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EQUIDISTANCIA ENTRE DOS MUNDOS

NACIÓ Lin Yutang en Changchow, provincia de Fukien, cuando corría el año 1895.
Perteneciente a una familia de chinos cristianos, desde su primera infancia se vio enfrentado
ante la aparente contradicción que constituía la educación recibida de sus padres y la influencia
opresiva de la cultura tradicional china, cargada de anacronismos y del peso de miles de años.
Indudablemente esta dualidad debía dejar sus huellas profundas en el carácter de Lin Yutang,
quien se llama a sí mismo "hijo espiritual de Oriente y Occidente".
Al cumplir los diez años ingresa en un colegio cristiano de Amoy donde realizó sus estudios
secundarios. Pasa luego al St John's College de Shangai que constituía el mejor centro para el
estudio del inglés de toda China.
La formación de Lin Yutang seguía siendo pues, de neto corte occidental y cristiano dentro del
ambiente chino.
Se radicó posteriormente en Pekín, donde fue profesor del colegio Tsiang Hua y ensenó inglés
en la Universidad. El periodismo lo contó entre sus colaboradores más entusiastas; actuó en
numerosas publicaciones, pero en "China Critic" desarrolló una labor particularmente fecunda,
llevando a los lectores de habla inglesa una visión honesta de su patria, destacando
ecuánimemente sus errores y virtudes.
Posteriormente, y dueño ya de una vasta cultura tradicional china, realizó estudios en las
universidades de Harvard, Jena y Leipzig. De regreso en su país retomó la enseñanza y
comenzó seriamente su carrera literaria.
Cuando en 1928 se radicó en los Estados Unidos, su personalidad como escritor era
ampliamente conocida. Sus lectores, que se contaban por millones, reclamaban ávidamente
cada nuevo titulo y descubrían en las obras del pensador chino la hasta entonces casi
desconocida sabiduría oriental.
El espíritu realista del pueblo chino, su practicidad, su suave filosofía tan distinta en su forma a
la seriedad casi agobiante de los pensadores occidentales, llega a los lectores de este
hemisferio a través de "La importancia de vivir", quizá su libro más conocido. Podríamos decir
que la principal virtud de Lin Yutang (reflejada particularmente en esta obra) está dada por su
carácter de "pionero" para el conocimiento de China en Occidente.
No por demasiado conocida puede omitirse citar del resto de su obra, ensayos como "Sabiduría
de Confucio", "Sabiduría de Laotsé" y "Mi patria y mi pueblo". Sus novelas más conocidas son:
"Una hoja en la tormenta", "La familia del barrio chino" y "La oportunidad de Eurídice".
Incursionó en el terreno de la biografía y alcanas narraciones breves como "La viuda, la monja
y la cortesana". Además de su copiosa bibliografía en inglés, Lin Yutang escribió muchos libros
en chino. Trabajó además en la invención de caracteres tipográficos chinos aplicables a una
máquina de escribir, labor en la cual invirtió la mayor parte de su dinero.
Vive actualmente en Nueva York con su esposa y tres hijas; una de ellas, Lin Taiyi, heredé la
vocación literaria de su padre. En su hogar se amalgaman las normas confucianas y los
principios cristianos, a los cuales ha vuelto luego de un largo ciclo de formación espiritual.

