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aviso

1
Esta traducción fue realizada por un grupo de personas que de manera
altruista y sin ningún ánimo de lucro dedica su tiempo a traducir, corregir y
diseñar de fantásticos escritores. Nuestra única intención es darlos a conocer a
nivel internacional y entre la gente de habla hispana, animando siempre a los
lectores a comprarlos en físico para apoyar a sus autores favoritos.

El siguiente material no pertenece a ninguna editorial, y al estar realizado por


aficionados y amantes de la literatura puede contener errores. Esperamos que
disfrute de la lectura.
indice

2
Sinopsis .............................................................................................. 4

Capítulo 1 ........................................................................................... 5

Capítulo 2 ......................................................................................... 16

Capítulo 3 ......................................................................................... 30

Capítulo 4 ......................................................................................... 42

Capítulo 5 ......................................................................................... 52

Capítulo 6 ......................................................................................... 61

Capítulo 7 ......................................................................................... 72

Capítulo 8 ......................................................................................... 81

Capítulo 9 ......................................................................................... 89

Capítulo 10 ....................................................................................... 99

Capítulo 11 ..................................................................................... 106

Capítulo 12 ..................................................................................... 114


Capítulo 13 ..................................................................................... 123

Capítulo 14 ..................................................................................... 130

Capítulo 15 ..................................................................................... 141

Capítulo 16 ..................................................................................... 149

Capítulo 17 ..................................................................................... 155

Capítulo 18 ..................................................................................... 159

Epílogo ............................................................................................ 163

3
Sobre la Autora ............................................................................... 167

Próximo Libro .................................................................................. 168

Saga Black Dagger Brotherhood ...................................................... 169


sinopsis

4
El último lugar en el que Ivie espera ser abordada por un macho
devastadoramente guapo es en un bar atestado del humo de cigarros
raramente frecuentado por vampiros, sin embargo, aquí está él. Silas es
coqueto, galante, y, sobre todo, misterioso. Cosa que Ivie no es. Una
enfermera en la clínica del sanador y la hija de un motociclista, Ivie está
acostumbrada a decir lo que piensa. Así que lo hace. Dado que los
aristócratas rara vez recogen a las hembras de su clase, Ivie le pregunta
a Silas qué tipo de juego piensa que está jugando.

A pesar de su exterior cauteloso, Ivie se rinde al deseo feroz que siente


por Silas. Y, sin embargo, justo cuando su cortejo se está calentando, él
revela que no puede durar, porque está obligado a volver al Viejo País. Su
vínculo simplemente se profundiza mientras aprovechan al máximo su
preciado tiempo juntos. Pero cuando ella se entera de la verdad, Ivie debe
encontrar una gracia salvadora, antes de que todo esté perdido…
capitulo 1

5
—Te equivocas. Te está mirando totalmente.

Ivie apartó su Grey Goose y su tónica.

—¿Podemos enfocarnos? Por solo un minuto aquí.

La barra de cigarros humanos en la que ella y su prima estaban, estaba llena


de no vampiros, y no por primera vez, Ivie se preguntó por qué demonios había
acordado reunirse aquí. Por un lado, odiaba fumar, especialmente el tipo que olía
a calcetines sudados, hola, cigarro barato. Dos, no era que no le gustaran los
humanos… no se preocupaba mucho por ellos. Y había tantos de su raza aquí,
todos compitiendo por el espacio aéreo, sus voces fuertes y chillonas.

Como si estuvieran en un juego de pelota. Excepto, noooo, ella quería señalar,


todos estamos aquí adentro, y a menos que se estuviera perdiendo algo, no había
nada que arbitrar…

—Estoy muy seria en este momento.

Ivie dejó caer la cabeza hacia un lado para que sus ojos se encontraran con la
cara esperanzada de su prima. Rubia, alias Rubes, era una romántica pelirroja, la
anti-Ivie, por así decirlo. Ella era todo lo que era brillante y feliz, una animadora,
omitiendo una bola de optimismo que era solo… rosa… incluso cuando no estaba
vistiendo el color.

Lo que era raro.

¿Por qué las dos eran amigas? Fue la resaca infantil clásica de dos relaciones
que habían vivido al lado y habían jugado juntas porque había habido una
escasez de otras distracciones. Ahora, como adultas que habían pasado
completamente la transición, habían compartido demasiada historia para ir por
caminos separados.

Y, Ivie supuso, Rubes nunca dejaba ir a nadie. Había trozos y piezas del
corazón de la mujer en todo el mundo, y cómo podía soportarlo era un misterio.

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—Creo que él es uno de los nuestros —susurró Rubes, su mirada fija
firmemente en el otro extremo de la barra.

—Como decía… —Ivie recuperó su V&T y tomó un sorbo del borde agudo y
frío—… esperé dos horas en ese salón. Dos horas. Leí los cuatro Town & Country's
que estaban en la mesa del café dos veces, memoricé todas las pinturas al óleo y
bustos de mármol, y brevemente consideré cometer suicidio al colgarme del
candelabro. Lo único que me salvó fue la posibilidad muy real de poder cobrar a
mis padres una tarifa de limpieza para eliminar el cuerpo.

—Definitivamente es uno de los nuestros. Acaba de sonreír al camarero sin


mostrar sus dientes frontales.

—Así que después de crear un agujero con el culo y medio en el sofá de seda,
esa mujer vuelve a entrar. Te lo juro, parecía un cruce entre una bibliotecaria y
un fascista. Llevaba ese traje gris que posiblemente podría haberse hecho de un
metal base y su cabello estaba acariciando la parte de atrás en un moño que estaba
lo suficientemente apretado como para ser considerado sólido. Ella me dice…

—Mierda, ¿acaba de pagarle al camarero con un billete de cien dólares?

—… “el maestro no puede verte ahora. No se siente bien”. —Ivie revolvió la rodaja
de limón y sus cubitos de hielo con el palito rojo—. Y yo soy todo, “Claro, no hay
problema. Lo que sea bueno para ti…”.
—No ha aceptado el cambio. Está dando de propina al camarero todo ese
dinero, qué buen tipo.

—Quiero decir, escucha, puedo entender que es difícil si eres viejo y que te
estás deslizando cuesta abajo, es horrible tener que entrevistar a la enfermera que
vendrá a ayudarte en tu etapa final. Es como si tu enfermedad estuviera gritando
en tu cara, ¡yo gané! Recibo todo eso, y honestamente hubiera regresado allí en
un momento posterior, pero compréndelo. La hembra me acerca a la puerta y
hace eso de la cabeza a los pies que la gente hace. Sabía lo que iba a decir antes
de que abriera la boca…

—Oh, mira. Otra sonrisa sin dientes frontales. Sí. Uno de los nuestros.

—Ella dice: “No eres un poco joven para esto”. —Ivie levantó las palmas de las

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manos—. ¿Joven? Mire, sé que no soy tan vieja como usted, señora Punic Wars,
pero soy una enfermera completamente capacitada que ha estado trabajando con
Havers durante una década, e incluso he hecho un programa humano. Tengo una
experiencia significativa con pacientes vivos, y el mismo Havers me envió aquí.
¿Piensa que solo por esta cara… —hizo un gesto alrededor de su cabeza—… y el
hecho de que tenga el cabello largo significa que no puedo hacer mi trabajo?
Dame un respiro…

—¿Ivie?

—… Y no, no estoy interesada en la posición si va a llamar para preguntar mis


habilidades solo por la edad. —Ivie se encogió de hombros—. Así que dije que
probablemente no encajaba bien y que podría querer encontrar a alguien más.
Parecía muy aliviada…

—Ivie.

—… a lo cual me dice que ya había decidido que no me quería en el segundo


que entré en esa mansión…

—Ivie.

Ivie se volvió hacia su prima.

—Qué, Rubes. Qué. ¿Quieres contarme que el tipo no muestra sus caninos otra
vez? ¿Has considerado que podría ser un humano con problemas de ortodoncia?
Y si dejó uno de cien, bien por él. Pidamos al gobierno humano que le dé un sello.
Un obelisco. Un reality show de televisión. Oh, espera, vas a decirme que has
deducido psíquicamente su nombre…

—Es Silas.

Ivie se congeló ante el sonido de la voz profunda y grave. Más tarde, mucho
más tarde, recordaría más claramente no en el momento en que lo miró a los ojos,
sino más bien la fracción de segundo antes de hacerlo. Y eso fue porque, cuando
estabas cayendo desde una gran distancia, girando y girando en el aire, insegura
de tus posibilidades de sobrevivir al aterrizaje, la cosa que era más vivida que
cuando golpeabas era el último momento antes de que las consecuencias te
poseyeran.

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Sus ojos eran de un verde tan pálido que eran casi blancos, nada más que un
borde negro para demostrar que no era una especie de deidad caída a la tierra. Y
era un vampiro como ella, su aroma embriagador y lleno de especias, no todo
venía en una botella de colonia. El cabello era negro y largo a los lados, empujado
hacia atrás de su frente en ondas. Los hombros eran anchos y fuertes. La ropa era
cara, pero no llamativa.

Esos labios eran…

—Su nombre es Ivie —dijo Rubes—. ¡Y no tiene novio!

Ivie sintió que sus ojos se abrían incluso antes de que la vergüenza golpeara,
pero se recuperó lo suficiente como para mirar al chico completamente a la cara.

—Solo para que lo sepas, pago a mi prima para hacerme sentir como un
sándwich de dos días de parada de camiones. Es una relación extraña, pero la
mantiene fuera de las calles y mi ego bajo control.

Hubo un latido de pausa, como si eso fuera lo último en el mundo que


esperaba que ella dijera. Sin duda estaba acostumbrado a reinas bellas que
parpadeaban sus pestañas falsas y se peinaban el cabello ante cada palabra que
decía, y asumiendo que eso era lo que estaba haciendo, iba a encontrarla…

El macho echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír.


El ondulante sonido era tan atractivo, que todo tipo de personas miraron, los
hombres y mujeres humanos cautivados por él.

Tal como ella.

Cuando sus ojos volvieron al nivel, sonreía ampliamente, destellando


colmillos que probablemente solo eran notables para los miembros de la especie,
aunque ella tuvo la idea de que a él no le importaba de una manera u otra.

—Bastante justo —murmuró—. ¿Puedo comprarte una bebida?

—Tengo una…

—¡Absolutamente! —Rubes se levantó de su taburete y se puso su abrigo de


lana—. Y vive sola, así que debes asegurarte de que llegue a casa a salvo.

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Ivie se frotó la frente y se preguntó si podías repudiar a un pariente por el que
no eras financieramente responsable.

—¿Desde cuándo te convertiste en una aplicación de Tinder?

—¡Adiós!

Mirando por encima del hombro, Ivie vio a Rubes saltar por la puerta, todo
ese cabello rojo que la hizo pensar en Merida de esa película de Disney.

Así que aquí hay una pregunta, pensó. ¿Si le pones Valium, esos folículos se relajan?

—¿Qué tal si tomo asiento mientras terminas lo que tienes?

Ivie se sacudió a sí misma.

—Ah… sí, claro. Pero no soy buena en esto.

—Aún no la has derramado encima de ti.

—¿Qué?

Él asintió hacia su Gin-tonic.

—Si el “esto” del que estás hablando es la bebida, en el corto tiempo que te
conozco, te he encontrado bastante competente.
—¿Cómo es que sigues siendo alto aunque estás sentado?

Hubo otra pausa. Y luego se rió de nuevo.

—Siempre dices cualquier cosa que tengas en mente.

—Bastante. Aunque logré mantener el comentario del Valium para mí por


respeto a Rubes.

—¿Lo siento?

Ivie agitó una mano.

—Nada. Entonces, dime, ¿qué hace un aristócrata como tú en un lugar


humano como este? Pensé que tu clase solo socializaba consigo misma.

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Mientras su mirada se estrechaba, pensó, ¡te agarré!

Un par de comentarios más así y él se disgustaría y la dejaría ir a casa en Uber


en paz. #Perfecto.

O… #inevitable podría ser más como eso.

—¿Qué te hace pensar que soy miembro de la glymera?

Ivie contó las cosas con los dedos, una por una.

—Eso es un suéter de cachemira el que llevas puesto. Tu reloj es de oro y pesa


tanto como este bar. Y tu acento grita multimillonario y una línea de sangre de
regreso a la primera vez que la Virgen Escriba estornudó. Sinceramente, si estiras
esas vocales tanto tiempo, vamos a tener que ponerte en soporte vital.

Retrocedió, y por un segundo, algo cruzó su rostro. Pero fue demasiado rápido
y ella no lo conocía lo suficiente como para leerlo.

—Tal vez soy un macho hecho a sí mismo posando con buena enunciación.

—Estructura ósea. —Tachó de la lista.

—Cirugía plástica.

—Ese anillo de sello.


—Casa de empeño.

—Para tu información, esto es lo mejor que he hecho jugando al tenis.

Mientras él se reía otra vez, ella se encogió de hombros.

—¿Por qué no quieres ser quien eres? La mayoría de la gente de la especie


mataría por estar en la aristocracia.

—¿Qué hay de ti? ¿Quieres eso?

Ivie tomó un trago para comprar algo de tiempo y se alegró de que las cosas
se estuvieran aguando en su vaso. Había pedido el V&T incluso aunque por lo
general no le gustaba el alcohol, para aliviar la entrevista de trabajo fallida. ¿Pero

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con este chico sentado a su lado? Se encontró queriendo que su cerebro
funcionara en su nivel más alto.

—El dinero sería divertido —aseguró—. Quiero decir, tengo que quedarme en
el tipo de presupuesto donde comprar ropa de Nordstrom Rack y zapatos de
Zappos es una delicia. Probablemente sería emocionante tener que agonizar entre
si estás comprando el Porsche o el Rolls, y luego decir, al diablo, los tomaré a ambos.

—Hay un “pero” en esta declaración, verdad.

—Bueno, aquí está la cosa. No estoy segura de que los aristócratas sean más
felices que yo. Quiero decir, especialmente las hembras, dadas todas las
restricciones sociales sobre ellas. Pero más al punto, por lo que he visto en mi
trabajo, la salud es el gran ecualizador. Si estás enfermo o viejo, no importa cuál
sea tu cuenta bancaria o cómo se vea tu árbol genealógico.

—¿A qué te dedicas?

Ella lo miró y rápidamente se perdió en sus pestañas. Dios mío, hacían que
Kyle Jenner pareciera un paciente de alopecia. Y el suyo no era falso.

—¿Te gusta lo que ves? —dijo en voz baja.

—¡Enfermera! —soltó demasiado fuerte—. Soy enfermera. Trabajo con


Havers. Como enfermera.

Esa risa suya era completamente insoportable.


—Suena gratificante…

—Escucha, ¿podríamos detenernos aquí? —Apartó su vaso alto y sacó su bolso


y abrigo del respaldo de la silla. Cuando se puso de pie, le ofreció una sonrisa
profesional, la misma que usaba cuando tenía que sacar un catéter—. Fue un
placer conocerte, bla, bla, bla, pero cortemos la basura y dejemos de gastar un
buen oxígeno en esta conversación que no va a ninguna parte. No soy de sexo
casual, no me recogen en bares o cualquier otro lugar, por lo que importa, y no
puedo entender ninguna buena razón por la que un macho como tú estaría fuera
en una noche como esta, sentado a mi lado.

—¿Sin razón? ¿Qué tal el hecho de que te vi y quería hablar contigo?

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—Dije que no hay razón “buena”. Hay muchas malas. —Volvió a contar con
sus dedos—. Estás emparejado, pero aburrido y buscando un pequeño polvo
antes de ir a casa con tu shellan moralista y tus dos hijos perfectos. Tienes un
fetiche que involucra pies, orejas de conejo, pegamento loco en lugares extraños,
o tal vez, Dios no lo quiera, jerbos. Tienes una apuesta con algún otro vampiro
hombre increíblemente guapo aquí sobre cuánto tiempo te llevará obtener el
número de la chica normal. Eres un asesino en serie en busca de una víctima.
Crees que soy lesbiana y quieres un reto. Tal vez tienes una enfermedad mental
y crees que todos vamos a ser secuestrados por extraterrestres a medianoche y te
imaginas, qué demonios, mejor consigo entrar una vez más antes de que todos
estemos muertos. ¿Cómo voy? Puedo seguir adelante.

La sonrisa que le dio fue lenta e increíblemente hermosa.

Así que, literalmente, no podía respirar mientras lo miraba.

—Estoy tan impresionado de que usaras “polvo” en una oración.

Ahora era el turno de Ivie de parpadear como si hubiera olvidado el lenguaje


que estaban usando.

—Y —dijo mientras terminaba lo que parecía bourbon o whisky en su vaso


con hielo—. Te puedo decir con toda honestidad, que no soy ninguna de esas
cosas. No estoy emparejado, no tengo fetiches, no conozco a nadie más en este
bar cigarro, no soy un asesino en serie, y no creo en la vida extraterrestre. —
Inclinado, con los párpados a media asta—. Ah, y con la forma en que has estado
mirándome la boca, no creo que seas lesbiana. También te encuentro para nada
simple.

—¿Hace calor aquí? —dijo en voz alta.

—Cuando estoy a tu lado, sí, lo hace.

Ivie miró hacia otro lado, a la pared de ventanas en el frente de la barra. El


nombre del lugar había sido pintado en el vidrio por lo que se mostraba hacia la
calle, la antigua, de 1920, escrita en cursiva y delineada con oro cuando estabas
en la acera. Cuando estabas dentro, sin embargo, no se podía leer, el patrón
invertido opaco y negro.

Algo así como el destino, pensó. No sabías lo que estaba pasando hasta que estabas al

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otro lado de las cosas.

—Tengo que irme.

Dios, habría dado cualquier cosa por no haber tenido esa tristeza en su voz en
ese momento.

—Ni siquiera voy a preguntar si puedo llevarte a casa —dijo.

—Bien.

—Pero veré si nos vemos para cenar mañana por la noche. —Cuando ella lo
miró, levantó las palmas de las manos—. Lugar público. Digamos que el
Restaurante de Sal. ¿Lo conoces?

—Quién no lo hace.

—A las diez.

Ivie frunció el ceño.

—Sabes… me estás haciendo pensar en algo que mi padre siempre me decía.

—¿Qué es?

—Si algo parece demasiado bueno para ser verdad, lo es. —Se puso el abrigo—
. Eso fue extraño conocerte.
—¿Así que la cena es un no?

—Sí, es un no.

—Si cambias de opinión, estaré…

—No lo haré.

Se dio la vuelta para comenzar a caminar hacia la puerta, cuando él dijo:

—Ivie.

—¿Qué? —Se concentró en la puerta, consciente de que estaba siendo grosera,


pero demasiado confundida para importarle.

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Preguntándose si le gustaría la forma en que ella usó la palabra “confundida”.

—Fue un placer conocerte.

Mirando por encima del hombro, lo encontró mirándola, esos pálidos ojos
intensos, su elegante mano girando lentamente su vaso sobre la barra. Era como
un anuncio en una revista de estilo de vida con el codo apoyado en la caoba, sus
piernas cruzadas por las rodillas…

Oh, mira, sus mocasines tenían borlas.

¿Vamos, como si esperara que él luciera un par de zapatillas peludas ahí abajo?

—Vaya, eso es una imagen.

—¿Qué?

—No importa. Ten una buena vida. Supongo. O… sí.

Cortando sus pérdidas, antes de que su partida implicara un golpe previo o


un mal funcionamiento del vestuario que destellaba su trasero, Ivie se cuadró y
caminó entre los diferentes humanos hasta que le dio a la salida buen uso. Afuera,
tomó una serie de respiraciones profundas y se alegró de que fuera una noche
fría de enero y no mediados de agosto.

Despejando la cabeza y todo eso.


El barrio estaba lleno de restaurantes gourmet, boutiques de clase alta que
actualmente estaban cerradas por la noche, y apartamentos sin ascensor que
tenían llamadores de latón y un montón de molduras alrededor de sus entradas
y ventanas. Bajando una cuadra, encontró un pequeño y oscuro callejón… y se
desmaterializó de nuevo a su vida normal.

Que no incluía a un hombre así.

No. Ni siquiera de cerca.

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capitulo 2

16
La noche siguiente, Ivie se apoyó en el lavabo del baño para mirarse en el
espejo e intentó mantener el pulso firme para poder pintarse las pestañas con un
rímel Maybelline que probablemente... ¿tuviera tres años? Sí, sí, sabía que tenías
que tirar maquillaje después de un año, ¿o eran seis meses?

—¡Lo que sea!

De cualquier manera, el producto se había endurecido en el tubo, volviéndose


tan sólido que no había manera de poder usarlo. Lanzando la varita con tapa
verde y la mitad inferior rosa en la basura, apagó las luces y se fue a su habitación.

Su apartamento era el punto de partida estándar con un baño, una cocina


abierta, dos ventanas y pisos de madera de pino, manchados y casi sin brillo. Las
paredes habían sido pintadas tantas veces, que las capas eran lo suficientemente
gruesas para calificar como papel pintado, los aparatos y accesorios de plomería
eran nuevos. Pero el edificio era seguro, y sus vecinos eran humanos que dormían
por la noche cuando ella estaba trabajando, y lejos en los trabajos cuando ella
estaba durmiendo.

¿Era lo más seguro para alguien que enfrentaba la inmolación molecular si


estaban expuestos a la luz del sol? Probablemente no. Pero su habitación no tenía
ventana, y había una escalera interior al sótano comunal que podía usar si era
necesario. Un incendio durante el día la pondría en cierta dificultad, aunque en
su opinión, no podías pasarte la vida preocupándote, ¿qué pasaría si...? Lo hacías
lo más seguro posible y seguías adelante.

Justo antes de marcharse, se alisó la falda y revisó para asegurarse de que todo
estaba bien. Sí, el sostén estaba debajo de la blusa, no encima de ella, y sus
pantalones estaban en los pies correctos.

Abrigo. Necesitaba un abrigo. No, no la chamarra grande que la hacía sentir


como Violet Beauregarde en la granja de chocolate de Wonka, sino la que había
llevado la noche anterior.

Oh, Dios, ahora olía a tabaco.

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Ivie regresó arrastrando los pies al baño y buscó un poco de perfume. Sin
suerte. La única botella de DKNY que tenía estaba casi seca. ¿Qué podría usar...?

Febreze… sí, sería suficientemente.

Después de rociarse abundantemente, caminó hasta la puerta y salió, haciendo


un trabajo rápido bajando las escaleras y por el pequeño vestíbulo. Cuando llegó
a la acera, su corazón latía tan rápido como si hubiera pisado el acelerador de un
Civic.

Le tomó alrededor de una década y media desmaterializarse... y cuando se


materializó de nuevo estaba en las sombras del Restaurante Salvatore. Eran las
diez en punto.

Y claramente había perdido la cabeza.

Caminando hacia adelante como si supiera lo que estaba haciendo, no tenía a


nadie cerca para impresionar con su falsa compostura. El estacionamiento solo
tenía tres autos, los humanos que visitaban el lugar para el servicio de cena
normal se habían ido hace horas, entonces, sí, era solo ella y sus nervios mientras
caminaba bajo el toldo y entraba al restaurante. En el interior, todo era Rat Pack
chic, el entorno sofisticado la elegante gama de rojo y negro, todo el conjunto
hacía que Sal se sintiera como un recuerdo del pasado cuando la vida era más
interesante y sofisticada.
El anfitrión no estaba en su puesto, pero Ivie no necesitó que nadie le dijera a
dónde ir.

Miro hacia la izquierda, al comedor y ahí estaba él.

Silas era el único sentado a una mesa, las otras dos docenas de mesas, cuatro,
seis y ocho comensales, estaban vacías, y como si el personal reconociera su
posición, le habían dado una mesa en una posición privilegiada al lado del
enorme hogar de piedra. Lo cual no era justo... era como poner un Rolls Royce
bajo una iluminación especial en el salón de exposiciones.

Vaya. Él llevaba traje. Un apropiado traje azul marino oscuro, con una camisa
formal blanca brillante y una corbata azul claro con un patrón sutil en ella. Y

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mientras estaba allí sentado, parecía más un hombre de negocios que uno que
estuviera esperando a su cita. La luz amarilla parpadeante del fuego jugó sobre
su rostro, creando oscuras sombras alrededor de su intensa expresión. Con las
cejas bajas y los ojos enfocados en los crujientes troncos, era como si estuviera
buscando algún tipo de respuesta en las llamas.

Se pasó las manos por la falda, que estaba exactamente igual que cuando salió
de su apartamento, y se acercó a él. Con cada paso, esperaba que él la mirara,
pero lo que sea que se le estuviera pasando por la cabeza lo tenía consumido en
sus pensamientos.

Quizás esto fue un error.

Bueno, duh…

En ese momento, él cambió su mirada, y en el instante en que la vio, una lenta


sonrisa transformó su rostro. Empujando su silla hacia atrás, se puso de pie.

—No pensé que ibas a venir.

—Yo tampoco —dijo ella.

Cuando se detuvo frente a él, fue incómodo. ¿Lo abrazaba? ¿No lo abrazaba?
Y sí, estaba mirando su amplio pecho y se preguntaba cómo se sentiría bajo sus
manos.

—Déjame ayudarte con tu silla.


Apartó la silla frente a él, y la empujó un poco mientras ella se sentaba. Dios...
ese olor suyo.

—¿Te gustaría otro vodka y tónico? —preguntó mientras se sentaba de nuevo.

—No. No soy de beber, en realidad. Anoche bebí porque estaba frustrada.

—¿Acerca de?

—No es importante. —Excepto que se dio cuenta de que iba a haber un


montón de silencio si no hablaba de algo, de nada—. Una entrevista de trabajo,
en realidad. No fue bien.

—¿Por qué no? Si no te importa que pregunte.

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—No encajo bien para esa familia. Ya sabes, demasiado joven para ser
enfermera privada.

—¿Cuántos años tienes?

—Hace dieciocho años de mi transición. ¿Y tú?

Levantó su copa de cóctel.

—Trescientos cincuenta y ocho años y dos meses.

— Ni siquiera de mediana edad.

— No. —Él sonrió—. No, no soy tan viejo. Pero si fuéramos humanos esto sería
inapropiado.

—Bueno, si fueras humano estarías muerto. Y sí, la necrofilia es espeluznante.

Silas parpadeó. Y luego se rió.

—Sí, eso sería... espeluznante, como dices.

La camarera humana que se acercó a su mesa estaba en el trabajo equivocado.


Vestida con un esmoquin que de alguna manera lograba enfatizar su espectacular
cuerpo, tenía el cabello rubio recogido en un moño elegante y una cara hermosa
tan expertamente maquillada que deberían estar esperándola en Manhattan
después de una sesión de fotos.
Todo este linguini en Caldwell era un desperdicio para gente como ella.

Y mientras Silas levantaba la mirada, Ivie se preparó para el inevitable choque


de miradas. Después de lo cual iba a venir la alegría de ver desde lejos cómo dos
especímenes físicamente perfectos se tomaban de la mano para posar como una
pareja perfectamente fotogénica.

Aunque, probablemente la escena sería más como... él arqueando la ceja, ella


abrochándole el botón y dándose un beso en el aire.

Increíblemente, Silas no pareció notar a la mujer de una manera u otra. En


cambio, miró hacia la mesa.

—¿Te gustaría una copa de vino, Ivie?

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Ivie puso su servilleta en su regazo y sonrió un poco.

—Por supuesto. El de la casa estaría bien. Que sea blanco, por favor.

—¿Le gustaría un poco más de tiempo con los menús?

Naturalmente, la rubia se dirigió a Silas, y él fue lo suficientemente agradable


con ella, diciéndole que sí, que necesitábamos más tiempo, y podría traer un poco
de pan. Pero eso fue todo.

Cuando estuvieron solos otra vez, Silas ladeó la cabeza hacia un lado.

—¿Sí?

—Nada.

Se inclinó.

—Sabes, estoy de acuerdo con el silencio, y si eso es todo lo que te hace sentir
cómoda, me sentaré frente a este fuego contigo y me relajaré. Pero lo encontraría
aún más interesante si me dijeras en qué estás pensando.

—Solo pensaba... que los cumplidos no tienen que ser solo con palabras. Eso
es todo.

Silas bajó la voz.


—¿Es esta la parte en la que miras mi boca otra vez? Porque si lo es, estoy tan
listo para eso.

Ivie se puso las manos en las mejillas que de repente estaban calientes.

Él se rió entre dientes y se sentó recto nuevamente.

—Me atendré a temas más seguros, por ahora. ¿Por qué no me dices qué te
hizo cambiar de opinión acerca de cenar conmigo?

Ella tomó un sorbo de agua.

—No lo sé. Creo que pensé en otra cosa que mi padre siempre me dijo.

—¿Y qué fue?

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—Arriésgate. Quiero decir, tengo la noche libre. Iba a hacer un maratón de
Gilmore Girls y comer palomitas de maíz, lo cual no es una mala idea.
Especialmente cuando la alternativa es una sala de urgencias llena y todo tipo de
gente con funciones corporales que no funcionan bien. Pero la cuestión es que
hago mucho de eso, ¿sabes? Quedarme en casa, trabajar. Rubes siempre me está
diciendo que la vida es más importante que el trabajo, y sé que es verdad. Pero
estoy agotada la mayor parte del tiempo.

— Debes estar mucho tiempo de pie en tu trabajo.

—Eso no me importa. —Se tocó el pecho y luego su sien—. Son las cosas del
corazón y la mente lo que me resulta agotador.

—Alguna vez... ya sabes, ¿has visto morir a los pacientes?

Ivie asintió levemente.

—¿Cómo lo haces? —dijo en voz baja—. ¿Cómo lo superas?

—Bueno. —Bebió otro sorbo—. Antes que nada, no ocurre siempre. Hay
muchísimas personas a quienes ayudamos en la clínica. Y está Havers, quiero
decir, él es de la vieja escuela y algo más. Su idea de una noche informal es una
corbata de lazo de color pastel en lugar de la más seria de color azul marino o
granate. Pero él es un sanador excepcional.
Mientras Silas se reía, se dio cuenta de que le gustaba el sonido. Le gustó que
la encontrara ingeniosa y que prestara atención a lo que le estaba explicando.

Ivie tomó una profundar respiración.

—Cuando llega el momento de alguien para ir al Fade... no soy insensible a


eso. De ningún modo. Pero también creo que es mi trabajo tratar de facilitarles el
camino. No le tengo miedo a la muerte, es el sufrimiento lo que me molesta si sé
que puedo ayudar. Es el viaje, no el resultado, lo que puedo cambiar, si eso tiene
sentido.

—¿No tienes miedo a la muerte?

Ella sacudió su cabeza.

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—Si es pacífica, la muerte puede ser una liberación y un alivio para la persona,
y eso es una bendición. La cuestión es que, muchas veces, es pesado morir.
Requiere esfuerzo físico y emocional. Eso es lo que apesta para la mayoría,
particularmente si están muriendo poco a poco, es una pesadez que no quieren.
Principalmente por la pérdida de control, pérdida de funcionalidad, pérdida de
identidad e independencia... pérdida de elección y decisión, la perdida de
familiares y amigos. Pero si puedes soltar todo eso, lo que viene después es la
libertad. Una gran libertad, el alma liberada de su prisión temporal de
mortalidad.

Cuando él solo la miró, ella se sonrojó.

—¿Ahora es cuando cambiamos la conversación para hablar de deportes y del


clima? Lo siento, pero tú preguntaste, y no soy bueno dando respuestas a medias.

Se quedó en silencio cuando llegó el vino, la camarera leyó correctamente lo


que habían pedido y se marchó sin decir nada más.

—Estoy aterrorizado de la muerte —dijo—. ¿Qué pasa si no hay nada después?


¿Qué pasa si el Fade es una mierda, una falacia automedicante creada por los que
viven y respiran porque no quieren considerar la probabilidad de que no seamos
nada más que gusanos?

—Sí, pero ese es el punto. —Levantó las manos—. De cualquier manera ya


estás muerto. Es un ganar-ganar. Obtienes la vida eterna con M & M's sin calorías
y fettuccini Alfredo sin colesterol, o eres un gusano sin conciencia, por lo que no
lo sabrás ni te importará. Bien podrías asumir lo mejor porque es menos probable
que te vuelvas loco con una distracción deprimente mientras lo estás gritando de
este lado, ¿verdad?

Cuando volvió a mirarla, ella junto las manos encima menú de cuero cerrado.

—Esto se está volviendo realmente intenso y profundo para una primera cita,
¿no crees?

