida de que tu marido te golpee cuando se le dé la gana? ¿No quieres sentir


más miedo cada vez que él llegue a la casa? ¿Nunca más te quieres volver a
bajar los pantalones ante un hombre que no amas? ¿Crees que la justicia no es
suficientemente severa? ¿Tienes miedo?

Mi nombre es Patricia Castro y fui abusada durante treinta años por mi marido,
hizo lo que quiso conmigo, y jamás le importaron los niños. Aguanté durante
mucho tiempo por temor, pero un día dije “NO MÁS” Pero esto no hubiese sido
gracias al programa New Woman System, donde te ofrece una vida de placer y
alegría. Contáctate con nosotras y al fin podrás conocer la felicidad, no tengas
miedo. Llama al 800 800 5346 y di ¡NO MÁS!

Mi nombre es Carolina Peña de La Pintana y cuando conocí a New Woman


System dije ¡Guau! En un principio pensé que mi marido no cambiaría tanto. El
servicio me ha acogido de una manera formidable, nunca más tendré miedo. Di
¡NO MÁS! Llama al 800 800 5346.

Soy Emilia Schuster, de la Dehesa, créanme que los abusos no tienen ni color,
ni estatus económico, acá debemos caber todas, sé bienvenida a New Woman
System y nunca más sentirás miedo. Di ¡NO MÁS!

¡New Woman System! ¡Llame ya! 9800 800 5345, calidad de vida garantizada.

25
El Borrador II

— ¿Aló?
— Usted se ha comunicado con New Woman System ¿En que la podemos ayudar?
— Necesito que me ayuden, mi marido me tiene encerrada en la pieza.
— ¿Cuál es su nombre?
— Inés.
— ¿Nos podría dar la dirección de donde se encuentra?
— No me la sé.
— No se preocupe señora Inés, a través de su llamada la hemos ubicado. Usted se
encuentra en la calle Andrés Bello 258, comuna de Limache.
— ¿Acá también hay New Woman System?
— Por supuesto, trabajamos desde Arica a Punta Arenas, las 24 horas del día.
Le informamos que el costo del servicio es de 100 mil pesos mensuales IVA
incluido, los cuales aumentará de manera progresiva durante los meses.
— Bueno, acepto.
— ¿Cancelará a través de transferencia o efectivo?
— Transferencia.
— ¡¿Inés Conchetumare, a quién chucha estái llamando?!
— ¡Apúrese por favor, está vuelto loco!
— ¿Cuál es el nombre de su marido?
— José Santibáñez Urrejola.
— ¿Él tiene alguna demanda anterior por abuso?
— Si, si… apúrese por favor.
— Efectivamente, nos aparece en el sistema una denuncia por violencia familiar
registrado el 3 de noviembre del año pasado. Con este registro procederemos a
ejecutar el servicio.
— ¡Inés! ¡Abre la puerta, mierda!
— ¡Ya pues! ¡Háganlo rápido!
— No se preocupe, el servicio tardará exactamente 30 segundos.
— ¡Tengo miedo!
— Tranquila, el servicio es cien por ciento efectivo.
— ¡Maraca culiá! ¡Te voy a matar!
— 15 segundos para la activación del servicio.
— ¡Ay no! ¡Entró a la pieza!
— ¡¿Así que llamando a los pacos de nuevo?!
— ¡No, amor, no me hagas nada, te juro que no llamaba a carabineros!
— 5 segundos para la activación del servicio.
— ¡No! ¡No! ¡No me peguí!
— 3 – 2 – 1 Servicio Activado.

— Hueona, fue impresionante, el José quedó tirado en el suelo, como si lo hubiesen


apagado. Se desplomó, en un principio pensé que estaba muerto.

26
New woman system

— ¿José? ¿José?
—…
— ¿José? ¿Estás bien?
— ¿Inés? ¿Amor?
— ¿Estás enojado?
— ¿Enojado, por qué?
— No… por nada.
— Que estás linda ¿Cuándo te teñiste el pelo?
— Ayer.
— Te queda bonito.
— ¿En serio?
— Si… ¡Ay!
— ¿Qué pasa?
— Me duele un poco la cabeza.
— ¿Te traigo agüita?
— No, yo me lo sirvo, usted quédese sentadita, puedo solo.
— Desde ese día te juro que no me ha vuelto a tocar, es otro hombre.

— No pensé que ese programa fuera tan bueno.


— Es magnífico. Y cacha que no es lo único que te ofrecen, si pagas 100 mil pesos
más hasta te hacen el aseo.
— ¿Y lo vas a pagar?
— No hueona, si no tengo tanta plata.
— ¿Oye? ¿Y esto sirve solo para mujeres que son abusadas?
— Mira, se supone que el sistema está hecho solo para eso, ellos revisan el sistema
para ver si tu pareja ha sido denunciado anteriormente, por un tema legal no
se puede llegar y reiniciar a un hombre por que sí.
— Sería la raja.
— Bueno, no todo en la vida es tan perfecto.

Fue así como la Inés y varias mujeres más dejaron de sentir miedo, fue increíble
lo que hacía ese sistema. El dicho “Nos están matando” se fue repitiendo cada vez
menos. Pero si bien, New Woman System funcionaba, muchas personas estaban
en contra de su existencia.

— ¡Yo como senador de la república, soy un detractor acérrimo de este sistema


privado, no es posible que se tenga que acudir a un programa artificial para
eliminar la violencia contra la mujer! ¡Acá se está vulnerando los derechos
humanos, la libertad de pensar está siendo violada de una manera arbitraria
y fascista!

Pero el director de este sistema se defendió.

27
El Borrador II

— ¡Lamentablemente el sistema público no fue, ni será capaz de acabar con los


abusos de las mujeres! ¡Según índices estadísticos, año a año son cada vez
más los femicidios, violaciones y abusos psicológicos, mostrando una vez más
la ineptitud del estado frente a este tema! ¡Nosotros como empresa hemos
acabado de raíz con el problema, entregando incluso estabilidad familiar! ¡Y
al senador, le respondo firmemente que sus acusaciones son falsas: nosotros no
vulneramos la capacidad de las “personas”, sino de “abusadores” de “violadores”
“golpeadores”! ¡Permítame corregirle, señor! ¡De animales que hacen y deshacen
con las mujeres de este país! ¡Y nosotros no descansaremos hasta terminar con
esto, no solo acá, sino que en cada rincón de este planeta!

Así fue como New Woman System no solo se impuso como marca, sino también
como una nueva forma de vida para muchas mujeres.

Yo llevaba tres años con mi pololo, vivíamos juntos en un departamento.

El Ramiro siempre fue atento, mi relación nunca fue parecida a la de Inés, que vivía
siendo golpeada y que no le quedaba otra que pagar mes a mes para poder tener
una buena relación. Claro, teníamos nuestros altos y bajos como toda convivencia.

— ¿Otra vez no lavaste los platos?


— Chuta, se me olvidó.
— Pucha, siempre tengo que llegar a la casa a hacer todo – reclamé.
— Ya, no le pongas color, si no es pah tanto.
— Es que es todos los días poh, Ramiro ¡Mira el living! ¡Tení la cagá!
— ¡Ya, Bueno! Perdón.
— ¡Ya, Bueni! ¡Pirdin!
— Te sale chistoso cuando me imitas.
— Ya, no me cambies el tema, ayúdame a ordenar.

Siempre me sacaba una sonrisa, íbamos a todos lados juntos. Pasamos comiendo
fideos con salsa en un principio, casi todos los días, o arroz con huevo, andábamos
pobres. Pero siempre felices. Cuando el Ramiro encontró pega la situación mejoró.

— Amor. Yo sé que no te querí casar, ni yo tampoco – me dijo.


— ¿Ya? ¿Qué me querí insinuar?
— Me puse a pensar, que de pronto, no sé, quizás por ahí…
— Ya poh, habla poh tonto.
— ¿Si te dejái de tomar las pastillas?
— ¿Me estás hablando en serio?
— Si, en serio.
—…

28
New woman system

— ¿Qué pasa? ¿Por qué me pones esa cara? ¿No querí? Ya, Paola. No importa,
tampoco te quiero presionar…
— Dame un beso – lo interrumpí.
— ¿Eso es un sí?

Nos pusimos en campaña ese mismo día.

— ¿Te salió positivo?


— No.
— Pucha, ya, paciencia.
— Es que estoy chata, ya llevamos siete meses intentándolo y no puedo.

Reconozco que me puse más densa que él respecto a este tema.

— Quiero hacerlo, ahora. – le pedí.


— Amor, esperemos un poco, el médico nos dijo que hacerlo todos los días y a cada
rato era peor, tengo que reponerme al menos unas 24 horas.
— No querí, parece.
— Ya, no empecí ahora.
— Bueno ¿Entonces por qué no querí?
— Por lo que te dije poh ¿No me estái escuchando?
— Si quisieras pondrías todo el empeño posible.
— Es lo que hago.
— No me deseai ¿Es eso? ¿Estái decepcionado de que no me pueda embarazar?
— Ya, Paola… duérmete.
— Imbécil.

Y los días fueron cada vez peor.

— ¿Dónde vas? – le pregunté.


— Voy a juntarme con los cabros un rato.
— Ah... ya poh.
— Ya, pero si te dije el otro día.
— Nosotros teníamos planes, Ramiro.
— ¿Planes?
— Si poh ¿Se te olvida acaso que estamos intentando ser papás?
— ¿Vai a seguir con eso?
— ¿Acaso ya no querí?
— ¡A la vuelta poh! Ya poh mi chiquita, no se me enoje.
— Ya, pásala bien – ironicé.

Pasaba el tiempo y no me lograba embarazar. Y yo, era cada vez peor.

29
El Borrador II

— ¿Adónde andabas?
— Fui a jugar a la pelota.
— No te creo.
— Ya poh Pao ¿Qué te pasa?
— Voh andái con otra hueona. En eso andabas.
— ¿Y de dónde sacaste eso?
— Como ya no puedo hacer que seas papá, entonces te buscaste otra, así de simple.
— Siéntate y conversemos, porque te veo estresada, andái con mil rollos en tu
cabeza, para un poco.

No estaba con mis sentidos, la situación me fue embargando cada vez más, hasta
que un día exploté.

— ¡¿Me podí decir quien chucha es esta maraca?!


— ¡¿Ah?!
— ¡¿Esta culiá que te mandó un Whatsaap es la que te estái agarrando?!
— ¡Nah que ver!
— ¡Mierda, te voy a matar! ¡Culiao! ¡Maricón!

Me lancé sobre él y lo golpeé varias veces, él solo se cubrió…

… Pasaron los días y él ya no dormía conmigo, empezó a acostarse en la pieza de al lado.

— Amor, quiero que conversemos.


— No tengo ganas, Paola.
— Es que pensé que ella era tu amante…
— Ya, si da lo mismo, necesito estar solo un rato.
— Te amo.

Me costó mucho recuperarlo.

— ¿Ramiro?
— ¿Ah?
— Estaba pensando en que quizás era mejor que me fuera, me da la sensación de
que ya no me querí.

Y solo estaba en silencio.

— ¿Ya no me querí? ¿Verdad? Dime que ya no me amái y yo me voy, te dejo en


paz, te lo juro.
—…

30
New woman system

— Ya, me voy entonces.


— No… espera.
— ¿Qué?
— Te amo… te amo.
— Perdóname, mi vida.
— Si, tranquila, tú andas mal con todo esto del embarazo. No quiero que te vayas.

Nos acostamos esa noche y lo volvimos a hacer. Así pasó un mes, intentamos todo
lo que nos dijo el médico.

— Muchachos, las noticias no son buenas.


— Pucha doctor.
— Según los exámenes… Paola, lo siento.
— ¿Soy yo doctor?
— Tal parece que sí.
— ¿Y no hay alguna solución? ¿Otra cosa que se pueda hacer? – preguntó mi novio.
— No, Ramiro. La probabilidad de embarazo es prácticamente nula.

Y ahí renuncié a todo. La relación se fue a la cresta.

— Amor, hay casos en que las mujeres quedan embarazadas, incluso con este tipo
de pronósticos.
— No, Ramiro, ¿No escuchaste, acaso?
— ¡Si, escuché! Mira, tengo ahorros, podemos gastarlo en otras vías, yo tengo fe
de que esto podemos hacerlo de otra forma, por último adoptamos ¿Qué tanto?
— Quiero dormir.
— Pao…
— Déjame sola un rato, quiero descansar.

Por supuesto que esto afectó a la relación. Cuando todo empeoró, fue cuando el
Ramiro tuve que irse de viaje por pega, me volví loca.

— ¡Aló!
— Hola, amor ¿En que está?
— Estoy viendo tu Instagram ¿Me podí decir quien chucha es la Tania?
— Tania… no me suena.
— ¿No te suena? Es una hueona que a todas tus fotos le coloca corazones.
— ¡Ahh! Es una amiga.
— ¿Amiga? Yo conozco a tus amigas y nunca había escuchado a ninguna Tania
en mi vida.
— O sea, es amiga porque éramos vecinos de la población cuando pendejos, pero
eso.

31
El Borrador II

— ¿Y te gusta?
— Nah que ver, si nos agregamos porque no nos veíamos hace caleta, de hecho ella
vive en el sur.
— Quiero que la elimines.
— Ya ¿Pah que te vai en esa?
— Elimínala hueón, no quiero que la tengas. Yo sé cómo son las minas, así
empiezan. Haciéndose la hueona, comentándote todo, y después viene el joteo.
— Paola, si ella tiene pololo, hasta un hijo con él.
— ¡Maraca poh! ¡Con pololo y guagua te jotea!
— Ya, mejor hablamos después, te estái poniendo cuática.
— ¿O sea que no la vas a eliminar?
— No.
— ¡¿Ah no?! ¡Entonces terminamos, no te quiero ver acá en el departamento! ¡¿Me
escuchaste?! ¡Quédate con la Tania!
— ¡Que hueviai!
— ¡¿Me estái diciendo garabatos, imbécil?!
— Ya… chao.
— Ramiro.
—…
— ¡Ramiro!

Lo volví a llamar pero me desviaba las llamadas, tenía mierda acumulada, así que
busqué a la famosa Tania y le escribí por interno.

— No quiero que le hables más al Ramiro, él tiene pareja, y tú también, deberías


tener respeto por el papá de tu hijo, deja de andar buscándote a otros hombres,
quiérete un poquito.

Ramiro volvió de su viaje, yo estaba en la pieza, en silencio.

— Necesito conversar contigo – me dijo.


— Yo no quiero hablar contigo.
— ¡¿Te enojái tu más encima?! ¡Eres entera de balsa!
— ¡¿Balsa?!
— ¡Balsa poh! Resulta que me llamó la Tania diciendo lo que le habías escrito ¡¿Qué
te pasa?! ¡¿Te volviste loca?!
— ¡¿O sea que tiene tu número?!
— ¡¿Sí, y que tanta hueá?!
— ¿Cómo que tanta hueá? ¡A voh te gusta esa culiá!
— Imposible hablar contigo, mira tú cara.
— ¡¿Te gusta?!
— ¡Sabí que más! ¡Te voy a decir lo que querí escuchar! ¡Sí! ¿¡Ahora estái contenta?!

32
New woman system

— ¡O sea que te gusta esa maraca!


— ¡No oh! ¡¿Cómo me va a gustar?!
— No, si me estái mintiendo Ramiro, yo a ti te conozco. A voh ya no te sirvo, y
como la otra tiene hijos cachaste que podí tener uno con ella.
— Dai miedo loca, bájate del poni.

Y le di el primer golpe en el brazo.

— ¡Cálmate, Paola!
— ¡¿Cómo me voy a calmar si me andái cagando?!
— ¡Nadie te está cagando!
— ¡Entonces muéstrame tu Facebook, muéstrame tus Whatsapp, muéstrame todo!
— No voy a hacer eso.
— ¡Entonces me estás ocultando algo poh! ¡El que nada hace, nada teme!
— Ya ¿Sabí que más? ¡Me cansé, me voy!
— ¡Voh no te vai a ningún lado!

Me lancé sobre él y le di patadas, golpes en la espalda, en la cabeza, me fui como


una araña. Le rasguñé la cara, lo arrinconé.

— ¡Paola! ¡Para por la conchetumare!


— ¡Toma culiao! ¡Toma mierda!

Y él no aguantó más… me empujó con un solo brazo, yo caí de espaldas y me


golpeé la cabeza.

— ¡Me pegaste! – le grité


— ¡¿Pero qué querí?! ¡¿Ah?! ¡Estái vuelta una loca! ¡Se acabó, Paola! ¡Se acabó esta
hueá! ¡Mira hasta donde llegamos, por la chucha!

Y un pequeño arrepentimiento llegó hacia mí.

— Yo de verdad me voy.
— ¿Ramiro?
— No, se acabó, esto ya es mucho pah los dos.

Tomó el bolso con la primera pilcha que pilló y se fue. Le mandé mensajes esa
misma noche, diciendo que volviera, que conversáramos de nuevo. Le rogué, no
solo ese día. Estaba desesperada, hasta que un día me volvió a llamar, yo me ilusioné.

— Hola Ramiro, que bueno que llamaste, quería conversar.


— Pao, bien cortito, yo en un rato más voy al edificio a buscar el resto de mis

33
El Borrador II

cosas, así que déjale las llaves al conserje, avísame cuando no estés, no me
quiero topar contigo.
— ¿Eso es lo que de verdad querí hacer?
— Si, Paola.
— … Bueno.

Pero no le hice caso, lo esperé en el departamento.

— ¿Por qué no me dejaste las llaves allá abajo?


— Porque te quería ver.
— Ya, filo. Voy a sacar mis cosas.

Fue a la habitación a sacar su ropa y yo lo seguí.

— ¿Te vai con ella?


— Ya, si no tengo nada que conversar contigo.
— Yo sé que te vai con ella.
— Piensa lo que querái, tus rollos, tus problemas.

Pero no se iba a quedar asi.

— Está bien, tú vas a salir de acá con tus cosas, pero te juro que vas a volver.
— ¿Ah, sí? ¿Y cómo?
— Ya vai a ver.

Se fue, vi por la ventana del departamento cuando se subió al auto de un amigo,


yo lloré toda esa tarde. Iba a revisar su Facebook pero me tenía bloqueada, lo
volví a llamar y nada.

Entonces ahí fue cuando se me ocurrió todo.

— ¿Carabineros?
— Si, buenas tardes.
— Quiero hacer una denuncia a Ramiro Rojas Basualto, tengo su rut y todo.
— ¿A qué se debe su denuncia?
— Me pegó.

Constaté la lesión, la misma que me había hecho en la cabeza, por el empujón


que recibí. Buscaron a Ramiro y se lo llevaron detenido. Su familia y él no me
querían ver ni en pintura. La pasó mal… después de unos días decidí retirar
la denuncia.

34
New woman system

Tenía los ahorros por el tema del intento de embarazo y los ocupé, para el bien de
nuestra relación.

— ¿Aló?
— Usted se ha comunicado con New Woman System ¿En qué la podemos ayudar?
— Se trata de mi pareja. Él me pegó y quiero que cambie conmigo.
— ¿Cuál es el nombre de él?
— Ramiro Rojas Basualto.
— ¿Usted está en una urgencia en este instante?
— No.
— Entonces deme un momento por favor, necesito revisar a esta persona en el
sistema
— Okey, la espero.

Iba a tener a Ramiro conmigo, de nuevo.

— Me aparece que tiene una demanda desde hace cinco días.


— Si, así es.
— Me aparece que la demanda fue hecha por Paola Aldunate Saavedra.
— Sí, soy yo.
— ¿Él vive con usted actualmente?
—…
— ¿Señorita?
— Si… si, vive conmigo.
— ¿Él se encuentra con usted en este instante?
— No, salió a hacer una diligencia.
— Perfecto, lo vamos a buscar en el radar.
— Vale.

No pasaron más de treinta segundos.

— Perfecto, lo encontramos. Bueno, antes de ejecutar el servicio, le informamos


que tiene un costo de cien mil pesos IVA incluido.
— Okey, acepto.
— Muy bien, entonces procederemos…
— ¡Espere! — interrumpí.
— ¿Si? ¿Diga?
— Sé que tienen servicios adicionales, ¿Me podría contar un poco de eso?
— Ah, sí, como no. Le cuento, existen tres tipos de servicios adicionales. El primero
incluye atención de aseo y cocina, por lo tanto, él puede ayudar en las cosas
del hogar, sin quejas. El segundo se trata de atención sexual sin límite alguno,
cuantas veces usted lo quiera. Y el tercero, es amor profundo hacia usted, no

35
El Borrador II

podrá mirar a otra mujer con el más mínimo deseo. Cualquiera de las tres tiene
un valor 100 mil pesos adicionales IVA incluido, puestos en su boleta mensual.
Pero debe tener en cuenta que estos servicios adicionales se recargarán una hora
después del servicio básico ¿Desea alguno de esto, señorita Paola?
— Si… quiero los tres.
— ¿Transferencia a cuenta, o con efectivo en alguna de nuestras sucursales?
— Transferencia.
— ¡Perfecto! Entonces procederemos a ejecutar el programa sobre el señor Ramiro.
¿Alguna otra consulta?
— No, eso es todo.
— Muy bien, que disfrute a su pareja. Muchas gracias por llamar a New Woman
System.

Me senté y esperé. Prometo que pasó esa hora exacta cuando sonó mi teléfono.

— ¿Aló?
— ¿Paola?
— ¿Si? ¿Ramiro?
— ¿Dónde estás?
— En el departamento.
— Te extraño.

No podía creerlo.

— Te extraño mucho mi vida, no puedo estar sin ti. Voy para allá ahora.

Volvió con todas sus cosas. Cuando llegó a la puerta, me besó.

— Paola, perdón.
— Tranquilo, ya está todo bien.
— Abrázame, mi amor.

Ni en nuestros mejores momentos había sido así conmigo.

— ¿Tiene hambre? — me preguntó.


— No.
— Puedo hacer lo que se le antoje.
— No quiero comer ahora. Tócame.

Fue increíble, no pensé jamás que pudiera a hacer tantas cosas en la cama. Quedé
muerta, me fui muchas veces esa noche.

36
New woman system

Cuando desperté, tenía el desayuno en mi cama y notas en las paredes que decían
mi nombre.

− ¿Ramiro?
— ¿Dígame, mi amor?
— ¿Me dejas revisas tu Facebook?
— Si, toma mi celular, la clave es PAOLA23.
— ¿Es mi nombre?
— Si… y tu edad.

Revisé su mensajería, vi la conversación que tuvo con Tania, existía mucho cariño
entre ellos, pero si lo pensaba fríamente no era nada grave. Aun así, la eliminé.

— Acuéstate a mi lado, un rato – le pedí.


— ¿Quiere hacerlo de nuevo?
— No, solo quiero que me hagas cariño.

Ramiro era perfecto para mí.

— ¡Está todo el aseo hecho! ¡Me falta limpiar el wáter, y estamos!

Nadie nos separaría.

— Hola Paola… veníamos a buscar al Ramiro para ir a jugar a la pelota.


— Espérame, yo le aviso al tiro.

Me acerqué a él y le avisé.

— Vienen tus amigos.


— Ya ¿Y qué?
— ¿No vas a ir?
— No, contigo tengo suficiente, no tengo necesidad de salir a ningún lado. Diles que no estoy.
— Pero ya les dije que estabái poh. Diles tú.

Y así fue.

— No cabros, yo me quedo acá en el departamento.


— Pero hueón, si faltái tu no mah, la pichanga la organizamos el otro día.
— Ya, pero no quiero ir a jugar.
— Te apuesto que no te dejan, te apuesto que con dramas de nuevo.
— No, no hay ningún drama, ustedes son el problema, no los quiero ver por acá,
no me llamen ni nada, no los necesito.

37
El Borrador II

Y se marcharon, sin entender nada.

Cuando llegó fin de mes, volví a cancelar la boleta. 400 mil pesos mensuales IVA
incluido, era bastante caro, pero valía la pena. Yo por supuesto, sin un pelo de
tonta dejé que fuese a trabajar y lo hacía perfecto, porque yo se lo decía.

Así fuimos pagando la boleta, eso sí, vivíamos con lo justo, pero lo tenía conmigo,
eso era lo más importante.

Pero un día recibí un llamado que me dejó marcada, y pensando por mucho tiempo.

— ¿Paola?
— ¡Inés! ¡Hueona! ¡¿Cómo estái?! ¡Tanto tiempo! ¿A qué se debe tu llamado?
— ¡Es urgente!
— ¿Qué pasa? ¿Por qué esa voz?
— Necesito que me prestí cien lucas.
— ¿Y pah que sería? ¿Onda si se puede saber?
— Al José le queda un rato más de activación, y no tengo para pagar de nuevo.
— Pucha, amiga… ahora no tengo, he estado gastando mucha plata este
último tiempo.
— ¡Por la cresta!
— Ya, pero relaja, si en una de esas podí estar sin pagar unos días, si no creo que
se vuelva loco al tiro.
— Hueona. ¿No has visto la tele acaso?
— No ¿Qué cosa?
— Que si no cancelas a tiempo, se vuelven peor a cómo eran antes. Han encontrado
a un par de mujeres muertas que no tenían como pagar, a una la encontraron
decapitada en el río, y a otra la quemaron viva.
— Chucha, Inés ¿Y si lo dejái solo y te vai donde tu mamá? Aprovecha de arrancar
ahora que está tranquilo.
— Hueona, si sabe dónde vive mi mamá, sabe dónde vives tú también, no tengo
donde chucha más ir con los niños ¡Me va a matar!
— Ya… Yo te consigo la plata, deja que llegue el Ramiro y…
— ¡No! ¡No! ¡Por favor, no!
— ¡¿Inés?! ¡Inés!
— ¡Nooo!
— ¡Inés! ¡Aló!

Encontraron a mi amiga con la cabeza reventada de un balazo en la cocina,


abrazada junto a sus hijos degollados. Desde ese día, me pregunté qué era lo que
pasaría si no tenía como pagar otro mes más. Tuve que ver la forma de evitar que
el servicio estuviese activado por siempre.

38
New woman system

— Paola, mira lo que te traje.


— ¿Qué es esto?
— Una sorpresa, ábrelo.

No podía creerlo, era un anillo de oro.

— ¿Te quieres casar conmigo? – me preguntó.

Debía sentirme feliz, lo sé, era lo que siempre quise, pero no pude evitar preguntar
cuanto le había costado esa joya.

— Ramiro, esto debe valer mucha plata.


— Si, pero tranquila, eso da igual.
— ¿Cuánto costó?
— 2 millones.
— ¡2 millones!
— Si, mi amor.
— ¿Y esa plata de donde la sacaste?
— De los ahorros y el resto de mi sueldo.
— ¡Devuélvelo!
— ¿En serio?
— Si, ahora, quiero que lo devuelvas.
— ¿No te quieres casar conmigo, entonces?
— Si mi vida, si quiero, pero no con este anillo. Es muy caro.
— Bien, lo devolveré entonces mañana por la mañana.

Ramiro al otro día se fue a la joyería y llegó en la noche… en una pésima


condición anímica.

— ¡¿Ramiro, que te pasó?!


— ¡Soy un imbécil, un estúpido, no te mereces a alguien como yo!
— ¡¿Qué pasa?! ¡Me asustái!
— El anillo.
— ¿Qué pasa con el anillo?
— Lo perdí.
— ¿Cómo que lo perdiste?
— ¡Lo perdí! ¡Y no pude recuperar la plata!

Conchesumadre.

— Ramiro ¿Cuánta plata tienes en el cajero?


— No sé, creo que 10 lucas.

39
El Borrador II

— ¡Por la cresta!
— ¡Perdóname mi vida! ¡Perdona! ¡Soy una mierda! ¡No te mereces a alguien como yo!

A Ramiro le quedaba poco tiempo.

— ¿Aló?
— Le recordamos que su boleta de New Woman System se cancelará en 2 horas,
que consisten en…

Corté el teléfono y tenía el tiempo en contra, no sabía cómo él iba a reaccionar


cuando se acabara todo.

— Amor mío – le dije.


— ¿Si, vida?
— Necesito pedirte un favor.
— ¿Qué?
— ¿Puedes encerrarte en la pieza?
— ¿Para qué?
— Eso da igual. No me pidas explicaciones.
— Bueno.

Cuando vi que quedaban 30 minutos sentí miedo. Sabía que se pondría peor, pero
no sabía a qué grado. José siempre fue violento con Inés, y cuando se le terminó
la activación se convirtió en un psicópata. Ramiro siempre fue pacífico, tenía la
esperanza que no se convirtiera en alguien tan loco como el otro tipo, pensé en
que me agarraría a garabatos, a lo más una cachetada.

— Amor ¿Estás bien allí afuera? – me preguntó desde adentro de la habitación.


— Si, mi vida… estoy bien.

Solo quedaban 5 minutos y el tiempo era eterno. Puse un mueble en la puerta por
afuera y un par de sillas, no quería encontrarme con un monstruo. Me senté y
simplemente esperé.

Quedaba 1 minuto y me levanté, me dieron ganas de orinar de lo nerviosa,


caminaba por el pasillo esperando los segundos, no me quedaban uñas… el reloj
siguió avanzando, hasta que llegó el momento.

— ¿Ramiro? ¿Ramiro? ¿Estás bien amor?

Pero no contestaba.

40
New woman system

— Ramiro, mi vida, ¿Estás bien? Contéstame por favor.

Quizás se había quedado dormido, y había que esperar un poco más. Me empezó a
doler el estómago, me volví a sentar…

… Hasta que un pequeño golpe en la puerta me alarmó.

— ¿Paola?
— ¡Ramiro! ¡Mi amor! ¡¿Estás bien?!
—…
— Amorcito, no me has dicho nada.
— Me duele la cabeza.
— Ya ¿Pero eso no más?
—…
— ¿No estás molesto?
—…
— ¿Estás enojado, Ramiro?
— No ¿Por qué estaría enojado?
— No sé poh, dime tú.
— No sé qué pasa, pero quiero salir, necesito un poco de aire.
— Ya, vas a salir, pero en un ratito más… ahora quiero que esperes un poquito
¿Bueno?
— ¿Qué onda Paola? ¿Qué es todo esto?
— Nada, es que te quedaste encerrado porque se echó a perder la chapa, así que
tengo que llamar a un cerrajero.
— ¿Y cómo pasó eso?
— Ay, no sé. De tontos no más.
— Ya, apúrate que quiero salir.

No se veía nada malo, escuchaba al Ramiro de siempre. Fui al baño, oriné, me


mojé la cara y respiré.

Saqué los muebles de la puerta y ahora solo había que abrirla.

— ¿Ramiro?
— ¿Paola?
— Abre por adentro, ya logré arreglar el asunto – le dije.

Sonó la chapa dejando la puerta a mi disposición… tenía miedo… empujé y


estaba todo oscuro.

— ¿No prendiste la luz de la habitación?

41
El Borrador II

— No.

La fui a encender, con mucho cuidado… pero no pasó nada.

— ¿Bah? No prende, parece que se quemó la ampolleta – le dije.


— Si, parece que sí.

Estaba muy raro.

— ¿Qué haces sentado en la cama?


— Nada… sólo pienso.
— Piensas ¿Y qué piensas?
— Cosas… muchas cosas.
— Ya… ¿Aun te duele la cabeza? Te puedo traer unas pastillas, tengo paracetamol.
— No, no es necesario.

Sentía que esto estaba mal.

— ¿Paola?
— ¿Qué?
— Siéntate aquí, a mi lado – me ordenó.
— ¿A tú lado?
— Sí.
— ¿Estás seguro?
— Sí, quiero que conversemos.
— ¿De qué quieres hablar? Te puedo contestar desde aquí.
— ¿Tienes miedo? – me preguntó.
— No, no tengo miedo.
— ¿Entonces?
— Es que estoy bien así, me duele un poco la espalda, he estado sentada toda el día,
quiero estar parada.
— Bueno, entonces dejémoslo así.
— ¿Y qué me quieres decir?
— Es que me estaba acordando de cuando empezamos la relación. ¿Te acordái?
— Si poh, si me acuerdo.
— Siempre me gustaste, no te lo había dicho, pero ya te había visto varias veces,
antes de hablar por primera vez en la disco.
— ¿En serio?
— Sí. La primera vez que nos dimos el beso estabas pasado a copete, pero me dio
lo mismo.
— Si no hubiese sido por eso, quizás yo no hubiese atinado a nada.
— ¿En serio?

42
New woman system

— Nah, broma. Tú me gustaste apenas te vi.


— Hacíamos hartas cosas juntos ¿Qué nos pasó Paola? ¿Qué creí que sucedió en
nuestras vidas?
— No sé, no sé qué nos pasó.
— Estaba pensando, que quizás debiésemos darnos otra oportunidad.
— ¿En serio?
— Si… eso pienso

Vi cuando agachó su cabeza, se veía cansado y me fui acercando a él, poco a poco.
Fui levantando mi brazo a medida que avanzaba, hasta que llegué a su cabeza y le
acaricié el pelo, me detuve ahí un poco.

No me decía nada, y yo tampoco. Fui tomando confianza… y lo abracé.

— Dime que me amái – le dije.


—…
— ¡Dime que me amái, Ramiro!
— Te amo.
— Perdona mi amor, por todo.
— Si, está bien.
— ¿Nunca más?
— Nunca más.

Lloré y lloré en sus brazos. Sentía que lo había recuperado, de que ya no sería falta
ningún tipo de sistema.

— Hazme un té – me pidió.
— Bueno, yo sé lo hago.

Me fui a la cocina y me sonó el teléfono.

— Si ¿Aló?
— ¡El servicio básico de New Woman System ha sido finalizado! ¡Gracias por
ocupar New Woman System!

Mierda.

— ¡Paola Conchetumare!

Cerré rápido la puerta de la cocina y ambos forcejeábamos.

— ¡Te voy a matar, perra culiá!

43
El Borrador II

Lo recordé todo, como fui tan tonta, los servicios adicionales se activaban una
hora después, solo se había desactivado la función básica. Esta vez sí que su
personalidad cambiaría por completo.

— ¡Amor! ¡Soy yo! ¡El amor de tu vida! ¡No me hagas nada, por favor!
— ¡¿Así que manejándome mierda?! ¡Te voy a partir en siete!
— ¡No! ¡Por favor no! ¡Dios mío, ayúdame!

Solté la puerta y me fui directo a un cuchillo cocinero que estaba cerca del
refrigerador, y se lo levanté.

— ¡No te acerques, Ramiro! ¡No te acerques! ¡Si te acercas un poco, te prometo que
te lo entierro!

Noté preocupación en su mirada.

— ¡Quiero que te vayas! – le grité


— Amor, pero si tú me querías aquí conmigo.
— ¡Pero no así! ¡Ándate! ¡Sal del departamento!
— Mi vida, ya poh, baja el cuchillo, lo estoy considerando, en realidad me fui un
poco al chancho, es que parece que esa cuestión tenía ciertos efectos adversos,
pero me estoy relajando.
— ¡Ándate, Ramiro! ¡Ándate!
— Ya… bueno, me voy. Deja sacar mis cosas.
— ¡No hueón! ¡Ándate! ¡No te quiero ver más en mi vida! ¡Ándate!

Y levantó su mirada hacia mí, directo a mis ojos, y volvió a transformar ese
rostro en odio.

— Un día, cuando estés de lo mejor, cuando ya creas que todo está bien, cuando
quizás estés con otro hueón, cuando ya no sepas de mí, voy a aparecer, porque
día a día este odio hacia ti irá creciendo. Así que ya sabí, te voy a matar un día,
Paola. Te voy a matar… ahora yo me voy.
— Si, eso, ándate.
— Me voy… chaito… adiosito…. me voy. Pero recuérdame que estaré por ahí
mirándote. Puede ser mañana, pasado mañana, en una semana, en un mes ¿O
por qué no hoy?
— ¡Ándate, conchetumare!
— Ya… sin gritar. Chao. Besitos.

Cerré la puerta de entrada del departamento con llave. No pude dormir nada esa
noche, vivía encerrada pensando en que quizás estaba allá afuera, por ahí.

44
New woman system

Me jodí de hambre por un par de días, ni siquiera era capaz de ir a comprar.


Tampoco recibía visitas, él podría entrar.

Sabía que a medida que pasaba los días los efectos adversos eran peores. Quizás él,
entraría al departamento sin pensarlo, rompiendo la puerta, porque no podría más
de su odio. Pensé llamar a carabineros, pero finalmente tomé otra determinación.

— Usted habla con New Woman System, ¿En qué podemos servirle?
— Necesito el plan básico, sin costos adicionales. Su nombre es Ramiro Rojas Basualto.

45
PEDRITO Y EL LOBO

Pedrito era un niño mentiroso, le encantaba reírse de la gente con sus bromas.

Siempre pedía auxilio, que un lobo se lo quería comer. Los pobladores fueron de
inmediato en su auxilio, pero cuando llegaron a la quebrada se encontraron con Pedrito,
muerto de la risa.

Todos molestos se marcharon al darse cuenta que era una de sus tantas pesadeces. La
madre en tanto, le explicó que era malo decir mentiras, pero Pedrito jamás le hizo caso.

— ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Es el lobo, me quiere matar!

La gente nuevamente corrió hacia el lugar. Pero esta vez, al ver que Pedrito no dejaba
de reírse de ellos, le dieron una advertencia.

— El día que te ocurra algo de verdad, nosotros no estaremos allí para ayudarte…
no te lo mereces, por mentiroso.

Al chiquillo no le importaba, le parecía gracioso.

Pero un día, cuando nadie ya le creía a Pedrito, este se dirigió a la quebrada por
tercera vez.

47
El Borrador II

Antes de gritar, se imaginó aquella escenas, con todas las personas allí mirándolo
molesto, y él, en el suelo a carcajadas.

— ¡Auxilio! ¡Socorro!

Pero al parecer nadie lo escuchaba.

— ¡Auxilio! ¡Es el lobo, me quiere comer! ¡Ayuda!

Pedrito estuvo allí, por horas, esperando a que los demás llegasen… pero eso finalmente
no sucedió.

Comenzó a oscurecer, y terminó comprendiendo que su mentira se había acabado.


El pequeño ascendió del lugar, ya un tanto cansado y con hambre. Él solo quería tomar
el té que le tenía preparado su madre a eso de las diecinueve, con ese pan tostado con
mantequilla con queso derretido, como todos los días, acompañado de un infaltable
cariño. Pero al subir la quebrada, algo extraño sucedió. Algo se veía distinto y no sabía
que era. A medida que se acercaba a su hogar, le pareció extraño que la casa del vecino
tuviese otro color.

Llegó hasta su morada, Pedrito golpeó la puerta, varias veces, esperando que alguien le
abriese. Pese a su insistencia, nadie salió.

— ¡Mamá, ábrame! ¡Ya pues, se está oscureciendo!

Al fin se escuchó la chapa de la puerta moverse y Pedrito movió sus manos, desesperado
por entrar y sentarse a tomar la choca.

— ¿Si? ¿Diga?

Era una joven de unos veinte años. Estaba vestida con una ropa extraña.

— Disculpa ¿Buscas a alguien?


— Si pues ¿Cómo no? Si esta es mi casa ¿Quién es usted?
— Yo soy Marisol… Seguramente debes haberte confundido.

Pedrito observó a su alrededor, se planteó por algunos segundos la idea de que


quizás había tomado un camino equivocado, sin embargo, no había error.

— No… acá vivo yo.

La joven, un tanto confusa llamó a su madre.

48
Pedrito y el lobo

— ¡Hay un niño acá afuera, y parece que se perdió!

El chiquillo sin entender que ocurría, vio a una mujer salir de allí.

— ¿Qué pasa?
— Mamá, parece que él anda perdido, dice que vive aquí.

La señora, lo miró extrañada y repitió lo mismo que la joven.

— ¡Ya! ¡Entendí! ¡Ustedes me están haciendo una broma! ¡Jajajaja! ¡Es una
venganza! – exclamó Pedrito.
— ¿No sé de qué estás hablando, niño?
— ¡Dígale a mi mamá que salga! ¡Mamá, por un momento me la creí! ¡Les salió
buena! ¡Pero ya entendí todo! ¡Quiero entrar, tengo hambre!

La mujer sin entender aquella situación, le preguntó:

— Mi hijito ¿De dónde es usted?


— ¡Bah! ¡Dele con lo mismo! ¡¿Sabe qué más?! ¡Permiso, voy a entrar a mi casa!

Pedrito, sin pedir permiso entró corriendo, pero grande fue su sorpresa.

— ¡¿Y las cosas de la casa?!

La mujer y la joven se asustaron más de lo normal.

— ¿Cuál es su nombre, mi niño? ¡Voy a llamar a carabineros!


— ¡Mama! ¡Mamá! ¡Mamá! – insistía el pequeño.

Pedrito corrió hasta su pieza, y aquí, el asombro fue mayúsculo.

— ¿Y mi cama? ¿Y mis juguetes? ¿Dónde están?

Esto ya había dejado de ser gracioso, si se trataba de una broma, pues era
extraordinariamente buena. En un par de horas todo había cambiado.
Los uniformados llegaron a la llamada de aquella dama, e interrogaron al niño.

— ¿Cuál es su nombre?
— Pedrito… quiero a mi mami.

No paraba de llorar. No entendía nada. La policía se lo llevó un retén esperando


que alguien fuese por él.

49
El Borrador II

— Hijo, buscamos a su madre… pero no nos figura en ningún lado el nombre que
nos dio de ella.
— Pregúntenle a la gente del pueblo, si los vecinos me conocen.
— Hijo, nadie de allí logró identificarlo. Si de acá a un par de días no viene por
usted, lo más probable que la jueza lo envíe a un hogar de niños.

Lamentablemente, como era de suponer para carabineros, su madre no apareció


y la jueza cumplió.

Pedrito llegó al SENAME, asustado, triste, esperando que todo se resolviera.

— ¿Quién eres? – le preguntó uno de los niños.


— Soy Pedrito.
— Pedrito, mi nombre es Bernardito ¿Por qué estás acá?
— Es un mal entendido, yo tengo madre y debe estar buscándome, solo estoy por
error. De seguro pronto me iré.
— Eso dicen todos – rió el otro chiquillo.

Pedrito, en un principio no quería hacer de amigos, pero con el tiempo, pese a


su pena y angustia de no encontrar a su madre, Bernardito se transformó en un
gran pilar para él.

Nuestro joven protagonista soñaba con que su madre aparecía, lo abrazaba, y le


contaba cuentos para dormir. Los años pasaban y Pedrito perdía poco a poco la
esperanza de volver a verla.

Los dos niños se hicieron muy amigos. Juntos imaginaban que estaban en el
espacio luchando contra extraterrestres, o que eran soldados batallando en una
guerra. Hasta que de un porrazo todo se terminó:

— Hola Pedrito, te vas a quedar solo un ratito, me llevaré a Bernardito, al parecer


una familia viene por él – dijo un hombre.

Su amigo le entregó uno de sus juguetes antes de partir.

— Pedrito, te prometo que algún día volveré.

Era un invierno lluvioso y solitario. Los demás niños eran malos con él, siempre
lo golpeaban o le hacían cosas horrorosas que ningún ser humano debiese vivir.
Y así pasaron los años, nadie lo adoptó. Pedrito empezó a crecer y a crecer en un
mundo que no lograba entender.

50
Pedrito y el lobo

Cuando fue mayor de edad, era hora de salir de aquel hogar de menores. Tenía que
enfrentar una realidad peor: La calle.

Asustado bajo este nuevo mundo desconocido, lo primero que pensó fue en ir a
buscar a su amigo. Lo último que supo de él, fue que se había marchado a Santiago.
Así que tomó un bus y fue en su búsqueda… pero al tiempo, se enteró de una
noticia espantosa.

“300 menores desaparecidos en hogar de SENAME”

Al abrir el periódico, buscó entre todos los nombres, y allí estaba el de Bernardito.

Al parecer, el otro pequeño jamás había salido de aquel hogar, así como tantos otros.

Pedrito lamentaba su ausencia, la única compañía que había tenido era la de su


amigo… y ya no estaba.

— Buenos días, vengo por el anuncio de empleo.


— Entregue su curriculum.

Pedrito, dieciocho años, no tenía ninguna experiencia laboral y por tanto nadie
lo aceptaba.

Sufría de hambre y rabia, y por esto último, entró a un supermercado y robó. Sacó
cajitas de leche con chocolate y un par de galletas. Salió de aquel negocio sin que el
guardia lo viese y empezó a comer en una esquina, como un mendigo cualquiera.

— ¡Calma un poco! ¡Te vas a atorar!

Era una joven muy linda que había pasado por su lado.

— ¿Qué miras? – le preguntó Pedrito, molesto.


— Veo tu rostro. Te ves divertido, estás lleno de chocolate en tu boca, y en tus
manos… que asco.

La muchacha se aproximó a él un tanto curiosa.

— Me llamo Nora ¿Y tú?


— ¡¿Qué te importa?!
— Oye, cabro asqueroso, si me dices tu nombre te invito a mi casa. Tengo harta
comida… y mucha cerveza.

51
El Borrador II

Ella mostró una botella que tenía escondida en su chaqueta. Al parecer, la había
conseguido bajo las mismas artimañas que había usado Pedrito en el supermercado.

— No me gusta la cerveza.
— Cobarde, gallina. Toma un poco, conmigo.

Pedrito tenía mucha sed. Conocía la cerveza, pues en el hogar de acogida más de
una vez había probado, a escondidas, por supuesto.

— ¡Cobarde! ¡Eres una niñita!

Pero no quiso quedar en menos. Así que tomó la botella y tragó un gran sorbo, con
el que conocería su primer amor, Nora.

Ella era una joven perdida, sin rumbo alguno, sola, como él. Nora vivía en una
casa, con jóvenes kaskivanos, tan representativos como la vida que llevaban.

— ¿Ves a ese tipo de allí con la mochila?


— Sí.
— Sígueme y observa.

Caminaron detrás de ese tipo, y Nora, de manera muy rápida y ágil abrió aquel
bolso, retrando de esta una billetera.

Al parecer, era cosa de semanas para que Pedrito tomara aquellas costumbres.

— ¿Cuánto sacaste?
— 20 mil ¿Y tú?
— ¡30, te gané!

Con esos 50 mil que juntaron, fueron a comprar más cervezas y se marcharon a
la playa de Cartagena. Pedrito, con dos botellas quedó como saco de papas en la
arena junto a Nora, ebrios.

— Norita… yo te amo.
— Yo también, Pedrito ¿Sabes lo que me gusta de ti?
— ¿Qué?
— Que pareces un niño de cuentos.

Se besaron, toda esa noche, y ella se desnudó, cerca de los roqueríos, donde
nadie los veía.

52
Pedrito y el lobo

Pedrito se dejó llevar y esa fue su primera vez.

Ambos, viajaron por el país, se fueron hasta el sur, sobreviviendo como podían
en las calles.

— Pedrito, tengo un sueño, y quiero que estés conmigo cuando eso suceda.
— ¿Y cuál es tu sueño?
— Seré millonaria… ambos lo seremos. Y nos iremos a recorrer el mundo, juntos.

Nora siempre tuvo ese objetivo en su cabeza, y quería cumplirlo.

— Pedrito, esa casa es de un tipo con mucho dinero. Entremos y sacamos todo lo
que tiene.
— Pero Nora, es peligroso. Es mejor así como estamos ¿Para qué más?
— Pero piénsalo, si logramos traer lo necesario, no tendremos que robar nunca
más.

Pedrito aceptó, pero en el fondo nunca quiso, siempre tuvo una mala espina.
Ambos, encapuchados, llegaron hasta una habitación.

— ¡Revisa los cajones!

Desordenaron todo y dieron con una caja fuerte.

— ¡Lo encontré! ¡Somos ricos, Pedrito!


— ¡Hay que salir, rápido!

Lo que habían encontrado pesaba demasiado, aquella dificultad hizo que bajaran la
escalera de una manera bastante torpe.

— ¿Nora, escuchaste eso?


— No, no escuché nada.
— Parece que hay alguien en esta casa.
— No, apúrate.

Pero Pedrito tenía razón.

— ¡Así los quería atrapar!

Soltaron la caja y Nora en vez de escapar, se fue como un perro encima del
dueño de casa.

53
El Borrador II

— ¡¿Qué haces?! ¡Salgamos de acá!


— ¡No! ¡La plata es nuestra!

El hombre sacó una pistola. Pedrito al ver el arma salió rápido por la ventana,
esperó un par de segundos esperando a que ella saliese detrás de él.
Se escuchó el disparo.

Pedrito quedó en shock, no supo que hacer: Si entrar por Nora, o salir corriendo.
Se escondió muy cerca de aquella casa.

Lo que vio después fue más triste de lo que se pudo imaginar. Llegó una patrulla
de policías y una ambulancia. Nora se había ido, para siempre.
Pedrito robaba claveles en una florería y se las llevaba a un cementerio roñoso. Se
sentaba todos los días allí, llorando, y culpándola.

— ¡Tonta, porque no me escuchaste! ¡Estábamos bien así! ¡Te extraño y te necesito


demasiado!

A veces se dormía allí, y soñaba con aquella niña recorriendo Europa, cumpliendo
todo lo que ella le había dicho, felices. Pero al despertar aterrizaba y se daba cuenta
de que la realidad era cruda… y había que seguir.

Pasaron los años, y Pedrito sobrevivía como le había enseñado su amada. Pero
ya estaba viejo, no estaba para eso, así que se cansó de seguir como delincuente y
buscó empleo, nuevamente, como lo hizo alguna vez en su ya olvidada juventud.
Fue difícil, pero lo logró.

Entró a una escuela, como junior de aseo. Allí veía jugar a los niños, y a los
profesores haciendo clases. Cuando terminaba la jornada, observaba a los padres
como iban por sus hijos, y esto le recordaba a su madre, de la cual, ya no había
registro de su rostro en su mente.

Una mañana, como tantas en el colegio, pasó por afuera de una sala de clases y escuchó:

— “Y la mamá le dijo: Pedrito, no seas mentiroso, eso es malo, si sigues haciendo


esa broma, la gente del pueblo no te va a creer…”

Se trataba de una parvularia, de unos 50 años, que les leía el cuento de Pedrito y
el Lobo a sus pequeños.

Ya era domingo, en la escuela no había nadie, y Pedrito entró con una de las llaves
que robó en la inspección, se encerró en una sala y comenzó a llorar.

54
Pedrito y el lobo

La soledad lo consumía, muchas veces pensó en huir de esta vida, pero no se sentía
con la valentía de hacerlo. Pero solo bastó con cuatro tragos de vodka barato y un
par de latas de cerveza. Tomó una soga y la colgó en el techo. Se subió arriba de
una de las mesas, y contó hasta tres.

— ¡¿Pedrito?! ¡¿Qué carajos estás haciendo?!

La misma parvularia que había escuchado relatando el cuento a sus alumnos, entró
al lugar por unas cosas que había olvidado. Ella de inmediato atinó a socorrerlo…
y este, cayó al piso, ebrio.

En la noche despertó.

— ¡¿Dónde estoy?!
— Tranquilo, descansaste todo lo que tenías que descansar. Ya puedes levantarte,
vamos a comer algo.

La parvularia lo había llevado en su auto y lo acogió en su hogar. Esta se presentó,


su nombre era Clara.

— No quiero incomodarla señora Clara, puede llegar su novio y se podría molestar.


— No, no te preocupes por eso.

Al otro día, bien temprano, Pedrito tomó su chaqueta y comenzó a marcharse


de aquella casa.

— ¿Dónde vas?
— No se preocupe, usted ya hizo suficiente, no quiero seguir molestando.
— ¡Tonto! Quédate, no me incomodas. Puedes estar acá hasta cuando gustes.

Pedrito se quedó allí, por varios días. Este, vio que en el baño de aquella casa había
una gotera y la reparó, luego observó que las paredes exteriores se encontraban
rayadas, las pintó… y así. Necesitaba pagar de alguna forma ese buen recibimiento.
Y aquel trabajo se convirtió en costumbre, y la costumbre se convirtió en compañía.

Fueron muchos años juntos.

Una noche, ambos sentados en el patio de su casa, Pedrito algo confesó.

— Señora Clara… hace un tiempo, cuando estaba arreglando la casa, me encontré


con unas fotos. Vi que salía usted, mucho más joven, y con unos niños ¿Son sus
hijos? La señora Clara suspiró.

55
El Borrador II

— Si, son mis hijos… eran mis hijos.


— ¿Están enojados?
— Ojalá fuera eso, Pedrito.

El mensaje se entendió de inmediato.

— ¡Disculpe señora Clara, que tonto, no debí haberle preguntado eso!


— No… está bien. Después de todo vives hace mucho tiempo aquí, creo que es tu
derecho que sepas con quien compartes casa.
— Señora Clara... si no quiere, no me cuente.
— Fue el 14 de octubre – interrumpió.
—…
— Un 14 de octubre. Ese día, acosté a los niños, como siempre. Mi marido aun no
llegaba. Apagué el televisor y me fui a mi cama. Ahí, todo bien… entonces… como
es que se llama… bueno, era eso de las tres de la mañana, creo. Escuché un auto,
afuera. Lógicamente nadie se despierta por un auto, pero esa noche sí, porque
se estacionó justo en la entrada, y el motor sonaba bien fuerte… al principio
pensé que era mi marido ¿Bah? Dije yo. Me asomé por la ventana y no lograba
ver bien, porque las luces del cacharro estaban encendidas y encandilaban justo
hacia mí. Y de pronto, me doy cuenta, que alguien se estaba pasando por la
reja, podría haber sido mi marido que se había quedado sin llaves… pero no,
cuando vi al segundo entrar, dije ¡Cresta! No es mi esposo. Yo siempre tengo
una pistola, guardada, desde antes de esa fecha en el velador. Así que cerré la
puerta de la pieza de los niños y esperé que entraran estos “ladrones”
— ¿Y enfrentó a los ladrones?
— Si… pero no eran ladrones, Pedrito.

La señora Clara cerró los ojos, y recordó ese instante

— ¡Hasta que te encontramos, maraca conchetumare!


— ¡¿Quiénes son ustedes?! ¡Salgan de aquí, antes de que dispare!

A la señora Clara le empezaron a caer las lágrimas al mirar su pasado.

— ¡Salgan de acá!

Desesperada jaló el gatillo. Pero la bala no dio con ninguno de los tipos, y uno de
estos se abalanzó sobre ella.

— ¿¡Así que disparando, mierda?! ¡Mira lo que te ganaste!

Su compañero entró a la habitación de los pequeños.

56
Pedrito y el lobo

— ¡Con mis niños, no! ¡Por favor! ¡Mátenme a mí si quieren, pero a los niños no!

Se escucharon cinco disparos seguida de un mar de carcajadas de estos. La señora


Clara tenía un llanto ahogado que explotó al ver a sus niños acostados, con las
frazadas ensangrentadas. El shock la consumió.

— ¿Y su marido?
— Muerto, no sé adónde lo habrán tirado. Esos hombres me quitaron todo. Desde
ese día estoy muerta.

Pedrito la abrazó, mientras escuchaba el llanto de su amiga.

Nunca más se habló del tema.

Un día, mientras almorzaban, la señora Clara le preguntó:

— ¿Conociste a tus padres?

Pedrito, por un momento pensó en contar una historia falsa, así como solía
hacerlo aquel “niño mentiroso”, pero no lo creyó justo, su amiga le había contado
su pasado más triste, y él, se sintió con la obligación de retribuirla con la verdad.
Sabía que no era fácil. Su vida, era un cuento mágico y triste.

— Si quieres no me cuentes, Pedrito, yo no te obligo.


— Se lo voy a contar, pero prométame que no se va a asustar.
— Ya nada me asusta de ti. Puedes contarme.

Pedrito cerró los ojos y lanzó sus primeras palabras.

— Señora Clara… yo vivía en un pueblo…

Pero este se frenó, no sabía cómo empezar.

— Pedrito, te escucho.
— Un día, salí de mi casa, y desde una quebrada grité que un lobo me quería
comer. Luego, la gente del pueblo me fue a ver y se dieron cuenta que era todo
una mentira. Mi mamá me advertía que no hiciera eso, que era malo engañar a
las personas. Pero no me cansaba y lo hice otra vez… y por tercera.
— Pedrito…
— Cuando volví a casa, vi a una señora que no conocía, mi madre no estaba.
— ¡Pedro!
—…

57
El Borrador II

— Si quieres alegrarme, lo has hecho. No es necesario que me sigas contando esa


historia. El cuento de “Pedrito y el Lobo” me lo sé de memoria.

No le creyeron, como siempre, tal cual como le ocurría en el pueblo, eso, lo hizo
sonreír, porque le recordó su niñez.

Y así, pasaron vario años más, la señora Clara estaba más viejita y apenas se
podía levantar.

— Arriba señora Clara, yo la llevo al baño.

Pedrito se encargó de ella, hasta el último día.

— Pedrito, te tengo un regalo. Abre ese cajón.

Él escuchó y acató la orden. Al abrirlo, se dio cuenta que había un libro.

— ¿Te das cuenta lo que dice en la tapa?


— Sí, Pedrito y el Lobo.
— “Es tu cuento” Mi padre me lo regaló cuando era una niña, y lo conservé.
Siempre se lo leía a los pequeños en el colegio. Cuando esta vieja se muera,
quiero que lo leas y me recuerdes, como la gran amiga que fui para ti.
— Señora Clara, no me diga eso. Usted no se va a morir – le dijo, secándose los ojos.
— Debes volver Pedrito, reconcíliate contigo mismo. No quiero que te sientas solo
mi guachito.

Esa noche ocurrió. La señora Clara se había ido, para siempre.

Pedrito, junto a ese libro, salió de su casa. No quiso quedarse allí.

Él ya tenía setenta años, sabía qué todo le sería más difícil. Si bien, aún conservaba
el trabajo del colegio, ya no soportaría aquella soledad. Así, Pedrito se fue detrás
de su pasado, tal como se lo había dicho la señora Clara.

Llegó hasta una ciudad, y la cruzó completa a pie, y en la carretera levantó su dedo,
esperando a que alguien se dignara a llevarle.

— Buenas noches, amigo. Tan tarde en la calle ¿Pah dónde va?


— Voy de regreso a mi pueblo, donde nací.

Aquel hombre lo acercó hasta dónde más pudo, demoraron dos días y cuando
llegaron, este no pudo creerlo.

58
Pedrito y el lobo

— ¿Está seguro que viene para acá?


— Sí, seguro.
— Mire que en este lugar ya no vive nadie desde hace muchos años, es un pueblo
abandonado.
— No se preocupe, usted siga su camino. Muchas gracias.

Pedrito caminó, y muchas de las casas yacían destruidas, y la suya, no era más que
escombros de madera.

De pronto, llegó una niebla, muy pesada, que no dejaba ver nada. Sin nunca
soltar su libro, dio mil vueltas en el lugar. Empezó a sentir frío, y recordó el
camino hacia la quebrada.

En algún espacio que dejó la niebla, logró ver el lugar, donde antiguamente hacía
sus bromas. Avanzó hasta allí, bajó, y se recostó. Cerró los ojos, junto con su libro
en el pecho. Pedrito sonrío, el solo pensar que se iría de aquel mundo injusto lo
hacía feliz. El mejor final de ese cuento, para él, era ni más ni menos que la muerte.
Sintió frío, y hambre, por varios días… y su cuerpo no resistió más el ayuno.

