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Teoria Queer
Teoria Queer
Córdova, David. “Teoría queer: reflexiones sobre sexo, sexualidad e identidad. Hacia una
politización de la sexualidad” (21-66).
Los inconvenientes del uso del término en inglés nos remiten directamente a la fuerza performativa
que el término contiene […] Queer es un insulto. Sus equivalentes en español más comunes son
marica, bollera, tortillera. La pronunciación del término traslada en su enunciación la carga de la
violencia y la discriminación ejercidas por la sociedad heterosexual contra gays y lesbianas, y es
precisamente esa fuerza la que se subvierte al utilizar el término en primera persona […] Perdemos
su incorrección política, su malsonancia, su contenido obsceno e insultante, y podemos acabar
quedándonos con un significante neutro políticamente, que simplemente señala una corriente de
moda dentro de la posmodernidad cultural y teórica (22).
Hacer y producir teoría queer es, en este contexto, asumir un cierto acto político de intervención
enunciativa por la cual, en un cierto sentido, se suspende la autoridad de la disciplina académica y
se la increpa desde uno de sus márgenes, con el objetivo de movilizar y desplazar ese margen
(23).
[PREMISA]
[…] la sexualidad no es un hecho natural, sino que está construida socialmente (23).
La pulsión para Lacan es una formación, un montaje que se produce como resto en el momento en
que el instinto y la necesidad que genera se ven apresados en la red simbólica. En un primer
movimiento, la necesidad instintual se ve apresada en la red de la demanda en tanto que el objeto
que la satisface pasa a funcionar como signo del amor del otro (inicialmente la madre). En un
segundo tiempo, con la entrada del sujeto en el orden simbólico, por medio de la Ley paterna, la
separación de la madre lo introduce en el circuito del deseo, caracterizado por una pérdida original
y por la imposibilidad de la reincorporación del objeto (definiéndose así el deseo por la
imposibilidad de su satisfacción). La pulsión aparece entonces como la posibilidad y la necesidad de
un goce en esa propia imposibilidad de satisfacción, en ese movimiento circular de repetición por la
cual la satisfacción del deseo es constitutivamente imposible (29).
[SISTEMA SEXO/GÉNERO]1
El argumento desarrollado a partir de este concepto se basa en una dicotomía entre naturaleza y
cultura, considerando al sexo como un elemento que forma parte de la primero pero que sólo
adquiere relevancia social mediante su significación cultural, a la cual se denomina género. El
género es por tanto la investidura de significados que en cada sociedad concreta asume el sexo
biológico, el cual se toma en principio como dado (35).
1
Concepto elaborado por Gayle Rubin en "El tráfico de mujeres: Notas sobre la "economía política" del sexo" (1975). Estas
reflexiones son herederas de la propuesta de Simone de Beauvoir, al aseverar que “No se nace mujer, se llega a serlo” (35).
En la definición de Rubin, el sistema sexo/género es un dispositivo o tecnología de producción de
sujetos humanos diferenciados en hombres y mujeres para la reproducción de un sistema de poder
desigual y/o explotación […] Los límites de esta formulación están en su mantenimiento de la
dicotomía naturaleza-cultura que sirve de fundamento a la distinción sexo-género […] En primer
lugar, si no existe relación entre el sexo biológico y el género social, no puede explicarse el hecho
de que a ambos lados de la dicotomía nos encontremos ante un sistema binario estricto en que
cada individuo debe necesariamente pertenecer a uno de los dos sexos o géneros, pero a la vez
puede pertenecer exclusivamente a uno y sólo a uno de ellos. Tampoco es posible explicar desde
esta distancia el hecho de que exista una correspondencia directa entre sexo masculino y género
masculino y sexo femenino y género femenino (36).
Si ya no es posible esta dirección causal del sexo al género, y si estamos situados en un contexto
discursivo materialista-construccionista que considera al género como un espacio político, la
consecuencia teórica será ver en el sexo una construcción discursiva naturalizante de la diferencia
de géneros establecida socialmente. Este giro, desarrollado por Butler a principios de los años
noventa, es la base de la conceptualización queer del género (37).