—Esto no parece una primera cita.

Ivie se encontró tragando saliva, principalmente porque sentía lo mismo. Y


luego estaban esa mirada suya. Con los párpados bajos, intensa... convincente.

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—Siempre pensé que de alguna manera los aristócratas eran frívolos —
espetó—. Tú no eres así.

El amplio pecho de Silas se levantó y cayó. Y luego recogió su menú.

—Frívola es una crítica justa de muchos de nosotros, eso seguro.

—¿A qué te dedicas?

Abrió la cubierta de cuero y miró por encima de ella.

—¿Quieres que sea honesto?

—Más te vale. Estoy poniendo todo sobre la mesa, espero que hagas lo mismo.

Silas sonrió, echó un vistazo al menú, lo cerró y lo puso frente a él.

—¿Ya sabes lo que quieres?

—Sí, los fettuccini Alfredo. Esa es mi idea del cielo. Crema, queso y fideos, y
no me disculparé por no haber escogido la ensalada y el pollo a la plancha que
generalmente elige la gente en la mayoría de las citas.

—No tengo muchas citas.

—¿De verdad? Encuentro eso realmente difícil de creer.


—Es verdad. ¿Y en cuanto a lo que hago? Para ser honesto, soy lo
suficientemente rico para no tener que trabajar. Empecé con activos que han
estado en mi familia durante generaciones, y luego hice un Forrest Gump con
ellos, invirtiendo en una empresa de frutas en los años ochenta. Seguí a lo largo
de la era anterior a Jobs y salí al lado de iUniverse de las cosas sobre las que leíste.
Luego salté a una empresa llamada Amazon en los años noventa y ahora estoy
también en Bitcoin. Así que, sí, básicamente no hago nada, y siéntete libre de
juzgarme. Eso es todo lo que hago.

—Dios mío, y todo eso lo has hecho a la sombra. Estoy tan celosa.

Sus ojos se desviaron hacia el fuego.

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—No lo estés. Me cambiaría por otra persona si pudiera.

—¿Querrían la cuenta?

Cuando la camarera les preguntó, quedó claro por el cansancio en su voz que
estaba dispuesta a tenerlos a los dos fuera de la vista y de su mente lo antes
posible.

—Eso sería genial. —Silas se sentó—. Por favor, felicidades al chef, todo estuvo
fantástico.

—Muchas gracias, se lo diré. —Aunque su tono era más acorde con las
palabras de Dios, me duelen los pies.

—Me gustaría pagar por esto. —Silas hizo un gesto hacia la comida, de la que
habían consumido el ochenta por ciento. Todo lo que quedaba eran las tazas de
café y la mitad de un cannoli que no se había podido acabar—. Te respeto como
una mujer moderna y no quiero que te sientas…

—Diablos, sí, puedes pagar. Esto fue idea tuya y no voy a gastar parte del
dinero del alquiler de éste mes solo para demostrar que soy feminista. Puedo
hacer eso de forma gratuita exigiendo respeto y obteniéndolo.

Echó la cabeza hacia atrás y se rió.


—Me parece justo.

Ivie respiró hondo y miró el fuego.

—Gracias. Por esto. No esperaba...

—¿No esperabas qué?

—No esperaba tener nada en común contigo. O que me gustaras, en realidad.

—Así que no estoy tan mal, eh —dijo con un guiño—. Sorpresa.

Mientras estudiaba sus facciones, le pareció interesante que después de que el


impacto de su belleza física se hubiera desvanecido, notó las imperfecciones que
le gustaban incluso más que el atractivo del bosque para los árboles: Una de sus

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cejas estaba más alta que la otra, su nariz estaba ligeramente torcida en la punta
y en su mandíbula estaba creciendo una sombra de barba. Todo esto lo hizo más
real... lo cual, supuso, más alcanzable. No es que ella lo quisiera...

Oh, ¿a quién demonios quería engañar?

—¿Nos vamos?

Silas se levantó primero e hizo una mueca como si algo le doliera. Cuando ella
lo miró, él murmuró.

—Malditos entrenamientos.

—¿Pasas tiempo en el gimnasio?

—Trato de hacerlo. —Recogió su abrigo del respaldo de su silla y lo mantuvo


abierto para ella—. Ese es probablemente el problema. Pero mejora si es
consistente, ¿verdad?

—Eso dicen. —Al ponerle el abrigo, sintió sus manos rozar sus hombros, pero,
tristemente, no se quedaron—. Siempre pensé que la mentalidad sobre el ejercicio
era un culto, así que, no soy muy buena para opinar sobre el tema.

Esa risa suya hizo que sus ojos se cerraran por un momento. Ella realmente no
quería que la noche terminara…

—Sabes, me encanta tu perfume.


—Ahh... —¿Podía mencionar que era ambientador? NOPE—. Gracias.

Juntos, salieron del recibidor, y luego él mantuvo la puerta abierta para que
pudieran salir del restaurante. Parándose bajo el toldo estaban uno al lado del
otro sin tocarse, y, sin embargo, ella era exquisitamente consciente de su cuerpo
y la forma en que se movía y lo alto que era.

Cuando llegaron al final de la cubierta arqueada, se detuvieron. El


estacionamiento estaba vacío a excepción de un automóvil, y ella trató de
descubrir de qué tipo era. Se veía grande y elegante, y no era un Mercedes.

—Tengo el coche allí. —Él la miró—. ¿Te gustaría que te llevara a casa? Y no
estoy preguntando con ninguna otra expectativa que dejarte en la acera y esperar

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para asegurarme de que estás a salvo adentro. Solo es eso: ¿Cuál es la expresión
humana? ¿Promesa de Scout?

Levantó su palma e hizo una "V" de su dedo índice y su dedo medio.

—Creo que es un signo de paz —dijo.

Silas separó los dedos por el medio, dos a cada lado.

—¿Y esta?

—Esa es el saludo Vulcano.

—¿Qué?

—De Star Trek.

—¿Qué tal este? —Él levantó su dedo medio solo.

—Estoy bastante segura de que me estás diciendo que me vaya a la mierda en


este momento.

Silas se retractó rápidamente.

—Esto no está funcionando.

Ivie sonrió, pero luego se puso seria.


—No, creo que no. Pero si lo que pretendes es instruirme sobre señales de
manos humanas, estás haciendo un gran trabajo.

Tomando una respiración profunda, ella miró hacia el cielo nocturno. El cielo
estaba despejado, excepto que no podía ver las estrellas debido a la luz ambiental
no solo del restaurante, sino también por el resplandor de la ciudad a lo lejos.

Cuando exhaló, su aliento frío salió como humo blanco.

—Sé que se supone que no debo decir esto porque es demasiado pronto, pero
no me gusta perder el tiempo, y si no sé dónde estoy, lo quiero saber. En pocas
palabras, no soy insegura, pero sí impaciente y me gusta la claridad, y es mejor
que lo sepas desde el principio. —Ella le devolvió la mirada—. Así que, ¿qué

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hacemos ahora? Estoy feliz de que podamos ser amigos, conocidos o intentarlo
en otra cita. El resultado realmente no me importa, solo necesito saber cómo es el
paisaje.

Los ojos de Silas trazaron sus rasgos, y se puso serio, muy, muy serio.

— No tengo tiempo para perder. Y en lugar de descubrir qué aspecto tienen


las cosas, yo prefiero saber cómo se sienten.

Con eso, él le tomó la cara entre las manos, sus pulgares rozaron sus mejillas...
y su corazón tronó en su pecho mientras lentamente, inexorablemente bajaba la
cabeza.

Justo antes de que sus labios se tocaran, susurró:

—¿Está bien?

Ella no confió en su voz, así que puso sus manos sobre sus brazos y asintió.

Sus labios eran tiernos y suaves, el beso era lo suficientemente ligero para que
fuera poco más que un breve roce entre ellos, pero el contacto fue tan poderoso
que sintió la sensación en todo su cuerpo. Y, oh..., el contraste. El aire de la noche
era gélido, pero su boca contra la de ella era tan cálida que cada centímetro de
ella se sentía caliente.

—Viva —susurró ella.

—¿Qué?
—Me siento tan viva. No te detengas.

Sus brazos la rodearon y la acercó contra su cuerpo, las diferencias en sus


alturas y constitución no la hicieron sentir encarcelada, solo sintió una sacudida
desgarradora de placer y anticipación. Profundizaron más el beso, una fusión de
sus labios, y ella cedió ante el impulso de mover sus manos hacia sus hombros.
Incluso a través de la chaqueta de su traje, podía sentir los músculos tensarse, y
tenía la sensación de que estaba bromeando con todo el tema de no ir al gimnasio.
Esto le hizo preguntarse, qué aspecto tendría sin ropa.

¿Cómo se sentiría?

Cuando retrocedieron, se quedaron mirando. Ambos respirando

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profundamente. Un montón de vamos a hacerlo.

—Voy a desmaterializarme. —Se escuchó a sí misma decir.

Y le dieron ganas de patearse a sí misma, entonces se aclaró la garganta y


sonrió.

—Así que, gracias. Por esta noche.

—¿Puedo llamarte?

—¡Claro!

Dicho eso, cerró los ojos e intentó concentrarse. Era más fácil decirlo que
hacerlo, pero después de un segundo o dos, logró evitar la vergüenza de tener
que llamar a un taxi y desaparecer. Cuando se materializo a una manzana de su
edificio de apartamentos, estaba aturdida, imágenes de películas de John Hughes
se le pasaron por la cabeza, particularmente de la película Pretty in Pink.

Chico rico, pobre chica, amor verdadero...

Excepto que, él no era un niño, ella no era pobre, y ninguno de ellos era
humano. Pero, aun así.

Oh, y lo suyo no era amor verdadero.

Entrando en el edificio, se dirigió a su apartamento y cerró la puerta con llave.


Apoyándose contra la puerta, miró a su alrededor los muebles del mercadillo
y su único derroche, una alfombra de Pottery Barn. Ahora, estaba ahorrando para
la cabecera y pie de la cama para su colchón tamaño Queen.

Todo parecía devaluado en comparación con lo que parecía antes de que ella
se fuera. Por otra parte, podría haber vivido en una finca palaciega, y habría
sentido lo mismo. No fue por esa cena.

Fue el beso.

Durante ese breve momento, el volumen de su mundo se elevó hasta los


niveles de Metallica, y había amado el bajo en auge, y los giros, y la sensación de
que su corazón había salido volando sin abandonar su cuerpo y se había

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impulsado físicamente con ella.

Su vida nocturna era un trabajo pesado, pago de facturas, moderación de


cuánto dinero gastaba, comer y beber, era un metrónomo que, con el tiempo,
crearía una vida muy agradable para ella. Pero todo eso era como una realidad
en blanco y negro, todo se veía monocromático. Pero mientras estaba besando a
Silas, su película había sido completamente en color y con tantos sonidos como
en IMAX.

Y le resultaba difícil asimilar la transición.


capitulo 3

30
—Por supuesto que va a llamarte.

Cuando Rubes arrojó eso a través de la sala de descanso de la clínica, Ivie


asintió, pero no dijo nada. Habían pasado tres noches desde La Cita, como había
llegado a pensar en ella, y no había tenido noticias de Silas.

Para la primera noche, se sintió aliviada de que no se hubiera puesto en


contacto. Por un lado, conservaba la perfección del tiempo que habían tenido, ese
beso, esa sensación flotante que había tenido después. Aunque no le gustaba
admitirlo, había expresado ese momento cuando había estado de pie contra él en
un globo de nieve mental, sus recuerdos de la memoria del batido que trajo el
brillo dorado sobre ella una vez más.

Por otro lado, no había querido que él estuviera desesperado por verla. Todo
estaba muy cargado entre ellos, desde su encuentro casual hasta la cita del beso,
que una parte tranquila y razonable de su cerebro estaba enviando señales de
advertencia para bombear los frenos, reducir la velocidad, mantenerse tensa. El
hecho de que él no se hubiera apresurado a contactarla sugería que podría estar
sintiéndose de la misma manera.

Además, tenía que trabajar de todos modos, su programa de cuatro noches


seguidas, dos noches libre la obligaban a concentrarse en otras cosas.
—Estoy muy orgullosa de ti, Ivie. —Rubes tomó un bocado de su emparedado
de ensalada de atún—. Sacaste la cabeza, y te arriesgaste, y mira cómo todo salió
bien.

—Creo que el jurado todavía está fuera, amiga. —Ivie abrió su servido de
Lay's—. Y eso sería cierto incluso si me hubiera llamado.

¿La segunda noche después de la cita? Sus recuerdos aún habían sido agudos,
pero las sensaciones físicas comenzaban a desvanecerse, cada pensamiento de
Silas o recuerdo más un eco de la pasión que el propio chisporroteo. El
optimismo, todavía estaba alto, y había esperado, en cualquier momento, que él
la golpeara. Eso la hizo frenarse cuando pudo comprobar su teléfono
emocionada, una primavera en su camino llevándola a esta sala de descanso

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cuando estaba a punto de ganar una lotería.

Ahora, con la tercera noche, las dudas empezaban a invadirla, incluso cuando
se señaló a sí misma que eso era ridículo. La gente estaba ocupada, incluso
aquellos que, según su propia admisión, eran ricos para ganarse la vida. Además,
¿cómo le debía algo?

Ivie miró el reloj al otro lado de la habitación embaldosada. Dos horas más y
su turno habría terminado, otro de ocho a cuatro en su espejo retrovisor. Y luego
tendría que regresar a su apartamento y lavar la ropa. Hurra.

—Entonces, ¿te vas a mudar a VIP? —preguntó antes de estallar otra patata
frita en su boca—. Quiero decir, más dinero siempre es bueno.

Rubes inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Estás cambiando el tema?

—No. —Metió sus dedos en la pequeña bolsa—. Solo voy a extrañarte, eso es
todo.

—Au. Yo también te voy a extrañar.

—¿Entonces es un sí?

Rubes asintió.
—Le dije a Havers que comenzaría la próxima semana. El aumento es bueno,
las horas del cambio son más largas, sin embargo. Estaré tres noches y días aquí,
cuatro fuera.

—¿Dormirás aquí?

—En el barracón. Pero voy a ganar un extra de quinientos por semana.

Ivie retrocedió.

—¿Me estás tomando el pelo? No sabía que fuera tanto.

—Los ricos pueden pagar con seguridad.

Havers era el único sanador de la raza, y su clínica subterránea, que estaba en

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su nuevo sitio al otro lado del río, trataba todo, desde los dedos del pie aplastados
y malos padrastros a los casos más complejos, incluidos los nacimientos, que
todos eran de alto riesgo por definición, y cuidado de ancianos avanzado. Nadie
alguna vez había sido rechazado, incluso si no podían pagar, y había un estándar
de cuidado para todos: Lo mejor que Havers y su personal de enfermería podían
dar.

Había, sin embargo, una unidad especial para personas que, en virtud del
tamaño de su billetera y linaje, podían darse el lujo de ser complacidos, y Ivie
había supuesto que esa parte de acceso restringido de la clínica era lo que pagaba
aquellos que eran demasiado pobres para pagar lo que necesitaban. Havers
estaba dirigiendo un negocio, después de todo, uno con costos fijos como drogas
y empleados y equipo costoso que se rompía o necesitaba mantenimiento y luego
estaba la realidad de que la enorme instalación tenía que ser calentada, refrescada
e iluminada.

Así que sí, si los ricos querían registrarse, ya fuera porque tenían un problema
o pensamiento de que tenían un problema, Havers y su equipo especial en sus
guantes de niños hacían lo que hacían por el resto de los plebeyos, y cargaba a la
aristocracia de un brazo y una pierna.

Rubes iba a ser una adición perfecta a esa parte de la clínica. Era hermosa y
alegre y tan positiva, que no podías evitar ser animada. También estaba
conectada, por lo que trabajaba todo el día y dormía cuando podía sin afectar a
su rendimiento.

Y sí, vaya, dos mil extras al mes.

Eso fue un montón de Zappos.

—No te preocupes, Ivie, aún estaré por allí. Puedo salir y tomaremos nuestros
descansos juntas.

—Eso me gustaría. —Ivie dejó caer su bolsa vacía en su puño y se levantó, la


silla chirriando sobre el piso limpio—. Realmente me gustaría.

—¿Y no escuchaste de ese trabajo privado otra vez?

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—Oh, no espero hacerlo.

Ivie enganchó su bolsa de sándwich vacía y Coca Cola y se dirigió hacia la


papelera. La sala de descanso tenía una pequeña cocina y tres mesas redondas
con sillas, junto con taquillas, un sofá frente a un televisor que por lo general
estaba apagado, y una biblioteca de préstamo de revistas People en su mayoría
actuales y no tan actuales libro de tapa dura y en rústica. Una puerta hacia la
parte posterior se abría a un baño que tenía duchas y baños, y luego había otra
que llevaba al barracón, donde estaban las habitaciones para el personal de
enfermería alineadas uno por uno como en un hotel.

—¿Cómo está tu paciente en cuatro? —preguntó Rubes mientras se levantaba


y tiraba su basura, también.

—Mejorando. Bone se ha recuperado maravillosamente y su hellren entró y lo


volvió a alimentar, así que mañana saldrá a más tardar.

—¿No te encanta un buen resultado?

—Sí, Rubes, lo hago.

Y esta era la razón por la que no dejabas que los hombres en una primera cita
te llevaran a casa.
Cuando Ivie cerró la puerta de su apartamento y la cerró, pensó en el flotador
mágico que había estado balanceándose cuando había llegado a casa después de
La Cita. Sí… no. En ese momento, estaba tirando un patético polo opuesto de ese
feliz zumbido gaseoso, sus pies caminando lentamente hacia su habitación, su
dolor de espalda por el trabajo, su cabeza golpeando de una manera aburrida que
compensaba su falta de magnitud con tenacidad.

—Está bien —dijo en el silencio mientras se dejaba caer en su cama—. Todo


bien.

Después de quitarse los zapatos y dejar caer su bolso, cayó de nuevo en el


edredón y miró al techo. Hombre, definitivamente había hecho el movimiento
correcto al no entrar en ese coche con ese tipo. Las cosas habían sido tan eléctricas

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entre ellos, podría haber hecho algo estúpido como invitarlo aquí, y luego,
¿dónde estaría con todo este él no está llamando?

Su teléfono sonó en su bolso y miró el reloj en su mesilla de noche. Justo a


tiempo, su padre llamaría para asegurarse de que había llegado a casa a salvo del
trabajo. Y estuvo tentada de dejarlo entrar al buzón de voz, pero eso era cruel
porque se preocuparía.

Con un gruñido, se sentó de nuevo y dejó caer su mano en su bolsa para buscar
alrededor…

Número desconocido. Y no “desconocido”, como si fueran diez dígitos que no


estaban entrando en su lista de contactos, sino literalmente el título Número
desconocido.

Al aceptar la llamada, dijo:

—¿Hola?

—No puedo esperar más. Hice lo mejor que pude.

Ivie sonrió tan ampliamente, que levantó su mano para cubrir la expresión
tonta a pesar de que estaba sola.

—Bueno, como vivo y respiro, Silas, hijo de Mordachy.

Su voz profunda era áspera de una manera fantástica.


—No quería parecer muy ansioso. Así que esperé. Y esperé. Mi objetivo era
llegar a mañana así no parecería débil y pegajoso, pero me quebré.

—Me alegra que hayas llamado. Y si eres lo suficientemente valiente como


para admitir que te rompiste antes de lo previsto, nos encontraremos en ese
campo de juego y diremos que estaba empezando a preocuparme de que no
volvieras.

Oh, esa risa.

—De ninguna manera. No puedo dejar de pensar en ti, pero no de una manera
acechadora, lo prometo.

—Un acosador no habría durado tanto.

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—Exactamente, entonces soy una apuesta segura. ¿Cómo ha sido el trabajo?

Ahora, cuando se acostó de nuevo, estaba de vuelta en la zona de flotación.

—Bien. Uno de mis pacientes se va a casa mañana por la noche después de


una cirugía complicada, así que siento que hice mi trabajo. ¿Cómo es ser rico?

—Oh, ya sabes, esta noche me corté las uñas de los pies, conseguí que las patas
en mi leopardo girasen, y culminé quemando un par de Picassos en mi chimenea.
Lo mismo, lo mismo.

Hubo una pausa, y luego su voz bajó aún más.

—Podría dejarme caer.

Ivie cerró los ojos mientras su cuerpo se aflojaba.

—Está muy cerca del amanecer.

—No me quedaré el día. Lo prometo. Solo quiero verte por incluso una hora.
La noche después de mañana es mucho tiempo.

—Me siento igual. Dame quince minutos.

Hablando sobre apurarse. En el momento en que finalizó la llamada, estaba de


pie y en la ducha, pasando por su jabón, champú y rutina de acondicionador en
una carrera de muerte. Giró a través de todo tan rápido, que podría entender con
confianza a los calcetines en una secadora.
Doce minutos y medio después, estaba seca, en pantalones de yoga y una
camisa suelta, y en la cocina, empujando sus platos de primera comida en el
fregadero y haciendo una pila ordenada de los dos días de correo que no había
abierto.

El timbre sonó seis minutos después de eso.

No es que estuviera contando ni nada.

Golpeando la apertura de la puerta de abajo, su corazón fue a Mayweather en


su pecho mientras esperaba la llamada.

—Supéralo.

Abriendo la puerta, se asomó al corredor alfombrado… y allí estaba,

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caminando hacia ella, su sonrisa tan grande como la suya, su cuerpo el mismo,
su cara igual.

Su olor el mismo.

Sin traje esta vez, y eso estaba bien. En cambio, tenía un suéter negro de
cachemira y un conjunto de pantalones grises oscuros. Parecía pulcro, caro…
delicioso.

—Hola, extraño —dijo mientras se detenía frente a ella.

—Hola.

Se quedaron allí, ella colgando de la jamba de su puerta, él en el descansillo


durante unos veinticinco años.

—¿Te importa? —susurró.

—¿Disculpa qué?

Pero luego él tomó su rostro entre sus manos y agachó la cabeza y ella tiró de
él hacia su boca, sus labios eran lo único que quería en el mundo.

Era bastante posible que gimiera mientras la besaba. O tal vez fue él. A quién
le importaba.

Entraron arrastrando los pies y ella los encerró, y luego estaba contra él y
envolviendo sus brazos alrededor de sus hombros. Pasó mucho tiempo antes de
que retrocedieran, e incluso cuando lo hicieron, solo fueron sus bocas. Todo lo
demás se mantuvo cerca.

Los ojos de Silas estaban pesados y brillaban mientras la miraba.

—Hola.

—Hola.

—Supongo que eso es todo lo que tenemos para el vocabulario, eh.

—Mmm-hmm. Pero las palabras están sobrevaloradas, ¿no crees?

—¿Si puedo besarte en su lugar? Absolutamente.

Su boca bajó a la de ella otra vez, sus labios se posaron en ella, su lengua salió

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y lamió por permiso para entrar. Amplias, y cálidas manos se deslizaron
alrededor de su cintura, y sus pechos se tensaron cuando se encontraron con la
pared de sus pectorales.

Estaba claro que estaba excitado.

Y eso la puso aún más caliente.

Pero luego estaba maldiciendo y apartándola de él.

—Maldición. Me prometí a mí mismo que no…

—¿Me veo como si me estuviera quejando por aquí?

Silas sonrió, pero luego dio un paso. El cual duró alrededor de cuatro pasos
hacia el sofá. De espaldas a ella, sus manos desaparecieron delante de sus caderas
y ella podía adivinar lo que estaba reorganizando.

Cerró los ojos y se tambaleó ante la idea de tocarlo.

—Esto no es una llamada de recompensa.

Ivie abrió los párpados y descubrió que había regresado.

—Ya sabes, estoy impresionada que un aristócrata sepa qué decir. Muy
vernáculo.

Su expresión se puso seria.


—No entiendo.

—¿Vernáculo? Como, charla común.

—Eso no. —Volvió hacia ella—. No entiendo cómo puedo extrañar a alguien
que acabo de conocer.

Ella extendió la mano y tocó su rostro, trazando las yemas de sus dedos sobre
su mandíbula, su barbilla… su yugular. Tuvo que detenerse conscientemente
pensando en cómo sería su vena. Si se inmolaba ahora, nunca sabría la realidad
de saborearlo de nuevo.

—Se llama deseo —bromeó—. También conocido como la atracción química


creada por la Virgen Escriba para asegurar la propagación de la especie.

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Cuando una sombra pasó por su rostro, se sintió mal.

—Lo siento. ¿Estabas tratando de ser romántico y lo arruiné? Soy mala en el


romance, Silas. Otra cosa que también podrías saber sobre mí desde el principio.

Estuvo callado durante tanto tiempo, que comenzó a preguntarse si había


arruinado las cosas antes de que comenzaran. Pero luego negó con la cabeza.

—Me encanta tu honestidad. Y siento que te debo algo.

Ahora, su corazón latía con fuerza, pero no por anticipación sexual.

—Es aquí cuando me dices que en realidad estás emparejado…

—De ningún modo. Juro por el alma de mi querida mahmen, que descansa en
paz en el Fade, que estoy totalmente soltero y no veo a nadie excepto a ti. ¿Pero
puedo besarte de nuevo? Porque eso es en lo único que quiero concentrarme en
este momento.

Ella rió.

—Sí. Por favor.

Terminaron en el sofá. Ella no tenía ni idea de cómo llegaron allí.

Un minuto, Ivie estaba de pie contra él, al siguiente estaba sobre su espalda y
el peso de Silas la estaba empujando hacia los cojines. Y entonces, cuando ella
separó sus muslos, él aceptó la invitación, instalándose entre ellos, la dura cresta
de su excitación acariciando su núcleo a través de sus ropas.

Rodando sus caderas, ella se arqueó hacia su cuerpo, y el gemido que dejó
escapar se registró como una caricia que bajó a su abdomen.

Cuando se retiró, estaba jadeando, sus ojos a la vez vidriosos e hiper


enfocados.

—Ivie…

Había una pregunta en la forma en que él dijo su nombre, y su primer


pensamiento, porque era un aristócrata, era que le estaba haciendo La Grande.

—No soy virgen. —Apartó su cabello, los mechones gruesos y fríos entre sus
dedos—. No sé si te importa, pero de cualquier manera, eso es lo que pasa y no

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me avergüenzo de ello.

Su sonrisa era irónica.

—Bueno, tampoco yo. Una virgen, eso es. Espero que no te haga pensar menos
de mí.

—Para nada. —Ella se rió—. Después de tres siglos, tendrías que ser un
eunuco.

—No he sido célibe. Pero no tengo una puerta giratoria a mi dormitorio.

—Si miras por ese pasillo… —asintió hacia la izquierda—… notarás que no
tengo uno de esos como parte de mi decoración, tampoco.

—Algo más que tenemos en común. ¿Qué más puede haber?

—Estoy bastante segura de que quieres tener sexo tan desesperadamente


como yo ahora.

Él cerró los ojos.

—Mujer, eres…

—Demasiado deprisa, ¿verdad?

—No. Nunca eso. Yo… es lo que más me gusta de ti, y déjame decirte, que es
decir algo. Porque hay mucho que me gusta de ti.
Sus ojos hicieron otra de esas cosas que solían hacer, como si quisiera
memorizar sus rasgos, lo que sugería que también podría haber estado en una
bola de nieve en su tiempo juntos, como ella.

—Pensé que le amaba —espetó—. Solo para que lo sepas.

—¿El hombre con el que estabas?

Ella asintió.

—Solo fue uno, y realmente pensé que estaríamos juntos para siempre. Pero
era solo que, ya sabes, dos personas jóvenes, estrellándose entre sí, tratando de
entender la vida. Estuve con él durante un año y no me arrepiento. Es un hombre
de valor, pero no para mí a largo plazo. Vive en Carolina del Sur ahora, y si viene

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a la ciudad para visitar a la familia, lo veré y le deseo lo mejor. Pero no hay… ya
sabe, no hay nada ahí.

Silas rozó sus labios con los suyos.

—¿Entonces me estás diciendo que no tengo que preocuparme por alguna


competencia?

—Tengo miedo de responder a eso.

—¿Por qué?

—Adivina.

Para detener la conversación, deslizó una mano detrás de su cuello y lo trajo


de regreso a ella, sus bocas volvieron a fusionarse, ese fuego se liberó de todas
las limitaciones a pesar de que había muchas razones para ser más… bueno,
razonables.

Nunca antes había tenido una aventura de una noche. Pero como adulta
completamente independiente, no iba a estar sujeta a las expectativas sociales en
la conservadora comunidad de vampiros. Después de todo, ella no podía quedar
embarazada, porque no estaba en su necesidad. Y él ciertamente no conocía a sus
padres, así que a menos que eligiera presentárselo, nadie nunca lo sabría. Claro,
había conocido a Rubes esa primera noche, pero si Ivie no había dicho nada, su
prima no sería la más sabia.
Eso era privado.

—Quiero verte por completo —dijo—. Por favor… solo déjame…

No tuvo que preguntar dos veces. Cuando retrocedió, ella fue quien liberó su
camisa por encima de su cabeza, su sostén de algodón sin nada especial, porque
realmente no había pensado en esto hasta la lencería.

No es que tuviera mucho de seda y encaje.

Los ojos de Silas se aferraron a sus pechos. Y luego se agachó y pasó sus labios
sobre su clavícula.

—Eres tan hermosa.

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—Todavía estoy cubierta —gimió ella.

—Pero no importa cómo te veas. —Levantó la cabeza y la miró—. Los detalles


de tamaño y forma no me importan. El hecho de que eres tú… eso es lo que lo
hace bello para mí.

El tiempo disminuyó y luego se detuvo por completo.

Negando con la cabeza, susurró:

—¿Por qué siempre dices lo correcto?

Él murmuró algo que ella no entendió del todo.

—¿Qué? —Jadeó mientras besaba su esternón.

—Nada.

Y luego se olvidó de hablar porque sus labios estaban viajando sobre el fino
algodón de su sujetador, rozando su pezón tenso, chupándole a través de la tela.

—Oh, Dios… Silas.


capitulo 4

42
El broche estaba en el frente.

Claro, Ivie había perdido el bote de Victoria's Secret, pero había sido
inteligente sin saberlo: Mientras las manos de Silas se dirigían hacia ese cierre, se
alegró de haber hecho las cosas más fáciles para ellas, porque lo único que se
necesitó fue un clic y un giro... y luego sus ojos estaban sobre sus pechos.

—Hermosos…

Las suaves yemas de sus dedos vagaron sobre su piel como el aire de verano
y ella arqueó la espalda para encontrarlas. En respuesta, él maldijo y bajó la
cabeza, poniendo su boca sobre ella sin ninguna barrera, su lengua provocando
y lamiendo su pezón mientras uno de sus brazos rodeaba la parte baja de su
espalda. Dios, amaba su fuerza y la sensación de él, su aroma y la promesa de
más haciéndola...

El sonido de su teléfono sonando en la mesa de centro la hizo levantar la


cabeza.

—No te detengas —gimió—. Oh, Dios... por favor.

La atención de Silas se reenfocó al instante y ella aferró con las manos su


cabello, frotando su centro contra el lugar donde él yacía entre sus piernas. En el
fondo de su mente, sabía que esto era todo, iban a tener relaciones sexuales e iba
a ser fenomenal, y sí, era un poco pronto…

Pero demonios, no, no le importaba.

Como si pudiera leer su mente, él se levantó y enganchó sus pulgares en la


pretina de sus pantalones de yoga.

—¿Estás segura?

—Absolutamente segura.

Con un gruñido, sus colmillos descendieron por completo, las brillantes


puntas blancas asomándose entre sus labios separados, su cuerpo pareciendo

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hacerse aún más grande sobre ella a medida que su lado animal salía. Poniendo
sus manos sobre las suyas, ella lo ayudó a comenzar a bajar su…

Su teléfono sonó de nuevo, el sonido de repique cortando a través del


chisporroteo, deteniendo el proceso de quitar los pantalones incluso antes de que
comenzara.

—¿Quieres contestar eso? —dijo él con voz gutural.

—No, yo… —Maldijo—. Es mi padre. Es... quiere saber si llegué bien a casa.

Probablemente había llamado mientras ella estaba en la ducha. Y


conociéndolo, iba a seguir marcando hasta que se materializara por aquí.

Oh, eso sería genial.

—¿Estás segura de que no quieres responder eso? —apuntó Silas mientras la


cosa seguía haciendo ruido.

—Dame un segundo.