Sintió que se fue… pero regresó.

Abrió los ojos, en medio de lo que no entendía, se levantó, y vio un antiguo mundo,
aquel muy parecido al de su pasado. Al ascender la quebrada, se reencontró con los
mismos colores, aromas, y su gente enfandada por lo mentiroso que era con ellos.
Se alegró, demasiado. Se aproximó hasta su casa, y su madre le abrió.

— Hijo ¿Dónde estabas?


— Mamá, conocí a un niño, se llamaba Bernardito, quien murió, era mi mejor
amigo.
— ¿De qué me hablas?
— Mamá… tuve una novia, Nora era su nombre, y juntos viajamos por el país.
— ¡Ya, basta! ¿Acaso no has aprendido que mentir es malo?

Pedrito prefirió no seguir hablando, y esbozó una sonrisa.

— Si, mamá, perdón, prometo nunca más decir mentiras.

Ella lo abrazó, porque las madres siempre perdonan a los hijos, estos, sean como sean.

Un día, una mujer cocinaba en su casa, eran las tres de la tarde.

— ¿Mamá, puedo salir a jugar?

59
El Borrador II

— No, su padre ya va a llegar y si los ve en la calle los va a castigar.


— ¡Pero mamá!
— ¡Ya dije! ¡Hagan caso!

De pronto, se escuchó la puerta de aquella casa.

— ¡Vayan a abrir! ¡Debe ser su papá!

Los niños fueron corriendo, esperando a que fuese él… pero no.

— ¡Mamá, te buscan!
— ¿Quién?
— No sé… dice que trae algo para ti.

La mujer dejó la olla, y salió a atender. Al asomarse, vio a un niño, pequeño, de


ojos redondos y carita sonriente.

— Hola, señora.
— Hola ¿Qué necesita mi niño, en qué lo puedo ayudar?
— Tome, esto es suyo.

Ella recibió un libro en sus manos, en la portada decía “Pedrito y el Lobo”

— Oye ¿Y de dónde sacaste esto? Este libro me lo había regalado mi padre, hace
años, es el mismo, lo reconozco por el rallón de la primera hoja.
— Es importante que lo lea. Que le vaya bien, señora ¡Adiós!

El niño se marchó corriendo, y ella, sin entender, entró hasta su casa, se sentó en
su sillón, abrió el libro, y en la segunda página se encontró con una sorpresa que
cambiaría su vida para siempre:

“Clara, hoy es 14 de octubre, y el lobo llegará hasta tu puerta. Debes salir con tus
hijos, lo más rápido posible. Tu amigo que te ama, Pedrito”

60
LA LLORONA

El segundo mes fueron de varios antojos, recuerdo a mi padre intentando


conseguir una sandía en el mes de septiembre, no sé cómo lo hizo, pero la obtuvo,
ella emocionada se la comió completa.

A medida que iba creciendo la guatita, mi mamá tenía esos cambios de humor normales
del embarazo, donde a veces pateaba la perra o lagrimeaba por cualquier tontera.

Me acuerdo que le dibujé con lápiz a pasta la cara de un gato en su panza, me


buscaba por cualquier cosa.

— Mi chiquita, te quiero tanto. Tienes que cuidar siempre a tu hermanita. –


exclamó mientras me acariciaba el pelo.

Esa fue la última vez que vi esos ojos brillantes de amor.

Mi papá trabajaba en el norte, minero, ganaba bien, le alcanzaba para mantenernos,


de tenernos en una buena casa, y de muchas regalías que no cualquiera tiene.
Se veía todo tranquilo, a mi vieja le faltaban días para tener la guagua, pero una
llamada telefónica cambió todo.

— ¡¿Disculpa?! No entiendo nada… no sé quién eres.

63
El Borrador II

Mientras yo almorzaba, observé su rostro descolocado cuando recibía aquel llamado.

— ¡¿Y cuál es tu nombre?! ¡Perra maraca! ¡Puta re culiá! ¡Los voy a matar!

Se tiró al suelo a gritar, preocupada le pregunté con voz de niña que es lo que
estaba sucediendo.

— ¡No! ¡Ay no, Dios mío! ¡Por favor, que sea mentira! ¡Ay no, por favor no! – era un
llanto desconsolado, daba miedo, era una pena amarga, ácida, de muerte, a veces no
le salía ni la voz, repetía siempre las mismas frases y ese “no” de alma desgarrada.
— ¿Mamá, que le pasa? Pucha mamá, no llore así.

Noté que se tomaba el vientre y apretaba los dientes. Agarré el teléfono y llamé
al hospital, me respondieron que llegaría una ambulancia de inmediato, sin
embargo, vivíamos en una zona rural de La Ligua llamado Longotoma, estábamos
a kilómetros del centro médico, más difícil aún era pedir auxilio a los vecinos,
aquellos más cercanos vivían cruzando el puente del río que se encontraba justo
al final del bosque.

Mi abuela ese día se fue de compras para la Amanda a La Calera… ya no sabía que
cresta hacer.

— ¡Ay, me duele!
— ¡Mamá, pucha oh! — exclamé
— ¡Ay! ¡Va a nacer! ¡No quiero! – gritó.

Saqué un cojín del sillón y se la puse en su cabeza para que dejara de golpearse
contra el piso.

Actué instintivamente, mi mamá andaba con un vestido, así que le corrí la falda y le bajé
el calzón… ahí me quedé… que llegara mi hermana.

— No llore, mamá. Aguante, ahí viene.


— ¡AHHHHH! ¡AHHHHH!

Se veía el pelo mojado de la Amanda, no quería tocarla, me daba miedo sacarla


y romperle la cabeza. De pronto, el charco de líquido amniótico esparcido por
el living se mezcló con el tono rojizo de su sangre. Mi hermana ya tenía todo
su rostro asomado.

— ¡Mamá, está saliendo!

64
La llorona

Ella no tenía aliento, cuando la Amanda estaba prácticamente afuera, puse mis manos
para recibirla en un lugar que ya para ese entonces parecía un matadero.

A mi mamá se le dilataron las pupilas, con un rostro estirado, con la boca abierta,
defecada por la fuerza, acostada en su sangre.

Con una tijera corté llorando el cordón umbilical, demoré un montón por la falta de
filo, pero las separé… para siempre.

La Amanda soltó su quejido cuando apenas la tomé.

— ¡Mamita, ya poh, despierta! –

Estuve una hora con la Amanda y el cuerpo de mi mamá. Mi papá viajó en avión de
urgencia de Calama, llegó en la noche al hospital. Recuerdo que cuando supo la noticia
no dijo nada, se sentó y comenzó a comerse las uñas, parpadeaba mucho, hablaba solo,
movía los dedos de las manos y agitaba la pierna derecha. Me abrazaba a cada rato y me
besaba la frente, tenía los ojos brillantes de pena.

— Pobrecito mi guatona, tuviste que apechugar solita, lo hiciste bien – me dijo.

El funeral fue a los dos días, no llegó mucha gente al entierro, la familia cercana y una
que otra señora del pueblo. Mi padre se quedó con permiso del trabajo para estar con
nosotros un par de semanas, mi abuela paterna ayudaba en todo, ella se hacía cargo
de los quehaceres de la casa, pero la pega era pesada, es por esto que contrató a una
empleada que vivía en el pueblo, yo nunca la había visto, tenía unos cuarenta años,
su nombre, Eugenia, era un amor, por el cariño pasó a ser simplemente la “Gena”. La
mayor razón por la que la llevaron a casa era por su leche, según ella, tenía un crío de
dos años que jamás conocí y aún le daba teta, así, también se encargaba de amamantar
a la Amanda. Me contaba historias antes de dormirme, le gustaba asustarme con sus
leyendas, Longotoma tiene eso, mucho cuento, mucho mito, pero le creía, sus ojos
notaban verdad, no había mentira en su tono de voz. La que más le gustaba relatar era
la del “Diablo con el caballo de los dientes de oro”. Su padre le contó que alguna vez, que
él se cayó con su mula a un acantilado, quedó muy herido y sin poder hacer nada,
le oraba a Dios que lo ayudase, pero estaba cada vez peor, la sed, el hambre y el
frío le estaban quitando la vida… pero se negó a morir, miró al cielo y le pidió a
Satanás que lo ayudase. En casi su último suspiro apareció un hombre, montado
en un caballo negro que destacaba por la brillante luz en su dentadura y lo dejó a
los pies del cerro.

— ¿Y cómo pasó eso, si el Diablo no es bueno? ¿Por qué lo ayudó? – pregunté.


— Porque para el Diablo todo tiene un precio, a diferencia de nuestro Señor que lo

65
El Borrador II

hace con una voluntad celestial.


— ¿Y si el Diablo tiene un precio, entonces que tuvo que pagarle tu papá?
— Él nunca pagó nada, se fue de viejo, con una muerte natural, vivió feliz el resto
de su vida.
— ¡Entonces engañó a Satanás! – deduje.

Al par de meses, mi padre en una de sus muchas bajadas regresó a casa, lo


extrañaba… pero esta vez no vino solo.

— Mamá, Eugenia, hija… les quiero presentar a Lorena, ella es una amiga.

Mi abuela no la miró con buenos ojos, eso se notó de inmediato, y para mí fue un
rechazo total.

— ¡Quiero a mi mamá! – eso fue lo que exclamé mientras lloraba, fue doloroso,
sentí que estaban reemplazándola.
— Hija, no llore, dije que es solo una amiga.

Era evidente que no lo era, podría ser una cabra chica, pero no una idiota.

— ¿Por qué esa pena? Yo solo soy una visita, jamás podría tomar el espacio que
dejó tu madre – me dijo esa mujer, mientras me tomaba las manos.

Mi abuela le ordenó a la Gena que me llevara a mi pieza, al parecer tenía


mucho que decir.

— ¡¿Pucha Gena, por qué mi papá trae a otra señora?! – le pregunté con impotencia.
— Ya mijita, tranquilita. Esa mujer va a estar un tiempo no mah, en este pueblo
no hay nada, se va aburrir y se va a ir, acuérdese no mah.

Pasaron los diez días de turno de mi padre, le tocaba irse a trabajar a Calama,
todos pensamos que esa tal Lorena lo acompañaría en el bus de regreso al norte,
pero todo resultó como menos lo esperaba. Más terrible fue cuando terminó
quedándose en la habitación matrimonial, para mí, aquella pieza era sagrada,
ninguna otra mujer que no fuese mi madre iba a poder dormir ahí. Fue tanta mi
rabia que entré a la mala mientras ellas dejaba sus cosas encima de la cama.

— ¡Tú no podí dormir aquí! – la enfrenté.

Ella se asomó en la puerta, la cerró y me contestó:

— ¿Cuál es tu problema? Deberías superar la muerte de tu mamita, ella ya

66
La llorona

no está, convéncete, la vida avanza – me respondió sin mirarme a los ojos,


ignorándome, mientras doblaba su ropa.
— Cuando mi papá vuelva le diré que te vayas.
— Dile, pero no creo que te haga caso, él me ama.
— Mentira, a ti no te quiere, solo a mi mami.
— ¿En serio? ¿Y cómo es que pololeamos hace meses? Niñita, tu mamá no valía
nada en la vida de tu papi, ella solo se quejaba, lo molestaba, obviamente él se
iba a aburrir, y se encontró a una mujer mucho mejor.

Molesta, tomé lo primero que pillé en la pieza y se lo lancé a la espalda. Pese a


mi agresión, nunca pensé en su reacción, me miró a los ojos como un perro, se
levantó rápido y me agarró la cara con sus largos dedos.

— La vai a pasar mal niñita, de hecho es mejor que no me busques, te vai a
terminar arrepintiendo – me advirtió.

Me quedé muda y salí de la pieza, mordiéndome los labios. Aquella mujer venía
con la decisión tomada, quería la casa para ella. Me sentí intimidada, le temí, es por
esto que no le dije a nadie lo que me había pasado.

La Amandita estaba creciendo, parecía que la teta de la señora Gena alimentaba a


los toros, se veía gordita a los tres meses. Cuando llegaba del colegio siempre me
iba a su cuna, era despierta la chicoca.

— Cómo que no se parece a ti.

A la pieza entró Lorena, me vio sola con mi hermana y aprovechó de platicar un poco.

— Si se parece a mí – respondí.
— No. Tampoco se parece a tu papá.
— Entonces se parece a mi mamá.
— ¿Y tan fea era? Porque esta guagua es horrible.
— Tú eres fea.
— ¿Yo? No, soy hermosa, por algo tu papá prefirió quedarse conmigo.
— Pero porque no está mi mamá no mah.
— ¡Dale con tu mamá! Si a esa vieja no la quería.
— ¡Cállate!
— Oye, y cuéntame una cosa… ¿Cómo fue ver a tu mamá ensangrentada,
muriéndose?
— ¡Dije que te calles!
— ¿Sabes qué? Hay algo que nunca te han dicho parece, pero es un secreto a voces…
no, mejor no te lo diré.

67
El Borrador II

— ¿Qué cosa?
— Ya, pero que quede entre nosotras dos ¿Okey? Pasa, que tu papá anda diciendo
que fue tu culpa.
— ¡Mentira!
— Es verdad, de hecho todos lo piensan en la casa, pero no te dicen nada para que
no te sientas tan mal.

No aguanté la rabia y la pena.

— Pero no llores, no seas bebé.

Acarició mi pelo, y se marchó. Me dejó teniendo pesadillas, siempre veía esa escena
oscura, con aquel grito de dolor, me reprochaba a mí misma al despertar: “Todo
por mi culpa, no hice nada para que dejara de desangrar”, me repetí mil veces.

Papá regresó a casa, lo extrañaba y le pedí lo mismo de siempre, a lo que estaba


acostumbrada.

— Llévame a Papudo – le pedí.


— Tu papá no puede, nos vamos a La Ligua a comprar, tendrá que ser en otro
momento – interrumpió Lorena.

Él no dijo una sola palabra al respecto y simplemente se fue con ella. Me acerqué
a mi abuela, picadísima.

— ¿Cuándo se va a ir esa señora?


— No se hija, parece que va a estar más tiempo de lo que pensábamos.

Nadie la tragaba, pero ella tenía el respaldo de mi papá, ante eso no había
mucho que hacer.

Recuerdo que un día lo fui a buscar temprano a su habitación, ese día quería que
me acompañara a pasear al perro, pero al encontrar la puerta semi—abierta, los vi
a ambos teniendo relaciones. Incómoda ante la situación me quedé en silencio, aún
así ella me descubrió… sin embargo no dijo nada, me miró sonriente mientras se
meneaba encima de él. Mi padre jamás supo. Creo que esa fue la primera vez que le
sentí miedo, fue algo chocante, extraño.

La Amanda cumplía cinco meses y la tipa aún no se iba y para peor, mandaba a la
Gena como se le antojaba y contradecía en todo a mi abuela.

Una vez vi salir a Lorena de la cocina, esperé que se alejara, puesto que odiaba

68
La llorona

topármela en casa, y fui a hablar con mi viejita que estaba haciendo el almuerzo.

— ¿Qué le pasa?

La vi apretándose el estómago, apoyándose en un mueble.

— Nada mijita, parece que algo me cayó mal.

Llevaba días con lo mismo, fue al hospital de La Ligua, pero la encontraron sana
como un yogurt, quizás solo era un estrés.

Esas noches yo dormía mal, eran pesadillas tras pesadillas, a veces era el rostro de
esa mujer acostada con mi padre, o esa imagen de mi madre ensangrentada.

Cuando mi viejo subía a trabajar, sucedían situaciones extrañas con Lorena. Me


levanté para ir al baño y escuché la voz de alguien que me llamaba.

— Hija, hija, estoy acá.

Seguía su voz, y se oía a más fuerte a medida que me acercaba a la pieza matrimonial.

— Estoy acá, entra.

Abrí la puerta.

— ¿Así que te gusta verme desnuda?

Aquella tipa tenías sus tetas al aire, y se tocaba su vagina. No sé cómo, pero
sorprendentemente lograba imitar la voz de mi madre.

— Hija, ven, te extraño – me dijo mientras se masturbaba.

Salí corriendo a mi pieza, y me encerré. No lo soporté y se lo conté a la señora Gena.

— Mijita, yo creo que esa mujer es una bruja. – me dijo la sirvienta.


— Sí, yo también pienso algo así, imitó la voz de mi mamá y hace cosas cochinas
cuando me ve, le tengo miedo.
— Es peligrosa… pero debemos aguantar un poco.
— Pero si no se va a ir nunca.
— No te preocupes, yo me voy a encargar de eso.
— ¡¡Ahhhh!!

69
El Borrador II

Se escuchó un grito desde la cocina. Con la señora Gena nos fuimos corriendo a mirar.

— ¡¿Abuelita, que le pasa?!

Estaba arrodillada vomitando sangre.

— ¡No se mueva de aquí, voy a llamar a una ambulancia! – exclamó la empleada.

Pero ya era tarde, mi abuela cayó y se azotó la cabeza contra el suelo. Murió ese
día, en la cocina… fue una hemorragia.

Ya no soportaba otra partida, presentía que esa mujer tenía algo que ver con lo
que pasaba, pero no tenía forma de demostrarlo. La enfrenté delante de mi papá.

— ¡Fuiste tú! ¡Tú la mataste!


— Parece que no se encuentra bien tu hija, debe estar muy afectada con todo – le
dijo a mi padre.
— Amor, váyase a su pieza – me ordenó.
— ¡Pero papá, yo vi que ella la mató!
— ¿Sí? ¿Y cómo?
— No sé.
— Hija, vaya, descanse. – me ordenó besándome la frente.

Mi hermana cumplía ya siete meses de edad, pero el pasar del tiempo no significaba
más que malos augurios. Una noche, apenas acostándome algo me desconcertó

— ¡Auxilio, ayúdenme por favor, mi hijo, por favor, mi hijo, quien se llevó a mi
hijo! ¡Piedad! ¡Devuélvanmelo! ¡Devuélvanmelo!

Era un llanto desgarrador de una mujer. Me recordó a mi madre, con esa pena
negra que transmitía miedo.

— ¡Quiero a mi niño! ¡Me lo robaron! ¡Por favor! ¡Tráiganmelo!

Me asomé por la ventana y la vi pasar, tenía el cabello largo hasta el suelo, oscuro
como la noche, vestida de una manta ensangrentada justo en su vientre. Observé
que se acercaba a la casa, en ese momento el terror me inundó por completa.

— ¿Has oído de La Llorona?

Lorena había entrado a mi pieza.

70
La llorona

— ¡Ya! ¡Déjeme tranquila! ¡¿Quiere?! — le exigí.


— La Llorona busca a las guaguas y se las lleva, yo que tú me iría a la pieza de
tu hermanita.
— ¡Señora Gena! — grité pidiendo ayuda a la sirvienta.
— ¿Por qué no entregarla? Ya no tienen mamá, tampoco abuela, deberías pasársela
a esa mujer, quizás le entregue más cariño — me dijo mientras esbozaba una
sonrisa.
— ¡¿Y usted señora que hace aquí?!— Gena entró a mi cuarto y le habló golpeado —
¡¿Por qué no deja tranquilas a las niñas?! ¡Siempre me las asusta!

Lorena se marchó sin decir nada.

— ¡La Llorona! ¡Anda afuera de la casa! ¡Se quiere llevar a mi hermana!


— Ya, tranquilita, me voy a traer la cuna de su hermana para acá, yo dormiré
con ustedes hoy.
— Gena, no quiero que te pase nada, esa mujer te puede hacer daño.
— No me hará nada, quédese tranquila, yo sé cómo enfrentar estas cosas. Dios
nos protegerá, ahora quiero que cierres los ojos y me tomes las manos. Vamos
a orar.

Hice caso y me concentré en las palabras de la que consideré en ese entonces:


mi nueva madre.

— Señor, protege esta casa de los demonios que nos rodean, ilumina a mi niña y
a la Amandita, ellas son tus hijas, no tienen ninguna mancha de pecados, están
limpias, derrama la sangre del cordero sobre ellas y bendícelas.

Tuve tanto rato los ojos cerrados, que terminé quedándome dormida.

— ¡Despierta mi niña!

Era la señora Gena sacudiéndome para que abriese los ojos.

— ¿Qué pasa? – pregunté asustada.


— ¡Vamos a salir, ahora!
— ¿Por qué a esta hora?
— Hágame caso no más.

En ese instante escuché nuevamente el llanto con aquellas súplicas de dolor.

— ¡Mi niño! ¡Lo quiero ahora! ¡Entréguenmelo! – se escuchaba.


— Es la Llorona, señora Gena.

71
El Borrador II

— Ya, tranquilita, acuérdese que no tiene que tener miedo, piense en el Señor no más.

Salimos del cuarto, sigilosas, eran las cuatro de la mañana, a la Amanda la


cubireron con su enterito, con muchas mantas, guantes y un gorrito. La Llorona
se escuchaba más cerca que nunca.

— ¿Está adentro de la casa? – pregunté asustada.


— ¡Ya pue! ¡¿Qué le dije?! ¡Quédese calladita!

Tenía ganas de orinar, el miedo era hielo que se sentía desde el cuello hacia abajo.

— ¿Y ustedes adónde van?

Lorena nos descubrió intentando salir de la casa.

— ¡Llévese a la niña mijita, yo me voy a quedar con esta mujer para que no las
siga! – me ordenó la señora Gena.
— ¡No nos deje solas!
— ¡Váyase!

Tomé a mi hermana, y salí de la casa corriendo, a lo lejos escuché el grito de Lorena.

— ¡Va hacia el bosque! ¡Esa niña con tu bebé van hacia el bosque! – me acusó con
el demonio.

Miré una vez hacia atrás y La Llorona venía detrás de mí.

— ¡Corre! – se escuchó la voz de la señora Gena.

Yo avanzaba lo más rápido posible, lloraba, pasé entre árboles y muchos arbustos,
no se veía nadie cerca para pedir ayuda. Tampoco podía gritar por auxilio, ese
espectro me encontraría.

Finalmente llegué hacia el rio, pero no se podía cruzar, salvo que me devolviese a
tomar el otro camino para aproximarme al puente, pero era mejor olvidar ese plan,
pues la Llorona venía por ese lado… así que solo atiné a esconderme detrás de un árbol.

— ¡Mi niño, ven mi niño! – gritaba esa alma en pena.

Le destapé un poco la cara a la Amanda, temí que se estuviese ahogando entre


tanta manta, sin embargo, fue el peor error, mi hermana se echó a llorar.

72
La llorona

— ¡Shhh, cállate poh!


— ¡Mi bebé! ¡¿Dónde está, mi niño?!

La Amanda no se detenía, y se sentía los pasos de aquel monstruo cada vez más
cerca entre esas hojas de otoño.

— ¡TE ENCONTRÉ! – exclamó frente a nosotras.

Me levanté, con una adrenalina absoluta, la Llorona estaba por alcanzarnos


nuevamente… pero me fui alejando y caímos entre la maleza. Ahí estuve bastante
rato, hasta que llegó la luz. Apareció un bendito sol desde la cordillera y el espectro
seguramente se desvaneció. No sabía si devolverme a casa, preferí quedarme en el
bosque. Al parecer se armó una bataola en el pueblo, todo el mundo nos buscaba,
pero la gran sorpresa ocurrió al otro día, después de dormir con frío y hambre,
responsable de una niña de meses.

— ¡Están acá, cabra de mierda!

Era mi padre que venía recién llegado del norte, estaba furioso.

— ¡La Llorona venía por nosotros, tienes que creerme!


— ¡Chiquilla de mierda, veamos si con esto aprendes!

Me golpeó con la hebilla de su cinturón, me pegó tantas veces que no pude


sentarme durante una semana.

— ¡Ay, dios mío! – gritó Lorena apenas nos vio llegar.


— Ya mi amor, tranquila, mis niñas están bien – consoló mi padre.

Era una actuación magistral de la tipa, si nunca hubiese sabido que ella estaba
detrás de todo, le hubiese creído.

— ¡¿La Gena, dónde está?! – pregunté.


— Se fue, al parecer escapó, no quiso hacerse cargo de lo sucedido, venía días
diciendo que ya no quería trabajar acá, que solo lo hacía por compromiso, que
estaba aburrida de ustedes – exclamó aquella mujer en un mar de lágrimas
falsas.
— ¡Mentira! ¡Mentirosa! ¡Bruja! ¡Algo le hiciste!

Mi padre me volvió a golpear y me llevo de una oreja a mi pieza.

— ¡Te vas a quedar castigada! ¡Me tienes harto! – me gritó.

73
El Borrador II

Lloraba en mi cuarto, sabía que algo malo le había ocurrido a la señora Gena.
Pasaron los días y a pesar de la paliza que me había propinado, no quería que se
fuese a trabajar, no tenía quien me protegiese, me iba a quedar sola con esa mujer,
tenía que evitar a toda costa que se marchara.

— Hija, quería pedirle disculpas por lo del otro día, tiene que saber que a mí
me duele más que a usted cuando la castigo. Pórtese bien, no quiero que nos
llevemos mal.
— Papá, eso no importa, no te vayas, no me dejes sola.
— Pero si se va a quedar con la Lorena.
— Quédese tranquila, yo las voy a cuidar muy bien, vamos a hacer varias cosas,
me vas a querer tarde o temprano – exclamó la tipa.
— ¿Ve hija?

Mi padre me abrazó y se fue en un taxi.

— Ahí se va tu papá. Lástima que será la última vez que lo veas.

Entendí de inmediato que algo estaba por suceder.

Me fui donde la Amanda, le toqué sus manitos y le prometí que la protegería a


toda costa, así como me lo dijo mi mamá antes de morir, sería la mejor hermana
que jamás alguien podría tener.

De pronto, Lorena comenzó a gritar mi nombre. La encontré con el teléfono


en su mano.

— ¡¿Qué pasó?! ¡¿Es mi papá verdad?! – pregunté.

Cortó la llamada y me respondió.

— Lo siento, tu papá sufrió un accidente camino a la minera, se volcó, está muerto.


— ¡Pucha, ay, ay no, mi papito, no!
— Ahora se está quemando en el infierno con tu abuela y tu mamita.
— … Me he quedado sola con mi hermana.
— No. Yo ahora te cuidaré, puedo amamantarte si quieres — dijo sacándose el sostén.

Tenía que escapar rápido de casa, ésta ya no me pertenecía, con mi hermana nos
encontrábamos en peligro. Me encerré con pestillo, envolví a la Amanda y pensé
en salir por el entretecho con ella. Pero increíblemente, el pastillo comenzó a
abrirse por arte de magia, y aquella mujer entró a la habitación.

74
La llorona

— ¡¿Te gustan los juegos, niñita?!

Me tomó del pelo y me arrastró por la pieza, me llevó así hasta el living, me sentó
en una silla y me amarró. Dejó una vasija vacía a mi lado, en ese momento no
entendí para qué, pero algo malo se dibujó.

— Voy a invocar a La Llorona, así como lo he hecho últimamente, pero esta vez
será mucho más efectivo, ya no será mi sangre, sino con la tuya.
— ¿Qué te hicimos nosotras? ¡No entiendo nada! ¡¿Por qué no nos dejas tranquilas?!
— Tengo una deuda con la Llorona, desde hace mucho tiempo, ella me otorgó
juventud eterna a cambio de un bebé, y esta familia cumplía con todos los
requisitos: una casa solitaria, un padre idiota e infiel… y una mujer a punto
de dar a luz.
— ¡No! ¡La Amanda, no! ¡Es chiquitita, no le hagas nada!

Sin escucharme me tomó la mano derecha y sacó un cuchillo.

— Muy bien, niñita. Vamos a ver cuánta sangre puedes desparramar.

Me agarró el dedo anular y me raspó con el cuchillo, sentía como me rajaba la carne.

— ¡Ay! ¡Me dueeele! – grité.

Cuando estaba por cortar todo mi dedo, lo dobló para arrancarlo por completo, se
escuchó el sonido del hueso partiéndose. La sangre la dejó correr en aquella vasija
vacía. El bebé se puso a llorar, como si supiera lo que me hacían.

— ¡Muy bien, con esto será suficiente para que entre la Llorona!

Nombró a Belcebú y al ángel oscuro, que le diera fuerza para atraer la tristeza y
el miedo.

— ¡¿Mi bebé, donde está mi bebé?!

Era aquel llanto oscuro… ese demonio había entrado a la pieza.

— ¡Ya poh, no se la pase! – grité desesperada.


— ¡Esto lo he esperado hace mucho tiempo, al fin pagaré mi manda!
— ¡Deje a mi hermanita!
— ¡Mi bebé, quiero a mi hijo! – se escuchaba cada vez más cerca.

Sentí que estaba dentro de la casa. La Llorona entró al living, con su manta

75
El Borrador II

ensangrentada, pelo hasta el suelo, de color negro, como la noche.

— ¡Puedes llevártela!

Lorena levantó a mi hermana y La Llorona dejó su pena de lado, estaba silente,


como si al fin había algo que la tranquilizaba.

— ¡Esta niña no te pertenece!

Apareció sorpresivamente la señora Gena con un cuchillo cocinero, pasando todo


el filo por el cuello de Lorena, la sangre cayó como en una cascada por su cuerpo,
sus ojos desorbitaron y se desplomó, muerta.

— ¡Mi bebé! – exclamó por última vez la Llorona.

Así fue como aquel demonio se desvaneció, por la muerte de la bruja que la
había invocado.

— ¡Señora Gena! – grité emocionada.


— ¡¿Mijita, qué le hicieron?! – tomándome la mano ensangrentada.
— Mi dedo, me cortó mi dedo, y me duele mucho.

La señora Gena tomó la vasija con sangre y dijo unas palabras para sí misma, no
entendí lo que decía. Dejé de sentir dolor de inmediato y la herida se cerró.

— ¿Usted es una bruja? – le pregunté.

No me respondió nada y me desamarró. Tomó a mi hermana y la acarició.


Comenzó a mecerla en sus brazos, y caminó con ella, por toda la casa. Luego
abrió la puerta y salió.

— ¿Adónde van?
— Voy y vuelvo – me contestó.
— ¿Dónde se la lleva? – insistí.
— Voy y vuelvo.
— Ya poh señora Gena, devuélvase a la casa.

No me escuchó y se dirigió hacia el bosque.

— ¡¿Que está haciendo?! ¡Me está asustando!


— No sufras más, solo haz tu vida – me contestó.

76
La llorona

La señora Gena no se comportaba de manera normal, se estaba robando a mi


hermana, empecé a caminar detrás de ella, suplicando que la devolviera.

— ¡Ya poh, pásame a mi hermana!

Caminamos tanto por el bosque que la seguí hasta los pies del cerro.

— ¡Este es el lugar! — exclamó


— ¡Pásame a mi hermana, ahora!

Una luz se veía a lo lejos, se acercaba a pasos agigantados, se escuchaba el galope


de un caballo.

— ¡Esta es la paga de mi padre! – gritó.

El jinete era un tipo imponente, de cabellera rubia, de ojos claros como el sol, era
hermoso… pero su mirada inspiraba desconfianza, venía en un caballo negro, con
los dientes de oro.

— ¡No, no se la lleve, por favor no, no se la lleve!

Le entregó a Amanda al Diablo, y ella se subió con él al caballo, escapando


hacia el cerro.

Corrí detrás de ellos lo que más pude, pero los perdí para siempre.

Y hoy, después de muchos años, la busco sigilosa por el bosque, llorando por ella,
con un traje blanco hasta el suelo, aquí, en este pueblo sin vida.

77
LUCHITO Y LA 7

Mi hermano sufría leucemia y el costo monetario fue carísimo, y no lo digo solo


por el tratamiento, sino también porque lo teníamos que llevar desde Tocopilla
hasta Antofagasta. Tan caro que faltó a varias sesiones.

Él, con ocho años de edad y caleta por vivir.

Le hicimos completadas a beneficios, platos únicos, y todo lo que se les ocurra,


pero no alcanzaba. Vi a mi papá llorando a escondidas, con la sensación de que el
final se acercaba y ya nadie tenía fuerzas para seguir. Una mañana estuve con el
Luchito y me contó en la cama que venía Alexis Sánchez a regalar pelotas, y le daba
lata no poder levantarse a buscar una. Yo le dije que no se pusiera triste, si ya no
valía de mucho, si total la selección no había ido al mundial. Él contestó que daba
lo mismo, que habría revancha para la próxima eliminatoria. El sueño del Luchito
era ser futbolista y Alexis Sánchez era su gran ejemplo de superación. Él tenía la fe
de que se recuperaría y alguna vez entraría a una cancha.

Quería verlo contento, así que me levanté temprano y fui a la plaza, esperé que
pasara el carro con el Alexis. Al principio no había mucha gente, pero de a poco
se empezó a llenar. Los más adultos me aforraban codazos. Pero ahí lo alcancé a
ver, con la 7 puesta y acompañado de un megáfono con el que gritaba no sé qué
cosas, porque mis sentidos solo estaban concentrados en obtener una pelota pal
Luchito. Vi que se agachó y se levantó con el primer balón, la lanzó al costado

79
El Borrador II

contrario de donde yo me encontraba, y no pasó nada; luego el segundo; el tercero


y así… habrán sido unas treinta que tiró, con cuea pasó una cerca y la agarró ese
viejo que me tenía de casero por su porte. El 7 de Chile hizo una señal de que ya
no quedaban más, así que la gente comenzó a correrse de a poco. Pero lo que nadie
espero fue que el “Niño Maravilla” se sacara la camiseta que tenía puesta, la firmase
a la rápida y la lanzara justo donde yo estaba. La remera venía en cámara lenta,
estúpidamente casi no reacciono, pero lo hice, simplemente levanté la mano, y la
agarré. La tenía en mis palmas, chemimare, no podía creerlo, tenía la camiseta del
Alexis para el Luchito. Di la media vuelta para marcharme… pero alguien apareció.
Como una liebre por mi lado me la quitó de las manos y salió a la cresta. Me quedé
inmóvil un par de segundos, atragantado de esa infame sorpresa y mi mente me
empujó a salir detrás. Lo veía correr con un short corto y una polera sin mangas,
color verde. Era rápido, no lo podía pillar, lo seguí por la calle Bolívar, doblando
por Matta hacia la izquierda. Por más que trataba no lo alcanzaba, sentí que no me
quedaba aire, pero la injusticia y la rabia me entregaban fuerzas para recuperar lo
que era mío. Una micro le paró y se subió, cresta, a lo vivo me subí por la parte
de atrás de una camioneta que se había detenido en un disco “pare”, por supuesto
agaché la cabeza para que el chófer no me viera. Me asomaba de manera rápida
para observar por dónde iba la máquina que lo transportaba. Caché que bajó por
la calle Del Rosario y me tiré cara dura de la camioneta a medio frenar, al saltar
me doblé un poco el pie, y empecé a cojear. Él no se imaginaba que le pisaba la
sombra por la calle Esmeralda. Traté de apurar el paso, y ya lo tenía listito, pero
dos cabros pailones me hicieron frenar. Vi que este les mostró la camiseta y estos
(que parecían ser sus hermanos) reaccionaron quitándosela, él luchaba para que
se la devolvieran y los otros se cagaban de la risa, finalmente se metieron a la casa.

Me quedé sentado al lado de un auto estacionado, justo al frente de su hogar


y me puse a pensar como cresta podía recuperar la camiseta. No era opción ir
a la buena, me iban a mandar al carajo. Así que no me quedó otra, todo por
mi hermano… a la mala.

Habré estado unas dos horas, no les miento, lo único que hice fue esperar el
momento justo para entrar. Y se dio, vi al fin salir a los flacuchentos pailones,
caché que iban sin la remera, suponiendo así, que ese niño estaba absolutamente
solo en esa casa. Esperé que se alejaran y me levanté. Me acerqué hasta la puerta,
lamentablemente por la parte frontal no habían ventanas, imposible observar
hacia dentro. Me fui por el patio, con harto cuidado, sin que nadie me viera o
escuchara. La casa no tenía rejas, así que caminé bien piolita, agachado. A medida
que avanzaba, se sentía cada vez más fuerte el olor a meado de gato. El sitio estaba
lleno de escombros de madera y fierros. Observé que tenían unas bolsas de nylon
que reemplazaban las ventanas, y miré bien precavido por los orificios de estas,
lamentando que no se veía a nadie a simple vista.

80
Luchito y la 7

Me encontré con una puerta abierta, y cara dura me metí. Sentí un ruido que
provenía de una habitación a mi izquierda, me asomé y me topé con un hombre
durmiendo en el suelo, a raja pelada, roncando profundo, con un olor a copete
que le salían de los poros, a más no poder. Al girar, estaba este cabro, mirándome,
sorprendido. Me intenté calmar y le dije en buena que me devolviera la camiseta,
pero este reaccionó de inmediato, se puso a gritar al taita que había un ladrón, sin
embargo, el otro no despertaba ni con la parada militar encima. Le pedí varias
veces que me entregara la remera, pero me la negaba. Filo, me metí a su pieza, y
caché que la tenía encima de un colchón de plaza que se encontraba tirada en el
piso, justo al lado de una bacinica morada. Decidido fui a recogerla, pero el otro se
lanzó encima de esta… y ahí me entró la rabia. Lo agarré del pelo, me salió bastante
duro el cabrito… me mordió el brazo, como si fuese un perro, yo grité del dolor.
Le metí el dedo en el ojo derecho y poco a poco dejo de apretar con sus dientes,
le aforré dos combos en la frente y se fue al piso. Tomé la camiseta, me marché y
subí a la micro.

Había sido difícil, pero lo logré, podía retornar satisfecho.

Llegué a mi casa, al fin, todo adolorido, pero contento.

— ¡Tía, mira lo que tengo, es pah mi hermano!


—…
— ¿Qué pasa? ¿Por qué llora?

De pronto escuché el ruido, de ahogo, oscuro, de mis padres, de mis hermanas.


Entré a la pieza y estaba el Luchito durmiendo, con una pequeña sonrisa marcada
en el rostro. No supe que decir, el dolor es tan re grande por la cresta. Me tiré
encima de él, con camiseta y todo. Agarraba a chuchada a Dios, y a la nada.

Salí de la casa y me puse a correr hasta la playa a vomitar la mugre que tenía en mi
alma, a llenarla de más basura de la que ya tiene. Siempre con la 7 en mis manos.
Lo velamos en la casa y yo no dormí nada. Le puse la camiseta encima del ataúd,
pensando en el consuelo, de que quizás, estaba riendo de lo que yo había logrado.
Al otro día, llegamos todos a la última despedida, a la más terrible: el funeral. Había
un cántico de una señora que me tenía enfermo, que me acuchillaba el corazón. Mi
papá dijo las últimas palabras y todos besamos el cajón… era hora de enterrarlo.

— ¿Qué pasó? ¿Por qué no mueven el cajón? — pregunté.


— El sepulturero no está.

Resultó ser que el encargado de hacer la excavación no había llegado, mi tío


me dijo al oído

81
El Borrador II

de que de seguro se había quedado raja curáo en su casa, que todos lo conocían
y que no era la primera vez que hacía algo así. Sin embargo, yo veía a un cabro
chico con un jokey de Cobreloa, un short, y una camiseta sin mangas, de color
verde, metiendo pala, sudando la gota gorda, el cual con suerte llevaba el cuarto de
profundidad que tenía que tener el hoyo: Era él.

Una vecina empezó a retarlo, de que se apurara, que no podía ser que esperáramos
tanto rato haciendo el luto en el cementerio. Mi papá estaba ahí, abrazando a
mis hermanas y conteniendo a mi madre. Mis tíos no hacían nada, mis vecinos
tampoco, y el cabro chico le ponía con la máxima de sus fuerzas.

Atiné solo, tomé otra pala que había a su lado, y los dos empezamos a tirar tierra
para fuera. El calor de Tocopilla me tenía tan asado, que me tuve que sacar la
camisa que llevaba puesta. Se me veía la cicatriz de la mordida del que era en ese
momento “el sepulturero”.

Por cada sudor que goteaba junto a él, la pena se iba, poco a poco, terminé tan
exhausto y con la determinación de acabar, que no me di ni cuenta cuando el ataúd
ya estaba abajo. Mi papá comenzó a tirar tierra junto a los demás, y yo tomé la
camiseta de Alexis, listo para lanzárcela a mi hermano… pero me detuve. Me puse
a buscar al otro niño con la mirada, pero no lo encontré, se había marchado… pero
en fin, ya sabía dónde vivía.

Llegué esa misma noche hasta su calle, y sorpresivamente lo vi salir corriendo,


como si escapara de alguien, con una mochilita pequeña. Lo seguí, y en una
esquina frenó, se dio la media vuelta y me vio, se quedó estático, quizás pensó que
nuevamente lo golpearía.

— ¿Pah dónde vai? — pregunté.


— A Santiago.
— ¿A Santiago? ¿Y vai solo?

Me movió su cabecita haciendo gesto de un “si”.

— ¿Y tení plata?

Me mostró las cinco lucas que se había ganado ese día en el entierro.

— ¿Y a qué vai?
— A jugar al Colo, o a la U, no sé… donde quede.

Escuché la voz del Luchito salir de su garganta, y me dolió la guata de la pena.

82
Luchito y la 7

— Con esas cinco lucas no vas a llegar a ningún lado… pero toma, esto es tuyo,
algo le podí sacar.

Le pasé la camiseta en sus pequeñas manos.

Se puso la remera de inmediato, encima de esa polera sin mangas de color verde, y
no lo hizo de lucido, era para simplemente no cagarse de frío.

Y así se marchó, con un short cortito, la 7 calcadita en su espalda y un Luchito más


vivo que nunca que caminaba junto a él.

83
PARAÍSO

Me gustaba harto, era bien bonita, culta y muy preocupada de mí, buena polola.
En ese entonces no tenía a mi familia, ni a mis amigos cerca, así que tener alguien
que te quisiera en medio de la soledad era bueno.

— Sergio ¿Me vas a acompañar hoy?


— No Flor, te dije que no quiero ir donde tus amigos, no soy de la onda de ellos.
— ¿De qué onda me hablas? Ellos son personas de una gran energía, vas a ser
bienvenido.
— ¿Y si no tengo tema de conversación? No sé nada de la pachamama y esas cosas.
— Que eres tonto, si son personas igual que todas, no porque vivan en un
campamento van a ser raros.

La Flor tenía un grupo de amigos, que vivían en el valle de Azapa. Siempre me


decía que fuéramos, pero yo siempre fui ajeno al campo. Me gustaba la bulla, la
tele, la música fuerte, los pubs, la carne... una vida bastante mundana para aquel
grupo de gente. De seguro me iba a aburrir o al menos a sentir incómodo, pero en
fin, entre tanto que me leseó, le di un sí.

— Pero solo por hoy.


— ¡¿En serio?! ¡Bacán, mi amor! ¡Te va a encantar!

Nos fuimos en el auto de la Flor, directos a Azapa, recuerdo que nos metimos a un

85
El Borrador II

camino donde no había nada y nos estacionamos afuera de un portón.

Allí, en aquella entrada nos recibió una señora:

— ¡Hola Flor! ¡¿Cómo estas mi niña?! ¡Siempre tan hermosa!


— ¡Raquel!

Ambas se abrazaron, se notaba mucho amor entre ellas.

— ¿¡Y usted, mi niño hermoso!? ¡Usted debe ser el pololo de mi Florcita! – me dijo
amorosa, como si de verdad me quisiera. Se sentía maternal.

Cuando entramos, observé un terreno gigantesco, había niños, animales, familias


completas. Toda la gente me saludó, muy cariñosos, me hicieron sentarme y me
sirvieron muchas frutas, aceitunas amargas y carne de llamo.

— Flor ¿Y que la gente no era vegetariana?


— Pucha, no todos.

Eso al menos me agradó.

Los tipos del lugar me invitaron a jugar una pichanga, y al finalizar comimos un
cordero al palo.

— Espero que vengan siempre, ustedes son bienvenidos – me dijo Ricardo, hijo de
la señora Raquel.

Tenían de todo para sobrevivir, contaban con su propia cosecha de verduras, un


pozo con agua, ganado para faenar, y cientos de árboles frutales.

A veces en el campamento, llegaba un tipo en la madrugada, en una camioneta,


el cual entregaba materiales de construcción a cambio de carne del ganado. Se
hacía llamar Don Ronald, el cual, era el único que tenía permiso de entrar sin ser
miembro (además de la Flor y yo, por supuesto).

En el mesón, al finalizar de comer se me acercó una niña

— Hola señor, mire, hay unos cachorritos recién nacidos.

Ella me mostró una cajita con muchos quiltritos que habían nacido en la noche.
Después de ese día, con la Flor íbamos siempre, almorzábamos, compartíamos en
las actividades de trabajo, deportivas y de oración.

86
Paraíso

A uno de los perritos lo bauticé con el nombre de Ruki, el cual, cada vez que
llegaba me movía la cola y se hacía el muerto. Con el tiempo, me fui sintiendo
cada vez más parte de aquella comunidad, y en un principio fue gracias a ese perro.

Un día, en el almuerzo, la señora Raquel tomó la palabra:

— Antes que empecemos a comer, quisiera decir que nos pone muy contentos la
constante visita de Flor y Sergio, sentimos que entregan mucho y ante los ojos
de Dios, creo que es pertinente hacerles la siguiente propuesta: ¿Les gustaría
formar parte de esta comunidad?

De cierta manera la Flor siempre quiso hacer familia conmigo en aquel lugar,
nunca me lo había dicho, pero era evidente.

— ¿Qué dices, Sergio? – me preguntó mi novia.

Para ser sincero no lo pensé dos veces.

— Sí, feliz nos quedamos acá con todos ustedes.

Así, estuvimos allí un año prácticamente completo, y me hice de amigos, sobre


todo de Ricardo:

— Acompáñame, te quiero mostrar algo – invitó.

Fui con él y Ruki (que siempre me seguía donde fuese), caminamos a un lugar
donde la comunidad tenía una gran cosecha de maíz.

— Fíjate en el tamaño ¿No te parece impresionante? – Me dijo tomando un choclo


a dos manos.

Eran gigantescos, no era normal.

— ¿Y por qué son tan grandes?


— Porque este terreno está divino, Dios pasó por acá y nos bendice.

Siempre he creído en Dios, sin embargo, jamás profundicé mucho en el tema, de


alguna manera sentía una presencia en ese lugar, es extraño de explicar.

Cuando llegamos de vuelta, la Flor nos estaba esperando con rostro un tanto aflijido.

—¿Qué pasó, amor? – le pregunté.

87
El Borrador II

— La señora Raquel, no se encuentra bien.

Me dirigí a la pieza junto a Ricardo, se encontraba acostada, se notaba muy


mal de salud, como si hubiese envejecido cien años más. Su hijo se puso a sus
pies y empezó a llorar.

— Ricardito, no estés triste mi amor, recuerda que Dios es nuestro señor, y he sido
fiel a él, ahora solo moriré en carne, mi alma estará a su lado, y administraré
una de sus tierras, así como lo hice en vida, solo que esta vez será en el paraíso,
allí los estaré esperando, a ti también Sergio.
— ¡¿Ricardo, por qué no llamamos a un doctor?! – exclamé
— ¡No, no hagan eso! Nunca dejen entrar a nadie a la comunidad, solo aquellos
que tiene la luz serán bienvenidos.

Así, se fue la señora Raquel. La enterramos en el mismo terreno, hicieron una


ceremonia preciosa, donde los niños tenían velas encendidas, las mujeres hacían
un cántico que no conocía y los hombres todos en silencio.
Una noche, acostados con la Flor, ella me preguntó:

— ¿Cuándo vamos a tener un hijo?


— Tú sabes que me gustaría, pero no estoy seguro de tenerlo acá.
— ¿Cómo? Pero si esta es nuestra casa ¿Cuál es problema? – respondió molesta.
— Si, Flor ¿Pero qué haremos cuando nuestro hijo se enferme? No dejan entrar
a ningún doctor a la comunidad, ni tampoco he visto que alguien de acá haya
ido al hospital.
— ¿Acaso te has enfermado?
— No, pero en algún momento podría pasar — respondí inquieto.
— Que eres ciego ¿No te das cuenta que la gente no se enferma acá porque esta
tierra está bendecida?
— Okey ¿Y los estudios? – insistí.
— Bueno, para eso está la Patricia y el Martín.
— ¡Pero no es lo mismo que en un colegio poh Flor!
— La Patricia se tituló en la Chile, y el Martín en la Católica ¿Cuándo tuviste un
profesor de la Chile y otro de la Católica? No me puedes decir que no son aptos
para educar gente.

La Flor estaba convencida de que ese era nuestro lugar para hacer familia…Yo, aún
no estaba tan convencido.

En las tardes me dedicaba a mantener al ganado, alimentar a las gallinas y juntar la


máxima cantidad de leña posible.

88
Paraíso

Cada día que pasaba, estaba cada vez más desconectado con el exterior, mis padres
no sabían de mí, aunque yo no hice nunca el intento de llamarlos.

— Hola, Ricardo – saludé.


— Sergio, quiero conversar contigo.
— ¿Dime?
— ¿Tu cuando vas a tener un hijo?
— ¡¿Disculpa?!
— Nos llama la atención a todos, de que ya a un año que llevas con la Flor
aun no la hayas embarazado.
— Me vas a disculpar Ricardo, pero ese tema a ti no te incumbe.
— Sergio, nosotros acá somos tu familia, no olvides eso, sé que tienes
miedo, no tienes que tenerlo, Dios te bendice con una hermosa mujer, con
animales, cosechas que en ningún lado se ven, salvo en este valle, tú tienes
que ofrendar con un hijo, Dios te pagará el doble.
— Ricardo, escúchame… cuando tu madre nos recibió acá, jamás nos pidió
nada a cambio, y el día que yo quiera tener un hijo será decisión de la
Flor y mía, no necesito la petición de nadie ajenos a nosotros dos, aun
así, gracias por tu preocupación... ahora dame permiso, tengo que juntar
más leña.
— Sergio... Ahora soy yo el que esta cargo de la comunidad.
— Qué bueno, te felicito… ¡Ruki, vamos!

Desde ese instante me sentí incomodo, Ricardo andaba extraño, sentía que la
muerte de la señora Raquel le había afectado más de lo normal.

— ¿Flor? ¿Hablaste algo con Ricardo? – le pregunté, apenas entrando a nuestra


casa.
— ¿Respecto a qué?
— Respecto a lo del hijo.
— … Si.
— ¿Y desde cuando tú tienes que conversar nuestras cosas con él?
— ¡Porque estoy chata de que no me escuches! ¡Yo quiero tener un hijo, y tú ni
me tocas!
— Ya conversamos el tema, acá no voy a hacer el mínimo intento de ser papá.

La Flor estaba cambiando, no era la misma de siempre, esa sonrisa que la


caracterizaba estaba desapareciendo, se veía cada día más triste.

Una noche me fui a caminar con el Ruki. Avanzamos tanto, que llegamos a
aquellas plantaciones de maíz, me senté cerca de ahí, y observé la luna.

89
El Borrador II

El silencio era profundo, no se escuchaba nada, salvo los bichos que salen en
las noches, y el viento.

De pronto, mi perro empezó a ladrar mucho en dirección a las plantaciones.

— ¿Qué pasa, Ruki? ¿Ves a alguien?

Caminé al lado de mi perro y este me llevó hacia dentro de la cosecha, empecé a


sentir cierto temor, no sabía que había allí, a medida que me acercaba algo se veía,
no lograba observar con claridad, finalmente, para mi sorpresa, se trataba de una
mujer que se encontraba tirada en el lugar.

— ¡¿Patricia?!

Me devolví rápido al campamento para pedir auxilio.

— ¡Necesito ayuda! ¡Está la Patricia tirada en una de las cosechas!


— ¡Yo te acompaño, los demás quédense acá! – ordenó Ricardo.

Llegamos al lugar.

— ¡Hueón, hay que llamar a los pacos! – le propuse al líder de la comunidad.


— No, dejémoslo así.
— ¿De qué chucha me hablái? ¡¿No te dai cuenta que hay una persona muerta?!
— Entonces debemos enterrarla acá.
— ¿Y su familia? ¿No les vas a avisar, acaso?
— ¿Para qué? Si tú ya lo hiciste, acabas de avisarnos que está muerta – respondió sereno.
— ¡Ricardo, no me refiero a nosotros, hablo de su mamá, de su papá, hermanos…
que se yo!
— Ella te eligió a ti, a mí y a todos los de este lugar como su familia.
— ¡Estái enfermo del mate hueón, yo voy a avisar!
— ¡Tú no le vas a avisar a nadie! – ordenó.
— ¡¿Si no que, hueón?!
— Si no... Jamás conocerás a tu hijo.

No sabía de qué me hablaba, en lo absoluto, y sin entender nada, me fui muy


molesto donde la Flor.

— ¡Ya, pesca tus cosas que nos vamos de acá! – ordené.


— ¡Yo no me voy! – gritó
— ¡Te dije que nos vamos, esta hueá es una locura!
— ¡No, no me voy a ir!

90
Paraíso

— ¡Entonces me voy yo!


— ¡¿Ni por tu hijo te vas a quedar?!
— ¡¿Ah?! ¡¿Es cierto entonces toda esa hueá?! ¡¿Y por qué mierda no me lo dijiste?!
— ¡Porque no me escuchas, andas a todos lados con ese perro, y yo pareciera que
no existo!
— ¡¿Y por eso preferiste contarle a Ricardo y no a mí?!
— ¡Él lo único que quiere es ayudarnos!
— ¡Ese hueón está piteado! ¡¿No te dai cuenta que hay una mujer muerta y nadie
hace nada?!
— ¡Sergio, si tú te vas de acá, te juro que nunca vas a conocer a ese hijo!

Su amenaza fue demasiada dura, me dejó atado de manos, estaba solo en un valle,
sin comunicación al exterior, donde no llegaba nadie, a muchos kilómetros de la
carretera, con una pareja embarazada.

A la Paty la enterramos en aquel lugar, con la misma ceremonia que le habían


hecho a las señora Raquel, pero ya no lo encontraba hermoso, sino todo lo
contrario, sentía que era parte de algo demasiado oscuro.

Pasaron dos meses, y yo me apartaba cada vez mas de todos los habitantes, solo
hablaba con la Flor, que estaba insoportable con “la palabra de Dios”

— El Señor nos va a bendecir, Sergio. Nuestros hijos crecerán en un paraíso.


— ¡En el infierno, diría yo! – respondí.
— ¡No blasfemes!
— ¿De qué paraíso me hablái Flor, por la chucha? Desde que Ricardo tomó este
lugar, ya no es lo mismo de antes.

Los odiaba, era inevitable. Escuchar a ese imbécil me producía malestar.

— Hoy el Señor está en nuestra mesa, y quiero bendecir a Flor y a Sergio, los
cuales formarán una nueva familia en este lugar, que Dios bendiga a Josué que
viene en camino.
— ¿Josué? ¿Perdón? Pero que yo sepa, no le he puesto nombre a mi hijo, de hecho ni
siquiera sé si es una niña. – interrumpí.
— Sergio, yo hablé con Dios, y me dijo que era un niño, me habló de la llegada de
Josué, que venía con ustedes – respondió convencido.
— ¡Enfermo de mierda! – exclamé molesto, levantándome de la mesa.
— Sergio, mide tus palabras, estás en la mesa de nuestro Señor.
— ¡¿Sabi qué, hueón?! ¡Un día me vai a encontrar! Vamos a ver si Dios te protege,
tampoco creo que te ayuden los pacos, si después de todo nadie avisa a nadie de
lo que pasa acá, total la Paty se murió, y nadie sabe de qué ¡No me extrañaría

91
El Borrador II

que alguien de ustedes le hizo algo!


— Señor, perdona a Sergio – suplicó Ricardo.

La Flor se puso a llorar en la mesa y regresé a mi habitación, pensé que cresta


hacer, quería escapar, pero tenía que ser con mi pareja, a ella la tenían secuestrada
mentalmente, no se iba a querer ir por voluntad propia. Tuve que ejecutar un plan.

— Flor, quería pedir disculpas, me comporté como un enfermo, he estado


meditando y le he rogado a Dios que me ayude, no sé qué me pasa – le dije
intentando mostrar convencimiento.
— No sé, estás muy raro.
— Flor, nunca más voy a blasfemar, tampoco diré cosas hirientes, ni a ti, ni a
nadie, ni siquiera a Ricardo, quiero ser un hombre de bien.
— Me alegra escuchar eso – me dijo abrazándome.

Solo quería calmar el ambiente, y encontrar el momento justo para llevarme a


mi pareja embarazada ya de varios meses. Así me mantuve, costó mucho poder
permanecer allí, Ricardo era intruso, la gente hablaba solo de Dios y de nada más.
Pasaron ocho meses y la guatita de la flor estaba a punto de estallar.

— Sergio, he estado sangrando.


— ¡¿Y hace cuanto te pasa esto?!
— De hace un par de días.
— ¡¿Y no me dijiste?! ¡¿No te das cuenta que puede ser peligroso?!
— Es que te veo tan tranquilo que no quise molestarte.

Me desesperé, a sabiendas de que nadie la llevaría a un médico, decidí ejecutar de


una vez el plan: Tenía que hablar con Don Ronald, que llegaría en la madrugada a
dejar materiales de construcción…Y así lo hice.

— Necesito pedirle un favor, pero necesito la máxima discreción.


— ¡¿Que le sucedió amigo?!
— Necesito que me ayude a salir de acá junto a la Flor.
— Ya ¿Y Don Ricardo sabe?
— No, no sabe y no puede saber.
— No me quiero meter en problemas, joven.
— Mire, la Flor está a punto de perder la guagüita, necesito llevarla a un médico,
si no la saco de acá podría perderlas ¿Me entiende? Esto es de vida o muerte, por
favor, Don Ronald, ayúdeme.

Después de pensarlo mucho, tuve una respuesta afirmativa. Entonces, me fui


rápidamente a la pieza y desperté a mi novia.

92
Paraíso

— Flor, Don Ronald nos está esperando.


— ¿Esperando, por qué?
— Ricardo me contó que Dios le habló y le dijo que afuera había algo importante
para nosotros.
— Qué raro, él me lo hubiese dicho.
— No te quiso molestar, te ha visto decaída estos días.
— No sé si creerte.
— Tú sabes que no te mentiría con cosas de Dios.

Tomé las frazadas, y la saqué a escondida en plena noche, Don Ronald nos esperó
y la subí a la camioneta.

— ¿Nos vamos no más? – me preguntó.

Pero aún me faltaba alguien.

— ¡Espéreme un minuto, necesito ir a buscar al Ruki!


— Miré a mí alrededor y no estaba mi perro por ningún lado. Comencé a llamarlo
de manera silenciosa, pero no había rastros de él, no me podía ir sin mi amigo,
lastimosamente el tiempo se hacía escaso, tenía que salir luego.
— Hola Sergio ¿Así que se van? – me preguntó sorpresivamente Ricardo.

Mierda, nos habían descubierto.

— Si, nos vamos, gracias por todo, pero se acabó.


— Si te quieres marchar, te dejaremos. Pero tú sabes que debes pagar ¿No?
— ¿Pagar?
— Claro, Dios necesita alguna ofrenda, en sustitución de ustedes.
— Yo no tengo nada que entregarte, si crees que voy a pasarte a la Flor o a mi hijo,
estás loco, antes te mato.
— No, el saldo ya lo pagaste… está allá al fondo, en las cosechas de maíz.