[LIBERACIONISMO GAY-LESBIANO]
El discurso de la liberación se fundamenta en una concepción de la sexualidad de tipo humanista (y
por lo tanto esencialista y universalista), aunque parte de postulados construccionistas para
conceptualizar la construcción de la homosexualidad como categoría […] La heterosexualización del
deseo es considerada como un proceso normatico de represión de su parte homosexual inherente.
Por lo tanto, el objetivo político que se defiende es la recuperación del deseo homosexual en todas
las personas, es decir, la recuperación del polimorfismo sexual natural previo a la represión (40).
[MODELO ÉTNICO]
Una de las cuestiones que el modelo étnico plantea a los discursos universalistas sobra la
sexualidad es que detrás de esa supuesta universalidad se esconde la supresión de determinadas
particularidades. en un sentido más amplio, el discurso identitario cuestiona la universalidad del
modelo liberal de ciudadanía y las narrativas histórico-políticas occidentales que se basan en un
silenciamiento de determinadas experiencias, prácticas y subjetividades particulares. El
establecimiento de modelos propios y autónomos, y la construcción de genealogías en una
reconstrucción de las narrativas históricas han sido los elementos más importantes de esta
estrategia. En lugar del esencialismo universalista de los discursos normativos y liberacionistas, el
modelo étnico-identitario-comunitario se basa en un esencialismo de la particularidad (43).
2
Estas propuestas son revisadas en El pensamiento heterosexual (The straight mind) (1980).
[POLÍTICAS QUEER]
Supusieron un cuestionamiento de las tendencias integracionistas de una parte importante del
movimiento gay y lesbiano, señalando los límites esa integración y promoviendo posiciones de
enfrentamiento directo contra los regímenes normativos. Supusieron también el cuestionamiento
de la identidad sobre la que se habían asentado las políticas gays y lesbianas, considerando los
efectos excluyentes de esa identidad (44).
No se tratará ya de localizar los contrapoderes de las minorías sexuales o de los oprimidos sexuales
en un movimiento político definido. No estamos ya en la dicotomía liberacionista entre alienación
(falsa conciencia) y liberación (concientización política). La resistencia se dará en lugares múltiples
y de forma no siempre intencional y consciente. Los puntos de subversión del sistema del régimen
(hetero)sexual estarán dispersos por todo el espacio delimitado por ese régimen. Entiéndase que
no se trata de negar la importancia de la movilización y la intencionalidad de un sujeto político, al
contrario: la articulación de un movimiento identitario seguirá considerándose imprescindible y
efectiva […] Lo que se intentará es más bien no reducir la posibilidad de resistencia y
resignificación a esa forma de política (45).
[IDENTIDAD QUEER]
Uno se convierte en lo que es en la medida en que reconoce en ese ser lo que ya desde siempre ha
sido, situándolo de esta forma en un lugar anterior al acto de interpelación/socialización. Es en este
preciso sentido en el que Butler va a proponer una lectura del sexo como efecto del proceso de
naturalización de la estructuración social del género y la matriz heterosexual. El sujeto es llamado
a identificarse con una determinada identidad sexual y de género sobre la base de una ilusión de
que esa identidad responde a una interioridad que estuvo allí antes del acto de interpelación. Lo
cual es precisamente uno de los aspectos fundamentales de la concepción performativa del género.
No hay una esencia detrás de las performances o actuaciones del género del que éstas sean
expresiones o externalizaciones. Al contrario, son las propias actuaciones (performances) en su
repetición compulsiva las que producen el efecto-ilusión de una esencia natural (56).
[EPISTEMOLOGÍA QUEER]
La misma expresión de teoría queer, que debemos a Teresa de Lauretis, y que hizo su primera
aparición en la portada del ya mítico número de la revista differences, fue forjada para reaccionar a
la exclusión de las diferencias que permitía la hipostasia de políticas o estudios «homosexuales» o
«gays y lesbianos». Nos invitaba a un retorno reflexivo sobre la producción del discurso gay y
lesbiano en relación con la raza, pero también la clase, la corporalidad, las diferencias
generacionales, geográficas y socio políticas […] Pronto, el mismo término queer se volverá objeto
de reapropiación mercantil, de academicismo y estetización. Esta rápida dolcegabanización de
queer nos ayudaba a reconocer que no era posible ganar la batalla de la resignificación. Estábamos
abocados a la deriva performativa (111).
