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Touch Me

Lucy Monroe

Indias Occidentales e Inglaterra 1820


¡Deseo intenso!
Criada en las Indias Occidentales, Thea Selwyn no tiene nada que ver
con las doncellas inglesas que Pierson Drake conoce. La
espontaneidad y el espíritu independiente de Thea le fascinan. Sus
ojos expresivos e inocentes le encantan.
Su cuerpo esbelto y sensual es una invitació n al pecado, y la intensa
reacció n de ella a su toque es una tentació n irresistible…
Durante el viaje que los lleva desde un paraíso tropical a los
sofisticados salones de baile londinenses, Thea y Pierson se ven
atrapados en una pasió n ilícita. Thea sabe que en cuanto lleguen a
Inglaterra se descubrirá su secreto, y teme que Pierson se aleje de
ella para siempre. Lo que Thea no sabe, es que Drake también
guarda un secreto que le impide soñ ar con la felicidad… A menos
que aprendan a confiar el uno en el otro y crean que siempre es
posible darle una oportunidad al amor.
Prólogo

Langley Manor, Inglaterra, otoño de 1797

El bebé lloraba. Su hijo. La imagen del niñ o recién nacido la hacía


sentir una emoció n indescriptible. Había dado a luz una vida. Una
maravillosa e inocente vida.
Se incorporó en la enorme cama con dosel, haciendo caso omiso a
las advertencias de la criada y la partera. Seguía sintiendo dolor en
el bajo vientre, pero no podía resistirse. Necesitaba ver a su hijo.
Cada momento con él era un regalo. El miedo hizo aumentar la
tensió n, intensificando también los dolores en su cuerpo. Langley
juró que arrancaría a la criatura de sus brazos. Podría entrar en
cualquier momento por la puerta y cumplir su promesa.
No. No podía ser.
Ni siquiera alguien tan insensible como su marido podría querer
quitarle al niñ o que habían creado juntos.
En ese mismo instante la puerta de madera maciza golpeó contra la
pared. La mirada de Anna fue hacia el hombre alto que entró
intempestivamente en la habitació n. Su rostro tenía la misma
expresió n de frialdad que mostró desde el momento en que la acusó
de ser infiel, tras aquella breve mirada, supo que nada había
cambiado. La odiaba. Se llevaría a su hijo.
Al verlo acercarse a la partera, Anna gritó :
— ¡No! ¡Por favor, no!
—Dame al niñ o.
— ¡Es mi hijo! ¡Nuestro hijo! — la desesperació n se adueñ ó de Anna.
— ¡No hagas esto! — extendió los brazos pidiendo algo que no tenía.
Misericordia. —
¡No lo apartes de mi… soy su madre!
Anna ya no se molestaba en proclamar su inocencia. Suplicar
confianza y comprensió n durante meses había sido completamente
inú til.
Langley no la creía. Jamá s lo haría.
—Geoffrey, por favor…
El conde Langley la miró con los ojos llenos de un desprecio burló n,
un dolor lacerante se extendió por el cuerpo de Anna.
—Debo felicitarte milady, por tener el buen sentido de darme un
hijo varó n.
Necesito un heredero, pero no sé si esa necesidad me hubiera
obligado a volver a tu cama.
Las crueles palabras mataron el ú ltimo vestigio de esperanza en su
corazó n.
Pero el dolor de oírlas fue sofocado por una nueva contracció n. Anna
se mordió el labio, conteniendo un gemido. Ya había demostrado
demasiada debilidad ante el hombre que amaba. No lo haría má s.
Pero los dolores… eran intensos. ¿No deberían de haber cesado
después del nacimiento del niñ o? Tenía que preguntá rselo a la
partera, pero no en presencia de Langley. Seguiría siendo fuerte.
Finalmente, él salió del cuarto con el niñ o entre sus brazos. Las
lá grimas corrían por el rostro contraído de Anna. Se mordió el labio
ante otra contracció n saboreando la sangre. Siguió mirando la
puerta por la que su marido había salido con el niñ o, hasta que el
dolor en la parte inferior del vientre se hizo insoportable.
Volviéndose hacia la partera, pidió conteniendo un grito:
—Ayú dame…
Melly la criada corrió a su lado.
— ¿Qué la pasa, milady?
—Los dolores han regresado… pensé que pararían después que… —
las palabras se transformaron en un grito cuando las contracciones
se hicieron má s fuertes.
El miedo se adueñ ó de su mente. Cayó de espaldas en la cama
jadeando ¿Por qué no se paraba el dolor? ¿Qué le estaba pasando?
La partera le tocó el abdomen y Anna volvió a gritar.
—Silencio, milady. Ha dado a luz al primer niñ o sin todo este
griterío. ¿Por qué no se controla ahora, con el otro?
Cuando las palabras fueron penetrando entre la neblina de dolor,
Anna abrió los ojos.
— ¿Otro? — repitió con voz estrangulada. — ¡¿Son dos?! En medio
de las contracciones que parecían romperla por dentro, Anna sintió
un histérico deseo de reír. Dos bebés… ¡Gemelos!
Geoffrey Selwyn, el conde de Langley, había creado dos niñ os en su
vientre.
¡Pero este no se lo llevaría!
Jadeando y jurando que Geoffrey solo le arrebataría a este hijo si
antes la mataba, Anna dio a luz al segundo bebé.
— ¡Es una niñ a! — gritó Melly.
Anna extendió los brazos.
—Dá mela.
La niñ a lloró y la partera la envolvió en un lienzo de lino blanco.
—Es un bebé sano, milady — dijo entregando a la criatura a su
madre.
Levantó la vista del bello rostro de su hija al sentir la emoció n en la
voz de la partera, Anna la miró con los ojos nublados por las
lá grimas.
— ¿Me ayudaras?
El rostro de la partera se contrajo.
— ¿Qué quiere decir, milady?
—Si no hacemos algo… — su voz se quebró y tomo una respiració n
profunda — mi marido se llevará también a este bebé. Ya he perdido
un hijo.
No soportaría perder también a una hija.
Anna esperó , sabiendo que si no había calculado mal el desprecio
hacia Langley se agravaría cuando contara su historia a la partera.
La mujer se quedó mirando a Anna lo que pareció una eternidad.
Con el corazó n latiendo descontrolado, sujetó a su hija entre los
brazos. El bebé lloró .
Inmediatamente, aflojó el abrazo y comenzó a murmurar palabras
cariñ osas. El llanto cesó . Anna sonrió .
—Voy a ayudarla milady. Ningú n hombre, ni siquiera uno noble,
tiene derecho a apartar a un niñ o de los brazos de su madre.
La alegría invadió el corazó n de Anna como las flores que se abren
en primavera. Miró a Melly.
— ¿Me ayudaras tú también?
Melly se enjugó las lá grimas.
—Si milady.
Anna sonrió por segunda vez en cinco meses, desde que Langley
sorprendió al canalla de Estcot intentando forzarla. Mirando el
rostro sereno de su hija, un bonito y fuerte nombre surgió en su
mente. Un nombre del que recordaba haber leído, su origen era
griego y significaba “aquella que cura”
—Te voy a llamar… Althea — murmuró , con una sonrisa arrobada y
el corazó n extasiado. — Althea Johanna… porque eres un regalo de
Dios, por mi inocencia.
Capítulo 1

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley.


10 de noviembre de 1797

¿Qué sería de mí, si Dios no me hubiese bendecido con un don llamado


Thea? Su dulce inocencia alegra mi corazón, después de que fuera
destrozado por la crueldad de Langley. Pido a Dios que Thea nunca se
enamore de un hombre como su padre. ¿Cómo pude amarlo tanto una
vez? Mi debilidad me atormenta. La enseñaré a ser más fuerte y más
inteligente de lo que fue su madre.
Indias Occidentales inglesas.
Veintitrés años después.

La falda del vestido de Thea se agitaba alrededor de sus tobillos


haciendo que refrescara sus piernas mientras caminaba por el
almacén. El alto techo y el interior oscuro no eran suficientes para
reducir el opresivo calor caribeñ o. Gotas de sudor corrían entre sus
senos. Se moría de ganas por secarlas con la muselina de su vestido,
pero los añ os de enseñ anza de buenos modales de su aristocrá tica
madre le impedían hacerlo.
Si mama estuviera aquí, también se sentiría tentada. Pero Anna
Selwyn no estaba, ni nunca estaría. Thea sintió una punzada en el
corazó n. Habían pasado diez añ os, y todavía lloraba la perdida de
aquella mujer fuerte y decidida que le dio la vida.
—Buenas tardes, señ orita Thea.
Se detuvo al escuchar la voz de Whisky Jim y sonrió .
—Buenas tardes, capitá n.
—Veo que te está s moviendo tanto como la vela del má stil llena de
aire. —
Guiñ ó el ojo sano, mientras que el parche que cubría el otro se
arrugó son su sonrisa.
Thea se abanicó con las manos.
—Tal vez debería bajar un poco la vela para que se moviera má s
lentamente.
Hoy hace mucho calor.
—Tienes razó n — sacó un pañ uelo grande del bolsillo y se limpió la
cara —
Este viejo debería saber lo difícil que es tratar de cargar un barco
con un calor como este.
Thea sonrió . Whisky Jim parecía tener cien añ os, pero todavía era
uno de los capitanes má s rá pidos y eficientes de Merewether
Shipping.
— ¿Cuá ndo partirá ?
—Tal vez pasado mañ ana.
Ella asintió satisfecha. La fecha no podía ser mejor. Necesitaba
entrar en acció n antes de que tío Ashby descubriera los robos que se
estaban produciendo en las oficinas de Londres. Si se enteraba,
insistiría en viajar a Inglaterra para investigar, y su salud se
resentiría.

Thea estaría eternamente en deuda con Ashby. Cuando su madre


murió , víctima de la fiebre que mató a tantos europeos en las Indias
Occidentales, los Merewether insistieron en cuidar de ella,
tratá ndola como a una hija.
— ¿Cuá ndo espera llegar a Liverpool?
—No voy a llegar.
Thea dejó de abanicarse.
— ¿Có mo es eso?
—Voy a Charleston y después a Nueva York.
—Oh, pensé que iba a Inglaterra.
—No. — dijo rascá ndose un lado de la cara.
—La compañ ía no espera otro navío en muchas semanas.
— Sacre blue.
Los ojos del anciano brillaron.
— ¿Qué has dicho?
A pesar de que los marineros e incluso el mismo tío Ashby, proferían
imprecaciones todo el tiempo, ella jamá s debería de haber dejado
escapar la frase en francés.
—Nada.
Thea se mordisqueó el labio. No había esperanza para ella. Tendría
que viajar en un barco de otra compañ ía.
El capitá n se despidió encaminá ndose al lugar donde la tripulació n,
sin importar el calor, cargaba los pesados barriles de azú car y ron.
Thea se dirigió a la oficina de tío Ashby, dando vueltas en su mente
al problema de encontrar plaza en un barco a Inglaterra.
Una gota de sudor le resbaló por el cuello. La relativa privacidad que
otorgaba el espacio entre dos pilas de cajas fue una tentació n
demasiado grande para resistirse.
Deslizá ndose entre las cajas, Thea lanzó una mirada furtiva a su
alrededor.
Nadie a la vista. Apoyó la espalda y frotó torpemente la tela contra la
piel hú meda. Oh cielos. Después levantó unos centímetros la falda y
la sacudió para que pasara el aire entre sus piernas. Cerró los ojos
suspirando. Sería maravilloso si pudiese ir a nadar. Casi podía sentir
el frescor del agua en su piel.
— ¡Madeimoselle Thea! Abrió los ojos de golpe, encontrá ndose con
Philippe, el jefe del almacén, mirá ndola como si hubiera sido
sorprendida bailando desnuda en la parte superior de las cajas en
lugar de abanicá ndose detrá s de una de ellas. Por un momento su
reacció n la confundió . Los contornos rígidos de su rostro mostraban
desaprobació n. Bueno caray. ¿Si tenían que pillarla, no podía hacerlo
alguien como Whisky Jim, y no su autoproclamada carabina?
Enderezá ndose, Thea soltó la falda para que cubriera
decorosamente sus tobillos.
—Philippe, no le vi.
— Sería imposible, ¿no? ¡Con los ojos cerrados y saltando
descaradamente!
¿Có mo podía sonar tan remilgado un hombre negro del tamañ o de
una montañ a?
—Oh, no estaba saltando. Me estaba abanicando, que es muy
diferente.
Philippe frunció el ceñ o.
—Eso no lo hace una dama.
Todo el mundo estaba empeñ ado en que Thea fuera una dama.
¡Menos ella!
Desde luego el serlo no le había beneficiado a su madre, y el título
conllevaba má s restricciones que beneficios, segú n Thea podía
entender.
Prefería ser la señ orita Althea Selwyn, criada en las indias
Occidentales con una libertad que ninguna debutante londinense
conocería jamá s. Vale que ella conocía los rigores de la vida de una
dama. Su madre y tía Ruth eran prueba de ello. Pero rara vez se vio
obligada a seguirlos.
Lo cual no quería decir que no hubiera sido reprendida por su
comportamiento. Frecuentemente lo era. Lo que por cierto le
pareció muy molesto.
¿Có mo podría comportarse como si estuviese en un saló n de visita,
cuando en realidad, se había pasado la vida entera entre marineros,
trabajadores de las plantaciones y esclavos liberados? A pesar de los
esfuerzos de mamá y tía Ruth, había pasado má s tiempo
aprendiendo asuntos relativos al negocio, a los navíos y
cargamentos, a llevar los registros de contabilidad al día, que
aprendiendo las reglas bá sicas de la sociedad con profesores
particulares o niñ eras inglesas.
Philippe la había enseñ ado francés. Whisky Jim la enseñ ó a hacer
nudos y a defenderse, y ella había aprendido a nadar como todos los
otros niñ os de la isla, o sea, desnuda, en la laguna. Su madre casi se
había desmayado cuando la descubrió , pero la realidad era que, a
pesar de su noble linaje, Thea se adaptaba mejor a la vida en las islas
de lo que nunca haría si estuviera en Inglaterra.
Decidiendo, que ignorar la expresió n ultrajada de Philippe era la
mejor manera de lidiar con él, preguntó :
— ¿Necesita algo?
—El señ or Drake está buscando al señ or Merewether.
Philippe se hizo a un lado, mostrando al hombre tras él. Un hombre
casi tan alto como el encargado del almacén, esa era toda la
similitud. Drake, como el corsario. El nombre le encajaba. Podría
muy fá cilmente ser un pirata. No se le veía como a un hombre que
rehusara el peligro.
¿Aquel era Pierson Drake? Era alto, fuerte, moreno. Guapo. La
mirada de Thea recorrió las musculosas piernas cubiertas por los
pantalones ajustados del caballero. Tío Ashby y otro hombre que
ella conocía todavía usaban breeches, unos pantalones hasta las
rodillas con una abertura en las piernas, muy de moda en la década
anterior. Nunca había visto a un hombre usando pantalones largos.
Sin duda sus ropas elegantes y bien confeccionadas seguían la
ú ltima moda entre los ingleses.
Se obligó a mirar hacia arriba. Su torso era tan musculoso como sus
piernas.
Cuando finalmente llegó a su cara y ojos se quedó sin aliento. Se
había dado cuenta de su escrutinio. ¿Có mo no iba a hacerlo? Su boca
exhibía una sonrisa sardó nica, sus ojos castañ os, del color de la
melaza oscura, parecían burlarse de ella divertidos.
Al darse cuenta de que tenía la boca abierta, Thea trató de cerrarla
rá pidamente.
Sintiendo que sus mejillas ardían.
— ¿Puedo ayudarle?
— Estoy buscando al señ or Merewether — su voz estaba cargada de
toda la autoridad que su postura sugería.
—É l no está aquí. — maravilloso. No solo se había quedado
boquiabierta como una solterona desesperada. Ahora sonaba como
una idiota con tocino por cerebro. Era obvio que el tío Ashby no
estaba con ella — Quiero decir que no sé dó nde está . Tal vez pueda
ayudarle yo. — bueno, eso sonaba mejor, mucho má s apropiado.
— Mi asunto es con el señ or Merewether.
Thea contuvo una respuesta desagradable. Muchos hombres se
negaban a tratar de negocios con mujeres. Evidentemente, Pierson
era uno de ellos.
—Entonces no le entretendré.
—Discú lpeme por molestarla, madeimoselle Thea. Vamos a buscar al
señ or Merewether en otro lugar.
Philippe inclinó la cabeza despidiéndose e hizo intenció n de
apartarse, pero el inglés no lo siguió .
—Antes acompañ aremos a la joven a su destino.
Thea se puso rígida ante su autoritario tono de voz.
—No es necesario.
É l la tomó del brazo, su pelo oscuro y su expresió n aú n má s oscura
le daba un aire casi amenazante, a pesar de su excesivo atractivo
masculino.
—Insisto.
Thea dio un paso hacia atrá s, hacia la alta pila de barriles para eludir
su agarre.
—Gracias, pero estaré bien.
Su expresió n se endureció aú n má s.
—Sin embargo, me sentiría mejor, si viera que llega con seguridad a
su destino. Un almacén no es lugar para una dama. — Su tono de voz
insinuó que podía ser todo lo contrario.
Thea quería poner a aquel inglés en su debido lugar, pero los
negocios tenían prioridad. Tío Ashby no le daría las gracias si
ofendía a Pierson. Frunció los labios, se imaginó cargando un vagó n
entero con barriles almacenados en su mente antes de sentirse lo
suficientemente tranquila como para hablar, cuando se imaginó el
vagó n saliendo con destino al muelle, pudo exhibir una sonrisa
formal.
—Estoy muy a gusto en este almacén, pero como también tengo que
ir a la oficina del señ or Merewether, no veo ningú n problema en que
vayamos juntos.
Thea dio un paso, pero al parecer no lo suficientemente rá pido,
porque las manos del inglés salieron disparadas y la sujetaron por la
cintura.
Ella se quedó sin aliento.
—Realmente no hay necesidad.

El la tiró contra su pecho, retrocediendo mientras lo hacía. Thea no


tuvo tiempo de reaccionar, porque en ese momento un ruido
ensordecedor se escuchó en el almacén. Instintivamente, echó los
brazos alrededor del cuello del inglés, que se apresuró a llevarla
fuera.
Temblando, Thea estiró el cuello para ver lo que había pasado. Sus
manos se agarraron a de Drake estremeciéndose ante lo que vio.
Varios pequeñ os barriles rodaban por el suelo y una caja de gran
tamañ o se había estrellado en el lugar donde ella había estado,
parecía contener piezas de porcelana, pero era difícil decirlo por los
cientos de diminutos trozos mezclados con el embalaje de heno.
Ella miró la camisa blanca de su á ngel salvador. Respirando hondo,
inhaló la fragancia masculina. Ni el cargamento destrozado, ni su
casi accidente, ni siquiera la presencia de Philippe apartó su
atenció n de la proximidad de aquel hombre, de sus pechos
aplastados contra su chaleco y su parte inferior del cuerpo
presionada contra la dureza de sus muslos. No era capaz de levantar
la mirada del trozo blanco de tela ante ella.
Sus pies colgaban varios centímetros por encima del suelo. Mientras
que unos sentimientos que nunca antes había experimentado
recorrían su cuerpo.
Se sentía segura en sus brazos. El inglés la había salvado de resultar
gravemente herida, o tal vez de morir.
Era un caballero andante…
Levantó la cabeza con una sonrisa aturdida.
—Gracias.
Su expresió n no mostró ninguna emoció n.
—Como le dije, un almacén no es lugar para una dama.
Thea tardó unos segundos en registrar sus palabras. Menuda víbora.
En realidad, había dicho “una dama” y se le ocurrió que debía
apartarse de él antes de que decidiera má s allá de toda duda que ella
no lo era. Separó las manos de su cuello y trató de separarse de su
pecho.
La bajó al suelo, deslizá ndola de manera indecente por su cuerpo. La
sostuvo durante un momento presionando todavía las manos contra
su pecho. Ella esperó conteniendo el aliento expectante. El hombre,
la situació n, era nueva para ella. ¿Serian todos los ingleses tan
atractivos y seductores?
Finalmente la soltó , Thea se tambaleó , acosada por emociones
contradictorias. Quería huir del peligro que presentía en Pierson
Drake, pero al mismo tiempo le gustaría saltar a sus brazos y
experimentar aquella deliciosa sensació n por lo menos una vez má s.
Antes de que pudiera hacer nada, Philippe llamó su atenció n.
— Mademoiselle Thea, comment ça vai. ¡No puedo creer que esto
haya sucedido en mi almacén! ¡Es terrible! — Philippe la cogió de la
mano murmurando en francés. Se volvió hacia Pierson sin soltar su
mano. — Señ or Drake tenemos una gran deuda con usted por salvar
a Thea. El señ or Merewether le estará muy agradecido.
—Bien — Drake miró brevemente a Philippe. — Tal vez se muestre
inclinado a concederme lo que necesito.
Thea miró a Pierson Drake y reflexionó sobre sus palabras. Parecía
incongruente que un hombre que aquella aura de auto—suficiencia
pudiese necesitar alguna cosa del propietario de una compañ ía
naviera de una isla perdida en el océano.
Pierson observó el suave balanceo de las caderas de Thea mientras
andaba hacia la oficina de Merewether. Era una visió n tentadora que
hacía a su cuerpo cosquillear de deseo.
¿Quién era esa joven? Segú n su experiencia, las damas no
frecuentaban los almacenes de mercancías en los muelles. De hecho,
la mayoría tendría palpitaciones ante la idea de encontrarse a unos
metros de los hombres que trabajaban en ellos. Tal vez fuese la
amante de Merewether…
La mente y el corazó n de Pierson se rebelaron contra esa idea. ¿Qué
le estaba pasando? ¿Porque le preocupaba la posibilidad de que
Thea fuera una mujer que vendía su precioso cuerpo a los marineros
que llegaban a la isla? El vestido de muselina azul brillante que
llevaba era apropiado para una prostituta del muelle. Notó una
pequeñ a mancha de humedad en su espalda y sintió el impulso de
extender la mano y recorrer con los dedos el suave tejido.
Todavía estaba bajo la impresió n que había sentido cuando la vio
por primera vez. La cara en forma de corazó n, enmarcada por rizos
castañ os que escapaban del moñ o en lo alto de su cabeza, revelaba
una expresió n de serenidad. El vestido se le había subido por encima
de los tobillos, por lo que no le pasó desapercibido que no usaba
medias. Y también que poseía unas piernas y tobillos perfectos. El
tipo de piernas que cualquier hombre anhelaría tener alrededor de
su cuerpo.
De repente el objeto de sus cavilaciones se volvió hacia él, sus ojos
azules parecían expresar disculpas.
— Al parecer el señ or Merewether no está aquí. ¿No quiere sentarse
y tomar un refresco mientras esperamos?
Pierson miró a su alrededor buscando un lugar donde sentarse. Un
gran escritorio de caoba ocupaba un lado de la habitació n con
papeles esparcidos por encima. A un lado, una mesa má s pequeñ a
estaba cubierta de mapas y cartas marítimas. Cajas y barriles
parcialmente abiertos ocupaban las dos paredes.
Bajo la ventana, al lado opuesto de la mesa, un pequeñ o sofá y dos
sillones estaban colocados de forma acogedora alrededor de una
mesita de té.
Desvió la mirada hacia Thea. ¿Sería ella la responsable del pequeñ o
oasis entre tanto caos?
Hizo un gesto, necesitaba encontrar a Merewether y no tenía tiempo
para refrigerios.
—Gracias, pero debo declinar. Tengo que hablar con Merewether
inmediatamente.
Thea arqueó las cejas.
—Le aseguro que si Philippe o yo supiésemos donde está , lo
llevaríamos hasta él. Puede estar en cualquier lugar de la isla, pero
no creo que tarde, no acostumbra a ausentarse por mucho tiempo.
Lo mejor será esperarlo aquí.
Las manos de Drake se apretaron cerradas a los costados.
—No puedo esperar — dijo— El asunto que tengo que tratar es de
suma urgencia.
Su honor dependía de ello.
Los ojos de Thea sea se abrieron ante su tono firme, seguidamente
asintió con un gesto de la cabeza. Se dirigió al jefe del almacén
diciendo con rapidez:
— Philippe, por favor envíe a alguien a la casa, que pregunte si el
señ or Merewether ha estado allí. Creo que también deberíamos
hacer que pregunten en el muelle y en la ciudad. Si no está en
ninguno de esos lugares, tendríamos que buscarlo en las
plantaciones de la isla.
Philippe asintió y abandonó el almacén. Thea se volvió hacia Drake:
—Le preguntaré a Whisky Jim si le ha visto. Por favor espere aquí.
Le localizaremos lo má s rá pidamente posible. — Sin esperar
respuesta, Thea salió de la sala.
Ignorando sus instrucciones, Pierson la siguió . No tenía intenció n de
perder el tiempo esperando.
Pocas veces Drake con sus largas piernas tuvo que aumentar su
ritmo para mantenerse al paso del otro, pero Thea andaba má s
rá pido que ninguna mujer que conociera. Caminaba ante él con
pasos rá pidos, la espalda recta y los brazos balanceá ndose al ritmo
de su zancada, haciéndole pensar en un militar en un desfile.
Puso en duda su teoría de que fuera la amante de Merewether.
Podría ser su hija, aunque no le había llamado papá , algunos hijos
eran excesivamente formales. Sin embargo, la excesiva formalidad
no concordaba con una mujer que exponía sus piernas ante todo el
que quisiera verlas. Drake apartó sus pensamientos y se centró en
su problema.
Su viaje había estado plagado de problemas, el má s reciente de ellos
fue la explosió n de la caldera.
Si no llegaba a Liverpool en la fecha estipulada en su contrato con
Lloyd’s de Londres, no solo perdería la prima de la pó liza, sino que
perjudicaría a los inversores a los que había convencido para que
participaran en el negocio.
No era una cuestió n de dinero, tenía mucho, el suficiente como para
comprar y vender a su padre varias veces.
Atracar en el puerto a tiempo se había convertido en una cuestió n
de orgullo.
Thea avanzaba por los estrechos pasillos entre altas pilas de barriles
y cajas.
El sonido de voces masculinas resonaba en el almacén. Drake apretó
el paso hasta alcanzarla.
Ella le miró sorprendida.
—Creo que le dije que esperara en la oficina.
—No acepto ó rdenes con facilidad.
Sus ojos azules se entrecerraron.
— No era mi intenció n dá rselas, señ or. Era la opció n má s
conveniente. Si el señ or Merewether regresa a su oficina, no habrá
nadie allí para avisarle que quiere hablar con él, y podría marcharse
de nuevo.
Ella tenía razó n, pero no se la dio.
—No me hace gracia ver a una dama andando sola por un lugar
como este.
Thea enderezó los hombros y lo miró con una expresió n desafiante y
orgullosa.
—Estoy acostumbrada a andar por aquí, y le garantizo que nada
malo me puede pasar.
— ¿Ah no? ¿Y qué me dice de que casi haya sido aplastada por una
pila de cajas?
Thea vaciló mordiéndose el labio, con una expresió n en sus ojos
difícil de descifrar.
—Aquello fue un lamentable accidente que difícilmente volverá a
ocurrir.
Philippe es muy cuidadoso con su almacén.
—Tenía la impresió n de que el almacén pertenecía a Merewether.
—Pertenece a transportes Merewether.
—Es lo que he dicho.
—Philippe trabaja para Transportes Merewether desde hace má s de
diez añ os, y se enorgullece del funcionamiento del almacén.
Drake se preguntó si Philippe era un esclavo. La mayoría de los
hombres negros de las Indias Occidentales lo eran. A pesar de que el
comercio de esclavos había sido abolido hacia má s de una década, la
esclavitud todavía existía. Drake apoyó a los miembros del
Parlamento que defendieron la abolició n.
— Los esclavos generalmente no ocupan puestos de mando —
comentó .
Thea le miró con un brillo intenso en sus ojos azules.
—Transportes Merewether no emplea esclavos. Empleamos
personas.
Hombres libres. Hombres y mujeres que pueden decidir si desean o
no trabajar para nosotros. La mayoría quiere. El salario es bueno y la
empresa es leal con sus empleados.
Ella hablaba con autoridad y orgullo. Las amantes no hablaban de
los negocios de su protector como si fueran suyos. Tendría que estar
muy segura de Merewether, o tal vez realmente fuese su hija.
— ¿Vamos a buscar al señ or Merewether?
Thea asintió y comenzaron a andar. Rodearon filas de mercancías
embaladas encontrá ndose con un hervidero de actividad. Los
marineros cargaban vagones, soltando tal cantidad de maldiciones,
que harían enrojecer a la mayoría de los caballeros que conocía.
Pero Thea no parecía escucharlos.
Se dirigió a un marinero con un parche en un ojo y una botella de
whisky en la mano izquierda.
—Este es Whisky Jim. Es el capitá n del barco. — anunció .
Al verlos, el capitá n silbó . Los marineros callaron, pero no dejaron
de trabajar. Todos saludaron a Thea, con sonrisas y saludos, algunos
incluso la tiraron de los mechones del pelo, Thea devolvió cada
saludo con una sonrisa y un guiñ o.
—Veo que no se ha arrimado a cualquier vela, señ orita Thea.
Ella sonrió negando con la cabeza.
—No tengo tiempo para eso. ¿Sabe dó nde está el señ or Merewether,
capitá n?
—Sí. Fue a casa a tomar el té con la señ ora Ruth.
—Gracias. El señ or Drake tiene que hablar con él sobre un asunto
muy importante. — Thea se volvió hacia él diciendo:
—Señ or Drake le presento al má s impresionante y competente
capitá n que navega por el Atlá ntico, Whisky Jim.
Drake le tendió la mano al viejo marinero. Thea sonrió con
inconfundible aprobació n.
—Capitá n, el señ or Pierson Drake.
— Encantado de conocerle capitá n.
— Llá meme Whisky Jim. Es un nombre que me gané merecidamente
y del que me enorgullezco.
Drake miró de reojo la botella en la mano del capitá n.
— Ya veo.
El viejo lobo de mar se echó a reír.
— No todo el que pisa mi barco tiene el honor de probar mi botella.
—El capitá n tiene fama de romper botellas de whisky en la cabeza
de los marineros rebeldes.
—Puede que no de resultado, pero meto en la botella la dosis diaria
de su bebida.
—Los capitanes de mis navíos podrían aprender algo de usted.
Whisky Jim le guiñ ó un ojo.
—Eso es verdad muchacho. Una gran verdad.
Thea sirvió el té a Drake mientras esperaban a que Ashby regresara
a su oficina. La proximidad del inglés la ponía nerviosa, la mano que
sujetaba la jarra temblaba levemente. Cuando entraron en la oficina,
Thea se sentó en el sofá esperando que Pierson lo hicieran en una de
las sillas. Pero la sorprendió aposentando su gran cuerpo junto a ella
en el sofá .
Lo que es peor, lo hizo en silencio, observando sus movimientos con
sus ojos marrones impasibles, como si mirara a una mariposa
atrapada en un tarro. Pero no era una tímida adolescente que se
dejara intimidad por el silencio de un extrañ o.
Le entregó su té.
— ¿Su barco está anclado en el puerto, señ or Drake?
—Sí. El Golden Dragon.
Thea se acomodó en el sofá para evitar que sus piernas rozaran las
de Drake.
— ¿Necesita algo del señ or Merewether para su nave?
Se preguntó si Drake ignoraría su interés como hizo anteriormente.
—Sí.
Ahogando un suspiro irritado, Thea lo intentó de nuevo.
—Señ or Drake, tal vez si me dijera lo que necesita podría
conseguírselo.
Segú n ha dicho es un asunto de má xima urgencia.
Si era realmente urgente, esperaba vencer su reticencia evidente a
hacer negocios con una mujer.
Drake la miró con una intensidad que hizo que su interior se
derritiera.
—Miss Merewether, pese a la urgencia de mi asunto, esperaré a que
llegue su padre para resolverlo.
— ¿Mi padre? Se equivoca Merewether no es mi padre, es mi socio.
El rostro de Drake mostro una fría indiferencia.
—Aun así, prefiero tratar con su… socio — replicó con sarcasmo.
El frio rechazo y el malicioso tono de voz no ayudó a levantar su
deteriorado estado de á nimo. El comportamiento de este inglés
estaba siendo ofensivo desde el primer momento en que se
conocieron, aunque reconocía que tenía parte de culpa, no tenía
ningú n deseo de seguir en su compañ ía.
Ella tenía que encargarse de sus propios asuntos, y uno importante
era considerar la posibilidad de que el accidente del almacén no
fuera tal.
Dejó cuidadosamente la taza en la mesa.
—Como veo que no tiene interés en tratar su negocio conmigo, estoy
segura de que no le importará esperar solo a mi socio mientras
atiendo otros asuntos.
Thea sabía que estaba siendo grosera e incluso poco profesional, la
tía Ruth y el tío Ashby la reprenderían si se enteraran, pero a ella la
tenía sin cuidado. Al igual que su madre antes que ella, Thea tenía
tanto que ver en el éxito de Transportes Merewether como el tío
Ashby, tal vez má s. El hecho de que ese inglés arrogante se negara
siquiera a decirle lo que necesitaba la enfurecía, no estaba segura
del motivo.
Hacía mucho tiempo que había aprendido a despreciar la ignorancia
de los hombres. La gran mayoría no creía que una mujer fuese capaz
de usar su inteligencia en otra cosa que no fuese ocuparse del hogar
y la maternidad, sobre todo los hombres de su tierra natal,
Inglaterra.
Sin embargo, el rechazo de Drake la molestaba. Pero como no podía
obligarle a conversar con ella, no podía continuar allí ni un segundo
má s, sintiendo su intensa masculinidad, por lo que se levantó .
—Buen día, señ or.
Drake la miró a los ojos, manteniendo esa mirada a pesar de su
intenció n de irse.
—Su socio puede que este acostumbrado a que su amante se ocupe
de sus negocios, pero para mí es una cuestió n de principios.
¡No podía estar diciendo lo que ella había entendido! Era imposible.
Había conocido a hombres arrogantes sacando conclusiones
respecto a su inteligencia, pero nunca a su moral.
— ¿Acaba de decir que soy la amante de tío Ashby? — En su enojo,
lo había mencionado de forma familiar, no había sido muy
profesional llamar tío a su socio.
La expresió n de Drake mostró confusió n.
— ¿Es su tío?
Thea no relajó su postura enfureciéndose aú n má s.
—Es mi socio.
Drake se levantó con un movimiento á gil agarrá ndola de los brazos.
— ¿Pero es su tío? — insistió .
Thea le miro echando la cabeza hacia atrá s, con el ceñ o fruncido,
negá ndose a contestar. ¿Acaso habría diferencias para este hombre?
No se dejaría intimidar por la altura y la ira de este hombre, ni se
dejaría hechizar por su fascinante atractivo.
—Ah, usted debe ser el señ or Drake. ¿Por qué sujeta a Thea de esa
forma?
¿Tiene algo en el ojo?
Mirando a Drake, Thea se volvió a su tío.
—No tío Ashby, le estaba diciendo al señ or Drake, que no eres mi
protector.
Parece que tiene dificultades para entender ciertas cosas, por
simples que sean.
Capítulo 2

Diario de Anita Selwyn, Condesa de Langley


16 de abril de 1798
Lady Upworth encontró la forma de que pudiera ver a Jared. La tía de
Langley es muy amable conmigo. Está furiosa con su sobrino por
haberme arrebatado a mi hijo.
¡Jared es tan hermoso! La visita fue muy corta. Demasiado corta.
Separarme de él abrió una herida en mi corazón que nunca
cicatrizará. Pero es un dolor que soportaré con gusto, con tal de ver a
mi precioso bebe, besar sus suaves mejillas y decirle cuanto le amo.
Doy gracias a Dios por la dulce presencia de Thea, que alivia el dolor
de todo lo que he perdido.

Drake se dio cuenta de golpe de tres cosas. La primera era que


Merewether tenía un gran parecido con un pez sorprendido. La
segunda que la belleza de Thea aumentó cuando la ira encendió sus
ojos. La tercera es que sintió un gran alivio al descubrir que no era la
prostituta de nadie.
Su indignació n era palpable, pero podía ver que ahora estaba
mezclada con humillació n. Observó con fascinació n como ella
cerraba los ojos unos instantes, al igual que hizo anteriormente en el
almacén. Murmuró algo. É l pensó que había dicho diez barriles, pero
eso no tenía sentido.
Ella abrió los ojos con una muda suplica en su mirada azul.
—Por favor, suélteme.
Drake lo hizo, pero de mala gana.
El tacto de su piel era cá lido y sedoso, tuvo que forzarse a soltar los
dedos de sus brazos. Se volvió hacia Merewether que había logrado
cerrar la boca, pero todavía se parecía a una trucha asustada.
Drake hizo una reverencia pronunciando su nombre.
Merewether automá ticamente respondió al saludo, cuando
abruptamente se retiró erguido. Su rostro mostró una expresió n
feroz, que demostró las pocas veces que el hombre debía fruncir el
ceñ o, por lo que no lo hizo del todo bien.
Drake sonrió .
—No se ría de mí, joven. ¿Ha estado haciendo insinuaciones o
proposiciones impropias a la señ orita Selwyn? Es una joven amable,
y le advierto que no consentiré que nadie menosprecie su persona o
sus sentimientos.
Thea se adelantó cogiéndole el brazo.
—No te alteres tío Ashby. Sabes que el médico te ha dicho que debes
evitar excitarte demasiado. — Volvió su cabeza mirando
furiosamente a Drake, como si hubiera sido él el que hubiera hecho
el incendiario comentario.
—El señ or Drake no ha intentado nada, te lo aseguro.
— Si querida, pero dijiste…
Ella lo interrumpió .
—Fue un simple malentendido. ¿No es así, señ or Drake?
Su voz y su postura le desafiaban a que dijera lo contrario.
Drake no lo hizo.
—Por supuesto. Le aseguro que cuando un hombre llega a mi edad,
no piensa en relaciones ilícitas al conocer a una adorable joven
como la señ orita Selwyn. Sino que piensa en construir una familia.
Bueno, al menos es en lo que insiste mi madre.
Thea abrió los ojos, pero no dijo nada.
Probablemente estaba sorprendida y sin palabras, pensó Drake con
arrogancia.
Merewether movió la cabeza con un gesto de resignació n.
—Ni se le ocurra mirar a Thea con esa intenció n, ella está
totalmente en contra del matrimonio, y si mi adorada esposa Ruth
no puede conseguir hacerla cambiar de idea, no será un simple
caballero quien lo haga.
Drake no estaba de acuerdo. En su opinió n creía que un hombre
tendría mucho má s éxito que una mujer, en convencer a Thea de las
ventajas del matrimonio, no importa cuá n formidable fuese la
criatura. Solo se podía creer en algunas cosas con la experiencia. Era
lo que su madre decía, sobre todo cuando se trataba de amor.
—Tío Ashby, el señ or Drake está bromeando. No ha venido aquí en
busca de esposa.
— ¡Qué lá stima! — suspiró Merewether.
Thea se alejó soltando un suspiro irritado.
—Está aquí por negocios, tío, y prefiere tratar solo con los dueñ os.
La ironía del comentario pasó desapercibida para Merewether, pero
no así para Drake.
La trucha asustada se convirtió en trucha confundida.
—Pero Thea, tú eres una de las propietarias. ¿No le has explicado al
señ or Drake que somos socios en Transportes Merewether?
—Lo intenté — La expresió n suave de Thea desmentía la burla que
Pierson vio en sus ojos.
Drake frunció el ceñ o.
—No entendí la naturaleza de la sociedad. Ni siquiera lo entiendo
ahora. No es comú n que una joven sea socia activa en un negocio.
Merewether se rio.
—Es verdad. Pero la señ orita Selwyn no es una mujer comú n, así
como tampoco lo fue su fallecida madre.
—Sin embargo, el señ or Drake ha dejado claro que no quiere tratar
de negocios con una simple mujer, así que me voy a ocuparme de
mis otras obligaciones. — dicho lo cual se dio la vuelta y se fue.
Drake casi la llamó para obligarla a que se quedara, pero controló el
inexplicable impulso. Había permitido que lo distrajera de su
cometido durante demasiado tiempo, se volvió hacia Merewether
para encontrarse con que el hombre lo miraba evaluá ndolo.
— La encuentra fascinante ¿verdad? Muchos hombres lo hacen.
Thea no tiene conciencia de sus propios encantos. Piensa que el
amor es para las mujeres débiles, y que el matrimonio es una forma
de prisió n. Es una pena —
Merewether balanceó la cabeza.
—Estoy seguro de que tiene razó n, pero como la señ orita Selwyn
dijo, estoy aquí por asunto de negocios. — Solo la Providencia sabía
porque había hecho aquel comentario sobre el matrimonio.
Drake ciertamente no lo sabía, a no ser que fuera para satisfacerse
observando la reacció n de Thea.
Merewether asintió .
—Si, si, ¿qué podemos hacer por usted?
—Necesito los servicios de un herrero experto.
Merewether permaneció en silencio, como si esperara a que Drake
diera má s explicaciones. Como no lo hizo, el hombre carraspeó .
—Muy bien, no tenemos un herrero trabajando para nosotros, pero
puedo encontrarle uno. Por supuesto. Me encargaré de que le ayude
mañ ana temprano.
Merewether sonrió a Drake como si hubiera encontrado una
solució n satisfactoria, no un golpe mortal a los plazos de Drake, así
como una mancha en su honor. Las entrañ as de Drake se
contrajeron.
— Eso no es aceptable, necesito de sus servicios inmediatamente.
—Ya, bueno, él está muy ocupado ahora en un proyecto de Thea,
eh… de la señ orita Selwyn. Quizá si usted se lo hubiera contado a
ella… — Merewether dejó que su voz se apagara.
Drake se tomó el té ahora frio que Thea le había servido. La
expectació n de Merewether, las palabras que el hombre acababa de
decir, todo era un caos confuso que lo rodeaba.
Maldició n.
— ¿Ella ha contratado los servicios del herrero de forma particular?
—No particular, joven. Para la compañ ía. Quiere construir algo para
mejorar la seguridad y eficiencia. No me importa decirle, que es una
defensora de ambas cosas.
Ah, así que eso era todo, Drake sintió que por primera vez pisaba el
terreno má s firme desde que vio a la indomable Thea.
—Les compensaré a ambos por el tiempo que pase alejado de su
proyecto.
—En cuanto al herrero no hay problema, pero no será fá cil
convencer a Thea para que acceda a que el hombre lo deje.
— ¿No irá a decirme que el proyecto de la señ orita Selwyn no puede
esperar?
—No soy yo quien lo dice, joven. No soy yo.
Drake sintió que la poca paciencia que le quedaba cuando entró en
la oficina, se evaporaba por completo.
—No podría preguntá rselo a ella.
—Bueno, sí. Pero como verá , ahora no está aquí. Estará
supervisando el proyecto. Estoy seguro.
La expresió n de Merewether no dejó ninguna duda a Drake de que el
hombre mayor le culpaba de su partida.
— ¿Y dó nde es eso?
—En la tienda del herrero, por supuesto.
Drake sintió una cierta inclinació n a saltarle los dientes.
— ¿Y dó nde está la herrería?
—En la ciudad. Haré que alguien lo acompañ e; si quiere.
—Lo antes posible, por favor.
Merewether desapareció por la puerta de la oficina, moviendo la
cabeza de un lado a otro. Momentos después regresó con el jefe del
almacén.
—Philippe se ha ofrecido a llevarlo con la señ orita Selwyn, si no
está , ella buscará al herrero.
Drake dijo nada, pero si Thea no estaba con el herrero, tenía toda la
intenció n de convencer al hombre para que reparara su motor
inmediatamente, aunque tuviera que pagarle con diamantes por el
servicio.
Pese a su gran corpulencia, Philippe se movía con agilidad mientras
Drake le seguía por la calle principal de la pequeñ a aldea que
Merewether había llamado ciudad. Las blancas construcciones con
techos de teja roja le recordaron a Drake un puerto del mar
Mediterrá neo.
Con impaciencia recorrió los edificios buscando cualquier signo de
una herrería o establo, pero no vio nada.
Cuando estaba a punto de preguntarle a Philippe hacia donde se
dirigían, interrumpió sus pensamientos la voz del hombre:
—Es usted un hombre de pensamientos y acciones rá pidas señ or
Drake. Esta mañ ana habríamos perdido a la señ orita Thea si no
hubiera estado usted allí. El Sacré bleu, fue el buen viento que le
trajo a nuestra isla.
— ¿Ha averiguado la causa del accidente?
Quizá s Thea se preocupaba por la seguridad porque los demá s en la
empresa no lo hacían.
—Fue algo muy extrañ o, ¡oui!
Drake hizo un gesto evasivo, no sabía si era extrañ o o no.
—Las cajas estaban apiladas como siempre. Madeimoselle Thea
insiste en la protecció n de todos los empleados del almacén, es muy
concienzuda.
—Entonces, ¿Por qué se cayeron?
—No lo sé. Para empujarlas se necesitarían los brazos de un hombre
muy fuerte, pero eso es imposible.
— ¿No hay nadie en la isla que quiera hacer dañ o a la señ orita
Selwyn?
Aunque Drake personalmente la encontraba irritante, no creía que
fuera suficiente motivo para que alguien intentara lastimarla.
—No, no, ni siquiera los dueñ os de las plantaciones querrían hacerla
dañ o.
El interés de Pierson aumentó .
— ¿Qué quiere decir con que ni siquiera los dueñ os de las
plantaciones?
Philippe sonrió , sus dientes blancos resaltaban contra el tono oscuro
de su piel.
— Madeimoselle Thea, esta contra la esclavitud. No es una posició n
muy popular aquí en la isla, vous comprenez.
Drake comprendió . Las plantaciones locales dependían del trabajo
de los esclavos para funcionar. Era cuestió n de tiempo que los
hacendados perdieran a sus esclavos, y había muchas
especulaciones sobre la posibilidad de pagar salarios lo
suficientemente altos como para incentivar el trabajo agotador en
las plantaciones de cañ a de azú car.
— ¿Madeimoselle no será tan tonta como para gritar a los cuatro
vientos sus convicciones abolicionistas en un lugar como este?
Segú n hacia la pregunta, Drake adivinó la respuesta.
Philippe se rio.
—Ella no sabe lo que es la precaució n. Tampoco considera que sea
un tema político, solo cree que es una afrenta moral, y se niega a
guardar silencio al respecto.
Si eso era cierto, Drake imaginó que hoy no había sido su primer
encuentro con el peligro. Cuando expresó sus pensamientos,
Philippe reflexionó durante unos instantes.
—Non, non. Hoy ha sido la primera vez que ha estado cerca de un
peligro real. Madeimoselle Thea ayuda a todos los propietarios con la
compañ ía de navegació n. A ellos no les gustan sus ideas, pero les
gusta el dinero que trae.
Monsieur Merewether es un hombre muy amable, pero el lado
comercial de la compañ ía es responsabilidad de madeimoselle Thea,
como antes lo fue de su madre. Los dueñ os de las plantaciones lo
saben. Non. Fue un accidente muy raro, pero solo un accidente.
Drake se abstuvo de discutir con el hombre, la seguridad de Thea no
era asunto suyo.
Thea observaba los fuertes brazos del herrero trabajar con el fuelle.
Aunque debería centrarse en la compañ ía, o en el nuevo cabestrante
que Jacob estaba fabricando, no conseguía apartar a Drake de sus
pensamientos. El la enfurecía, sin embargo, lo encontraba
extrañ amente fascinante.
Se arrepentía de lo que había dicho en un momento de ira. Había
sido una tontería insinuar al tío Ashby, justamente a él, que Drake le
estaba haciendo propuestas indecorosas. El corazó n de tío Ashby
podría no haber resistido la impresió n. Como de costumbre, no
había podido contener su lengua y había hablado demasiado.
Suspiró .
Pierson había respondido de forma sarcá stica. Mencionando el
matrimonio solo para avergonzarla. No hablaba en serio. Ella jamá s
tomaría en consideració n una propuesta de ese tipo. Las mujeres
solteras tenían pocos derechos. Las casadas no tenían ninguno.
Olympe de Gouge había perdido la vida acusada de traició n por
rebelarse contra la desigualdad entre los derechos de las mujeres y
los hombres en Francia.
Thea no podía ignorar la realidad de la situació n de su sexo. Si
alguna vez se casaba, no sería con un hombre duro como Drake. Su
madre se había encargado de alertarla sobre los riesgos del
matrimonio, principalmente con un hombre de naturaleza inflexible.
En algú n lugar de Inglaterra, un chico nacido el mismo día que ella
vivía y respiraba. Su hermano. Ella no lo conocía, nunca lo había
visto, por culpa de su padre, un hombre que arrancó al recién nacido
de los brazos de su madre para castigarla por un error que no había
cometido, simplemente porque se creía con el derecho de actuar así.
—Este cabestrante va a ser poderoso, señ orita.
Las palabras de Jacob sacaron a Thea de sus pensamientos.
Se inclinó para examinar el gancho unido a la polea. La rueda en
forma de carrete parecía lo suficientemente resistente para soportar
el peso de los barriles má s pesados.
— Estas haciendo un trabajo maravilloso Jacob. Creo que esto es
exactamente lo que necesitamos.
—Estupendo. Entonces no pondrá objeciones para que me
acompañ e hasta el Golden Dragon para reparar la má quina de vapor.
El cuerpo de Thea se tensó al oír esa voz.
Drake. ¿Qué estaba haciendo allí?
Se dio la vuelta para enfrentarse a él, su falda rozó la forja
manchando de hollín el dobladillo, el intenso calor del fuego lamió
sus brazos cuando se acercó demasiado.
Pierson maldijo y dio un gran paso al frente, sujetá ndola por los
brazos para apartarla.
—El peligro la sigue como un amigo, señ orita Selwyn.
Ella quiso responder con un comentario cortante, pero la intensidad
de la mirada de Pierson la turbó .
—No sé qué quiere decir, señ or.
El la soltó , aunque la mantuvo indecentemente cerca.
—Me pregunto có mo conseguirá evitar el peligro cuando yo no esté
para ocuparme de su seguridad.
—Me las arreglo bastante bien — dijo alejá ndose de él. — Tal vez
sea su presencia la que atrae los accidentes. ¿No ha pensado en ello?
Pierson se echó a reír. El profundo sonido suavizó inesperadamente
los duros á ngulos de su cara.
—Tal vez estoy siendo demasiado dura — Thea sonrió . — Le estoy
verdaderamente agradecida por su rá pida intervenció n en el
almacén.
— ¿Y ahora?
— Y ahora. Gracias por alejarme de la fragua, por un momento perdí
el equilibrio. — se obligó a responder molesta.
—Me alegro de haber estado aquí — dijo asintiendo con la cabeza.
Thea estuvo a punto de decirle que, si no hubiera sido por él, ella
nunca habría perdido la compostura, pero ya había dado suficiente
rienda suelta a su incontenible lengua durante este día.
— ¿Qué hace aquí?
—Como dije me gustaría contratar los servicios del herrero para que
arregle la má quina de vapor de mi barco.
— ¿Su barco es de vapor?
Thea no lo entendía. Drake era inglés. Los ú nicos navíos de vapor
que conocía eran americanos, solo uno había sido construido para
navegar por el océano, el SS Savannah.
—No del todo. Es una combinació n de velas y vapor.
—Como el SS Savannah. — Cuando él no dio má s detalles, Thea
cruzo los brazos y golpeó el suelo con el pie — ¿Y…?
Pierson sonrió .
El brillo de diversió n en su mirada la sorprendió . Sintió que un
grupo de delfines saltaban en su interior. Este hombre alto y moreno
era demasiado atractivo.
—Y… la caldera del motor del barco ha estallado. Necesito los
servicios de su herrero. Pagaré a la compañ ía Merewether, así como
a él por el uso de su tiempo.
—No hay razó n para que pague a mi compañ ía por utilizar el tiempo
de un trabajador independiente. Creo que le mencioné que no
practicamos la esclavitud. — dijo ella conteniéndose de decir má s
sobre el tema. Drake no estaba allí para escuchar un discurso sobre
las ventajas de la abolició n.
Los ojos de Drake se entrecerraron.
—Solo tenía la intenció n de compensar a su compañ ía por la pérdida
de tiempo del hombre en su proyecto mientras se ocupa de mi
motor.
Ella se encogió de hombros.
— El cabestrante puede esperar. De todos modos, está casi
terminado.
—Bueno. Entonces podemos comenzar — se volvió hacia el hombre

Señ or…
Jacob apartó el cabestrante y se quitó los pesados guantes que
protegían sus manos del calor de la fragua.
—Me puede llamar Jacob.
Drake le tendió la mano.
—Entonces Jacob. Necesito desesperadamente sus servicios.
El gesto sorprendió y complació a Thea. Y al parecer también a Jacob
que por un momento miró la mano de Drake sin estar seguro de que
hacer. Finalmente se limpió la mano en la pernera del pantaló n
antes de dá rsela.
— ¿Quiere que le arregle la caldera, señ or?
—Sí. Tan rá pido como sea posible.
— ¿Dó nde está entonces?
La mirada confusa de Drake hubiera resultado divertida, si Thea no
temiera que se convertiría en una de furia, cuando descubriera la
fobia de Jacob.
—En el barco, por supuesto.
—No subiré a su barco, señ or.
— ¡Pero la caldera está en el barco!
Jacob se encogió de hombros.
—Si quiere que se la arregle, será mejor que me la traiga aquí.
Drake se volvió hacia ella mostrando frustració n en su rostro.
— ¿Podría explicá rmelo? no entiendo nada.
—Si quiere que Jacob le arregle la caldera, tendrá que desmontarla y
traerla hasta aquí.
—No hay tiempo — su irritació n era palpable.
Thea sintió pena de él, pero no había nada que hacer, Jacob tenía un
miedo absoluto al mar y no había manera que Drake consiguiera que
fuera al Golden Dragon.
—Jacob no se acercará a la costa.
—Esto es ridículo. Vive en una isla. ¿Có mo puede tenerle miedo al
agua?
El hombre negro, enarcó las cejas con severidad.
— ¡Yo no tengo miedo al agua!
Drake sonrió .
—Entonces, vamos a mi nave.
El ceñ o de Jacob siguió fruncido.
—No me está entendiendo, señ or. Si quiere que le arregle la caldera
tendrá que traerla aquí.
—Ya le he dicho que no tengo tiempo.
—Trá igala aquí — insistió Jacob tercamente.
— ¿Cuá nto? — preguntó Drake.
—No lo sabré hasta que lo vea, señ or.
—Me refiero a cuanto quiere por ir a mi nave.
—No voy a poner un pie en su barco, señ or Drake.
Drake maldijo volviéndose a Philippe que había permanecido en
silencio desde que llegó .
— ¿Hay otro herrero en la isla?
—No señ or — respondió Philippe.
La furia controlada que Thea vio en su expresió n le produjo
escalofríos.
— ¡Maldita sea! Vendré con la caldera lo antes posible.
Jacob cogió el cabestrante.
—Terminaré este trabajo entonces.
Thea sonrió a Jacob.
—Gracias. Iré con el señ or Drake hasta el muelle. Philippe dígale al
señ or Merewether que estaré con él.
Drake se volvía hacia ella.
—No es necesario. Puedo encontrar solo el camino a mi barco.
—Estoy segura de ello, pero irá má s rá pido si le llevo. Mi carruaje
esta fuera ya que tenía la intenció n de hacer unos recados en la isla.
¿No dice que el tiempo es esencial?
Observó có mo se le tensaba un musculo de la mandíbula.
—Es usted una autentica mandona, señ orita Selwyn.
—Gracias por el cumplido, señ or Drake.
El caluroso aire del Caribe se cernía sobre Drake, mientras él y
algunos miembros del Golden Dragon cargaban la caldera en la parte
trasera de un carro que Thea había enviado.
—Es mucho má s grande de lo que esperaba — dijo Thea andando a
su alrededor y mirá ndola fijamente — No me extrañ a que se
resistiera a llevá rsela a Jacob.
Drake gruñ ó .
Ella se echó a reír.
—Aunque tampoco habría servido de nada respecto a Jacob. Se pasó
dos días en una balsa rodeado de tiburones hambrientos intentando
escapar de la esclavitud. No irá a ninguna parte cerca del mar, ni
siquiera para regresar a su tierra.
Drake hizo un nudo al final del amarre de la caldera.
— ¿Có mo es que terminó siendo el herrero en la ciudad? Pensaba
que los esclavos fugitivos eran castigados, no puestos en libertad.
—Lo son. — La feroz expresió n en los ojos de Thea se suavizó — Mi
madre compró su libertad. Se ofreció a enviarlo con su familia a
Á frica. Pero él no quiso. Trabajó para la compañ ía hasta que reunió
el suficiente dinero para abrir su herrería. Está casado con la mujer
má s dulce que conozco, tienen seis hijos, por ahora. El mayor acaba
de recibir permiso para navegar en uno de nuestros barcos.
Drake se maravilló del genuino cariñ o que escuchó en su voz. A ella
le importaba, realmente se preocupaba por el hombre liberado y su
familia. La diferencia entre su forma de pensar y la de una típica
belleza londinense se hizo arder. ¿Se preocuparía por las
circunstancias de su nacimiento, o su aceptació n se limitaría a eso?
No tenía intenció n de averiguarlo. No revelaría ningú n secreto, de su
nacimiento o de otra cosa, en el corto tiempo que su barco estuviera
atracado en las aguas de la isla.
Fue a la parte delantera del carruaje para sentarse en el pescante,
aunque se detuvo en seco al ver que ella hacía lo mismo. Se echó
hacia atrá s.
— ¿Señ orita Selwyn, tal vez usted me dejará conducir?
Ella se puso la mano ante los ojos, mirá ndolo.
— ¿Por qué? Le puedo asegurar que soy perfectamente capaz de
llevar el carro.
No tenía la menor duda de que era capaz de hacer eso o cualquier
otra cosa, pero era su caldera y su responsabilidad. El conduciría.
—Gracias por su ofrecimiento. Pero no es necesario.
Ella se irguió .
—Eso es una tontería. Conozco los caminos mejor que usted,
después de todo yo vivo aquí. Le llevaré a usted y a su caldera a
Jacob.
Ya había perdido demasiado tiempo. Ella soltó un grito sorprendido
cuando la levantó y la arrojó sobre el asiento del acompañ ante.
Antes de que Thea tuviera tiempo de recolocar su ropa o a ella
misma, Drake se subió de un salto y cogió las riendas.
—Como solo hay un camino de aquí a la herrería, no creo que me
lleve una vida atravesarlo.
Mascullando algo sobre insufribles hombres mandones, ella se
colocó en el asiento. Su postura rígida no dejó ninguna duda de que
estaba molesta. El casi sonrió . Cuando finalmente se casara, su
marido no se aburriría a su lado.
Capítulo 3

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley.


