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Cómo Dejar de Comer Impulsivamente - Robert Sánchez
Cómo Dejar de Comer Impulsivamente - Robert Sánchez
CÓMO
DEJAR
DE
COMER
IMPULSIVAMENTE
Robert
Sánchez
DERECHOS
DE
AUTOR
Y
COPYRIGHT
Antes
de
realizar
cualquier
cambio
en
su
dieta
o
estilo
de
vida
consulte
con
su
médico
o
especialista.
ÍNDICE
PRÓLOGO
7
PRIMERA
PARTE.
INTRODUCCIÓN
13
1.
Por
qué
comes
impulsivamente.
El
principio
15
2.
El
comedor
impulsivo
y
emocional
25
SEGUNDA
PARTE.
TU
CUERPO
COME
IMPULSIVAMENTE
33
3.
Comemos
instintivamente
35
4.
Comíamos
lo
que
nos
ofrecía
la
naturaleza
37
5.
Comíamos
y
comemos
hasta
sentirnos
saciados
41
6.
Saciedad
mecánica
45
7.
Saciedad
hormonal
47
8.
Saciedad
según
el
valor
nutricional
de
los
alimentos
49
9.
Mención
especial:
saciedad
e
hidratos
de
carbono
simples
51
10.
Saciedad
según
la
atracción
hacia
el
alimento
55
11.
Saciedad
según
lo
que
estés
pensando
59
12.
Saciedad
según
cómo
cocines
tus
alimentos
61
13.
Saciedad,
placer
y
el
primer
gran
problema
al
que
nos
enfrentamos
63
14.
Saciedad
y
exposición
a
la
luz
67
15.
Saciedad
y
actividad
física
73
16.
Saciedad,
estrés
y
el
segundo
gran
problema
al
que
nos
enfrentamos
77
17.
Conclusiones
fisiológicas
sobre
tus
impulsos
por
comer
83
TERCERA
PARTE.
TU
MENTE
COME
EMOCIONALMENTE
87
18.
El
poder
evolutivo
de
la
mente
sobre
el
cuerpo
89
19.
La
cultura
actual
de
la
insatisfacción
y
la
búsqueda
constante
de
placer
93
5
20.
La
base
educativa
de
tus
hábitos,
emociones
y
pensamientos
97
21.
La
influencia
de
las
emociones
y
pensamientos
socioculturales
colectivos
101
22.
La
infoxicación
y
el
bombardeo
mental
111
23.
Puedes
reconducir
tu
forma
de
pensar
y
sentir
119
24.
Patrones
mentales
que
te
interesa
revisar
123
CUARTA
PARTE.
COMER
CONSCIENTEMENTE
127
25.
La
conciencia,
¿el
último
logro
evolutivo?
129
26.
La
unión
consciente
de
cuerpo
y
mente
133
27.
La
confusión
entre
placer
y
bienestar
137
28.
Por
qué
comes
impulsivamente.
El
final
141
29.
Comprensiones
para
comer
conscientemente
147
QUINTA
PARTE.
CÓMO
AFRONTAR
LA
COMIDA
IMPULSIVA
Y
EMOCIONAL
151
30.
Ideas
para
reconciliarte
con
tus
impulsos
153
31.
Ideas
para
reconciliarte
con
tus
emociones
171
32.
Ideas
para
crear
una
nueva
relación
consciente
con
la
comida
199
EPÍLOGO.
CÓMO
DEJAR
DE
VIVIR
IMPULSIVAMENTE
207
SOBRE
EL
AUTOR.
ROBERT
SÁNCHEZ
209
6
PRÓLOGO
No
me
andaré
con
rodeos.
Me
gusta
ser
claro,
sincero,
aunque
a
veces
parezca
demasiado
escueto
o
directo.
Además,
ya
somos
demasiado
viejos
en
esto.
Si
miramos
hacia
atrás
y
somos
honestos,
no
tardaremos
en
reconocer
que
llevamos
mucho
tiempo
así,
seguramente
toda
una
vida,
por
más
que
hayamos
intentado
ponerle
remedio
y
nada
haya
servido.
Tú
y
yo
lo
sabemos.
Con
más
o
menos
frecuencia
comemos
impul-‐
sivamente,
empujados
por
nuestras
emociones
o
por
un
no
sé
qué
que
no
sabemos
de
dónde
viene,
pero
que
se
escapa
de
todo
control.
No
sé
cuál
será
tu
modalidad
de
comedor
emocional,
impul-‐
sivo.
Tal
vez
seas
de
los
que
no
pueden
parar
de
comer
cuando
hay
algo
encima
de
la
mesa,
puede
que
siempre
necesites
tu
trocito
de
chocolate
después
de
la
cena
o
seas
incapaz
de
dejar
una
bolsa
de
patatas
fritas
a
medias,
quizá
te
supere
el
impulso
de
comerte
un
paquete
entero
de
galletas
cuando
te
sientes
estresado
o
solo,
o
incluso
picotees
entre
horas
veinte
veces
cada
día,
sobre
todo
cuando
estás
aburrido.
No
vas
a
poder
engañarme.
Mis
emociones
también
regían
mi
forma
de
comer,
hasta
el
extremo
de
llegar
a
considerarme
"comedor
compulsivo",
cuando
este
comportamiento
ya
puede
catalogarse
como
enfermedad.
En
fin,
enfermos
tal
vez
no,
pero
no
tengo
ninguna
duda
de
que
todo
el
mundo
alguna
vez
ha
comido
impulsivamente,
sin
hambre
real
o,
dicho
de
otro
modo,
con
hambre
emocional.
Enseguida
entenderás
por
qué
–
de
eso
trata
el
libro.
Tampoco
hace
falta
que
sigas
engañándote
a
ti
mismo.
Lo
más
probable
es
que
lo
hayas
hecho
toda
la
vida.
¿Vale
la
pena?
Insisto,
yo
también
me
he
comido
un
buen
trozo
de
queso
a
escondidas
y
he
sentido
un
dolor
de
barriga
horrible
después
de
un
atracón,
muchas
veces
sin
decírselo
a
nadie,
claro.
Precisamente
por
eso
también
soy
yo
el
que
no
puede
engañar-‐
te.
No
voy
a
venderte
humo.
Ante
una
situación
tan
compleja
como
ésta,
lo
mejor
es
empe-‐
zar
dejando
bien
claro
que
no
existen
los
milagros.
No
vas
a
de-‐
jar
de
comer
emocionalmente
de
un
día
para
otro,
ni
en
pocas
semanas,
incluso
tampoco
en
un
año.
Comer
conscientemente
requiere
cambios
en
la
propia
dieta,
en
lo
que
comes,
en
tu
relación
con
la
comida,
en
tus
hábitos
alrededor
de
la
mesa,
en
tu
estilo
de
vida,
en
los
patrones
emocionales
y
mentales
que
repites
constantemente
y
que
te
empujan
a
comer
con
ansia
o
buscando
ciertos
caprichos,
en
el
estrés
y
el
miedo
que
se
ha
apoderado
de
tu
vida,
en
tu
forma
de
pensar,
de
sentir
y
de
ver
el
mundo.
¿Cómo
vas
a
cambiar
todo
eso
en
tan
poco
tiempo?
¿Y
cómo
piensas
hacerlo
sin
esforzarte,
sin
pararte
a
observar
cómo
te
comportas,
sin
practicar
concienzudamente
unos
nuevos
com-‐
portamientos
hasta
instaurarlos
como
hábitos,
sin
perdonarte
a
ti
mismo?
Como
te
decía,
yo
mismo
he
sido
comedor
ya
no
sólo
emocio-‐
nal,
sino
compulsivo,
y
sé
por
conocimiento
y
experiencia
pro-‐
pia
que
no
puedes
dejar
de
hacerlo
en
dos
días.
8
La
aventura
de
la
comida
consciente
es
un
proceso
largo,
duro.
En
mi
caso,
desde
que
empecé
a
formarme
como
profesional
de
la
salud
–sí,
los
profesionales
parasanitarios
también
pue-‐
den
comer
emocionalmente–,
diría
que
el
cambio
definitivo
me
llevó
unos
diez
años,
y
eso
que
mi
profesión
estaba
íntima-‐
mente
relacionada
con
la
alimentación.
¿Cómo
puede
ser?
Demasiada
información
desvinculada,
de-‐
masiado
ruido,
demasiado
contar
calorías,
demasiada
prisa,
demasiada
inconsciencia,
demasiado
aparentar.
En
realidad,
el
objetivo
de
este
libro
es
ayudarte
a
conocer
mejor
los
procesos
que
terminan
avocándonos
a
la
comida
impulsiva
y
emocional,
en
menos
tiempo
del
que
necesité
yo,
o
al
menos
ahorrarte
algunos
años
de
experimentos
que
no
te
lleven
a
ninguna
parte
–aunque
probablemente
ya
hayas
pasa-‐
do
por
unos
cuantos.
Por
eso
me
gustaría
que
comprendieras
este
libro
como
una
simple
guía,
como
una
gran
caja
de
herramientas.
Yo
no
te
conozco
y
no
puedo
decirte
cuáles
te
servirán
y
cuáles
no,
así
como
tampoco
puedo
pararme
a
enseñarte
cómo
funciona
cada
una
de
ellas
al
detalle.
Lo
que
haré
será
compartirlas
todas
contigo
para
que
tú
cojas
y
uses
las
que
creas
convenientes.
Una
vez
más,
insisto
en
que
el
viaje
de
comer
de
manera
consciente
es
totalmente
diferente
para
cada
persona.
Y
eso
quiere
decir
que,
además,
este
libro
no
va
a
ser
el
paso
definitivo
hacia
tu
comida
consciente,
sino
solamente
el
principio.
El
resto
del
camino
lo
vas
a
tener
que
andar
tú
solo.
Puede
que
en
algún
momento
necesites
la
ayuda
de
un
profesional
pero,
sea
como
sea,
al
final,
el
grueso
del
trabajo
recaerá
en
ti.
9
A
partir
de
los
conocimientos
que
comparto
aquí
contigo,
acepta
la
responsabilidad
que
te
corresponde,
toma
el
mando
y
empieza
a
trabajar
sobre
tus
contextos,
tu
dieta,
tus
pensa-‐
mientos,
tus
emociones…
Porque
vas
a
necesitar
trabajarlo
todo.
Por
eso,
en
primer
lugar
hablaré
mucho
de
comida.
Si
estamos
hablando
de
comer,
parece
lógico,
¿no?
Porque
hay
alimentos
que
sacian
más
y
sacian
menos,
hay
hábitos
en
la
mesa
que
facilitan
que
sigas
comiendo
desesperadamente,
hay
formas
de
preparar
los
alimentos
y
cocinar
que
también
influyen
sobre
tu
saciedad…
Está
en
tus
manos
conocerlos
y
comprender
cómo
te
afectan,
en
especial
a
tu
fisiología.
Por
otro
lado,
sabes
perfectamente
que
tu
estado
mental,
lo
que
sientes
y
lo
que
piensas,
también
guarda
una
relación
directa
con
tus
ganas
impulsivas
de
comer.
No
puedes
pensar
que
eres
una
máquina
quemacalorías,
un
horno
de
combustión
y
nada
más.
Cuando
estás
estresado,
preocupado
y
ansioso
comes
impulsivamente.
Cuando
te
sientes
solo
o
aburrido
comes
impulsivamente.
Cuando
estás
en
una
reunión
familiar
o
con
amigos
que
no
paran
de
comer
tú
también
comes
impul-‐
sivamente.
Tus
pensamientos
y
emociones
tienen
mucho
que
decir
en
este
juego,
por
lo
que
les
dedicaremos
el
espacio
que
se
merecen
a
todos
los
aspectos
psicológicos
de
la
comida
emocional.
Gracias
a
todo
el
conocimiento
que
compartiré
contigo,
vas
a
poder
comprender
desde
todos
esos
frentes
por
qué
te
sientes
empujado
a
comer
en
según
qué
situaciones.
He
de
avisarte,
sobre
todo
en
lo
que
se
refiere
a
la
primera
parte
del
libro
en
la
que
hablo
principalmente
sobre
los
10
procesos
fisiológicos
que
regulan
tus
circuitos
de
saciedad,
que
éste
no
es
un
libro
de
ciencia.
Usa
la
ciencia,
obviamente,
pero
no
es
un
libro
de
ciencia.
La
saciedad
constituye
un
proceso
neurológico
y
hormonal
muy
complejo
–todavía
quedan
muchas
cosas
por
estudiar
y
determinar–,
y
para
nada
es
mi
intención
analizarlo
al
detalle.
Por
eso,
en
ocasiones
podrá
darte
la
sensación
de
que
afirmo
cosas
así,
al
tuntún,
dándolas
por
ciertas,
a
pesar
de
que
algunas
puedan
llegar
a
sorpren-‐
derte.
Si
quieres
profundizar
en
el
asunto,
no
puedo
hacer
más
que
invitarte
a
investigar
por
tu
cuenta.
Por
lo
tanto,
sobre
todo
y
más
que
nada,
por
favor,
tómate
este
libro
como
una
sencilla
guía
que
te
habla
de
muchísimas
cosas
y
que
te
lo
pone
más
fácil
para
seguir
trabajando
en
conocer
a
fondo
tu
relación
con
la
comida
y
tu
consecuente
conducta.
Nada
más.
El
resto
del
trabajo,
que
será
mucho,
como
te
decía,
es
cosa
tuya.
Tendrás
que
leer
mucho
más,
experimentar,
acertar
y
fallar.
Será
toda
una
experiencia.
Lo
último
que
quiero
pedirte
es
que,
ya
que
intuyo
que
pretendes
comer
de
forma
más
consciente,
empieces
a
hacer
algunos
cambios
antes
de
leer
este
libro
y
dejes
de
leer
impulsivamente.
Si
lees
el
libro
a
toda
velocidad
o
en
diagonal,
no
vas
a
enterarte
de
nada.
Tómatelo
con
calma,
respira
y
lee
el
libro
como
si
estuvieras
charlando
un
ratito
conmigo.
Verás
que
para
tener
una
relación
más
sana
con
la
comida,
una
de
las
primeras
cosas
que
vas
a
necesitar
cambiar
es
tu
ritmo
de
vida,
así
que
empieza
por
cambiar
tu
ritmo
de
lectura.
Respira,
sonríe
y
ve
despacio,
dice
un
famoso
monje
budista.
Te
dejo
ya
con
ese
montón
de
explicaciones
sobre
por
qué
comemos
impulsiva
y
emocionalmente,
no
sin
antes
agrade-‐
certe
el
hecho
de
que
vayas
a
prestarme
unas
pocas
horas
de
11
tu
tiempo
y,
sobre
todo,
enviarte
todas
las
fuerzas
que
tengo
disponibles
para
ayudarte
a
afrontar
esta
conducta
que
considero
uno
de
los
mayores
dolores
de
cabeza
de
las
perso-‐
nas
que
vivimos
en
las
sociedades
más
opulentas
del
planeta.
12
PRIMERA
PARTE
INTRODUCCIÓN
¿Por
qué
como
impulsiva
y
emocionalmente?
Es
una
pregunta
que
me
hice
durante
muchísimos
años.
El
principal
error
que
cometí
durante
todos
ellos
al
intentar
responder
a
esa
pregunta
fue
creer
que
la
respuesta
era
única.
Por
eso
estuve
dando
tumbos
entre
mil
respuestas,
sin
rumbo
alguno,
durante
tanto
tiempo.
Luego
comprendí
que
cada
una
de
ellas
era
válida,
ya
que
en
realidad
entre
todas
formaban
la
respuesta
definitiva.
Los
mecanismos
instintivos
y
emocionales
que
gobiernan
nuestra
forma
de
comer
son
muy
complejos.
Pero,
como
suele
pasar
con
las
cosas
muy
complejas,
también
son
muy
fáciles
de
entender.
Todo
tiene
un
principio…
1
POR
QUÉ
COMES
IMPULSIVAMENTE
EL
PRINCIPIO
Todo
tiene
un
principio.
Y
el
principio
de
la
impulsividad
al
comer
se
esconde
en
el
propio
principio
de
la
humanidad,
en
la
evolución,
en
sus
instintos.
En
el
preciso
momento
en
que
estás
comiendo
impulsivamente,
tu
comportamiento
no
se
diferen-‐
cia
mucho
del
de
un
cavernícola.
No
hay
apenas
conciencia.
La
comida
te
mantiene
absorto.
No
hay
razón.
Ya
puedes
razonar
mucho
lo
mal
que
te
va
a
sentar
comer
así.
Puede
que
tan
siquiera
haya
emoción.
Una
emoción
desesperante
es
lo
último
que
sentiste,
sí,
pero
ahora
ya
se
ha
ido.
Aquí
y
ahora
sólo
existe
la
comida.
Eres
puro
instinto.
Eres
un
animal
–con
todo
mi
cariño.
De
hecho
todos
somos,
instintivamente,
comedores
impulsivos.
Sí,
sí.
Así
de
claro.
Puedo
asegurarte
que
tú
también
eres
un
comedor
impulsivo
–sin
ánimo
de
ofender,
claro.
Comer
impulsivamente
es
un
comportamiento
natural,
una
conducta
heredada
a
través
de
la
evolución
y
la
forma
de
comer
del
resto
de
animales
que
conviven
con
nosotros.
Carentes
de
concien-‐
cia,
¿cómo
iban
a
comer
si
no
es
impulsivamente,
gracias
a
la
información
y
estímulos
que
despiertan
sus
instintos?
Centrándonos
de
nuevo
en
ti,
otra
cosa
es
que
actúes
o
no
de
manera
impulsiva.
Aunque
por
naturaleza
seas
un
comedor
impulsivo,
por
primera
vez
en
la
historia
de
la
humanidad
tienes
la
posibilidad
de
elegir
entre
guiarte
por
tus
instintos
y
seguir
comiendo
según
los
impulsos
que
activen
o
desarrollar
tu
conciencia
en
tu
relación
con
la
comida.
Y
esto
es
una
gran
noticia,
aunque
al
mismo
tiempo
representa
una
enorme
responsabilidad,
¿verdad?
Durante
cientos
de
miles
de
años,
el
hombre,
como
el
resto
de
animales,
no
ha
tenido
que
elegir,
que
decidir
qué
comer,
que
responsabilizarse
de
su
alimentación.
El
hombre
ha
evolu-‐
cionado
para
comer
según
su
necesidad
intrínseca
de
comer
y
básicamente
gobernado
por
un
sofisticado
circuito
de
hambre
y
saciedad,
mientras
la
naturaleza
era
quien
regulaba
qué
alimentos
y
cuánta
cantidad
de
éstos
se
podían
encontrar
y
consumir
dependiendo
de
la
temporada
del
año.
Gracias
a
este
programa
biológico,
el
hombre
ha
sobrevivido
durante
todo
este
tiempo.
En
un
mundo
en
el
que
la
comida
escaseaba
o
era
difícil
de
conseguir,
antes
de
averiguar
cómo
conservar
los
alimentos
–y
más
tarde
cómo
cultivarlos–
lo
más
inteligente
que
se
podía
hacer
era,
una
vez
se
conseguía
la
comida,
ati-‐
borrarse
hasta
la
saciedad.
Uno
nunca
sabía
cuándo
sería
la
próxima
vez
que
podría
comer.
Desde
hace
muy
poco
tiempo
–evolutivamente
hablando–
esto
ha
cambiado
radicalmente.
En
un
primer
término,
la
aparición
de
la
agricultura
y
la
ganadería
hace
unos
diez
mil
años
hizo
que
el
hombre
ya
no
dependiera
tanto
de
la
incertidumbre
natural
a
la
hora
de
conseguir
comida.
