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Yrupe
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INTRODUCCIÓN
Yrupẽ
El Yrupë, que en guaraní significa bandeja, se desarrolla en varios tamaños,
según fuere la zona. Algunas son enormes, otras no tanto, pero las grandes
pueden sostener a una criatura de meses sin ninguna dificultad. A esta especie
la llaman en castellano: Victoria Regia, en honor a la reina de Inglaterra.
Preferimos su nombre guaraní por su lugar de origen.
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ÍNDICE
PORTADA…………………………………………………………………...Página 1
INTRODUCCIÓN……………………………………………………………Página 2
ÍNDICE………………………………………………………………………..Página 3
YRŨPÉ (Olga Piñeiro)……………………………………………………Página 4-7
LEYENDA DEL YRUPE (Yampey Girala)……………………………..Página 8-9
Otras versiones de la leyenda:
La leyenda de la Flor del Yrupẽ………………………………………Página 9-10
La Flor del Yrupẽ………………………………………………………Página11-12
GLOSARIO………………………………………………………………….Página 20
BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………….Página 21
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YRŨPÉ
Olga Piñeiro
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una curva en el aire y se zambulló en las aguas donde estallaron gotitas de
luminosos racimos.
Todos festejaron el desafío y descontaron el pronto regreso.
Pero Pytã no volvió.
Una nube oscura ocultó momentáneamente el sol anticipando un presagio,
después Cuarajhї reapareció esplendoroso. Amarillo su cuerpo desde sus
entrañas. Amarillo sus cabellos. Amarillo su aliento, amarilla su mirada. Y sus
alas, como un enjambre de radiantes abejas.
Todo el amarillo y oro.
Refulgente y bruñido, con un doncel de pájaros a su alrededor, se abandonó
con voluptuosa indolencia en el blando lecho de agua que le ofrecía el Paraná.
Y allí se sumergió, hasta que el último destello se perdió en la tarde.
También las risas y los juegos y las esperanzas se fueron desvaneciendo en
algún lugar de ignota incertidumbre.
No más estrellas en los ojos de Morotî. Una a una fueron sucumbiendo al ácido
aguijón del arrepentimiento.
Cundió la desolación en la tribu y hubo lamentos y confusión y gritos de dolor
en esa noche sin orillas. Entonces al Arandú Payé el más anciano de la tribu,
encendió una fogata para invocar a los espíritus buenos y alejar a los malos, y
de las llamas surgieron extrañas imágenes.
Pytã se hallaba en las profundidades del Paraná.
Pero no estaba muerto. Yacía en los brazos de Ї Cuñá Payé, deslumbrado por
su belleza y preso del encantamiento de la Hechicera de las Aguas. Se lo veía
ricamente ataviado, en uno de los salones del Palacio de aguas Fulgurantes,
en el que hacían guardia aguerridos peces escamados en oro y plata. En tanto
Pytã y la bella Hechicera eran atendidos por un séquito de encantadoras
doncellas de piel nacarada y cabelleras como guirnaldas ondulantes. El
apuesto doncel, adormecidos los sentidos, los sentimientos y la voluntad,
permanecía como suspendido en ese lugar en que el tiempo se había
extraviado en el tiempo y la muerte no era muerte.
Allí se encontraba Inerme. Cautiva su mirada en los ojos hambrientos de la
hechicera. Ojos insondables. Ojos temibles. Ojos de sabiduría pretérita y de
antelaciones futuras.
Ante esa visión inquietante y reveladora que ondeaba en las llamas, el Brujo
sentenció con su voz profunda y cascada:-¡Pytã, como los otros jóvenes, no
volverá!
El nefasto descubrimiento enmudeció las lenguas en la saliva congelada y sólo
se escuchó el jadeo resquebrajado del follaje y el aullido de las bestias en la
lejanía. Después la voz del viento se levantó gimiendo.