05 de junio 1798
Langley descubrió que la tía me dejó ver a mi hijo. Se puso furioso. Dijo
que, si esto se repetía, no volvería a ver a Jared de nuevo. Lady
Upworth me contó que él pretende llevar al niño a las tierras de
Langley. Enclaustrada en esta casa a las afueras de Londres, donde mi
marido decidió desterrarme, ¿Cuándo podré ver a mi hijo? Me muero
de nostalgia. ¿Cómo podrá aprender sobre el amor, viviendo con un
hombre cuyo corazón es duro y frío como una piedra?

Ya en el camino de vuelta a la oficina con la caldera en la parte


trasera de la carroza, Thea no pudo contener su curiosidad y miró
para Pierson.
— ¿Por qué esa prisa por arreglar la caldera?
Só lo para molestarla aú n má s, Pierson respondió :
— Por qué se ha roto.
Thea respiró profundamente.
— Ya me di cuenta. Pero ¿por qué ahora? ¿Por qué no mañ ana o má s
tarde?
Pierson prefería no discutir sobre el tema, especialmente con Thea
Selwyn.
Pero probablemente ella no desistiría hasta saber la razó n de tanta
prisa.
— Hice un acuerdo con la empresa Lloyd comprometiéndome a
regresar a Londres en una fecha determinada.
Thea se alisó la falda, recordá ndole las piernas bien torneadas bajo
el satén.
Merewether le dijo que ella no era consciente de sus encantos
femeninos, pero,
¿Có mo una mujer podía ignorar su propia sensualidad?
— ¿Eso significa que, si usted no vuelve dentro de ese plazo, perderá
el dinero?
— Sí
— El valor de la pó liza debe ser muy alto.
— No tan alto, pero... — Pierson no terminó la frase. ¿Debería
continuar con la explicació n? Ella, como mujer, ¿Lo entendería?
— ¿Pero?
El brillo en los expresivos ojos de Thea denotaba inteligencia y
curiosidad, y eso impulsó a Pierson a hablar.
— Convencí a muchos amigos para que invirtieran en esta aventura.
— No lo entiendo. Si se atrasa un día o dos, el precio de la carga se
mantendrá en el mercado, ¿no es así?
El conocimiento de Thea sobre asuntos comerciales lo sorprendió .
— Mis amigos no só lo invirtieron en la carga. También invirtieron
en el viaje.
Todos hicieron sus seguros.
— Eso suena como una apuesta, señ or Drake.
— También hay muchas apuestas. Muchas personas no creen que
podemos tener má s éxito que el SS Savannah.
— El viaje del Savannah fue un éxito.
— Lo fue, aunque usaron casi exclusivamente velas durante el viaje.
Nosotros no.
— ¿Por eso se estropeó la caldera?
— Sí
— Va a tener éxito incluso si no sale en la fecha especificada.
— ¿Por qué dice eso?
Thea lo miró con un brillo de seguridad en sus ojos, y Pierson se
contuvo para no cubrir los labios entreabiertos con los suyos.
— Oh, sí. Piénselo bien. El Savannah no llevó carga. Só lo pasajeros.
Pero usted llevará los dos. Volverá a Inglaterra cubierto de gloria.
Pierson negó con la cabeza. Lo má s probable es que volviera con su
honor hecho pedazos si el capitá n del Golden Dragon no recuperaba
el tiempo perdido.
Thea alejó la pena a un lado y suspiró . Girando los hombros, trató de
aliviar la tensió n. El silencio en la sala del segundo piso del almacén
propiciaba la ensoñ ació n.
Después de dejar a Pierson y su caldera en el taller de Jacob, ella
volvió a su escritorio para revisar los registros de carga del navío de
Whisky Jim. Volvió a mirar a las columnas de entradas y los
nú meros.
No se engañ aba. Las discrepancias estaban bien camufladas, pero
estaban allí. El robo era consistente e innegable.
Si al menos ella supiera quién era el responsable...
Se estremeció ante la idea de que el sobrino del tío Ashby, estuviese
robando a la empresa desde su oficina de Londres.
É l todavía no había contestado a la carta en la que Thea le
preguntaba sobre las diferencias. ¿Se habría perdido la carta? ¿O
habría ido directamente a las manos de los culpables? Sintió un
escalofrío en el estó mago al pensar que el accidente casi fatal en el
almacén podría estar relacionado con su descubrimiento.
El barco de Pierson Drake no era el ú nico anclado en el puerto.
Incluso el Whisky Jim podría haber traído al có mplice del ladró n en
su barco. Los capitanes siempre se veían obligados a emplear a
nuevos marineros en casi todos los puertos. Por eso un marinero
extrañ o en el almacén no sería motivo de preocupació n. Si el
accidente fue planeado, ahora, má s que nunca, su viaje a Inglaterra
era necesario.
Miró los registros nuevamente, notando la diferencia en las
entradas. Tenía que salvar al tío Ashby, especialmente si su sobrino
estaba involucrado en el plan, pero necesitaba tomar alguna
decisió n.
Dirigió su mirada a la letra de lady Upworth, invitá ndola para la
temporada de fiestas y acontecimientos que se sucedían en Londres.
La invitació n se repetía todos los añ os desde su decimoséptimo
cumpleañ os. Sería la excusa perfecta para un viaje repentino a
Inglaterra. Durante mucho tiempo, el tío Ashby y la tía Ruth
insistieron en que debía tomar su lugar en la sociedad. Aú n má s
después de que la salud del tío Ashby se debilitara.
Alisó el papel de la carta. Las intenciones de los Merewether y de
Lady Upworth, su tía abuela, eran las mejores, pero Thea se
preguntaba si ellos tenían alguna idea de cuá nto se oponía ella a
establecer una relació n con el Conde de Langley. Ella jamá s
abrazaría al hombre que la engendró , ni tampoco pretendía
frecuentar los círculos de la alta sociedad.
Sin embargo, iría a Londres. Quería conocer a su tía abuela. A lo
largo de los añ os, Lady Upworth le envió muchas cartas y diseñ os
retratando a Jared y la vida en Londres, pero Thea no la conocía
personalmente.
Tomó el dibujo que su tía le envió en la ú ltima carta. Con la punta del
dedo, tocó la cicatriz en la cara de Jared. Se lesionó el día en que
salvó la vida de su medio hermana Irisa, a los catorce añ os. Thea
recordaba perfectamente cuando sucedió . Aquella noche tuvo una
horrible pesadilla. Al mes siguiente recibió una carta de Lady
Upworth relatando el acto heroico de Jared y de la marca que quedó
en su rostro.
Quería conocer a su hermano gemelo. Sabía có mo era físicamente, a
través de las cartas de Lady Upworth, pero no tenía ni idea de có mo
se sentía acerca de todo lo que pasó en sus vidas. La tía abuela dijo
que era un chico muy discreto, reservado en sus emociones. No
pocas veces, Thea se preguntaba si Jared sería igual a su padre.
Prefería creer que él era un chico gentil, mucho mejor que el conde.
Y Irisa ¿Sería tan traviesa como se veía en los dibujos de Lady
Upworth?
También deseaba conocerla.
A través de la ventana de su habitació n, miró las aguas azules de la
bahía.
Para ella la isla representaba seguridad y el mar aventura. Cuando
era niñ a, había prometido que un día viviría esa aventura.
Evidentemente el momento llegó .
Sus ojos localizaron el barco de Pierson, el Golden Dragon. Sonrió . É l
había atracado en la isla en el momento má s propicio.
La insistencia de Pierson de llegar a Inglaterra en el tiempo
establecido en la pó liza era extremadamente favorable para Thea.
Cuanto antes llegase a Londres, mayores serían las probabilidades
de desenmascarar al ladró n antes de que el tío Ashby se diese
cuenta, o antes de que ocurriera otro "accidente".
Sintió un escalofrío só lo con pensar en viajar cinco largas semanas
en el mismo barco que Pierson. El inglés le provocaba reacciones
que nunca había sentido antes, deseos y emociones inexplicables.
Quería quedarse mirá ndolo eternamente, y sentía una necesidad
casi incontrolable de tocarlo. Tendría que encontrar una manera de
evitarlo cuando estuviera a bordo. No quería ser dominada por
sentimientos tan extrañ os y abrumadores.
Tomó una hoja de papel y anotó las entradas de aquel cargamento.
Cerró el libro y escondió la hoja con las otras que indicaban las
discrepancias. Dudaba que tío Ashby tuviera la curiosidad de
comprobar los registros. La contabilidad nunca había sido su fuerte.
— No. — Pierson se irritó con la insistencia de Thea. Era obvio que
ella estaba acostumbrada a conseguir todo lo que quería, pero no iba
a ceder a los caprichos de una joven mimada. — Está fuera de
cuestió n. No puedo esperar hasta que usted esté preparada para el
viaje.
— Sin duda un pequeñ o retraso no pondría en peligro su plan.
Pierson tomó aire. No le gustaban las manipulaciones femeninas. Al
parecer, ella no entendía nada sobre la necesidad de atracar en
Londres a tiempo.
— No.
— ¿Cuá nto?
La pregunta lo golpeó como una bofetada.
— Mi honor no está en venta. Embarque en otra nave.
— Yo también tengo mis compromisos y ningú n otro barco partirá
hacia Inglaterra hasta del pró ximo mes.
Jacob intervino y detuvo su trabajo;
— ¿Usted no lleva otros pasajeros?
— Sí, pero no puedo esperar hasta que Miss Selwyn empaque sus
maletas.
¿No era suficiente con una mujer testaruda, que ahora tenía que
lidiar con el herrero? No, no iba a arriesgar su honor por el deseo de
Thea de participar de la temporada en Londres.
— Señ orita Thea, ¿va a retrasar al Señ or Drake?
Ella sacudió la cabeza con vehemencia.
— No, Jacob. Estaré lista en dos horas.
Pierson no contuvo la risa. ¡Ninguna mujer se prepararía para un
concierto en aquel tiempo, y mucho menos para un viaje en barco!
¡Absurdo!
— Me temo que no está siendo realista, señ orita. Cuando termine
con sus maletas, el Golden Dragon estará casi llegando a su destino.
Le sugiero que se embarque en uno de sus buques el pró ximo mes.
— ¿Partirá sin su caldera, Sr. Drake? — Preguntó ella con una
sonrisa mordaz.
Pierson sintió un escalofrío por la columna vertebral.
— ¡No!
Y casi con desesperació n, miró al herrero como si esperase el
veredicto de un gran jurado.
— La caldera no estará lista antes de... — Jacob miró a Thea.
— Dos horas má s — dijo ella con firmeza.
— Sí, dos horas — Jacob repitió .
Pierson sabía cuá ndo luchar y cuá ndo permitir que su opositor, en
este caso opositora, ganase. Miró fijamente a Thea.
— El Golden Dragon zarpará dentro de dos horas, con la caldera
debidamente reparada e instalada. Si desea viajar en él, la señ orita y
su equipaje deberá n estar a bordo.
É l iba a añ adir que el capitá n no esperaría ni un minuto má s, pero
tras un parpadeo, Thea ya había desaparecido del taller. Jacob
sonrió .
— Ella va a estar a bordo, señ or Drake. Puede apostar.
Pierson se encogió de hombros, fingiendo no sentir el corazó n
latiendo má s fuerte ante la perspectiva de Thea viajando en su
navío. Por no hablar de la reacció n de otras partes má s primitivas de
su anatomía.
— Terminaré la reparació n de la caldera, señ or.
— Excelente.
La habitació n de Thea era un verdadero caos, con ropa y zapatos
esparcidos por la cama. En el suelo había un baú l casi lleno y una
maleta.
— No entiendo por qué tanta prisa, querida. ¿Por qué no viajar en
uno de nuestros barcos? Así tendrá s tiempo para prepararte mejor.
Thea suspiró . Ya no sabía qué decir para convencer a la tía Ruth. En
menos de una hora, se lo había explicado docenas de veces, pero su
tía parecía no aceptar su decisió n.
— Tía Ruth, todo lo que necesito está en este baú l. Es una tontería
perder el tiempo doblando vestidos que no voy a utilizar. La Señ ora
me dijo que tendré que renovar mi guardarropa entero en Londres.
Ruth sonrió .
— Es cierto. Pero me gustaría que causases una mejor impresió n a
tu tía abuela, y no presentarte só lo con un baú l y una maleta. ¿Está s
segura de que el Sr. Drake no va a esperar un día má s?
Thea contuvo la risa.
— Absolutamente tita. Y si no nos damos prisa, se irá sin mí.
— ¡Qué lá stima!
Thea dio a la criada, Melly, los diarios de su madre.
— Por favor, guá rdalos en el baú l con mucho cuidado, Melly.
— Claro, niñ a.
Thea sonrió . Melly había insistido en viajar con la Condesa de
Langley a las Indias Occidentales. Sirvió a su ama lealmente, y
prefirió quedarse en la isla y cuidar de Thea después de la muerte de
la Condesa.
Thea quería darle a Melly una buena jubilació n y una casita, en
reconocimiento a su dedicació n, pero la criada se negaba a discutir
el asunto.
Quería continuar sirviendo a Thea, como había servido a su madre.
— Melly, ¿Está s segura de que no te importa hacer este viaje tan
repentino?
Puedo viajar sola.
La reacció n de Ruth fue inmediata.
— ¡De ninguna manera! Eres una dama, Thea. A tu madre no le
gustaría saber que pensaste en hacer ese viaje sola.
Melly estuvo de acuerdo.
— Es cierto, Thea. No me importaría volver a Inglaterra, incluso si
tengo que correr para no perder el barco. En realidad, estoy
emocionada.
— Me alegro, Melly.
— No estoy ansiosa por el viaje en barco. Lo pasé mal durante todo
el viaje a la isla. Su santa madre se hizo cargo de mí y de usted.
Thea puso la mano en el brazo de Melly.
— Yo me ocuparé de ti. Puede que no tengas muchas ná useas esta
vez.
Melly suspiró .
— Espero que no, hija.
Pierson y sus hombres terminaron de empujar la caldera en la
cubierta del barco. Zarparían con las velas izadas e instalarían la
caldera durante el viaje.
Miró alrededor de la bahía, pero no había ni rastro de una mujer
dentro de un bote. Ella no lo conseguiría.
Thea era sorprendente. Extraordinaria. Lo embrujó como ninguna
otra mujer antes, pero resultó no ser diferente de las demá s. A pesar
de ser má s terca, al final, ella había necesitado má s de dos horas
para prepararse.
El capitá n dio la orden de zarpar. Pierson contuvo el impulso de
pedirle que esperase unos minutos má s, mientras escudriñ aba de
nuevo la bahía. Má s decepcionado que aliviado, dio media vuelta y
se sorprendió por lo que vio.
Thea conversaba con los marineros, mientras examinaba la caldera.
Se había cambiado de ropa y ahora llevaba un vestido amarillo de
algodó n de la India.
La sombrilla del mismo color se inclinaba en un á ngulo tan extrañ o
que ciertamente no le protegía el rostro del sol.
El marinero con quien conversaba parecía encantado y su sonrisa
habría asustado a muchas mujeres. A Thea no le importaba. La mano
que sostenía la sombrilla se movía con gracia mientras hablaba.
— Esta caldera es muy grande. El motor debe ser inmenso. ¿Puedo
verlo? —
Preguntó al marinero.
— Los pasajeros tienen prohibido entrar en la sala de má quinas —
Pierson anunció , a sabiendas de que Thea trataría de encontrar una
manera de ver el motor.
Ella levantó la vista y sonrió .
— Hola, señ or Drake. ¿No hay manera de hacer una excepció n?
— Imposible.
Thea continuó en un tono persuasivo:
— Pero me gustaría mucho verlo, y también las má quinas
conectadas a las ruedas... ¿También son plegables para aumentar la
velocidad con las velas izadas, igual que en el Savannah?
— Lo son.
Los ojos de Thea brillaron con interés.
— ¿Como funciona el motor? ¿La caldera es alimentada todo el
tiempo? ¿Qué causó la explosió n? ¿De qué tipo de madera está n
hechas las ruedas?
Los marineros se rieron y Thea paró de hablar, avergonzada.
Pierson se acercó y la agarró del brazo.
— Estaré encantado de responder a sus preguntas durante la cena,
pero ahora tengo que inspeccionar la reparació n del motor.
Ella se mordió el labio.
— ¿Vamos a cenar juntos esta noche?
¿Sería posible que Thea ya supiese la historia de su pasado, a pesar
de que acababa de subir a bordo? Tratando de no mostrar
preocupació n, Pierson dijo:
— Si no quiere, lo entenderé.
— No es eso. Temo que mi criada se maree y no quiero dejarla sola.
Pierson asintió con la cabeza, ocultando su alivio.
— Su lugar estará reservado en la mesa del capitá n. Si no está allí, sé
el motivo. — Como dueñ o de la nave, Pierson compartía la mesa con
el capitá n en las recepciones formales.
— No es necesario, de verdad.
¿Por qué Thea siempre insistía en discutir con él, incluso en las
cosas pequeñ as? Ella debería darle las gracias. Los pasajeros
disputaban por un lugar en la mesa del capitá n. No era só lo por una
cuestió n de prestigio, sino también porque las madres orgullosas de
sus hijas solteras luchaban por la oportunidad de acercarse a un
buen partido como él.
— Voy a dar instrucciones al camarero para que le reserve un lugar
a mi lado.
Thea no parecía agradecida, sino má s bien irritada. Lo miró
fijamente:
— Sr. Drake, agradezco su invitació n, pero debo declinar. Me
sentiría muy mal dejando un asiento vacío en la mesa del capitá n.
— Haré los arreglos para que alguien se quede con su doncella. Así,
no tendrá que preocuparse por el lugar vacío. — Pierson no sabía
por qué insistía tanto. Pero la idea de Thea sentada en otra mesa,
hablando con los pasajeros masculinos, le molestaba
extremadamente.
— Gracias. Si me disculpa, voy a volver al camarote. Quiero ver
có mo está Melly.
— En el futuro, cuando quiera caminar por la cubierta, traiga a su
criada para que la acompañ e.
— ¡Oh! — Thea entrecerró los ojos y negó con la cabeza. — Le
aseguro que hace mucho tiempo que superé la edad de necesitar
niñ era.
— Eso no es lo que quise decir. De todos modos, insisto en que
traiga a su doncella, si quiere pasear por la cubierta.
— No necesito que nadie me dé ó rdenes. Si decido salir sin la
compañ ía de mi doncella, lo haré.
Thea subrayó sus palabras agitando su sombrilla, y dos veces estuvo
a punto de golpearlo en la cara.
— No, no saldrá .
— Si ha agotado sus ó rdenes superfluas, lo dejo con su caldera.
Disculpe.
Al darse cuenta de que los marineros estaban disfrutando de la
discusió n, Pierson se acercó a ella hasta que sus caras casi se
tocaron.
— Yo soy el dueñ o de esta nave. La ú nica persona a bordo que osaría
discutir mis ó rdenes sería el capitá n, y aun así, se lo pensaría dos
veces antes de desobedecerme. Le sugiero que siga el buen ejemplo
de él.
Thea se enfrentó a él:
— ¿Y si Melly se siente mal durante todo el viaje? ¿No esperará que
me quede encerrada en el camarote durante seis u ocho semanas?
Un mechó n de pelo se le escapó del moñ o. Pierson quería envolver
el mechó n en sus dedos y acercar su rostro hasta que sus labios se
encontrasen.
Suprimió el deseo con un esfuerzo supremo, y se obligó a asimilar
las palabras de Thea.
— Cinco semanas.
— ¿Qué?
— Cinco semanas. Estaremos en Liverpool en cinco semanas.
Ella inclinó la cabeza hacia atrá s.
— ¡Imposible! Ninguno de nuestros barcos completó el viaje en
menos de seis semanas. Es una locura pensar que lo hará en cinco.
— ¡Cinco semanas!
— No, si no instala esa caldera pronto, señ or Drake.
La voz de un marinero lo devolvió a la realidad, desviando su
atenció n del cabello, los ojos azules y del tentador cuerpo de Thea.
Sin decir palabra, se levantó , repitiéndose a sí mismo que no podía
olvidar su misió n.
Capítulo 4

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley.


12 de junio 1798
Langley llegó inesperadamente reprendiéndome por las tentativas de
ver a mi hijo. Si hubiera llegado cinco minutos antes me habría
sorprendido acunando a Thea. Tuvo la audacia de acusarme de no ser
una mujer íntegra. No sé qué hacer. No puedo ver a mi hijo, y si me
quedo, me arriesgo a perder a mi hija.
Menos de dos horas después de salir del puerto, Melly ya estaba
mareada.
— ¡Oh, señ orita Thea, el balanceo del barco está enviando mi
estó mago a los pies!
Thea estuvo de acuerdo con Melly, pero se negó a comentar nada.
Respiró hondo, pero inmediatamente se arrepintió .
— Melly, vamos a tomar un poco de aire fresco.
— Buena idea.
Thea abrió la puerta y se encontró con un joven marinero de pie
fuera.
Llevaba un paquete, que entregó a Thea.
— Cortesía del Sr. Drake.
El olor a jengibre y canela era inconfundible.
— ¿Qué es? — Preguntó Thea.
— Jengibre para el té, bizcochos y un trozo de carne salada.
— ¿Carne salada?
— Sí, señ orita. No hay nada mejor para calmar las ná useas en el mar.
Muchos pasajeros se niegan a comerla. Piensan que es comida de la
tripulació n. ¡Ellos no se dan cuenta de que les hace bien!
— Sí, voy a comerla. — Melly trató de sentarse en la cama. — Haré
lo que sea para mejorar.
— Muchas gracias — Dijo Thea. — Es muy amable. Por favor,
agradézcaselo al Sr. Drake.
— Sí, señ orita. Voy a buscar una olla de agua caliente para el té.
Volveré pronto. Disculpe.
Thea cerró la puerta.
— El Sr. Drake es un caballero muy atento.
— Fue muy considerado — Thea estuvo de acuerdo con Melly.
— Sé que su santa madre le advirtió de entregar su corazó n sin
pensar, pero estoy segura de que no tenía intenció n de que usted
desconfiase de todos los hombres.
— Pero yo confío en algunos hombres.
Melly rodó los ojos.
— ¿En quién, si se puede saber?
— Confío en tío Ashby, en Jacob y Philippe.
De hecho, confiaba tanto en Philippe como para revelarle sus planes
y pedirle que cuidara de tío Ashby mientras ella estaba en
Inglaterra.
— Tres hombres que conoce desde la infancia y que tienen la edad
suficiente como para ser su padre o abuelo. No me engañ a, jovencita.
¡No confía en los hombres má s jó venes!
Thea abrió el paquete.
— No veo ninguna razó n para confiar en un hombre só lo porque él
se considera un caballero. Mi madre confiaba en mi padre, y mira lo
que le pasó .
Melly se dobló y gimió de dolor. Thea le puso un bizcocho en la
mano.
— Trata de comer. El marinero dijo que iba a ayudar, y él debe
saberlo.
Melly mordió el bizcocho y lo masticó lentamente.
— Su madre la tuvo y nunca se arrepintió .
— Sí, pero perdió a mi hermano y nunca se recuperó .
— A veces me pregunto... Si hubiéramos regresado a Inglaterra, tal
vez su padre habría reconsiderado su decisió n.
Thea miró de soslayo a la criada.
— Sin embargo, ¿Estaba usted allí el día que se llevó a Jared? Es un
hombre muy cruel, arrogante, y en su orgullo, se cree que siempre
tiene la razó n y el derecho absoluto.
Melly masticar la galleta en silencio. Por ú ltimo, habló de nuevo,
sorprendiendo a Thea:
— Yo también estaba presente en el día en que su madre le dijo que
no quería verlo nunca má s. La expresió n de él cuando se marchó ...
Creo que, en ese momento, él finalmente comprendió que la había
perdido.
— É l no la quería. Mi padre era, y sigue siendo, un monstruo.
Melly asintió .
— Lord Langley no siempre fue así. El conde trataba a su madre
como un cristal. Todo cambió después de que aquel canalla inventó
que Lady Anna no era confiable.
Thea cortó la carne salada en rodajas y se la sirvió a Melly.
— Debería haber confiado en mi madre y no en un canalla
mujeriego.
— Sí, pero los celos provocan reacciones extrañ as en las personas.
Por cierto, usted lo sabe, ¿verdad?
No si puedo evitarlo, pensó Thea.
Thea gimió y se dio la vuelta en la cama, tratando en vano de
encontrar una posició n có moda. Después de beber el té de jengibre,
Melly se quedó profundamente dormida. A ella también le gustaría
dormir.
El camarero fue a buscarla para cenar, pero ella lo despachó con un
mensaje a Pierson, diciéndole que estaba indispuesta.
Probablemente no lo creería. Se encogió y gimió de nuevo. Oyó un
golpe en la puerta y lo ignoró . Los golpes se repitieron aú n má s
fuertes. Gruñ endo, se levantó con dificultad y la abrió .
— ¿Sí?
— Señ orita Selwyn ¿Está bien?
A pesar de estar indispuesta, ella se dio cuenta de la elegancia de la
ropa de Pierson.
— No estoy en condiciones de cenar. Lo siento. Pierson abrió la
puerta y entró en el camarote.
— ¿Por qué no le dijo al camarero que estaba enferma? ¿Dó nde
está n las cosas que ordené entregar?
— Melly las comió . Ahora ella está mucho mejor.
La tomó en sus brazos y la colocó en la cama. Thea no tenía fuerzas
para protestar.
— Quédese aquí. Volveré en un momento.
Después de lo que parecieron horas, Thea volvió a escuchar su voz.
— Ayú deme a desvestirla. El corpiñ o le hace sentir peor. — Al abrir
los ojos, Thea vio a una mujer junto a la cama. Hablando con
esfuerzo, explicó :
— No uso corpiñ o. Segú n algunos médicos estadounidenses es
nocivo para la salud.
— ¡Debería haber imaginado que usted es demasiado independiente
como para vestirse como las otras mujeres!
— ¡No me grite! ¡Me duele la cabeza!
— Disculpe.
La mujer que entró con Pierson sugirió :
— Con corpiñ o o sin él, lo mejor es que se ponga la camisola. Con
este calor, las faldas no son nada có modas.
— ¡No! — Thea protestó , impidiendo que la tocasen.
— No es el momento para una discusió n Srta. Selwyn. No está en
condiciones de cambiarse de ropa sola.
Thea sintió lá grimas en los ojos y parpadeó .
— Por favor...
— Muy bien. La Sra. Coombs y yo vamos a salir unos minutos
mientras usted se cambia el vestido por la camisola.
Una vez que se fueron, Thea se levantó lentamente. Se quitó el
vestido y lo dejó en el suelo, luego se puso la camisola y se volvió a
acostar.
Entonces oyó la voz de Pierson:
— Thea ¿Terminó ?
— Sí
El abrió la puerta y entró solo.
— ¿Y la señ ora Coombs?
— Insistí en que fuera a cenar. — É l se sentó en la cama.
— No es conveniente que estemos solos.
— Tonterías. Su doncella está aquí.
— Melly está durmiendo, como si hubiera bebido una dosis de
lá udano.
— A veces, el té tiene este efecto.
— Tiene que tener algo má s, aparte de jengibre y canela. — Pierson
se encogió de hombros.
— Tiene algo má s.
— ¿Puedo probar?
— ¿Quiere dormir? — Le preguntó .
Thea miró a Melly, que dormía plá cidamente.
— Parece que está má s có moda que yo.
— Antes, necesita comer un trozo de carne salada y una galleta.
Thea estaba renuente, pero acabó obedeciendo. Después, Pierson le
sirvió el té.
— Le dije que no necesitaba una niñ era, pero usted está cuidando de
mí como una — Comentó Thea entre sorbo y sorbo.
Pierson no se rio. É l la miró , y lo que Thea vio en sus ojos casi le hizo
atragantarse.
— En primer lugar, querría pedirle que deje de llamarme Señ or. Me
gustaría prescindir de ese trá mite. En segundo lugar, no me siento
una niñ era cuando estoy contigo, Thea.
— ¿No?
— No.
— ¿Có mo Señ ...? — Ella vaciló . — ¿Có mo te sientes?
Pierson se inclinó y sus labios casi tocaron los de ella.
— Me siento como un hombre.
— Oh... — Thea tomó otro sorbo. — Este té está muy bueno. ¿De
quién es la receta?
— De mi madre. Eres una cobarde.
Thea no discutió . Pierson tenía razó n. Era cobarde. Su mirada le
afectaba de tal modo que la asustaba.
— Tu madre debe ser una mujer inteligente.
— En algunas cosas, sí — convino Pierson.
— ¿Por qué dices eso? ¿En algú n momento ella no es inteligente?
— Cuando se trata de mi padre.
Pierson tomó su taza de la mano y se enderezó en la cama.
— ¡Qué interesante! Mi madre tampoco fue muy inteligente con mi
padre.
Creo que tenemos algo en comú n.
Pierson tiró de la manta y la cubrió hasta la barbilla.
— Tenemos muchas má s cosas en comú n, Thea.
— ¿Como qué, por ejemplo?
Pierson le acarició el rostro.
— Te deseo, Thea... Y tú me deseas.
En los días que siguieron, Pierson no descuidó la salud de Thea.
Incluso débil, ella era mucho má s atractiva que cualquier otra mujer
que hubiese conocido. Vulnerable e independiente, ella le fascinaba.
Melly ya se había recuperado, y agradeció la atenció n de Pierson. No
só lo por ella, sino sobre todo por Thea pues ella no habría sido
capaz de hacerla comer. Pierson no dudaba de las palabras de la
criada. Thea era una paciente difícil y terca.
Sus sospechas de que Thea no usaba enaguas se habían confirmado
la noche en que cayó enferma. É l recogió el vestido del suelo y lo
había doblado. Só lo el vestido. Nada de corsé, nada de enaguas.
Debería haberse escandalizado con tanta osadía o por lo menos
convencerse de que no era mejor de lo que debería ser. Ni una cosa
ni otra. Ya cometió aquel error una vez.
La inocencia de Thea se reflejaba en sus ojos azules y claros. Lo
dejaba cuidar de ella, darle de comer, pero si él acariciaba su brazo o
le tocaba los labios, ella se retiraba pronto. Con cada día que pasaba,
él la deseaba má s.
Inconsciente de su sensualidad, ella lo bombardeaba con preguntas
acerca de la nave y el funcionamiento del motor. Quería saber todos
los detalles y Pierson se sentía inesperadamente satisfecho de darle
todas las explicaciones.
Casi dos semanas después de salir de la isla, Pierson llamó a la
puerta de la cabina de Thea y fue ella quien le abrió . Vestida. Llevaba
un vestido con una capucha y un chal de algodó n sobre sus hombros.
— ¿Qué haces fuera de la cama?
— ¿No es maravilloso? — Ella lo miró con una sonrisa radiante. —
Me siento bien y quiero pasear por el barco.
— Está s todavía muy débil. Tal vez mañ ana. Hoy, te contentará s con
sentarte en la cubierta.
— ¡Yo no quiero recostarme en una hamaca como una invá lida!
— No discutas, jovencita. — Miró a su alrededor. — ¿Y Melly?
— Le di la tarde libre.
— ¿Pretendías ir sola? ¿Y si no te sientes bien? Voy a mandar a
buscarla.
— No. Yo quería ir contigo. — Una vez má s, la sonrisa encantadora.
— No está s demasiado ocupado, ¿verdad?
Pierson suspiró . Si se negaba, Thea iría sola.
— De acuerdo. Te acompañ aré a las sillas.
Thea abrió la boca para discutir, pero desistió .
— Gracias.
En cubierta, Thea cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrá s.
— ¡Sol y aire fresco! Pensaba que nunca má s iba a disfrutar de estos
lujos...
Pierson no resistió el impulso de acariciar su rostro. Ella irguió la
cabeza y abrió los ojos, mirá ndolo en silencio. É l apartó su mano.
— Vamos, antes de que me olvide de que mi madre trató de
enseñ arme a ser un caballero.
— ¿Tu madre, no tu padre?
— Eso.
Continuaron caminando en un có modo silencio.
— ¿Prefieres estar sola? — Preguntó Pierson por fin.
— ¡Ni se te ocurra! Tienes la obligació n de entretenerme mientras
estoy en cubierta. Después de todo, fuiste tú quien me trajo. Es lo
que cualquier caballero haría.
¡Qué niñ a tan caprichosa! ¡Había sido ella quien insistió en salir de la
habitació n, y ahora hablaba como si la idea hubiera sido suya!
— He dicho que mi madre trató de enseñ arme a ser un caballero,
pero no dije que lo hubiera conseguido.
— Por supuesto, no querrá s que me queje cuando llegue a
Inglaterra.
— ¿Pretendes hablar con ella?
— Me imagino que en algú n momento la conoceré. Por lo que tía
Ruth me contó , todas las damas de clase asisten a casi todos los
eventos de la temporada.
Van de una soirée a otra.
— ¿Y qué te hace pensar que mi madre es una señ ora de clase?
— ¡Tu sentido del humor es lamentable, Pierson! No serías quién
eres si tu madre no perteneciera a una clase social privilegiada.
É l agarró la cara y la obligó a mirarlo a los ojos,
— ¿Quién soy yo, Thea?
— Un hombre de honor e íntegro.
— ¿Un hombre de clase social menos privilegiada no tiene estas
cualidades?
Thea volvió la cara, pero no apartó la mirada.
— Claro que sí. Eso no es lo que quise decir. Hablas como un
caballero y tiene la arrogancia de un duque, aunque dudo que lo
seas. Si lo fueras, la tripulació n te trataría con má s respeto.
Probablemente, eres el segundo hijo que, por cuestió n de
personalidad, debería ser el primogénito.
La evaluació n de ella estaba muy cerca de la realidad para el gusto
de Pierson. Ya era hora de cambiar de tema.
— Llegamos.
Thea miró en la direcció n que él le indicaba. Había pocos asientos
libres.
Después de acomodarla, Pierson le cubrió las piernas con una
manta.
— ¿Está s bien así?
— Sí, gracias. Te preocupas demasiado, Pierson. ¿Por qué?
Se sentó en una silla al lado de ella.
— Eres pasajera de mi barco. Soy responsable.
— ¡Oh! — Thea exclamó decepcionada.
Cerró los ojos y sintió el calor del sol en el rostro. Sería mejor que
Pierson hubiese mantenido su insufrible arrogancia, en vez de
mostrar tanta preocupació n y amabilidad.
Capítulo 5

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley.


13 de junio de 1798

Cada vez me siento más valiente. Ayer, cuando Langley vino a verme,
le dije que no quería verlo de más. Quiero ver a mi hijo, pero cada vez
que él aparece no puedo soportarlo, me recuerda su crueldad. Estaba
furioso, creí que iba a golpearme. Pero me atreví a enfrentarme a él.
Me miró con expresión asombrada, como si estuviera viendo a un
animal salvaje. Salió del cuarto sin decir una palabra. Todavía estoy
temblando por mi osadía.