Asustado, imaginándome de que se trataba, corrí rápido al lugar que me indicó... y


ahí estaba mi quiltro, aquel que había adoptado recién nacido, empapado en sangre.

— ¡Ruki, por la chucha, que te hicieron!


— Quédate tranquilo, ahora está en el paraíso.

Me lancé sobre Ricardo y lo golpeé tanto como pude, pero él no se inmutaba, solo
se veía herido, pero no notaba dolor alguno.

— Yo sí creo en Dios, y sé que no está acá. – le dije con lágrimas de impotencia.

93
El Borrador II

Así lo dejé tirado en el suelo, mientras los demás eran testigos de como me retiraba
del campamento.

— ¡Don Ronald, sáquenos de acá!


— Lo siento muchacho... pero no puedo.
— ¡¿Cómo no?!

Me di cuenta que lo habían planeado todo.

Los hombres del campamento abrieron la puerta trasera de la camioneta y


tomaron a la Flor.

— ¡No! ¡Déjenla!

Don Ronald se marchó. Me encontraba solo contra el mundo.

— ¡¿Ya poh, no te querías ir?! ¡Ándate, las puertas están abiertas! — gritó Ricardo.

Corrí nuevamente en busca de la Flor, pero no logré nada. Uno de ellos me dio
fuerte con un palo en la cabeza. Caí al suelo.

Desperté en medio de una fogata. No sabía de qué se trataba, apenas podía abrir
los ojos, intenté levantarme, pero me sentía mareado.

— Sergio, mírame.
— ¿Ah? ¿Quién eres?
— Soy Dios. Estoy acá para ayudarte.

Veía unos ojos muy claros, profundos, sentía unas manos suaves que me tocaban
el rostro. Alrededor de nosotros, veía ángeles que bailaban. Escuchaba una música
preciosa, sentía mis pies cálidos sobre el pasto.

— ¿Estoy en el paraíso?
— Si, así es, acá hay maná, come.

Sentía el sabor dulce y placentero de aquella semilla.

— ¿Y mi mujer? ¿Dónde está?


— ¿Tu mujer? No, acá nadie nos pertenece, en el paraíso todos somos hermanos.
— Ella estaba embarazada ¿Qué pasa, dónde están?
— Tu hijo ahora gobernará este lugar. Estamos esperando a que nazca, será
nuestro nuevo mesías.

94
Paraíso

— ¿Mesías?
— Sí ¿No estás orgulloso? Fuiste como José, que cuidó a María embarazada de Jesús.

Observé la fogata mientras los pies de aquellos ángeles se movían alrededor del
fuego, sus mantas blancas hasta el suelo, sin embargo, había uno que estaba quieto,
inmóvil como una piedra. Me acerqué como pude a ver de quien se trataba, pero
aún seguía mareado. Le toqué su rostro.

— ¿Qué te pasa? — me preguntó Dios que me acompañaba a mi lado.


— ¿Por qué este ángel no baila? – cuestioné.
— Está meditando.

Tomé las manos de aquel ser pasivo, y puse mucha más atención a su cara.

— Sergio, únete a nuestro baile.


— No... No.
— ¿Qué pasa?
— No es un ángel, tú no eres Dios... tu eres Ricardo.
— Estás confundido, hijo. Toma... bebe un poco más de esto.
— No, no quiero.
— Bebe hijo mío, no tengas miedo.

Rebalsé aquella vasija de sus manos. Me observó por un minuto y me abofeteó la


cara, caí al suelo y tuve ganas de vomitar.

— ¡¿Te niegas a la palabra de Dios?! ¡¿Ah?!

Me gritaba mientras me daba unas patadas en el suelo.

— ¡Tú no eres Dios! – exclamé.

Siguió golpeándome, mientras todos aun bailaban.

— ¡¿La Flor, dónde está?! ¡¿Dónde está mi hijo?!

Respiré profundo e intenté conectarme con ese segundo de sobriedad. Levanté


la mirada, y observé a mi novia, era aquel ángel que no danzaba, vi que la manta
que traía puesta se encontraba manchada en sangre desde la cintura hacia abajo.

— ¡Lo está perdiendo!


— ¡No! ¡Va a nacer!

95
El Borrador II

Le sujeté la pierna a Ricardo y cayó al suelo, tomé una piedra que se encontraba
al lado de la fogata, dándole con este un certero golpe en su cabeza. La sangre
salpicaba en medio de este círculo. Todos se detuvieron de aquella danza frenética.
Me levanté, cansado y uno de aquellos ángeles se puso al frente de mí y se desnudó.

Observé a mi alrededor y todas hacían lo mismo, menos Flor.

— Eres Dios — exclamaban.


— No, no soy Dios.
— Sí, eres Dios, eres a quien estábamos esperando hace mucho tiempo.

Una de estas me besó en la boca, luego otra. Me tocaban, sentí una sensación
extraña, de culpa en un principio, pero todo se transformó en placer. Lo hice con
cada una de ellas mientras mi novia era testigo inconsiente de aquel acto carnal y
salvaje. La luna se fue y el sol apareció.

Al otro día enterré a Ricardo, mientras las mujeres se encargaban de ayudar a Flor
a dar a luz. Nació un niño, y lo llamé Josué.

Tuve seis hijos más con distintas mujeres del campamento, ordenaba a los
hombres a cosechar, y a cuidar del ganado, teníamos que estar preparados para la
nueva venida de nuestro Señor.

— Sergio, ha llegado gente nueva al campamento.


— A nadie se le cierran las puertas.

El día del apocalipsis llegará. El sol se oscurecerá, la luna no dará su luz, las estrellas
caerán del cielo y las potencias de los cielos serán sacudidas. Y aquí estaré yo, para
juzgarlos a todos y traerlos conmigo al paraíso.

96
NO ME ABRACES

Mi hijo Pedro desapareció de mi casa, solo cuando tenía cuatro años, no sé si está
vivo o muerto, pero después de tanto tiempo, espero que nos reencontremos.

Alcancé a vivir con el cáncer al pulmón durante dos años, los últimos meses fueron
demasiado dolorosos, dejé de asistir a las quimioterapias por decisión propia, mi
señora jamás lo comprendió, pero yo insistí en que solo quería morir.
Desde la cama la miraba, ella me acompañó hasta el último suspiro.

– Amor, no te mueras, por favor – me suplicó.


– Úrsula, yo voy a estar bien, tengo la seguridad de que en el más allá me voy a
encontrar con mi hijo. – le respondí tranquilo.
– No digas esas cosas, yo aún te quiero acá, conmigo.
– Fuiste la mejor esposa que pude tener, no llores, te amo – fueron mis
últimas palabras.

Tomado de su mano me marché. Mientras moría, no sentí dolor alguno, por el


contrario, fue un gran placer que adormeció todo mi cuerpo, dejé de respirar
unos largos segundos, jamás desesperé. Cuando llegué al otro lado, logré soltar un
suspiro. Me levanté de la cama, y salí por la puerta a buscar a mi hijo. Observé dos
caminos, uno decía a Olvido, y el otro a Recuerdo. Justo en este instante, apareció
alguien que se hacía llamar el “Guía” para ayudarme.

99
El Borrador II

– ¿Cuál es el camino que debo tomar? – le pregunté.


– A Recuerdo, por favor – respondió.

Hice caso, y vi a muchas personas, todos se veían muy vivos. Así, empecé con la
búsqueda de mi hijo:

– Hola, señor, disculpe, quisiera saber si ha visto a un niñito de al menos unos


cuatro años, se llama Pedro, tiene un lunar debajo de la boca – le pregunté a
un hombre.
– ¡Yo lo único que quiero es matar a esa mujer, no sabes cuánto la odio, espérate
que llegue a la casa, ni te imaginas lo que le voy a hacer! – me respondió
ofuscado.

El tipo se veía agresivo, tomaba un cinturón con su mano derecha, repitiendo


constantemente que quería matar a una mujer, un tanto confundido con su
respuesta decidí acercarme a una muchacha:

– ¡Yo no me quería morir, mi mamá me necesita, no puede vivir sin mí! – dijo
llorando desesperadamente.

No entendía la forma de ser de estas personas, hasta que hablé con un


“Guardia” del lugar.

– ¿Por qué las personas actúan así?– le pregunté al tipo.


– Es simple, la personalidad de cada uno de nosotros es marcada por nuestros
seres queridos según como nos recuerden, por ejemplo: Al primer tipo que
saludaste y solo te habló de querer matar a una mujer, es porque lo recuerdan
como un ser violento con su familia; a la segunda, su madre la recuerda con
pena, seguramente la señora en la tierra piensa que su chiquilla no quería
morir y la necesita.

Entonces entendí que mi esposa me recordaba con las ganas incontenibles de


encontrar a mi hijo en el más allá, lo que a su vez, hacía que yo estuviese tan
decidido a dar con él. Al darme cuenta que el “Guardia” entendía de qué se trataba
todo esto, pensé que quizás sabría el paradero de mi hijo:

– Disculpa, sabes que estoy buscando a un niño, morenito, se llama Pedro, tiene
cuatro años, de ojos cafés y…
– ¿Tiene un lunar debajo de su boca? – interrumpió.
– ¡Sí! ¡Él! ¡¿Dónde está!?
– Hace algunos días lo trasladaron al sector de “El Olvido”

100
No me abraces

No entendí porque estaba allá, si yo aún lo recordaba, imaginaba que Úrsula en


vida también hacía lo mismo.

– No es posible, debe haber un error, mi hijo está en mi memoria– le dije al


Guardia.
– Su memoria no vale nada acá señor: “Porque usted es un recuerdo”, desde que
usted llegó acá, coincidentemente nos llevamos a su hijo, al parecer era el único
ser querido que lo recordaba.
– ¡Eso es imposible! Mi señora está viva y piensa en él, estoy seguro de eso – le expliqué.
– Creo que su mujer ha empezado a olvidar a su hijo, o bien, ha dejado de
quererlo, o puede que ambas – concluyó.
– No entiendo porque se lo han llevado, si sé que Úrsula al menos me recuerda
intentando encontrar a Pedro, eso hace que indirectamente se acuerde de él.

En ese instante, uno de los que se encontraban en el lugar, comenzó a tomar


un color amarillo fosforescente en sus manos, y poco a poco se empezó a
iluminar por completo.

– ¡Transportadores! ¡Tenemos a uno que debe ser llevado de inmediato! –


gritó el Guardia.

Unos tipos con unas máscaras bastantes extrañas tomaron a esa persona y lo
trasladaron fuera del lugar.

– ¿Dónde se lo llevan? – pregunté.


– A “Olvido” – me contestó el Guardia.

Me imaginé que mi hijo tomó aquel color fosforescente cuando fue llevado, esa era
la forma que daban las personas cuando empezaban a ser olvidadas.

– ¡Que alguien me ayude! ¡Necesito sacar a mi hijo de ese lugar! – exclamé


desesperado.

Nadie me respondió, bueno, casi nadie:

– Señor, hay una forma de salir de acá… no me respondas nada, el Guardia se


podría dar cuenta – me habló un tipo con voz baja – Esto te podría servir – dijo
mostrándome una máscara que se encontraba escondida en su abrigo.
– ¿Qué es eso? – le pregunté.
– Cuando se llevaron a uno de los nuestros desde acá, a un Transportador se le
cayó su máscara y logré quedarme con ella sin que nadie se diera cuenta, espero
que te sirva – me dijo.

101
El Borrador II

– Gracias, me imagino que tus seres queridos te recuerdan como alguien que
siempre estuvo dispuesto a ayudar en vida – le dije agradecido.

Ahora, solo tenía que esperar que los “Transportadores” llegaran a llevarse a alguien,
en ese momento tendría que colocarme mi máscara y salir junto a ellos de Recuerdo.

Esperé un tiempo, hasta que alguien tomara aquel color fosforescente. Aquel
señor, que decía que quería matar a su mujer comenzó a brillar, entonces,
el Guardia hizo lo suyo y llamó a los Transportadores. Cuando llegaron, me
puse la máscara y los ayudé a tomar a aquel hombre, así fue como logré salir
de Recuerdo.

Lo que siempre quise, al fin en “Olvido”. Los “Transportadores” dejaron al


tipo en el lugar, entre medio de muchas personas que tenían un color más
brillante que la de él.

Me sorprendí al ver como muchos se desvanecían en el aire, eran explosiones de estrellas,


que terminaban en la nada, así desaparecían, así eran definitivamente olvidados.

Cuando los Transportadores se fueron de “Olvido”, me saqué la máscara y de


inmediato busqué a Pedro, pero no se veían rastros de mi hijo, temía a que haya
pasado mucho tiempo, debía preguntar:

– Necesito que alguien me ayude a buscar a un muchacho de cuatro años, su


nombre es Pedro, es muy pequeño, de pelo negro, ojos cafés y tiene un lunar de
bajo de su boca… ayúdenme por favor – les pregunté, uno por uno.

No había respuesta alguna, todos se encontraban en silencio, esperando a ser


definitivamente olvidados.

En medio de un destello vi a Pedro, ahí estaba, en silencio, aún no tenía esa luz en
su cuerpo, pero no le quedaba mucho, solo hubo desesperación de mi parte.

– ¡Chiquito mío!… lo siento tanto – lamenté llorando.


– ¡No me abraces!– exclamó agonizante.

Sin escuchar su petición, lo tomé e intenté salir de ahí, de manera muy cuidadosa, sin
que nadie me viera, pero a medida que avanzaba, Pedro se iluminaba cada vez más.

– ¡Ey, tú! – escuché un grito.

Uno de los “Guardias” de “Olvido” me había descubierto, llamó a los

102
No me abraces

“Transportadores”, quienes llegaron rápidamente, me quitaron a mi hijo de mis


brazos e intenté luchar contra ellos.

– ¡Devuélvanme a mi hijo, por favor! – les supliqué.

Uno de los Transportadores se quitó su máscara e hizo un canto extraño, con su


voz me adormeció.

Cuando desperté, me encontré en un lugar verde, lleno de árboles, y muchos


animales, sentí una paz infinita.

Un hombre que se encontraba pescando, me miró fijamente y me habló:

– Tú, como un recuerdo eres demasiado rebelde, pese a que tu esposa quería que
dejaras de pensar en tu hijo, insististe en buscarlo ¿Por qué no dejas que las
cosas tomen su curso?
– Es mi hijo, no puedo permitirme perderlo de nuevo.
– ¿Quieres regresar con él a Recuerdo? – me preguntó, mientras sacaba un gran
pez de el anzuelo.
– Sí, es lo que más quiero ¿Me devolverás a mi hijo? – le pregunté velozmente.
– Pues no, será tu mujer quien te lo regrese, pero deberás asumir las consecuencias,
obligar a un ser querido a recordar desde acá, siempre trae un costo – me
advirtió.
– ¡No me importa el costo, debo comunicarme con Úrsula, necesito que recuerde a
Pedro! – le respondí firmemente.
– Muy bien, te dejaré entrar a su inconciencia, así podrás comunicarte con ella,
ahora solo deberás esperar a que el lago tome un color rojizo, cuando llegue
ese momento, querrá decir que ella se encuentra durmiendo, ahí deberás
sumergirte, así entrarás en sus sueños.

Cuando el lago tomó la forma que me indicó el “Pescador”, me hundí profundamente.

– Hola, Úrsula – la saludé en sus sueños.


– ¡Amor, no sabes cuánto te necesito!– me dijo acariciándome la cara.
– Nuestro hijo también nos necesita, debes recordarlo, como lo hacía yo en vida
– le pedí.
– ¡Por favor, no! No sabes lo que me ha costado borrarlo de mi memoria – me
reclamó.
– ¡Debes hacerlo, es la única forma de que yo pueda cuidarlo! – le exijí.

Mientras discutíamos, una puerta se abrió.

103
El Borrador II

– ¡No entres ahí, por favor, no! – me gritó.


– Ahí está Pedro ¿Verdad? Lo siento, pero debo dejar entrar su recuerdo – le dije
caminando hacia aquella puerta.
– ¡¿Por qué me haces esto?! ¡No sabes lo que me ha costado superarlo! – recriminó.
– Lo siento, Úrsula.

Así, abrí aquel recuerdo más profundo de su memoria:

Vi a Pedro, conmigo, se encontraba pintando en uno de sus cuadernitos.

– ¿Te vas a trabajar, papá? – preguntó mi pequeño.


– Sí, pero volveré pronto, a la vuelta te traeré la pelota del mundial – le prometí.
– Bueno, papá. Te quiero mucho.
– Yo también, pequeño mío… dame un beso.
– ¿Ya te vas, amor? – intervino mi mujer.
– Si, Úrsula. Nos vemos a la vuelta
– Dígale adiós a su papá – ordenó a nuestro hijo.

Vi como ambos se despedían de mí desde la puerta de la casa y yo me marchaba,


hasta que se quedaron ellos dos solos. Pedro seguía jugando, mientras mi mujer se
sentaba y lo observaba.

– Amor, ¿Vamos a jugar al patio? – le preguntó a mi chiquito.


– Bueno, mamá ¿Puedo jugar con el avión?
– Sí, llévelo – le respondió Úrsula.

Pedrito tomo uno de los juguetes que tanto le gustaba y se marchó al patio con mi
señora. Ella lo acariciaba y le besó su cabecita… luego se puso a llorar.

– ¿Qué pasa, mamá? No llores – la consoló Pedrito.


– Es tu papá, que no quiere estar conmigo, se quiere marchar, hace tiempo lo noto,
creo que quiere irse con otra mujer – le dijo con una profunda pena.
– Mamá, no llore – insistía mi hijo.

Ella lo abrazó.

– Tu papá no se puede ir – le dijo al niño.

Mi mujer lo apretó cada vez más fuerte.

– Mamá, me está doliendo – se quejó mi pequeño.

104
No me abraces

Ella cerró sus labios y presionó al niño con todas sus fuerzas.

– Mamá, me duele, no me abraces. – se quejó nuevamente Pedrito.

Él empezó a moverse y ella no lo soltaba, la desesperación por intentar soltarse


de su madre hizo que su avioncito cayera, mi mujer apretaba los dientes, Pedrito
se ladeaba más fuerte que antes, pero ella lo asfixió con decisión… así, él terminó
inmóvil, quieto. Úrsula lo sacó de su pecho mientras observaba sus ojos abiertos,
con su miradita a la nada.

Luego lo enterró en aquel patio, debajo de los columpios que le construí, debajo de
los columpios donde tantas veces lloré por él.

– Hola amor ¿Y el niño? – le pregunté llegando a casa.


– No lo sé, creo que está en el patio – me respondió.

Me dirigí a la parte trasera de la casa, y no estaba, solo su avioncito.

– ¡El niño, no está! – grité desde el patio.


– ¡¿Cómo no está?! – preguntó sorprendida.
– ¡No está poh Úrsula, por la cresta!
– ¡Pero si estaba ahí! – me afirmó, desde alguna retorcida solemnidad inquieta.
– ¡Peeedroooo! – grité su nombre, desgarrado.

Los buscamos por todos lados, ella se tiró al suelo llorando desesperada. Al pasar
las horas, los vecinos y toda la comunidad fuimos tras sus pasos.

Pasaron muchos años, y siempre Úrsula me vio buscándolo, pegando pancartas,


hablando en televisión, jamás me rendí.

Finalmente cerré la puerta de su recuerdo más profundo… y la enfrenté en su sueño:

– ¡Fuiste tú! ¡Siempre fuiste tú! – le grité.


– ¡Fue tu culpa, te querías ir con otra! – me acusó.
– Siempre fuiste celosa, pero jamás pensé que estabas enferma ¡¿Por qué me
hiciste esto?! ¡¿Cómo le hiciste esto a nuestro propio hijo?! ¡Responde, mierda!
¡Reeespooondee!
– ¡Tú estás muerto, este es mi sueño, ahora quiero que te vayas de acá! – me
expulsó.
– Tu recuerdas a Pedrito… pero no lo quieres, nunca lo quisiste, por eso está en
“Olvido”, ahora entiendo todo – recriminé con odio.
– ¡Vete de aquí!

105
El Borrador II

– ¿Que he hecho? ¡Mierda! ¡Ahora Pedrito vivirá por tu memoria! ¡Olvida a nuestro
hijo, no lo recuerdes, contigo sufrirá!
– ¡Lo estaba olvidando, imbécil! ¡Hasta que se te ocurrió abrir la puerta! Ahora lo
recuerdo con mucha claridad, aún lo escucho diciendo “no me abraces”.
– Úrsula, desde ahora en adelante, recuérdame siempre odiándote, queriendo que
tengas la peor de las muertes, vas a pagar algún día, estoy seguro de eso.

Escapé de su sueño, de su enfermo inconsciente. Desperté nuevamente en “Recuerdo”,


me levanté, y vi a mi hijo nuevamente, ya no tenía ningún destello de luz:

– ¡Hijo! – corrí hacia él.


– ¡No me abraces! – gritó desesperado.

Pedrito no era el mismo niño que yo recordaba, sino el que ella recordaba, siempre
estaba sufriendo, sentía dolores, se quejaba mucho, y no le gustaba que lo tocasen.

Me acordaba de las palabras del “Pescador”, al decirme que debía asumir las consecuencias,
y ya era muy tarde, logré estar con mi hijo, pero a costa de su sufrimiento.

Odiaba a Úrsula con todo mí ser, seguramente ella ahora me recordaba de esa
forma, en algún momento llegué al extremo de querer matarla, de carácter me
parecía mucho a ese hombre “olvidado” que tenía aquel cinturón en su mano. Pero
por otro lado, amaba a mi hijo, y eso aquella mujer jamás podría dejar de recordarlo.

Estuvimos durante mucho tiempo junto con mi hijo en “Recuerdo”, hasta que un
día ambos empezamos a desvanecer y mostrar ciertos destellos de luz, y antes de
que el “Guardia” llamara a los “Transportadores”, vi a Úrsula, había fallecido, se
veía más vieja y derrotada.

– ¡¡Yo no lo maté, yo no lo maté!!– gritaba como una loca.

Desde ese momento, por mi parte, ya no sentía odio hacia ella, su muerte me había
desligado de sus pensamientos. Y lo mejor, es que Pedrito también dejó de sufrir.
El “Guardia” gritó y los “Transportadores” nos llevaron a “Olvido”.

En este instante, nos estamos tomamos de la mano con mi hijo, mientras ambos brillamos.

– Abrázame – me pide, Pedro.

Así, es como junto a él, explotamos en un destello de luz ardiente, olvidados para siempre.

106
LA RATA

Aún recuerdo a mi mamá llorando, que con una caricia me dijo “volveré por ti”. Y
ahí se fue tras los pasos de mi padre, que se había escapado a la Argentina… nunca
más los volví a ver.

Así, pasé a manos de mi abuela, la cual, tenía una pieza para mí solo, donde
no había más que una cama, el velador, una silla, además de un hombre que se
asomaba al abrir el tragaluz del techo. La primera vez que lo vi, salí corriendo
donde la anciana y le avisé casi meándome, ella me golpeó con un palo y me dijo
que nunca más la despertara, ahí entendí que debía soportar el miedo sin el abrazo
de alguien. Al pasar las noches, sentía como se abría el tragaluz, yo solo atinaba a
taparme con las frazadas a cuerpo completo, lo escuchaba que bajaba del techo y
se colocaba al lado de mi cama, se me caían las lágrimas, pero no quería hacer el
quejido del llanto, no quería que me escuchase, el alivio llegaba solo al dormirme.
Y del miedo pasé a la costumbre, a la normalidad, aquel extraño acto que me
atemorizaba terminó transformándose en una simple molestia. Así, un día, decidí
enfrentar aquella situación:

— ¡¿Hasta cuándo me molestái?!

Me destapé, bajé de la cama y me puse de pie en calzoncillos.

— ¡Baja del techo, sé que estás ahí! – grité hacia el tragaluz.

109
El Borrador II

Escuché el ruido de las uñas que pasaban por la madera, pero el sonido se fue
alejando a medida que le gritaba, sentí que empezó a temerme, hasta que dejó de
escucharse no solo por esa noche, sino que también para siempre.

Vaya sorpresa fue cuando se supo que unos niños de mi edad habían sido asesinados
en sus camas; cuando los padres encontraron a sus hijos muertos, vieron que el
tragaluz del entretecho de sus piezas estaban abiertas, al parecer, esa cosa había
entrado por ahí. Como era de suponer, jamás se sospechó de un monstruo, sino,
que de algún psicópata que andaba por el pueblo.

La ventaja de haber sido criado en soledad desde pequeño, fue lo que me hizo más fuerte.

Nunca más tuve miedo.

A los veinticinco años me titulé de periodismo en la Chile, me saqué la cresta


estudiando, el gobierno me pagó prácticamente todo, y la plata que necesitaba
para el día a día me la hice trabajando. Nunca me llevé bien con mis compañeros,
ni en la escuela primaria, tampoco en la universidad, jamás asistí a ninguna fiesta,
o convivencia, intenté relacionarme lo menos posible. Mi vida solo se trataba de
estudiar y salir con mi cámara fotográfica. Siempre me llamó la atención captar
momentos únicos.

Aún recuerdo cuando cerca de la casa, encontraron a una mujer despedazada en la


quebrada. Ese día había una persona intentando ingresar al lugar del crimen para
fotografiar todo lo que estaba pasando, pero para él fue imposible ingresar, estaba
lleno de tipos vigilando el sector. Me acerqué con la personalidad de un cabro
chico y me ofrecí patudamente:

— Yo te ayudo.
— Gracias niño, pero no sé cómo me podrías ayudar.
— Yo saco las fotos, me sé de memoria la quebrada, nadie sospecharía de mí, me
aseguraré de que nadie me vea.

Me miró con rostro pensativo.

— Parece que no te has dado cuenta de lo que hay allá abajo.


— ¿Ya y qué? A mí no me da miedo, me da lo mismo, es un cadáver no más – le
contesté.

Respiró profundo, tal parece que necesitaba esos registros.

— Okey, te voy a pasar la cámara, pero que nadie te vea, si lo haces bien, te

110
La rata

prometo una recompensa. Lo que quieras.


— Yo sé que quiero.
— ¿Dulces?
— No. Quiero una foto de la muerta.

Noté que le llamó la atención cuando frunció el ceño; extraño que un niño de
nueve años le pidiera un registro de aquella víctima.

— Vale, está bien, una foto entonces.

Bajé a la quebrada, había unos pocos carabineros y otros tipos de civiles que usaban
lentes oscuros. Me aproximé al lugar, sin que nadie me viera, y lo primero que
encontré fue un brazo que se encontraba al lado de una roca, observé las uñas
pintadas de su mano, la enfoqué y la registré en la máquina. Hice lo mismo con el
torso, y sus otras extremidades, pero lo que yo quería lograr era su cabeza, era casi
imposible poder tomar testimonio de ella, porque estaban todos ahí, concluí que si
lograba acercarme al cráneo, alcanzaría a tomar solo una sola foto… no podía fallar.

Así que caminé lentamente, siempre a la espalda de las personas, logré meterme
como una rata y me puse al frente de la cabeza.

— ¡¿Oye pendejo, que estái haciendo?! – me gritaron.

Tomé la cámara, enfoqué y apreté el flash. Antes que me agarraran los sujetos,
salí velozmente. Me persiguieron los tipos por toda la quebrada, pero yo estaba
acostumbrado a andar en esos lugares, se me hizo fácil escapar, ellos quedaron
abajo y me reuní a escondidas con aquel hombre.

— ¡¿Cómo te fue?! – me preguntó asustado.


— ¡Las saqué! – le contesté riendo.

El tipo no podía creerlo. Atinó a chasconearme el pelo y darme palmadas en la espalda.

— ¡¿Cómo te llamái?!
— ¡Nahuel, señor! — contesté.
— ¿Querí tu foto, verdad? Bueno, te la ganaste.
— ¡Ya, dámela!
— Pero te tienes que esperar primero a que la revele.

No entendí en un principio y alegué bastante. Le tuve que dar mi dirección,


porque según él, me iba a ir a entregar la foto en mi casa, así que lo esperé con el
correr de los días, ya más decepcionado y triste, pensé en que mi recompensa no

111
El Borrador II

llegaría. Hasta que caminando a comprar pan para la once, me di cuenta que aquel
fotógrafo me hacía señas desde la plazoleta.

— Hola, Nahuel. Necesito que me pongas atención – me dijo muy nervioso.


— ¡¿Me vení a dejar mi foto?! – le pregunté atrevidamente.
— Toma, esto es tuyo.

Recibí en mis manos un paquete sellado.

— ¿Qué es?
— No la abras acá, necesito que la escondas para siempre, nadie puede saber que tú
tienes esto, y tampoco pueden saber que nos vimos ¿Me lo juras?

Yo solo observaba la bolsa y no escuchaba.

— ¡Nahuel, te estoy hablando! ¡¿Me lo jurái?!


— ¡Ya! ¡Te lo juro! – sentencié.

El tipo se subió a un taxi y se marchó. Yo me fui a la casa con la bolsa, entré a


mi pieza y abrí el paquete. Grata fue mi sorpresa cuando vi que dentro estaba
la cámara fotográfica, junto con todas las fotos y respectivos negativos, el tipo
me había regalado absolutamente todo. Me puse feliz, era mi premio, pero debía
esconderlas, tal como lo había prometido, pero antes, quise mirar ese anhelado
registro: “La cabeza de esa mujer”, observé su cara partida, el ojo derecho en
blanco, mientras que el izquierdo dirigía su vista hacia cualquier lado, con una
expresión arrugada, la lengua hacia adentro, el pelo empapado en sangre, al igual
que su cuello y sus dientes. Aquella foto tenía una gran nitidez, los detalles se veían
a la perfección, era una gran foto, pero que guardé y escondí para siempre. Al
menos, la cámara podría usarla, eso era más que suficiente.

Era costumbre mía pasar al kiosko de don Juanito cada vez que salía del colegio,
me gustaba ver los titulares de los periódicos, pero habrá una que jamás olvidaré:
“Conocido periodista se habría suicidado de un tiro en la cabeza”. No era más ni
nada menos que el tipo de la cámara, su cara estaba impresa en la portada del diario
del día lunes. Lo que no se supo en ese entonces, fue que la mujer de la quebrada
era una importante sindicalista, perseguida hace bastante tiempo, y de quien nadie
tenía que saber de su trágico desenlace, por lo tanto, las fotos eran una amenaza,
así que lo mejor para aquellos asesinos fue silenciar al periodista para siempre.
Desde ese entonces, quise dedicar mi vida a esto.

Mi primer trabajo profesional la encontré en un periódico llamado “La Población”.

112
La rata

— Nahuel, quiero que vayas a Papudo, me llegó un informe que me llamó bastante
la atención. Escucha: En los últimos dos meses se han suicidado siete personas
en esa playa, nadie sabe qué pasa, según yo, la droga los tiene cagados, así que
enfócate en eso.
— ¿Tráfico y consumo?
— Sí. Así que hoy mismo te vas con la Lucía – nos ordenó el editor.

Lucía: Periodista, muy profesional, destacada por haber investigado y publicado el


tráfico de armas, donde participarían políticos y gente de las fuerzas armadas. O
sea, me encontraba acompañado de una colega de primera línea.

Cuando llegamos a Papudo, visitamos a la familia del último muchacho suicidado,


fue nuestra primera entrevista:

— Mi hijo, los últimos meses andaba muy raro, siempre fue un niño feliz, sano, y
no sé qué pasó por su cabeza – nos comentó llorando aquella madre.
— Señora ¿Su hijo tuvo algún tipo de relación con los otros muchachos que también
se han suicidado? – preguntó Lucía.
— No, nunca los conocí.
— ¿Desde cuándo más o menos empezó con esos comportamientos raros que usted dice?
— Desde que nos empezó a ir mal en la pesca, nosotros vivimos de esto, eso al
Jorgito lo aproblemaba mucho, se sentía responsable porque a veces no teníamos
que comer. Un día me dijo que sabía cómo solucionarlo y de ahí pah adelante
dejó de llegar a la casa, dejó de ser el mismo.

Yo intervine la entrevista con mi primera pregunta:

— ¿Y ahora que su hijo se mató, mejoró o no mejoró la pesca?

Mi compañera, incómoda, me llamó la atención de inmediato:

— ¡¿Nahuel, que te pasa?! ¡¿Qué es esa pregunta por dios?!


— Tú ya hiciste tus preguntas, quiero saber eso. Señora ¿Mejoró la pesca, sí o no?

La mujer lanzó un llanto y respondió:

— Si, la verdad es que si, desde que se murió, a mi marido le ha ido demasiado
bien mar adentro, es como si el Jorge hubiese dado su vida a cambio de esto, a
veces lo he pensado.

Con Lucía, nos fuimos al punto específico, justo en el lugar donde estos cabros
se habían matado. Se trataba de una caleta abandonada, tuvimos que caminar por

113
El Borrador II

la orilla de la playa, un kilómetro y medio hacia adentro, ya que la geografía no


daba para llegar en auto. Cuando llegamos, observé que la caleta abandonada tenía
restos de velas que se habían derretido, un gran pentagrama dibujado en el suelo
y escritos satánicos:

“El mar yace conmigo, tus manos me levantarán y me hundirán en la profundidad,


la tierra es pecaminosa, las olas son mi salvación, mi sangre es tu sangre, Leviatán”

— Parece que invocaban al demonio – me dijo mi compañera.


— Así parece.
— ¿Y tu Nahuel, creí que el diablo se llevó a toda esta gente? – me preguntó
escéptica.
— Claro que si poh, Satanás es mi amigo — bromeé

Tomé mi cámara y fotografié todo el lugar.

— Nahuel, nos están mirando – avisó Lucía mirando hacia el norte.

Era un muchacho de no más de quince años que nos observaba de lejos.

— ¡Hola, niño! – grité

Se quedó mudo y no devolvió el saludo.

— Creo que tendré que acercarme – le dije a mi compañera.

Caminé hacia él y empezó a correr, pero no dejé que se fuera. Lo perseguí, no era
más rápido que yo, fue fácil alcanzarlo.

— ¿Que anda haciendo acá, amigo? – pregunté mientras le tomaba su brazo.

Por la vestimenta, noté que era un joven pescador.

— Nada.

Lo solté con calma y me presenté para que se sintiera en confianza, de seguro sabía algo.

— Somos del periódico “La Población”, mi nombre es Nahuel – saludé, entrechándole


mi mano.

El muchacho no respondió nada y me dejó con el saludo.

114
La rata

— Disculpa, pero tú quizás podrías aportarnos con alguna cosita para la


investigación – le comenté, haciéndome el simpático.
— ¡No sé ni una cuestión! – respondió seco.
— No te creo, te apuesto que eres amigo o familiar de algunos de los fallecidos –
intenté adivinar.
— ¡No!
— Ah, bueno ¿Que opinái tú de estos pobres pelmazos que se mataron? ¿Estarán
quemándose en el infierno o no? – pregunté.

El muchacho hizo notar su rostro de enfado.

— Te veo molesto, parece que me estás mintiendo, claro que tú los conocías – lo
enfrenté.

Me quitó la vista y me reafirmó su respuesta.

— No, nos los conocí.

Nunca me ha gustado que jueguen conmigo y me vean la cara de idiota, así que
decidí actuar. Lo tomé del cuello y lo tiré a la arena.

— ¡Nahuel, suéltalo! – me gritó Lucía, quien recién me había alcanzado.


— ¡¿Conocíai a estos hueones o no?! – le pregunté enfadado, mientras le doblaba
el brazo.
— ¡Nahuel, suéltalo! – los retos de mi compañera no cesaban.
— ¡Tú cállate que estoy haciendo una entrevista! ¡El amiguito está apunto de
responderme la pregunta! – contesté eufórico.
— ¡Sí! ¡Sí los conocí! – gritó el muchacho.
— ¡Ah, muy bien! Creo que ahora si nos estamos entendiendo, ahora dime ¿A cuál
de los finaditos conociste?
— ¡Al Julián, al Cristian… a esos no más! – me respondió.
— ¡¿Estái seguro?!
— Sí.

Le doblé el brazo más fuerte:

— ¡Los conocí a todos! – contestó con un grito, estaba a punto de llorar.


— ¡Chiquillo, te voy a soltar, pero me vas a responder todo lo que te pregunte!
¡¿Estamos de acuerdo?! – propuse.
— ¡Sí, señor! – me afirmó rendido.

Lo dejé tranquilo y me senté a su lado. La Lucía se veía impactada con mi acto,

115
El Borrador II

bueno, con eso le quedó claro cómo eran mis métodos de trabajo.

— ¿Cuál es tu nombre? – le pregunté.


— Daniel – me dijo ya más tranquilo.
— Daniel, antes que todo quiero saber que cresta haces acá – lo interrogué.
— Vine solo a caminar.
— ¿A caminar, acá, justo donde se murieron tus amigos? Dime la verdad ¿Qué
cosa viniste a ver?
— Solo vine a ver la caleta abandonada.
— ¿Y por qué? – interrumpió Lucía.
— Porque me llama la atención, por las cosas que se dicen.
— ¿Qué cosas se dicen?
— Ustedes no entienden… — intentó vacilar.
— ¡¿Entender qué?! – el tipo me estaba cansando — ¡¿Podí hablar bien por la mierda
o quieres que te quiebre el brazo, pendejo?! – lo amenacé.
— ¡Acá vive el Leviatán, acá la gente viene a pedirle favores a cambio de su vida!

Con la Lucía nos quedamos mirando, pero para mi no se trataba de ninguna sorpresa.

—¿Y tus amiguitos alguna vez te comentaron el plan de venir a suicidarse? –


pregunté.
— El Jorge que fue el último en morir, me dijo que estaba chato de que sus papás
y sus hermanos chicos vivieran en la miseria, así que dijo que vendría para acá
a dar penitencia.
— ¿Y por qué no le avisaste a alguien de lo que iba hacer? – interrogó Lucía.
— Me hizo jurarlo.
— Claro, y tú como buen amigo dejaste que se viniera a matar. – le hice sentir.
— ¡Yo no quería! — y se lanzó a llorar.
— Ya, Nahuel. Dejemos que se vaya – me propuso mi compañera.

Levanté al muchacho, lo limpié de la arena y le entregué diez mil pesos:

— Toma, como pago de tu gran entrevista, puedes irte.

El joven se marchó lentamente con la cabeza agacha.

Al llegar la noche, no quise quedarme en la pensión, debía seguir trabajando.

— Lucía, voy a la playa, si quieres me acompañas, o voy solo, me da igual – informé.


— ¡¿No me digái que querí ir a ese lugar, a esta hora?!
— Obvio, quiero ver si se junta algún grupo, si es que “invocan al diablo” – ironicé.
— ¿No te da miedo? – me preguntó.

116
La rata

— Nunca he tenido miedo – afirmé.


— ¿Y qué vas hacer si ves algo raro?
— Lo que siempre hago poh… sacar fotos. – mostrándole mi cámara fotográfica.
— Ya, filo, te acompaño – decidió.

Nos fuimos abrigados hacia el sector, eran eso de las tres y media de la mañana.
Caminamos ese kilómetro y cuando llegamos, nos fijamos si había actividad en la
caleta abandonada, pero nada.

— No hay nadie, Nahuel. Devolvámonos a la pensión mejor – me propuso Lucía.


— Espérate, escucho bulla más allá.

Se oía un guitarreo, al guiarnos por el sonido, no eran más que unos muchachos
cantando en una fogata que estaba a punto de apagarse.

— Hola, cabros ¿En que andan? – nos preguntó el guitarrista.


— Hola, somos periodistas del diario “La Población”, andábamos viendo el tema de
los suicidios del sector – le contestó Lucía.
— Ah, sí caché, que cuático – exclamó una muchacha que se encontraba en el
círculo.

Era una rubia, guapa, por su tono de voz se notaba que se trataba de una cuiquita.

— Métanse al grupo, y tómense algo con nosotros – invitaron.

Eran siete, sacaron un vino tinto, y un par de vasos plásticos, así que nos quedamos
ahí con mi compañera.

— Oye, ¿Y tú como te llamái? – le pregunté a la rubia.


— Isidora ¿Y tú?
— Nahuel.
— ¿Así que eres periodista?
— Si poh, así es ¿Y tú a que te dedicas?
— Yo estudio Odontología – me contestó tocándose el pelo.
— ¿Y qué haces acá?
— Pucha, cada vez que puedo, me arranco a Papudo, estoy estresada en la U, me
hace bien respirar el aire marino después de tanto estudio – me contó con voz
de cansancio.
— ¿Y alguien de acá es tu pololo?
— No, soy solterísima ¿Y ella es tu polola? – señaló a Lucía.
— No, ella es mi colega no más – respondí sonriendo.

117
El Borrador II

Así coqueteamos toda la noche, a medida que pasaban las horas, el vino empezó a
hacer su efecto, lo que me dio más personalidad para actuar, tanto así que le tomé
la mano, y esta se dejó.

— ¿Oye, me acompañái, que quiero hacer pis? – me preguntó.


— Tu solicitud es bien poco común – respondí.
— ¿Qué cosa?
— Invitar a un hombre al “baño”.
— Da igual, si no tení para que mirar tampoco. Además con tanto loco suelto,
prefiero ir con un hombre que me proteja.

Acepté desde luego, vi que Lucía la estaba pasando bien con los muchachos,
así que no le avisé, nos levantamos del círculo con Isidora y la acompañé.
Caminamos y llegamos a unas rocas, se metió entre medio para orinar,
mientras yo miraba hacia otro lado para no intimidar. Cuando terminó, nos
acercamos tanto que olía su perfume.

— Está bonita tu cámara – me dijo.

La tomé de la cintura y nos empezamos a besar apasionadamente, al parecer el


alcohol nos había dejado más acalorados de lo normal, nos metimos a las rocas,
le baje rápidamente los pantalones, y la puse de espalda. Cuando terminamos, me
dijo que no volviéramos con los demás, que nos quedáramos lejos, tomándonos
unas petacas de whisky que tenía guardadas. Así lo hicimos, nos sentamos en la
arena, mucho más allá, conversando tranquilos.

— Isidora ¿A ti no te da miedo este lugar? – le pregunté.


— No, de hecho encuentro más entretenido carretear acá, con todo lo que se cuenta.
— Oye, supongamos que se te apareciera el Leviatán desde el fondo del mar, y te
dijera “Isidora, dame tu vida a cambio de algo” ¿Qué pedirías? – interrogué.
— ¡Ser millonaria! – me contestó sin pensarlo dos veces.
— No poh, si así no funciona la cosa, acuérdate que tú terminas ahorcada, recuerda
que tu vida es para que otros se beneficien — refuté.
— ¿Y si no quiero beneficiar a alguien, sino que quiero hacer infeliz a alguien?
– me cuestionó.
— Claro, como no, es tu deseo.
— Entonces que mi ex muera sufriendo.
— Chuta, pobre ex, con ese deseo no se me ocurriría pololear contigo.
— Es que él fue un sacowea, me engañó todas estas veces, yo como estúpida le
perdonaba todo ¿Pero sabes qué? ¿Para qué gastar un deseo en un imbécil? Mira,
para que veas que me caes bien, pediría que cumplas todas tus metas, y que
nada ni nadie se te interponga.

118
La rata

— ¡Ya! ¡Entonces vamos al tiro a llamar al Leviatán! — bromeé.

Con Isidora, nos terminamos la primera petaca, luego otra, y otra… Cuando
desperté, me encontraba solo, había salido el sol, eran las siete de la mañana,
fui a la fogata en busca de Lucía y los demás, pero nada. Empecé a caminar para
marcharme hacia la pensión, como paso obligado, avancé por el lado de la caleta
abandonada, y lo primero que observé, fue una vela a punto de apagarse, y lo
segundo, ella… en aquel lugar, yacía el cuerpo de una mujer, se encontraba colgada
con una soga al cuello, con los ojos hacia fuera, defecada, mostrando su lengua, se
había desfigurado tanto que no se reconocía en primera instancia… era Isidora.
Me quedé ahí, mucho rato, miré hacia el mar, y pensé que aquel demonio se
había llevado el alma de la rubia. Tomé unas fotografías y avisé a la policía de
investigaciones, quienes hicieron las pericias. La localidad nuevamente impactada
por otro suicidio más.

En la tarde tuvimos una gran discusión con Lucía:

— ¡Te fuiste a tirar a la mina, te desapareciste, te buscamos por todos lados con
esos cabros de la fogata y resulta que la mina despertó ahorcada! ¡¿Me podí
explicar que cresta pasó?! – preguntó enfadada.
— No se poh, tú me podrías explicar mejor, cuando desperté ustedes no estaban,
quizás tus amiguitos le hicieron algo — apelé.
— ¡Imposible! En la mañana salimos todos de ese lugar, si tú me dices que
encontraste a esa mina muerta a las siete, es imposible que la gente que se quedó
conmigo le haya hecho algo – contestó.
— Entonces no sé qué cresta pasó.

Regresé a la playa en la noche, la Lucía sentía temor después de lo sucedido.


Llegamos a la caleta abandonada a las dos de la mañana, pero esta vez, además de
salir con mi cámara fotográfica, llevé una linterna. Mi compañera, por su parte,
tomó una cuchilla, me dijo que quería estar precavida de alguna manera.

— Ya, Nahuel… Vámonos, no hay nadie – me ordenó.


— No, Lucía, quiero esperar a ver qué pasa – le contesté.
— ¡Pucha oh! Me quiero ir, pero ni cagando me voy sola – lamentó.
— Entonces siéntate conmigo, voy a esperar hasta que alguien aparezca, haré esto
todas las noches si es necesario, no me puedo ir sin saber qué es lo que pasa.

Con Lucía nos quedamos en la arena, muy cerca del lugar de los suicidios.

— ¿Nahuel, tú de verdad crees que la gente se muere porque hay un demonio? – me


preguntó.

119
El Borrador II

— ¿Alguna vez escuchaste la historia de “La Rata”?


— No – me respondió.
— Se dice, que una vez un tipo se volvió loco, mató a casi toda su familia con un
cuchillo carnicero, a excepción de su hijo menor, que lo dejó para el final. Le
cortó las orejas lentamente, y su pequeño al gritar, le cortó la lengua para que
este se callara… pero no le bastó con eso, abrió el tragaluz y lo dejó encerrado
en el entretecho. El niño desde ahí jamás pudo pedir ayuda. Su padre, al día
siguiente, le llevó comida, en un plato sirvió las orejas y la lengua que este le
había arrancado. Su hijo, en un principio lo rechazó, pero al pasar el tiempo, no
soportó el hambre, así que masticó sus restos y se los tragó. Si bien todo esto era
asqueroso, el sabor sería mucho mejor a comparación de lo que comería después.
— ¿Y que comió después? – me preguntó horrorizada.
— Su propia mierda, Lucía. A medida que cagaba, se comía su caca. Así vivió por
años, y siglos en el entretecho de su casa.
— Que horrible, Nahuel.
— Pero una noche escapó. Tomó la forma de una rata, y así es como hasta el día de
hoy, baja de los entretechos de las casas, solo para buscar comida… y ya sabes
a qué me refiero.
— Si me hubieses contado esto en cualquier otro lado, estaría riéndome, pero acá
en la playa no me causa ninguna gracia.

Pero yo aún no terminaba:

— En la villa en la que yo vivía, encontraron a un montón de niños muertos arriba


de sus camas, empapados en sangre, y adivina… a estos les faltaban las orejas, y
la lengua. Según cuentan, los cadáveres tenían huellas de mordidas. Lucía, esas
cosas si existen… así como el Leviatán. Si hay algo que no soy, es ser escéptico.
Pobres hueones que se creen inteligentes por negar la existencia de cosas que son
capaces de faenarnos si se les da la gana.

De pronto, muy cerca del lugar se escuchó un ruido.

— ¡El lugar de los suicidios! – exclamé.


— ¡Nahuel, ten cuidado! – me dijo, abrazándome.
— No te separes de mí ¿Vale? Pase lo que pase no te separes de mí – le advertí.

Nos acercamos muy lentamente hacia ese lugar, estaba oscuro, entramos a la caleta
abandonada, y se escuchó un golpe y un quejido.

— ¡Silencio, Lucía! – le tapé la boca antes de que dijese algo, quería saber de dónde
venía el sonido.

120
La rata

Nos pusimos de espalda a la pared, caminamos sigilosos, con la boca bien apretada
y pasos de astronauta, demoramos, pero al fin pude asomarme para ver quien
estaba en el sitio.

— ¡Mierda! – exclamé.

Corrí a socorrer a un hombre que estaba colgado, pero aún se agitaba, le tomé las
caderas e intenté levantarlo con mucha fuerza.

— ¡Lucía, corta la soga con el cuchillo que trajiste!


— ¡Ay, Nahuel!
— ¡Saca el cuchillo y corta la hueá!

Sentía todo el peso muerto. Lucía puso una banqueta, que al parecer ese
hombre había llevado para poder colgarse. Se puso a su lado y cortó. Caímos
juntos con aquel suicida.

— ¡Por qué no me dejaste morir! – reclamó mientras salía del ahogo.

Mi compañera alumbró el rostro del tipo con la linterna.

— ¡A ti te conozco, tú eres el joven pescador del otro día, eres Daniel! – exclamé
sorprendido.

Agitado me tomó desde el cuello de mi camisa.

— ¡Qué hiciste, hueón! – me gritó.


— Te salvamos la vida, imbécil – lo enfrentó Lucía.
— ¡No me han salvado, ahora le debo al Leviatán! – exclamó un horrorizado
Daniel.
— ¡Eso no existe! – le gritó mi compañera.
— ¡Tú no sabes nada, el Leviatán vendrá por nosotros, lo hemos desafiado, me
hizo un favor, venía a pagárselo y ustedes lo impidieron, lo que acaba de pasar
es muy grave, no quiero imaginar lo que me harán sus “ángeles”!

No había forma de hablar con el joven pescador, estaba fuera de sí, parecía que era
peor vivir que morir colgado en ese lugar.

Fuimos a dejarlo hasta su casa, y nos quedamos con él hasta que se hiciese de día,
para asegurarnos que no volviese a la caleta.

Luego, regresamos a la pensión, con mi compañera nos dormimos cansados

121
El Borrador II

encima de nuestras respectivas camas. Despertamos a las cuatro de la tarde.

— Ya Lucía, levántate. Quiero que vayamos a ver al tontito de anoche – le dije.

Nos subimos al auto, y nos fuimos a la casa de Daniel, pero nos encontramos con
una horrible sorpresa.

— ¡Nahuel, por la cresta, no puede ser! – exclamó mi compañera tomándose la


cabeza.

La casa se estaba incendiando por completo, los vecinos gritaban por ayuda.

— ¡Están adentro! ¡La familia está adentro!

Los bomberos intentaron ayudar, pero el humo lo impidió, la casa estaba


completamente absorbida por el fuego.

Me encargué de fotografiar todo, los cuerpos calcinados del pescador, su madre y


sus hermanos pequeños.

— Fueron los “Ángeles del Leviatán” ¿Te acuerdas que los nombró anoche? Dijo
que vendrían por él– le recordé a mi compañera.

Pero a ella le pareció una broma de pésimo gusto.

— ¡¿Sabes qué, imbécil?! ¡Estoy cansada de ti! ¡Golpeaste a un niño en la playa,


que murió quemado con toda su familia y te tiras a una mina que termina
colgada! ¡Estoy aburrida de esto! ¡Actúas como un fanático religioso y no como
un periodista! – me gritó.

Pero yo no la escuchaba.

— Vamos a invocar a esa cosa – pensé en voz alta.


— ¡A no, tú estás loco! – reclamó.

Preparé una mochila con todo lo que iba a necesitar: velas, un encendedor, tiza,
linterna, y una soga. Lucía después de pensarlo mucho terminó por acompañarme,
advirtiéndome que era la última vez, y por su seguridad, siempre con cuchilla.
Ingresamos al lugar de los suicidios y le dije:

— Voy a remarcar el pentagrama.


— ¡No me gusta esta hueá! – protestó.

122
La rata

— Si llega esa cosa, tienes que sacarle fotos, luego te irás de acá corriendo… yo
escaparé detrás de tí.
— ¡Ya, apúrate!

Terminé de dibujar y encendí las velas. Amarré la soga y puse un tronco para
luego poder subir.

— ¿Y qué viene ahora? – me preguntó.


— No sé, supongo que dar sangre al pentagrama – le dije desconociendo la
situación.

Me puse al medio del dibujo, con la cuchilla de Lucía hice un corte a mi pulgar de
la mano izquierda, y dejé caer la gota de sangre. Esperamos toda la noche.

— Convéncete, Nahuel. Ya no viene nada, ahora vámonos a la casa – me ordenó.

Pero en ese instante, se escuchó un ruido, pensé que era esa cosa que se acercaba.

— ¡Muchachos!

Eran el mismo grupo del otro día.

— Ay, menos mal que llegaron, no me sentía bien acompañada solamente de


Nahuel. – exclamó una relajada Lucía.
— ¿Qué están haciendo? — nos preguntó uno de ellos.
— ¿Que creí tú? – respondí con otra pregunta.
— Oye loco, déjate de llamar al demonio, deberías tener más respeto, con estas
cosas no se juegan – me aconsejó el tipo.
— Esto no es de la incumbencia de ustedes ¡Váyanse! – les pedí.
— Claro que es de nuestra incumbencia, de hecho, nos gustaría saber qué es lo que
quieres del Leviatán a cambio de tu vida.

Lucía se vio sorprendida, era obvio, esos hombres ya no eran de fiar.

— ¿Quiénes son ustedes? – preguntó mi compañera.


— Somos los Ángeles del Leviatán, y venimos por ustedes – respondió el sujeto.

Tomaron a Lucía y yo de inmediato fui a socorrerla, pero en el intento recibí un


botellazo en la cabeza que me dejó botado al medio del pentagrama.

— ¡Nahuel! – vociferó mi colega.


— Ustedes se atrevieron a robar una vida al gran Leviatán, nuestro “Señor” ya le

123
El Borrador II

había concedido el deseo a aquel pescador, pero quedó en deuda, así que hicimos
justicia. – nos confesaron.

Me tomaron entre tres, mientras su líder nos hablaba.

— Ustedes ahora tienen que pagar, es un saldo muy caro el que pide nuestro
Señor… primero será tu amiga.
— ¡No, por favor, se los suplico! – gritó Lucía.
— ¡Bájale los pantalones! – ordenó el líder a uno de los suyos.
— ¡¡No, no, no!! – suplicó mi compañera.

Un tipo le quitó sus jeans y sus calzones, mientras ella forcejeaba.

— Es muy linda tu compañera, vas a tener que ver todo esto – se burló el tipo.

Los demás me sujetaron la cabeza en dirección a Lucía, a ella la tirada al suelo,


tomándole los brazos y las piernas, el líder se bajó sus pantalones y quedó desnudo
de pelvis hacia abajo.

— ¡No, Dios mío, ayúdame! – rogaba la pobre.


— ¡Déjenla! – imploré.
— ¡Esto es lo que pasa cuando le roban una vida al Leviatán! – nos dijo aquel
sujeto mientras soltaba una carcajada

Él estaba encima de ella, y antes de penetrarla, la golpeó con un puñetazo


seco en el rostro.

— ¡Conchetumadre, déjala! – lo desafié mientras intentaba zafarme de la presión


que ejercían aquellos hombres sobre mí.
— ¡¿Quién diría que te iba a encontrar aquí, solo para mí?! – le dijo acariciándole
los senos.
— ¡No! ¡Escúchame, daré mi vida, pero déjenla! – les grité.

El tipo se detuvo, y me respondió:

— Bien, si quieres dar tu vida por el Leviatán, entonces te dejaré morir.

Se levantó y ordenó a los demás:

— ¡Súbanlo y colóquenle la soga al cuello a nuestro amigo!

Después de dejarme arriba, se pusieron alrededor del pentagrama e invocaron al

124
La rata

Leviatán. Hicieron cánticos que sabían de memoria, mientras yo esperaba la hora


de mi sacrificio.

— Muy bien, Nahuel ¿Qué es lo que vas a pedir? – me preguntó aquel líder.

En ese momento, pensé en tantas cosas, recordé a mi madre que me había


abandonado, pensé en mi padre, pensé en el odio que sentía, siempre me odié a mí
mismo, que se jodan todos.

— ¡Muéranse! ¡Muéranse sufriendo y que después se pudran todos ustedes,


conchetumadre!
— Muy bien, algún día moriremos amigo, pero ahora, morirás tú – me respondió.
— ¡Nahuel! — gritó en un llanto de espanto Lucía.

De una patada tiraron mi banqueta, caí, sentí el apretón en el cuello, y comencé a


asfixiarme con un intenso dolor. Todos reían mientras yo intentaba zafarme. Pero
a lo lejos, de pronto, se escuchó un sonido.

— ¿Qué es eso? – preguntó uno de ellos.


— ¡Es el Leviatán! – gritó otro.
— ¡Leviatán! – exclamó el líder.

Todos se fueron a la orilla del mar a recibir a su Dios. Lucía aprovechó el momento
en que todos se iban, se subió en la banqueta y cortó la soga con su cuchilla.

— ¡Hay que irse de acá, estos tipos están locos, Nahuel! – me ordenó.

Me puse a toser para recuperar la respiración:

— ¡No, no me voy a ir, quiero ver esto, pásamela cámara! – le dije ahogado.
— ¡Estás loco, hueón! ¡Hay que irse!
— ¡Pásame la cámara, mierda!

Aquellas ganas de fotografiar era lo más importante de mi vida. Quería el registro


de ese demonio. Enfoqué hacia el mar, y se veía algo que se aproximaba, algunos se
metieron al agua emocionados mientras otros se arrodillaban en la arena.

— ¡No sabes cuánto tiempo estuvimos invocando tu nombre! – vociferó el líder.

A medida que avanzaba esa cosa, se veía que lo rodeaba una sustancia brillante.
Hasta que llegó a la orilla del mar. Medía más de dos metros, no se le veía el rostro
en ese momento, pero si sus larguísimas manos. El líder se le acercó, y le habló.

125
El Borrador II

— ¡Señor, queremos sentir tu grandeza!

Pero inesperadamente, esa cosa tomó al tipo, lo levantó y con una fuerza
impresionante lo partió en dos.

— ¡Conchesumadre, hay que salir de aquí! – gritó una espantada Lucía.


— ¡No me puedo ir sin sacarle una foto a su cara! – contesté eufórico.
— ¡No imbécil, te va a matar! – me advirtió con las manos temblando.
— ¡Tengo una sola oportunidad, la foto tiene que salir perfecta! – le respondí.
— ¡Nahuel, vámonos!
— ¡No! ¡Esto ya lo hice una vez siendo niño en una quebrada, puedo hacerlo de
nuevo! – concluí.

Esa cosa cortó la cabeza a otro de sus seguidores, tomó el cráneo y lo devoró.

Yo me acerqué, mientras despedazabas a los demás, escuchaba los gritos


desgarradores de esos tipos, era mi oportunidad, decidí correr velozmente hacia
él, enfoqué y le fotografié el rostro, pero la luz del flash lo molestó. Hizo un rugido
como el de un león.

— ¡Corre! – le grité a mi compañera.