En
segundo
término,
hace
apenas
unos
doscientos
cincuenta
años,
la
revolución
industrial
dio
paso
a
una
nueva
era
en
la
que
los
alimentos
ya
no
procederían
de
la
tierra,
sino
de
las
fábricas.
En
tercer
y
último
término,
especialmente
durante
los
últimos
cincuenta
años,
la
revolución
tecnológica
de
la
que
somos
todavía
protagonistas
ha
dado
pie
a
la
transformación
exhaustiva
de
16
nuestros
recursos
naturales,
convirtiendo
nuestros
alimentos
concebidos
originalmente
para
nutrirnos
en
productos
dise-‐
ñados
fundamentalmente
para
que
los
compremos.
Como
analizaré
en
los
primeros
capítulos,
el
resultado
es
el
siguiente.
El
hombre,
un
organismo
que
ha
evolucionado
durante
cientos
de
miles
de
años
para
vivir
en
un
entorno
extremadamente
incierto
en
el
que
la
posibilidad
de
alimen-‐
tarse
variaba
según
la
estación
del
año,
el
lugar
donde
se
en-‐
contraba
y
la
producción
natural
de
alimentos
de
su
propio
entorno,
pagando
previamente
el
impuesto
de
tener
que
moverse
sí
o
sí
antes
de
comer
–siempre
había
que
cazar
y
recolectar
para
después
comer–,
ha
pasado
a
vivir
en
muy
poco
tiempo
en
un
medio
donde
alimentos
de
todo
tipo
abundan
durante
todo
el
año,
independientemente
de
la
esta-‐
ción
anual
y
el
lugar,
y
exageradamente
rodeado
de
productos
diseñados
no
para
alimentarle,
sino
para
ser
comprados
y,
sobre
todo,
para
no
saciarle
jamás,
y
así
perpetuar
la
necesidad
de
seguir
consumiendo.
Es
un
hecho.
Hoy
día
la
comida
proce-‐
sada
es
barata,
fácil
de
conseguir
y
está
por
todas
partes.
Aún
quedándote
con
el
frigorífico
y
los
armarios
de
la
cocina
totalmente
vacíos,
sabes
que
puedes
conseguir
algo
que
llevar-‐
te
a
la
boca
en
menos
de
cinco
minutos.
Ni
siquiera
tienes
que
moverte
del
sofá.
Puedes
pedirla
por
teléfono
o
encargarla
por
internet.
Lógicamente,
ante
tal
incoherencia
evolutiva,
si
tú
como
hombre
o
mujer
sigues
rigiéndote
por
tus
instintos
como
si
fueras
un
animal
más,
puedo
asegurarte
que
jamás
podrás
regular
tu
impulsividad
por
comer.
Tu
"cerebro
animal"
te
invitará
a
comer
siempre
que
huela,
vea
o
intuya
comida
cerca.
¿Puedes
cambiar
tu
herencia
evolutiva,
el
funcionamiento
de
tus
sistemas
nervioso
y
endocrino,
los
patrones
neuronales
y
17
hormonales
de
tus
circuitos
de
hambre
y
saciedad?
Por
supuesto
que
no.
Lo
que
dura
la
vida
de
un
ser
humano
representa
una
millonésima
parte
del
tiempo
necesario
para
un
cambio
evolutivo
de
tal
alcance.
Ahora
bien,
eso
no
quiere
decir
que
no
puedas
escoger
una
alimentación
que
sea
coherente
con
esa
forma
de
interactuar
con
la
comida
que
como
organismo
has
heredado
fisiológicamente.
Sin
embargo,
no
todo
va
a
ser
una
cuestión
de
incoherencias
biológicas.
Si
fuera
así,
con
volver
a
comer
como
el
hombre
del
Paleolítico
tendrías
suficiente.
En
cambio,
en
un
marco
histó-‐
rico
y
un
entorno
cultural
y
social
muy
distintos
al
de
la
vida
de
las
cavernas,
eso
no
basta.
A
un
nivel
superior
al
de
nuestros
instintos,
pensamientos
y
emociones
también
juegan
un
papel
primordial
en
la
conducta.
Ante
estos
tiempos
de
crisis
ya
poca
gente
se
atreve
a
negar
que,
más
allá
de
ciertos
problemas
económicos
–reflejo
de
otro
problema
mucho
más
grave–,
somos
protagonistas
de
un
importante
conflicto
de
valores.
La
competitividad
y
el
mate-‐
rialismo
han
provocado
que
dejemos
de
lado
nuestro
bienestar
emocional
para
hacer
cualquier
cosa,
lo
que
sea,
incluso
algo
que
odiamos
hacer,
con
tal
de
conseguir
riqueza,
fama,
éxito,
etc.
La
mayoría
de
nosotros
podemos
conseguirlo
y
tenerlo
todo,
poseerlo
todo
–de
hecho,
muchos
somos
los
que
tenemos
más
de
lo
que
necesitamos–,
mientras
que
cada
día
contamos
las
horas
para
que
acabe
nuestra
jornada
laboral,
los
días
de
la
semana
para
que
por
fin
sea
viernes
y
los
meses
para
que
lleguen
las
ansiadas
vacaciones
de
verano.
Lo
más
curioso
de
todo
es
que
cuando
llegan
el
tiempo
libre,
el
fin
de
semana
o
las
vacaciones
aprovechamos
para
seguir
haciendo
lo
mismo,
es
decir,
comer
impulsiva
y
emocionalmente.
18
Este
cuadro
no
puede
resultar
en
otra
cosa
que
no
sea
ansiedad,
frustración,
resignación
y
depresión,
estados
emo-‐
cionales
que
también
van
a
ponértelo
muy
fácil
para
buscar
desesperadamente
un
lugar
dónde
refugiarte,
comida
incluida.
En
realidad,
cuanto
más
te
dominen
estas
emociones
más
fácil
será
que
pierdas
el
norte
en
lo
que
haces
y
tu
"yo
instintivo"
tome
el
mando.
A
partir
de
ese
momento
vuelves
a
ser
más
"animal".
Comes
para
acallar
tus
emociones.
Comes
impulsiva-‐
mente.
Tú
ya
sabes
de
qué
estoy
hablando...
Sumado
a
instintos
y
emociones,
el
último
aspecto
a
tener
en
cuenta,
y
el
que
realmente
es
tu
verdugo
y
al
mismo
tiempo
puede
convertirse
en
tu
salvador,
es
tu
forma
de
pensar,
tus
pensamientos,
el
logro
evolutivo
más
reciente.
Tu
manera
de
pensar,
que
ejerce
un
gran
poder
sobre
cómo
sientes
y
percibes
la
realidad
–tus
emociones
y
tus
instintos–,
se
ve
influenciada,
básicamente,
por
dos
factores:
la
educación
y
la
cultura.
Cómo
piensas
y
actúas
tienen
un
origen
evolutivo,
pero
también
es
algo
que
has
aprendido
fundamentalmente
a
través
de
tu
educación,
de
pequeño,
en
casa
y
en
la
escuela.
De
una
forma
más
o
menos
consciente
y
voluntaria,
tus
padres,
familiares,
amigos,
profesores
y
todo
aquel
que
se
haya
cruzado
por
tu
camino
–televisión
incluida–
te
han
adoctri-‐
nado,
te
han
enseñado
a
pensar
y
hacer
las
cosas
de
una
forma
muy
concreta.
Ellos
no
son
culpables;
seguro
que
lo
hicieron
lo
mejor
que
supieron
–especialmente
tus
padres.
Puede
que
lo
hayan
hecho
muy
bien
y
tus
pensamientos
y
las
creencias
que
sostienen
tus
hábitos
sean
mayoritariamente
beneficiosos
para
ti.
19
Pero
también
puede
ser,
y
es
bastante
común,
que
lo
que
hayas
aprendido
en
casa,
en
el
colegio
y
en
la
televisión
es
que
nunca
es
suficiente,
que
siempre
puedes
mejorar,
que
tienes
que
esforzarte
para
tener
más,
que
debes
sacrificarte
para
que
todo
sea
perfecto,
al
mismo
tiempo
de
haber
quedado
grabadas
en
tu
mente
creencias
del
tipo
"eres
un
desastre",
"no
vales
nada",
"todo
lo
haces
fatal",
"vas
a
ser
un
fracasado",
etc.,
y
hábitos
del
tipo
"no
puede
quedar
nada
en
el
plato"
o
"hasta
que
no
se
termine
toda
la
comida
no
te
levantas
de
la
mesa".
No
sé
si
es
tu
caso
o
no,
pero
creo
que
puede
valer
la
pena
que
prestes
atención
a
tus
pensamientos
y
te
pares
a
escuchar
esa
vocecita
que
suele
rondar
por
tu
cabeza
diciéndote
lo
que
le
viene
en
gana.
Gran
parte
de
esos
pensamientos
son
automáticos.
¿Te
imaginas
que
uno
de
esos
pensamientos
es
que
"eres
un
fiasco"?
Pongamos
que,
inconscientemente,
te
lo
repites
diez,
cien
o
mil
veces
cada
día.
¿Cómo
crees
que
debe
influir
este
"piropo"
repetitivo
en
tu
estado
emocional?
Y
de
rebote,
¿qué
instintos
debe
despertar?
Además,
por
si
tu
aprendizaje
educativo
no
fuera
suficiente,
la
información
que
te
llega
todos
los
días,
a
todas
horas,
se
encar-‐
ga
de
apuntillar
tu
insatisfacción
y
descontento.
La
cultura
materialista
no
te
deja
en
paz
ni
un
momento.
El
bombardeo
publicitario
y
la
instauración
del
miedo
por
parte
de
los
grandes
medios
son
incesantes.
El
mundo
está
concebido
para
que
siempre
te
sientas
mal
contigo
mismo
y
siempre
desees
ser
o
tener
algo
diferente
de
lo
que
ya
eres
o
tienes,
activando
tus
mecanismos
instintivos
de
lucha
y
huída
–fight
or
flight.
¿Luchar
contra
qué?
¿Huir
de
quién?
¿Tal
vez
de
ti
mismo?
Tu
comunidad
–familiares,
amigos,
colegas–
también
son
víctimas
que
al
mismo
tiempo
refuerzan
ese
poder
mediático
–
20
tú
quieres
ser
como
ellos,
quieres
que
te
aprueben,
quieres
formar
parte
de
un
grupo.
El
mundo
de
la
publicidad
y
el
marketing
se
ha
gastado
enormes
cantidades
de
dinero
para
instaurar
costumbres
y
tradiciones
culturales
que
impliquen
el
consumo
de
sus
productos.
Todas
las
ocasiones
en
que
te
relacionas
con
los
demás
–otra
necesidad
intrínseca
a
tu
naturaleza–
conllevan
comer.
Sea
lo
que
sea
lo
que
vayas
a
hacer
con
tus
familiares,
colegas
del
trabajo,
amigos,
clientes,
etc.
va
acompañado
del
acto
de
comer.
Bodas,
bautizos,
comuniones,
cumpleaños…
siempre
con
comida.
Quedadas
en
una
terraza,
excursiones
a
la
montaña,
citas,
un
ratito
en
una
cafetería…
siempre
con
comida.
Reuniones,
contactos,
acuerdos
empresariales…
siempre
con
comida.
Incluso
cuando
te
rompes
una
pierna
y
tienes
que
pasar
unos
días
en
el
hospital
hay
quien
te
lleva
una
caja
de
bombones.
¡Suerte
que
todavía
no
tenemos
la
costumbre
americana
de
organizar
un
banquete
para
un
funeral!
Como
en
cualquiera
de
estas
ocasiones
se
te
ocurra
decir
que
no,
que
no
comes,
prepárate
para
ser
el
centro
de
todas
las
miradas
o,
incluso
peor,
para
correr
el
riesgo
de
ser
juzgado
y
en
el
peor
de
los
casos
excluido.
Pero,
como
decía,
tú
no
quieres
quedarte
fuera
del
grupo;
es
otra
de
tus
necesidades
instintivas.
¿Qué
haces?
Sufres,
sientes
la
presión,
te
invade
el
miedo,
imitas
a
"la
manada"
y
haces
lo
mismo
que
hacen
todos
los
demás,
comer
impulsivamente.
Y
la
bola
de
nieve
de
la
impulsividad
al
comer
cuenta
con
todas
las
facilidades
para
rodar
velozmente
cuesta
abajo
y
hacerse
cada
vez
más
grande.
Tu
instinto,
por
naturaleza,
te
invita
a
comer
impulsivamente.
Tus
emociones,
tóxicas
la
mayor
parte
del
tiempo,
anulan
tu
conciencia,
despiertan
tu
lado
más
instintivo
y
te
hacen
comer
21
impulsivamente.
Y
tus
pensamientos,
débiles
y
manipulados
por
la
educación
del
materialismo
y
la
cultura
de
la
insatis-‐
facción,
nutren
tus
emociones
del
sufrimiento,
que
vuelven
a
estimular
tus
instintos
y
te
empujan
a
comer
impulsivamente.
¿Cómo
detener
la
bola
de
nieve,
romper
este
círculo
vicioso?
Lo
descubrirás
al
final
del
libro.
Esto
es
sólo
el
principio.
Por
hacerte
un
resumen
te
diré
que
mi
experiencia
me
ha
llevado
a
no
confiar
en
los
tratamientos
unidireccionales
que
se
centran
en
un
único
aspecto.
La
vida
es
algo
tan
complejo
–
que
no
complicado–
y
global
que
centrarse
sólo
en
la
alimen-‐
tación,
o
en
el
ejercicio,
o
en
la
gestión
de
las
emociones,
o
incluso
en
la
forma
de
pensar,
es
perder
el
tiempo.
Ante
el
caso
de
la
comida
impulsiva
y
emocional
se
hace
necesario
un
enfoque
holístico,
es
decir,
que
implique
concien-‐
ciarse
sobre
cada
uno
de
esos
niveles
y
que
además
tenga
en
cuenta
la
relación
que
guardan
entre
ellos.
Así
que
en
los
próximos
capítulos
profundizaremos
en
cada
uno
de
esos
aspectos,
instintos,
emociones
y
pensamientos,
para
que
comprendas
cómo
desencadenan
ese
afán
incons-‐
ciente
y
aparentemente
incontrolable
que
tienes
por
comer
en
según
qué
momentos.
Una
vez
hayas
comprendido
el
porqué,
el
camino
hacia
una
relación
con
la
comida
más
consciente
será
más
llevadero.
Todo
tiene
su
importancia.
Todas
tus
acciones
juegan
un
papel
primordial
en
este
entramado.
Cómo
comes
influye.
Cómo
vives
influye.
Cómo
sientes
influye.
Cómo
piensas
influye.
Por
lo
tanto,
no
vas
a
tener
más
remedio
que
trabajar
en
cada
uno
de
estos
niveles
para
dejar
de
comer
conscientemente.
22
Sé
que
parece
mucho
trabajo.
Sé
que
son
muchas
cosas…
Pero
también
sé
que
puedes
hacerlo.
Y
lo
sé
porque
he
conocido
a
otros
que
lo
han
conseguido.
Y
también
lo
sé
por-‐
que
yo
mismo
comía
no
sólo
impulsivamente,
sino
compul-‐
sivamente,
cuando
todo
este
lío
se
torna
en
algo
enfermizo.
¿Qué
nos
diferencia?
Nada.
Podemos
ser
personas
distintas,
con
historias
distintas,
con
inquietudes
distintas,
de
ciudades,
clases
sociales,
alturas
y
color
de
ojos
distintos.
Pero
en
el
fondo
todos
queremos
lo
mismo:
ser
felices.
Y
todos
podemos
conseguirlo.
Puedes
respetar
tus
instintos.
Comerás,
te
moverás,
descan-‐
sarás
y
le
darás
al
cuerpo
lo
que
biológicamente
necesita
para
realizar
sus
funciones
correctamente.
Puedes
aceptar
tus
emociones.
Te
darás
la
oportunidad
de
primero
abrazarlas
y
después
dejarlas
pasar,
desde
la
alegría
hasta
la
tristeza,
desde
la
serenidad
hasta
la
ansiedad,
desde
la
euforia
hasta
la
depresión,
comprendiendo
su
sentido,
el
porqué
de
su
existencia,
la
importancia
de
sentirlas
plenamente.
Puedes
re-‐educar
tus
pensamientos.
Cambiarás
el
programa
y
aprenderás
que
tú
ya
eres
perfecto
tal
y
como
eres.
Puedes
despertar
tu
conciencia.
Vivirás
consciente
en
el
momento
presente,
aquí
y
ahora.
Puedes
comer
en
paz.
23
Comerás
en
paz.
Vivirás
en
paz.
24
2
EL
COMEDOR
IMPULSIVO
Y
EMOCIONAL
Antes
de
dar
las
explicaciones
oportunas
en
la
segunda
parte
del
libro
acerca
de
mi
afirmación
rotunda
de
que
todos
somos
comedores
impulsivos
por
naturaleza,
creo
que
lo
mejor
es
definir
a
qué
me
refiero
cuando
hablo
de
comer
impulsi-‐
vamente.
Porque
al
hablar
de
comida
impulsiva,
lo
primero
que
se
nos
viene
a
la
cabeza
es
la
imagen
de
un
tipo
obeso
con
los
michelines
asomándose
por
encima
del
pantalón
y
la
boca
llena
de
pastelitos
de
chocolate.
Si
bien
es
cierto
que
comer
impulsivamente
suele
predisponernos
a
engordar
–especial-‐
mente
por
el
tipo
de
comida
que
elegimos,
cargada
de
azúcar
y
aditivos
que
provocan
ciertos
desajustes
hormonales–,
tampoco
debemos
caer
en
el
error
de
pensar
que
una
persona
delgada
no
puede
comer
impulsivamente.
La
impulsividad
al
comer
–y
al
vivir–
es
algo
que
practicamos
todos,
ya
estemos
más
delgados
o
más
gordos.
Como
te
contaba
en
el
prefacio,
una
vez
solucioné
mis
problemas
de
sobrepeso
continué
comiendo
impulsivamente
durante
muchos
años,
a
pesar
de
mantenerme
delgado.
La
impulsividad
al
comer
puede
manifestarse
de
muy
diversas
formas.
Seguro
que
algunas
veces
te
ha
tocado
a
ti
comer
al
son
de
tus
instintos
y
emociones,
como
otras
tantas
habrás
sido
testigo
de
cómo
otra
persona
lo
hacía.
El
comedor
impulsivo
y
emocional
más
común
de
todos
es
aquel
que,
siempre
que
tiene
comida
a
su
alcance
o
la
intuye,
a
pesar
de
no
sentirse
con
hambre
–un
leve
gruñir
en
el
estómago–,
siente
la
necesidad
incontrolable
de
llevarse
algo
a
la
boca.
Esto
puede
pasarte
en
casa.
Cualquier
viaje
a
la
cocina,
aunque
sea
para
fregar
los
platos,
es
un
buen
momento
para
coger
un
trocito
de
chocolate
de
la
nevera,
un
par
de
galletas
del
armario,
una
pizca
del
bizcocho
que
ayer
te
trajo
la
vecina
del
quinto
o
un
par
de
mandarinas
del
frutero.
Puede
que
con
ese
momento
de
placer
tengas
suficiente,
pero
lo
que
suele
ocurrir
después
es
que,
más
tarde,
cuando
el
efecto
instantáneo
de
tu
ración
de
placer
ha
desaparecido,
un
apetito
repentino
se
despierta
y
vuelves
a
sentir
la
necesidad
de
levantarte,
volver
de
nuevo
a
la
cocina
y
repetir
tu
ritual
impulsivo.
Lo
mismo
puede
ocurrirte
en
la
calle.
Pasas
por
delante
del
bar,
la
tienda
de
chucherías
o
la
panadería.
