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El lobo y los dos cabritos

NARRADOR (Méline): Había una vez una cabra que tenía dos cabritos, a los que quería tanto
como cualquier madre puede querer a sus hijos. Un día necesitaba ir al bosque a buscar comida,
de modo que llamó a sus pequeñuelos.

MAMÁ (Mateo): Queridos hijos, voy a ir al bosque; tengan cuidado con el lobo, porque si entrara a
la casa se los comería y no dejaría de ustedes ni una pezuñita. El muy bribón suele disfrazarse,
pero lo reconocerán enseguida por su ronca voz y sus negras patas.

NARRADOR (Méline): Los cabritos respondieron:

CABRITOS (Gabriel): Pero mamita, ¿cómo sabremos que eres tú cuando toquen la puerta?

MAMÁ (Mateo): Porque les cantaré esta canción: “Abran, abran, abran cabritos, que la madre
ha regresado, abran, abran , abran cabritos, que traigo pasto de los prados”. A ver, canten,
quiero escuchar si se aprendieron la canción.

NARRADOR (Méline): Y los cabritos cantaron…


Entonces la madre se despidió, tranquila, y emprendió el camino hacia el bosque. Pero el lobo,
que estaba escondido escuchando todo, se aprendió la canción y…

TOC TOC TOC (sonido de la puerta)

LOBO (José): (CANTA) “Abran, abran, abran cabritos, que la madre ha regresado, abran,
abran , abran cabritos, que traigo pasto de los prados”. Abran, pequeñitos, soy su madre,
estoy de vuelta y les he traído algo.

NARRADOR (Méline): Pero los cabritos, al oír una voz tan ronca, se dieron cuenta de que era el
lobo y exclamaron:

CABRITOS (Gabriel): No abriremos, tú no eres nuestra madre; ella tiene la voz dulce y agradable
y la tuya es ronca. Tú eres el lobo.

NARRADOR (Méline): El lobo enojado se fue a la tienda y se compró un pastel con mucha miel.
Bueno, eso está delicioso. Cuando consiguió tener una voz suave, volvió a la casita. Cantando
nuevamente a la puerta:

LOBO (José): (CANTA) “Abran, abran, abran cabritos, que la madre ha regresado, abran,
abran , abran cabritos, que traigo pasto de los prados”. Abran, hijitos.

NARRADOR (Méline): Pero el lobo había puesto una negra pata en la ventana y al verla, los
cabritos, gritaron:

CABRITOS (Gabriel): No, no te abriremos; nuestra madre no tiene las patas negras como tú.
¡Eres el lobo!

NARRADOR (Méline): El lobo estaba furioso, fue a ponerse un costal de harina para quedar
completamente blanco, y el rufián se acercó por tercera vez a la casita.

LOBO (José): (CANTA) “Abran, abran, abran cabritos, que la madre ha regresado, abran,
abran , abran cabritos, que traigo pasto de los prados”. Abran mis tesoros, soy su madrecita
querida, que está de regreso y les trae buenas cosas del bosque.

NARRADOR (Méline): La fiera puso la pata debajo de la puerta y, al ver los cabritos que era
blanca, creyeron que eran de verdad sus palabras y se apresuraron a abrir. El lobo entró. ¡Dios
mío! Los dos cabritos corrieron a esconderse, una se metió debajo de la mesa y, la otra, debajo de
la cama… el lobo al encontrarlos se comió una tras otra.
Satisfecho, el lobo se alejó a un trote ligero y, al llegar a un verde prado, se tumbó a dormir bajo la
sombra de un árbol.
¡Qué triste!

….

Al cabo de un rato, regresó a casa la vieja cabra. ¡Santo Dios, lo que vio! La puerta, abierta de par
en par; la mesa, las sillas y bancos, todo volcado y revuelto; las mantas y almohadas rotas en mil
pedazos. Buscó a sus cabritos, pero no aparecieron por ninguna parte; los llamó, pero ninguno
contestó.

De pronto, pudo notar una garras espeluznantes en el muro y pudo reconocer que eran del lobo.
Salió al campo a buscarlo, y, al llegar al prado, vio al lobo dormido debajo del árbol, roncando tan
fuertemente que hacía temblar las ramas.
Decidida, valiente y enojada, fue por unas tijeras, aguja e hilo: abrió la panza del monstruo, y
apenas había empezado a cortar cuando uno de los cabritos asomó la cabeza y sacó al segundo
después.

MAMÁ (Mateo): Hijitos, hijitos, ¿están bien? ¿Qué les ha hecho este lobo feo?

CABRITOS (Gabriel): ¡Mamita, mamita! !¡Qué bueno que eres tú!

NARRADOR (Méline): Se dieron un enorme abrazo, pero de repente la mamá les dijo:

MAMÁ (Mateo): Tráiganme ahora piedras; llenaremos con ellas la panza de esta condenada
bestia, aprovechando que duerme.

NARRADOR (Méline): Terminada su siesta, el lobo se levantó, y, como estaba lleno de piedras su
estómago, le dio mucha sed, y fue a un pozo para beber. Mientras caminaba, su panza se movía y
hacía unos extraños ruidos, por lo que exclamó:

LOBO (José): ¿Qué será este ruido que suena en mi barriga? Estos cabritos, me parecen
chiquitos.

NARRADOR (Méline): Al llegar al pozo e inclinarse sobre el brocal, el peso de las piedras lo
arrastró y lo hizo caer al fondo, donde se ahogó miserablemente.
Viéndolo las cabritas, acudieron corriendo y gritando alegres:

MAMÁ y CABRITOS: ¡Muerto está el lobo! ¡Muerto está el lobo!

NARRADOR (Méline): Y se pusieron a bailar y cantar junto al pozo.

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