Esa cosa empezó a seguirnos por toda la playa, no quería mirar hacia atrás, sabía
que ahí venía, Lucía lloraba mientras avanzaba, pero era demasiado lenta, lo peor
fue cuando cayó a la arena.

— ¡Nahuel! – exclamó sin poder levantarse.

Me detuve para recogerla, pero esa cosa la tomó y masticó su pierna derecha.

— ¡Nahueeeeeel!

Yo me quedé estático, mientras veía como la amputaba con sus dientes filosos,
pero ella seguía viva. Escuchaba sus gritos, vi cómo le desgarraba la cadera.

— ¡Ahhhhhhh, Naaahueeeeell, ayúdame!

No había nada que hacer contra ese demonio, observé la escena completa, y entendí
que mi deseo en la ahorca se había cumplido, “que se mueran todos ustedes”, y así fue.
Saqué mi cámara fotográfica y registré aquel demonio tragándose a mi compañera,
con la mitad de su cuerpo, a punto de ser devorada por completa.

126
La rata

Cuando terminó, esperé a que viniese por mí, era la hora de mi muerte, tenía que
suicidarme… pero inesperadamente, el Leviatán no hizo nada… solo se fue al mar.
Se hundía lentamente. No quedaron rastros de ninguno de ellos, la sangre fue
consumida por el mar, mientras que sus carnes y huesos habían sido tragados por
el demonio.

La noticia de la desaparición de todos esos tipos y de Lucía fue portada de “La


Población”, el titular decía:

“Por una noche de locura el mar se los llevó”

Tuve que inventar algo como eso, después de todo, nadie me creería lo del
Leviatán, no entregué mis fotos.

La ola de suicidios se acabó, y se dio como respuesta a que la drogadicción y la


cesantía eran la causa de estos hechos, tal como me lo pidió el editor.

A los días, revelé todos los negativos y fui con todos esos registros a la casa de mi
abuela, estaba mi pieza intacta, me senté y me puse a pensar en Isidora, que gracias
a ella ese demonio no me llevó, creo que fue bueno haberla embriagado para luego
llevarla a la ahorca… su deseo de que nada ni nadie se interpusiera en mi camino
se cumplió. Saqué todas mis fotos, y las puse sobre el colchón, se veía hermosa
mi colección: La cabeza de la sindicalista, la cara deformada de aquella rubia, los
cuerpos calcinados del pescador y su familia, los tipos de la secta despedazados,
Lucía devorada por el Leviatán… pero aún me faltaba algo para que todo fuera
perfecto… la foto de “La Rata”.

Tomé la silla y fui en busca de una escalera, subí, abrí el tragaluz, y soportando
el intenso olor a mierda, saqué mi cámara fotográfica, enfoqué hacia adentro y
apreté el flash.

— ¿Tienes hambre, queridísima abuela? – le pregunté.

127
EL QUILTRO

— ¡Rufián! ¡Ven para acá! ¡Atácalo! ¡Ataca!

Pero el quiltro jamás entendió las órdenes.

— ¡Este perro no sirve para nada! ¡Parece que voy a tener que hacer sola la tarea!
— ¡Por favor! ¡No me haga nah! ¡Si yo no tengo nada que ver!
— ¡¿A no?! ¡¿Y todas esas fotitos que te pillaron escondidas en tu casa?! ¿Quién
más andaba contigo?
— ¡Le juro que no eran mías!
— ¿Creí que es primera vez que escucho eso? Di la verdad… Mira, si soltái
toda la pepa te dejaré irte a tu casa.
— Señora… en serio que no – juraba el joven mientras le tiritaba el mentón.
— Pucha, el cabro para leso. Te estoy dando una gran oportunidad para que
te confieses, dime quien más andaba contigo, y “calabaza”.

Ingrid nuevamente miró al quiltro y le habló.

— No has aprendido nada de lo que te he enseñado, si te digo ataca, tu


atacas… yo le aposté a los otros hueones que si te entrenaba ibái a servir
para la pega.Te prometo que si seguí así de tonto te voy a tirar pah la calle.

El quiltro estaba sentenciado, era la última oportunidad que le daban para que no

129
El Borrador II

lo botaran, pero este no entendía absolutamente nada.

— ¡Rufián, ahora! ¡Ataca! ¡Cómetelo!

Y el perro no hacía más que mover la cola, y mostrar su larga lengua.

— ¡Cómetelo, por la cresta!

Para peor, se puso de espalda, mostrándole la guata y encogiendo sus patas.

— ¡Me cansaste!

Ingrid lo agarró de la piel y se lo llevó hasta una habitación.

— Te presento a estos dos nuevos pastores, aun no les tengo nombres, son
entrenados, habilosos, no como voh. Ojalá aprendas algo de estos dos.

Uno de ellos les mostro sus filosos dientes y arrugó la nariz, el otro hizo
exactamente lo mismo.

— Ahora vai a aprender cómo se hace ¡Ataquen!

Ambos pastores se lanzaron en su contra. Este apenas se pudo defender. Se


escuchaba a lo lejos los quejidos. Mientras uno le mordía una pata, el otro se
fue directo a su cuello, este último casi acabó con él, pero aquella tipa decidió
terminar con la masacre.

— ¡Se acabó, suéltenlo!

El quiltro apenas se pudo levantar. Cuando intentó apoyarse, sintió el dolor,


caminó como pudo hacia un rincón y se echó.

— Como te dejaron Rufián ¿Viste? Eso te pasa por desobediente – le dijo


su dueña.

____________________________________________________________________

— ¡El Chocolate llegó a la casa! Cuanto te extrañé, no te vayas otra vez – le dijo
una niñita mientras lo abrazaba.

El perro no hacía más que pasar su nariz y sentir su olor a flores.


____________________________________________________________________

130
El quiltro

Pero de sus sueños salió rápidamente al verse en esa oscura casa, acompañado de
un par de pastores alemanes y una mujer que solo lo castigaba.

— Les traje algo… pero solo a estos dos… tú no te mereces nada, perro cobarde.

El quiltro tenía tanta hambre que intentó acercarse al plato, pero los pastores
nuevamente se mostraron ganosos de masacrarlo. Rufián decidió retroceder y
volver herido a su rincón.

No entendía porque lo mal trataba, intentaba ser juguetón, de entregar cariño,


pero su ama solo quería que peleara.

— ¿Quién cresta será a esta hora? — se preguntó Ingrid.


— Oficial. Somos nosotros.

Se trataba de tres carabineros.

— ¿Me trajeron a alguien?


— Sí, otra de estas cabras chicas revolucionarias.
— ¡Métela adentro poh! ¿O esperái que te la vean afuera?

El cabo miró hacia la calle e hizo un gesto con su mano. Los otros abrieron la
camioneta y metieron de un paraguazo a la joven, tal como lo ordenó la oficial.

— ¿Esta es la pendeja? – preguntó Ingrid.


— Sí, esta es.
— Oye ¿Y ustedes cuando me van a traer una de las grandes? Estoy aburrida de
tanta niñita agrandada. Parece que voy a tener que hablar con un mayor. La
pega de ustedes no me gusta nadita.
— Tranquila, si ya vamos a llegar con una de esas que usted dice, la tenemos
cachada hace rato. Oiga, y le aprovecho de avisar que mañana tiene visita, de
un alto mando.
— Me da lo mismo quien venga, en este lugar mando yo ¿Y que se quedan mirando?
¡Déjenla adentro, le voy a pegar una revisada con mis perros! – interrumpió.
— ¿Con el quiltro?
— No, ese no. No sirve para esto.
— ¿Y cómo? Usted apostó que iba a ser un asesino. No se la pudo, parece.
— ¡Ya, muevan la raja y váyanse de aquí!

Apenas los tipos se marcharon la oficial llamó a sus mascotas.

— ¡Vamos adentro!

131
El Borrador II

El quiltro se quedó acostado, mientras veía como los dos pastores dejaban de
comer para cumplir con la orden.

— Tú también, Rufián. Estos te van a enseñar cómo se hace la pega.

El quiltro los siguió cojeando. Ingresaron a un cuarto y ahí estaba aquella


muchacha, amarrada de pies y manos.

— No me haga nada con esos perros. Por favor, señora. No haga que me muerdan.
— ¿Morderte?
— Si, por favor, tenga piedad, yo no he hecho nada.
— “No he hecho nada” Ese ya parece cuento viejo. No sé cuántas veces se les ha
advertido que no anden jugando con fuego ¿Viste? Te apuesto que te calentaste
por ahí con uno de los comunachos y terminaste haciendo tonteras. Si les dicen
y no entienden. Aquí las consecuencias, cabrita.

Mientras aquella mujer le hablaba a esa niña, los pastores comenzaron a olfatearla.

— No me quiero morir, por favor – siguió suplicando.


— Mira. Rufián… aprende.

El quiltro, sin entender nada, observaba la situación.

— ¡No, que no me muerdan! – exclamó la joven.


— No, no te van a morder nah, te van a hacer otra cosa.

La oficial tomó sus pantalones y se los quitó, lo más obvio era una mordida en uno de
sus muslos desnudos, pero no era el plan de Ingrid, pues la dejó también sin ropa íntima.

— ¡¿Que está haciendo?!


— ¡Veamos si los perros te lo hacen mejor que esos marxistas!

El grito se escuchó tan fuerte, que el quiltro sintió la desesperación en sus entrañas,
este empezó a aullar, sin entender porqué.

En la madrugada, Rufián no podía dormir. Sentía el llanto de aquella niña. Así, fue
como decidió acercarse a ella.

— ¡No me hagas nada! ¡No!

Rufián la olfateaba, y ella creyó que sería igual que el día anterior, con aquellos
pastores alemanes.

132
El quiltro

— ¡Quiero a mi papá! – suplicaba con llanto desconsolado.

El perro seguía pasando su hocico cerca de su espalda, y esta le decía que se detuviera.

Rufián dio varios pasos hacia atrás, levantó sus orejas y no pudo creerlo. Volvió a
acercarse a ella… era el olor a flores de aquella niña, la misma de su pasado.

— ¡No, no quiero más por favor!

El quiltro comenzó a pasar la lengua por su rostro, varias veces. Pero la joven
seguía horrorizada.

— ¡Déjame!

El perro entendió el mensaje, así como hace mucho no lo hacía. Se puso a su


lado y se acostó, quieto.

Ella lloró por largas horas, se cansó y se durmió. Al despertar, observó al perro que
seguía allí, con el mismo rostro de inocencia.

Se sintió la puerta, alguien había entrado, sorpresivamente.

— Te traje algo para que comái, en un rato más tienes visitas.


— Déjeme salir, señora. Le juro que no le diré a nadie...
— ¡Ya, cállate! Para que te quedes tranquila, los pastores no van a incursionar ahí
debajo de nuevo… salvo que no quieras hablar cuando se te pida.

Aquella tipa le daba de cucharadas la sopa de nutrina con papas cocidas. Eran
tan grandes las soperas que la joven se atoraba, por lo que finalmente terminaba
vomitando todo lo que tragaba. La mujer dejó el plato a sus pies y se marchó de la
habitación, sin antes decirle unas palabras:

— Mañana, si no hablái, mis perros te arrancarán las tetas a mordiscones ¿Tamos?

Mientras la muchacha dormía, Rufián se acercó al plato de comida pasando su


hocico por todo el sobresante y el esparramo de sopa que había quedado en el
piso. Jamás se quitó de su lado. Cuando la vio despertar, el quiltro le dio un par de
lengüetazos en el rostro.

Un poco más calmada, y con la mente fría, entendió que ese perro no tenía
intenciones de hacerle daño.

133
El Borrador II

— Hola perrito. Pareciera que no te criaste con esa mujer.

Rufián se puso contento de escucharla y movió su cola.

— Que eres fundido ¿Querí jugar? Si no te dai cuenta, estoy en una situación
complicada, estoy atada de pies y manos.

Rufián vio que la puerta estaba un tanto abierta, así que salió corriendo a buscar
una pelota de tenis que había en el living. Pero lamentablemente para él, se
encontró con que uno de los pastores alemanes tenía aquel objeto. El quiltro sintió
aquella energía extraña en ellos. Aún así, poco a poco comenzó a acercarse, y los
perros de raza hicieron ruido de su enfado.

— ¡¿Como que no sabí, conchetumare, ah?!

Escucharon el grito de Ingrid discutiendo por teléfono, ambos pastores miraron


hacia atrás, el quiltro de manera muy inteligente y veloz se aproximó hacia la
pelota, la mordió y giró para escapar. Los perros al darse cuenta de que Rufián
había escapado con el objeto, fueron detrás de él.

— ¡¿Que andan corriendo, mierda?! ¡Se quedan donde les dije!

La dueña jamás se dio cuenta que Rufián había estado allí, y ambos pastores no les
quedó otra que acatar la orden.

En la habitación, Rufián dejó la pelota al lado de la muchacha. Pero esta insistió


en su situación.

— No puedo jugar poh.

Rufián la dejó cerca de sus manos amarradas, y ella reaccionó.

— Pucha, perrito, trata de colocarme la pelota acá abajo. Con las manos no puedo.

La muchacha le indicó moviéndoles los dedos de uno de sus pies descalzos. Rufián,
de manera muy inteligente, se la dejó como ella le indicó, y esta como pudo, logró
mover la pelota con un pequeño movimiento.

Él corrió detrás de esta, sentía la energía en su estómago, era feliz como hace
mucho. Ese pequeño metro cuadrado lo hacía sentir como aquel gigantesco patio
de su antigua dueña.

134
El quiltro

— ¡Otra vez! – pensó el quiltro.


— Muy bien, toma ¡Aquí va!

Esto lo repitieron unas quince veces, ella no cesó, pues era lo único con lo que
podía interactuar durante esos terribles días. El perro se transformó en su amigo,
su inocente compañía.

Rufián sentía su olor a rosas, cuando dormía cerca, sus sueños eran cada vez más
reales, ella se parecía mucho a esa niña que tanto amó y que por alguna razón que
ya no recordaba, pues ya no estaba con él.

— ¡Buenos días los pescadores!

Era la oficial que había llegado en la mañana, pero no venía sola, eran los mismos
tres tipos del día anterior y con ellos, un señor de barba abultada.

— ¿Así que usted es la famosilla? – le dijo aquel hombre a la joven secuestrada.


— ¿Qué me van a hacer ahora?
— Nada. Venimos a saber quiénes son los que andan contigo en toda esta lesera.
— Si ya le dije a esta señora que no tengo nada que ver.
— Pucha la cuestión. Qué le gustan a estos cabros que uno les pegue… sinceramente a
mí no me gusta, todo sería tan fácil si abrieran la boca y listo, pero siempre obligan a
tomar métodos, créame que a uno le duele más ¿Cuántos años tiene usted?
— Veintitrés – contestó.
— ¡Veintitrés! La edad de mi hija. Mire poh ¿Cómo a uno le va a gustar? Ya, hable
no más, si yo no le voy a hacer nada. Empecemos de cero, así como si no supiera
nada de usted. Me se su edad, así que eso no se lo voy a volver a preguntar ¿Cuál
es su nombre?
— Antonia
— ¿Antonia, así no más? ¿Nació huacha, acaso? ¿Y los apellidos? ¿Cuál es su
segundo nombre?
— Antonia Paz Andrade Villalón.
— Ahí si pues ¿De dónde es?
— De Peñaflor.
— De Peñaflor… Ya… ¿Trabaja? ¿Estudia?
— Estudio Derecho.
— Derecho ¡Derecho pah la casa!

Casi todos rieron juntos en esa habitación de aquella broma sin gracia.

— ¡Que la hace larga! – interrumpió Ingrid.


— ¿Perdón? ¿Y usted que se cree? – preguntó seco el hombre de barba.

135
El Borrador II

— Yo soy oficial de carabineros por si se le olvida – le respondió la mujer.


— Le voy a decir al tiro algo a usted, y métaselo en la cabecita. Mucha razón tiene
en recordarme que es oficial de carabineros, la felicito… pero antes que todo esa
hueaita usted es mujer. Y una mujer a mí no me da órdenes, dedíquese a darle
comida a los perros que pah eso está.
— Póngase los pantalones entonces y sáquele información luego, pareciera que mis
dos pastores son más eficaces que usted.

Ante esas palabras, los tres carabineros que estaban en aquel lugar miraron al tipo,
esperando alguna respuesta, tal parecía que si no contestaba, su respeto se iba al carajo.

— ¿Sabe que va a pasar después de todo? Algún día todo esto se va acabar, aunque
yo no lo quiera, la historia lo dice, todo es cíclico, seguramente todo el trabajo
que hemos hecho por este país será aplastado por todo estos tipos que atrapamos
día a día, y posteriormente, llegarán otros y se comerán a estos… y así,
sucesivamente. Pero hay algo que va a quedar ¿Saben que muchachos? Nombres,
eso va a quedar, nombres, quizás alguna calle con el nombre de nuestro
general Pinochet, libros con el general Contreras, del brigadier Krasnoff, o el
comandante Corbalán… y junto a todos ellos ¿Saben quién?
— Usted – respondió uno de sus acompañantes.
— Exactamente, tú lo has dicho: Yo ¿Y usted oficial? ¿Usted cree que se encontrará en
los registros? Podría ser… pero como la mujer que se dedicaba a limpiar los mojones
a los perritos. No sea lesa, Olderock. No sea ingenua, no piense siquiera que va a
aparecer en el pasaje de alguna población picante. Ni para eso le va a alcanzar.
Usted no es nadie, cuando se termine todo esto usted va a quedar en el olvido.
— ¡No es así! ¡El máximo general de carabineros me dejó como oficial por órdenes
directas del presidente!
— Bueno, así como seguramente en un futuro bastante próximo, nuestro presidente
la enviará a darle pasto a sus caballos en Santo Domingo.
— ¡No es así!
— ¡Cállese, mierda! ¿Y sabe qué más? Se acabó la entrevista a la señorita, vengo
otro día. Y pobre de usted que le haga algo sin mis órdenes ¿Me escuchó?

Ingrid agachó la cabeza, tragándose la rabia, muda.

— ¡Ah! Y se me olvidaba algo. Póngale calzones y pantalones a esta cabra, me


cuesta concentrarme teniéndola en pelota en el suelo.

Todos se marcharon. La oficial se quedó mirando a la joven que tenía secuestrada:

— Tuviste suerte, fue solo un día más. Mañana seguramente van a estar tirando
tus restos en Cartagena.

136
El quiltro

Esa noche, la joven de nombre Antonia le conversó a Rufián, como si fuese un


amigo que se encontraba en un pub junto a ella.

— Si supieran todo lo que he hecho, ya estaría cortada en trozos ¿Te confieso algo?
Participé de varios atentados, es cierto, y aunque parezca irónico, lo hice por
amor, tiene razón esa mujer. Y estoy tan enamorada y soy tan fiel a todo esto
que soy capaz de aguantar que me violen mil perros más. No voy hablar… tengo
miedo, pero no voy hablar, ni una sola palabra. Él único que sabrá todo esto en
esta habitación serás tú, amigo.

El perro escuchaba con atención todo lo que ella le decía, sintiendo la vibración de
su pena. El quiltro reaccionó ante eso con un gemido.

— ¿Estás triste por mí? Siento que te entiendo, Rufián. Tan feo el nombre que te
pusieron, te apuesto que te llamas de otra forma.

El perro solo quería que le gritase “Chocolate”, pues escuchaba la voz de


aquella dulce niña.

— Pobrecito, tú también eres víctima de esa loca de mierda. Te prometo que si


salgo de esta, te vas conmigo. Pero hay que escapar, no le veo otra forma, nadie
va a venir por mí.

____________________________________________________________________

— ¡Chocolate! ¡Siéntate!

Pero el quiltro solo la observaba.

— Así, mírame.

Ella se inclinaba para que este la imitase.

— ¡Pucha, Chocolate! ¡Si es fácil!

Aquella chiquilla gastaba todo el tiempo en enseñarle a su perro distintos trucos.


Podían pasar horas y horas, eran inseparables.

____________________________________________________________________

— ¡Rufián! ¡Levántate, perro de mierda! – le ordenó la oficial.


— No le grites así al perro – interrumpió Antonia, la joven secuestrada.

137
El Borrador II

— ¿Me hablaste? ¡Bah! Yo pensé que los pastores te habían comido la lengua.
— Tengo sed.

La oficial Olderock escuchó el llamado. Tomó un vaso y lo llenó de agua, se dirigió


hacia la muchacha y lo rebalsó en su cara.

— He estado pensando que no tiene sentido alimentarte ¿Para qué perder tiempo
en cocinarle a alguien que se va a morir? Comida mal gastada. Lo mismo con
el agua, está muy re escasa, hay que cuidarla.
— ¡Muérete, vieja culiá!
— ¡¿Que dijiste?!
— ¡Muérete, vieja re culiá!
— ¿Querí huevearme? Parece que alguien quiere que llame a mis cachorros.
— ¡No me dan miedo tus perros asquerosos! ¡Llámalos! ¡Me da igual, vieja
conchetumadre!
— ¿Te da lo mismo? ¡¿Te da lo mismo, mierda?! Ya poh. Veamos si ahora te va a
dar lo mismo ¿No dijiste que tení sed? ¿Te gusta el pichi de perro?

Antonia tragó saliva, creía a Olderock capaz de hacerlo.

— Jajajaja. Es broma. Ustedes los marxista siempre tan serios. No tienen sentido
del humor, parece. En realidad te tengo otra sorpresa. Como ya no volverás
con tu ex, el comunista culiao, te traigo un pololo nuevo, pah que veas que soy
considerada.
— ¿Qué me vai a hacer ahora?
— ¡Teniente, lo dejo, es toda suya!

Entró un hombre a la habitación. Se trataba de Miguel Martínez, teniente, y uno


de los principales asesinos de la CNI, conocido entre las víctimas por abusar de
ellas sexualmente.

— Oiga, oficial, tiene que salir de la pieza eso sí, no me gusta hacerlo mientras
me están mirando.
— ¡No… no me haga esto caballero! – rogó Antonia
— Los dejo. Nada de estar enamorándose si poh – exclamó la oficial cerrando la
puerta la oficial.

El hombre puso un disco de Creedence, y mientras sonaba Have You Ever Seen
the Rain, este le hablaba, desatándole la soga de las rodillas.

— Usted es bien bonita… tiene buenas piernas, es jovencita, está tiernecita.


— ¡Señor! ¡No me haga nada, se lo pido! ¡Eso no! ¡Hágame lo que quiera! ¡Máteme

138
El quiltro

si quiere! ¡Pero no me viole!


— ¡Ya, cállate! ¡Estái hablando mucho y me desconcentrái!
— ¡Por favor, caballero!
— ¡Cállate te dije!

El tipo le dio un golpe seco en el rostro, tan fuerte que le rompió la nariz. De
pronto, Rufián sintió algo que no le pasaba hace muchos años. El teniente
la desnudó, dejó su genital en el aire, y se recostó encima de ella. Antonia no
dejaba de gritar mientras este le tocaba sus senos. Intentaba penetrarla pero le era
imposible a los movimientos de Antonia que intentaba zafarse.

— ¡Ayuda!
— ¡Grrrrrrr!

El quiltro mostró sus dientes y arrugó su nariz, así como los pastores alemanes. No
soportó otro grito más de la joven y se abalanzó sobre Martínez… directo al cuello.

— ¡Perro de mierda! ¡Suéltame!

Pero no cesó, tenía sus colmillos apretados en la carne. El tipo intentó levantarse y
con sus manos apretaba el hocico de Rufián, pero el quiltro no lo soltó.

— ¡Ingrid! ¡Tú perro! ¡Tú peeeerrooo! – gritó el sujeto.

La oficial sintió el llamado, pero jamás pensó que provenía de la habitación, es


mas, creyó que gente del Frente estaba atacando la casa. Salió a mirar y volvió a
escuchar el auxilio desgarrador, en ese intante supo que la voz venía de la pieza de
Antonia. Tomó la pistola y corrió hasta allí. Pero la sorpresa fue mayúscula… Ya
era demasiado tarde. Encontró a su compañero desangrado en el suelo.

— ¡Qué hiciste, conchetumadre!

Olderock confundida, apuntó a la joven, pero no tenía sentido, estaba amarrada de las
manos. Miró al quiltro que se encontraba echado, notó que tenía su pelaje mojado.

— ¿Fue Rufián?
—…
— ¡Contesta, mierda! ¿Fue el perro?
—…
— ¡Contesta, culiá!

Ingrid apuntó con la pistola a Rufián.

139
El Borrador II

— ¡Perro de mierda! ¡Qué hiciste!


— ¡No le haga nah! ¡Por favor, pare, déjelo!
— ¡La vas a pagar!
— ¡No lo mate!

La tipa bajó el arma.

— Prometí que te domaría, así que no gano nada disparándote… pero esta no te
la puedo dejar pasar.

Ingrid llamó a sus perros.

— ¡Atáquenlo!
— ¡Noooo! – gritó Antonia.

Nuevamente sufrió una paliza de ambos. La muchacha suplicaba piedad por


Rufián. Era solo cosa de segundos que lo mataran. El quiltro sufría y sentía
como su vida se iba.

____________________________________________________________________

— ¡Nunca aprendes, mierda! ¡¿Cuántas veces te he dicho que no te juntes con esos
cabros?!
— ¡Es que son mis amigos! – contestó la pequeña.

La niña sufrió un castigo de aquellos por parte de su padre. La muchacha supo que
se sentía nueve correazos de cuero en sus muslos y en las nalgas. A las horas, la
pequeña apenas podía sentarse en su cama, Chocolate escuchó desde el patio a su
ama llorar. Subió a su cuarto y le lamió las piernas.

— ¡Ay no! ¡Me duele!

La lengua áspera de su perro la sentía como un filo en las heridas.

— ¡Chocolate, dije que no! ¡Siéntate!

El perro puso su trasero en el suelo, al lado de la cama, con la lengua afuera. La niña
pese al dolor, sonrío. Al fin su cachorro aprendió después de tantos días de ensayo.

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140
El quiltro

— ¡Es suficiente! ¡Déjenlo! — ordenó Ingrid.

Ambos pastores acataron y soltaron al quiltro. Este no se veía nada bien.

— ¡¿Rufián?! ¡Rufían levántate! – exclamó Antonia, desesperada, atada de manos.

La oficial se encontraba muy molesta.

— ¡Ahora como mierda explico esto! Tengo a Martínez muerto en la pieza ¡Oye!
¡Te estoy hablando conchetumadre!
— ¿Qué quiere?

Olderock se agachó y puso su rostro frente a frente a la de Antonia.

— Escúchame bien. Si preguntan qué pasó, vas a decir que se metió gente del
Frente a la casa y nos atacaron ¡¿Estamos?!
— No le creerán.
— ¡¿Y quién mierda te pidió tu opinión?! ¡Vas a decir eso y punto!
— ¿Y cómo se supone que se metieron?
— No sé… Pero vas decir eso ¡Si confiesas que fue este perro de mierda, los matos
a los dos! ¡¿Me escuchaste?!

La joven movió su cabeza aceptando el trato, después de todo esto favorecía a Rufián.

Ingrid por su parte, se encontraba sentada al frente de la puerta de entrada, se


veía nerviosa. Sabía que explicar lo sucedido no sería nada de fácil. En la noche, se
escuchó que un auto se estacionaba afuera de la casa, ella se asomó por la ventana
y comprendió que había llegado el momento de enfrentar la situación.

— ¡Oficial, abra la puerta! ¡Somos nosotros!

La tipa se negaba a abrir.

— ¡¡Oficial!!

Respiró profundo y los atendió.

— ¡Ayuda! – exclamó Olderock.


— ¿Qué pasa?
— ¡Se metió un tipo del Frente y atacó a Martínez!
— ¡¿Qué?! ¡¿Y cómo mierda pasó eso?!
— Entró escondido a la casa.

141
El Borrador II

— ¡¿Y usted no hizo nada?!


— ¡No alcancé, escapó!
— ¡¿Y dónde está Martínez?!
— Muerto… en la habitación de al fondo.

Fueron rápido a mirar lo sucedido, y se encontraron con el hombre tirado, con un


charco de sangre que provenía desde su cuello.

— Esto es muy raro… no puede ser.


— ¡¿Raro?! ¡Esto es culpa de ustedes que nunca me han tenido un guardia! ¿¡Que
querí!? ¡Le he dicho mil veces que yo no puedo estar en todos lados!
— Hay que hablar con el comandante.
— ¡Y aprovecha de decirle que necesito gente que me ayude con esto! Cualquier día
se van a dejar caer esos marxistas de nuevo por acá.

La muerte de Martínez fue noticia nacional.

“Teniente fue asesinado por un grupo de terroristas perteneciente al Frente


Manuel Rodríguez…”

Pasaron varios días y las aguas se calmaron, Ingrid notó que nadie la apuntaría con
el dedo por la muerte de uno de los suyos.

— Rufián, te ves mejor, ya no te ves cojo – le dijo Antonia.

El perro tomó la pelota de tenis para jugar con ella.

— No quiero, estoy cansada Rufián. Estoy cansada de todo esto.

La joven se veía cada vez peor, lo poco que le daban de comer y de beber la tenía
en un estado físico de extrema delgadez, ella cumplía un mes en esa habitación.

— Te tengo nueva compañía – exclamó Ingrid.

Se trataban de quince detenidos. Jamás habían tenido tanta gente en la Venda Sexy,
nombre de la casa que pusieron los mismos agentes de la DINA, esto a causa de las
vendas puestas en los ojos (Venda) y torturados con vejámenes de tipo sexuales (Sexy).
Los nuevos secuestrados eran hombres y mujeres de distintas edades, el mayor se
veía de unos sesenta, mientras el menor era de unos diecisiete.

— ¡Tírense al suelo, mierda!

142
El quiltro

Se encontraba en la casa el tipo de barba que interrogó durante los primeros días a
Antonia. Este tenía tanto poder que podía hacer lo que quisiese, incluso con Ingrid
Olderock. Era respetado por todos el grupo de la DINA. El tipo era tan bueno en
su trabajo que podía hacer hablar a hasta un mudo.

— ¿Qué hacemos con estos? ¡Son muchos! ¡Yo no voy a estar haciendo comida pah
tanto hueón! – exclamó molesta la oficial.
— ¡Cocina chancha culiá no más, y déjate de huevearme, mira que no ando de
humor! – le contestó el barbón.
— ¡Yo soy la que mando acá!
— ¡Cállate, guatona de mierda! ¡Agradece que no te mando a matar, mira que yo
no te compro nada lo de Martínez!
— ¡Yo no voy a cocinar pah tantos te dije!
— ¿Ven cabros? La señora no tiene tanta buena mano para tanto hueón. Habrá que
achicar la cantidad de gente, parece.

El tipo apuntó con su pistola al niño de diecisiete.

— ¡No, no me mate caballero!

Se escuchó el balazo que penetró en la cien del muchacho.

— Ahora hay catorce ¿Te alcanza la olla con eso? ¿No? ¿Sabi que más? Dejémoslo
en trece.

Todos gritaron suplicando que no los asesinaran.

— ¡Oye, tú! ¡Párate!


— ¡Señor, no, a mí no!
— No, si no te voy a matar. Toma la pistola.
— ¿Pah que?
— ¿Cómo pah qué? Con esa misma usted apunta al que quiera y dispara.
— No, no quiero.
— ¿No? ¿No querí? Cagaste entonces.

El oficial le reventó el pecho de una sola bala.

— ¡¿Entendieron como es el juego?! Ustedes eligen a uno y disparan, si no lo hacen,


yo mismo los hago cagar.

Nadie dijo una sola palabra, el terror los tenía invadidos.

143
El Borrador II

— ¡Usted, levántese!
— ¡¿Yo?!
— No ahuenao, al muerto que tení al lao ¡Obvio que voh poh, mierda! ¡Levántate!

Aquel tipo de unos treinta años le temblaban las manos.

— Ya, ahora elige uno, al que querái.


— No puedo.
— ¿Voh te querí morir entonces?
— No.
— Ya, entonces elige conchetumare que no tengo todo el día.

Al hombre le caían las lágrimas, no sabía a quién elegir, todos tenían sus ojos cerrados.

— Mátame a mí – interrumpió Antonia.

Todos observaron a aquella valiente muchacha. Estaba cansada, hace mucho que
ya no quería vivir más.

— Mira quien habló. La princesa del lugar ¿Así que te querí morir? – le dijo el
barbón.
— Máteme caballero, no lo piense.

Pero aquel líder tenía otros planes para ella.

— No, no. Usted es la única que no puede morirse aquí. Nosotros tenemos una
conversación pendiente. Después todo lo que quiera. Pah que sepan todos, ella
no entra en el juego ¡Ya, mata a uno! ¡Te doy cinco segundos si no te vai pal
patio de los callaos! Uno, dos...

Apuntó al más anciano, al de los setenta años.

— Lo siento, caballero.

Jaló el gatillo, y el viejito gritó.

— ¡Mira ahuenao, le disparaste en el hombro!

El barbón le quitó el arma.

— ¡No me mate, señor!


— ¡Por no saber jugar!

144
El quiltro

Así fue como le voló el ojo derecho.

— ¡Voh también viejo culiao, no me serví herido!

Cuatro muertos en cinco minutos en la habitación.

— ¡Ya saben los culiaos! ¡Vamos a ir jugando todos los días! ¡Así que empiecen a
preparar toda información, los quiero como loritos hablando!

____________________________________________________________________

— ¡Chocolate! ¡Quiero que nos vayamos juntos de casa! ¡No soporto a mis papás, no
quiero vivir más aquí! ¡Sígueme!

La pequeña tomó un par de prendas y las echó en su mochilita. Salió escondida de casa.
Salieron por la puerta y escaparon lo más lejos que pudieron. Esa noche llovía mucho.

— Chocolate, nos estamos mojando demasiado, pero no quiero volver. Mis papás
están locos. Solo pelean y me golpean. Tú eres al único que quiero.

Su padre descubrió que su hija había escapado. Salió rápido en su búsqueda, enfurecido.

____________________________________________________________________

La casa se volvió un verdadero matadero, a medida que pasaban los días, habían
más muertos en la habitación, solo sacaban aquellos cuerpos que se les sentía la
putrefacción. Ingrid se encargaba de torturarlos con sus perros, mientras los demás
se encargaban de usar electricidad. Jugaban con los testículos de los hombres y con
los senos de las mujeres. Hacían que se golpearan entre ellos, se dispararan… e
incluso se violaran. Antonia y el quiltro eran testigos diarios de todos los crímenes
que ocurrían en esas cuatro paredes.

— No quería estar sola en este lugar, pero creo que era lo mejor. Ahora me
acompañan más personas y no sé cuál de todos ellos sigue con vida. Me gustaría
ser parte de esos cuerpos. No soporto un día más en esta mierda – le dijo al perro.

Antonia ya no era la misma muchacha que había llegado en un principio a la Venda


Sexy, pero para Rufián seguía siendo su ama, su aroma a flores no desaparecía… jamás.

— ¡Llévense todos los cuerpos!

Dejaron la habitación casi vacía y todo quedó como antes, solo aquella joven y el

145
El Borrador II

quiltro. Habían arrasado con todas las personas.

— ¡Ya hueona, hoy te toca hablar a voh! – le dijo Ingrid a Antonia.


— ¡No voy a hablar!

El “barbón” interrumpió el inicio de aquella discusión.

— A ver, cálmense las dos. Usted señorita va a conversar conmigo y tu Ingrid te


vas a quedar callada.
— ¿Y qué quiere que diga? ¿Qué soy parte del Frente? – respondió Antonia.
— Eso ya lo sabemos poh, me interesa otra cosa: Quiero saber dónde están, donde
se juntan, donde hacen sus reuniones de mierda.
— ¡No!
— Mira cabrita, eres muy linda, de hecho es una de las razones porque no dejo que
te hagan algo, pero si sigues así, prometo que te haré sufrir como la puta madre.
Le digo a esta otra que te traiga a sus perros y yo no me voy a meter.
— Incluso podríamos traer a tu hermanita chica, a mis pastores les fascina la
carne tierna – interrumpió Ingrid.
— Está bien… voy a hablar – contestó la muchacha ante aquella amenaza.
— Muy bien, escucho – respondió el tipo.

Antonia, con sus labios, apuntó en dirección a Ingrid.

— ¿Qué pasa con ella?


— Pregúntele.
— ¿Qué pregunte qué?

La oficial intuyó de que se trataba, abrió los ojos, asustada.

— ¡Esta se volvió loca! ¡No la escuche!


— ¿Qué pasa? – insistió el tipo.
— Adivine.
— No estoy pah tu jueguito ¡¿Qué pasa?! – insistió el barbón.
— ¡No pasa nada! – exclamó Ingrid.
— Se trata del Frente… usted supo que se metieron a la casa ¿Verdad?
— Si, así es.
— ¡Cállate mierda! – gritó enfurecida Olderock.
— Eso es mentira, nunca entraron acá.
— ¡¿De qué mierda me habla esta hueona, Ingrid?!
— ¡Está inventando!
— ¡Fue su perro! — acusó.
— ¡¿Qué?! – exclamó el tipo.

146
El quiltro

— No sé cómo ustedes no investigaron un poquito, si hay un muerto que sean de


los suyos siempre el culpable es comunista. Me dan risa. La enemiga la tienen
entre ustedes, es esa que está ahí.
— ¡¿Voh tuviste que ver chancha culiá?!

La oficial se quedó en silencio, con rostro de culpa y miedo.

— ¿Cuál perro fue?

Antonia miró hacia el quiltro y dijo:

— ¡Uno de sus pastores! – mintió.


— ¡Eso no es verdad! – gritó la oficial.
— ¡Se abalanzó sobre él y le rompió el cuello! – confezó Antonia.
— ¡¿Dónde están esos perros culiaos?! – preguntó aquel hombre.
— ¡No le hagas nada, ellos no tienen nada que ver! – suplicó Ingrid.
— ¡Tráelos, conchetumadre! ¡Trae a esas mierdas!
— ¡No quiero… por favor, no le hagas nada!
— ¡¿Sabí que más?! ¡Voy a ir yo!

El tipo caminó a paso rápido hacia el living, lugar donde se encontraban los
pastores. La oficial lo tomaba de la camisa para detenerlo, pero este le dio un
golpe en el estómago.

— ¡Deja de seguirme, conchetumare!


— ¡No! ¡No fueron ellos!
— ¡¿Entonces quién?!
— …
— ¡¿Fue ese quiltro?!

Pero Ingrid se quedó en silencio.

— ¡Deja de huevearme, fueron una de esa cagas de pastores! ¡La otra cagá negra
no sabe morder un hueso!

Olderock se puso a llorar, no soportaba la idea. El tipo apunto a los perros y estos
sintieron la amenaza, ambos le mostraron sus dientes.

— ¿Viste como son de choros estas cagás? ¡Seguramente fue así como se tiraron en
contra de Martínez!
— ¡No le hagas nada!
— ¿Cuál te gusta más Ingrid?

147
El Borrador II

— ¡Para!

Uno de los pastores no aguantó su adrenalina y se lanzó sobre el hombre.

— ¡Nooo! – gritó Olderock.

Se escuchó el disparo en todo la casa. Rufián levantó sus orejas, mientras Antonia
atada esbozaba una sonrisa.

El otro perro olfateaba la herida de su hermano.

— ¡No, no le hagas más daño! — exclamó la oficial.

El pastor alemán no podía levantarse, pero aún seguía vivo. Pero el “barbón” no le
dio una segunda oportunidad. Fueron nueve disparos más sobre el canino.

— ¡Esto te pasa chancha culiá por mentirme! – le gritó a la mujer.

Ingrid estancó su llanto. Se quedó de rodillas, muda, largos minutos.

____________________________________________________________________

— ¡Te pille mierda!


— ¡No, papá por favor no!
— ¡¿Que te andái arrancando de la casa?!
— ¡No me pegue, yo lo quiero mucho!

El tipo se sacó el cinturón del pantalón y con este le golpeó en el rostro. Cayó al
suelo y aquel demonio la remató con su cinturón en el piso.

Chocolate no aguantó, y se encendió aquella llama en su corazón. Se lanzó contra


el tipo y le mordió la pierna.

— ¡Perro de mierda! ¡Suéltame!

La niña se quedó tirada, en silencio, testigo de cómo aquel quiltro la defendía con toda su alma.
____________________________________________________________________

— “Nos parece una vergüenza que el estado chileno no nos tenga respuestas ante el
secuestro de Antonia. Estamos seguros que el gobierno tiene información de su
paradero. Como parte del estado italiano exigimos de inmediato la liberación
de nuestra compatriota. Su total desaparición lo tomaremos como un insulto, y

148
El quiltro

una falta grave a la paz con la que hemos convivido ambos países durante toda
nuestra historia.
— Por su parte, el subsecretario del interior respondió duramente las palabras
de la embajada italiana, negando tajantemente cualquier participación de la
desaparición de la joven.
— Me parece fuera de lugar las palabras del embajador, nuestro gobierno jamás se haría
partícipe de un secuestro. Estamos seguros que forma parte de actos de terceros que
han actuado de manera particular. Para la tranquilidad de la embajada, estamos
haciendo grandes esfuerzos por averiguar el paradero de Antonia Andrade”

La noticia se hizo conocida a través de la radio y la televisión, y ya todo el


país estaba enterado.

— ¡Oficial! ¿Escuchó la noticia? La princesa es famosa. Parece que no le vamos a


poder hacer nah – dijo uno de los hombres.

Ingrid ya no estaba para juegos, estaba cansada de esa joven, la misma que ya tenía
secuestrada hace más de cuatro meses. La muerte de uno de sus pastores había
gatillado un odio en ella, solo quería acabar con su vida de la peor forma.

— No me interesa. Mientras no venga el mismísimo presidente a rescatarla, esa va


a seguir siendo nuestra – contestó Odelrock.

En tanto, en la habitación más grande de la Venda Sexy se encontraba la muchacha,


más delgada, con los pómulos chupados, ojos decaídos, y el pelo graso; la energía
de Antonia solo daba para lanzarle la pelota al quiltro, unas tres veces por día.

— No quiero jugar más Rufián. Pucha, estoy cansada mi perrito. Tírese al ladito mío.

El canino lograba captar las órdenes de Antonia y se acostó como siempre


haciéndole compañía.

— Me recuerdas a un perrito que tuve cuando niña… nunca supe donde se fue. Lo quise
tanto ¿Cuántos años tienes? Tengo la sensación de que te conociera de toda la vida.
Debes buscarte un mejor lugar, no esta mierda, Rufián ¿Te acuerdas que te dije qué
íbamos a salir juntos? Parece que cambié de idea, ya no saldré de acá, no se puede, es
imposible. Pero tú tienes la posibilidad de marcharte, cuando estos se deshagan de mí,
tú debes irte y buscar a alguien que te cuide, en una de esas tenías otro dueño, ve en
busca de esa persona, pero no con Ingrid… te va a hacer mucho daño.

____________________________________________________________________

149
El Borrador II

— Chocolate, debes irte, no puedes quedarte acá. Mi papá te anda buscando, si te


ve cerca de mi te va a hacer daño.
El quiltro sintió que la pequeña lo alejaba.

— Te quiero mucho mi perrito… pero debes irte.

Chocolate la olfateó para sentir nuevamente su olor a flores.

— ¡Ándate, Chocolate! ¡Ándate de aquí!

El padre de la pequeña sintió al perro y tomó un revolver.

— ¡Escucho a mi papá que viene por la escalera! ¡Ándate, Chocolate!

Pero el quiltro no hacía caso.

— ¡Ándate! ¡Cuando sea grande te buscaré y viviremos juntos, para siempre! ¡Pero
ahora no puedo!

El canino sintió la patada de la niña, el mensaje era claro, ya no lo necesitaban.

— ¡Vete Chocolate… vete!

Los pasos de su padre se escuchaban cada vez más cerca.

— ¡¿Estas con ese perro?! ¡¿Está ahí esa mierda?!


— ¡Chocolate! ¡Ya poh! ¡Porfa! – le suplicó llorando

Entonces la niña, con el alma partida en dos apenas pudo decirle las palabras mas tristes.

— Adiós, perrito mío.

____________________________________________________________________

— ¿Así que italiana? – le preguntó uno de los tipos.


— Mis abuelos, por parte de mamá — le respondió Antonia.
— Por eso tan rica… si las europeas son como de raza, nosotros los chilenos somos
más quiltros.
— ¿Quiltros?
— Si poh. Como ese perro que tienes al lado.
— Los quiltros son fieles, y sobre todo no traicionan a los suyos – contestó la joven,
mirándole a los ojos.

150
El quiltro

Ingrid ingresó a la habitación y tomó la palabra.

— ¿Qué hablái tanto con esta hueona? ¿No escuchaste la orden, acaso? ¡Tienen
estrictamente prohibido cruzar palabras con la santurrona!

El tipo sin decir nada se marchó de la pieza. La oficial quedó a solas con Antonia.

— Hoy es el día – le dijo Ingrid.


— ¿Estái contenta?
— Sí. Muy contenta.
— ¿Y serás tú quien me ejecute?
— No, pero seré feliz sabiendo que tu cuerpo lo van a tirar por ahí.
— Una vez que te toque ser feliz, pobre hueona. Yo me he cagado de la risa de ti
todo este tiempo, gracias por eso.
— Pendeja re culiá.
— ¿Sabes qué me he preguntado estos días? Si es que alguna vez te ha tocado un
hombre. Porque eres tan horrenda, que se me hace difícil pensar que alguien te
lo quiera meter. Acá todos te tratan como la chancha, como la cerda, les dai risa.
No calentái ni a un ciego.
— No necesito de ningún hombre.
— ¿Te gustan las mujeres, acaso?
— Deja hablar huevadas, mierda.
— Te apuesto a que eres virgen.
— Puta culiá.
— Pídele al pastorcito que te queda vivo, que te quite la virginidad, quizás un
perro no sienta tanto asco.

La tipa, molesta, se acercó a la muchacha para darle un puñetazo, pero uno de los
hombres interrumpió.

— Oficial, llegó nuestro superior… la necesita adentro.


— Vaya pues, le están dando una orden – se burló Antonia, mientras le sangraba
la boca por el golpe recibido.

El barbón esperaba a la oficial, este le tenía una noticia que no le agradaría en lo absoluto.

— Se cancela la ejecución – le informó.


— ¿Otra vez? ¿Entonces cuando, por la chucha?
— Nunca. Hay que soltarla, por órdenes superiores no la podemos tener más acá.
— ¡¿De qué mierda me están hablando?! ¡Se suponía que hoy nos deshacíamos de ella!
— Ya no, oficial. Haga caso. Parece que la embajada italiana interfirió demasiado.
Nuestro gobierno no quiere tener malas relaciones diplomáticas.

151
El Borrador II

— ¡¿No te dai cuenta que si la soltamos esta va hablar?!


— ¡¿Y qué?! ¡¿Le tení miedo a los del Frente?! No seas hueona. Nuestro trabajo va a
continuar. Estamos respaldados directamente desde arriba.
— ¡¿Y la casa?!
— Hay que abandonarla, hay que buscarse otra.
— ¡No! ¡Esta es mi casa!
— ¡¿Tú casa?! No seai patuda, este inmueble pertenece al estado de Chile.
— ¡No me haga esto, yo vivo aquí!
— ¡Te estoy dando una orden, mierda! ¡Ahora anda a vestir a esa otra! ¡Lávala! ¡La
quiero bien linda pah cuando se la lleven! ¡Y después de eso agarrái todas tus
weás y te mandái a cambiar!

Para la oficial, lo que estaba sucediendo significaba una derrota absoluta, odiaba
como nunca a Antonia, e incluso al mismo ejército. Se sentía traicionada.

____________________________________________________________________

Chocolate jamás se retiró del todo, siempre rondaba la casa, veía a su ama a lo
lejos, aquella niña lo observaba por la ventana, él esperaba aquel llamado de
regreso… pero ella no hacía nada. Así, pasaron días, meses, años y la fidelidad de
aquel quiltro no cesaba. Vio crecer a su dueña a lo lejos, observaba como sufría los
golpes de su padre, quería defenderla, pero entendía que ella no lo quería cerca.
Chocolate fue envejeciendo, pero su amor por aquel olor a flores era infinito.

____________________________________________________________________

— ¡Antonia Andrade! – gritó Ingrid, apenas entrando a la habitación.


— ¿Me matarán ahora?

Olderock no podía con su orgullo, tanto asi que no quiso decirle la verdad.

— Si, hoy te ejecutarán, me lo acaban de informar.


— ¿Viste Rufián? Me matarán hoy.
— ¿Qué le hablái tanto al perro? Como si te entendiera. Si este lo único que piensa
es en comer y jugar con esa pelota.

Ingrid la desató, la bañó en silencio, mientras aquella muchacha no hacía más que
insultarla, y burlarse de ella antes de su supuesto fusilamiento. Luego la vistió,
mordiéndose la rabia. Finalmente, se dirigió al barbón.

— Oficial ¿La tiene lista?


— Si, está allá adentro, en la habitación.

152
El quiltro

— Bien, muchachos, vayan por ella y llévensela – ordenó.


— ¡¿Por qué hace esto?! – exclamó Ingrid, sin aun convencerse de lo que estaba
sucediendo.
— Oye, dejen esta casa impecable, no quiero una sola mancha de sangre o alguna
huella. Tiene que quedar impeque – le ordenó, ignorando completamente la
pregunta de Ingrid.
— Usted es un cobarde.
— ¿Qué me dijo?
— Usted es un cobarde, yo sería capaz de que me maten por no soltar a esa hueona.
— Ya, Olderock… pierdo el tiempo con usted ¡Muchachos, apúrenla y vayan a
buscarla, que se quedan escuchando a esta hueona!
— ¡No, nadie se la lleva!

Hubo un silencio absoluto, y la tensión traspasó a todos.

— ¡Esta es la segunda vez que me desobedecí delante de mis hombres, conchetumadre!


¡No habrá tercera!
— ¡Nadie se la lleva, dije!
— ¡¿Que se quedan mirando, mierda?! ¡Dije que fueran a buscarla! – insistió el
tipo.

Los tipos marcharon a la habitación, Antonia pensó que era su hora. Pero de
pronto, un ruido de bala se escuchó en el living, junto con un grito de dolor.

— ¡Mierda! ¡Me disparaste!

Los tipos regresaron corriendo hacia el lugar del ruido y se encontraron


sorpresivamente con el barbón herido de una pierna... Olderock sujetaba un revólver.

— ¡Dispárenle, mierda! ¡Mátenla! – ordenó su superior desde el suelo.

Ingrid hizo un silbido y apareció el pastor alemán que le quedaba, este se lanzó en
contra de uno de los hombres. Los colmillos apretaron el cuello y su compañero
de servicio intentó ayudarlo, pues apuntó con su pistola hacia el perro, pero Ingrid
fue mucho más rápida, en cosa de segundos le voló la cabeza. Al tercero, nervioso,
se le cayó el arma y se tiró en un rincón.

— ¡No, por favor oficial, no me mate!


— ¡Cobardes, culiaos! – exclamó mientras le disparaba directo en la sien.
— ¡Oficial! ¡Qué mierda está haciendo! – exclamó el barbón.
— ¡Lo que tú siempre debiste haber hecho!
— ¡Te ejecutarán por desacato!

153
El Borrador II

— ¡Yo soy la jefa de esta casa, conchetumadre! ¡Nadie me dice que hacer!
— ¡Perra re culiá!

La oficial le disparó en la otra pierna, el tipo gritó en dolor.

— ¡Ahora vai aprender cómo se hace esto!

Aquella mujer y su perro se fueron en busca de Antonia.

— Te llegó la hora – le dijo a la muchacha.

El pastor alemán se puso en posición de ataque… pero el quiltro sintió la vibración


del pastor y mostró sus dientes.

— ¡Ataca!

El perro de raza se lanzó en contra de Antonia… pero el quiltro en un impulso de


valentía se cruzó para defenderla.

Ambos se arrancaban la piel, y el pastor sintió que peleaba contra un lobo, Rufián
tenía su corazón en llamas. El pastor con su fuerza logró voltearlo y dejó al quiltro
en el suelo.

— ¡Rufián! ¡Rufián! – gritó Antonia.

La voz de la muchacha le dio un impulso más de energía… este logró girarse y


tomó al pastor desde el cuello. El quiltro no dejaría que su ama fuera atacada, y
poco a poco su contrincante dejó de esforzarse, la mordida lo estaba aturdiendo.

— ¡Chao, conchetumadre! – exclamó Olderock, apuntando con la pistola.


— ¡RUFIÁN!

Antonia cayó al suelo, con la mirada hacia el quiltro, mientras su blusa recién
puesta se manchaba con sangre de su pecho. El canino apenas escuchó el sonido
soltó al pastor, quien quedó agonizando, muy mal herido.

— ¡Ahí está tu dueña! – gritó efusivamente la tipa al quiltro.

Rufián le pasaba la lengua por el rostro perdido de Antonia, con su cabeza


intentaba moverla, esperaba alguna reacción, pero esta ya no estaba en esa
habitación… el descanso que por meses esperó había llegado. Poco a poco el
olor a flores empezaba a desaparecer, y el perro desesperó. Ingrid tomó de

154
El quiltro

las piernas el cuerpo de Antonia y la arrastró por la casa. El quiltro la seguía


con su llanto.

— ¡Esto es lo que debiste haber hecho hace mucho tiempo! – le dijo Olderock al
barbón, mostrándole el cuerpo de la muchacha.
— ¡Qué hiciste, mierda!
— Le disparaste nueve veces a uno de mis perros ¿Te acordái? A ver, que se siente,
conchetumare.

Ingrid lo remató varias veces en el piso. Escondió el cuerpo del barbón y de los
demás en la casa… solo dejó al de Antonia en el living. Esperó por horas que
llegasen otros uniformados. El quiltro no dejó nunca el cuerpo de aquella joven.

Otros hombres del ejército fueron a la casa en la madrugada, golpearon la puerta,


Ingrid los recibió con un discurso previamente preparado.

— Recibimos nuevas órdenes… había que ejecutarla y eso se hizo.

Los tipos no dudaron de la palabra de la oficial, esta se veía convencida.

— ¿Y que se hará con el cuerpo?


— Hay que responder con fuerza a esos traidores, tírenla en la embajada italiana
¡Llévensela!

Tomaron a Antonia y el quiltro no dejaba de ladrar mientras los perseguía.

— ¡Tú no te vas a ningún lado, Rufián! – le ordenó Olderock.

Pero el perro no podía dejar de sentir que se llevaban a la reencarnación de esa


pequeña niña, la que alguna vez fue su dueña.

— ¡Rufián, vuelve para acá!

El perro ladraba e intentaba morder a los tipos que metían el cuerpo de la


muchacha en el maletero.

— ¡Rufián, ven para acá! ¡Ven para acá, mierda!

Los hombres subieron al auto e hicieron partir el motor. El auto comenzó a


avanzar y el perro se desgarraba el alma.

— ¡Rufián, vuelve!

155
El Borrador II

El quiltro no la escuchaba, y estaba decidido a seguir a aquella joven hasta el final.


Pero algo inesperado sucedió.

— ¡CHOCOLATE, VUELVE!

____________________________________________________________________

Chocolate había cumplido catorce años cuando la niña volvió a casa, ella se había
marchado, él nunca supo porqué, solo la esperó.

Cuando volvió a verla se puso tan contento, creyó que al fin podría acercarse,
aquel padre violento ya había muerto, y con esto, nadie podría impedir estar
juntos de nuevo.

El quiltro corrió hacia ella, siempre soñó ese momento en que ambos se reunirían.
Pero ella lo observó y no le dijo nada. Aquella niña ya no lucía el mismo vestido,
aquel, lo había reemplazado por un uniforme. El perro no entendía tanto desapego
por parte de su dueña.

Ella volvió a marcharse, callada, ingnorándolo completamente. A los meses volvió, él


seguía allí por alguna respuesta, esperaba esa dulce voz que le decía “siéntate, Chocolate”

Pasaron los meses y él comenzó a desconocerla, cada vez que ella regresaba se veía
mucho más distinta que la vez anterior… así, finalmente, todo acabó cuando el
quiltro le perdió el olfato, ella ya no tenía el mismo olor que lo deshacía en amor.
Aquella niña, se había ido y nunca volvió con su aroma a flores.

— ¡Súbete al auto!

Él no sabía quién era esa mujer que le hablaba. Supuso que era su nueva ama, que
quizás le entregaría amor, así como lo hizo alguna vez aquella niña… Sin jamás
entender, que increíblemente, siempre se trató de la misma persona.

____________________________________________________________________

— ¡Chocolate, vuelve aquí! ¡Vuelve acá! ¡Te estoy dando una orden, vuelve ahora!
¡No me puedes traicionar! ¡Tú eres mi perro, de toda la vida, a ella la conociste
hace un par de meses! ¡Yo soy tu ama!

El quiltro se acercó a Ingrid y la olfateó… pero nada, no había nada.

— ¿Por qué no puedes ser como yo? ¿Por qué la prefieres a ella?

156
El quiltro

El perro la observó por última vez, y aquella niña que alguna vez conoció
terminaba por desvanecerse en el olvido absoluto.

— ¡¿Para dónde vas?! ¡Vuelve ahora! ¡Chocolate, no te vayas! ¡No me dejí! ¡Vuelve!

El perro corrió detrás del auto que se llevaba Antonia, pero este aceleró… sin
embargo su olor a flores seguía intacto, podía sentirla a los lejos, con eso fue
suficiente para seguirlos por todas las avenidas. El quiltro no dejaba de perseguirla,
quería estar con ella, la nueva dueña de su corazón, con quien había formado un
lazo de amor, como hace mucho no sentía.

El quiltro llegó hasta la embajada italiana, donde tiraron el cuerpo de Antonia.


Eran las tres de la mañana y pese a la hora, los asilados del lugar lograron darse
cuenta de que había alguien abandonado en el pasto, junto a un perro que no
dejaba de aullar.

La noticia fue conocida rápidamente.

“— En horas de la madrugada, fue hallado el cuerpo de Antonia Andrade en las


afueras de la embajada italiana. Según versiones, esta habría sido asesinada
por personas que se encontraban asiladas en el lugar”

Los periódicos, la radio, la televisión… todos confabulados en una mentira.


Chocolate nunca se fue del lugar, incluso cuando se llevaron el cuerpo de la joven.
Pasaron días, meses, esperando que volviera. El quiltro llamó la atención, todos
sabían que el perro había llegado junto con el cadáver.

A Antonia la enterraron y el perro se quedó justo en el lugar donde el cuerpo de la


muchacha había estado. El olor a flores jamás se iba de ahí. En la embajada habían
un sin números de protegidos, todos ellos les dejaban restos de sus comidas para
entregárselas a Chocolate, pero este no respondía a su apetito. Poco a poco, su
vejez se volvió absoluta, su cansancio lo consumió.

De pronto, vio a Antonia y a la pequeña Ingrid, que se encontraban alrededor de


todas esas personas que lo miraban mientras desvanecía.

— Chocolate, mira lo que tengo para ti.

Este se levantó, y esperó el momento preciso en que ella tiraba la pelota. El


lanzamiento fue infinito y cruzó planetas para alcanzarla, mientras avanzaba
sintió nuevamente ese olor a flores que tanto le gustaba.