Ves
esos
suculentos
montaditos
de
chistorra,
tus
ojos
se
abren
como
platos
ante
los
atractivos
colores
y
formas
de
las
chuches
o
percibes
el
irresistible
olor
de
esos
bollitos
rellenos
de
chocolate
recién
hechos
–apuesto
lo
que
sea
a
que
ahora
mismo
ya
se
te
está
haciendo
la
boca
agua.
Una
fuerza
oscura
e
incontrolable
te
empuja
a
entrar
en
el
bar
y
probar
uno
de
los
montaditos
–con
tu
cervecita
o
tu
refresco,
como
manda
la
tradición–,
comprar
un
buen
puñado
de
caramelos
blanditos
y
bien
dulces
–más
de
los
que
te
puedes
comer
de
una
sentada–
o
zamparte
uno
de
los
bollos
en
un
periquete
–antes
de
que
la
panadera
te
26
devuelva
el
cambio
y
te
entregue
la
bolsa
con
el
resto
de
bollos
que
has
comprado
"por
si
acaso
luego
me
entra
el
hambre".
Otro
comedor
impulsivo
es
el
comedor
de
sobremesa
–ésta
era
mi
especialidad.
Típica
reunión
familiar
o
con
amigos
para
celebrar
lo
que
sea,
porque
ya
sabemos
que
ahora
todo
se
celebra
comiendo.
La
comida
termina
y
todo
el
mundo
está
más
que
saciado
–ni
tu
madre
ni
tu
suegra
suelen
quedarse
cortas;
al
contrario.
Después
de
comer
ha
habido
postre,
pastel
y
café,
es
decir,
y
rectifico,
después
de
comer
se
come
más
todavía.
Y
luego
pasas
un
buen
rato
charlando
sobre
fútbol
o
política
con
el
resto
de
comedores
impulsivos.
¡Atención!
Ha
sobrado
un
buen
trozo
de
pastel.
Mmmm…
Qué
buena
pinta…
Estaba
tan
rico…
¡Voy
a
coger
un
cachito
más!
Vaya…
Qué
bien
huele
el
café…
Voy
a
ponerme
uno
más,
con
un
par
de
terroncitos
de
azúcar,
claro.
¡Juanito
ha
traído
el
típico
dulce
del
pueblo!
Voy
a
probarlo…
Esas
nueces…
Con
lo
buenas
que
son
para
el
colesterol…
¡Voy
a
comerme
un
par!
Y
así,
entre
debates
y
risas,
puedes
pasarte
toda
una
tarde
sentado
a
la
mesa
picoteando
descontroladamente.
Otro
comportamiento
emocional
al
comer
muy
frecuente
es
el
ocasionado
por
la
ansiedad,
especialmente
laboral
–aunque
también
lo
originan
otras
preocupaciones
y
emociones,
sobre
todo
las
que
tienen
que
ver
con
nuestras
relaciones
personales,
como
la
soledad
o
el
aburrimiento.
Da
lo
mismo
si
estás
en
la
oficina
trabajando
a
destajo
o
si
acabas
de
llegar
a
casa
después
de
una
larga
jornada.
Algo
no
va
bien.
Tus
jefes
te
están
presionando
más
que
nunca,
ya
no
le
encuentras
sentido
a
lo
que
haces
o
estás
muerto
de
miedo
porque
hay
rumores
de
recortes,
y
más
ahora
con
"lo
mal
que
están
las
cosas".
Estás
estresado,
la
ansiedad
te
invade.
Te
levantas
de
tu
puesto
de
27
trabajo
y
vas
a
la
máquina
expendedora
para
recolectar
unos
cuantos
paquetes
de
Donuts
o
patatas
chips,
o
si
acabas
de
llegar
a
casa
agarras
el
tazón
más
grande
que
tienes,
lo
llenas
de
leche
y
lo
rellenas
de
galletas.
Y
te
lo
comes
todo,
absolutamente
todo,
lo
más
rápido
posible.
Es
tu
momento.
Qué
relax…
Has
conseguido
de
forma
bastante
inmediata
apagar
–aparentemente–
el
incendio
de
estrés
y
ansiedad
que
te
tenía
acorralado.
Una
forma
más
sutil
pero
igual
de
típica
de
impulsividad
al
comer
es
la
del
premio
dulce
después
de
la
comida.
Y
digo
sutil
porque,
al
contrario
de
las
anteriores,
no
te
empuja
a
comer
desmesuradamente,
aunque
sí
sigues
haciéndolo
arrastrado
por
una
fuerza
interior
inexplicable
e
incontrolable.
Un
día
cualquiera,
entre
semana,
sin
celebraciones
ni
invitados
de
por
medio
que
sirvan
de
excusa,
comes
como
mandan
las
revistas
o
el
plan
de
tu
dietista
que
tienes
colgado
en
la
puerta
de
la
nevera
que
sujeta
un
imán
con
forma
de
manzana,
es
decir,
sano
sanísimo.
Has
disfrutado
tranquilamente
de
tu
platito
de
verduras
al
vapor
y
tu
lenguado
al
horno.
Grrrr…
Falta
algo…
Estás
saciado.
Has
comido
y
ya
no
tienes
el
hambre
que
tenías
al
llegar
a
casa
después
del
trabajo.
Sin
embargo,
no
puedes
resistirlo.
Algo
en
tu
interior
te
empuja
a
levantarte
de
la
mesa,
volar
hasta
la
cocina,
abrir
la
nevera
y
coger
un
par
de
pastillitas
de
chocolate
para
comértelas
en
el
sofá.
Ooohhh…
Ahora
sí.
Ahora
ya
no
falta
nada
en
tu
vida.
Puedes
morirte
tranquilo.
Y
así
repites
el
ritual
todos
los
mediodías
después
de
comer
y
todas
las
noches
después
de
cenar.
Comida
y
cena
saludables,
saciantes,
pero
acompañadas
siempre
de
un
toque
de
placer.
Si
no
hay
premio,
la
ansiedad
se
apodera
de
ti.
Y
si
la
ansiedad
se
apodera
de
ti,
ya
hemos
visto
lo
que
suele
ocurrir.
Sea
como
sea,
no
hay
salida.
Comes
emocionalmente.
28
El
último
caso
frecuente
–y
asumido
como
algo
normal–
de
comida
impulsiva
es
la
costumbre
de
comer
durante
cualquier
acto
social
o
de
entretenimiento.
¿Qué
es
una
quedada
con
amigos
sin
unas
cervecitas
y
unas
patatas
bravas?
¿Qué
es
una
película
en
el
cine
sin
palomitas
de
maíz
o
golosinas?
¿Qué
es
un
partido
de
fútbol
sin
pipas
saladas?
¿Qué
es
un
acuerdo
entre
empresarios
sin
almuerzo?
Aunque
en
la
mayoría
de
casos
no
son
comidas
realizadas
de
forma
compulsiva,
sí
que
son
congruentes
con
las
características
comunes
de
todas
las
situaciones
que
hemos
visto
hasta
ahora.
No
hay
necesidad
alguna
de
comer.
Has
venido
a
otra
cosa,
ya
sea
charlar
un
rato
con
tus
amigos,
disfrutar
de
una
buena
película,
vibrar
con
un
partido
de
fútbol
o
firmar
un
importante
acuerdo
comercial.
¿Qué
tiene
que
ver
esto
con
comer?
Nada.
Pero
tú
comes.
Impulsivamente.
Está
claro
que
todas
estas
situaciones
no
son
más
que
ejemplos
y
que,
en
realidad,
existen
tantas
experiencias
impulsivas
como
comedores
impulsivos.
Cada
uno
de
nosotros
sabe
perfecta-‐
mente
cuál
es
su
forma
de
comer
impulsiva
y
emocionalmente.
Sea
cual
sea
el
caso,
si
has
estado
atento,
te
habrás
dado
cuenta
de
que,
más
o
menos,
todas
las
situaciones
en
que
sueles
comer
de
esta
forma
comparten
algunas
características:
–
Comes
sin
apetito.
Señales
como
el
hambre
y
la
saciedad
son
la
manera
instintiva
que
tiene
el
cuerpo
para
decirte
si
realmente
necesitas
comer
o
no.
Sin
embargo,
aunque
te
sientes
saciado,
es
decir,
a
pesar
de
que
tu
cuerpo
te
transmite
el
mensaje
de
que
"ya
no
necesitas
más
comida",
hay
un
"no
sé
qué"
que
te
empuja
a
comer
o
a
seguir
comiendo
–si
es
que
te
encuentras
en
plena
comida.
29
–
Comes
sin
control
sobre
la
situación.
Puede
que
no
te
sientas
saciado
–o
puede
que
sí–,
pero
comes
o
sigues
comiendo
por
el
mero
hecho
de
que
todo
el
mundo
a
tu
alrededor
lo
hace,
porque
no
tienes
nada
mejor
que
hacer
–estás
aburrido–,
porque
estás
viviendo
un
episodio
emocional
especialmente
intenso,
o
porque
te
encuentras
en
una
situación
en
la
que
socialmente
se
supone
que
"tienes
que"
comer.
Una
vez
más,
algo
que
no
puedes
controlar
–hábito,
miedo,
impulso–
te
obliga
a
comer.
Incluso
cuando
tu
razón
te
esté
diciendo
que
ya
es
suficiente
y
te
repites
mentalmente
"ya
está
bien;
estás
lleno;
has
comido
bastante",
eres
incapaz
de
decir
"no"
a
la
comida;
no
puedes
parar
de
comer.
–
Comes
buscando
un
placer
inmediato,
un
momento
de
paz.
La
comida
"normal",
que
no
te
acaba
de
saciar,
o
un
momento
de
ansiedad
–una
vez
más–
te
empujan
a
buscar
casi
desespe-‐
radamente
un
placer
instantáneo,
un
sabor
intenso
–general-‐
mente
dulce,
aunque
a
veces
también
picante
o
salado–,
algo
que
sea
tan
potente
como
para
centrar
toda
tu
atención
en
ello
y
compensar
la
"falta
de
sabor"
de
tus
comidas
–o
de
tu
vida–
para
calmar
tu
sufrimiento.
Fíjate
en
que
cada
vez
que
comes
impulsivamente,
una,
dos
o
las
tres
de
estas
características
se
repiten.
No
tienes
hambre,
te
sientes
impotente
y
buscas
algo
en
la
comida
que
no
crees
que
puedas
encontrar
en
ninguna
otra
parte
de
forma
inmediata.
Consecuentemente,
comes
sin
necesidad
real,
de
forma
des-‐
controlada
y
únicamente
por
el
placer
de
comer,
cuanto
más
intenso
sea
el
sabor
de
lo
que
comes
mejor.
Eso
tiene
un
nombre,
comer
impulsivamente,
aunque,
con
tu
permiso,
a
partir
de
ahora
se
lo
vamos
a
cambiar.
30
Lo
que
te
ocurre
es
que
comes
alentado
por
tus
instintos,
intentando
apaciguar
tus
emociones,
e
inducido
por
los
men-‐
sajes
de
miedo
y
sufrimiento
de
tus
pensamientos.
Comes
inconscientemente.
31
SEGUNDA
PARTE
TU
CUERPO
COME
IMPULSIVAMENTE
Dicen
que
en
nuestros
orígenes,
en
los
comienzos
de
la
vida
en
la
Tierra,
seguramente
no
éramos
más
que
organismos
que
creaban
automatismos
físico-‐químicos
como
respuestas
adaptativas
a
los
estímulos
que
llegaban
del
entorno
para
garantizar
nuestra
supervivencia.
Así
aparecieron,
en
un
antepasado
animal
común,
las
sensaciones
de
frío,
calor,
rechazo,
atracción,
placer,
dolor,…
¡y
hambre!
Así
fue
durante
mucho
tiempo,
muchísimo
más
del
que
llevamos
disfrutando
–o
no–
de
nuestras
emociones
–alegría,
miedo,
tristeza,
ira–
y
una
infinidad
más
desde
que
tenemos
la
capacidad
de
pensar
y
razonar.
Durante
la
mayor
parte
de
la
historia
de
la
vida
sólo
hemos
sido
sensaciones
e
instintos.
¿Por
qué
te
apetece
comer
más
algo
dulce
o
muy
salado
frente
a
alimentos
con
sabores
más
neutros?
¿De
dónde
sale
la
necesidad
de
aliñar
siempre
las
ensaladas?
¿Qué
te
lleva
a
seguir
atiborrándote
de
galletas
cuando
ya
te
has
comido
un
paquete
entero?
¿Cómo
puede
ser
que,
a
pesar
de
haber
comido
un
buen
plato
de
verduras
y
un
bistec,
todavía
necesites
ese
momento
de
placer
dulce?
33
Las
respuestas
a
estas
preguntas
se
esconden
todas
detrás
de
tus
instintos.
Todo
eso
lo
repites
una
y
otra
vez
incontro-‐
ladamente
porque
en
lo
más
profundo
de
tu
ser
inconsciente
estás
programado
biológicamente
para
comer
así,
instintiva-‐
mente,
impulsivamente.
Y
uno,
sólo
uno,
será
el
principal
regulador
de
todo
este
entresijo
de
comportamientos
impulsivos.
Comes
porque
tu
cuerpo
tiene
hambre
–o
cree
que
tiene
hambre.
Y
no
dejas
de
comer
hasta
que
se
siente
saciado
–si
es
que
alcanza
la
saciedad
plena.
34
3
COMEMOS
INSTINTIVAMENTE
Lo
sé.
Ha
llegado
la
hora
de
explicarme.
Insisto
en
que
no
quería
ofenderte
al
afirmar
que
eres
un
comedor
impulsivo
por
naturaleza.
Piensa
que
se
lo
estoy
diciendo
a
todo
el
mundo,
incluido
a
mí
mismo.
De
veras
que
no
es
mi
intención
buscarme
tantos
enemigos.
Sencillamente,
es
la
herencia
genética
que
compartimos.
Y
es
que
comer,
aún
sin
entrar
en
si
lo
hacemos
o
no
impulsivamente,
es
un
acto
instintivo.
Nadie
nos
enseña
que
tenemos
que
comer.
Nadie
nos
dice
que
comer
es
necesario
para
sobrevivir.
Sabemos
que
necesitamos
comer
nada
más
nacemos.
Cuando
llevamos
muy
pocos
minutos
en
este
mundo
y
nuestra
madre
nos
recoge
en
su
pecho,
instintivamente
nos
enganchamos
a
él
y
comemos
–o
lo
intentamos,
aunque
no
sepamos
bien
cómo
hacerlo
hasta
pasadas
unas
horas
o
días.
Esa
necesidad
natural
por
comer
se
transmite
genéticamente,
no
culturalmente.
Es
la
única
forma
en
que
la
naturaleza
puede
asegurar
nuestra
supervivencia,
ya
que
si
no
fuera
así,
si
antes
tuviéramos
que
aprender
por
qué
es
tan
importante
comer,
a
qué
hora
"hay
que"
comer,
qué
alimentos
engordan
más
o
engordan
menos,
"qué
toca"
comer
para
el
desayuno
o
para
la
cena,
y
un
sinfín
de
aprendizajes
culturales
que
repasaremos
más
tarde,
si
no
supiéramos
de
forma
automática
que
necesitamos
comer,
moriríamos
al
poco
tiempo
de
nacer
por
mucho
que
nuestra
madre
nos
hablara,
explicara
y
razonara
que
comer
es
crucial
para
nuestra
supervivencia
–un
recién
nacido
no
tiene
ni
idea
de
qué
significa
lo
que
le
dice
su
madre,
lingüísticamente
hablando.
No
sólo
sabemos
que
necesitamos
comer.
Al
mismo
tiempo,
como
es
lógico,
nuestro
cuerpo
sabe
cuánto
necesita
comer,
qué
cantidad
de
alimento
podemos
comer
y
somos
capaces
de
digerir
–básicamente
porque
nuestro
estómago
se
llena
y
nuestros
sistemas
nervioso
y
endocrino
detectan
que
ya
hemos
conseguido
los
nutrientes
suficientes
para
vivir,
al
menos
durante
unas
horas.
Por
eso
un
bebé
es
capaz
de
sentir
hambre
o
saciedad
e
instintivamente
llorar
para
solicitar
comida
o
dejar
de
mamar
cuando
percibe
que
ya
ha
ingerido
suficiente
leche.
Todavía
no
le
han
metido
en
la
cabeza
aspectos
culturales
como
las
calorías
o
los
horarios
de
las
comidas,
pero
ya
sabe
que
debe
dejar
de
comer
porque
de
algún
modo
su
cuerpo
así
se
lo
hace
saber
–lo
veremos
enseguida,
cuando
hablemos
de
la
saciedad.
En
fin,
todo
lo
que
afecta
en
algún
sentido
al
buen
funciona-‐
miento
de
nuestro
metabolismo
y
a
nuestra
supervivencia
ya
viene
de
serie,
ya
lo
traemos
configurado,
no
necesitamos
aprenderlo,
y
lo
regulamos
mediante
procesos
internos
que
se
han
fraguado
durante
cientos
de
miles
de
años
de
evolución.
Éste
es
uno
de
los
puntos
más
importantes
de
la
comprensión
de
nuestra
impulsividad
al
comer.
En
parte,
es
una
respuesta
instintiva
producto
de
la
evolución
y
basada
eminentemente
en
el
buen
funcionamiento
de
dos
circuitos
neuronales
predeterminados:
el
del
apetito
y
el
del
placer.
36
4
COMÍAMOS
LO
QUE
NOS
OFRECÍA
LA
NATURALEZA
A
nivel
evolutivo,
el
principal
problema
al
que
nos
enfrentamos
desde
un
punto
de
vista
biológico
es
que
aquel
entorno
para
el
que
hemos
evolucionado
tiene
poco
que
ver
con
el
que
realmente
nos
encontramos
al
llegar
al
mundo
hoy
en
día.
Actualmente
hay
comida
por
todas
partes,
durante
todo
el
año
y,
lo
peor
de
todo,
diseñada
intencionadamente
para
que
nunca
alcances
la
saciedad
y
para
que
te
conviertas
en
un
adicto
al
placer
–como
veremos
muy
pronto.
Sin
embargo,
durante
muchísimo
tiempo,
más
de
dos
millones
de
años,
el
género
homo
–al
cual
pertenecemos–
ha
vivido
en
un
entorno
muy
distinto
al
actual,
y
especialmente
incierto
en
lo
que
se
refiere
a
la
comida.
Dependiendo
sobre
todo
de
la
época
del
año
y
del
lugar
donde
estuviera
viviendo,
la
naturaleza
le
ha
ofrecido
al
hombre
la
posibilidad
de
alimen-‐
tarse
de
unos
u
otros
alimentos,
así
como
la
disponibilidad
de
éstos
–cantidad,
variedad,
etc.
–,
algo
que
varía
notablemente
durante
todo
el
ciclo
anual,
desde
temporadas
de
gran
abundancia
de
alimentos
–primavera
y
verano–
hasta
otras
de
notable
escasez
–otoño
y,
sobre
todo,
invierno.
Todos
los
años
se
repetía
el
mismo
ciclo.
Tras
un
invierno
frío,
duro,
con
noches
largas,
días
cortos
y
muy
poca
cosa
que
llevarse
a
la
boca,
el
hombre
ya
ha
agotado
sus
reservas
energéticas
–en
forma
de
grasa
y
músculo–
que
había
acumulado
unos
meses
atrás.
Al
final
del
invierno,
el
hombre,
como
el
resto
de
animales,
no
es
más
que
un
saco
de
huesos.
Llega
la
primavera
y
con
ella
el
renacer,
el
crecimiento,
el
inicio
de
la
época
de
abundancia.
El
día
empieza
a
ser
más
largo,
lo
que
permite
al
hombre
pasar
más
tiempo
al
aire
libre
en
busca
de
comida,
la
cual
encontrará
con
más
facilidad
conforme
avancen
las
semanas.