Colocando có modamente las piernas, Thea levantó la cara hacia el


sol, odiaba sentirse como una invalida. ¿Quién iba a pensar que ella
pasaría sus días en una silla de cubierta como si fuera una pasajera
de edad avanzada? El darse cuenta de que le importaba demasiado
la opinió n de Drake la inquietó . Al diablo con ese hombre. Todo
habría ido bien si él hubiera mantenido su arrogancia prepotente.
En cambio, había cuidado de ella como un querido amigo. ¿O como
algo má s?
La primera noche en el navío le dijo que la deseaba, ¿Lo habría
soñ ado?
Desde entonces no había dicho nada.
— ¿Qué te está rondando la mente? — Su voz la sacó de su
ensimismamiento.
— ¿Qué? ¿Rondando?
—Lo que ha puesto esa expresió n de angustia en tu cara y te ha
mantenido callada los ú ltimos cinco minutos. — cruzó las piernas
apoyá ndolas en el reposapiés de la silla de enfrente. — Insististe en
que querías mi compañ ía, y sin embargo me está s ignorando.
—Que esté cinco minutos callada no quiere decir que te ignore. —
Dijo frunciendo el ceñ o — Debes de estar acostumbrado a ser el
centro de atenció n de todas las mujeres en Londres. ¿Eres muy rico,
Drake?
—Bastante — él se encogió de hombros.
—Ya me lo imaginaba. Porque ciertamente no puede ser tu cará cter
alegre el que se ha ganado toda la atenció n de las mujeres.
Ante su expresió n cautelosa se echó a reír.
— ¿Crees que es mi dinero lo ú nico que atrae de mi a las mujeres?
—Bueno, eres muy atractivo — Thea se obligó a ser honesta.
— ¿Me encuentras atractivo? — preguntó él moviéndose para
acercarse má s a su silla.
El aire del mar mezclado con su especial olor masculino hizo que
quisiera tocarlo, sentir los mú sculos endurecidos de su cuerpo bajo
sus manos. ¿Pero en que estaba pensado? se reprendió
ruborizá ndose.
Sin embargo, no le gustaba la expresió n de complacencia de él.
— De un modo general, sí.
— ¿Qué significa eso?
Ella bajó la cabeza ante su intensa mirada.
— Significa que, tu aspecto general es muy agradable para las
damas.
Mirando de reojo, observó aliviada que la mujer mayor en la silla de
al lado dormía. Sería embarazoso que alguien escuchara su
conversació n.
— ¿Así que, no hay nada especial en mí que te parezca atractivo? —
preguntó riéndose de nuevo.
No estaba segura, pero ¿Drake se estaba burlando de ella?
De todos modos, no tenía intenció n de enumerar los demasiado
agradables atributos que encontraba en el hombre.
—Señ or Drake, creo que este no es un tema apropiado del que
hablar.
— ¡Pequeñ a cobarde!
No había sido un sueñ o. Eso es exactamente lo que él la había
llamado la primera noche en el barco. Thea sonrió . Tal vez Drake
también la encontraba atractiva. ¡Pero no en aquel estado de
debilidad, tumbada en una hamaca como una invalida! Cambió la
sonrisa por una mueca. Tal vez la hubiera encontrado deseable
antes, pero sin duda ahora no.
—Ya tienes otra vez esa mirada de preocupació n. Te está s
mordiendo el labio. Thea, cuéntame que te preocupa.
Ella fingiendo un bostezo contestó :
— Tenías razó n Drake. Estoy cansada, creo que voy a tomar una
siesta aquí al sol.
La sonrisa de él desapareció .
— ¿Te encuentras bien? ¿Está s segura de que no quieres que te lleve
a tu camarote?
—No gracias, me quedaré aquí.
— Vale, te enviaré a Melly.
— No. No me voy a mover de aquí. ¿Qué podría pasarme?
—Contigo nada es imposible.
—No tiene gracia.
— No estaba bromeando — respondió apartando la manta de sus
piernas —
Ponte de pie.
Iba a llevarla de regreso al camarote. No podía soportar la idea de
pasar el resto del día sola en una habitació n sin aire.
—Drake, yo…
El la ayudó a levantarse, sofocando su protesta. Luego movió la silla
hacia atrá s a una posició n cercana a la mujer mayor que dormitaba.
—Siéntate.
Confundida, hizo lo que le mandó , observando desconcertada como
la tapaba de nuevo con la manta. Entonces la sorprendió colocando
la mano en el hombro de la mujer que dormitaba.
Esta abrió los ojos.
— ¡Eh! Oh, eres tú Pierson.
—Quiero presentarte a la señ orita Thea Selwyn, esta es lady Boyle.
— Es un placer conocerla — murmuró Thea.
¿Qué estaba haciendo Drake?
— Me marcho, dejo a la señ orita Selwyn a tu cuidado.
Thea se enfureció , pegando un respingo como si tuviera un resorte.
— No necesito que nadie vigile mi siesta, señ or Drake.
— Volveré má s tarde para acompañ arte a tu camarote — dijo él
haciendo caso omiso de su protesta.
Thea cruzo los brazos en actitud rebelde. Regresaría a su camarote
cuando ella quisiera.
El debió leer su mente, porque volviéndose hacia lady Boyle dijo:
— No la pierdas de vista ni un instante.
Lady Boyle miró por encima del hombro a Drake.
— He sido carabina de seis hijas y otras tantas nietas. Tu joven
enamorada está a salvo bajo mi cuidado.
— No soy su joven enamorada. Solo una pasajera de su barco — dijo
lanzá ndole a él una mirada desafiante, a ver si se atrevía a llevarla la
contraria
— ¿No es así, señ or Drake?
Sin afirmar ni negar, Pierson se limitó a alzar una ceja, y
despidiéndose se fue.
La maldició n que dijo mentalmente sonrojaría a un marinero.
Thea se volvió hacía la mujer y forzó una sonrisa.
— Gracias por hacerme compañ ía. Pero no era necesario que
interrumpiera su siesta por mi culpa. Contrariamente a lo que el
señ or Drake piensa, no necesito un guardiá n.
— ¿Quién ha dicho que yo estaba sesteando? Yo nunca duermo la
siesta.
Thea ocultó una sonrisa.
—Bueno, yo lo hago. No estoy totalmente recuperada de este
terrible mareo.
— Los jó venes no tienen resistencia.
Thea no sabía que contestar a eso, así que no dijo nada. Lady Boyle
sacó unas agujas e hilo de una bolsa y comenzó a tejer. El sonido de
las agujas se añ adió al del viento y las velas.
— Pierson es un muchacho muy agradable. No podía haber escogido
mejor.
— No sé qué quiere decir.
— É l va a visitarla a su camarote todos los días, querida. Sus
intenciones son evidentes.
— ¿Có mo sabe que va a verme todos los días?
Lady Boyle resopló divertida.
— Venga jovencita, seguro que te habrá s dado cuenta de que los
cotilleos a bordo de un barco son peores que los de un pequeñ o
pueblo. Me atrevo a pensar que cada persona de este barco, sean
pasajeros o tripulació n está enterada de sus visitas.
Las mejillas de Thea se pusieron rojas como un tomate.
— Se lo que pueden pensar todos, pero solo viene a verme porque le
preocupa mi salud como pasajera de su barco.
— No seas ridícula, niñ a. Un hombre como Pierson no visita a una
mujer a menos que él quiera.
Thea sospechaba lo mismo, pero dudaba de los motivos de la señ ora
Boyle.
Después de todo, al principio él la había considerado ligera de
cascos.
— Creo que se equivoca. El mismo me dijo que es muy rico, y puede
aspirar a algo má s que a una mujer con unos recursos moderados y
poco relacionada como yo.
La dama le lanzó una mirada inquisitiva.
— Veo que no conoces nada de sus orígenes. Pierson no es
precisamente el partido que los padres sueñ an para sus hijas.
Thea que no quería oír nada despectivo dijo con desaprobació n:
— Estoy segura de que no ha querido decir lo que insinú a.
Lady Boyle dejó de tricotar y miró a Thea.
— Justo lo que pensaba. Debería de habértelo contado él mismo.
Ahora, deja a una mujer mayor la tarea de romperte el corazó n. Los
jó venes no tienen sensibilidad con sus mayores.
Thea se debatía entre el deseo de saber má s del enigmá tico Drake, y
el rechazo a escuchar comentarios malintencionados. Ganó la
curiosidad.
— Le aseguro milady que mi corazó n está a salvo.
Suspirando, lady Boyle negó con la cabeza. Evidentemente no creía
la confesió n de Thea.
— É l es hijo natural de un noble que no quiso reconocerle.
¿Qué quería decir? Por supuesto que Pierson era natural. ¿Acaso
lady Boyle se imaginaba que era antinatural? Entonces, algo que
había oído a tía Ruth decir a la esposa del dueñ o de una plantació n
revoloteó en la memoria de Thea. Hijo natural era la forma educada
de referirse al bastardo de un noble.
— ¿Su padre nunca lo reconoció ? — Eso sería horrible para un
hombre del temperamento orgulloso de Drake.
—No, una pena. Pero Pierson ha conseguido las cosas por sí mismo y
es aceptado por la mayoría de la alta sociedad.
—Su padre es un idiota — afirmó Thea.
No podía imaginar que un padre no quisiera reconocer a ese
diná mico hombre.
—Si es un hijo natural, ¿Có mo es que ha sido aceptado tan
fá cilmente por la sociedad?
Por los comentarios de su madre, sabía que la sociedad era
implacable con las cosas de esta naturaleza. De hecho, en ocasiones,
en su pequeñ a isla. Thea había tenido que soportar esos
comentarios. Nadie sabía quién era su padre, y no todo el mundo se
creía la historia contada por su madre sobre su viudez temprana.
—Su madre es hija de un duque. Ella nunca se casó , pero su padre no
permitió que la condenaran al ostracismo. De hecho, siempre lo
protegió . Nadie que quiera la amistad del duque se atreve a ignorar
a su hija o nieto.
— ¿El duque permitió que el padre de Pierson se negara a casarse
con su madre? — Thea pensó que Drake la había dejado con alguien
que lo conocía bastante bien.
— Su madre era una joven adorable. Demasiado bella para su bien.
El padre de Pierson la cortejó antes de anunciar su compromiso con
otra mujer. Ella no le dijo al duque que estaba embarazada hasta que
su antiguo amante se casó con la otra.
—No lo entiendo. ¿No es má s ventajoso casarse con la hija de un
duque que con cualquier otra?
Lady Boyle asintió .
— Normalmente sí. Pero lady Noreen es la hija menor del duque.
Cuando sus otras hijas se casaron, el duque vinculó parte de la
herencia de cada una a las clá usulas estrictas del contrato
matrimonial. E hizo lo mismo con Noreen —
lady Boyle empezó a tejer — Pero el padre de Pierson necesitaba
dinero para recuperar su fortuna por lo que se casó con una joven
muy rica que tenía el control de su propia fortuna. Tras su
matrimonio, ese control pasó a sus manos.
Thea apenas podía creer lo que escuchaba. ¿Serían todos los ingleses
tan traicioneros, o solo su padre y el de Drake?
—Eso es terrible.
—Sí.
— ¿Es usted una amiga cercana de la familia?
—Es mi sobrino nieto.
Thea se sonrojó . ¿Có mo podía haber hecho esas preguntas tan
vulgares a la propia tía de Pierson?
Lady Boyle se rio.
— ¿No pensarías que te dejaría con cualquiera? ¿Verdad, querida?
Pierson ha demostrado mucho má s que preocupació n por tu salud
en este viaje. No me sorprendería nada que se anunciara vuestro
matrimonio al final de la temporada.
— Pero yo no quiero casarme — afirmó Thea.
— ¿No lo dirá s por tu edad?
La evaluació n a que era objeto Thea de la otra mujer la hizo
removerse.
— Eres demasiado hermosa para ser una solterona por falta de
ofertas.
Aunque el vivir en una isla pagana lo explica. Todo lo que has vivido
ha sido con Ashby y Ruth Merewether.
Al parecer la anciana también sabía mucho sobre ella. El chismorreo
era comú n a bordo del barco.
— No puedo creer que le agradaría una solterona criada en una isla
pagana como esposa de su sobrino.
Lady Boyle dejó la labor y miró la inmensidad del océano ante ella.
— Por mi experiencia, sé que Pierson siempre consigue lo que
quiere, y, obviamente te quiere a ti, sin importar los obstá culos con
que se encuentre.
Tal vez la deseara, pero dudaba mucho que fuera como su esposa.
—Tía Josephine, parece que tu charla ha aburrido a la señ orita
Selwyn.
Thea dormía con la cabeza ladeada. Los rasgos suaves acentuaban el
aire de vulnerabilidad que tanto intentaba ocultar. Quería hacerle
creer que no necesitaba a nadie, que podía cuidar de sí misma.
No creía que el incidente del primer día fuese un accidente. Los
hechos hablaban por sí mismos. Para volcar unos barriles de ese
tamañ o, se necesitaba un hombre muy fuerte. Lo que lo convertía en
una agresió n intencionada contra Thea. Teniendo en cuenta su
forma de pensar sobre la esclavitud, esa podría ser una causa
probable.
No quería ahondar en el sentimiento que le produjo el que insistiera
en navegar con él. Solo sabía que se alegraba de que estuviera a
salvo.
—Hace un cuarto de hora que se ha quedado dormida. — Lady
Boyle se levantó sacudiéndose la falda — Regreso a mi camarote
para tomar el té y jugar a las cartas con la señ ora Coombs.
—Gracias por quedarte con ella.
Su tía abuela le hizo un gesto con la cabeza.
— Es una damita muy agradable. No se impresionó por tu origen, ya
sabes.
Pierson apretó la mano sobre la silla.
— ¿Se lo has contado?
—Por supuesto. A todos los efectos ya es tu prometida. No tiene má s
remedio que casarse contigo. La niñ a tiene derecho a saber en lo que
se está metiendo.
Pierson quería golpear algo. Lo que fuera.
—No la he comprometido.
— ¿Qué crees que piensan los pasajeros de tus visitas a su camarote,
querido?
—No me importa lo que opinen.
—A ti tal vez no, pero a la señ orita Selwyn sí, sobre todo cuando las
mejores familias de Londres se nieguen a recibirla en sus casas o a
dirigirle la palabra, y no la admitan en Almack.
¿Le había hecho eso a ella?
—Pero si su doncella ha estado siempre durante mis visitas. Me
comporto como un maldito eunuco cuando estoy con ella.
— ¿Me está s diciendo que no quieres casarte con ella?
Su tía tenía una manera muy directa de decir las cosas.
—No lo sé.
— Bueno, pues será mejor que te decidas pronto. — diciendo eso la
mujer se dio la vuelta alejá ndose, mostrando su desaprobació n a
cada paso.
¿Casarse con Thea? Pierson siempre había imaginado que se casaría
con una dama de la aristocracia, una mujer intachable que
demostraría a su padre y al resto de la alta sociedad que era
aceptado y respetado sin reservas, que era digno de ser reconocido.
Lo cierto era, que la ú nica relació n seria que había mantenido con
una mujer de la aristocracia había terminado mal. É l tenía una visió n
mucho má s cínica de la mujer y del matrimonio entre los de su
posició n social. El matrimonio era un acuerdo comercial entre dos
partes. Así era como tenía previsto manejar su propio matrimonio.
Cuando terminara este viaje, tendría el suficiente dinero para
comprar y vender a la mayoría de sus pares. Aunque la sociedad lo
menospreciara por su condició n de hijo ilegitimo, Drake sabía que
su dinero le compraría algo má s que una respetable esposa. Le
compraría el maldito prestigio.
É l no lo quería. Deseaba a Thea — pero su inocencia virginal, le
impedía poseerla fuera del matrimonio.
El viento sopló con fuerza y Thea se estremeció en sueñ os. Pierson
la tomó en brazos para llevarla al camarote, incluso dormida
mantenía el ceñ o ligeramente fruncido. Debía estar soñ ando con
algo desagradable.
Thea caminaba nerviosa en la cabina mientras Melly dormía como
un muerto en su estrecha cama. Era tarde, no podía dormir. Drake la
estaba evitando.
La ú ltima vez que lo había visto fue hace tres días durante la cena. Se
mostró amable pero distante. No se ofreció a acompañ arla en su
paseo por cubierta, ni tampoco habló mucho con ella, aparte de
interesarse por su salud.
¿Las palabras de su tía habían destruido su amistad? Thea quería
decirle que no le importaba lo que la sociedad opinara, pero no sabía
có mo abordar el tema sin revelar que fingía dormir durante la
incó moda conversació n entre él y su tía.
Ademá s, no había tenido oportunidad de hablar con él a solas.
No podía hacer nada sola a bordo del barco. Sentía que le iba a dar
algo si no salía del camarote. Estaba desesperada por respirar aire
fresco y ver las estrellas. Drake le había advertido que no saliera a
cubierta. Pero seguramente no habría problema a esa hora de la
noche, nadie podría verla.
Se puso un vestido de lana gris oscuro. La tía Ruth había insistido
que lo pusiera en el equipaje, diciendo que no tenía ropa adecuada
para el frio clima de Inglaterra. Aunque la señ ora Upworth le dijo en
sus cartas, la muselina y el algodó n de la India era lo que estaba de
moda en esos momentos, no quiso herir sus sentimientos
rechazá ndolo. Era dos tallas má s grandes que la suya y de aspecto
anticuado, pero le serviría para su propó sito.
Se quitó los zapatos y caminó de puntillas por el pasillo para no
despertar al resto de pasajeros. Al llegar a cubierta se los puso.
El aire fresco y la libertad era una maravilla. Se abrazó y respiró
profundamente el aire marino, la luna se reflejaba en el agua, dando
la sensació n de una noche encantada. El mar se extendía
infinitamente, haciendo que el barco que le había parecido bastante
grande pareciera ahora diminuto.
Bordeando la escalera que conducía a las cabinas de los pasajeros,
se dirigió hacia la parte de la nave que los pasajeros desconocían. Al
entrar en la sala de má quinas, se preguntó si alguna vez volvería a
tener la oportunidad de ver una má quina de vapor en movimiento.
La puerta de la habitació n de los marineros estaba entreabierta,
fuertes ronquidos retumbaban en ella. Avanzó pasando de largo.
Ordenados rollos de cuerda descansaban en la base del má stil
principal, y una barra para elevar las escotillas yacía junto a ellos.
Alguien tendría problemas cuando vieran que se la habían olvidado.
Pasó la mano por la superficie lisa del má stil, asombrada de que un
palo tan largo se mantuviera en pie. Se entretuvo mirando hacia
arriba, sumergida en la visió n de los enormes cuadrados blancos
que ondeaban contra el cielo nocturno.
No le extrañ aba que Whisky Jim le hubiera dicho que no había nada
tan maravilloso para la vista que ver un barco de vela en la noche.
También le gustaba la tranquilidad y privacidad que ofrecía con
respecto al día. La tripulació n mínima que hacía guardia de noche
apenas era visible en sus posiciones alrededor de la nave.
Se disponía a moverse, cuando el fuerte olor que acompañ a a
menudos a los marineros, la alertó de que no estaba sola.
Empezando a saludar al marinero y preguntar sobre la má xima
velocidad que podía alcanzar, la tomó totalmente desprevenida
cuando la agarró desde atrá s por los brazos.
Reaccionando instintivamente se retorció , levantó el brazo y dio un
codazo a su atacante, el gesto no tuvo ningú n efecto. El hombre
gimió , pero no la soltó .
Tiró de ella para sujetarla y ella gritó .
— ¡Ayuda! ¡Me está n atacando! Por favor, que alguien me ayude… —
Los gritos fueron ahogados por una fuerte y sucia mano que le tapó
la boca.
Necesitaba aire. Poniéndose rígida, le mordió . Cuando apartó la
mano, boqueó tratando de aspirar el aire que tan desesperadamente
necesitaba.
—Pagará s por esto, maldita zorra.
La apretó tanto que sintió como le crujían las costillas.
Luchando le dio una patada con todas sus fuerzas en la espinilla. Al
aflojar él su agarre, Thea intentó recobrar el aliento para volver a
gritar pidiendo ayuda.
El hombre comenzó a arrastrarla hacia un lado de la nave.
—Vamos a ver si también te gusta pelear con los tiburones.
¡La iba a tirar por la borda!
El terror le dio fuerza. Se dio la vuelta y con la mano libre, le dio un
puñ etazo en la mandíbula. El hombre maldijo y se tambaleó . Thea le
dio una patada en la rodilla y se soltó . Corrió por la cubierta, pero
tropezó y cayó al suelo.
Gritó de nuevo:
— ¡Ayuda!
Su voz sonaba débil y apagada. Desesperada miró a su alrededor y
milagrosamente, vio la barra de hierro que algú n marinero había
olvidado allí.
La agarró con fuerza y susurró :
— ¡Gracias a Dios!
El agresor la agarró de un tobillo y trató de arrastrarla hasta la
barandilla.
Sujetando fuertemente la barra, Thea le golpeó en el hombro, el
hombre gimió y la soltó .
El sonido de pasos apresurados le advirtió que la ayuda estaba en
camino. Su atacante también debió escucharlo porque echó a correr
en direcció n opuesta a donde se oían las pisadas.
Thea yacía en la cubierta, jadeante. Le dolía todo el cuerpo, pero
bendijo al marinero negligente que había olvidado la barra de
hierro, y a Whisky Jim que la enseñ ó a hacer frente a los marineros
borrachos.
El ver a Thea en el suelo sosteniendo una barra de hierro, paralizó a
Pierson por un momento. ¿Qué demonios había ocurrido?
Se arrodilló a su lado.
— ¿Thea?
Ella no respondió . Le miraba como si le atravesara, como si buscara
a alguien.
La sacudió ligeramente.
—Thea, ¿Qué ha pasado?
Ella parpadeó .
— ¿Drake?
—Sí — Estaba empezando a asustarse. ¿Se había caído y golpeado la
cabeza?
La abrazó atrayéndola hacia él — Dime lo que ha pasado.
La barra cayó a su lado, resonando contra la cubierta.
— ¿Te has tropezado con la barra? — Encontraría al hombre
responsable del descuido y se encargaría de él personalmente.
— ¿Tropezar?, no — dijo echando la cabeza hacia atrá s para mirarlo
— Dale las gracias al marinero por mí.
— ¿Las gracias, por qué? Lo que dices no tiene sentido — y su
paciencia se agotaba por minutos.
—Por olvidar la barra, por supuesto — respondió y luego se
desmayó .
Recogiendo el cuerpo inerte, con la cabeza recostada contra su
hombro, se volvió hacia el primer oficial. El marinero estaba
caminando en cubierta con
Drake cuando oyeron gritar una maldició n. Sin saber por qué, sintió
un temor instantá neo a pesar de ser un sonido tan comú n en un
barco. Drake había echado a correr. El primer oficial lo había
seguido. Habían encontrado a Thea tumbada sola en la cubierta,
durante unos minutos, Drake había olvidado la maldició n, no había
sido la voz de Thea lo que oyó . No a menos que estuvieran
practicando para imitar la ronca voz de un hombre.
—Creo que la han atacado. Avise al capitá n para que registren la
nave —
ordenó al momento.
El marinero asintió .
—Creo que el maldito bastardo, probablemente ya estará en su
camarote, señ or Drake.
—Bú squenlo de todos modos.
—Sí, señ or.

Pierson se dirigió al camarote que Thea compartía con su doncella.


¿Qué estaba haciendo en cubierta por la noche? Incluso Thea debía
saber lo peligroso que era para una mujer sola, la oscuridad era
perfecta para encubrir actos perversos.
Cuando se detuvo ante la puerta, Thea abrió los ojos. Aterrorizada se
puso rígida en sus brazos.
El la sujetó .
—Soy yo, Thea. Nadie va a hacerte dañ o.
— ¿Drake?
—Sí — contestó él por segunda vez en diez minutos.
Thea se relajó contra él.
— ¡Gracias a Dios!
Esperó un momento antes de intentar abrir la puerta. Ella no se
movió .
Estaba en sus brazos, respirando con debilidad. Tal vez ella no
hubiera cerrado la puerta. Giró el pomo, pero no se movió .
Ella se espabiló un poco.
—La puerta está cerrada.
—Ya lo veo.
—Quería que Melly estuviera segura.
—Afortunada Melly. ¿Tienes la llave?
—Oh, sí.
Thea rebuscó en el bolsillo de su vestido. En lugar de dá rsela, se
inclinó y abrió . El la llevó dentro cerrando la puerta tras ellos.
La dejó en la cama y encendió una lá mpara.
—Voy a despertar a tu criada.
— ¡No!
—Maldita sea. Este no es el momento para preocuparse por su
descanso.
Ella le sonrió débilmente.
—No servirá de nada. Con el té de jengibre que la he dado, seguiría
durmiendo, aunque hubiera un huracá n.
Eso respondía a como había salido sin ser descubierta. Melly era
demasiado protectora para permitírselo. Le dio la espalda.
—Ponte el camisó n.
—Tal vez, primero deberías marcharte.
—No voy a ir a ninguna parte. — dijo dá ndole la espalda.
—Es lo que me temía — suspiró ella.
Escuchó el crujido de la cama y de tela.
—Ya puedes darte la vuelta.
Así lo hizo y la belleza e indefensió n de la mujer sentada en la cama
le golpeó . Era valiente, pero tan pequeñ a en comparació n con un
hombre.
¿Qué hacía sola en la cubierta por la noche?
—Ya puedes empezar.
Ella frunció el ceñ o.
— ¿Empezar qué?
— A explicarte. Para empezar, ¿En qué demonios estabas pensando
al pasear sola por cubierta?
Capítulo 6

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley


24 de septiembre de 1798

Le he contado a la señora Upworth mi secreto sobre Thea. Ha


prometido ayudarme a salir de Inglaterra. Era un riesgo, pero
también lo es quedarme aquí. Ella piensa que debería esperar para
viajar hasta que Thea sea un poco mayor. Creo que todavía cree que
Langley se arrepentirá. No lo dice, pero, siente debilidad por su
sobrino. No puedo culparla. Hubo un tiempo en que yo también lo
amaba. Pero ya no. No puedo soportar estar en la misma habitación
que él. Mi hijo tiene ya un año y no lo he visto desde la primavera
pasada.

— Bueno, no creo que eso sea lo má s importante en ese momento.


—Yo no estaría tan seguro — Pierson la miró .
— ¿Qué pasa con mi agresor? ¿No deberías estar tratando de
encontrarlo?
Tus otros pasajeros pueden estar en peligro.
—Mis otros pasajeros saben que no deben caminar por la cubierta
en la noche — dijo con expresió n aú n má s amenazadora, si ello era
posible.
Se sentó al borde de la cama, cerniéndose sobre ella.
—Maldita sea, incluso alguien tan terco e independiente como tú ,
debería haberse dado cuenta de que no estaría a salvo.
Ella se deslizó hacia el cabecero tapá ndose con las mantas hasta la
barbilla.
—Lady Boyle dijo que vivir en el barco era como estar en un
pequeñ o pueblo.
—Se refirió , estoy seguro, a la difusió n de los cotilleos. No porque la
gente sea má s amable y honrada. Hemos recogido pasajeros en
todos los puertos. Y
para ti, todos sin excepció n podrían ser unos granujas y
sinvergü enzas.
—No era un pasajero.
— ¿Qué?
—Fue un marinero.
— ¿Lo viste? ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Puedes reconocerlo?

preguntó con una sonrisa que era de todo menos amistosa — Me
encargaré de él.
Ella se estremeció ante la amenaza implícita en su voz.
—No lo vi.
—Entonces, ¿Có mo puedes estar segura de que era un marinero?
—Por el olor.
— ¿Olor?
—Si — ella se movió en la cama tratando de encontrar una posició n
má s có moda. Tenía todo el cuerpo dolorido — Los marineros tienen
un olor peculiar a menos que los pasajeros no se bañ en y beban
demasiado, era un marinero.
É l no la creía, lo veía en sus ojos.
— Se sobre marineros. He estado a su alrededor toda mi vida.
Pierson no parecía muy convencido.
— ¿Estaba borracho?
Recordando la fuerza bruta y firmeza del hombre, se estremeció y
negó con la cabeza.
—No, no lo creo.
— ¿También lo sabes por su olor?
Thea le miró .
—Su aliento era demasiado asqueroso como para haber sido
limpiado recientemente con cualquier bebida alcohó lica.
El negó con la cabeza.
—No tiene sentido, Thea, cada marinero del barco sabe que se juega
la vida si ataca a una pasajera. Incluso borrachos, la mayoría de ellos
nunca pensaría en ello, y mucho menos ponerlo en prá ctica.
— ¿Y no se juega la vida si ataca a un hombre?
Pierson la miró como si estuviera loca.
—É l no tendría ninguna razó n para atacar a un hombre.
—Bueno, pues yo no creo que tuviera ninguna razó n para atacarme
a mi —
ella se movió de nuevo. No había manera de encontrar una posició n
có moda —
¿te quieres creer que quería lanzarme por la borda? Debía estar
loco.
Pierson la agarró por los hombros.
— ¿Trató de tirarte por la borda?
—Ya tengo suficientes moretones por esta noche. No creo que
tengas que añ adir unos pocos má s.
El aflojó el agarre inmediatamente, pero no la soltó .
— ¡Explícate!
Ella asintió con la cabeza y le contó que el villano la sujetó por
detrá s, continuando hasta que se lo contó todo.
—É l dijo algo acerca de pelear con los tiburones y me arrastró hacia
un lado de la nave. — no se dio cuenta de que estaba llorando, hasta
que notó la sal de las lá grimas en los labios.
Drake le acarició las mejillas suavidad.
—No lo entiendo.
—Yo tampoco.
De repente Thea se preguntó si no habría relació n entre este
incidente y el que se produjo en el almacén de la empresa. No podía
descartarlo. Desde que escribió la carta a la oficina de Londres había
tenido dos percances casi mortales. Su instinto le decía que tenían
que ver con su investigació n.
— ¿Sabes una cosa?
Su agarre se tensó
— Maldició n ¿Qué?
Ella respingó y él aflojó los dedos.
— ¿Te duele?
—Sí. Me siento como si me hubieran arrojado desde un carruaje
desbocado.
— ¿Tienes experiencia en esas situaciones? — preguntó con una
sonrisa burlona asomá ndole a los labios.
—Bueno sí, cuando tenía catorce añ os. Uno de los hijos de Jacob
decidió gastarme una broma y puso una espina bajo el arnés del
caballo cuando estaba aprendiendo a correr en la pista.
— ¿Qué le sucedió al hijo de Jacob?
— No puedo decirlo con certeza, pero no se sentó en mi presencia
en varios días.
Los ojos oscuros de Pierson brillaron con diversió n y ella se apoyó
en él, relajá ndose en su abrazo. Se sentía segura.
— ¿No crees que es extrañ o que hayas tenidos dos incidentes en tan
poco tiempo?
Sus palabras la sobresaltaron.
—Dime lo que recuerdes de lo que pasó anoche.
No se atrevía a contarle los motivos de su viaje a Londres, así que se
mantuvo en silencio mientras ordenaba sus pensamientos.
—Yo pienso que el hombre que me atacó esta noche podría muy
bien haber estado cerca del almacén cuando cayeron los barriles.
Pierson guardó silencio, acariciá ndole la espalda con la mano. Pero
no estaba relajado. Ella sentía que con cada caricia rítmica le estaba
pidiendo que le contara toda la historia. Thea no quería, ya que
pensaba que no necesitaba un guardiá n y no iba a permitir que él
obstaculizara su investigació n. No tenía derecho, por supuesto, pero
no era tan tonta como para pensar que eso le iba a detener.
—Estoy enterado de tus actividades abolicionistas.
¿Có mo era posible? Nadie sabía que había sido ella quien ayudo a los
esclavos fugitivos a salir de la isla en los barcos de la Compañ ía. Ni
siquiera el tío Ashby.
— ¿Qué quieres decir?
—Jacob me contó tus opiniones sobre este tema.
¡Ah, era eso!
Ella sonrió contra su hombro, aspirando su aroma especiado.
—Yo no escondo mis opiniones, y digo en voz alta a todo el que me
quiera escuchar que estoy totalmente a favor de liberar a los
esclavos. La esclavitud es una abominació n en la que Inglaterra
nunca debería de haber tomado parte.
Debería abolirla. Aprobar leyes que prohíban el comercio de
esclavos no es suficiente.
El la sorprendió con su asentimiento.
—Tienes razó n. Sin embargo, esto es algo que deben solucionar los
legisladores.
—No, no es así. Los ciudadanos de la Corona Britá nica deben
defender la causa hasta que los poderosos que construyeron sus
fortunas a costa de la esclavitud pongan fin a esta vergü enza.
—Tu opinió n no es muy popular en Inglaterra y menos en las
Colonias.
— ¡No es mi opinió n, es la verdad! Le pese a quien le pese, la
esclavitud está mal.
— ¡Cielos! No es de extrañ ar que alguien tratara de lanzarte al mar.
—Pensé que estabas de acuerdo conmigo. — exclamó enfurecida.
—Eso no quiere decir que me parezca bien que arriesgues el cuello
por enfrentarte a todo el mundo.
Thea se mordió el labio. Si él pensaba que el hablar de sus creencias
sobre la esclavitud era arriesgado, se pondría furioso si descubría
que tenía intenció n de investigar sobre el robo.
— Solo lo hago ante la gente que conozco. — Cuando Pierson
levantó las cejas incrédulo, ella se encogió de hombros — Solo a
quien lo necesite.
— ¿A quién le has dado un discurso en el barco?
¿Pensaba que había ofendido a alguien a bordo lo suficiente para
que tratara de matarla?
—He estado enferma en mi camarote la mayor parte del tiempo.
Apenas he hablado con nadie.
Los tensos mú sculos de Pierson se relajaron un poco.
—Probablemente he hablado algo sobre el tema con lady Boyle,
pero ella es tu tía y no creo que quiera hacerme dañ o.
—Naturalmente.
Ella sonrió ante su tono sardó nico.
—Bueno, y luego está el sobrecargo. Hizo un comentario acerca de
los africanos y tuve que ponerlo en su sitio.
— ¿Qué tipo de comentario?
—No importa.
El frunció el ceñ o.
—A parte de casi con nadie, ¿con quién má s has hablado?
— Puede que lo haya mencionado en la cena de anoche.
El pareció confundido por un momento.
—Cuando te fuiste. Y luego está ese desagradable caballero en el
saló n de pasajeros. Es el dueñ o de una plantació n, se refirió a la
menor inteligencia de una raza que sirve a otra. Discutí con má s
vehemencia con él, pero como no estaba de acuerdo conmigo salió
de la sala enrabietado.
Pierson admiraba el hecho de que se atreviera a enfrentarse a un
hombre, pero no le gustaba que lo hiciera de forma habitual. La
mujer era una amenaza para sí misma y no se daba cuenta.
— ¿Quién era ese hombre?
— ¿Por qué?
—Quiero hablar con él.
—Te dije que mi atacante era un marinero.
—El whisky hace que la gente se vuelva malvada. Y el dinero.
—Oh — exclamó Thea abriendo los ojos.
—Ahora dime su nombre.
— No lo sé. Lady Boyle lo sabe seguro. Parecía conocerle. Juega al
whist.
Pierson asintió . Su tía era una jugadora empedernida de cartas, y si
el hombre participaba ocasionalmente en alguna partida ella lo
conocería.
—Voy a preguntarle. — dijo poniéndose en pie para marcharse.
También quería preguntarle al primer oficial si había tenido suerte
encontrando al atacante. Drake lo dudaba, pero se lo preguntaría
igualmente.
Encendiendo una lá mpara, se dirigió a la puerta.
— ¿Dó nde vas?
—A saber, que ha encontrado el primer oficial — respondió .
—Estoy segura de que el canalla escapó .
É l la observó .
—Necesitas descansar. Te contaré lo que averigü e por la mañ ana.
— ¿Tienes que irte ahora? No estoy nada cansada y tenemos que
discutir la estrategia a seguir.
Pierson vio la mentira en sus expresivos ojos azules. Apenas había
sofocado un bostezo segundo antes, sus parpados se cerraban de
cansancio.
— ¿Te sentirá s mejor sí que quedo de guardia ante tu puerta?
Ella lo miró horrorizada.
— ¡No!
— ¿Por qué?
Tratar de entender a las mujeres era a menudo complicado, pero
Thea era incomprensible.
—Sería vergonzoso. Ademá s, Melly querría saber porque está s allí.
—Se lo diría.
—No — ella negó con la cabeza.
— ¿No?
— Si le contamos mi pequeñ a aventura de esta noche, se enfadará .
Probablemente deje de beber el té de jengibre para impedirme salir
de nuevo mientras duerme, por lo que volvería a marearse. No le
diremos ni una palabra.
— ¿Vas a volver a pasear otra vez sola por la noche?
Thea se estremeció , él sabía que su encuentro con el atacante la
había asustado profundamente.
—No.
—Entonces no se lo diré. Pero ¿No crees que se dará cuenta de los
moretones cuando te vista?
—Me visto sola desde hace mucho tiempo.
El negó con la cabeza. En muchos sentidos, Thea se comportaba
como cualquier otra dama inglesa, pero no en este. Ella era ú nica. Su
madre necesitaba una doncella para ayudarla a vestirse, a comprar,
o hacer todo tipo de cosas. Thea estaba acostumbrada a hacerlo por
sí misma.
—Muy bien. Pediré al oficial y al capitá n que guarden secreto. Eso
también ayudara en la investigació n. Tenemos que pillar al villano.
—Eso es. Que piense que está a salvo. Tal vez lo vuelva a intentar, y
la pró xima vez estaré preparada — asintió con la cabeza.
—Maldita sea. É l no va a volver a intentarlo, ya que no vas a estar
sola otra vez.
—Por la noche no, pero durante el día es otra cosa. Tenemos que
hacerle salir de su escondite y atraparlo.
¿Eso es lo que quería discutir sobre la estrategia? ¿Ponerse a sí
misma como cebo?
Caminó hacia la cama y se inclinó amenazante ante ella, tenía que
poner fin a su falta de sentido.
— ¡No!
Thea abrió la boca, pero no discutió como había esperado.
En cambio, su mirada azul brillante estaba fija en sus labios como
hipnotizada. Su mirada mostraba deseo y todo pensamiento
coherente huyó de su mente. Quería besarla, el deseo que se había
estado acumulando en él desde que la conoció estalló de repente.
Thea cerró los brazos en su cuello, devolviendo el beso voraz con
entusiasmo. Excitado ante la sensació n de su boca sobre la de ella,
saboreó cada sensació n. Su boca sabía increíble, muy diferente a lo
que antes había experimentado, y quería seguir probá ndola para
siempre.
Ella le pasó los dedos por su cabello oscuro, disfrutando la sensació n
de los sedosos mechones entre sus dedos. No recordaba haber
tocado el cabello de otra persona, ni creer que lo estuviera deseando
ese momento, pero esta intimidad con Pierson le parecía bien y muy,
muy buena. Su lengua exploró su boca con empujes expertos que la
dejaban temblorosa de cintura para abajo. Se mecía contra él, e
intentaba acallar los gemidos involuntarios que profería.
El gimió profundamente. De repente, el camisó n se rasgó y sintió el
aire de la noche contra su pecho. Se estremeció de anhelo y frio,
pero no duró mucho cuando ahuecó su pecho con una mano
caliente.
Gimiendo ella se empujó contra la palma. Era maravilloso.
Pierson interrumpió el beso.
— Te gusta esto ¿verdad? — preguntó cogiendo el pezó n entre el
índice y el pulgar.
— ¡Es maravilloso! ¡No te atrevas a parar!
Pierson se rio tenso.
—Maldició n, Thea, no eres como cualquier otra mujer que he
conocido.
Unos fríos dedos de temor apagaron su creciente deseo.
— ¿Qué quieres decir? ¿Te produce rechazo mi atrevimiento?
Pierson se apartó de ella para mirarla. Agarrá ndola de la barbilla, la
obligó a mantener el contacto visual.
—Me encanta.
—Pero me has ignorado durante días.
Se le escapó una carcajada.
—He tratado de salvarte de mí mismo.
— ¿Te preocupaba mi reputació n, ¿verdad?
— ¿Y no debería?
Ella se encogió de hombros.
—En realidad no. Pero se me ocurre que crees que ya me has
comprometido de una forma u otra.
Bajó la mirada a su pecho expuesto con los dedos morenos,
masculinos, apoyados en él y levantó la cara.
Ella sintió que enrojecía.
—Puede que no te hayas dado cuenta, pero ya te he comprometido.
Ella negó con la cabeza todo cuanto la mano que la sujetaba le
permitía.
—Oh, no, no lo has hecho. Nadie tiene por qué enterarse.
—Lo sabré yo.
—Bueno, sí, pero no hay porque decirlo.
—Todo el mundo en el maldito barco ya piensa que estoy
compartiendo tu cama.
—Es la conversació n que escuche entre lady Boyle y tú , ¿verdad?
— ¿Qué conversació n?
— Cuando ella te dijo que tenías que casarte conmigo para salvar mi
reputació n.
El frunció el ceñ o.
—Pensé que estabas dormida.
Ella le miró desafiante.
—Bueno, pues no lo estaba. La cosa es, Drake, que no me importa mi
reputació n, por lo que no es necesario que te preocupes por
arruinarla.
— No podrá s asistir a la Temporada, nadie te recibirá . — dijo en
tono sombrío.
—Lo sé.
—Entonces, tu reputació n es de suma importancia.
Ella decidió no seguir discutiendo por algo tan insignificante. Si él
estaba decidido a no entenderla, ella no iba a insistir. Quería
experimentar má s de lo que le hacía sentir.
Pasando los dedos por su cuello, dijo tratando de parecer
insinuante.
— Bésame otra vez.
Debió de conseguirlo, porque él gimió y fue lo que hizo.
Pierson también movió la mano sobre su pecho, apretá ndolo de una
manera deliciosa, que la hizo suspirar de placer. Thea quería esto
má s de lo que deseaba una temporada, má s de lo que alguna vez
había deseado en su vida.
La hacía sentir cosas, y no solo cosas físicas. Cuando estaba con él,
no se sentía sola, como lo había hecho desde la muerte de su madre.
Cuando la tocaba, se sentía de alguna manera conectada a él, en su
corazó n, en secreto, era lo que siempre había anhelado.
Drake la hacía sentirse mujer sin hacerla sentir débil. La hacía
sentirse hermosa y deseable. ¿Có mo no iba a querer sus caricias?
Ella comenzó a desabrocharle la camisa y notó por primera vez que
no llevaba corbata. Cuando la tuvo abierta, pasó los dedos por su
pecho desnudo, notando la leve capa de vello oscuro sobre el pecho.
Lo recorrió descendiendo dispuesta a explorar este nuevo
descubrimiento.
Pierson hizo un sonido inarticulado y la sujetó la muñ eca.
—No.
—Quiero tocarte.
En lugar de discutir, la giró poniéndola de espaldas y se puso encima
de ella.
Inmovilizá ndola con su cuerpo, impidiendo que sus dedos
exploradores fueran má s abajo. Ella había protestado, pero las
deliciosas sensaciones que experimentaba, como la dureza de su
cuerpo meciéndose contra su lugar má s intimo incrementaba sus
sentidos. Thea arqueó la espalda para aumentar las sensaciones, y
Drake hundió la lengua má s profundamente en su boca.
El movimiento de balanceo de sus caderas con los empujes de la
lengua, desataban las sensaciones en su interior. Frotó los pechos
desnudos contra el vello de su pecho, y casi se desmayó por la
sensació n que le provocó . ¿Có mo había vivido veintitrés añ os sin
sentir ni remotamente algo como esto?
La tensió n en su interior creció y creció , mientras que el placer
aumentó a cotas insoportables, hasta que todo se fundió . Su cuerpo
parecía contraerse y expandirse a la vez, con algo parecido a
explosiones dentro de ella.
Debió de gritar. No podría decirlo con la boca de Pierson devorando
la suya.
Todo su cuerpo se tensó , hasta los pequeñ os dedos de los pies, con
el éxtasis que sintió . Luego los mú sculos se relajaron a la vez y se
quedó inerme bajo él.
Pierson fue deteniendo el ritmo de sus caderas, hasta que
finalmente se paró .
Separó la boca de la de ella y esparció una lluvia de besos a lo largo
de su mejilla, mandíbula y cuello.
—Me sorprende que las esposas alguna vez dejen salir del
dormitorio a sus maridos, ya que es sin duda alguna uno de los
pocos beneficios del matrimonio.
— susurró , incapaz de hablar en un tono normal después de lo que
acababa de pasar.
Pierson soltó una carcajada. Melly que roncaba ruidosamente,
murmuró algo en sueñ os. Se volvieron a mirar a la dama y luego el
uno a la otra.
—Se me olvidó que estaba aquí — la voz de Drake mostró asombro.
—A mí también.
Pierson saltó de la cama como si le hubiera quemado, haciéndola
sentir má s desamparada de lo que pensaba.
—Podríamos haber… casi…
Ella inclinó la cabeza a un lado.
— ¿Qué?
Su mirada no tenía nada que ver con la pasió n que habían
compartido un momento atrá s.
—Maldita sea, mujer. Casi he hecho el amor contigo en la misma
habitació n en que duerme tu dama de compañ ía.
— ¿No hemos hecho el amor? — le miró confundida.
El la miró fijamente, con incredulidad.
— ¿Có mo puedes ser tan condenadamente inocente?
Aunque no estaba segura, sentía como si la hubiera insultado.
Seguramente la inocencia era un fallo.
—Te aseguro que, si hubiera conocido a un hombre como tú , no lo
sería.
—Bueno, me alegro de que no lo hicieras.
— ¿Por qué?
—Me habría visto obligado a matarlo.
Hablaba demasiado en serio para bromear. Algo en su interior se
calentó , al pensar que él quería que nadie má s la tocara. Tras ese
pensamiento, llegó el miedo. ¿Era así como su padre había actuado
con su madre? ¿Tan posesivo?
Sin embargo, ahora había una notable diferencia. Drake no dijo que
la mataría u odiaría, si no que mataría al hombre.
Thea suspiró . Era todo muy confuso. Mucho má s que los contratos y
libros de contabilidad, incluso que los balances.
Le observó mientras sacaba un camisó n, su cuerpo grande, muy
masculino, má s que cualquier otro que Thea había visto en su vida.
Volviéndose a ella, lo puso sobre la cama y comenzó a retirar el
rasgado.
Ella le dio un manotazo.
— ¿Qué está s haciendo?
—A menos que quieras que tu doncella sepa exactamente como
pasaste la noche, es mejor que te pongas uno nuevo.
—Puedo vestirme sola.
Su sonrisa pícara la sorprendió .
—Lo sé. Pero me gustaría ayudar.
—Oh — Este asunto de la pasió n se le daba mejor a él de lo que
había imaginado — Muy bien.
Ella elevó los brazos, para que le fuera má s fá cil retirar el camisó n
roto. É l se echó a reír.
Thea le frunció el ceñ o.
— ¿Qué?
—Te ves como una niñ a pequeñ a a punto de ser vestida.
Es que estaba a punto de serlo.
— ¿Có mo se supone que debo verme?
Le quitó la prenda y se quedó inmó vil.
Ella levantó la vista conteniendo el aliento ante el calor de sus ojos.
—Tal vez deberías terminar tú la tarea — dijo con voz ronca,
alejá ndose de la cama con el blanco camisó n arrebujado bajo el
brazo.
Thea se cubrió con el camisó n hasta estar cubierta decentemente y
luego le miró .
Parecía dolido y de mal humor.
Tal vez no le había complacido tanto como él a ella. ¿Có mo se
suponía que una dama preguntaba algo así? Mordiéndose el labio,
pensó en la mejor manera de afrontarlo. Directamente era lo mejor.
—Um, Drake.
—Después de la intimidad que acabamos de compartir, llá mame por
mi nombre de pila — dijo él interrumpiéndola.
¿Qué má s daba como lo llamara? Tenía cosas má s importantes en su
mente.
—Puede que tengas razó n, pero eso ahora no es importante.
— ¿Y que es importante? — preguntó sarcá stico.
— ¿Te he complacido? — apretó los labios esperando la repuesta.
Sus oscuros ojos como la melaza ardían.
—Ah, Thea… — extendió la mano acariciá ndola la mejilla — Me has
complacido má s de lo que puedo decir, pero si me preguntas si he
encontrado la culminació n, la respuesta es, no.
—Oh.
¿Có mo se suponía que debía interpretar esa respuesta? Se preguntó
levantando las rodillas hasta el pecho.
—Me gustaría complacerte — quería que él sintiera la misma
abrumadora sensació n que ella hace un momento.
—Me gustaría mucho, demasiado, pero ahora no es el momento —
se inclinó , besá ndola suavemente, primero en la frente y luego en la
boca — Buenas noches, Thea.
—Buenas noches.
Le vio caminar para salir de la habitació n, su cuerpo todavía
palpitando por lo que la había hecho sentir.
—No me vas a ignorar otra vez, ¿verdad?
—No — dijo sin volverse.
—Bien — dijo ella sonriendo.
Pierson salió , cerrando la puerta tras él. No fue hasta que oyó que la
llave giraba en la cerradura cuando se dio cuenta de lo que había
ocurrido. Thea se levantó y corrió hacia la puerta intentando abrirla.
— ¿Pierson? — susurro. Luego en voz alta dijo — ¡Drake, vuelve
aquí!
La ú nica respuesta fueron sus pisadas alejá ndose. Sacre bleu. El
maldito hombre la había encerrado.
Capítulo 7

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley.


3 de abril de 1799
El señor y la señora Merewether, amigos de lady Upworth, van a partir
para las Indias Occidentales. Él tiene que dejar Inglaterra por motivos
de salud, y decidió abrir una oficina de navegación en las Islas. Lady
Upworth lo está arreglando para que Thea y yo viajemos con ellos.
Melly, la más leal de las criaturas aceptó acompañarnos. Atrasé lo
inevitable durante demasiado tiempo con la esperanza de ver a mi
hijo en el próximo viaje de Langley a la capital, pero lady Upworth me
informó que esta vez Jared se quedará en la Finca de Langley. La
niñera de él dijo que era mejor así.

A la mañ ana siguiente, bien temprano, Pierson abrió la puerta del


camarote de Thea antes de que Melly se diese cuenta. Después
volvió a sus quehaceres.
É l prefería no tener que atrancar la puerta del cuarto, pero só lo
pensó en la seguridad de ella.
Su cuerpo reaccionó de inmediato al recordar có mo se había
estremecido en sus brazos la noche anterior. Apenas faltaban tres
días para que el barco atracara. Controlaría sus impulsos hasta
entonces. En cuanto llegasen a Londres, conseguiría una licencia
especial para la boda. No usaría a Thea para descartarla después,
como su padre había hecho con su madre.
Sin duda, Thea protestaría, pero después de lo sucedido la noche
anterior, tendría que admitir que la boda era inevitable. Ella
apreciaba su independencia, pero acabaría acostumbrá ndose a la
vida de casada.
Má s tarde, Pierson volvió al camarote y llamó suavemente,
esperando que Melly lo atendiese. Pero fue Thea quien abrió la
puerta. Estaba preciosa, con un vestido amarillo y los cabellos
recogidos en un moñ o descuidado.
— No me mires así — Ordenó ella.
— ¿Así como?
— Con ese gesto meloso.
— ¿Por qué no?
— ¡Estoy muy enfadada contigo!
Pierson suspiró .
— ¿Por lo de anoche?
— Sí.
— Si quieres, te pediré disculpas.
É l prefería discutir el asunto en particular. Entró en el camarote, y
para su sorpresa, Thea no se lo impidió .
— Si lo quiero. Y también quiero una promesa de que no volverá a
suceder.
— Eso no lo puedo hacerlo.
— Insisto.
La frustració n de Pierson superó su voluntad de ser paciente y
comprensivo.
— ¡Francamente, Thea! ¿Crees que después de lo que hubo entre
nosotros, puedo prometer no tocarte má s? No voy a prometer algo
que sé que no podré cumplir.
Negando con la cabeza, Thea lo miró con espanto.
— ¿De qué está s hablando? ¡No me refiero a eso! La verdad, es que
me prometiste no ignorarme en el futuro.
Esta vez, fue Pierson el que se mostró confuso.
— Entonces, ¿por qué está s tan enfadada conmigo? Thea cruzó los
brazos y lo encaró .
— No te permito que me dejes encerrada en un cuarto como una
niñ a traviesa. Me importa poco si eres o no el dueñ o de este barco.
Pierson comenzó a reír, incapaz de contenerse. Thea nunca hacía o
decía lo que él esperaba.
— No se ría de mí Sr. Drake.
Todavía riendo, él la abrazó y la besó en la boca.
— Lo intentaré, Thea, pero tendrá s que llegar a un acuerdo conmigo.
No te encerraré má s si me das tu palabra de honor de que nunca
má s saldrá s de la cabina sin estar acompañ ada.
— Si no acepto ¿Me dejará s encerrada?
Pierson encogió los hombros y dejó que ella llegase a sus propias
conclusiones.
— Entendido. — Para ella no era fá cil ceder — No es un acuerdo
muy agradable.
— ¿Tengo tu palabra de honor?
Thea lo contempló con una sonrisa enigmá tica.
— ¿Confías en mi palabra?
— Sí — respondió Pierson sin vacilar.
— Entonces la tienes. Ahora dime si descubriste algo.
— Desgraciadamente, nada.
— Tal vez, si yo lo atrajese con una trampa.
— ¡Thea! — La interrumpió Pierson. — Me diste tu palabra.
— Voy a mantenerla, pero necesitamos hacer algo para atraparlo.
— El oficial está investigando.
— ¿Es eso suficiente?
— Por ahora. — El no permitiría que Thea se arriesgase de nuevo.
Miró alrededor. — ¿Dó nde está Melly?
— Debe estar tomando el café de la mañ ana. — Thea sonrió con
malicia. —
La despaché para poder tener má s intimidad.
— A pesar de que la idea es tentadora, tendrá que esperar. Ahora
tienes que tomar el desayuno. Después podemos jugar a las cartas
con mi tía.
— Está bien. Pero no pienses que te librará s de mí tan fá cilmente.
Me prometió que no volvería a ignorarme y tendrá que hacer honor
a su palabra, Sr. Pierson Drake.
É l sonrió y la cogió de la mano.
— Mi honra es muy importante para mí Srta. Selwyn.
Ella asintió ...
— Fue lo que pensé.
El viento de la tarde despeinaba el cabello de Thea. Apoyada en un
lateral, miraba para las aguas del Océano Atlá ntico. Protegiendo los
ojos con la mano, vio una gaviota solitaria volando en rasante antes
de volver a subir de nuevo.
— ¿Estamos cerca del puerto?
A su lado, Pierson lo confirmó :
— Si, y llegaremos a Liverpool dos días antes del plazo. Thea sonrió
ante el tono de satisfacció n de él.
— ¿Por qué es tan importante para ti llegar en el plazo?
— Ya te lo expliqué.
— Sí, pero no entendí una cosa. No te importa la opinió n de otras
personas, pero está s empeñ ado en cumplir con los inversores. Sé
que hay mucho dinero en juego, pero aun así me parece un poco
contradictorio.
— Algunos inversores son amigos míos.
— Ya me lo dijiste. Pero no es só lo eso. Con renuencia el concordó :
— No.
— ¿Qué es entonces?
— Mi padre.
— ¿Tu padre? — repitió Thea con sorpresa. — Lady Boyle me dijo
que él nunca te reconoció . ¿El también invirtió en esta aventura?
— Mi tía habla demasiado.
— Ella no lo hizo por maldad.
— É l le dio a mi madre una importante suma de dinero cuando
alcancé la mayoría de edad.
— Entonces, él te reconoció como hijo.
La risa de Pierson contenía un toque de amargura.
— No. En sociedad, las cosas se hacen de modo civilizado, no es
necesario reconocer un error.
— ¿Có mo es eso?
— Fue un regalo anó nimo que él hizo por medio de terceros. Bien,
yo utilicé ese dinero para comprar mi primer barco. Después ahorré
lo suficiente para reembolsá rselo íntegramente.
— Tu padre debió ponerse furioso.
Pierson encogió los hombros.
— No lo sé. Nosotros nunca conversamos.
— ¿No? Seguramente frecuentá is los mismos lugares.
— Si. Hasta somos socios del mismo club. Mi abuelo también lo es.

Después de una breve pausa, continuó : — Quiero que mi padre me
vea y se arrepienta de no haberme reconocido como hijo.
Ahora Thea entendía las razones de Pierson. Lo agarró por la cintura
y apoyó la cabeza en el amplio pecho.
— Yo tampoco hablé nunca con mi padre. — Ella no se creía lo que
acababa de confesar.
Thea nunca hablaba de su padre o hermano con nadie, ni siquiera
con los Merewether. La ú nica persona que los mencionaba era lady
Upworth, en sus cartas.
Pierson entrecerró los ojos.
— Pensé que tus padres habían muerto.
— Mi madre murió cuando yo tenía trece añ os. No conozco a mi
padre.
— ¿También eres hija ilegítima?
— No. Mis padres estaban casados, pero mi padre tuvo un
comportamiento tan despreciable que mi madre lo dejó cuando yo
tenía poco má s de un añ o.
— ¿É l nunca la encontró ?
— Nunca la buscó .
— ¿Como lo sabes?
— Una amiga comú n escribía con frecuencia.
Pierson estaba perplejo. La revelació n de Thea era chocante. Quería
oír má s.
Empujá ndola por la mano, la llevó en direcció n al camarote de él.
— ¿A dó nde vamos?
— Donde podamos conversar sin interrupciones.
Comprobó con la mirada la cubierta. Felizmente, no había nadie. No
quería ser censurado por llevar una mujer a su camarote, aunque
esa mujer se convirtiese en breve en su esposa.
Entraron y Pierson cerró la puerta. Thea se sentó en el borde de la
cama y enfocó su mirada en un punto imaginario del suelo.
— ¿Supongo que querrá s la historia completa?
¡Oh, sí, él la quería! Agarrá ndola por la barbilla, la forzó a que lo
mirase.
— Só lo si tú quieres.
— Mi madre estaba en el cuarto mes de embarazo y mi padre
insistió en que ella lo acompañ ase a un baile. Ella aceptó y después
de bailar algunas canciones, sintió calor y salió a tomar aire al jardín.
Un hombre que la había cortejado antes de ser novia de mi padre la
siguió .
Thea hizo una pausa, y Pierson se sentó al lado de ella en la cama.
— No necesitas contarme má s.
— Pero yo quiero contarlo. Ese hombre era un canalla. La abrazó y
besó en contra de su voluntad. Mi padre fue detrá s y los sorprendió .
Se puso furioso.
Repudió a mi madre y desafió al hombre a un duelo. — Thea respiró
hondo. —
El duelo nunca se realizó . El cobarde buscó a mi padre y juró por su
honor de caballero que mi madre lo había provocado. Pidió
disculpas a mi padre y el asunto se cerró .
— Así ¿Sin nada má s?
— Por lo menos entre los dos. Pero mi padre nunca perdonó a mi
madre y se negó a creer la versió n de ella. Era un hombre cruel,
detestable.
Pierson reflexionó y llegó a la conclusió n de que el padre de él y el
de Thea tenían mucho en comú n.
— É l mandó a mi madre al campo hasta dar a luz. Después de nacer,
ella partió conmigo. — Le dio vergü enza contarle que su padre fue
capaz de arrancar a su hermano gemelo de los brazos de su madre.
— Entonces, ¿ella te raptó y huyó ?
Las palabras de él le causaron una impresió n extrañ a, pero Thea no
lo negó .
Tal vez no le gustaba pensar que su madre la secuestrara.
— ¿Y vosotras nunca volvisteis a Inglaterra?
— No.
— ¿Vas a conocer a tu padre?
— No. No quiero verlo y ni tener ninguna relació n con él. El destruyó
nuestra familia con su desconfianza y brutalidad. No hay lugar para
ese hombre en mi corazó n.
Pierson la besó levemente en los labios.
— ¿Y yo? ¿Tengo lugar en tu corazó n?
El no entendió la expresió n de miedo que vio en los ojos de ella.
— Por favor, no quiero hablar má s de ese asunto.
— Bien. Hay cosas mejores que podemos hacer con nuestros labios.
El beso los consumió . En un momento estaban sentados al borde de
la cama, y al siguiente, él la tenía sobre su cuerpo, la lengua
explorá ndole la boca. Thea gimió .
El gusto de ella era dulce. Como los postres de jengibre que la
cocinera del abuelo de él preparaba en Navidad.
Las campanas sonaron por segunda vez.
El gruñ o.
— Thea, tenemos que irnos. Mi tía nos espera para el té.
— Le pedí a Melly que presentase mis disculpas a lady Boyle. Le dije
que necesitaba prepararme para el desembarque.
Sabiendo que ella se había preparado en menos de dos horas para
este viaje, la disculpa parecía muy chapucera.
Ella sonrió , sus ojos llenos de misterios femeninos.
— Melly va a tomar el té con unas amigas que hizo a bordo. Por
favor, Pierson, haz el amor conmigo.
El pretendía esperar hasta la boda, pero toda su buena intenció n se
evaporó con el fuego que vio en los ojos de ella. Thea era tan
imprevisible como el viento y él sintió el deseo de navegar siguiendo
su curso.
Capítulo 8

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley.


7 de septiembre de 1799.

Los Merewether son personas maravillosas. Insistieron para que Thea


y yo vivamos en su casa. Ruth adora los niños, pero desgraciadamente
nunca los tuvo. Ashby me pidió que aceptase la invitación, por su
esposa, porque Thea le da mucha alegría. Él se siente responsable
porque Ruth dejó a sus familiares y amigos ingleses para acompañarlo
a esta pequeña isla.

