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¿Cómo realizar este escrito y evitar el tono confesional?

La pregunta por el tono, pienso, surge


en puesta ante la página en blanco. No fue una excepción en el caso de la escritura dramática.
No es una excepción hoy. No creo en la confesión del escritor que desenmascara los secretos.
Los misterios y verdades están o no en el texto (o en el lector) y es por ello que no pienso que
sirva de mucho hacer de esto un escrito subsidiario y deudor a otro (o viceversa), como no
quise hacer de mi pequeña escena suplementaria del tango gardelino.

Sí creo en las operaciones de lectura y escritura, que las pienso como independientes,
en el sentido de que no debe una condicionar a la otra. Por ello espero que esto valga como
una manera de dar cuenta de ciertas decisiones o procesos a la hora de escribir y que genere
sus propias lecturas pero que no por ello contamine lo que ya habla por sí solo. Si algo de lo
producido mediante las operaciones y expectativas de escritura que en mi surgieron cumplen
con las posibilidades de lectura, esto ya no depende de mí y solo quienes lean estas conductas
sabrán si he cumplido (pienso ahora en la sombra terrible de Facundo). También me viene a la
mente una complicación interesante de este ejercicio, donde si pretendo dar cuenta de un
proceso de escritura, que a la vez desea hacer notar sus operaciones de escritura realizando
una “escritura en voz alta”, eso generaría otro escrito sobre las operaciones de este texto y así
hasta encontrarnos frente un auténtico infinito. Pero pienso también que para contar algo
alguien tiene que empezar, si es que esto va a ser contado.

Mi primer objetivo para el escrito dramático había sido ennoblecer la figura de la


mujer que el yo poético del tanguero en el texto original trataba de denigrar. Me parecía un
gesto solemne hacer esta inversión, acorde a la época. Así, mi primera idea había sido una
historia post-apocalíptica (también acorde a la época), en la que ubicaba a dos personajes
masculinos, Abraham y Bennett, en el baño de un bar junto a Ema, mujer que se encontraba
allí maniatada. Fuera del baño delimité una especie de “peligro que acecha” o “muerte
rondante” por la intromisión de gemidos y ruidos que se dejaban oír desde la puerta que, sin
decirlo, en mi cabeza era una multitud de zombis que acechaban. El planteo era generar una
suerte de bandos dentro de esa sociedad y que Ema (que hacía referencia al personaje de Ema
la cautiva de Aira, predispuesta al cambio de bandos) era una traidora del grupo al que
pertenecían esos hombres. Tenía “Historia del guerrero y la cautiva” como referencia para
ennoblecer este destino que obliga a uno y otro a pasarse de bandos, recuperando este tema
presente en la canción de Carlos Gardel. Se me había hecho muy rebuscado el planteo de los
bandos y la nobleza en el destino de Ema al abandonar uno por otro, por lo que desistí de esta
trama.

Algunos elementos de esto quedaron, como el pasaje de bandos, el nombre de la


mujer que reemplazaría a Margarita y, sobre todo, el objetivo de hacer que el lector se
identifique con el personaje femenino. Volví a leer algunas veces la letra y escuché otras la
canción por internet. Me quedó resonando el tono de despecho y enojo que hay en el yo
poético para describir las acciones de Margarita, por lo que decidí que la inversión debía ser
desde ese punto: un simple pobre hombre a quien habían dejado y una mujer que al alejarse
había logrado mejorar su vida.

Al escribir tuve otros sentimientos. Frustración: que mal que escribo. La forma
dramática me hacía sentir limitado, extranjero en el texto. El prólogo, los diálogos, el didas
calia, todo se resistía a mis palabras. Pude notar mi necesidad de una tercera persona para los
escritos literarios, alguien que vea de lejos las acciones y pueda dar una apreciación desde la
distancia. Pensé en un dialogo entre dos personas que hablen de la historia que estaba
decidido a contar… así, lejanos. Entonces fue que noté que el problema no es que escribía mal,
sino el alto grado de pretensión que tenía para la escritura creativa, por lo que decidí volver a
Aira y preocuparme solo por escribir.

Tenía el tema, tenía los personajes, tenía las posiciones. Empecé a buscar atuendos de
principios de siglo para hacer vestir a los personajes y espacios redituables para hacer que los
cuerpos se desplacen. Del texto original rescaté las valoraciones que el yo poético hacía de la
mujer, de sus nuevos círculos y actividades, realizando una suerte de paroxismo de estas
valoraciones. Los personajes me fueron llevando hasta la resolución de la escena. Para que
adquiera valor representacional en un espacio acotado sentí la necesidad de hacer que Carlos,
el tanguero, lleve sus acciones al extremo y termine matando a la mujer que antes deseaba; no
sin antes hacer una alusión a que ser hombre no va de la mano de la analidad. Por último, la
margarita que cae del bolso de Ema me pareció una buena forma de traer al texto original
pero no siendo Margarita ya un personaje sino, simplemente, algo que muere junto con Ema.

Ahora, al releer este escrito junto con mi obra de la semana anterior veo que nada
tienen que ver uno con el otro y menos con la canción de Carlos Gardel. Alusiones,
valoraciones o sentidos no se imprimen en el texto. Y espero que eso valga de algo, por lo
menos para hacer que cada texto pueda dar lecturas por separado y que no se lean juntos. O
sí, que se lean juntos, pero en ese caso que suceda con los textos juntos y no, con uno por
encima del otro.

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