La gente cruzaba miradas intrigadas y temerosas, mientras el Hechicero
elevaba una profecía en ondas vibrantes: -Sólo un amor tan puro como la lluvia
y grande como la muerte, habrá de salvar a Pytã del encantamiento de Ї Cuñá
Payé.
Después giró la cabeza y sus ojillos viejos y sabios quedaron fijos en Morotî, al
tiempo que en un murmullo oscuro fue desgranando cada palabra: -Morotî, sólo
tú. Pero será una prueba dolorosa y terrible. Hay fuerzas ignotas y tremendas a
las que tendrás que enfrentar con el escudo de tu amor. No existe entre los
mortales otra tan poderosa.
La doncella escuchó las predicciones con labios enmudecidos y trémulos, pero
ya en su corazón había sellado una promesa.
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Todos se habían retirado. Únicamente la joven permanecía ensimismada
contemplando con ojos ausentes lo que ya no era más que un puñado de
agonizantes cenizas.
Soledad. Oscuridad. Silencio.
La noche. El monte. El río más allá.
Un mundo vegetal, aromado y cálido la rodeaba. Y ella, como una sonámbula
de ojos muertos, ignoraba los racimos de estrellas que rodaban por los ramajes
húmedos de la floresta.
Ojos muertos de sonámbula. Ojos sin párpados. Ojos vacíos de sueño.
Sólo buscar. Andar, empapándose de sombras. Sólo correr por los intrincados
senderos del monte entre dioses-lapachos, dioses-jacarandáes, dioses-ceibos,
de ramas enjoyadas con flores tan enigmáticas como su incierto destino.
Andar, correr, correr.
Pies, palpando los senderos.
Andar, correr, correr.
Pies, esquivando las piedras y las espinas, entre apagados astros, más allá de
las oscuridades ponzoñosas.
Tum- tum- tum.
Tamborilean los talones en la tierra de los senderos.
Crish- crish- crish.
Cuchichea la hojarasca desmenuzada bajo los pasos.
Pasos- tum- pasos- crish- pasos…
Se mueven los pies febriles en una danza alucinada como en sueños, sin
nunca avanzar, sin nunca llegar…
Ojos sin párpados. Ojos sin sueño. Saliva de yesca y el aliento ardiente de loca
ansiedad.
Y Añá velando la noche.
Añá susurrando ideas torturadoras a las doncellas errantes.
…y si Pytã ya no me amara… y si ya me olvidó en brazos de Ї Cuñá Payé… y
si mi búsqueda fuera vana… y si mi amor… amor.
Luz de un mediodía de diamantes. Luz viva. Luz quemante y fría. Luz desnuda
y misteriosa destelló en algún lugar como una respuesta imperiosa a la
invocación de esa palabra.
Amor.
Añá se erizó, y el ritmo de la respiración vegetal se agitó. Y el monte escondió
sus uñas en un miedo primitivo.
Amor.
Otra vez esa maldita palabra persiguiéndolo desde el fondo de los siglos. Otra
vez lo enfrentaba desafiándolo, y ahora lo hacía desde el corazón encendido,
ciego y loco de una doncella india.
Los ojos secos, sin párpados, sin sueño, escrutaron el cielo hermético
buscando amparo en los astros, pero sólo recibió el contacto frío del rocío
lunar.
Entonces Morotî invocó al Paraná, poderoso y salvaje.
“Magnánimo Padre de las Aguas,
Dibujador de paisajes,
Cautivador de soles y lunas,
Libador insaciable de lluvias rubias.
Magnánimo padre de las Aguas,
Atesorador de riquezas en tu vientre tibio y dulce,
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Paraná, padre dador de vida,
Devuélveme a Pytã.
Muéstrame el camino.
Arrópame en tu regazo líquido, que me aferraré a tu burbujeante cabellera de
espuma y camalotes para llegar hasta mi amado.
