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El problema de los dos cuerpos.

A las afueras de toda gran ciudad, donde las personas obvian el resto del mundo
inmersos en sus vidas y la cotidianidad de su labor diaria y monótona, siempre
existe un pueblo del que todos se olvidan, un pueblo donde la historia no toma en
cuenta los hechos que se desarrollan y los dramas que las personas sufren
apartados en sus escenas.

Ciento cincuenta kilómetros después de la capital Manfer existe ese pueblo,


llamado "Las lágrimas". El pueblo donde el cielo nunca deja de precipitarse, por
mucho sol que encima les caliente. La vida bajo la lluvia constante obliga a las
personas a permanecer la mayoría del tiempo dentro de sus casas o sus
trabajos, y es por eso que nadie supo de esta historia. El segundo motivo al cual
tal lugar recibe su nombre.

Fermín era un niño muy curioso cuando las preguntas hacia sus padres
empezaron a sobresaltarles de vez en cuando. A la corta edad de 10 años se
preguntó el porqué de la lluvia continua, y aunque sus padres respondías que era
obra divina, su curiosidad no admitía a como él decía "algo tan simple". Luego de
esa declaración sus padres decidieron por regular todo lo que leyese. Pero algo
peculiar sucedió en el intento de sus padres por privarlo de las letras.

Cuando debía cursar su preparatoria sus padres tuvieron que mandarlo


inevitablemente a una escuela en las afueras. Fue a la capital, a un colegio de
poco renombre, bajo el fajo que la economía en su pueblo le permitía. Fuera de la
mano dura de sus padres encontró de nuevo el refugio que tanto anhelaba y en
su primer día de escuela asistió a la biblioteca.

Un cuarto modesto de unas pocas estanterías, pero repleto como antes nunca
los había visto. En su pueblo solo recordaba a un anciano del mercado que a
duras penas vendía algunos libros, Franco era su nombre. Según se contaba en
sus años dorados había coleccionado tanto hasta que el dinero ya no existía en
sus manos y ahora tristemente, debía despojarse de ellos porque las paginas no
son un buen alimento.

La bibliotecaria le dijo que guardara silencio ante su emoción en el cuarto. Reviso


cada título de cada estante hasta escoger el indicado que le llamase. Un nombre
capto su atención "Carlos Ruiz Zafón" y un título centelleante en un negro de
bordes dorados "El juego del ángel". Tomo el libro halando desde el lomo y
cuando lo tuvo en sus manos a punta de abrirlo, una mano se acercó a él y lo
arrebato sin delicadeza de sus ansiados ojos.

—¡Este libro es mío! —Dijo una niña desconocida, mientras se lo arrebato de sus
brazos.

Confundido por el arrebato, Fermín no dijo nada ante la actuación de su


compañera y espero una debida respuesta. La niña lo observo durante unos
segundos, pero le ignoro el resto del tiempo. Se llevo el libro de sus manos, y
siguió caminando hacia las mesas de lectura. Fermín observo atónito la crudeza
de la niña.

—¡Disculpa! —llamo Fermín a la desconocida— el libro no es tuyo, es de la


biblioteca.

—Entonces la biblioteca es mía —rechisto traviesa, entre risas— Me llamo Beatriz,


pero todos me dicen Bea, si quieres el libro ven y convénceme de que deba
dártelo.

Fermín no quería hacer caso al reto infantil de su compañera, pero el libro sin
duda le pedía a gritos que lo leyese, y sus ansias generadas por las restricciones
de sus padres lo llevaron a tratar de conversar y seguir la corriente a la niña
odiosa, a como en su mente lo consideraba.

—¿Qué quieres? —respondió Fermín igualmente retando.

—¿De dónde vienes? —pregunto la niña directa al grano.

—… —por un momento, Fermín dudo su respuesta. Sus padres decían que el


pueblo no era muy conocido, y en la capital casi todos lo habían olvidado y podría
tener problemas si decía donde se había criado— En "Las lágrimas".

—¿Las lágrimas? —le miró confundida— ¿Qué es eso?

—Pues donde vivo —dijo esta vez sin dudarlo.

—¿Y dónde queda? Nunca lo había escuchado.

—Queda en... —inmediatamente, al tratar de decirlo, Fermín recordó que sus


padres nunca se lo habían explicado, llego a la ciudad en una camioneta y no
había reparado siquiera en el camino que tomaron. Así que guardo silencio.

—¿Se te comió la lengua el gato? —Preguntó Bea.


—No, es que... no sé cómo explicarlo.

—¡Niño tonto! Debí imaginármelo —rechisto con su mirada— queda a 150 km al


norte, después de ciudad Manfer. Deberías recordarlo.