En
pocos
meses
ya
es
verano,
el
súmmum
de
la
abundancia,
especialmente
de
un
grupo
muy
concreto
de
alimentos:
la
fruta
y
las
verduras
más
dulces,
más
ricas
en
energía,
en
hidratos
de
carbono.
No
es
momento
de
relajarse.
Hay
que
aprovechar
la
oportunidad
y
comer
lo
máximo
posible,
sobre
todo
esos
alimentos
dulces
y
de
sabor
apetitoso
que
ocuparán
los
primeros
puestos
en
el
ranking
de
alimentos
más
atractivos
para
nuestro
paladar
y
provocarán
un
exceso
de
azúcar
en
nuestra
sangre,
con
su
correspondiente
secreción
masiva
de
insulina
para
contrarrestar
la
toxicidad
de
la
glucosa.
El
objetivo
primordial
del
verano:
engordar.
No
es
una
meta
premeditada,
planificada.
No
hay
calendarios.
Sólo
hay
un
instinto
incontrolable
por
comer
–éste
siempre
está
ahí–
conjugado
con
la
posibilidad
que
ofrece
la
naturaleza
en
forma
de
abundancia,
variedad
y
tipo
de
comida
–esto
no
siempre
está
ahí,
insisto,
sólo
en
verano–,
lo
que
garantizará,
sin
saberlo
a
priori,
la
supervivencia.
Es
por
ello
que
instintivamente
hemos
aprendido
y
evolucio-‐
nado
para
aprovechar
cada
oportunidad
que
la
naturaleza
nos
38
ha
dado
para
comer
–porque
ahí
fuera
no
hay
tanta
comida
ni
tan
rica
en
energía
durante
todo
el
año.
Es
más,
cuanto
más
intenso
es
el
sabor
de
los
alimentos
disponibles,
especialmente
los
dulces
–carbohidratos–,
más
nos
estimula
nuestro
cuerpo
a
seguir
comiéndolos
–para
engordar–,
inhibiendo
nuestras
señales
de
saciedad
–lo
veremos
en
un
par
de
capítulos.
Repito,
el
objetivo
está
claro:
engordar
para
sobrevivir.
Después
del
verano
y
la
primera
mitad
del
otoño,
el
frío,
los
días
cortos
y
la
escasez
volverán
a
reducir
las
posibilidades
de
comer.
El
ciclo
vuelve
al
punto
inicial.
El
quid
de
la
cuestión
es
el
siguiente…
Durante
gran
parte
de
la
historia
de
la
humanidad,
alrededor
del
99%
de
nuestro
pasado,
no
hemos
tenido
que
ser
nosotros
quienes
reguláramos
lo
que
comíamos,
cuánto
comíamos
o
cuándo
comíamos.
Ha
sido
la
propia
naturaleza
quien
ha
regulado
todos
estos
factores.
Gran
parte
de
nuestros
problemas
a
la
hora
de
gestionar
nuestra
impulsividad
al
comer
proceden
de
este
hecho.
Nuestro
organismo
está
diseñado
para
dar
respuesta
a
un
entorno
que
no
tiene
nada
que
ver
con
el
actual.
Y
no
tiene
pinta
de
que
volvamos
a
vivir
como
en
el
Paleolítico.
De
hecho,
tampoco
creo
que
fuera
muy
inteligente
hacerlo.
La
evolución
pasa
por
otro
gran
hito.
Lo
veremos
en
la
parte
final
del
libro.
Ahora
ya
no
es
la
naturaleza
quien
nos
dice
qué,
cuánto
y
cuándo
comer. Ahora
es
nuestro
turno. Es
tu
turno.
39
5
COMÍAMOS
Y
COMEMOS
HASTA
SENTIRNOS
SACIADOS
Y
digo
"comíamos
y
comemos"
porque
los
circuitos
que
regu-‐
lan
nuestro
apetito
y
saciedad
no
han
cambiado
en
absoluto
respecto
al
que
tenían
nuestros
antepasados
cavernícolas.
Antes
déjame
confesarte
algo;
te
he
dicho
una
mentirijilla.
O
bueno…
Digamos
que
una
verdad
a
medias.
Es
cierto
que
el
actor
principal
de
la
regulación
de
qué,
cuánto
y
cuándo
hemos
comido
durante
más
de
dos
millones
de
años
ha
sido
la
propia
naturaleza
y
las
posibilidades
que
ésta
nos
ha
ofrecido.
Pero
al
mismo
tiempo
también
hay
otros
factores
biológicos
y
fisiológicos
que
influyen
en
nuestra
relación
con
los
alimentos,
como
pueden
ser
el
apetito,
el
placer
que
nos
evoca
comer,
la
exposición
a
la
luz
solar
y
el
descanso,
la
actividad
física
o
el
estrés.
Ahora
ya
sabes
que
en
verano
sólo
teníamos
un
objetivo,
engordar
para
poder
hacer
frente
al
invierno,
aprovechando
que
la
naturaleza
nos
ofrecía
durante
esta
temporada
alimentos
ricos
en
hidratos
de
carbono
que
provocarían
un
exceso
de
glucosa
en
nuestro
torrente
sanguíneo
y
una
consecuente
secreción
masiva
de
insulina
que
desencadenaría
el
proceso
de
engorde
–retirando
cuanto
antes
de
la
circu-‐
lación
sanguínea
ese
exceso
tóxico
de
azúcar
para
convertirlo
en
grasa
y
acumularla
como
reserva
en
nuestros
depósitos
grasos.
En
realidad
este
proceso
es
algo
más
complejo,
pero
permíteme
asegurarte
una
cosa
que
te
ruego
investigues
por
tu
cuenta:
en
general,
no
es
la
ingesta
excesiva
de
grasa
lo
que
nos
engorda;
es
la
ingesta
excesiva
de
hidratos
de
carbono.
No
amplío
esta
información
porque
no
es
el
objetivo
de
este
libro.
A
pesar
de
que
fuera
la
naturaleza
el
regulador
externo
de
nuestra
dieta,
parece
lógico
pensar
que
debiera
existir
un
regulador
interno.
Si
no
existiera,
¿quién
le
diría
al
hombre
que
ya
había
comido
suficientes
melocotones
cuando
la
naturaleza
veraniega
le
pusiera
delante
un
melocotonero
con
decenas
de
ellos?
Ante
la
abundancia
de
comida
y
ante
la
incapacidad
material
y
física
de
comer
y
comer
infinitamente
–y
digerir
y
metabolizar
y
excretar–,
el
cuerpo
ha
debido
desarrollar
alguna
forma
de
decirle
a
nuestro
cerebro
"ya
basta",
¿verdad?
Y
más
en
una
época
en
que
no
había
estudios
sobre
obesidad,
contadores
de
calorías,
básculas,
calendarios…
Evidentemente
que
contábamos
–y
contamos–
con
un
regu-‐
lador
interno,
observador
constante
de
nuestro
estado
mecá-‐
nico
–enseguida
explico
qué
es
esto–
y
gestionado
básicamente
por
nuestro
sistema
nervioso
–especialmente
en
el
hipotá-‐
lamo–
y
nuestro
sistema
endocrino
–mediante
la
acción
de
hormonas
como
la
ghrelina,
la
leptina,
el
péptido
YY,
la
GLP-‐1,
la
colecistoquinina,
etc.
El
caso
es
que
durante
todo
este
tiempo,
toda
la
historia
de
la
humanidad,
incluido
hoy
día,
el
cuerpo
es
capaz
de
saber
cuánto
come
y
qué
come.
Piensa
que
este
análisis
que
nosotros
hemos
externalizado
gracias
a
la
ciencia
desde
hace
muy
muy
muy
poco
tiempo
–calorías,
composición
nutricional
de
los
alimentos,
etc.–,
el
cuerpo
humano
lo
hace
internamente
desde
hace
más
de
dos
millones
de
años.
42
Conocer
los
mecanismos
que
regulan
la
saciedad
a
diferentes
niveles,
como
pueden
ser
el
volumen
que
ocupa
la
comida
en
nuestro
cuerpo,
la
calidad
de
los
alimentos
que
ingerimos,
aspectos
que
hacen
más
o
menos
apetecibles
esos
alimentos,
la
manera
de
cocinarlos,
el
estrés
o
la
actividad
física,
es
una
de
las
partes
vitales
para
comprender
lo
necesaria
que
es
la
toma
de
conciencia
final
que
te
ayudará
a
comprender
el
porqué
de
la
comida
impulsiva.
Así
que
veamos
cómo
el
cuerpo
gestiona
tu
apetito.
43
6
SACIEDAD
MECÁNICA
La
forma
más
primitiva
que
tiene
tu
cuerpo
de
saber
si
necesita
comer
más
no
es
controlando
precisamente
esa
necesidad
–de
nutrientes–,
sino
la
cantidad.
Y
no
la
cantidad
de
calorías,
sino
la
cantidad
de
volumen,
de
espacio.
Nuestro
cuerpo
tiene
unas
limitaciones
mecánicas.
Estómago
e
intestino
tienen
una
capacidad
limitada
–variable,
pero
finita.
Y
esa
capacidad
determina,
en
parte,
la
cantidad
de
comida
que
podemos
comer
y
digerir.
¿Cómo
sabemos
hasta
cuándo
podemos
comer,
mecánicamente
hablando?
Cuando
nos
sentimos
hinchados,
pesados
de
estómago
y
llenos
de
vientre,
ciertas
terminaciones
nerviosas
informan
de
este
estado
al
hipotálamo
para
que
sepamos
que,
sencillamente,
ya
no
cabe
más
comida.
Ése
es
el
momento
de
parar,
más
que
nada
por
seguridad
–no
queremos
morir
ahogados
en
nuestra
propia
comida,
¿no?
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
uno:
te
sientes
más
saciado
cuanto
más
lleno
sientes
el
estómago
y
el
vientre.
Además,
mecánicamente
hablando
hay
otro
aspecto
muy
curioso
que
ejerce
influencia
sobre
nuestro
circuito
de
saciedad
y
que
nunca
dirías
dónde
está
localizado…
¡En
nuestra
cara!
La
cara,
la
cabeza
y
el
cuello
también
tienen
terminaciones
nerviosas
que
informan
sobre
la
actividad
muscular
de
la
zona.
¿Y
qué
tiene
que
ver
todo
esto
con
la
saciedad?
Pues
que,
además
de
para
otras
cosas,
la
muscu-‐
latura
de
toda
esta
zona
nos
ayuda
a
masticar.
En
consecuen-‐
cia,
cuanto
más
masticamos
más
informado
está
nuestro
cere-‐
bro
de
que
estamos
comiendo,
por
lo
que
masticar
aumenta
nuestra
sensación
de
saciedad.
Y
no
sólo
por
el
efecto
mecánico
que
provoca.
Como
veremos
en
el
próximo
capítulo,
la
secreción
de
algunas
hormonas
juega
un
papel
primordial
en
nuestros
circuitos
de
saciedad
y
algunas
de
ellas
necesitan
que
transcurra
cierto
tiempo
para
que
nuestro
sistema
nervioso
reciba
su
señal.
Si
lo
que
comes
es
fácil
de
tragar,
si
no
necesitas
masticarlo,
podrás
comer
mucha
más
cantidad
de
comida
hasta
que
las
señales
de
saciedad
alcancen
el
hipotálamo.
Por
el
contrario,
si
tu
comida
requiere
de
cierta
masticación
tardarás
más
en
comer
y
habrás
ingerido
menos
comida
cuando
tu
cuerpo
empiece
a
sentir
esas
señales
de
saciedad.
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
dos:
te
sientes
más
saciado
cuanto
más
necesitas
masticar
lo
que
comes.
46
7
SACIEDAD
HORMONAL
Como
hemos
visto,
que
el
cuerpo
haya
desarrollado
ciertos
mecanismos
mecánicos
–valga
la
redundancia–
para
saber
cuánto
ha
comido
es
una
garantía
de
seguridad.
Sin
embargo,
no
es
suficiente
–ni
mucho
menos.
Para
nuestro
organismo
sería
un
poco
arriesgado
confiar
únicamente
en
el
volumen
que
ocupa
en
nuestro
cuerpo
aquello
que
comemos
o
cuánto
nos
ha
costado
masticarlo.
¿Te
imaginas
que
te
diera
por
sólo
beber
agua
y
no
comer
nada
nunca?
Llenarías
el
estómago
y,
si
tu
saciedad
dependiera
únicamente
del
aspecto
mecánico,
podrías
morir
desnutrido
mientras
tu
cuerpo
estaría
creyendo
que
lo
estás
alimentando.
Los
factores
mecánicos
de
la
saciedad
juegan
un
papel
importante
y
nos
informan
cuantitativamente
acerca
de
nuestra
ingesta
de
comida,
pero
hay
un
aspecto
todavía
más
importante
que
éste:
la
calidad
de
la
comida.
Porque
no
es
lo
mismo
comer
lechuga,
carne,
huevos,
pan
–
sobre
todo
si
es
de
harina
blanca,
refinada–,
bollería,
agua-‐
cates,
manzanas
o
pipas
de
girasol.
Nuestros
alimentos
están
compuestos
por
diferentes
macronu-‐
trientes,
micronutrientes
y
oligoelementos
que,
comprendidos
como
una
globalidad,
determinarán
la
calidad
o
valor
nutri-‐
cional
del
alimento
y,
al
mismo
tiempo,
provocarán
efectos
muy
diversos
en
nuestro
organismo
y
podrán
aprovecharse
de
distintas
formas.
Con
lo
sabia
que
es
la
naturaleza,
parece
razonable
pensar
que
el
cuerpo
haya
encontrado
la
forma
de
saber
qué
es
lo
que
está
comiendo
y,
sobre
todo,
la
calidad
de
lo
que
está
comiendo
y
su
macrocomposición,
algo
que
es
variable,
y
no
fijo
como
nos
venden
en
las
recomendaciones
de
60%
de
carbohidratos,
25%
de
grasas
y
15%
de
proteínas.
Dependiendo
de
la
información
directa
que
le
proporcionan
los
alimentos
al
sistema
nervioso
y
endocrino,
tanto
interna
–
composición–
como
externamente
–color,
olor,
textura,
sabor–,
el
cuerpo
se
prepara
para
digerirlos
y
metabolizarlos.
He
aquí
el
momento
estelar
en
el
que
aparece
el
emperador
de
nuestros
circuitos
de
saciedad,
el
sistema
endocrino,
junto
a
todos
sus
senadores,
las
hormonas.
Y
en
este
sentido
vuelvo
a
recalcar
y
repetir
exactamente
lo
mismo
que
hace
escasamente
seis
o
siete
líneas,
para
que
te
quede
claro:
no
es
lo
mismo
comer
lechuga,
carne,
huevos,
pan
–sobre
todo
si
es
de
harina
blanca,
refinada–,
bollería,
aguacates,
manzanas
o
pipas
de
girasol.
Cada
alimento,
según
su
valor
y
composición
nutricional,
su
palatabilidad
–ya
veremos
qué
significa–
y
también
según
cómo
lo
cocinemos,
provoca
una
reacción
hormonal
y
neuro-‐
lógica
distinta
en
nuestro
organismo.
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
tres:
te
sientes
más
o
menos
saciado
dependiendo
del
valor
nutricional,
aspecto,
olor,
textura,
sabor
y
modo
de
cocinar
de
lo
que
comes.
48
8
SACIEDAD
SEGÚN
EL
VALOR
NUTRICIONAL
DE
LOS
ALIMENTOS
Si
los
circuitos
de
saciedad
mecánicos
se
encargan
de
regular
la
saciedad
a
nivel
cuantitativo
–no
queremos
comer
más
de
lo
que
podemos
digerir–,
los
hormonales
principalmente
se
ocupan
de
informar
a
nuestro
sistema
nervioso
acerca
de
la
calidad
y
composición
de
los
alimentos
que
ingerimos.
Como
veíamos
en
el
ejemplo
del
agua,
si
te
diera
por
sólo
beber
y
no
comer
nada,
el
estómago
informaría
de
que
está
lle-‐
no
y
que
es
mejor
no
ingerir
nada
más,
pero
una
vez
se
absor-‐
biera
el
agua
–teniendo
en
cuenta
que
beber
hasta
llenar
el
es-‐
tómago
puede
ser
peligroso–
y
esa
sensación
de
llenado
desa-‐
pareciera,
el
hambre
aparecería
rápidamente
ya
que
el
agua
no
habría
despertado
a
ninguna
de
nuestras
hormonas
de
la
saciedad
debido
a
su
bajo
–por
no
decir
nulo–
valor
nutritivo.
Es
por
ello
que
hormonas
como
las
que
he
mencionado
hace
un
momento
–ghrelina,
leptina,
insulina,
péptido
YY,
GLP-‐1,
etc.
–
se
segregan
durante
la
digestión
e
informan
constantemente
a
nuestro
hipotálamo
acerca
de
los
niveles
de
grasa
y
azúcar
que
tenemos
en
el
cuerpo
e
ingerimos
en
la
comida,
los
niveles
de
aminoácidos
que
estamos
digiriendo,
la
cantidad
de
bilis
que
secretamos
para
llevar
a
cabo
esta
digestión,
etc.
Lo
miden
todo.
¿Para
qué?
Para
saber
exactamente
cuál
es
nuestro
estado
energético
y
metabólico,
para
regularlo
y,
entre
otras
cosas,
para
decirle
al
cuerpo
cuándo
tenemos
suficiente
de
uno
o
de
lo
otro.
Por
ejemplo,
si
nuestros
niveles
de
azúcar
son
bajos,
es
lógico
que
nuestro
cuerpo
pida
más
azúcar.
Lo
importante
de
todo
esto
es
comprender
que
este
mecanismo,
la
comunicación
efectiva
entre
nuestros
sistema
endocrino
y
nervioso
acerca
de
la
calidad
y
composición
de
los
alimentos
que
consumimos,
es
la
forma
más
fiable
que
tiene
el
cuerpo
de
saber
si
nos
estamos
nutriendo
adecuadamente
o
no.
Cuánto
comemos
es
importante,
sobre
todo
en
lo
que
se
refiere
a
nuestra
capacidad
de
digestión,
pero
qué
comemos
es
todavía
más
importante.
Dependiendo
de
este
segundo
factor
nuestro
cuerpo
solicitará
uno
u
otro
tipo
de
nutriente,
por
lo
que
según
cuál
sea
la
relación
entre
lo
que
comemos
y
lo
que
necesita
nuestro
organismo
–o
cree
que
necesita;
luego
me
explico–
nuestra
saciedad
se
verá
más
o
menos
afectada.
A
raíz
de
este
hecho,
desde
hace
algunos
años
–no
muchos–
sa-‐
bemos
que
a
nivel
hormonal
–cualitativo–
el
grupo
de
macro-‐
nutrientes
que
más
nos
sacia
son
las
proteínas,
seguido
de
bastante
cerca
por
las
grasas,
quedando
relegados
al
último
puesto
del
ranking
de
saciedad
los
hidratos
de
carbono.
Res-‐
pecto
a
este
último
dato,
es
muy
importante
recalcar
también
que
los
hidratos
de
carbono
complejos,
no
refinados,
sacian
mucho
más
que
los
refinados,
debido
especialmente
al
efecto
mecánico
que
produce
su
alto
contenido
en
fibra
–aunque
no
te
hagan
secretar
muchas
"hormonas
cualitativas",
el
efecto
de
llenado
que
provocan
incrementa
tu
sensación
de
saciedad.
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
cuatro:
los
alimentos
más
saciantes
son
los
ricos
en
proteínas,
seguidos
por
los
ricos
en
grasas,
mientras
que
los
menos
saciantes
son
los
que
cont-‐
ienen
mayor
proporción
de
hidratos
de
carbono,
sobre
todo
cuando
estos
son
simples,
contenidos
en
productos
refinados.