Magnánimo Padre, concédeme esta última gracia, porque si así no fuera
continuaré muriendo por siglos…”
Añá se retorció en una agonía de dolor.
Morotî, en el límite de sus fuerzas, cayó de rodillas abatida por el peso de su
culpa. Fue cuando surgió una voz de imperioso acento. Una voz que rasgó las
sombras y se hizo la luz en sus sentidos.
“Levántate muchacha y no te detengas,
porque eso que te lastima y te quebranta.
Esa hoguera que seca tus carnes y carcome tus entrañas.
Eso que estruja tu corazón y lo desangra.
Eso que enloquece tu pulso y te hace esclava, y diosa, sombra y estrella, es
sólo amor.”
Amor, amor, amor… cantaron el monte, el cielo, el río, y la luna refulgió en lo
alto.
Añá se sintió inundado por una sensación humillante de impotencia. Sus
facciones se distorsionaron en una mueca obscena y por la rendija de sus ojos
se filtró un destello maligno.
La brisa se estremeció silente en el agua, mientras los oídos de la joven india
recogieron el eco de la voz amada en un llamado lejano.
Morotî se incorporó impulsada por secretas fuerzas llegó hasta la orilla y se
sumergió en las aguas, hasta que su negra cabellera flotó en la superficie como
un fúnebre manto.
Después… después el torbellino que arrastra y ese dejarse ir sin dolor, sin
angustias ni recuerdos.
Cuarajhї resurgió esplendoroso, y cumpliendo un milenario rito, despertó las
aves, las bestias y los árboles dormidos. Y su luz de oro descubrió en la
floresta el rocío adamantino en ese amanecer.
La blanca brisa ahuyentó las fuerzas sombrías y un Mainumbї descubrió una
nueva flor que durante la noche había surgido de las profundidades del Paraná.
El colibrí aleteó gozoso, se posó delicadamente sobre los blanquísimos pétalos
y bebió del rojo corazón. Después se elevo en raudo vuelo hacia lo alto, y como
esa mañana no encontró nada tan precioso en la Tierra, ofrendó a Tupá esta
historia de amor.
Y Tupá complacido, la escuchó.
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LEYENDA DEL YRŨPE
Girala Yampey
Claudia Degliuomini
Se cuenta que Morotî (blanca), una hermosa guaina guaraní, amaba con
pasión a Pytã (rojo), esbelto y valiente guerrero de la misma tribu. Él respondía
con más pasión aún a ese sentimiento. Pero, al parecer, los designios de los
Ñanderu, no eran favorables a la unión de la pareja. Las trivialidades y
coquetería de Morotî no se correspondían con la mesura y seriedad de Pytã,
quien además tenía por delante la posibilidad de ser el jefe del grupo, el
mburuvicha.
Un atardecer, en que las jóvenes muchachas de la tribu estaban reunidas en
amables y divertidas conversaciones a la orilla del río, la vanidad que dominaba
a Morotî, le hizo dar un imprudente paso. Al pasar por el lugar su amado Pytã,
para demostrar la obediencia ciega del guerrero a las indicaciones y deseos de
ella, dijo a las demás: -Miren de lo que es capaz de hacer por mí, el dueño de
mi corazón. Sacó una de sus ajorcas y, tirándola al agua, le dijo a Pytã: -Quiero
que me traigas.
El valiente y esforzado guerrero, sin titubear, siendo un excelente nadador, se
lanzó al agua en busca de la prenda de su amada. En ese lugar se había
formado un remanso que producía un remolino que giraba con fuerza. El ágil
cuerpo se hundió en la vorágine, logró tomar en sus manos el brazalete y luego
desapareció ante las atónitas miradas de quienes presenciaban la escena.
Morotî y sus compañeras, comenzaron a proferir gritos de desesperación,
pidiendo auxilio, pero todo fue inútil, Pytã, se perdió en el vórtice, y no volvió a
vérselo.