157
E l B o r r a d o r 2I I

Esquivó un par de estrellas que venían hacia él, y más perros aparecieron para
atraparla, pero este fue más rápido, pues el objeto cayó justo en la luna y este la
alcanzó. La mordió fuerte y miró hacia atrás y vio como Antonia y la pequeña
Ingrid lo invitaban a entrar a casa, y pese a que otros ángeles lo llamaban para
jugar con él, este jamás se desprendió del recuerdo de estas mujeres, su fidelidad
pudo siempre más. El quiltro no sabría vivir, ni menos aún morir sin amor.

158
RESET

— En Bellavista la vi agarrándose a coscachos con una punky, la gente no hacía


más que reírse y disfrutar de aquella pelea. Yo venía de la universidad y me
crucé con aquella trifulca, la rubia pegaba fuerte, la “anarquista” no hacía más
que defenderse y decir “ya loca, para”, pero la “loca” no se detenía. Me crucé de
brazos para entretenerme en esa tarde tan aburrida. No alcanzaba a verle la
cara a la rubia porque siempre me daba la espalda, yo empecé a girar alrededor
de ella para ver su rostro, pero no podía, era demasiada la cantidad de personas
que estaban en aquel lugar y no hacían más que tapar la escena. Finalmente,
la punky quedó en el suelo, moviendo los brazos para avisar de su derrota y
pedir la tregua. La ganadora de esa pelea se quitó el pelo del rostro, y al fin la vi
— ¿Y cómo era?
— Linda e imperfecta. Para mi estaba bien, siempre estuvo bien… te podría hablar
de sus ojos claros, del pedazo de físico que tenía, pero de eso hay muchas, el
complemento mayor era su personalidad, la que conocí desde el primer minuto
que la vi en Bellavista, agarrándose a combos.
— ¿Te gustaba que fuese agresiva?
— No, no era agresiva, era dulce… pero había que descubrirlo, sacárselo, ganárselo.
— ¿Y qué hiciste para ganártela?
— Joderla todo el día, por cansancio… y luego dejarla…
— ¿Y qué crees que hiciste mal para perderla?

— ¿Oye, qué onda tú? Me vienes siguiendo desde Bellavista ¿Me podí dejar de

161
El Borrador II

perseguir? – me pidió levantando sus brazos.


— Vale… disculpa – le dije mientras me detenía.
— Gracias.
— Gracias a ti por regalarme tu celular, el mío ya no funcionaba, me será útil.

— Dio la media vuelta hacia mí y su rostro cambio. Yo, sin embargo, también di
la media vuelta y caminé en sentido contrario.

— ¡Oye! ¡Oye flaco! – me gritó — ¡Oye poh! ¡¿Me podí devolver el celular?! — seguí
caminando y ella no tuvo más opción que correr detrás de mí — ¡Flaco, no seas
balsa y pásame el teléfono! – me exigió, tomándome bruscamente del hombro.
— Chuta, no te había escuchado – le dije haciéndome el tonto — Si poh, obvio,
toma, acá está.
— Gracias por tu amabilidad – me respondió en tono irónico.
— ¿Y cómo te llamái? – le pregunté patudamente.
— Magdalena — contestó apurada— Me tengo que ir ¡Chao!

— Cuando se marchaba, me senté en una banca que había cerca, y como logré
robar el número desde su teléfono, la llamé de inmediato.

— ¡Aló!
— ¿Con quién hablo? – me preguntó.
— Con un amigo tuyo.
— ¿Eres el loquito de recién?
— ¿Querí tomarte una chela?
— Déjame, porfa.
— Chuta, quizás no tomái… una bebida entonces, un jugo ¿Agua mineral?
— ¡No!
— ¿Tení que ser tan mala onda? Sé que me veo pobre… pero no soy una mala
persona.
— Que eres catete, loco.
— Ya poh, dime el día, si es en buena onda ¿O creí que te quiero jotear?
— Búscate a un amigo.
— No tengo amigos.
— Jajajaja, pobre.
— ¿Querí ser mi amiga?
— Jajajaja.
— Ya poh, siempre me hacen lo mismo ¿Será que soy muy hediondo?
— No sé poh, báñate.
— No tengo como… no me alcanza ni pal jabón.
— Eres muy fome más encima… adiós.

162
Reset

— Pero insistí

— ¡Aló, Magdalena!
— ¡¿Y tú?!
— Vengo a invitarte a comer algo, ando con mi tarjeta Sodexo.
— ¿Cómo sabes que vivo acá?
— Facebook, Instagram.
— Eres un psicópata.
— Pero con hambre.

— Salió de su casa, muy molesta, pensé que quizás me iba a pegar.

— Ya, bueno… todo porque no he comido nada… pero un rato eso sí porque tengo
que volver a hacer unas cosas – respondió con un todo cansado.
— ¡La raja!

— ¿Dónde la llevaste?
— Al Sibarítico, nos comimos un completo gigante cada uno.
— ¿Y te aceptó las cervezas?

— ¿Por qué te agarraste a pelear en Bellavista? – pregunté.


— La mina me agarró el pelo de la nada, mientras iba pasando por el lado de ella.
— Caché que le sacaste la cresta.
— Mmmm… pero me duele el cuello desde ese día.
— ¿Te hago una friega?
— No.
— ¿A todo le dices no?
— Apenas te conozco, que eres balsa.

— Pero igual poh, a todo le dices no. Te apuesto a que si te vuelvo a invitar a una
cerveza me decí que no.
— A ver… intenta, pregúntame de nuevo.
— ¿Vamos a tomar una cerveza?
— ¡No!
— Ya… vale.
— Jajajajajaja, que eres pavo.
— Mi mamá dice que soy inteligente.
— Te haces no más… deja de ser tan llorón y vamos.
— ¡No!
— ¡¿Me estái leseando?!

— Ese día nos fuimos al Balma, nos pegamos 6 litros después de la primera botella.

163
El Borrador II

Me pitié toda la plata de la beca. Quedé raja, ella se veía bien, parece que el
económico solo era yo.

— ¿Qué te dio a tí conmigo?


— Me gustó tu sonrisa, tus ojitos, tu boca de miel.
— Chanta.
— Ya, bueno… me gustó tu poto.
— Pero si ni tengo.
— Adonde la viste, lo que más se te movía era tu culo gigante mientras te agarrabas
a coscachos.
— ¡Qué vergüenza!

— ¿Ese día fue el primer beso?

— Me tengo que ir – me dijo.


— ¿Y a donde nos vamos?
— ¿Perdón? Yo me voy sola.
— Yo soy un caballero, no podría dejar que semejante mujer se vaya sola.
— Me voy en taxi entonces.
— Me voy contigo en el taxi.
— Bueno, así te aprovecha de dejar en tu casa.
— No, a la tuya.
— ¡No te pongái tampoco! Ándate a tu casa y otro día nos juntamos.
— ¿Y cómo sé que eso va a pasar? – le pregunté.
— Porque me caíste bien.
— ¡Vale! Entonces mañana compro las cosas para almorzar, tú haces la ensalada.
— ¡¿Me estái leseando?! – exclamó.
— Mañana voy a estar en tu casa, a las dos.
— No voy a estar – contestó.
— No seas chanta, rajona. Si sé que vai a estar ahí. Si no me abrí, voy a hacer
cualquier tontera, hasta que salgái.

— ¿Entonces no la besaste ese día?


— No he terminado aún.

— ¡Me bajo acá! ¡Que el taxi te lleve a tu casa! – me dijo, Magdalena.


— ¡Gracias, señor taxista! – exclamé mientras bajaba del móvil.
— ¡No! ¡Ándate! ¡No te podí quedar aquí!
— Me voy, siempre y cuando me di un beso — desafié.
— No, no quiero.
— Ya, me quedo acá entonces a dormir.
— No te quedarías en la calle.

164
Reset

— ¿Querí probar?

— Me tiré buenas horas en la vereda, en un principio lo hice en broma, pensando


que en algún momento iba a salir por mí, pero no lo hizo, al final estaba tan
curáo que de verdad me quedé dormido.

— ¡Oye! ¡Despierta! ¿Cuánto rato llevas acá? ¡Qué eres imbécil!


— Quiero dormir.
— Ya poh, no seas tonto, entra a la casa.

— Me dejó en su pieza, en un colchón, al lado de su cama.

— Acuéstate aquí, y porfa, no te pongái a vomitar ni nada por el estilo, te dejo


una bolsa porsiaca.
— ¡Si no estoy curáo! ¡¿Y tú por qué no estái curáh?!
— Ya, duérmete.
— Al lado tuyo.
— ¡Que odioso!
— No me peguí como la punky, por favor.
— ¡Duérmete!
— Si me dai un beso.
— ¡Qué asco, estái pasado a copete!
— Entonces no dejaré de hablar.

— Terminé por sacarla de sus casillas.

— ¡Mira hueón, no estoy pah tu talla, no te dejé afuera por pena no más! ¡Así que
duérmete ahora, si no te vai cagando de mi casa!

— ¿Y del beso que me ibas a contar?


— No, no nos dimos ningún beso… es solo que me gusta recordarla.
— Está bien, es un proceso normal que tú recién estás pasando.
— Pero me cuesta, aún la quiero.
— Sufre, habla de ella, bota todo.
— No sé cómo voy a reaccionar cuando la vea de nuevo.
— Debes prepararte, no es obligación tuya ni de ella que se vean, pero la idea es
que cuando eso pase, no existan rencores. Si te sientes feliz solo por verla feliz,
entonces recién cerrarás este círculo. Pero antes debes pasar por el proceso de duelo.

— Hola, compré un pollo asado, y como caché que estabas durmiendo, tuve que
comprar la ensalada también.
— ¡No te creo! – se tiró a reír en la cama.

165
El Borrador II

— ¿Qué pasa?
— ¡Te juro que estaba soñando contigo! ¡Como una pesadilla! ¡Y abro los ojos y
estái con una bolsa con un pollo asado! – me dijo sin parar de reír.
— ¡Levántate poh, que tengo hambre! – exigí.
— ¿Y cómo entraste a la casa?
— Uno de tus compañeros de pensión me abrió la puerta.

— Nos comimos el pollo con la mano, la ensalada de apio la terminamos botando…


pero lo más importante fue lo que vino después de la comida.

— ¡¿Qué te andái metiendo en las frazadas?! – me preguntó asustada.


— Tengo frío.
— Que es malo ese cuento del frío.
— Estoy excitado.
— Eso si te lo creo – me respondió riendo.

— Nos quedamos mirando… que es rica esa sensación cuando todo empieza, una
de las mejores cosas que uno siente en la vida.

— Que es linda tu boca… pero esta vez te lo digo en serio – le dije.


— Tu también tení algo flaco… pero no sé qué es.
— ¿Mi olor?
— Jajajajaja.
— Se te ve un moco — le dije tocándole la nariz.
— Cómetelo – bromeó.
— Bueno, pero quédate quieta.
— ¡Que eres asqueroso!
— ¡Quédate tranquila, poh!
— No eres capaz.
— A no si no – le contesté fundido, a mas no poder.

— Me acerqué con mi boca hacia su nariz, pero vacilé. Me fui directo a su boca en
forma de corazón.
— Entonces al fin la besaste.
— No solo eso…

— Que eres patuda ¿Por qué me dai besos? – bromeé.


— ¡Tu empezaste pesáo, yo ni siquiera tenía pensado…!
— pero la interrumpí con otro beso.
— Apenas sentí su primera mordida, la toqué entera, estaba feliz dentro de esas
frazadas, me sentía muy contento, es la mujer más linda con la que he estado.
— Ya… me voy – le dije, sorpresivamente.

166
Reset

— ¡¿Ah?!
— Me tengo que ir, tengo cosas que hacer, mañana te llamo.
— ¿Me estái hueveando? – me preguntó sin entender mi actitud.
— No, de verdad, me acabo de acordar – le mentí.

— Salí de la casa con la sonrisa de oreja a oreja. Dejé pasar unos días y no la
llamé… hasta que vi un mensaje en mi Whatsapp.

— ¡¿Qué onda?! – escribió.

— Tal parece que la descoloqué, estaba acostumbrada a tener babosos a su falda al


parecer, sin embargo, yo actué de una manera distinta.

— Hola Magda… Siento no haberte llamado – le dije.


— Te la voy hacer bien corta… ven, o no me hueí mas. Y porfa, trae pollo – sentenció.

— Cuando le pedí pololeo por primera vez, lo hice después de tres meses, la primera
vez me rechazó, se cagó de la risa, pero en el fondo sabía que me quería, era
simplemente porque nuestra rutina se basaba en la ironía. Así, terminamos
conviviendo en su pieza, en Valparaíso… tirábamos todos los días, comíamos
caleta… y también discutimos.

— ¡Mira poh! ¡No has hecho nada! ¡Ni siquiera lavaste los platos! ¡Está la pura
embarrada! – reclamó.
— Después me preocupo de eso ¡¿Que tanto apuro?! – respondí.
— ¡Ahora! ¡Se está llenando de moscas!
— Termina el partido y lavo.
— ¡Ahora!

— Los celos también eran parte de aquella colección de discusiones.

— ¡¿Quién era esa?! – me preguntó molesta.


— Una amiga.
— Yo conozco a tus amigas y a esa nunca la había visto.
— ¡Ya, córtala!
— ¿Y por qué te haces el lindo con la mina?
— Es ser buena onda ¿Pah que ser mal educado?
— ¡Si te gusta el hueveo a ti, te tengo cacháo!

— No todo era malo por supuesto, altos y bajos como toda relación.

— Tienes mucha fiebre – me dijo tocándome la frente.

167
El Borrador II

— Resfrío de mierda, me tiene hecho pico.


— Destápate.
— ¿Que vas a hacer?
— Ya. Cállate, y relájate

— Me quitó el resfrío con unas papas, las partía y me las iba dejando en distintas
partes del cuerpo. Juro que al otro día desperté todo sudado… el resfrío se acabó.

— Estoy embarazada – me dijo.


—…
— ¿Aló? Di algo.
—…
— ¿Estás ahí?
— Sí.
— ¿Qué pensái?
— Nada.
— Ya, filo ¡Puedo sola!
— ¡No! ¡No! Es que estoy en el aire, no sé qué decir, pero no estoy mal.
— ¿Estái asustado?
— Sí, un poco, en realidad expectante… no sé qué vamos a hacer.
— Yo tampoco.

— Cuando nació mi chiquita, sentí alegría pura, esos ojitos grises de bebé recién
nacido, con la ropita que le compramos meses atrás, apretándome el meñique,
creo que ha sido el momento más feliz de mi vida.
— Estas volviendo a sentir… tus recuerdos al fin te hacen pisar tierra.
— ¡¿Que cresta hice, doctora?!
— Eso ya pasó, ahora debes recuperarte al cien, y afrontar todo como siempre
debió ser.

— ¡Por la cresta, está golpeando la puerta de la casa, es el arrendador! – me dijo


asustada.
— Ya, quedémonos piola.
— Pucha, la niña se puso a llorar, ahora sabe que estamos adentro.
—…
— ¡¿Qué hacemos?! – me preguntó a punto de estallar en lágrimas.
— No quiero abrir – contesté cobardemente.
— ¡Sé hombre y afronta esta cuestión!

— El dueño de la casa nos echó a la calle, le debíamos meses. No tenía plata porque
no encontraba pega en ningún lado, estabamos peor que nunca.
— ¿Y tus papás? ¿O los de ella? ¿Por qué no se quedaron en la casa de alguien de

168
Reset

ellos?
— Los míos eran más pobre que yo y los de ella estaban locos.

— Se va a poner a llover, dime que vamos a hacer, y no me digas que “no tienes
idea”, por favor – me suplicó.
— Voy a hablar con un amigo, él nos puede alojar por un día — contesté
— ¡Qué vergüenza!
— Ya cálmate, si vamos a salir de esta.

— Fueron tiempos duros, sentí que la Magda me odiaba en ese minuto, yo la había
puesto a ella y a mi hija en esa situación de miseria.
— Pero lograron salir adelante, deberías sentirte orgulloso de eso.

— Encontré una pega, voy a ganar ocho gambas mensuales – le dije apenas
entrando.
— ¿¡Me estái leseando!? Al fin, o sea que vamos a poder postular al subsidio.
— Si… pero no estaremos juntos.
— ¿Cómo es eso?
— Me voy al norte.
— Vámonos todos, entonces.
— No entiendes, parece: Es en minería.
— Pero igual, nos adaptamos.
— No se reciben familias en una faena minera poh Magda, no seas ingenua.
— ¿Y cuánto nos vamos a ver?
— Ocho veces al mes, algo así. Los otros días estaré trabajando.

— ¿Entonces ahí empezó todo?


— Si… más o menos.

— ¿Vamos a dar una vuelta con la niña? – me preguntó.


— No quiero, estoy cansado.
— Pucha, desde hace cuatro días nos vienes diciendo lo mismo.
— ¡Tú no entiendes lo que significa sacarte la cresta en la tierra!
— Eso no es mi culpa… tu decidiste dejar tu carrera.
— ¡Pero por ti poh! ¡Desde que quedaste embarazada tuve que ponerme a trabajar!
— ¡No seái maricón, la guagua no se hizo sola!
— ¡Ya, chao, puras pataletas! ¡Deberíai quedarte callada, soy yo el que traigo plata
a esta casa!
— ¡¿Y cuidar a la niña creí que no cansa?!
— ¡Es tu deber no más!
— ¡¿Mi deber?!
— ¡Si poh! ¡Así es! ¡O si querí sale a trabajar tú y yo me quedo con la niña! ¡Veamos

169
El Borrador II

si eres capaz de traer la plata que necesitamos para vivir!

— La humillé varias veces, la hice esclava de mí, no me daba cuenta.

— ¡Hice camarones con queso!– exclamó.


— Que rico.
— ¿Vamos a comer?
— Bueno.

— Pero no le conversaba nada en la mesa.

— ¿Notái algo distinto? Mírame.


— ¿Te cortaste el pelo?
— No.
— No sé entonces.
— Me lo teñí más rubio ¿No te gusta?
— Si… es que yo soy hombre poh, no cacho de colores, se ve más amarrillo un
poco…eso.

— Yo andaba en otra, estaba chato, estaba frustrado de no haber sido ingeniero, de


haber dejado todo por amor, fui inmaduro… pero fue lo que yo elegí, y cuando
me dejó de agradar todo, la culpé.

— Chao. Que te vaya bien. – se despidió, mientras yo salía con mi bolso, hacia el
norte, como siempre.
— Chao.

— Ese adiós era lo poco que nos decíamos al pasar los años.

— Papá, te eché de menos – me dijo mi niña, ya a sus siete años.


— Yo también, mi chiquita.
— Hola – saludó mi pareja, quien se veía muy bien vestida.
— Hola.
— Yo voy saliendo, para que te quedes con la niña.
— ¿Y a dónde vas?
— ¿Y eso te importa?

— ¿Cuándo sospechaste que Magdalena empezó otra relación?

— Doctora, antes de seguir… ¿No tiene por ahí Reset? Con eso podría hablar más
tranquilo.
— No, olvídalo, debes pasar por todo esto, tienes que pisar tierra.

170
Reset

— ¡Aló, Magda! – exclamé desde el celular.


— Si ¿Dime?
— ¿Qué onda? ¿No piensas llegar a la casa?
— Sí, si voy ¿Por qué?
— Por la niña poh… tiene que tomar once.
— Bueno, preocúpate tú ahora ¿No sabes hacer una leche, aunque sea?
— La mamita del año – ironicé.
— Asume que eres el papá, hueón… si la niña no se alimenta de juegos ¿Tení los
dedos crespos, acaso?

— Sentí que estaba en algo raro, así que fui en busca de ella.

— Ya mi amor, pongámonos la chaquetita, vamos a salir a ver a la mamá – le


dije a mi pequeña.

— La busqué por todo Valparaíso. Eran las doce de la noche y no había rastros de
ella. Tampoco me contestó el teléfono. Recorrí varios lugares; El puerto, Subida
Cumming, Echaurren, Barón… y la encontré en Subida Ecuador, saliendo de
un bar con un tipo.
— ¿Y? Sigue.
— Doctora… quiero Reset.
— No.
— ¡Dije que quiero Reset! ¡Ahora, por la mierda!
— No, eso se acabó para ti.
— ¡Juro que si no me pasa esa pastilla, cuando salga de acá, saldré en su búsqueda
y la mataré!
— Dejemos esto hasta acá… mañana seguimos conversando.
— ¡No! ¡Usted no tiene ningún derecho! ¡Deme mis pastillas!
— Llévenlo a su pieza y le inyectan un sedante.
— ¡Necesito Reset! ¡Por favor!

— ¿Sabes por qué te amo tanto? – me preguntó.


— ¿Por qué?
— No tengo idea – me dijo riendo.
— Es una buena respuesta, yo tampoco sé porque te amo.
— Si lo sabes, me dijiste que por mi poto grande.
— ¡Ah, claro! Pero no solo por ese trasero.
— ¿Entonces?
— Porque te preocupas por mí, porque eres bonita, y por ser la mamá que eres.
Estoy feliz de que seas mi mujer, eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
— Yo también estoy feliz de que seas el papá de mi hija. Nos ha tocado difícil, pero
hemos sabido salir adelante juntos.

171
El Borrador II

— ¿Doctora?
— Sí, tranquilo. Te tuvimos que inyectar unos sedantes, te dió una recaída. Pero
quédate tranquilo, es normal que suceda en una rehabilitación como esta.
— Disculpe por haberla tratado mal.
— No, calma… mañana seguimos conversando. Duerme.
— No quiero dormir, sueño con ella.
— Entonces sueña con ella, es lo mejor que te podría pasar.
— Es que duele, y no quiero que duela.
— Te tiene que doler.
— Es que siento dolor de muerte. Si pienso en ella solo cocinando o haciendo
cualquier cosa me arde el cuerpo.
— Eso es el efecto secundario de la droga que tomaste. Cuando la pastilla deja
de hacer efecto, empiezas a sufrir el triple… es como si jugaras fútbol con
una lesión infiltrada. Cuando la inyección deja de hacer efecto, entonces los
dolores serán más fuertes. Sucede lo mismo cuando consumes Reset, mientras
recepcionas situaciones dolorosas en tu mente, el alma no siente. Pero si a las
semanas no vuelves a tomarlas, empiezas a sentir dolores profundos de todo eso
que viste anestesiado, más todo aquello que has omitido anteriormente.
— ¿Entonces estoy exagerando en mis emociones?
— En teoría sí. Es lo que pasa cuando termina de hacer efecto la droga. Pero es lo
que sientes. Así tiene que ser. Ahora solo duerme.

— ¡Epidural! – gritó en el pabellón.


— Calma, amor.
— ¡Pah ti es fácil decirlo poh, hueón!
— Ya, tranquilita.
— Siento que quiero ir al baño.
— ¡Enfermera! ¡Enfermera! – grité.
— ¿Qué sucede?
— Mi novia quiere ir al baño.
— ¡Ah! Va a tener la guagüita entonces… salga de la sala caballero, por favor.
— ¡Él no se va! – exigió Magdalena.
— Lo siento señorita, pero él no puede estar en la sala.
— ¡Vo no te vai! – me insistió — ¡¡Ahhh!! ¡Voy a tener la guagua!
¡Conchesumadre, me duele!
— Pucha ¡¿No me puedo quedar, de verdad?! – pregunté insistiendo a la enfermera.
— A ver, espera, deja hablar con la matrona.
— ¡No me interesa lo que diga esa vieja! ¡Te quiero acá conmigo! – gritó mi novia,
a punto de dar a luz.
— ¡Resiste amor, me quedaré aquí… no me voy a ir, nunca te dejaré sola!

— ¿Te sientes preparado para seguir con la terapia el día de hoy?

172
Reset

— Sí, doctora.
— Entonces retrocedamos: Ayer quedaste cuando la seguiste y la encontraste con un tipo.

— ¡Magdalena! – le grité desde el auto.


— ¡¿Y tú?! ¡¿Qué haces acá?!
— ¿Quién es este hueón?
— Un amigo.
— ¡¿Así que andái tirando con otros culiaos mientras la niña te necesita en la casa?!
— Tranquilo – me dijo aquel hombre que la acompañaba.
— ¡Voh cállate culiao, antes que te saque la conchetumadre! – grité apuntándole
a la cara.
— ¡Deja de hacer show en la calle! – exigió Magdalena.
— ¡Súbete al auto!
— ¡Yo no voy a ningún lado así contigo!
— ¡Súbete, mierda!
— ¡Te dije que no hueón!
— ¡Papá! ¡No peleén! – gritó desde el copiloto.
— ¡Estái asustando a la niña! – exclamó su mamá.
— ¡Súbete ahora, mierda!

— Le pegué una cachetada y la tomé del brazo, el otro tipo trató de defenderla
pero lo tiré al piso. Mucha gente fue testigo de lo que pasó ese día, la niña no
paraba de gritar.
— ¿Y qué pasó en la casa?
— Seguimos en lo mismo.

— ¡¿Me podí explicar quién era ese culiao?! – exigí.


— ¡Nadie!
— ¡¿Como nadie, mierda?! ¡Me andái cagando con otro hueón!
— Es un amigo.
— ¡¿De cuándo andái con ese?!
—…
— ¡Responde! ¡¿De cuándo andái con ese!?
— Estamos saliendo… hace unos meses.
— ¿O sea que estái reconociendo que me estái cagando?
— ¡No te estoy cagando, porque tú me dejaste!
— ¡¿Ah?! ¡Yo nunca te he dejado, nunca he terminado contigo, balsa de mierda!
— ¿Cómo que no? ¡No me tocái hace un año! ¡¿Qué querí?! ¡¿Qué te espere?!
— ¡Me saco la cresta por ustedes! ¡¿Y me pagái asi?!
— No me interesa tu plata, no me interesa esta casa, no me interesa tu auto… lo
único que quiero es que yo y mi hija seamos felices y contigo no pasa nada de
eso, desde hace mucho tiempo.

173
El Borrador II

— ¡Estái cagada de la cabeza! ¡¿Sabí que más, mierda?! ¡Si te querí pelar con cien
hueones, entonces hazlo! ¡Pero con la niña no te vai!
— ¡Ah, claro! ¡¿Te la vai a llevar al norte?! – ironizó.
— ¡No! ¡Pero voy hacer lo humanamente posible porque no estés con ella!
— ¡Tu no me puedes negar a ser mamá!
— ¡¿Ah no?!

— La agarré del brazo y la tiré a la calle. Cerré todo con llave. Ella gritó toda la
noche, la niña estaba asustada.
— ¿Y qué hiciste cuando te tocaba el día para irte al norte?
— No me fui. Me quedé.

— ¡Abre la puerta! ¡Vengo con los vecinos! – gritó en llanto, desde afuera de la casa.
— ¡¿Te vai a tirar a los vecinos ahora?! – le respondí desde el otro lado.
— ¡Caballero, por favor, abra la puerta y entregue a la niña a su mamá! ¡La tiene
raptada allá adentro! – gritó una señora.
— ¡¿Rapto?! ¡Es mi hija! ¡Llévense a esa hueona loca!

— Me fui donde mi pequeña, estaba llorando.

— ¡Papá… quiero a mi mamá! ¡Por favor, quiero a mi mamá! – me suplicó.


— ¿Y yo? ¿A mí no me quiere? – le pregunté.
— ¡Quiero a mi mamá, por favor, tengo miedo!
— Pero si yo te voy a querer como te quiere tu mamá.
— ¡Abre por favor! ¡Quiero a mi niñita! – gritó Magdalena.

— Después de la petición de mi pequeña, acepté que se la llevara.

— ¡No te quiero cerca de nosotras! ¡Nunca más! – sentenció, la que ya era en ese
entonces, mi ex novia.

— Desde ese día me quedé solo. A las semanas decidí nuevamente no subir a la
minera, asumí el despido laboral. Cuando supe que ella se fue a la casa del
otro tipo, me encerré en la casa, tomando, sentía que estaba bien, que no la
necesitaba. Pero al pasar los meses, poco a poco esto empezó a ser un problema.
— Empezó a doler.
— Sí. Pero apenas sentía el dolor de que no estuviesen conmigo, me tiraba con
varias botellas. La resaca no solo venía con dolores de cabeza, sino también con
mucha pena.

— ¡¿Aló?!
— Hola ¿Qué pasa? – me preguntó con desgano.

174
Reset

— Magda, disculpa. Quiero que vuelvas a la casa – supliqué.


—…
— ¡Te amo mi amor! ¡Tienes razón! ¡En realidad me comporté como un tonto!
— Está bien… pero no voy a volver.
— ¡Yo sé que me amái todavía! ¡Ya poh! ¡Vuelve! ¡Terminemos con esta tontera!
— No quiero.
— ¿Amái a ese otro hueón?
— No quiero hablar ahora.
— Responde, no seas cobarde ¿Lo amas? – pregunté insistentemente.
— ¿Para qué quieres saber eso?
— Te juro que si tú me dices que lo amas, yo te dejo de molestar para siempre.
—…
— ¡Responde!
— Ya… te voy a colgar, tengo cosas que hacer. Adiós.

— Después de esa llamada sentía que aún tenía esperanzas. Pero no soportaba
pensar que se estaba acostando con ese otro tipo. Me estaba volviendo loco. De
vez en cuando me iba a tomar al bar, solo, con pena, con rabia, arrepentido.

— Señor, disculpe que lo moleste, pero lo observé desde mi mesa, lo noto bastante
deprimido.

— Con ese tipo empezó todo, se veía un buen hombre, se veía bien vestido, formal,
cualquiera hubiese pensado que era una abogado o gerente… que se yo.

— No. Estoy bien – respondí, tragándome las lágrimas.


— Problemas familiares ¡Le apuesto!
— ¡Quiero estar solo!
— ¿Cómo es eso? No pues. Déjeme ayudarlo.
— No necesito su ayuda.
— Tengo el remedio para su pena.
— No, no estoy ni ahí.
— Tengo la solución al problema que está pasando, solo hágame caso y
acompáñeme.
— Mire caballero, yo a usted no lo conozco, déjeme tranquilo.
— ¡Recíbame esto! ¡No sea tonto!

— Fue en ese entonces que conocí las pastillas

— ¿Pastillas? ¡Ah, ya sé! ¡Son drogas! No hueón, yo no le hago a esas cagás – le dije.
— No es una droga, estas pastillas se llaman Reset, es un remedio para su corazón,
para su alma.

175
El Borrador II

— No voy a tomar nada de eso. Ya caballero, gracias por su preocupación, pero


me voy pah la casa mejor.
— Llévate dos pastillas, es un regalo, cuando te sientas mal, tómate una sola, y me
dices luego que pasa. Te vas acordar de mí… cuando se te acaben, entonces me
buscas por acá de nuevo.

— Me marché con esas dos capsulas en el bolsillo del pantalón, lo hice solo por no
ser mal educado con él. No dormí nada esa noche pensando en Magdalena, no
podía sacarme de la cabeza en que en ese mismo instante estaba tirando con otro
hueón, yo me daba vueltas en la cama, no eché una sola pestaña. Fue tanta mi
angustia, que decidí salir temprano a la casa de su nueva pareja.

— Hola, disculpa, pero la Magda no quiere conversar ahora – me dijo aquel sujeto.
— ¿Me la estái negando voh, culiao? ¡Es mi mujer hueón! ¡No es tuya!
— Mejor que hables otro día con ella, no se siente bien ahora – insistió.
— ¿Te digo algo? Cada vez que la tocái piensa que yo la toqué mil veces más, hice
de todo con la Magda, voh eres un escupitajo en esta relación, no eres nadie.
Está confundida, eso es todo, pero un día volverá donde mí y te darás cuenta que
fuiste solo el hueón para pasar el rato.

— La Magda escuchó nuestra discusión y decidió enfrentarme.

— ¡¿Por qué no te vas?! – me exigió.


— ¡Porque quiero que vuelvas a la casa, mi amor! ¡Yo sé que aún me amái!
— ¡Ándate!
— ¡No! ¡Tienes que volver con la niña!

— Pero ahí fue cuando sentenció el final de nuestra relación, de años, con una
sola frase.

— Lo amo. A él lo amo – me dijo Magdalena.


— ...
— Quiero hacer el resto de mi vida con este hombre – me lanzó, mientras tomaba
su mano.
— ¡No me digái eso poh! – le dije con el llanto atragantado.
— Podí ver a la niña cuantas veces quieras, pero cuando andes más tranquilo. Pero
ahora quiero que te vayas.

— Me fui hecho mierda. Había perdido a mi familia, entendí que ya no había


vuelta atrás, todo murió en mi nariz y no hice nada cuando pude.
— ¿Y qué hiciste en ese minuto?
— Me fui a casa, quemé todas sus cosas, nuestras fotos, la poca ropa que le quedaba,

176
Reset

incluso los restos de pelos estancados en el filtro de la ducha... Todo.

— ¡Maricona de mierda! – grité sin respeto, llorando.

— Mientras revolvía toda la pieza, cayeron del pantalón las dos cápsulas. La pena
me empujó a hacerlo, la rabia…sin pensarlo mucho me tragué una.
— ¿Y cuánto tardó en hacer efecto?
— A la hora.
— ¿Y qué te sucedió?
— Fue mágico, dejé de sentir aquel dolor, de a poco, esa tristeza se fue apagando
de manera pausada, mi alma se había limpiado.
— ¿Cómo y cuando lo comprobaste?
— En la noche. Me la imaginaba a ella colocándose en cuatro, la dibujaba junto
a él, entregándose en esa posición… y me daba igual. Lo extraño, fue que
tampoco me puse contento al entender que eso no me dolía. En síntesis, no sentía
absolutamente nada.
— ¿Y a tu hija, la recordabas con amor?

— Magdalena, vengo en son de paz.


— ¿Y cómo podría saber eso?
— Porque asumí todo. Ahora solo quiero ver a la niña.
— No confío en ti, te ves raro.
— Estoy bien, muy bien. Te lo juro.
— Espérate un rato acá afuera, voy a ir buscarla.

— La llevé a los juegos ese día.

— Papá, te extrañé.
— Que bueno.
— Te quiero mucho.
— ¿Quieres un helado?

— ¿No la querías?
— No, en ese minuto no, no la quería.

— Pensé en el efecto del Reset, hasta donde era capaz de sanarme, así que decidí
devolverme y espiar a mi ex novia desde el auto, quería saber si me daba igual
verla tomada de la mano con el otro.
— ¿Y qué fue lo que viste?
— Cuando se besaron.
— ¿Y qué fue lo que sentiste?
— De sentir, nada, más bien lo que pensé. Fue increíble, todo me dio lo mismo. La

177
El Borrador II

pastilla era la solución a todo el problema.


— ¿Cuánto te duró el Reset en el sistema?
— Dos semanas.
— ¿Y cómo te diste cuenta que la cápsula estaba dejando de hacer efecto?
— Porque se me vino a la mente cuando la Magda se besó con ese tipo, afuera de
esa casa, entonces ahí fue cuando sentí aquel dolor profundo.
— Entonces ahí tomaste el otro Reset que te quedaba.
— Así es.

— Amigo, lo volví a encontrar. Quiero decirle que sus pastillas son increíbles, asi
que vengo por más — le dije a aquel tipo de terno, en el bar.
— Muy bien hombre ¿Ves? Yo le dije que solucionaría su problema.
— Entonces dame varias pah no molestarte en un buen rato.
— ¿Y cuantas quieres?
— Dame unos tres frascos.
— Serían cinco millones de pesos.
— ¿Cinco millones de pesos?
— Si pues ¿Cómo crees? Si esto yo no lo regalo, lo del otro día fue cortesía de la casa.
— No tengo esa cantidad de plata.
— Lo siento, no lo puedo ayudar entonces. Cuídese, que le vaya bien.

— ¿Y cómo fue que conseguiste más?


— Cuando dejó de hacer efecto, el dolor era profundo, en la desesperación empecé
a vender todo.

— Señor, vengo por la venta del auto, vi que lo dejaba en cuatro millones, ahora
ando con tres, si acepta hacemos el trámite de los papeles, al tiro – me dijo un
comprador.
— ¡Trato hecho!

— Pedí un crédito bancario para el resto, quedé hasta el cogote, pero daba igual.
Volví donde el tipo del bar. A esas alturas ya estaba envuelto en dolor por la
Magda, se sentía peor que antes.

— ¡Dame tres frascos! ¡Rápido!


— Un gusto hacer negocios con usted.

— Tomé el primer Reset, y volví a limpiar mi alma, podía manejar todo sin sentir
remordimientos, ni miedos.
— Pero tampoco eras feliz.
— Me dio lo mismo. Pensé que esas cápsulas salvarían a cualquiera. Es una mierda
sentirse mal, sufrir, era mucho mejor tener el manejo de todo sin que el corazón

178
Reset

interrumpiera una mierda en lo que uno hiciera.


— ¿Le diste pastillas a alguien alguna vez?

— Buenas noches, vengo a acompañarte – le dije a mi hermano en el velorio de


su hijo, mi sobrino.
— Muchísimas gracias, hermano, que Dios te bendiga siempre – me contestó, con
su profunda pena.
— Te quiero ayudar.
— Tranquilo, yo estoy bien, mi hijo está en un mejor lugar, está con nuestro Señor
ahora.
— Cuando supe lo de mi sobrino, decidí entregarte este regalo – le dije tomándole
su mano, y traspasándole un puñado de Reset.
— ¿Qué es esto?
— Sé que hemos estado alejados, tú eres un hombre de Dios, un hombre de fé, te
has entregado por completo a tu religión, yo siempre fui distinto.
— Hermano, tranquilo, no hay para que hablar de esto, tu eres un buen hombre y…
— Silencio. Lo que ahora tienes en tu mano es un regalo de nuestro Señor, créeme.

— Un compañero de escuela de mi sobrino, en una muy mala broma lo empujó al


suelo, y este al caer, se enterró un lápiz que llevaba en su mano que le traspasó
el ojo y le perforó el cerebro. Con mi hermano no hablabamos nunca, los dos nos
dividimos después de la muerte de mi madre, en ese entonces él se convirtió en
pastor evangélico, en un hombre de bien, posteriormente víctima de unos cabros
de mierda que le habían arruinado la vida. Cuando supe de aquella dolorosa
tragedia, no dude en ayudarlo.
— ¿Y haz sabido algo de él?
— No. Le di las pastillas y de ahí nos alejamos como siempre.

— Acá con las chiquillas te encontramos extraño, misterioso – me dijo en la cama


aquella prostituta.
— ¿Por qué?
— Porque a todos los hombres se les siente el despecho, el desahogo en la cama, pero
a ti no. Es como si fueras de hielo.
— Quizás soy de hielo. Pobres hueones que se sienten así, lo peor de la vida es
sentirse como un imbécil, pero yo me liberé de todo eso. Espero morir así.

— Las putas son las únicas que fingen sentir, y al final no son sensibles
a ninguna mierda que no se trate de ellas. Eran lo más parecido a mí,
así que las visitaba frecuentemente.
— ¿Y cómo lo hacías para vivir si no trabajabas?
— Me dediqué a robarle a los ancianos. No sentía ningún remordimiento, los
esperaba cerca del banco y les quitaba la plata de su jubilación, con eso comía.

179
El Borrador II

— ¿Y cómo fue que te atraparon?

— ¡Pásame toda la plata viejo culiao! – le dije con una cuchilla en su espalda.
— ¡Caballero, no me haga esto, solo tengo esta platita!
— ¡Me importa una callampa, pásame todo!

— Me venían siguiendo hace tiempo los pacos, me pillaron con las manos en la
masa. Me llevaron a una celda y me quitaron el frasco con Reset que llevaba
en mi bolsillo.

— Seis meses de cárcel por asalto con intimidación, a cinco personas de la tercera
edad – sentenció la jueza.

— ¿Cómo pasaste esos días en la cárcel?


— Como si nada… al menos las primeras semanas. Estar en la cárcel fue duro al
segundo mes. No podía dormir en la celda. Los dolores sentimentales volvieron,
y con toda su fuerza.

— ¡Magdalena! ¡Vuelve por favor! ¡Vuelve mi amor! – grité detrás las rejas.
— ¡Callen a ese conchesumadre!
— ¡No! ¡Mi hija! ¡Quiero ver a mi niña!

— Lloraba todo el día, como un loco, los gendarmes me sacaron la cresta varias
veces, los otros presos en un principio solo me intimidaron con palabras para
que me callara, incluso recibí un par de golpes… pero cuando ya se hizo
insoportable, uno de ellos intentó acabar con mi pena para siempre.
— Ahí fue entonces cuando te apuñalaron.
— Así es. Dejé de llorar cuando me desvanecí en el suelo por la hemorragia.
— Benditas puñaladas diría yo, si no fuera por eso no estarías aquí.

— Amor, te tengo un regalo, está en la calle, anda a verlo – le dije a Magdalena.


— No me lo puedo creer ¡Un auto!
— ¡Al fin! Ya no andaremos más en micro, podremos ir a la playa cuando se nos
antoje.
— Pucha que nos ha costado, al fin algo nuestro – me dijo emocionada.
— ¿Estás llorando?
— Si… te amo tanto. Estoy tan orgullosa de ti.
— Yo te amo más, mi vida.
— Soñaba con ella todas las noches en el hospital, el dolor de perderla era un
desgarro total, se me venía todo encima, de una vez. Por haberme saltado cada
paso sentimental de una separación, me llegaron todas juntas para romper mi
alma en mil pedazos.

180
Reset

— ¡Magdalena! ¡Pásenme un teléfono, por favor! ¡Quiero hablar con ella! – grité
en la sala de un hospital.
— ¿Así que usted es el paciente? – me preguntó una tipa.
— ¿Me viene a pasar un teléfono?
— No, vengo a verlo por otra cosa.
— ¡Quiero a mi mujer!
— Cálmese, tranquilo. Soy su doctora. Vengo a ayudarlo.
— ¡Entonces deme Reset, solo una, por favor, solo un!
— Entonces esa es aquella sustancia extraña que encontramos en su sangre.

— No estás igual a como te conocí ese día.


— No.
— Estoy orgullosa de ti.
— A ella la extraño, doctora.
— Y la seguirás extrañando, pero asúmelo, esa pastilla es una basura, dejas de
ser persona, te vuelves en un ser que solo piensa en sobrevivir, serías capaz de
matar por comer, por llevar una vida fácil, la sensibilidad es la alerta que nos
detiene. Si esas cápsulas cayeran en manos de tipos peligrosos, no quiero ni
imaginar que ocurriría.
— Tengo sueño doctora, quiero dormir.
— Mañana conversamos. Descansa.

— ¿Que será de nuestras vidas cuando lleguemos a viejos? – me preguntó,


Magdalena.
— Ocuparnos de nuestros nietos.
— Mirando la linda familia que formamos.
— Y con más hijos, supongo.
— ¿Quieres ser papá de nuevo?
— Sí, si quiero.
— No pensé nunca que me dirías algo como eso.
— Si, ahora quiero, tenemos todo lo que necesitamos, estamos listos para traer a
alguien nuevo a la familia.
— No sabí la emoción que me da escucharte decir esto.

— Te extraño mi vida, discúlpame por haberte dejado sola.

— ¡¿Qué pasa, doctor?! – pregunté asustado.


— Su señora sufrió una caída en la escalera de su casa.
— ¡¿Y cómo se encuentra?!
— Bien… pero lamento decirle que sufrió un aborto, el golpe fue tan duro que
creemos que no podrá tener más hijos

181
El Borrador II

— No sé qué cresta me pasó.

— Mi amor, perdóname, maté a nuestro hijo – exclamó llorando en el hospital.


— Fue un accidente.

— No podremos tener más hijos, por mi culpa.


— Tenemos a nuestra niña, más adelante sabremos qué hacer, ahora solo descansa.

— Dejé de sentirte mujer.

— Amor ¿Y si lo intentamos de nuevo? – me preguntó un día en la cama.


— Ando cansado, necesito dormir.

Un año después.

— ¿Que quiere conversar, doctora? Creo que ya le conté todo.


— ¿Y cómo te sientes?
— Normal, supongo. Ya no siento nada, o sea, de manera natural, aunque con un
poco de temor la verdad, ha pasado un año desde mi terapia.
— Que bueno, no sabes cuánto me alegra escucharte. Te daremos el alta.
— ¿Es una broma?
— No. Estás rehabilitado. Confío en ti.
— Gracias doctora, usted ha sido muy importante para mí, gracias de verdad.
— Te veo emocionado… con esas lágrimas me demuestras que estás más sensible
que nunca, eso me pone orgullosa de ti. Cuídate.

Así fue como me marché en busca de una nueva vida, fui a recuperar a mi hija.
Estaba ansioso por saber cuánto había crecido, reencontrarme con mi ex novia me
daba nerviosismo, no sabía cómo iba reaccionar.

— Magdalena – saludé.

Se quedó muda cuando abrió la puerta, fue notoria su sorpresa.

— Hola… tanto tiempo… supe que te habían dado el alta, pero no me imaginé que
vendrías.
— Si poh… vine a ver a la niña, disculpa por no haberte avisado ¿Está?
— Sí, la llamo al tiro, espérame acá.

Magdalena estaba hermosa, se había cortado el pelo, mucho más flaca, se veía que
su actual pareja la mantenía bien, se le notaba en su ropa, en su color… no sé. Me

182
Reset

puse más nervioso de lo normal, aun no me acostumbraba a volver a sentir de esa


manera tan natural.

— ¡Papá! – exclamó mi hija cuando me vio.


— Dios, mi vida, que has crecido chiquita mía… te he extrañado tanto mi amor.
— Mira, te tengo un regalo.

Era una foto de ella en bicicleta y en la parte de atrás decía “te quiero mucho, papito”.

— ¡Dame un abrazo! – le pedí.

Cuando Magdalena estaba dándose la media vuelta para dejarnos solos, noté que
se había emocionado.

— ¡Magda! ¡Espera! – le dije.


— ¿Qué pasa?
— Gracias.
— ¿Gracias, por qué?
— Por no dejar que mi hija me olvidara… como yo si lo hice. Con ella y contigo.
— Me alegro que estés de vuelta, hace años que no te veía ese rostro, me acordé
cuando fuimos a comer completos al Sibarítico. Tienes ese color.
— Estás hermosa. Me alegro que seas feliz, te lo mereces. Y perdón por todo, por
no valorarte como te merecías.
— ¡Tú también sé feliz! ¡¿Querí?! Te quiero mucho. Puedes venir a ver a la niña
cuantas veces lo desees, tienes las puertas abiertas de esta casa. Mi marido no
tiene ningún problema, él entiende.
— Vale.
— Cuídate.
— Ya mi niña, me voy a casa, te vengo a ver mañana – le dije a mi hija besándole
la frente.
— ¡Sí, papá!

Me marché a casa, rehabilitado, con la foto de mi hija en el bolsillo. Podía hacer mi


vida nuevamente, sin rencores, con un luto superado como correspondía, como
siempre debió ser.

Cuando abrí la puerta de mi casa, vi el desorden que había, como si hubiese pasado un
huracán, recordé aquella escena cuando desarmé todo para quemar las cosas de Magdalena.
Empecé a ordenar, quería ver todo impecable. Tenía que empezar de cero como
correspondía, ordené la pieza de mi hija, le compré unas muñecas nuevas, le
cambié las frazadas, pinté las paredes. Luego, venía el turno de mi alcoba, estaba
asquerosa, ahí me llevé la sorpresa: Sacando la ropa para lavar, cayó un frasco de

183
El Borrador II

Reset al suelo, estaba llena. La observé un buen rato, me tiritó el cuerpo.

— “Cuanta mierda me hiciste pasar”— pensé

Ya no necesitaba esa basura… pero otra persona si, alguien que había olvidado por
completo entró como un demonio a mi hogar.

— ¡Te estaba buscando desde hace mucho!


— ¡¿Hermano, qué haces acá?! – le pregunté sin entender nada.
— ¡Tú sabes por lo que vengo!
— No tengo Reset… eso fue un error, lo siento.
— ¡No, no fue un error! ¡Tú me ayudaste a superar la muerte de mi hijo! ¡Quiero
esas pastillas!
— Creo que lo mejor es que te vayas.
— ¡Me iré, pero quiero esas pastillas, las necesito!
— No, no las necesitas… olvídate de ellas.
— ¡Dámelas! ¡Tú me dijiste que eran un regalo del Señor! ¡Yo he orado mucho, no
tienes idea cuanto! ¡Dios te puso en mi camino! ¡Ayúdame!
— ¡Sal de mi casa, hueón!
— ¡Mi niñito, quiero a mi niñito! ¡No soporto este dolor, mi hijo está muerto, no
puedo parar de pensar en él!
— ¡Sé de alguien que te puede ayudar, una doctora me rehabilitó, ella puede hacer
lo mismo contigo!
— ¡No! ¡Quiero esas pastillas ahora! ¡Sácame este dolor, por favor!

En ese instante sacó una pistola de su bolsillo y me apuntó.

— ¡Baja esa hueá! – supliqué.


— ¡Si no me dai esas pastillas te juro que te mato!
— ¡Las boté en el desagüe, lo siento!
— ¡No te creo!
— ¡Escúchame! ¡Es en serio! ¡Te puedo ayudar!
— ¡Entonces dame una… solo una!
— ¡Te digo que no tengo!
— ¡¿Tu entiendes lo que significa no dormir, pensando en que te mataron a tu hijo
unos demonios?! ¡Me lo arrebataron! ¡Pienso en el segundo exacto cuando a mi
niñito lo penetraba ese lápiz en su ojito, y no sabes el dolor que siento!
— ¡Lo sé!
— ¡¡No!! ¡No lo sabes! ¡Es el peor dolor del mundo! ¡La muerte de un hijo! ¡No logro
superarlo! ¡Me tení que ayudar, por favor!

Lo miré, y me vi en él, estaba poseído, había sido mi culpa. Si jalaba el gatillo,

184
Reset

entonces yo pagaría por lo que le había hecho, quizás me lo merecía. La única


salida era entregar las pastillas que aun quedaban… pero era mi hermano, no
quería verlo así. Se las negué, hasta el final, aunque me costase la vida.

— No, lo siento… mátame si quieres, pero no tengo ninguna pastilla para ofrecerte.
— Vale… entonces asume las consecuencias.

Me apuntó con el arma, se escuchó el click del seguro de la pistola.

— Entonces esto es todo, parece – pensé en voz alta.


— ¡Si, esto es todo!

Puso el arma en su boca.

— ¡¡NO!!

Después del sonido de la explosión de la bala, lo vi tirado en un charco de sangre


en mi pieza, sus sesos quedaron pegados en la pared, su cara se deformó por
completo… tenía a mi hermano muerto en mi casa.

Lo observé, yo quedé en estado de shock, me acerqué a él y vi que en el bolsillo de


su camisa tenía una foto, la saqué, y era su hijo en una bicicleta, y al reverso decía:

“Te quiero mucho, papito”

Había destruido la vida de él, con esa foto, que era identica a la que me había
regalado mi hija, terminé entendiendo todo su sufrimiento.

Así que tomé el último frasco de Reset que me quedaba en la casa, puse una pastilla
en mi boca, tragué... y así, fue como me liberé de aquella dolorosa culpa que me
aquejaba por la muerte de mi hermano. El Reset volvió a mi vida, para no irse jamás.

185
DUENDE

Dejé doscientas lucas en la pieza y cuando volví al otro día, me encontré con la
sorpresa que estaba la cagada en el living. Empecé a buscar como loco, pero era
lo obvio, se me habían metido hasta la cocina unos flaites culiaos. Llamé a la PDI
quienes no pudieron hacer mucho, era difícil encontrar al ladrón. La población ya
no era lo mismo de antes, ahora había que asegurarse para que no se te metiera
nadie a tu propia casa. Me conseguí un pastor alemán y cambié todas las chapas,
puse rejas en las ventanas y me compré una pistola.

Pasaron días, en un momento pensé que no volvería ocurrir algo así, pero esta vez
se habían robado los juguetes de mi hijo, de solo siete años.

— Deben ser unos pasteros angustiados, para robar juguetes es porque estái pah
la cagada — exclamé
— ¿Y si no vamos de aquí? – me preguntó mi polola.

Me negué, no podía dejar que me la ganaran estos hueones. Dormí todas las
noches en el living, con pistola al lado… hasta que los escuché.

— ¡Cristina! ¡Pone seguro a la puerta de la pieza!


— ¡¿Qué pasa?!
— ¡Se metieron! ¡Llama a los “ratis” y no salgas de ahí!
— ¡Tengo miedo!

187
El Borrador II

— ¡Shh, silencio!

Me puse al lado de la puerta, escuché al perro ladrar, miré por la ventana


cuidadosamente para que no me vieran, pero no lograba percibir a nadie. Retrocedí
un poco hasta llegar a la puerta de la cocina, tenía que estar atento a todas las
entradas. De pronto, se dejó de escuchar ruidos afuera y el perro dejó de ladrar.

— ¿Qué onda? ¿Entraron? – me preguntó.


— No, parece que no había nadie, quizás algún gato que andaba hueando.
— ¿Por qué no te acuestas con nosotros?
— No, prefiero quedarme acá en el living.
— ¿Óscar?
— ¿Qué?
— ¿Escuchaste eso?
— ¿Qué cosa?

Alguien corría por el techo, los pasos de las latas se hacían sentir con los pasos. Fui
rápido a la entrada nuevamente, abrí la puerta de la casa, salí, fui a buscar al perro…
pero este estaba botado en el suelo, con la mitad de su cabeza, como si alguien se
la hubiese devorado, además, observé que se le veían muchas llagas en su cuerpo.

— ¡Óscar!

Volví a entrar para ver que sucedía, intenté ingresar al dormitorio pero la chapa
estaba con seguro.

— ¡Cristina, abre la puerta!


— ¡Óscar, están atacando al niño!

Mis pulsaciones se fueron a mil.

— ¡Déjalo! ¡Ahhhh! ¡Óscaar!


— ¡¿Que chucha pasa?!
— ¡Nos va a matar!

Le di mil patadas a la puerta, no sabía si disparar a la chapa, temía que le diese a


alguien de mi familia con uno de los tiros.

— ¡Óscar!

Fui corriendo hacia el patio, tomé un chuzo, regresé hacia la puerta, puse la punta
de este en la orilla, hundí muy fuerte y jale con todo.

188
Duende

— ¡Me está mordiendo!

Me quedaba solo un poco más, y me fui con todo… la puerta se abrió. Entré, vi
a la Cristina en el suelo, aun gritando. Fui a ver al niño, gracias al cielo este se
encontraba bien, miré a mí alrededor para encontrar a alguien, no entendía nada.
Vi un movimiento en la cama.

— ¡Óscar, cuidado, no te acerquí, por favor!

Apunté a las sábanas, me aproximé con mucho cuidado. Me fui lentamente, tomé
el cubrecama y lo retiré rápidamente… no había nada. Pero se veía la forma de un
cuerpo pequeño en las frazadas, me decidí a disparar.

— ¡Óscar, vámonos de aquí!

Respiré profundo, puse mi índice derecho en el gatillo, no puedo negar que sentí
temor, esto no era cualquier cosa, en un principio pensé que se trataba de un
animal. Pero que más daba, ya estaba allí y tenía que enfrentarlo.

— ¡Cagaste, hueón! – exclamé.

Pero cuando estuve a punto de disparar, en ese mismo instante lo vi salir de la cama,
saltó hacia la ventana, tenía la velocidad de una liebre, mi mente logró fotografiar
en ese segundo su rostro de anciano, y sus uñas de felino, sin haber visto algo
como esto antes, pues supe de inmediato de que se trataba. Definitivamente, algo
fuera de lo normal nos estaba acechando en nuestra propia casa.

Los ratis llegaron en la noche, no supimos que decirles, terminé inventando que
no había pasado nada. No fuimos capaces de dormir.

Al otro día enterramos al perro en el patio, y conversamos con la Cristina respecto


a irnos de allí, pero no sería tan fácil.

— ¿Cómo que no te quieres ir? ¿No lo viste acaso? – preguntó agitada.


— ¿Ya? ¿Y dónde nos vamos a ir?
— No sé poh, muévete, pero yo ni cagando me quedo aquí con el Felipe.
— ¿Y tú tení plata para arrendar?
— Pucha, me consigo.
— ¿Le debemos plata a medio mundo y tú te vas a volver a conseguir?
— ¡Bueno, pero haz algo! ¡No me quiero quedar acá!

No tenía pega, con el DICOM no podía sacar algún crédito, económicamente

189
El Borrador II

estaba acabado, esa fue la razón del porqué opté por la opción de vivir en la casa
de mis padres fallecidos. La Cristina en tanto, no tenía trabajo, tampoco una
familia o amigos que la acogiera, ella había vivido en el SENAME toda su vida.
El tiempo urgía, quedarnos allí un mes más era complicado, no sabíamos si nos
enfrentaríamos de nuevo a esa cosa. Discutimos todos los días, mi plata alcanzaba
para pagar la luz, el agua, el gas y la comida.

Pero pasaron los días y las cosas empezaron a calmarse, ya no sabíamos más de esa
cosa. Sin embargo, Cristina seguía obsesionada con el tema de los duendes, pasaba
todo el tiempo viendo información en la Internet.

— Amor, yo creo que es mejor a empezar a olvidarse del tema, vas a asustar al
Felipe si seguí con esto.

A veces, en las noches despertaba a saltos, me imaginaba que de pronto se metía a la


casa y se llevaba al niño por la ventana. Tan mal llevaba el sueño, que los ruidos de los
autos, o los gritos de los curáos en la noche me mantenían alerta, era difícil vivir así.

Un día, recibimos una invitación de la junta de vecinos, de la cual fuimos partícipes.


Todos mostraban el mismo rostro de cansancio, y casi nadie se atrevía a hablar,
hasta que una señora soltó las primeras palabras… que gran sorpresa nos llevamos.

— Yo… yo quiero decir algo, no sé ustedes, pero la verdad es que en mi casa ya no


estamos tranquilos, nosotros cuando compramos la casa nadie nos informó de
lo que pasaba acá y la verdad es que se ha hecho insoportable ¿Ustedes saben a
qué me refiero?

Nadie se atrevía a nombrarlos, pero era evidente de que se trataba, con la Cristina
nos quedamos mirando, tal parece que no éramos los únicos.

— ¡Yo también los vi! – exclamó otro vecino – ¡Mató a mis dos gatos!
— ¡Es una bestia! ¡Hay que ver la forma de acabar con esta lesera!
— ¡Yo opino que traigamos a un cura y se pegue una rezada, quizás esta población
esté maldita!
— ¡A ver, calma! – ordenó el presidente de la junta – Yo también lo vi, de hecho
ante noche atacó a mi señora, está muerta de miedo en la casa. Si queremos
vencerlo tenemos que unirnos, todos, pero hay que calmarse primero, nerviosos
no vamos a llegar a ningún lado.
— ¡Pero es difícil poh! Con algo así que se meta a nuestras viviendas es para
morirse de miedo.
— ¡Pero déjeme terminar pues! Propongo lo siguiente: Hagamos turnos de rondas
nocturnas, los hombres nos encargamos de eso, lo haremos en pareja.

190
Duende

— ¿Y por qué mejor hacemos un Whatsapp grupal?