Pierson comenzó a desnudarse y Thea entendió el significado de su


gesto.
¡Iba a hacer el amor con ella!
Quería decir algo para romper el silencio que reinaba en la cabina.
Abrió la boca, pero no fue capaz de decir nada. Sintió la garganta
cerrada al verlo apenas con la ropa interior que no escondía el
volumen de su excitació n. Sintió como su cuerpo temblaba.
Se levantó e intentó quitarse el vestido.
— ¡No!
Ella se detuvo ante la voz ronca de él. No entendía nada. Pierson se
aproximó , había una emoció n indescifrable en los ojos de él.
— Quiero desnudarte.
El la tocó y lentamente, comenzó a retirar las horquillas que
prendían el cabello de ella. La masa de hilos castañ os se soltó ,
cayendo como una cascada por los hombros y espalda, Pierson los
acarició con reverencia.
— Tu cabello es tan bonito. Soñ aba con verlo caer sobre tu cuerpo
desnudo.
— ¿Soñ abas conmigo?
— Muchas veces.
— ¡Oh! ¿Y qué soñ abas?
— Te lo mostraré.
Thea se estremeció . El la abrazó hasta que sus cuerpos se tocaron y
la besó levemente en el cuello.
— Hueles muy bien, Thea. Parece que la fragancia de tu isla está
impregnada en ti. — El comenzó a desatar las cintas del vestido.
Después lo abrió y le besó los hombros. — Eres mi tentació n
tropical.
Ella se rio ante la idea de ser tan exó tica para un hombre tan
experimentado como Pierson Drake.
— Es verdad. Me gustaste desde el primer momento en que te vi.
— Soy una persona muy comú n. No hay nada misterioso en mí.
— Al contrario, Thea. Nada en ti es comú n. Te vistes como una dama
inglesa, pero no te pones enaguas ni corsé.
— En la isla hace demasiado calor como para usar enaguas, y los
corsés me impiden respirar.
Pierson bajó el vestido y Thea se quedó só lo con la camisola. Su
mirada ardiente se transformó en fuego.
— Tienes la dicció n y el vocabulario de una dama, pero las cosas que
se escapan de tu boca se alejan bastante de los asuntos comunes de
las damas.
— Hablo lo que me viene a la mente.
— Es eso lo que me fascina.
Mientras conversaban, Pierson la devoraba con los ojos. Acarició
suavemente el seno de ella y los pezones apuntaron sobre el fino
tejido de la camisola.
El acarició también esa intimidad y Thea sintió que su piel se
quemaba ante la mirada de fuego de él. Debería sentirse tímida por
su desnudez, pero no lo estaba.
— Eres gloriosa. Y todo lo que yo pudiera desear, Thea. — El la besó
hasta que ella sintió que sus rodillas flaqueaban. Con el miembro
rígido, él le presionaba el abdomen. Thea se contorsionaba de deseo.
— Haz el amor conmigo, Pierson.
Incapaz de resistir má s, él la llevó a la cama. Lo que estaba a punto
de suceder era irrevocable. Cambiaría el rumbo de la vida de ella y
de él, para siempre.
— ¿Está s segura, Thea? Aú n está s a tiempo.
— Yo no quiero parar. Por favor, Pierson. — La petició n de ella fue
decisiva.
— Yo tampoco quiero — dijo él, acostá ndose en la estrecha cama.
Los cuerpos se tocaron. É l quería saborear la sensació n del delicado
cuerpo desnudo junto al suyo. Thea era suya y cuando, finalmente, el
amor se consumase, ella entendería eso.
— Pierson... — Las manos de ella lo tocaban ansiosamente mientras
su cuerpo se movía inquieto.

Pierson comenzó a acariciarle el seno, saltando y provocando. Ella


gimió , arqueá ndose, buscando má s con un pedido silencioso. É l
sabía lo que ella necesitaba. Incliná ndose, abrió la boca sobre el
excitado pezó n.
Thea casi se cayó de la cama.
— Pierson... — repitió ella, agarrando la cabeza de él y presionando
su rostro hacia el pecho. — ¡No pares!
É l sonrió y sin apartar los labios de su seno, afirmó :
— Si, mi capitana.
Thea pensó en responder, pero las caricias de él la envolvieron con
nuevas emociones. Movió las caderas y Pierson no resistió la
tentació n de deslizar la mano y tocar los rizos que protegían la
feminidad de ella. Thea arqueó el cuerpo, pero, aun así, protestó .
— No...
— ¿Por qué no?
Ella gimió . Los dedos de él tocaban y acariciaban la cavidad íntima y
hú meda. Con Thea era muy diferente con respecto a las mujeres con
las que él se relacionara antes. El nunca sintió aquel deseo de
agradar, de satisfacer, de proporcionar placer. Ardía con la
necesidad de poseerla, pero tendría paciencia.
Quería que la primera vez fuese perfecta para ella, y entonces ella
entendería que se pertenecían.
Explorá ndola con los dedos, continuó acariciá ndola.
Una onda de intenso placer la consumió . Pierson la torturaba con la
boca y la mano. Ella continuaba moviendo las caderas en una
tentativa de calmar ese dolor ardiente que aparecía con cada
impulso de él.
— No pares. Por favor, má s...

Pierson aceleró los movimientos de los dedos hasta que el cuerpo de


ella se contorsionó de alivio y placer. Incluso entorpecida con las
emociones, y a pesar de su inexperiencia, ella sabía que el momento
no estaba completo. Lo quería dentro de ella.
— Pierson... Quiero que tú ... quiero ser tuya.
É l le besó el seno y se levantó . Thea lo observó desnudá ndose, y
fascinada, se paró en su rígida masculinidad. Volviendo a la cama, se
colocó entre las piernas de ella.
— Va a dolerte un poco, Thea. Seré cuidadoso, pero no podré evitar
el dolor.
Dicho eso, la besó suavemente al principio, pero con pasió n y avidez
después, hasta que Thea gimió y se contorsionó debajo de él.
Pierson inició la penetració n. Thea dejó escapar un gemido de dolor.
El paró .
— ¿Está s bien?
Ella asintió . Se relajó al sentir las manos de él en su pecho. Arqueó el
cuerpo, presioná ndolo y penetrá ndola por completo. Sintió el dolor,
pero casi no lo notó ante el placer que le embotaba los sentidos.
Apretó las piernas de él, ansiando sentir la solidez de los mú sculos
sobre sus manos, mientras su mente se despedazaba en miles de
sensaciones.
Su cuerpo fue sacudido por un espasmo y Pierson la penetró . El
dolor fue sofocado por el placer. El comenzó a moverse.
Thea quería gritar de placer, pero le cubrió los labios en un beso
avasallador.
Momentos después, ella sintió la increíble sensació n de la
eyaculació n dentro de ella. El cuerpo de él quedó completamente
rígido hasta que se extinguió el orgasmo. La vida de él se ligó a la de
ella.
Ella nunca estaría completa sin él.
Pierson dio dos impulsos má s, gimiendo y convulsioná ndose.
Finalmente, retiró su cuerpo de ella. Quedaron así unidos durante
algunos segundos mientras las pulsaciones se iban ralentizando.
Pierson la besó en la cabeza.
— ¿Te Lastimé?
— Un poco, pero ya pasó . Nunca imaginé que podría existir tanta
conexió n entre un hombre y una mujer.
Thea suspiró . El hecho de temer la boda, no le impedía desear que
sus vidas continuasen tan unidas como sus cuerpos estaban en aquel
momento. De repente un pensamiento le vino a la cabeza.
Notá ndolo, él le preguntó preocupado:
— ¿Qué pasa?
— Estoy pensando que después de desembarcar en Liverpool, tal
vez no te vuelva a ver nunca má s.
— Eso sería muy inconveniente. Estoy seguro, que generalmente, se
espera que los maridos visiten a las esposas, por lo menos,
ocasionalmente.
El corazó n de Thea casi paró de latir.
— ¿Qué quieres decir?
El rodó de encima de ella y se sentó en la cama. Se arrodilló y le
cogió la mano.
— Thea, ¿Quieres hacer el honor de ser mi esposa?
Ella casi entró en pá nico. ¿Casamiento? La imagen de su madre
ardiendo de fiebre y muriendo surgió delante de los ojos de ella. Las
palabras de Anna hacían eco en su mente, así como su cuerpo aú n
temblaba por Pierson.
— No puedo.
— ¿No?
— Gracias por la propuesta, pero no quiero casarme.
— ¿Có mo qué no? — Casi le gritó él.
— No te enfades por favor. Nunca te prometí casamiento.
El la miró , su rabia se inflamó tan rá pidamente como su pasió n. Se
negaba a hacer el papel de loco.
De nuevo.
No sentía de esta vez fuera como la primera. Pensaba que en diez
añ os había aprendido alguna cosa sobre las mujeres. Thea decidió ir
a Inglaterra para participar en la temporada, que era una excelente
oportunidad para conocer un buen partido, entre tantos caballeros
ricos y con títulos de nobleza. No al hijo bastardo de un padre que ni
siquiera reconocía su existencia.
É l no era lo suficientemente bueno para Deirdre. ¿Por qué pensaba
que lo sería para Thea? Deirdre se interesó por él só lo como amante.
En la ingenuidad de la juventud pensara que ella lo amaba. É l la amó
con la incontrolable ilusió n de los veinte añ os. Ah, él fue menos loco
a los veinte añ os que a los treinta. Por lo menos, tuvo el buen sentido
de pedir la mano de Deirdre antes de llevarla a la cama. Ella le dejó
muy claro que quería un marido mejor que un bastardo sin título ni
fortuna.
Tres semanas después, ella anunció su noviazgo con un hombre con
edad suficiente para ser su padre. Pierson no sintió satisfacció n al
rechazarla má s de una vez cuando ya estuvo casada. Ni cuando ella
le declaró que estaba arrepentida por haberlo rechazado. Todo eso
después de volverse rico. Apenas se sintió enojado por la falta de
honor de la mujer que, un día aseguraba amar.
Recogiendo las ropas de Thea del suelo, se las tiró encima.
— Vístete.
Ella palideció .
— ¿Está s enfadado conmigo?
— No, estoy enfadado conmigo mismo.
— ¿Por qué?
— ¡Me usaste!
— ¿Có mo?
— No te hagas la ingenua, Thea. Entendiste perfectamente. — La
traició n de Deirdre hirió su orgullo, pero Thea lo destrozó . Tenía que
salir de aquella cabina inmediatamente, antes de que cometiese una
locura, implorá ndole que lo reconsiderara. Se vistió
apresuradamente, intentando no notar que todavía llevaba el
perfume de ella. Fue hasta la puerta y la abrió .
— ¿Adó nde vas?
— A cubierta.
— Pero... yo pensé...
É l se volvió lentamente y la encaró .
— ¿Qué pensaste? ¿Que tendríamos tiempo para otra follada antes
de que volvieses a tu cabina y a los preparativos para el
desembarco? Discú lpame por corregirte, pero tengo mucho trabajo.
Thea cerró los puñ os y sus ojos se llenaron de lá grimas. Antes de
ceder el insano impulso de tomarla en sus brazos y confortarla,
Pierson salió del camarote golpeando la puerta.
Sola en la cabina, Thea escondió el rostro entre las manos.
Vivió la experiencia má s bella de su vida y era despachada como una
ropa vieja. Y só lo porque rechazó su proposició n de matrimonio.
Pierson era tan rudo y autoritario como su padre.
Se levantó y sintió el dolor y la humedad entre las piernas.
Necesitaba limpiarse o Melly notaría lo que había ocurrido.
Fue hasta el lavadero y se aseó de la mejor manera posible. Después
se vistió y se peinó el cabello con el cepillo de Pierson.
Se miró en el espejo. No parecía diferente de antes. Pero por dentro
se sentía distinta. El rechazo de Pierson no apagaría la alegría que
sintió en sus brazos.
Ni tampoco olvidaría jamá s la imagen de él desnudo y arrodillado
delante de ella, pidiéndole matrimonio.
Se había sentido tentada a aceptar, pero la reacció n de él al decir
“no”
demostró que sus temores tenían fundamento.
Después de una ú ltima mirada al espejo, Thea abrió la puerta de la
cabina.
Espió a los dos lados y no vio a nadie. Salió deprisa en direcció n a su
camarote.
De repente escuchó unos pasos a sus espaldas. Se dio la vuelta con la
esperanza de que fuera Pierson, pero todo lo que sintió fue el mismo
olor horrible de bebida y sudor que sintiera la noche del ataque en la
cubierta.
Sin vacilar, comenzó a gritar. El marinero paró , mirá ndola como si
hubiera enloquecido.
Thea continuó gritando. Ella reconocería aquel mal olor en cualquier
lugar.
Se abrió una puerta y una señ ora miró para fuera.
— ¿Qué gritos son esos? ¿Qué está pasando?
El marinero huyó por el mismo camino que vino. La mujer murmuró
alguna cosa y cerró la puerta. Thea pensó en llamarla, pero cambió
de idea, fue tras el marinero corriendo, hasta que chocó con el fuerte
pecho de un hombre.
Era Pierson.
— El huyó por allí — Gritó ella, indicando la direcció n que siguiera
el marinero. — Lo vi. Sí, lo vi. Es un marinero, sí.
— ¿De qué está s hablando Thea?
— Yo acababa de salir de tu camarote y oí pasos detrá s de mí. Me
volví deprisa y sentí el hedor. ¡Oh, Pierson, él está huyendo!
¡Tenemos que alcanzarlo!
— ¿Un marinero en el pasillo?
— Sí, escapó cuando comencé a gritar y una señ ora abrió la puerta
de un camarote.
— Vete para tu cabina — Le ordenó Pierson. — Cierra la puerta y no
abras a nadie. Voy a hablar con el Capitá n.
— Pero ¿có mo sabrá s a quien tienes que buscar?
Pierson comenzó a empujarla en direcció n al camarote.
— Podrá s describírnoslo.
Thea paró y empujó el brazo.
— Quiero ir contigo. Necesito hacerle algunas preguntas a ese
marinero.
— A bordo de mi navío me obedecerá s.
Pierson paró en la puerta de la cabina de Thea y sacó una llave del
pantaló n.
¡Entonces aquel arrogante había conseguido una llave! ¿Qué
pensaría lady Boyle al respecto? Pierson prá cticamente la tiró
dentro del camarote y tuvo la intenció n de cerrar la puerta.
— ¿Es este el tipo de matrimonio que me ofreces? — ella irrumpió
rebelde. —
¿Exigiendo mi obediencia como un perro bien entrenado y
tirá ndome a un lado siempre que esté en desacuerdo contigo?
Pierson se volvió y la encaró . Parecía atormentado.
— Nunca lo sabremos, ¿No es así?
— Disculpa. No quería lastimarte.
El rostro de él era una má scara de hielo.
— Voy a hablar con el capitá n. El conoce a todos los marineros de
este barco.
Lanzá ndole una mirada distante, se volvió de nuevo para salir.
— Pierson, espera... Por favor.
É l se paró , pero continuó de espaldas. Thea no sabía que decir, pero
no podía dejar el asunto sin resolver.
— Necesito explicarme.
É l se volvió despacio, el hielo desapareció de su rostro y en su lugar
había furia contenida.
— No lo necesitas. Tus acciones lo explicaron todo. Un bastardo
sirve como amante, pero no sirve de marido. Desgraciadamente eso
no es una novedad para mí. Perdó name si no te deseo buena suerte
en cazar un partido má s conveniente en la temporada Londinense.
Thea lo miró con los ojos abiertos.
— ¿Es eso lo que piensas de mí?
— ¿Y qué má s puedo pensar? Rechazaste mi petició n de
matrimonio.
— ¡Pero no por querer a alguien mejor! ¡Cree un poco en mí,
Pierson!
Pierson la agarró por los hombros y la empujó . Thea sintió el calor
del cuerpo de él y se contuvo para no abrazarlo. Ansiaba
reconquistar la dulce intimidad compartida momentos antes.
— Entonces ¿por qué? — Exigió él.
Thea lo rechazó , pero acabo rindiéndose ante el tono amargado de
él.
— No me quiero casar, Pierson. Ni contigo, ni con nadie. No quiero
sufrir y ser humillada como lo fue mi madre.
— Yo jamá s te trataría como tu padre trató a tu madre.
— ¿Có mo puedo tener la certeza? Eres autoritario y está s
acostumbrado a actuar a tu criterio.
— Ahora, Thea... No puedes comparar mi preocupació n por tu
seguridad con las sospechas infundadas de tu padre.
Ella suspiró .
— No lo entiendes. Mi madre perdió a mi hermano... después fue
encerrada por mi padre. Ella sufrió hasta que murió . En los ojos de
ella había una tristeza que nublaba cada sonrisa. No me voy a
arriesgar a perder una parte de mí, como lo hizo ella.
— No todos los matrimonios terminan como el de tus padres.
— Lo sé, pero el matrimonio da a los hombres una supremacía
excesiva sobre las mujeres. Hasta en los llamados casamientos
felices. Tía Ruth es feliz a su manera, pero dejó todo atrá s por el bien
de Tío Ashby. Lo peor es que todos esperaban exactamente eso. Ella
nunca pudo escoger. No me colocaré en esa posició n.
— ¿Alguna ella vez se quejó por vivir en la isla?
Thea frunció el ceñ o.
— No, pero ese no es el problema.
— ¿Crees que ella se arrepiente de haber permitido que su marido la
llevase lejos de Inglaterra? ¿Ella quiere volver?
— No, pero está s ignorando la verdadera cuestió n.
— Si la felicidad de ella no es la cuestió n ¿Qué es entonces?
— Está s distorsionando las cosas, Pierson.
— Estoy intentando entender la razó n. El matrimonio no es una
prisió n, Thea. Tengo la certeza de que Merewether habría hecho el
mismo sacrificio por su esposa.
— La sociedad nunca esperaría eso de él.
— ¿Y eso qué importa? Las expectativas de la sociedad no tienen
nada que ver con nuestro matrimonio.
A Thea le gustaría creer en él, pero, aunque las expectativas de la
sociedad no dictasen reglas, las leyes inglesas sí lo hacían. Y después
de casados, él podría tratarla como quisiese, contando siempre con
la impunidad.
Su mente estaba confusa con todo lo que había pasado esa tarde y
con las ideas de Pierson.
— No tenemos tiempo para discutir. Mi agresor puede estar
huyendo mientras conversamos.
Incliná ndose, Pierson la besó en la boca. Después la soltó .
— Tienes razó n. Cuanto má s nos aproximemos al puerto, má s
ocasiones tendrá para huir a nado.
Thea aceptó lo inevitable.
— Esperaré aquí.
Pierson fue hasta la puerta y se volvió antes de abrirla.
— Continuaremos esta conversació n má s tarde. No quiero perderte
Thea.
Capítulo 9

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley.


3 de diciembre de 1799

Hay más ingleses en la isla de lo que esperaba. Son comerciantes y


hacendados. Ni a Ruth ni a mí nos gustan los hacendados. No podemos
resignarnos a la arraigada costumbre de la esclavitud y me temo que
he manifestado mi desaprobación en voz demasiado alta. Ashby me
advirtió que por mi bien moderara mis manifestaciones; pero en
ningún momento me pidió que mantuviera silencio por su bien y el de
Ruth. Por lo que no me callaré.

El aspecto del capitá n se parecía má s a la descripció n de un dandi


que hacía Lady Upworth's, que al de un oficial de un buque. Llevaba
un chaleco de cornalina en color rojo brillante con bordados de loros
multicolores, la camisa era de un inmaculado blanco reluciente
coronada por un cuello demasiado alto para ser có modo en un
hombre de su posició n. Incluso su pelo dorado azotado por el viento
parecía deliberadamente descuidado.
Sonrió de forma encantadora cuando Drake le presentó a Thea, y
ella a su vez no pudo evitar devolverle la sonrisa.
—Señ orita Selwyn, ¿está segura de que el hombre que vio en el
corredor es el mismo que la atacó ?
—Absolutamente segura.
—Ella lo reconoció por su olor — dijo Drake colocá ndose entre ella
y el oficial al hacer el comentario.
El hombre mostro nuevamente su encantadora sonrisa.
—Desgraciadamente, la mayoría de mi tripulació n no hace uso de la
posibilidad de bañ arse, señ orita. Me cuesta creer que usted pudiera
distinguir uno de otro basá ndose en tal consideració n.
Thea se sentó en el borde de la cama sintiéndose repentinamente
agotada por las emociones de los acontecimientos del día y la idea
de que un hombre había intentado matarla. No tenía energía para
discutir sobre que estaba segura de que el hombre al que había visto
era su atacante. Drake la siguió sentá ndose a su lado.
Ella le miró frunciendo el ceñ o. El no debería comportarse con tanta
familiaridad ante otro hombre. Tal pensamiento parecía salido de su
tía. El la guiñ ó un ojo y la tomó de la mano dá ndole un apretó n, lo
que hizo que se sintiera reconfortada.
Volvió a mirar al capitá n.
—No tengo ninguna duda de que el hombre que vi en el pasillo era el
que intentó tirarme por la borda.
—Ademá s. ¿Qué disculpa tendría un marinero para estar en el
pasillo de los camarotes de los pasajeros? ¿Y por qué huiría al
escuchar los gritos de Thea, si no fuera culpable? — preguntó Drake,
ella sintió que su á nimo se levantaba al ver que él la creía.
El capitá n se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero me gustaría pensar que mi tripulació n no es un
montó n de cobardes que huyen al escuchar gritar a una mujer. —
dijo metiéndose las manos en los bolsillos del pantaló n. — ¿Le
importaría describírmelo?
—Por supuesto que no, pero por favor, tome asiento — Thea indicó
una silla en la cabina, sintiéndose nerviosa por su cercanía, por lo
que involuntariamente cogió a Drake de la mano.
Este acarició la palma con el pulgar y se sintió sú bitamente
reconfortada.
El capitá n se sentó . Thea ocultó una sonrisa ante su postura rígida.
No se parecía a ningú n otro capitá n que hubiera conocido.
Sin embargo, cuando ella comenzó a describir a su atacante, se dio
cuenta de que el capitá n era inteligente y sin duda conocía a su
tripulació n, como Drake había mencionado. Hizo preguntas muy
precisas por lo que describió al villano con má s detalle de lo que ella
pensaba.
— ¿Tenía alguna peculiaridad? — preguntó el capitá n.
Thea reflexionó unos instantes.
—Tenía un pendiente de oro. Ah, y cuando escapaba, noté que tenía
el pantaló n roto por detrá s. — dijo ruborizá ndose. — Creo que no
usaba ropa interior.
La cara del capitá n mostró una expresió n de reconocimiento.
— ¿Sabe quién es, señ or? — preguntó Thea expectante.
—Un sinvergü enza que debería haber sido expulsado de la nave por
negligencia. Hartford P. Fox.
Drake se puso tenso al lado de Thea.
— ¿Quién?
— Un vago bueno para nada que descubrimos durmiendo en su
turno de vigilancia y fue degradado de su cargo como segundo
oficial. Le convertí en un simple marinero y lo envié a los
alojamientos de la tripulació n. Parece que es tan desleal como
perezoso.
Thea suspiró aliviada.
— Entonces, será fá cil encontrarlo, ¿no?
—Sí, señ orita.
Ella se volvió hacia Drake.
— ¿Me permitirá que le haga algunas preguntas? Es muy importante
que descubra quien le contrató .
—No vas a acercarte ni a un metro de él. ¿Has olvidado que trató de
tirarte por la borda?
Hizo caso omiso de la mirada de Drake y del gruñ ido de
asentimiento de capitá n.
—Y se lo impedí, ¿no? No habrá peligro. Después de todo estará
atado. —
miró al capitá n para confirmarlo.
—Estará encadenado en cuanto ponga las manos en su inú til
persona. —
aseguró .
—Lo ves — dijo volviéndose a Drake.
—No.
—Insisto.
—Puedes insistir hasta quedarte afó nica, pero no permitiré que
vuelvas a ponerte en peligro.
Trato de retirar la mano, pero él se mantuvo firme.
—No eres mi dueñ o, señ or Drake, no voy a permitir que decidas por
mí.
Hablaré con ese delincuente te guste o no.
Probablemente no debería de haber hablado con tanta decisió n ya
que la actitud de Drake se volvió extremadamente intimidante. Se
inclinó sobre ella hasta que tuvo que arquear el cuello para sostener
su mirada. Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su ira.
—Mientras estés en mi nave, soy responsable de ti.
Ella tragó . Ciertamente tenía un arrogante sentido de la
responsabilidad.
— ¿Queda claro?
Ella asintió . Había dejado su postura perfectamente clara, pero eso
no significaba que tuviera que gustarle o someterse a ella. Pero ella
no creyó oportuno hacérselo saber en ese momento.
—Encontraremos a Fox y lo llevaremos a la bodega para
interrogarlo — dijo el capitá n.
—Le avisaré cuando lo tengamos.
—Gracias, capitá n — dijo Drake en reconocimiento, sin apartar la
mirada de Thea.
Esta vio como el hombre se levantaba y abandonaba la estancia
cerrando tras de sí. Sin embargo. Drake seguía mirá ndola fijamente.
—Explícame por qué estas tan interesada en hablar con el hombre.
Thea no podía mantener el secreto. Tenía que conseguir que Drake
la permitiera interrogarle, y no lo haría si seguía creyendo que había
ofendido lo suficiente a uno de los pasajeros del barco con su
discurso abolicionista como para buscar venganza.
—Empezó hace unos seis meses, aunque es posible que fuera antes.
No fui consciente del problema hasta hace poco, solo he tenido
tiempo de repasar los libros de los ú ltimos seis meses.
Mientras hablaba la mirada de Drake pasó de intimidante a
sorprendida y desconcertada.
— ¿Alguien ha estado intentando matarte durante seis meses?
—No seas melodramá tico Pierson. No es eso lo que estoy intentando
decir.
— ¿Qué demonios está s diciendo entonces?
Ella abrió la boca para responder a su pregunta, pero la puerta del
camarote se abrió .
—Señ or Drake. ¿Qué está haciendo a solas con la señ orita Thea? No
es nada correcto.
Thea cerró los ojos.
—Melly, has vuelto de la visita.
—Sí, y parece que he llegado justo a tiempo. No quiero pensar lo que
tu santa madre diría si te viera en este momento.
Drake se levantó tirando de Thea hacia él.
—Sin duda desearía que fuéramos felices.
El grito de indignació n de Thea fue ahogado por la exclamació n de
su dama de compañ ía.
—Sabía que era un hombre de honor señ or. Me dije, Melly, el señ or
Drake no comprometería la reputació n de una joven si no tuviera en
mente cortejarla.
Esta vez Thea consiguió liberar su mano.
—Déjalo ya Melly, no estoy comprometida con el señ or Drake.
—Por supuesto que lo estas, él lo ha dicho, ¿verdad?
—Por supuesto que no, solo ha hecho un comentario acerca de que
mi madre desearía vernos felices, no significa nada má s, ella nunca
pensaría otra cosa —
Thea los miró a ambos — Mamá no creería que hubiera nada
parecido a la felicidad en el matrimonio.
Melly resopló .
—La pobre tenía sus razones para sentirse así, pero es el sueñ o de
toda madre ver casada a su hija con el caballero adecuado.
—No fue el sueñ o de mi madre y no puedo creer que te hayas
engañ ado a ti misma pensando lo contrario.
Melanie la miró impertérrita.
El tener una criada que era má s un familiar que un siervo era un
inconveniente.
—Puedo estar equivocada, pero me hace feliz te cases con el señ or
Drake.
Vaya si lo soy.
Thea casi cedió a la tentació n de gritar. Cruzó los brazos sobre el
pecho y miró alternativamente a su criada y al irritante Drake que
tenía expresió n de querer hablar.
—No me voy a casar con el señ or Drake.
Cuando Melanie abrió la boca para hablar, Thea levantó la mano.
—Lo digo en serio. No me voy a casar.
Drake parecía demasiado seguro de sí mismo como para que no
fuera así, pero la expresió n hosca de Melly dijo que finalmente había
aceptado la declaració n de Thea.
Ella volvió a sentarse en su litera.
—Hay una razó n perfectamente vá lida para que el señ or Drake esté
aquí.
Estaban lo suficientemente cerca del puerto por lo que Thea no vio
motivo para andarse con subterfugios. Si le decía a Melly la verdad,
al menos la verdad sobre su ataque, su doncella dejaría de atosigarla
con que se casara con Drake al haberlos encontrado en un cuarto
juntos.
Drake observó las emociones que recorrían el rostro de Thea.
Después de lo ocurrido entre ellos en su camarote. ¿Podía negar que
fuera suya?
Apartó el pensamiento para má s tarde, porque lo que ahora quería
era la continuació n de la explicació n de Thea que había
interrumpido la doncella al entrar. Sabía que lo haría así que se
dispuso a esperar.
Thea se mordió los labios. Una señ al de que estaba pensando. Se le
ocurrió que no podía contar toda la historia a su criada. Se tragó la
frustració n.
—La otra noche, no podía dormir, así que decidí dar un corto paseo
por la cubierta y explorar el barco un poco.
Melly abrió los ojos.
—No me digas que estuviste sola en la cubierta por la noche. ¿Por
qué? No es decente. ¿Qué diría tu santa madre?
Drake no tenía ni idea, pero creía que la mujer, canonizada o no, no
habría objetado demasiado ante el matrimonio de su hija.
Thea agitó la mano descartando el comentario de Melly.
— La cosa es… — dejó que su voz se desvaneciera, luego tras tomar
una respiració n profunda siguió . — Que cuando estaba en cubierta,
alguien me atacó y trató de arrojarme por la borda.
El rostro de Melly estaba pá lido, se sentó en la cama al aflojá rsele las
rodillas.
— ¿Alguien trató de tirarla por la borda? — Dijo mirando a Drake —
¿Có mo puede dejar que suceda algo así? Una mujer respetable
debería estar segura cuando pasea por la cubierta de la nave.
—Me dan ganas de, de…
Ella claramente no sabía lo que tenía ganas de hacer, y Drake no
tenía intenció n de darle tiempo para averiguarlo. La doncella
actuaba má s como una mama gallina que como una sirvienta.
—Su señ ora no tenía que haber estado en cubierta, especialmente
por la noche.
—Como si eso tuviera algo que ver con esto. Es un hecho que la
señ orita Thea es independiente, lo que no es excusa para que
algunos canallas intenten hacerla dañ o.
—No era mi intenció n decir lo contrario.
Thea llamó la atenció n de los dos con un largo suspiro.
—Escuchadme los dos. No vamos a arreglar nada discutiendo. Tengo
que interrogar al agresor antes de que abandone el barco y
desaparezca.
Melly se estremeció .
—Parece ser que el canalla desapareció mientras todos nosotros
dormíamos tranquilamente en nuestras camas.
—No necesariamente — intervino Drake. — Hemos de asumir que
el hombre atacó a Thea deliberadamente. Hasta que lo atrapemos
ella no estará a salvo.
— ¡Pero porque querrían lastimar a la señ orita Thea! Podría ser que
el sinvergü enza hubiera atacado a cualquier mujer que se cruzara
con él. Hay hombres malvados en este mundo a los que no les
importa la virtud de una mujer, señ or Drake.
La mirada que le dirigió indicaba que le consideraba uno de ellos. É l
las miró a ambas.
—Su señ orita es la que se niega a parecer honorable, no yo. — se vio
en la necesidad de decir.
—Tonterías — dijo Thea saltando de la cama y dirigiéndose a él —
Mi honor y el tuyo está n intactos. Y no voy a consentir que hagas
creer lo contrario a mi sirvienta.
É l le dirigió una mirada có mplice que la hizo sonrojarse. Thea se dio
la vuelta y se fue al otro lado del camarote.
—Estamos apartá ndonos del tema. Estamos aquí para hablar sobre
como atraparemos al villano, no para hacerlo sobre mi soltería.
—En realidad estoy aquí para ver si estas vestida adecuadamente
para la cena. Cenamos en la mesa del capitá n esta noche. Todo eso
de un atacante es nuevo para mí. — dijo Melly.
Thea junto las manos pareciendo rezar solicitando paciencia.
—Sea lo que sea, Melly, ahora estamos discutiendo el desafortunado
incidente en cubierta y te agradeceríamos tu cooperació n.
—Yo no estaba allí — dijo Melly confundida — No sé qué podría
aportar.
—Estabas allí cuando subieron a bordo. ¿Viste a cualquier persona
conocida hablando con la tripulació n cuando vinieron a ver la
má quina de vapor?
— ¿Crees que alguien de la isla robó en el barco y te atacó ?
— Sacre bleu. Melly solo responde a la pregunta.
—No me acuerdo. Había mucha agitació n por la prisa por zarpar.
Thea asintió , frotá ndose las sienes.
—Gracias. Siento haber sido brusca contigo, pero son momentos
difíciles.
— ¿Necesitas polvos para la jaqueca o un té de jengibre del señ or
Drake?
Thea hizo una mueca ante la menció n del té de jengibre.
—No gracias, Melly.
Drake se acercó por detrá s poniéndole las manos en los hombros.
—Estas a salvo. No dejaré que nadie te haga dañ o, Thea.
— ¿Puedes impedir que hagan dañ o a tío Ashby?
Ella dijo en un susurro que Pierson escuchó . Odiaba notar el miedo
en su voz. Thea no tenía miedo por ella si no por el hombre al que
llamaba tío.
Drake le volvió la cara para que lo mirara, ignorando los sonidos de
protesta de Melly por el comportamiento inapropiado de dos
personas que no estaban comprometidas. Abrazá ndola por detrá s, la
atrajo hacia sí.
—Deja que te ayude Thea.
Ella aceptó las caricias en su cuello durante un rato. Luego se apartó
un poco.
—Si ayú dame, Drake, por favor. No quiero que tío Ashby salga
herido.
Melly se puso de pie y se dirigió a la puerta, su rostro tenía el color
de una langosta hervida.
—Es inú til ser una dama de compañ ía cuando mi presencia no evita
un comportamiento tan descarado.
Salió dando un portazo.
Drake meció a Thea en sus brazos y fue con ella hasta una silla, que
era má s segura que la cama. Se sentó con ella en el regazo
tranquilizá ndola.
—Está decepcionada — dijo Thea con un suspiro.
É l supo que se refería a su criada.
— ¿Te molesta?
—Sí, Melly siempre ha estado ahí, aunque ella insiste en que es una
dama de compañ ía, es mucho má s que eso.
El entendió , Thea tenía un corazó n sensible con la gente que amaba,
y ella amaba a esa mujer que ayudó a su madre a criarla.
— ¿Por qué está decepcionada?
—Porque no he actuado como una verdadera dama casá ndome
contigo.
—Pues hay una forma en que puedes hacerla feliz.
Ella frunció el ceñ o.
—No creo que pueda hacer eso a costa de mi felicidad, ni siquiera
por Melly.
— ¿Está s segura de que no serías feliz? — el pensamiento le hirió de
una manera que no podía explicar.
—No…
Al menos era un principio.
—Cuéntame sobre Merewether.
Ella se mordió el labio inferior.
—Todo — dijo dá ndose cuenta de que ella estaba pensando cuanto
decirle.
—Bueno, alguien está robando en las oficinas de Londres. Por los
libros no puedo decir si es cargamento o dinero. Me di cuenta de las
diferencias en los registros y le escribí una carta al sobrino de tío
Ashby preguntá ndole por ello.
É l está a cargo de las oficinas de Londres.
Cuando Drake asintió , continuó .
—Nunca me contestó . Repasé las cuentas de los meses anteriores.
Una vez que sabía lo que estaba buscando no fue difícil encontrarlo.
—Por eso vas a Inglaterra.
Tenía sentido, Thea no era de esas mujeres que se dejaban tentar
por los placeres de la temporada. Era de las que irían a buscar al
ladró n por su cuenta.
—Sí, tienes que entender Drake. La salud de tío Ashby no aguantaría
el clima frio de Inglaterra y mucho menos el viaje. Estuvo un mes en
cama tras volver de su ú ltimo viaje con tía Ruth.
— ¿Por qué no contrata a Bow Street para que investigue?
— ¿Y si es su sobrino? El corazó n del tío no aguantaría el golpe.
Drake frunció el ceñ o.
—Es un hombre Thea, su corazó n sobrevivirá .
—No me refiero a sus sentimientos, me refiero a su corazó n. Los
médicos dicen que está débil. Si llega a descubrir que su sobrino nos
está robando, podría sufrir un ataque de apoplejía y morir. Tiene
mucho temperamento y eso le lastimaría, aunque sea un hombre.
—Y si resulta que es su sobrino, ¿Qué vas a hacer?
—No lo sé, supongo que hacer que dimita de su cargo y contratar a
alguien má s digno de confianza.
— ¿Y dices de no contarle nada de todo esto a Merewether?
Ella se puso rígida en sus brazos.
—Haces que suene que como si le estuviera traicionando. Trato de
protegerle, como él nos protegió a mi madre y a mí cuando llegamos
a la isla.
Admiraba su lealtad, aunque maldecía su independencia.
—Si es el sobrino, tu carta lo avisó del peligro, y parece ser que ha
decidido hacerse cargo del asunto deshaciéndose de ti.
—Sí, pero puede que no sea él. Alguien má s puede haber leído la
carta y ser el ladró n.
No era probable, pero no vio necesidad de discutir el punto.
—Sabes lo que eso significa, ¿verdad?
Ella asintió .
—Que el ladró n tiene un có mplice en la isla. Al principio pensé que
sería algú n marinero que llegó en el ú ltimo viaje de Whiskey Jim
desde Inglaterra, pero no contrató má s marineros en el puerto, o
pasajeros aparte de mí. El hombre que me agredió fue contratado
por alguien.
—La misma persona que provocó el accidente en el almacén.
—Exacto, y cuando eso no dio resultado, esa persona subió a bordo
fingiendo interés por el motor y contrató a ese marinero de mala
muerte para hacerme dañ o.
—Para tratar de matarte.
Ella no lo negó .
—Por eso quieres interrogarle, ¿no es así?
—Sí, tengo que proteger a tío Ashby del ladró n y su có mplice.
Mientras hablaba jugueteaba con el botó n superior de la camisa de
Pierson.
En su prisa por salir de la cabina momentos antes, no se había
puesto la corbata y ahora podía sentir los delicados dedos en su piel.
Su cuerpo reaccionó al instante. Ella le miró sorprendida.
— ¡Realmente Pierson, este no es momento de pensar en esas cosas!
É l sonrió ante las remilgadas palabras dichas con voz entrecortada.
—Tienes razó n, me cuesta concentrarme en otras cosas cuando
estas cerca.
Ella paró los dedos y le miró fijamente.
— ¿En serio?
—Sí, ¿Có mo puedes dudarlo?
—Eso está muy bien — dijo.
El inclinó la cabeza rozando sus labios ligeramente. Thea devolvió el
beso, poniendo sus manos alrededor del cuello.
Drake separó sus labios un instante.
—Sabes tan bien, tengo hambre de má s.
—No quiero que me acusen de tacañ a — ella le besó esta vez,
amando el sentimiento de libertad que sintió al hacerlo.
Esto es lo que se había perdido después del tiempo que estuvieron
juntos en el cuarto. La calidez. La intimidad. Se sentía segura en sus
brazos, como si los ladrones, sus có mplices, o el fantasma del
matrimonio pudiesen amenazarla.
El rozó sus labios con la lengua, ella abrió la boca. El beso se volvió
apasionado y pronto estuvieron jadeantes.
Pierson se apartó apoyando su frente contra la de ella.
—Tenemos que parar Thea, o Melly se encontrará con una escena
mucho má s comprometedora que la de antes.
Ella sabía que tenía razó n, pero eso no lo hacía má s fá cil.
—Muy bien — dijo a regañ adientes.
Drake la levantó depositá ndola en la cama y sentá ndose a
continuació n en una silla.
—Termina de contarme lo del ladró n.
—No hay nada má s que decir.
— ¿Qué vas a hacer cuando lleguemos a Londres?
Thea quería poner objeciones a su decisió n de acompañ arla a
Londres desde Liverpool, pero sabía que no conseguiría nada.
Cuando le contó lo del ladró n, había asumido las consecuencias. Para
bien o para mal, ahora tenía ayuda. Sin embargo, sería absurdo
hacer creer que no la quería, cuando la necesitaba tan
desesperadamente.
—Primero tengo que presentarme ante lady Upworth.
— ¿La amiga con quien te escribes?
—Sí.
—Es amiga de mi tía. ¿Qué hará s después?
Por alguna razó n, descubrir que Drake conocía a lady Upworth, hizo
sentir mejor a Thea.
—Comenzaré mi investigació n en las oficinas de la compañ ía.
El frunció el ceñ o.
— ¿Có mo?
Ella se mordió el labio inferior.
—Simplemente había pensado presentarme, expresar mi
preocupació n y solicitar la ayuda del sobrino de tío Ashby, ahora no
estoy tan segura.
—Maldita sea. Podrías meterte en un nido de víboras.
En lugar de molestarla, su ira la hizo sentirse segura. Era bueno
tener en quien apoyarse. Ella no lo había tenido desde la muerte de
su madre.
—Tienes razó n, pero no se me ocurre una idea mejor para
acercarme.
—Tengo una.
El corazó n la dio un salto de esperanza.
— ¿Sí?
—Fingiré que estoy interesado en contratar un envío con
Transportes Merewether. Tú me mostraras los libros y realizaremos
la investigació n juntos.
Capítulo 10

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley.


24 de marzo de 1800

Thea crece tan rápido, apenas la reconozco. Corre por todas partes, y
su dicción es maravillosa para un niño que apenas ha empezado a
andar. ¿Están todas las madres tan orgullosas de sus hijos? Quizás
Langley me ha hecho un pequeño favor. Al robarme a mi hijo, me ha
hecho apreciar más a mi hija. Ella es mi preciosa alegría y seré digna
de ella.

—Sobre la carta. Alguien en la oficina de Londres sabe que he


descubierto las discrepancias en los libros.
Había visto la esperanza brillar en sus ojos. Quería confiar en él. Y él
le demostraría que podía hacerlo.
—Vamos a olvidar las preocupaciones buscando otras discrepancias
y anomalías.
— ¿No se sentirá amenazado el ladró n cuando nos vea revisando los
libros, e intentará hacer algo para detenernos? Ya ha demostrado
ser despiadado.
—Espero que sí.
Su expresió n le dijo que había comprendido.
—Le estamos poniendo una trampa, espero que el ladró n lo intente
de nuevo.
Sus ojos mostraron preocupació n.
— ¿No será peligroso para ti?
—No má s que para ti.
—Pero no es tu problema.
—Ahora lo es. Me perteneces Thea, aunque seas demasiado terca
para admitirlo. Eso hace que sea mi problema. Esperó que ella
negara sus palabras con su acostumbrada testaruda independencia,
pero su mirada preocupada solo se intensificó .
—No quiero que te sientas responsable de mí.
—No tienes otra opció n.
¿Pensaba acaso que se apartaría de ella ahora que estaba en peligro?
— ¿Y si te hieren? — preguntó como si fuera todo lo que la
preocupaba.
—Se cuidar de mí mismo.
Quería abrazarla, borrar la expresió n de ansiedad de su cara, pero
no podía correr el riesgo de perder el terreno ganado. Una vez que
empezara a tocarla, no se detendría hasta estar enterrado en su
interior.
—Hay una cuestió n de la que tenemos que ocuparnos.
— ¿Cual?
— ¿Dó nde vas a vivir?
—Me quedaré con lady Upworth. Me ha invitado varias veces. A ella
no la importará que llegue de forma inesperada — Thea suspiró —
Eso creo.
—Tal vez no, esperemos que tampoco ponga objeciones por
alojarme a mí.
— ¿Qué quieres decir? Es una dama de moral muy rígida, no creo
que acepte.
—Me quedaré a tu lado hasta que atrapemos al ladró n. Podría
intentar atacarte de nuevo.
—Estaré a salvo con lady Upworth — dijo como si realmente lo
creyera.
—No.
Ella se enderezó con expresió n irritada.
—Aceptaré tu ayuda, pero ni se te ocurra darme ó rdenes.
— ¿Te gusta mi tía? — preguntó .
—Si — dijo ella mirá ndolo con cautela.
—A ella no le importará si yo también me quedo en su casa.
— ¿Qué pensará la sociedad si me hospedo en casa de tu tía?
—No me importa.
—Pero sí importa. No dañ aré tu reputació n por mi culpa.
La observació n era tan ridícula, que él se rio.
Ella le fulminó con la mirada.
—No te rías de mí, milord. Tengo motivos para preocuparme. Tu
eres quien cree que después de hacer el amor estabas obligado para
salvar tu honor proponiéndome matrimonio y te enfadaste cuando
te dije que no. No quiero que te sientas engañ ado con ese tema.
Hablaba en serio.
—No lo hice por mi honor.
—Escuché a tu tía, Drake. Ella cree que tu honor está en juego si no
te casas conmigo, solo porque me visitaste en mi habitació n. No lo
pensé cuando te seduje. No me di cuenta de que te sentirías obligado
a casarte conmigo después, debería haberlo hecho, pero me superó
la pasió n. — Dijo desviando la mirada
— Normalmente no soy así de emocional, quiero decir.
É l no lo creyó en ningú n momento. Todo lo que ella hacía era
motivado por la pasió n y un feroz sentido de la lealtad que se
equiparaba al suyo. Incapaz de resistirlo má s, se levantó
acercá ndose a ella.
La sujetó por los hombros obligá ndola a mirarlo a los ojos.
—El sentido del honor no tuvo nada que ver. Ya había decidido
casarme contigo antes de que hiciéramos el amor.
Ella le miró incrédula.
Drake volvió a apretarla los hombros.
—Lo digo en serio, Thea.
— ¿Por qué?
La escueta pregunta pendía entre ellos, y no estaba seguro de que
responder.
El por qué no era algo que había considerado. Simplemente se había
convertido en algo inevitable que él había aceptado como tal.
—Será s una esposa excelente.
Sus suaves labios rosados sonrieron con burla.
— ¿Excelente? No me puedo imaginar có mo — luego sus ojos se
abrieron y le miró con creciente asombro — ¿Está s diciendo que me
amas?
La soltó de los hombros retrocediendo tan rá pido que casi pierde el
equilibrio. ¿Amor? Había visto matrimonios por amor destruidos
después de que desapareciera la novedad. Su padre había prometido
amor eterno a su madre antes de dejarla embarazada y abandonarla.
Petimetres y libertinos juraban amor a las esposas de otros
hombres. La sociedad estaba llena de dandis que adoptan posturas
exageradas recitando poesías sobre el amor, que van revoloteando
de una dama a otra, con sentimientos tan efímeros como la belleza
de las flores que envían como prueba de su afecto eterno.
La ú nica experiencia que había tenido con tal sentimiento fue con
Deirdre.
Ella había dicho que lo amaba, pero se había casado con otro má s
rico y má s adecuado. É l pensaba que la amaba, pero finalmente
admitió que salió má s herido en su orgullo que en su corazó n.
¿Amaba a Thea?
No lo sabía. La necesitaba, y en su mente eso era suficientemente
malo.
Cuando Drake no respondió , Thea supuso que le había hecho
sentirse incomodo con la pregunta. Por supuesto que no la amaba.
Ella era una solterona de veintitrés añ os, demasiado sincera con sus
opiniones y un aspecto corriente, ya que todos decían que se parecía
mucho a su madre.
—Lo siento, no quise incomodarte.
Drake abrió la boca para hablar, pero ella se le adelantó haciendo un
gesto con la mano.
—Es mejor que no lo hagas. Amarme digo.
— ¿Por qué? — preguntó perplejo entrecerrando los ojos.
—Por qué no puedo casarme contigo.
—Si puedes. Es má s, lo hará s.
Le veía tan seguro de sí mismo que le dieron ganas de gritar.
— ¿Cuá ntas veces tengo que decirlo? ¡No me casaré! Ademá s, sería
una pésima esposa como ya te habrá s dado cuenta.
—No es verdad, tienes todo lo que podría desear en una esposa. —
Ella quiso discutírselo, pero la interrumpió — En primer lugar, está
la pasió n que hay entre nosotros, no tengo ningú n interés en
casarme con una mujer que me eche de su habitació n una vez que
me haya dado el heredero necesario y otro hijo de repuesto que
garantice la continuidad del apellido.
—No es eso — ella lo quería, pero ese sentimiento se desvanecería
con el tiempo.
Siempre ocurría así.
—También está el hecho de que a ti no te importa lo que opine la
sociedad.
— ¿Y?
—Mi esposa se enfrentaría al ostracismo.
Ella frunció el ceñ o.
—Lady Boyle me dijo que tu abuelo nunca permitió que fueras
ignorado por la sociedad.
Pierson se dio la vuelta para mirar por el ojo de buey.
—Es cierto que quienes quisieran conservar su amistad sabían que
no debían menospreciarme ni a mí ni a mi madre, pero solo eran
apariencias. La alta sociedad sabe muy bien como ignorar y
despreciar a alguien de forma velada.
Solo de pensar en las humillaciones que Pierson había sufrido, hizo
que a Thea se le encogiera el corazó n.
—Eso es terrible.
—Pero es verdad. Cualquier mujer que sea vista en mi compañ ía es
censurada. No es precisamente recomendable ser cortejada por un
bastardo, aunque sea el nieto de un duque.
— ¿Has cortejado a muchas mujeres? — odiaba la idea de Pierson
queriendo casarse con otra mujer.
— A una. — contestó Drake con una expresió n indescifrable.
— ¿Tuvo miedo de la desaprobació n si se casaba contigo? —
preguntó con curiosidad.
É l se encogió de hombros.
—Ella no podía verse casada con un bastardo y menos con uno que
no tenía dinero.
—Eres ilegitimo, no un bastardo, y no eres precisamente pobre.
—Entonces lo era. Tenía veinte añ os y mi futuro no era muy
prometedor.
— ¿La amabas?
—Pensaba que lo hacía. — dijo sintiendo una repentina có lera.
— ¿Fue ella verdad?
Su oscura mirada se estrechó con cautela.
— ¿Qué?
—La que pensó que eras adecuado para ser su amante, pero no su
marido. —
Thea supo que tenía razó n cuando él rompió el contacto visual
dá ndole la espalda. Se levantó y le tocó el brazo en un gesto de
comprensió n.
— ¿Qué pasó ?
—Puedo ser un bastardo, pero no un chismoso. Si quieres saber toda
la historia pregú ntaselo a mi tía.
Ella retrocedió , sorprendida por la reprimenda.
—No estaba tratando de ser indiscreta.
É l se dio la vuelta.
—Nada de eso importa ya. Quiero casarme contigo.
—Por qué quieres meterme en tu cama y sabes que no me importa
lo que la alta sociedad opine.
— ¿Crees eso?
Ella frunció el ceñ o.
—Claro que no.
—Entonces cá sate conmigo.
Un fuerte anhelo la recorrió haciéndala casi tambalearse.
—No puedo.
— ¿Por qué no?
—Ya te lo he dicho.
—No le tienes miedo a nada. ¿Por qué eres tan cobarde con esto?
Sintió como si la hubiera abofeteado. No era cobarde. No lo era. Solo
era realista. El matrimonio significaba demasiados sacrificios para
una mujer y muy pocos beneficios. Ademá s, le había hecho una
promesa a su madre. Y debía mantenerla.
—No entiendes.
—Entonces hazme comprender. — dijo abrazá ndola.
Ella deseó permanecer entre sus brazos toda la vida.
Apartó ese pensamiento imposible mientras trataba de soltarse.
—Déjame ir.
—Explícame porque no quieres casarte conmigo.
—Se lo prometí a mi madre, se estaba muriendo y me pidió dos
cosas. — El corazó n resonaba en sus oídos — ¿No lo entiendes? No
podía rehusarme.
Drake se quedó completamente quieto y Thea dejó de luchar.
— ¿Tu madre te hizo prometer que nunca te casarías conmigo?
—No exactamente — ella le debía toda la verdad, aunque le dolía
decirla en voz alta.
—Le prometí que nunca me casaría con un hombre como mi padre.
De repente se sintió libre, no quería má s que sus brazos protectores
alrededor de su cuerpo.
— ¿Crees que soy como tu padre?
—No creo que seas cruel, pero eres un hombre duro y autoritario.
Igual que ella admitió , pero el matrimonio le daría el poder de
imponer su voluntad. La ley y la sociedad estaban siempre a favor
del hombre.
— ¿Lo que quieres es un hombre sin sangre en las venas para
asegurarte de que no te hará dañ o como tu padre se lo hizo a tu
madre?
El tono de incredulidad en su voz le dijo sin ninguna duda lo ridículo
que encontraba esa posibilidad.
—No quiero casarme con nadie. — aseguró .
Sus cejas se inclinaron con burla.
— ¿Qué hay de esta tarde?
—Fue maravilloso.
—Sé que te haya gustado, ¿pero has pensado en las consecuencias?
¿No estaba tratando de ello en este momento?
— ¿De qué consecuencias exactamente está s hablando? — En su
actual estado de á nimo, supondría cualquier cosa.
—Un niñ o. Un bebé, un hijo bastardo que sufrirá lo que yo y má s si
te niegas a darle mi nombre.
Las palabras cayeron sobre ella con la fuerza de un vendaval.
— ¿Un bebé? — Se tambaleó teniendo que sentarse en una silla.
—No lo había pensado.
— Obviamente.
Su expresió n la heló hasta la médula de sus huesos.
Ella se puso la mano sobre el estó mago, preguntá ndose si habría
creado una nueva vida en su acoplamiento en la estrecha litera del
camarote de Drake.
— Pero con una sola vez seguramente no se pueda crear una vida.
Su risa fue dura y sin humor.
— Mi madre se entregó a mi padre una sola vez.
Su mirada voló hacia él.
La ira brotó en su interior ante la mirada de condena que vio en su
rostro.
— ¿Por qué no pensaste en ello? Si estoy esperando un hijo, cosa
que dudo, es porque participaste plenamente.
—Sí, lo hice.
Se acercó a la puerta y puso la mano en el picaporte.
—Tenías razó n cuando dijiste que soy un hombre duro, Thea.
Ningú n hijo mío será nunca señ alado como un bastardo. Si está s
embarazada, nos casaremos.
La promesa sonó como una amenaza mientras cerraba la puerta. Se
estremeció . ¿Qué había hecho?
— ¿Qué demonios quieres decir con que falta un bote?
El rugido de furia de Drake no sirvió para liberar la ira que lo
dominaba desde hace dos días tras su conversació n con Thea.
Condenació n. La pequeñ a fiera se había negado a casarse con él
acusá ndolo de ser como su padre.
Entonces Fox se había escondido y la tripulació n entera no había
sido capaz de encontrarlo. No había dormido desde la desaparició n
de Fox y su aguante estaba al límite.
Agarró al joven marinero por la pechera y lo levantó hasta que sus
pies no tocaron el suelo.
— ¿No dio el capitá n instrucciones estrictas de que se vigilaran
todos los botes hasta que apareciera Fox?
Ya no gritaba, pero eso no impidió que el marinero diera un
respingo.
El marinero asintió con la cara roja.
—Si señ or, lo hizo, pero este estaba repará ndolo — jadeó — no
estaba en condiciones de navegar. No pensé que pudiera utilizarlo.
—Drake.
Maldita sea. Thea. No quería tener que decirle que habían perdido a
Fox, su ú nico vínculo con el espía en la oficina de la agencia de
transportes.
Condenació n. No había podido cumplir su promesa de que
encontrarían a Fox.
Era su obligació n protegerla y ni siquiera había podido encontrar al
canalla que la había atacado en su propio maldito barco. Se volvió
hacia la voz, todavía sujetando al marinero.
Ella se acercó con el mismo paso desinhibido que le llamó tanto la
atenció n la primera vez que la vio.
Le miró sorprendida.
— ¿Qué está s haciendo? — dijo señ alando al marinero. — Suéltalo
antes de que se desmaye.
Drake obedeció la orden con un movimiento de muñ eca. El marinero
cayó en cubierta haciendo un ruido sordo. Miró a su alrededor, no
vio a Melly o a cualquier otra persona, la furia que estaba tratando
de controlar ascendió vertiginosamente fuera de control. Ignorando
al marinero que se alejaba gateando como un cangrejo, miró a Thea.
— ¿Dó nde está tu doncella?
¿Acaso no sabía que no debía dejar sola a Thea con su agresor
suelto? ¿Por qué nadie se daba cuenta del peligro que corría?
Thea hizo un gesto desdeñ oso con la mano.
—Necesitaba tiempo para pensar. Melly estaba conmigo hasta que
te vi, la envié a la sala de pasajeros.
Lo que parecía necesitar era descanso, no otra cosa.
—Fox ha desaparecido.
Sus luminosos ojos azules mostraron confusió n.
— ¿Có mo? Estamos en un barco, ¿No se ahogaría si saltase por la
borda?
—Ha desaparecido un bote que estaban reparando.
— ¿Por eso estabas sacudiendo al pobre marinero?
—Es quien estaba a cargo de vigilar los botes. Tiene suerte de que
no lo tirara de cabeza al agua.
—Pero dices que estaban repará ndolo. Fox no se arriesgaría a salir
con él en alta mar.
—Estamos má s cerca de tierra de lo que piensas. Ademá s, es mejor
correr ese riesgo a soportar lo que le pasaría si lo atrapaban.
— ¿Cuá ndo? — preguntó apretando las manos en los costados.
—Seguramente anoche — maldició n odiaba esa mirada de
decepció n — Usó la oscuridad para cubrir su huida. No había luna.
—Lo sé — ella asintió .
Así que ella tampoco había podido dormir.
—Entonces eso es todo. Continuaré con la investigació n como
estaba planeado, espero que no le ocurra nada a tío Ashby mientras
tanto. — dijo intentando sonar confiada, pero vio el miedo en sus
ojos.
No pudo resistirse a tocarla. Sujetá ndola por los brazos la atrajo
hacia él. Ella no se resistió , lo que le sorprendió . Cuando la tuvo
contra él, Thea se estremeció y le rodeó la espalda con sus brazos.
—Te añ oré — sus palabras salieron en un susurro roto.
Maldita sea. Tenía que tomar una decisió n. O era un monstruo cruel
sin corazó n con quien ella no podría casarse o era alguien sin el que
no podría vivir. No podía ser ambas cosas. ¿Acaso no se daba cuenta
de eso?
Aparentemente no.
—Todo irá bien cariñ o. Encontraremos a ese ladró n y me dirá quién
es su có mplice en la isla, no te pasará nada ni a ti ni a Merewether.
— la acarició la espalda para infundirle confianza.
Cumpliría su promesa de encontrar al atacante. Esta vez no fallaría.
— ¿Aun quieres ayudarme?
Perdido en sus pensamientos de mantenerla a salvo, no entendió su
pregunta. Cuando lo hizo, le entraron ganas de zarandearla.
— ¿Qué clase de pregunta es esa?
Ella se apartó .
—No me grites.
— ¿Tan poco me conoces Thea? Primero me acusas de ser un
bastardo cruel como tu padre y luego supones que voy a dejarte a tu
suerte cuando lleguemos a Inglaterra. ¿Lo siguiente será acusarme
de seducir a tu criada?
Ella se echó a reír haciendo que su ira se evaporara.
Su sonrisa era como el sol apareciendo entre las nubes en un día de
tormenta.
—Puedes estar seguro de que nunca te acusaré de seducir a Melly.
Soltó a Thea alejá ndose, pero sus labios mostraban un indicio de
sonrisa.
—Me alivia escucharlo.
La sonrisa de Thea desapareció .
—No quise ofenderte, Pierson. Pero pensé que como rechacé tu
propuesta de casarnos, ya no querrías seguir ayudá ndome.
Igual que desapareció , su ira volvió .
—Diablos. Aclaremos varias cosas.
Ella asintió con la cabeza, permaneciendo sabiamente en silencio.
—Uno: te ayudaré a encontrar al ladró n.
—Gracias.
—Dos: te alojaras con mi tía mientras estemos en Londres. Así no te
perderé de vista. — al ver que ella iba a protestar la miró
furiosamente. — Piensa en ello como en un seguro para tu criada, si
estas en peligro también lo estará n las personas que estén cerca de
ti.
Sus ojos se abrieron y el que se mordiera el labio le dijo que había
comprendido.
—Tres:
É l se detuvo, y la tomó por la barbilla. Quería su completa atenció n
en este punto.
Thea le sostuvo la mirada con sus ojos azul intenso.
—Tres: volvió a repetir. Vas a casarte conmigo, porque, aunque
puedo ser duro, no soy despiadado, y a pesar de que soy fuerte, no
soy cruel.
—Oh, Pierson.
Ella no dijo nada má s, pero él tomó su falta de argumentos como un
paso definitivo en la direcció n correcta.
Capítulo 11

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley.