Una lectura cruzada de Wittig y Foucault habría, por tanto, permitido desde el comienzo de los
años ochenta dar una definición de la heterosexualidad como tecnología biopolítica destinada a la
producción de cuerpos heteros. Sin embargo, a diferencia de Foucault (y ésta es una de las
características que la distancian de la teoría queer), cuando Wittig habla de la heterosexualidad, no
parece haber identificado un «dispositivo biopolítica» para la producción de la sexualidad moderna,
sino, más bien, una estructura de dominación que explica la opresión de las mujeres a lo largo de
la historia (115).
Parece más acertado hoy poner el acento en la formación complementaria y mutua de las
identidades homosexuales y heterosexuales, y en sus procesos de a-normalización/in-visibilización
a lo largo del siglo XX. En lugar de revalorizar la homosexualidad en relación a la heterosexualidad
o de prefigurar una utopía del afuera en la que la lucha de los sexos o los géneros, como una
nueva lucha de clase, llevaría a una sociedad igualitaria, parece políticamente más pertinente
analizar la manera en que la misma oposición hetero/homo produce jerarquías políticas y morales
de saber y de poder, y cómo esta oposición eclipsa otras formas de dominación política como la
clase, la raza, el género, la edad, etc. No podemos dejar de insistir en la necesidad de permanecer
críticos frente a los efectos normalizadores y excluyentes de toda lógica de la identidad, ya sea
heterosexual u homosexual (117-8).
[WITTIG Y LA LESBIANA]
«La lesbiana» para Wittig será aquella que, casi milagrosamente, ha roto el «contrato
heterosexual» situándose en una radical exterioridad política, un espacio puro en relación con la
monumentalidad monolítica de la heterosexualidad. La oposición espacial entre el «interior» y el
«exterior» que encontramos en El pensamiento heterosexual, parece señalar la distancia abismal
que separa la heterosexualidad (= la dominación) del lesbianismo (= la libertad). Pero, puesto que
los sexos son definidos como productos de esta totalidad heterosexual, es difícil imaginar lo que
queda de «la lesbiana» una vez que alcanza este «exterior» (116).
Después de todo, la definición de la heterosexualidad que hace Wittig como «una trampa, un
régimen político forzoso», ¿no remitiría más bien por primera vez a concebir la heterosexualidad y
no la homosexualidad como un espacio cerrado, siendo el espacio doméstico históricamente uno de
los guetos por excelencia de las mujeres, por ejemplo? A causa de este hermetismo de la
heterosexualidad, no hay necesidad de apelar a la liberación sexual de las lesbianas o de los
homosexuales. La cuestión sería, más bien: ¿cómo abrir un punto de fuga, cómo trazar un túnel,
cómo encontrar una salida al gueto «heterosexual»? (116).
[…] el lesbianismo construye sus límites identitarios también a través la exclusión de la minoría
transexual y translesbiana, así como de otras minorías raciales, de clase y discapacidad. El
lesbianismo no se sitúa más allá de los sexos ni de los sistemas de opresión, es más bien, el
resultado paradójico de lo que podríamos llamar una «exclusión excluyente» (120).
[DEVENIR MONSTRUO]
Con o sin hormonas, con o sin silicona, para principios del nuevo siglo, una pequeña multitud de
«lesbianas» habían comenzado un proceso de transformación discursiva y corporal que daba a la
frase atribuida a Monique Wittg, «yo no tengo vagina», un aire de premonición futurista. Nos
hemos vuelvo cuerpos lesbianos, trans… peludos, monstruosos y sexys. En lugar de estar
condenadas a ser subproductos de la máquina biopolítica heterosexual, las «daddies», las drag
kings, las trans-bollo, han decidido cortocircuitar el proceso de producción y normalización de los
cuerpos «homosexuales» para constituirse en nuevos sujetos de un devenir político sexual (112).
