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«El latir»

Por:
Susana Carolina Arenas Correa1

Las oleadas de la vida habían ido, venido, llevado a distantes tierras y desvanecido en la
memoria como mensajes en la arena: relaciones, identidades, labores. Esas sensaciones
que otrora fueran vívida evidencia del visceral latir, que hacían llenar los pulmones y
destellar las neuronas, se habían paulatinamente transformado. Lo que antes era el rugir
del viento fresco de ideas prometeicas y proyectos por venir, era ya un hálito que, cada
vez más infrecuente, opacaba los ruidos del ajado cuerpo cuya edad -y la edad de lo que
llaman espíritu- ya no marchan en sincronía. Poco a poco la vida se convirtió en una
constante búsqueda de la negación de que el tiempo para realizar promesas y ensueños,
lentamente se le escapaba.

El último ápice de luz se apagó y tuvo que abandonar la lectura de sus páginas, y sin lucha,
en absoluta resignación, se dejó entregar al estupor letárgico y lento que ya por
costumbre le embriagaba en compañía de la oscuridad y que vaticinaba un viaje en el que
a su modo de creer, su ser quedaría disgregado.

En llanos verdes y floridos, de vastos bosques y de aquel aire puro rebosante de energía,
recorría en absoluta libertad, ahora era libre de todas las limitaciones de las cuales su
cuerpo marchito le apresaba. Vio los más imponentes paisajes que en su vida pudo ver y
los hizo uno. Caminó al lado de las criaturas más majestuosas que en su vida imaginó,
como flotando a su antojo en un hilar de sonrisas y miradas cálidas. Un susurro del viento
llevaba una tonada sorda, era como si en aquel mundo el sonido fuera el tiempo, fuera la
imagen, fuera el cimiento. Alzó carrera para escuchar el rugir vigorizante de las criaturas y
el caer de las hojas de los árboles, alcanzó a escuchar la melodía del agua fluyendo en un
riachuelo y se pudo sentir cubierto por sus aguas tórridas y tenues. Pero el golpeteo
incesante le ensordecía, le perseguía a todo lugar que pronto el paisaje parecía mudo ante
tal sonido amenazante. Observó en todas direcciones con la esperanza de encontrar
resguardo de esa sinfonía dispar pero lo único que vio fue su paisaje ensoñado
desvanecerse y derrumbarse. Cerró los ojos y se tapó los oídos, se arrodilló en el suelo y
deseó con todo su ser que el hiriente golpeteo dejara de atravesarlo. Estaba mareado, se
desvanecía, por un segundo halló en sí las fuerzas para abrir los ojos, sólo para ver cómo
su mundo ensoñado se había desvanecido junto con él y se dejó ir, el latir cesó.

1
Estudiante de sexto nivel de Licenciatura en Educación Artística y Cultural. Universidad de San
Buenaventura Medellín.

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