11 de noviembre de 1800
Lady Upworth siempre me manda retratos de Jared, es un niño
precioso, y eso me hace sentir más cercana a él, pero también
perjudica mi salud. Pero cuando parece que no voy a poder soportar ni
un minuto más sin abrazar a mi hijo, Thea llega corriendo, como si
sintiese mi pena. Sube a mi regazo y se queda sentada, quieta,
mientras la abrazo y canto para ella. Sueño con cantar también para
mi hijo. Lady Upworth no menciona a Langley en la última carta.
Imagino que estará sorprendida y decepcionada por notar que mi
desaparición no tocó su corazón. A mí eso no me sorprende. Langley
no tiene corazón, y con su orgullo jamás reconocerá el error que
cometió.

Thea espiaba por la ventanilla del carruaje de lady Boyle, que


recorría las carreteras llenas de baches del camino de Londres. El
paisaje era diferente a todo lo que ella había visto. Las colinas
cubiertas de vegetació n, no le recordaban en nada al paraíso tropical
de su isla. A pesar de la belleza que veía, sintió un dolor casi físico al
imaginar có mo sería Londres.
La primera imagen de Liverpool la sorprendió .
Percibiendo su confusió n, Pierson se quedó protectoramente al lado
de ella, distrayéndola, hablando de los planes para el viaje a
Londres.
El la instaló en un hostal con lady Boyle, su criada, la Sra. Coombs y
Melly, antes de reunirse con sus socios. Má s tarde, las mujeres
siguieron para Londres en el carruaje de su tía, mientras que el, las
acompañ aba a caballo.
Thea se reclinó en el asiento. Le gustaría dormir como sus
acompañ antes, pero el conflicto de emociones no le permitía
relajarse. Necesitaba entender sus sentimientos por Pierson. De
repente, pasó a desear cosas con las que nunca había soñ ado.
Marido e hijos. Pasó la mano por el abdomen. La idea de tener un
hijo de Pierson debería tenerla atemorizada. Sin embargo, estaba
llena de ansiedad.
¿Y si estuviese embarazada? Después de una vida entera pagando
por los errores de sus padres, Pierson jamá s infringiría la misma
humillació n a un hijo.
Sí, él la obligaría a casarse. Al final era un hombre autoritario,
acostumbrado a mandar y a ser obedecido. Pero ella no podía
romper la promesa hecha a su madre.
Intentó concentrarse en la investigació n. Tenía que admitir que la
idea de Pierson les permitiría el acceso a los libros de la oficina de
Londres. Y también garantizaría la constante presencia de Pierson a
su lado.
La posibilidad la alarmó y encantó al mismo tiempo.
Thea apartó un poco la cortina de la sala de la casa de lady Boyle. La
neblina cubría todo allí fuera.
— El no llegará má s deprisa por mucho que espíes por la ventana,
niñ a.
Thea suspiró , estando de acuerdo con Lady Boyle.
— Lo sé. — Comenzó a andar por la sala. — Quiero saber có mo fue
el encuentro de él con el personal de la Lloyd's de Londres. El Golden
Dragón atracó en Liverpool en el plazo, y ellos está n obligados a
pagar la pó liza.
— Realmente fue una hazañ a. — Las agujas de tricotar de lady Boyle
se movían en un ritmo constante no interrumpido por la
conversació n. — Una hazañ a que por poco no consigue.
Thea paró de caminar y miró para la señ ora.
— ¿Có mo es eso? ¡É l llegó con dos días de adelanto!
— Pierson pretendía dar ó rdenes al Capitá n para parar el navío en
alta mar y buscar hasta encontrar al hombre que te atacó .
— ¡Pero con eso habría arriesgado el final del viaje!
—Aparentemente, capturar o tu agresor era má s importante.
Thea no discutió , pero continuaba pensando que lady Boyle estaba
equivocada. El ruido de pasos en el hall apartó todas las
preocupaciones. É l había llegado.
Ella salió de la sala y descendió corriendo las escaleras, olvidando
las reglas de etiqueta. Al verla, Pierson le preguntó :
— ¿Pasó algo?
— Claro que no. — Ella trató de disfrazar la respiració n
entrecortada.
— Entonces, ¿Por qué corres?
— Estaba ansiosa por saber có mo fue tu reunió n en la Lloyd's.
Pierson encogió los hombros.
— Mejor de lo que esperaba. — Agarrá ndola por el codo, subieron la
escalera. — Llevé los documentos atestiguando la fecha de llegada
en Liverpool y ellos me entregaron una orden de pago por el valor
de la pó liza. Só lo eso.
Encima de la escalera, Thea paró .
— ¿Pierson?
— ¿Sí?
— Tu tía me dijo que pretendías interrumpir el viaje para apresar a
Fox en el barco. ¿Es verdad?
El rostro de él no demostró ninguna emoció n.
— Si, pero él consiguió huir antes en un bote.
— Tal vez haya sido mejor así. Si él no hubiese huido, no habrías
llegado en el plazo y habrías defraudado a tus inversores.
El la abrazó .
— Tu seguridad es má s importante para mí que perder a mis
inversores.
La tía de Pierson no se engañ aba. Para él había cosas má s
importantes que su honor. Ese fue el ú ltimo pensamiento coherente
antes de sentir los labios de Pierson posá ndose en los suyos.
— ¡Pierson!
La voz de lady Boyle rompió el encanto del momento. Pierson la
soltó y se volvió hacia su tía.
— Tía Josephine, no noté que estabas ahí.
— Y aparentemente tampoco notaste que te estabas tomando
libertades inaceptables con Thea. ¿Y si algú n criado viese vuestras
carantoñ as?
Pierson puso una cara contrita.
— Lo siento mucho, tía Josephine. En el futuro, me acordaré de
tomar mis libertades con Thea en privado.
Lady Boyle abrió la boca, pero la cerró enseguida, sin decir nada.
Thea miró para Pierson.
— Para con eso. No avergü ences a tu tía. — Y volviéndose hacia la
señ ora completó : — Lo que él quiso decir, es que no se tomará má s
libertades en el futuro.
— Lo dudo — murmuró Tía Josephine.
— Mi tía me conoce mejor que tú — Saltó Pierson.
— ¡Lo dudo! — Exclamó Thea, e inmediatamente cubrió la boca con
la mano, pero ya era demasiado tarde. Le lanzó una mirada furtiva a
la mujer, que sorprendentemente, comenzó a reír.
—Apresú rense, criaturas, si quieren visitar a lady Upworth. Me
gustaría que la invitasen a acompañ arnos para ir de compras. En
esta semana, pretendo comprar las ropas de Thea.
Pierson paró el coche delante de la mansió n de lady Upworth.
— ¿Crees que le gustaré? — Thea preguntó mirando para la
magnífica casa de su Tía - Abuela.
— Me dijiste que intercambiabais correspondencia desde que
aprendiste a escribir.
— Es verdad.
— Entonces, ella ya te ama.
Las palabras la confortaron y lo contempló con una sonrisa de
agradecimiento.
— Gracias.
El la ayudó a descender del carruaje y la condujo por el patio
empedrado. La puerta se abrió inmediatamente después de que
Pierson llamara al timbre.
— ¿Sí? — preguntó el imponente mayordomo
— Venimos a visitar a lady Upworth.
El mayordomo se echó hacia atrá s, permitiéndoles entrar el hall.
— ¿A quién debo anunciar?
La garganta de Thea se cerró . Estar cerca de su tía, la ú nica persona
de la familia, aparte de su madre, que sabía de su existencia, era
demasiado emocionante. Lanzó a Pierson una mirada desesperada.
— Por favor, diga que la señ orita Selwyn y el señ or Drake esperan
tener el honor de saludarla — dijo Pierson.
Thea no tuviera tiempo de recomponerse cuando el mayordomo
volvió .
— Milady los espera en la biblioteca.
Pierson y Thea siguieron al servicio, ella trémula de emoció n, él
agarrá ndole levemente el codo, intentando transmitirle confianza.
Entraron en la biblioteca y vieron, sentada cerca de la chimenea a
una mujer de cabello grisá ceo, elegante, vestida a la ú ltima moda.
Los ojos de Thea se humedecieron. Su tía.
— ¿Eres tú ?
Apoyando los brazos en la silla, lady Upworth se levantó .
Parecía tan frá gil. Thea no lo imaginaría. Las cartas no revelaban la
edad ni las enfermedades.
Tal vez, la fragilidad fuese aparente, pues, lady Upworth la enlazó
por los hombros y la abrazó con fuerza. Thea se quedó inmó vil
durante algunos segundos antes de retribuir el gesto con el mismo
entusiasmo. Era su carne y su sangre. Su familia. Ya no estaba sola
en el mundo.
Por fin, lady Upworth se apartó .
— Déjame mirarte. — Después de un intenso examen, la señ ora
concluyó : —
Eres el vivo retrato de tu madre. — Una sombra le cubrió el rostro.
— Me arrepiento profundamente el haberla mandado a las Indias
Occidentales.
Thea negó con la cabeza.
— Si no lo hubiese hecho así, ella me habría perdido.
— Nadie sabrá jamá s lo que habría ocurrido. Ella nunca má s vio a
Jared y tu padre…— La voz de lady Upworth falló .
Thea sabía lo que su tía pretendía decir, pero no quería tocar ese
asunto en aquel momento.
— No piense en eso ahora — dijo, acariciando la mano de su tía.
— Tienes razó n, querida. Es agua pasada. Lo importante es que está s
aquí. —
Los ojos de ella se llenaron de lá grimas. — Pensé que no viviría para
ver este día.
Pierson le ofreció un pañ uelo. Ella lo aceptó , y, respirando hondo,
enjugó los ojos.
— Gracias... Sr. Drake, ¿no?
Thea hizo las presentaciones.
Lady Upworth se quedó pensativa por un momento.
— ¿Es pariente de lady Boyle?
— Sí. Ella es mi tía- abuela.
De repente, un brillo de reconocimiento iluminó los ojos de lady
Upworth. Evaluando a Pierson de los pies a la cabeza, como si fuese
un objeto en venta, le preguntó :
— ¿Es el hijo de lady Noreen?
Por el rabillo del ojo, Thea observó , intentando captar la su reacció n.
Pierson no cerró los puñ os ni tampoco evitó la mirada de la señ ora
mayor.
— Lo soy.
— Lo sé —Las palabras sonaron como si tuviesen mucho
significado, y al mismo tiempo, no significasen nada. — Thea vino a
Inglaterra a bordo de su navío.
Calmadamente, Pierson apenas lo confirmó con un gesto de la
cabeza. Ella se volvió para Thea.
— ¿Por qué no viajaste en un navío de la Merewether? Thea no sabía
muy bien có mo explicarlo. No quería compartir sus preocupaciones
con su tía, pero tampoco pretendía mentir. Poseía demasiados
secretos, y comenzaban a pesarle en los hombros.
— Si esperase uno de nuestros navíos, perdería la mitad de la
temporada.
— Entiendo. — De nuevo, no hubo comentarios. — Está s aquí y eso
es lo que importa.
Lady Upworth volvió a sentarse cerca de la chimenea y, con un
elegante gesto de la mano también invitó a Thea y a Pierson a
acomodarse. Thea se sentó en el sofá y Pierson, a su lado.
Lady Upworth levantó las cejas, pero no dijo nada.
— Lady Boyle pensó que a la usted le gustaría unirse a ella y a Thea
en las compras del guardarropa para la temporada.
— Claro que iré. — Los ojos de ella brillaron de alegría. — Por la
mañ ana temprano, trataremos de traer el equipaje de Thea para
aquí y pediré hora a la modista, la sombrerera... Pierson la
interrumpió .
— Thea se quedará con mi tía. — Su tono de voz no admitía réplica,
pero lady Upworth no se intimidó .
— ¡Que absurdo! Thea se quedará con la familia de ella.
Pierson se volvió inmediatamente para Thea.
— Me dijiste que ella era amiga de la familia. Mordiéndose el labio
Thea intentó huir de la mirada inquisidora de él, pero fue imposible.
— Yo...
— Fue una omisió n necesaria para protegerla de su padre. Ni ella ni
su madre podrían admitir el parentesco por temor a que él
descubriese el paradero de ellas.
En vez de responder a lady Upworth, Pierson reprendió a Thea:
— Podrías habérmelo contado.
— Sí, podría, pero no me pareció importante. Ademá s, no hubo
tiempo.
Siempre está bamos discutiendo.
— Entonces, ustedes siempre está n discutiendo. — La sonrisa de la
Señ ora fue de comprensió n. — Por sus cartas, tuve la impresió n de
que eras una joven voluntariosa e independiente.
Ella se encogió de hombros.
— Aunque mi madre intentó educarme como a una dama, admito
que fallo en muchos requisitos.
La mirada de lady Upworth se posó en Pierson.
— ¿Y Usted que cree? ¿A mi sobrina le falta algú n requisito?
Thea se quedó tensa. Prefería que su tía no la hubiese cuestionado
de esa manera.
— Ella ignora las convenciones, habla con los marineros como si
fueran caballeros, hace discursos inflamados sobre la abolició n, es
testaruda; discute sobre todos los asuntos, y en la mayoría de las
ocasiones, no se comporta como una verdadera dama. Resumiendo,
su sobrina es una persona muy difícil.
Thea bufó . No esperaba que él recitase sus cualidades, pero tampoco
necesitaba enumerar sus defectos.
— Interesante. — Lady Upworth no se impresionó con la
descripció n de él.
Evidentemente lo había vuelto loco. Su tono de voz y sonrisa
revelaban eso. —
Ya imaginaba que Thea era una persona espontá nea y emocional.
Pierson le dio la razó n a la dama. Sabía que se había comportado de
manera inconveniente, hablando de modo crítico sobre el
temperamento de Thea. Pero lo había hecho a propó sito, só lo para
ver có mo reaccionaba su tía. Lady Upworth necesitaba saber a lo
que se enfrentaría al presentar a su sobrina en sociedad. Thea no era
una joven tímida y dó cil y no se adaptaría fá cilmente a la nueva vida.
Sonrió ante la obvia aprobació n reflejada en los ojos de la dama al
mirar a Thea.
— Estoy muy feliz de conocerte, y tendré un mayor placer al
presentarte en sociedad, querida mía.
— ¡No puede estar hablando en serio! ¿No escuchó lo que Pierson
dijo sobre mí? —Ella respiró hondo. — Para ciertos patrones, soy
muy atrevida.
Lady Upworth se rio de nuevo.
— ¡Bobadas! Eres adorable. Estoy segura de haber encontrado un
defensor en el señ or Drake.
— Debe de haber oído mal. É l no me ha defendido, me ha puesto en
ridículo con su baja opinió n.
Pierson acarició la mano de ella.
— Te tengo en el má s alto concepto, Thea.
— ¡Imagínate si no lo tuvieses! — Ironizó ella.
— Só lo estaba previniendo a tu tía.
— ¿Previniéndola? — Thea repitió , elevando el tono de voz. — ¡No
soy una plaga!
— No. Eres una mujer fuerte y con coraje que encontrará su lugar en
la sociedad si eres protegida y presentada de la manera correcta.
— ¡No me interesa encontrar un lugar en la sociedad!
— Tu tía lo hará — apuntó él para la mujer que los observara con
expresió n fascinada. — Pregú ntale si no es importante para ella que
seas recibida por las mejores familias de la aristocracia.
Thea miró para su tía.
— ¿Es importante para usted?
Lady Upworth la contempló con una sonrisa confiada.
— Sí, querida, lo es. Pero no te preocupes con la ayuda de la familia
de Pierson, será s lanzada como un absoluto acontecimiento.
— No soy un barco.
— No querida. Eres mi preciosa sobrina y causará s verdadera
sensació n en la sociedad. Pasaste mucho tiempo lejos del lugar que
te pertenece por derecho.
Ya es momento de disfrutar de los privilegios inherentes a tus
condiciones sociales.
— No es cierto tiita. En la isla, apenas soy la señ orita Thea. Aquí,
supongo que me tratará n como lady Thea. — Ella respiró
profundamente. — Soy demasiado vieja como para amoldarme a la
figura de una debutante dó cil y sumisa.
Thea vivió demasiadas emociones en pocos días. Pierson percibió
que ella estaba comenzando a sonar un tanto exasperada, y su tía
parecía exhausta, pero feliz.
— Conversaremos sobre ese asunto má s tarde — dijo él,
levantá ndose. —
Ahora, vamos. Tu tía está cansada.
Lady Upworth suspiró .
— Mi constitució n no es la misma de antes. ¿Volverá s mañ ana de
nuevo? —
Ella la miró con intensidad. — Todavía tenemos muchas cosas de las
que hablar.
A Pierson le gustaría saber qué cosas serían, parecía haber algunas
piezas que no encajaban en la vida de Thea. ¿Ella le escondía algo?
Pero tenía mucho tiempo para cuestionar a Thea.
— Sí. — Thea besó el rostro de su tía. — Volveré mañ ana. Ahora
descanse.
Lady Upworth los condujo hasta la puerta. Antes de salir, él se paró
y se volvió para lady Upworth.
— Quiero que sepa que pretendo casarme con Thea.
Lady Upworth sonrió .
— Puedo estar vieja, joven, pero no soy ciega.
Capítulo 12

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley.


18 de enero de 1801

Necesito hacer algo para ocupar mi tiempo y mi mente. Thea llena


una parte de mi vida que nadie más podría llenar, pero el vacío dejado
por la falta de mi hijo permanece, así como la soledad que siento por
la noche, al acostarme, ansiando el calor y fuerza de los brazos de un
marido cariñoso, amigo y amante. ¿Cómo puedo pensar todavía en
esas cosas? Los hombres ven el matrimonio de manera diferente a las
mujeres.
La epidemia de fiebre amarilla está arrasando la isla. Los habitantes
locales cuentan que todos los años cientos de personas mueren,
víctimas de la fiebre. Oh, Dios, no me dejes morir… Por favor, dame
fortaleza, por mi hija.

Thea se sentó derecha en el carruaje. Estaba furiosa con Pierson.


— No deberías haber mencionado el matrimonio a mi tía.
El soltó las riendas y los caballos comenzaron a andar.
— Só lo dije la verdad.
Thea soltó la respiració n ruidosamente por la boca.
— Tu verdad. Pero no comentaste nada sobre mi negativa.
— Voy a convencerte.
La complaciente seguridad de él la irritó todavía má s.
— Su arrogancia no tiene límites, milord.
El encogió los hombros y el gesto casi la descontroló .
— Mi arrogancia empata con su terquedad, milady.
— No soy terca. Hice una promesa y pretendo cumplirla.
— No esperaría otra cosa de ti.
— Entonces, no habrá boda.
— Sí la habrá . No soy como tu padre, y un día aceptará s eso. — El la
miró de reojo. — A tu madre le habría gustado.
— Mi madre pensaría que eres demasiado autoritario.
— Tal vez. Pero repito, yo le gustaría.
— ¿Có mo puedes estar seguro?
— Porque soy un hombre de honor. No fue la dureza de tu padre lo
que destruyó la familia. Fue la falta de integridad.
Ella lo miró intrigada.
— ¿Có mo es eso?
— Só lo un hombre sin honor estaría seguro de que su esposa no
tenía ninguno.
Thea no podía contestar el argumento de él. Nadie podría acusarlo
de indignidad. Decidió ir por otra línea de ataque.
— Si no te preocupas de mis sentimientos, considera el
aborrecimiento que causaste a mi tía.
Pierson apretó con fuerza las riendas de los caballos.
— ¿Está s preocupada con la posibilidad de que lady Upworth no
apruebe tu casamiento con un bastardo? ¿Tienes vergü enza de
nuestra unió n, Thea?
La paciencia de ella llegó al límite. Sin controlarse má s, le gritó :
— ¡No me digas nunca má s semejante tontería!
El paró el carruaje en el patio de la casa de lady Boyle. Su rostro era
una má scara de piedra.
— Es lo que soy, Thea.
— No eres un bastardo, Pierson. Eres hijo de una mujer digna y con
coraje.
Tu padre es demasiado estú pido como para reconocerlo, pero eso
no te hace bastardo. ¡No repitas nunca má s eso en mi presencia!
Thea no se dio cuenta de que uno de los criados oía su discurso,
hasta que éste carraspeó . Era el caballerizo que iba a recoger los
caballos. Ella lo ignoró .
Finalmente, Pierson sonrió .
— Muy bien. ¿Ahora podemos descender del carruaje?
Ella no se movió .
— Pensé que iríamos a la oficina de Merewether después de la visita
a mi tía.
— Necesitas descansar, Thea. La tarde estuvo llena de emociones.
— No soy tan débil. Quiero resolver ese asunto. Sigue para la oficina.
Los ojos de él se estrecharon.
Thea suspiró .
— Por favor.
— Como milady quiera. — Después de esa respuesta sarcá stica,
Pierson avisó al caballerizo. — Informe a mi tía de que volveremos
para el té.
El criado asintió y se apartó , dejando sitio para que el carruaje
pudiese salir.
Pierson observó a Thea por el rabillo del ojo. Sentada derecha,
todavía parecía irritada con sus comentarios.
Ella no imaginaba lo que su entusiasmada defensa había significado
para él.
Las ú nicas personas que siempre lo aceptaron sin restricciones
fueron su madre y abuelo. El resto de la familia lo estigmatizaba
veladamente. Su propia tía se sintió obligada a prevenir a Thea, en
cuanto percibió el clima de romance entre ambos.
Quería besar a aquella terca y adorable mujer sentada a su lado,
hasta que ella olvidara el motivo de su enfado. Necesitaba
demostrarle cuá nto significaba la confianza que tenía en él.
De repente, ella rompió el breve silencio que los envolvía.
— Pierson, no quiero ser presentada en sociedad.
Las palabras de ella lo sorprendieron. A él le llevó un segundo
asimilarlo.
— ¿Por qué?
— No quiero encontrarme con mi padre. No voy a pasar mi tiempo
en Inglaterra fingiendo que me importa.
— ¿No crees que ya es hora de conocerlo?
— ¿Có mo puedes decir eso después de lo que le hizo a mi madre? ¿Y
a mí?
La rebelió n contenida en su voz le hirió y vaciló . Pero su esposa
tendría que ocupar su lugar en la sociedad. Sería importante para su
madre y abuelo, y por supuesto, para él.
— ¿Tu madre no hizo lo mismo? Al final ella echó a tu padre y nunca
le permitió que él tuviese la alegría de ver crecer a su hija y verla
convertida en una mujer. Tal vez descubras que él no es monstruo.
Thea respiró profundamente.
— Lo está s defendiendo. Creí oírte decir que él no tenía integridad.
— Las personas son imperfectas, Thea. Tu padre tiene sus defectos,
pero eso no significa que no te ame.
Ella tuvo el impulso de revelarle que su padre ni siquiera sabía de su
existencia, pero se calló . No estaba preparada para revelar ningú n
secreto má s.
— ¿Y tu padre? — ella rebatió . — ¿No encuentras que el hecho de
que te hubiese mandado dinero cuando cumpliste la mayoría de
edad, era una manera de demostrar su amor por ti?
Pierson comprimió los labios. No era lo mismo. Ciertamente, el
padre de Thea la amaría, incluso aunque ya no quisiera a su esposa.
— No sabes lo que está s diciendo, Thea.
— ¡Que conveniente! Cuando me quieres reprender por asuntos que
pertenecen a mi familia eres omnisciente. Pero cuando llego a una
conclusió n obvia que no te agrada, soy completamente ignorante.
¡Pensé que eras diferente a esos hombres que aseguran que las
mujeres no tienen cerebro!
La crítica lo desagradó . Reconocía la inteligencia de Thea, pero eso
no significaba que ella tuviera razó n. Su padre le envió dinero,
porque así eran las cosas entre los aristó cratas. No tenía nada que
ver con ningú n tipo de sentimiento de cariñ o por su hijo.
En aquel momento, ellos llegaron a la oficina de la Merewether y
Pierson no tuvo que responder a la acusació n de Thea.
El carruaje paró delante de la construcció n de piedra. Thea miró
para el edificio y se estremeció . Parecía demasiado grande,
demasiado impresionante para ser su pequeñ a empresa.
El la ayudó a descender y cogidos del brazo, siguieron en direcció n a
la entrada.
— Espero que nuestro plan funcione
— Va a funcionar — Aseguró él.
Entraron en el edificio y siguieron por un pasillo con muchas
puertas. Un chico rubio, muy bien vestido, salió de una de las salas.
Al verlos paró .
— ¿Puedo ayudarlos?
— Estamos buscando a Emerson Merewether. — Mientras hablaba,
Thea se sacó los guantes y los guardó en la bolsa. — ¿Podría
mostrarnos su oficina, por favor?
— Por supuesto.
El chico volvió por el mismo camino y paró en la primera sala a la
derecha.
Abrió la puerta y anunció :
— Sr. Merewether, hay aquí unos señ ores que quieren hablar con
usted.
Pierson y Thea entraron en la sala.
Ella no escondió la sonrisa.
El local era muy parecido a la oficina de Ashby. Só lo faltaba la mesa
de té.
Por todas partes, había papeles y mapas ná uticos. El hombre
sentado atrá s del escritorio era una versió n má s joven de Ashby.
Tenía el mismo rostro redondo y la misma expresió n jovial de su tío.
Thea le extendió la mano.
— ¿Có mo está ? Soy Thea Selwyn y este es el Sr. Pierson Drake.
Emerson le apretó la mano.
— ¿La señ orita Selwyn? ¿La socia de mi tío?
— La misma. Es un placer finalmente conocerlo, Sr. Merewether.
Emerson señ aló dos sillas.
— Siéntense, por favor. No sabía que planeara venir a Inglaterra.
— Fue una decisió n repentina — Explicó Pierson.
Después de acomodarse también, Emerson miró para el chico
todavía parado en la entrada de la sala.
— Barton, traiga refrescos, por favor.
— No se preocupe. — Thea cruzó las manos en su regazo. —
Estamos aquí para una rá pida conversació n sobre negocios.
— ¿Le gustaría que me quedase, Sr. Merewether? — Preguntó
Barton.
— No será necesario, Barton. Llamaré si necesito alguna cosa. — É l
se volvió para las visitas. — Barton es mi asistente.
El chico salió y la sala quedó en silencio por un momento. Thea
vaciló .
¿Có mo comenzar la conversació n? Ella dirigió a Pierson una rá pida
mirada.
— Sr. Merewether, estoy considerando expandir mi compañ ía de
navegació n, participando en la sociedad con Thea y el Sr. Ashby
Merewether.
— Pierson fue directo al asunto.
La expresió n de Emerson registró un choque mayor que a la llegada
de Thea.
— Acabo de recibir una carta de tío Ashby, y no mencionaba nada. Si
supiese que él estaba buscando otro socio, yo mismo habría
negociado mi entrada en la sociedad.
La pena contenida en la voz de Emerson era inconfundible, y Thea se
apresuró a calmarlo.
— Le aseguro que no tuvimos la intenció n de excluirlo.
— Necesito escribir a Tío Ashby. Estoy realmente perplejo.
Thea se asustó . Emerson no podía escribir a su tío. La risa de
Pierson le chocó . Ella lo miró con ojos desorbitados.
— El señ or no entendió la naturaleza de nuestra sociedad. Thea y yo
somos novios, y con motivo del matrimonio, la parte de ella en la
Merewether Shipping pasará a ser controlada por mí.
Thea engulló en seco. Má s tarde, reprendería a Pierson por la
mentira que, al final, impediría a Emerson escribir la carta. La
sonrisa de él volvió .
— No entendí que era ese tipo de participació n. ¿Puedo presentarles
mis má s sinceras felicitaciones?
Thea forzó una sonrisa.
— Gracias.
Pierson inclinó levemente la cabeza en agradecimiento.
— Con la finalidad de preparar el contrato de casamiento, me
gustaría verificar los libros contables de la compañ ía.
— Eso es imposible, Sr. Drake. Los libros son confidenciales.
Thea se limpió delicadamente la garganta y Emerson la miró .
— Como socia de la compañ ía, yo misma supervisaré la verificació n
de nuestros libros por el Sr. Drake.
Emerson se ruborizó .
— Sí, claro. Disculpe si la ofendí, señ orita Selwyn. Me acostumbré a
pensar en la compañ ía como una sociedad familiar. Soy muy
cuidadoso con los intereses de la empresa.
— Gracias.
— Me gustaría llevar los libros conmigo hoy — dijo Pierson. — Se
los devolveremos la pró xima semana o en cuanto tenga la
informació n necesaria para el contrato de matrimonio.
Emerson frunció el ceñ o.
— El señ or podrá obtener toda la informació n aquí en la oficina, Sr.
Drake.
Necesitamos los libros diariamente. La verdad, es que Barton puede
calcular todos los nú meros solicitados y entregar los resultados en
su casa.
Thea comprendía la resistencia de Emerson en entregar los libros,
pero reforzó la exigencia.
— Temo que Pierson es una persona independiente y obstinada. El
no confiaría los cá lculos en nadie que no sea él.
— Thea tiene razó n. Prefiero hacer yo mismo mis cuentas. Mi
contador se enfada cuando insisto en revisar todas las transacciones
financieras de mi compañ ía.
— Le aseguro, Sr. Drake, que Barton es un funcionario de mi entera
confianza y todas sus informaciones son correctas y precisas.
La sonrisa encantadora de Pierson, hizo que el corazó n de Thea se
disparase.
— Con todo, como Thea tan delicadamente dijo, soy muy
independiente y obstinado. Quiero los libros.
— ¿Señ or no podría, por lo menos, examinarlos aquí?
Era una petició n sensata y Thea estaba a punto de aceptar, cuando
Pierson negó con un gesto en la cabeza. Levantá ndose, le ofreció el
brazo a Thea.
Caminando en direcció n a la puerta, ordenó :
— Ordene que los libros sean llevados inmediatamente a mi
carruaje. La señ orita Selwyn y yo, le prometimos a mi tía que
estaríamos presentes a la hora del té.
Capítulo 13

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley 15 De julio de 1801

He descubierto que tengo aptitud para los negocios. Ashby me animó a


invertir en el negocio del transporte marítimo, pero mis fondos son
limitados. Me ofrecí a llevar sus libros. Al principio, se negó, alegando
que no era trabajo para una dama. Le demostré que estaba
equivocado. Ahora, llevo los inventarios y cuentas, y ayer negocié mi
primer embarque de mercancías. Fue una experiencia increíble, que
estoy deseando repetir en el futuro.

—Realmente, Drake. No tenías que ser tan brusco con el pobre señ or
Merewether. Creo que le ofendiste.
É l agitó las riendas, haciendo que los caballos echaran a andar. Thea
se agarró al lateral de la calesa, cuando se sacudió bruscamente
hacia adelante. Los libros apilados entre ella y Drake, se movieron y
los sujetó con una mano.
—Al diablo con su dignidad. É l es tu empleado, no debería discutir
con tu prometido.
—Bueno, sobre eso. ¿Crees que fue una buena idea decirle que
estamos comprometidos? Las noticias vuelan.
—Se van a enterar de todas formas. Una vez que la sociedad se
entere de nuestra cercana relació n a bordo del Golden Dragón, no
tendrá s má s remedio que comprometerte conmigo. Te guste o no
está s comprometida.
No le gustaba el tono implacable de su voz.
—Es una tontería. Unas visitas a mi camarote no obligan a casarse
— ¿Has olvidado que no fueron solo unas visitas?
Sus mejillas enrojecieron de vergü enza, pero no podía negar la
verdad.
—Lo recuerdo. Los momentos que pasé contigo fueron los má s
maravillosos de mi vida. No los olvidaré.
Pierson lanzó un juramento salvaje.
—Entonces ¿por qué te niegas a casarte conmigo? No. No me
contestes. Sé por qué. ¿Crees que podría convertirme en un
monstruo cruel como tu padre?
¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar que tal vez no fue un
monstruo? ¿Que la visió n de tu madre de hecho estuvo condicionada
por sus propios sentimientos y percepciones?
—No entiendes.
Con un tiró n de las riendas, obligó a los caballos a ir má s rá pido.
—No, no lo hago. Si tu santa madre, como tanto le gusta a Melly
llamarla, estuviera viva, tendría un par de cosas que decirle.
Su có lera repentina la confundió .
—No digas eso. Por alguna razó n estas enojado, pero no la tomes
con mi madre. Perdió má s de lo que puedas creer, y mi padre fue el
causante. Merece mi desprecio, no tu halago.
Drake pasó a centímetros de un carruaje. Estuvo a punto de decirle
que no quería romperse el cuello, pero lanzá ndole una mirada
cambió de opinió n.
— ¿Có mo puedes estar segura? ¿No crees que al menos tiene
derecho a contar su versió n de la historia? Tal vez lo que no quieres
oír es que tu perfecta madre, después de todo no lo fue tanto.
Los ojos de Thea se llenaron de lá grimas.
—No sabes de lo que está s hablando.
Drake aflojó el paso de los caballos cuando entraron en el trá fico
má s denso de Londres.
—Thea, tienes una familia aquí en Inglaterra. Personas que te
querrían si les das la oportunidad. ¿Piensas renegar de ellos por el
bien de la memoria de tu madre?
Sabía que sus argumentos tenían tanto que ver con convencerla de
quedarse en Inglaterra con él, como de que creyera que debía
reconciliarse con su familia.
Utilizaría todos los medios para convencer a Thea que pertenecía en
Inglaterra, y a él.
—No pretendo renegar de todos, só lo de mi padre.
Pierson suspiró por su insistencia en ese punto en particular. Si iba a
residir permanentemente en Inglaterra, tendría que llegar a algú n
tipo de entendimiento con su padre.
— ¿No crees que eso hará la vida un poco incó moda para ellos y
para ti?
¿Qué vas a hacer? ¿Qué pasará si Lady Upworth te presenta como su
sobrina, pero se niega a decir a nadie quién es tu padre? Sabes que
pueden averiguarlo.
Dudo que tenga muchos sobrinos a los que les ha abandonado su
esposa.
—Mi madre no abandonó a mi padre. Fue él quien lo hizo. — La
indignació n de Thea aumentó su frustració n.
No había ninguna duda de que su padre había abusado de su madre,
pero eso no quería decir que el hombre fuera un monstruo. Por lo
que sabía, él podría haber madurado con la edad. Cosas má s
extrañ as habían ocurrido. No le gustaba ver el generoso corazó n de
Thea roto en pedazos por la amargura hacia un padre que nunca
conoció .
Intentó razonar una vez má s.
—Ella te llevó a las Indias Occidentales, y te escondió de él. ¿Có mo
llamas a eso?
—Supervivencia.
La palabra surtió efecto. El temor serpenteó en su interior. ¿Era un
hombre violento? Si era así, entendía la seguridad de Thea al decir
que su padre era un monstruo. Drake no permitiría que su padre la
amenazara. La protegería de todo y de todos, excepto de sí mismo,
por supuesto.
— ¿Thea, tu madre temió por su vida?
—No—. Thea giró el rostro para esconder las lá grimas, Pierson se
sentía impotente ante su angustia. —Tenía miedo de que
descubriese mi existencia y me llevase lejos. Entonces ella se
quedaría sin nada.
— ¿Qué quieres decir con que descubriese? Has dicho que te ocultó
después de que la amenazó con no volver a dejarla verte.
—No, dije que me llevó lejos cuando la amenazó con no dejarla ver
otra vez a su hijo.
Por un momento se olvidó que conducía un carruaje. Cielos, Thea
tenía má s secretos que el Departamento de Guerra.
—Explícate, por favor.
Esperaba que accediera a su petició n, ¿pero cuando había hecho ella
algo de lo que él esperaba?
—Muy bien—. Se mordió el labio inferior, con aire pensativo y
distante, como escogiendo las palabras.
Finalmente, estas salieron con rapidez, como cuando el vapor escapa
a través de la vá lvula de seguridad en la caldera del Golden Dragón.
—Mi hermano gemelo nació primero. Mi padre irrumpió en la
habitació n y se lo llevó justo después de que mi madre dio a luz. Ella
le suplicó , pero él la ignoró . No le importó su sufrimiento. Yo nací
unos minutos después de que él y la nodriza abandonaran la
habitació n. La partera y Melly acordaron ayudar a mi madre a
esconderme. Estaba desesperada por conservar al menos a uno de
sus hijos.
—Si ella amaba a tanto tu hermano, ¿có mo pudo abandonar
Inglaterra y nunca volver a verlo? — Odiaba la pregunta después de
lo que había dicho, pero tenía que saberlo todo.
—Al principio. Intentó hablar con él, pero fue imposible. Lady
Upworth había llevado a mi hermano a su casa, mi madre iba a verlo
siempre que podía, pero mi padre descubrió lo que estaban
haciendo y prohibió las visitas. Mamá escribió en su diario, que un
día, él llego sin avisar para increparla y por poco no la descubre
conmigo en los brazos. Fue entonces cuando ella decidió que para
poder estar conmigo, tendría que dejar Inglaterra. Fue una decisió n
difícil y lo lamentó muchas veces. Pero segú n lady Upworth, mi
padre nunca la perdonó y no habría permitido que ella viese a Jared
nuevamente.
A Pierson le costó asimilar lo que le contaba Thea. Tenía un
hermano gemelo al que no conocía. Tomó tiempo digerir lo que ella
le había dicho. Eso debe ser muy difícil para alguien tan sensible
como Thea.
—Entiendo que no quieras ver a tu padre, ¿pero, y a tu hermano?
Ahora que eres mayor de edad, no hay ningú n riesgo en darte a
conocer y conocerlo.
Había aprendido a vivir con el hecho de que él tenía medio
hermanos y hermanas que no sabían nada de él. Pero era un
hombre, no una mujer dulce como Thea.
—No estoy preparada.
De repente, él recordó sus promesas.
—Dijiste que tu madre te hizo prometer dos cosas. ¿Cuá l fue la otra
promesa?
Thea suspiró y limpió sus mejillas con sus dedos enguantados.
—Entregar sus diarios a mi hermano. Para que sepa que ella nunca
dejó de amarlo y de pensar en él.
Estaba empezando a entender los sentimientos de Thea por su
padre. No só lo había destrozado a su familia, si no que había
retenido a su hermano y la había hecho dañ o en el proceso.
—Tu madre querría que conocieras a tu hermano.
De otra manera, no hubiera dejado los diarios para que viajara a
Inglaterra.
Ella debía querer que regresara a su patria.
—Pienso cumplir la promesa, de verdad. Pero no inmediatamente.
Todo ha pasado tan rá pido, y lo má s importante ahora es encontrar
al ladró n y proteger tío Ashby. Pero es cierto, finalmente no me
quedará má s alternativa que conocer a mi hermano.
—Como tampoco tienes elecció n que casarte.
¿Acaso no lo entendía?
El mismo honor que la obligaba a cumplir su promesa con su madre,
le obligaba a él a casarse con ella.
Ella frunció el ceñ o, su expresió n ya no era de dolor, si no de ira.
—Claro que tengo una elecció n.
—No, si quieres entrar en la alta sociedad.
— ¿Cuá ntas veces tengo que decirte que no me interesa? — La
exasperació n con su razonamiento fue clara como su voz.
— ¿Y lady Upworth? La reputació n de tu tía se verá perjudicada si
no nos casamos.
Ella respiró profundamente antes de preguntar:
— ¿Qué quieres decir?
É l la miró .
—Si ella insiste en reconocerte, como sabes que hará , el dañ o a tu
reputació n también afectará a la suya.
—Eso es ridículo. Nuestra amistad a bordo de tu nave no puede
afectar permanente de mi tía ante la sociedad.
—Me doy cuenta de que sabes poco de las formas de la alta
sociedad, pero debes aceptar mi mayor experiencia en esta materia.
Estoy íntimamente familiarizado con el escá ndalo. La vida de tu tía
será muy difícil por nuestra relació n si no estamos comprometidos.
—Eso es tan injusto. No quiero ser presentada en sociedad, y si no lo
hago, mi tía saldrá perjudicada. Si lo hago y me niego a
comprometerme contigo, sufrirá . No es justo.
Ella se mordió el labio inferior y su aguante se rompió .
—Deja de hacer eso. Cada vez que te muerdes el labio, recuerdo lo
bien que sabe y cuá nto quiero besarte. — Y era muy incó modo
conducir en tal estado de excitació n.
Ella lo liberó inmediatamente.
—Yo... es una vieja costumbre. Lo siento si te perturba.
El suspiró .
—Todo sobre ti me perturba, Thea.
Ella le miró de reojo.
—Creo que, durante mi estancia en Inglaterra, podríamos fingir que
estamos comprometidos. Solo para no perjudicar a lady Upworth.
—De acuerdo.
Drake sintió una quemadura lenta de satisfacció n. No quería un
compromiso ficticio, pero no discutiría ese punto ahora.
—Aun así, deberías habérmelo preguntado antes de decir nada al
señ or Merewether. Podría haber arruinado nuestra historia por
negarlo al pillarme por sorpresa.
—Eres demasiado inteligente para estropear nada. Ademá s, tenía
que pensar con rapidez. Si yo no hubiera dicho eso, habría escrito
una carta muy molesta a tu tío.
Ella empezó a morderse el labio, pero se detuvo, mirá ndolo de reojo.
—Supongo que sí. Me sorprende que aceptara tu historia sin
cuestionar nada.
— ¿Y eso por qué? Pensaba que había sido muy convincente.
La verdad es que sí.
—No puedo creer que él creyera el disparate de que controlarías mi
parte de la compañ ía cuando estuviéramos casados. El señ or
Merewether y yo no somos totalmente desconocidos, aunque nunca
nos habíamos visto en persona. Nos hemos carteado desde que él
asumió el control la oficina de Londres. Debió darse cuenta de que
nunca abandonaría mi puesto en transportes Merewether, aunque
fuera tan tonta como para casarme.
A Drake no le gustó el comentario, pero comprendió su
preocupació n.
Alguien que conocía lo suficiente a Thea se daría cuenta que no
pondría su empresa en manos de su marido.
—Lo creyó porque es lo que la mayoría de las mujeres harían.
— ¿Es eso lo que esperas de tu esposa?
Drake comprendió el profundo significado de sus palabras y vaciló
antes de responder.
—No espero que renuncies a tus intereses en la compañ ía naviera,
pero debes darte cuenta de que, como mi esposa y la madre de
nuestros hijos, no puedes pasar tus días en Transportes
Merewether.
—Puedo hacer una gran cantidad de negocios desde nuestro hogar.
— Con un carraspeo aclaró . — Quiero decir, tu esposa podría.
—Sí, podría. A mi familia le agrada que yo lleve mis negocios de esa
manera.
—No sería el tipo habitual de matrimonio.
Por segunda vez en el día el carruaje entró en el patio de la mansió n
de su tía.
Cuando el caballerizo sujetó las riendas, Pierson tomó la barbilla de
Thea volviéndola hacía él.
—Nosotros no somos los típicos dama y caballero. Somos diferentes,
hechos así por las circunstancias de nuestro nacimiento y crianza.
No quiero casarme con una mujer a la que no le interese su negocio.
Quiero casarme contigo. Solo te pido, que por el bien de nuestra
familia e hijos, seas cauta en tus negocios. La simple insinuació n de
que te dedicas a los negocios arruinaría tu posició n en la alta
sociedad.
Thea frunció el ceñ o.
— ¿No crees que la gente se pasa una cantidad exagerada de tiempo
preocupá ndose por lo que es o no aceptable para la sociedad cuando
uno vive en Inglaterra? Te aseguro que en mi isla no me preocupa
demasiado lo que digan de mis acciones.
É l sonrió abiertamente.
—No tengo ninguna duda.
El lacayo salió para hacerse cargo de la calesa. Drake descendió y fue
a ayudar a Thea. Una vez que la tuvo en suelo, la cogió del brazo y
dio instrucciones para que llevaran los libros a la biblioteca de su
tía.
— ¿Le contamos la feliz noticia a mi tía?
—Supongo—. Ella no parecía muy contenta ante la perspectiva. —
¿Se enfadará mucho contigo cuando le digas que todo será una
farsa?
—No se lo diré.
—Oh— Ella se detuvo a pensar. — Podríamos inventar una
discusió n con llanto incluido para romper el compromiso.
É l la agarró del brazo má s fuertemente, como queriendo anclarla a sí
mismo.
Con una sonrisa enigmá tica dijo:
—Nos ocuparemos de eso má s adelante.
Si él tenía algo que decir al respecto, su compromiso era real y su
pró ximo matrimonio aú n má s real. Poco convencional, tal vez, pero
no por eso menos verdadero.
Ambos entraron en el saló n de la casa de su tía, ella dá ndole vueltas
aú n al falso compromiso y sus consecuencias.
No era tan tonta como para no saber a qué se refería cuando dijo
que pretendía que fuera de verdad, no sabía có mo convencerlo de
que su honor no se empañ aría si no se casaba con ella. Entendía la
preocupació n por su tía, pero seguramente sus acciones no tendrían
mucha repercusió n en la alta sociedad.
Cuando regresara a la isla, nadie sería excluido solo por relacionarse
con una mujer considerada indeseable.
— ¡Mamá , que sorpresa!
Las palabras de Pierson sacaron a Thea de sus pensamientos. ¿Su
madre había venido a Londres? Estaba segura de que lady Boyle le
había dicho que lady Noreen no tenía previsto asistir a la
Temporada. Thea se había sentido decepcionada, pues le habría
gustado conocer a la dama que tuvo el coraje de tener y criar a un
hijo ilegitimo.
Pero ahora la idea de conocer a la familia de Drake la produjo
estremecimientos. ¿Có mo reaccionaría Lady Noreen cuando se
enterase del falso compromiso?
Era hija de un duque. Evidentemente soñ aría con un matrimonio
mejor para su hijo.
Thea observó con inquietud y admiració n a la preciosa y menuda
mujer de la que Drake le había hablado. Lady Noreen tenía el cabello
oscuro y los ojos marrones, era una versió n femenina de Drake, pero
má s pequeñ a que su hijo.
—Pierson — Sonriendo, Lady Noreen extendió sus manos hacia él.
Este atravesó la sala con largos pasos, la besó en las mejillas y la
abrazó calurosamente.
—Me alegro de verte, mama.
—Te he extrañ ado, cariñ o.
Thea sabía que una demostració n de afecto tan abierta no era lo
normal entre los miembros de la alta sociedad, y, le gustó pensar
que esa mujer que había alumbrado a Drake, le hubiera enseñ ado
también que había cosas má s importantes en la vida que seguir las
restricciones sociales.
É l sonrió .
—Ah, eso explica tu presencia en la ciudad cuando te recuerdo
diciendo que no tenías intenció n de asistir a la temporada.
—No seas cínico, Pierson. — La voz suave y melodiosa de Lady
Noreen estaba teñ ida de censura. —Sabes muy bien que vine a
conocer a la mujer con la que planeas casarte.
La imprecació n mascullada, apenas se escuchó cuando la pequeñ a
mujer agitó sus manos hacia Thea.
—Ven aquí, querida. Llevo esperando cinco añ os a que mi hijo elija
esposa.
No puedo esperar ni un segundo para conocerte.
Profundamente atraída por la calidez del recibimiento, Thea se
aproximó , y recordando las lecciones que su madre le enseñ ó , hizo
una reverencia ante lady Noreen.
—Es un honor conocerla, milady.
La señ ora Boyle asintió con aprobació n.
—Bien hecho, señ orita Selwyn.
Conteniendo una sonrisa, Thea hizo un gesto de agradecimiento a la
dama
—Gracias, lady Boyle.
—Ah, tiene un sentido del humor y modales impecables. — Observó
lady Noreen — Me gusta eso.
La diversió n de Thea desapareció y lanzó una mirada preocupada a
Drake, pero no la estaba mirando. Su atenció n estaba centrada en su
madre como si estuviera tratando de interpretar su reacció n ante
Thea.
Esta respondió a la elegante dama:
—Lamento decir que mis modales no son muy refinados. Mamá y tía
Ruth lo intentaron al má ximo, pero las reglas sociales en mi isla no
son tan estrictas como en Londres. Me temo que tengo unos pésimos
há bitos.
—Tonterías, niñ a. Eres una jovencita adorable, y así se lo he dicho
mi sobrina. —La defensa de lady Boyle fue tan agradable como
inesperada.
Seguramente la anciana era consciente de los fallos de Thea.
Aú n má s sorprendentes fueron las palabras de Drake.
—Ella es perfecta, mamá . No la dejes convencerte de lo contrario.
Thea lo encaró con las manos en las caderas.
—Eso no fue lo que le dijiste a mi tía. Enumeraste mis defectos como
si fuera la ú ltima confesió n de un hombre antes de reunirse con el
Creador. ¿Tu propia madre no merece la misma honestidad?
—Pero le he dicho la verdad, dulzura. Eres perfecta para mí.
Sus palabras la emocionaron, tuvo que contenerse para no
acariciarlo.
—Oh, Drake...
Sus ojos la enviaron un mensaje silencioso, que ella tuvo miedo de
descifrar.
Finalmente, apartó la mirada de ella y sonrió a su madre.
—La vas a adorar, mamá .
Ruborizada, Thea desvió la mirada hacia la dama, para notar el brillo
de las lá grimas en sus ojos marrones.
— ¿Milady?
—Soy muy feliz, Thea. ¿Puedo llamarte así?
—Sí, claro.
—Tú debes llamarme Noreen, al menos hasta que estés casada con
mi hijo.
Después me llamará s mamá .
Las lá grimas asomaron a los ojos de Thea.
—Será un honor, milady.
Pero su corazó n estaba triste. No quería que esta mujer sufriera con
la ruptura del compromiso. Aunque era algo que no podría evitar.
Lady Noreen amaba a su hijo y quería verlo felizmente establecido.
El engañ o estaba cobrando vida propia.