La desolación se generalizó por toda la tribu. Lloraban las mujeres, los
jóvenes estaban apesadumbrados. El Paje hizo algunos conjuros. Los ancianos
quedaron callados y meditativos ante la tragedia que consternaba a todos. En
vano esperaron un milagro que les devolviera la vida del querido Pytã. Muda
de dolor, como perdida y ajena a todo lo ocurrido, con un profundo sentimiento
de culpa, Morotî estaba enervada y ni siquiera lloraba ya.
El PajeArandu (Paje Sabio), con la certeza de quien todo lo sabe, dijo: -Pytã
es ahora prisionero de Ypóra (genio tutelar del agua). Allí ha olvidado toda su
vida anterior; ha olvidado a Morotî, está hechizado y cautivo por el espíritu del
agua, por eso no vuelve. Es necesario ir a buscarlo. Ese genio implacable, que
tantos guerreros nos ha robado, no lo soltará sin que alguien se arriesgue a
rescatarlo. –Yo lo buscaré, yo lo buscaré –exclamó Morotî.
-Sí, tú debes buscarlo –dijo Arandu- eres la única que puede lograr su
rescate. Debes llegar hasta la cueva Ypóra y si en verdad lo amas, tu amor
conseguirá liberarlo.
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La joven Morotî estaba dispuesta a todo. Se ató a los pies un tronco para
poder alcanzar la profundidad y se arrojó decididamente al río. Toda la noche
esperó la tribu la aparición de ambos jóvenes. Unos llorando y otros danzando
y cantando, dirigidos por el Paje en un ritual destinado a la comunicación con
los Ñanderu.
Cuando llegaron los primeros rayos de luz de Ñanderu Kuarahy, ante el
asombro de todos, vieron flotar sobre el remanso las redondas y enormes hojas
de una planta que desconocían. Eran parecidas a los yrupẽ kuéra (cedazos –
cernidores), por lo que enseguida le pusieron ese nombre. Luego apareció una
aromada y hermosa flor, rara, grande y bella, como nunca habían visto. Sus
pétalos eran blancos en los de los bordes y rojos en los del interior. Los
blancos eran la imagen del nombre de la doncella desaparecida: Morotî; los
rojos como el nombre del sacrificado guerrero: Pytã.
La danza había cesado. El Paje, explicó a sus desconsolados compañeros: -
Pytã, ha sido rescatado por Morotî, ¡Alegrémonos! Ellos siguen amándose. En
esa flor que vimos aparecer y luego esconderse de la luz del sol, yo he notado
la presencia de Morotî, en los pétalos blancos, que abrazaban y besaban a los
rojos, que es Pytã. El amor de ambos ha triunfado sobre la muerte.
¡Alegrémonos!
Descendientes de Morotî y Pytã, son los fabulosos yrupẽ Kuéra, que decoran
las aguas quietas. En el instante de la consagración al amor, aparecen sus
flores, singulares y hermosas como ninguna. Los amantes se besan y se
abrazan para sumergirse en el supremo acto de la polinización, fuera de las
curiosas miradas ajenas. Hacen el amor en la intimidad que les da la
profundidad de las aguas en reposo. Surgen solamente para mostrar la
majestuosidad de la belleza y para recordar a los hombres que, si Pytã se
sacrificó por satisfacer el veleidoso capricho de la mujer que amaba, Morotî,
también se sacrificó para rescatar al hombre, dueño de su amor.
Si la flor del yrupẽ, es bella y fragante, lo es por haber nacido del amor y del
arrepentimiento. Tal es la leyenda.
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Morotî se quitó la pulsera que adornaba su brazo y se arrojo alas oscuras
aguas. Luego le pidió a pita que la recurara. Pita no dudo un instante. Como
guerrero guaraní era un nadador excelente. Zambullirse en las tranquilas
aguas y recobrar la joya le llevaría unos segundos. No le importaba cumplir con
el capricho de Morotî, cuando era tan sencillo de realizar. Tomándolo como un
juego, se lanzo a buscar el brazalete en el punto donde se había hundido.