Agarrando su camisa, la sostuvo contra sus pechos desnudos y se deslizó de


debajo de él, su sujetador sacudiéndose porque los tirantes aún estaban sobre sus
hombros. Con su cabello húmedo, y toda ella deshecha, y un puto dolor en la
parte inferior de su cuerpo, alcanzó el teléfono justo cuando la llamada cayó en
el correo de voz.
Desprendiéndose del sujetador, jaló la camisa por encima de su cabeza y
respiró hondo. Luego le devolvió la llamada a su papá.

Mientras esperaba que el macho contestara, tuvo que darle la espalda a Silas.
Sin duda estaba recostándose en los cojines del sofá con su propia versión de
cabello desordenado y ropa arrugada, no la clase de exhibición sexy que querías
estar mirando cuando tu padre...

—¡Hola, papá! Oh, sí, no, lo siento. Llegué a casa y fui directo a la ducha, y
luego estaba preparando algo para comer y dejé mi teléfono en mi bolso. ¿Qué?
Lo sé. Ajá. Síp. Por supuesto. ¿Ella lo está? Oh, eso es... ¿qué? Ah... seguro. Me
encantaría. Lo espero con ansias. No, seré yo sola. Dile a mamá que dije que la
amo. Bueno. Síp. Ajá. Claro… mira, papá, lamento interrumpirte, pero mi cena

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se está enfriando. También te amo. Sí, pagué el cable. No, tengo bastante dinero.
No tienes que cuidarme, ¿recuerdas? Ahora soy una adulta. Bueno. Te a-amo.
Síp... está bien. Adiós.

Mientras intentaba colgar, se inclinaba más y más hacia la mesa de centro,


como si estuviera en un teléfono anticuado que tenía un auricular que podías
colgar.

Y luego estaba libre y dándose la vuelta.

Silas ciertamente estaba recostado en el sofá, con un brazo extendido a lo largo


del respaldo, el otro apoyado en un cojín que había puesto en su regazo por una
buena razón. Pero parecía que la “cena” se había enfriado por completo. Su rostro
estaba distante, sus ojos ya no ardían, su cuerpo rígido, aunque presentía que no
porque estuviera listo para saltar sobre ella.

—Ese era mi papá —dijo. Duh.

—Hay mucho amor allí. Puedo notarlo. —Él sonrió brevemente—. Escucha,
tengo que irme. Conduje hasta aquí y necesito irme ahora antes de que aclare
demasiado.

Ivie cruzó los brazos sobre su pecho.

—Está bien.
Después de un momento, él movió sus piernas alrededor de ella y se puso de
pie.

—¿Puedo ir a verte mañana en la noche cuando salgas del trabajo?

Sus cejas se levantaron.

—Sí. Por favor. Eso sería genial.

—Muy bien. Ya estoy esperando el momento con ansias.

La sonrisa que él le brindó era una sombra de esas que le estiraban las mejillas
y mostraban sus dientes, y era difícil no preguntarle si había hecho algo mal. Pero
vamos, se dijo. Ambos habían tenido ganas. Y entonces su padre había llamado.

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Y luego el estado de ánimo había cambiado.

Ella tampoco estaba sintiendo exactamente lo mismo.

—Ven aquí —dijo.

Poniéndose de pie, fue hacia él, y cuando se abrazaron, ella cerró los ojos y
apoyó la cabeza en sus pectorales.

—Me alegra que hayas venido.

También estoy confundida. Y estúpidamente preocupada. Y realmente decepcionada


de que nos detuviéramos.

Ivie se guardó todo eso para sí misma. Estaba muy próximo el amanecer y no
quería que él acelerara por Caldwell en un apuro y acabara en un accidente, sólo
porque ella comenzó una conversación que posiblemente era una importante.
Además, lo que realmente estaba haciendo era intentar asir algún tipo de
cimiento cuando en realidad no había ninguno. Incluso suponiendo que
estuviera dispuesto a articular lo que había cambiado para él, no podía darle lo
que realmente ella buscaba.

Lo cual era alguna especie de garantía de que no iba a salir lastimada.


Defraudada. Decepcionada.

Silas fue quien se apartó, pero se detuvo en su puerta.

—Lo siento mucho.


Su voz era tensa, y por un segundo, se debilitó y quiso suplicarle que se
quedara con ella, todo el día, simplemente para resolver las cosas.

—No lo hagas. —Esbozó una sonrisa—. Está todo bien.

—Yo sólo... lamento mucho quedarme sin tiempo.

—Tenemos mañana por la noche, ¿cierto? Así que estará bien.

—Sí. Ciertamente.

Silas levantó su mano y luego salió, y mientras iba y aseguraba el cerrojo de


seguridad detrás de él, odió los judíos internos que estaba acunando. Este era el
lado malo del asunto del globo de nieve, no obstante, esta sensación nerviosa y

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aguada en su cabeza y su cuerpo era el resultado de preocuparse demasiado por
algo sobre lo que no tenía control.

Sí, y luego estaba la frustración sexual.

Mirando hacia el sofá, su primer instinto fue enderezar los cojines y alisar las
abolladuras que habían hecho sus cuerpos. Pero luego pensó: No. Eso sería como
borrar lo que acaba de suceder. O tal vez cortar su futuro.

No es que fuera supersticiosa ni nada por el estilo.

Nah.

Mierda, pensó. ¿Qué era eso que te enredaba tanto sobre conocer a alguien que
te gustaba? Ella era la clásica encimera de granito, tan dura y resistente que
podías cortar una cebolla en ella y arruinar la hoja del cuchillo antes de que
cediera unos centímetros. Sin embargo, aquí estaba, haciendo un movimiento de
chica al hiperconcentrarse en un tipo.

Era, en este inseguro momento, la mismísima hembra que no respetaba.

Oh, cómo han caído los poderosos.


Ivie terminó de nuevo en su sofá, con la cabeza apoyada donde la había tenido
y las piernas estiradas como habían estado. Al otro lado, sobre el viejo baúl
“steamer” que ella misma había renovado, el televisor estaba en silencio y
mostrando una de las ochocientas películas de Rocky. Una manta cubre sofá que
había sido tejida por su mamá estaba sobre su mitad inferior, y un cuenco a medio
comer de Mini-Wheats Glaseados estaba sobre la mesa de centro.

Eran las seis y cuarenta y ocho de la mañana.

Y sabía que no iba a estar durmiendo en algún momento cercano. Por encima
de ella y a cada lado, sus cohabitantes humanos estaban despertándose,
preparándose para el día. Con su agudo sentido del olfato, captaba todo tipo de
aromas de café, avellanas y la habitual menta, una calabaza remanente del

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verano. Y su sagaz audición registraba la descarga de inodoros, el golpeteo de
pies, el torrente de duchas.

Si estuviera lo suficientemente agotada como para quedarse dormida antes de


que toda esta actividad comenzara, podría superarlo, sin problema. Pero
despierta como estaba ahora, no había posibilidad de quedarse dormida hasta
que el último de ellos saliera del edificio a eso de las ocho y media…

Cuando sonó su teléfono, volteó la cabeza y lo miró. La cosa estaba boca abajo
junto a su tazón de cereal, y realmente no estaba interesada en quienquiera que
fuera. La cual era una lista limitada teniendo en cuenta que su padre se había
reportado hacía dos horas: Había trabajo, con alguien buscándola para un
reemplazo en una noche en la que no estaba trabajando. O un agente de
telemercadeo. O una llamada humana equivocada.

En el caso improbable de que fueran sus padres, extendió una mano y


recogió...

Ivie se sentó y aceptó la llamada.

—¿Silas?

Hubo un momento de silencio... y luego su profunda voz.

—Hola.
—Hola. —Se apartó el cabello del rostro—. ¿Estás bien? Espera, quiero decir...
bueno, si estuvieras envuelto alrededor de un poste telefónico en este momento,
no serías capaz de marcar un teléfono.

—Porque estaría en llamas.

—Sí. —Hubo una pausa—. Me alegra que llamaras.

—Escucha, tenemos que hablar.

Ella cerró los ojos.

—Está bien.

Hubo otro período de silencio.

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—Sé que esto es demasiado pronto y todo, pero la verdad es...

—Dilo. Sea lo que sea, voy a estar bien. Soy fuerte. Puedo manejar cualquier
cosa.

Su risa fue breve, pero parecía sincera.

—Sabes, realmente creo eso.

—Entonces terminemos con esto.

La exhalación que él soltó fue larga y lenta.

—En cierto modo me estoy quedando sin tiempo.

—¿De qué manera? —Ivie era muy consciente de su corazón saltándose un


latido—. Como en... ¿te estás yendo de Caldwell?

Hubo una pausa.

—Sí. Lo estoy.

Ivie se dejó caer de espalda sobre los cojines.

—¿A dónde vas? ¿Qué tan lejos está? En tanto no sea el Viejo País, podemos
hacer las cosas a larga distancia. Quiero decir, si llegamos tan lejos. —Cuando no
respondió, maldijo—. Vas a regresar al Viejo País.
—Lo siento tanto. Detesto esto. Realmente lo hago.

Sí, vaya. Ese tipo de distancia era un factor decisivo. De la costa este a la costa
oeste habría sido difícil. Pero, ¿al otro lado del océano? No había
desmaterialización de ida y vuelta sobre el Atlántico, y los aviones eran
peligrosos dado que ellos tenían que viajar únicamente de noche. Un retraso
debido al clima o problemas mecánicos podría ser mortal.

—Realmente lo siento, Ivie.

—Yo también. —Respiró hondo—. ¿Qué te lleva de regreso allá? ¿Familia? O


negocios. O…

—Es un asunto familiar.

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—¿Un emparejamiento concertado? —Cuando ella soltó eso sin pensar,
maldijo de nuevo—. Está bien, eso no es apropiado. No es asunto mío…

—No hay otra hembra. Créeme. No es eso.

—Me alegra. —Movió la manta sobre sus rodillas—. Si tengo que perderte,
preferiría que no fuera con alguien más. En ese sentido, ¿cuánto tiempo más
tenemos? ¿Ya compraste tu boleto de avión?

—La, eh, noche precisa no está en el calendario. Pero parece que... bueno, por
lo que me han dicho aproximadamente un mes. Tengo algunas cosas que concluir
aquí y luego... ya sabes, me voy.

—No puedo creer que vaya a decir esto.

—¿Decir qué?

Ella sacó un hilo deshilachado en la manta.

—Te voy a extrañar.

—Oh, Dios, Ivie. —Su voz se volvió ronca—. También voy a extrañarte.

—¿Entonces no hay posibilidad de un cambio de planes? —bromeó.

—No depende de mí, me temo.


Ambos se quedaron callados. Y cuando ella no pudo soportarlo ni un
momento más, frunció el ceño.

—¿Qué es ese pitido en el fondo?

—Lo siento, lo apagaré. Es sólo un temporizador.

—¿Para qué es la cuenta regresiva?

—El Armagedón.

—Mucha potencia de fuego en tu casa, entonces.

Él se rió un poco.

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—Quiero preguntarte algo.

—Si es cómo desmantelar una bomba, no puedo ayudarte allí. Tampoco soy
buena con las recetas, las plantas de interiores y cualquier cosa que tenga que ver
con mascotas. Maté al único pez Betta que tuve al crecer a noches de recibirlo, y
no soy mejor con cosas que vengan en macetas en lugar de tanques o cuencos.
Cuando se trata de mantener las cosas con vida, los vampiros son mi única
habilidad.

Ahora esa risa suya era más de la forma en que a ella le gustaba, profunda y
vibrante.

—Bueno, es bueno conocer tus fortalezas y debilidades.

—Estoy de acuerdo. Reduce las malas sorpresas en la vida. Entonces, ¿qué


quieres preguntarme?

—Ve conmigo a un viaje alrededor del mundo.

Ivie parpadeó.

—¿Disculpa?

—Alrededor del mundo. Conmigo. Antes de que tenga que irme.

—Esto tiene que ser una proposición figurativa, no una literal, ¿verdad?

—¿A qué hora comienza tu turno mañana?


—No hasta las ocho.

—Te recogeré a las seis. Ya estará lo suficientemente oscuro y tendremos casi


dos horas. No te diré a dónde vamos, será una sorpresa.

Ivie sonrió.

—Es una cita.

—Así es. Una cita, querida, Ivie. Hasta entonces.

51
capitulo 5

52
La noche siguiente, Ivie esperó dentro del vestíbulo de su edificio de
apartamentos, con esa hormigueante anticipación que ya le resultaba familiar
iluminando su cuerpo y su mente. La noche era helada y clara, esa clase de cosas
donde el manto de nieve iba a chirriar bajo tus botas, la luz de la luna lo volvía
todo azul, y tenías que preguntarte si la tierra podría ponerse así de frígida, ¿cuán
condenadamente frío debía ser el espacio?

Sacando su teléfono, verificó la hora. Faltaban cinco. Y sin mensajes de texto


ni llamadas para cancelar.

—Houston —le dijo a la ventana por la que estaba mirando—, tenemos luz
verde. Asumiendo que no haya un...

Y allí estaba él. Sólo un poquito temprano. En ese gran auto suyo. ¿Era un
Bentley? Síp.

Ivie salió del edificio como si fuera liberada de la prisión, e incluso el impacto
del aire bajo cero en su rostro no atenuó su felicidad.

Silas salió detrás del volante al otro lado.

—Buenas noches.
—Ahora lo son.

Rodeó el capó como si fuera a abrirle la puerta, pero, en cambio, extendió


ampliamente los brazos y la envolvió en un abrazo.

—Siempre hueles tan bien —dijo ella contra otro jersey de cachemira más.

Esta noche era de color azul marino. Sus pantalones eran del mismo color gris
oscuro. Y su abrigo negro estaba hecho de una lana tan fina que tenía lanilla de
gamuza.

—Vamos a llevarte adentro donde está cálido.

Después que la acomodó en el asiento del pasajero, volvió a rodearlo y se

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metió con ella.

—¿Estás lista?

—Lo estoy. —Le sonrió—. Aunque me gustaría señalar que a menos que esto
pueda ir como un DeLorean, no deberíamos intentar nada transatlántico.

—¿Un DeLorean?

—¿La máquina del tiempo del profesor que voló en Regreso al Futuro?

—¿Qué es eso? ¿Una película?

—¿No sabes de Marty McFly? ¿Qué diantres hacen ustedes los ricos para
entretenerse?

—Mayormente contar nuestro dinero y criticarnos unos a otros.

Ella rió mientras él ponía el motor en marcha y bajaban con cuidado por la
carretera labrada.

—Sabes, en lo que a pasatiempos se refiere, eso suena como algo taaaaan


divertido. No es de extrañar que muchos de ustedes hayan fruncido sus rostros
con miradas de desaprobación. Pensaba que era simplemente por ropa interior
ajustada.

Oh, la risa.
Cuando él echó la cabeza hacia atrás, ella sonrió de nuevo… y admiró la fuerte
columna de su garganta. Por una fracción de segundo, imaginó sus colmillos
hundidos su carne, su vena abierta para ella, su codicia por él no sólo sexual, sino
también por su sangre.

Silas dejó escapar un ronroneo.

—Si sigues mirándome así, voy a cancelar nuestra reservación y dar la vuelta.

Ivie se sonrojó y dejó caer la cabeza entre sus manos.

—Lo siento.

—Yo no. Pero sí quiero invitarte a cenar, así que eso es todo.

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—Está bien, ¿entonces esto es un asunto de restaurante internacional?

Él echó un vistazo, los hermosos planos de su rostro iluminados en el


resplandor del tablero.

—No soy tan original, ¿verdad?

—¿Me estás tomando el pelo? Estoy tan emocionada. ¿Dónde empezamos?

—Supuse que haríamos esto secuencialmente. Entonces, si tomáramos un


avión para pasar el charco, al primer lugar que llegaríamos, si yo estuviera
haciendo el itinerario, es el Reino Unido.

—Pongo un límite en cuanto a la morcilla escocesa. Quiero decir, bien podrías


rellenar una gaita con compost y llamarla cena.

—Sobre gustos no hay nada escrito. —Él sonrió en su dirección—. Después de


todo, no se trata de lo que realmente es la comida, sino de tus asociaciones a ella.
Para lo que sabemos, ese es el filete miñón de alguien.

—O en mi caso, sus Macarrones con Queso de Kraft. —Palmeó su abrigo—. En


ese sentido, ¿espero que el lugar no sea demasiado formal? Voy a ir directo al
trabajo, así que ando casual y cómoda bajo esto.

—Estás perfecta, así es como eres.

—Eres encantador.
Y ella estaba comprando todo lo que le estaba vendiendo, su sonrisa tan
dominante y persistente que tenía que mirar por la ventana lateral para
guardársela para sí misma, en lugar de sentarse a su lado como una tonta risueña.

Diez minutos después, ella dejó escapar un “ODM”.

El restaurante en el que estacionó era el anti-Sal's, nada lujoso, sino más bien
una pintoresca casita que parecía como algo sacado de una novela de Harry
Potter. Hecha de piedra, con una chimenea de fuste corto y una estampilla de
césped colmado de nieve, el pub era todo sobre lo acogedor y lo hogareño, un
pequeño refugio familiar en una zona por lo demás dividida en comercios en las
afueras de Caldie.

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—Bienvenida a St. Jack's —dijo Silas mientras salía—. Si aún no has estado
aquí.

Ivie abrió su propia puerta y se encontró con él frente al brillante capó del
Bentley.

—¡He escuchado de este lugar! Hay comerciales en la televisión local para eso
todo el tiempo.

—Es una fuente de lo mejor en este mundo, te lo prometo.

Silas fue galante como cualquier aristócrata cuando le ofreció su brazo y la


escoltó hasta la entrada. Mientras abría la puerta para ella, pasó a su lado y fue
golpeada con una pared de calor que era como hundirse en una bañera.

El techo era bajo, las vigas expuestas, las tablas del piso anchas y rayadas. El
lugar estaba repleto, pero, por otro lado, la zona de asientos estaba llena con sólo
diez mesas de cuatro puestos, las mesas y sillas sin combinar, al igual que los
cubiertos, los platos y las copas. Sólo había una vacante, justo enfrente de la
chimenea, y cuando la anfitriona de sesenta años se acercó, Ivie supo que él había
conseguido el mejor lugar para ellos de nuevo.

—¿Es usted el señor Ivie? —le preguntó a él la mujer.

—Lo soy.

—Justo por acá —dijo ella con un tono alegre.


Silas deslizó su brazo alrededor de la cintura de Ivie, y juntos caminaron a
través de los demás clientes.

—Espero que no te importe el apellido —le susurró él al oído.

—Me encanta.

Después de que le entregaran sus abrigos a la dama, él acomodó a Ivie en su


silla y luego estaba sentándose frente a ella y ambos recogiendo menús de
pergamino mientras era servido el vino de la casa.

Mientras Silas sopesaba la corta lista de opciones, Ivie miró a su alrededor.


Estaba llamando mucho la atención en el salón, incluso las camareras fijándose
en él desde el otro lado. Por otra parte, suponía que él era como un automóvil

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deportivo en una carretera rural, algo inusual y elegante.

—¿No te gusta? —dijo él—. ¿Podemos irnos?

—Oh no. Esto es ideal para mi gusto.

—Bien. Entonces, ¿qué estás pensando?

Sacudiéndose, revisó los platos principales.

—Pastel de carne con puré de papas. Eso suena perfecto. Sustancioso y me


durará toda la noche.

—Creo que pediré lo mismo.

Extendiendo su brazo, él se estiró al otro lado y tomó su mano. Mientras su


pulgar la frotaba hacia adelante y hacia atrás, ella lo miró a los ojos y se maravilló
ante el color —o la falta del mismo— de ellos. Su mirada era tan pálida que le
recordaba a la luz de la luna sobre la nieve.

—Te extrañé —dijo él en voz baja—. Ahí. Lo admití.

—También te extrañé. —Inclinó la cabeza—. ¿Sabes lo que me gusta de ti? No


tengo que esconderme. Bueno, déjame reformularlo. Puedo ser yo misma y
parece gustarte eso; nunca he sido buena para esconderme.
—Y eso es lo que más me gusta de ti. La vida puede ser muy... atascada a veces.
A medida que me he hecho mayor, he aprendido a valorar la realidad sobre la
fantasía y el optimismo.

—Dejando de lado las bromas, he escuchado que la glymera está bastante


contaminada con pretensiones. —Sonrió—. Así que soy la anti-aristócrata, eh.

—También me gustas porque me haces sentir vivo.

Ivie apretó su mano.

—¿Sabes qué es gracioso?

—¿Qué?

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—Eso es exactamente lo que sucede conmigo, también.

Dos horas nunca pasaron tan rápido, lo que en cierto modo apestaba. Pero eso
era lo que pasaba cuando no había nunca una pausa en la conversación y te
importaba cada palabra que la otra persona estaba diciendo. Silas le contó sobre
su niñez, creciendo en un castillo en el Viejo País y persiguiendo a los humanos
por los páramos. Ella le dio la lista definitiva de las películas de los ochenta que
tenía que ver. Disfrutaron de la comida. Bueno, ella lo hizo, en cualquier caso. Él
no comió mucho, pero explicó que había tenido una Primera Comida enorme a
las cuatro de la tarde.

—No puedo creer que tenga que ir a trabajar ahora —dijo Ivie mientras
empujaba su plato de postre vacío—. Y oh, Dios mío, ese biscocho borracho con
frutas y crema fue lo mejor que he probado. Quiero agradecerte por no haber
pedido compartirlo.

Él le sonrió por encima del borde de su taza de café.

—Disfruté viéndote disfrutarlo. Eso fue sustento suficiente para mí.

—¿Vas a dejarme pagar?


—No. Pero no porque sea un chauvinista. Me gusta pensar que soy tradicional,
así que, si fue mi idea, yo me encargo de la cuenta.

—Alguna noche, vas a dejar que te invite a salir.

Mientras decía eso, una lanza de tristeza atravesó su pecho. La idea de que no
tuvieran un flujo interminable de estas noches a las cuales esperar con ansias
parecía una tragedia.

¿Muy melodramática?

—Así que mañana en la noche —dijo él—, tengo algo más planeado…

—Oh, mierda —Ella se tapó la boca con la mano—. Lo siento.

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—No me importa que maldigas. ¿Tienes planes?

—Yo, eh… sí, lo siento. Está esta fiesta familiar de cumpleaños y tengo que ir.
Empieza como a las diez de la noche mañana, pero dura horas. Tendré suerte de
salir de allí a las tres a.m. Sin embargo, esperaba con ansias estar contigo.

—Puedo ir contigo. Si no te importa ser vista con un depravado como yo


delante de tu linaje.

Ivie bajó su taza de café a su platillo.

—¿Harías eso? Quiero decir, Silas, en serio, esta no es tu gente. Mi padre tiene
tatuajes y una Harley. Él y mi mahmen viven en una casa prefabricada en una
granja, y se comen sus propias gallinas. Estamos hablando de cerveza de una lata,
un pastel comprado en tienda y perros de caza corriendo debajo de la mesa.

Silas se encogió de hombros.

—Me encantaría conocer a tu familia.

—Bueno, si estás buscando una comida exótica —murmuró—, vas a


conseguirlo.

Cuando ella no dijo nada más, él se inclinó, la luz del fuego parpadeando sobre
su rostro.
—Escucha, si eso llevará a preguntas que no vas a querer responder, lo
entiendo. Estoy feliz de esperar hasta tu próxima noche libre.

Ivie bajó la mirada y tomó su cuchara sólo para darle algo que hacer a su mano.
Mientras agitaba sin ninguna buena razón su café enfriándose, su pie estaba
golpeteando debajo de la mesa.

—Faltaré —dijo él con una sonrisa fácil—. E iré a verte después de que
regreses…

—No quiero que los juzgues. Quiero decir, sé que eres genial conmigo, pero
eso probablemente sea debido a nuestra atracción sexual. Mi familia es todo lo
que he recibido como bienes en este mundo, y en lo que a mí respecta, eso me

59
hace rica. Son personas buenas y honestas que no tienen nada por lo que
disculparse.

Él frunció el ceño.

—No soy un snob.

—¿Sabes, tu auto? Probablemente sea más costoso que su casa.

—¿Y eso hace que les falte el respeto de alguna manera?

—Es un mundo diferente. No tienes idea de cómo se han esforzado, Silas. Tú


no has tenido que esforzarte por nada. Te han dado todo en bandeja de plata, por
lo que parece. Quiero decir, tu hogar de infancia era un castillo. Eso es mejor que
una mansión, por el amor de Dios.

Él apartó la mirada hacia el fuego.

—No he tenido que esforzarme, eh.

—Ay, ¡por favor! ¿Qué es lo más difícil que has tenido que enfrentar en tu
vida? En serio, no quiero parecer una desgraciada aquí, pero mis padres
perdieron todo en un incendio hace diez años. Porque el calentador eléctrico, que
era lo único manteniendo su casa caliente, se cortocircuitó. Mi primo Farle casi
muere, y eso nunca habría sucedido si hubieran podido permitirse una verdadera
caldera. ¿Alguna vez has tenido que enfrentar algo así? ¿Alguna vez has tenido
que elegir cuál de tus hijos pasaría hambre? ¿Cuando tú mismo te estabas
muriendo de hambre?

Sus cejas cayeron bajo y él permaneció en silencio.

Y cuanto más tiempo permanecían calladas las cosas entre ellos, más se hacían
aparentes las incompatibilidades. No es que él fuera a andar por aquí por mucho
más tiempo, de todos modos.

—No puedo tener hijos —dijo él bruscamente—. Nunca voy a emparejarme. Y


lo último que quiero hacer es irme de Caldwell, pero no hay nada que pueda
hacer al respecto porque la decisión no es mía.

Ivie sintió un baño frío sobre su cabeza. Y la sensación empeoró cuando él se

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movió con calma a un lado, sacó su billetera y retiró dos billetes de cien dólares.

Cuando se puso de pie, la miró.

—No te culpo por sospechar de mí o de mi carácter. La aristocracia tiene más


que ganada la desconfianza de los plebeyos por su sola reputación. Lo que sí me
molesta muchísimo es que no me des la oportunidad de demostrar lo contrario y
que asumas que sólo porque tengo dinero en el banco mi vida es pan comido.
Ahora, si me disculpas, voy a irme. Sé que vas a desmaterializarte al trabajo de
todos modos, así que no hay necesidad de llevarte. Buenas noches, Ivie.
capitulo 6

61
Así que, si esos ciento veinte minutos más de la cena habían pasado volando,
las ocho horas desde el cambio de Ivie más que compensó la diferencia. Cuando
por fin llegó a su casa, se sintieron como doce años desde que había salido de su
apartamento para esperar a Silas en el vestíbulo, toda llena de emoción y
anticipación vertiginosa.

Caramba, había estrellado esa pequeña cena feliz en una pared de ladrillo,
¿no?

Como siempre decía su padre, si vas a hacer algo, hazlo bien. Así que,
claramente, en ese frente, ella había estado vinculada y determinada a ofender a
un tipo que había sido más que decente con ella. Y fue especialmente hipócrita
de su parte, teniendo en cuenta que sabía muy bien que la gente rica también se
enfermaba, se esforzaba y sufría pérdidas.

Hola, ¿su carrera de enfermería?

Cuando su teléfono sonó, bajó su bolso, encontró la maldita cosa, y respondió


a la llamada de su padre con un falso todo está bien.

—¡Hola, papá! Síp, segura en casa. Tuve una buena noche en el trabajo, y ahora
voy a ver la televisión e ir a la cama. Síp, voy mañana. Estoy ansiosa, sí, ya sé que
dijeron sin regalos, y escuché este año. Simplemente no comprendo por qué no
lo quieren, entiendo el orgullo, pero vamos. De acuerdo. Sí. Cariños para mamá…
¿qué? Oh, por supuesto. Estaré a tiempo.

Al colgar, se quedó mirando la pequeña pantalla del teléfono hasta que se


oscureció. En el fondo de su mente, toda la larga noche, había estado tratando de
escribirle textos a Silas, practicando combinaciones de palabras, puntuación,
emoticones, tratando de encontrar alguna amalgama correcta que compensara lo
de ser tan perjudicial y hacerle exactamente lo que ella había estado preocupada
que él le haría a ella,

Cuando su teléfono sonó en la mano, su corazón saltó hasta su garganta y


torpemente lo contestó.

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—Hola… hola, ¿Silas? ¿Hola?

Hubo un momento de silencio.

—Hola.

—Hola. —Se dejó caer—. Escucha, lo siento, no tuve la intención de…

—¿Puedes dejarme entrar un segundo?

—¿Qué? ¿Estás aquí? Oh, Dios, absolutamente.

Prácticamente se echó a correr hacia el timbre, y sostuvo la maldita cosa por


mucho tiempo, el sonido del eeeeeeeeeeeeeeeehhhh resonó en los oídos, no que le
importara. Abriendo la puerta, salió y se alisó su uniforme.

La ropa que había usado durante su cita estaba en su bolso. No había querido
volver a ponérsela. Infiernos, había estado pensando en quemarla para limpiar
su vida del mal juju.

Silas salió de la escalera y se demoró en llegar hasta ella.

—Hola.

—Lo siento. Realmente lo siento.

Cuando se detuvo frente a ella, quiso lanzar sus brazos alrededor de él, pero
se contuvo. El Señor sabía que ya había pisoteado todo tipo de límites.
—¿Sabes lo que me gustaría incluso más que una disculpa? —dijo.

—Nómbralo y es tuyo. ¿Quieres un riñón? ¿Una parte de mi hígado?

—Quiero una invitación para mañana por la noche. Eso lo compensaría todo.

Ivie tomó una respiración profunda.

—Ah, ¿quieres entrar? Podemos hacer esto en el pasillo, pero tal vez…

Respondió a eso dando un paso alrededor de ella y entrando en su


apartamento. Mientras los encerraba, él se acercó y se sentó en el sofá.

Apoyando la espalda en la puerta, murmuró:

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—Te ves cansado.

Silas se frotó la cabeza y luego su rostro. Con una maldición, se hundió en los
cojines.

—Preparativos.

—¿Estás empacando toda tu casa aquí? Es decir, ¿llevándote todo contigo?

Él cerró los ojos.

—Es más lograr ordenar todas mis cosas. En realidad, no voy a llevarme
mucho conmigo.

El bostezo que dio fue tan amplio que la mandíbula le tronó, y luego su pecho
subió y bajó de nuevo.

—Mañana por la noche —murmuró—, me encantaría ir. Tú decides.

Ella trató de imaginarlo en la cacofonía ruidosa de la casa de sus padres con


su familia. Además, Rubes estaría allí, y esa hembra iba a tener un día de campo
con todo tipo de ideas románticas y películas de por vida, girando en su cabeza.

Cruzando los brazos sobre su pecho, Ivie se aclaró la garganta.

—Puede que te pregunten cosas que no quieres contestar.

Él inclinó la cabeza hacia ella y abrió los ojos.


—Como qué, ¿cuáles son mis intenciones contigo?

—Tal vez. Sí.

—Contigo, no tengo intenciones.

—Bueno, obviamente porque te estás mudando…

—Es demasiado tarde para las intenciones. —Sonrió un poco—. Estás en mi


vida. Estás en mi corazón. Y si quieres que me guarde eso para mí, lo haré.
Felizmente. Puedo entender por qué no quieres que te acribillen con preguntas
después de que me haya ido.

Ivie inclinó la cabeza hacia un lado.

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—¿Cómo es que siempre sabes lo que hay que decir?

—Sólo contigo, querida Ivie. Sólo contigo.

—En serio, pareces hecho polvo. Eres bienvenido a quedarte aquí por el día.
Es decir, yo sé que no es tan elegante o segura como tu casa sin duda es, pero es
cálida y oscura. —Ella se echó a reír—. Ahora, eso es un anuncio de Travelocity,
¿eh?

—Tengo que irme.

—¿Conduces?

—Si no quieres que esté con tu familia, lo entiendo.

Apartándose de la puerta, se acercó y se arrodilló frente a él.

—Me encantaría. Realmente me gustaría que vinieras conmigo.

A pesar de que no levantó la cabeza, su sonrisa fue tan ancha como el aire libre,
sus colmillos se vislumbraron, sus mejillas extendiéndose amplias.

—Eso es bueno. Eso es… genial.

—Pueden ser mucho para manejar. Sólo digo.

—Soy lo suficientemente fuerte. Puedo soportarlo.


Acomodándose entre sus piernas, se apoyó contra su cuerpo.

—¿Puedo sugerir algo?