Thea escapó a la biblioteca de lady Boyle y se sentó en la silla má s


cercana. Se descalzó y movió los dedos, deseaba tener el coraje de
levantarse las faldas y masajear sus pies. Pero no lo tuvo. No
después de pasar todo el día de compras con su tía, la madre de
Drake y lady Boyle. Las tres damas estaban decididas a ayudarla a
prepararse para el papel de esposa de Drake, así como para asumir
su lugar en la alta sociedad.
No pudo sofocar un gemido al pensarlo. ¿Có mo podría haber
permitido Drake que le convenciese de participar en ese absurdo
plan?
Sus argumentos sonaron bien en el carruaje, cuando todavía se
sentía emocionalmente vulnerable por su discusió n acerca de su
familia. Ahora estaba segura de que debía haber una mejor manera
de proteger la reputació n de su tía. Ella odiaba mentir, y el engañ o
apenas había comenzado. Todo el mundo que conociera a partir de
este momento creería que estaba comprometida con Drake.
Pierson se había asegurado de ello, poniendo un anuncio en los
principales perió dicos londinenses. Ella había protestado por
considerarlo innecesario, pero él había dicho que el dañ o ya estaba
hecho. Ademá s, sostuvo, es lo que su madre esperaría.
Su madre.
A Thea le gustaba Lady Noreen. Era una autentica dama de la alta
sociedad, cariñ osa con su familia, y terriblemente protectora con su
hijo. A Thea no le costaba creer que lady Noreen no hubiera tenido
ninguna relació n durante la infancia de su hijo para no arriesgarse a
que lo rechazaran e ignoraran, y que la obligaría a irse a vivir con
sus parientes a algú n lugar remoto.
Ella quería lo mejor para Drake y había sacrificado su vida para
asegurarse de conseguirlo. Lady Noreen estaba de acuerdo con su
decisió n de casarse, el que tratara a Thea como a la hija que nunca
tuvo, la hacía sentirse aú n peor.
Cuando le contó sus preocupaciones a Drake, él las había
descartado, asegurá ndole, que no tenía intenció n de decepcionar a
su madre.
Por lo que se pasó buena parte del día deseando estrangularlo.
Lo que la confundía es que la otra parte, se la pasó queriendo
tocarlo. Era su proximidad. No la había perdido de vista, excepto
cuando se fue de compras con su madre y las demá s. Había sido muy
rá pido en desaparecer por la mañ ana cuando lady Noreen anunció
sus intenciones.
Maldito hombre. Si ella tenía que fastidiarse, él por lo menos,
debería de tener la decencia de estar a su lado en la dura prueba de
comprar ropa en Londres.
Cansada, recostó la cabeza en el respaldo de la silla y cerró los ojos.
Descansaría unos minutos antes de continuar con la revisió n de los
libros contables.
— ¡Querida mía! ¡Estas agotada!
Thea abrió los ojos al escuchar la voz de Pierson, al estar medio
dormida, le costó trabajo entender lo que había dicho. Cuando lo
hizo, le miró con gesto desconfiado.
El apareció ante ella, su aspecto era demasiado tentador, con la ropa
sencilla pero elegante. Hacía que los demá s hombres, especialmente
los dandis de Londres parecieran petimetres disfrazados.
—Lo estoy. Pensaba que esa tortura no terminaría nunca.
El, abrió los ojos inocentemente.
— ¿Tortura? Creo que fuiste de compras.
Se enderezó en la silla y gimió ruidosamente por la rigidez de su
cuerpo.
—Es lo mismo ¿Alguna vez has ido de compras con tu tía?
Extendiendo la mano, Pierson levantó a Thea.
—Una vez. Para comprar unos guantes.
La mera menció n de los guantes hizo a Thea estremecerse. Lady
Boyle había insistido en comprar guantes a juego con cada uno de
los nuevos vestidos que habían encargado, y había obligado a Thea a
probá rselos todos, ¿Es que acaso los guantes no eran todos iguales?
—Entonces tienes una pequeñ a idea de lo que he sufrido. Pensé que
mi tía era una frá gil anciana, pero ella y la señ ora Boyle, me tenían
sin aire en la tercera modista.
Ella cojeó tras él con los pies hinchados cuando la llevó a un
pequeñ o sofá bajo la ventana. La luz se reflejaba tentadoramente en
los cojines rojos. Le gustaba la biblioteca de la señ ora Boyle. Su
simplicidad tranquila la calmaba.
Los mismos libros que ella había crecido leyendo adornaban los
estantes y le producían un sentimiento de pertenencia en medio de
este ambiente demasiado extrañ o. Le encantaba el rico olor a cuero
y papel que impregnaba la habitació n.
Era mucho mejor que los olores de la ciudad que la asaltaron en
cuanto abandonó la casa de lady Boyle.
—Pensaba que a todas las damas le gustaba la emoció n de comprar
un guardarropa nuevo.
Thea distinguió la diversió n en su mirada, estaba tratando de
provocarla.
—A nuestras tías y tu madre ciertamente les gusta. Incluso má s, si
no es para ellas. De hecho, estoy segura de que ese hecho aumentó
su disfrute. Ya que ellas no eran las que tenían que sufrir en propia
carne los arreglos.
É l la hizo sentarse en el sofá .
— ¿No te has divertido?
Ella lo miró encolerizada.
— ¿Te parece que he tenido una tarde agradable? Me he pasado
horas siendo tocada, medida y pinchada por mujeres que deben
haber leído las obras del Marqués de Sade.
El la miró espantado.
—No me digas que has leído su obra.
Ella quiso volver a estrangularlo.
— ¡Por supuesto que no!
Drake asintió con la cabeza y se unió a ella en el sofá .
— ¿Entonces, de qué lo conoces?
—Me crie en las Indias occidentales, no en un convento. Los
marineros hablan. Especialmente los franceses.
¿Có mo habían llegado a un tema tan oscuro y poco interesante?
Ella quería exponerle sus quejas, no discutir chismes de marineros,
pero todo pensamiento de chismes y quejas desapareció de su
cabeza cuando Drake puso sus piernas en su regazo.
Levantando el bajo del vestido por encima de los tobillos, expuso sus
pies.
— ¡Está s usando medias! — exclamó .
A veces este hombre decía cosas muy extrañ as.
—Naturalmente. ¿No has notado lo fría que es Inglaterra?
Su ligero roce hizo que mentalmente sus palabras le parecieran
mentira.
¿Inglaterra fría? Para nada.
—Estaba recordando la primera vez que te vi. Te abanicabas con la
falda y mostrabas unos tobillos increíblemente seductores. Y no
estaban cubiertos con nada má s, que el aire caliente del Caribe.
Su voz la envió escalofríos por la columna. ¿Tobillos seductores?
—No sabía que estabas ahí. Su voz, que hace só lo unos momentos
había sido sarcá stica, ahora sonaba entrecortada. Pierson tenía ese
efecto en ella.
Capítulo 14

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley


12 De octubre de 1803

Ashby y Ruth están preocupados, creen que paso demasiado tiempo en


el almacén, que no es bueno para mí o para mi pequeña hija, la
compañía de los marineros. Pienso que los marineros son gente
honesta, en su mayor parte, y aunque su vocabulario es colorido,
nunca me siento amenazada a su alrededor. Sin embargo, debo tener
más cuidado con Thea. Esta mañana me ha pedido una “maldita”
galleta. Ruth casi se desmayó, pero yo confieso que luché
desesperadamente por no echarme a reír.

Pierson comenzó a masajear uno de sus pies.


—Es uno de mis recuerdos favoritos. Parecías tan desinhibida y
feliz.
Felicidad era que un hombre tan increíblemente guapo como
Pierson le estuviera dando un masaje en los pies. Pensó relajá ndose
contra los cojines del sofá .
— ¡Que delicia! — Si fuera un gato, estaría ronroneando de placer.
Sin embargo, se sintió obligada a añ adir — Estoy segura de que tu
tía tendría palpitaciones si entra y te encuentra haciendo esto.
—Cerré la puerta. — dijo él con una sonrisa taimada.
Su mirada voló a la puerta de la biblioteca, cerrada firmemente
contra los intrusos.
—A lady Boyle le dará un ataque si se entera.
Pierson le dirigió una mirada evaluadora.
— ¿Qué te ha dicho mi tía, para que te preocupe tanto su opinió n?
—Mi tía y ella se pasan el día sermoneá ndome sobre el
comportamiento apropiado de una mujer prometida con el nieto de
un Duque.
— ¿Y mamá ?
—Ella es má s comedida, y só lo indicó que al igual que a ti te ha
aceptado la sociedad, también lo hará n conmigo. ¿Tienes alguna idea
de lo que temo decepcionar a tu madre? Me comporto siempre lo
mejor posible, y no me gusta mentirle.
—Realmente has tenido un día agotador, ¿no? — La compasió n de
su voz y la magia de su masaje consiguió calmar su susceptibilidad.
—No te imaginas lo horrible que fue— afirmó . —Estuve sin
moverme durante horas, para que me adaptaran má s trajes de
noche de los que usaré en toda mi vida. Y mucho menos en una
temporada tan corta.
— ¿No te agrada comprar ropa?
Ella entornó los ojos, concentrá ndose en el calor maravilloso de sus
grandes manos en los mú sculos tensos de sus pies.
—Es tan diferente de mi isla. Allí, si tía Ruth quería un vestido
nuevo, Melly y ella lo hacían. No teníamos que ir a las tiendas a
comprar telas. Los tejidos má s bonitos y finos de todo el mundo
pasaban por nuestro pequeñ o puerto. No te creerías lo bajo que la
modista quería dejar los escotes de los vestidos.
Inglaterra es demasiado fría para exponer tanto de mi cuerpo a los
elementos.
É l hizo un sonido evasivo mientras sus dedos continuaron con el
masaje.
— ¿No te parece absurdo que tenga que taparme con esos horribles
corsés, varias capas de enaguas, ademá s de la ropa interior, y sin
embargo tenga que exponer mis pechos a todo el mundo?
É l se rio entre dientes.
—No le veo la gracia...— Su voz se desvaneció cuando Pierson
comenzó a frotar el otro pie y su cuerpo se convirtió en gelatina. —
Oh, eso es la gloria.
—Estoy seguro de que le dijiste a la modista lo que opinabas la
moda actual.
—Todavía sonaba divertido.
—Lo hice, pero mi tía fue má s insistente en cuanto a los corsés. No
se mostró en absoluto impresionada con las conclusiones de los
médicos americanos.
— ¿Lady Upworth te convenció de que llevaras corsé? — No pareció
muy complacido por la perspectiva.
—No. Afortunadamente, lady Boyle se puso de mi lado y le dijo que
no podía esperarse que una dama criada en la selva adoptara cada
costumbre inglesa. No me crie exactamente en la selva, pero preferí
callarme. Discutir con tu tía es agotador.
Las manos de Pierson ascendieron de los tobillos a las rodillas…
¿Tenía alguna idea del efecto que tenía sobre ella?
Sintió un cosquilleo asombroso en las piernas, y el deseó impropio
de que sus manos ascendieran má s.
— ¿Mostrará n los vestidos una gran cantidad de tu pecho?
— ¿Qué? — ¿Có mo podía esperar que ella pensase cuando su cuerpo
estaba ardiendo?
Pierson repitió la pregunta con voz totalmente ausente de diversió n.
—No, me mantuve firme y no le permití bajarlos má s de lo que los
llevo ahora. No tengo ninguna intenció n de contraer fiebres, porque
el estilo inglés dicte que hay que llevar muy poca tela en los vestidos
de noche.
—Muy bien.
Ella no respondió . Estaba demasiado ocupada tratando de lidiar con
los sentimientos provocados por el movimiento de sus manos desde
los tobillos a las rodillas, que alternaba con caricias y golpecitos
suaves amasando sus mú sculos. Era una sensació n deliciosa y
relajante, pero también muy íntima.
¿Có mo había aguantado tanto tiempo sin su toque? Ella quería,
necesitaba, sentir sus manos sobre su piel desnuda otra vez. Sobre
toda ella.
Thea abrió los ojos y le encontró mirá ndola. Las llamas en sus ojos
se igualaban con la tormenta de fuego que ardía en su interior.
— ¿Está s por casualidad tratando de seducirme? — preguntó con
voz entrecortada.
Sus dedos avanzaron lentamente por encima de las rodillas,
enviando estremecimientos de placer desde los muslos hasta la
profundidad de su nú cleo.
— ¿Deseas que lo haga?
—Sí — dijo sin pensar. Al momento recobró la lucidez — ¡Digo, no!
Intentó apartar las piernas, pero él no le dejó . Con una de las manos
se las sujetaba, y con la otra continuó las caricias incendiarias.
—No podemos hacer esto, Pierson.
— ¿Por qué no? — preguntó . Deslizando los dedos sobre la piel que
ningú n otro hombre había tocado.
En ese momento, Thea era incapaz de recordar las razones para
parar. Las buscó frenéticamente, pero su mente estaba en blanco.
—Oh, sí. Porque podría quedarme embarazada.
Su mano se detuvo.
— ¿Eso sería malo?
—Sí.
— ¿Por qué?
Ardiendo por la excitació n, intentó recordar por qué quedarse
embarazada sería algo malo. La imagen de su vientre hinchado con
un hijo de Pierson era má s atractiva que cualquiera que pudiera
imaginar. Nuevamente con gran esfuerzo, fue capaz de recordar sus
objeciones.
—Porque insistirías en que nos casemos.
Se inclinó hacia ella hasta que sus labios casi se tocaron.
—Thea, eres una mujer muy inteligente.
—Gracias.
—Pero a veces tu obstinació n supera tu perspicacia.
Ella frunció el ceñ o. ¿Qué estaba tratando de decir?
—Insistiré en el matrimonio de todos modos — dijo Pierson.
Entonces sus labios se posaron en los de ella, calientes, exigentes.
Desistiendo de pensar en forma racional, Thea se entregó al beso
con entusiasmo.
Drake se excitó ante la apasionada reacció n de Thea. Ella se pegó a
él con el mismo dulce abandono que había mostrado en la nave.
¿Tenía alguna idea del efecto que su pasió n tenía en él? Sin romper
el beso, deslizó sus manos por debajo de sus faldas y agarró sus
caderas para ponerla a horcajadas en su regazo hasta que su centro
femenino presionó contra su erecció n.
Thea se meció contra él, y Pierson estuvo a punto de derramar su
semilla.
Ahuecó su trasero obligá ndola a detenerse. Ella gimió contra sus
labios, temblorosa. Utilizando los mismos movimientos
masajeadores que con sus pies, le acarició el trasero, haciendo que
sus dedos se dirigieran hacia el vértice entre sus muslos, hasta que
ella se presionó contra sus manos. Intentando moverse contra él.
—Espera, cariñ o. Todavía no está s preparada.
Con los ojos nublados por la pasió n, le miró con incredulidad.
—Llevo preparada desde hace días.
¿Así que había estado anhelando sus caricias?
—Quiero que me lo pidas. — Sonrió .
—Ya lo hice la primera vez. ¿No podemos saltarnos esa parte y hacer
el amor?
Pierson se rio de su expresió n seria. De repente se le ocurrió lo
difícil que de debió de ser para una mujer independiente y orgullosa
como Thea pedirle que le hiciera el amor, mendigar, como decía ella.
¿Debía pedírselo esta vez?
Su sonrisa apasionada se transformó en una de complacencia, pensó
que le gustaba la idea. Besó la rosa concha de la oreja y le
mordisqueó el ló bulo.
Ella jadeó , presionando sus pechos contra él con la respiració n
jadeante.
—Te gusta esto.
—Por favor, dejarme hacer amor contigo — le susurró en la oreja,
haciendo que su aliento acariciara terminaciones nerviosas
sensibles.
Thea se estremeció y comenzó a desabrocharle la camisa con dedos
impacientes.
—Si lo hacemos, pensará s que te he comprometido otra vez.
Thea no pareció preocupada por lo que sus palabras implicaban. Le
pasó la lengua desde el cuello a la clavícula.
—Por favor.
Le desabrochó la camisa y deslizó sus manos dentro, acariciá ndolo.
La sensació n de sus dedos pequeñ os jugando con su piel, lo excitó
má s.
—No estamos casados, señ or Drake. ¿Qué diría tu tía?
Al darse cuenta de que se estaba burlando de él, gruñ ó contra su
garganta.
Con los dientes, bajó el escote del vestido, exponiendo su seno firme
y redondo. Su respiració n se detuvo y la expulsó con un largo silbido
cuando tomó un pezó n en la boca. Se amamantó durante varios
segundos, trabajando con su lengua sobre el brote hasta que este se
endureció contra su boca.
Sus manos se cerraron contra su pecho
—Pierson.
Un sentimiento de posesió n y satisfacció n le invadió al escucharla
decir su nombre. Ella le pertenecía. Ahora y siempre. Era el ú nico
hombre al que le había permitido tocar su cuerpo con tanta
intimidad. Suavemente liberó el pezó n de su boca y cubrió su pecho
con una lluvia de besos hambrientos.
Sujetá ndola por las nalgas, la meció contra su rigidez.
— ¿Me sientes, Thea?
—Sí, es…
— ¿Puedes sentir lo duro que estoy?
En respuesta le dio un beso incendiario.
Apartó los labios de ella.
— ¿Me dará s el alivio que busco?
Ella le devolvió la mirada.
— ¿Solo es alivio lo que buscas? — había dudas en su mirada.
—Tú eres lo que busco. Te necesito, Thea. Nunca he sentido esta
desesperació n por tocar y ser tocado. Y estoy furioso contigo por
negarte a casarte conmigo.
Thea suspiró .
—Lo sé. Te sientes obligado a casarse conmigo porque te seduje en
el barco.
Estas enfadado porque no me inclino ante tus exigencias.
Pierson se rio sorprendido. Thea poseía el increíble poder de
divertirlo e irritarlo a partes iguales.
—Mis exigencias no tienen nada que ver con mi furia, cariñ o. Quiero
estar en tu cama todas las noches. A veces me paso las horas en vela
deseando abrazarte. Sin matrimonio, no tengo ese derecho.
Besó su mejilla, cerca de la oreja y susurró :
—Vamos a dejar esta discusió n para después, Thea.
La discusió n podría esperar hasta después. Pero su cuerpo no podía
seguir esperando. Evidentemente el de ella tampoco, porque deslizó
las manos entre ellos para abrir los botones de los pantalones. Sus
dedos le rozaron mientras trabajaba con ellos y él gimió , sonando
como un hombre atormentado.
Y así sería hasta que pudiera guarecerse en el refugio de su cuerpo.
—Deprisa, mi amor. No puedo esperar mucho má s tiempo.
—Yo tampoco.
Finalmente lo liberó . Le rodeó con los dedos y apretó . É l soltó un
grito salvaje y los dos casi se cayeron del pequeñ o sofá .
Thea le acarició moviendo la mano arriba y abajo con una sonrisa
pícara.
—Creo que está s a punto de suplicarme, ¿o no?
Pierson bajó la mano hasta el vértice de sus muslos, acariciando los
rizos hú medos.
Frotando el hinchado nudo que encontró dijo:
—Por favor.
Thea se arqueó en su mano y soltó un grito contra su hombro.
Continuó tocá ndola mientras ella se retorcía contra él, su
respiració n era lenta y desigual.
É l tomó su silencio por asentimiento e intentó reclinarla sobre el
sofá . Ella se resistió , empujando contra su pecho para mantenerlo en
su lugar.
¿Quería que la rogara un poco má s?
Pero su mirada no era de burla. Parecía que estaba tramando algo.
Contuvo el aliento. Si estaba buscando excusas para no hacer el
amor, estaba condenado.
Sosteniendo su virilidad en la mano, se deslizó hacia adelante hasta
que la punta presionó contra la abertura de su centro femenino. No
podía creer lo que estaba pasando. ¿Su inocente Thea planeaba
montarlo?
Por la mirada de concentració n en su rostro, descubrió que así era.
Ella sonrió .
—Es así, ¿no?
Asintió , incapaz de pronunciar una palabra.
Thea abrió los ojos cuando sintió estirarse su estrecho pasaje para
acomodar su dureza.
—Eres má s grande de lo que recuerdo.
Pierson se obligó a permanecer inmó vil.
— ¿Te duele?
Ella negó con la cabeza.
—No, se siente… — su voz se desvaneció al moverse contra él — Se
siente maravilloso.
—Sí, así es — El sudor le corría por las sienes.
Se meció contra él, aumentando el ritmo y la amplitud de los
movimientos hasta que el placer comenzó a construirse en la base
de su carne dura. La sujetó por la espalda, para que, con cada
embestida, su punto má s dulce se frotara contra su hueso pélvico.
Echando la cabeza para atrá s, Thea gimió y cerró los ojos.
—Oh.
A continuació n, bajó la cabeza contra su pecho y le mordisqueó el
pico hinchado. Sus dedos se enredaron en su pelo, intentando
desesperadamente no perder el control. Dio la bienvenida al
pequeñ o dolor, aunque no sabía cuá nto má s podría aguantar, pero
estaba decidido a que ella sintiera primero el placer.
—Pierson, oh, Pierson, oh, Pierson — Thea coreaba su nombre
cuando incrementó el ritmo frenéticamente.
—Esto es… — él levantó la vista de su pecho, se le cortó el aliento al
ver la expresió n de éxtasis en su rostro.
—Sí. Suéltame Thea. Quiero sentir como pierdes el control.
Ella lo hizo, todo su cuerpo se convulsionó . Sus mú sculos femeninos
contraídos alrededor de su miembro duro, hasta que sintió su
propia liberació n, tan inevitable como el amanecer. Empujó contra
ella, una vez, dos, una tercera vez. Estremeciéndose con cada
embestida, cuando se derramó en su interior, las lá grimas se le
agolparon en los ojos.
—Puedo sentir como tu calor me llena.
—Eres mía. — Empujó contra ella de nuevo y se sintió drenado por
su dulzura — ¿Lo entiendes? No solo estoy contigo. Soy parte de ti.
Thea se dejó caer contra él, apoyando la cabeza en su hombro.
—En este momento, no sé dó nde termina mi cuerpo y donde
empieza el tuyo. Es como si fuésemos uno solo.

Pierson sonrió . Thea no imaginaba lo reveladoras que habían sido


sus palabras. Ella podía no entenderlo, pero tenía que admitir que
no había vuelta atrá s para ellos. Estaban vinculados,
inevitablemente conectados por los maravillosos sentimientos que
afloraban cuando unían sus cuerpos.
La sostuvo durante varios minutos, la habitació n estaba silenciosa,
mientras su respiració n agitada volvía lentamente a la normalidad,
el tic tac del reloj de la chimenea marcaba el paso del tiempo. Dejó
que su mirada vagara por la biblioteca y sonrió . É l no habría descrito
esta habitació n en particular como seductora, pero nunca volvería a
ser capaz de entrar en ella sin pensar en este encuentro con Thea.
El reloj dio la hora y ella se revolvió contra él.
—Tu tía nos estará esperando en el saló n para tomar el té.
Pierson separó cuidadosamente sus cuerpos, abrazá ndola en su
regazo.
—Tienes razó n. Si queremos continuar con nuestra investigació n,
debemos darnos prisa.
— ¿Es por eso por lo que viniste?
Drake se encogió de hombros. No había necesidad de decirle cuá n
desesperado estaba por tocarla.
Ella sonrió .
—Te he entretenido.
—Sí. Pero ahora debemos centrarnos en la tarea.
Thea se levantó sacudiendo y colocando sus faldas.
— ¿Así que, no tenías ninguna intenció n de seducirme cuando
entraste en la habitació n?
No podía ver su cara mientras ella se inclinaba para recolocar su
ropa, por lo que no sabía si bromeaba o no.
É l eludió la pregunta.
—Tenemos que descubrir al ladró n de tu empresa.
—Oh, debe ser por eso que cerraste la puerta. No quieres que te
molesten o escuchen, cuando discutes de este tema tan sensible.
Sus manos se detuvieron en el proceso de remeter la camisa en los
pantalones.
— ¿Me está s tomando el pelo, Thea?
Ella levantó la cabeza y el destello de diversió n en sus ojos, le hizo
sonreír.
Caminó hacia ella, observando con satisfacció n como retrocedía.
—Sabes el riesgo que corres si me provocas.
Thea trató de rodearle, pero la atrapó .
—Si no estuvieran esperá ndonos para el té, te daría tu merecido.
Dejó de sonreír. Sus ojos azules brillaron.
—Debo ser una desvergonzada porque aun sabiendo que tu tía nos
espera, quiero que lo hagas.
—Admite que me perteneces, Thea — dijo acariciando su mejilla.
Odió la mirada de recelo que mostró su rostro. Reprimiendo una
retahíla de maldiciones, besó donde sus dedos acababan de tocar.
Ella suspiró y se entregó al beso, suavemente, luego se apartó .
—Tengo miedo.
Le afectó su admisió n. No podía ser fá cil para una mujer con su
orgullo admitir la debilidad y el miedo.
— ¿Qué es lo que temes, Thea? ¿Me tienes miedo?
No le gustó preguntar eso ultimo. La posibilidad de que ella dijera
que sí le desgarraba las entrañ as. Ella una vez le había dicho que
creía que era como su padre. ¿Todavía lo creía?
Se dio la vuelta y se dirigió hacia el escritorio. Deteniéndose, pasó
distraídamente las pá ginas del libro mayor. Quiso repetir la
pregunta, pero se obligó a esperar pacientemente su respuesta.
—Temo el matrimonio. Temo vivir en Inglaterra en medio de gente
tan preocupada por las apariencias, por la condició n social y el
glamur de los salones de la aristocracia, que posiblemente no sepan
apreciar a una persona.
Temo por la seguridad de mi tío, de que no pueda descubrir al
ladró n a tiempo.
Temo perder a mi tía ahora que la he encontrado — Su voz se
rompió . — ¿Por qué tardé tanto en venir, si ella me invitó tantas
veces? Porque tenía miedo.
Las ú ltimas palabras las dijo en un susurro roto. Pierson cruzó la
habitació n y puso una mano sobre su hombro.
Volvió su rostro hasta que sus ojos se encontraron.
Thea le sonrió tristemente y se encogió de hombros.
—Creo que má s que nada, tengo miedo de mí misma.
Su honestidad le humilló .
La atrajo hacia él y la abrazó con fuerza. No le preguntó qué quería
decir.
Entendía lo que era el miedo hacia uno mismo. Al crecer, se había
negado a mirarse en un espejo por miedo a ver el parecido con su
padre, que segú n la gente tenía. No quería ser la clase de hombre
que seducía y luego abandonaba a una dama.
Se había preguntado a menudo, ¿por qué su padre nunca había
cortejado a su madre? Había sabido desde el principio que la dote de
Lady Noreen estaba sujeta a acuerdos legales. El pensamiento de
que su padre era tan deshonesto que había perseguido a una mujer
inocente en aras de la conquista, estremecía hasta los huesos a
Drake.
Temía que ese defecto residiera en su propio corazó n. Hasta que
conoció a Thea. Cada instinto protector que poseía emergió
rugiendo cuando la conoció .
Aunque anheló su toque casi desde el primer momento, nunca pensó
hacerla su amante o tomar su virginidad y luego olvidarla. La quería
para siempre.
Haría cualquier cosa para protegerla, incluyendo presionarla para
que aceptara un matrimonio que decía no querer.
Pero no ahora.
Hacer el amor la había ablandado, derrumbando algunas de sus
defensas. Si la presionaba, convertiría esas defensas en un muro
impenetrable. Frotó su espalda hasta que sintió que se relajaba
contra él.
La meció en silencio durante varios minutos antes de liberarla y
apartarse.
—Hablemos de Transportes Merewether.
Abrió los ojos, como si no esperase que retomara la conversació n,
pero Pierson era demasiado estratega para perder el terreno ganado
con tanto esfuerzo.
La investigació n era un tema de conversació n mucho má s seguro.
— ¿Encontraste algo en los libros?
Thea frunció el ceñ o ante su pregunta.
—No he encontrado nada hasta ahora, excepto la evidencia de que el
ladró n no se ha detenido. — dijo cerrando el libro de contabilidad en
la mesa. —Tiene que haber una pista en algú n lugar en cuanto a
quién es responsable, pero no puedo encontrarla.
—Es bastante obvio quien es el culpable, Thea.
Ella arqueó las cejas.
— ¿Quién?
—Emerson Merewether.
Thea cerró el libro de cuentas y pasó los dedos por la cubierta de
cuero.
—No, no lo creo. É l es como tío Ashby. Debe haber otra explicació n.
Pierson negó con la cabeza.
—Tiene que ser alguien que tiene acceso a los libros y al almacén.
Thea,
¿quién má s podría ser?
— ¿Su ayudante? Ese tipo, Barton. Me parece sospechoso.
Sonrió con su descripció n.
— ¿Sospechoso?
—Sí—. Ella asintió . ¿No has visto su forma de vestir? Demasiado
elegante para un empleado de transportes. E insistió en quedarse a
escuchar nuestra conversació n.
Drake se acercó a la mesa y se sentó . Abrió el libro que Thea había
cerrado y miró las entradas ordenadas.
—Es má s que un empleado de transportes. Es asistente de Emerson.
Su preferencia por la ropa elegante no lo hace sospechoso, y no
insistió en quedarse. Se ofreció y se fue inmediatamente después de
que Emerson declinara la oferta.
— ¿No lo ves? Es inteligente. Sabía que no debía insistir, y no
podemos descartar la posibilidad de que podría haber otros
sospechosos. Si Emerson dirige su oficina como tío Ashby, muchas
veces al añ o los registros son accesibles a todo el que acuda a su
oficina.
—Dudo mucho que Emerson sea tan descuidado. La vida en Londres
no es como en la isla.
Ella frunció el ceñ o.
—Ya me he dado cuenta, pero sigo pensando que deberíamos
considerar la posibilidad.
—Y yo creo que está s permitiendo que tu afecto por Ashby
Merewether te impida ser imparcial con su sobrino.
—Que Emerson sea culpable no tiene sentido, Pierson.
É l se detuvo.
—Me has llamado Pierson.
—Es tu nombre, después de todo.
—Pero solo lo utilizas cuando insisto o cuando hacemos el amor.
Ella se encogió de hombros.
—Cuando estamos en situaciones íntimas, llamarte Drake me parece
demasiado formal.
É l había pensado así después de su primer beso.
—Tío Ashby no tiene hijos — dijo ella, volviendo al tema original, el
revelador tono rosa de sus mejillas mostraba lo que la afectaba
hablar de su intimidad.
— ¿Y?
—Emerson sabe que la mitad Transportes Merewether de su tío irá
finalmente a él. No tiene motivos para robarle a una empresa que
finalmente le pertenecerá .
—A menos que necesite fondos urgentemente.
Ella se mordió el labio inferior.
—Supongo que sí.
—Haré que mi hombre de confianza realice algunas averiguaciones
sobre el estado financiero de Emerson.
— ¿Qué pasa con Barton? — preguntó arrugando el ceñ o.
—Pediré que lo investiguen también.
Ella asintió .
—Bueno. Hay que tener cuidado con tipos tan modestos.
Drake sofocó una carcajada.
Aunque ella lo defendía. Emerson, sobrino de Merewether o no, él
era el candidato má s probable para los robos. Por no mencionar los
atentados contra la vida de Thea. Si Drake descubría que Emerson
era el responsable, el hombre jovial perdería su afabilidad...
permanentemente.

Thea se inclinó hacia su tía y le susurró :


— ¿No se da cuenta que está cantando una tragedia?
La joven debutante que entretenía a los invitados de sus padres en
la velada musical de pretemporada sonrió encantadoramente
mientras cantaba que su amante moría bajo las olas del mar
embravecido.
Lady Upworth susurró :
—Está mostrando su aspecto. Esperando que los caballeros olviden
que es incapaz de cantar.
Haciendo una mueca cuando la sonriente joven desafinó , Thea se
sorprendió de que la tía de Drake pudiera dormir erguida. Si alguien
la miraba, pensaría que había cerrado los ojos para concentrarse en
la mú sica. Thea lo sabía y envidiaba la indiferencia que mostraba la
mujer mayor ante el entretenimiento.
También envidiaba su habilidad de escapar del desagradable deber
familiar, porque Drake también había logrado evitar a la cantante
sin talento, desapareciendo casi tan pronto como llegaron. Eso
molestaba a Thea. É l fue el que insistió en anunciar su simulado
compromiso ante todo el mundo. Lo menos que podía hacer era
estar a su lado y lidiar con las miradas curiosas y las preguntas
planteadas correctamente, pero no siempre amables, de la sociedad.
Lady Noreen había tenido el buen sentido de saltarse el
entretenimiento completo.
La horrible canció n, finalmente terminó . Thea se puso en pie, pero la
detuvo la mano de su tía. Con horror se dio cuenta de que otra joven
había ido a ocupar su lugar para entretenerlos.
La chica se sentó junto a un arpa grande y comenzó a deslizar sus
dedos a través de las cuerdas. La esperanza se apoderó de Thea ante
el encantador sonido, hasta que se dio cuenta de que deslizar las
manos de arriba abajo de las cuerdas parecía ser todo lo que la joven
sabía hacer. Cuando la mú sica terminó , estaba segura de no querer
volver a escuchar el arpa nunca má s.
La arpista fue seguida por una pianista que tocaba pasablemente,
una flautista, y otra cantante que tembló de nervios en toda la
canció n. Cuando la respiració n acompasada de su tía le indicó que
también se había dormido, Thea empezó a sentirse intensamente
fastidiada. La velada después de todo había sido idea ella. ¿Por qué
molestarse en venir si tenía la intenció n de dormir durante todo el
programa?
Una mujer joven con cara de duende, ojos dorados y pelo rubio, que
se sentó al otro lado de lady Upworth, miró a Thea y le dedicó una
sonrisa de conmiseració n. Thea se la devolvió , sintiéndose
reconfortada de encontrar al menos una cara amistosa entre la alta
sociedad.
Ambas miraron al frente al mismo tiempo, y solo cuando apareció
otra debutante, reconoció el mensaje que su cerebro estaba tratando
de enviarle. Una imagen apareció en su mente. Recordó un boceto
que había estudiado muchas veces. La chica del boceto estaba
sonriendo y tenía dos hoyuelos encantadores, al igual que la joven
que estaba sentada al otro lado de la tía de Thea.
Thea miró de reojo a la joven, que volvió a sonreírle. Lo era. Estaba
segura de ello. ¿Por qué tenía su tía no le advirtió ?
Tal vez porque ella creyó que entonces te pasarías toda la noche
llorando, una pequeñ a voz en su cabeza la acusó .
Su corazó n comenzó a palpitar con rapidez; le sudaban las palmas
de las manos bajo los guantes, y sus ojos le escocían por las lá grimas
no derramadas.
La joven sentada tan recatadamente al lado de su tía era Lady Irisa
Selwyn, la hermanastra de Thea.
Capítulo 15

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley


24 de febrero de 1804

Lady Upworth me escribió contando que Estcot regresó a Londres.


Nunca le conté que fue él quien causó la separación entre Langley y
yo. Parece ser que abandonó la ciudad al mismo tiempo que yo. Ahora
ha regresado y bajo sospecha. Dejó embarazada a la hija de un
caballero de provincia. La joven no se quiso casar con él, llegó a
atentar contra su propia vida para no se forzada a ese matrimonio.
Cuando la historia se difundió, él quedó completamente desacreditado
a los ojos de la alta sociedad.
Finalmente, el canalla recibió su merecido.

Thea no consiguió concentrarse en la mú sica. Su mente hervía con la


emoció n de estar tan cerca de la hermana que ni siquiera sabía de su
existencia.
Finalmente, las representaciones terminaron. La anfitriona se
levantó , invitando a todos a aproximarse al bufé, en la otra sala.
— ¿Vamos? — Lady Upworth miró de Thea a la joven que estaba a
su lado.
— Me gustaría una copa de ponche.
Lady Boyle agarró el brazo de Thea.
— Vamos, querida.
Las damas escogieron una mesa y se acomodaron. Thea se ofreció
para buscar ponche y, después, volvió al bufé a por su plato. Se
volvió al oír una voz a sus espaldas.
— Estoy hambrienta ¿Y usted?
Sintiendo una mezcla de duda y alegría, Thea sonrió a Irisa.
— También.
Irisa le extendió la mano.
— Soy Irisa Selwyn. — E indicando una chica morena a su lado, le
dijo: —
Esta es mi amiga Cecily.
— Perdone la impetuosidad de Irisa — pidió Cecily. — Ella a veces
se olvida de quien es.
Irisa rio. El sonido llegó al corazó n de Thea. Nunca imaginó que, un
día, oiría la risa de su hermana.
— No crea a Cecily — dijo Irisa. — Ella esperaría hasta que nuestras
acompañ antes nos presentaran. Para mí, eso es una tontería.
Después de todo, usted está aquí con mi tía.
— Es un placer conocerlas. Mi nombre es Thea Sei... — No podía
revelar su verdadero nombre. Todavía no. Fingió toses y completó :
— Selby.
— Señ orita Selby, ¿Vino con lady Boyle y lady Upworth? — Cecily no
escondía su curiosidad.
— Sí.
— Ambas son muy respetadas en la alta sociedad — Observó Irisa.
Thea no sabía có mo debería responder al comentario.
— Ellas son adorables.
Continuaron conversando mientras se servían la comida. Thea supo
que Irisa se quedaría con la familia de Cecily hasta que sus padres
llegaran a Londres. La noticia no podría ser mejor.
— Tengo la certeza de que la veré nuevamente — dijo Irisa antes de
marcharse con Cecily.
— Así lo espero — Respondió Thea.
De repente, una sensació n de vacío envolvió a Thea. Siempre deseó
conocer a la hermana que nunca vio. Ahora la había encontrado, y
estaba impresionada con sus encantadores modales.
Pensativa, volvió a la mesa de la tía. Encontró a Pierson sentado,
divirtiendo a lady Upworth con la historia del herrero Jacob, que
vivía en una isla, pero que le tenía miedo al mar.
Al verla, se levantó y le acercó una silla.
Thea se sentó , aú n inmersa en sus pensamientos.
— ¿Va todo bien? — Le preguntó Pierson al verla tan seria.
— Sí.
Cuando terminó de comer, lady Upworth le preguntó :
— ¿Está s lista para irnos, querida?
— Si nos apresuramos, conseguiremos llegar a la fiesta de los
Bickmore —
Añ adió lady Boyle toda animada.
— ¿Fiesta de los Bickmore? — Repitió Thea. — Pensé que nos
iríamos a casa.
— ¡Nada de eso, querida! La noche apenas comenzó . ¡Tienes que
saber que, durante la temporada, muchas veces, volvemos a casa de
madrugada!
La noticia no agradó a Thea. Trasnochar hasta la madrugada...
¿Cuá ndo dormiría? Frecuentar la alta sociedad era una terrible
inconveniencia.
Pierson se levantó y también ayudó a las damas a hacerlo.
— Necesito discutir algunas cosas con Thea esta noche. Ella tendrá
que olvidarse de la fiesta de los Bickmore.
Lady Boyle entrecerró los ojos.
— Espero que esa conversació n no sea con las puertas cerradas,
como sucedió esta tarde. — Ella miró a lady Upworth. — Los jó venes
no tienen ni idea de có mo pueden interpretar otras personas sus
actos. Imagine el desastre si algú n criado hubiese intentado abrir la
puerta antes que yo.
Thea casi gritó . Lady Upworth no necesitaba saber eso. La
reprimenda que lady Boyle les dio a ambos, no llegaba ni de cerca a
las que había recibido de su madre durante su infancia.
Felizmente, lady Upworth no exigió explicaciones. Simplemente
elevó las cejas y dijo:
— Estoy segura de que sus actos coinciden con la personalidad de
ellos. Y
hablando de eso, señ or Drake, durante su conversació n con mi
sobrina, sugiero que discuta la fecha de la boda.
— Ese es uno de los primeros temas de la agenda, lady Upworth —
dijo él con una sonrisa encantadora en los labios.
Las dos damas siguieron para la fiesta de los Bickmore en el carruaje
de lady Upworth. Pierson y Thea volvieron a casa en el carruaje de la
tía de él.
Así que se acomodaron en el vehículo, Thea lo fulminó con una
mirada furiosa.
— ¿Por qué prometiste fijar la fecha de una boda que nunca se
realizará ?
— Marcaremos una fecha, y estoy decidido a mantenerla.
— ¡Eres un cabezota!
La risa de él llenó la cabina del carruaje.
— Entonces nosotros nos merecemos. Nunca conocí a una mujer tan
terca.
— Para un hombre que es supuestamente mi novio, no representa
bien su papel señ or.
— ¿Y por qué?
— Prá cticamente me abandonaste en el momento en que llegamos a
la fiesta.
Apuesto que nadie se creería que somos novios ya que no nos vieron
juntos.
— Los novios, e incluso los matrimonios, pueden frecuentar el
mismo evento, pero nadie espera que estén juntos todo el tiempo.
— ¡Me está s volviendo loca!
— No es verdad.
— ¡Eso es ridículo! ¿Como una persona puede querer casarse con
otra si no se quedan juntas? ¡Una no está loca, es que después de la
boda, la proximidad las enloquece!
El rio de nuevo.
— Un casamiento de sociedad no exige proximidad. Muchos
matrimonios viven en casas separadas.
¿No vivir en la misma casa con Pierson? La idea la asustó . Luego
trató de apartar el pensamiento. ¡Si ni siquiera pretendía casarse
con él!
— Que extrañ o — dijo distraídamente
Pierson se encogió de hombros.
— No es tan extrañ o.
— ¿Es eso lo que esperas de un matrimonio? Me parece una
existencia solitaria.
El la abrazó por los hombros.
— No deseo pasar el tiempo só lo, principalmente las noches.
La conversació n se estaba volviendo peligrosa.
— Pero me dejaste sola esta noche. ¿Por qué?
— Quería saber má s sobre Emerson y Barton. — ¿Y qué
descubriste?
— Parece que Emerson tiene un gusto refinado con sus amantes, y
Barton compra sus ropas en las tiendas má s caras de Londres.
— ¡Ya desconfiaba yo de ese Barton! Pero las informaciones sobre
Emerson deben ser antiguas. É l se casó recientemente.
— Sí, lo sé. Con la hija de un hombre muy rico.
— Entonces, realmente su gusto por amantes, refinadas o no, dejó
de ser un problema.
— Thea, no seas ingenua. Muchos hombres tienen amantes, incluso
después de casados.
El tono condescendiente de él la enfureció .
— Se yo llegara a casarme, no aceptaré que mi marido tenga una
amante.
Pierson la agarró suavemente por la barbilla y la besó en los labios.
— Seré fiel. Eres la ú nica mujer que deseo.
A pesar de sentirse querida con las palabras de él, Thea se contuvo
para no recordarle que todavía no había aceptado el casamiento.
Prefirió volver al asunto de Merewether.
— ¿Por qué crees que Emerson es del tipo que tiene amantes,
incluso casado?
— Porque él ya tiene una.
— ¿Está s seguro?
— Parece que Emerson mantiene una relació n con una viuda de la
alta sociedad. Una mujer que adora las joyas caras.
Desgraciadamente, el hombre que podría darme má s informació n
estaba demasiado envuelto en el juego de cartas y habló poco.
Apenas dijo que oyó comentarios de que la viuda se ve con un
comerciante del ramo de transporte de mercancías.
— ¿Será Emerson?
Pierson la besó en el canto de los labios.
— Vamos a descubrirlo, querida. — El continuó besá ndola en el
cuello y, deslizando la mano sobre la capa, le tocó el pecho.
— Pierson, por favor, para. No podemos tener intimidad dentro del
carruaje de tu tía.
— ¿Por qué no? ¿No la tuvimos en la biblioteca?
Ella respiró profundamente al sentir la mano de él en sus piernas.
— Para, por favor. Ya casi estamos llegando, y no me gustaría que el
caballerizo abriese la puerta del carruaje y nos sorprendiese.
— Pensé que no te importaban los comentarios.
— Quiero ser libre para discutir mis ideas y no ser señ alada por algo
que no soy.
— Tienes razó n, pero no estoy obligado a aceptar.
Luchando contra el ímpetu de sucumbir al momento de pasió n, Thea
se apartó y sentó en el banco opuesto.
— ¿Có mo vamos a continuar nuestras investigaciones?
— Tengo un informante en el depó sito de la compañ ía— explicó él.
— La mejor alternativa es pillar al ladró n infraganti.
— Perfecto. Pero si el ladró n no es uno de nuestros sospechosos, nos
sorprenderemos.
Quedaron en silencio unos momentos. Los pensamientos de Thea
volvieron inmediatamente a su encuentro con Irisa. La voz de
Pierson la sorprendió :
— ¿Ya pensaste que vas a hacer en relació n con tu padre?
Thea irguió los hombros.
— Ignorarlo.
— Será difícil si planeas disfrutar de la compañ ía de lady Upworth.
Segú n mi tía, ella es una persona muy sociable.
— Eso es un problema, pero no es insuperable. Mi tía entenderá si
no la voy a visitar cuando él esté presente.
— ¿Y las fiestas, recitales, teatros? Sin duda, tu padre comparecerá a
casi todos los eventos. ¿Có mo vas a evitar encontrarlo?
— Del mismo modo que tú evitas encontrarte con tu padre.
— Ambos evitamos mutuamente posibles encuentros.
Thea suspiró . Lo había lastimado.
— Disculpa, Pierson. No pretendía tocar un asunto tan delicado,
pero como ves, considero que las discusiones sobre ese extrañ o que,
por casualidad es mi padre, son muy irritantes. Ademá s, él no sabe
que existo.
— Lo que veo, Thea, es que tu terquedad no tiene límites.
— No quiero acercarme al hombre que separó a mi familia. Le hizo
demasiado dañ o a mi madre. Debo serle leal a ella.
— Entonces, todo se resume en eso. Tu madre. Piensas que, al
conocer a tu padre, está s traicionando la memoria de tu madre. Bien,
ella murió , pero otros está n vivos. Lady Upworth quiere paz en la
familia. Ella quiere que ocupes tu lugar en la sociedad. Ella os ayudó
a ti y a tu madre. ¿No le debes también lealtad a ella? ¿Y tú hermano?
El merece conocerte.
Pierson no sabía sobre Irisa, pero sus argumentos también se
aplicaban a la joven.
— Soy leal a mí tía. — Thea sintió los ojos hú medos, y su voz tembló .
Intentando calmarse, respiró profundamente. — Ya te expliqué que
pretendo conocer a mi hermano.
Y a su hermana también. Algú n día.
De repente, Pierson estaba sentado al lado de ella, acariciá ndole las
manos.
— Lo siento mucho, querida. Te presioné demasiado.
— ¿Por qué lo hiciste?
Después de un largo silencio, él dijo:
— Yo pensaba que era porque quería que te quedases en Inglaterra
para siempre, quería que establecieses lazos afectivos aquí para que
no deseases volver a la isla.
— ¿Y no es esa la razó n?
— En parte, sí.
— ¿Y la otra parte? — insistió ella.
— Odio no conocer a mi padre — la voz de él sonó llena de
amargura.
— Y...
— Hace mucho tiempo, mi siquiera se cuá nto, decidí que no valía la
pena conocer a un hombre como él, pero, aun así, en el fondo, el
deseo de ser reconocido nunca me abandonó completamente.
Tal vez Pierson consideraba una flaqueza necesitar de la aprobació n
de un hombre que nunca lo reconoció . Thea lo entendía
perfectamente, pues ella también se sentía así.
— ¿Está s intentando acercarme a mi padre porque era lo que tú
querías, pero que nunca pudiste hacer?
— Tal vez.
Thea acarició su mano. Sabía cuá nto le había costado admitirlo.
— ¿Hablaste de ello con tu madre o abuelo?
— Nunca admití mi flaqueza a nadie.
— No es flaqueza querer conocer a tu familia, Pierson.
— Mis hermanos y hermanas ni siquiera saben que existo.
— Por eso insistes tanto para que yo conozca a mi hermano. Lady
Upworth dijo que él está en Londres.
— É l se merece conocerte.
Así como Pierson merecía conocer a sus hermanos.
— No necesitas el reconocimiento de tu padre, Pierson. Eres un
hombre honrado y valeroso sin él. Un hombre que podría servir de
ejemplo para todos.
— Si eso es lo que piensas de mí, entonces no tienes por qué tener
miedo de casarte conmigo.
— No me amas, Pierson.
Cogiéndola por los hombros, Pierson la obligó a encararlo.
— Tú no crees en el amor. Crees que el amor debilita a las mujeres.
Ashby Merewether me lo dijo.
No pudiendo negar esas palabras, Thea desvió la mirada.
— ¿Qué sucederá cuando ya no me desees?
— Nunca dejaré de desearte, Thea.
La frase sonó solemne, como un juramento.
A la mañ ana siguiente, sentada en la biblioteca, Thea miró
furtivamente a Pierson que, concentrado en el escritorio de la
biblioteca, verificaba un libro de la Merewether Shipping.
¿Qué diría si supiese de las ná useas que sintió al levantarse?
En aquel momento ella estaba bien. Sería menos alarmante si las
ná useas hubiesen persistido.
Ná useas matinales.
Thea suspiró . No era una mujer experimentada, pero con su poca
experiencia, sabía cuá l era la posible causa de las ná useas que tuvo
por la mañ ana temprano.
Estaba embarazada de un hijo de Pierson Drake.
Capítulo 16