50
9
MENCIÓN
ESPECIAL:
SACIEDAD
E
HIDRATOS
DE
CARBONO
SIMPLES
Llegado
este
punto
requerimos
de
un
momento
de
reflexión.
Grábatelo
en
la
cabeza,
a
fuego.
Los
hidratos
de
carbono
es
el
grupo
de
macronutrientes
menos
saciante,
sobre
todo
los
simples
–glucosa,
fructosa–
y
los
contenidos
en
la
comida
procesada
y
en
subproductos
alimenticios
refinados
–harina
blanca,
azúcar
de
mesa,
etc.
Es
tremendamente
importante
que
recuerdes
que
los
alimen-‐
tos
compuestos
mayormente
por
hidratos
de
carbono
refina-‐
dos
son
el
grupo
de
alimentos
que
menos
peso
tienen
sobre
tus
circuitos
de
saciedad
o,
lo
que
es
lo
mismo,
que
más
cantidad
tendrás
que
comer
para
sentirte
saciado.
¿Por
qué?
Porque
cuesta
muy
poco
digerirlos.
En
los
hidratos
de
carbono
complejos,
el
núcleo
energético
del
alimento
está
encapsulado
en
fibra,
lo
cual
retrasa
y
ralentiza
de
manera
notable
su
digestión.
Pero
en
el
caso
de
los
refinados,
en
los
que
prácticamente
toda
la
fibra
ha
sido
retirada,
la
digestión
es
casi
inmediata
y
la
sensación
de
saciedad
desaparece
pronto
–
aparte
de
provocar
algún
otro
efecto
que
enseguida
veremos
cómo
lo
que
en
realidad
provocan
es
más
hambre.
Más
tarde,
cuando
repasemos
una
serie
de
listas
de
alimentos
según
su
influencia
en
nuestros
circuitos
de
saciedad,
volveré
a
insistir
en
ello.
Pero
déjame
ponerte
algunos
ejemplos
de
los
alimentos
que
menos
te
sacian,
como
son
el
pan
–sobre
todo
el
pan
blanco–,
la
bollería,
las
golosinas,
el
azúcar
de
mesa
–en
especial
el
azúcar
blanco–,
el
arroz
–sobre
todo
el
blanco–,
la
pasta,
los
refrescos
azucarados
y
en
general
toda
la
comida
procesada,
empaquetada
o
enlatada
–¡mira
las
etiquetas!
Necesitas
comer
mucha
cantidad
de
estos
alimentos
para
sentirte
saciado
–más
por
la
cantidad
que
por
la
calidad–,
y
una
vez
digeridos
–muy
rápido–
el
hambre
aparece
pronto,
ya
que
prácticamente
no
han
tenido
ninguna
influencia
sobre
la
"saciedad
hormonal
cualitativa",
debido
a
su
pobre
valor
nutricional.
Si
te
paras
a
pensarlo,
la
sucesión
de
comer
este
tipo
de
productos
crea
un
círculo
vicioso,
un
pez
que
se
muerde
la
cola.
Es
un
callejón
sin
salida.
Acabo
de
mencionar
el
factor
tiempo
en
cuanto
a
la
digestión
rápida
en
nuestro
estómago,
pero
en
este
sentido
tampoco
debemos
olvidar
lo
que
pasa
en
nuestra
boca.
Ya
hemos
visto
que
cuando
comemos,
desde
que
masticamos
hasta
que
la
comida
llena
nuestro
estómago,
necesitamos
de
cierto
tiempo
para
que
el
cerebro
reciba
las
señales
nerviosas
–mecánicas–
y
endocrinas
–hormonales–
necesarias
para
cerciorarse
de
que
hemos
comido
y
consecuentemente
activar
la
respuesta
de
saciedad.
Si
lo
que
comemos
es
muy
fácil
de
masticar,
durante
el
tiempo
que
pasa
desde
que
empezamos
a
comer
hasta
que
alcanzamos
ciertos
niveles
de
saciedad
podremos
comer
más
cantidad
de
comida
que
si
tuviéramos
que
masticarla
más.
Ahora
párate
un
momento
y
piensa,
¿qué
es
más
fácil
de
masticar?
¿Un
trozo
de
carne,
unas
verduras
preparadas
al
52
vapor,
una
pieza
de
fruta
entera?
¿O
un
plato
de
fideos,
un
cruasán
de
chocolate,
un
zumo
de
frutas?
No
creo
que
haga
falta
hacer
muchos
más
comentarios.
Por
si
esto
no
fuera
poco,
lo
peor
de
todo
es
que
hasta
este
preciso
momento
hemos
supuesto
que
la
comunicación
entre
nuestros
sistemas
nervioso
y
endocrino
es
excelente.
Pero
¿qué
pasaría
si
no
fuera
así?
Las
hormonas
son
mensajeros
que
sirven
de
puente
de
comunicación
entre
nuestro
sistema
nervioso
central
y
el
resto
del
cuerpo.
Ya
hemos
visto,
por
ejemplo,
lo
que
pasa
si
un
mensaje
llega
tarde,
como
cuando
comemos
demasiado
fácil
o
rápido
y
las
hormonas
de
saciedad
del
estómago
no
alcanzan
a
avisar
suficientemente
pronto
al
hipotálamo
sobre
su
estado.
Siento
decirte
que
puede
ocurrir
algo
peor.
Puede
pasar
que
ese
mensaje
nunca
llegue
o
que
lo
haga
de
forma
muy
distorsionada.
Curiosamente,
ésta
es
la
anomalía
más
común
que
padecen
muchas
personas
–sin
saberlo.
Es
una
falta
de
sensibilidad
a
la
leptina,
una
de
las
hormonas
más
importantes
en
el
gran
juego
de
la
saciedad.
Si
la
señal
de
la
leptina
no
le
dice
al
hipotálamo
que
disponemos
de
suficientes
nutrientes
–
especialmente
grasa–,
nuestro
cuerpo
cree
que
no
cuenta
con
suficientes
reservas
de
energía,
no
activa
nuestra
sensación
de
saciedad
y
facilita
que
tengamos
hambre
–es
lógico
que
quiera
comer
más.
Por
eso
en
el
capítulo
anterior
subrayaba
lo
de
cree.
¿Sabes
quien
es
el
responsable
principal
de
este
desorden
hormonal?
El
consumo
de
hidratos
de
carbono
simples
–
refinados–
y
comida
procesada,
que
parece
ser
que
disminuyen
la
sensibilidad
a
la
leptina
en
nuestro
hipotálamo
–
53
tanto
azúcar
"ataca"
a
nuestras
neuronas–,
aparte
de
otros
factores
externos
como
el
estrés
o
la
falta
de
descanso.
¿Y
sabes
qué
provoca?
Que
quieras
consumir
más
hidratos
de
carbono,
porque
tu
hipotálamo
cree
que
tus
niveles
de
reservas
grasas
son
muy
bajos,
y
ya
sabes
que
si
quieres
acumular
más
grasa
–es
decir,
engordar–
la
forma
más
rápida
y
eficaz
de
hacerlo
no
es
comiendo
más
grasas,
sino
comiendo
más
hidratos
de
carbono
–que
provocarán
un
exceso
de
azúcar
en
sangre,
una
respuesta
insulínica
masiva
y
su
conversión
y
acumulación
en
forma
de
grasa.
Espero
que
te
haya
quedado
claro
que
el
consumo
de
hidratos
de
carbono
simples,
refinados
y
procesados
es
uno
de
tus
grandes
enemigos
a
la
hora
de
sentirte
saciado
y
de
dejar
de
comer
impulsivamente.
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
cinco:
los
alimentos
ricos
en
hidratos
de
carbono
simples,
es
decir,
los
alimentos
procesados
y
refinados,
son
los
que
menos
te
sacian.
Al
contrario,
son
los
que
más
hambre
provocan,
hambre
selectiva,
hambre
de
hidratos
de
carbono.
54
10
SACIEDAD
SEGÚN
LA
ATRACCIÓN
HACIA
EL
ALIMENTO
Podríamos
decir
que
todo
lo
que
hemos
visto
hasta
ahora
referido
a
la
saciedad
que
induce
lo
que
comemos
procede
de
nuestro
interior,
de
qué
mecanismos
ponen
en
marcha
nues-‐
tras
comidas
desde
dentro
mecánica
y
hormonalmente.
Sin
embargo,
esta
sofisticada
máquina
de
precisión
que
poseemos
todavía
ha
desarrollado
más
formas
de
relacionarse
con
la
comida,
esta
vez
desde
fuera.
Y
es
que
no
parece
descabellado
que
el
cuerpo
según
vea,
huela,
escuche
o
detecte
ciertos
sabores
prefiera
comer
ciertos
alimentos
más
atrac-‐
tivos
frente
a
otros
menos
apetecibles.
En
realidad,
tú
ya
sabes
que
las
patatas
chips
más
ricas
son
las
de
sabor
más
intenso,
las
que
se
huelen
a
distancia,
las
que
tienen
mejor
pinta
y
las
que
crujen
más.
Este
hecho
guarda
una
relación
muy
estrecha
con
nuestra
supervivencia
–
¿recuerdas
nuestra
herencia
evolutiva?
Por
un
lado,
el
aspecto,
el
olor
o
el
sabor
de
un
alimento,
o
incluso
el
ruido
que
hace
al
masticarlo,
nos
informan
sobre
su
estado.
Por
ejemplo,
no
hace
falta
ser
muy
listo
para
saber
si
un
alimento
está
podrido.
Su
aspecto,
olor
o
sabor
nos
lo
chiva,
y
gracias
a
ello
preferimos
no
comerlo
y
evitarnos
un
dolor
de
barriga
o
una
intoxicación.
Y
por
otro
lado,
que
nuestro
cerebro
sea
capaz
de
preferir
ciertos
alimentos
representa
una
ventaja
evolutiva,
sobre
todo
cuando
comer
estos
alimentos
más
atractivos
ha
sido
lo
que
nos
ha
permitido
sobrevivir
durante
muchísimo
tiempo.
Porque
no
vamos
a
engañarnos...
¿Qué
alimentos
nos
gustan
más?
Generalmente
los
dulces.
¿Cuándo
hay
alimentos
dulces
en
plena
naturaleza?
Principalmente,
en
abundancia,
en
vera-‐
no.
¿Para
qué
queremos
comer
más
en
verano?
Para
engordar
y
sobrevivir
al
invierno.
¿Qué
alimentos
nos
engordan
más?
Los
dulces
–es
decir,
los
ricos
en
hidratos
de
carbono.
¿De
qué
color
son
los
alimentos
naturales
más
dulces?
Rojo,
naranja,
amarillo,…
Son
colores
atractivos
y
necesitamos
verlos
a
dis-‐
tancia,
entre
toda
la
vegetación.
Y
así
podría
seguir
con
muchas
preguntas
más.
¿Empiezas
a
ver
cómo
cuadra
todo?
Nuestra
supervivencia
como
especie
ha
dependido
en
gran
parte
de
nuestra
capacidad
de
engordar
en
las
épocas
de
abun-‐
dancia
comiendo
impulsivamente
hidratos
de
carbono
lo
más
simples
posible,
y
sus
características
sensitivas
nos
informan
acerca
de
su
capacidad
para
engordarnos
–aparte
de
lo
ricos
que
suelen
ser
en
vitaminas,
todo
hay
que
decirlo,
ya
que
el
objetivo
del
verano
es
abastecerse
de
todo
lo
necesario
para
hacer
frente
a
la
escasez
del
invierno.
Por
lo
tanto,
como
nor-‐
ma
general,
preferimos
comerlos.
A
cómo
influyen
todos
estos
aspectos
en
nuestras
preferencias
por
comer
según
qué
alimentos
se
le
conoce
como
palata-‐
bilidad
–lo
que
le
gusta
a
nuestro
paladar.
Hoy
día
sabemos
que
cuanto
más
"palatable"
es
un
alimento,
menos
saciante
es.
Es
decir,
cuanto
más
nos
atrae
su
sabor,
olor,
textura,
color,
56
etc.
más
queremos
comerlo
y
más
hambre
tenemos
de
comer
exactamente
eso.
Y
no
solamente
percibido
globalmente
mientras
comemos,
cuando
sobre
todo
el
sabor
ejerce
un
poder
antisaciante
muy
importante,
sino
también
cuando
no
comemos,
es
decir,
al
ver
u
oler
alimentos.
No
hace
falta
comer
un
alimento
muy
sabroso
para
que
nuestro
cuerpo
inhiba
nuestras
señales
de
saciedad.
Sólo
con
ver
u
oler
un
alimento
que
nos
pueda
resultar
atractivo
es
suficiente
para
que
un
hambre
repentina
despierte
nuestros
instintos
impulsivos.
Es
más,
algo
que
da
pie
al
siguiente
capítulo...
Incluso
pensar
en
esos
alimentos
inhibe
nuestra
saciedad
y
despierta
nuestro
apetito.
De
momento…
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
seis:
te
sientes
menos
saciado
cuanto
más
palatable
–atractivo
según
su
aspecto,
gusto,
olor–
es
un
alimento.
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
siete:
no
hace
falta
comer
un
alimento
para
que
influya
sobre
tu
sensación
de
saciedad.
Sólo
con
verlo
u
olerlo
es
suficiente.
57
11
SACIEDAD
SEGÚN
LO
QUE
ESTÉS
PENSANDO
Que
conste
que
este
capítulo
es
una
avanzadilla
de
la
siguiente
parte
del
libro.
Muy
poca
gente
se
atreve
a
discutir
el
poder
que
ejerce
nuestro
pensamiento
sobre
el
resto
de
nuestro
cuerpo.
Cada
vez
se
realizan
más
estudios
acerca
del
potencial
que
tiene
nuestra
razón
para
influir
sobre
nuestra
conducta,
fisiología
y
meta-‐
bolismo.
De
aquí
a
unos
cuantos
capítulos
profundizaremos
más
acerca
de
este
tema,
porque
también
te
va
a
interesar
mucho
en
tu
aventura
para
comer
de
forma
consciente.
Hablando
concretamente
sobre
saciedad,
el
pensamiento
puede
jugarte
alguna
mala
pasada
relacionada
con
la
palatabilidad.
El
ser
humano
ha
desarrollado
su
mente
a
tal
nivel
que
es
capaz
de
visualizar
mentalmente
la
imagen
de
cualquier
alimento,
una
imagen
que
al
mismo
tiempo
evocará
en
ti
un
olor,
un
ruido,
una
textura,
un
sabor.
En
cualquier
momento
tú
puedes
crear
mentalmente
la
imagen
completa
de
un
alimento
junto
a
todas
sus
características
sensitivas.
De
hecho,
si
ahora
mismo
te
pido
que
te
imagines
unas
cerezas
rojas
y
jugosas
en
realidad
no
habría
hecho
falta
ni
que
te
lo
pidiera.
Sólo
con
leer
las
palabras
ya
lo
habrías
hecho.
En
este
caso
lo
más
normal
es
que
esas
cerezas
hubieran
pasado
fugazmente
por
tu
cabeza.
Pero
¿qué
ocurriría
si
hubieran
permanecido
en
tu
mente
más
tiempo?
Puedo
asegurarte
que
sólo
ese
pensamiento
habría
bastado
para
afectar
de
algún
modo
a
tus
sistemas
nervioso
y
endocrino
y
a
tus
circuitos
de
saciedad
–en
esta
manipulación,
las
empresas
de
marketing
son
unas
expertas;
también
lo
veremos.
Imagínate
que
estás
habituado
a
pensar
en
comida
porque
es
una
de
tus
válvulas
de
escape,
como
buen
comedor
emocional
que
eres.
¿Qué
crees
que
debe
ocurrir
cada
vez
que
piensas
en
tu
snack
preferido
al
ponerte
tenso,
nervioso,
ansioso?
Cuanto
más
piensas
en
él,
cuanto
más
lo
ves
en
tu
mente,
cuanto
más
lo
hueles
y
lo
saboreas
mentalmente,
más
lo
deseas,
más
hambre
tienes.
Ya
te
estoy
dando
muchas
pistas
para
futuros
capítulos
y
no
voy
a
insistir
más,
porque
sé
que
tú
sabes
muy
bien
lo
que
te
pasa
cuando
se
te
mete
en
la
cabeza
ese
trocito
de
chocolate
tan
rico.
Si
nos
ceñimos
a
la
influencia
que
el
pensamiento
ejerce
sobre
tu
saciedad,
lo
fundamental
es
que
comprendas
que
sólo
con
pensar
en
un
alimento
–y
no
sueles
pensar
en
lechugas–
deseas
ese
alimento
e
inmediatamente
tu
cuerpo
se
predispone
a
utilizar
todos
los
recursos
posibles
para
conseguir
ese
ali-‐
mento.
Así
que
vigila
lo
que
piensas…
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
ocho:
te
sientes
menos
saciado
cuando
piensas
en
comida.
60
12
SACIEDAD
SEGÚN
CÓMO
COCINES
TUS
ALIMENTOS
Otro
factor
muy
importante
que
ejerce
cierta
influencia
en
nuestra
saciedad
es
la
cocina.
Según
cómo
preparemos
los
alimentos
que
vamos
a
consumir,
éstos
van
a
saciarnos
más
o
menos,
tanto
a
nivel
mecánico
como
hormonal.
Por
un
lado,
cómo
esté
preparado
un
alimento
va
a
facilitarnos
más
o
menos
la
masticación.
Si
un
alimento
está
crudo
tendremos
que
masticarlo
más,
por
lo
tanto
nos
saciará
más,
al
igual
que
si
lo
comemos
entero
y
nosotros
tenemos
que
partirlo
con
nuestros
dientes.
En
cambio,
si
un
alimento
está
muy
cocido
será
muy
fácil
de
masticar
y
activará
muy
poco
nuestra
saciedad
a
este
nivel,
así
como
si
está
triturado,
por
ejemplo.
En
este
sentido,
a
nivel
de
masticación,
los
purés,
batidos,
sopas,
zumos,
etc.
sacian
mucho
menos
que
si
consumiéramos
los
alimentos
que
los
constituyen
enteros
y/o
poco
cocinados.
Además,
recuerda
que
la
masticación
no
sólo
es
clave
a
nivel
mecánico,
sino
también
hormonal.
Nuestro
cuerpo
necesita
tiempo
para
activar
ciertas
señales
y
si
tu
dieta
se
basa
en
alimentos
que
prácticamente
no
tienes
que
masticar
siempre
estarás
expuesto
a
comer
más
de
la
cuenta.
Por
otro
lado,
también
debemos
tener
en
cuenta
que
cuando
cocinamos
la
estructura
de
los
alimentos
puede
cambiar.
De
hecho,
por
ejemplo,
si
cocemos
una
zanahoria
o
una
calabaza
estamos
provocando
que
sean
mucho
más
fáciles
de
digerir
al
simplificar
la
asimilación
de
los
hidratos
de
carbono
que
contienen.
¿Recuerdas
qué
pasaba
cuando
digerías
muy
rápido
los
hidratos
de
carbono?
No
sólo
reducías
tu
sensación
de
saciedad,
sino
que
adelantabas
el
momento
en
que
tu
cuerpo
volvería
a
pedirte
más
comida.
En
este
caso,
la
zanahoria
o
la
calabaza
crudas
sacian
más,
hormonalmente
hablando,
que
cocidas.
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
nueve:
te
sientes
menos
saciado
cuanto
más
cocinas
un
alimento,
ya
que
es
más
fácil
masticarlo
y
más
rápido
digerirlo.