—¿Qué tienes en mente? —Le apartó un mechón de cabello hacia atrás—. Y,


¿consiste eso en este sofá? Porque anoche, creo que le dimos muy buen uso.

—¿Te gustaría tomar mi vena?

Él retrocedió a pesar de que su cabeza no tenía a dónde ir. Y la conmoción en


su rostro la hizo sentirse disgustada.

Levantó las manos a la defensiva.

—Sí, sé que no soy una aristócrata por lo que mi sangre no es tan pura como

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la que estás acostumbrado…

—No digas eso —dijo con el ceño fruncido—. Jesús, no digas nunca eso.

—Bueno, te ves un poco sorprendido.

—Es sólo que…

Al ver que no terminaba la frase, ella se echó hacia atrás para quedar de
rodillas.

—No tenía intención de hacer las cosas difíciles. Pero ese parece ser mi tema
para esta noche. Tal vez debería haber comprobado mi horóscopo. Es probable
que diga algo así como: Mantén tu boca cerrada.

Silas se inclinó hacia delante y tomó su rostro entre las manos, en esa manera
que lo hacía.

—¿Harías eso por mí?

—Por supuesto. Quiero decir… bueno, pareces como si pudieras necesitarlo.


¿Cuándo fue la última vez que te alimentaste?

Él respondió a la pregunta en virtud de su esencia, ese interés suyo llameando,


sus ojos yendo a su muñeca, la cual estaba desnuda.

Instantáneamente, ella estuvo caliente por todas partes.


—No allí —dijo ella con voz ronca—. Aquí.

Moviendo su oscuro cabello a un lado, se acarició la yugular.

—Te quiero aquí. En mi garganta.

Su pecho comenzó a bombear arriba y abajo, y un gruñido impregnó el silencio


de su apartamento.

—¿Estás segura?

—Oh sí.

Para enfatizar el punto, se quitó la mitad superior de su uniforme, el rígido


algodón subiendo y pasando sobre su cabeza con facilidad. Cuando sus ojos se

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fijaron en su sujetador, ella se arqueó hacia adelante y llevó el brazo hacia atrás
entre los omóplatos, liberando el soporte de sujeción…

No llegó más allá de eso.

Con manos que fueron ásperas, Silas la agarró y prácticamente la lanzó sobre
su espalda en el sofá. Y entonces estuvo sobre ella, presionándola contra los
cojines, sus explosivos ojos claros, su cuerpo tenso como un cable de acero, sus
colmillos alargándose.

Con una voz que era deliciosamente exigente, dijo:

—¿Incluso si no puedo parar?

No estaba hablando sobre tomar demasiado de su vena. No, cuando rodó sus
caderas para que pudiera sentir su excitación, supo muy bien que se refería al
sexo.

—No quiero que pares.

—No hay mucho tiempo. Tengo cosas que hacer en casa. No voy a ser capaz
de quedarme después…

—Cállate y entra en mí.


No necesitó más insistencia que eso. Con un tremendo siseo, enseñó los
colmillos y mordió fuerte su cuello, el dolor atravesó su cuerpo y convirtiéndose
en placer puro para cuando llegó a su núcleo.

—Oh, Silas —gimió mientras se arqueaba hacia atrás para darle más espacio.

Con ojos medio abiertos, miró sobre su hombro hacia el techo, su punto de
enfoque subiendo y bajando mientras él tomaba tragos profundos mientras la
montaba con su sexo a través de su ropa. Demasiadas capas entre ellos,
demasiados malditos pantalones, pero no había nada que detuviera la succión.
Él estaba tan hambriento, tan posesivo, que los tirones contra su vena la llevaron
al borde del orgasmo, el no casi más placentero que la propia liberación.

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Él todavía tenía el abrigo, y esa lana fina era texturas en contra de sus pezones
hiper-sensibles, la cresta dura en sus caderas empujando en su núcleo y luego
retrocediendo hasta hacerla enloqueces, su olor un estallido en su nariz.

—Te necesito —dijo con brusquedad—. Te necesito dentro de mí… ahora.

De alguna manera la oyó, o tal vez había llegado a la misma desesperación que
ella, de cualquier manera, él retrajo sus caderas y movió una de sus manos entre
ellos, tirando del lazo en la cintura de los pantalones quirúrgicos mientras ella lo
ayudaba tirando de ellos hacia abajo y quitándolos a patadas junto con sus
bragas.

Y luego le dio un tirón al cinturón de cuero fino que llevaba. Ella se hizo cargo,
empujando su mano fuera del camino mientras liberaba la hebilla, el botón, la
cremallera.

La longitud de él era dura, caliente y larga en sus manos.

Y el sonido que hizo convirtió su cuerpo en un diapasón, vibrando el bajo a


través de ella.

Estaba demasiado impaciente por la sensación de tenerlo en su interior para


explorar mucho, y tan pronto como su cabeza estuvo en su centro, ella empujó
su pelvis hacia adelante de modo que se hundió en lo profundo.

Su orgasmo le sobrevino rápido y fuerte, la culminación no sólo de lo que


estaban haciendo ahora, sino de los besos de la noche anterior, y todas las
fantasías que había tenido… demonios, fue todo el camino de vuelta a ese
momento justo antes de que se encontraran sus ojos, cuando ella había sentido
que nada jamás iba a ser lo mismo de nuevo.

En medio de los pulsos rítmicos, sintió un apretón fuerte de la mano detrás de


la rodilla y tirándola hacia arriba, su sexo abriéndose más. Y entonces, él estaba
moviéndose en su interior, bombeando con empujes que enviaron la parte
superior de su cabeza al apoyabrazos, un ruido chirriante se incrementó desde
los soportes del sofá, el sonido golpeando probablemente el alféizar de la ventana
recibiendo los golpes. O tal vez la pared. A quién le importaba.

Atrás quedó el aristócrata con los buenos modales y las palabras de cortesía,
el acento travieso y las ropas caras. Silas era completamente dominante mientras

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tomaba todo lo que tenía y exigía más, su ritmo áspero y potente, la lujuria de un
macho desatado sin restricciones.

Y ella sólo quería más.

Como si leyera su mente, enganchó el antebrazo donde había estado su palma,


presionándola con más fuerza bajo su pesado peso, sus caderas golpeando contra
ella, la mitad inferior de su cuerpo balanceándose libremente…

Hasta que se inmovilizó contra ella con un golpe de sus muslos, su erección
vaciándose en su interior mientras continuaba chupando su garganta.

Lo único que podía hacer era aferrarse a sus hombros.

Y rezar para que nunca, nunca se detuviera.

Por supuesto, eso la mataría, pero vaya forma de terminar.

La sensación de la lengua de Silas lamiendo las heridas punzantes que había


hecho en su cuello fue endiabladamente erótica, no es que hubiera una maldita
cosa que cualquiera de ellos pudiera hacer para seguir adelante con eso. Él se
derrumbó sobre ella, su sexo todavía enterrado en su núcleo, su cuerpo una
manta maravillosamente blanda. Debajo de él, estaba flotando en una dichosa
saciedad incluso cuando estaba anclada por su peso.

—Odio que tenga que irme —dijo en su cabello—. Prefiero quedarme aquí.

—Yo también. —Ella acarició su espalda—. Pero tenemos mañana por la noche
a esperar.

Él levantó la cabeza.

—Amen a eso. ¿A qué hora quieres que te recoja?

—¿Podrá ser más fácil desmaterializarse con la nieve? Además, ahora que
tienes mi sangre en ti, me puedes rastrear.

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—Me encantaría conducir, ¿si no te importa? Tengo una Range Rover que
pasará a través de una avalancha.

—Y mucho más tiempo juntos. —Ella le sonrió—. No es algo malo.

—Asiento trasero grande, también. Ya sabes, si en el viaje a casa soy incapaz


de contenerme.

—Por favor, no luches contra el sentimiento.

Él jugó con un mechón de su cabello, envolviéndolo alrededor de sus dedos.

—Solamente me puedes presentar como su amigo.

—¿Eso es lo que te gustaría que hiciera?

—Es sólo que no quiero que te presionen.

—Creo que me quedo con Silas, ¿qué tal eso?

—¿Cuál es el código de vestimenta?

—Una camisa de una banda de los ochenta, vaqueros rasgados, y tres noches
de crecimiento de barba para los machos. Las hembras estarán en una
combinación de Forever 21, batas de algodón a cuadros hechos a mano, y Macy’s
sueltos si son de lujo. La comida será Cheez Whiz, platos calientes, y bolsas de
comida exótica, tales como crema agria y papas fritas de cebolla, Fritos y Pringles.
Él sonrió.

—He comido Fritos antes.

—¿Sumergidos con almeja?

—¿Eh?

—Son increíbles con la salsa de almejas de mi madre.

—Estoy muy entusiasmado con esto.

—Y escucha, si quieres irte en cualquier momento, estás en libertad. Siempre


puedo llegar a casa. Como siempre dice mi padre, cuidarme a mí misma es mi
único trabajo.

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—Estoy ansioso por conocerlo.

Por un momento, Ivie quedó en silencio mientras se preguntaba cómo


demonios iba a ir eso. Pero por otro lado, realineaba las cosas con la realidad de
que no era una zona de guerra a la que iban. Sería estrepitoso, lleno y ruidoso, y
su padre iba a ser un poco protector, pero nadie iba a perder una extremidad.

Esperaba.

—Me quedaré durante tanto como me acepten.

Ella frunció el ceño mientras miraba a esos pálidos ojos suyos.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por venir conmigo.

—Si pudiera, me gustaría ir a un montón de lugares contigo. —Su sonrisa fue


lenta—. Muchos, muchos lugares.

—Ya sabes, podría ir a visitarte. Podríamos viajar o… —Cuando él apartó la


mirada, suspiró—.O no. Está bien. Oye, vamos a disfrutar de lo que tenemos.

—Sí. Sí, lo haremos.


Cuando volvió a enfocarse en ella, le rozó la boca con sus labios y susurró en
el Antiguo Lenguaje,

—Gracias por el regalo de tu vena. Me siento honrado y agradecido.

Su dicción era hermosa, con vocales arrastrando las palabras aristócratas y


consonantes rítmicas.

—Fue un placer. Créeme.

La besó un poco más y luego fue cediendo hasta salirse de ella, su cinturón
clavándosele en el costado, su retirada de su sexo una fría vacuidad. Con un
elegante movimiento, tiró de la manta de la parte posterior del sofá y la extendió
sobre ella.

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Silas no se puso de pie inmediatamente y golpeó la puerta. Se quedó sentado
allí, acariciando su pierna, pareciendo que lo último que quería hacer era llegar
a un automóvil frío y conducir a través de la ciudad donde vivía.

—Hemos terminado con el italiano y el inglés —murmuró.

—Mañana por la noche, es Hannaford.

Se rió entre dientes.

—No era consciente de que eso fuera un país.

—Lo es. Es pequeño, pero muy ordenado, y relativamente barato para visitar
todo el tiempo que tengas la tarjeta de Hannaford contigo.

—Después de eso… quiero llevarte a un restaurante francés. Y después, uno


griego. A uno ruso. Tenemos que ir al coreano, vietnamita, chino y japonés.
Mmm… me gusta esa sonrisa en tu rostro.

Cuando la besó rápido, murmuró:

—Y me gusta la idea de tener muchos lugares para ir contigo.

Era una panacea a la realidad que se les estaba acabando el tiempo.


capitulo 7

72
—Está allí arriba. —Ivie se inclinó hacia el tablero—. ¿Ves la colina?

Los limpiaparabrisas barrieron a la izquierda, y a través de la nieve que caía,


las luces de la casita de sus padres parecían una nave espacial bajando para un
aterrizaje, flotando sobre el ascenso cubierto de nieve.

—Ciertamente lo hago. —Silas sonrió—. Lo bueno es que tomamos el Range


Rover.

En el fondo de su mente, Ivie pensó que era extraño que estuviera saliendo con
alguien que tenía la opción de elegir entre este SUV apagado como un tanque y
un Bentley. Por otra parte, nunca habría esperado estar con alguien tan guapo
como él.

Lo cual no significaba que pensara en sí misma como poco atractiva. Pero…


maldición.

Ella solo lo hubiera puesto con un muñeco rubio con tetas de balsa salvavidas
y tacones de aguja de mil dólares.

Echó un vistazo, estudió su perfil. Esta noche, él estaba de vuelta en el abrigo


de lana de cordero negro con un suéter de cachemira rojo y esos grises
pantalones. El botón de abajo era de un blanco tan cegador, que el cuello que salía
del conjunto del cuello era suficiente para hacer que sus retinas tuvieran que
ajustarse.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo ella—. Este no es el momento para ello,


pero…

—Cualquier cosa. —Él extendió la mano y la tomó de la mano—. Soy un libro


abierto para ti.

Por un momento, perdió la pista, reflexionando sobre el bonito color en sus


mejillas y la energía con la que parecía estar burbujeando. No quería ser
arrogante, pero tenía la sensación de que era la alimentación de la noche anterior.
Sin duda, él había estado tan envuelto en las cosas que no había cuidado de sí

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mismo por un tiempo. Nada inusual.

—¿Ivie?

—Lo siento. —Se sacudió a sí misma—. ¿Tienes algún otro tipo de ropa?
Quiero decir, sé que este increíblemente guapo combo de suéteres y pantalones
está limpio cada vez que te veo. Así que debes tener múltiples de ellos. ¿Pero
alguna vez has conocido un conjunto de tonos inferiores? ¿O tal vez una
sudadera?

Él rió.

—Soy un tipo de uniforme. Estoy cómodo en este equipo, no tengo que perder
el tiempo preguntándome si algo va en conjunto o si supera la otra opción.

—¿Esmoquin? ¿Pijamas de seda?

—Duermo desnudo.

Una oleada de calor la inquietó en su asiento.

—Lo haces ahora. Y ¿cuándo pasas el día conmigo para que pueda
experimentar esto en persona?

Frunció el ceño y respiró hondo.

—Dios, me encantaría eso.


—Entonces hagamos que suceda… ¡oh, el camino de entrada está aquí! —Se
abrazó contra la consola cuando pisó los frenos—. ¡Lo siento! Debería haberte
advertido.

—No es problema. Para eso fabrican neumáticos de nieve.

El Range Rover subió la colina como un arado bien calzado, resoplando por la
pendiente, sin inmutarse por los surcos en la nieve y los parches de hielo. A
medida que ganaban un poco de altitud, Ivie se giró y miró el valle abajo. El país
de la granja estaba escasamente poblado, las casas separadas por cuartos y
mitades de kilómetros, los campos entremedias delineados por muros de piedra
y líneas de árboles que habían estado en el lugar durante generaciones.

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—Me encanta aquí —susurró—. Estoy feliz de vivir en la ciudad, pero mi
corazón es donde crece el maíz y las vacas.

—¿Alguna vez regresarás?

—Tal vez. Tengo la fantasía de que compraré un terreno, como en el próximo


valle, y estar cerca pero no demasiado cerca, si sabes a qué me refiero.

—Si te desmaterializas desde aquí o en la ciudad, no importa. Y estarías más


seguro en una casa con un sótano y un túnel subterráneo a otro refugio.

—Suenas como mi padre.

—Admiro el sonido del macho ya.

Se detuvieron en la parte delantera del rancho, y a través de las ventanas, la


gente dando vueltas y riendo, comiendo y bebiendo todo lo que amaba de su
familia.

—¿Entramos? —dijo.

—¿Estás listo para esto?

Él se inclinó y la tiró para un beso.

—Y dispuesto. Pero esa segunda parte puede venir más tarde esta noche.

Ivie sonrió contra su boca.


—Nos vamos justo después del postre.

—No tomes esto por el camino equivocado, me refiero absolutamente a la falta


de respeto a tu familia…

—Estoy contando los minutos también.

Después de otro beso rápido, ambos abrieron sus puertas, y dada la manera
en la que Silas se apresuró a ofrecerle su brazo, sabía que él preferiría que
esperara y lo dejara ser un caballero. Sin embargo, no parecía molesto.

No había una pasarela formal, solo un sendero aplastado en la nieve que


conducía a los escalones de bloques de cemento. La puerta era de aluminio para
que pareciera madera, tenía el revestimiento gris y blanco y los postigos rojos. El

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techo era de asfalto no pizarra, y no había chimeneas.

En el instante en que lideró el camino, una ráfaga de aire caliente y


conversación irrumpió en la noche invernal.

—¡Ivie!

—Hola, chica…

—Llegas tarde, ¿por qué condujiste?

Todos los saludos se detuvieron cuando ella entró… y Silas la siguió.

En la sala de estar poco profunda, sus quince parientes más cercanos y


queridos se congelaron en mitad de la bebida, a mitad de comer, a mitad del
saludo, a mitad de la queja, todos paralizados por el hombre elegante que los
cerró cuidadosamente a todos.

Suponía que era algo así como cerrar la tapa de una Coca Cola light de dos
litros. Después de introducir Mentos.

—En realidad, soy vendedor de aspiradoras. —Silas puso una mano en su


hombro—. Pero no se preocupen, mi querida Ivie me hizo jurar que no
comenzaría a predicar sobre la succión, las bolas rodantes o los accesorios de la
varilla. ¿No es así, cariño? Y, evidentemente, el debate de la bolsa contra el bote
está fuera de límite. Ella es bastante estricta con esas cosas.
Hubo un latido de corazón de silencio. Y luego su familia comenzó a reír.

—Todos —dijo ella con una sonrisa—, este es Silas. Silas… te presento a todos.

Silas conoció a su madre, sus dos abuelas, dos tías, un tío por parte de padre,
y el montón de sobrinas, sobrinos, sobrinietos y nietas, y primos uno por uno. Y
con cada presentación, miraba a su familiar a los ojos, le dio la mano, aceptó
abrazos, sonrió, bromeó, habló en serio cuando era necesario, y era absoluta y
jodidamente perfecto.

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¿La mejor parte? Su sinceridad fue un ganador en todos los ámbitos. Parecía
honestamente interesado en el dedo gordo de granhmen, luego en el diente malo
de su tío, el clima frío, la decepción sobre que los Patriots habían perdido en los
playoffs, más sobre el clima, el gobierno humano, el equipo Syracuse de
baloncesto masculino que perdió la estrategia defensiva contra Louisville, de
nuevo el clima, cómo tejer una alfombra, por qué los pájaros volaban hacia el sur
tarde este año (Calentamiento Global, todos iban a morir), y finalmente, cómo era
la mejor manera de preparar albóndigas suecas en gelatina de uva en una olla de
barro.

—No estoy familiarizado con esa manera de cocinar —le dijo a su tía—. ¿Es
loza de barro cocido? ¿Pero cómo lo enchufas?

La tía de Ivie se agarró a su antebrazo como si estuviera a punto de


desmayarse.

—Nunca antes había visto una olla de cocción lenta.

—De hecho, no. Sin embargo, creo que este es conocimiento que estoy
sufriendo por la falta de…

—¡Sabía que te gustaba! ¡Lo sabía! ¡Lo sabía!

De la nada, Rubes se lanzó a Silas, la pelirroja habiendo aparentemente venido


del frío.

—¡Lo sabía! ¡Siempre tengo razón sobre estas cosas!


Mientras luchaba por mantenerse en pie, Rubes ya lo estaba alejando.

—¡Y ahora estás aquí! —Miró a Ivie—. ¡Él está aquí! ¡Con nosotros!

Ivie abrazó a la mujer, en parte porque estaba sinceramente tocada por el


entusiasmo, y en parte porque, querido Dios, a su prima iba a darle un
aneurisma.

—Silas, recuerdas…

Rubes puso sus manos en sus caderas.

—¿Puedo decirte cuánto me gusta tu nombre, Silas? Quiero decir, Dios mío,
ese es el nombre más perfecto que nunca he…

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Cuando Rubes se calló a mitad de la frase, Ivie tuvo una sensación de lo que
estaba pasando. Y efectivamente, su padre estaba saliendo de la cocina, una
mirada ceñuda en su rostro, un cuchillo de trinchar en la mano.

—Papá —dijo Ivie, mientras intentaba no levantar las palmas para proteger su
cita—. Este es Silas. Te hablé sobre él, ¿recuerdas? Te dije que vendría conmigo.

Silas fue a darse la vuelta, y fue bastante claro el segundo que recibió una carga
del macho, porque casi, pero no completamente, ocultó su retroceso. Por otra
parte, había muchas cosas asombrosas sobre sus estallidos.

Hirah tenía más de uno noventa y ocho, cabello castaño largo, barba como un
leñador, y tatuajes en ambos brazos que eran directamente de los Hijos de
Anarquía. Naturalmente, llevaba una camiseta de tirantes, y era posible que
hubiera pensado que había hecho eso a propósito solo para disparar sus armas a
la cita de su hija, pero no. Vestía las cosas sin importar el momento de la noche o
la temporada o la ocasión. Los vaqueros caían de sus caderas, una cadena de
acero pesada de la billetera se balanceaba mientras caminaba, la hebilla de su
cinturón con la forma de la cabeza de un ciervo.

Cuando su padre se detuvo frente a Silas, el otro hombre inmediatamente


extendió su mano. En el idioma antiguo, dijo:

—Señor, soy Montasilas, hijo de Mordachy el joven. Me siento honrado de ser


bienvenido en su casa.
Los ojos duros de Hirah subieron y bajaron.

—Me gustaría sacudirla. Pero tengo un cuchillo en mi mano.

Sí, olvida que la otra está libre, pensó Ivie. Oye, ¿qué tal si llevamos un poco más de
atención a esa hoja de veinticinco centímetros en tu puño? Hay al menos dos personas en
Caldwell que no se han dado cuenta.

—Y en cuanto a la parte de bienvenida, ya lo veremos. —Hirah señaló hacia la


cocina con la punta del cuchillo—. Ustedes dos vienen a hablar conmigo mientras
yo corto las cosas.

Oh, genial. Ivie miró a su mahmen en busca de ayuda, pero no. La hembra se
había sentado en el sofá como si hubiera hecho todo lo posible para descarrilar

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esta colisión, pero se resignó al fracaso.

Cuando Ivie y Silas se dirigieron a las puertas batientes que parcialmente


ocultaban la cocina, hubo un montón de murmullos en la galería de la moneda
del ADN.

—Al menos habrá testigos —murmuró para sí misma.

En el lado opuesto de esas puertas batientes de salón, ollas a fuego lento en la


estufa y platos calientes en los mostradores y un banjo de ollas cociendo a fuego
lento estaban en la mesa donde se montó el buffet.

—Entonces —dijo Hirah mientras ponía una pila de zanahorias crudas en la


tabla de cortar del fregadero—. Estás saliendo con mi hija.

¡Crujido! Pasó la cuchilla a través de las raíces de los vegetales indefensos. Y sí,
ese brazo se hinchó como si fuera a explotar por la fuerza que puso en la
rebanada.

Silas se aclaró la garganta.

—Sí, señor. Lo hago.

—Uh-huh. —¡Crujido!—. Y has estado en su apartamento, ¿verdad?

—Sí, señor, lo he hecho.

—Oh, tienes, tienes que…


Ivie levantó las manos.

—¡Papá! Vamos, esto es…

—Y realmente no me importa.

¿Disculpa?, pensó Ivie.

Antes de que pudiera decir algo, la cabeza de Hirah se movió como algo en
una película de Chucky.

—¿Realmente no te importa su apartamento? —Hizo un gesto con ese


cuchillo—. Ella paga ese lugar, ya sabes. No de un fondo fiduciario. Trabaja duro
haciendo un buen trabajo honesto para ganar su dinero…

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—Está biiiennn —dijo Ivie, interponiéndose entre ellos—, vamos a bajar esto
unos cientos de grados…

—Me preocupo por ella durante el día. —Silas negó con la cabeza—. Quiero
decir, todos esos humanos a su alrededor haciendo cosas tontas. ¿Qué pasa si hay
un incendio? ¿Qué si alguien intenta entrar? Ella está indefensa. No hay a dónde
ir. Ni escotilla de escape. Nadie a su alrededor para ayudarla. No digo que no
pueda cuidarse de sí misma. Si he aprendido algo sobre tu hija en el corto tiempo
que la conozco, es que es autosuficiente, inteligente y capaz. Solo pienso que la
independencia está bien, pero estaría mejor aquí. —Se giró hacia ella—. Tal como
dijiste en el coche. En la próxima colina. Con un lugar propio, pero lo
suficientemente cerca para que tu familia pueda estar allí, preferiblemente a
través de un túnel subterráneo.

Hirah parpadeó. Y luego también giró hacia ella.

—¿Cuantas veces te he dicho esto? Puedo hacer un túnel yo mismo, ¿sabes?

—Él tiene una posición muy válida, Ivie. —Silas asintió—. Nadie quiere
dejarte sin tu independencia, estoy seguro.

—Diablos no —intervino su padre—. Además, puedes desmaterializarte a la


clínica desde aquí.

—El cual fue mi punto. —Asintió Silas—. Y sé que vas a insistir en pagarlo tú
misma…
—Siempre con lo que consigo, puedo cuidarme sola —murmuró su padre.

—Pero, Ivie —imploró Silas—, si tu padre puede hacer el trabajo, será menos
costoso. Esta es una muy buena idea, y dijiste que aquí es donde tu corazón está.

—¿Ella dijo eso? —exigió Hirah—. Ivie, pensé que eras todo sobre la ciudad.

—Y la familia es crucial, Ivie. Nadie cuidará de ti tanto como tus padres y tu


sangre.

Hirah miró a Silas. Volvió a mirar a Ivie.

—Sí. Lo que dijo.

Levantando una mano hacia su cabeza golpeando de repente, gimió.

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—¿Podemos volver a cuando querías matarlo, papá? En realidad, estaba
disfrutando ese horror mucho más que esta conspiración de testosterona que
ustedes dos están sacando.
capitulo 8

81
—¿Cuándo lo traerás de vuelta?

Hacia el final de la noche, Ivie se rió mientras se sentaba con su mahmen en el


viejo sofá de la esquina.

—Puede que no sea capaz de lograr que se vaya.

Al otro lado de la sala de estar, Silas estaba sentado en una silla plegable de
plástico junto a su padre, su tío y su tía mayor… que era el tiburón de la familia.
Los cuatro jugaban al gin rummy, todos encorvados sobre una mesa
desvencijada, las cartas volando rápido, el abuso verbal y de superioridad igual
de rápido. Habían estado así durante la última hora... y francamente, ¿si alguien
hubiera intentado decirle a Ivie que esta sería la conclusión de la velada?

Habría supuesto que era el montaje para una mala broma.

Un aristócrata entra a una casa prefabricada con la hija de un motociclista, y el


cantinero lo mira y dice: “¿Cómo te gustaría que te castraran con un cuchillo de
trinchar?”.

O algo por el estilo.


Excepto que Silas no simplemente encajaba; él se convertiría en uno de ellos.
A pesar de su acento altivo y su ropa cara, se reía, sonreía y guiñaba un ojo,
encandilando a las hembras y enfrentando a los machos cara a cara.

Rubes se acercó y se apretujó al lado de Ivie.

—Él es el Príncipe Encantador. Eso es lo que es. Y no podría haberle sucedido


a una hembra mejor.

Todo lo que el Ivie pudo hacer fue sacudir la cabeza con tristeza.

—Sin embargo, no va a haber un final feliz para siempre.

—¿Por qué no? —dijo su mahmen—. Él te adora.

82
Rubes asintió.

—No puede apartar la vista de ti.

—Volverá con su gente en al Antiguo País.

Mientras todo tipos de ¡No! Eso no puede ser borboteaba a su alrededor, Ivie se
encogió de hombros.

—Es lo que va a hacer.

Suponía que él estaba demostrando con acciones y no sólo con palabras


cuando acontecía esa cosa de la-familia-que-más-amas.

Su mahmen tomó la mano de Ivie.

—Bueno, lamento que se vaya. Pero la parte egoísta de mí se siente aliviada de


que no te vayas con él.

Ivie negó con la cabeza.

—No nos conocemos lo suficiente para ese tipo de cosas. Y también somos lo
suficientemente inteligentes como para darnos cuenta de que la larga distancia
de esas proporciones simplemente no es práctico. Es difícil, sin embargo. Y loco.
Como, ¿cómo podría alguien que solo has conocido por un corto tiempo
significar tanto?
—El amor es así —dijo Rubes—. Has pensado que estaba loca por años sobre
esto y ahora mira… ¡ja! Tenía razón todo el tiempo.

—Sigo pensando que estás loca. —Ivie le dio un rápido abrazo a la hembra—.
Pero eso es lo que adoro de ti.

Rubes le devolvió el abrazo.

—Sabía que había un centro de caramelo suave en ti, simplemente lo sabía.

—Oh, Ivie, la hora. —Su madre tocó el Seiko que llevaba en la muñeca—.
Mejor regresa ahora. Son casi las cinco.

—Mierda. Es tarde.

83
Ivie se levantó, y en el momento en que lo hizo, los ojos de Silas se dirigieron
hacia ella y sonrió. Cuando ella asintió por encima del hombro hacia la puerta, él
inclinó su cabeza y dobló sus cartas.

Las despedidas fueron largas y vociferantes y Silas se tomó su tiempo con estos
extraños que parecían haberse hecho amigos. Y entonces Hirah los estaba
guiando hacia la noche nevada.

—Llámame cuando llegues a casa —dijo el macho gigante bruscamente


mientras tiraba de Ivie para darle un fuerte abrazo.

Mientras le devolvía el abrazo, se conectó instantáneamente a todas las veces


que su padre había estado allí para ella. Todos los golpes y magulladuras cuando
era niña, las preocupaciones sobre su transición, las inseguridades de una joven
adulta, la escapada de independencia que todavía estaba haciendo. Él no era un
tipo fácil, seguro. Hirah era duro y era impetuoso, y en el fondo de su mente, a
veces había estado preocupada de que en realidad matara a alguien que se
metiera con ella en lugar de simplemente expresar esa exageración como lo
hacían otros padres.

Pero nunca había vacilado en su amor por ella. Él era la montaña y el lecho de
roca que le daba la confianza para volar.

—Te llamaré, lo prometo —dijo—. Tan pronto como entre en mi apartamento,


y no, él no se queda por el día. Lo sé, lo sé.
Por supuesto, no iba a mencionar las cosas que habían hecho justo antes de que
amaneciera. No hay razón para presionar el acuerdo entre Papá y el Novio. Su
padre, a pesar de su ambiente de iconoclastas y moteros, era en su corazón un
tradicional de la vieja escuela que no engañaba a su shellan, trataba a las hembras
con respeto y creía que su hija era demasiado valiosa como para irse a la cama
con cualquiera.

Dando un paso atrás, le dio a Silas la oportunidad de presentar sus respetos.


Lo cual hizo.

Extendiendo la palma de su mano, dijo:

—Esta vez no tienes un cuchillo en la mano.

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Hirah dejó escapar un gruñido, y luego agarró a Silas y tiró de él para darle
una palmada en la espalda que fue muy fuerte, su padre parecía que estaba
tratando de hacer eructar a un bebé de piedra. Pero Silas lo tomó y lo devolvió a
su vez. Entonces los dos machos se liberaron.

—La lastimas, te mataré. —Hirah se inclinó—. Y no me refiero a eso de una


manera amenazante. Lo llevaré a cabo, y será lento y doloroso...

Bingo.

—¡Papá! Venga…

Hirah se encogió de hombros.

—Solo haciéndole saber dónde está parado. Si juegas con mi hija, te haré daño
y no te alejarás caminando. Muy simple.

—Me sentiría igual si tuviera una hija —dijo Silas en voz baja.

—¡Ves! Mi hombre. —Hirah lo agarró del hombro—. Me gusta este.

Ivie tosió el dolor en su pecho lejos.

—Te quiero, papá.

—Te amo más.


Silas la ayudó a sentarse en el Range Rover, levantó una mano hacia Hirah, y
luego bajaron la colina.

Girando en su asiento, echó una última mirada a su padre con la complexión


de un roble, parado en el frío con nada más que una camiseta, sus bíceps
abultados y pies plantados como algo salido del Universo Marvel.

—Tanto amor en esa casa —dijo Silas—. Lo convierte en un palacio, lo hace.

—Los amo mucho.

—La sensación ha sido ampliamente recíproca. —Él tomó su mano y la


sostuvo—. Diré, sin embargo...

85
Ella giró hacia atrás.

—¿Qué? ¿No te gustó que mi padre te acosara?

—Tu tía. Con las cartas. Creo que ella hace trampa.

—Oh, Dios, lo sé, ¿verdad?