— No, esa cuestión sirve pah puro lesear, la gente empieza a mandar mensajes
de cualquier tontera y al final termina en chacota, lo mejor es lo que les digo,
rondas nocturnas.
— ¿Y por qué no llamamos a carabineros mejor y paramos con la lesera?
— Yo los llamé la otra vez y no pasó nada. Hay que entender que es muy difícil
explicar que hay un duende por ahí, es pah la risa. Si los que estamos acá, somos
los únicos que podemos hacer algo.

Finalmente acatamos la propuesta del presidente de la junta, en cierta manera eso calmó
un poco los ánimos de todos, la unión tranquilizaba, ya no nos sentíamos tan solos.

La tercera noche me tocó hacer la ronda con uno de los vecinos, su nombre era Yerko.

— Mire lo que traigo, un pisquito pal güergüero – me dijo.


— Buena, da sed esto de los duendes.
— Jajaja.
— Hay que tomárselo para el chiste, no queda de otra.
— Así es poh. Es pah no creer toda esta cuestión, cuando chico en el campo me
contaban sobre estas mugres, pero jamás me imaginé vivir esto.
— Yo menos.
— Me pregunto si esto estará pasando en otros lugares, también.
— Parece que no – contesté.
— ¿Y por qué acá en la población no más? Es muy raro.
— Claro que es raro.
— ¿Usted hace cuanto vive por acá?
— Yo me crié aquí – respondí.
— ¿Y nunca había pasado algo como esto antes?
— No que recuerde.
— ¿Sabe qué? A veces pienso que esa cuestión alguien lo trajo.
— Es difícil cachar.
— Estoy seguro que sí, debe ser esa vieja de esa casa, usted bien debe saber que es
bruja.

Se refería a la Carmen, más conocida como la “Yayita”, una mujer de unos sesenta
años. Yo la conocía con ese apodo porque cuando joven era igual a la novia de
“Condorito”, era así de voluptuosa, hasta de cara se parecían. En ese tiempo todos
andábamos babosos con ella, era mi amor platónico en la pubertad. Mi taita y
todos los vecinos andaban calientes con la viuda, a diferencia de mi madre que
en ese entonces la odiaba. Pero un día, esta mujer perdió a su hijo de seis años
a causa de un atropello ocurrido a las afueras de la población. De ahí se volvió
loca, abandonada, y vieja. Nunca más se le vio salir de su hogar, rara vez la vi

191
El Borrador II

asomándose por su ventana, se decía que parecía una anciana de cien años, junto
al mito que la convertían en bruja.

Eran las cuatro de la mañana y llevábamos un cuarto de la botella, tampoco


podíamos excedernos. .. Y los gritos no se hicieron esperar. Una señora salió
corriendo de su casa para llamarnos.

— ¡Yerko! ¡Llama a los otros vecinos!

Mi compañero fue en busca de los demás, corriendo. Yo me quedé allí, solo,


pensando si enfrentar a esa cosa.

— ¡Mi hijo está adentro! – exclamó la mujer.

Cresta, tuve que meterme igual. Fui con pistola y prendí las luces, el living estaba
desordenado por completo, las lámparas se movían como si alguien las hubiese
golpeado hace un par de segundos, se escuchaba el sonido de algo moverse, como
si se tratarse de una rata, o un pájaro.

— ¡Niño! ¡¿Estás ahí?!

Las casas de la población eran todas iguales, me pude hallar fácil dentro de esta. Me
imaginé que tenía que estar en una de las piezas, miré rápido, no había nada, y solo
quedaba la otra habitación… vacía. La ventana se encontraba abierta, supuse que
escapó por ahí. Al otro lado quedaba el patio, fui hacia allá… lo mismo.

— ¡Niño! ¡Habla si estás por acá!

Los demás entraron junto a la señora, y el terror estaba a punto de empezar:


“Niño desaparecido en la población Einstein, Recoleta”

Llegó la PDI, carabineros, y la tele.

— ¡Hay que irse de este lugar! ¡Estoy segura que este es solo el primer niño que se
llevan, viene por más, no podemos exponer al Felipe a esto! – exigió, Cristina.

Tenía razón, llamé a familiares y conocidos para que me prestaran plata para salir
rápido de la villa.

— ¡No tengo nada, hueón! Mala fecha, si querí a fin de mes, ahí no tendría
drama – me dijo.
— Pucha, Óscarito, yo pagué todas las deudas y me quedé como con diez

192
Duende

lucas, si no al tiro – respondió otro.

La cosa se veía mal, no teníamos donde irnos por lo pronto. Varios vecinos
se fueron de la población después de aquel incidente, y los que quedamos allí
sentíamos que estábamos sentenciados.

— Óscar, con mi señora estábamos pensando en que mi familia y la tuya nos


quedáramos en una sola casa, por lo menos en la noche, hasta que la cosa se
calme – me ofreció el Yerko.

Aceptamos de inmediato, nos fuimos todos a su hogar, en una pieza dejamos dos
camas, en estas dormirían su señora, junto con la Cristina y los niños. Con el
dueño de casa tiramos un par de colchones en el suelo. A modo de recomendación
mía, cruzamos unas tablas bien clavadas en las ventanas. Las puertas las dejamos
apretadas con unos muebles, no había forma de que algo entrase. Se veía la
situación en calma, pero siempre atentos a cualquier movimiento extraño.

— Óscar, despierta.
— ¿Qué pasa?
— Están golpeando la puerta, parece que son los vecinos.

Retiramos los muebles de la entrada y abrimos, y si, eran ellos.

— No estamos seguros, pero parece que vimos que algo se metió en la casa de la
señora Miriam.
— ¿El duende?
— Sí.
— ¿Y avisaste a la gente que habita ahí? – consulté.
— Eso tratamos, hemos llamado bastante y no contestan.
— ¡Vale! ¡Yerko, avísales a las niñas que tomen a los cabros chicos y salgan de la
casa! – ordené.
— ¿No prefieres que se queden adentro?
— No, donde las podamos ver.

Todos los vecinos salieron al lugar más céntrico de la población junto a sus hijos.

— Okey, a la cuenta de tres quiebro la ventana. – exclamó el presidente de la


junta vecinal.
— ¿Pero es necesario hacer esto? – preguntó Yerko.
— Nadie contesta en esta casa. Hay que entrar así no más.
— Vale, entonces a la cuenta de tres.
— ¡Uno… dos… tres!

193
El Borrador II

Rompió la ventana, abrimos la chapa y nos metimos todos juntos, éramos unos
siete hombres adentro.

— ¡¿Hay alguien acá?! – grité.

Pero nadie contestaba.

— ¡Óscar!

Sentí el llamado del Yerko, al parecer algo había encontrado.

— ¡Chesumare!

Cuando empujó la puerta de aquella pieza, el olor a putrefacción se expandió. Había


un hombre y una mujer, ambos muertos, uno se hallaba en la cama y otro en el suelo.

— ¡Auxilio! ¡Auxilio!

Los gritos venían de la población, salimos de la casa, rápidamente. La escena fue


horrorosa, aquel duende atacaba a las mujeres y niños, había saltado desde los
árboles, a la esposa del Yerko la tomó del pelo y le mordió su cadera.

— ¡AHHHHH!

Mi novia agarró al Felipe para escapar, las demás mujeres hacían lo mismo con
sus hijos. La niña del Yerko quedó sola, intentamos correr para protegerla, pero
fue imposible.Vimos cómo se marchaba junto a ella por los árboles. El Yerko lo
perdió todo, su pequeña se había ido y su mujer se encontraba muerta por una
fuerte mordida en su cuello.

— Yerko…
— Mi niñita, se la llevaron – exclamaba, mientras tenía a su mujer en los brazos.
— La vamos a recuperar, hueón.
— Se acabó todo pah mí, se acabó.

Yo apretaba al Felipe, sentía que su vida valía más que nunca.

— ¡Fue esa mujer! – gritó el Yerko.

Giré hacia la casa de la señora Yayita, esta se había asomado por la ventana,
cuando observó que la habíamos descubierto mirando hacia nosotros, cerró la
cortina rápidamente.

194
Duende

— ¡Yerko! ¡Calma!
— ¡Fue esa mujer!
— ¡Hueón! ¡No puedes culparla! ¡Nadie tiene certeza!
— ¡Voy a acabar con esto ahora mismo!

Fue decidido hacia la casa de la señora Carmen junto con todos los demás, la
mayoría sospechaba lo mismo que él. Yo era el único que había conocido otro lado
de su persona antes de convertirse en una vieja loca, era un error dañarla sin saber
que estaba pasando realmente.

— ¡Entremos y la sacamos de ahí!

Pero lo impedí, me puse por delante y exigí que se detuvieran.

— ¡Nadie hará nada! – exigí.


— ¡Tu no perdiste a tu hijo!
— ¡Si sé, pero razonen! ¡Están buscando culpables sin saber!
— ¡Sale Óscar de la ventana!
— ¡No, déjenla!
— ¡Hueón, nosotros mismos te vamos a sacar!
— ¡No voy a salir! ¡Mañana veamos todo esto! ¡Es una viejita! ¡Están todos fuera
de sí! ¡Lo comprendo, pero por favor, sé que es difícil, pero calmémonos! ¡Están
a punto de querer ensañarse con una mujer de setenta años!
— ¡Pero es mi hija!
— ¡Si sé, hueón! ¡Te prometo que la recuperaremos, no sé cómo, pero lo haremos!
Ahora llamemos a las autoridades para que nos ayuden con todo esto ¿Vale?

Pero no oyó mis palabras, intentó sacarme de la pasada, la escena empeoró cuando
nos enfrascamos a golpes, los dos caímos al suelo, y una voz detuvo todo.

— ¡¿Qué es lo que pasa?! ¡Se van todos de mi casa! ¡Ahora!

Era la señora Yayita.

— ¡Usted trajo a ese demonio! — gritó otro de nuestros vecinos.


— ¡Yo no he traído nada! ¡Lamento mucho lo que está pasando acá, pero para que
ustedes sepan yo también perdí un hijo y sé que es lo que se siente, de verdad lo
lamento, deben estar todos desesperados, pero no me vengan a culpar a mí de
eso! ¡Ahora por favor, váyanse todos de aquí, esta es mi propiedad y me están
invadiendo!

Con el Yerko nos levantamos, este con una mirada melancólica y furiosa se retiró,

195
El Borrador II

los demás lo siguieron y yo fui el único que me quedé.

— ¿Y usted que hace aquí? ¡Váyase también! – me ordenó.


— Señora Yayita ¿No se acuerda de mi acaso?
— ¡No!

Y con esa rotunda negación cerró la puerta.

La noticia recorrió el país, no había pruebas de todo esto, pero tanto testigo
diciendo lo mismo daba para creer. Varios periodistas alojaron durante días en el
lugar, estaba lleno de cámaras en todos lados.

— Esta cuestión para muchos es como un espectáculo y no se dan cuenta que es


una tragedia para la población. Murió una vecina y desaparecieron dos niños.
—…
— Óscar, te estoy hablando. No me estái prestando atención, parece.
— Disculpa, amor… es que estaba pensando en hacer algo.
— ¿Qué cosa?
— Insistir con la señora Yayita.
— ¿Dónde la vieja loca? ¿Y pah qué?
— Porque estoy seguro que ella algo tiene que saber de esto. Ella lleva más tiempo
que todos nosotros en esta villa, alguna información que nos dé poh, pucha no sé…
— ¿Querí que te acompañe?
— No, prefiero ir solo, como se vio no le gusta la gente.
— Ten cuidado ¿Bueno?

Me dirigí a la casa de la anciana, golpeé un par de veces y no nadie se dignó a abrir,


pero insistí, hasta que se aburriera…Y lo logré.

— ¡¿Qué quiere?!
— Hablar con usted.
— ¿Y de que sería?
— De esa cosa.
— ¡Parece que usted no me escuchó, yo no tengo idea, ahora váyase!

Puse la mano en su puerta e impedí que me cerrara.

— ¿Y usted que se cree? Llamaré a carabineros.


— Señora Yayita, ¿No se acuerda de mí, de verdad? Mi papá estaba enamorado
de usted.
— ¡Váyase!
— ¡Conocí a su hijo, yo estaba ahí cuando pasó todo, nunca me lo he podido sacar

196
Duende

de la cabeza… yo sé quién es usted, sé todo! Ahora déjeme hablar con usted, por
favor.
—…
— ¿Me va a dejar?

Sin decir nada, se entró y me dejó la puerta abierta, me fui detrás de ella y observé
su casa. Estaba todo desordenado, se sentía el olor a meado de gato, tenía la cocina
asquerosa, platos sin lavar llenas de moscas, bolsas de basuras, y potes con leche.

— ¿Cuántos gatos tiene?


— ¿Y eso a usted que le importa? ¡Dígame a que vino!

Busqué donde sentarme, vi el sillón lleno de ropa sin lavar, la corrí para poder
acomodarme y entablar una conversación de manera más cómoda dentro de lo posible.

— ¿Y usted como se alimenta? Nunca la he visto salir a comprar, tampoco a alguien


que la venga a ver – le dije.
— ¡Dígame que es lo que quiere! ¡No tengo todo el día!
— Señora Yayita…
— ¡Antes que todo la va a cortar con decirme “Yayita”! ¡No me gusta!
— Okey, señora Carmen. Mire, yo sé que soy insistente, pero algo me dice que
usted puede tener información que pueda servir, lleva mucho tiempo aquí,
seguramente ha visto mucha gente que ha pasado por esta población.
— ¡Habla rápido!
— Bueno ¿Usted sospecha de alguien que haya hecho invocaciones alguna vez?
¿Alguien que haya vivido por aquí y que no sé, que haya traído a esa cosa?
— No. No sé de nadie.
— Mmm.
— ¿Algo más?
— Parece que no quiere ayudar, tenía razón, vine a puro huear. Que tenga buena tarde.

Pero cuando me retiraba, algo exclamó.

— ¡Yo no lo traje… pero sé por qué vino!

Me di la media vuelta y respondí.

— Por los niños, eso ya lo sabemos.


— Si, por los niños. Pero eso también tiene un porqué.

Me volví a sentar en ese mismo rincón de aquel sillón lleno de polvo, esperando
que salieran más palabras de su boca.

197
El Borrador II

— Se viene el fin de los tiempos, joven – me dijo.


— ¿El fin de los tiempos? ¿De qué me habla?
— ¿Nunca ha escuchado del apocalipsis, acaso? Bueno, parta por ahí.
— ¿Usted dice que se va a acabar el mundo?
— El mundo ya está acabando, los únicos sobrevivientes de esto serán aquellos
que jamás hayan pecados, los niños son puros y no pueden estar acá cuando
esto suceda.
— O sea que usted me dice que este duende se lleva a los niños para que sean
salvados ¿Algo así?
— Sí.
— Usted me lo describe como si fuese un ángel esa cosa.
— Lo es.
— No sé… un ángel no atacaría así a las personas, vi como mató a la señora del
Yerko.
— Los duendes discriminan, para ellos existen las personas puras y las impuras,
estos últimos para ellos dan igual.
— ¿Y usted de dónde saca todo esto?

La señora Carmen se detuvo un par de segundos.

— ¿Me disculpa? – me dijo mientras se levantaba de la conversación.

Fue a la cocina, tomó un vaso, lo limpió con su pijama puesto y lo llenó de agua,
se lo tomó rápidamente y se secó la boca con su manga, volvió donde mí y me
confesó una historia que me hizo pensar bastante.

— A mi hijo lo perdí porque jamás hice caso. El Román, días antes del accidente
decía que una cosa lo visitaba, le decía que se fuera con él, que estaría mejor
que acá.
— ¿Y eso como lo sabe? ¿Él se lo dijo?
— Si, aun me acuerdo:

— “Mami, un niño me invita a su casa, que no me quede aquí porque me pasará


algo malo”

— Al principio no me lo tomé en serio, pensé que era solo cosas de niños. Pero un
día, cuando volví del patio, los sorprendí sentado junto a él. Sentí terror, así que
averigüé como acabar con esto: Primero fue con un cura que intentó bendecir
con agua bendita, pero no resultó. Traje un pastor evangélico, incluso. Hasta que
di en el clavo, entre tantas cosas que hice, conseguí tréboles de cuatro hojas, con
esto simplemente no se apareció más. Pero cometí un grave error… si hubiese
dejado que ese duende se lo llevara, mi hijo no estaría muerto. La noche en que

198
Duende

enterré a mi hijo sentí a alguien en el living, cuando me asomé, ahí estaba esa
cosa, sentado donde mismo usted está ahora, tenía rostro de tristeza, yo me
lancé a llorar, este solo me observaba, no hacía, ni decía nada.
— ¿Y por qué esta vez ataca de esta manera? ¿Por qué no se aparece de la manera
amistosa en la que usted lo describe?
— Porque ahora no le queda tiempo para convencer a alguien, él tiene que actuar
y rápido, si se lleva a los niños de esta manera es porque se viene algo muy feo.
— Señora Carmen, yo no dejaré que se lleven al Felipe.
— Es lo mismo que yo pensé con el Román, y viste lo que sucedió.
— Puede que tenga razón, pero mi hijo “donde mis ojos lo vean”. Jamás lo
entregaría.
— Espero que no te arrepientas.
— Bien, creo que ya se hizo tarde, gracias por darse el tiempo, fue un gusto hablar
con usted. Y si me lo permite, cualquier día puedo venir con la Cristina a
limpiar su casa, si necesita algo…
— ¡Ya, váyase!

Esa misma noche le conté a mi novia que había que hacer para impedir el ataque
de esta cosa.

— Amor, hay que buscar tréboles de cuatro hojas.

Costó, pero hallamos. Dejé correr la voz en la población y todos hicieron lo


mismo. Dejé tréboles en los muebles, en las camas, en el baño, en la entrada de la
casa y cerca de las ventanas.

— Es como Moisés, cuando manchaba de sangre de cordero en las puertas – me


dijo Cristina.
— ¿Y pah qué hacía eso?
— ¿Cómo no te sabí la historia de Moisés? ¡Para que la muerte no se llevara a los
primogénitos poh!
— Mmm… no vi la teleserie.
— Jajaja imbécil.

Y si, tenía razón, era prácticamente lo mismo.

A veces escuchábamos el correr de alguien en el techo, pero luego se detenía, tal


parece que sentía que no podía ingresar, por alguna razón, aquel plan comenzó a
tener consecuencias positivas.

El Yerko aun intentaba encontrar a su hija, de vez en cuando mi familia se hacía


partícipe en su búsqueda, pero en el fondo yo sabía que dar con ella era imposible.

199
El Borrador II

La televisión se aburrió de aquella historia y se marcharon, nuestras vidas


continuaron de la manera más tranquila posible.

— ¿Papá, cuándo vamos a sacar estas hojas de la casa?


— Nunca, están aquí para protegerte.

Al año, a la gente le dejó de importar el tema, ya no sentían miedo. Sin embargo,


en mi caso, a veces sentía que el Yerko me miraba con recelo desde su casa, yo
tenía a mi hijo a salvo conmigo y él no. Me preocupaba.

— El niño me ha dicho que le duele estómago todo el día – me avisó Cristina.


— ¿Le diste Viadil?
— Si, pero aún le duele.

Lo preocupante fue esa progresiva y rápida baja de peso.

— Oye, Cristina ¿Este cabro chico no está comiendo?


— Pucha, Óscar… le doy de todo, él come pero no sé qué onda, ya no sé qué hacerle
pah que engorde.

Después los dolores volvieron.

— El niño no ha parado de vomitar.

Lo llevamos al hospital, lo atendieron de urgencia, dijeron que a simple vista no se


veía nada, pero que lo citarían para exámenes. Le hicieron prueba de sangre, orina,
le vieron hasta las heces, pero no encontraban nada. El niño se volvió apático y
prácticamente vomitaba todo lo que comía, y lo peor fue aquella fiebre que lo dejó
en cama. Me desesperaba el hecho de que no supieran que tenía, comencé a temer.
Me angustié, salí a fumar y vi el rostro de la Yayita que me observaba entre medio
de sus cortinas, fue inevitable recordar sus palabras. Vi a mi hijo vomitar sangre
en una bacinica. Nuevamente a urgencias, y yo no paraba de fumar.

— Tengo miedo, Óscar ¿Que estará pasando? Los médicos no saben que tiene,
espero que no le den de alta como siempre, en la casa no va a mejorar.

Yo a esas alturas no decía nada, apenas dormía y solo pensaba y pensaba.

— Creo que tendremos que hacer exámenes nuevamente a su hijo.

Nos dieron unos días para ver los resultados… y todo se complicó.

200
Duende

— No encontramos nada. Si vuelve a sentirse mal, tráiganlo de nuevo.

Las discusiones con la Cristina empezaron a ser frecuentes.

— ¿Y si lo llevamos a una clínica?


— No tengo plata pah eso – respondí tajante.
— ¡Puta la hueá, nunca hay plata pah nah, estoy cansada de vivir así!
— ¡Búscate a otro que te dé entonces! ¡Es lo que gano! ¡¿Que querí que haga?!
— ¡Búscate otra pega mejor! Siempre a la patada y el combo.
— ¡Trabaja tú poh!
— ¡Ah, claro! ¿Y vai a ver tú al niño? ¿Vai a contratar a alguien que lo cuide?
¡Cresta, disculpa, verdad que no hay plata!
— ¡Ándate a la chucha, mejor!

Al par de días, uno de nuestros vecinos salió de su casa gritando y llorando.

— Óscar, despierta
— ¿Qué pasa, Cristina?
— El niño de al lado… falleció.

Murió de un derrame cerebral… y yo no dejaba de fumar. La angustia me apretaba


el pecho, y las palabras de la Yayita eran cada vez más ciertas.

— Óscar, acompáñame al velorio, ando sola allá adentro y no sé qué decir.


—…
— Óscar.
—…
— ¡Óscar! ¡Te estoy hablando!
— Si… disculpa, me termino este cigarro y entramos.

Fue un 4 de mayo, estaba en el trabajo y mi novia me llamó por teléfono.

— ¡El niño!

Escapé de la pega y llegué corriendo, imaginándome lo peor.

— ¿Dónde está?
— En su pieza.

Cuando entré, estaba con sus ojos decaídos, con una fiebre severa.

— Hay que llevarlo al hospital de nuevo.

201
El Borrador II

— Esperemos – le dije.
— ¿Esperar? ¿Esperar qué?! ¡Yo voy a llamar a un taxi para llevarlo al tiro! –
reclamó mi novia.

Me quedé sentado al lado de la cama donde se encontraba Felipe.

— Papá…
— Estoy acá, hijo ¿Qué quiere?
— Soñé con un niño.
— ¿Con un niño?
— Si… me decía “Vente conmigo”
—…
— Papá…
— Si, te estoy escuchando ¿Y cómo era ese niño?
— Como ese duende…
— Por la cresta, Felipe.
— No llores, papá.
— No quiero…
— ¿Qué no quieres?
— Nada, no me hagas caso.

La Cristina entró a la casa, apurada.

— ¡Llegó el taxi! Ayúdame a llevarlo.


—…
— ¡Óscar! ¡Ya poh! ¡Ayúdame!
— Lo siento, Cristina.
— ¿Ah?
— El niño se queda acá.
— ¿De que estái hablando?

Besé a mi hijo en su frente y me despedí.

— Óscar, me estái asustando ¿Qué te pasa?


— Se acabó, esto es por su bien.
— Aun no entiendo de que hablái.
—…
— ¡Óscar! ¡Ya poh! ¡Hay que llevarse al niño! ¡¿Qué chucha te pasa?!

Me fui al living, y tomé la primera botella con tréboles.

— ¡Óscar! ¡¿Qué estái haciendo?!

202
Duende

— ¡¿Querí ayudar al niño de verdad?! ¡Bueno, se acabaron los médicos! ¡Esta es la


única hueá de solución que le veo!
— ¡Deja esas botellas ahí! ¡¿Acaso te volviste loco?!
— ¡Nuestro hijo se está muriendo! ¡Morirá acá o en el hospital! ¡Pero yo no voy a
dejar que eso pase!
— ¡Deja esas botellas por la chucha Óscar!

Comencé a lanzarlas hacia fuera.

— ¡Lo vas a matar! ¡LO VAS A MATAR!

La Cristina me golpeaba la espalda y me daba patadas. Ella lloraba


desconsoladamente, yo me sentía más tenso que nunca, tanto así que no me
importó prender un cigarro dentro de la casa. Me senté al lado de la cama del
niño, tiritando, sabiendo que se lo llevarían.

— Ahora solo queda esperar.

Caminé dentro de la casa, esperando la llegada de aquel duende. Respiré profundo,


y las horas pasaban. De pronto, se escuchó el caminar de alguien en el techo.

— Parece que ahí viene.

Pero no, solo fue el caminar de un gato.

— ¡Evítalo, te lo suplico por última vez, el niño puede sanar!


— Ya viste lo que pasó con el cabro chico de allá al lado, también sabes lo que pasó
con el hijo de la señora Yayita.
— Pero no tiene por qué ser igual, si aún no sabemos que es lo que tiene.
— Míralo, Cristina; tú sabes que si no se va ahora, de acá a mañana lo
encontraremos muerto.

Se vieron unas luces pasar por fuera de la casa.

— Parece que son los ratis.

No entendíamos que hacían a esa hora. Salí y observé que la policía se encontraba
conversando con la mamá de Tomás Alfaro… su reaccionar fue desconsolador.

El niño había sido encontrado desmembrado en una quebrada a kilómetros de


acá. Así fue como abracé a la Cristina, le pedí perdón por lo que había hecho.
Cometí un error que gracias a Dios no pasó a mayores. Recogí los tréboles que se

203
El Borrador II

encontraban dispersas entre las botellas quebradas y volvimos a dejarlos en la casa.

— ¿Dónde vas, Óscar?

Fui hasta la casa de la Yayita esa misma noche, sentí que me había engañado,
no me imaginaba que ella lo había hecho solo por ignorania. Había arriesgado
la vida de mi hijo por sus palabras. Golpeé su puerta, me di cuenta de que esta se
encontraba abierta. Al entrar sentí el mismo olor a meado de gato de siempre,
junto al cúmulo de basura y ropa a causa de su posible “Mal de Diógenes” Pero no
se escuchaba a nadie. Llegué hasta su pieza, la vi acostada de espaldas, me acerqué
para tocarla. Me asusté, pasó una rata por encima de ella.

— ¡Señora Carmen! ¡Soy yo, Óscar!

Parecía en un sueño profundo, la toqué con cuidado, pero no reaccionaba.

— ¡¿Señora Carmen?!

La giré, y me encontré con una desagradable sorpresa… se encontraba muerta, con


la boca abierta, seca, y los ojos desparramados como huevos fritos. Abrazaba una
foto en su pecho, se la quité… la observé. Como no, era su hijo a sus 6 años, en una
bicicleta. Decidí marcharme, pero caminando vi la pieza del Román, nunca antes
había entrado allí. Fue una sorpresa asquerosa: Encontré una excesiva cantidad de
vasos con leche podrida en el piso, excremento en un rincón y gatos decapitados,
putrefactos, con las paredes manchadas de sangre y mierda. Daba la sensación
de que solo un enfermo podría vivir allí. Intenté aguantar un poco las ganas de
vomitar. Habían más fotos del Román, pero una me llamó bastante la atención:
No podía ser… el duende, rostro de anciano, sus uñas largas, vestido de niño. Atrás
de aquel retrato se encontraba una descripción: “Feliz cumpleaños Romancito, te
amo” También vi los juguetes de mi hijo, aquellos que habían sido robados hace
mucho. Pero fue peor cuando descubrí los restos de la hija del Yerko… no podía
creerlo, corrí a la casa.

— ¡Cristina! ¡Cristina!
— ¡¿Qué pasa?!
— ¡Hay que irse de aquí! ¡AHORA!
— Me asustái…
— ¡Esa cosa, va a llegar aquí!
— ¡Tranquilo! ¡Estamos protegidos!
— ¡No, Cristina! ¡No estamos protegidos de nada!
— ¿Cómo no? Ese duende no puede entrar con las botellas.
— No es un duende.

204
Duende

— ¿Ah?
— ¡No es un duende, Cristina! ¡Es el Román!
—…
— ¡Cristina! ¡Hay que irse, donde sea!

De pronto se empezaron a escuchar ruidos en el techo.

— ¡No entiendo nada!


— ¡Esa mujer si era una bruja! ¡No sé cómo, pero esa cosa es su hijo! ¡Había restos
de la niña del Yerko!

Entramos donde el Felipe que se encontraba acostado, debía tomarlo rápido.

— ¡Entró por la ventana!

Justo cuando esta cosa saltó arriba de la cama, alcancé a sacar al niño de esta. Salí
por la pieza… pero era demasiado rápido. Sentí que mordió mi pierna. Caí al suelo
con mi hijo, este cayó de mis brazos.

— ¡No!

Esta cosa tomó al Felipe y lo arrastró por el suelo, pero la Cristina lo evitó.
Se abalanzó sobre él.

— ¡Cristina!

Enterró las uñas en la espalda de mi novia, esta gritó de dolor… luego enterró
sus dientes en su cabeza, sentí el crujir de su cráneo. La sangre se derramó en el
piso, cuando este demonio iba nuevamente por el Felipe, le di una patada en el
pecho. Intenté tomar nuevamente a mi hijo, pero se lanzó velozmente sobre mí,
caímos los dos al suelo, intentaba masticar partes de mi cuerpo, forcejeaba con
él, era muy fuerte.

El niño aun yacía en el suelo durmiendo, mientras la Cristina bañaba el living con
su sangre. Ya me sentía vencido, pues puso sus dientes en mi hombro izquierdo,
sentí el desgarro como las de un perro contra su presa. Pero mi adrenalina no
cesaba. Le daba puñetes en su cabeza, pero era inútil… yo iba a morir. Sentía
que me desvanecía, me soltó y veía como se llevaba “Román” a Felipe, yo no era
capaz de levantarme. Esta vez lo arrastraba lentamente, como burlándose de mí.

— Hijo…

205
E l B o r r a d o r 2I I

Apenas salían las palabras de mi boca. Cuando cerraba mis ojos, se escucharon dos
disparos… Yerko.

Cuando desperté, me encontraba hospitalizado, esperé que alguien me dijese si mi hijo

había sobrevivido. El doctor no me decía nada, las enfermeras tampoco… hasta


que alguien se atrevió.

— Óscar
— Yerko… necesito saber si el Felipe está bien
—…
— Hueón, dime que está vivo, te vi disparar.
— Lo siento…
— ¡No!
— Hoy enterraremos los restos de tu hijo y de Cristina.

Encontraron a mi niño despedazado cerca de la población, y encima de este, el


cuerpo de esa cosa, Yerko había logrado herirlo y murió desangrado. Extrañamente
nadie supo que ocurrió con los restos de “Román”.

Hoy vivo en esta casa… aun. Colecciono cosas, todo me sirve. Dejé un criadero de
gatos en la pieza de Felipe. Junté vasos con leche en toda la casa. Acumulo basura,
es como hoy me siento. Me asomé por la cortina y vi que ha llegado mucha gente
nueva a la población, hay muchos niños por ahí, la carne es más suave para ti…
Creo que es hora de ir de caza… hijo mío.

206
MÁSCARA DE CABRA

Le robé una Baltica del refri a mi taita y me la guardé en la mochila, convencí a


mi mejor amigo de la escuela de hacer la cimarra para irnos a tomarnos la hueaita
al bosque. Nos curamos al tiro, pendejos económicos. En aquel bosque había una
quebrada, le propuse pegarnos una carrera, el último que llegase se ganaba una
patada en la raja bien puesta. En honor a la verdad, yo no fui culo de irme tan
rápido, me dio susto, en cambio él, decidido ganarme, se fue de hocico, incluso le
perdí el rastro, porque cuando se fue a tierra simplemente desapareció de mi vista,
se había ido cuesta abajo.

Me asusté caleta, y desde arriba logré cacharlo. Estaba tirado, quejándose.

— ¡¿Estái bién, hueón?! – le grité.

Pero no me contestaba, solo le daba para quejarse… y reírse.


Ahí me relajé y me chanté a reír con él. Pero algo detuvo mi alegría, algo me llamó
la atención desde allí.

— ¿Qué es eso? – pregunté.


— ¿Qué cosa?
— Al lado tuyo.

Giraba mi cabeza para entender. Se veía un animal tirado, eso pensé en un

209
El Borrador II

principio, pues era normal tirar a los perros muertos a las quebradas, incluso
muchos de ellos tendían a ir a fallecer solos por esos lados. Mi amigo se levantó, se
limpió y me gritó desde abajo que era lo que yo tanto miraba.

— ¿Esa hueá es un perro muerto? – pregunté.

Mi compañero se giró y lo observó, no quiso acercarse.

— No parece un perro, parece más un gato – me dijo.


— ¿De ese porte?
— Uta, no sé ¿Baja a verlo poh?

Caché que a este le daba cosa acercarse solo, pero yo siempre fui curioso, asi que
avancé y llegué hasta abajo. Igual caminé lento para ver a aquella cosa, porque
nunca estuve seguro de que se trataba, la interrogante causaba cierto temor, no
sabíamos por qué.

— ¿Es o no es? – pregunté sorprendido.


— Si… si es hueón, que asco conchetumare – contestó.
— ¿Y si llamamos a los pacos?
— ¿Y pah qué?
— No sé poh, no todos los días se ve un guarén muerto de este volado – respondí.
— Ya, viremos, que me quiero ir.
— Deja de ser tan cobarde – le dije.
— Pah mi esto fue suficiente… mañana hay prueba de matemáticas, y coeficiente
dos más encima.
— Mira, el ratón tiene algo en la boca.
— Ya... ahora sí que me quiero ir.
— Es como si hubiese vomitado sal.
— Chao.
— ¡Espera! ¡Mira!
— Hueón, me quiero ir ¿Qué querí?
— Pero mira poh.
— Ya, estoy mirando. ¿Qué?
—…
— ¡¿Qué poh?!
— ¿Esa hueá son cristales?
— Sí... son cristales… demás – ironizó.
— Hueón, deja de ser tan pesao y observa bien, son cristales.

Estaba seguro, aquella rata, por alguna razón tenía cristales, joyas que provenían
desde su interior y habían sido expulsadas desde su boca.

210
Máscara de cabra

— ¿Y qué pretendí hacer? No me digái que las vai a tomar


— A no si no.
— Deben tener el virus hanta esas cagás, no seas cochino.
— ¡Que van a tener hanta, hueón oh! ¿Qué te preocupái de cagás? ¿Voh cachái
cuánta plata puede haber aquí? – le pregunté.
— No sé, quizás sea rollo nuestro y no valgan nada.
— Mira, yo no sé de joyas, pero chucha que brillan.
— Si… eso es verdad.
— Ya, anda a buscarte un palo que vamos a sacarlas.
— ¡Anda voh poh!
— No seai flojo hueón, si seré yo quien me arriesgue a cualquier infección, al
menos tráete voh un palo.

Se quejó, pero hizo caso.

— Ya, toma, y hazla corta que capaz que ande alguien por ahí – me dijo.

Con la rama que me entregó mi amigo empecé a correr aquellas “joyas” a un lado,
las fui arrastrando hacia a un lado para después tomarlas y echarlas a la mochila.

— Ya, estái listo – me dijo.


— No, aun no.
— Si ya no quedan, ya tiraste todo.
— No, mira, queda algo.

Con mucho asco metí el palo en el hocico de aquella rata y observamos que tenía
una cadena que brillaba más que todo.

— ¡Mierda! – exclamé.
— ¿Qué onda?
— La tiene incrustada en los dientes, no puedo sacarla.

Intenté, de hecho se me pasó la mano con la fuerza y la rata empezó a botar


sangre del hocico.

— ¡Uta la hueá, no puedo! – me quejé.


—…
— ¡Cresta!
— Yo lo hago – me dijo.
— ¿Ah?
— ¡Yo lo hago oh! ¡Pasa pah acá! – ordenó.

211
El Borrador II

Me quitó el palo y este comenzó a jalar con un poco más de cuidado.

— Viste hueón, si está pelúo – le dije.


— Cállate que me desconcentrái.

Siguió insistiendo, y yo me crucé de brazos esperando a que lo lograse.

— ¡La tengo! – exclamó.

Con el mismo palo, lleno de sangre de aquella rata levantó la cadena. Esta traía
consigo una pequeña medalla con una inscripción y el rostro de un animal.

— Es un caballo – le dije.
— Culiao ignorante, es una cabra.
— ¡Ya, pasa pah acá! – ordené
— No, es mía – contestó.
— ¿Tuya? Sale pah allá, si yo la descubrí.
— Pero yo la saqué – refutó.
— Porque te la había dejado lista.
— ¿Sabí que, hueón? ¡Es mía, si en todo caso yo gané la carrera!
— ¿Y cuándo apostamos la medalla?
— ¿Te querí llevar la patada en la raj,a entonces? – me preguntó.
—…
— Ya poh, elige, la patada en el huesito del culo o la medalla.
— ¡Quédate con la cagá! Pero conste, yo me quedo con esos pocos cristales.

Lo que jamás pensé, que desde ese día todas nuestras vidas cambiarían.

— Hola, tía. Vengo a buscar a su hijo ¿Está? – pregunté.


— No, salió hace rato.
— Pucha, mi mamá nos está esperando pah tomar once, lo venía a invitar.
— ¡Cabro de mierda! – exclamó su madre
— ¿Qué pasa?
— Me dijo que iba para tu casa ¿En qué andará esta porquería?
— Chuta.
— ¡Si lo ve, dígale que se venga al tiro, que lo voy a estar esperando, salió temprano,
este cree que se manda solo, mentiroso de mierda!
— Pero no le pegue poh tía, ve que se va a enojar conmigo.

En la bicicleta fui a los puntos a los cuales acudíamos frecuentemente, los videos, la
plaza, la población Los Paltos, y nada... pero me quedaba solo una parte por visitar:
Llegué al bosque, aún era de día, de noche no me hubiese atrevido ni cagando.

212
Máscara de cabra

Avancé solo por las partes que se podían pasar en la bicicleta, al menos no fue
necesario arriesgarse tanto porque a lo lejos lo vi, estaba sentando, con la cabeza
agacha, solo.

— ¡Hueón! ¡Te andaba buscando! — exclamé.


—…
— ¡¿Qué cresta haces solo por acá?! ¿Te pasó algo?
—…
— Ya sé, tuviste dramas en tu casa. Tu mamá andaba terrible enojada.
—…
— Espero que no te calentí conmigo, yo no sabía que le habías inventado de que te
habías ido pah mi casa, yo nunca hubiese ido para allá poh. Ahora la tía te va a
aforrar, pah la otra avisa, pao.
—…
— ¿Qué pasa? ¿Por qué no me contestái?
—…
— Ya poh, habla.
— Me… me…
— ¿Ah?
— Me…
— ¿Me, qué? No te entiendo nada.
— Me fueron a buscar…
— ¿Ah? ¿Qué te fueron a buscar?
— … me fueron…
— ¿Te fueron a buscar? ¿Quiénes te fueron a buscar?

Parecía un sonámbulo, miraba sentado el suelo y jamás giraba la cabeza para


conversar, se veía aturdido.

— No te entiendo nada – me dijo.


— Hay que irse.
— ¿Irse? ¿A dónde?
— Este mundo, no nos pertenece, hay que irse.
— Estái drogado, culiao ¿Qué fumaste?
— Los ángeles me fueron a buscar, me mostraron el camino, hay que irse.

Ahí levantó la mirada, tenía la cadena puesta en el cuello, sus ojos estaban perdidos.

— Me estái asustando.
— La cabra.
— ¿La cabra? ¿Qué cabra?
— La cabra, nos está esperando abajo… en la quebrada, vamos.

213
El Borrador II

— Ya conchetumare, párate que nos vamos pah tu casa.


— Nos está esperando hermano mío, allí está el final de todo y donde empezó todo.

Para mi eran incoherencias, me tenía asustado, sus palabras eran extrañas al igual
que su actuar, para más remate ya estaba empezando a oscurecer.

— ¡Vámonos!

De pronto, un poco más allá del bosque, algo se esuchó.

— In nomine dei nostri …

— ¿Qué fue eso? – pregunté.


— Es la cabra, está abriendo la puerta, vamos.
— Ya hueón, de verdad me está dando miedo. Vámonos.

— In nomine dei nostri satanas luciferi excelsi. Potemtum tuo mondi de Inferno,
et non potest Lucifer Imperor…

— ¡Ya poh! Vámonos, no me gusta esta hueá – rogué.


— Hermano, escucha su voz.
— ¡Puta culiao, ya poh!

— Rex maximus, dudponticius glorificamus et in modos copulum adoramus.

No lo pude creer, vi a un tipo, parado, mirándonos entre los árboles, con una
máscara de una cabra.

— ¡Vámonos! – grité llorando.

— Satan omnipotens in nostri mondi.

— Hay que irse con él – me dijo.


— ¡¿Sabí que más?! ¡Ándate a la chucha, yo me voy!

No quise mirar hacia atrás, tomé la bicicleta y empecé a pedalear rápido, sentía que
me perseguía, corriente pasaba por mi espalda, un nudo en la garganta, el corazón
en la guata y unas ganas terribles de mear. Y ahí me quedé, no tomé once, hambre
era lo que menos tenía. Me encerré en la pieza. Me tiré sobre la cama y abracé el
cojín, miré a mi lado y observé mi mochila.

— ¡Las joyas! – exclamé.

214
Máscara de cabra

Di vuelta el bolso y dejé caer sobre la cama todo lo que había quitado del hocico
de esa rata. Tomé una bolsa, metí las joyas adentro, salí de la casa y lo tiré a un
tacho municipal.

Posteriormente me volví a encerrar. Me quedé raja en la cama.

— Mijito.
— ¿Mami? – le contesté apenas abría mis ojos.
— Oiga, despierte.
— ¡Chuta, me quedé dormido! ¡Voy a llegar tarde a clases! – exclamé.
— No hijo. Si son las 3 de la mañana.
— A, ya, voy a seguir durmiendo entonces.
— Oiga, despierte pues, hay algo que quiero contarle.
— ¿Que pasa mamá?
— Se trata de su amigo.
— ¿Qué pasa con él?

Sabía que algo malo estaba a punto de enterarme.

— Ya pues mamá ¿Le pasó algo a él?


— No, nada…
— ¿Entonces?
— Sucede que vino para acá.
— ¿Cuando? ¿Ahora?
— Si, ahora, recién.
— ¿A las 3 de la mañana?
— Si, le dije que no era hora para visitarte.
— ¿Y qué quería? ¿Te dijo?
— No, no dijo nada, solo preguntaba por ti. Pero hubo algo que no me gustó nada.
— ¿Qué cosa?
— Andaba con un tipo, se veía bastante adulto.
— ¿Con un tipo? ¿Y cómo era?
— Eso quiero que tú me respondas. Hijo mío ¿Usted en que pasos anda con sus
amigos?
— ¿Por qué me pregunta eso mamá?
— Porque es raro que un niño de la edad de ustedes ande con un adulto ¿Ese
hombre también es amigo suyo?
— No mamá, si ni siquiera sé de quién me habla.
— Bueno, espero que sea así ¿Me promete que no anda en nada malo?
— No mamá, se lo juro.
— Ya, mañana seguimos conversando de esto, voy a dejar que sigas durmiendo.

215
El Borrador II

Pese al deseo de mi madre de que descansara esa noche, me fue imposible, el miedo
fue peor. Me pasé el rollo de que ese hombre era el tipo de la máscara de cabra, y
lo peor… sabía dónde vivía.

Al otro día me fui a clases. El director, el Padre Gerardo, hablaba en el acto del día
lunes, tocó el tema de “como alejar a los demonios que nos perseguían”, fue como
si me hablase a mí, directamente. Me senté y mi compañero de siempre no estaba.
Pensé que quizás aun andaba con ese tipo, pero para sorpresa llegó tarde a clases.

— ¿Estas son horas de llegar? – lo retó el profesor.


— Disculpe profe, nunca más. Es que anoche mi mamá se enfermó y tuve que
atenderla.
— Ya, no dé tanta excusa y siéntese por favor.

Se puso a mi lado y lo observé. Actuaba normal, como si no hubiese pasado nada.

— Oye, ¿Qué onda voh? – le pregunté.


— ¿Qué onda yo con qué?
— ¿Como con qué?
— ¡Ey, dejen de conversar ustedes dos si no quieren que los separe!
— Disculpe profe.

Le hablé con voz más baja para que no nos escucharan

— Ya poh, qué onda voh anoche, dejaste asustada a mi mamá.


— No sé de qué hablái.
— Fuiste con ese hueón, con el “Máscara de cabra”. ¿Qué es lo que querían?
—…
— ¿Qué querían poh?
— ¡Muy bien, todos guarden sus cuadernos, las mochilas debajo de sus asientos, solo
lápiz y goma en su escritorio que comenzaremos con la prueba! – exclamó el docente.
— Ya, escuchaste al profe, vamos a empezar la prueba. Supongo que estudiaste.
— No poh… igual que voh – respondí.

A cada uno nos pasaron una hoja, a mí me costó concentrarme, no paraba de


mirar a mi compañero. No entendía su naturalidad, que cresta le había pasado.

— ¡Ya profe! ¡Terminé! – exclamó.

Miré su prueba antes de que se levantara y observé que no había contestado nada.

— ¿Qué es esto?

216
Máscara de cabra

— Su prueba poh profe – contestó.


— ¿De verdad se quiere sacar un uno?
— No me interesa. Permiso.

El rostro de todos fue de sorpresa, el mateo de la clase estaba entregando una prueba
en blanco. Entonces ahí entendí que su “normalidad” no era tal, las cosas seguían
como el día anterior. Terminé la evaluación como pude y me fui de la sala a buscarlo.

— ¡Sepárense!

No podía creerlo, se estaba agarrando a combos con un alumno de un curso


mayor. Mi amigo nunca le pegó a una mosca. Pero lo que pareció una disputa
común entre dos alumnos de un establecimiento, finalmente se convertiría en
algo inolvidable para quienes nos encontrábamos ahí.

— ¡No! – grité.

Mi compañero al verse en aprietos por no saber tirar un pape, no vio mejor


opción que lanzarse sobre el otro y morderle la oreja, a tal punto que le arrancó
un pedazo. Tenía el rostro transformado, manchado en sangre con carne en su
boca. El otro no paraba de gritar tomándose la parte lateral de su cara. El inspector
intentó deternlo, pero este no se dejaba, a tal punto que entre varios tuvieron que
tirarlo al suelo. Lo suspendieron por unos días e increíblemente no lo expulsaron.
Llamaron a la tía como apoderada responsable de él, mis compañeros y los profes
del colegio no entendían lo que había sucedido, de ser un alumno ejemplar se
había convertido en un tipo problemático. Lo llevaron a sesión de psicólogos,
el director se lo llevaba a su oficina y le hacía clases particulares de religión para
“sanar su alma” de problemas que nadie sabía. La cosa se fue calmando, pasaron
semanas y todo se terminó, al menos para los demás. La amistad entre él y yo ya
no era la misma, sentía que de alguna u otra manera mi mejor amigo se había
quedado en esa quebrada y quien estaba sentado a mi lado, todos los días, no era
más que un suplente.

— Te gusta tu cadena. Si no es por mí no la hubieses tenido – le dije.


— No… no es así, la hubiese tenido igual – me contestó mientras la tocaba.
— Te pareces a ese hueón del “Señor de los anillos”.
— ¿Quién es ese?
— Es de un libro.
— No sé de qué hablái.
— Gollum se llamaba, me acordé. Te pareces porque se volvió loco por un anillo,
le decía “mi precioso”
— ¿Ya y?

217
El Borrador II

— Esa hueá que tení puesta es “tu precioso”. Te voy a poner Gollum de acá en
adelante, te queda bien.
— No me hueí, ¿Querí?
— ¿Si no qué? ¿Me vai a morder la oreja? No te hagas el choro conmigo, mira que
te conozco y sé que es fácil sacarte la chucha.
— No juguí conmigo, porque te podí arrepentir.
— ¿Si, y que me vas a hacer? – pregunté.
— No vaya a ser cosa que te visite con mi amigo en la noche.
—…
— A la tía no le gustaría perder su casa ¿Te la imaginái incendiada?
— ¿Me estái hueando? ¿Cachái lo que me estái diciendo?
— Si poh, si cacho.
— Te mato culiao llega a pasar algo así.
— Veamos quien se muere primero eso sí.

Feo culiao, me había amenazado. Pero no me dejé intimidar y me lo quise cagar.


En el recreo me fui donde el director.

— Padre.
— ¿Y usted? ¿Qué anda haciendo en mi oficina? ¿Se viene a confesar? Debiese
porque hace bastante rato que no lo había visto por aquí.
— No, no vengo a eso.
— ¿Ah no? Bueno, tome asiento y cuénteme que es lo que necesita.
— Se trata de mi compañero.
— ¿De qué compañero me habla?
— Usted sabe a quién me refiero pues… el…
— Ah, ya… sí. Bueno ¿Qué pasa con él?
— Creo que sé porque está comportándose así.
— Hable, cuál sería el motivo según usted.
— Es por una cadena.
— ¿Por una cadena?
— Si, la tiene puesta en el cuello.
—…
— La encontramos en una quebrada, se la sacamos de la boca de un ratón gigante,
después de ese día me lo encontré nuevamente en el bosque y anda con un tipo
que tiene una máscara de cabra, este decía cosas satánicas…
— Espera
— … un día llegó a las 3 de la mañana con el “máscara de cabra” a verme, y ahora
amenazó con quemarme la cas…
— ¡Ey! ¡Calma!
— ¿Qué pasa?
— ¿Te estás escuchando?

218
Máscara de cabra

— Si poh.
— ¿Viste alguna película? ¿Te dejó marcado algún libro últimamente?
— Pero si se lo juro, estoy seguro que hay algo satánico en esto.
— Ya, mucho por hoy.
— Pero si se lo juro por Dios, si quiere.
— ¡No uses a Dios para jurar! ¡Él no es objeto de promesas! ¡Lo que haces es una
blasfemia!
— ¡Pero tiene que creerme!
— ¡Por ese pecado debes rezar 10 padres nuestros y tres aves María, por Dios santo
niño! Tanta cosa que hablas.
— ¡Revísele la cadena!
— ¿Qué?
— Revísela, se va a dar cuenta que tengo razón. Tiene el rostro de una cabra, va
a cachar al tiro que se trata de un demonio lo que sale ahí. Usted entiende de
estas cosas, Padre.
—…
— Padre, revísele el cuello… por favor.
— Ya, vete de la oficina que tienes que entrar a tu clase.

Salí de ahí, se vio al Padre cansado de mi reclamo. Me fui a clases y me senté al lado
de ese hueón, nuevamente. Ahí pensé que ya no había nada más que hacer, quizás
lo mejor era simplemente alejarse y comprender que ya no éramos amigos. Pero
para mi sorpresa algo sucedió.

— ¡Buenos días, caballeros!


— ¡Buenos días, Padre!
— No les quitaré mucho tiempo, vengo a buscarlo a usted ¿Me puede acompañar
un momento a la oficina? – apuntó a mi compañero.
— ¿Y por qué? – preguntó.
— No, no es nada grave, solo quisiera conversar un rato corto con usted
— ¡Ya pues, haga caso! – ordenó el profesor.

Este se levantó sin entender de qué se trataba todo esto, pero yo si lo sabía. Pasó
una hora y volvió a la sala. Observé rápidamente su cuello y no vi su cadena.

— Me las vai a pagar, conchetumare — me dijo en voz baja

Yo no le respondí. Había ganado.

Pasaron varios días y él dejó de asistir a clases, tampoco fui a preguntarle a la tía por él,
ya no me importaba. Pero fue un 18 de octubre cuando lo volví a ver. Jamás lo olvidaré.
— Hijo, no se levante.

219
El Borrador II

— ¿Qué pasa?
— Hay ruidos en la casa.

Aun así me paré de la cama, quería saber qué era lo que pasaba, yo era el hombre
de la casa en ese momento, mi taita estaba trabajando en el norte, no podía dejarla
sola. Mi madre tomó la escopeta y yo caminé junto a ella. Efectivamente se
escuchaban ruidos en el living.

— ¡¿Quién anda ahí?! – vociferó mi mama.


— Páseme a mí la escopeta – le dije.
— No hijo, soy yo quien te tiene que proteger.

Estaba nervioso, se escuchaban sonidos cada vez mas fuertes, ella apuntó hacia
adelante, y yo prendí la luz… no se veía a nadie. Pero de pronto observamos la
cortina moviéndose.

— Hijo, no te acerques ahí.

Alguien estaba detrás.

— Mamá, dispárale.
—…
— ¡Dispárale!

Siendo sincero siempre supuse que se trataba de mi compañero, nunca tuve dudas.

— ¡Sé que soi voh, hueón! ¡Muéstrate!


—…
— ¡Muéstrate! ¡Mi mamá va a disparar! ¡Te va a salir peor!
—…
— ¡Dispárale, mamá!
— ¿Quién es hijo?
— ¡Dispárele!
— ¡¿Hijo?! ¿Quién es?
— ¡Dispárele! ¡Nos va a matar!

Apretó los dientes y apuntó con la escopeta directo hacia la cortina… jaló el gatillo.
El ruido de la bala se escuchó fuerte. Yo esperé que alguien cayera, pero nada…

— Hijo, no hay nadie parece… ¡Ay, me había asustado tanto!

Mi mamá se acercó y movió la cortina… solo se había quedado abierta la ventana

220
Máscara de cabra

y el viento había hecho el resto.

— ¡MAMÁ!

Pero alguien entró de pronto por la ventana, le dio una fuerte patada en la espalda
a mi vieja, esta cayó seca al suelo y el rifle salió disparado hacia cualquier lado.
Cuando lo vi quedé helado, era un tipo de mi porte, tenía aquella máscara puesta,
venía con un bidón de bencina.

— ¡No! ¡No quemí la casa!

Veía sus ojos que me miraban por los agujeros de esa careta… Era él.

— ¡Voh soi mi amigo! ¡No nos hagái nada! – supliqué.

Se quitó lo que cubría su cara y mostrándome su rostro me dijo:

— ¡No soy tu amigo! Soy el sol que quema tu casa. Soy Máscara de Cabra.

Así fue como vi a mi madre arder, mientras corría por la casa gritando por el dolor
en su carne. Nuestro hogar se hizo cenizas, no quedó nada. Yo logré sobrevivir.

Quiero dedicarte esta historia, porque me vengo todos los días en mi mente,
pensando como hacerte sufrir de la peor manera. Han pasado 20 años, tú estás
bien, ganas plata, todos te quieren. En cambio yo, ando al tres y al cuatro, con
serias secuelas mentales, a veces me despierto solo y recuerdo lo que me hiciste, te
apareces en mi pesadilla, y aún es peor verte cómodo, nunca te voy a olvidar. Es
mentira eso del karma, no has pagado el mas mínímo daño que me causaste… pero
te llegó el día. Hoy es 18 de octubre, tal como esa vez, pero ahora seré yo el sol que
te queme la casa… mono conchetumadre.

____________________________________________________________________

— ¡Buenos días profesor, Jorge!

Estudié teología en la UC con un magister en pedagogía. Gracias al Padre Gerardo


me acerqué más a esta vocación, fue él quien me apadrinó después de haber sufrido
tantos problemas. Siempre fui respetado en el colegio como docente por mis
alumnos, pues pese a las nuevas formas de enseñanzas de amor y comprensión,
siempre impuse mis metodologías.

— ¡Los de atrás! ¡Ustedes! – exclamé.

221
El Borrador II

— ¿Nosotros?
— ¡Claro que ustedes! Se cambian para acá, los quiero sentados aquí.
— Pero profe, si siempre nos hemos sentado en este lado.
— ¡Pero en mi clase no!

Pero si las cosas no se podían manejar de esa manera, entonces hacía valer
la palabra del señor, me tenía cansado que me interrumpieran la clase por sus
estupideces.

— ¡Párese! – ordené.
— ¿Por qué, profe?
— Usted al parecer no entiende lo que significa la palabra “respeto”.
— Profe, no le ponga color si yo no he hecho nada.
— Además, mentiroso.
—…
— No me oyó parece. Párese y se viene al pizarrón.

El muchacho se levantó del asiento y acató la orden, vi que seguía haciendo


morisquetas, los demás muertos de la risa.

— Abra los brazos – ordené.


— ¿Pah qué? ¿Me va a pegar en las manos? Usted no puede hacer eso.
— No, yo no golpeo. Dios castiga, pero no a palos.

Aun me miraba sin entender.

— ¿Usted es bueno para educación física, verdad? Veo que tiene buenos brazos para
ser un niño ¡Levántelos!

Con rostro de burla acató la orden.

— ¡Quédese ahí no más, no los baje!

Él esbozaba una sonrisa, creía que sería fácil. Pobre cabro. Yo comencé a hacer mi
clase, con aquel alumno allí, parado en el pizarrón, con cara de aburrimiento. Fue
así como tomé la biblia y les leí Juan 19:17

— “Pilato, pues, tomó entonces a Jesús y le azotó. Y los soldados tejieron una corona
de espinas, la pusieron sobre su cabeza y le vistieron con un manto de púrpura;
y acercándose a Él, le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! Y le daban bofetadas.
Jesús entonces salió fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y
Pilato les dijo: ¡He aquí el Hombre!...”

222
Máscara de cabra

— Profe, ¿Puedo bajar los brazos? – preguntó.


— “…entonces, cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, gritaron,
diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!…”
— Profe, me está empezando a doler.
— “… Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según esa ley Él debe
morir, porque pretendió ser el Hijo de Dios”
— Ya poh profe.

Zúñiga comenzó a bajar los brazos, entonces yo me acerqué y se los levanté


nuevamente.

— ¡Ay!
— ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte, y que tengo autoridad para
crucificarte?
— Profe ¿Por qué no deja que el Zúñiga baje los brazos?

Mientras recitaba las palabras de la biblia, vi caer la primera lágrima.

— “Y Pilato dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey!”


— Profe, ya poh, se está poniendo a llorar.
— ¡¿Han visto que he terminado acaso?!
— No, profe.
— “Entonces ellos gritaron: ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícale! Pilato les dijo: ¿He de
crucificar a vuestro Rey? Los principales sacerdotes respondieron: No tenemos
más rey que el César. Así que entonces les entregó a ellos para que fuera
crucificado”

Escuché a aquel muchacho llorando, humillado delante de todos sus compañeros


y le hablé.

— Jesús murió por nosotros, se sacrificó por nosotros, por todos nuestros pecados,
cargó esa cruz sin pedir que le quitaran esa cruz. Te felicito Zúñiga – le dije
bajándoles los brazos — ¿Por qué todos lo miran así? Sientan admiración por él.

Le corrían las lágrimas y los mocos.

— Ahora ándate al baño y suénate la nariz, por favor.

Se las canté claritas, a todos.

— Soy su profesor, no su amigo, aquí mando yo ¿Está claro?


— Sí, Profesor.

223
El Borrador II

— No los escuché.
— ¡SÍ, PROFESOR!

Zúñiga siempre fue problemático, el líder negativo de aquel curso, tenía que
bajarlo de la nube, si lograba controlarlo, pues entonces ese curso sería mío todo el
año. Por lo demás, tenía que encargarme de que no me acusase con su apoderado,
ni con el Padre Gerardo.

— Necesito conversar contigo.

Al salir al recreo, no dejé que se fuera, quise hablar a solas con él en la sala.