Por SERGIO MORERO


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SI DE ALGUIEN se puede decir que ha enlazado en el mundo de las letras las líneas filosóficas
del pensamiento Oriental y Occidental, no habría muchas dudas entonces en identificar a Lin
Yutang, escritor chino que si bien físicamente no se diferencia en forma notoria del tipo clásico
de su raza, su fisonomía en cambio encierra una particularidad espiritual e intelectual, suma de
su origen y formación.
Lin Yutang hizo sus primeros estudios en Amoy y Pekín donde asimiló las viejas filosofías
confucianistas y laotsianas, para completar luego ese aporte con la adquisición del acervo
cultural del otro hemisferio.
Acaba de visitar la Argentina por segunda vez, permaneciendo en el país alrededor de una
semana, para partir luego rumbo a Montevideo, última etapa de su gira por Sudamérica.
—En realidad —explicó— mi viaje a Buenos Aires forma parte de un "tournée" por
Latinoamérica para dar una serie de conferencias. Comenzó en Perú, donde fui invitado por la
Universidad de San Marcos. Mis deseos de volver a la Argentina eran enormes pues en mi
anterior visita, en octubre de 1959, sólo permanecí aquí 48 horas.
A su arribo de Chile, el escritor se dirigió casi inmediatamente a Mar del Plata. Allí, quienes
permanentemente lo rodearon pudieron integrar en un todo humano su faceta literaria, su
simpatía y su personalidad de hombre corriente.
Por cierto que ningún pensador moderno tiene menos apariencia de filósofo que Lin Yutang, a
quien se lo puede confundir con un turista más. Munido de sus implementos de pesca —su
hobby predilecto— frecuentó el mar, y en solo una mañana ("En siete horas", puntualizó él)
logró cobrar más de 40 pejerreyes, algunos besugos y anchoas.
Fue en Mar del Plata donde por primera vez entró a un casino de juego, y como a todo iniciado
le sonrió la suerte: cuando llevaba ganados 42.000 pesos, su esposa, que creyó que "eso era
suficiente", debió sacarlo de un brazo.
Posteriormente Lin Yutang donó esa suma al Centro de Rehabilitación del Niño Lisiado
(CERENIL).
Afable y gesticulador, en dependencias del hotel donde se alojaba protagonizó un episodio muy
curioso. Mientras conversaba con amigos se le salió uno de sus mocasines, al que, inhibido,
trató de rescatar con el pie. Finalmente, ante la inutilidad de la búsqueda, se excusó ante sus
interlocutores y se agachó a recogerlo.
Exceptuando una conferencia en el Hotel Provincial e informales reuniones de prensa, su
permanencia en Mar del Plata puede conceptuársela como "estada de placer".

LA FILOSOFÍA DEL "YIN-YANG"


De regreso a Buenos Aires, en cambio, desarrolló una actividad muy intensa. Participó en
recepciones auspiciadas por la Embajada China, firmó autógrafos en una librería de la calle
Florida, conversó con autoridades de la Sociedad Argentina de Escritores y mantuvo una
entrevista con el presidente de la Nación, en la Casa de Gobierno. Al cabo de la misma
declaró: "El doctor Frondizi es una persona vivaz e inteligente, a quien no se le puede llevar de
un lado para otro".
Más de un millar de personas asistió a la sala Casacuberta del Teatro Municipal General San
Martín, para escuchar sus conceptos sobre la filosofía del Bien y del Mal. En realidad, el
auditorio encontró sólo a la persona amable y al humorista fino. Lin Yutang soslayó el tema
anunciado, abordando diversos tópicos en forma general sin llegar a profundizar nunca ni a
concretar ninguno de ellos. No es arriesgado decir que el filósofo defraudó a buena parte de su
público.
Explicó una vez más hasta qué punto el chino odia toda lógica, siendo su captación de la
verdad netamente intuitiva. "Por eso —aclaró— los chinos no han podido desarrollar jamás una
ciencia natural". Reiteró que en contraposición con los conceptos cartesianos, en la filosofía del
Bien y del Mal (Yin-Yang) aquellos se alternan en ciclos sucesivos como elementos de una
misma verdad, recorriendo el camino hacia la Perfección. Ejemplificó dicha teoría con esta
sentencia: "El verano comienza en el corazón mismo del invierno".
Lin Yutang habló siempre acompañándose con gráficos ademanes y esgrimiendo su gran pipa,
que no abandonó nunca, llegando a crear la ilusión de que en ella se prolongaba su mano
derecha. Sus ojos, no exentos de vivacidad, permanecieron casi siempre entrecerrados, dando
a su rostro un matiz de profunda meditación. Durante su conferencia planteó graves
interrogantes, varios de los cuales no explicó satisfactoriamente, respondiendo a otros con
sorprendente soltura: adjudicó a Freud la justificación científica del concepto del pecado
original.
Fue muy eficaz la labor del intérprete que asistió a Lin Yutang, señor Emilio Stevanovitch, quien
supo transmitir al auditorio las ideas expresadas y sugeridas por el disertante, con rara
exactitud.