Hablaron durante toda la noche mientras bajaban por la pendiente y salían a


la carretera principal. Mientras pasaban por campos nevados y árboles
esqueléticos, reflexionó sobre cómo había pasado mucho tiempo desde que había
hecho esto con otra persona, esta negociación de recuerdos y opiniones sobre una
noche que habían compartido.

Habían superado la siguiente subida y descendían por el lado opuesto cuando


el Range Rover comenzaba a disminuir su velocidad.

Y luego paró.

—¿Pasa algo? —dijo, mirando el tablero y luego por las ventanas.

Silas se volvió hacia ella y le dijo con voz gutural:

—No hay mucho tiempo antes del amanecer.

—¿Esto se ha roto?

—¿Qué dirías si te sugiriera que te desmaterializaras a tu hogar?


Echó un vistazo al reloj. Las despedidas habían tomado al menos veinte
minutos y eso significaba que tenían quizás solo cuarenta minutos antes de que
tuvieran que empezar a preocuparse por la llegada del amanecer. Su
departamento todavía estaba a veinticuatro kilómetros de distancia, pero tenían
tiempo.

—Creo que lo lograremos. —Y en su corazón, como que quería que él se


quedara con ella—. Quiero decir…

—Pero si no tengo que dejarte, tenemos diez minutos adicionales juntos.

—Oh, está bien, claro. Ah... puedo desmaterializarme, seguro. —Ella buscó su
bolso—. Entonces mañana…

86
Él fue por ella tan rápido que no registró la embestida. Un minuto estaba
sentado en el lado del conductor detrás del volante, al siguiente estaba casi
arrastrándola fuera de su asiento y sobre su regazo.

Bueno, esto era algo con lo que ella podría ayudarlo.

Mientras lo besaba, se desabrochó el cinturón de seguridad mientras él se


recostaba, y luego ella se sentó a horcajadas sobre él, con los muslos bien
separados, cosas clavándose en ella, especialmente en su centro. Cuando sus
palmas se dispararon debajo de su camiseta y capturaron sus pechos, apartando
su sostén del camino, ella gimió en su boca.

—Te deseo —dijo—. Oh, Dios…

—Pantalones, necesito ayuda con tus pantalones.

Y fue entonces cuando asumió todas las posiciones de yoga en el libro,


retorciéndose en extraños ángulos para poder quitarse los pantalones negros. Fue
un espectáculo feo, seguro. Y tuvo que comenzar a reír cuando su pantorrilla se
acalambró y se contorsionó involuntariamente, su cabeza volteando hacia atrás
y golpeando la ventana.

—¿Estás bien? —preguntó él.

—Tengo un calambre… aquí, déjame solo…

—¿Puedo ayudar con…?


Su zapato se soltó y rebotó en algún lado, y luego su sujetador se soltó, y ella
le dio un codazo en la cara.

—Esto siempre va mejor en las películas —dijo entre risas.

Se rieron tan fuerte, que necesitó recuperarse con algunas respiraciones


profundas cuando la mayoría de los chistes tontos habían pasado. Pero consiguió
liberar una pierna del pantalón, y al segundo que la mano de Silas rozó su núcleo,
las cosas se pusieron serias rápidamente.

Acariciándola, bajó los párpados y gruñó:

—Dame tu boca, hembra.

87
La atrajo hacia él por la nuca y luego sintió algo entre sus piernas que era
caliente y romo.

Ivie se sentó en su excitación, y ambos gimieron y se sacudieron. Controlando


el ritmo, hizo rodar sus caderas y usó sus rodillas para subir y bajar, el placer tan
agudo, no podía decidir si cerrar los ojos para poder concentrarse más o
mantenerlos abiertos para nunca olvidar dónde estaban y lo que estaban
haciendo

Su liberación fue abrumadora y él estuvo allí con ella, a pesar de que estaban
esforzándose en el espacio confinado, y sus ropas estaban enredadas, y oh,
mierda, el asiento estaba muuuy en el camino, y también la consola… ¿qué bueno
era que nada de eso importara?

El sexo fue increíble, íntimo y emocionante, divertido y conmovedor.

Y cuando todo terminó, se hundieron juntos, y ella puso su cabeza en su cuello


mientras él le acariciaba la espalda con sus palmas.

—Ahora eso —murmuró—, fue un buen uso del tiempo.

Silas se rió entre dientes, su pecho vibró debajo de ella.

—Tengo momentos de verdadera inspiración, y ciertamente fue uno de ellos.

Retrocediendo, ella lo miró a los ojos.


Mientras él la miraba de regreso, ella casi lo dijo. Pero al final, mantuvo el Te
amo para ella.

—¿Te veré mañana? —susurró mientras alisaba su espeso y oscuro cabello


hacia atrás.

—Estoy contando los minutos.

—¿A dónde vamos? ¿Grecia? ¿O algún lugar de Asia?

—Espera en la puerta de tu edificio a las seis y averígualo.

—Mmmm, no puedo esperar. —Le rozó la boca—. Y tal vez…

—Sí —dijo en voz baja—. Me quedaré toda la noche…

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—Rayos.

—¿Qué?

—Hace una semana, acepté tomar un turno extra por una amiga—.
Maldición—. Así que tengo que trabajar mañana por la noche, aunque
normalmente estaría libre.

—Está bien. Iremos a cenar y volveré al final de la tarde. Ya estoy hambriento


por ti y todavía estoy dentro de ti.

Ivie se rió profundamente en su garganta.

—Dices las cosas más dulces, lo juro.

—Será mejor que vayas.

—Lo sé.

Se quedó un momento más, su cuerpo reacio a desmontar de él. Y cuando una


ola de tristeza se apoderó de ella, trató de decirse que era demasiado pronto para
lamentarse.

Estúpido, también.

Dado que ella tenía el resto de su vida para extrañarlo.


capitulo 9

89
Y entonces él la dejó plantada.

La noche siguiente, Ivie seguía esperando en la puerta de su edificio de


apartamentos a las seis y treinta y siete. Tenía el teléfono en la mano sin mensajes
de texto ni llamadas, y no había ningún automóvil que se acercara, ni Silas.

Él había llegado a casa a salvo. Ella lo sabía. La llamó tan pronto como entró
por la puerta, y hablaron hasta que ella se quedó dormida, con el celular en la
oreja como si fuera una almohada. Al anochecer, se había despertado
emocionada y lista para verlo, y se había arreglado un poco, y corrió hacia abajo.

Donde las cosas se estancaron

—Discúlpame.

Ivie se hizo a un lado para que el humano que se estaba yendo pudiera salir
por la puerta del vestíbulo. Y luego, un minuto después, estaba relajándose
contra la pared de los buzones cuando entraron un hombre y una mujer.

Ella miró su reloj. Y luego su teléfono.

—Bien, suficiente con esto.


Aunque incluso con la resolución, se demoró un poco más, mirando fijamente
la escasa alfombra de nieve y los rastros disueltos dejados por esa pareja.

Eran poco más de las siete menos cuarto cuando dio media vuelta y volvió a
subir las escaleras hasta su casa. Al entrar, se dirigió al sofá y se sentó, poniendo
su bolso en la mesa de café.

Miró la pantalla oscura de su teléfono mientras los humanos sobre ella se


movían, el techo crujía silenciosamente. Alguien estaba haciendo un curry en el
pasillo. Otra persona estaba cocinando algo con albahaca y cebollas.

La mezcla de olores le hizo pensar en los planes que habían tenido.

Algo tenía que estar mal.

90
Llamando a una pantalla de texto, hizo un par de intentos y se conformó con
un rápido Espero que todo esté bien… no te preocupes por la cena. Me voy a
trabajar para cubrir ese turno extra. Tal vez nos pongamos al día al final de la
noche.

Y luego esperó.

Cuando no le respondió nada, frunció el ceño y volvió a reproducir la


despedida de la noche anterior. No había pasado nada, nada que sugiriera que la
plantaría… a menos que fuera un actor ganador de un Oscar, y ciertamente no
parecía falso de ninguna manera. Entonces, ¿qué demonios estaba pasando?

Encendió la pantalla de su teléfono. Ninguna notificación.

Cinco minutos más tarde, ingresó su contraseña y verificó todo internamente.


Nada. No se perdió llamadas telefónicas o mensajes… síp, nada había pasado
durante los nanosegundos cuando había estado parpadeando.

Cuanto más miraba esa pequeña pantalla, más se daba cuenta... que realmente
no sabía mucho sobre Silas. Nunca había estado en su casa. Nunca había
conocido a su familia o amigos. Solo tenía una vaga idea de lo que él hacía. Y no
tenía medios para ponerse en contacto con él más que con su teléfono celular.
Cuando estaba con él, cuando lo miraba a los ojos, se sentía como si supiera
todo lo que necesitaba. ¿Pero frente a este agujero negro? Comenzó a
preguntarse.

Y, sin embargo, había otro lado de ella, uno más racional, que bastante
razonablemente señalaba que era un poco prematuro entrar en drama sólo
porque el chico llegaba una hora tarde y no se había registrado con ella.

Bien, pronto será dos horas tarde. Pero, aun así…

No había duda de que había una explicación razonable para esto, y en


cualquier momento el teléfono iba a sonar, y escucharía su voz, y sabría la historia
de lo que había sucedido, y volverían a la normalidad.

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—Bueno. Bien. Hora de ir a trabajar.

Palmeando su mano libre en su muslo, se puso de pie, agarró su bolso, y se


dirigió hacia la puerta una vez más. La buena noticia de tener que ir a la clínica
era que no había forma de que pudiera sentarse durante horas mirando su
teléfono mientras sus emociones canibalizaban su razonamiento superior.

Silas estaría en contacto. No había forma de que no lo hiciera.

Nada.

Cuando el segundo descanso de Ivie llegó a su fin, su teléfono seguía siendo


un páramo sin comentarios, sin llamadas, y estaba tan nerviosa como un adicto
sin su dosis. Y eso era realmente alarmante.

Sentada sola en la sala de descanso, sin nada más que el zumbido de la nevera
del personal y el susurro de las luces fluorescentes en el techo para hacerle
compañía, echaba de menos a Rubes. Bueno, como que echamos de menos a la
hembra. Con su prima habiendo pasado a la sección VIP, resultó que las dos no
estaban en el mismo horario de descanso, y una cosa sobre Rubes era que ella era
una distracción alegre. Habiendo dicho eso, sin embargo, era probable que su
prima estuviera parloteando sobre el amor verdadero y el romance y cómo todo
esto iba a funcionar.

Así que sí, era difícil saber si era mejor estar a solas con su cabeza o en
compañía del tipo de optimismo que Ivie ciertamente no sentía en este momento.

Probablemente lo mejor era ella sola. Su estado de ánimo estaba empeorando,


y la enfermera clínica en ella no estaba ayudando al proporcionar un comentario
sobre el repentino desequilibrio de dopamina y serotonina que ocurre en el
cerebro de los vampiros cuando el placer es reemplazado por el estrés y el dolor.
Por ejemplo, ¿esa sensación de dolor detrás del esternón? Había una razón
fisiológica real para eso. Los románticos, como Rubes, le ponían un nombre al
dolor, pero la “angustia” en realidad no era más que una combinación de

92
hormonas del estrés, variantes de la presión arterial y tensión muscular
inconsciente. Y al igual que el resfriado o la gripe, eventualmente pasaría.

Lástima que no pudieras tomar Mucinex para ello…

La puerta de la sala del personal se abrió de golpe y un colega suyo se inclinó


dentro.

—Ivie, tu paciente en la ocho está teniendo un paro cardíaco de nuevo.

Ivie se levantó de un salto y tiró el sándwich que no había comido en la basura.

—Maldita sea, pensé que finalmente se había estabilizado...

El resto del turno lo pasó lidiando con una muerte que todos en la familia y en
el personal sabían que iba a ocurrir. El paciente tenía más de seiscientos años, lo
que para un plebeyo que había vivido una vida difícil se consideraba edad
avanzada, y sin embargo, cuando su corazón se detuvo por cuarta y la que resultó
ser la última vez, sin embargo había sido una sorpresa.

Pero esa era la naturaleza de la muerte, Ivie había venido a aprender. No


importa cuándo sucedía o cómo se esperaba, siempre había un impacto en la
pérdida.

Y debido a eso, tuvo especial cuidado con la familia, tomándolos de la mano y


dejándoles hacer todas las preguntas que necesitaban. Al final, sin embargo, no
hubo respuesta que pudiera ofrecer que les diera el alivio que estaban buscando.
Solo el tiempo podría sacarlos del difícil camino del dolor, el proceso de duelo
era lo único que curaría la herida de la pérdida.

Cuando finalmente salieron de la instalación, todavía le quedaban treinta


minutos de turno, pero su supervisor la sorprendió cuando salía de la sala de
asesoramiento familiar y le dijo que se fuera temprano. Por un momento, Ivie
estuvo tentada de terminar las cosas, pero estaba dispersa por muchas razones,
y probablemente era mejor irse a casa.

Al entrar en la sala de descanso, respiró hondo y se dirigió al banco de


casilleros. Tan pronto como abrió el suyo, fue a buscar su teléfono, porque era
patética de esa manera, y no le sorprendió que no hubiera nada esperándola en
él.

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Necesitaba un plan. Eso era lo que necesitaba. Una progresión concreta, paso-
a-paso, de-A-a-B-a-C que la llevara de aquí a su hogar a su ducha, a la Última
Comida frente a la televisión, a lo que sin duda sería un sueño inquieto. Podría
no ser capaz de controlar a Silas y dónde estaba y qué estaba haciendo, pero podía
microgestionar sus propios momentos.

Redirigiendo la angustia a una serie de tareas.

Técnica de distracción clásica. Mejor que beber, porque no venía con resaca, o
el fantasma de llamar a Silas y hacer una idiota de sí misma. También era un
juego de apuestas, comer en exceso y muchas otras cosas con las que las personas
se automedicaban.

—Ducha primero —dijo—. Y entonces…

La puerta se abrió, e Ivie notó vagamente que alguien entraba, pero no apartó
la vista de su abrigo y bolso…

—Ivie.

Ante el sonido de la voz de Rubes, se giró.

—Oh, hola, prima…


Ivie se detuvo. Todo sobre la otra hembra estaba apagado. Rubes no sonreía,
por ejemplo. ¿Más impactante? Sus ojos se veían viejos, absolutamente viejos.
Que era la antítesis de ella. Y luego estaba su voz. Baja, sombría.

—¿Qué pasa? —preguntó Ivie—. ¿Qué puedo hacer para ayudar?

—Necesito que vengas conmigo.

—¿Es un paciente? —Cerró su casillero, lista para lo que fuera necesario—.


Todo lo que necesites, cuenta conmigo.

Rubes bajó la mirada.

—Solo ven conmigo.

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Ivie frunció el ceño y siguió a su prima fuera de la sala de descanso. La clínica
era un laberinto de corredores y niveles, gente moviéndose constantemente,
empujando carritos de medicina y suministros o equipos, transportando
pacientes, dirigiendo a familiares y visitantes. En la superficie, no había nada
inusual para Ivie y Rubes caminar juntas. Debajo, sin embargo, la cabeza de Ivie
corría en un millón de direcciones clínicas diferentes.

No podría ser una emergencia en la unidad VIP. Había toneladas de personal


a mano para eso.

No podría ser un miembro de su familia admitido. La madre de Ivie era la


oficina de información de las noticias de su línea de sangre, y Dios no lo quiera
si fuera su mahmen. El padre de Ivie habría aparecido, no su prima.

Además, hola, ninguno de su familia sería admitido con la gente rica.

Tal vez no era un tema VIP… nop, ahora estaban ingresando a la unidad,
pasando a través de las puertas de caoba que estaban marcadas con el sello
familiar de la línea de sangre de Havers.

Al igual que con los hoteles de lujo, había un frente y un lado posterior del
distrito de alquileres altos, el último consistía en una serie de salas ocultas y
utilitarias que eran conductos para acceder rápidamente a las salas de
tratamiento formal y quirófanos más lujosas. Una vez dentro, Rubes las conectó
con el corredor principal del personal, usando su tarjeta de pase para desbloquear
la puerta de acero para que pudieran apurarse por el corredor desierto con sus
pisos de linóleo y luces fluorescentes de techo.

Una forma de saber que se encontraba en el área VIP era que el aroma de las
flores recién cortadas se superponía al olor antiséptico de los agentes de limpieza
utilizados. Y mientras Ivie corría detrás de su prima, respiraba profundamente.

—Rubes, ¿quieres darme una breve información sobre esto? ¿Entonces sé en


lo que me estoy metiendo?

A medida que avanzaban, comenzaron a pasar por una larga serie de puertas
que se abrían a ambos lados del pasillo. Estas eran las formas de regresar a las
habitaciones de los pacientes, la entrada/salida discreta proporcionada para que

95
los medicamentos pudieran ser entregados o los alimentos traídos sin
perturbación indebida para el resto de la sala.

Mientras seguían, Ivie asintió al resto del personal con el que se encontraban.
Rubes, por otro lado, simplemente mantuvo su cabeza baja, que tampoco era
como ella.

Estaban bastante lejos cuando la hembra disminuyó la velocidad y luego se


detuvo. Mirando a derecha e izquierda, esperó mientras un ayudante empujaba
un carrito de lavandería.

Ella no dijo nada hasta que él estuvo fuera del alcance del oído.

—Mira, podría perder mi trabajo por esto —dijo en un tono extraño—. Pero
no sé qué más hacer.

Ivie puso una mano sobre el hombro de su prima.

—Escucha, sea lo que sea, tú y yo nos ocuparemos de eso, ¿de acuerdo? No te


preocupes, Rubes. Podemos manejar esto.

Rubes golpeó suavemente, y cuando una voz amortiguada respondió, pasó a


empujones. Cuando Ivie entró detrás de su prima, tiró de su uniforme y alisó sus
credenciales de plástico mientras colgaban de un cordón de su solapa. Estos
pacientes podrían ser difíciles de manejar, su sentido del derecho permitiéndoles
canalizar una ansiedad razonable hacia demandas irracionales y críticas al
personal.
Y no quería complicar el problema de su prima al...

El cuerpo de Ivie lo captó antes que su cabeza, sus pies se detuvieron, su


aliento se detuvo, su corazón saltó. Sin embargo, su mente se quedó muy atrás,
sus pensamientos entraron en un caos confuso incluso cuando sus sentidos la
conectaron con una realidad inescrutable pero innegable.

La suite era tan grandiosa como cualquier cosa que encontraras en el Four
Seasons, la cama del hospital con sábanas de satén y un edredón con monograma,
la cómoda una antigüedad, el equipo de monitoreo oculto por una pantalla de
seda con una escena de cortesana francesa. El baño de mármol estaba a un lado,
y había una sala de estar formal en el frente, con una decoración y pertrechos
dignos de una finca de Vanderbilt.

96
Pero ninguno de los lujos fueron registrados.

El paciente estaba al otro lado del camino, poniéndose una camisa.

—Tengo que estar en un lugar en veinte minutos. Entonces sí, me voy...

Eso fue cuando él se detuvo.

Y lentamente se dio vuelta.

Silas se congeló cuando sus ojos se encontraron. Y Ivie fue la primera en


romper la conexión, porque su mirada recorrió su torso. La brecha entre las dos
mitades de ese botón le mostró el tubo de alimentación que había sido
implantado quirúrgicamente a un lado, así como la abertura por su pecho y el
drenaje a la izquierda.

También había cicatrices, evidencias de cirugías que deberían haber sido bien
curadas, pero persistían.

Porque claramente él estaba muy, muy enfermo.

—Rubes —dijo él ásperamente—, no es justo.

—No estás lo suficientemente bien como para irte y lo sabes. Hice lo que tenía
que hacer.
Ivie se tapó la boca con la palma de la mano. No quería que se mostrara la
sorpresa. Demasiado tarde para eso.

Y luego las cosas empeoraron.

Una hembra irrumpió en la habitación desde el frente de la suite, su paso como


el de un sargento instructor, su actitud de superioridad total.

Era una desconocida, pero Ivie la reconoció de inmediato.

Era la criada que la rechazó en esa mansión. Quien pensó que ella era
demasiado joven para ayudar a un macho moribundo para encontrar su camino
hacia el Fade.

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—Sire —dijo la hembra—, vine tan pronto como me llamaron. Uno no debe
ser precipitado. Debe quedarse aquí y recibir el...

—Déjanos —espetó Silas sin mirarla.

La hembra miró a Ivie con altivez.

—Sí, danos algo de privacidad. Este es un asunto privado…

—No ella. Tú. —Su cabeza se movió—. Tú también, Rubes. Tú también.

La criada retrocedió como si la hubiera abofeteado, y claramente no la estaban


despidiendo.

—Ahora, señor, uno debe ser razonable…

—¡FUERA! —gritó, su rostro se puso rojo, su voz retumbando—. ¡Lárgate


jodidamente de aquí en este momento o estás jodidamente despedida!

Rubes aprovechó esa oportunidad para desaparecer de la puerta del personal.


La criada no fue tan inteligente o eficiente en su salida.

La hembra pareció quedar suspendida entre la orden directa y sus


convicciones internas. Pero cuando Silas simplemente la miró como si estuviera
dispuesto a arrojarla fuera de la suite, carraspeó.

—Desearía que lo reconsiderara —dijo ella con fuerza.


—Debidamente anotado y rechazado.

Cuadrando sus hombros, no retrocedió tanto como no avanzó, si eso tenía


sentido, su majestuoso porte y sus zapatos de tacón bajo resonando como una
cadena de maldiciones dejadas a su paso.

Y entonces Ivie y Silas estaban solos.

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capitulo 0

99
—Si me disculpas —dijo Silas firmemente—, me tengo que sentar.

Su andar era rígido cuando se acercó a la cama, y se sentó con cuidado en el


colchón como si todos los huesos del cuerpo le dolieran. Con las manos
temblorosas, poco a poco abrochó cada botón de la camisa, cubriéndose a sí
mismo.

Mientras trabajaba para cerrar las dos mitades, fragmentos de recuerdos


pasaron por la mente de Ivie: Él realmente nunca comía; no se quitó toda su ropa
aquellas veces que habían estado juntos; el repentino estallido de energía que
había tenido de la alimentación; su necesidad de volver a casa al amanecer cada
noche; el hecho de que nunca se desmaterializaba, sino que conducía.

Pero todo eso era un poco difícil de rastrear.

Había un sillón cubierto de seda en el rincón cerca de una lámpara de bronce


y una pintura de Viejos Maestros de un jarrón de flores. Ivie fue al otro lado y se
sentó porque no confiaba en sus piernas.

Más de lo que parecía confiar en sí misma.

Sólo por diferentes razones.


—No es necesario decir —murmuró—, que mi próximo viaje no es al Viejo
País.

Ivie dejó caer los brazos y dejó caer la cabeza hacia atrás. No hubo lágrimas
para ella, y estaba contenta de que siempre había reaccionado a las situaciones
de alta emoción con una falta de dramatismo en contraposición a un excedente.

Se limpió la boca a pesar de que estaba como piedra seca.

—Yo, ah… —Se aclaró la garganta—. Así que, um, supongo que fui a tu casa,
¿verdad?

Lo que realmente quería saber era qué demonios estaba mal con él, pero exigir

100
esa información parecía una violación de su privacidad, sobre todo teniendo en
cuenta que ella estaba uniformada y en el trabajo.

—Lo siento —dijo Silas mientras miraba sus manos—. Fue un error de mi parte
no decir la verdad acerca de mi condición.

—Está bien.

—No, no lo está.

Bien, eso es muy cierto, pensó. Pero, ¿comparado con las ramificaciones de estar así
de enfermo?

Insistiéndole porque no había admitido que estaba…

No podía decir la palabra, incluso en su cabeza.

Y entonces algo volvió a ella.

—Mi número de teléfono. Nunca te lo di, o sí. Nunca… simplemente atendí tu


llamada. No te dije mi dirección, tampoco. ¿Cómo pude haber pasado por alto
eso?

Por otra parte, había estado alucinando porque alguien como él acabara de
presentarse en su vida. Enredada en las fantasías, había pasado por alto la
realidad frente a ella.

Suponiendo que esa teoría también cubría las otras pistas que había pasado
por alto.
Silas respiró profundamente y se estremeció en la exhalación.

—Cuando llegaste a la entrevista esa noche, yo no tenía ningún interés en una


enfermera privada. Pritchard, que es mi ama de llaves, insistía, y también los
médicos aquí. Para mí, sin embargo, se sentía como si estuviera renunciando.
Transfiriendo en cuidados paliativos demasiado pronto. —Se encogió de
hombros—. Quiero decir, esa es la etapa final, ya sabes. Alguien acercándose a la
casa todas las noches, conectar y desconectar las máquinas, manejando las
drogas, esperando el punto de no reanimación. Pasé por eso con mi padre.
Recuerdo exactamente lo que fue.

Ivie cerró los ojos. Había pensado que había ido a la mansión para ver a un

101
viejo macho.

Incorrecto.

Y, oh, Dios, su padre había muerto, ¿también? ¿Fue de la misma cosa?, se


preguntó.

Silas continuó:

—Pritchard discutió conmigo, así que decidí bajar y decirte que te fueras por
donde viniste. Ella me siguió, y tú no nos viste. Estabas viendo la pintura de mi
bisa-granhmen. Hubo algo… no puedo explicarlo. Hubo algo sobre ti. Creo que
Pritchard se dio cuenta, y lo siguiente que supe, fue que se ofreció como
voluntaria para decirte que te fueras ella misma.

—Sé que no me aprobaba. Dijo que yo era demasiado joven.

—Ella me dijo eso también. —Silas negó con la cabeza—. De todos modos, te
fuiste, pero te detuviste en la escalera de entrada para hacer una llamada
telefónica. Yo estaba en la ventana del comedor, y oí a través del cristal que te
ibas a reunir con alguien en ese bar de fumadores. Decidí ir a verte allí porque…
para ser honesto, en ese momento, no había estado fuera de la casa en dos meses
y medio. Creo que me diste una razón concreta para motivarme. Me escapé,
llegué en mi auto, y se sentía tan bien estar haciendo algo. Abrí el techo solar y
encendí la calefacción y simplemente disfruté estar libre. Cuando llegué a la
ciudad, casi seguí adelante, pero había un lugar abierto justo enfrente del bar.
Cuando se detuvo allí, se acordó del entusiasmo de Rubes esa noche.

—Nos miraste y luego te acercaste.

—Y el resto es historia. —Él frunció el ceño—. Te hubiera llamado o enviado


un mensaje de texto esta noche. Quise, pero no tenía mi teléfono conmigo cuando
me trajeron.

La parte más práctica de ella necesitaba poner un nombre a la enfermedad, un


título para esta guerra que estaba luchando.

—Tengo que preguntar. Lo siento, pero tengo que hacerlo.

—Es el letargo de Cane —dijo en el Antiguo Idioma.

102
Ivie cerró los ojos y se dejó caer. Esa era una sentencia de muerte, de acuerdo.
En vampiros, la enfermedad autoinmune, que era similar al lupus y vasculitis en
los seres humanos, afectaba todo, desde el corazón y los pulmones al estómago,
los riñones y el hígado, las defensas naturales del cuerpo en efecto declarando a
un enemigo de sí mismo. Las hembras no agarraban la enfermedad, sólo los
machos, y durante mucho tiempo, podría permanecer latente, una amenaza
durmiente desconocida para el individuo.

Qué desencadenaba el comienzo era desconocido por lo que Ivie entendía. Lo


que sí sabía era que una vez que la enfermedad se volvía activa, podría ser
crónica durante bastante tiempo, la inflamación y el deterioro se mantenían a
raya por los esteroides y otros fármacos que suprimen el sistema inmune. Pero
¿si se volvía aguda? No había vuelta atrás.

Todo lo que podías hacer era aliviar los síntomas del paciente con varias
cirugías para eliminar obstrucciones y dosis crecientes de medicamentos para el
dolor.

Con el tiempo, la función renal y hepática fallaba y el corazón se detenía por


falta de circulación.

Era una muerte espantosa.

—¿Me dejaras ver tus registros médicos? —preguntó.

—No va a hacer ningún bien.


—Tal vez. Tal vez no. Pero al menos voy a saber cuál es mi posición.

—Mira, Ivie, te debo una disculpa. No sólo por la mentira, sino por mi llegada
a tu vida en absoluto. No tenía intención de entrar en cualquier tipo de relación
con nadie. Yo sólo… —Sus ojos claros se levantaron a los de ella—. Tú me hiciste
sentir vivo. Contigo, me sentí como si tuviera un futuro, al menos durante esos
momentos que estuvimos juntos. Y no era porque eras una distracción para mí,
tampoco. Hay algo acerca de ti, Ivie. Lo reconocí al momento en que te vi.

—Quiero ver tus registros.

—No quiero ser tu paciente. —Tomó otra de esas grandes respiraciones


profundas—. Y creo que es mejor si nos limitamos a decir adiós ahora. El final va

103
a ser pronto y ya se está volviendo horri…

—No te voy a dejar.

Silas se quedó callado y quieto.

—No puedo pedirte que hagas eso.

—No lo haces —dijo ella con voz aburrida—. Y haznos un favor, corta la
actuación de mártir. No estoy en busca de ser protegida por ti, ¿de acuerdo? Soy
una adulta y puedo escoger lo que hago, con y para quién.

—Salvo que, ¿y si no quiero que me veas así? ¿Estás diciendo que no consigo
un voto? —Él levantó las manos—. Sin ofender, pero he tenido que desarrollar
una capacidad a base de estar fuera de control y lo odio, maldición. Al menos tú
puedes tener la decencia de permitirme mantener la dignidad que tengo y
recordarte, y a nosotros, como fuimos en los dos segundos que estuvimos juntos.
Eso puede que sea todo lo que tenga para atravesar lo que vendrá después.

En ese momento, una enfermera vino corriendo desde la entrada trasera.


Cuando vio a Ivie, pareció sorprendida, pero luego se concentró en Silas.

—Lo siento, pero llego tarde para su inyección de las cuatro a.m.

—Yo se la pondré. —Ivie se puso de pie—. ¿Esa es la jeringa en su mano?

La enfermera miró de ida y vuelta entre el par.


—Ah… lo siento mucho, pero…

—Me haré cargo de su cuidado.

Cuando Ivie extendió su palma y lanzó una mirada a la otra hembra, Silas
maldijo.

—No lo harás. Vas a decir adiós y vamos a recordar…

Ivie se dio la vuelta hacia él.

—Sin ofender, pero, cierra. El. Pico.

Difícil saber quién estaba más sorprendido por eso, Silas o la otra enfermera.

104
Pero Ivie no jugó, y seguro como el infierno que no se lo confiaría a ninguna otra
persona.

—Dame la jeringa, y deseo tener acceso a sus registros médicos. Que la jefa de
enfermeras me agregue.

—Lo siento —la enfermera dio evasivas—, pero no estás autorizada…

—Soy su enfermera privada. Sólo contratada. Voy a dejar mi supervisor ahora.


Me quedaré aquí con él hasta que sea hora de que nos vayamos de nuevo a su
casa.

Las cejas de la enfermera fueron tan altas, que tocaron el nacimiento de su


cabello.

—Ah, ¿señor?

Ivie lanzó una mirada por encima del hombro.

—Escucha, Silas. Estoy enamorado de ti. No me importa que nos conozcamos


desde hace diez minutos, que te estés muriendo, o que no quieres que sea tu
enfermera. Esto es lo que sé con seguridad. Uno, este es mi trabajo. Esto es lo que
hago para vivir y realmente soy malditamente buena en eso. Dos, si crees que
voy a confiar en cualquier otra persona sobre la faz de este planeta para cuidar
de ti, estás malditamente loco. Y tres, si tienes un problema con cualquiera de
estos, pues que mal. Estoy asumiendo el control, y eso es todo. Quieres
despedirme, vas a tener que sacarme cargada de aquí, y dudo que tengas la
energía para eso.

Silas parpadeó. Y luego se aclaró la garganta y miró a la enfermera.

—Ah… creo que mi, ah… ella… ¿se hará cargo de mi caso ahora?

La enfermera asintió.

—Como usted quiera, señor. —La mujer se volvió hacia Ivie—. Iré a conseguir
su permiso de inmediato y también imprimir un calendario de medicamentos.
Este es el cortisol. Realmente debería volver al goteo de morfina, pero él insistió
en eliminarlo y controlarlo él mismo.

Cuando el otro miembro del personal se escabulló, Ivie se acercó a la cama.