— ¡Zúñiga!

Pero se hizo el tonto, vi que se iba.

— Zúñiga, te tengo un 7.
— ¿Y usted cree que me importa las notas?
— Bueno, debiese importarte, vas como avión para repetir, además que bien tu
sabes que las notas de religión acá afectan a diferencia de otros colegios.
— No me interesa.
— Zúñiga, hablemos esto como hombres, quédate un rato y charlamos la situación.
— ¡¿Y pah qué?! ¿Tiene miedo acaso de que lo acuse?
— No, no. No se trata de eso. Es que creo que tienes dotes, y de verdad es que
me gustaría ayudarte a explotarlos, no quiero verte repetir el año. Imagínate
tu mamá con todo lo que ha tenido que pasar contigo, siempre la veo en la
dirección. Ahórrale un problema, yo te quiero regalar un 7.
—…
— ¿Cuántos 7 has tenido en el año?
—…
— ¿Cuántos poh?
— Ninguno.
— Ya poh, aprovecha la oportunidad entonces.
— ¿Es en serio?
— Claro que si — contesté.

Abrí el libro de clases y lo busqué.

— Veamos. Estái al final en el libro… a ver, a ver, a ver,… Uribe, Valdebenito,Vidal…


¡Zúñiga! ¡Acá estás!

Puse el dedo en el cuadrado donde se colocan las notas, justos en su celda en la que

224
Máscara de cabra

aparecía su nombre… pero solo puse una raya vertical.

— Profe, ese no es un 7, poh — reclamó.


— ¿Como que no?
— No poh, no le veo la raya al medio, parece un 1.
— No, no es un 1.
— Si profe, nah que ver.
— No, si es un 7, mira, acércate a mirar bien.

Vi que agachó su cara en el mesón para observar bien su nota… y ahí fui cuando
tomé las riendas del asunto.

— ¡¿Te gusta hacerte el chistosito, conchetumare?!

Lo tomé del pelo y lo jalé hacia atrás, bien firme.

— ¡Profe! ¡¿Qué onda?!


— ¡¿Te gusta agarrarme pal hueveo?!
— ¡Profe! ¡Me duele! ¡Ay!
— Pensé que erái mas hombre, ya poh culiao, ahora estamos los dos no mas ¿Qué
vai a hacer?
— ¡Profe, suélteme!
— ¿Y si no te suelto, qué? ¿Vai a llamar a tu mamá?
— ¡Ya poh!
— Llama a tu mamita y me las pagái todo el año.
— ¡Voy a ir a dirección!
— Anda, pero nadie te va a creer mugriento culiao. Yo lo voy a negar todo.
—…
— Que te pasa ¿Querí llorar?
— ¡Ay!
— ¿Vai a llorar?
— ¡No!
— Eso, bien hombrecito. Te voy a decir una sola hueá, en mi clase mando yo
conchetumare. ¿Estamos?

Lo jalé más fuerte.

— ¡Ay!
— No te escucho.
— ¡Sí!
— ¿Si qué?
— ¡Si profe!

225
El Borrador II

— ¿Profe? No culiao… Soy más que eso, soy tu Dios.


— ¿Ah?
— Repite conchetumare.
—…
— ¡Repite mierda!
— Mi Dios.
— Mas fuerte culiao ¿Quién soy?
— ¡Dios!

Lo solté y lo empujé.

— Y una última advertencia, te llegái a hacer el choro y te reviento, donde te pille.


Porque pah voh también mando en la calle, mando en todos lados. Te observaré
cada noche que estés durmiendo, y si alguien sabe de esto, juro que me meto por
la ventana de tu casa y quemo a tu pobre mamá. ¿Estamos?
—…
— ¿Tienes miedo?
—…
— Eso, así te quería ver. Pah que te quede claro, Zúñiga… no soy tu amigo, y si
sigues con tu tontera, podría convertirme en la peor persona que se te haya
cruzado en tu vida.

Me acerqué a él nuevamente, y a medida que me aproximaba soltaba más lágrimas.

— Sin mearse, tranquilo – le dije.

Le arreglé la corbata, y lo peiné un poco con mi mano.

— Y felicitaciones, le pondré una rayita al 7 ¡Ahora ándate de aquí, mierda!

Tomé mi libro de clases y me fui a la dirección, tranquilo como siempre.

— ¿Qué tal la clase? – me preguntó el Padre.


— Bien, cero problema. Son buenos cabros.
— Si… ese curso es buenísimo, claro, salvo el Zúñiga que siempre anda metido en
atados.
— No se preocupe Padre, si con él tenemos buena comunicación.

El Padre se levantó de su escritorio y me tomó la mano.

— No sabes lo feliz que me pone verte trabajando acá, quien te viera y quien te
vio, Jorge.

226
Máscara de cabra

— No le ponga tanto, Padre.


— Si, le pongo, tú sabes bien lo complicado que eras. Andabas por ahí con ese
niñito... no me quiero ni acordar de su nombre.
— Bueno, la gente cambia.
— Si, cambia.

El Padre, de pronto cambió su tono de voz, y puso un rostro más serio.

— Jorge, hay algo que siempre he querido conversar contigo, yo sé que ha pasado
mucho tiempo.
— Si Padre, todo lo que quiera, que es lo que necesita conversar.

Me soltó la mano y se acercó a un mueble que tenía en la oficina, abrió un cajón y


de allí sacó algo que me dejó con un nudo en el estómago.

— ¿Te acuerdas de esto?

Aun esa joya conservaba aquel brillo, no podía creerlo, mis sospechas siempre
fueron ciertas, siempre estuvo allí.

— Claro que me acuerdo, Padre.


— ¿Sabes? Un día, me quedé hasta tarde trabajando acá, y resulta que empecé a
escuchar ruidos que venían desde la sala de profesores. En un principio pensé
que se trataba del junior que en una de esas se había quedado ordenando ¿Me
creerías que fui a ver y no había nadie?
— Chuta, Padre, pero eso es normal, uno siempre escucha ruidos en todos lados,
a veces es la humedad…
— ¡Espera, que no he terminado! — interrumpió.
— Ah, disculpe, lo escucho.
— El tema, es que cuando regresé a la oficina, estaba el mueble abierto y estaba
esta cadena colgando del cajón, como si alguien se la hubiese querido llevar,
para mi sorpresa mayor es que la ventana estaba abierta.
— ¿Usted dice que se metió un ladrón?
— No sé…
— ¿Entonces, qué?
— Bueno, al otro día, decidí investigar respecto a la procedencia de esta cadena.
Tú ya conoces su figura, es el rostro de una cabra, y en ella aparecen ciertos
símbolos. Es evidente de que se trata de una joya blasfema.
— Bueno, me imagino que el rostro de la cabra es el demonio
— Si, así es. Es un símbolo de Satán. Pah que sepas esta cuestioncita que tengo en mi
mano la ocupan brujos para distintas cosas, por supuesto siempre relacionadas
con la oscuridad. Hablé con otros obispos de manera privada respecto a este

227
El Borrador II

amuleto, varios me dijeron que les llamaba la atención de que niños de este
colegio la anduvieran trayendo. Está hecha de oro, puede valer mucha plata
esto ¿Sabías?
— No, no tenía idea.
— Perfectamente yo podría pagar varias deudas y comprar ciertas cosas para mi
bienestar.
— ¿Y lo va a hacer?
— ¡Cómo se te ocurre hombre! Esta joya, Jorge, es un peligro, nadie la puede andar
trayendo, los obispos me insinuaron que trae cargas demasiado peligrosas para
cualquier ser humano, los transforma en bestias. Ahora bien, aprovechando de
que estás acá, resuélveme una duda ¿De que parte sacaste esta lesera, tú y el
Astudillo?
— Pucha, ha pasado tanto tiempo.
— Pero sé que te acuerdas ¿Dónde lo encontraron?
— Bueno, a ver, haciendo memoria... en una quebrada, creo.
— ¿En qué quebrada?
— Cerca del bosque camino a “Rayado”
— ¡Ah! Pero ese bosque ya no existe.
— No poh, si talaron todo y ahora está lleno de casas.
— Mmm… Pero la quebrada aún está.
— No sé, supongo, hace mucho tiempo que no paso por ahí.
— ¿Y la encontraron botada? ¿Cómo fue? Cuéntame.
— Bueno, con el Pedro Astudillo fuimos al bosque un día y recorrimos ese sector, y
la encontramos casualmente Eso.
— Pero yo me acuerdo que alguna vez se mencionó algo de una rata gigante ¿No?
— ¿Una rata gigante?
— Claro que esa vez a mí me dio mucha risa. ¿Pero sabes qué? Después le hallé
sentido ¿Tú sabías que se puede invocar al demonio a través de las ratas?
— Sé que se puede hacer de varias formas, en la universidad me nombraban
algunas, pero nunca había escuchado algo como eso.
— Para que sepas, esto es una de las peores abominaciones que pueden existir.
Como bien sabemos el demonio es un imitador de Dios. Según palabras de
distintos libros cristianos, el anti cristo llegará a través de un vientre de una
mujer, la cual será concebida por un espíritu, al igual como María se embarazó
de Jesús.
— Si, eso lo sé.
— Pero esto es distinto, Jorge, la diferencia está, en que el vientre donde nacerá este
anti cristo no será en el de una mujer.
— Si no que el de una rata – interrumpí.
— Así es. Para que entiendas, quienes hacen esto son imitadores del demonio. Ni
siquiera imitan a Dios. Y lo peor, es que ese demonio que nace de ahí, es uno de
los peores que se podrían ver.

228
Máscara de cabra

— ¿Si?
— Bafomet es su nombre, el demonio con rostro de cabra.

El director volvió a guardar la joya en aquel escritorio, cerrándolo con una llave
que siempre escondía en su bolsillo.

— ¿Y la va guardar ahí por siempre?


— No por mucho tiempo. Me quiero deshacer de ella, pero estoy pensando en la
forma.
— Yo lo podría ayudar si quiere.

Levantó la vista, y frunció el ceño.

— ¿Me estás bromeando?


— No, para qué va a tener esa joya escondida, es peligrosa hasta para el colegio.
— ¡Tú nunca la tendrás! Los dos sabemos que cosas trajo para tu vida, me imagino
que no prefieres hablar de ello ¿Mmm?
— No, Padre, tiene razón.
— Bien, eso quería escucharte.

Me fui a casa, no lograba dejar de pensar en la cadena, siempre la quise, la


necesitaba conmigo… tenía que hallar la forma de obtenerla.

— ¡Zúñiga!
—…
— Zúñiga, hombre, le estoy hablando.
— Hola, profe.
— ¿Cómo anda la cosa?
— Bien.
— Que bueno. Se te ve bien, eso me gusta ¿Te cortaste el pelo?
— Si, un poco.
— Te veí más ordenado, ojalá que el corte signifique el inicio de un cambio, pero
de un cambio de verdad si poh, no uno a medias. Un cambio de actitud en clases,
con tus compañeros, conmigo. Tú sabes que eres un lider en este colegio, pero
tienes que ser de los positivos, no de los negativos.
— Si profe, como usted diga.
— ¿Profe? ¿Escuché bien, me dijiste profe?
—…
— ¿Cómo fue que me dijiste?
— Dios… Disculpe.
— Eso, bien, viste que aprendiste rápido ¿Y cómo ha estado la mamita? El otro día
pasé por afuera de tu casa, oye, y al fin cortaron el pasto, estaba larguito, se

229
El Borrador II

veía medio desordenado, seguramente ahí aprovecharon de pasar la podadora


por tu cabeza.
— ¿Por mi casa?
— ¡Ya, no te asustí! De hecho, te quiero ofrecer un trabajo, y si lo haces bien, vas
a salir muy beneficiado.
— ¿Qué cosa?
— Yo te encuentro “vivo”, chispeante, despierto. No eres como algunos de los paos
que anda corriendo acá en el colegio, por eso necesito que tú me hagas esta
paleteada, imposible que sea otro.
— ¿Pero qué cosa? No me ha dicho.
— Relax, tranquilo. No te pongas ansioso, que se necesita mucha calma pah esto.
— Ya, lo escucho.

Miré a mi alrededor para asegurarme de que no había nadie cerca para escuchar.

— Zúñiga, necesito que te metas a la oficina del Padre Gerardo y abras el cajón
que se encuentra a la derecha de su escritorio.
— ¿Me está leseando?
— ¡¿Me veí cara de payaso, conchetumare?!
— No, perdón.
— Necesito que abras ese cajón y saques una medalla que hay ahí.
— ¿Usted me dice que lo robe?
— Técnicamente no es ningún robo, esa joya me perteneció a mi cuando fui
estudiante, por lo tanto no se trata de ningún robo, más bien es una restitución.
— ¿Y si no es robo por qué simplemente no se lo pide?
— ¿Por qué creí que te lo estoy pidiendo a ti, ahuenao? ¿Crees que si pudiese pedirlo
ya no lo habría hecho, acaso?
— Si, tiene razón.
— Me imagino que no debe ser la primera vez que te metí a robar ¿O no?
— ¿Y cuando quiere que lo haga?
— Hoy, a la noche.
— ¿Y si me pillan?
— Bueno, si te pillan a lo más va a venir tú apoderado de nuevo, o sea nada raro
viniendo de ti.
— Yo creo que me expulsarían.
— A ver, Zúñiga ¿Con quién crees que estás hablando? Conmigo no te va a pasar
nada, preso no te podí ir, eres menor de edad, y no te van a expulsar porque te
defenderé, y sabes que aquí yo no soy cualquier persona, tengo peso.
— Bueno, vale.
— Si lo haces bien, te prometo que terminarás bien el año y no solo eso... Tú sabes
que “por plata baila el monito” ¿O no?
— Okey, hoy a la noche entonces.

230
Máscara de cabra

— Hoy a la noche entonces.

Llegué a mi casa, me afeité, me miré el rostro en el espejo, sonreí. Me puse un


abrigo y salí en mi auto, lo estacioné cerca de la villa donde antiguamente se
encontraba el bosque. Luego bajé y caminé hacia la quebrada. Fue allí donde lo
encontré, como siempre.

— Hoy será una noche muy importante – le dije


—…
— Pero esta vez será diferente.
—…
— No aun, pero ya fueron por él. Abriré la puerta y podrás dominar todo a través
de mí.
—…
— Seré yo tu canal de energía, tu sangre es mi sangre, gran Bafomet
—…
— No, no tengo miedo. Estoy preparado.
—…
— No, no te molestes, por favor. Prometo que esta vez sí se cumplirá tu profecía.
—…
— Sí, lo sé.
—…
— No son necesarias tus amenazas, sé que me matarás si no cumplo con tu deseo.
—…
— Sí, aún tengo la máscara.
—…
— Prometo traerla junto con la cadena.
—…
— ¿Quieres que me arrodille?
—…
— Como tú digas, señor.

Sentí sus uñas sobre mí, me las enterró en la cabeza, debía cumplir penitencia,
pues ya había pasado mucho tiempo desde que perdí la joya. Pero sería la última
vez, Zúñiga lo lograría… o eso pensé.

— ¿Cómo que está muerto?


— Se metió al colegio, intentó robarle al Padre, este lo descubrió, pero al intentar
escapar cayó desde el tercer piso.
— Mierda. Okey, voy al tiro para allá.

Me informaron a primera hora del deceso del pendejo, llegué al establecimiento y

231
El Borrador II

se encontraba lleno de periodistas, y apoderados. Nadie lo podía creer.

— Padre ¿Se encuentra bien?


— Está muerto, Jorge, aquel muchacho está muerto.
— Si, lo sé ¿A usted le pasó algo?
— Dios ¿Qué le diremos a su madre? Pobre mujer, la conozco desde pequeña, al
igual que a su padre. Es mi culpa.
— Relájese, no es su culpa.
— Pero está muerto, era solo un niño.
— Padre, míreme ¿A usted le pasó algo?
— No… no, no me pasó nada.
— Me dijeron que intentó robar ¿Se alcanzó a llevar algo?
— Vino por la cadena… Jorge, vino por la cadena ¿Tu sabes lo que eso significa?
— No… no, Padre.
— Significa que el demonio ha vuelto, ha llegado a este establecimiento.
— Padre, no diga eso.
— Ese demonio nos está atacando, y ya no puedo hacer nada.
— Padre, si podemos. Entrégueme a mi esa cadena y me lo llevo, yo me encargaré
de hacerla desparecer, así nunca más este colegio volverá a ser atacado por esa
bestia.
— Jorge, aunque quisiera entregártela, ya no puedo.
— ¿Cómo que ya no puede?
— Es que se la llevaron.
— ¿Los policías? Pero la podemos recuperarla, después de que todo esto acabe
tendrán que devolverla.
— Jorge, la policía no tiene la cadena.
— No le entiendo, Padre.
— Esa joya desapareció antes, Zúñiga no encontró nada en la oficina antes de su
accidente.
— ¿De qué me está hablando? ¿Cómo fue que desapareció antes?
— Alguien, antes que él se la robó. Antes de que este muchacho entrara, encontré el
cajón destrozado y la cadena ya no estaba.

Nada de esto tenía sentido ¿Quién podría haberse robado la cadena? Salí al patio,
miré la cara de todas las personas que se encontraba allí, intentando identificar
algún rostro, algún ceño, o lo que fuese que me diese alguna pista.

De pronto, sorpresivamente, se me acercó el papá de el alumno fallecido.

— Ayudando a sentir – le dije.


— ¡Perro conchetumare!

232
Máscara de cabra

Aquel golpe me tiró al suelo, a vista y paciencia de todo el colegio.

— ¡¿Asi que tú la pegaste a mi hijo en clases, mierda?! ¡Ahora estái contento! ¡¿Ah?!
¡Ahora está muerto poh conchetumare! ¡¿Estái feliz?!
— Caballero, yo sé que está pasando por un mal momento, pero no sé de qué me
habla.
— ¡Mi hijo andaba extraño todos estos días, y uno de sus compañeros me contó lo
que le hiciste!
— Señor Zúñiga, de verdad lamento esto, yo a él lo estimaba mucho, al igual que
todos mis colegas y alumnos de este establecimiento. Era muy querido por todos
nosotros.
— ¡Mentiroso!

El Padre vio y escuchó toda la discusión. Me levanté y me fui detrás de él.

— ¡Padre, me quiero confesar!


— Confiesa entonces.
— No le pegué, se lo prometo, solo lo castigué con la palabra.
— ¿Con la palabra?
— Padre, seamos sinceros, acá cuantas veces se le ha golpeado a un niño, como
si nunca hubiera pasado. A mí, en este mismo colegio me llegaron un par de
coscorrones del cura David cuando fui alumno.

El Padre se quedó un rato en silencio y me miró directo a los ojos.

— ¿Qué tuviste que ver en todo esto?


— ¿Ah?
— Jorge, que tuviste que ver con lo de Zúñiga.
— Padre, me está ofendiendo, usted me conoce.
— Jorge, ayer te conté lo de la cadena, ahora me acabo de enterar que ese muchacho
andaba extraño por tus actos ¿Qué quieres que piense?
— Padre, le juro por Dios…
— ¡No blasfemes, mierda! ¡Tú sabes que no soporto que ocupen el nombre de Dios
para tus estupideces!
— Perdón… Pero no tengo nada que ver.

Y me lancé a llorar.

— Padre, soy un hombre de fe, al igual que usted, he renunciado a todo por este
colegio, he pasado la mitad de mi vida acá, no sabe el amor que siento por todos
los que pisan esta escuela. Esta es mi casa, ustedes son mi familia, nunca haría
nada que pudiese afectar la integridad de los muchachos.

233
El Borrador II

El Padre no decía nada, me ignoraba, entonces ocupé la última carta debajo de la


manga… humillarme.

— Me hinco ante Dios Padre, me pongo de rodillas para que me crea, soy como su
hijo ¡Soy su hijo! Sé que he cometido errores, sé que soy un pecador, pero por
favor, créame, yo no he hecho nada de lo que piensa.
— Párese.
— Pero Padre, créame.
— Si le creo hombre, ya, está bien, párese.

Lo abracé y seguí llorando en su hombro.

Salí de esa escuela y me subí al auto, ahora no sabía quién se había llevado la
cadena. Bafomet me había sentenciado a muerte si no llegaba ese día con aquel
amuleto, este era la llave para su aparición definitiva. Sólo tenía dos caminos, la
vida eterna… o la muerte. Y tal parecía que solo me quedaba una sola opción.

Llegué a casa, me encerré, sentí mucho miedo, ya no tenía más oportunidades. No


quería que llegara la noche, esa cosa vendría por mí, no me quería imaginar que
cosas me haría. Cuando entré a mi habitación, me llevé una sorpresa.

— ¿Y la máscara? ¡Donde mierda está a máscara!

Miré a mí alrededor, y observé que muchas cosas estaban en el suelo, la ventana se


encontraba abierta, alguien había entrado. De inmediato supuse que era la misma
persona que se había llevado la cadena desde el colegio.

Eran las doce de la noche, 18 de octubre. Me acosté junto al crucifijo que alguna
vez me regaló el Padre Gerardo. No quería dormir, no podía. De pronto, se
escuchó un ruido en el living.

— ¡Cresta! ¡Cresta, entró esa cosa!

Botaron uno de los jarrones, sonó el cristal quebrándose.

— ¡Por favor! ¡No me haga nada! ¡Por favor! ¡Deme una oportunidad! ¡Descubriré
quien se ha llevado las cosas!

Pero el ruido era cada vez peor, fue como si estuviesen dando vuelta la casa por
completo, si había alguien por ahí, se le escuchaba furioso.

— ¡No me quiero morir! ¡Señor! ¡Dame tu piedad!

234
Máscara de cabra

Comenzaron a romper la puerta.

— ¡Por favor! ¡Una oportunidad! ¡No quiero que me mate! ¡No me quiero ir a la
infierno!

Comencé a rezar.

— Ave María, llena eres de gracias, el señor es contigo…

Vilas manos asomarse.

— … bendita eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre Jesús…

Iba a morir.

— … Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la


hora de mi muerte… amén.

Se colocó en la entrada de la pieza. Lo observé de pies a cabeza. No podía ser.


Tenía la máscara de cabra y la cadena puesta.

— ¡Tú te robaste las cosas! ¡Quién eres! – exclamé..

Llegó con un bidón de bencina. Comenzó a sacarse la careta y me mostró su rostro.

— ¡Vengo a matarte, así como lo hiciste con mi mamá! Es 18 de octubre y hoy se


terminan mis pesadillas. Venganza, perro conchetumare.
— ¡Pedro! ¡Hueón!¿Te acuerdas cuando íbamos al bosque? ¿O cuando jugábamos a
la pelota? ¡Yo soy tu amigo! – le supliqué
— Yo no soy tu amigo… soy el sol que te quema la casa… soy Máscara

____________________________________________________________________

235
POLAROID DE UNA
LOCURA ORDINARIA
Le dije que ya no la quería, y se cortó con la Gillette. Como un cuento de Bukowski
y una canción de Fito. Me chorreaba en las sábanas mientras se reía y me culpaba.
Al hospital por enésima vez. Su madre me apuntaba por drogadicto, que su hija no
era así, y que la volví loca por la coca.

Se la llevaron al psiquiátrico, dopada en diazepam, sin ver más su rush de cuatro


de la mañana, esparcido desde los labios a las mejillas, copeteada en vodka barato.
Pendeja peligrosa, exquisitez italiana que se pasaba por mi ventana por las noches
y se acostaba a mi lado. Yo, a mis treinta, su profesor de música; ella, la padawán
con sus cortos dieciocho y un vozarrón que te cagas.

Musa, loca ¿Qué nos pasó? ¿Si antes solo cantábamos el cordero de Dios?

Solo te di un pito de marihuana, me contaste del perro que hablaba, y de lo mucho


que yo te gustaba. No debía, pero la belleza es peligrosa como cuchilla afilada. Fue
solo un movimiento, y mi ética profesional a la cresta. Cada vez que acababa en
ti, sentía aquel orgasmo arrepentido. Esa frase de decir “la última”, siempre venía
acompañada de tu mordida repentina, y una erección inevitable.

Hasta que te cerré la ventana con pestillo y me hice el dormido.

El jumper corto y unas piernas cruzadas en mis clases, mientras tus ojos redondos

237
El Borrador II

los sentía en mi nuca. Evitándote y evitándote.

Hasta que llegué a mi casa, y ahí estabas, subiéndote la falda. Tragué saliva y
las ganas, con mucho esfuerzo, para decirte que te fueras. Me amenazaste con
acusarme, pero no te tuve miedo, vete. Musa, loca, te fuiste a la tercera de mi
ventanal y yo renuncié a mi trabajo. Me despedí de todos en clases y fotografié
mentalmente tu cuerpo infernal.

Me rehabilité de aquella droga prohibida, y apareciste, en mi proceso de


abstinencia de ti.

Todos hablaban de “esa cabra” de la esquina del pub, después de tres flashes te
reconocí. Pero tú ya venías de vuelta, te hiciste la tonta, como que no me habías
visto, pero tu mala actuación equivale a tu perfecta sensualidad.

¿Qué querí de mí, pendeja chica? A la chucha, tres besos y al taxi. Chófer incómodo,
su retrovisor, y el reflejo de mi mano en tus entrepiernas. Llegamos y fueron dos
jales, cuatro latas de cerveza, un cripy, tres encamadas y un jugo de proporciones.
Me dijiste que me amabas, y te respondí que no te quería, que tenías mucho por
conocer, y yo necesitaba envejecer, borracho y solo. Prometo que no sé de donde
sacaste la Gillette, tu sangre era azul como de cuentos, mientras tu llanto era el
cantar de una sirena, observando atentamente tus labios gruesos moverse en stop
motion, repitiendo una y otra vez “tu culpa”, te fuiste al suelo en cámara lenta y te
dormiste como una princesa.

Luego, de golpe, te vi chorreada por un suicidio mal hecho.

Tu madre, su rostro de mierda encima de mí, y para nosotros un adiós sin


despedida.

Mi soledad y una guitarra, “Polaroid de locura ordinaria”, la escuchaba siempre


y me reía. La cantaba en un bar piñunfla y una que otra fogata rancia, con tanta
rabia como la tuya.

Y te olvidé.

Otro colegio, y un semestre perfecto. Intentando evitar el “Gorro de lana”, y el


“Todos juntos, de Los Jaivas”. Un curso contento, vacaciones de invierno y de
vuelta.

— Profesor, le presento a su nueva alumna. Se integra este segundo semestre, y


espero que la acojan como corresponde.

238
Polaroid de una locura ordinaria

Mis intestinos en mi boca, y unas ganas de arrancar a 120 km/hr, repitente.

Perseguido en los recreos, escondiéndome detrás del kiosko o en el baño. Siempre


vacilando un “hola” que no le respondía, y una insistencia infinita de querer hablar
conmigo. Días infames, dónde comencé a sentirme perseguido. La veía siempre
en mi habitación, riendo, manchándome las sábanas. Pesadilla diaria, donde aquel
monstruo no era una bestia de dientes grandes, sino, una rosa italiana.

Se cansó.

La vi alejarse, y de reojo observaba como el tiempo no tenía techo con su belleza.


Día a día era más linda que ayer. Mi fuga terminó, y el año también. Se graduó
y se besaba con su novio, mientras su madre recién descubría que yo no había
desaparecido de su vida, pero no dijo nada.

Venía de Papudo, un tanto borracho de una fiesta de noche, tomé la ruta corta y vi
a una mujer correr con un vestido, frené, ignorando el temor ridículo de que fuera
“La novia de Kennedy”. Subió al copiloto, llorando, por una pelea con su pololo en
su fiesta de graduación. Me reconoció al instante y se calmó. Al parecer su carrete
estuvo bueno, se le notaba por el medallón de vino en su pecho. Ambos sonreímos
por un chiste corto que dije, no recuerdo cual.

— Perdóname – me dijo.

Le dije que no importaba, que había sido mi culpa, debí yo haber frenado la
situación. Le deseé suerte para futuro y que no llorara por hombres, que ella con
su belleza e inteligencia podía tener el mundo a sus pies, o algo así.
Me besó en la mejilla… luego me mordió.

— No.
— Te quiero aún.
— No… dije que no, por favor.
— ¿Y por qué? Ya soy mayor de edad.
— Lo sé… pero te vuelves loca. No, en serio.

Me bajó el cierre, y no se como me contuve.

— ¡Dije que no, mierda!

No vi la curva, doblé rápidamente hacia la izquierda, pero la parte trasera se fue


abajo en aquel barranco. Veníamos con el cinturón abrochado, el auto quedó de
lado. Ambos consientes, pero inmóviles. Había que esperar a que nos sacaran…

239
El Borrador II

pasó un día, y nadie llegó. Para peor, el infortunio nos preparaba una horrible
sorpresa: comenzó a llover. Ella, se encontraba justo en el suelo, yo en el aire, y
un charco comenzó a formarse, su rostro empezó a mojarse, junto a sus lágrimas
de pánico.

— Tranquila — insistí.

Pero la noche era larga, y aún nadie se asomaba. La poza tapó su ojo derecho, y
sus últimas palabras decían “no me quiero morir”. Se tuvo que callar, cerrando su
boca, porque

comenzaría a tragar agua. El charco subía, lentamente, mientras movía su brazo


izquierdo hacia mí. No sentía mis huesos, y solo podía gritar auxilio, una y otra vez.

Se escuchó un rayo, y el aguacero cayó a jarrones. Su rostro se tapó por completo,


movía su extremidad como un ave aleteando. Apreté mis dientes, ateo le rogaba a
Dios que me soltase; su vestido empapado, y el cabello flotado. Su cuerpo cubierto
de agua, y yo, esperando ahogarme, junto a ella, pero no, el torrencial se detuvo.
En la mañana el charco comenzó a secarse, y un sol de 30 grados apuntaba
directamente hacia nosotros. El olor profundo y su descomposición hacían
marchitar a aquella rosa italiana, a mi lado. El ayuno diario comenzó a hacer efecto,
y aquellas moscas carnívoras que la devoraban, se transformaban en ángeles que
veían por ella. La veía recostada, hablándome de lo mucho que me quería, y yo, al
fin cediendo ante su amor prohibido ¿Qué más daba? Estábamos muertos... pero
no fue así, sobreviví.

Enfrenté el repudio social, escapando como un cobarde junto a tu cuerpo infernal


en mi mente, pudriéndote, apareciendo en mis pesadillas, riéndote, asomándote
por la ventana y cortándote las venas con la Gillete, encima de mis sábanas blancas.

240
¿Y tú? ¿Estás segura de ser madre?
POST—PARTO.

En el hospital, hicieron que la Carola tuviera a nuestro hijo por cesárea, yo estaba
más emocionado que la cresta. El Matías apenas salió, chantó el llanto de una. Lo
limpiaron y le pusieron la ropita que tantos meses le guardamos. La escena para
mí era emocionante, y lo que más quería ver era la reacción de su madre al tomar
al niño en brazos.

— Mi amor, mira, al fin está con nosotros nuestro pequeño – le dije.


— Daniel.
— ¿Deja sacarte una foto a ti y al niño, juntos?
— Daniel
— ¿Qué?
— Sácamelo.
— ¿Ah?
— Que me saques a la guagua de encima.
— ¿Segura?
— No quiero tomarlo, tenlo tú.
— Tení que darle pecho.
— ¡Te dije que lo saques! – gritó.

Esa reacción me descolocó, quizás todo el proceso del parto la había dejado
cansada. Hablé con una enfermera que intentó ayudarme a tratar de convencerla
en que le diera teta, pero no quería escucharnos.

243
El Borrador II

— Señorita, es de suma importancia que usted le de leche a su niño, es por la salud


de su hijo…
— Dale tú, entonces.
— Carola, hazle caso a la enfermera ¿Cómo no vas a querer alimentarlo? —
interrumpí.
— Me quiero ir de aquí, llévame a la casa.
— No puedo, tienes que tener reposo. Mañana te puedes ir, recién.

La enfermera después de tanto insisitr, le entregó al niño en sus brazos, le destapó


un pecho y el Matías de inmediato empezó a chupar. La Carola miraba hacia otro
lado, mientras se le dibujaba el llanto en el rostro.

Al otro día, nos fuimos a una pequeña casa que se encontraba en la parte de atrás,
en el mismo terreno de mi mamá.

— ¡Qué coso más hermoso, mi niñito pequeño! Es igual a ti, hijo – exclamó mi madre.
— Yo le hayo un parecido al Emilio – contesté.
— Pucha que estaría contento, estaría chocho con su sobrino.
— Demás que si poh, mamá.
— Y usted, mijita ¿Le haya algún parecido al Daniel?
— Si… no sé, puede ser – respondió Carola.
— Igual, tiene su nariz, mijita. Sacó cosas de los dos.
— ¿Si?

La Carola subió al segundo piso y me dejó con el niño en los brazos.

— ¿Le pasa algo a la Carolita?


— Anda media cansada, mamá… eso es todo.
— Si, si entiendo, yo cuando te tuve a ti, ni te imaginas todo lo que me hiciste
sufrir, lo único que quería, era tirarme a dormir… pero no se podía poh. Ustedes
van a descansar poco, ojala que se apoyen en eso.
— Sí, hay que ir turnándose en la noche.
— Igual yo los voy a estar ayudando, es cosa que me llame no más.
— Mamá, respecto a lo mismo ¿Por qué no se queda hoy?
— ¿En serio? Quizás voy a incomodar, la Carolita igual va a querer su espacio
con el niño.
— No, mamá. Quédese, así nos hecha una manito ¿Bueno?
— Como no voy a querer quedarme por mi chiquitito.

La Carola no andaba bien, era evidente que algo le pasaba, y lo que más me llamaba
la atención, era ese rechazo constante con el niño, tenía la sensación de que yo no
iba a poder solo con esto.

244
Post-parto

— Carola, el niño se hizo caca.


— Bueno, múdalo – contestó.
— Está bien, no tengo problema con hacerlo yo ¿Pero qué onda tú?
— ¿Qué onda yo con qué?
— A ver ¿Me podí decir que mierda te pasa? Te estás comportando como una loca,
eres mamá ¿Podí tomar el rol, porfa?
— ¿Y tú rol como papá?
— Lo estoy haciendo.
— Ya poh, entonces voh múdalo, dale leche y todo, o sea porque una es mujer tiene
que hacerse cargo de todo… no me hueí ¿Querí?
— Son roles compartidos, Carola. No puedo creer que estemos discutiendo esto.

Nos dio la espalda, a mí y al Matías. En la noche, puse a mi hijo en la cuna, junto a nuestra
cama, yo no despegaba un ojo, mientras la Carola estaba durmiendo a pata suelta.

— Carola, despertó el niño – avisé.


—…
— Carola, despertó el niño…
— ¡¿Qué hueá querí?! ¡No veí que estoy durmiendo, imbécil!
— ¿Carola, por qué me tratai así?
— ¡Me tení chato con el tema de la guagua, si lo escuchai llorando entonces
levántate tú!

En eso, sentí que golpearon la puerta de la pieza, era mi mamá

— Hijo, disculpen. Escuché al niño llorar desde mi casa ¿Se los hago dormir? –
preguntó.
— Por favor, tía – contestó mi novia.

Yo miraba con vergüenza a la Carola, esperé que mi vieja saliera con el niño de la
pieza, teníamos que arreglar el asunto de una buena vez.

— ¡Sigues con esta misma actitud y esto se va a ir a la mierda! – advertí.


— ¿Ya? ¿Y?
— Carola, me tienes asustado, te estás comportando como una enferma, me haces
pensar que no quieres a nuestro hijo.
—…
— Responde ¿Querí al Mati?
— No sé… sí, supongo que sí.
— ¿Cómo supongo? Carola, por la chucha.
— ¿Cómo voy a querer a alguien de la noche a la mañana?
— A un hijo obvio que se le ama de inmediato, de hecho tú ya lo amabas antes de

245
El Borrador II

nacer, pasabas hablando de él. Ahora no entiendo que cresta te pasó.


— Necesito tiempo… eso es todo… tiempo.
— ¿Tiempo?
— Ya, deja de interrogar tanto, tengo sueño, mañana hablamos.

Pasaron un par de meses, y ese tiempo de adaptación que ella me pidió, jamás
llegó. Mi mamá y yo nos tuvimos que hacernos cargo del Matías, y por supuesto,
el resto de la familia comenzó a darse cuenta.

— Mijita ¿Le trajo la mochilita con la muda para el niño?


— Parece que el Daniel las trajo.

Mi mamá, aprovechó un instante en que me encontraba solo para hacerme


saber su inquietud.

— Hijo, me tiene preocupada esta situación, la Carola no se ha hecho cargo de


nada ¿Usted sabe que le pasa?
— No sé, mamá… pero por favor, no quiero que andes divulgando esta situación al
resto. No me tiene cómodo en lo absoluto… y hasta me avergüenza.
— No, no diré nada… pero el resto ya ha comentado, yo he tenido que negarlo,
pero es cosa de mirar a la Carola como se comporta.

En ese momento, observé una situación desde la cocina que me terminó


colmando la paciencia.

— ¡¿Qué chucha estái haciendo?! — exclamé.


— ¿No me puedo tomar un trago ahora?
— Estái dando teta, como se te ocurre.
— Nosotros quedamos en que no lo iba a amamantar, para eso le estamos dando
esa leche especial.
— Qué vergüenza, hueón. ¡Ya! ¡Deja ese vaso ahí!
— O sea que tú puedes tomar porque eres el papá, y una como es mujer, no puede,
linda la cuestión.
— Yo no doy leche..
— ¡Hueón machista!
— ¡Ya! ¡¿Sabí que más?! ¡Agarra tu chaqueta que nos vamos a la casa!
— Pero si recién llegamos…
— Carola… mira a tu alrededor, están todos mirando la hueá que estái haciendo,
estamos quedando como chaleco de mono.

Convencí a la Carola que dejadse de beber y que nos regresáramos a nuestra casa.

246
Post-parto

— Mijito ¿Ya se van? – preguntó mi mamá.


— Sí, no nos sentimos muy bien, hemos dormido poco y a mí me duele la
cabeza – contesté.
— Pucha, ya pues, descansen, mañana los veo.

Me llevé al niño en brazos, mientras la Carola, molesta, caminaba delante de


nosotros. Pero de pronto se detuvo.

— ¿Daniel, ya no me amái? – me preguntó.


— Con esa actitud de mierda… no sé ¿Que querí que te diga?
— O sea que ya no me amái.
— Como no te voy amar, Carola. Claro que sí.
— Es que ya ni siquiera me tocái.
— Es que te desconozco.
— ¿Es porque soy mamá? ¿Ya no te excito como antes? Se me cayeron las tetas, la
cesárea me dejó una cicatriz horrenda… yo sé que es eso.
— Deja hablar tonteras.

La Carola se tapó la cara con sus dos manos y se plantó a llorar.

— Yo sabía que no me amabai. Yo sabía


— ¡Cálmate, mujer!
— No puedo ¡Todo por culpa de ese niño!
— ¡No metai al Matías en tus huevadas! ¡¿Querí?!
— Y más encima me gritái… necesito tu abrazo, no que me reproches así. No me
siento bien, Daniel. No sé qué cresta me pasa.

Bajé la guardia con ella, quizás estaba siendo demasiado duro, y no me había
puesto a pensar en su situación, seguramente había un problema más de fondo.

— Caro, te amo. Sabí que sí. – le dije.


— No, no me amái – contestó.
— Mírame a la cara, tranquila.
— No, no quiero.
— Caro, mírame a la cara.
— Te amo mi amor – me dijo.
— Yo también, pero quiero que te calmes y me digas que pasa, no entiendo ese
odio con el niño. Siempre quisimos ser padres y tenemos a esta cosa hermosa
con nosotros. Es la oportunidad de ser felices.
— No sé…
— ¿Quieres ser mamá? ¿O ya no quieres?

247
El Borrador II

La Carola se tranquilizó y miró a ese niño que tenía en brazos.

— Sí, si quiero – me dijo.


— Eso, quería escucharte eso mi vida, dame un beso.

Nos besamos afuera de la casa. Cuando entramos, acosté al niño en la cuna, tomé
a la Carola y tiramos en el living.

— ¿Nunca me vai a dejar? – me preguntaba mientras me rasguñaba la espalda.


— Nunca, mi amor – le respondí, mientras entraba con todo en ella.

Cuando terminamos, le hice prometer que esa noche compartiríamos el sueño


por el niño.

Nos acostamos al lado del Matías. Yo dormía profundo, y de pronto abrí los ojos
por el llanto de la guagua.

— Caro…
— Si, yo me hago cargo – me respondió.

La noche me pesaba, llevaba días sin descansar como correspondía, al fin podría
echar la pestaña.

— Hola, Jorge.
— ¿Y voh? ¿Qué haces acá?
— Nada, paseando ¿Hay alguien por ahí?
— ¿Por ahí donde?
— ¿Alguien que nos pueda escuchar?
— No sé, Emilio.
— ¿Me echai de menos, hermano?
— Más que la chucha.
— Yo también, hueón… oye, yo que voh, despierto.
— ¿Ah?
— Estái soñando.
— ¡Mierda!

Sentí que mi alma volvía de un sopetón a mi cuerpo, miré a mi lado, y no podía


creerlo.

— ¡Carola!

Tenía un cojín encima de la cara del niño, vi que apretaba los dientes por la fuerza

248
Post-parto

que ejercía sobre él. Me levanté y la empujé, la Carola se azotó la cabeza contra la
pared y me gritó.

— ¡Maricón! ¡Maricón! ¡Me pegaste!

Se abalanzó sobre mí y me pegaba puñetes en todos lados, yo no quería que se


acercara al Matías. La agarré y la tiré afuera de la pieza. Cerré la puerta con seguro
y esta me gritaba de todo.

Miré al bebé, y este tenía sus ojitos abiertos, movía sus piernas y brazos.

— ¡Abre, maricón! ¡Voy a llamar a los pacos porque me pegaste!


— ¡Llámalos y diré que estabas tratando de ahogar al niño!
— ¡Mentiroso! ¡Mentiroso!
— ¡¿Como que mentira?! ¡Te ví, Carola!

Le pegaba a la puerta como una loca. Al rato, sentí que ella bajaba las escaleras, con
alguien se puso a hablar. Yo intenté escuchar.

— Sí, me pegó, me empujó.


— ¿Y dónde está su pareja?
— Está allá arriba, tiene raptado a mi hijo.

Eran los pacos. Tomé al niño en brazos. No sabía que hacer

— ¿Y si escapo? – me pregunté.

No, se me complicaría todo, lo mejor era afrontar con la verdad.

— Señor, buenas noches, su pareja nos llamó para denunciar violencia


intrafamiliar, necesito que nos acompañe a la comisaría – me dijo el paco.
— Me tiene que escuchar – le pedí.
— No, allá en la comisaría puede contestar todo lo que quiera.
— Quiso matar a nuestro hijo, lo estaba ahogando con su almohada.
— Bueno, en caso de cualquier cosa tendrá derecho a defensa. Pero ahora nos tiene
que acompañar.
— No.
— O por las buenas o por las malas.
— ¡Váyanse a la conchetumare! ¡Esta hueona va a matar a mi hijo!

Corrí a la pieza y me encerré.

249
El Borrador II

— Mamá.
— Hijo, hola ¿Por qué me llama tan tarde?
— Mamá, me van a llevar los pacos.
— ¡¿Qué?!
— Escúcheme bien, necesito que venga a la casa.

Los carabineros intentaban abrir la puerta de la pieza a la fuerza.

— ¡Hijo mío, me está asustando!


— ¡Ven a la casa, ahora, protege a tu nieto, corre grave peligro!
— ¡No entiendo nada!
— ¡Mamá, vengase a la casa por la chucha!

Los pacos lograron abrir la chapa, mientras Carola lloraba y “suplicaba por Matías”.

Los tipos me tiraron al suelo y me esposaron, entre tres me llevaban, y le grité a Carola:

— ¡Te juro que si le haces algo al Matías te mato, mierda!

Me subieron al furgón policial, y yo seguía insultando.

— ¡Pacos culiaos, mi hijo se muere y ustedes serán igual de culpables!

Me tuvieron toda la noche en el calabozo, yo solo pensaba en si mi hijo estaba


vivo. La angustia me tenía con un dolor inmenso. No dormí nada esa noche. Al
otro día me llevaron a tribunales, pero el asuntó no quedó en nada, tal parece
que mi novia había desistido con la denuncia. Me devolvieron el celular, y llamé
a mi mamá, esta no contestó. Intenté comunicarme con la Carola y tampoco me
respondió. Finalmente di con Francisca, mi hermana.

— ¿Daniel?
— Si, soy yo ¿Mi mamá?
— Está en tu casa ¿Me podí contar que pasó? Ella se fue hecha con un atado de
nervios. Gritó que te ibas preso.
— Francisca, esa hueá da lo mismo, te estoy preguntando si sabes algo de mi mamá
¿Te has comunicado con ella? ¿Te ha dicho algo del niño? ¿Te ha llamado?
— No, nada.

Corté el teléfono y tomé un taxi. El viaje se me hacía eterno.

Llegué al fin a mi hogar, entré corriendo y toqué la puerta… nadie abría. Me


imaginé lo peor, golpeaba como un enfermo.

250
Post-parto

— Hijo.
— ¡Mamá! ¿Y el niño?
— Está arriba, lo acabo de hacer dormir.
— Ay, Dios. Conchesumare, pensé lo peor.
— ¿Qué es lo que te pasa a tí?
— ¿Cómo que es lo que me pasa a mí?
— Anoche le pegaste a la Carola, tiene un moretón en su cabeza.

No me lo podía creer.

— Mamá, todo tiene explicación.


— ¿Existe explicación para pegarle a una mujer? ¿Justificas la violencia? ¿Cuándo
te enseñé eso?
— Mamá, tení que creerme. La Carola quería matar al niño.
— Daniel, por dios.
— Mamá, no me mires así, te lo juro.
— Mira, la Carola esté pasando por un proceso de adaptación, convengamos que
no es una situación normal, puede andar de mal genio y hasta media indolente
con el niño, pero nunca le haría nada.
— Mamá, te lo juro.
— Anoche cuando llegué, la Carola estaba dándole pecho al Matías, llorando por
lo que le habías hecho, te juro que morí de la pena y la vergüenza. Me tienes
muy decepcionada, y agradécele a esa mujer que no fue peor para ti, le rogué
que retirara la denuncia, y menos mal que me escuchó.
— No sé que mas decirte.
— Yo ahora los dejo, espero que te perdone.

Fui al segundo piso, mi novia estaba viendo tele acostada, mientras el niño dormía
en su cuna.

— Hola, Carola.
—…
— Hola, Carola.
—…
— Carola, yo te ví anoche, estabái ahogando al niño, no me lo podí negar.
—…
— Carola, estamos nosotros dos no más, mi mamá se fue ¿Podí sacarte la careta?
— ¿De verdad me crees capaz de eso?
— Yo te vi.
— Viste mal entonces, estaba acostando al niño, al fin pude hacerlo dormir y te
me tiraste como araña.

251
El Borrador II

Ya no sabía que pensar.

— Caro, júrame que no le estabas haciendo nada.


— No sé con qué cara me preguntas eso.
— Ya mi amor, disculpa, parece que me confundí.
— Me pegaste.
— Mi amor, fue sin querer, fue un impulso.
— Me pegaste, nunca me imaginé que me harías algo como eso, después me
forcejeaste y me tiraste afuera de la pieza, y me volví a caer – me dijo llorando.
— Cielo, mi amor, yo te amo, nunca más volveré a hacer algo como eso, te lo
prometo.
— No sé cómo perdonarte.
— Cielo, nunca más, lo juro.

Me subí encima de la cama y me puse en su pecho a llorar, al pasar el rato, logré


sentir su mano en mi cabeza, indicando con esto, que ya estaba perdonado.

El Matías ya había cumplido cinco meses, todo volvió a la normalidad, la Carola se


observaba maternal, y tranquila.

En mi cumpleaños, junto a toda mi familia hicimos un brindis.

— Por mi hermano, Emilio, que sé que está acá con nosotros. Él estaría feliz junto
a su sobrino, estoy seguro de eso.

Mi mamá se chantó a llorar, al igual que mi hermana Francisca. Al Emilio lo


perdimos en un accidente automovilístico, al parecer se quedó dormido y chocó
contra una pandereta. La última imagen de él vivo la tengo, cuando supo que yo
iba a ser papá, se puso contento el negro. Y la otra imagen, es el de la morgue, me
tocó a mí reconocerlo, le caché la pura ropa y las manos, miré un segundo su cara
y estaba deforme, no fui capaz de ver más.

— Amor, si quiere se toma una cerveza, pero una… no creo que le haga algo al
niño – le dije a mi novia.
— No vida, mejor que no.
— Bueno, mucho mejor. – le dije, dándole un piquito en su boca.

A las tres de la mañana se fueron todos, yo me había embriagado un poco. Y me


recosté en el sillón.

— Amor ¿Vayamos acostarnos a la pieza? Vas a andar con dolor de cuello mañana
si te quedas aquí – me dijo.

252
Post-parto

— No mi amor, déjeme acá no más.

Sentí que me tiró una frazada y me dormí.

— Oye negro, pa otra vez tení que darme un pase po culiao comilón – le dije.
— Hueón, te dejé solo dos veces y no la metiste nunca – contestó.
— ¿Adonde que me dejaste solo? Andái puro tirando sandías.
— Te la dejé redondita.
— Nunca más juego con voh.
— No seai llorón, aprende a jugar a la pelota primero.
— No te pongái atrevido, hueón, acuérdate que soy tu hermano mayor – le dije.
— Y voh preocupate del niño, la Carola lo tiene arriba, lo va a matar… Ahora.

— ¡Conchetumadre!

Mandé un salto en el sillón, de nuevo había soñado.

— ¡Carola!

Al parecer se había quedado dormida, no respondía a mi llamado. Subí a acostarme


con ella, pero para mi sorpresa, estaban todas las puertas abiertas del segundo piso,
incluso las ventanas, se sentía el viento frío que entraba, y cuando entré a la pieza,
vi que no había nadie.

— ¡¿Carola?!

No respondía a mi llamado.

— ¡¿Carola?!

Me desesperé por completo.

— ¡¡CAROLA!!

Al otro día, el rapto de mi hijo era noticia nacional, estaba lleno de pacos y ratis,
mi mamá lloraba con mi hermana, yo tenía un nudo en mi pecho pero no me
quería quebrar.

— ¿Usted tiene alguna idea de donde podría haberse ido? – me preguntó el rati.
— No.
— ¿Usted vió un comportamiento extraño en su pareja?
— Me da risa que ahora me vengan a preguntar huevadas, yo hace meses acusé

253
El Borrador II

comportamientos extraños en ella y nadie me creyó.

Pasaron días y no habían noticias de algún paradero. La policía y todo el mundo


buscaban a la Carola y a mi hijo… Y así fue como conocí a Rosa García.

— Lo quiero ayudar, amigo – me dijo.


— ¿Usted es la bruja que sale en la tele?
— Soy vidente, no bruja.
— La misma cuestión ¿Qué quiere?
— Lo que le dije… ayudarlo, si confía en mi, podría comunicarme con su novia y
saber donde están.
— Quiero el paradero de Matías, no de ella, quiero saber de mi hijo.
— Necesito que me entregue una prenda de su niño, con eso puedo empezar su
búsqueda.

Le dije a mi mamá que le entregara cualquier cosa de mi hijo, yo no estaba para juegos.

Aquella vidente tomó un chal del Matías y lo olió, luego cerró sus ojos y me tomó
el hombro.

— Su hijo, veo a su hijo.


—…
—…
— Está puro inventando.
— Su hijo, va a ser entregado.

Pese a ser un escéptico en mi vida, en ese instante estaba entregado a todo. La


escuchaba atentamenmte.

— Es una ofrenda, el niño está pedido – dijo la bruja.


— Mamá, sáqueme a esta señora de aquí, no me parece chistosa esta hueá.
— ¡Cuidado! ¡El peligro está en su casa! Hay una energía que me impide ver… es
poderosa.
— ¿Qué peligro, señora? No hay nadie en mi casa.
— No confíe. Su hijo corre peligro.
— Eso ya lo sé, está con la loca de su mamá
— Ella no es el peligro, el peligro yace desde otro lado.

Mi hermana la tomó de un brazo y le pidió que se retirara.

— Su hermano, Emilio, quiere hablar con usted, dice que lo tiene que escuchar.

254
Post-parto

— ¿Qué dice el Emilio? – preguntó mi hermana.


— Rescate a su hijo y aléjese de todos, lo más lejos posible – me dijo.
— Francisca, deja de escuchar a esta mujer ¿No te dai cuenta que viene porque
está la tele? Gente chanta que se acerca para reírse de una familia desesperada.
Usted no nos hace ningún favor ¡Váyase!
— Hijo, no trate así a la señora, solo quiere ayudar – aconsejó mi madre.
— ¡Entonces que diga dónde está el niño! Si lo sabe, que lo diga.
— No funciona así – contestó la vidente.
— Entonces no sirve. Gracias, vaya a vender la pescada a otro lado.

Pasó la noche, y otra más… y no sabíamos nada. Yo me quería volver loco, lloraba
a momentos, no dejaba de ir al baño, la diarrea me tenía deshidratado, dolores de
cabeza e insomnio.

— Daniel, tenemos noticias.

Uno de los PDI que seguía el caso llegó temprano, pedía en mi mente que no se
tratase de nada malo.

— ¿Qué pasa? ¿Encontraron a mi hijo? – pregunté.


— No.
— ¿Entonces?
— Hayamos a su novia, Carola Fuentes. La encontramos cerca de la cuesta de Lo
Prado.
— ¿Cómo? ¿Y el niño, no está con él, acaso? ¿No les dijo algo? – consulté.
— Nada, está en estado de shock, no puede hablar.
— ¿Cómo no puede hablar? ¡Háganla hablar! ¡Quiero a mi hijo, ahora!
— Créanme que lo intentamos, pero no hay caso, ahora se encuentra en un
hospital, nosotros estamos esperando a que se recupere, así nos podría dar
alguna información del paradero de Matías.
— ¡Yo mismo voy hablar con ella! – exclamé.
— ¡No puede, señor! ¡Se lo van a prohibir! Le pedimos paciencia.
— ¡¿Cómo que paciencia, hueón?! ¡No es tu hijo el que está perdido, conchetumare!
— ¡Hijo, cálmate! – suplicó mi madre.
— Mamá… el niño por la chucha… el niño… mamá… el Mati…. Donde cresta está....
mi niñitoñ

Me chanté a llorar en el suelo, mi madre y mi hermana me abrazaban, yo pensaba


lo peor, que la Carola lo había botado, matado, regalado. Mi hijo de cinco meses
no estaba. Me preguntaba donde pasaría la noche, si sobreviviría, o si moriría de
hambre o frío. No podía dejar de pensar, apretaba los dientes, me agitaba, sudaba
por completo, la angustia me tenía poseído.

255
El Borrador II

— Mamá, voy a salir a buscarlo – le informé.


— ¿Hijo… adónde vas?
— No puedo quedarme acá sin hacer nada, me siento inútil, debo ir por mi hijo.

Tomé el auto y me dirigí a aquella cuesta, se encontraba a 4 km de Estación


Central, a unos quince minutos de allí más o menos. Tenía que encontrar al
Matías, fui con toda la fé, respiré y pensé que no cabía otra posibilidad, iba a estar
conmigo, sí o sí. Bajé del auto y caminé por todo ese sector con una linterna, no
veía nada, ni siquiera rastros de ropa, pañal, escuchar algún llanto, lo que fuese que
me diese alguna pista. Me dolía pensar que estaba botado en algún sector como
ese, y no hubo caso, ningún rastro de nada. Pesqué el auto nuevamente y me fui
al hospital donde se encontraba la Carola, iba a entrar como fuera a su habitación,
me tenía que decir que había pasado con el niño. Llegué por el sector de urgencias,
me tenía que meter por algún pabellón, pero apenas me vieron intentándolo, los
paramédicos me detuvieron.

— ¡Tengo que hablar con mi mujer, está adentro! ¡Me tiene que decir dónde está
el Matías! – grité.
— ¡No señor, no puede! ¡Por favor, no insista, sino tendremos que llamar a
carabineros!
— ¡Señorita, hable con ella ahora! ¡Pregúntele por el niño! – le pedí a una enfermera.
— Los siento señor, retírese por favor.

Me senté afuera del hospital. Esperé hasta que amaneciera. Tenía que entrar
donde Carola, a la hora que fuese.

— Don Daniel ¿Qué hace acá? Le dijimos que su novia no puede tener visitas – me
dijo uno de los ratis.
— Soy su pareja, me tienen que dejar pasar, aunque sea un rato, tengo que hablar,
es por el bien del niño.
— Eso es lo que haremos ahora… pero por favor, déjenos hacer nuestro trabajo.

Hice caso, esperé que los tipos sacaran alguna información. Me tiritaban las
piernas, y me dolía el estómago. A la hora salió la policía a hablar conmigo.

— ¿Y? ¿Les dijo algo? – pregunté.


— Daniel, va a tener que entrar con nosotros, ella lo nombró.

Los pasillos se me hicieron gigantescos, solo quería llegar a ver su rostro y que
escupiera de una puta vez, todo.

— ¡Carola!

256
Post-parto

Estaba con sus ojos perdidos, pálida, pelo opaco… no se veía como siempre.

— Carola ¿Dónde cresta está el niño?


—…
— Carola, habla. Nuestro hijo ¿Dónde está?
—…
— Por la chucha, Caro, mira, si le hiciste algo, solo dilo, no te quedí callada, me
hagái esto.
—…
— Amor…
— Así ha sido siempre Daniel, no habla – me dijo uno de los policías.
— Tiene que hablar, yo no me voy de aquí sin que diga algo.
— Daniel, no tiene caso. El doctor dijo que la va a ver un neurólogo. Al parecer
sufrió un trauma muy fuerte.
— ¡Carola! ¡Habla!
— Daniel.

Perdí la paciencia por completo.

— ¡Carola, mírame, mierda! ¡Me importa una callampa si te vai al psiquiátrico!


¡Me importa mi hijo! ¡¿Donde chucha está?!
— Daniel – me insistió el rati.
— ¡¿Dónde está?! ¡Habla conchetumare!

Me subí arriba de su cama y le tomé su cara para que me mirara.

— ¡HABLA! ¡QUE LE HICISTE AL MATÍAS! ¡QUE LE HICISTE!

Sus ojos estaban perdidos en mí, pero no decía nada. Me bajaron los policías, me
esposaron y me intentaban sacar a la fuerza.

— Samael.

Todos escucharon a Carola hablar y se detuvieron. El policía se dirigió hacia ella


para que repitiera lo que había dicho.

— Samael – volvió a decir.


— ¿Quién chucha es Samael, Carola? ¿Él tiene a nuestro hijo?
— Samael viene por nosotros, viene por todos nosotros.
— Es inútil, está delirando, es mejor seguir buscando por nuestra cuenta — dijo
el policía.

257
El Borrador II

La Carola se había vuelto loca, me convencí de que mi hijo estaba muerto, ya había
perdido todo tipo de ilusión, sus ojitos ya nos los vería nunca más.

— Hijo.
— Mamá, perdimos al niño, ya no hay más. El Matías debe estar muerto.

Volví a llorar, esta vez sin más fe.