Diario de Anna Selwyn, condesa de Langley


1 de marzo de 1804

Ahora Langley debe darse cuenta de que la palabra de honor de Estcot


es tan fiable como el temperamento de Prinny. Si esto hubiese pasado
hace cinco años, yo habría tomado el primer barco para Inglaterra,
segura de que al final podría convencer a Langley de mi inocencia.
Pero durante todo este tiempo, él no mencionó mi nombre ni una sola
vez a lady Upworth. Sin embargo, en todo este tiempo, él nunca me ha
mencionado. Ella intenta desesperadamente que acepte que vea a
Jared, pero no sirve de nada. Sueño con mi hijo, pero construí una vida
para mí y para Thea aquí. No tengo esperanza de volver a ver a Jared
antes de que sea mayor de edad.
La posibilidad de estar esperando un hijo de Pierson, despertaba
una sensació n de jú bilo y miedo. Thea temía arriesgar su libertad y,
tal vez su felicidad, casá ndose con Pierson.
La verdad, es que ella debería haber tomado la decisió n de casarse,
en el momento que aceptó el cuerpo de él en el suyo. No porque él
hubiese decretado arrogantemente que ella debería casarse, pero sí
porque su vida nunca má s sería la misma después de haber hecho el
amor con Pierson.
Era inevitable. Por má s que ella hubiese intentado protegerse, sus
sentimientos por él habían crecido incontrolablemente.
Temía amarlo, y la culpa era toda de él.
Aparte de la belleza física y de los encantos naturales, Pierson era un
hombre honrado e inteligente. Hasta su arrogancia la había
conquistado. Era servicial y siempre estaba ahí para protegerla, en
cualquier circunstancia.
Aparte de eso, se preocupaba por acercarla a su familia, porque
quería que ella lo tuviese todo. Un lugar en la sociedad, un padre, un
hermano. Y si el supiese toda la crueldad que su padre cometió ,
entendería los motivos por los cuales ella se negaba a conocerlo.
— ¿Qué pasa? — la voz de Pierson la asustó . — ¿Por qué me miras
de esa manera?
Ella quiso ganar tiempo antes de responder.
— ¿Te incomodas cuando te miro?
— Me incomoda cuando ves a través de mí. — El empujó el libro. —
Encontraremos al ladró n. No necesitas preocuparte tanto con eso. El
hombre que mandé para proteger a Merewether es competente y de
mi entera confianza. É l se encargará de que nada le pase a tu tío.
Ya estaba Pierson pensando en protegerla de nuevo. Había enviado
a un agente para proteger a su tío nada má s desembarcar en
Londres, a pesar de que Thea le insistió que no hacía falta, que
confiaba plenamente en Philippe.
— No estoy preocupada por tío Ashby— Por lo menos, no era su
mayor preocupació n en aquel momento.
— Entonces, ¿por qué está s tan pensativa? ¿Es por haberte
presionado para aproximarte a tu padre?
Thea balanceó la cabeza en un gesto negativo.
— Nunca fui bueno con los jeroglíficos, mucho menos con las
adivinanzas.
É l se reclinó en la silla.
— ¿Qué te preocupa entonces?
— Creo que estoy embarazada. — Nada de rodeos para minimizar el
impacto de la noticia.
Pierson saltó de la silla y, en una fracció n de segundo, estaba con las
manos en los hombros de ella.
— ¿Có mo lo puedes saber? ¿Te faltó la regla este mes?
— Todavía es pronto para saber, pero hoy tuve ná useas, como los
primeros días a bordo.
É l soltó las manos a lo largo del cuerpo.
— ¿Y qué pretendes hacer?
Inclinando la cabeza le escrutó el rostro. Pierson no reaccionó como
un hombre que acaba de saber que iba a ser padre. Se mostraba
cauteloso, desconfiado.
— ¿Có mo?
— ¿Vas a casarte conmigo o volver a la isla y fingir ser viuda como tu
madre?
Si Thea aú n tuviese alguna duda, la actitud de él acabó con su temor.
É l le estaba dando la oportunidad de escoger para que no se sintiera
obligada a nada. Cada vez le gustaba má s.
— Pensé en casarme contigo.
— ¿Por qué?
La pregunta la sorprendió .
— Bien, dejaste bien claro que jamá s permitirías que un hijo tuyo
creciese en la condició n de ilegítimo. Creí que serías feliz con mi
decisió n.
— Estoy feliz.
— No lo parece. — De repente, ella rompió a llorar.
El la abrazó .
— No te pongas así, querida. Estoy muy feliz porque quieras casarte
conmigo, aunque no entienda completamente el motivo.
— Yo diría que es obvio. Estoy esperando un hijo tuyo. Es el
procedimiento normal y esperado.
La risa de él hizo eco en la biblioteca.
— Es tan raro que estés de acuerdo con los procedimientos
normales y esperados que, confieso que estoy muy sorprendido.
Thea soltó un suspiro exasperado. Esperaba una reacció n muy
diferente.
Intentó apartarse.
— Suéltame.
En vez de hacerle caso, Pierson la tomo en brazos y la llevó al sofá
que estaba cerca de la ventana. Se sentó y la colocó en el regazo,
pero ella intentó apartarse.
— Relá jate, Thea. Esta lucha podría perjudicar al bebé.
— Nuestro bebé no es tan frá gil.
— Entonces, para de moverte. Si no, vamos a acabar haciendo el
amor y, esta vez no cerraré la puerta.
Ella lo miró y paró de luchar. El pene presioná ndole la pierna era la
prueba de que él no estaba mintiendo.
— Se no quieres casarte conmigo, puedo arreglarme sola. Soy
financieramente independiente y estoy capacitada para criar un hijo,
como mi madre.
Pierson la agarró firmemente por la barbilla y los ojos de ambos se
encontraron.
— No digas bobadas, Thea. Nosotros vamos a casarnos, sí. Mi hijo
nacerá con mi apellido.
— Yo pensaba que sería diferente. No me parece que estés muy
entusiasmado.
El frunció el ceñ o y en su mirada apareció una expresió n de cautela.
— Tal vez, yo esperaba que aceptaras casarte conmigo por mí, y no
como una penitencia por haber hecho el amor conmigo.
— Yo no dije que era una penitencia, Pierson.
— No precisas decirlo.
Thea no se lo podía creer. El poderoso Pierson Drake se sentía
inseguro.
Estaba claro en los ojos de él. ¿Có mo convencerlo de lo contrario sin
revelar sus sentimientos má s íntimos?
Sentimientos en los que ni ella misma confiaba.
— No me voy a casar porque estoy embarazada.
— ¿Habías decidido aceptar mi pedido antes de las ná useas
matinales?
— No.
— Entonces es por el niñ o.
— ¿Y no es por ese motivo por el que te quieres casar conmigo? —
Le rebatió ella.
— Te pedí matrimonio justo antes de hacer el amor ¿Te acuerdas?
Era verdad. Estaba segura de que Pierson tenía afecto por ella.
¡Ciertamente, él no le pediría casamiento a todas las mujeres que
llevaba a la cama!
Acariciá ndole el rostro, admitió :
— Es verdad que las ná useas matinales precipitaron mi decisió n,
pero yo habría aceptado la boda antes o después.
— ¿Y la promesa a tu madre?
— Melly tiene razó n en una cosa. Mamá quería que yo fuese feliz. —
Ella lo besó levemente en la barbilla. — Y seré feliz casá ndome
contigo.
Ella hablaba con el corazó n. Quería a Pierson en su vida. La
perspectiva de volver a la isla sin él, pasar el resto de su vida sola,
era terrible. Ella podía ser independiente, pero no era insensible.
— Mi felicidad depende de la tuya, Thea. Haré todo lo que esté a mi
alcance para que no te arrepientas de esa decisió n.
Thea sonrió . Se había pasado la vida entera convencida de que el
matrimonio era peor que la muerte. Pero tenía la sensació n de que
había tomado la decisió n correcta y que su vida no sería solitaria y
amargada como la de su madre.
Lloró de felicidad al oír las palabras de él.
Dos días después, en la puerta de sus aposentos, Thea se sintió al
borde de la histeria y el pá nico.
— ¿Está s loco, Pierson Drake? ¡No podemos casarnos dentro de dos
horas!
Las amonestaciones no está n tan pronto. No tengo vestido. No hay
nada planeado. Es imposible.
Pierson la contempló con su encantadora sonrisa y exhibió una hoja
de papel.
— Mira, una licencia especial. Aquí dice que nos podemos casar hoy.
Y no digas que, entre la cantidad innumerable de vestidos que
compraste, no hay uno apropiado para una pequeñ a boda.
— Pequeñ a boda para cualquier otra persona, pero no para mí.
— ¡Está s mintiendo, Thea! ¿No fuiste tú la que dijiste que no le das la
mínima importancia a la ropa?
— Sí, lo dije. ¡Pero no me estaba refiriendo a mi vestido de novia!
— Estará s preciosa con cualquier vestido que escojas.
Thea apretó los dientes en un esfuerzo para no gritar.
— ¡No lo puedo creer! — Refunfuñ o ella.
— Lady Upworth va a ofrecer una reunió n íntima en su casa después
de la boda.
— ¿Qué? ¿Conversaste con mi tía sobre nuestra boda antes de
hablar conmigo?
— No es necesario que grites, querida. Claro que lo hice, a fin de
cuentas, ella necesitaba tiempo para organizar el almuerzo. Bien,
trata de prepararte. — El comprobó la hora en su reloj de bolsillo. —
Tienes una hora y cuarenta y cinco minutos para estar lista.
— ¡Deberías haberme comunicado la fecha con antelació n! ¡Una
mujer necesita má s de una hora para prepararse para su propio
casamiento!
El levantó las cejas demostrando irritació n.
— Thea, pasaste toda tu vida pensando que jamá s te casarías.
Nuestro hijo estará corriendo por los jardines antes de que estés
preparada.
— Estoy hablando de los preparativos para la boda, no de mi
preparació n mental. ¿Crees que voy a cambiar de idea? Ya di mi
palabra de que me casaría contigo. ¿Tienes alguna duda?
— Confío en tu palabra. Y pensé que te gustaría la sorpresa. Quise
apartarte de las ansiedades y preocupaciones de los preparativos.
Thea suspiró . Ademá s de haber dado su palabra, ella quería casarse
con aquel hombre arrogante y autoritario.
— Estaré lista dentro de dos horas. Ni un minuto menos.
La sonrisa de él hizo que el sacrificio valiese la pena.
Casada.
La palabra resonó en la mente de Thea con la fuerza de un trueno.
Estaba casada.
Miró el anillo de rubí que Pierson le ofreció durante la ceremonia, la
piedra grande y oval pesando en su dedo. Nunca pensó en casarse,
nunca soñ ó con el día de su casamiento. Y si lo hubiese soñ ado,
nunca habría imaginado como sería aquel día.
A partir del momento en que Pierson llamó a la puerta de su cuarto
anunciando los planes de boda, ella había parado ni siquiera un
minuto. Y
todavía continuaba en plena actividad.
Lady Upworth había invitado a todos los miembros de la alta
sociedad que estaban en Londres para la “reunió n íntima” que
planeó . Por lo menos, esa fue la impresió n de Thea.
Había dado la mano a tantos invitados que sus dedos estaban
adormecidos.
Finalmente, su tía permitió que ella y Pierson dejasen la linda
recepció n, pero no juntos. Después de presentar a Thea a algunas
personas a las que aú n no conocía, lady Upworth la liberó para que
comiera alguna cosa. Delante del aparador consideraba la increíble
diversidad de platos cuando una voz interrumpió sus pensamientos.
— ¡Hola!
Thea se volvió y se encontró con Irisa Selwyn. ¡Su hermana apareció
en la recepció n de su boda!
— Hola. No sabía que estabas aquí.
— Tía Harriet fue muy insistente. Le gustas mucho.
— A mí también me gusta. — Thea miró alrededor. — No sé có mo
lady Upworth consiguió reunir tantas personas en tan poco tiempo.
— Oh, todos vienen a los convites de ella. Sus bufes son legendarios
— ella indicó la mesa llena con una mirada significativa. — Ademá s
de eso, ella es uno de los pilares de la sociedad. Todas las figuras
importantes y, principalmente, aquellas que quieren ser
importantes, ansían ser invitadas a sus recepciones. —
En un tono confidencial añ adió : — Cecily y su madre está n
exultantes por estar aquí hoy. Ellas nunca habían sido invitadas por
mi tía, pero ahora Cecily y yo somos amigas.
En un impulso, tocó la mano de Irisa y la acarició .
— Estoy encantada de que vinieses. Encuentro a la multitud
sofocante y un rostro amigo siempre ayuda.
Irisa sonrió con complicidad.
— Gracias.
— Aquí está s, Irisa. Mi madre te busca por todas partes. La voz de
Cecily hizo que Thea e Irisa se volviesen al mismo tiempo.
— Hola. Cess. Estoy conversando con Thea.
Cecily levantó las cejas.
— Lo sé. Mi madre te llama.
— Estoy preparando mi plato. Estoy famélica.
— Francamente, Irisa, tienes un apetito exagerado para una dama.
Percibiendo la mirada confusa de su hermana, Thea intervino:
— Ciertamente a su madre no le importará si Irisa me hace
compañ ía.
Detesto comer sola.
La sonrisa simpá tica de Cecily desapareció inmediatamente.
— Es muy amable de su parte, pero creo que Irisa no querrá enfadar
a mi madre. Ella es responsable de Irisa hasta que sus padres
lleguen a Londres.
Cecily se mostró má s amigable la noche de la presentació n musical.
¿Por qué ese cambio, hasta el punto de tratar a Thea con frialdad?
— Claro. — Thea miró para Irisa. — Nosotros nos veremos en breve.
— Es poco probable — Cecily respondió .
— ¿Por qué? ¿Planean salir de Londres? — Thea percibió la mirada
perpleja en el rostro de Irisa. — Pensé que se quedarían para la
temporada.
De nuevo, Cecily se anticipó a la amiga:
—Ciertamente no frecuentamos los mismos eventos que su marido,
por tanto, será difícil que nos encontremos de nuevo.
El tono condescendiente y el significado implícito de las palabras de
Cecily irritaron a Thea profundamente. ¿Como aquella niñ ata se
atrevía a insinuar que era demasiado importante como para
participar en las mismas recepciones que Pierson?
— Pero hoy está aquí y mi marido también. ¿Có mo explica eso?
Cecily hizo un gesto evasivo con la mano.
— Lady Upworth tiene mucho prestigio en la alta sociedad. Todos
saben eso.
No hay ningú n problema en comparecer a las recepciones ofrecidas
por ella.
Por la mirada de ella, percibía que no entendía como una dama de la
posició n social de lady Upworth se había rebajado hasta el punto de
ofrecer una recepció n de boda para Pierson y su esposa.
Thea se contuvo para no abofetear a aquella criatura tan pedante.
— ¿Está insinuando que hay algú n problema ligado a mi marido?
Irisa no le dio tiempo a que Cecily respondiera:
— Claro que no. Cecily está siendo inconveniente. — Ella lanzó a su
amiga una mirada de censura.
— ¿Inconveniente por qué? No es ningú n secreto que los padres de
su marido no está n casados. Y ese hecho difícilmente nos coloca en
un grado de igualdad.
La sangre de Thea hirvió . Se aproximó a Cecily hasta que sus rostros
casi se tocaron.
— Mi marido es nieto de un duque, un caballero que dejó bien claro
desde el nacimiento de él que jamá s toleraría cualquier gesto o
palabra de intolerancia contra lady Noreen o Pierson. Imagino que a
usted no le importa insultar a un duque, pero le aseguro que su
madre no tendría la misma audacia.
Cecily palideció .
— Yo no me di cuenta... esto es... apenas pensé que, como el duque
no ofreció la recepció n y como tampoco compareció al casamiento,
el...
— ¿El qué?
— Pensé... Esto es...
Suspirando, Irisa intentó explicar la descortesía de su amiga:
— Ella y su madre pensaron que la familia del señ or Drake no lo
aprobaba, ya que no vino a Londres y el señ or Drake no la llevó a las
propiedades de la familia en el interior para realizar el casamiento.
— Irisa se encogió de hombros.
— Sé eso porque las oí conversando hoy temprano. Intente
explicarles que nada de eso importa, pero Cecily y su madre dan
mucho valor a las apariencias y convenciones sociales. Mi madre
también.
Thea se apartó de Cecily. Y sonrió para Irisa.
— Tiene razó n. Eso no tiene la mayor importancia. Mi marido es un
hombre honrado e íntegro. Es má s, la familia no só lo lo reconoce,
también lo protege. El hecho de que estemos hospedados en la casa
de la tía de él, lady Boyle, es una prueba má s de que los lazos
familiares son profundos. Ademá s de lady Boyle, la madre de
Pierson, lady Noreen, también está presente en la recepció n de
nuestra boda.
Cecily sonrió , de nuevo la sonrisa simpá tica que, ahora, Thea sabía
que era falsa.
— Espero que perdone mi confusió n. No me gustaría que mi falta
perjudicase su amistad con Irisa o conmigo.
La chica no quería ser rechazada por la familia de Pierson, pero Thea
no se preocupó en discutir.
— No se preocupe. Irisa siempre será bienvenida.
Cecily palideció nuevamente al oír a Thea enfatizar el nombre de
Irisa, pero no comentó nada.
— Pienso que será mejor que vea lo que su madre quiere. — Irisa
miró con pena para el bufé.
— A mamá no le importará si te sientas a la mesa con la señ ora
Drake.
Irisa frunció el ceñ o ante las palabras de Cecily. Thea sonrió .
— No, Cecily. No quiero que su madre se moleste. — E inclinando la
cabeza a su hermana, añ adió : — Espero verla nuevamente en breve.
Irisa le agradeció con una sonrisa antes de marcharse con Cecily.
Capítulo 17

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley


15 de enero de 1805

Thea es tan inteligente. Estoy decidida a que estudie todo aquello en lo


que ella muestre interés. Mi hija va a aprender algo más que a bordar
y tocar el piano. Claro que aprenderá esas cosas también, pero es lo
suficientemente inteligente como para aprender lo que quiera. Su
padre se burlaba de mi afición por la lectura, ya que lo consideraba
poco femenino. Langley pensaba que las mujeres no tenían cerebro
para aprender latín o matemáticas. Pero Thea puede aprender lo que
quiera.

Drake ocupó en silencio su lugar junto a Thea. Recordaba la


conversació n que acababa de escuchar, mientras se servía en un
plato alguna de las delicias que su tía había ordenado al cocinero
que se preparara para las celebraciones de esa mañ ana.
Desde muy joven había aprendido a ignorar las cejas levantas y las
miradas de rechazo dirigidas a su madre. Nunca se había
acostumbrado a los desaires que su madre había sufrido. ¿Có mo
podría exponer a Thea a ese sutil ostracismo por el resto de su vida?
Ella se merecía algo mejor, sin embargo, prá cticamente la había
obligado a casarse con él. A aceptar una vida de gestos y miradas de
desprecio.
Thea se apartó de la mesa del buffet y casi tropezó con él. Le dirigió
una encantadora sonrisa. ¿Có mo podía mirarle de esa manera
después de lo que había tenido que aguantar en solo un día de
casados?
—Hola Pierson, estaba empezando a pensar que había una regla no
escrita en la alta sociedad por la que el novio no podía hablar con la
novia en el banquete de bodas.
El miró el plato de comida en sus manos frunciendo el ceñ o.
—Se supone que soy yo quien debería servirte eso.
—Oh, supongo que es otra regla. Me parece que no se me va a dar
muy bien seguirla, me gusta comer cuando tengo hambre, no cuando
tú te acuerdes de mí.
—Lo siento, debí haber venido antes.
Su sonrisa se desvaneció .
— ¿Cuá l es el problema?
Tendría que haber ocultado su preocupació n. ¿Después de todo no
llevaba treinta añ os sin revelar a su madre lo que lamentaba que su
nacimiento destrozara su vida? El matrimonio, la aceptació n de la
aristocracia y todas las cosas que una mujer anhelaba. Todas las
mujeres menos su esposa. Thea nunca había querido casarse, ni
estaba especialmente preocupada por su posició n entre la alta
sociedad. Había cambiado de opinió n sobre el matrimonio, ¿Pero
cambiaria también de opinió n sobre la necesidad de ser aceptada
por la aristocracia?
Thea dejó el plato en la mesa má s pró xima y cogiéndole del brazo lo
condujo fuera de la sala atestada de gente.
—Vamos a hablar a un lugar má s tranquilo.
Se dirigieron a la sala particular de lady Upworth. Thea pasó los
dedos por la superficie pulida del escritorio.
—Ella me envió los diseñ os.
— ¿De qué? — preguntó Pierson sin comprender.
—Del escritorio. Y de todos los muebles. — Hizo un gesto con la
mano. —
Quería que le diera mi opinió n. Me envió bocetos de muchas cosas.
Londres, su país de origen. Su casa de campo, la de mi padre. Damas
y caballeros vestidos de etiqueta. Tantas cosas… Sentía que conocía
Inglaterra, aunque nunca había estado aquí.
Thea se paró ante él.
—Sin embargo, no podía ponerlo todo en los dibujos, ni en las
cartas. Por ejemplo, no podía explicar la niebla de Londres, cuando
las nieblas que conozco son limpias y claras. No podía definir el
canto de los pá jaros al amanecer ni las calles empedradas, el olor del
Tá mesis o la aglomeració n de gente. — Ella puso la mano en su
mejilla y sintió que su calor le traspasaba. Había cosas que no podía
expresar en sus cartas, y que no hubiera creído, aunque ella lo
intentara.
Ella estaba silenciosa, con la mano en su mejilla y él sintió el deseo
abrumador de entender lo que quería decir.
— ¿Có mo qué? — la preguntó con voz ronca.
Ella estiró la otra mano enmarcá ndole la cara.
—La forma en que la gente de aquí te juzga por cosas sin
importancia. Por tu forma de vestir, por cuanta belleza ha concedido
Dios a tu persona, por las circunstancias de tu nacimiento…
Ella le bajó la cara para encontrar sus labios, él sintió que no podía
detenerla.
Sus palabras y su tono le tenían hipnotizado.
Lo besó suavemente, con un beso lleno de promesas.
—Eres un hombre honorable, un verdadero caballero. Me siento
orgullosa de que seas mi marido.
Lo besó nuevamente ahora con má s ardor. Como si estuviera
tratando de imprimir su convicció n en sus labios. Le pasó las manos
alrededor del cuello obligá ndole a unir sus bocas. El gimió
abrazá ndola, tomando el control del beso.
La besó una y otra vez hasta que ambos estuvieron jadeando de
deseo.
Sabiendo que si no se detenían la haría el amor allí mismo, se apartó .
—Tenemos que volver a la recepció n antes de que noten nuestra
ausencia.
—Quizá se esperan nuestra desaparició n.
—No…
Ella frunció el ceñ o.
—Déjame adivinar… ¿Otra de esas reglas de sociedad?
Se rio de su tono malhumorado.
—Ya las aprenderá s.
Ella no pareció muy convencida.
— Ya te advertí, que no me interesa convertirme en la anfitriona
perfecta de la sociedad. ¿Recuerdas?
—Sí.
Ella movió la cabeza aliviada. ¿Por qué preocuparse por vivir de
acuerdo con las normas sociales, cuando, no importando lo mucho
que lo intentara nunca las cumpliría?
—Gracias — dijo.
— ¿Por qué? ¿Por besarte? Te aseguro que ha sido un placer.
—No. Por casarte conmigo.
Eso le tomó por sorpresa.
— ¿Có mo puedes agradecérmelo después de lo que ha pasado con
esas señ oras en la mesa? Casarte conmigo te ha expuesto a esa clase
de ataques.
Ella asintió como si supiera algo.
—Por tu expresió n veo que has escuchado algo. Estabas raro cuando
te vi, no solo parecías desconfiado, sino incluso arrogante.
La sincera confianza iluminó sus ojos.
—No me gustan los hipó critas. Me decepcionaría mucho malgastar
mi tiempo en una amistad con alguien para luego descubrir que ese
alguien es egoísta y está lleno de prejuicios. Nuestro matrimonio,
sacará a la luz esos defectos del cará cter de personas conocidas. Es
un beneficio que no había considerado.
No supo que decir. No era posible que ella viera su matrimonio con
él como una luz. Pero irradiaba sinceridad por cada fibra de su ser.
Creía cada palabra que había dicho.
Tirando de ella para abrazarla, decidió creerla también.
Regresaron a la recepció n una hora después.
Cuando lo hicieron su tía los abordó inmediatamente.
— ¿Dó nde habéis estado niñ os traviesos? La gente ha estado
preguntando por ti, y he tenido que fingir haberos visto por aquí y
por allá . —Observando el cabello despeinado de Drake dijo: — Al
menos deberías haber cuidado tu apariencia, o má s de uno habrá
pensado que no puedes esperar hasta la noche de bodas para esas
actividades.
Thea sonrió al ver a ese hombre de treinta añ os, autoritario, con
éxito en los negocios, sonrojarse avergonzado ante la mirada de su
tía.
Ella le soltó al brazo.
—Ve a arreglarte. Parece ser que tu tía no ha encontrado nada malo
en mi apariencia.
Pierson obedeció .
—Eres una mujer con sentido del humor — dijo lady Boyle cuando
su sobrino se fue — Me gusta eso. Pierson acertó al casarse contigo.
Thea sintió calor en las mejillas, pero por una razó n totalmente
diferente.
Le gustaban los elogios de lady Boyle.
—Gracias.
—Sí. Eres diferente y mejor que las otras jó venes por las que se ha
interesado.
Un grupo de mojigatas pomposas, es lo que son.
—No puede ser que encuentre defectos en esas damas que aceptan
las reglas de la alta sociedad mucho mejor que yo. — bromeó Thea.
No después de las horas que la señ ora Boyle se había pasado
instruyendo a Thea en las reglas de la sociedad.
—No es lo mismo conocer las reglas, que ser esclavo de ellas.
Pensando en las diferencias entre Irisa y Cecily, Thea tuvo que estar
de acuerdo.
—Si mi sobrino se casase con una de esas jó venes pedantes ¿Sabes
có mo quedaría la familia? Como un vínculo inconveniente, ¿No es
verdad?
La familia de Pierson era una rareza entre la aristocracia
obsesionada con las conveniencias sociales que consideraban su
unió n inapropiada.
—Pierson es una persona muy independiente, señ ora. No me lo
imagino cometiendo el error de casarse con una dama como la que
usted describe.
A decir verdad, no quería imaginarse a Drake ni siquiera bailando
con otra mujer, y mucho menos cortejá ndola.
—Tú no sabes. Casi lo hizo, estuvo enredado con una dama. Un
zopenco como no hay otro. Afortunadamente ella se casó con un
decrepito lord y Pierson se libró de cometer el mayor error de su
vida.
Thea prefirió no hablar del pasado amoroso de Pierson con la ú nica
mujer a la que había admitido amar.
—Todo es culpa de su padre, por supuesto. Pierson estaba decidido
a casarse con una aristó crata con un linaje impecable solo para
demostrarle a ese idiota que era digno.
Thea admiraba la perspicacia de lady Boyle. Dudaba que muchas
personas conocieran tan bien a Drake y comprendieran su
necesidad de aprobació n de un hombre que nunca se la daría. Sin
embargo, ella no creía que Drake hubiera planeado realmente
casarse para entrar en la nobleza. No era tan mercenario.
Así se lo dijo a su tía.
—No estés tan segura. Lo tenía planeado. Incluso me convenció para
que le ayudara a hacer una lista de candidatas adecuadas. Iba a
pasar esta temporada buscando a la mujer perfecta. — Señ ora Boyle
asintió . — Pero estoy aliviada de que recuperara el sentido, que se
casase contigo en lugar de con una de esas.
Thea sonrió al comprender que la señ ora no había tenido intenció n
de decir las palabras que habían salido por su boca. Pero su
diversió n duro poco. La noticia de que Drake había planeado
encontrar esposa esta temporada la perturbó . Trató de aplacar los
irracionales celos que le provocaba.
La señ ora Boyle la miró con preocupació n.
— ¿Te encuentras bien?
Thea forzó una sonrisa.
—Sí. ¿Por qué lo pregunta?
—Se te ve pá lida… por un momento he pensado que habías comido
los pastelitos de paté de langosta que se sirvió en la velada musical.
Quedé muy preocupada al saber que muchos de los invitados
tuvieron problemas estomacales tras probarlos. Como no sentiste
ninguna indisposició n preferí no comentar nada.
Thea intentó asimilar lo que lady Boyle acababa de decir.
— ¿Los invitados enfermaron a causa de los pastelitos de langosta?
Lady Boyle asintió .
—Oh sí, ya te dije que la anfitriona es una tacañ a. Por lo que oí todo
se arregló cuando aliviaron sus estó magos. Menos mal que no
ocurrió nada peor, no hay nada má s devastador para una anfitriona
que alguien muera por la comida de una de sus veladas. Durante un
buen tiempo iba a tener difícil que aceptaran sus invitaciones
después de eso.
Era una manera de ver las cosas. Pero el futuro éxito de la anfitriona
no era una preocupació n inmediata para Thea. Si lady Boyle tenía
razó n, y teniendo en cuenta la facilidad de la dama para enterarse de
los chismes, las ná useas matutinas de Thea no se debían a un
embarazo, y si no estaba embarazada se había casado sin necesidad.
¿Có mo se sentía al respecto? No podía decirlo con seguridad.
Lady Boyle la miró extrañ ada.
— ¿Estas segura de que no comiste pastelitos?
—Si los hubiera comido seguramente ya habría sentido los efectos.

respondió evasiva.
—Seguro que sí. Deberías sentarte un poco. Una boda es agotadora
incluso para una joven como tú .
En cualquier otro momento, Thea se habría reído de la preocupació n
de la mujer, pero en ese momento pensó que tenía razó n. Que
debería sentarse.
—Ah, aquí estas de nuevo. Y mucho má s presentable. Tu esposa te
está esperando, llévatela a por algo de comida y un lugar donde
sentarse.
—Será un placer.
En lugar de mostrar aprobació n por la rá pida aceptació n de Drake,
lady Boyle frunció el ceñ o. Centró su mirada en alguien tras Thea.
—Pensé que estaba fuera de la ciudad — murmuró como si
estuviese hablando sola.
Thea apenas escuchó sus palabras, ¿Quién podría alterar tanto a
lady Boyle?
¿Estaría el duque allí? ¿Estaría furioso porque su nieto se había
casado con una mujer trabajadora?
Aun sintiéndose una cobarde Thea no quiso darse la vuelta para
enfrentarse a la ira de la familia de Drake. En lugar de eso dio un
paso adelante acercá ndose má s a su marido buscando la seguridad
de su presencia. El cogió su mano para tranquilizarla y ella sintió
que se le encogía el corazó n.
El la miró a los ojos con preocupació n.
—Todo va a estar bien, cariñ o.
En lugar de tranquilizarla sus palabras la llenaron de temor. ¿Por
qué no le había dicho que su familia estaba descontenta? É l le había
dado a entender que estarían encantados con la esposa elegida. Tal
vez lady Boyle era la ú nica de ellos que la aceptaba.
Negá ndose a dejarse intimidar por una amenaza invisible, Thea se
volvió hacia el recién llegado.
Y casi se desmayó .
La conmoció n hizo que casi no escuchara las palabras
intercambiadas entre lady Boyle y el hombre. Toda calidez huyó de
su cuerpo y le costaba respirar, desesperadamente buscó la forma
solida de su esposo, al cogerle de la mano un poco de su calor se
filtró de nuevo en ella. La atrajo hasta que estuvo lo suficientemente
cerca para sentir su calidez. Pero ella no habló , no podía.
El hombre era bastante guapo, pero de una manera fría. Su cabello
negro estaba salpicado de gris, había arrugas alrededor de su boca y
ojos. ¿De fruncir el ceñ o o de reírse?
Sus ojos reflejaban un interés educado y algo má s, molestia tal vez,
mientras hablaba con lady Boyle.
—He venido para ser presentado a los recién casados — el hombre
miró a su alrededor con desaprobació n. — Lady Upworth ha hecho
un increíble esfuerzo y un trabajo muy duro con la recepció n del
señ or Drake y su nueva esposa. Por lo que pensé que debía
conocerlos.
Lady Boyle asintió con una miraba evasiva en opinió n de Thea.
—Por supuesto. Le presento a mi sobrino Pierson Drake y a su
esposa, Althea Pierson.
Los fríos ojos grises del hombre observaron a Pierson mientras se
estrechaban las manos. Luego miró a Thea y abrió los ojos como
platos. Por un momento la frialdad abandonó su expresió n para ser
reemplazada por la incredulidad.
¿La reconocería? Seguro que no. Pero ella lo haría en cualquier
parte. Lady Upworth la envió muchos bosquejos a lo largo de los
añ os. Thea nunca le agradecería lo suficiente el que se los hubiera
mandado. Aunque nunca habían comentado sobre ello.
Porque ella realmente no tenía ganas de conocer a su padre.
Cuando la miró , su rostro perdió el color, sus ojos se llenaron de
miedo, y de algo parecido al anhelo.
Su voz susurró roncamente:
— ¿Anna? ¿Eres tú ?
—Anna Selwyn está muerta. — Las palabras salieron como piedras
de sus labios.
El hombre, su padre, palideció .
—Sí, lo sé. Ella murió poco después del nacimiento de nuestro hijo.
— dijo en tono vacío y sin vida como si se las hubiera aprendido de
memoria y repetido muchas veces.
Ella se negó a aceptar la mentira.
—Todo lo contrario. Ella murió hace unos añ os de una fiebre que
afecta a los europeos en el tró pico. Murió con el nombre de su hijo
en los labios.
Las rodillas de Langley, se negaba a pensar en él como su padre, se
doblaron y tuvo que apoyarse en una mesa pró xima.
—Yo… — sus ojos brillaban con intensidad. — ¿La conoció ?
—Sí.
Su boca se abrió de nuevo, pero no dijo nada.
Lady Boyle intervino:
—Creo que es mejor que esta conversació n se lleve a cabo en un
lugar privado. — Aunque mostraba comprensió n en sus ojos, su voz
sonó acerada.
Drake pasó un brazo alrededor de Thea acercá ndola.
—Quizá otro día. Es hora de que mi esposa y yo nos retiremos.
Thea no se resistió .
—Un momento — la voz de Langley sonó desesperada. — Tengo
que hablar con usted señ ora Drake. ¿Cuá ndo podré visitarla?
Pierson fue quien respondió por ella:
—Si mi esposa quiere hablar con usted, le avisará .
Su tono de voz no admitía replicas y Langley desistió . O al menos
ella pensó que lo hacía ya que no hizo intento de evitar su marcha.
Pierson y ella no hablaron mientras se dirigían al carruaje y la
acomodaba entre los cojines. Le dio instrucciones al cochero, se
subió y se sentó frente a ella. Debió de notar que necesitaba espacio
para respirar. Sentía que no llegaba suficiente aire a sus pulmones.
El carruaje avanzó lentamente por las calles de Londres antes de
que hablara.
—Pensó que era mi madre.
—Debes parecerte mucho a ella. — la voz de Pierson era suave y
reconfortante.
—Pero mi madre envejeció desde la ú ltima vez que la vio. ¿Có mo
podía haber pensado que yo era ella?
—La impresió n al verte después de tantos añ os y pareciéndote tanto
a ella, fue lo que le hizo creerlo.
—Veinte añ os. É l no ha visto a mi madre desde que yo era un bebé.
Qué extrañ o. Aunque murió hace diez añ os, a veces me parece que la
vi ayer. ¿Crees que será igual para él?
Pierson no respondió . La miró como si esperara algo.
— ¿Qué?
— Debe de haber sido difícil verle así, ¿no?
Ella se quitó los guantes, centrá ndose en cada dedo como si fuera
importante.
—Fue inesperado.
—Fue un maldito desastre.
Thea levantó la cabeza ante su tono á spero.
— ¿Por qué está s tan enojado? Me has estado presionando todo el
tiempo para que lo conociera.
É l se estremeció como si su comentario le hiriera. La verdad es que
lo hacía.
Ella debería saberlo.
—Deberías haber tenido la oportunidad de ver a tu padre por
primera vez en privado. Tu tía no debería de haber permitido su
entrada.
—No podía hacerle eso a su propio sobrino.
—Por supuesto que podría.
Algo brilló en los ojos de Pierson y Thea se encontró mirá ndolo
como si lo viera por primera vez.
— ¡Tú lo sabías!
El arqueó una ceja.
— ¿Saber qué?
—Que era mi padre antes de yo mencionara su nombre. Me dijiste
que todo iba a estar bien.
—Sí, lo sabía — confirmó Pierson cauteloso.
— ¿Có mo?
—Tu tía me lo dijo cuando fui a hablar con ella para pedir tu mano.
¿É l había ido a hablar con su tía?
Las cosas comenzaron a encajar en su mente, y aunque ella no
estuvo enferma esa mañ ana sintió nauseas.
—Lady Boyle dijo que esta temporada pensabas encontrar esposa.
— Si, pero tú me salvaste de la condena. — A pesar de no sonreír su
mirada era cá lida.
—Ella dijo que querías casarte con una mujer perfecta y de noble
linaje.
—Los planes de uno no siempre se cumplen. — dijo él encogiéndose
de hombros.
Ella asintió con la cabeza.
—Eso es cierto. No soy un modelo de perfecció n. — le miró
fijamente, con el corazó n dolorido. — Pero soy de noble linaje.
Sus ojos se estrecharon.
— ¿Qué quieres decir?
—Que has encontrado en mi lo que buscabas en una esposa. Tu
insistencia en que hiciera las paces con mi padre empieza a tener
sentido. Te has casado con la hija de un conde y quieres que la alta
sociedad, y especialmente tu padre lo sepan.
— ¡Maldita sea! ¡Qué alocada idea se te ha metido ahora en la
cabeza!
Ella se miró las manos. ¿Por qué se había quitado los guantes? No
podía recordarlo. Sus dedos estaban fríos, como el resto de ella.
Comenzó a ponérselos de nuevo, estirando cuidadosamente cada
arruga en la palma de seda.
El anillo cayó en su regazo y se lo puso de nuevo sobre el guante.
—No es una idea alocada — le miró — Quieres demostrar a tu padre
que eres tan bueno como él, tal vez incluso mejor.
Pierson no dijo nada, contrajo la boca con rabia.
—Construiste un imperio naviero con el que podrías comprarle y
venderle a él varias veces. Pero eso no era suficiente, por lo que
hiciste planes para casarte con alguien de la alta sociedad. Creíste
que eso demostraría que las circunstancias de tu nacimiento no
importaban. Que, aunque tus padres no estaban casados, con eso
estarías por encima de toda posible critica.
— ¿Crees que me casé contigo para demostrarle algo a mi padre? —
Sus ojos habían perdido la suavidad y ahora ardían con incredulidad
e ira.
— ¿Por qué, si no?
El la miró como si se hubiera vuelto loca.
— ¿Qué pasa con nuestro hijo, o has olvidado ese pequeñ o detalle
mientras maquinabas esta situació n absurda en tu cabeza?
Thea apoyó su mano enguantada en el abdomen y sintió dolor.
—Los pasteles de langosta en la velada musical estaban mal. Varias
personas enfermaron.
Pierson parecía no entender lo que le estaba diciendo.
Ella le dijo rehuyendo su mirada:
—Esta mañ ana estaba enferma. No estoy embarazada. No era
necesario casarnos.
—Enferma o no, todavía podrías estar embarazada. El hecho es que
nos comportamos irresponsablemente y el matrimonio era la ú nica
alternativa.
Thea quería refutar sus palabras, negar que el matrimonio había
sido necesario, pero ¿Qué sentido tendría? Ya estaban casados, y una
voz la atormentaba desde el fondo de su mente que necesario o no,
era lo que ella quería.
— ¿Por qué no me dijiste que habías planeado casarte con una
mujer de la nobleza?
—Lo haces sonar como si te hubiera traicionado — su risa sonó
dura — Los matrimonios de conveniencia son una prá ctica habitual
en la alta sociedad. Mis planes para buscar esposa esta temporada
no deberían molestarte tanto. ¡Me casé contigo!
—Sí, lo hiciste. Pero pretendes que ocupe mi lugar en la alta
sociedad.
Intentaste convencerme en demasiadas ocasiones como para que
ahora quieras negarlo.
El soltó un suspiro de frustració n.
—Creí que serías má s feliz conociendo a tu familia — se inclinó
hacia adelante, hasta que casi rozó su cara con la de ella — No me
casé por satisfacer un deseo solapado de demostrarle a mi padre
que soy digno de él.
Thea no pudo mantener el contacto visual, por lo que bajó su mirada
hacia su regazo.
—Yo no he dicho que fueras deshonesto.
Pierson la levantó la barbilla con un dedo impidiéndola mirar a otro
lado.
— ¿Crees que quiero que conozcas a tu padre solo para que te
reconozcan como la hija de un conde?
—Sí, lo creo.
Pierson dejó caer la mano y se echó hacia atrá s.
Su rostro perdió toda expresió n.
—Se mis razones para casarme contigo, y pensé que tú también. Al
parecer me equivoqué.
— Supongo que mi mitad de Transportes Merewether es una dote
considerable, ¿No es así? — agregó imprudentemente en su
desesperació n, para que él negara tales razones para su matrimonio.
—Cree lo que quieras. — respondió con frialdad.
Ella quiso llorar, necesitaba que la convenciera de que estaba
equivocada, que se había casado con ella por algo que no era un plan
calculado para demostrar su valía al resto de la alta sociedad.
Sin embargo, él se mantuvo pensativo y silencioso durante el resto
del trayecto hasta la casa de él en la ciudad. Hasta la de ambos en la
ciudad, se corrigió . Para bien o para mal se habían casado.
Cuando el carruaje se detuvo, Pierson salió y se volvió para ayudarla
a bajar.
Tan pronto sus pies tocaron el suelo, apartó las manos rá pidamente.
Thea quiso protestar. ¿Dó nde estaba la intimidad que habían
compartido en la sala de estar de su tía? Tuvo que reconocer que la
situació n era por su culpa.
Pierson no era quien la había acusado de viles motivos para casarse.
Con un suspiro lo siguió hasta la casa.
Era un edificio hermoso construido segú n el estilo arquitectó nico
actual. Le gustaron sus líneas simples y proporciones equilibradas.
Se volvió para decírselo, pero las palabras murieron en su garganta
ante la frialdad de sus ojos.
É l le presentó al personal de la casa, dio instrucciones al ama de
llaves para que la mostrara su habitació n y desapareció . No se
presentó a cenar y descubrió que había salido de la casa. A
medianoche al ver que no regresaba dejó de esperarlo y se fue a
dormir.
A pesar de que los acontecimientos del día la habían agotado, no
podía conciliar el sueñ o. Demasiadas imá genes bullían por su mente.
Había conocido a su padre. No parecía el monstruo que había
imaginado. La sorprendió la vulnerabilidad que vio en sus ojos al
hablar de su madre. Como si tuviera una herida que no había
cicatrizado.
En su preocupació n por ella, Pierson se había apresurado a salir de
la casa antes de que ella hubiera tenido la oportunidad de ver si su
hermano había asistido a la recepció n con Langley. ¿Y si había
estado allí? La atormentaba la idea de haber estado a poca distancia
de su hermano y no poder conocerlo y abrazarlo.
La conversació n con Pierson en el carruaje se repetía una y otra vez
en su cabeza. Al principio, había servido para alimentar su ira contra
su marido.
Después los recuerdos empezaron a mezclarse con las duras
acusaciones que había hecho contra Drake y se sintió miserable.
El hecho de que hubiera planeado casarse con una mujer de la alta
sociedad no era importante. Como había dicho, la había elegido a
ella, a Althea Selwyn, y nadie podía decir que fuera un dechado de
virtudes. Acusarlo de querer que ella hiciera las paces con su padre
había sido un golpe bajo contra su orgullo sabiendo lo que había
tenido que soportar durante añ os por ser el hijo ilegitimo de un
hombre que nunca lo reconocería.
Se estremeció ante su innecesaria crueldad.
Incluso aunque tuviera otros motivos para presionarla para que
conociera a su padre, no los conocía y la acusació n había herido a
Pierson. Ademá s, le había pedido que se casara con él a bordo del
Golden Dragó n, antes de que supiera que ella era hija del conde de
Langley.
Se dio la vuelta y golpeó la almohada tratando de desahogar algo de
su frustració n y ansiedad. ¿Y si no podía perdonarla? ¿Había
condenado su matrimonio con su lengua afilada y sus acusaciones?
No era la primera vez que le había herido en su orgullo. ¿Podría
olvidar su mirada de dolor mientras se arrodillaba desnudo ante
ella, después de pedir su mano cuando ella lo rechazó secamente?
Posteriormente ella siguió rechazá ndolo, no cediendo a sus deseos o
a los de ella. Aun así, él no la había abandonado, insistiendo en hacer
lo correcto por ella y por el niñ o que podían haber creado.
También la había ayudado en su investigació n como había
prometido, vigilando a la gente del almacén de tío Ashby en Londres,
había perseguido al ladró n como si fuera algo personal, sin
importarle que para ello tuviera que desatender su propio negocio.
Y por si fuera poco lo había acusado de casarse con ella para
quedarse con la mitad de Transportes Merewether. Casi soltó una
carcajada. Drake era má s rico de lo que jamá s había pensado que
era. Ademá s, cuando la alta sociedad descubriera la bigamia de su
padre, ni ella ni su marido serían admitidos en ella.
Desde luego, si Pierson buscaba una esposa perfecta, había elegido
mal.
¡Nunca la perdonaría!
Deslizó la mano por las sá banas al otro lado de la cama. Por el lugar
donde él debería estar. Era su noche de bodas después de todo, pero
Pierson no estaba.
Ella estaba allí, sola, anhelando su presencia, pero ni siquiera estaba
segura de que regresaría a su hogar.
¿Qué había pasado? ¿Por qué se había comportado de una forma tan
abominable con él?
La verdad la golpeó como si fuera una de las botellas de Whisky Jim.
El amor que sentía la daba tanto miedo que la hacía sentirse
vulnerable a sus propias inseguridades. Lo amaba tanto que moriría
por él. La aterrorizaba que ese amor no fuera correspondido. El
miedo a que no sintiera nada por ella le habían nublado la razó n, lo
había herido y acusado injustamente tratando de proteger su
corazó n dolorido.
El amor no siempre hacía que las personas fuesen mejor.
Sus deprimentes pensamientos fueron interrumpidos por los
sonidos en la habitació n contigua, lo que indicaba que su marido
había regresado.
¡Ya era hora!
A pesar del remordimiento por haberle tratado así, su indignació n
aumentó .
¿Es que no se daba cuenta de lo inapropiado que era abandonar a la
esposa en la noche de bodas?
Se lo haría saber, y también le pediría humildemente perdó n por
calumniar su honor.
Se puso la bata y se acercó a la puerta que comunicaba las
habitaciones.
¿Debería llamar? ¿Y si estaba cerrada con llave? Esa posibilidad la
paralizó durante unos minutos, pero respirando profundamente
puso la mano en el pomo girá ndolo. La puerta se abrió . Pierson ya
había apagado la luz y la ú nica iluminació n era un rayo de la pá lida
luz de la luna que se filtraba a través de una pequeñ a abertura de las
cortinas.
Capítulo 18

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley


07 de marzo de 1807

¡Se ha vuelto a casar! Con la señora Jacqueline D’annis. Me robó a mi


hijo por unos pecados imaginarios y sin embargo ha terminado
haciendo algo peor de lo que me acusó.
El suyo es verdaderamente un acto depravado. Sigo siendo la condesa
de Langley, y sin embargo otra mujer lleva ese título en Inglaterra.
Una mujer que además de compartir la cama con mi marido, está
criando a mi hijo. Eso no lo puedo perdonar. La señora Upworth
admitió que Langley les dijo a todos que había muerto. Pero vuelvo a
Inglaterra a ver a mi hijo. Langley no podrá detenerme.