62
13
SACIEDAD,
PLACER
Y
EL
PRIMER
GRAN
PROBLEMA
AL
QUE
NOS
ENFRENTAMOS
Cuando
uno
trata
de
comprender
cómo
regula
nuestro
cuerpo
las
señales
de
saciedad,
no
puede
dejar
a
un
lado
un
circuito
neuronal
paralelo
que
tiene
tanta
o
incluso
más
importancia,
el
del
placer.
Desde
un
punto
de
vista
instintivo,
"animal",
durante
prácticamente
toda
nuestra
historia
hemos
contado
con
unos
circuitos
de
recompensa
que
nos
han
servido
de
guía
para
que
supiéramos
qué
era
–y
es–
bueno
para
nosotros
y
qué
no
lo
es
–gracias
también
a
otros
circuitos,
los
del
dolor.
¿Qué
circuitos
de
recompensa
y
placer
son
los
más
importantes?
Son
aquellos
que
favorecen
nuestra
supervivencia,
es
decir,
la
actividad
física,
el
sexo,
las
relaciones
sociales
y,
sobre
todos
y
por
encima
de
todos,
la
comida.
Tú
ya
lo
sabes…
Comer
es
un
placer.
El
placer
por
comer
viene
regulado
básicamente
por
la
palatabilidad
de
los
alimentos,
que
ya
hemos
visto
cómo
influía
sobre
nuestra
saciedad
hace
un
momento.
Cuanto
más
placentero
es
comer
un
alimento,
menos
nos
sacia,
algo
que
nos
ha
permitido
sobrevivir
durante
toda
nuestra
historia,
ya
que
ha
sido
el
propio
placer
por
comer
el
que
nos
ha
empujado
a
buscar
aquello
que
más
nos
gusta
–y
mejor
nos
preparaba
para
el
duro
invierno.
Después
de
varios
capítulos,
acabas
de
descubrir
–y
espero
que
comprender–
el
principal
motivo
por
el
que
te
aseguraba
que
eres
un
comedor
impulsivo
por
naturaleza.
Como
decía,
saciedad
y
placer
nos
han
servido
como
guía
durante
cientos
de
miles
de
años,
representando
un
mecanismo
regulador
perfecto
frente
a
un
entorno
natural
incierto
y
cíclico
–comida
de
temporada.
Pero
hoy,
como
ya
he
dicho
en
más
de
una
ocasión,
ese
entorno
ya
no
tiene
nada
que
ver
con
el
que
era
y
para
el
que
nuestros
circuitos
de
saciedad
y
placer
han
evolucionado.
La
saciedad
y
el
placer
siguen
ahí,
en
lo
más
profundo
de
nuestro
ser,
y
no
tenemos
por
qué
dejar
de
tenerlos
en
cuenta.
De
hecho,
si
nos
olvidamos
de
ellos,
lo
más
probable
es
que
fracasemos
en
nuestro
intento
de
transformar
nuestra
impulsividad
en
conciencia,
por
muy
hábiles
que
seamos
utilizando
otras
herramientas
emocionales
y
racionales,
tales
como
la
aceptación
y
la
voluntad.
El
quid
de
la
cuestión
es
que
comprendas
que
éstos
ya
no
te
sirven
de
guía
porque
fueron
concebidos
para
que
interactuaras
en
un
entorno
muy
distinto
al
que
te
rodea,
y
por
tanto
ya
no
pueden
estar
al
mando
de
tu
conducta,
de
tu
relación
con
la
comida,
aunque
al
mismo
tiempo
debas
seguir
escuchándolos,
ya
que
forman
parte
de
ti.
Ahora
bien,
si
sigues
dejando
que
sean
quienes
determinen
completamente
cuánto
y
cuándo
comer
en
un
lugar
–nuestro
entorno–
donde
siempre
hay
comida
de
todo
tipo
–donde
siempre
es
verano…–
y
donde
64
prevalecen
los
productos
creados
para
ofrecerte
placer
más
que
para
nutrirte,
tus
sistemas
nervioso
y
endocrino
van
a
empujarte
con
todas
sus
fuerzas
a
comer
impulsivamente
esos
alimentos
–palatables
y
ricos,
sobre
todo,
en
hidratos
de
carbono.
Necesitas
una
nueva
herramienta
que
module
tu
"yo
instintivo"
para
que
no
te
lances
a
por
comida
nada
más
la
intuyas.
Espero
que
lo
hayas
comprendido…
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
diez:
placer
y
saciedad
van
unidos
de
la
mano.
Te
sientes
menos
saciado
conforme
más
placer
te
evoca
lo
que
estás
comiendo.
65
14
SACIEDAD
Y
EXPOSICIÓN
A
LA
LUZ
¡Por
fin
vamos
a
dejar
de
hablar
de
comida!
Bueno,
indirectamente
sí
que
hablaremos,
que
de
lo
que
se
trata
todo
este
lío
es
de
comprender
por
qué
comemos
impulsivamente.
Pero,
como
te
adelantaba
cuando
empezábamos
a
hablar
sobre
la
saciedad,
y
a
pesar
de
que
la
interacción
fisiológica
que
mantengas
con
la
comida
es
el
factor
que
más
influencia
ejerce
sobre
tu
impulsividad
instintiva
al
comer,
hay
otros
aspectos
de
tu
estilo
de
vida
que
también
afectan
a
tu
saciedad
y
que,
según
tus
hábitos
y
comportamiento,
te
lo
pondrán
más
o
menos
fácil
para
comer
conscientemente.
A
estas
alturas
me
imagino
que
ya
te
habrá
quedado
clarísimo
que
somos
un
producto
evolutivo
y
que
nuestra
fisiología
responde
a
un
entorno
bastante
distinto
al
que
nos
rodea.
En
lo
que
se
refiere
a
nuestra
interacción
con
la
luz,
déjame
plantearte
algunas
cuestiones…
Evolutivamente
hablando,
¿cuándo
crees
que
hemos
pasado
más
tiempo
despiertos
y
activos?
¿De
día
o
de
noche?
¿Cuándo
crees
que
hemos
salido
más
a
menudo
a
buscar
comida,
cazar
y
recolectar?
¿De
día
o
de
noche?
¿Cuándo
crees
que
hemos
dedicado
más
tiempo
al
propio
acto
de
comer?
¿De
día
o
de
noche?
Supongo
que
habrás
adivinado
que
de
día,
la
respuesta
correcta
a
todas
estas
preguntas.
Y
para
responderlas
no
hace
falta
remontarse
al
Paleolítico.
La
luz
artificial,
a
pesar
de
que
podemos
contar
con
el
fuego
desde
hace
varios
cientos
de
miles
de
años,
no
se
ha
utilizado
de
forma
regular
hasta
no
hace
más
de
trescientos
años,
cuando
a
Luis
XVI
se
le
ocurrió
llenar
de
linternas
la
ciudad
de
Paris
–
por
eso
se
la
conoce
como
la
"ciudad
de
la
luz"–,
y
no
fue
hasta
1880
cuando
la
ciudad
de
Wabash,
en
Estados
Unidos,
se
convirtió
en
la
primera
ciudad
del
mundo
en
contar
con
iluminación
eléctrica
en
sus
calles.
Obviamente,
no
fue
hasta
mucho
más
tarde
cuando,
en
general,
nuestras
casas
han
contado
con
luz
artificial
las
veinticuatro
horas
del
día.
De
hecho,
recuerdo
cómo
en
más
de
una
ocasión
mi
padre
me
ha
explicado
que
hace
apenas
sesenta
años
en
su
pueblo
natal
no
había
luz
artificial;
uno
se
iba
a
dormir
poco
después
de
ponerse
el
sol
y
se
levantaba
al
amanecer.
El
caso
es
que
hasta
no
hace
más
de
un
siglo
prácticamente
nadie
se
veía
expuesto
a
los
niveles
de
luz
artificial
que
hoy
nos
rodea.
Este
hecho,
como
no
podía
ser
de
otra
manera,
también
ha
influido
en
cómo
nuestro
cuerpo
ha
evolucionado
para
interactuar
con
la
luz.
Como
el
tema
es
realmente
complejo,
voy
a
dejar
caer
como
quien
no
quiere
la
cosa
una
serie
de
afirmaciones,
del
mismo
modo
que
he
hecho
hasta
ahora,
y
si
quieres
profundizar
en
el
asunto,
te
invito
a
leer
el
libro
Lights
out,
de
T.S.
Wiley.
Las
afirmaciones…
La
luz,
ya
sea
natural
o
artificial,
estimula
o
inhibe
diferentes
funciones
de
nuestro
organismo.
Es
un
hecho
evolutivo.
Cuando
te
ves
expuesto
a
ciertos
niveles
de
luz
clara
no
nece-‐
sariamente
muy
altos,
a
pesar
de
que
estés
con
los
ojos
cerrados
o
durmiendo,
tu
cuerpo
la
detecta
a
través
de
unos
fotorreceptores
que
tienes
repartidos
por
todo
el
cuerpo.
De
ese
modo
nuestros
ancestros
sabían
cuándo
amanecía
y
tocaba
68
despertar
o
cuando
anochecía
y
tocaba
dormir.
Este
proceso
dual
lo
llevan
a
cabo
básicamente
dos
hormonas,
la
melato-‐
nina,
que
secretamos
de
noche
para
poner
en
marcha
toda
una
serie
de
mecanismos
reparadores
mientras
descansamos,
y
el
cortisol,
conocido
también
como
hormona
del
estrés,
y
que
participa
en
innumerables
funciones
metabólicas
de
nuestro
organismo,
entre
ellas,
una
vez
más,
la
regulación
de
nuestros
circuitos
de
saciedad.
Hasta
hace
muy
poco
tiempo,
el
amanecer
era
el
momento
del
despertar
de
la
mayoría
de
seres
vivos
superiores
del
planeta,
incluido
el
hombre.
Durante
las
primeras
horas
de
la
mañana,
paralelamente
al
incremento
de
la
intensidad
de
la
luz
natural
el
cuerpo
secreta
más
cortisol
–a
la
vez
que
menos
melato-‐
nina–
para
aumentar
la
actividad
general
de
nuestro
organis-‐
mo.
¿Para
qué?
Para
que
sepamos
que
nos
toca
movernos
y
nos
preparemos
para
movernos
–incrementando
nuestros
niveles
de
atención
y
concentración,
nuestra
circulación
sanguínea,
nuestra
presión
arterial…
¿Y
para
qué
nos
movemos?
Entre
otras
cosas,
tal
vez
la
más
importante,
para
buscar
comida.
La
luz
y
el
cortisol
despiertan
nuestros
sistemas
nervioso
y
endocrino
para
que
busquemos
comida.
Esto
no
representaba
ningún
problema
hasta
la
llegada
de
la
luz
artificial.
Como
hacía
mi
padre
de
niño,
hasta
no
hace
más
de
sesenta
o
setenta
años
la
mayoría
de
la
gente
–sobre
todo
la
que
vivía
en
entornos
rurales–
se
iba
a
dormir
poco
después
del
anochecer
y
se
levantaba
durante
el
amanecer.
Es
impor-‐
tante
tener
en
cuenta
también,
al
igual
que
cuando
tratábamos
la
disponibilidad
natural
de
comida,
que
la
duración
del
día
y
la
noche
varían
según
la
estación
del
año,
y
que
mientras
en
verano
llegan
a
alcanzarse
dieciséis
horas
de
día
y
ocho
de
noche,
en
invierno
las
proporciones
se
invierte,
por
lo
que
las
69
necesidades
fisiológicas
totales
de
sueño
y
descanso
para
cada
estación
también
son
distintas.
De
hecho,
estoy
convencido
de
que
en
invierno
sueles
tener
más
sueño
que
en
verano
y
te
cuesta
más
levantarte
por
las
mañanas.
¡Cuidado!
Eso
no
quiere
decir
que
en
invierno
durmiéramos
dieciséis
horas
diarias
ni
que
yo
lo
recomiende,
pero
sí
que
desde
un
punto
de
vista
fisiológico
estamos
diseñados
para
que
la
actividad
general
de
nuestra
vida
se
vea
disminuida
notablemente
durante
la
noche.
De
un
tiempo
a
esta
parte
esto
ha
cambiado
significativamente.
Independientemente
de
la
estación
del
año,
mantenemos
unos
horarios
fijos
y
la
mayoría
de
nosotros
permanecemos
des-‐
piertos
y
expuestos
a
la
luz
–artificial–
durante
mucho
tiempo
después
del
anochecer,
mientras
que
nos
levantamos
y
volve-‐
mos
a
exponernos
a
esa
misma
luz
algo
antes
del
amanecer.
Además,
esa
exposición
artificial
no
sigue
un
patrón
semejante
al
de
la
luz
natural,
que
empieza
el
día
siendo
muy
tenue
para
intensificarse
al
mediodía
y
volver
a
suavizarse
durante
el
atardecer.
La
luz
artificial
a
la
que
nos
exponemos
es
siempre
de
tonos
blancos
e
intensos,
y
más
ahora
que
vivimos
engan-‐
chados
a
nuestros
televisores,
teléfonos
móviles
y
tabletas.
¿Cómo
crees
que
debe
interpretar
esta
situación
el
cuerpo?
Porque
él
no
sabe
de
dónde
proviene
la
luz
clara
ni
qué
día
marca
el
calendario;
sólo
sabe
que
es
luz,
aparte
de
interpre-‐
tarla
como
luz
de
mediodía.
La
autora
del
libro
que
antes
te
mencionaba
–Luces
fuera–,
T.
S.
Wiley,
lo
resume
perfec-‐
tamente
en
una
frase:
"A
nivel
lumínico,
el
cuerpo
se
piensa
que
siempre
son
las
doce
del
mediodía
de
un
día
de
verano".
No
había
mejor
manera
de
describirlo
porque,
ciertamente,
durante
todo
el
año
nos
vemos
expuestos
a
luz
del
tipo
que
sea
70
desde
las
seis
de
la
mañana
hasta
las
diez
de
la
noche
–como
mínimo–,
cuando
ésta
era
una
situación
que
sólo
se
daba
en
verano
hasta
hace…
¿cincuenta
años?
No
es
de
extrañar
que
el
cuerpo
ande
un
poco
despistado.
Como
has
podido
ver
anteriormente
este
libro
avanza
enlazan-‐
do
relaciones.
¿Recuerdas
qué
pasaba
con
nuestros
circuitos
de
saciedad
en
verano?
¿Y
qué
alimentos
nos
rodeaban?
Entonces,
¿qué
crees
que
te
pedirá
el
cuerpo
si
piensa
que
siempre
es
verano?
Efectivamente,
energía
rápida,
hidratos
de
carbono.
Los
mismos
que
constituyen
el
macronutriente
me-‐
nos
saciante,
estimulan
tu
apetito,
distorsionan
tus
señales
de
saciedad,
etc.
Como
te
advertía,
el
tema
da
para
mucho
más
de
lo
que
puedo
explicarte
en
esta
guía
para
ayudarte
a
conocer
los
entresijos
de
la
comida
impulsiva,
así
que
de
momento
quédate
con
la
siguiente
conclusión…
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
once:
te
sientes
menos
saciado
conforme
más
tiempo
te
expones
a
cualquier
tipo
de
luz,
pero
sobre
todo
la
intensa
y
clara.
Ésta
te
estimula
para
que
busques
comida,
especialmente
hidratos
de
carbono.
71
15
SACIEDAD
Y
ACTIVIDAD
FÍSICA
Una
de
las
cuestiones
que
siempre
aparece
en
cualquier
con-‐
versación
sobre
alimentación
o
dietas
es
la
actividad
física.
La
mayoría
de
la
gente
sigue
creyéndose
la
falacia
del
balance
ca-‐
lórico
–si
gastas
más
calorías
de
las
que
comes,
te
adelgazas–,
aunque
cada
vez
aparezcan
más
estudios
que
desmontan
esta
idea
y
más
expertos
que
insisten
en
algo
que
desde
mi
punto
de
vista
es
evidente:
el
cuerpo
humano
no
es
un
horno
de
combustión
"quema-‐calorías".
Cómo
el
cuerpo
gestiona
la
energía
no
es
algo
matemático
y
no
depende
tanto
de
la
can-‐
tidad
de
calorías
que
se
gasten
o
consuman,
sino
del
tipo
de
calorías.
¿Por
qué?
Porque,
como
ya
hemos
visto,
no
es
lo
mismo
comer
pan
que
lechuga
o
huevos.
Cada
alimento
nos
afecta
metabólicamente
de
una
forma
distinta.
De
todos
modos,
el
objetivo
de
este
libro
no
es
ni
mucho
menos
tratar
sobre
el
balance
calórico,
y
tampoco
que
adelgaces.
Del
mismo
modo,
déjame
volver
a
regalarte
otra
afirmación
de
esas
que
su
explicación
quedará
a
medias
y
que
te
invito
a
investigar
por
tu
cuenta
en
tu
camino
hacia
la
comida
cons-‐
ciente.
Lo
importante
no
es
la
cantidad
de
actividad
física
que
realices,
sino
el
tipo.
¿Por
qué?
Por
lo
mismo
que
ocurre
con
la
alimentación.
Según
qué
tipo
de
actividad
física
suelas
hacer,
el
cuerpo
responderá
hormonalmente
de
uno
u
otro
modo.
Y
desafortunadamente,
el
tipo
de
actividad
física
que
más
se
promueve
desde
ciertos
sectores
–gobierno,
autoridades
sanitarias,
gimnasios,
etc.
–
es
el
que
peores
efectos
produce
en
tu
metabolismo
cuando
estás
tratando
acerca
de
la
saciedad.
La
explicación,
una
vez
más,
se
esconde
tras
nuestra
fisiología
evolutiva.
Durante
cientos
de
miles
de
años,
los
esfuerzos
físicos
que
el
hombre
ha
requerido
para
sobrevivir
han
sido
intensos
y
breves.
Si
bien
es
cierto
que
la
actividad
física
del
día
a
día
era
constante,
al
mismo
tiempo
era
muy
moderada
–ir
de
aquí
para
allá
buscando
algo
que
recolectar,
explorar
caminando
nuevos
territorios,
jugar,
etc.
Los
únicos
momentos
en
que
el
hombre
necesitaba
realizar
esfuerzos
físicos
realmente
inten-‐
sos
eran
dos:
la
caza
o
la
huida.
Y
estos
dos
episodios,
en
plena
naturaleza,
suelen
ser
repentinos
y
cortos
debido
a
la
inten-‐
sidad
que
representan,
imposible
de
alargarse
en
el
tiempo.
En
cambio,
hoy
día
¿cuál
es
la
actividad
física
que
se
practica?
El
ejercicio
cardiovascular
de
larga
duración,
conocido
por
cada
vez
más
gente
como
cardio
crónico.
Horas
y
horas
corriendo
al
mismo
ritmo,
o
sobre
una
bicicleta,
o
en
una
elíptica,
o
saltando
de
un
lado
para
otro
sin
descanso
en
una
clase
de
aerobic.
Nada
que
ver
con
nuestra
actividad
física
ancestral.
¿Cuál
es
el
problema?
Que
este
tipo
de
actividad
física
se
traduce
en
el
cuerpo
en
forma
de
estrés
–en
el
próximo
capítulo
entraremos
en
detalle–
y,
consecuentemente,
secre-‐
tamos
más
cortisol.
¿Recuerdas
la
hormona
cortisol?
La
del
estrés.
La
que
nos
activa.
La
que
el
cuerpo
secreta
cuando
cree
que
es
de
día.
La
que
nos
estimula
para…
¡buscar
comida!