Morotî, orgullosa del dominio que tenia sobre su prometido, se lo hizo notar a
sus amigos. Todos reían. Los guerreros, porque la prueba era sencilla, sin
complicaciones, y Pytã regresaría en unos instante con la joya. Las
muchachas, porque admiraban la forma en que pita respondía sin pensar a los
caprichos de su amada.
Pero pita no regresaba, y poco a poco las risas se transformaban en
preocupación y luego en terror. Morotî comenzó a sentir remordimientos por su
acto de vanidad si Pytã no volvía a la superficie, era por culpa de su estúpida
idea. Pasado unos minutos se hizo evidente que el guerrero no volvería, que
había encontrado la muerte en los remolinos del gran rio, buscando en vano el
brazalete de su novia.
Morotî no podía creer que la fuerza de Pytã se hubiera agotado luchando en la
corriente. Debería estar retenido por la hechicera del rio, I Cuña paye. Si era
así, Pytã estaba preso en el fondo, en el fondo, en un palacio construido en
oro y piedras preciosas, en una gran sala donde la bruja lo dominaba con su
seducción.
Tan clara era esta imagen en la mente de Morotî, que sin vacilar se arrojo al
agua, dispuesta a rescatarlo.
Si lo conseguía, borraría su culpa. Si caía ella también bajo el embrujo de I
cuña paye, al menos moriría junto a su amado...
Sus acompañantes no reaccionaron a tiempo para impedirlo. Se quedaron
mirando, horrorizados, donde los amantes se habían hundido.
Algunos corrieron al poblado a dar aviso de la tragedia. El gran hechicero de la
tribu practico un exorcismo sobre las aguas para vencer las fuerzas
misteriosas que operaban allí. Pero paso la noche, y el amanecer los encontró
en las orillas llorando la muerte de sus amigos. Ya comenzaban a retirarse con
tristeza, cuando vieron algo maravilloso subir a la superficie: una flor que se
abrió antes sus ojos con un suspiro.
Era una flor fragante, de hojas redondas que flotaban sobre el agua, tan
grandes que las aves y algunos mamíferos podían pararse sobre ellas sin
hundirse. Los pétalos del centro eran de un blanco deslumbrante, con la pureza
de Morotî, y los envolvían amorosamente unos pétalos rojos, como el corazón
de valiente pita. Irupé, aquella flor, nacida del arrepentimiento y del amor, había
sido creada por el dios tupa como encarnación del alma de los enamorados.
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La Flor del Yrupẽ
Graciela Repún
Todos conocemos o tenemos idea de la existencia de la hermosa flor del yrupẽ
(irupé) o Victoria Regia o Maíz del Agua, cuyos pétalos blancos encierran
estambres del más vivo color rojo. Sobrenada lozanamente la superficie de los
ríos tranquilos y de las lagunas plácidas. Sus grandes hojas circulares,
resistentes, de color verde oscuro, a menudo sirven como zócalo a los nidos de
las aguas acuáticas. Una leyenda dice que esta flor no siempre existió, y relata
su poético origen.
Hace mucho tiempo, tanto que no es posible contarlo con años ni con siglos,
mucho antes de que tres carabelas surcaran las aguas tibias del mar Caribe y
los hombres blancos se asombraran ante pájaros de plumajes multicolores y
una flora más exuberante de lo que hasta entonces habían visto, mucho tiempo
antes que eso, en los tiempos primeros, cuando todo era amor porque aún
duraba la creación, cuando Tupá apenas había terminado de hacer el universo
y buscaba la manera de perfeccionarlo, existía una joven india, muy hermosa,
que habitaba a orillas de una vasta laguna. Según las dulces inflexiones de la
lengua guaraní, la muchacha se llamaba YasiRatá, que significa “estrella”, y la
laguna, Ibera, que quiere decir “aguas brillantes”.