El sonido de la puerta abriéndose sobresaltó a Pierson. No esperaba


la visita de su esposa esa noche.
Se sentía culpable por haberla abandonado el día de su boda, pero si
se hubiera quedado temía haber dado rienda suelta a su furia ante
sus acusaciones. Tratando de concentrarse en algo má s que en la
dolorosa falta de confianza de su esposa, había ido a Transportes
Merewether.
No esperaba encontrar nada a plena luz del día, pero se había
equivocado.
Iró nicamente sus hombres se habían pasado todas las noches
vigilando el almacén, cuando el ladró n había estado actuando
durante el día.
Todavía no sabía si se trataba de Emerson, su asistente o la poco
probable suposició n de Thea de que fuera una tercera persona, pero
habían dado ó rdenes de transferir un envío desde el almacén a otro
lugar no muy lejano. Segú n el espía que Drake había introducido en
la empresa, era un cargamento llegado en barco de un inversor de
Sri Lanka, que todavía no había sido vendido.
Sin embargo, había sido marcado para su entrega en un pequeñ o
almacén situado a menos de una milla de Transportes Merewether.
Drake lo había seguido junto con uno de sus hombres, esperando
escondido la llegada de Emerson o su asistente. Pero habían
esperado en vano. Pierson había dejado a dos hombres vigilando el
edificio, comprobando que también había má s bienes robados a
Merewether.
Les dio instrucciones de que se pusieran en contacto con él si
llegaba alguien má s o trasladaban la mercancía de nuevo.
El sonido de Thea acercá ndose a su cama lo afectó como el canto de
una sirena, todo pensamiento sobre la investigació n desapareció
como la niebla en la mañ ana. Había regresado esperando una cama
fría en su noche de bodas, convencido de que Thea no tenía ningú n
interés en compartirla después de la discusió n en el carruaje.
Entonces. ¿Qué estaba haciendo, entrando de puntillas en su cuarto?
Maldició n, no tenía ganas de otra discusió n.
Ella en silencio se acercó a la cama deteniéndose cuando la bata rozó
la colcha.
— ¿Drake?
El no respondió de inmediato. Ella le puso una mano en el hombro y
lo sacudió .
—Pierson. Despierta, tengo algo que decirte.
Este levantó la mano en la oscuridad y la agarró por la muñ eca. Al
diablo con las discusiones. Ella al igual que él se sentiría mejor si
hacían el amor. Thea gritó cuando la tiró sobre la cama y se puso
sobre ella.
La besó abriendo la boca con calidez. Permitiendo que toda el
hambre acumulada por ella se mostrara.
Ella dejó escapar un gritó ahogado de sorpresa y devolvió la pasió n
con un ardor que desmentía su ira anterior o el actual deseo de
discutir.
Pierson tiró de la bata y empezó a desnudarla, cuando ella protestó .
— ¿No quieres oír mis disculpas?
— ¿Disculpas? — Se inclinó besá ndola el pecho desnudo — No,
quiero oírte gemir.
Ella lo hizo. En ese momento y varias veces durante la siguiente
hora. La haría el amor hasta que ambos quedaran débiles y
exhaustos.
Thea yacía acurrucada a su lado, con la mano sobre su pecho.
La llamó .
— ¿Qué?
—Ahora quiero escuchar tus disculpas.
Sonrió en la oscuridad cuando ella se echó a reír.
Thea dejó de reír, luego se inclinó buscando su mirada en la
oscuridad.
—De verdad siento haberte acusado de casarte conmigo por dinero
o posició n social.
—Me casé contigo porque quería, Thea. Es tan simple como eso.
Ella sonrió con tristeza.
—Te creo.
¿Por qué sentía ella que no era suficiente? Recordó sus palabras el
desafortunado día que hicieron el amor por primera vez. Ella le
había preguntado si la amaba. ¿Le amaba ella? Y lo má s importante
¿Era capaz de amar? No lo sabía. Pero por primera vez lo deseaba
desesperadamente.
Su generosa disculpa merecía una respuesta.
—Siento haberte dejado sola el día de nuestra boda.
—No debes huir de una discusió n, Pierson. — Dijo ella en tono grave
y autoritario — Siempre hay que tratar de resolver los problemas.
Es la ú nica manera de tener un matrimonio só lido.
No estaba de acuerdo. Había momentos en que temía que su ira
causara má s dañ o, en esos momentos era mejor que se fuera.
—Nuestro matrimonio será solido porque vamos a hacerlo así, pero
no siempre irá todo bien. A veces nos haremos dañ o el uno al otro,
Thea, pero nunca huiré.
—Yo tampoco.
Pierson no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba esas
palabras en boca de Thea.
— ¿Dó nde has estado hoy?
É l se lo dijo y relató lo que había presenciado en el almacén.
—Es una buena noticia — dijo abrazá ndolo — Atraparemos al
ladró n en cualquier momento. No sé qué haría sin ti.
La admiració n en su voz le produjo una profunda satisfacció n.
— ¿No seguirá s pensando, aunque Emerson es inocente?
El hombre era culpable o un total inepto en los negocios. No había
otra explicació n para las diferencias en los libros de contabilidad de
la empresa.
Ella se movió acercá ndose, pasando una de sus piernas por encima
de él.
—Me cuesta creerlo. Se parece tanto a tío Ashby y él es tan
honorable como tú .
Sonrió en la oscuridad por el cumplido, hasta que recordó un tema
del que todavía no habían hablado.
— ¿De verdad te sientes atrapada en el matrimonio conmigo?
Ella le acarició el hombro.
—No. Sería má s fá cil pensar que me vi obligada a casarme contigo,
pero tomé la decisió n y ni siquiera puedo pretender que la idea de
llevar a tu hijo fue el factor decisivo.
Se preguntó que factor había sido, pero sentía que había tentado lo
suficiente a su suerte por hoy. En cambio, se centró en sus primeras
palabras.
Aun sabiendo la respuesta no pudo resistirse a preguntar:
— ¿Por qué era má s fá cil?
Ella jugaba con el vello de su pecho.
—No lo sé. Tal vez para no tener que enfrentarme con la
responsabilidad de una decisió n que me prometí a mí misma que
nunca tomaría.
Soltó un suspiro de alivio. Aunque no lo decía, ella debía pensar que
había roto la promesa hecha a su madre.
Se inclinó para besar la parte superior de su cabeza.
—No te arrepentirá s de haberte casado conmigo, Thea.
Ella le besó en el pecho.
—Y tú tampoco lo hará s por haberlo hecho conmigo — dijo
bostezando —
Aunque no sea un modelo de perfecció n.
Se sintió agitado. Deslizando una mano por su muslo pensó que un
dechado de virtudes le aburriría hasta las lá grimas ahora que había
conocido a Thea.
— ¿Cariñ o?
—Mmm — contestó soñ olienta.
—Puede que ahora no estés embarazada, pero te prometo que
pronto lo estará s.
Pierson ahogó su risa con un beso.
A la mañ ana siguiente Thea estaba haciendo un inventario mental
de los cambios que deseaba hacer en su nuevo hogar cuando el
mayordomo anunció la llegada de su tía. Drake había ido al almacén
para comprobar los bienes robados y había insistido que Thea
permaneciera en casa. Ella había protestado hasta que él le recordó
que lady Upworth iría por la mañ ana.
Thea ordenó que llevaran a la visita al saló n. Planeaba iniciar los
cambios en esa habitació n. Drake prefería una sencilla austeridad,
pero quería hacer de esta casa la mejor de la ciudad. No tenía pegas
de los muebles de la sala. Había sofá s y sillas agrupados en torno a
robustas mesas de buena calidad, pero faltaban algunos objetos y
pinturas que la hicieran má s acogedora.
Sonrió ante la idea de llamar acogedora a la enorme y elegante
habitació n, pero se esforzaría por conseguirlo. Incluso las cortinas
que eran de una tela pesada y de la mejor calidad eran de un color
solido indescriptible que no le agradaba. Le gustaría poner un
estampado de terciopelo en un amarillo cá lido.
La viuda entró apoyada en su bastó n.
—Buenos días, querida ¿Dó nde está ese apuesto marido tuyo?
¿Seguro que no te ha abandonado el mismo día de su boda?
Thea sonrió .
—Fue a encargarse de unos negocios míos. — dijo una verdad a
medias.
Lady Upworth asintió mientras tomaba asiento cerca de Thea.
—Por supuesto renunciará s a tus negocios ahora que está s casada.
Ella no haría tal cosa, pero Pierson le había enseñ ado que la
discreció n con la familia era valiosa, por lo que ignoró el comentario.
—Gracias por la recepció n de ayer. Te tomaste demasiadas
molestias por nosotros.
—Tonterías, eres de la familia.
Thea se inclinó impulsivamente y besó la arrugada mejilla de su tía.
—Te quiero tía, eres una buena mujer.
Los ojos de lady Upworth brillaban, pero desestimó el comentario
con un gesto de la mano.
—Siento el sobresalto de ayer. No esperaba que Langley regresara
tan pronto a la ciudad. No es su costumbre.
—Estoy bien. Pierson me cuida muy bien.
—Lady Boyle dijo que te llevó hasta la salida con tanta rapidez que
apenas se dio cuenta de que te ibas.
—É l quería que tuviera tiempo para acostumbrarme a la idea de ver
a mi padre.
—Entiendo — dijo suspirando.
— ¿Jared estaba con él? — la posibilidad la perseguía desde el día
anterior.
—No, a pesar de que estaba en la ciudad.
— ¿Por qué vinieron antes? — Descubrió que sentía curiosidad por
las idas y venidas de esa familia que no conocía.
—Irisa — su ría frunció el ceñ o — Es evidente que se está
preparando su compromiso con el duque de Clareshire. Los
sirvientes le dijeron a tu padre que se encontraba en mi casa.
—Pero si solo tiene dieciséis añ os.
—Y su gracia sesenta. No sé en lo que está pensando tu padre al
buscar ese compromiso. Todo es culpa de su esposa, no me cabe
duda. Es una despreciable arribista.
—No puedo creer que una madre desee que una hija apenas salida
de la escuela se case con un hombre que podría ser su abuelo. Es
perverso. — Su madre habría luchado contra el mismo diablo para
proteger a Thea de ese destino.
¿Có mo podía ser tan diferente la madre de Irisa?
—No conoces a la actual condesa. Considera que un duque de
cualquier edad es el marido ideal. Siempre he pensado que de
alguna manera fue la causante de la brutalidad final de tu padre
hacia tu madre.
Tal vez. Thea no quería pensar en su padre o en Jacqueline. Prefería
centrarse en cuestiones no emocionales, tales como en la manera de
atrapar a un ladró n.
Sin embargo, su tía no había terminado con el tema.
—Hable con Langley ayer cuando te fuiste.
— ¿Qué has dicho? — Thea miró cautelosamente a su tía
¿Le había contado lady Upworth el secreto de Thea?
Antes de responder la viuda se inclinó hacia adelante y tomó la
mano de Thea.
—Ha llegado la hora de la verdad querida. Cometí un error enviando
a tu madre a las Indias Occidentales. Si no lo hubiera hecho, estaría
viva y tu padre no se habría casado con Jacqueline.
Aunque había mencionado antes sentirse culpable, Thea no se había
dado cuenta de la profundidad de la culpa que sentía su tía abuela
por los acontecimientos familiares. Los ojos de la mujer mostraban
dolor y remordimiento. Antes de que Thea tuviera la oportunidad de
ofrecerle consuelo, ella continuó :
—Si hubiera dicho la verdad a tu padre añ os atrá s, las cosas serían
muy diferentes — dos lagrimas corrieron por sus mejillas marchitas.
— Me prometí que si volvías a Inglaterra le contaría la verdad a mi
sobrino.
— ¿No crees que esa decisió n es mía?
—No querida. Tu padre cometió errores, hizo un terrible dañ o a tu
madre.
Por eso apoyé su decisió n de huir contigo y construirse una vida
nueva. Sin embargo, él es tu padre y tiene derecho a saber que eres
su hija. Su pecado no fue contra ti, y ha pagado por él con lo que má s
quería: su esposa.
Thea quería discutírselo. Decirle que, si Langley hubiera amado a su
querida madre, no habría hecho las cosas que hizo, pero ya no era
una niñ a. Sabía que en la vida las cosas no eran blancas o negras. No
era fá cil juzgar los motivos y acciones de los demá s.
—El también perdió . Una hija cuya existencia desconocía.
—Pierson dijo algo parecido una vez. No me gusta admitirlo, pero a
lo mejor tienes razó n. Pero todavía no se si seré capaz de mantener
una relació n con él.
Es decir, si quiero estar má s cerca de él.
Lady Upworth palmeó la mano de su sobrina.
— Es Langley quien tiene que demostrar que es digno de tu afecto.
— ¿Está s segura de que es lo que quiere?
La anciana vaciló .
— Bueno, yo sé que él quiere verte, pero tiene miedo del escá ndalo
que se produciría y que dañ aría a Irisa y Jared.
—Si él tiene derecho a saber la verdad, sus otros hijos también lo
tienen.
—Tienes razó n Thea, Langley lo comprenderá . Mañ ana habrá una
cena familiar en su casa. ¿Quieres venir?
Thea se tensó .
La idea de estar sentada durante la cena con desconocidos, uno de
ellos un hombre que era su padre y a la vez el hombre del saco de su
infancia, la hizo estremecerse.
—Creo que no estoy preparada todavía.
Su tía suspiró , pero asintió con su canosa cabeza.
—Tienes razó n, querida. Quizá s quieras venir después de la cena.
Tus hermanos estará n presentes.
Thea se mordió el labio, deseaba conocer a su hermano gemelo, la
idea batallaba en su interior junto con el temor de encontrarse con
Langley.
—No lo sé.
Necesitaba tiempo para pensar. Y todavía estaba el problema del
ladró n en la empresa de tío Ashby. No podía evadir la
responsabilidad con el hombre que había ayudado a su madre a
criarla por una posible relació n con Langley.
A su regreso a casa, Pierson se encontró a su esposa mirando
pensativamente la chimenea apagada del saló n. Ella levantó la vista
cuando entró , una fuerte emoció n atravesó su pecho. Era tan
hermosa, tan valiente, má s inteligente que la mayoría de los
hombres y también má s decidida.
Se había enfrentado a lo desconocido, a su propio bienestar
emocional, e incluso había arriesgado su vida para evitar que
hicieran dañ o a su tío adoptivo. Estaba empeñ ada en encontrar al
ladró n de la compañ ía, tras rechazar la sugerencia de Pierson de
continuar investigando solo.
Ella superaba las expectativas que buscaba en una mujer. Y se juró
que él sería lo que necesitaba como marido.
— ¿En qué piensas cuando me miras de esa manera? — preguntó
ella.
—Que tengo una mujer magnifica y quiero ser digno de ella.
Sus ojos se abrieron y luego se empañ aron. Saltando de la silla
corrió hacia él, que sorprendido la abrazó .
Ella le devolvió el abrazó y habló contra su chaleco.
— ¿Có mo puedes pensar así después de todo?
— ¿Todo? — ¿Qué idea había echado raíces en esa cabecita?
Ella asintió con la cabeza contra su pecho.
—Si todo. Te seduje. Te he despreciado. He desconfiado. E incluso
ahora te tengo ocupado con mi investigació n, lo que te obliga a
desatender tu negocio.
La apartó lo suficiente para le mirara a los ojos.
—Puede que no lo hayas notado, pero no fui precisamente reacio la
primera vez que hicimos el amor. El que puedas creer lo contrario
no solo es un insulto a mi hombría, si no algo absurdo.
Ella parpadeó con sus ojos hú medos y lo miró con admiració n.
—Ademá s, si hubieras aceptado mi propuesta de inmediato, yo no
estaría ahora tan seguro de que deseas realmente nuestro
matrimonio. Ayer fue un día difícil para ti, con demasiadas
emociones en tu cabeza, dijiste algunas cosas que no querías decir,
pero en tu fuero interno no dudas de mí. — lo dijo no solo porque
quería que fuera cierto, sino porque él lo creía.
Ella confiaba en él mucho má s de lo que creía, o nunca se hubiera
casado con él.
Se veía tan vulnerable que no pudo evitar inclinarse y besarla
suavemente.
Sus labios eran flexibles e invitadores bajo los de él. La unió n de sus
bocas se convirtió en algo ardiente y fuera de control antes de que
recordase que había traído una visita con él.
El sonido de un carraspeo tras él le dijo que lo habían hecho pasar a
la sala.
—Te demostraré que soy capaz de llevar una investigació n y mi
negocio a la vez. No quiero que pienses que soy un mediocre
hombre de negocios.
Su sonrisa era como entrar desde una brumosa noche de Londres a
un saló n iluminado con cientos de velas.
—Me alegra oír eso, ya que tengo tu visió n para los negocios en muy
alta estima.
La forma en que se apretaba contra su cuerpo desmentía cualquier
creencia de que su habilidad para los negocios era lo principal para
ella en esos momentos, pero le gustaba que ella bromeara.
— ¿Señ or Drake?
Al mirar sobre su hombro abrió los ojos con sorpresa. Ella se había
dado cuenta de que tenían visitas. Su mirada se dirigió de nuevo a él
con una pregunta en el fondo de esos hermosos ojos azules.
—He traído algunas visitas.
Ella se separó , sus bonitas mejillas ruborizadas, y se volvió hacia los
dos hombres que estaban al otro extremo de la sala.
—Ya veo.
—Barton estaba pensando en hacer un pequeñ o e inesperado viaje,
cuando Hansen le convenció para que hablara conmigo.
Thea cruzó la habitació n y se paró frente a Barton.
— ¿Así que lo has traído aquí para que yo pueda preguntarle
también?
El rubio asistente tragó audiblemente, su nerviosismo era evidente
en sus dedos temblorosos y los labios apretados.
—No he hecho nada malo.
— ¿Entonces por qué se va de la ciudad? — Thea no parecía creerle.
Pierson también tenía sus dudas, pero fue Merewether, no Barton
quien había sido visto entrando en el almacén de los objetos
robados. El testimonio de Barton demostraría la culpabilidad del
otro hombre. El detonante de todo fue el descubrimiento de que la
había adoptado la familia de su tío.
—Repita a mi esposa lo me que contó , Barton.
—El señ or Merewether dijo que yo era sospechoso de estar robando
mercancía del almacén. Se ofreció a esconderme hasta que se
descubriera al verdadero ladró n y se limpiara mi nombre. Me dijo
que la señ ora planeaba enviarme a Newgate. — Barton se
estremeció al mencionar la prisió n. — Yo no he robado nada. Me di
cuenta de las diferencias en los libros de los registros hace meses. Se
lo mencioné al señ or Merewether, pero él aseguró que comprobaría
las cuentas y que seguramente serian solo errores de cá lculo. Al
llevarse los libros, tuve que confiar en su palabra.
—Podría haberme escrito una carta. — dijo Thea.
—Sí, pero no estaba seguro de nada, después de eso, el señ or
Merewether se encargó de controlar personalmente los registros.
Guarda los libros en un armario cerrado con llave en su despacho,
no podía probar mis sospechas.
—Una vez que Thea descubrió los robos, envió a alguien para tratar
de matarla.
El rostro de Barton perdió el poco color que le quedaba.
—No lo sabía, señ or Drake.
Thea apretó el brazo de Drake.
—El no tuvo éxito, mi amor.
¿Era su amor?
No podía exigir una respuesta en medio del interrogatorio, pero
pronto lo haría.
— ¿Supongo que no sabrá a quien envió el señ or Merewether a
nuestra isla?
— preguntó Thea.
— ¿No lo sabe? — Barton mostró sorpresa.
—No.
Su cara recuperó algo de color y se enderezó .
—Vi al señ or Merewether entregarle a uno de nuestros empleados
una sustancial suma de dinero antes de llevarlo a bordo de uno de
los barcos de Merewether con destino a la isla. Podría haber alguien
má s, pero lo dudo.
Pierson sintió que su irritació n subía vertiginosamente.
— ¿No encontró extrañ o ese comportamiento?
Barton se irguió totalmente ahora.
—No tengo por costumbre cuestionar las acciones de un superior.
Lo ú nico que impidió que Drake le diera un puñ etazo al hombre fue
la presió n de Thea sobre su brazo.
—Pierson debes mantener la calma. Ahora sabremos quién es el
infiltrado en la isla, el señ or Barton nos puede dar su nombre y
descripció n.
Barton asintió con vehemencia.
—Sí, yo puedo.
Pierson decidió esperar a que Barton les diera la informació n para
después dejarle sin sentido por haber permitido que se pusiera en
peligro la vida de Thea.
Dos horas má s tarde mientras conducía su carruaje hacia el
despacho de Transportes Merewether, todavía estaba furioso, el
asistente y Hansen le seguían en un coche de caballos.
Thea no le había dejado que le metiera un poco de sentido comú n al
irritante Barton.
Ella iba sentada en silencio al lado de Pierson mientras se abrían
camino en el intenso trá fico de Londres. Su voz le sorprendió
cuando ella se decidió a hablar.
—Lady Upworth me visitó .
—Lo sé, dijo que vendría.
—Le ha contado la verdad a Langley.
—Nadie puede obligarte a verlo. No lo permitiré.
—Gracias.
La vio asentir por el rabillo del ojo.
— ¿Quieres verlo?
—Yo… — se quedó en silencio un momento — Quiero que me diga
por qué nunca la buscó . ¿Por qué se casó con Jacqueline?
De repente tuvo un pensamiento inesperado.
—Si nunca busco a tu madre, ¿Có mo podía estar seguro de que había
muerto? Entonces estaría cometiendo bigamia — un pensamiento
aú n má s preocupante tomo su lugar, algo que no sabía có mo no se le
había ocurrido antes — ¿Estaba muerta tu madre cuando se casó
con la actual condesa?
—No.
No era de extrañ ar que Thea se hubiera resistido tanto a conocer a
su padre.
—Maldito bastardo.
—Tenías razó n cuando dijiste que carecía de honor. También carece
de moralidad.
— ¿Por qué se lo ha contado tu tía?
—Se siente responsable por la muerte de mi madre, y por el
matrimonio de Langley con Jacqueline. Está convencida de que, si le
hubiera contado mi existencia y la huida de mi madre a las Indias
Occidentales, no habría ocurrido nada.
—Es una carga muy pesada de llevar.
—Sí, lo sé. — Casi tan pesada como la que su madre había sufrido
escapando con una hija, teniendo que ocultar su existencia,
abandonando a su hijo y su país para vivir en una isla que
finalmente la mató .
Pierson entendía su sentimiento de culpa y se negaba a permitir que
su esposa se torturase con ello.
—Tú fuiste un regalo para tu madre, no una maldició n. Acéptalo
Thea, todos los sacrificios que hizo por ti no fueron en vano.
Sintió su mirada ardiente en él.
—Es cierto— la aseguró .
—Entonces tú también debes aceptar que eres un regalo para tu
madre y que su sacrificio tampoco fue en vano.
— No tenía otra opció n. — Pierson se rio con aspereza.
Thea movió la cabeza.
—No seas tonto. Podría haberse ido al campo, dar a luz y entregarte
a una pareja de campesinos. Con la influencia de tu abuelo, el secreto
habría sido bien guardado.
Los sentimientos olvidados de Pierson aparecieron dejá ndole sin
aliento.
Siempre le había preocupado el hecho de que su padre no lo quisiera
lo suficiente como para reconocerlo, obviando la realidad de que su
madre le quería, que lo amaba tanto que había aceptado una vida de
censura de la sociedad por tenerlo.
Por tener el derecho a decirle hijo mío.
Pierson parpadeó para contener las lá grimas.
—Ella es una mujer muy especial.
—Sí, lo es, y la prueba está en lo bien que te educó . — Las palabras
de Thea le conmovieron profundamente.
Desde que la conocía, había empezado a perder el interés por buscar
la aprobació n de su padre y de la sociedad. Thea tenía razó n. Su vida
estaba regida por el amor de su madre, no por el rechazo de su
padre. Su valía residía en el hombre en que se había convertido, no
en el reconocimiento del hombre que lo engendró .
La sensació n de libertad que experimentó con las palabras de Thea
fue ú nica e indescriptible. Una razó n má s para agradecer al Creador
por la increíble mujer que el destino le había reservado.
Cuando llegaron al almacén, sus pensamientos se habían suavizado,
por lo que no solo quería matar directamente a Emerson, si no
torturarlo primero, por intentar hacer dañ o a Thea.
Capítulo 19

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley


16 de mayo de 1807

Tengo la fiebre. Estoy delgada y sé que voy a empeorar todavía más.


Hace una década que veo morir a personas de esta enfermedad, y sé lo
que me espera. Intento reaccionar, pero cada día que pasa me siento
más débil. Sólo hay una cosa que lamento: no tener tiempo de volver a
Inglaterra para ver a mi hijo. ¡Ese momento estaba tan próximo! El
viaje estaba planeado, pero ahora sé que no llegaré hasta allá. Nunca
más veré el rostro de él, ni escucharé su voz. Y él nunca me conocerá,
nunca sabrá como lo amó su madre, durante de todos estos años de
separación forzosa.

Thea sintió el corazó n apretado al entrar por segunda vez en la


oficina de la Merewether Shipping. La perspectiva de encarcelar al
sobrino de Ashby la dejaba angustiada.
Si Emerson só lo hubiese desviado las mercancías, ella simplemente
lo despediría sin referencias, pero él contrató a alguien para
matarla, y tal vez para matar también a Ashby.
Los pasos de ella, de Pierson, de Barton, de Hansen y de los dos
investigadores de la Bow Street Runners hacían eco por el corredor
que llevaba a la oficina de Emerson. Pierson insistió en llevar a los
investigadores para encarcelarlo.
Thea llamó suavemente a la puerta y al oír la autorizació n, entró
seguida por Pierson. Al verlos, Emerson se levantó y extendió la
mano sonriendo.
— Felicitaciones por la boda, señ or y señ ora Drake. Leí la noticia en
el perió dico de hoy.
Thea aú n no se creía que aquel chico tan jovial era responsable de
los robos y de los atentados contra su vida. Parecía muy sincero al
felicitarlos por su matrimonio.
Los ojos de él se entrecerraron al notar la presencia de los
investigadores. La sonrisa desapareció .
— Temía que el plan de Tío Ashby pudiese acabar mal, pero nunca
imaginé, que avisaran a la policía. — El miraba nerviosamente a
Thea y a Pierson. — Hay algo que necesito contarles.
Pierson se quitó los guantes.
— Desgraciadamente para usted, ya lo descubrimos todo.
— ¡Pero yo conté toda la verdad, Sr. Merewether! — Barton anunció .
— ¿Qué verdad?
— Tío Ashby va a quedar tan decepcionado... — Murmuró Thea.
Emerson enjugó el sudor del rostro.
Mirando para los investigadores, dijo:
— Les aseguro, que la presencia de ustedes no es necesaria.
— Al contrario. Su presencia es absolutamente necesaria.
— Hay un terrible malentendido, señ ora Drake. Por favor, si me
permiten explicarme, todo quedará aclarado.
— Nada de explicaciones, Merewether. Su comportamiento ya lo
explica todo. — Pierson se volvió hacia los investigadores. —
Custó dienlo.
Uno de los investigadores dio un paso al frente, pero Emerson
reculó con pavor.
— Por favor, déjenme explicarme. — El miró suplicante para Thea.
— No adelanta nada negando las acusaciones. Las evidencias lo
acusan.
— No hay evidencias, no realmente. Fue todo un plan de Tío Ashby
para traerla a Inglaterra.
Thea dudó ante la desesperada sinceridad contenida en la voz de él.
Pero ignoró el deseo de creer en Emerson.
— Tío Ashby nunca daría ó rdenes de matarme.
El miedo de Emerson era casi palpable.
— ¿Matarla? ¿De qué está hablando?
— ¡No sea cínico! — Pierson avanzó un paso, bloqueá ndole la salida.
— Ellos sabían del hombre que el señ or contrató para espiar a la
Sra. Drake en la isla — la voz de Barton sonó a la espalda de Thea.
Emerson parecía cada vez má s confuso.
— ¿Qué hombre? ¡No contraté a ningú n hombre!
— No adelanta nada fingiendo, señ or. Yo ya le conté todo al Sr.
Drake.
Merewether miró desconfiado para Barton.
— ¡Usted leyó mis cartas y las de tío Ashby! — Emerson no se veía
como si fuese culpable, sino como si estuviese ultrajado. — Noté que
parecían ya abiertas, pero el lacre estaba intacto.
— El señ or y la señ ora Drake ya saben que estuvo robando a la
compañ ía.
— Sí, claro, estoy robando a la compañ ía. Bueno, robando
exactamente, no, pero sí tengo un stock provisional de las
mercancías en otro depó sito. Si no fuese así, el plan de Tío Ashby no
resultaría.
Thea desvió la mirada. Emerson estaba loco. Era digno de pena. Pero
enfermo o no, contrató a un hombre para matarla.
— Por favor, llévenselo — pidió ella.
— No. Necesitan escucharme. Tengo pruebas.
— Esperen. — La voz autoritaria de Pierson detuvo a los
investigadores. —
Explique ese plan de su tío.
Emerson se apoyó en el escritorio.
— Tío Ashby me escribió hace muchos meses, pidiendo mi ayuda
con un plan para traer a la señ orita Selwyn, es decir, a la señ ora
Drake, a Inglaterra.
Tengo cartas que lo prueban. — Agachá ndose abrió un cajó n.
Removió los papeles, y volvió a remover dos veces má s. Finalmente
paró y miró para Thea.
Estaba lívido. — Las cartas han desaparecido.
— ¡Claro, porque nunca existieron! — ella explotó . — ¡Tío Ashby
jamá s pensaría semejante absurdo! — Y volviéndose para Pierson:
— ¿Tenemos que oír eso?
Para su sorpresa, el asintió .
— Sí, pienso que debemos. — Mirando para los investigadores,
ordenó : —
Quédense cerca de la puerta, por favor.
En seguida, un ruido apagado y, de repente, Thea sintió su brazo
siendo empujado para atrá s y la presió n de un objeto frío en el
cuello.
— No me voy a quedar aquí oyendo explicaciones. — Era la voz de
Barton.
— Con su permiso, la señ ora Drake y yo vamos a dar un paseo. — El
comenzó a arrastrar a Thea, presionando el cañ ó n del revolver
contra el cuello. — Si alguien trata de seguirnos, ella morirá .
Pierson intentó da un paso hacia adelante.
— ¡Pare! — Barton gritó . — No quiero matarla. Todos detrá s del
escritorio
¡Rá pido!
Hansen no se movió . Barton chilló .
— ¡Ahora!
Todos obedecieron. Thea intentaba pensar en có mo liberarse, pero
sintiendo el cañ ó n del revó lver y el temblor de Barton, tuvo
dificultades para concentrarse.
Los hombres asustados eran capaces de actos imprevisibles. Ella
había visto muchos casos así en la isla.
— Deme las llaves — Barton ordenó a Emerson. Emerson dudó ,
pero acabó cogiendo un manojo de llaves y las tiró en direcció n al
asistente. Estas cayeron al suelo.
— Có jalas —Le dijo Barton a Thea, apartando el revó lver.
Era su ú nica posibilidad, pensó ella, bajando para recoger las llaves.
Así que las cogió , giró el brazo y golpeó a Barton en el punto en el
que, como Whisky Jim le enseñ ara, derrumbaría a cualquier hombre.
Thea se movió al lado opuesto del revó lver. Barton se dobló de dolor
y, un segundo después, Pierson le dio un puñ etazo en el rostro,
derrumbá ndolo.
Los investigadores lo levantaron. Pierson corrió hacia Thea.
— ¿Está s bien, querida?
— Sí, lo estoy.
— Te arriesgaste mucho.
— El riesgo sería mayor si me hubiese ido con él.
Emerson se aproximó a Barton.
— Confié en ti y me traicionaste.
Barton volvió el rostro sin demostrar ningú n remordimiento.
— Llévenselo — Ordenó Pierson a los investigadores. — Má s tarde,
pasare por la delegació n para presentar la denuncia formal. Y usted
Hansen, vaya con ellos. No quiero que intente huir.
— Puede confiar en mí, señ or.
Después de que todos salieron de la sala, Pierson se encaró con
Emerson.
— Explíquese.
— No sé si podré explicarlo todo, pero empiezo a entender lo que
pasó . Por favor, siéntense.
Emerson sirvió un whisky para él y Pierson, y licor para Thea, antes
de sentarse también.
— Al final, ¿qué plan era ese? — Preguntó Thea.
— Tío Ashby y lady Upworth se cansaron de intentar convencerla
para que viniera a Inglaterra. Entonces, él tuvo la idea de simular un
robo en la oficina de Londres. É l sabía que preferiría investigar
personalmente, ahorrá ndole un viaje tan largo y perjudicial para su
salud.
— Tío Ashby fue muy há bil. Hizo exactamente lo que él deseaba.
— ¿Lady Upworth lo sabía todo?
— Sí, señ or Drake. Y la tía Ruth también.
— Pero ¿có mo acabó Barton envuelto en este embrollo?
— El debió romper el lacre, leer las cartas y lacrar de nuevo.
Seguramente, mandó hacer un sello igual al de Tío Ashby.
— Es posible — Thea concordó . — ¿É l llegó a robar mercancía?
— Solamente esta semana percibí una diferencia en el stock del
depó sito secreto. Mercancías caras. Ahora creo que Barton estaba
robando a la compañ ía desde hace mucho tiempo, y aprovechó para
echarme la culpa a mí.
— Y casi lo consiguió . Al robar las cartas de su tío, el destruyó las
pruebas de su inocencia.
— ¿Planeaba huir?
— Tengo la certeza. Hansen lo sorprendió intentando salir de la
ciudad.
— Es verdad — Thea confirmó . — Y trató de esquivar la
confrontació n con usted.
Merewether bebió un trago de whisky.
— Confiaba plenamente en él. Voy a pedir la dimisió n de mi cargo.
Fallé en mi juicio.
— Bobadas. En la vida, todos cometemos errores. — Thea no se
había equivocado con Emerson. — Y ni se le ocurra pensar en pedir
la dimisió n. Tío Ashby y yo lo necesitamos, Emerson.
— Gracias, señ ora Pierson.
— Ademá s, el hombre que fue parcialmente responsable de que
haya conocido a mi esposa, merece toda mi consideració n.
El comentario de Pierson hizo que el corazó n de Thea latiera má s
fuerte.
Thea se acurrucó en los brazos de Pierson henchida de amor.
Después de poner la denuncia en la delegació n de la policía, él la
llevó a casa y derecha a la cama.
Thea lo besó en el cuello y Pierson se estremeció .
—Afortunadamente, la pesadilla ha terminado. Ahora, quiero
cumplir la segunda promesa que le hice a mi madre.
— ¿Quieres que envíe una invitació n a Jared a visitarnos?
—No. Yo quiero ir a la casa de Langley.
— ¿Está s segura?
—Sí.
— ¿Cuá ndo?
—Mi tía me dijo que habrá una cena familiar hoy. Ella nos invitó
después de la cena. ¿Me acompañ ará s?
— ¿Y me preguntas eso?
Thea llevaba uno de sus vestidos nuevos para el encuentro con su
padre.
Eligió uno de muselina azul oscuro que realzaba el azul de sus ojos.
Por lo menos, fue lo que Melly dijo. La cintura alta acentuaba las
curvas femeninas y los ojos Pierson se iluminaron al verla.
—Estas hermosa, Thea.
—Gracias. Tú también está s muy elegante.
É l la ayudó a ponerse la capa y la condujo hasta el carruaje.
El corto trayecto hasta la casa de Langley, no le permitió a Thea
pensar mucho en el encuentro.
Al saber que Lady Upworth los esperaba, el mayordomo los llevó a la
sala de visitas sin anunciarlos.
Una mujer que debía ser Jacqueline, estaba sentada junto a la
chimenea bordando.
Langley, Lady Upworth, Irisa y un hombre moreno estaban en la
mesa de juegos. Era Jared.
Lady Upworth levantó la mirada cuando entraron en la habitació n,
dá ndoles la bienvenida con una sonrisa.
—Thea, señ or Drake. Qué gentileza venir a visitarnos. Ahora
estamos realmente en familia.
Todos los ojos se volvieron hacia los recién llegados. Langley fue el
primero en hablar.
—No me había dicho que había invitado al señ or y la señ ora Pierson.
Lady Upworth se encogió de hombros, indiferente al tono de
reproche en la voz de su sobrino.
—No tenía la certeza de que vinieran. No quise darles falsas
esperanzas. —
Sin darle tiempo a replicar a Langley, miró a Irisa y Jared. —Niñ os,
quiero que conozcá is a vuestra hermana, Thea Selwyn Pierson.
La voz de Jacqueline sonó estridente.
—Geoffrey, no permitas que esta mujer haga afirmaciones falsas.
É chala fuera inmediatamente.
Thea miró a la mujer que había tomado el lugar de su madre en la
sociedad y sintió lá stima por ella. El futuro le reservaba
desafortunadas revelaciones.
—No podemos ocultar má s la verdad, Jacqueline. Mi tía está
dispuesta a revelá rsela a todo el mundo.
Por la declaració n de su padre, Thea se dio cuenta de que le había
contado la verdad a su esposa. Al menos parte de ella.
Jared se levantó y miró a Thea. Inmediatamente vio la cicatriz en su
rostro.
¿En qué estaba pensando? Soñ ó tanto con ese momento, y de
repente, tenía miedo de ser rechazada por su hermano gemelo. Ella
le entregó los libros que tenía en la mano.
—Estos son los diarios de nuestra madre. Le prometí en su lecho de
muerte que te los entregaría. Quería que supieses lo mucho que lo
amaba.
Jared no se movió para recoger los volú menes de cuero.
—Mi madre murió poco después de mi nacimiento.
A Thea se le llenaron los ojos de lá grimas.
—No. No es cierto. Tu padre... —Miró a Langley sabiendo que la
acusació n se revelaba en los ojos. —Nuestro padre te alejó de ella,
diciendo que nunca má s volvería a verte. Yo nací después y él nunca
supo de mi existencia. Ante el temor de que él me llevase a mí
también, ella viajó conmigo a las Indias Occidentales, donde murió .
— ¿Ella está diciendo la verdad? — Jared le preguntó a su padre.
La cara de Langley estaba lívida.
—Sí.
Thea se aproximó a su hermano y se sorprendió de sus propias
palabras.
— ¿Puedo tocarte?
La expresió n facial de Jared no se alteró .
—He visto muchos retratos tuyos. No puedo creer que esté tan cerca
de ti. —
Ella le acarició el rostro marcado por las cicatrices.
— Tuve un sueñ o. Una pesadilla cuando ocurrió el accidente.
Jared continuó en silencio y ella retiró la mano. Dejó los diarios
sobre la mesa.
— Un día querrá s leer lo que ella escribió . Hubieras querido
conocerla. Tal vez algú n día, quieras conocerme a mí también.
Ella comenzó a alejarse. Había cumplido la promesa hecha a su
madre.
Jared la agarró por el brazo.
—Yo te conozco. Soñ aba contigo muchas veces. Una noche, soñ é que
llorabas mucho y yo estaba desesperado por consolarte, pero tú eras
apenas una imagen en un sueñ o. No eras real.
Un sonido ahogado salió de la garganta de Thea. Rá pidamente, los
dos hermanos estaban abrazados y llorando.
De repente, todo el mundo empezó a hablar a la vez. La voz de
Pierson sobresalió pidiendo silencio.
Después de que todos se calmaron, Irisa exigió una explicació n. Thea
fue capaz de explicarse, a pesar de las interrupciones de su
impaciente hermana.
Después de escuchar la historia completa, Irisa preguntó a su padre:
—Papá , ¿por qué no fuiste tras la madre de Thea?
El corazó n de Thea latía fuera de control a la espera de la respuesta
a la pregunta que tantas veces se había hecho.
Langley se acercó a Jacqueline y puso su mano sobre su hombro.
Thea admiró esa muestra de apoyo a la segunda esposa. No debía
ser fá cil escuchar los só rdidos hechos del pasado de su marido.
—Al principio pensé que se había escapado con Estcot. Salieron de
Londres, al mismo tiempo, y llegué a la conclusió n de que ella se
había casado con el hombre equivocado. Ambos la cortejamos.
Cuando regresó a la ciudad con la reputació n destruida por lo que le
pasó en el interior, me di cuenta de que Anna nunca había estado
con él. Y que yo estaba completamente equivocado en todo.
— ¿Por qué no la buscaste? —Preguntó Thea.
—Yo era demasiado orgulloso para pedir perdó n. Pensaba que, si
ella tenía algú n afecto por mí o por su hijo, habría vuelto.
—Mamá tenía miedo de perderme a mí también.
Langley sacudió la cabeza en un gesto de resignació n.
—Acabo de darme cuenta de eso.
Irisa ladeó la cabeza y miró a su padre con perplejidad.
—Si yo amase alguien, le pediría perdó n.
Langley no dijo nada.
Jacqueline le cogió la mano. Thea pensó que tal vez había verdadero
afecto entre ellos. Esperaba que así fuera. Si no, tal vez su
matrimonio no resistiría revelació n final.
Como si adivinara sus pensamientos, Irisa precipitó la verdad final.
— ¿Cuá ndo murió su madre?
Thea respiró hondo y exhaló . Encontró coraje en la mirada de su tía
y tuvo la necesidad de revelar la verdad.
—Hace diez añ os.
Capítulo 20

Diario de Anna Selwyn, Condesa de Langley


23 de noviembre 1809

Hoy he recibido una carta de lady Upworth con un retrato de Jared. Ya


no es un niño pequeño. Mi corazón se apena al pensar que no
reconocería a mi propio hijo, si me lo encontrase, pero hay pocas
posibilidades de que eso ocurra. Trato de buscarlo en Thea, esperando
que él se parezca a ella en su capacidad de amar. Thea es generosa en
sus afectos. Tengo que enseñarle a proteger el corazón, pero temo no
tener mucho tiempo para eso.

Por un momento, Irisa miró a Thea en silencio. Luego miró a sus


padres y su hermana de nuevo.
— ¡Pero yo tengo dieciséis!
Thea lo confirmó .
—Sí
El silencio parecía envolverla. Volviéndose hacia Pierson, Thea
buscó su apoyo para el enfrentamiento final. É l le acarició el rostro,
con los ojos brillantes de emoció n.
—La verdad libera. Thea, por muy dura que sea. Ella asintió con la
cabeza y se dirigió a la familia:
—Tan pronto como mi madre se enteró de la traició n final de
Langley, quedó devastada. Creo que Lady Upworth escondió el
hecho el má ximo tiempo posible, pero el tío Ashby tenía planes para
venir a Inglaterra y mamá pretendía acompañ arlo. Quería ver a
Jared. Lady Upworth supo que el viaje iba a ser un desastre y le
escribió contá ndola la verdad.
La cara de Jared perdió el color y el trazo rosado de la cicatriz
resaltó en la palidez de la piel.
—Se casó con Jacqueline, cuando aú n vivía mi madre —le dijo a su
padre en un tono acusador.
Langley no contestó y Jared miró a Thea. Ella quería
desesperadamente consolarlo. La decepció n y el dolor que vio en sus
ojos la entristeció todavía má s.
—Mamá canceló el viaje, por temor al escá ndalo al que usted se
enfrentaría si se enteraban de la verdad. Durante mucho tiempo ella
pensó en la posibilidad de utilizar el comportamiento de Langley
como fuente de chantaje.
— ¿Pretendía hacerle chantaje? —Preguntó Jared.
—Para obligarlo a permitir que ella te viese.
—Pero ella nunca vino. Nunca la conocí.
Thea se mordió el labio y negó con la cabeza.
—Ella contrajo una fiebre dos semanas antes de que partiera
nuestro barco.
Aunque sobrevivió , ella nunca se recuperó para hacer el viaje. Por
desgracia, el segundo brote de fiebre la mató .
Ahora que había revelado toda la verdad, llegó el cansancio. Quería
irse a casa con Pierson y dormir en la seguridad de sus brazos.
También quería abrazar y consolar a su hermano, pero no tenía
ningú n derecho. Eran prá cticamente desconocidos.
Langley miró a Jared, que lo miraba como si fuera un monstruo.
—Es necesario que lo comprendas, Jared. Me convencí de que tu
madre estaba muerta, si no, habría venido a por mí, por ti. Luego
vino Jacqueline. Ella estaba embarazada de Irisa y no podía permitir
que el niñ o a viviera con el estigma de ser ilegítimo.
En este momento, Jacqueline salió de la sala llorando. Irisa cruzó los
brazos y empezó a golpear con el pie en la alfombra.
—Conociendo a mamá , yo apuesto a que ella te sedujo y te obligaron
a casarte cuando ella quedó embarazada. Como hija de un noble,
pensó que valdría la pena el riesgo só lo para casarse con un conde.
Pobre mamá . —
Entonces, su rostro se iluminó . —Eso significa que soy bastarda.
Pierson se estremeció junto a Thea.
— ¡Irisa! —Exclamó Lady Upworth. — ¡Nunca te atrevas usar esa
palabra!
Irisa se disculpó y se dirigió a Thea.
—No sé có mo darle las gracias. El duque de Clareshire nunca se
casará con la hija ilegítima de un conde. ¡Soy libre! —Ella se rio y
aplaudió . —
¡Definitivamente libre!
Lady Upworth sonrió .
—Temo que tu madre no está tan feliz como tú , querida.
—Qué le sirva de lecció n. Estoy segura de que mi padre le contó
sobre la madre de Thea, e incluso así, ella insistió en casarse con un
conde.
— ¿Ella lo sabía? —Preguntó Jared.
—Sí. Ella quería correr el riesgo. También creía que Anna había
muerto. —
Langley miró a Irisa. —Ella quería que llevases mi nombre.
—Apuesto a que sí.
Thea sonrió ante la franqueza de su hermana.
—No seas tan dura con tu madre, Irisa. Ella só lo hizo lo que creía
que era mejor para ti.
—Mamá está muy preocupada por las apariencias y con la visió n del
mundo de la aristocracia. ¿Quieres seguir ocultando su secreto?
Pierson habló por primera vez desde el inicio de la conversació n:
—Thea es una experta en guardar secretos. Ella quiere conocerte a ti
y a Jared, pero sin perjudicarlos ni hacerles dañ o.
—Mi marido tiene razó n. No hay motivo para revelar nuestros
secretos a la sociedad.
— ¿Y el hecho de que eres mi hija? ¿No deseas revelar el vínculo?
Thea miró a su padre.
—Quiero convivir con la familia. Tía Harriet e Irisa ya está n en mi
corazó n y no puedo ignorarlas.
—Prefiero no revelar que Jacqueline y yo no está bamos legalmente
casados cuando nació Irisa por el bien de ella, pero quiero
reconocerte como mi hija. Se lo debo a Anna. Te lo debo a ti.
—Va a ser difícil ocultar un secreto si el otro se revela. —La voz de
Jared sonó resentida. Señ al de que los descubrimientos de esa noche
habían abierto una grieta entre él y su padre.
—Todas las familias tienen sus secretos. Podemos proteger el
nuestro —lady Upworth reflexionó .
—Y entonces, Thea, ¿qué decides? —Preguntó Langley.
—Yo quiero ser parte de mi familia y no veo ninguna razó n para
revelar un secreto que es má s de mi hermana que mío.
Irisa la abrazó fuerte y le palmeó la espalda.
—Siempre quise tener una hermana, Thea.
Thea permitió que su padre la abrazara, pero no hizo ningú n
esfuerzo para corresponder al gesto de afecto. Tal vez con el tiempo
cambiase de opinió n al respecto. Como dijo tía Harriet él tendría que
llegar a ser digno de su amor.
—Bienvenida a casa, hija mía.
Jared se acercó . Sus ojos todavía mostraban las marcas del shock,
pero no había el rechazo que tanto había temido Thea. É l le dio un
beso en la mejilla y se apartó .
Thea abrazó a Lady Upworth.
—Te quiero, tiita.
—Yo también te quiero, sobrina. Siempre te quise.
Irisa llamó la atenció n de todos al murmurar:
— ¿Eso significa que voy a tener que casarme con el duque de
Clareshire?

Una fuerte emoció n envolvió a Pierson, al ver a Thea junto a la


ventana, mirando la noche nublada de Londres.
Ella no llevaba el chal y los contornos delicados de su cuerpo eran
visibles a través de la fina tela de su camisó n.
Entró en la habitació n y fue recibido con una sonrisa encantadora.
— ¿Por qué tenemos que dormir en habitaciones separadas?
Supongo que es otra de esas absurdas costumbres que impone la
sociedad. Es una tontería si só lo necesitamos una cama. ¿No te
parece?
El espanto de Thea frente de las excentricidades de la aristocracia lo
divertía.
Aproximá ndose la abrazó .
—No todos los matrimonios duermen juntos, nena.
— ¡Oh, no! No me vas a convencer de esa tontería. ¡Si fuera cierto,
las familias se quedarían sin herederos!
É l se rio y le envolvió una sensació n de paz. Nunca se arrepentiría de
haberse casado con esa mujer encantadora. Só lo había un nombre
para describir ese sentimiento que lo consumía desde que la había
conocido. Amor. Amaba a su esposa.
No podía esperar má s para confesarle su amor. Creía que Thea
también lo amaba. Só lo el amor la llevaría a estar de acuerdo con lo
que ella considera como un riesgo importante, el matrimonio.
—Eres incorregible, mujer.
Ella se encogió de hombros.
— ¿Dije algo estú pido?
—No me estoy riendo de ti, querida. Muchos esposos y esposas
está n en la misma cama só lo para asegurar los herederos.
Abrazados, se acercaron a la cama.
—Debo advertirte que no tengo la intenció n de ceder a las
costumbres de la sociedad.
— ¿No quieres dormir sola, ahora que estamos casados?
— ¡Por supuesto que no! Me prometiste que nunca volvería a estar
sola, especialmente por la noche.
Pierson la desnudó y luego se deshizo de su ropa de dormir. É l la
deseaba tanto que su cuerpo palpitaba, pero primero quería hablar.
—Estoy orgulloso de ti.
Thea comenzó a acariciarle el pecho.
—Lo sé. Eres un hombre especial. —Ella suspiró . —Mi hermano es
diferente a lo que yo imaginaba.
—Fue educado por su padre, no por su madre.
—Es cierto. Quiero estar cerca de él, conocerlo mejor. Creo que era
lo que má s deseaba mi madre cuando me hizo prometer que le
entregaría los diarios.
—Eres una mujer de honor, Thea.
Estaba casi seguro de que ella lo amaba, pero necesitaba saber có mo
se sentía Thea acerca de la segunda promesa hecha a su madre. É l
negó con la cabeza, sin querer pensar en nada má s que la belleza y la
suavidad de su cuerpo desnudo enroscado en el de él.
—Me alegro de que hayas cumplido por lo menos una de las
promesas que hiciste a tu madre.
Thea tomó la cara de Pierson y lo besó en los labios.
—Cumplí las dos promesas. No quería que me casara con un hombre
como mi padre. ¡Y no lo hice!
—Tenías miedo de casarte conmigo.
—Fue una tontería mía. Tenías razó n al decir que el orgullo de él
había destruido a nuestra familia. Fue su flaqueza lo que hirió a mi
madre, no su fuerza. Tú eres fuerte, Pierson. Te tragaste tu orgullo al
buscarme cuando te rechacé.
Las lá grimas corrían por su rostro, y Pierson las secó con sus dedos.
—No tenía elecció n. Te amo, Thea. Te necesito.
É l esperó sin aliento por la respuesta.
—Yo también te amo, Pierson. Me encanta tu arrogancia,
caballerosidad, fuerza, tenacidad, lealtad, honor y, sobre todo, me
encanta la forma en que me haces sentir.
É l le acarició el pecho y Thea se echó a reír.
—No me refiero a la reacció n de mi cuerpo. Estoy hablando de la
felicidad.
Me haces muy feliz, Pierson.
Con un rá pido movimiento, se dio la vuelta, dispuesto a tenerla.
Thea no protestó . Correspondió a las caricias y los besos de él con
ardor y pasió n.
—Haz el amor conmigo, Pierson...
—Ahora y siempre, mi amor. Ahora y siempre.
Epílogo

Drake Hall, Inglaterra, 1821

El bebé lloraba. Su hijo. La imagen de un niñ o recién nacido era una


emoció n indescriptible. Había dado a luz una vida. Una vida
maravillosa, inocente.
Trató de sentarse en la cama, haciendo caso omiso de las
advertencias de la criada y la partera. Quería ver la carita de su hijo.
Cada momento con él era un regalo que nunca se imaginó recibir.
Una puerta de madera maciza se abrió , golpeando con fuerza contra
la pared del dormitorio. Los ojos de Thea se volvieron a su esposo
parado de pie en el umbral. El rostro de él mostraba la misma
expresió n preocupada que asumiera desde el momento en que se
enteró de que estaba embarazada. Sus ojos se encontraron, y en esa
rá pida mirada, ambos supieron que todo sería diferente.
Ahora, ellos eran una familia. Para siempre.
—Vine tan rá pido como pude. ¡Eres realmente impredecible! ¡Dar a
luz dos semanas antes de lo previsto y justo cuando estoy fuera
trabajado!
Se acercó a la cama y la miró con aprensió n.
— ¿Está s bien?
Thea lo confirmó con un movimiento de cabeza. Sin alejarse de su
esposa, Pierson Drake habló con la partera.
—Deme el bebé.
—Es un niñ o, Pierson. Nuestro hijo. ¿No está s emocionado?
—Emocionado es poco para expresar lo que siento, Thea. —
Cogiendo al niñ o de los brazos de la comadrona, murmuró : — ¡Qué
hermoso…! —Y mirando a Thea, dijo: —Mi amor, me diste el mejor
regalo que podría desear. Trataré de ser un buen padre para él.
El corazó n de Thea vibró con el amor que crecía cada día.
—Lo será s Pierson. No tengo ninguna duda.
— ¿Có mo puedo darte las gracias, Thea? Está s haciendo realidad
todos mis sueñ os.
—Y tú , mi amor, diste vida a todos los sueñ os que nunca me atreví a
tener.
Pierson la abrazó , con su hijo entre ellos. Thea sonrió . Su madre
debía estar feliz. Le habría gustado Pierson Drake, y hubiera amado
a su nieto.
Thea pretendía hablarle a su hijo de su madre. Anna Selwyn no sería
olvidada, ni su legado de amor. Viviría a través de su hija Thea, y se
comprometió a honrar los sacrificios que su madre hizo para criarla
al calor del amor, y no en la sombra de la desconfianza.
Tal vez Jared también aprendiera a vivir en la luz del amor. Un día a
él le gustaría leer los diarios. Hasta ese momento, era suficiente
saber que él y los otros miembros de la familia habían aceptado ser
parte de su vida. Pero incluso si eso no hubiera ocurrido, ella nunca
se sentiría infeliz porque tenía a Pierson Drake a su lado. El hombre
que había hecho de su matrimonio una bendició n.
Al pensar en sus temores sobre el matrimonio, Thea sonrió . Pierson
demostró que la amaba tanto como ella a él.
Thea todavía dirigía la Merewether. Hacía conferencias sobre la
abolició n de la esclavitud y recibían en su hogar a miembros
influyentes del Parlamento para discutir este y otros temas
importantes.

Invariablemente, Pierson la apoyaba. Hubo conflictos en el


matrimonio.
Ambos tenían una personalidad fuerte, pero siempre llegaban a un
acuerdo. Y
en los momentos decisivos fueron siempre uno.
Thea besó suavemente los labios de su marido y acarició el rostro
sereno de su hijo. Pierson la miró y sonrió . Las promesas que Thea
leyó en sus ojos eran eternas.
Estaba completamente segura de eso.

FIN

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