—¿Cómo lo sabes? —Preguntó curioso— Nunca te vi en el pueblo, ¿Dónde vives?

—Al contrario, niño tonto, no soy del pueblo, pero mi madre me conto una vez que
nació allí y luego se mudó a ciudad Manfer, así que, por ella conozco de "Las
lágrimas", aunque no se mucho más que eso.

—Mis padres realmente no me explicaron —Respondió Fermín— en cambio


dijeron que tuviera cuidado de no decir donde vivía. Tu madre, ¿nunca te ha dicho
algo de la lluvia?

—¿La lluvia? ¿Acaso no es normal que llueva? —le observo de forma rara.

—Llueve todos los días y sin descanso. —Aclaro Fermín.

—¿Qué hablas niño tonto? No puede llover todos los días.

—Pero... —la memoria de sus padres le impidieron seguir hablando, por alguna
extraña razón creyó que era más sabio no contar lo raro del pueblo— No me
creas si no quieres, pero, ¿Por qué tomaste el libro así de mis manos? Estaba a
punto de leerlo.

—Pues simple, Fermín —dijo con aires de grandeza— Yo, ya lo había pedido
prestado. Así que, tu pierdes, y si no me cuentas de dónde vienes, no habrá libro
nunca que este en tus manos.

Por alguna extraña razón Fermín sintió dudas de contarle del pueblo, aún
recordaba el castigo de sus padres de hace unos años, al preguntarles de donde
venia la lluvia y su contra respuesta a su alegato. Seguía pensando que había
algo raro. Así que, no siguió discutiendo con Bea. Se despidió y sin más que
agregarle, volvió a recorrer las estanterías hasta hallar a un nuevo compañero,
que le permitiese recuperar esos años que no le permitieron tomar siquiera unos
cuantos párrafos.

En su búsqueda encontró algunos títulos que le llamaron, pero ninguno con la


intensidad del que le habían arrebatado. Un poco triste, dejo de buscar y se
dirigió a la salida cabizbajo. A punto de salir, Bea le llamo y le entrego el libro en
sus manos. Rápidamente salió de un empujón y no reparó a observarlo. Fermín
aún más extrañado. Y al abrirlo se dio cuenta que había una nota entre las
primeras páginas. Decía:

—Nos vemos mañana, aun no me has contado que pasa con la lluvia rara, esa de
la que mi madre nunca me ha hablado.

Fermín, sin importarle mucho su extraño encuentro con Bea, metió el libro en su
mochila y salió disparado de la biblioteca. La casa donde se quedaba pertenecía
a su tía Gertrudis, una señora de poco mas de 60 años, mucho mas libertina en
comparación con sus Padres. La noche que llegaron y lo dejaron a su cuidado,
ella le aclaro que no le importaba lo que hiciera siempre y cuando sus notas no
cayeran.

La emoción de Fermín enardecía desde sus ojos hasta sus manos. Apenas probo
bocado, pues salto a su cama y abrió el libro desde la primera página. Continuo
hasta que sus ojos le pidieron descanso y a la mañana siguiente con el ardor en
sus glóbulos despertó para seguir leyendo de inmediato. Pero recordó que había
escuela, apenas era martes y tendría que esperar hasta luego del medio día para
seguir con la historia que “David Martín” le ofrecía. Bajo de su cama en desgana,
como si le hubieran arrebatado nuevamente el tiempo, pero de una forma más
cruda, una en donde su propia consciencia se lo impedía.

Tomo un baño rápido, tomo su ropa para la escuela, la misma de ayer porque no
tenia para otra. Fue a la cocina, su tía había preparado huevos revuelto y un par
de tortillas. Comió, lavo su plato a como sus padres le habían enseñado, recogió
la mesa y se despidió de inmediato eran las siete menos cuarto. El camino solía
tomarle entre 10 a 15 minutos a paso rápido. Pero ni en los sueños más remotos
Fermín iba a permitir que le arrebataran más el tiempo, saco su libro y camino
entre su lectura. Cuando se percató a penas llevaba medio camino, cerro el libro
y echo a correr hacia el colegio, llego justo cuando el portero estaba colocando el
candado.

— ¡Por favor no cierre, Don Felipe! —grito a pocos metros de la entrada.

Don Felipe, no gozaba de una buena vista, pues se rehusaba a usar lentes.
Fermín siguió corriendo, volvió a gritar con voz de cansancio y por pura suerte el
anciano logro verlo para dejarlo entrar. Bajo por las escaleras que llevaban al
gran patio del colegio y tomo un atajo entre las plantas para llegar cuanto antes
al aula. Cuando llego su profesora lo vio en el marco de la puerta y el resto de sus
compañeros entusiasmados, empezaron el canto de los tarderos.
— ¡Llega tarde, tortuga otra vez! —cantaron todos al unisonó— ¡Llega tarde
tortuga otra vez!