Desde muy niña, YasiRatá se había sentido atraída por la luna. Todas las
noches se deslizaba sigilosamente de su choza, se extendía sobre la hierba
que el rocío comenzaba a humedecer, y dejaba que los rayos plateados
acariciasen su cuerpo adolescente.
Con el transcurso del tiempo, esa atracción se convirtió en amor. En un amor
intenso, dominante, sin esperanzas. La indiecita estaba convencida de que la
luz lunar era la manifestación de un sentimiento reciproco, y eso la
desesperaba aún más, pues la distancia era insalvable. Cuando su enamorado
faltaba a la cita o permanecía oculto tras nubes oscuras, YasiRatá lloraba
amargamente hasta la llegada del nuevo día.
Una noche confundió el murmullo de la brisa entre las hojas con la voz de su
astro bienamado, y se convenció de que la Luna la estaba llamando. Trepó
entonces al más alto de los árboles que rodeaba su choza y tendió los brazos
hacía el cielo. Era inútil. No lograba alcanzar el disco reluciente que desde su
altura parecía sonreírle. Bajó entonces y echó a andar. Camino durante largo
tiempo hacía el ocaso, siguiendo la trayectoria del astro inalcanzable. Cruzó
ríos y atravesó llanuras y selvas, desgarrando sus vestidos y llagando sus pies,
hasta llegar a las altas montañas. Impulsada por su esperanza, subió, trepó,
escaló hasta llegar a la cima más elevada. Allí se estiró, también en vano, para
alcanzar con sus manos el sedoso rostro lunar.
Descorazonada emprendió el regreso. Cuando ya estuvo de vuelta cerca de
su choza, se acercó a la laguna para bañar y aliviar así sus pies cansados y
ensangrentados por la larga marcha agotadora.
Al inclinarse sobre el espejo tranquilo de las aguas, en donde se reflejaba el
cielo, divisó su propio rostro junto al de la luna. ¡El milagro se había realizado!
El lejano objeto de su amor, apreciando sus esfuerzos por alcanzarlo, se había
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dignado bajar junto a ella, y en el cristal anochecido de la laguna rozaba
suavemente sus cabellos. YasiRatá no vaciló. Se arrojó a las aguas, que la
recibieron en su seno con un estremecido temblor.
Al día siguiente, toda la laguna amaneció habitada por curiosas plantas, de
verdes hojas redondas y una gran flor blanca y brillante, en cuyo centro
palpitaban hilos de sangre, roja como la sangre de los pies mortificados de
YasiRatá.
“Irupé” denominaron los guaraníes a esa flor cuya aparición misteriosa no se
explicaban. Este nombre significa “plato que lleva el agua”.
La desaparición de YasiRatá causó honda pena entre sus seres queridos,
quienes no sospechaban que, al ver la inmensidad de su amor, Tupá la había
convertido en aquella planta con forma de disco lunar. Se dieron cuenta de que
había sido así al ver que cada noche la flor cerraba los pétalos sobre sus
heridas, pero los habría nuevamente al aparecer la Luna sobre el horizonte.
Claudia Degliuomini
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Valeroso y arriesgado
Sumergióse entre las ondas
El guerrero enamorado.
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Aguardaron en la orilla
Con sus llantos plañideros
Las mujeres de la tribu
Con sus cantos, los guerreros,
Y los viejos venerables
Repitiendo los conjuros
Vencedores contra el mal.
Y en los breves senos puros
Y en los cuerpos cimbreantes,
El amor adolescente
Con angustias parecidas
sollozaba quedamente.