— ¿Derrotado?
— ¿No debería estarlo?– contesté.
— No entiendo como no lo ves.
— ¿Qué tengo que ver?
— ¿A quién más? Levanta tu cabeza hacia arriba.
— Te gusta webearme.
— Te extraño, Daniel.
— Yo igual, Emilio.
— Está vivo.
— No, ya no.
— Mira hacia arriba, está vivo.
— Emilio.
— ¡AHORA DESPIERTA Y RESCÁTALO!

— ¡Mierda!

Intenté recordar el sueño antes de olvidarlo por completo, mi hermano algo


me había dicho y no le entendía. Recorrí la casa y ví por la ventana que
alguien me observaba.

— ¿Y usted? ¿Qué hace acá de nuevo? – pregunté.


— Su hijo está vivo.

Ya no sabía que pensar, hice pasar a la vidente a la casa.

— Señora, voy a confiar en usted, ya no pierdo nada escuchándola a estas alturas.


Necesito que me ayude.
— Bien… ahora tendrá que poner todo a su disposición.
— ¿Y qué debo hacer?
— Siento malas energías en este hogar, necesito que cierres todo y apagues las luces.

Mi mamá y mi hermana, se quedaron a mi lado. Seguí todos los pasos al pie de la


letra, y finalmente prendí dos velas como lo sugirió. Estaba todos oscuro, solo se
veía aquella luz tenue que provenían de aquellas llamas.

258
Post-parto

— Está acá – me dijo.


— ¿Quién? – pregunté.
— Un hombre.
— ¿Cómo es?
— Caballo oscuro, test morena.
— ¿Mi hermano?
— ¿Eres el hermano de Daniel? – preguntó a la nada.
— ¿Es él? – volví a consultar.
— No… no es él – contestó.
— Que diga su nombre – exigí.
— Di tu nombre – le pidió nuevamente a la nada — Me dice que tú sabes su
nombre – me dijo la vidente.
— No lo sé... no sé quién es.
— Ya veo claro, es su novia.
— ¿Carola? ¿Qué pasa con ella?
— Está acá. Ella no está bien.
— Pregúntele por mi hijo.
— ¿Dónde está el niño?

Fueron segundos eternos.

— Que responda, que diga dónde está el Matías.


— Ese hombre no la deja.
— ¿Ah?
— Se está riendo de nosotros… ella está sufriendo.
— ¿De qué hombrer me habla?
— ¡¿Quién eres?! ¡Di tu nombre! – exigió la vidente.
— ¡Carola, habla con la vidente, di algo, no tengái miedo! – exclamé al cielo.
— Me dijo que si tú decías el nombre de aquella persona que la acompaña, entonces
la dejaría hablar.
— No sé de quien habla.
— ¡Creo que debes apurarte!
— ¿Por qué?
— ¡Porque se está lanzando sobre ella!
— ¡Mierda!
— ¡Ella grita, apúrate!
— ¡Hermano tengo miedo! – dijo Francisca.
— ¡Se la está llevando… al fuego! – exclamó la vidente.
— ¡Ya sé quién es ese conchesumare!
— ¡Habla!
— ¡Samael!
— ¡NOOOOO! – gritó la vidente.

259
El Borrador II

Aquella mujer voló por la casa, mi hermana se elevó hacia el techo y mi madre
cayó al suelo.

— ¡Conchetumare!

Francisca empezó a sangrar mientras flotaba; yo no lograba ver a la vidente, se


había perdido en la oscuridad; y mi mamá lloraba en el suelo. No sabía que cresta
hacer, la casa temblaba, los cuadros se caían, sonaban los vasos que se quebraban
en el piso de la cocina.

— ¡Mamá!
— ¡Hijo!

Tenía que encontrar a la vidente.

— ¡Señora, Rosa! ¡Señora, Rosa!

De pronto algo muy fuerte me empujó. Me golpeé fuerte contra la pared.

— ¡Daniel, me estoy muriendo! – gritó mi hermana.

Una voz extraña se escuchó muy cerca.

— ¡Ese niño es mío!


— ¡¿Samael?! ¡Sé que eres tú, conchetumare, muéstrate!

Se apareció la vidente en medio de la oscuridad, vi su rostro con aquella luz tenue


que no apagaba.

— ¿Señora, Rosa?
— ¡¿Donde está el niño?!

Su voz era la de un hombre, esa cosa había tomado su cuerpo. Me lanzó hacia el
otro lado, aquella vidente se encontraba poseída por esa cosa, mi hermana dejó de
gritar y cayó hacia el suelo ensangrentada por completa. Después miró a mi madre.

— ¡No! ¡Por favor! ¡Déjala!

Ella se encontraba en el suelo, la vidente tomó su cabeza.

— ¡No le haga nada!

260
Post-parto

Y mi madre se puso de rodilla, agachó su cabeza.

— Lo esperaba hace tanto, señor – le dijo.


— ¿Mamá?
— ¡El niño está en el entretecho! – confesó mi madre a la vidente.
— ¡¿Que mierda, mamá?!
— Hijo, déjelo, ese niño no nos pertenece.
— ¡¿De que cresta está hablando?! ¡No entiendo!
— No hay nada que entender.

Tenía que ir por él, antes que Samael.

— ¡Tú no vas a ningún lado, Daniel!


— ¡Es mi hijo!
— ¡Te estoy dando una orden!

La vidente comenzó a elevarse hacia el tragaluz de la casa, iba por Matías. Me


dirigí hacia las escaleras, y mi mamá me tomó del brazo.

— ¡Deja que se lo lleve!


— ¡Suéltame! ¡Tú no eres mi mamá! ¡Eres una bruja!

No quedaba tiempo. Subí al segundo piso. Sabía de otro tragaluz en la casa, puse el
velador, salté y moví la tapa de cristal, luego, logré sujetarme en el entretecho, con
todas mis fuerzas me lancé hacia adentro… ahora debía gatear.

— ¡Matías! ¡¿Donde estas bebé mío?! – exclamé.

Escuché su llanto, avancé lo que más pude, sin querer aplasté un nido de ratas, y la
madre de estas escapó sobre mi espalda. Escuché otro llanto, y vi a mi hijo, movía
sus pies y manos, fui rápido hacia él. Desde el otro costado se acercaba muy rápido
la vidente. Yo tenía que tomarlo primero.

— ¡Es mío! – gritó con voz de hombre.


— ¡Lo alcancé conchetumare! – exclamé.
— ¡No!

Tomé al niño, quise doblarme hacia el lado contrario, pero nuestro peso no
resistió, nos fuimos cuesta abajo. Caí de espaldas y nunca solté al Matías. Me
golpeé tan fuerte la cabeza que sentí que me desmayaría, mi hijo se encontraba
bien en mis brazos. La vidente quedó inconciente en el suelo.

261
El Borrador II

— La Carola no estaba preparada para ser mamá – me dijo mi madre.


— Algo le hiciste a ella, no se qué, pero algo hiciste.
— ¿Una brujería, dices tú?

Mi madre solo quería tomar al niño.

— No… por favor no – supliqué.

No tenía fuerzas, pero como pude, empecé arrastrarme en el suelo, mi madre


caminaba a mi lado, yo me negaba a entregarlo. Estaba todo perdido, no había
nada más que hacer.

Ella iba a quitarme al niño, y cuando se agachó para hacerlo, algo la detuvo.

— ¡Ahhh!

Francisca, mi hermana apareció, le enterró un cuchillo en su espalda y ambas


cayeron al suelo. Mi madre murió a los minutos, mientras la Fran se apagaba
poco a poco por su pérdida de sangre. Ambas fallecieron a mi lado. Yo respiraba
profundo, era todo confuso y desesperante. Me levanté con el niño, y vi que la
vidente empezaba a moverse. En un momento pensé en atacarla, pero Samael era
muy fuerte, quizás tomaría un paso en falso, asi que solo decidí a correr. Salí de la
casa y atravesé ese patio gigante junto a Matías en mis brazos. Escapé del terreno,
bien lejos. Me sentía perseguido, nunca miré hacia atrás, no tenía que hacerlo.

Al otro día, la policía nos resguardó a mi y a mi pequeño. Las noticias hablaban del
secuestro que había cometido mi madre hacia su nieto, nadie podía creer que el
niño se encontraba escondido en el entretecho, nadie entendió por qué. La vidente
no apareció en la casa y no dejó una sola huella de su paradero. Los ratis que
se encontraban a cargo del caso fueron destituidos, sus superiores encontraron
negligente el no haber revisado la casa por completa.

— Te ves bien – me dijo.


— Tú también.
— Eres un buen papá.
— Gracias.
— Lástima.
— ¿Lástima que cosa?
— Que ella está acá.

Abrí los ojos. Miré al lado de la cama y mi hijo dormía conmigo. Lo abracé y le
besé la cabecita.

262
Post-parto

— Daniel.

Escuché la voz de una mujer.

— Daniel.
— ¿Carola? ¿Cómo entraste a la casa?
— Vengo por él.
— No, no te lo vai a llevar, no de nuevo.
— Si, lo haré.

Me mostró sus dientes afilados y se lanzó sobre la cama para atacarnos.

— ¡Mierda!

Volví a despertar.

El Matías cumplió seis años, y esas pesadillas aun me atormentaban, la Carola


estaba en el manicomio, encerrada, sentía que nos buscaba en sus sueños. Un día,
decidí ir a verla.

— Carola, hola.
—…
— Estái bonita, te maquillaron bien.
—…
— Samael.
— Aun repites el nombre de ese demonio.
— Samael.
— Samael ya no está, acabé con él.
— No, Samael está contigo. Mátalo ¡Mata a Samael, viene por nosotros!

Pero esos sueños nunca terminaron.

— ¿Emilio?
— ¡DESPIERTA!

Me levanté de la cama, fui a su pieza, y ahí la ví, con su pelo opaco, sus ojos
decaídos, el maquillaje corrido, y la ropa del psiquiátrico. No sé cómo entró a la
casa, pero lo había apuñalado tantas veces que ya era tarde. Nunca se escuchó tan
fuerte el reir de Samael, mientras yo, me quedaba mudo y mi cordura se sumergía
en un infinito del infierno.

263
SERENA ALERTA

Habrá un terremoto grado IX Mercalli en Valparaíso, repito, habrá un terremoto


grado IX Mercalli en Valparaíso, será este domingo a las 22:32:46.

27 de febrero del 2010.

Isla Robinson Crusoe. Juan Fernández.

Don Lorenzo y sus pescadores. La señora Juana y su artesanía. El colegio insular.


La gente. Sus colores. Sus olores. Aquel cabro de veinte, perdido, que llegaba ebrio
a la casa en busca de un plato comida. Mi esposa, Claudia. Mi niño, Benjamín.
Toda la gente de la isla, ajena a tanta envidia, tan ajena a tanta competencia. Mis
vecinos, mis hermanos.

— ¿Papá? ¿Para que sirve esto?


— Es un radio, sirve para comunicarse con gente.
— ¿Puedo probarla?
— No sacas nada, solo se escucha estática. Pero algún día va a servir para algo.

Vivíamos en la isla, no llevábamos tanto tiempo. La idea fue mía. Me acuerdo que
esa noche mi esposa quería ver a Arjona en el festival, yo la reproché, pero no
hubo caso, me fui a acostar solo. Dormí y me despertaron. Así lo cuento porque
así lo sentí, fue como si hubiese cerrado los ojos dos minutos, como si me hubiese

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El Borrador II

dormido en el paraíso y despertado automáticamente en el infierno.

— Amor, se escucha ruido – me dijo Claudia, mientras me movía para que despertase.

Pero yo no despertaba.

— Amor, se escucha un ruido, parece que alguien está golpeando el gong – insistió.
— Duerma, seguramente alguien anda curáo por ahí.
— Ya po, no seai flojo. Anda a ver qué pasa.

Así, medio sonámbulo, pensando en lo alharaca que a veces era Claudia, fui
solo por consentirla.

— ¿Amor, que es lo que pasa afuera? – preguntó.


— ¡Claudia! ¡Agarra al niño!
— ¡¿Qué pasa?!
— ¡Agarra al niño!
— Me estai asustando.
— ¡Puta la hueá!

Corrí lo más rápido que pude a la pieza del Benja y lo tomé en mis brazos.

— ¿Qué pasa, papá?


— ¡Claudia, salgamos ahora!

Arrancamos lo más rápido que pudimos, pero ya era tarde. Los botes se veían casi
encima de la casa.

— ¡Conchetumadre!

Vi a la Claudia caer, en ese mismo instante sentí el golpe en mí.

— ¡Papá! ¡Pap…!

No pude sostenerlo ni dos segundos. Me daba vueltas en el fondo del mar, giraba,
giraba… y giraba, esperando en algún momento que ese monstruo me dejase en
paz, que pudiese tocar tierra para salir en busca del niño. Pero eso no sucedía,
seguía girando, girando… y girando. No abrí los ojos, solo sentía la fuerza
abrumadora de aquel gigante, yo no era nada.

No sé cómo nunca perdí la conciencia, no solo era el agua, también todo lo que ella
traía consigo, me golpeaban cosas, me imagino que escombros de las casas, que se

266
Serena alerta

yo. No me quería morir, tenía que encontrar al niño, me ahogaba. Mi mente no se


apagaba y tenía solo en mente al Benja. Pensaba en algo rápido, como que el mar
me haría chocar con él y nos lanzaría hacia afuera por arte de la naturaleza. No
salía a flote. Apnea dolorosa, sin placer para morir. Mi imagen, mi hijo… la gente.

Vi oscuridad. Vi luz.

— ¡Benja! — fue lo primero que solté en mi primer aliento.

No era solo yo, habían muchos más gritando una infinidad de nombres. Me sujeté
de un árbol. Solo escuchaba voces desgarradoras, entre esas, la de Claudia. Ella
repetía en aquella humedad oscura:

— ¡Benjamín! ¡Benjamín! ¡Hijo!

Me solté para ver si daba con él. Pero la naturaleza me lo negó, el mar me escupió
hacia afuera. Me quedé en el suelo y llamaba a mi hijo, pero ya sin fuerzas, con esa
voz que se usa para orar en las noches.

— Benjita… Benjita.

Yo tenía claro lo que había ocurrido. Es por eso que me quedé ahí mismo, boca
abajo comiendo barro, comiéndome esa pena de mierda. Empuñé la mano en el
charco y tomé un aparato que cayó conmigo.

Pasaron varios días. Miraba el mar sin decir nada. La naturaleza me robó a mi hijo,
y el gobierno fue su cómplice.

— Prometemos que vamos a reconstruir la isla, el estado se va a poner con todo lo


que ustedes necesiten.
— ¿Por qué no avisaron? – pregunté.
—…
— ¡¿Por qué no avisaron?!

El tipo hacía oídos sordos. No sé a qué vino. Esos conchesumadres me quitaron


al niño, su incompetencia. Creyeron que estas cosas no pasaban, para ellos lo de
Valdivia en el sesenta fue solo mala suerte... Hijos de la gran perra. Me quitaron
la mitad de mi vida, una casa reconstruida me pareció una burla, yo buscaba
responsables de la destrucción de mi familia. Se lo llevaron todo, la Claudia no
volvió a ser la misma, yo tampoco. Nos acostábamos sin decir nada, sabíamos lo
que el otro pensaba, todo se trataba de nuestro hijo, era una especie de secreto a
voces en nuestra habitación. Se fue todo a la cresta, ambos morimos al salir del mar.

267
El Borrador II

— Claudia, me voy.

Ella solo movió la cabeza, con su mirada perdida. Así fue como me marché a un
costado de la isla, de donde nunca más salí.

Aquí he estado, en esta casa hecha con mis propias manos, no quise hacerme parte
de la reconstrucciones; por supuesto, respeto a quienes si lo hicieron. No he visto
a casi nadie de la isla, salvo a los pescadores que salen a navegar, no sé si se han
dado cuenta que vivo por este lado. De hecho el otro día pensé haber visto a Don
Lorenzo en una de sus lanchas, le hice señas, pero no me respondió. Salgo a buscar
leña, no muy lejos, leña que nunca termino por quemar, no se siente nunca frío
por este lado. No me entretiene nada, ni siquiera tengo tele. No lo necesito, con lo
único que me comunico es con esa radio a pilas. A veces se escuchan interferencias
de la gente que vive al otro lado, creo que algo hablaban referente a un rescate..
nunca he entendido eso. A veces termino por acostarme temprano, da la sensación
de que el sol se va antes. Pienso todo el día pensando en que estarán los demás,
pero no tengo ganas de ir a verlos. Quizás la Claudia esté con otro, para que voy
a ir molestarla.

— ¡Aló!
— ¿Quién cresta será a esta hora?

Es extraño, nunca alguien había pasado por acá.

— Caballero, buenas noches. Disculpe la hora. Pero quisiera saber si tiene un


pancito, sabe que no he comido nada hace días.

Esa cara, la he visto... a él yo lo recuerdo:

— ¿Tu no eres el niño que iba a buscar comida a la casa?

Me observó sin decir nada.

— ¿No? ¡Sí, eres tu! ¡Puta, cabro...! ¡¿Aun estái en estas?! ¿No te acordái de mi?
— No sé, caballero. Parece que no.

Está ebrio, pero me alegra encontrarme con alguien que no veo hace tanto. Lo
hice pasar, aquí lo tengo comiendo. Tiene la misma cara de perdido de siempre.
Cuando vivía con Claudia jamás le pregunté de donde venía, ni siquiera recuerdo
su nombre, mi señora era la quesiempre le hablaba.

— ¿Oiga, y qué hace aquí? ¿Cómo fue que llegó ?

268
Serena alerta

— No sé, salí… caminé… me quedé dormido y llegué... y aquí estoy – me contesta


con su mal hálito.
— Te puedes quedar acá po amigo, mañana cuando despierte hablamos.
— Gracias, pero yo no duermo casi nada ¿No tendrá alguna cosita por ahí para
tomar?
— No. No tengo nada.

Tenemos una conversación de mierda. Yo le hablo, pero me responde sin ganas.


Finalmente, cuando se me agotan las preguntas, ya no hay nada más que decirse.
Y solo queda mirar cualquier cosa.

Ya han pasado días, y aún está acá. Se encuentra sobrio, se sienta afuera de la casa
mirando el mar, quizás no sabe qué hacer, ya no hay nada que tomar.

— Se ve distinto el océano desde acá — le digo.


— Sí, es verdad, no conocía este lado ¿Usted desde cuando vive aquí?
— Desde el 2010, ya te imaginarás porqué
— ¿Por el maremoto?
— En erealidad es por lo que se llevó el maremoto ¿Nunca escuchaste lo del niño
llamado Benjamín?
— Difícil, al otro lado de la isla nadie me habla, ni antes, ni después del tsunami.
Soy solo un borracho hediondo que todos intentan evitar.
— Mi señora no te evitaba.
— Quizás, pero no me acuerdo de ella, paso curáo.
— ¿Y por qué andas tan borracho? Eres un cabro joven. Debes tener unos veinte
y algo.
— Si… soy joven, pero que mas da – dijo levantándose
— ¿Ya te vas?
— Sí. Voy a buscar algo de copete.
— ¿Pero vas a volver?
— No, caballero, gracias de todas maneras.
— Vale. Cualquier cosa llegue no mas.

Y así, se fue sin más.

Nunca paro de pensar en mi Benjamín, y en aquella injusticia. Como me gustaría


arreglar todo, volver atrás y salir por esa puerta, temprano. Llevarme a Claudia y a
mi hijo, lejos. Aún sigo sin entender que no alerten, que no avisen, teniendo todo
para haber salvado a tantos.

— ¡Aló!
— ¡Es usted!

269
El Borrador II

— Sí, no sabe nada: Caminé y me perdí. Se me hizo tarde y me tuve que devolver
¿No le molesta que me quedé de nuevo?
— No poh, amigo, si yo mismo le dije que era bienvenido.

Se ve un poco más amistoso, quizás sea que haya pasado mucho tiempo sin beber.

— ¿Y usted no se aburre acá? — pregunta.


— No, para nada. Bueno, cuando ya no tengo nada que hacer escucho el radio y a
veces algo aparece por ahí.
— Oiga, el otro día me fijé en esa cosa que tiene ahí en la mesa ¿Qué es?
— Eso es un “recuerdo”.
— ¿Y para qué sirve?
— No sé… bromeo un poco con lo del “recuerdo”. Ese día del tsunami, cuando la
ola me botó, cayó a mi lado, junto con un montón de chatarra. Ahí lo tengo, lo
intenté encender una vez y no pasó nada, debe estar malo. Seguramente con el
agua, cagó.
— Déjeme ver si lo arreglo, para entretenerme en algo, digo yo. Es mucho mejor
que escuchar la estática que sale de ese radio.
— ¿Sabe arreglar cosas?
— Algo de gracia tengo, aunque no lo crea.
— ¿Y cual es su nombre?
— Saúl.

Ahí ha estado todo el día reparándolo, no tiene herramientas ni nada. No sé cómo


cresta lo hará.

— ¡Vé! ¡Le dije!

¡Lo logró!

— Chuta que es capo.


— Mire, se prendió la pantalla.

Se escucha un sonido, se encendió una luz roja y en la pantalla aparece lo siguiente:


41 km al norte de Seúl. 03:32:45. 02/02/17 5,1 Ritcher.

— ¿Ritcher? Parecen datos de sismos – le dije.


— Mire, ahora sale otro: 2,4 km al sur de Curitiva. 18:41:34. 02/02/17.

Y así se va la máquina, lanzando sismos cada un minuto. Aparecen ciudades de


todo el mundo. A veces salen algunas de Chile, pero son temblores chicos, no
sobrepasan los 3,1.

270
Serena alerta

— Esta máquina tal parece que mide el magnetismo de un movimiento telúrico


– observé.
— Pero algo me llama la atención.
— ¿Qué cosa?
— Son todos con fecha para el día dos de febrero… hoy es uno de febrero.
— Quizás hay que actualizar el calendario en el aparato.

Pero el amigo no es capaz de configurarlo, tal parece que no existe tal opción.

— No creo… ¿No pensái lo mismo que yo?


— ¡Nah! Eso es imposible – exclamé.
— ¿Probemos?
— ¿Y cómo? Acá no tengo tele por si no te has dado cuenta.
— Lo otro es ir al pueblo.
— No. Déjeme acá no mas.
— ¿Alguna vez se ha comunicado con alguien con el radio?
— No. Solo escucho conversaciones.
— Conectémonos de ahí, mientras. Preguntémosle a alguien que haga contacto, si
es que tiene Internet, que averigüe pues.

El problema es que desde hace rato no se escucha alguien tomando frecuencia.

— ¿Aló? ¿Aló? ¿Alguien por ahí? — intenta Saúl — ¡¿Aló?! Somos de la isla. ¿Alguien
que responda?

Se escucha solo estática.

— Pucha, parece que vamos a tener que esperar a que sea mañana para averiguar
que pasa con la máquina.
— No sea loco ¿Quiere? Si lo que estamos haciendo no tiene sentido.
— ¿Alo? ¡Aló!

Que sorpresa, alguien comienza a escucharse entre medio del ruido.

— ¿ Hol…? Sí ¿Con quien habl...?


— Mi nombre es Saú ¿Y usted quien es?
— Luis…
— ¿De qué parte eres Luis?
— De Cord…
— Perdón, no se entiende.
— Córdoba…

271
El Borrador II

La capacidad de alcance del radio es mucha… no lo sabía.

— ¡Amigo! ¡Amigo! ¡Ayúdennos con una cosita! ¡Porfa!


— Lo escuch…
— Espera, Saúl, colócasela fácil. Ve si la máquina tiene un historial de sismos
que ya marcó. Estoy seguro que vi un registro de tres y algo en Buenos Aires.

Mi compañero se maneja muy bien esto, realmente me tiene sorprendido,


entiende la máquina a la perfección.

— Sí, marcó uno a las 18:27:12 para el día dos de Febrero, como todos los demás.
— Okey. Pregúntale.
— Luis ¿Qué hora es allá?
— Son una y siete…madruga…
— ¡Okey! Mira ¿Puedes averiguar si hubo un temblor en Buenos Aires a eso de las
seis veintisiete?
— No se entiende…
— ¡Si acaso puedes averiguar si hubo un temblor en Buenos Aires, a eso de las seis
veintisiete!
— No… no ha temblado…
— Seguramente no lo sentiste, es un 3,7 Ritcher. Solo averígualo ¿Tienes Internet?
— Sí...
— Pah mi que no te entendió – le digo a Saúl
— Esperemos que si.

Ha pasado un buen rato desde que nos comunicamos. En fin… fue entretenido.

— No... No tembló…
— ¿Estás seguro? ¿Viste en Internet?
— Sí. Lo vi... No hay nada…

Entonces hay que esperar a que se concrete el tiempo que estipuló la máquina.
Estamos en la madrugada, el movimiento debería concretarse en la tarde.

— Amigo ¿Te puedes conectar mañana y avisarnos si tiembla a esa hora en Buenos
Aires?
—…
— ¿Aló? ¿Aló?
— Saúl, se fue la señal.

Me fui acostar a mi cama, Saúl se recostó en el living. No puedo cerrar un ojo, la


máquina suena y suena.

272
Serena alerta

— Apaga eso – le digo.


— Inténtalo tú. Traté pero no hubo caso.
— Déjalo afuera, entonces
— Está lloviendo, se va a echar a perder.
— Sácale las pilas.
— No tiene pilas.

8 PM 2 de Febrero

Anoche no logré dormir, y lo único que quiero es que se logren comunicar, la


expectación es la que aún me tiene en pie.

— Ya son las ocho de la tarde, el otro compadre no te va hablar, Saúl.


— Esperar a que me hablen por el radio es más entretenido que no hacer nada.

Tiene razón, no a todo el mundo le gustaría mi vida. No hago más que mirar el
océano y juntar leña.

— ¡Silencio, hueón! – me ordena.


— ¿Qué pasa?
— Escucha.

La estática va y viene.

— A… te… zon…
— ¡No entiendo nada!
— ¡Quédate callado poh! — me odena Saúl.
— Co… allí…
— Muévete un poco más allá, quizás haya mejor frecuencia en ese lado.
— Amigo, he estado intentando hablar… to…
— ¡Se escucha mejor, ahora háblale, Saúl!
— ¡¿Aló?! ¡No llega bien la señal! ¿Nos podrías repetir, por favor?
— Tembló, amig... hora… la misma hora... tres siete… Ritcher...
— ¿Buenos Aires?
— Sí…

No me lo puedo creer.

— ¿Escuchaste eso? ¡¿Escuchaste eso?!


— ¡Estoy en shock, hueón!

273
El Borrador II

— ¡Funciona! ¡Funciona! ¡Esta cagá predice los sismos!

Se me llenan los ojos con lágrimas. No sé qué pensar, me causa una sensación
extraña. Debería estar contento, pero no lo estoy. Saúl ha dejado de gritar, debió
notar mi tristeza. ¿Qué está haciendo? Ahí viene con unos vasos.

— ¿Brindemos por tu hijo? – me pregunta.


— ¿Y qué traes para tomar?
— De todo: Pisco, Ron, Wisky – ironiza.
— ¿Vino?
— ¿Alguna cepa en especial?
— Siempre he querido tomar uno muy añejo.
— ¿Le parece uno del año 1920?
— Okey.
— Por tu hijo, y por lo que hemos descubierto, pues vale la pena abrir la botella –
me dice mientras hace la mímica, como si estuviese descorchándola.
— Vaso lleno, por favor.
— Muy bien. Por su hijo y por todos los Benjamín del mundo… ya no habrán
más ¡Salud!
— ¡Salud! – respondo mientras vomito un llanto de dolor por el recuerdo inevitable.
Tomándome ese trago amargo de vino invisible.

13 de Febrero

Y así, fue como poco a poco formamos un equipo que podría cambiar el mundo.

— Ya, hueón. Según la máquina el sismo será en Filipinas – me informa Saúl.


— Sé más específico.
— 700 km al sureste de Manila. Profundidad de 41 kilómetros de la isla de
Mindanao.
— ¿Día y hora?
— 14 de febrero, 2:45 de la madrugada, hora Chile
— ¿Magnitud?
— 5.0
— ¿Richter?
— No sé, me sale en número romano
— Mercalli, conchetumare.Van a sentir la hueaita los filipinos, este sería el sismo
más fuerte que ha marcado la máquina.
— Hay que ver la forma de comunicarse con Luis.
— Deberíamos conversar con otra persona, este cabro ya no se conecta a la señal.

274
Serena alerta

— Nadie se ha conectado más que él, ni los pacos se escuchan ¿Y si bajamos a la


isla? – me pregunta.
— No, no haré eso.
— ¿Ni por lo que hemos descubierto?
— No, no puedo. No soy capaz.
— ¿Se trata del Benja, verdad?
— No lo nombres, Saúl.
— Da vuelta la página
— ¡¿Qué cosa?!
— Lo que oíste. Da vuelta la página. Supéralo.
— Cállate mejor
— Supéralo – insiste.
— ¡Cállate, conchetumare! ¡No te quiero volver a escuchar que lo nombrái!
— ¡Pero, loco, basta con eso!
— ¡¿Me estái hueveando?! ¿Tení hijos acaso?
— No se trata de eso.
— ¡¿Tení hijos?!
— Pero entiende que...
— ¡¿Tení hijos?!
— No hueón, sabí que no tengo.
— ¡Entonces no quiero que lo volvái a nombrar! ¡Menos a decirme que de vuelta la
página! ¡Tú no tienes idea por todo lo que he pasado!
— Igual entiendo..
— ¡No hueón! ¡No tení idea! ¡¿Por qué mejor no agarrái tus cositas y te mandái a
cambiar?!
— No le pongái. Disculpa
— Ándate de mi casa ¡Borracho de mierda!

Me mira, y no dice nada, pareciera que quebré algo con la palabra… o más bien,
con la forma. Se ha dado la media vuelta. Salió de la casa. Parece que se fue… No
necesito a este hueón, he estado bien hace mucho tiempo solo en este lado de la Isla.

Ya es de noche. No tengo sueño. La máquina no para de registrar. Creo que es


mejor estar debajo de la lluvia, sentado, mirando el mar. Me relaja mucho más que
estar dentro de la casa ¿Qué es lo que se va allá? Se percibe una luz, creo que la he
visto otras veces, pero nunca me había detenido con atención a observar. Apunta
hacia el cielo en todo momento. Es como si hubiese un faro muy lejos en el mar.

— ¡Mierda!

Saúl, me asustó. Apareció de la nada.

275
El Borrador II

— ¡Tuve que volver!


— ¿Qué pasó? Vienes agitado.
— Unos tipos me intentaron atacar, son muy altos.
— ¿Unos tipos altos? ¡Ya sé! ¡Fuiste al otro lado de la isla y te curaste!
— ¡No! ¡No pude volver! ¡Me perdí y a la vuelta aparecieron esas cosas!
— Ya, calma. No tiene que mentir para quedarte en la casa. No debí haberte
tratado así, disculpa.
— ¡Es en serio! ¡Créeme!
— Vale, entremos mejor, nos estamos mojando mucho acá.

Se escucha el radio, al parecer es Luis, no sé cuánto rato habrá estado comunicarse


mientras yo estaba afuera.

— ¡¿Aló, colega?!
— Che… chilenito…
— Oye, argentino, te tenemos una nueva.
— ¿Temblor?...
— Sí. Necesitamos que publiques esto en la Internet.
— Los estoy escuchan…
— Filipinas. 700 km al sureste de Manila. Profundidad de 41 kilómetros de la Isla de
Mindanao. 24 de Febrero, 2:45 de la madrugada, hora Chile. V grados Mercalli.
— Lo publicaré en Facebook…

El mundo sabrá que los sismos se pueden predecir. Mañana será un gran día.

14 de Febrero

Como siempre, no eché una pestaña, al Saúl le pasó lo mismo. Ya es de noche,


madrugada del catorce, y hemos estado toda la tarde del día de ayer intentando matar
rápido el tiempo. Yo fui en busca de leña, mientras mi compañero siempre atento
a que Luis se conectase. Las expectativas son altas, estamos muy cerca de la hora.
Yo, concentrado en el reloj y mi amigo no para de mover la pierna por la ansiedad.

— ¿Muchachos?... ¿Al…?
— ¡Compadre, Luis! ¡¿Cómo estás, che¡! ¿Publicaste? – pregunta un exaltado Saúl.
— Sí, publiqué…
— ¡Bien hecho! Cuando se haga noticia la publicación tomará fuerza.
— Acá son las dos cuarenta y cua… La misma hora… ustedes…
— ¿Sabes la hora de Filipinas?
— Sí… están atrasados….una hora...

276
Serena alerta

— 1:44 en Filipinas.
— Vale, Luis. Observa en tu computador lo que sucederá. No nos dejes de hablar
en el radio.

Con el Saúl no nos quedan uñas.

— Son las 2:44 – me dice.


— Lo sé.
— Quedan treinta segundos ¡Conchesumadre!
— ¿Te podí callar, por favor? Me tení nervioso – le ordeno.
—…
—…
— Quedan diez segundos.
—…
— Cinco segundos.
—…
— ¡Ya culiao! ¡2:45!
— ¡¿Aló, Luis?! ¿Pasó algo allá? ¿Alguna noticia por Internet?
— No le preguntí tonteras, no va a salir al tiro la noticia. Hay que esperar un poco,
paciencia – aconsejo.

¡Se escucha a Luis!

— ¡Muchach…!
— Dinos, Luis ¿Qué pasó? – pregunta Saul.
— Hay… problema…

Chesumadre, capaz que no haya pasado nada y lo del otro día solo fue suerte.

— Estoy… Twitter…
— ¿Ya, y?
— No entiendo… idioma… filipinos…

Puta que es ahueonao el argentino.

— Luis, espérate un rato. Seguramente ya saldrá la noticia.


— Yo creo que ya no salió nada, Saúl.
— ¡Si va a salir hueón, deja de ser tan pájaro de mal agüero!

Y aquí estamos aún, esperando la respuesta que viene del otro lado de la cordillera.

— Se…

277
El Borrador II

— ¡¿Qué pasa?! ¿Se anunció?


— Es… Cre… anunció…
— ¿Se anunció?
—…
— ¡¿Luis?!
—…
— ¡Puta la hueá! ¡Te dije! ¿Viste? – le reclamo a Saúl.
— ¿Qué cosa?
— Dijo que no se anunció.
— Escuchaste mal: Dice que si se anunció. Entendí clarito — afirma.
— ¡No oh!
— ¿Patá en la raja?
— Trato, patá en la raja.
— ¿En el huesito?
— Y con la punta del zapato.
— ¡Estamos! – cierro.

16 de Febrero

Ya han pasado dos días y no tenemos idea si nuestro temblor se cumplió o no.

— Voy a buscar leña, Saúl.

Me tiene intrigado el tema. Solo adivinamos un puro sismo, y fue pequeño ¿Y si el


argentino mintió? Quizás nunca tembló en Buenos Aires… o quizás leyó mal. La
real certeza la tendríamos solo con ese sismo de mayor intensidad, el de Filipinas.
Esa luz de nuevo, volveré a la casa para avisar.

— ¡Ven, acompañame! ¡Quiero que observes algo!

Estamos observando desde la orilla de la playa aquel destello.

— ¿Y eso, es un faro? – pregunta Saúl.


— Sí, y se puede ver solo por este lado de la isla.
— Que extraño, no sabía de la existencia de ese faro, solo había visto el de “San
Carlos”.
— Yo igual. Y lo que mas me llama la atención es que esté tan mar adentro.
— ¿Y se ven barcos por acá?
— A veces, pero bien poco.

278
Serena alerta

Se escucha algo desde la casa.

— ¿Es el radio? – pregunta Saúl.

Nos levantamos y corremos.

— Muchachos… Se armó un kilombo con… publicación… — nos cuenta Luis.


— ¿Luis? El otro día se fue la señal ¿Tembló al final? – le pregunto al argentino.
— Sí, muchach… Fue como dijeron… me están llamando de todos lados… No se
qué decir…
— ¡Diles que los sismólogos culiaos valen callampa! – grita un Sául al borde la
locura por la felicidad.
— ¿Qué cosa?... No entiendo…
— Nada, no le des bola a este – le digo yo por radio.
— Muchach… Les dije… gente de la prensa… información me la dan ustedes por
radio…
— Sí, está bien, compadre. Dígales que somos de la isla Juán Fernandez. – le
ordena Saúl.
— Com… cen… Por…
— Se fue la señal de nuevo, Saúl ¿Cachái lo que estamos haciendo? Siento como si
desafiáramos a la naturaleza.
— ¿Oye, que mierda es eso que hay detrás tuyo? – me pregunta mi compañero.

Su rostro me asusta. Me giro para ver, pero no hay nada.

— ¡Ah, conchetumare! – grito de dolor.


— ¡Patá en la raja en el huesito!

19 de Febrero

Este lado de la isla se ha transformado en algo demasiado entretenido junto con el


radio, y la máquina que predice sismos. El Luis ya ha publicado varios temblores,
de hecho nos informó que publica en una página de Facebook y Twitter que lo
llamó “Serena Alerta” Yo hace tanto que no me meto a esas cosas que no cacho una.
6,9 Ritcher en Valparaíso para hoy, 19 de febrero. Así que esta vez somos nosotros
los amigos de la fiesta, y el Che Luis ya lo publicó. La noticia ya debe estar rondando
en los ciudadanos.
— Lo único que lamento de no ir al otro lado de la isla, es no poder ver en la tele
el rostro de los hueones de la Onemi ¿Qué dirán ahora?
— Seguramente tocarán la alarma de tsunami, armarán un poco de alharaca en

279
El Borrador II

la gente y después la bajarán. Una estrategia política para que se crea que estos
tipos trabajan y la “hueá funciona” Zánganos culiaos buenos para nada.
— ¿Cómo estarán en el país? ¿Se estarán preparando? Igual 6,9 no es pah tanto.
— Lo bueno que la gente está expectante.
— Ahora si que seremos famosos.

A veces este Saúl me hace pensar que el Benja se parecería un poco a él en la forma
de ser, siendo sobrio, claro está.

— Gracias por todo cabro chico – le digo.


— No te pongái melancólica.
— Lo digo en serio. Estaba todo cagado, solo, y has sido un buen amigo
— ¿Y tú creí que lo hago por amistad? Tení que pasarme la mitad de la plata
cuando recibas los millones por esto,
— Bueno. Ahí te daré tus cien lucas.
— Jajaja. Gracias a ti, viejo feo. Esto para mi ha sido como una terapia, una
entretenida terapia. Ya no tengo que andar mirando caras pah pedir un plato
de comida.
— ¿Te puedo preguntar algo, Saúl?
— ¿Qué me vai a preguntar? Ya, lanza no más.
— ¿Que te pasó? ¿Por qué andabas así, como un vagabundo, curáo? He descubierto
otra parte de ti, y eres genial, me sorprende haberte visto alguna vez tan
perdido ¿Qué fue lo que te pasó?

La pregunta lo ha dejado en silencio, por un rato.

— Mis taitas… se trata de mis taitas… eso pasa — me responde.


— ¿Te hicieron algo?
— Mas o menos.
— ¿Qué te hicieron, Saúl?
— Me dejaron botado.
— ¿Te regalaron, algo asi?
— No. Me echaron de la casa.
— ¿Hiciste algo muy malo?
— Varias cosas. Pero en la última le robe a mi papá. Estaban juntando plata para
mi hermano que tenía cáncer, es muy caro todo eso… que paja hablar de esto.
— Tranquilo.
— No quiero que me juzgues, ya pagué todo este tiempo en la isla.
— ¿Y no te has vuelto a comunicar con ellos?
— Justo antes del tsunami. Hablamos por teléfono, me pidieron que volviera con
ellos.
— ¿Y por qué no lo haces?

280
Serena alerta

— No lo sé. A veces siento que no puedo. Estoy amarrado a este territorio, es raro
de explicar.
— Anda, aún sigues siendo un hijo. Deben extrañarte.

Me mira directo a los ojos, sabe que digo la verdad.

— Tienes razón. Prometo volver a mis raíces.


— Bien, me parece.

Este día es significativo para ambos.

— Por lo que sé… la gente… Chile muy atenta…


— Oye, Luis ¿Y han seguido preguntando por nosotros?
— Les dije… fueron a la isla… no los encontraron… Creen que oculto mi fuente…
— Amigo, pasa que estamos en un lado oculto de la isla, no es fácil llegar. Pero
creemos que en algún avión militar nos van a terminar ubicando. Después del
temblor estarán aquí en un par de horas, te lo aseguro
— Es cierto…
— Oiga, che. Nos debemos un champagne, porque usted también es parte de esto.
— Así será…
— ¡Queda poco, cabros! – grita Saúl
— ¡Treinta segundos, Luchito! — exclamo en voz alta
— Si loco, 6.9. Se va a mover la hueá.
— ¡Veinte segundos, Saul!
— ¡Estoy emocionado por lo que se nos viene después del temblorcito! ¡Luis! ¡Nos
espera la fama!
— Jajajajajaja… Vos tenés que esperarme… fiesta…
— ¡Diez segundos, compadre! – grito al cielo.
— ¡Ocho!
— ¡Ya, amigos, contemos juntos!
— ¡Seis!
— ¡Cinco!
— ¡Cuatro!
— ¡Quedan tres, Saúl culiao!
— ¡Dos!
— ¡Uno!
— ¡¡QUE MIERDA!! ¡¡SAÚL!!
— ¿Aló?... Chicos… ¿Que pas…? ¿Aló?... ¿Escuch…?
— ¡¡No se lo lleven!!
— Muchach… ¿Están bié...?
— ¡¡Saúl!!
— ¿Necesitan ayud…? Llamaré… No sé qué pas… escucho gritos…

281
El Borrador II

— ¡¡Déjenlo!!
— ¡¡Suéltenme, perros culiaos!!
— Estoy publicando… página… La gente sabrá rápid...
— ¡¡Monstruos de mierda!!
— Mierda… chicos… ¿Qué pasa allá…? Tendré que llamar… policía…
— ¡¡No le hagan nada!! ¡¡Conchas de su madre!!
— ¡¡Aahhhhhhhhhhh!!
— No entien… si hay alguien en el otro lado hacién……..se sabrá…. Llamado a
autorida…
—…
— ¿Mucha…? ¿… ahí?
—…
— No… escuch…
—…
— Estaré aquí… hasta que hablen... no… puedo… pens… amig…
—…
— Cl… ma… est… par…
—…
—…

Se llevaron a Saúl, esos tipos gigantes entraron a la casa … yo alcancé a escapar,


por la misma mierda. Al menos pude a traerme la máquina, pero se averió, no
prende y el radio se ha quedado en la casa ¡Por la cresta! Ya no puedo ir por él,
para peor tendré que hacer lo que no quería: Volver al otro lado de la isla para
pedir ayuda por mi amigo.

20 de Febrero

Saúl tenía razón, llevo toda la noche caminando y no encuentro el camino. Es


fácil perderse, a veces pienso que estoy avanzando en círculos… no lo sé, todo
este bosque es igual. Las cosas van de mal en peor, se ha puesto a llover. Al menos
la luna se está escondiendo. Espero que el día me haga las cosas más fáciles. Se
escuchan ruidos, no sé si es el sonido de las gotas que golpea a los árboles, o el
viento que sopla las hojas, espero que sea eso. No sé si ya tenga las energías para
escapar nuevamente de esas cosas.

23 de Febrero

He llegado, después de caminar tanto, he vuelto a mi pueblo… cuantas imágenes

282
Serena alerta

en mi cabeza.

— ¿Papá, cuéntame un cuento?


— ¿Cual quieres?
— El de la Caperucita.
— ¿Pero el de la Caperucita buena o la Caperucita mala?
— La mala poh, papá.

Pero Claudia estaba ahí para poner los límites.

— ¡No! ¡No le estés contando ese cuento al niño!


— Pero si es con censura poh, Claudia
— ¡Ya, córtenla los dos! El Benja se tiene que levantar temprano mañana para
irse al colegio.
— Ya, tu mamá tiene razón.
— Pucha… ya… buenas noches papá, te quiero.

Tanto tiempo sin venir esta parte de la isla. Está un tanto distinta, las casas no son
las mismas de antes, algo se ha reconstruido. Justo en ese lado de la playa estaba
nuestro hogar… ya no hay nada. Me pregunto si la Claudia estará viviendo por
acá. Recuerdo que una de las cosas que me dijo antes de marcharme fue que se
quedaría para siempre. La catástrofe tuvo efectos distintos en nosotros, mientras
ella no podía despegarse de este lugar, esperando quizás esa fantasía de que el mar
devolviese al niño, yo en tanto necesitaba marcharme para no recordar los gritos
y el segundo exacto en el que perdí al Benja de mis brazos, una tortura.

¿Qué no es la señora Juana, la de la artesanía? Al fin alguien que ubico.

— ¡Hola!
— Caballero ¿Desea llevarse algo?
— ¿Señora Juana, ya no me recuerda?
— No, no se quien es.

Me ha ignorado completamente, como si no le importase.

— Soy yo, el esposo de Claudia, el padre de Benjamín.


— ¿Dijiste Claudia? La recuerdo. Ella estuvo bastante tiempo aquí. Andaba por ahí,
caminando, gritando sola por su niñito. Se vio así por mucho tiempo.
— ¿Y sabe dónde está ahora?
— Un día la escuchamos gritando que quería que se la llevaran en bote mar
adentro. Que sabía dónde estaba el niño, que la dejaran estar con él… pero que
unas personas se lo estaban impidiendo…

283
El Borrador II

— ¿Qué personas? ¿De quienes hablaba?


— No lo sé, señor. De ella ya no hay rastro desde hace mucho. De todas maneras ya
nadie pregunta por ella, en realidad, ya nadie pregunta por nadie.

¿Serán esos mismos tipos que se llevaron a Saúl los que se llevaron a Claudia?
Están pasando cosas muy extrañas en la isla.

— Para lo únicque sirvo, para que la gente me pregunte por otros, ya nadie me
compra. El tsunami cambió a todo el mundo

La mujer tiene los ojos lleno de lágrimas.

— Véndame esa pulsera de conchitas.


— ¿Verdad?
— Sí. Véndamela no más.
— ….
— Pucha señora Juana, no se me ponga a llorar pues.
— Es que hace tanto que no vendía algo.

Pobrecita, debe estar más abandonada, no recuerdo haberle visto a alguien de su


familia con ella, ni ahora, ni nunca. Me despedí de ella con una sonrisa. Ahora voy
camino a la caleta, quizás me encuentre con alguien.

24 de Febrero

Dicho y hecho, Don Lorenzo, está igual. Trabajólico como nadie, el mar es su
pasión. Su bote quedó destruido con el día de la catástrofe.

— ¿Ya se va a pescar?
— ¿Y usted que cree? Son las unas de la mañana, es hora de reunirse con mi gente
en la caleta para armar las cosas, y de ahí, tipo dos y media de la mañana ya
tenemos que estar mar adentro.
— ¿Y yo podría ir con usted?
— Se va a marear, como todo el mundo. No se lo recomiendo.
— Déjeme acompañarlo, no sabe lo bien que me haría.
— ¿Está seguro?
— Sí, Don Lorenzo, quiero ir.
Claudia dijo que necesitaba ir mar adentro. Desde el otro lado de la isla se veía el
faro… algo debe haber, y estos pescadores podrían ayudarme.

284
Serena alerta

— ¿Oiga? ¿Le puedo hacer una pregunta? No es de entrometido, pero desde que
subió al bote,usted no ha parado de observar esa lesera que tiene en su mano
¿Qué es?
— Esto Don Lore, es mi amuleto de la suerte – le respondo.
— No se le vaya a echar a perder con la sal que hay en el aire. Mar adentro capaz
que se le oxide.

Hablando de la máquina, había olvidado por completo preguntar por el sismo


del otro día:

— Oiga ¿Y sintió el temblor?


— ¿Qué temblor? No tenía idea. Bueno, acá la mayoría de las veces no se sienten
esas cosas.
— Como el día del tsunami.
— ¿Don Lorenzo?
— Dígame.
— ¿Ustedes que trabajan en el mar, no han encontrado más restos de personas?
— Nada. Una vez un par de prenditas de mujer, restos de escombros… ese tipo de
cosas.
— ¿Ropa de niño?
— No, mijo. Nada.
— ¿Y alguna vez ha visto cosas raras en la isla? Usted conoce todo esto como nadie.
— ¿Raras? ¿Raras como qué?
— Como unos tipos, extremadamente altos, parecen personas pero no lo son.
— Jajaja no. Nunca ¿De qué me está hablando?
— ¿Y un faro?
— ¡Un faro!
— Si, está por el otro lado de la isla.

Tal parece que nunca lo ha visto, no hay respuesta de nada. Nadie sabe nada.

— Mire, su aparatito, parece que se prendió.

La máquina comenzó a marcar registros, y esta vez suena más fuerte que nunca.

“Valparaíso. 24 de febrero. 22:32:46. Grado IX. Mercalli”

— ¡Mierda!
— ¿Que le pasa? Veo que no se siente bien
— ¡Don Lorenzo! ¡Hay que irse de la isla! ¡Ahora!
— No me asuste. Le dije que no le iba a hacer bien venir con nosotros.
— ¡Todo se va acabar! ¡Todo se va a destruir! ¡Lo del 2010 no será nada al lado

285
El Borrador II

de esto!
— Muchachos, hay que volver a tierra. No podemos arriesgar a este caballero.

Tengo que evitarlo. Debo hablar con Luis para que lo publique, rápido. Lo que se
viene es una catástrofe histórica.

— ¿Quiénes son ellos, Don Lorenzo? – preguntó uno de los pescadores.


— Deben ser otros botes que están trabajando.
— ¿Por acá? No creo

¡Mierda!

— ¡No se acerquen a ellos!


— Tranquilo hombre, usted se ve descompensado!
— ¡Don Lorenzo, esas cosas nos van a llevar! ¡Arranque el motor, ahora!

Nos están apuntando con una luz intensa.

— ¡Bajen la luz! ¡Somos de la isla! – grita el pescador.


— ¡Salgamos de acá le estoy diciendo!

Ya es tarde, están encima de nosotros. Si salto al mar no sé cuánto tiempo podré


resistir. No puedo dejar mi máquina sola.

— ¡Noooo!

A la mierda, saltaré.

Debo hundirme lo que más pueda, estoy intentando avanzar con mis máximas
fuerzas. No debo estar cerca del bote. .. Debo hundirme… debo aguantar…
debo aguantar… Puta madre… No resisto la apnea… salgo a la superficie. Estoy
respirando... el bote, el bote está vacío, se los llevaron. La máquina sigue aquí.
Arranco motor y vuelvo a la orilla para pedir ayuda y avisar a todo el mundo del
mega terremoto.

— ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Don Lorenzo y los demás! ¡Se los han llevado! ¡Ayuda!

No se ve a nadie en este lado de la playa. La señora Juana tampoco. Solo se


escucha mi eco. Es como si se hubiesen ido todos. Esas cosas… tendré que volver
al otro lado, a mi casa. No hay un puto teléfono, no hay barcos, ni lanchas, no
hay nada. No tengo como salir de aquí. No tengo como informar que se viene
el fin. Puede que me atrapen, pero no hay salida, me tomarán en este lugar o a

286
Serena alerta

mi regreso. Hay que arriesgarse, debo hablar por radio con Luis.

24 de Febrero, cerca del fin

He llegado. Solo queda un par de horas para el terremoto. Moriré aquí.

— ¡¿Luis?!
—…
— ¿¡Luis?! Te estoy hablando desde la isla.
— ¡Aló!...
— Luis, hueón. Qué bueno escucharte. Perdimos a Saúl.
— ¡¿Qué pasó?! Escuché… mucha… ¿Quiénes… atacó?
— Unos tipos, aún no se de quienes se trata. Amigo, debes escuchar esto, es
extremadamente urgente. Se trata de un terremoro.
— Okey… Estoy listo… publicar…
— Bien, copia: Habrá un terremoto grado IX Mercalli en Valparaíso, repito, habrá
un terremoto grado IX Mercalli en Valparaíso, será hoy, 24 de febrero a las
22:32:46.
—…
— ¿Luis? ¿Estás ahí?
— Copiado… Eso es mucho… Corre…
— Compadre, ha sido un gusto. Gracias por todo.
— Espera… No… vayas…

Apago el radio, y me siento en la orilla para mirar este lado del océano, mientras
espero la hora de mi muerte. El mar me llevará, espero que sea al lado de mi hijo.
¿Qué es eso? Esa luz… es el faro, y apunta fuertemente hacia mi. Hay lanchas,
se dirigen hacia acá, me han visto. Son esos tipos, nuevamente ¿Qué es lo que
quieren? Bajaré por las rocas, nunca lo he hecho, espero no caer.

— ¡Me entrego!

He llegado hasta abajo. Los tipos me miran, subo lentamente a uno de sus botes.
Nadie me habla. Nos dirigimos hacia el Faro. Debe quedar una hora para el
terremoto. Al parecer no hay manera de evitarla.

— ¿Ustedes quiénes son?


—…
— ¿Qué es lo que quieren?
—…

287
El Borrador II

Solo hay silencio. Veo esa intensa luz, no sé hacia adónde apunta. Hemos llegado.

— ¿No se van conmigo?


— No. No iremos.
— Hasta que hablaron ¿Qué quieren? ¿Por qué no me matan?
— Suba.
— ¿Está Saúl, allí?
— Suba.
— ¿Es mi hijo y la Claudia los que están arriba, verdad? El niño no se ahogó,
ustedes se lo llevaron.

Se escucha una alarma dentro del faro.

— 20 minutos para la operación – se escucha desde unos parlantes.


— ¿Qué cresta? ¿Por qué el faro marca el tiempo que falta para el terremoto?

¡Cómo no lo pensé!

— ¿El faro activa los terremotos?


— Le queda poco tiempo. Suba de una vez.

— 19 minutos para la operación.

Subiré. Creo que son veinte pisos. Debo correr.

— 18 minutos para la operación.

Debe haber una manera de desactivarlo, quizás pueda hacerlo desde arriba.

— 17 minutos para la operación.

Apenas avanzo. Ni siquiera sé si alcanzaré a llegar.

— 16 minutos para la operación.

Demoro un minuto por piso, es correr en círculos.

— 15 minutos para la operación.


— ¡Claudia! ¡Claudia! ¡¿Estás allá arriba con el niño?!

Nadie contesta.

288
Serena alerta

— 14 minutos para operación.


— ¡Ah!

Conchesumadre ¡Me saqué la mierda!

— 13 minutos para operación.

Arriba. Queda poco.

— 12 minutos para operación.

Estoy llegando. Ya veo la entrada.

— 11 minutos para operación

He llegado, esta es la entrada.

— ¡¿Claudia?! ¿Te hicieron algo estos hueones? ¿Estás ahí?

No se escucha la voz de nadie… no hay nadie aquí. No hay nada.

— ¡¿Se están burlando de mí?!


— 10 minutos para la operación.

Creo que este es el final… no tengo nada que hacer, he caído en una trampa.

— Al parecer te rindes fácil.


— ¿Y tú, quién eres?
— Soy tu guía.
— ¿Guía? ¡Eres uno de esos tipos que están allá abajo, quieren destruir todo!
— Estoy orgulloso de ti.

Me habla como si me conociese.

— 9 minutos para la operación.


— ¡Haga algo! ¡Se va a ir todo a la mierda y te veo tranquilo, como si no pasara
nada!
— ¿No me reconoces?
— 8 minutos para la operación
— No sabes cuánto tiempo pedí porque te encontraran. Pero ahora solo depende
de ti.

289
El Borrador II

— ¡Ay no, si sé quién eres! ¡No puede ser!

— Ha pasado bastante tiempo.


— ¿Hijo?

Mi corazón.

— ¿Aun no entiendes? Esperé mucho tiempo este momento, al fin te encontraron.


— No entiendo nada, perrito mio. Que estás grande, se me hace difícil hablar.
Quiero llorar.
— 7 minutos para la operación.
— ¿Sabes que es este faro?
— No… no sé
— Este faro lo puse para que te indique el camino, el camino de vuelta.
— ¿Vuelta? ¿Quieres que vuelva a ese rincón de la isla?
— Debes salir del mar, aun estás acá abajo.
— ¿Y todo esto? No me digas que no es real. Te veo tu carita, la puedo tocar.
— 6 minutos para la operación
— Vuelva ¿Quiere? hay gente que aún lo espera afuera.
— ¿Y tú? ¿También estás allá?
— No, papá. Yo estoy acá, al fondo del mar. Pero siempre estaré en este faro para
alumbrarte el camino si te sientes perdido.
— Tienes que volver conmigo
— 5 minutos para la operación
— ¡Ya poh! ¡No me hagai esto! Si no me acompañas, me quedaré aquí.
— 4 minutos para la operación.
— Vete, ya pues, siga el camino que le estoy dejando.
— 3 minutos para la operación.
— ¡No! ¡Vuelve conmigo!
— 2 minutos para la operación.
— ¡No quiero!
— No sea porfiado papito
— 1 minuto. 59, 58, 57, 56…
— ¡Cuidece! ¡Muchachos, llévenselo!
— ¡No! ¡Suéltenme! ¡Quiero a mi hijo!
— … 30, 29, 28…

Veo al Benja alejarse. Me lanzan por aquella luz, el Faro me sopla, hacia el tiempo
y el espacio, hacia el universo.

— … 10, 9, 8, 7,6…

290
Serena alerta

Solo cierro los ojos.

— … 5, 4 ,3, 2… 1.

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El Borrador II

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— ¿Benjamín?
— ¡Che, boludo! ¡Acá hay un hombre! ¡Ayúdenme a sacarlo!
— ¿Luis?
— ¡Silencio, tranquilo, vas a estar bien!

Casi un mes en el hospital, con los ojos abiertos y mi alma destrozada. Regresé a
la isla, y esa pesadilla fue mucho mejor que esta realidad. Aquel faro nos dio una
nueva oportunidad de vivir: Claudia se volvió loca, no es distinta a aquella mujer
que me había descrito la señora Juana. Saúl, se ve mucho más perdido que antes,
aún sigue caminando, ebrio, pero esta vez entre medio de los escombros. Don
Lorenzo se levanta todas las madrugadas para buscar a su nieto, mar adentro, y
yo a veces lo acompaño, tirando pétalos de rosas en el océano, preguntándome si
alguna vez aparecerán esos hombres extraños. O esperando el milagro de que nos
alumbre aquella potenta luz, avisándome que estoy viviendo una nueva pesadilla.
La máquina que predecía sismos no existe, y aquel terremoto Mercali lo estoy
viviendo día a día, en mi cabeza, en mi corazón.

Aún busco responsables, aún busco que no nos olviden. La isla está acá, entre
vivos y muertos, pidiendo lo mismo, justicia para Benjamín y su gente.

292
ÍNDICE

Prólogo 07
El niño de al frente 19
New woman system 27
Pedrito y el lobo 49
La llorona 65
Luchito y la 7 81
Paraíso 87
No me abraces 101
La rata 111
El quiltro 131
Reset 163
Duende 189
Máscara de cabra 211
Polaroid de una locura ordinaria 239
Post-parto 245
Serena alerta 267
Éste libro se terminó de
imprimir en otoño del 2019
en los talleres de LOM.

Santiago de Chile

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