UNA GRAN PELÍCULA PARA UNA GRAN HISTORIA


A pesar de que fue en la Embajada China donde se suscitó el más vivo diálogo entre Lin
Yutang y los periodistas, el escritor fue acosado por intelectuales, admiradores y curiosos allí
donde su presencia fue advertida. De las preguntas que se le formularon, se extraen aquí las
que más exactamente ayudan a definirlo como discutido pensador de nuestro tiempo.
—¿Cree usted en la coexistencia pacífica entre Oriente y Occidente?
—No. Mientras el bloque comunista no abandone su intención de dominio del mundo a
cualquier precio, la coexistencia pacífica será una utopía. Problemas como el de Berlín y el
desarme sólo se podrán considerar seriamente cuando las grandes potencias se sienten a la
mesa de conferencias con genuino espíritu conciliatorio.
—¿Estuvo últimamente en Quemoy?
—Visité Formosa por última vez en 1958. Quemoy es una gran historia que merece una gran
película.
(Conviene agregar aquí la información recogida por intermedio de una persona allegada el
escritor: Lin Yutang gira la mayor parte del dinero que obtiene por la venta de sus libros al
pueblo de Formosa.)
—¿Cree que el desarrollo de la tecnología va en desmedro de la formación humanística de los
pueblos y, en consecuencia, que el hombre de la era tecnológica es menos feliz que sus
antecesores?
—El progreso tecnológico no puede ni debe interferir en la formación humanística de la
sociedad. La tecnología nos brinda la luz, el avión, el aire acondicionado, la televisión. En una
palabra, todo lo que se llama confort. Pero el hombre necesita también de muchas cosas que
escapan a la técnica. Los artefactos terminan por esclavizar a quienes deben servir.
Lin Yutang hizo a menudo largas disquisiciones sobre el mismo tema; en líneas generales
consideró sumamente pernicioso el sistema que lleva al hombre a depender de un empleo,
aunque éste sea bien remunerado. Textualmente expresó: "El hombre que posee un puesto de
periódicos o un quiosco de cigarrillos puede ser más feliz, por la independencia que le
proporciona su manera de ganarse la vida, que un alto empresario, por ejemplo". Puntualizó
que el fenómeno de masificación es fácilmente observable en la Unión Soviética, donde el
estado es un formidable capitalista. Obligado a precisar el concepto, más de una vez debió
manifestar que efectos similares se producían en los Estados Unidos, "donde los obreros y
empleados adquieren toda clase de confort a plazos, inhibiéndolos para cualquier
manifestación de rebeldía".

«¿FAULKNER?: NO ME GUSTA"
—¿Qué autor norteamericano prefiere?
—Sinclair Lewis... y Hemingway, pero no como filósofo sino como técnico. No he leído a
Faulkner. En general, no me gustan los autores que manejan personajes psicopáticos. Es más
fácil hablar de ellos que de un hombre normal.
—¿En qué país de raza blanca encontró mayor comprensión para con el espíritu chino?
—Aunque parezca paradójico, en Alemania. También en Francia, aunque los franceses todavía
vivan en el siglo XVIII y piensen demasiado en la gloria de su país.
—¿Qué opina del argentino?
—Es impuntual y toma todo por el lado fácil, lo que no está en conflicto con una progresista
vida industrial. Es muy parecido al tipo latino del Sur de Europa, que a pesar de la guerra no
perdió la voluntad de trabajar y crear.
—¿Por qué vive en Nueva York?
—Tengo allí muchos amigos, pero no me gusta el subte ni las calles sin árboles. En Nueva
York no hay cafés en las veredas, como en París. La gente almuerza en media hora porque
debe volver a la oficina y, mientras comen, hay otros a su lado esperando para poder hacerlo.
Las personas que se toman más de media hora para almorzar no son consideradas
importantes.
Respecto de su próximo libro adelantó que se trata de una novela, a la cual todavía no ha
puesto título. Su última obra, "La peonía roja", se conocerá este mes en la Argentina.

LIN YUTANG EN SU HOGAR


El escritor chino, que tiene 67 años, está casado desde hace cuarenta y dos y tiene tres hijas.
Viajó con su esposa, para quien tuvo palabras de reconocida gratitud: "Ella no se hace notar en
los momentos en que trabajo e intuye exactamente cuándo debe dejarme en paz". Sin embargo
suele leerle sus manuscritos que ella juzga lacónicamente y hasta con severidad. "A veces me
reprocha que hablo demasiado".
Lin Yutang reconoce que los momentos más felices los pasa en la quietud de su hogar,
escuchando a Bach, Beethoven o Mozart (sus preferidos) mientras fuma plácidamente su pipa.
Admite que su odio por los perros es definitivo y que sus flores predilectas son las orquídeas y
los crisantemos. "Los chinos —dice— en lugar de clasificar las plantas nos regocijamos con el
perfume de sus flores".
El escritor deja al cronista la visión que su milenario pueblo tiene sobre los hechos y las cosas
inherentes al hombre y a la sociedad modernos. A través de su punto de vista (rara fusión de la
cultura de dos hemisferios) los problemas del mundo adquieren explicación por medio de la
dialéctica fresca y tangible de las cosas simples.
Cuando el cronista extiende su mano, que Lin Yutang aprieta calurosamente, aquél recuerda
cuál es el concepto que el filósofo tiene de esta ceremonia: "El apretón de manos es una
costumbre antihigiénica e inactual que no tengo más remedio que aceptar con resignación".

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