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Silas alzó la vista hacia ella.

—¿Acabas de decirme que me amabas?

—Sí. Lo hice. Y ahora voy a ponerme muy romántica. Inclínate hacia delante
para que pueda pegarte en el trasero.

Hubo una pausa. Y luego Silas echó la cabeza hacia atrás y soltó esa
maravillosa risa suya, la profundidad, y el sonido trajeron lágrimas a sus ojos, las
cuales se negó a considerar. Cortándolas, puso su mano en su hombro.

—Esto se le parece más —dijo con una sonrisa.

Pero la ligereza no duró.

Cuando Silas se recuperó del humor negro, se puso serio.

—Te amo, Ivie. Realmente lo hago. Y si la muerte es lo que tengo que hacer
para merecerte, todo lo que puedo decir es que, mi vida por conocerte es una
oferta que escogería siempre. Solamente… siento lo de cómo se va a acabar esto.

Puso sus brazos alrededor de su cintura y recostó su cabeza en su corazón.

Envolviendo sus brazos alrededor de él, acarició su espalda y sintió una


tristeza tan abrumadora que sus piernas casi cedieron debajo de ella.

—Va a estar bien —susurró ella.

Supuso que eso los dejaba en igualdad en cuanto a mentiras.


capitulo 01

106
Después de que Ivie disparara, ayudó a Silas a volver a ponerse sus pantalones
de pijama de seda. Entonces lo sacó de la cama, y adivinó, por lo pálido que se
puso, cuál era su nivel de dolor.

Sin embargo, rechazó la morfina.

—Te ayudará a descansar —señaló.

—Me hace ver borroso. No lo quiero. Prefiero estar incómodo.

Reconociendo que ya lo había empujado mucho más de lo que debería, asintió


y luego se dio cuenta de que no estaban solos. Sin embargo, Silas no se dio cuenta
de que su ama de llaves permanecía en el arco, especialmente no cuando cerró
los ojos y trató de respirar.

—Volveré enseguida —dijo Ivie mientras le apartaba el cabello de la frente.

—Espero tu regreso —fue la respuesta murmurada.

Caminando hacia la hembra, Ivie asintió para que salieran a la sala de estar. Y
luego se enfrentó a Pritchard que todavía se estaba vistiendo como si el gris fuera
el único color en el planeta y los trajes de pantalón fueran los únicos trajes
vendidos en tiendas minoristas.
—Acepto el trabajo —anunció Ivie—. Me acaba de contratar. Así que usted y
yo…

—Usted no es el ajuste adecuado para la posición.

—¿Por qué? ¿Porque se siente atraído por mí? Eso lo ayudará a pelear.

—No necesita la distracción.

—Oh, cierto, es mejor asegurarse de que pueda concentrarse más en lo


incómodo que está. —Ivie puso los ojos en blanco—. Sus órganos principales se
están apagando, no puede comer, apenas puede beber, ¿y usted desaprueba algo
con lo que está conectado fuera de todo ese sufrimiento?

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Cuando Pritchard arqueó una ceja, Ivie decidió que la hembra probablemente
había salido del útero con esa expresión en su cara amarga.

—He cuidado de ese macho durante casi cuatrocientos años. —El ama de
llaves se detuvo como si eso fuera una especie de anuncio para el mundo—. No
tengo la intención de apartarme a favor de una fulana al final de su vida.

Ivie bajó la barbilla y miró duramente.

—De acuerdo, para su información, la palabra “fulana” fue reemplazada por


“prostituta” en, como, los años noventa. Así que quizás quiera hacer una nota de
eso. Y en cuanto a quién está ahora junto a su cama, esto no es ninguna
competencia entre usted y yo. Esto es sobre él. No tiene que respetarme o
gustarle, pero va a aprender a tolerar mi presencia con gracia delante de él o la
haré expulsar de su habitación.

Yyyyyyyy ahora ambas cejas estaban arriba.

—Les pido perdón —tartamudeó la mujer.

Ivie sacó la palma de su mano.

—No se trata de ser territorial por mí. Esto es sobre asegurarse que Silas no
desperdicie su energía en cosas que no pertenecen a su salud y su bienestar. No
tengo problemas si Santa Claus quiere verlo o estar con él, pero lo que no quiero
defender es el drama. Siempre y cuando usted y yo tengamos claro esto, nos
llevaremos bien. De lo contrario, puede golpear un saco de arena. Lo cual es mi
forma educada de decir “vete a la mierda”.

En el fondo de su mente, era consciente de que estaba siendo menos que


profesional. También era consciente de que su decisión de ser la cuidadora de
Silas, motivada por el amor a través de lo que era, podría no ser la mejor decisión
para ella mental y emocionalmente.

Pero había elegido eso y al infierno con las consecuencias o peaje que le
costara.

—Me niego a pagarte —dijo Pritchard—. Estoy a cargo de todas las cuentas
del hogar y no voy a cortar ningún cheque por los gustos de este… abuso.

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Ivie se adelantó en sus caderas.

—¿Cree que estoy haciendo esto por el dinero? ¿Está loca?

—Y voy a ir a Havers con esto. Hablaré con él sobre su comportamiento, y si


todavía tiene un trabajo para cuando llegue el amanecer… —la mujer revisó
oficialmente su reloj—… una hora y media, será una desgracia que me aseguraré
de que todos en la carrera conozcan.

—Bien, hágame despedir. No va a cambiar el hecho de que Silas me quiere


como su enfermera, y dado que él es competente para tomar sus propias
decisiones, usted no tiene ninguna base legal para tratar de anularlo. Y Havers lo
sabrá.

Cuando Pritchard bufó, Ivie agachó la cabeza.

Luego se recompuso y regresó a la cama de Silas.

El historial médico era tan extenso que fue desgarrador.

Había entradas que se remontaban a un siglo atrás, los archivos manuscritos


anteriores de Havers habiendo sido escaneados en el sistema del ordenador
cuando la clínica fue de alta tecnología en el 2000. Pero no era allí donde estaban
la mayor parte de las entradas. En aquel entonces, Silas había sido visto por las
cosas habituales: Un corte profundo que requería sutura, un mal caso de una cepa
de gripe que había devastado a la raza, desnutrición por no alimentarse lo
suficiente.

La marea comenzó a cambiar hace unos cuatro años. De repente, venía una
vez al mes, luego dos veces… luego semanalmente. El diagnóstico oficial le había
dado alrededor de seis meses en una serie de malestares y problemas
gastrointestinales. Y Havers había hecho lo que pudo para proporcionar apoyo a
los sistemas de órganos de Silas a través de una combinación de
antiinflamatorios, supresores inmunes y esteroides, pero luego llegaron las
cirugías para abrir el tracto intestinal cuando ocurrieron los bloqueos. Y diálisis

109
para tratar la disminución de la función renal. Más y más alimentaciones.

Las hospitalizaciones de dos, tres y luego cuatro noches habían comenzado.


Se registraron conversaciones sobre provisiones al final de la vida, con Silas
yendo a la ruta DNR. Las conversaciones sobre la naturaleza terminal de la
enfermedad estaban anotadas en oraciones cortas y concisas que le hicieron
llorar.

Cuando llegó a las entradas del último mes, su corazón comenzó a latir con
fuerza a pesar de que estaba sentada en una silla a su lado mientras él dormía.

La nota acerca de que era hora de traer a una enfermera privada para cuidados
paliativos la tuvo sacudiendo la cabeza…

—Creo que sería considerado un melodrama.

Ella levantó la mirada.

—Estás despierto.

—La historia de mi vida, eso es. Bueno, tal vez un manual de contabilidad
seguido de un episodio de Marcus Welby, M.D.

—¿Nada más actual? ¿E.R.? ¿Anatomía de Grey?

—Prefiero los clásicos.

—Comprensible.
—Entonces, ¿encontraste alguna esperanza ahí? ¿Algo que el buen doctor no
vio? —Él sonrió y se levantó sobre las almohadas—. Estaré aquí durante una
semana, prueba la ternera.

—¿Perdón?

—Antiguo dicho de los días de resort en la montaña Catskill. Los clásicos, ya


sabes. Quédate y te haré mi imitación de Henny Youngman.

—Estoy ansiosa por eso. —Cerró el portátil del médico y lo puso en un


escritorio de caoba—. ¿Quieres que te traiga algo de comida?

—No respondiste a mi pregunta. Sobre mis registros.

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—No, no encontré nada que no se haya visto.

—No me sorprende. Havers es bastante completo y está muy bien informado.

Mientras se calmaban, Ivie pensó en el número de veces que había caminado


a la habitación de un paciente y se detuvo en seco, dejando a un lado todo lo que
había ido a hacer porque un momento estaba sucediendo al lado de la cama entre
dos seres queridos.

Nunca había pensado que sería un miembro de la familia.

O al menos no a corto plazo.

—Sabes, ser diagnosticado fue… surrealista —dijo distraídamente—. Era


simplemente extraño.

—Háblame sobre eso. Y no pregunto como enfermera.

Hubo un período de silencio durante el cual escuchó el zumbido de las


máquinas detrás de esa pantalla. Estaban en standby, los electrodos y las IV no
estaban actualmente conectadas a él, y tuvo que reconocer una renuencia por su
parte para involucrarlos.

No le pondría en peligro, por supuesto. Pero la reticencia estaba allí, como si


los monitores y dispensadores de medicamentos fueran un candado que los
uniría a los dos inexorablemente hasta el final de su triste, triste destino.
—He estado teniendo síntomas por un tiempo —dijo ásperamente—.
Agotamiento, dolores y molestias, mal estómago. Sin embargo, no soy una
persona paranoica, así que me las arreglé por un tiempo, me dije que era esto o
lo que era circunstancias atenuantes. Un fin de semana con amigos. Demasiado
trabajo. Estrés. Ese tipo de excusas estándar. —Respiró hondo y miró fijamente
al espacio—. Era como… ¿bueno, ya sabes cuando estás conduciendo por una
carretera, y ves algo sobre el hombro? ¿Como un montículo, que no debería estar
ahí? En el fondo de tu mente, empiezas a pensar, Dios, por favor, no dejes que
sea un animal. Por favor, que no sea algo que estuviera vivo y respirando antes
de que fuera golpeado. Y empiezas a tensarte, e intentas ignorarlo, y tus ojos
rebotan en torno al tráfico que se aproxima, o el tablero de instrumentos, o el
carril opuesto. Te dices que no mires, ya sabes, porque sea lo que sea no se mueve,

111
y no puedes soportar la idea de que sea la mascota o el venado de alguien o
incluso una zarigüeya humilde. Demonios, es demasiado tarde para guardar lo
que era, no hay nada que puedas hacer, así que ¿por qué mirar? ¿Por qué ponerte
a través de eso?

Silas giró su cabeza hacia ella, y sus ojos se clavaron en los de ella.

—Pero entonces estás justo al lado y te tensas, y tu corazón se está rompiendo,


así que solo tienes que saberlo, excepto que hay una repentina oleada de alivio
porque es como un cojín del sofá o una toalla arrugada o parte de una manta.
Solo parecía algo que se lastimó, solo tenía la apariencia de un animal inocente
matado por un cruel atropello y trayectoria. Así que disfrutas de ese dulce alivio
después, esa sensación de… está bien. Solo un truco de los ojos y de la mente.
Todo está bien.

Se quedó en silencio, apartando la mirada.

—Me dije que lo que le estaba pasando a mi cuerpo era… normal. Que no era…
la muerte. Me quedaría despierto durante el día, mirando al techo, construyendo
todo tipo de está bien, está bien… no es lo que mató a mi padre.

Su voz se tensó y luego se estranguló.

Parpadeando con fuerza, Ivie tomó su mano y la apretó.

—Lo siento mucho. Dios, solo… lo siento.


—Estaba demasiado avergonzado para quitarme la ropa delante de ti —dijo
murmurando sin mirarla—. Cuando estábamos haciendo el amor. No quería que
me vieras por lo que realmente era. Me encantó la forma en que me miraste
cuando te toqué, te besé, estuve dentro de ti. En esos momentos, yo era quien
solía ser.

—Deja de referirte a ti mismo en tiempo pasado. Todavía estás aquí.

—No, no lo estoy. —Se pasó una mano por la región abdominal—. No he sido
yo mismo durante bastante tiempo y me niego a fingir lo contrario nunca más.
No querían decirme que era terminal, ya sabes. No han usado la palabra
directamente hacia mí, y fui ambivalente en eso durante un tiempo. No quería
que ese término fuera tachado. Pero después de mi último colapso, bueno, el

112
anterior a este… es cuando empezaron a hablar de la enfermera privada. Y
alguien, no puedo recordar si fue Havers o no, dijo el hospicio. Así fue como supe
que era el final y me motivó, ya sabes, a tratar de estar contigo. Bueno, eso y que
es imposible para mí luchar contra la atracción que siento por ti.

La sonrisa de Silas era inquietante, el tipo de cosa que teñía el cerebro tanto
que nunca olvidarías la imagen. Todavía era tan guapo como lo había sido la
primera noche, pero podía decir que había un cambio sutil en el color de su piel
por los problemas hepáticos. Y los huecos en sus mejillas parecían más
profundos. Y su boca parecía más delgada.

Era como si el conocimiento de su enfermedad hubiera sombreado sus rasgos,


añadiendo un filtro tal que lo que no se había notado antes, cuando su salud había
sido algo que daba por sentado, ahora era demasiado evidente.

—Voy a insistir contigo para que tomes de mi vena —se dijo a sí misma—. Y
quiero llevarte a casa tan pronto como podamos. De esa manera, podremos salir
juntos, y…

Él le apretó la palma de la mano.

—¿Seguro que quieres hacer esto? Me gustaba más cuando estábamos en


igualdad de condiciones.

—Estoy dentro —dijo simplemente—. No importa lo mal que se ponga, no te


dejaré.
—¿Por qué no podría haberte conocido antes?

—Tal vez me encontraste en el momento justo.

Mientras hablaba, tenía la intención de mantener el dolor fuera de su voz.


Aunque había fallado.

Poniéndose de pie, puso una sonrisa en su rostro.

—¿Sabes lo que necesitamos?

—Esa es una lista demasiado larga, querida Ivie.

—Necesitamos algo de comida. Ahora vuelvo.

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Mientras se dirigía a la puerta del personal, él giró la cabeza.

—¿A dónde vas a ir? Si tienes hambre, el chef te hará cualquier cosa que
quieras.

—Necesito quince minutos. Veinte a lo sumo.

En un impulso, ella retrocedió y se acercó a la cama. Inclinándose sobre él, le


acarició la cara. Luego se dejó caer y le rozó los labios con los suyos.

—No vayas a ningún lado —susurró ella.

—Bueno, demonios, y aquí que creía que iba a salir a correr alrededor de la
manzana.

Estaba un poco avergonzada de decir te quiero de nuevo. Pero lo superó


rápido. La horrible realidad era que pacientes como él podían entrar en paro
cardíaco o fallo multiorgánico en la caída de un sombrero, por lo que esperar no
era algo que pudiera darse el lujo de hacer.

—Te amo.

—Yo también te amo. —Sus ojos se arrugaron en las esquinas mientras


sonreía—. Y permíteme decirte que adoro el sonido de esas palabras en mis oídos.

—Bien, bien, porque me encanta decirlas.


capitulo 02

114
—¡Es una Cajita Feliz!

Cuando Silas se echó a reír, Ivie giró una mesa y se sentó junto a la cama del
hospital.

—Dos Cajitas Felices, en realidad.

—¿Fuiste a McDonald’s solo para nosotros?

—Sí. Hay uno que está abierto veinticuatro horas al otro lado del puente, y tú
y yo necesitamos un poco de felicidad, en este momento.

Desempacó sus dos alegres cajitas, alineando sus premios y las bolsas en
miniaturas de papas fritas y la hamburguesa y las rodajas de manzana. Ambos
tenían pequeños cartones de leche entera y rompecabezas para armar.

Ivie se tragó la hamburguesa a pesar de que sabía a cartón, aunque eso no era
porque era comida rápida. Podría haber estado comiendo filet mignon y el corte
principal no habría sabido a nada.

—Háblame de tu infancia—dijo mientras empujaba sus papas fritas—. Y luego


quiero saber acerca de tu transición. Y qué te hace querer hacer este trabajo. Y por
qué no tienes miedo frente a la muerte.
Ivie tragó con la garganta apretada. No tenía ninguna intención de decirle que
estaba completamente aterrorizada en ese momento.

—Bueno —dijo—, nací a mediados de julio, en una noche calurosa. Mi pobre


mahmen, ¿dar a luz así? El aire acondicionado de la casa estaba roto y me parece
que fue muy desagradable.

—¿Ella no vino aquí? Espera, ¿te tuvo en casa?

—Sí, nací en la casa que se quemó.

—Pero Havers no le cobra... bueno...

—¿A las personas pobres? —Sonrió para aligerar la brusquedad—. Podríamos

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haber ido a la vieja clínica, pero mis padres son un tanto fatalistas. O tal vez es la
otra cara de eso, tal vez es la fe. Pero se quedaron y una partera vino, y así es
como llegué al mundo...

Siguió hablando, proporcionándole una distracción de toda la comida que él


no podía comer. Pero parecía que le gustaba recoger la leche y tomar un sorbo
del popote rojo, y luego llevar la hamburguesa a sus labios. Sus historias salieron
más rápido y más fácil de lo que hubiera predicho, todo tipo de anécdotas sobre
cumpleaños y aventuras con Rubes y sus otros primos llenando el tiempo.

Se dio cuenta de que era agradable recordar la simple diversión de la infancia,


cuando una barra de chocolate sorpresa podría hacer que su noche o el libro
perfecto dejara su corazón latiendo de emoción. En el ajetreo y el bullicio de su
vida adulta, no había pensado en nada de eso durante mucho tiempo.

Y todo el tiempo, la atención de Silas en ella fue embelesada, como si sus


palabras fueran un salvavidas.

—Así que eso nos pone al día. —Golpeteó con sus dedos su corazón—.
Cuando me encontré y me enamoré de ti.

Dios, era liberador decir eso. Lo único bueno que les dio este sombrío
diagnóstico fue la libertad de expresar emociones sin preocuparse por si estaban
apresurando las cosas. “Demasiado pronto” no existía para ellos.
—Es una buena historia —susurró—. Solo desearía poder quedarme por el
resto.

Y fue entonces cuando sucedió.

Más tarde, mucho más tarde, señalaría ese momento como el despertar de su
ira. Porque mientras Silas se quedaba en silencio, sabía exactamente lo que
pasaba por su mente: En lo que sea que fuera su vida, en cualquier lugar al que
fuera, quienquiera que fuera, él no lo sabría porque estaría en el Fade. Y la triste
resignación con la que aceptaba esa pérdida, junto con todos los otros cambios
graduales de su salud y funciones, la puso furiosa.

¿Quién era él para ser despojado del resto de su vida?

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¿Por qué él iba a morir tan pronto?

¿Cómo demonios era justo que tuvieran que separarse?

Desde lo más profundo de su alma, desde el mismo caldero de su voluntad,


tuvo un pensamiento perdurable: A. La. Mierda. Eso.

Demonios, no, no iba a sentarse a ver morir a este macho. No tenía idea de lo
que iba a hacer, o cómo lo haría, pero maldita sea, iba a encontrar una manera de
revertir esta maldición.

No le importaba que Havers estuviera a cargo del caso. No le importaba que


solo fuera una enfermera y que él era un médico de pleno derecho. Y P.D., esta
enfermedad realmente podría irse a la mierda.

Tenía que haber algo.

Solo tenía que haber una forma de salir de esto.

—¿Qué? —preguntó Silas.

Se sacudió.

—¿Lo siento?

—Parece que estás pensando en algo importante.

Ivie se aclaró la garganta.


—Escucha, siento tener que mencionar esto. Pero necesitas algo de nutrición e
hidratación. Así que voy a tener que conectarte con todo de nuevo.

Con una claridad repentina, se dio cuenta de que tenía que asegurarse de que
él estuviera vivo el tiempo suficiente para que encontrara la cura.

—Ivie, ¿no crees que es hora de que paremos todo eso?

—No —dijo con fuerza—. No lo creo.

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Silas insistió en colocar el tubo de alimentación él mismo, y le otorgó su
dignidad e independencia al inventar una excusa para ir y decirle al ama de llaves
su horario de sueño. Cuando volvió a entrar, sus ojos estaban cerrados, esos
rasgos de él estaban tensos como si estuviera incómodo.

—Odio el dolor —murmuró entre labios pálidos.

—Deja que te ayude.

Hubo un largo período de silencio, e Ivie esperó, rezando para que le


permitiera darle un poco de alivio. Sin embargo, lo respetaba demasiado como
para empujarlo. Los pacientes como él, una vez que comenzaban a tomar
morfina, no dejaban el medicamento y él lo sabía por lo que le había sucedido a
su padre, desafortunadamente, su sire también había sufrido la enfermedad de
Crane.

Excepto que Silas iba a ser diferente, maldita sea.

—Está bien —dijo en voz baja.

Ivie se acercó y programó la bomba de morfina. Después volvió a comprobar


que estaba lista, la encendió.

—Tienes el control —dijo—. Tú decides cuándo lo necesitas.

Él sonrió un poco.

—Si estuviera realmente en control, estaríamos en un jacuzzi.


—Me gusta la forma en que piensas.

Le apartó el cabello y lo besó en la frente. Y la nariz. Y luego en la boca.

—Ayúdame —susurró.

Ella sabía exactamente lo que quería decir. Colocando su pulgar sobre el suyo,
presionaron el botón juntos.

Jadeó un poco. Y luego sus ojos se cerraron.

—Intenta y duerme, ¿de acuerdo? —dijo—. No me voy de la clínica, pero tengo


que hacer algunos arreglos sobre mis turnos.

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—Todo bien…

Ivie se quedó con él cuando se quedó dormido, y luego se puso de pie, se


enderezó el uniforme y salió de la suite como si fuera a la guerra.

La oficina y los cuartos privados de Havers estaban ubicados justo afuera de


la unidad VIP, y cuando se acercó a las puertas con paneles, alisó las puntas de
su cola de caballo y volvió a comprobar que su uniforme estaba abotonado
correctamente. Entonces llamó a la puerta.

La regla era que el personal podía acercarse a él sin una cita entre las cuatro y
las seis de la mañana, e Ivie nunca había molestado al macho antes. Por otra parte,
siempre había cumplido con sus deberes de manera apropiada, y si había alguna
pregunta o problema, nunca habían sido del tipo que ella y su supervisora no
habían podido manejar.

Esto era realmente diferente.

—Adelante.

La voz era femenina, no masculina, y cuando Ivie entró en lo que resultó ser
una pequeña antesala, la secretaria privada de Havers levantó la vista de su
escritorio francés con una sonrisa profesional.

—Hola, Ivie. ¿Cómo estás?

Cómo la hembra la conocía de Adam, no tenía ni idea, pero iba a seguir


adelante.
Devolviendo esa expresión agradable y abierta con una de las suyas, Ivie dijo:

—Muy bien, gracias. Me preguntaba si podría hablar con Havers, por favor.

—Pero por supuesto. Justo está con alguien ahora. ¿Si tomas asiento?

—Gracias.

Ivie se acercó a las sillas agradablemente decoradas y se sentó. Mientras


esperaba, tuvo que calmar conscientemente su talón rebotante y evitar que sus
dedos tamborilearan.

En su mente, repasó nuevamente el historial médico de Silas, hacia adelante y


hacia atrás. Dos veces. Tenía que haber algo que pudieran hacer. Sólo tenía que...

119
—Cuídate ahora —dijo Havers mientras abría una puerta interior y le daba
una palmadita en el hombro al enfermero—. Lo estás haciendo bastante bien,
bastante bien, por cierto.

Ivie cerró los ojos. Ese acento aristocrático del sanador le recordó a Silas.
Ambos tenían la misma entonación y hermosa dicción.

—Ivie está aquí para verte, sire —anunció su asistente.

—Oh, sí, Ivie, ¿cómo estás?

Ivie saltó de la silla e hizo otra vez la cosa de alisar su cabello. Había
interactuado con el jefe de la clínica en diferentes tipos de situaciones médicas,
pero no había estado cara a cara con él desde que había tenido su entrevista de
trabajo, ¿cuántos años atrás?

—Estoy muy bien, sire, gracias.

—Entra. Siéntate.

Su oficina era realmente hermosa, con paneles de rica madera en los que
colgaban pinturas al óleo de habitaciones formales como si quisiera estar rodeado
por el recuerdo de un lugar en el que una vez había vivido y amado. Y su
escritorio era de un tamaño tremendo con todo tipo de curvas doradas, los
montones de papeles, archivos y computadoras portátiles, todos ordenados,
nada fuera de lugar.
Cuando se sentó en el lado más alejado de la extensión, parecía que estaba
exactamente donde pertenecía, sus gafas con montura de cuerno, su corbata de
lazo y su bata blanca de repente la intimidaron.

—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó.

Ivie bajó la mirada y se concentró en sus dedos retorciéndose. Cuando su


mente quedó en blanco y su corazón tronó, tuvo un impulso de salir corriendo
de la habitación.

Pero entonces una imagen cambió su opinión.

Vio a su padre, parado en el frío de la noche anterior, sus pies plantados en la

120
nieve, sus enormes brazos musculosos desnudos ante el frío aire de la noche, su
cabeza erguida y sus hombros hacia atrás como si estuviera preparado para la
carrera del toro de cualquier cosa y para todo en su camino.

Ese era su roble, ese macho.

Y ella era su hija, maldita sea.

Ivie se enderezó y clavó a Havers una mirada directa.

—Necesitamos hacer algo por Silas, hijo de Mordachy. Y no estoy hablando de


morfina y latas de nutrición líquida. No acepto un diagnóstico terminal. Me niego
a aceptarlo.

Havers retrocedió como si hubiera tirado una bomba-j, y luego siguió ese
insulto sacando a un gato de su bolsillo y haciendo que la cosa se cagara en su
papel secante con monograma.

—Lamento ser tan directa. —No, no lo sentía—. Sin embargo, me siento muy
convencida de esto.

El sanador se aclaró la garganta y juntó las manos.

—Perdóname, pero lo que sentimos por los pacientes no afecta necesariamente


su resultado.

—Lo será en este caso.

Havers levantó sus lentes más arriba en su nariz aristocrática.


—Ivie, he admirado por mucho tiempo tu compromiso con tus pacientes, tu
compasión, tu enfoque. Eres una enfermera excepcional, y es por eso que te
sugerí que fueras a ver la posición privada para ofrecerle apoyo en su declive.

—Revisé su historial médico, y...

—¿Excepto que entiendo que a su ama de llaves le preocupa tu presencia?

Oh. Cierto. Pritchard ya había pasado, ella no.

—No es su decisión. Y no me importa que la haya ofendido...

—Esa no es una postura profesional, Ivie. Esa no es la conducta o la actitud de


un profesional.

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Ella miró hacia otro lado. Sacudió la cabeza.

—No entiendes.

—Le aseguré al ama de llaves que si hubiera habido algún tipo de


malentendido, que harías todo lo posible para asegurarte de que el paciente
pudiera avanzar con la seguridad de que su bienestar estaba en la vanguardia de
la mente de todos. De hecho, iba a buscarte al final de mis horas abiertas para
discutir este asunto. Debemos estar comprometidos, pero no sumergidos.

Mientras Havers continuaba hablando, sus palabras se desviaron hacia el


fondo, la mente de Ivie revolvía las opciones. Había oído que la Hermandad de
la Daga Negra tenía médicos y cirujanos privados que trabajaban para ellos. ¿Tal
vez podrían ayudar? Podría ir a la sala de audiencias a primera hora después de
la puesta del sol y ver...

—¿Ivie?

Se volvió a enfocar. Havers la estaba mirando expectante, como si le hubiera


hecho una pregunta y estuviera esperando una respuesta.

Ivie se puso de pie.

—Aprecio tu consejo, pero no puedo ser profesional en este caso. Es imposible.


Lo amo. Es mi compañero. Y no hay manera de que me quede al margen mientras
sufre y muere y no luche contra ese destino con todo lo que tengo. Voy a ir a
donde tenga que hacerlo, hacer lo que sea necesario, pero lo único que no me
preocupa es a quién voy a molestar en el proceso. Si el amor de tu vida se
estuviera muriendo, ¿qué harías?

Con eso, se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. No se molestó en despedirse


ni nada por el estilo.

Probablemente acababa de quedarse sin trabajo y, ciertamente, de una buena


referencia.

Pero Silas era lo único que le importaba. Y eso era un gran filtro a corto plazo.

122
capitulo 03

123
La noche siguiente, Ivie dejó la Casa de Audiencias alrededor de las nueve de
la noche, teniendo cuidado de cerrar la pesada puerta tras de sí y asegurarse de
que permanecía cerrada.

Se quedó sin gasolina por un momento, sus pies se detuvieron, sus manos se
metieron en los bolsillos de su chamarra. Mirando alrededor, vio un montón de
majestuosas mansiones Wayne, las otras casas en el barrio tan grandiosas como
el modelo Federal que acababa de dejar. No había mucho tráfico en la calle, pero
cuando se había desmaterializado aquí, había visto un Rolls Royce equipado en
el camino.

Sí, un Mercedes probablemente se consideraba demasiado común en este


código postal.

Pateando su propio trasero, siguió adelante, avanzando hacia la acera. Sin


tomar una decisión consciente, giró a la izquierda...y siguió adelante, sus pisadas
constantes y lentas, sus botas dándole tracción en la nieve, el aire frío silbaba a
través de su cabello y circulaba alrededor de su cuerpo, despejando su mente.

En realidad, eso no era exactamente cierto.


Sus pensamientos, que habían estado girando desde que había ido a ver a
Havers la noche anterior, finalmente se tranquilizaron. Fueron reemplazados sin
embargo, por una serie de postales de una pesadilla.

Vio a Silas esforzándose mientras trataba de defecar en una bacinilla.


Apretando los dientes cuando la morfina desapareció y luchó contra la necesidad
de tomar otra dosis. Vomitando bilis en un plato de plástico rosa con forma de
riñón.

Lo recordaba temblando en su inquieto descanso y luego despertando en


pánico por un mal sueño... que rápidamente se convirtió en alucinaciones
inducidas por la morfina con las que ella le había persuadido de no tomar. Lo
recordó de pie sobre piernas raquíticas, tubos y cables colgando de él mientras

124
insistía en meterse en la ducha para lavarse el cabello.

Entonces se había quedado estancado en el taburete de la ducha y ella había


tenido que conseguir una silla de ruedas para ayudarlo a volver a la cama.

Era todo lo que tenía para ayudar a los pacientes antes... e intentó mantener
los pies en la tierra por su experiencia y entrenamiento. En su corazón sin
embargo, ella era un miembro de la familia, no una enfermera... ni una
compañera, ni una profesional clínica capacitada.

El cuál era el problema que Havers había tratado de discutir con ella.

Dios, el mal funcionamiento corporal era feo. No te detenías a pensar cuando


estabas sano exactamente de cuántas cosas se hacían cargo tu forma corpórea por
sí misma, los sistemas ordenados de entrada y salida y la rutina de
mantenimiento realizado con nada excepto el ocasional y temporal hipo. Y como
enfermera, su objetivo principal era tratar de reproducir el éxtasis de la salud a
través de medios artificiales en cuerpos que estaban teniendo dificultades.

Pero en situaciones como la de Silas, eso era como arreglar una rueda pinchada
con una tostadora y una pelota de playa.

Y diablos, él estaba fallando más rápido de lo que ella podría llegar a imaginar.
El alcance de su deterioro le dio una idea de cuánto había querido hacer por sí
mismo cuando salieron juntos. Fuerte, muy fuerte... pero finalmente, la
motivación del cerebro sólo podía hacerlo hasta cierto punto. Cuando los órganos
ya no realizaban su trabajo, ni siquiera el amor podría salvar esa brecha para
siempre.

Reunirse con el rey justo ahora había sido surrealista. Había dejado un mensaje
en el número que las personas llamaban para obtener las citas, explicando la
situación y pidiendo ver a Wrath, hijo de Wrath, más pronto que tarde. No estaba
segura de lo que había estado esperando, pero la última cosa había sido un
mensaje dos horas después en el que le decía que se presentara a las ocho y media
en punto.

Le habían dado la primera cita de la noche, y se reuniría con una hembra


llamada Doc Jane la cual había prometido contactar con su colega humano (?!?)
para ver si había alguna opción fuera de la raza. Ivie había estado agradecida y

125
decepcionada.