Dejando
de
lado
el
tema
adelgazamiento
–aunque
insisto
en
que
cada
vez
se
está
demostrando
más
que
el
ejercicio
inter-‐
válico
produce
mejores
resultados
que
el
cardio
crónico
en
este
sentido–,
la
actividad
física
intensa
alargada
en
el
tiempo
74
que
suele
practicarse
en
nuestros
gimnasios
y
parques
inter-‐
fiere
en
nuestros
circuitos
de
saciedad,
favoreciendo
la
aparición
de
hambre
y
de
búsqueda
de
energía
rápida
–otra
vez
los
dichosos
hidratos
de
carbono.
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
doce:
te
sientes
menos
saciado
conforme
practicas
más
actividad
física,
especialmente
si
es
intensa.
75
16
SACIEDAD,
ESTRÉS
Y
EL
SEGUNDO
GRAN
PROBLEMA
AL
QUE
NOS
ENFRENTAMOS
Lo
primero
que
debemos
comprender
cuando
hablamos
de
estrés
es
que
las
prisas,
el
trabajo,
el
ruido,
las
preocupaciones
o
las
decenas
de
responsabilidades
que
tenemos
–y
nos
buscamos
nosotros
solitos–
no
son
estrés,
sino
desencade-‐
nantes
de
estrés.
El
estrés
en
sí
es
la
reacción
que
provocan
todas
esas
situaciones
en
nuestro
organismo.
Por
poner
un
ejemplo,
comparto
un
extracto
del
libro
El
mono
estresado
del
Dr.
Campillo
Álvarez:
“Si
mientras
cruzamos
un
paso
de
peatones
vemos
un
camión
acercarse
a
toda
velocidad,
inmediatamente
nuestro
orga-‐
nismo
se
alerta,
nuestro
corazón
late
con
fuerza,
se
nos
acelera
la
respiración,
aumentan
la
glucosa
y
las
grasas
en
la
sangre,
y
nuestros
músculos
se
contraen
con
eficacia
para
permitirnos
saltar
y
correr
para
eludir
el
peligro.
El
estrés
no
es
el
camión
que
se
nos
echa
encima,
sino
el
conjunto
de
cambios
fisioló-‐
gicos
que
suceden
en
nuestro
organismo
frente
a
cualquier
amenaza
y
que
nos
permiten,
en
esta
ocasión,
salvarnos
del
atropello.”
Por
tanto,
el
estrés
es
una
respuesta
natural
de
nuestro
organismo
ante
una
amenaza
de
cualquier
tipo
que
juega
un
papel
vital
en
nuestra
supervivencia.
Dicho
de
otro
modo,
los
desencadenantes
de
estrés
–los
estímulos–
y
la
reacción
de
nuestro
organismo
ante
tales
situaciones
–el
estrés
en
sí
mismo–
son
el
binomio
que
provoca
que
siempre
tengamos
que
estar
adaptándonos,
mejorando
nuestros
sistemas
de
respuesta,
evolucionando.
El
estrés
es
vida.
Sin
estrés,
la
vida
no
existiría
tal
y
como
la
entendemos
hoy
–ni
para
nosotros
ni
para
ningún
otro
ser
vivo.
Por
eso
es
tan
necesario
estresarse
de
vez
en
cuando,
porque
tan
perjudicial
es
el
estrés
crónico
–del
que
habla-‐
remos
enseguida–
como
un
déficit
de
estrés
–cuando
nuestro
cuerpo
o
una
parte
de
éste
no
tiene
que
reaccionar
ante
ningún
estímulo,
simplemente
acaba
muriendo.
Sin
embargo,
por
otro
lado
tú
ya
sabes
que
cuando
comes
compulsivamente
suele
ser
cuando
más
estresado
te
encuen-‐
tras.
¿Por
qué?
Es
muy
fácil
comprenderlo.
Durante
toda
nuestra
evolución
el
estrés
ha
representado
la
puesta
en
marcha
de
un
mecanismo
neuronal
y
hormonal
bas-‐
tante
complejo
conocido
como
fight
or
flight,
lucha
o
huída.
Es
sencillo
adivinar
el
porqué
del
nombre.
En
plena
naturaleza,
durante
todo
este
tiempo
el
hombre
sólo
ha
tenido
que
enfren-‐
tarse
a
un
tipo
de
situación
estresante,
episodios
en
que
corriera
peligro
físico.
Ante
tal
situación,
¿qué
podía
hacer?
Está
claro
que
enfrentarse
físicamente
o
salir
escopeteado.
A
nivel
de
metabolismo
energético,
cualquiera
de
las
dos
reacciones
que
activaran
el
modo
lucha
o
huída
desenca-‐
denaba
el
mismo
proceso.
El
cuerpo,
ante
un
peligro,
necesita
luchar
o
correr,
actividades
que
requerirán
de
un
gran
desgas-‐
te
energético.
Una
vez
superada
la
situación,
¿qué
hará
el
cuer-‐
78
po?
Cuidar
de
nuestra
supervivencia,
¿verdad?
Y
para
tal
fin,
¿qué
va
a
necesitar?
Efectivamente,
como
siempre,
alimento.
Después
de
cualquier
actividad
estresante
durante
la
cual
el
cuerpo
ha
mantenido
en
estado
de
alerta
máxima
a
todo
nues-‐
tro
organismo
–sistema
nervioso,
músculos,
pulmones,
cora-‐
zón,
etc.–,
el
estado
energético
de
nuestro
cuerpo
se
presupone
mermado,
y
antes
de
sufrir
un
nuevo
episodio
de
estrés
el
cuerpo
se
ve
obligado
a
reponer
fuerzas.
¿Qué
pasa
con
nuestra
saciedad
ante
una
situación
de
estrés?
Se
inhibe.
¿Qué
pasa
justo
después
con
nuestra
sensación
de
hambre?
Se
dispara.
Nuevamente,
esto
no
supone
ningún
problema
cuando
el
estrés
es
"natural",
es
decir,
breve
y
poco
frecuente,
como
cualquiera
de
las
situaciones
de
peligro
a
la
que
nos
hemos
enfrentado
durante
más
de
dos
millones
de
años.
Uno
se
estresa,
supera
la
situación
de
estrés,
siente
más
hambre,
busca
algo
de
comida,
se
repone
y
listo.
Sin
embargo,
hoy
día
el
estrés
que
padecemos
ya
no
es
breve
y
puntual,
sino
que
se
ha
convertido
en
un
estrés
que
catalogamos
como
crónico.
El
estrés
crónico
es
la
respuesta
permanente
de
nuestro
organismo
a
un
estado
de
emergencia
prolongado,
algo
así
como
tener
que
reaccionar
ante
el
posible
atropello
de
1.000
camiones
cada
día.
Es
entonces
cuando
lo
que
debería
haber
sido
un
episodio
breve
y
puntual
se
convierte
en
algo
constante
y
habitual,
el
organismo
nunca
descansa
en
su
intento
por
mantenerse
a
salvo,
su
energía
y
recursos
para
hacer
frente
al
peligro
se
agotan
y,
entre
otras
cosas
–el
estrés
crónico
está
relacionado
con
infinidad
de
enfermedades–,
acabamos
sintiendo
más
hambre,
que
como
siempre,
es
selectiva.
El
hambre
que
despierta
el
estrés
es
hambre
de
79
energía
rápida,
y
más
cuando
podemos
prever
nuevas
situaciones
de
estrés
en
un
corto
periodo
de
tiempo.
Además,
como
hemos
visto,
enfrentarse
a
una
situación
de
estrés
no
sólo
pone
en
alerta
a
nuestro
sistema
nervioso,
sino
que
desestabiliza
todos
nuestros
sistemas
-‐cardiovascular,
respiratorio,
digestivo,
endocrino,
muscular,
inmunitario.
De
ahí
que
el
estrés
crónico
provoque
síntomas
tan
diversos
como
dolor
de
cabeza,
ansiedad,
estreñimiento
o
fatiga,
así
como
que
esté
relacionado
con
tantas
y
tantas
enfermedades
–cardio-‐
patías,
cáncer,
infertilidad,
enfermedades
degenerativas
y
autoinmunes,
etc.
De
todas
formas,
aunque
puedes
adivinar
que
el
estrés
crónico
y
la
impulsividad
al
comer
están
relacionados
con
otras
muchas
"anomalías",
tampoco
vamos
a
entrar
en
detalle.
Lo
importante
aquí
es
que
comprendas
el
proceso
fisiológico
que
se
desencadena
cada
vez
que
te
sientes
estresado
en
torno
a
tus
circuitos
de
saciedad.
Algo
fundamental,
aunque
entraremos
en
detalle
más
adelante,
es
que
tengas
en
cuenta
que
hoy
día
este
padecimiento
de
estrés
crónico
se
agrava
por
un
hecho
que
no
se
había
dado
nunca
antes
en
la
historia
de
la
humanidad.
Hasta
ahora,
cualquier
situación
estresante
había
implicado
una
respuesta
física.
Todos
esos
cambios
fisiológicos
que
veíamos
–aumento
del
ritmo
cardiaco,
de
la
glucosa
en
sangre,
de
la
presión
arterial,
de
la
atención
y
concentración,
etc.
–
no
eran
más
que
una
preparación
para
un
esfuerzo
físico
intenso.
Ante
un
peligro
o
una
situación
de
amenaza,
absolutamente
todo
nuestro
organismo
cambia
hacia
un
estado
de
alerta
máxima
para
salir
airoso
del
episodio
estresante.
80
No
obstante,
además
de
tanto
estrés
crónico
real,
como
si
no
tuviéramos
suficiente,
todavía
tenemos
más
maneras
de
estresarnos
de
forma
crónica…
¿Sueles
estar
preocupado?
¿Tienes
miedos?
¿Estás
ansioso
por
algo?
¿En
qué
estás
pensando?
Hoy
día
muchos
de
los
desencadenantes
de
estrés
que
tenemos
son
ficticios,
irreales,
sólo
están
en
nuestra
mente.
Son
esos
miedos
y
preocupaciones
en
los
que
estamos
pensando
todo
el
día
pero
que
realmente
no
están
ante
nosotros.
Lógicamente,
las
respuestas
internas
de
nuestro
organismo
son
semejantes
a
las
que
ocurren
ante
un
peligro
real
–como
ocurre
en
nuestros
sistemas
nervioso
y
endocrino
con
tan
solo
imaginar
un
alimento–,
pero
desafortunadamente
éstas
no
finalizan
con
una
acción
externa
que
guarde
cierta
correspondencia
con
ellas
–no
hay
ni
huída,
ni
movimiento,
ni
enfrentamiento.
Es
lógico
entonces
que
el
organismo
se
desequilibre,
se
“descoloque”,
ya
que
está
viviendo
dos
realidades
muy
distintas,
una
interna
y
otra
externa,
que
no
se
corresponden
para
nada.
En
definitiva,
podemos
estar
reaccionando
interna-‐
mente
ante
el
peligro
del
atropello
de
un
camión
mientras
estamos
sentados
“tranquilamente”
en
el
sofá
de
casa.
Obviamente,
si
además
cronificamos
este
estrés
no
corres-‐
pondido,
en
especial
gracias
a
nuestro
increíble
poder
de
imaginación,
las
consecuencias
van
a
ser
desastrosas.
¿Te
imaginas
ser
víctima
a
diario
de
1.000
atropellos
pero
estando
sentado
en
el
sofá
de
casa
o
en
tu
oficina?
Y
claro,
no
es
que
estemos
continuamente
pensando
en
que
nos
puede
atropellar
un
camión,
pero
tal
vez
sí
en
que
nos
81
echen
del
trabajo,
nos
afecte
más
o
menos
la
crisis,
nuestra
pareja
se
enfade
con
nosotros,
nuestros
amigos
aprueben
lo
que
hacemos,
etc.
Los
miedos
y
la
recreación
mental
de
esos
miedos
nos
hacen
tanto
o
más
daño,
hablando
de
estrés
crónico,
que
cualquier
otra
situación
física
común
en
nuestro
día
a
día
–no
creo
que
corras
muchos
peligros
físicos
a
diario.
Cómo
no,
todos
ellos
también
afectan
a
nuestros
circuitos
de
saciedad.
Conclusión
sobre
la
saciedad
número
trece:
te
sientes
menos
saciado
conforme
te
expones
física
o
mentalmente
–real
o
imaginariamente–
a
más
estrés.
82
17
CONCLUSIONES
FISIOLÓGICAS
SOBRE
TUS
IMPULSOS
POR
COMER
Antes
de
pasar
a
conocer
aspectos
más
psicológicos
acerca
de
nuestra
relación
y
conducta
con
la
comida,
creo
que
es
conveniente
hacer
un
repaso
de
todo
lo
fisiológico
que
hemos
visto
en
estos
primeros
capítulos.
Espero
que
hayas
comprendido
que
la
acción
de
comer
respon-‐
de
a
unos
instintos
primarios
programados
en
lo
más
profundo
de
ti,
especialmente
en
tu
cerebro,
pero
también
en
el
resto
de
tu
cuerpo.
Entre
otras
cosas,
has
nacido
para
comer
y,
además,
la
evolución
te
ha
moldeado
para
que
lo
hagas
impulsivamente
con
tal
de
asegurarse
tu
supervivencia
en
un
mundo
incierto,
hostil
y
cíclico
anualmente
en
cuanto
a
la
posibilidad
de
hacerte
con
según
qué
cantidad
y
tipo
de
comida.
Cuando
observas
globalmente
cómo
funciona
esta
maraña
evo-‐
lutiva,
esta
interacción
con
la
naturaleza,
ves
que
todo
cuadra.
Todo
encaja
y
funciona
perfectamente,
como
la
maquinaria
de
alta
precisión
de
un
reloj.
Las
estaciones
del
año,
la
disponibili-‐
dad
de
comida,
las
hormonas,
la
luz,
la
saciedad,
el
sueño,
el
placer…
Todo
tiene
su
porqué
evolutivo.
Es
una
maravilla.
A
partir
de
ahí,
creo
que
la
raíz
física
del
problema
es
evidente.
Ya
no
vivimos
en
ese
mundo,
mientras
nuestros
instintos
y
respuestas
automáticas
siguen
ejecutándose
como
si
todavía
viviéramos
allí.
¿Qué
hacer
en
un
sentido
estrictamente
fisiológico?
Ponerle
a
tu
cuerpo
todo
de
cara.
Ponérselo
lo
más
fácil
posible
para
que
no
tenga
que
luchar
contra
esa
incoherencia
y
verse
expuesto
a
situaciones
ante
las
que
no
sabe
reaccionar.
Y
para
esa
facilitación
fisiológica
lo
más
importante
va
a
ser
gestionar
tu
saciedad
sabiendo
que:
1.
Te
sientes
más
saciado
cuanto
más
lleno
sientes
el
estómago
y
el
vientre.
2.
Te
sientes
más
saciado
cuanto
más
necesitas
masticar
lo
que
comes.
3.
Te
sientes
más
o
menos
saciado
dependiendo
del
valor
nutricional,
aspecto,
olor,
textura,
sabor
y
modo
de
cocinar
de
lo
que
comes.
4.
Los
alimentos
más
saciantes
son
los
ricos
en
proteínas,
seguidos
por
los
compuestos
mayormente
por
grasas,
mientras
que
los
menos
saciantes
son
los
que
contienen
mayor
proporción
de
hidratos
de
carbono,
sobre
todo
cuando
estos
son
simples,
contenidos
en
productos
refinados.
5.
Los
alimentos
ricos
en
hidratos
de
carbono
simples,
es
decir,
los
alimentos
procesados
y
refinados,
son
los
que
menos
te
sacian.
Al
contrario,
son
los
que
más
hambre
provocan,
hambre
selectiva,
hambre
de
hidratos
de
carbono.
6.
Te
sientes
menos
saciado
cuanto
más
palatable
–atractivo
según
su
aspecto,
gusto,
olor–
es
un
alimento.
84
7.
No
hace
falta
comer
un
alimento
para
que
influya
sobre
tu
sensación
de
saciedad.
Sólo
con
verlo,
olerlo,
saborearlo,
escucharlo
o
tocarlo
es
suficiente.
8.
Te
sientes
menos
saciado
cuando
piensas
en
comida.
9.
Te
sientes
menos
saciado
cuanto
más
cocinas
un
alimento,
ya
que
es
más
fácil
masticarlo
y
más
rápido
digerirlo.
10.
Placer
y
saciedad
van
unidos
de
la
mano.
Te
sientes
menos
saciado
conforme
más
placer
te
evoca
lo
que
estás
comiendo.
11.
Te
sientes
menos
saciado
conforme
más
tiempo
te
expones
a
cualquier
tipo
de
luz,
sobre
todo
la
intensa
y
clara.
Ésta
te
estimula
para
que
busques
comida,
especialmente
hidratos
de
carbono.
12.
Te
sientes
menos
saciado
conforme
practicas
más
actividad
física,
especialmente
si
es
intensa.
13.
Te
sientes
menos
saciado
conforme
te
expones
física
o
mentalmente,
real
o
ficticiamente,
a
más
estrés.
85
TERCERA
PARTE
TU
MENTE
COME
EMOCIONALMENTE
Ya
ha
pasado
mucho
tiempo
desde
esos
orígenes
en
que
la
única
forma
que
teníamos
de
comunicarnos
con
nuestro
entorno
era
a
través
de
las
sensaciones.
Con
el
tiempo,
esa
interacción
se
sofisticó
para
dar
lugar
a
las
emociones
y
pensamientos.
De
hecho,
tú
ya
sabes
que
no
sólo
comes
impulsivamente
cuando
tienes
hambre
en
tu
estómago
o
cuando
basas
tu
dieta
en
comer
dulces.
El
estrés,
la
ansiedad,
las
preocupaciones
y
el
miedo
también
te
empujan
a
comer
inconscientemente,
emocionalmente.
Entre
otras
cosas,
en
esta
parte
del
libro
descubriremos
por
qué
la
mayoría
de
veces
que
comes
emocionalmente
es
cuando
estás
estresado,
o
cómo
puede
ser
que,
a
pesar
de
que
"sepas"
y
razones
que
deberías
parar
de
comer,
eres
incapaz
de
hacerlo.
18
EL
PODER
EVOLUTIVO
DE
LA
MENTE
SOBRE
EL
CUERPO
A
nivel
evolutivo,
posteriormente
a
la
aparición
de
nuestros
instintos
y
los
automatismos
que
nos
permitieron
interpretar
de
forma
muy
primitiva
la
información
que
percibíamos
de
nuestro
entorno
para
sobrevivir
durante
quién
sabe
cuánto
tiempo,
el
hombre
desarrolló
primero
la
capacidad
de
sentir
emociones
–algo
común
a
muchos
otros
animales,
aunque
sus
emociones
no
sean
tan
complejas–,
y
segundo
la
capacidad
de
pensar.
Pensamientos
y
emociones
son
lo
que
constituyen
nuestra
mente.
¿Por
qué
y
para
qué
esa
sofisticación,
esa
evolución?
Hay
varias
teorías
al
respecto,
pero
la
que
me
parece
más
acertada
defiende
que
tiene
que
ver
con
un
deseo
no
sólo
de
controlar
y
gestionar
la
información
que
percibimos
en
el
momento
presente
–para
eso
están
las
sensaciones–,
sino
de
recordar
lo
que
nos
ocurrió
en
el
pasado
y
perfeccionar
nuestros
circuitos
de
memoria
para
después
acumular
aprendizaje
y
poder
prever
situaciones
futuras.
Primero
sentir
y
luego
pensar
nos
permite
vivir
en
un
momento
que
no
es
el
presente.
Por
eso
los
recuerdos
más
intensos
son
aquellos
que
nos
evocan
momentos
de
nuestra
vida
realmente
emotivos,
ya
sean
emociones
más
relacionadas
con
el
placer
o
con
el
dolor,
mientras
que
nuestros
pensamientos
pueden
interpretarlos
una
y
otra
vez
a
través
de
la
memoria
para
tratar
de
repetir
en
un
futuro
situaciones
placenteras
semejantes
o
evitar
otras
probablemente
dolorosas.