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Que en las horas del amor
Entreabren sus colores,
Dan su aroma, se entrecierran
Y de nuevas sumergidas,
En el seno de las aguas
Se fecundan conmovidas.Franklin Rúveda
Historia
Comienzos
Durante 2008, a un año de su debut, sacan un primer disco que lleva el nombre
de la banda. Fue realizado de forma totalmente independiente, grabado en los
estudios De La Flor y El Bosque y promocionado a través de internet,
mostrando tres temas en un perfil de la red My Space. Si bien este perfil hoy no
existe, los temas que eligieron para la difusión eran: "El amor de la velocidad",
"El eternauta" y "Las aves del atolón".
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Cosmos La Saga de Los Pájaros
En la Actualidad
Álbumes solista
1. Litoraleña (1960?),
2. Mi provincia guaraní (1961-67).
3. Alma guaraní,
4. Le canta al Paraguay, Odeon - 4105
5. Ah, mi Corrientes porá
6. Al Paraguay con amor, EMI - 6373
7. Colección Aniversario
8. La novia del Paraná, Odeon - SLDI-460
9. Los grandes sucesos de Ramona Galarza, Odeon - 4002
10. Los mayores éxitos de Ramona Galarza, EMI - 6635
11. Memorias De Una Vieja Canción, Odeon - 1022
12. Misionerita
13. Para que no me olvides, Odeon - SLDB-1054
14. Retrato, EMI - 53017
15. La voz del litoral Vol 1
16. La voz del litoral Vol 2
17. La voz del litoral Vol 3
18. Brisa suave, Odeon - 493
19. Cancionero guarani (1966).
20. Noches correntinas (1967).
21. Correntina, 1968
22. Carnaval correntino, 1968
23. Lunita de Taragüí, 1968
24. Canción del adiós, 1969
25. Kilómetro 11, 1969
26. Interpreta a Agustín Lara (1971).
27. Mi tierra litoral, 1972
28. Autentica, 1974
29. Pescador y guitarrero, 1974
30. La máxima del litoral (1980).
31. Chamame, 1986
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Álbumes con otros artistas
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Canción: Flor del Irupé
Autor: Alejandro Marasso
DICEN POR ALLI…
Y FLORENCESNCIA A APARECER
…BAJO LA LUZ.
LA POESIA DE UN AMOR,
DEL LITORAL.
¡POR TU AMOR!
¡OH MI AMOR!
Y MOROTÎ
QUE SE AMARÁN
LA PSICODELIA DE UN AMOR,
DEL LITORAL.
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GLOSARIO
Añá: demonio, Lucifer. Personaje maléfico.
Arandu Paje (arandú payé): el jefe espiritual sabio.
Ĩ Kuña Pajé (i Cuñá Payé): Ĩ estar, existir, permanecer; Kuña: señora; Paje: jefe
espiritual.
Kuarahy (cuarají): Sol. Para los guaraníes el sol es el amanecer. Dueño de
todo lo que nace o renace, dueño del amor y de la vida.
Kurupí (curupí): duende tutelar de la naturaleza.
Mainumbῖ. Colibrí lanza-relámpagos, es un ave mítica que danza sin cesar
sobre la cabeza de Tupá (Dios), entre las flores y plumas que adornan la frente
de la divinidad y contiene el rocío primigenio de la germinación. Es además el
mensajero entre Dios y los hombres.
Mburuvicha: autoridad, jefe, mandatario, superior, jerarca, etc.
Morotî: blanca/o.
Ñande-yara: Dios.
Ñande-ru: nuestro padre.
Pytã: rojo.
YasyRatá: estrella.
Ypóra: genio tutelar del agua.
Yrupẽ (Irupé): (guaraní) planta acuática, en forma de plato flotante; posee una
hermosa flor de color blanco en su centro, características de las lagunas y
esteros de la región guaraní.
Yrupẽ kuéra: cedazos-cernidores.
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BIBLIOGRAFÍA
http://es.wikipedia.org/wiki/Ramona_Galarza
http://es.wikipedia.org/wiki/La_Buena_Violencia_de_la_Mente
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