Y ahora se encontraba aquí sola, caminando por delante de casas humanas


muy elegantes, encorvada no tanto por el invierno, sino porque la brillante
llamarada de esperanza que había tenido la noche anterior estaba siendo
extinguida.

Estaba tan contenta de no haberle contado a Silas cuál era su “plan”.

La falsa esperanza era tortura en una situación así.

Aun así, seguramente tenía que haber algo, alguna droga, algún
procedimiento, algún...

Una sombra la cubrió y dejó de caminar.

Dejando caer su cabeza hacia atrás, trató de ver las estrellas en el cielo.

Era difícil, sin embargo, debido a la luz ambiental de la ciudad.

Sin embargo, captó suficiente de las luces centellantes. Y eso fue lo que la hizo
sentir tonta. No hay nada como mirar la extensión del espacio para recalibrar tu
significado. Tu vida. A quién amabas. A quién estabas perdiendo.

Abruptamente, no podía creer que hubiera entrado resueltamente en la oficina


de Havers y exigido que arreglara a Silas... como si todos los demás seres
queridos de los otros machos que habían muerto a causa de la enfermedad de
Silas no hubieran hecho lo mismo.

Oh, no, claramente había sido la primera, pensó con burla. Había sido la Lewis y
Clark de los miembros de luto de las familias que habían ido al sanador de la
raza... el cual manejó innumerables casos como el de Silas en el transcurso de los
siglos que había sido médico... y ella le dijo: Necesitas trabajar más duro y arreglar
esto ahora.

En ese momento, en su determinación equivocada, había sido el papel de él


tirar un puedo-tener-un-V8, e ir con: ¡Tienes razón, Ivie! ¡Olvidé que, si le meto un
par de aspirinas Bayer, en lugar de Tylenol que he estado usando en él, estará bien! ¡Su
sistema inmune se detendrá pensando que su tracto intestinal es un buffet jumbo y los

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ataques celulares cesarán! Entonces podemos hacerle crecer un par de riñones nuevos y
un hígado en mi almacén trasero hidropónico... y por Dios, solo para estar seguros,
démosle un corazón nuevo también.

Gracias Ivie, te debo mi carrera. ¡No sé lo que hubiera hecho sin ti diciéndome que me
concentre y trabaje un poco más duro! Voy a ascenderte a supervisor en el trabajo, y aquí,
darte mi título de esa universidad humana Harvard como una muestra de mi eterna
gratitud.

—Qué estúpida —murmuró a los cielos.

Naturalmente, no respondieron.

¿Acababa de llevarle esto al rey?

De repente, la realidad de que ella no era diferente a todos los demás seres
queridos en el planeta le pegó duro. ¿Por qué no había pensado en las muchas
veces que la gente había venido a ella y le preguntaban si no había algo más,
algún otro tratamiento, un tipo diferente de terapia que podría traer alivio,
curación, un regreso a la normalidad? Había sido tan arrogante en cubrir el deseo
de su corazón en las vestiduras de su profesión que había olvidado la obviedad
de que al igual que las estrellas no se preocupaban por los destinos de los ratones
y los hombres, tampoco lo hacía la enfermedad.

El cuerpo de Silas, ese coche proverbial que llevaba su cerebro de sitio a sitio,
era una porquería sin un programa de reembolso/intercambio. Solamente las
emociones convertían esto en una tragedia. De acuerdo con la biología, aquellos
glóbulos blancos que estaban atacando cosas simplemente estaban haciendo su
trabajo, aunque con demasiado entusiasmo y mal objetivo.

—Mierda.

Nivelando la cabeza, siguió su camino e intentó pensar qué le diría a alguien


en su posición si estuviera una vez más en el lado del uniforme y zapatos con
suela de crepé en todo esto...

Nada bueno.

Maldita sea, no tendría nada bueno que decirle a nadie sentado al lado de la

127
cama de Silas.

Cuando Ivie regresó a la clínica, fue directamente a la unidad VIP y entró con
su nueva tarjeta de acceso. En lugar de usar el pasillo del personal, fue
directamente hacia el amable pasillo del paciente y la familia, pasando por mesas
con flores frescas mientras escuchaba la suave música clásica que se transmitía
desde arriba. Mientras se acercaba a la suite de Silas, miró el ornamentado
número de oro en la puerta. Ahí no había ninguna anotación de quién estaba
dentro, ni ninguna indicación de que lo que había más allá no era nada menos
que alojamiento de lujo de primer nivel.

Realmente quería creer en la falsa presentación.

Deseaba desesperadamente que, de hecho, estuvieran dando la vuelta al


mundo y que hubieran volado la noche anterior a un lugar maravilloso y
extranjero con comida interesante y una cultura fascinante.

Aclarando su garganta, se puso su máscara de no-te-agrietes-por-la-presión-


no-hay-realmente-nada en su lugar y…

Empujando la puerta de par en par, se detuvo entre las jambas cuando vio
quién estaba sentada en el sofá de la sala principal.

—Hola —dijo Ivie mientras entraba y dejó que los paneles se cerraran tras ella.
Pritchard estaba colocada como un maniquí de tienda departamental en los
cojines de seda, sus extremidades rígidas puestas en lo que se suponía que eran
ángulos “relajados” que, sin embargo, se malinterpretaban. Esta noche, el
Sensato Traje de Lana y los Sensatos Tacones Altos de la hembra le recordaron a
Ivie a esa secretaria, Miss Hathaway, de The Beverly Hillbillies.

—¿Cómo estás? —preguntó Ivie cuando la hembra no levantó la vista.

Justo cuando Ivie decidió dejar al ama de llaves de mal humor, Pritchard
habló.

—Era su niñera, ¿sabes? Desde el momento en que nació, yo estuve con él.
Confiaron en mí y me abrí paso hasta estar a cargo de mucho más que sólo el

128
bebé. Nunca me apareé. Nunca tuve descendencia propia. Ellos eran... todo lo
que tenía. Todo lo que tengo, más bien.

Ivie cruzó y se sentó en una silla, poniendo su bolso a un lado. No se quitó la


chamarra. Simplemente se sentó sin moverse y escuchó.

—Soy muy buena en mi trabajo —dijo Pritchard—. Dirijo todo el hogar del
señor Silas. Tiene quince doggen que trabajan en su propiedad, y la mansión es
muy grande, como recordarás. Una debe estar atenta a casas que son tan viejas y
tan grandes. Siempre hay mucho que hacer.

Pritchard miró hacia el arco que conducía a la habitación de Silas.

—Le hablé. Después de que te fuiste esta noche. Durante bastante tiempo.
Recordamos... tantos buenos momentos. Fue encantador. No creo, si él no
estuviera... bueno, no estoy segura bajo ninguna otra circunstancia que
hubiésemos conversado así. Estoy agradecida por eso.

La hembra mayor permaneció en silencio durante mucho tiempo, sus ojos


llorosos, esa cara delgada completamente serena mientras su garganta tragaba
compulsivamente.

Abruptamente, Pritchard golpeó las manos en sus muslos y se puso de pie.

—Por lo tanto. Voy a requerir tu cuenta bancaria y números de identificación


para establecer el pago por tus servicios. Y tengo una habitación preparada para
ti próxima a la suya cuando lo saquemos de aquí. Asistiré a tus necesidades como
lo hago con las suyas propias.

La hembra se inclinó sin mirar a Ivie a los ojos. Entonces se enderezó y se


centró en algún lugar al norte del hombro izquierdo de Ivie.

—No tienes que pagarme. —Cuando esa mirada se encontró con la suya,
sacudió la cabeza—. No… no quiero que me paguen por lo que hago por él.

—Pero es tu trabajo…

—Tienes que prepararte. —Ivie se escuchó decir a sí misma—. ¿Entiendes?


Debes estar lista porque no se va a ir a casa. Esto va a ser donde terminen las

129
cosas.

Casi la mata decir las palabras, pero la verdad era más importante que los
sentimientos compasivos ya fueran los de Pritchard o los suyos propios.

El ama de llaves abrió la boca. La cerró. Parpadeó como si no tuviera idea de


dónde estaba.

Ivie se puso de pie. Se acercó.

Y puso sus brazos alrededor de la hembra.

Al principio, Pritchard se puso aún más tensa. Lo cual fue como decir que una
estatua de mármol se volvió más de piedra.

Pero luego el abrazo fue devuelto y las dos se quedaron así.

—Vamos a hacer esto juntas —dijo Ivie mientras miraba a la pared—. Vamos
a llevarle al otro lado de todo esto, juntas.

Mientras hablaba, era muy consciente de que “el otro lado” no era un regreso
a la salud. Era el Fade.
capitulo 04

130
—Espera, espera, aquí está mi parte favorita.

Cuando Ivie señaló el televisor al otro lado de la habitación, se rió.

—Y entonces…

Silas estaba sonriendo a su lado, los dos juntos en su cama de hospital. Con
una manta sobre ambos, sus cabezas sobre la misma almohada, y sus manos
entrelazadas, ella casi podía imaginar que eran como cualquier otra pareja.

—¿El Junior Mint va al paciente? —preguntó Silas—. ¿Me estás tomando el


pelo?

—Kramer es una cosa. —Ella le echó un vistazo—. Este es probablemente mi


capi favorito.

—No puedo creer que nunca vi Seinfeld.

—¿No amas Netflix?

—Estoy aprendiendo, gracias a ti.

Hubo un golpe en la puerta del personal, e Ivie discretamente miró su reloj.


Tiempo perfecto.
Silas miró hacia el sonido.

—¿Adelante?

Ivie siempre tuvo cuidado de no responder por él. Era importante para él
mantener la sensación de que tenía el control de algo, cualquier cosa.

Rubes entró con una bandeja de medicamentos.

—¿Cómo estamos, chicos?

La pelirroja era lo suficientemente alegre en la superficie, pero sus ojos estaban


concentrados y alerta, y fue interesante para Ivie ver a su prima en el trabajo.
Nunca antes habían tenido los mismos pacientes porque Rubes había estado en

131
otra unidad, y era genial ver que bajo toda esa alegría había una enfermera
increíble.

Silas frunció el ceño y miró a Ivie.

—¿Pensé que estabas a cargo de mí?

—Tengo un buen cóctel para usted esta noche, sire —entonó Rubes mientras
dejaba la bandeja sobre una mesa rodante—. Un vino ligero y afrutado con notas
de lavanda y cereza, pero con un final que recuerda a nuez y almendra.

Con una floritura, quitó la fina servilleta de damasco que cubría la jeringa y
los frascos. Ivie hizo una evaluación rápida de las drogas, marcándolas en su
cabeza. Sí, todo allí. Bien.

—¿Crees que a mi prima le importará? —le susurró a Silas—. ¿Si nos besamos
mientras ella carga tu IV?

Silas parecía confundido, pero luego sonrió.

—Rubes, ¿qué dices?

—Creo que soy demasiado joven, demasiado joven e impresionable para tanta
vulgaridad. —Rubes fue rápida con la administración—. Oye, ¿ese es el episodio
del Junior Mint?

—Lo es —respondió Silas—. Mi primera vista, por así decirlo, y ha estado a la


altura de su bombo publicitario.
—El paciente vive al final...

Rubes cerró la boca y palideció. Pero Silas simplemente extendió la mano


temblorosa y le palmeó el antebrazo.

—No es para preocuparse. ¿Y tal vez puedas traerme una caja de Junior Mints
junto con mi próxima tanda de medicamentos?

Rubes respiró profundamente.

—Absolutamente. Y veré si puedo conseguir algunos Milk Duds y una caja de


bolas de leche malteada en caso de que funcionen.

Mientras cubría la bandeja con la servilleta, le disparó a Ivie un lo siento; Ivie

132
le lanzó un beso.

Y entonces ella y Silas estaban solos otra vez.

—Amo a Rubes —dijo—. Ella es, como, la anti yo…

—¿Ya… ya no quieres ser mi enfermera?

Ivie rodó sobre su costado y lo miró a los ojos. Pasando las yemas de sus dedos
por su mandíbula y bajando por su garganta, trató de no darse cuenta de que su
barba ya no salía. Lo cual no era raro en vampiros machos que estaban muriendo,
esa suave piel en su rostro era un testimonio más de todo en lo que no quería
pensar.

—Prefiero ser tu novia. —Besó su boca—. Todavía estoy monitoreando todo.


Pero el tiempo que paso corriendo para conseguir medicamentos e ingresando
cosas en tu registro y revisando suministros es tiempo lejos de ti.

Él asintió y cerró los ojos.

—Sí. Ciertamente.

Cuando pareció retirarse de ella, le dio el espacio para ir donde su cerebro lo


necesitaba. Hacía mucho eso, se dio cuenta... cada vez más callado y retraído,
solo para volver con una broma, un cumplido o una pregunta.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo.


—Cualquier cosa. —Sostuvo su mano—. ¿Qué es?

Se tomó su tiempo, y estaba contenta de que él lo hiciera.

—Has estado con pacientes en mi... situación.

—Sí. Lo hice.

—Y qué es lo que... ¿qué les dices?

—¿Te refieres a cómo es el proceso de muerte?

—Sí.

Dios, odiaba que este tema estuviera entre ellos. Que esta cosa horrible de la

133
que sabía tanto no fuera simplemente un tema hipotético de conversación para
acercarlos, el tipo de cosas que dos personas que estaban comenzando a salir
cubrirían como cuántos niños esperaban tener o dónde querían vivir en última
instancia.

—Puedes ser honesta conmigo. —La miró—. Sé que no va a ser fácil.

—Antes que nada, no te faltaría el respeto al no decirte la verdad u ocultar las


cosas. Y, en segundo lugar, no tiendo a centrarme en el final. Lo que trato de
hacer es que la gente se sintonice en el ahora. Les hago reconocer a mis pacientes
que sus cuerpos están fallando y no hay nada que podamos hacer para detener
eso. Pero luego les pregunto, ¿qué es lo que más quieres preservar sobre ti ahora
mismo? ¿Qué características de los tuyos son más importantes para ti? ¿Cómo
podemos honrarlos? ¿Los traemos? ¿A quién necesitas ver? ¿A quién quieres ver?
La realidad es que los moribundos siguen viviendo igual que todos los que viven,
están en proceso de muerte. ¿Eso tiene sentido?

Él asintió y cerró los ojos.

Fue desgarrador observar que parecía haber envejecido cien años en las
últimas veinticuatro horas.

Y era tan difícil para ella no romperse y llorar, excepto que no podía hacer eso
delante de él. Tal vez no conocía mucho a Silas en términos de días, pero estaba
familiarizada con su carácter, y si la veía arrastrándose por él, desperdiciaría su
energía tratando de consolarla.
Mirando la sombra oscura de sus pestañas sobre sus pómulos pálidos, estaba
convencida de que la Virgen Escriba los había puesto juntos a propósito: Él había
necesitado a alguien para ayudarlo en su viaje al Fade... y ella había necesitado
sentir amor.

Por mucho que odiara admitirlo, debajo de su duro exterior no-soy-tan-


romántica-como-Rubes, había sido un lugar solitario. Un lugar tranquilo y
solitario que no había confiado que el destino le proporcionaría algo más que una
rutina nocturna.

Por supuesto, lo que le había dado era una espada de doble filo, ¿no?

—He vivido durante mucho tiempo. —La voz de Silas era aguda y tomó un

134
par de respiraciones—. He visto muchas cosas. Mucho ha cambiado en los
últimos cuatro siglos. He conocido a personas buenas y malas, he hecho cosas de
las que estoy orgulloso y otras de las que me arrepiento. Supongo que no soy
diferente a nadie más.

—¿Qué es lo que más quieres que recuerden? —susurró.

Sus párpados se levantaron y sus ojos se movieron a los suyos.

—Mi amor por ti. —Parpadeó lentamente—. Deseo ser recordado por lo
mucho que te amé. De todos los lugares que he visitado, personas que he
conocido y cosas que he hecho... mi amor por ti es la representación más pura de
lo que soy. Es lo mejor de mí, de lo que soy, de mi alma. Mi amor por ti... es todo
de mí.

Ivie se echó a llorar a pesar de que hizo todo lo posible para no ceder a la
emoción.

—Silas...

—Por favor, no me olvides. Sé que se supone que debo decirte que sigas
adelante con tu vida y te dediques a esta pequeña porción de tiempo que nos han
dado... pero solo... llévame en tu corazón donde sea que vayas. Será la vida que
deseé haber vivido, a tu lado, disfrutando el regalo del tiempo y la salud contigo.

—Lo prometo —murmuró—. Nunca te olvidaré.


Cuando él no respondió, Ivie tomó su palma y la colocó sobre su corazón.

—Aquí. Estarás aquí.

—Intentaré volver contigo. —murmuró—. En tus sueños... iré a buscarte... en


tus sueños... te... amo... queridísima... Ivie...

De repente, el equipo de monitoreo detrás de la cama comenzó a sonar,


múltiples alarmas sonando y convocando ayuda.

Cuando Rubes y otras tres enfermeras irrumpieron por la puerta del personal,
Ivie se puso de rodillas e hizo una evaluación rápida. Paro cardíaco. Su corazón
no estaba latiendo.

135
—¡Aplanen la cama! —espetó—. ¡Denme una cama plana!

Por una fracción de segundo, los otros miembros del personal y su prima se
congelaron.

Pero luego todos se pusieron en acción, Ivie revisó las vías respiratorias de
Silas y luego se inclinó sobre él para poder realizar compresiones de pecho.

—¿Dónde está el carro de paro? —gritó mientras cerraba los codos y


comenzaba a golpear su pecho—. ¡Vamos a necesitar las paletas! ¡Silas! Quédate
conmigo, no te vayas todavía, tienes que quedarte con...

A las tres a.m., Silas parecía haberse estabilizado, lo cual era una buena noticia.
¿Las malas noticias? No había recuperado la conciencia y había tenido que ser
entubado para poder seguir respirando.

Su pobre corazón había sido tan devastado por su sistema inmune fuera de
control que el músculo simplemente no estaba a la altura de su carga de trabajo.
Por el momento, lo único que lo mantenía funcionando era una compleja
combinación de medicamentos capa tras capa, y la sangre que había logrado
atravesar por su garganta hace unas dos horas.

Pero esta no era una solución a largo plazo y todos lo sabían.


Havers había estado en cirugía y luego había asistido a un parto complicado,
por lo que, en este punto, solo estaban esperando su evaluación final de lo que
todas las enfermeras, incluida la propia Ivie, sabían que era verdad.

Silas, para todos los efectos, ya se había ido.

Solo quedaba la concha, la cáscara vacía.

Ivie se sentó en el borde de la cama y tomó su mano flácida.

—Te amo, Silas. Estoy tan feliz de haberte conocido.

No luchó contra las lágrimas esta vez, a pesar de que creía que los pacientes
en coma eran más conscientes de lo que les rodeaba de lo que sugería su nivel de

136
conciencia.

¿Cómo estaban diciendo adiós tan pronto…?

—¿Ivie?

Ante la suave indicación, levantó la vista. Rubes estaba de pie al otro lado de
la cama, las manos de la hembra enredadas frente a su pecho, su cuerpo inclinado
hacia adelante, como si estuviera tratando de interrumpir tan silenciosamente
como fuera posible.

Ivie se secó la cara con las palmas e intentó sonreír.

—Hola. ¿Cómo te va prima?

O algo por el estilo. No se encontraba segura de lo que estaba diciendo.

—¿Hay alguien aquí que quiere verte?

—Bueno. Por supuesto. Está bien.

No se le ocurrió preguntar quién. Por otra parte, realmente no le importaba


nada excepto lo que estaba sucediendo en la cama del hospital.

—¿Dónde?

—Fuera en el pasillo.
Cuando Rubes asintió hacia el frente de la suite, Ivie se puso de pie y sacudió
las lágrimas sueltas de su uniforme. Luego puso un pie delante del otro a través
del arco y la sala de estar, y salió al pasillo…

Se detuvo en seco.

—Pensé que necesitabas tu propio roble ahora mismo —dijo Rubes


suavemente desde atrás.

El padre de Ivie estaba parado en el medio del corredor, esas botas de


motorista plantadas en el lujoso corredor, sus manos en sus caderas revestidas
de cuero, sus tatuajes brillando en la tenue iluminación porque, por supuesto,
había venido sin una chaqueta puesta.

137
Ivie apretó la mano de su prima en señal de agradecimiento y luego corrió
hacia su padre.

Golpeó a Hirah como un auto que se sale de control a toda velocidad. Y como
una torre de concreto, su padre no se movió. Simplemente puso sus fuertes
brazos alrededor de ella y la abrazó con fuerza.

—Se está muriendo, papá. Se está muriendo...

Su padre no dijo nada. Dejó que su fuerza hablara mientras evitaba que
colapsara en un montón en el pasillo.

—Lo amo tanto. —Giró la cara hacia un lado y apretó los ojos con fuerza—. Y
él se está muriendo...

Se quedaron así por mucho tiempo, y ella era vagamente consciente de gente
caminando tranquilamente, pero no le prestó atención a eso.

Y más tarde, mucho más tarde, reflexionaría que fue entonces cuando se hizo
adulta. Parada en ese corredor, en el abrazo de su padre, entró completamente
en su madurez.

La cuestión era que, cuando eras joven, y acudías a tus padres en busca de
apoyo, nueve de cada diez veces podían solucionar cualquier problema. Podrían
pegar el timón roto en tu velero. Poner una tirita en un corte. Alimentarte cuando
tenías hambre, acostarte cuando estabas exhausto, pasar el rato contigo cuando
estabas solo. Podrían ayudarte a encontrar lo que se te perdió, hacer desaparecer
las tormentas, comprarte un helado cuando alguien era malo contigo sin una
buena razón.

Los padres, cuando eras un niño, eran la fuente de todo-va-a-estar-bien.

Pero cuando Ivie se apoyó en su padre, fue como una adulta.

Él no podía arreglar esto, y ella sabía que no debía siquiera preguntar.

—Lo siento mucho, niña —dijo en una voz que se quebró—. Lo siento
mucho…

Cuando se separaron, Rubes tuvo la amabilidad de llevarlos a la sala de

138
reuniones del personal de la unidad para que pudieran tener un poco de
privacidad. Y una vez que se instalaron en una mesa circular, Rubes los había
dejado para volver a cuidar de Silas, algo por lo que Ivie estaba agradecida. No
era que no confiara en las otras enfermeras para ir a buscarla... era que no
confiaba en nadie tanto como en su propia sangre.

—¿Cuánto tiempo más tiene? —preguntó Hirah.

—No mucho más. —Se frotó la cara—. El final ha llegado muy rápido. Quiero
decir, quiero que su sufrimiento termine, pero al mismo tiempo, desearía que
hubiera más noches por delante para nosotros.

—Parecía un buen tipo.

—Él era… es… —se corrigió a sí misma—. Es un gran tipo.

—Tu mahmen quería venir, pero estaba demasiado sofocada.

—Prefiero que no me vea llorar. Tampoco estoy demasiado loca como para
tener que hacerlo.

—Sabes, Ivie, estoy tan orgulloso de ti. —Cuando Hirah se puso ronco, tomó
su mano—. Eres una hembra tan valiosa. ¿Y el hecho de que no estás huyendo de
él? ¿De esto? Cuando Rubes me llamó por primera vez, estaba triste por ti. ¿Pero
mi siguiente pensamiento, cuando me dijo que estabas a su lado? Mi siguiente
pensamiento fue esa es mi hija. Esa es la hembra que crié. Tú y yo somos iguales,
siempre lo hemos sido... demonios, ¿tal como estás ahora? Creo que eres más
fuerte que yo en realidad.

—Nadie es más fuerte que tú, papá.

Él apretó su palma.

—Mírate en el espejo, Ivie.

Cuando su padre se fue unos cuarenta y cinco minutos más tarde, Ivie
reflexionó que la visita era probablemente lo mejor que había hecho por ella. Él
no era el tipo de macho que se sentía cómodo en un entorno “sofisticado”, y Dios
sabía que odiaba todo lo médico con pasión.

139
Demonios, había sido conocido por recolocar sus propios huesos de vez en
cuando solo para evitar acercarse a la clínica.

Sin embargo, para ella, él había restado valor a todo eso y venido aquí.

A veces, simplemente aparecer en persona significaba todo.

Y cuando Hirah se despidió, no fue porque el amanecer estaba por venir,


aunque lo estaba, sino más bien porque parecía sentir que estar lejos de Silas le
era difícil.

Después de que Ivie lo acompañó a uno de los ascensores y lo despidió,


decidió que cuando Silas finalmente se fuera, ella iría a casa de sus padres y se
quedaría un par de días. La idea de estar sola en su departamento fue suficiente
para enloquecerla.

Ivie se apresuró a regresar a la unidad VIP, y una vez más, tomó el pasillo
familiar en lugar de la parte posterior del personal para entrar a la habitación de
Silas porque era más directo.

Cuando abrió la puerta, se detuvo en seco.

Havers estaba en la sala de estar, el médico de la raza estaba sentado en el sofá


de seda, las piernas cruzadas sobre la rodilla y los lentes de carey caídos mientras
se frotaba los ojos.

Se puso las gafas tan pronto como su presencia se registró y se puso de pie.
El corazón de Ivie comenzó a latir con fuerza. Por mucho que sabía que habían
llegado a la esquina final, no quería escuchar la verdad que sabía en su corazón.
No quería saber que era hora de que se eliminara el soporte vital. No podía
soportar la idea de que...

... había llegado el adiós.

—Tengo una idea —dijo el sanador—. Es radical y nunca se ha intentado antes.


Pero tengo algo que podría funcionar para él.

140
Capitulo 05

141
—Lo siento… yo... ¿qué? ¿Disculpa?

Ivie estaba tartamudeando, pero eso fue lo que sucedió cuando su jefe le
sugirió que posiblemente podría tener una salida del infierno en el que estaba. Y
que además le daría una linterna, algunas barras de proteína y una cantimplora
llena de agua fresca.

O algo así.

—Bueno, a menudo me he preguntado si una enfermedad como esta podría


responder a un trasplante de médula ósea. Como sabes, el sistema inmune de los
vampiros es único en nosotros, y aunque existen algunos paralelismos con los de
los humanos, están lejos de ser idénticos. Nuestro sistema es mucho más
resistente, por lo que no tenemos cáncer, pero ese es precisamente el problema
en un paciente como tu compañero. Si reprimimos demasiado la inmunidad,
rebota en una agresión aún mayor, creando nuevas dificultades… sin embargo,
si lo dejamos seguir, destruirá sus órganos de todos modos.

Ivie estaba luchando por mantenerse al día con las palabras, aunque ninguna
de ellas le era desconocida.

—Entonces, ¿qué está sugiriendo?


—¿Qué pasaría si pudiéramos reiniciar su inmunidad con algo
evolutivamente inferior, pero médica y biológicamente mejor?

—No le estoy siguiendo.

—Él es un aristócrata. De una Familia Fundadora. Como resultado de la


endogamia entre los de la glymera, su sistema inmune, en efecto, ha sido
comprometido por un grupo limitado de genes que permitió que una mutación
recesiva se convirtiera en una dominante, lo que resultó en el defecto de Crane que
padece. ¿Qué pasaría si encontramos un donante civil, uno de cría socialmente
menor que, por esa misma razón, fuera mucho más resistente y saludable?
Tendríamos que encontrar uno que fuera compatible y tiene que ser macho, pero
es posible que una infusión de médula nueva haga que su sistema inmunológico

142
se reinicie y regule mejor, de hecho.

Ivie miró a su alrededor.

—Perdóname, debo sentarme…

—Aquí, ven aquí.

Sintió que la agarraba de su codo con fuerza y luego la escoltó hasta el sofá en
el que había estado.

A tiempo. Los cojines se posaron debajo de ella justo cuando se le doblaron las
rodillas.

—¿Alguna vez ha probado un trasplante de médula ósea antes? —preguntó.

—No, no lo he hecho. Esto es básicamente teórico. Y no hace falta decir que, si


no lo cura, seguramente lo matará. Podría morir por la quimioterapia de dosis
alta que se requerirá para matar sus propias células. Podría rechazar el trasplante.
Podría tener una reacción anti-rechazo a los medicamentos. El trasplante en sí
podría no abordar los problemas de inmunidad. Sus órganos podrían estar
demasiado dañados para regenerarse. O podría haber una infección. O uno de
varios de estos eventos catastróficos.

—¿Pero vale la pena intentarlo? —preguntó.


Havers se sentó junto a ella. Tomando su mano, la miró directamente a los
ojos.

—¿Si fuera yo, y tuviera a alguien como tú esperándome al otro lado de una
enfermedad? Lo probaría. Lo probaría cien veces. Es la única oportunidad que
tiene de estar contigo.

Fue una movilización de personal y recursos que Ivie nunca había visto.

Una hora después de que se tomara la decisión, y gracias a los esfuerzos del

143
personal al llamar a sus abuelos, padres, tíos, hermanos y primos, cientos de
machos vampiros se presentaron en la clínica, formando líneas para tomarles
muestras de sangre. Sin embargo, no podían esperar los resultados. Debido a que
estaba tan cerca el amanecer, los donantes ingresaron, se les asignaron números
y rápidamente se les extrajo sangre antes de salir corriendo para no quedar
atrapados durante el día debido a la salida del sol.

Mientras tanto, Ivie se quedó junto a la cama de Silas, recibiendo


actualizaciones no solo de Rubes, sino de las otras enfermeras.

El donante requerido para el trasplante era más allá del tipo. Vitalmente tenía
que haber otros tres idénticos, y la propia sangre de Silas proporcionaba los
marcadores necesarios.

—Quédate conmigo —susurró mientras alisaba el cabello de Silas hacia


atrás—. Necesitamos más tiempo. Escucha mi voz... quédate conmigo…

A medida que el ventilador bombeaba oxígeno fresco a sus pulmones, su


pecho se movía hacia arriba y hacia abajo, un respirador que se inflaba y se
desinflaba de una manera antinatural. Y a ese sonidito de tambor, las máquinas
de monitoreo agregaban un coro de diferentes pitidos y parpadeos.

Odiaba todo eso. Comparado con la quietud y el silencio de él, todo lo demás
en la habitación del hospital parecía ruidoso y deslumbrante. Sólo quería que
todo se apagara para poder escucharlo a través del coma, pero no había manera
de hacerlo.
De vez en cuando, miraba el adornado reloj al otro lado del pasillo.

Las horas se estaban escapando.

La luz del día estaba aquí.

¿Qué pasaría si no encontraban un donante compatible? ¿Qué pasaría si él


moría antes de encontrar a alguien que pudiera ayudarlo?

Y demonios, incluso si encontraban a alguien, entonces tenía que preocuparse


por todas las complicaciones y el fracaso de...

—Basta —se dijo—. Un paso a la vez.

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Revisó el reloj de nuevo. Aunque eso fue estúpido. Dios, ¿cuándo fue la última
vez que bebió o comió algo? No parecía importar. Su cuerpo no tenía hambre ni
pedía agua. Era como si estuviera inmóvil, tal como estaba.

—Quédate conmigo, Silas...

Deseaba que hubiera alguna forma de preguntarle qué quería hacer, qué
riesgos estaba dispuesto a asumir, si este era el tipo de desesperados milagros
que él quería. A ella no le gustaba tomar la decisión por él, pero tenía que creer
que él elegiría apostar...

Una enfermera asomó la cabeza sin llamar.

—¡Tenemos un donante compatible!

Ivie se puso en pie de un tirón.

—¿Sí?

—No sé quién es el donante. Sólo el número… pero vamos a enviarle una


ambulancia y traerlo de regreso ahora mismo.

En ese momento, Havers entró a la habitación.

—Sí, tenemos buenas noticias. —El médico sonrió, pero no por mucho
tiempo—. Necesitamos mover a Silas a un aislamiento OR y comenzar la
quimioterapia ahora. La recolección de la médula ósea no tomará mucho tiempo,
pero los medicamentos que necesita requerirán alrededor de seis horas para
administrarlos. Y luego, después del trasplante, sólo tenemos que esperar y ver.

Ivie se volvió hacia Silas.

—¿Oíste eso? Es hora.

Se inclinó y envolvió sus brazos alrededor de sus hombros.

—Te amo. Lucha por nosotros, ¿de acuerdo? Lucha con todo lo que tienes.
Estoy aquí esperando. Incluso si no puedes oírme, debes saber que nunca estaré
lejos. No te dejaré, ni ahora ni nunca.

Fue tan difícil levantarse y dar un paso atrás.