La profesora le hizo pasar dentro, y el canto resonaba en el viento. Tomo su


asiento sin ver a nadie directamente a la cara. Y su animo cambio de contento a
atento, las clases ya habían empezado y debía ser el mejor para poder seguir
leyendo.

A la hora del receso, tomo el libro de su mochila y se dispuso a buscar el rincón


mas alejado para leer en solitario. Pero Bea lo tomó por el brazo y lo acompaño a
donde fuere.

— ¿Qué haces?
— Simplemente te acompaño —dijo Bea colocándose a su lado— ¿Lo has
empezado?
— ¿Qué he empezado?
— Pues el libro niño tonto —protesto de nuevo Bea— ¿Acaso no te interesaba
leerlo?

Fermín asintió, pero no respondió mas a la pregunta.

Llegados al lugar, Bea le observo de frente, sin decir nada, mientras Fermín leía
impaciente. La historia lo llevaba por un encuentro del escritor con una editorial
que le propuso un trato, aunque parecía algo más tenebroso que un simple trato.
Fermín sentía los ojos de Bea en su rostro, como expectante de algo. Hizo lo
posible por no prestar atención, pero termino cediendo a los ojos de la niña.

— ¿Qué pasa? —le pregunto a Bea.


— Solo te observo —dijo ella— parece que ya no lo recuerdas.
— ¿Qué es lo que no recuerdo?
— Tu promesa, ayer acordamos que te daba el libro con tal de que me contaras
de la lluvia en tu pueblo.
— Es un poco extraño que me preguntes eso, ¿No crees? —apunto Fermín para
saber algo— Sería más fácil si un día fueses a Las lágrimas.
— Mi madre no quiere… —dudo la niña un momento en contarle— por alguna
razón no había de su pueblo y mi padre tampoco le pregunta mucho al
respecto.
— Eso es extraño.
— Si, ¿me dirás algo de la ciudad? Si no, devuélveme el libro porque aun lo tengo
prestado.
No quería admitirlo, pero Fermín imbuido en el libro. Y opto por contar lo poco
que sabia de su pueblo.

— Llueve mucho en Las lágrimas —empezó Fermín.


— Eso ya lo sé, niño tonto, dime algo más —repuso Bea.
— No lo entiendes, llueve todos los días del año. Nunca para de llover, durante
el verano sentimos frío y durante el invierno sentimos aún mas frio. El
torrencial nunca cesa. Nunca para de llover sea de noche o de día.
— Eso suena a mentira —negó Bea— No es posible que llueva todo el año. El sol
debe salir en algún momento.
— Pues no lo hace Bea, nunca lo hace. En los mejores días cuando el sol
aparenta salir un poco, podemos ver arcoíris casi gigantes, pero la llovizna
sigue cayendo.
— ¡Mientes! —Dijo Bea— ¿acaso tus Padres nunca te enseñaron cuales son las
estaciones del año?
— Lo se Bea, se cuáles son las estaciones del año, pero en las lagrimas solo hay
invierno todo el año.
— No es cierto, niño tonto —dijo molesta— pareces presumido y mentiroso —
rápidamente Bea arranco el libro de su regazo y salió corriendo, lo más
rápido que pudo— ¡Hasta que me digas la verdad, no tendrás tu libro!

Fermín trato de seguirla, pero cuando a penas le siguió el paso, ella entró al aula
de clases y su profesora en su escritorio solamente observaba volver a los
estudiantes a sus sillas. El tiempo de receso había terminado.

Las clases continuaron y Fermín se lo paso pensando en cómo convencerla para


que le prestase el libro sin hablar mucho de la ciudad. Pero era un niño y lo mejor
que se le ocurrió era hacer lo mismo que ella, tomarlo y salir corriendo hasta que
ya no pudiera alcanzarlo. El timbre de salida sonó eufórico y todos salieron
disparados. Bea aun no se levantaba de su silla, y él camino hacia la puerta
simulando esperarla para hacerle compañía.

Pasaron 20 minutos y de pronto apareció un señor en la puerta. No era tan alto,


pero en cuanto hubo llegado llamo a Bea.

— ¡Hija! —llamo el señor desde la puerta.


— Voy papito — ella salió disparada a tomarse de su mano.
Era su Padre, había llegado a recogerla. Fermín los siguió hasta verlos
desaparecer en la esquina del colegio. Justo antes de desaparecer Bea vio hacia
el muchacho para sacarle la lengua y decirle entre labios.

— Yo gano, niño tonto.

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