[CUERPO POSTHUMANO]
Pero, ¿qué quiere decir no tener vagina? Una afirmación tal no es posible más que en un marco
hiperconstructivista y, sobre todo, posfeminista para pensar el cuerpo. La declaración de guerra a
la «Naturaleza», sobreentendida en las frases «las lesbianas no son mujeres» y «yo no tengo
vagina», anuncia la deconstrucción del cuerpo heterocentrado. Situándose fuera de los regímenes
de la sexualidad heterosexual, es posible afirmar que no se tiene vagina y tampoco, por tanto, un
cuerpo que pueda ser llamado «mujer» (126-7).
Como muestra la violencia de la reasignación médica de los niños intersexuales, y prueba nuestra
incuestionable normalidad, un cuerpo que no puede ser reconocido como masculino o femenino
según el régimen epistemológico binario y visual de la concepción heterocentrada de lo humano,
pasa a formar parte de la categoría de los fetos malformados, de lo monstruoso, lo animal, lo
desviado e incluso abyecto. El cuerpo de sexo no identificado del «hermafrodita» es considerado
como una regresión a un estadio «primitivo» y vegetal, donde los sexos no están aún
compartimentados. Un cuerpo de sexo no identificado poner en marcha un movimiento de retorno
al pasado en la evolución de las especies que la ciencia straight representa como lineal y
progresivo. Decir que «las lesbianas no son mujeres» implica asumir el riesgo de convertirse en
monstruo, de caer, derrapar sobre la pendiente ascendiente de la evolución y la civilización,
volverse hacia la animalidad, lo vegetal, hacia las sociedades «primitivas» del sur colonizado que,
para el pensamiento heterocentrado, burgués y europeo del siglo XIX, se parecían a las sociedades
malditas de Sodoma y Gomorra. Un cuerpo tal no es humano, sino infrahumano, incluso
posthumano (127).
Si yo no tengo vagina es porque la vagina, en tanto que órgano sexual femenino, se define como el
receptáculo apropiado para un pene natural […] y como cavidad natural para la fertilización. Una
vagina que no se deja territorializar por el follar hetero es anatural, deficiente e incluso «malsana
como un pulmón que no ha respirado jamás», por retomar la expresión de Antonin Artaud (128).
Rodrigo, Desiré y Helena Torres. “Cyborqueers, o de cómo deshacer al homo sapiens”
(187-211).
[EPISTEMOLOGÍA CYBORG]
A principios del siglo veintiuno, las rígidas categorías que representaban al mundo como habitado
por oposiciones binarias complementarias […] no sirven para leer las nuevas ontologías surgidas a
partir de la implosión de la biología, la informática y la economía. Organismo transgénicos, cyborgs
transgenéricos, criaturas genéticamente híbridas pueblan el espacio-tiempo de principios del siglo
veintiuno. Para leer estas nuevas criaturas es necesario un tipo de lenguaje figurativo y polícromo,
un alfabetismo de corte surrealista en el que la metáfora del cyborg ocupa un lugar central (188).
Esta criatura surgida de la ciencia ficción y los viajes espaciales es una herramienta útil para
cuestionar posicionamientos y traspasar las fronteras establecidas, ya que ella misma funde los
límites establecidos entre humanos y máquinas, entre organismo y tecnología, entre espacio
interior y espacio exterior (190).
Así, a partir de los años noventa, la Tierra […] se llena de aliens: bolleras, locas, drag kings,
butchs, osos, leathers, transexuales, transgéneros que viven en las fronteras identificando los
fallos, los espacios erróneos en las estructuras del texto con el fin de cambiar las posiciones de
enunciación. A partir de nociones de diferencia y margen, se reinventa lo que entendemos por
naturaleza […] Se concibe de esta manera al sujeto como una posición inestable, producto del
efecto de constantes re-negociaciones estratégicas de la identidad, y no como centro autónomo de
soberanía y conocimiento (206).