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Pero no podía estorbar en el camino de todo esto.

Llegó más personal y la charla fue rápida, urgente y técnica; Ivie se encontró
retrocediendo hasta que sus omóplatos golpearon la pared más alejada.
Cruzando sus brazos sobre su pecho, vio que Silas era preparado para ser
transportado a las unidades regulares. La suite VIP tenía la gran mayoría de los
equipos y recursos, pero algunos eran tan especializados, como los quirófanos de
aislamiento, que, si pacientes como Silas los necesitaban, debían ser trasladados.

—Pritchard necesita estar aquí —les dijo a todos y a nadie en particular—.


¿Podría alguien llamar a su ama de llaves y enviar una camioneta para ella
también? Querrá estar aquí.

Rubes se acercó.

—Claro que sí. ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?

—¿Puedo conocer al donante? —Se escuchó decir Ivie.

—No sé quién es. No fui parte del proceso de pruebas, pero estoy segura de
que, si está dispuesto, puedes hacerlo.

—Realmente sólo quiero agradecerle.

—Despejen el camino por favor, gracias, despejen el camino...


Cuando alguien comenzó a maniobrar con la camilla del hospital en el discreto
vestíbulo para el personal, Ivie extendió la mano y tocó el hombro de Silas por lo
que bien podría ser la última vez.

—Te amo —gritó repentinamente aterrorizada—. ¡Te amo!

Y luego él se fue.

Junto con la mitad del equipo de monitoreo.

Ivie podría haber intentado seguirlo, pero sabía que simplemente estorbaría,
no estaba en modo profesional en este momento. Era un miembro de la familia
solamente.

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Así que lo mejor que podía hacer era quedarse allí y retenerse a sí misma.
Luego iría a la otra unidad en la que él iba a estar. Pero le daría al personal la
oportunidad de establecerlo primero; la cosa era que sus compañeras enfermeras
estaban estresadas y distraídas por su presencia. Preocupadas por ella,
horrorizadas por ella, no podían evitar mirarla; y por ahora todo tenía que girar
alrededor de Silas.

No, esperaría allí unos diez, tal vez quince minutos, y luego iría.

Ivie miró el agujero vacío en la habitación donde habían estado la cama y el


equipo. Había un par de envoltorios y un guante de látex extraviado en el piso.
Todo se limpiaría antes de traer al siguiente paciente.

Y no sería Silas.

Si esto funcionaba, iba a tener que estar en aislamiento para...

—¿Ivie?

Poniendo atención de nuevo miró a la enfermera que había entrado.

—¿Él está bien?... oh, Dios… ¿cuál es el código…?

—El donante viene ahora mismo. Registró su documentación y estuvo de


acuerdo con no ser anónimo, así que, ¿pensé que te gustaría conocerlo en la
recepción?

Ivie tomó una respiración profunda.


—Sí. Por favor. Gracias.

El viaje de la unidad VIP al área de recepción normal tomó una eternidad, con
las interminables vueltas a la izquierda y a la derecha. El ascenso de un piso en
el elevador era necesario porque la ambulancia oscura debía ser estacionada
antes de que cualquiera pudiera bajar de ahí, y eso sólo sucedía en la entrada
principal de toda la instalación subterránea.

Cuando salió a la sala de espera y al área de clasificaciones no urgentes, miró


alrededor de la zona abierta más grande de la clínica, viendo las sillas y mesas
para que los pacientes y las familias pasaran el rato, así como el área de juegos
para los niños, y el mostrador de registro que tenía tres empleados manejando

147
computadoras incluso durante el día.

—Saldrá de estos ascensores.

Ivie se dejó llevar hacia la izquierda y luego tuvo que caminar.

Cuando las puertas finalmente se abrieron, se detuvo y se quedó mirando. Un


macho alto y joven estaba parado entre una mujer que no era vampiro, pero
tampoco era humana, y… un hombre humano.

—¿Eres Ivie? —preguntó la mujer rubia cuando salieron al pasillo.

Ivie asintió y se aclaró la garganta.

—Ah, sí, sí, lo soy.

—Soy Doc Jane. Estoy aquí para ayudar con la cosecha de la médula ósea. Este
es el doctor Manello.

—Hola —dijo el humano con una sonrisa fácil. Sus ojos eran directos sin
embargo, y tenía una sensación de energía reprimida… como si estuviera
impaciente por ir a trabajar.

Dios mío, pensó Ivie. Los sanadores privados de la Hermandad de la Daga


Negra. Ivie había oído que a veces consultaban a Havers, y que claramente
ofrecían el mismo servicio a cambio. Sin embargo, ¿eran humanos?

Oh, a quién le importaba si podían salvar a Silas.


—Y éste es Ruhn. El donante.

El macho en cuestión se adelantó, quitándose una gorra tejida de lana.

—Señora. Siento mucho lo de su compañero. Me alegra poder...

A Ivie no le importó que fueran extraños. Lo abrazó fuertemente, extendiendo


sus brazos alrededor y sosteniéndolo con fuerza.

—Gracias —dijo con la garganta ahogada—. Gracias por este regalo.

Hubo una pausa y luego él le devolvió el abrazo.

—Sólo espero que esto funcione.

148
capitulo 06

149
De pie fuera de la unidad de aislamiento, Ivie observaba la cama de hospital a
través del cristal. Silas parecía tan pequeño en ella, tan solo, y deseaba poder ir
allí y sentarse con él. Sin embargo, la cuarentena comenzaba ahora. A pesar de
que podría ponerse el traje de protección y tomar otras precauciones, al final,
para él era más seguro cuantas menos fueran las personas con las que entraba en
contacto.

Ella no tenía idea de qué hora era. De qué día era.

Era vagamente consciente de que Rubes había estado yendo a intervalos


regulares para obligarla a comer y beber, pero las últimas doce horas eran un
borrón.

La quimioterapia que le habían dado a Silas era tan fuerte que había hecho su
trabajo en cuestión de horas, matando todas las células deficientes del sistema
inmunológico de Silas, así como toda una serie de otras cosas.

Ella no tenía ni idea de cómo estaba vivo todavía. Actualmente estaban


hidratando su cuerpo con fluidos, tratando de ayudar a su hígado y riñones con
su funcionamiento, y había una compresa fría alrededor de su cabeza para
mantener baja la circulación en el cerebro.
No por primera vez, le preocupó que sólo lo estuvieran matando de una
manera diferente. ¿Y si quedaba como un vegetal? Vivo, pero muerto de todas
formas, porque se habría ido para siempre, su mente confusa por la
quimioterapia, sus órganos fritos, sus…

—Ivie, van a traer la médula ósea.

Al oír la voz de Rubes, saltó.

—Lo siento, estoy…

Hecha un desastre.

Su prima sonrió suavemente.

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—Está bien.

Y allí estaba. Una bolsa IV con cosas de color rojo que podrían haber sido, no
por ser asquerosa, una salsa de cerezas o tal vez algo con tomate o tal vez pintura
de látex que había estado congelada y perdido parte de su integridad estructural.

La enfermera que la manipulaba estaba vestida con un traje blanco, suelto, de


aislamiento, su cara y cabello se encontraban cubiertos por una máscara y una
capucha, tenía los pies metidos en botines. Y al pasar junto a ella, levantó la bolsa
hacia Ivie, como para reconocer que representaba todo tipo de cosas: Esperanza,
amor, un posible futuro contra todas las probabilidades.

Ivie asintió en agradecimiento.

Luego observó cuando la enfermera entró en la antesala de la unidad de


aislamiento. Ahí la aguardaba otro miembro del personal, con un atuendo
similar, y era esa enfermera quien llevaría la bolsa a la cama de Silas.

A medida que la médula donada era conectada a vía de alimentación de la


línea venosa central, Ivie sacudió la cabeza y miró a su prima.

—El donante era un buen tipo. Tan generoso. Se lo dije... sabes, era realmente
importante para mí que él supiera de verdad que no era su culpa si esto fallaba.
Se lo dije una y otra vez que su regalo era increíble y que Silas y yo le estamos
agradecidos, sin importar el resultado.
Había estado en el quirófano con Ruhn durante la extracción porque había
querido apoyarlo y participar en el proceso de alguna manera, y no podía estar
con Silas en este momento.

—Tu padre me llamó de nuevo —dijo Rubes—. Y tu madre.

—Ellos se han portado grandioso. ¿Les dijiste que estaba bien?

¿Mentiste por mí, Rubes?, pensó.

—Sí. Mentí.

Cuando su prima la miró con esa sonrisa triste otra vez, Ivie puso su brazo
alrededor de la hembra.

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Era curioso cómo, durante todas sus vidas, desde que eran niñas, Ivie había...
bueno, no categorizado exactamente a Rubes como una persona algo dispersa y
falsamente optimista, pero había visto a su prima ciertamente no tan fuerte como
ella misma.

Incorrecto. Rubes habían demostrado estar hecha del mismo granito.

El hecho de que su exterior fuera tan animoso como su cabello rizado rojo no
significaba que su núcleo no fuera sólido.

—Te quiero, Rubes.

—Yo también te quiero, Ivie.

Cuando los ojos de Ivie fueron al tubo que iba desde la bolsa que ahora colgaba
con el resto de los líquidos y medicamentos de la IV, que atravesaba la
computadora que los administraba, y salía por el otro lado hacia la vía de Silas,
rezó porque esto funcionara.

Y que, si así era, él no la culpara por los resultados.

El tiempo transcurría a paso de tortuga.


Los miembros del personal eran muy amables; movieron una cama
directamente fuera de la sala de aislamiento, poniéndola justo contra el cristal de
modo que cuando Ivie apoyara la cabeza sobre la almohada, todo lo que tenía
que hacer era abrir los ojos y allí estaría Silas.

La gente le traía comida. Sus padres la visitaban. Lo mismo hacían otros


miembros de su familia.

El donante pasó por allí un par de veces. Los médicos de la Hermandad de la


Daga Negra le visitaron y analizaron. Las enfermeras en esos trajes protectores
blancos entraban y salían del anexo y la habitación en sí. Havers estaba siempre
por allí.

152
Para evitar que su propio cuerpo dejara de funcionar, Ivie se colocó a sí misma
en un programa de alimentarse, bañarse y dormir, estableciendo literalmente las
alarmas del iPhone para asegurarse de que permanecía centrada en las
necesidades básicas. Le traían ropa desde su hogar, y estaba bastante segura de
que todo el personal le traía comidas caseras según un plan de rotación, pero era
tan difícil rastrear cualquier cosa.

Era como tener fiebre alta, esa desconexión fundamental que te pone en una
isla desierta en medio del océano; cualquier cosa de su entorno, ya fuera la
comida, una conversación, o el movimiento, tenía que recorrer una gran distancia
para llegar a ella.

Solo le importaba una única cosa: Alguna señal de esperanza.

Un temblor de su mano o su pie que parecieran intencionales. Un análisis de


sangre que dijera que su sistema inmunológico se iba despertando en su nuevo
hogar. Un monitor que anunciara que sus órganos principales estaban volviendo
a la vida.

El estrés y el sufrimiento eran inimaginables, y en la parte posterior de su


mente, reconocía que por mucho que antes había asumido ser empática con las
familias de sus pacientes, saber por lo que estaban pasando, ponerse en sus
zapatos... había sido una mentira.

Hasta que no recorrías este camino y tratabas de medir la escala móvil del
infierno, no tenías ni idea de cómo era. El cerebro analizaba compulsivamente
cada pequeña pieza de información, la inflexión entre la esperanza y la pérdida
tocando fondo constantemente en un lado u otro. ¿Y justo cuando pensabas que
ya no podías soportarlo una noche más? ¿Una hora más? ¿Un segundo más?

Te levantabas y comías algo que no podías saborear y te frotabas los ojos rojos
arenosos… y volvías a conectarte con todo nuevamente.

En ese sentido, Ivie comprobó su iPhone. Martes. Era un martes.

Así que habían pasado tres días desde el trasplante.

Setenta y dos horas.

—Te traje un poco de café.

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Ivie se volvió y levantó la mirada. Era Havers, y parecía tan agotado como ella
se sentía.

—Oh, gracias.

No quería, pero tomó la taza y bebió porque necesitaba fluidos, la cafeína era
un regalo del cielo, y por otra parte, ¿el hecho de que el mismo sanador hubiera
pensado en traerle algo? Estaba sorprendida por el gesto.

Ambos se enfocaron en Silas.

—¿Qué piensas? —le preguntó.

—No lo sé. Estoy en busca de señales de algún cambio.

—¿Cuánto tiempo más?

—Es difícil de decir. En los seres humanos, se tarda un par de semanas, pero
nuestros sistemas funcionan de manera diferente al de ellos, es difícil usar eso
como un tipo de punto de referencia.

Permanecieron allí durante mucho tiempo, ella sentada en la cama que


también era su sofá y escritorio, con las piernas cruzadas en la maraña de mantas
de hospital; él de pie junto a ella, con la columna rígida y vestimenta formal.

—Gracias por intentarlo —dijo ella con voz ronca—. Simplemente rezo porque
funcione.
—Yo también.

Había resignación en la voz de ambos, e Ivie lo reconoció por lo que era: La


primera señal de que estaban llegando a un acuerdo con lo que era claramente
un fracaso trágico.

154
capitulo 07

155
Sin embargo, los milagros ocurren.

Justo cuando todo se sentía perdido, cuando todas las señales daban al lado
negativo, cuando Ivie había comenzado a convencerse que las cosas no habían
salido como esperaban y necesitaban hacer frente a la dura verdad…

Silas regresó.

Y no con un gemido, sino con un rugido.

Ivie estaba acostada, con la cabeza sobre la almohada, sus ojos en él, cuando
sintió que sus párpados comenzaban a cerrarse. El personal había entrado hacía
unos veinte minutos para tomarle otra muestra de sangre y ajustar su
medicación, y ahora sólo estaban ellos dos de nuevo.

Más tarde, se preguntaría qué hizo que lo comprobara una última vez; tal vez
lo hizo por reflejo, tal vez fue el destino llamando a su puerta.

Pero se obligó a abrir los ojos y... vio que él estaba levantando una mano.

Al principio, no tuvo idea de lo que estaba viendo. No se había movido desde


que había quedado inconsciente y tuvo que ser resucitado.

¿Era esto una convulsión…?


Mientras se sentaba, él hizo movimientos con su mano; parecía estar
levantándola para tratar de mirarla.

Y luego la del otro lado también se levantó.

Ivie saltó de la cama y llegó a la antesala tan rápido, que era como un personaje
de dibujos animados, capaz de atravesar paredes y dejar un hueco recortado de
su silueta en movimiento.

Luchando con el mameluco y gorro estériles, la torpeza de sus manos hizo que
dejara caer cosas y luego no podía conseguir meter sus pies en los extremos para
las piernas del maldito traje.

156
Cuando por fin se rompió el sello y oyó el silbido de la presión alta siendo
liberada, sintió que llegaba demasiado tarde o demasiado...

—... Ivie... Ivie... mi adorada Ivie...

Silas estaba moviendo la cabeza de un lado a otro, haciendo girar los brazos
como molinos de viento, sus piernas se movían nerviosamente bajo las sábanas.

—¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí! —Su voz sonaba amortiguada y teñida de un


gemido electrónico, a medida que fluía a través del altavoz del cobertor de la
cabeza.

Pero él se volvió hacia ella. Y pareció retroceder.

Ella levantó las palmas.

—No, no, soy yo, lo prometo. Soy yo debajo de esto. —Ivie se palmeó el traje.
Y a continuación le sostenía la mano y miraba esos increíbles ojos claros a través
de la máscara—. ¿Silas?

Su cara era como una versión esquelética de lo que había sido una vez, los
huesos amenazaban con exponerse desde debajo de la piel, los ojos se le hundían
en las cuencas, las mejillas estaban ahuecadas. Su piel era de color gris y estaba
seca, el cabello negro se ocultaba bajo la unidad de enfriamiento en su cabeza.
Tenía los brazos delgados como ramitas, la carne le colgaba en pliegues sueltos
donde los músculos se habían atrofiado.
Y cuando él encontró su mirada y empezó a sonreír... fue el macho más
hermoso que jamás había visto.

—¿Por qué? —Hizo un gesto con una mano flácida a su atuendo.

—Has tenido un trasplante de médula ósea. Tenemos que evitar infectarte con
cualquier cosa. Esto es... por tu protección…

En ese momento, ella comenzó a llorar, y honestamente no podría haber dicho


por qué. Mientras las lágrimas fluían y la máscara se le empañaba, no había forma
de contener la emoción que sentía; era una bola gigante de amor y alivio, y de
renovado terror de que esto se tratara de una breve mejoría que iba a fallar.

157
—¿Médula... ósea…?

Su voz era tan débil y ronca, que apenas podía oírla, pero era lo mejor que
había entrado jamás en sus oídos.

—Un nuevo sistema inmunológico para ti. —Le apretó la mano—. Un nuevo
comienzo. Un donante que ayudó. Hace cuatro días... —Continuó balbuceando,
repitiendo las palabras y frases, tratando de hacer que entendiera.

—Un nuevo... sistema...

—Eso es…

Sonó un golpe en el cristal, e Ivie miró por encima del hombro. Rubes estaba
en el exterior, saltando arriba y abajo, su cabello como bobinas de cobre
desenmarañándose y saltando desde una caja. Sostenía lo que parecía ser un
informe CBC y tenía el pulgar hacia arriba, levantándolo una y otra vez.

Funcionaba. Su nuevo sistema inmunológico estaba despertando. Y


funcionando.

Más tarde, Ivie reflexionaría que todo el asunto era como cuando notas la
primera señal de la primavera, justo cuando pensabas que el invierno nunca se
iba a terminar y el clima nunca cambiaría. Era esa gloriosa sacudida de felicidad
cuando salías de tu casa y el aire era un poco más suave, y el olor de la tierra te
envolvía, y había una humedad en el aire que había estado desaparecida desde
octubre.
Era el azafrán surgiendo de la tierra. El narciso nuevo en el cantero de flores.
Era la rama de la hierba verde y la frondosidad del arbusto de madreselva y los
brotes a lo largo de las ramas de los árboles.

Era la promesa de calidez y vida y el destierro de la frigidez cruel del invierno.

—... Ivie... —susurró Silas.

—Te amo —dijo ella a través de la máscara—. Estoy tan contenta de que estés
de vuelta.

—Te amo... mi adorada Ivie.

158
capitulo 08

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—Mira, no quiero ser directa sobre esto, pero tengo que serlo.

Mientras Silas se sentaba en su cama de aislamiento, miró a Ivie directamente


a los ojos y cruzó los brazos sobre el pecho. Negándose a tumbarse sobre las
almohadas, era una reinvención de sí mismo, casi una resurrección al estado
donde había estado. Tenía que recuperar peso. Sus problemas de estómago
persistían. Le estaban dando una tonelada de medicación. Pero se encontraba
gloriosamente vivo, maravillosamente alerta, y... quién lo diría, cachondo.

—¿Cuándo puedo hacerte el amor? —preguntó.

Ivie se sentó en la cama junto a él y no pudo contener la sonrisa en su cara.

—Bueno, supongo que puedes en cuanto salgas de aquí.

—¿Y cuándo será eso?

Silas se había saltado la etapa petulante, malhumorada de la recuperación en


la que algunos pacientes caían, y procedido directamente al Listo para la Acción.
Y no sólo en cuanto al sexo. Estaba dispuesto a volver a su vida, a su vida en
común.

—¿Creo que dentro de una semana?


El gemido que soltó fue sólo parcialmente cómico.

—Esta habitación es una pecera.

—Lo sé. Pero tu sistema inmunológico todavía no ha alcanzado su plena


capacidad. Pero estamos cerca, muy cerca. Oye, ya no tengo que usar un traje y
la máscara. Eso es importantísimo.

Lo verdaderamente milagroso era que, de alguna manera, su trasplante había


recalibrado todo su cuerpo, cambiando lo básico, su propia identidad celular. En
las siete noches previas, Havers había reducido la cantidad de medicamento
contra el rechazo en su sistema, y habían descubierto... que él parecía no
necesitarlo en absoluto: Los análisis de sangre y las muestras de tejido habían

160
mostrado que la médula ósea del donante y su sistema inmune habían
esencialmente “convertido” a Silas en el donante. Por lo tanto, no era un caso de
huésped contra injerto, sino de injerto convirtiendo al huésped en lo injertado.

Doc Jane, como Ivie había conocido a la doctora especial de la Hermandad,


había estado asombrada. Evidentemente, había salido de la tradición humana, e
indicado que, en su experiencia, la transformación era algo sin precedentes.

Pero entonces, los vampiros eran una especie diferente.

—Quiero estar a solas contigo. —Silas sonrió—. Como por todo un mes de
corrido.

—Ese también es mi plan.

—Quiero decir, aprecio este increíble nivel de apoyo de todo el mundo, pero
estoy listo para hacer que te frustres por cosas normales; como olvidarme de
tapar la pasta de dientes, y no poner mi plato en el lavavajilla, y dejar mis
calcetines tirados en nuestro dormitorio.

A veces, las personas que necesitaban un milagro rezaban por algo no más
exótico que la “normalidad.” Y al principio, ella no había confiado en la re-
calibración de las cosas. Había esperado que cayera el otro zapato, a que la
pesadilla regresara, a volver a vivir el infierno.

Con cada noche que pasaba, sin embargo, iba dejando ir esos miedos, de a
poco. Todavía tenían un largo camino por delante. Tenían que pasar por un
montón de recuperación, pero todos los grandes obstáculos habían sido
superados, coronado por la increíble capacidad de recuperación del cuerpo de
Silas.

¿Y lo más maravilloso? El donante había ido de visitas varias veces e iban a


verse con Ruhn en el mundo real después de que salieran de allí. El macho, una
vez un extraño, se sentía ahora como parte de ellos. Porque, hola, sin él, no habría
un “ellos”.

Pritchard también había ido de visita, trayendo informes de los asuntos de


Silas, y de la casa y de sus propiedades inmobiliarias. Al parecer, él tenía un
montón de dinero. Una gran cantidad de inversiones. Muchos bienes
inmobiliarios.

161
Además, un hermano que no podía encontrar. Pero tal vez eso vendría
después.

Ivie sin duda lo esperaba. Había una tristeza subyacente de que esta terapia
no se hubiera utilizado para salvar al padre de Silas; pero por lo menos era una
opción para otros machos que tenían el defecto.

Y, en consecuencia, ella y Silas estaban desesperados por encontrar a su


hermano que también era un portador.

Por el lado de Ivie, su padre había ido de visita, al igual que su mahmen. Pero
el resto de su familia se estaba manteniendo a raya hasta que Silas estuviera fuera
del hospital y más recuperado.

—Me salvaste la vida, Ivie —le dijo.

—Fueron Havers, los médicos y Ruhn.

—No. Yo viví por ti. Luché por ti. Podía escuchar tu voz, podía sentir tu
presencia; me aferré a todo eso. A veces, tenía la tentación de renunciar y ceder...
pero sabía que tú estabas luchando por mí, por nosotros, y me uní a esa batalla.
Te amo, mi adorada Ivie.

Tomando su cara entre sus manos, ella lo besó y susurró:

—También te amo, mi macho.


Había tantas cosas por decir, y esperanzas para el futuro, esperanzas y sueños
que ahora podían volar con libertad. Ante ellos se presentaba un mundo de
posibilidades ahora, y es como si alguna propiedad robada se les hubiera
devuelto, la joya preciosa del tiempo juntos de nuevo en sus manos.

—Y yo tampoco puedo esperar para hacer el amor contigo —murmuró ella—


Eso me está volviendo loca.

162
epilogo

163
Pasaron tres semanas antes de que Silas fuera finalmente libre.

Tres largas semanas.

El retraso se debió a un revés aterrador con la neumonía, pero Silas había


superado la infección como si hubiera vencido todos los obstáculos, con buen
humor y fuerza. De hecho, lo había llamado la prueba de conducir de su nuevo
sistema inmunológico, y a Ivie le encantaba ver el orgullo que tenía de sus
fantásticas células de respuesta.

También finalmente estaba ganando peso, y más que eso, estaba deleitándose
en la salud y el bienestar que obviamente no había sentido durante tanto tiempo.

Su salida de la clínica había sido una emoción aterradora, con despedidas que
estaban llenas de lágrimas y de todo corazón. Ivie se tomaría un mes sabático,
pero luego volvería a trabajar, y renunciaría a su apartamento. En un año.

Ambos acordaron que era importante para ellos desarrollar su relación a su


propio ritmo, y que su traslado cerrado, con existencia y a cañonazos era
demasiada presión. Pero iba a estar con él durante mucho tiempo.

Cuando el chofer condujo el Bentley de Silas para detenerlo frente a la mansión


en la que había entrado una vez para una entrevista de trabajo hacía una vida,
Ivie miró a través de las ventanas de su gran fachada con gran asombro.
Pensando qué tan lejos había llegado desde que había llegado por primera vez a
esta gran puerta.

Silas tomó su mano.

—¿Estás lista?

—Oh, sí.

Cuando el conductor abrió la puerta, ella fue la primera en salir. Silas surgió
más lentamente, pero su rostro brillaba de felicidad.

Mirando al chofer uniformado, dijo:

164
—Gracias, Johe. ¿Por qué no te tomas la noche libre?

—¡Oh, señor! ¡Gracias! —El hombre mayor se inclinó—. Y puedo decir,


bienvenido a casa. Te hemos echado de menos.

—Gracias, Johe.

Silas sonrió y saludó cuando el Bentley se alejó del bordillo.

Y luego Ivie le ofreció el codo.

—¿Mi amor? —dijo ella.

Silas se enganchó de su brazo y empezaron a subir por el camino formal. Las


linternas de gas chisporroteaban en bonitos soportes de hierro, y ella imaginó lo
que el césped y las plantaciones alrededor de la mansión iban a parecer en la
primavera y el verano.

—Así que hay algo que debería decirte —dijo mientras se acercaban a la
enorme puerta de entrada—. Bueno, dos cosas en realidad.

—¿Qué es?

Lideró el camino hacia la resplandeciente casa.

—En primer lugar, Pritchard tiene la noche libre. Estaba un poco decepcionada
al escuchar esa noticia, pero ahí lo tienes.

Ivie sintió que su cuerpo se calentaba al instante.


—¿Oh, en serio?

Silas los encerró juntos, y ella notó vagamente que él estaba de vuelta en su
uniforme de suéter de cachemira y pantalones caros y holgados. Todo era un
poco holgado, pero, ¿cómo le podía importar? Aun así, iban a aflojar un poco su
vestuario.

Presentarle los vaqueros. Las sudaderas. Unos buenos pantalones cortos en


julio.

—¿Y? —incitó ella.

Se detuvo en el centro del espacio abierto bellamente decorado.

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—Nos hemos comprado una granja. En el valle por encima de tus padres. Sí,
sí, sé que debería haberte preguntado, pero necesitamos un lugar fuera de la
ciudad para tener privacidad y sé que quieres estar cerca de tu familia, y sin
ofender, pero tengo dinero de Gin Rummy que necesito devolverle a tu tía…

Ella lo abordó con un abrazo.

—¡Como eres! ¿Nos compraste una granja?

Mientras la sostenía contra su cuerpo, el corazón de Ivie fue libre, su alma era
libre, y fue en ese momento cuando supo que el otoño había terminado: Cuando
había estado en ese bar y lo había visto y casi miró sus ojos, cuando tuvo la
sensación de que iba a cambiar para siempre… ahora lo sabía, hasta su médula,
por supuesto, que todo estaba bien y la nueva era en su vida iba a ser incluso
mejor que cualquier otra cosa que hubiera existido antes.

La boca de Silas encontró la de ella y, de repente, ya no estaba pensando.

Fue todo acerca de la sensación cuando tropezaron hacia atrás en la sala de


dibujo en la que había esperado cuando había venido a solicitar el trabajo.

La ropa dejó sus cuerpos, derritiéndose y aterrizando en la alfombra, y luego


estaban sobre la alfombra frente al fuego crepitante.
—Las cortinas están echadas —gimió contra su boca—. Tenía todo listo,
incluso el fuego. Solo por esto.

Él la hizo rodar y encontró su camino entre sus piernas para entrar en ella. En
respuesta, las lágrimas de alegría se clavaron en sus ojos mientras lo miraba y
comenzaban a moverse juntos.

—Te amo, querida Ivie —le dijo—. Y voy a vivir toda una vida con esas
mejores características mías a la vanguardia.

Ivie sonrió y se rió, sí, rió. Porque a veces, incluso las hembras duras y fuertes
como ella tenían demasiadas burbujas de champán en su torrente sanguíneo para
mantenerlos dentro.

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—De vuelta a ti, mi hombre —respondió ella—. Te amaré con todo lo que soy
y todo lo que tengo…

En ese punto, dejaron de hablar y se centraron en hacer el amor.

Hasta las seis de la tarde… del día siguiente.


Jessica Rowley Pell Bird Blakemore es la

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novelista estadounidense más vendida del New
York Times, la número uno del mundo. Bajo su
nombre de soltera, Jessica Bird , escribe novelas
románticas contemporáneas, y como JR Ward ,
escribe romance paranormal .

Ward estudió Historia Medieval y más tarde


Derecho en la Albany Law School, trabajando
posteriormente como gestora dentro del mundo de
la sanidad, ocupando puestos de dirección en
importantes clínicas. Actualmente vive en
Kentucky con su marido y su perro.

A Ward le gusta escribir novelas de series que incorporan personajes de sus


libros anteriores. Ella compara el proceso de crear una serie para "conocer amigos
a través de otros amigos". Sus héroes son a menudo machos alfa, "mientras más
duro, más arrogante, más arrogante, mejor", mientras que las heroínas son
inteligentes y fuertes.
Sola Morte, ex ladrona, ha abandonado su antigua vida en el lado equivocado de

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la ley. Al huir de la familia de un narcotraficante, ella
está escondida lejos de Caldwell, manteniendo su nariz
limpia y a su amada abuela a salvo. Sin embargo, su
corazón continua en el norte, con el único hombre que
ha superado sus defensas: Assail, hijo de Assail, que
nunca tuvo la intención de enamorarse, y ciertamente
no de una mujer humana. Pero no tienen futuro, y no
solo porque ella no sabe que él es un vampiro, sino
porque no está dispuesto a dejar de darle armas a la
Hermandad de la Daga Negra. El destino, sin embargo,
tiene otros planes para ellos. Cuando Assail cae en
coma y permanece al borde de la muerte, sus primos
buscan a Sola y le piden que le dé una razón para vivir.
Lo último que quiere es regresar a su pasado, pero ¿cómo puede dejar que se muera?

Cuando un nuevo enemigo letal de los vampiros muestra su rostro, y la


Hermandad necesita que Assail se recupere, Sola se encuentra a sí misma no solo
siendo un objetivo, sino también como una fuerza a tener en cuenta en una guerra
que no entiende. Y cuando salga a la luz la verdad de Assail, ¿huirá del horror. . . o
seguirá a su corazón hacia los brazos del hombre que la ama más que a la vida
misma?
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0.5 The Story of son (2015)

1 Amante oscuro (Dark Lover, 2005)

2 Amante eterno (Lover Eternal, 2006)

3 Amante despierto (Lover Awakened, 2006)

4 Amante confesso (Lover Revealed, 2007)

5 Amante liberado (Lover Unbound, 2007)

6 Amante consagrado (Lover Enshrined, 2008)

6.5 Father Mine (Dentro de la “La guía secreta de la Hermandad de la


Daga Negra”, 2008)
6.5 La guía secreta de la Hermandad de la Daga Negra (The Black
Dagger Brotherhood: An Insider’s Guide, 2008)

7 Amante vengado (Lover Avenged, 2009)

8 Amante mío (Lover Mine, 2010)

9 Amante liberada (Lover Unleashed, 2011)

10 Amante renacido (Lover Reborn, 2012)

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11 Amante al fin (Lover At Last, 2013)

12 El rey (The King, 2014)

13 The Shadows (2015)

13.5 Blood Kiss (Black Dagger Legacy #1, 2015)

14 The Beast (2016)

14.5 Blood Vow (Black Dagger Legacy #2, 2016)

15 The Chosen (2017)

15.5 Blood Fury (Black Dagger Legacy #3, 2018)

15.5 Dearest Ivie (2018)

16 The Thief (2018)

16.5 Prisoner of the Night (2019)

17 The Savior (2019)

17.5 Blood Truth (Black Dagger Legacy #4, 2019)

18 The Sinner (2020)

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