Pensamientos
y
emociones
no
son
más
que
un
hito
evolutivo
más,
un
paso
más
allá
del
desarrollo
de
nuestros
instintos
que
hace
más
sofisticada
la
intercomunicación
entre
la
realidad
de
nuestro
entorno
y
nuestro
organismo,
para
que
éste,
una
vez
más,
se
adapte
al
medio
que
le
rodea,
aunque
ahora
ya
no
sea
solamente
en
el
presente,
sino
también
en
el
futuro,
gracias
al
aprendizaje
del
pasado.
¿Desaparecen
entonces
los
instintos?
Claro
que
no.
De
hecho,
para
que
nuestros
pensamientos
y
emociones
ejerzan
la
in-‐
fluencia
que
deban
ejercer
en
nuestro
organismo
siempre
ten-‐
drán
que
cruzarse
por
el
camino
de
nuestros
patrones
fisio-‐
lógicos,
la
forma
primitiva
de
comportarse
de
nuestro
cuerpo.
Lo
más
importante
ahora
es
comprender
que
un
pensamiento
o
una
emoción
pueden
dar
pie
a
una
comida
impulsiva,
pero
siempre
pasando
por
la
puesta
en
marcha
de
los
mismos
mecanismos
físicos
que
hemos
visto
hasta
ahora:
anular
la
saciedad
y
estimular
la
búsqueda
de
un
placer
inmediato,
en
este
caso
comida.
Al
poseer
la
capacidad
de
recrear
experiencias
imaginarias,
no
reales,
inexistentes
aquí
y
ahora,
nuestra
mente
tiene
el
poder
de
modificar
esos
automatismos
instintivos
en
busca
de
una
respuesta
eficaz
previa
a
la
sucesión
real
de
esa
vivencia.
Claro
está,
el
problema
surge
cuando
esas
predicciones
no
son
del
todo
acertadas,
cuando
de
una
forma
muy
frecuente
las
situaciones
previstas
tienen
poco
que
ver
con
la
realidad.
90
En
ese
momento,
ese
instinto
de
supervivencia
nos
juega
una
mala
pasada,
ya
que
intenta
prepararnos
para
situaciones
que
nunca
acaban
ocurriendo.
El
cuerpo
intenta
sobrevivir
a
peligros
que
no
existen.
Y
lo
único
que
sabe
hacer
a
nivel
instintivo
es
buscar
el
placer,
aquella
sensación
primitiva
que
le
informaba
de
que
una
cosa
era
buena
para
él.
Como
vimos
en
un
capítulo
anterior,
los
circuitos
de
recompensa
más
importantes,
aquellos
que
nos
evocan
los
placeres
más
inten-‐
sos,
están
relacionados
básicamente
con
la
comida,
el
movi-‐
miento,
las
relaciones
sociales
y
el
sexo.
Debido
a
nuestra
educación,
cultura
y
estilo
de
vida,
nuestros
pensamientos
y
emociones
están
provistos
de
una
cantidad
innumerable
de
miedos,
prejuicios,
preocupaciones
y
creen-‐
cias.
Paralelamente,
el
cuerpo
se
mantiene
en
un
estado
de
alerta
constante,
de
estrés
crónico.
Y
vuelvo
a
insistir
en
que
el
estrés
no
es
el
problema,
sino
la
consecuencia.
Son
esos
mie-‐
dos,
prejuicios,
preocupaciones
y
creencias
en
forma
de
pensa-‐
miento
y
emoción
los
que
desencadenan
nuestro
estrés
sisté-‐
mico
y
las
respuestas
automáticas
que
lo
acompañan.
Por
si
no
ha
quedado
claro…
¿Recuerdas
cuál
era
una
de
esas
respuestas
automáticas,
instintivas?
Efectivamente,
la
necesidad
incontrolable
de
comer.
Por
eso
la
comida
consciente
pasa
obligatoriamente
por
un
tra-‐
bajo
mental,
tanto
emocional
como
racional.
Ya
no
eres
un
ani-‐
mal
primitivo
que
se
rige
únicamente
por
sus
instintos.
Eso
pasó
a
la
historia.
Es
fundamental
determinar
los
pensamien-‐
tos
y
emociones
que
residen
en
tu
mente
y
se
repiten
con
más
frecuencia,
así
como
ser
consciente
de
cuáles
son
tus
reac-‐
ciones
automáticas
a
esos
pensamientos
y
emociones.
91
A
partir
de
ahí,
una
serie
de
ejercicios
pueden
ayudarte
a
modificar
esos
pensamientos
y
emociones
para
que
produzcan
el
efecto
contrario,
un
estado
de
satisfacción
constante
que
no
te
haga
buscar
impulsivamente
el
placer
en
la
comida
–o
en
otros
lugares.
Seré
sincero.
Es
un
trabajo
muy
duro
que
va
a
llevarte
mucho
tiempo.
Piensa
que
la
mayoría
de
tus
patrones
mentales
recalaron
en
ti
antes
de
que
cumplieras
los
cinco
años.
¿Cuán-‐
tos
tienes?
¿Cuarenta?
Pues
imagínate
lo
que
puede
suponer
cambiar
unos
automatismos
mentales
que
llevas
repitiendo
día
tras
día
durante
treinta
y
cinco
años.
Además,
cambiar
asuntos
"externos"
como
lo
que
comes
o
lo
que
te
mueves
puede
ser
relativamente
fácil;
al
fin
y
al
cabo
son
cosas
que
puedes
ver,
tocar,
palpar.
¿Pero
la
mente?
La
mente
no
se
ve…
Puede
parecer
que
pretendo
desanimarte,
pero
trato
de
hacer
todo
lo
contrario
desde
la
honestidad.
Estás
a
punto
de
enfren-‐
tarte
al
mayor
reto
de
tu
vida,
puedo
asegurártelo.
Así
que
desde
aquí,
desde
donde
esté
en
el
preciso
momento
en
que
estés
leyendo
estas
palabras,
te
mando
todas
mis
fuerzas.
En
fin,
¿estás
listo
para
realizar
un
gran
ejercicio
de
autoconocimiento?
92
19
LA
CULTURA
ACTUAL
DE
LA
INSATISFACCIÓN
Y
LA
BÚSQUEDA
CONSTANTE
DE
PLACER
Es
un
hecho.
Te
lo
advertía
en
la
introducción.
Ya
no
es
un
problema
del
Paleolítico,
únicamente
evolutivo.
El
mundo
real,
el
mundo
actual,
está
concebido
para
que
siempre
te
sientas
insatisfecho
y
busques
constantemente
saciar
–nunca
mejor
dicho–
esa
insatisfacción
a
base
de
placeres
físicos,
materiales.
En
realidad
no
haces
otra
cosa.
Te
han
adoctrinado
princi-‐
palmente
para
trabajar
y
ganar
dinero.
¿Para
qué?
Para
conse-‐
guir,
a
cambio
de
ese
dinero,
placeres
físicos,
materiales,
ins-‐
tintivos.
Con
ese
dinero
compras
comida
lo
más
rica
y
sabrosa
posible,
pisos
cada
vez
más
grandes
que
ni
tan
siquiera
se
aproximan
a
la
inmensidad
del
espacio
que
un
día
fue
tu
casa,
artilugios
para
satisfacer
tus
necesidades
de
ocio
y
entrete-‐
nimiento,
ropa
que
te
identificará
como
parte
de
un
grupo,
coches
que
demostrarán
tu
hombría,
viajes
a
lugares
cada
vez
más
lejanos
que
saciarán
tu
instinto
de
explorar
nuevas
tierras,
sexo
practicado
–o
visualizado–
cada
vez
de
formas
más
es-‐
trambóticas,
juegos
que
añadan
algo
de
aventura
y
riesgo
a
tu
vida,
drogas
que
te
hagan
sentir
emociones
cada
vez
más
extremas.
La
cuestión
es
mantener
siempre
un
estado
de
insatisfacción
y
deseo
por
tener
algo
que
todavía
no
tienes
o
ser
algo
que
todavía
no
eres,
y
convencerte
de
que
sí
puedes
tenerlo
o
serlo,
para
que
ese
deseo
se
convierta
en
tu
aspiración,
tu
meta.
Cuando
los
consigues,
cuando
alcanzas
tus
deseos
materiales
que
evocan
en
ti
un
placer
inmediato,
ese
placer
pronto
se
desvanece.
Por
un
lado
porque
el
placer
es
efímero,
pasajero.
Y
por
otro
lado
porque
mientras
tú
estabas
buscando
eso
que
iba
a
evocarte
tanto
placer
ya
había
alguien
inventándose
una
manera
de
crear
una
nueva
necesidad
en
ti,
un
nuevo
deseo
que,
si
lograras
alcanzarlo,
superaría
en
placer
al
anterior.
Este
círculo
vicioso
se
pierde
en
el
infinito.
Ése
es
el
juego
de
la
cultura
de
la
insatisfacción.
No
tiene
mucho
más
misterio.
Como
víctima,
como
todos
nosotros,
tienes
muchos
frentes
abiertos.
El
primero,
tu
propia
educación,
tus
bases
mentales,
los
patrones
emocionales
y
racionales
que
traes
de
serie
instau-‐
rados,
más
o
menos,
durante
los
primeros
cinco
años
de
tu
vida.
Prácticamente
todo
lo
que
haces,
sientes
y
piensas
es
una
repetición
–tal
vez
con
distinta
forma,
pero
al
fin
y
al
cabo
una
repetición–
de
aquello
que
aprendiste
e
hiciste
durante
tu
infancia.
El
segundo,
tu
cultura.
Las
costumbres
y
creencias
de
tu
entorno
sociocultural
ejercen
una
presión
sobre
ti
notable-‐
mente
significativa.
Una
parte
instintiva
de
ti
quiere
formar
parte
de
un
grupo,
sentirse
incluida
en
una
"manada",
y
te
empuja
a
comportarte
como
el
resto
de
personas
que
tienes
alrededor.
Tus
deseos,
preferencias
y
prioridades
suelen
ser
muy
semejantes
a
las
de
las
personas
que
conviven
contigo,
y
94
si
no
es
así
intentas
juntarte
con
aquellos
que
buscan
lo
mismo
que
tú.
Lo
que
pasa
es
que
tu
educación
también
incluye
una
ley
preponderante
de
fidelidad
a
la
familia
y
si
quieres
seguir
formando
parte
de
ella
vas
a
tener
que
seguir
sus
tradiciones.
En
este
mismo
sentido
también
imitas
la
forma
de
vestir
de
la
gente
de
tu
alrededor,
las
mismas
actividades
recreativas
y,
cómo
no,
costumbres,
predilecciones
y
modos
idénticos
de
relacionarte
con
la
comida.
Y
por
último,
en
tercer
lugar,
la
información
que
recibes
ince-‐
santemente
desde
la
tercera
capa
de
influencia,
la
formada
por
tu
propio
entorno
físico
–lugares
donde
vives,
trabajas
y
te
entretienes–
y
por
los
medios
de
comunicación
–a
los
que
permaneces
permanentemente
conectado,
como
el
ordenador,
el
móvil,
la
prensa
o
el
televisor.
Por
si
no
hubiera
suficiente
con
tu
educación
y
entorno
sociocultural,
el
resto
de
informa-‐
ción
que
te
rodea
te
invita
a
vivir
en
ese
estado
de
emergencia
permanente
que
te
mantiene
en
vilo
prácticamente
todo
el
día
y
que
desencadena
tu
estrés
crónico.
Por
un
lado,
como
decía,
los
medios
de
comunicación
ejercen
una
presión
brutal
sobre
tus
opiniones,
juicios
y
preferencias.
Y
por
otro,
tu
entorno
plagado
de
posesiones,
tareas,
prisas,
etc.
todavía
alimentan
más
el
fuego
de
tu
estrés.
En
los
siguientes
capítulos
vamos
a
analizar
con
más
profundidad
cada
uno
de
estos
frentes.
Por
ahora,
lo
más
importante
es
que
comprendas
lo
siguiente.
Del
mismo
modo
que
tus
instintos
son
los
que
son,
resultados
evolutivos
preparados
para
un
mundo
que
ya
no
existe
e
imposibles
de
modificar
–una
vida
humana
no
es
suficiente
tiempo–,
y
sabiendo
que
por
eso
mismo
no
puedes
permitir
que
tomen
las
riendas
de
tu
vida,
tampoco
puedes
dejar
que
95
tus
pensamientos
y
emociones
lo
hagan.
El
mundo
en
el
que
vives
es
el
que
es,
y
así
debes
aceptarlo.
Tu
educación
y
cultura
son
las
que
son,
y
así
debes
aceptarlas.
Y
ese
mundo,
educación
y
cultura,
sea
por
el
motivo
que
sea
–todos
tenemos
parte
de
responsabilidad–,
están
concebidos
para
hacerte
infeliz,
provo-‐
carte
insatisfacción,
descontento
y
sufrimiento,
y
de
ese
modo
obligarte
a
buscar
desesperadamente
placeres
inmediatos,
como
la
comida,
que
acallen
todo
ese
ruido
ensordecedor
que
masacra
tu
mente.
Tú
sólo
no
puedes
cambiar
el
mundo.
Lo
que
sí
puedes
hacer
es
cambiar
tu
forma
de
verlo,
de
interpretarlo.
Puedes
cambiar
tu
mundo.
Puedes
cambiar
tu
forma
de
pensar
y
de
sentir
gracias
a
un
trabajo
exhaustivo
de
autoconocimiento,
autoaceptación
y
autorrealización,
y
así
fluir
entre
los
pensamientos
y
emociones
que
te
hacen
perder
la
serenidad,
la
calma,
y
te
empujan
a
comer
impulsivamente.
96
20
LA
BASE
EDUCATIVA
DE
TUS
HÁBITOS,
EMOCIONES
Y
PENSAMIENTOS
Una
vez
más,
es
natural.
Es
lógico
y
normal
que
durante
los
primeros
años
de
tu
vida
no
tengas
ni
criterio,
ni
capacidad
de
reacción,
ni
posibilidad
de
elección.
Eres
un
ser
vacío
–o
casi,
porque
lo
que
aprendiste
en
el
vientre
de
tu
madre
también
tiene
su
peso,
sin
contar
tus
instintos
de
serie.
No
tienes
experiencias
ni
conocimientos
previos
que
puedas
utilizar
para
predecir
ciertas
situaciones.
Eres
totalmente
dependiente.
¿Dependiente
de
quién?
Básicamente
de
tus
padres,
que
en
teoría
son
los
que
deberían
pasar
más
tiempo
junto
a
ti
durante
tu
infancia.
Después
de
tus
padres,
a
un
nivel
medio
estarían
el
resto
de
la
familia
y
personas
de
tu
entorno.
Y
después
de
éstos,
a
un
nivel
menos
influyente,
el
resto
del
mundo,
el
cual
hasta
hace
bien
poco
tiempo
no
podía
influir
mucho
en
tus
bases
educativas,
algo
que
ha
cambiado
radicalmente
desde
la
aparición
de
la
televisión
e
internet,
que
han
derrocado
las
fronteras
espaciales
y
temporales
de
tu
entorno
social.
Sin
embargo,
ya
sabes
que
este
"orden"
de
influencia,
sea
por
el
motivo
que
sea,
no
siempre
se
cumple.
A
veces
los
padres
trabajan
y
los
educadores
reales
son
los
abuelos
o
los
cuida-‐
dores
de
la
guardería,
o
en
el
peor
de
los
casos
es
la
propia
televisión
la
que
ejerce
este
rol
–una
verdadera
pena.
Sea
como
sea,
cuando
eres
una
criatura
la
mayor
parte
del
tiempo
sólo
puedes
hacer
una
cosa:
imitar.
Tú
no
te
planteas
si
tal
o
cual
comportamiento
es
bueno
o
malo.
Insisto,
no
tienes
criterio.
Así
que
lo
único
que
puedes
hacer
es
fiarte
de
que
lo
que
hacen
los
demás
es
lo
adecuado,
porque
se
presupone
que
ellos
sí
saben
lo
que
hacen
–a
veces
es
mucho
suponer...
Por
eso
lo
copias
todo,
sobre
todo
lo
que
ves
en
tu
primer
nivel
de
influencia,
que
vamos
a
suponer
óptimo,
es
decir,
que
sean
tus
padres.
Haces
los
mismos
gestos
que
tus
padres;
te
mueves
como
ellos.
Hablas
igual,
con
el
mismo
tono
y
usando
las
mismas
expre-‐
siones.
Reaccionas
igual
ante
cualquier
imprevisto.
Tienes
los
mismos
miedos
y
prejuicios.
Comes
lo
mismo
que
ellos
y
te
relacionas
con
la
comida
del
mismo
modo
que
hacen
ellos.
En
fin,
sientes,
piensas
y
vives
igual
que
tus
padres
–en
el
mejor
caso–
o
tu
entorno
más
cercano
hacían
durante
los
primeros
años
de
tu
vida.
Imitar
esos
comportamientos
es
la
mejor
forma
de,
teórica-‐
mente,
asegurar
tu
supervivencia,
y,
además,
sentirte
aproba-‐
do
y
querido,
en
especial
por
papá
y
mamá,
otra
de
tus
necesi-‐
dades
evolutivas.
Seguramente
estarás
pensando
que
esto
no
debe
ser
así,
porque
hay
muchas
cosas
que
haces
de
forma
distinta
a
esos
primeros
educadores.
98
Evidentemente,
estás
en
lo
cierto.
Conforme
vas
creciendo
y
te
haces
más
independiente
–si
te
dejan–
tú
mismo
irás
creando
tu
criterio
a
través
de
tus
propias
experiencias,
mientras
que
tu
espectro
de
fuentes
de
influencia
se
irá
ampliando
–como
veíamos,
otros
familiares,
amigos,
profesores,
conocidos,
medios
de
comunicación.
Todos
ellos
irán
moldeando
tu
personalidad
a
lo
largo
de
tu
vida.
Además,
afortunadamente,
gracias
a
esas
nuevas
experiencias
que
vivirás
desde
tu
independencia
podrás
plantearte
el
hecho
de
que
aquella
influencia
que
recibiste
de
tus
padres
–y
otros–
no
era
la
más
adecuada
para
ti,
no
era
práctica.
Tal
vez
sí
lo
fue
para
la
realidad
que
les
tocó
vivir
a
ellos,
pero
tu
realidad
no
es
la
misma
que
la
que
tuvieron
que
vivir
ellos
y,
por
tanto,
la
forma
de
interpretar,
pensar
y
sentir
esa
realidad
tampoco
tiene
por
qué
ser
idéntica,
así
que
la
conducta
consecuente
tampoco.
Por
lo
tanto
no,
no
eres
calcado
a
tus
padres.
Eres
una
copia
moldeada
por
otros
factores
de
influencia
y
una
realidad
distinta
que
te
ha
tocado
vivir.
En
cualquier
caso,
lo
fundamental
es
darse
cuenta
de
que
la
base,
los
patrones
emocionales
que
te
guían
inconscien-‐
temente,
de
forma
automática,
y
algunos
de
tus
hábitos
rela-‐
cionados
con
la
comida
se
instauraron
durante
tu
infancia.
Tal
vez
no
te
hayas
dado
cuento
pero,
entre
otras
cosas,
esa
manía
que
tienes
de
acabar
con
todo
lo
que
hay
encima
de
la
mesa,
de
repetir
de
plato
o
de
levantarte
a
por
algo
dulce
después
de
comer
debe
haber
salido
de
algún
sitio,
¿verdad?
O
el
levantarte
a
picar
algo
cuando
te
sientes
solo,
aburrido
o
preocupado.
Del
mismo
modo
que
todos
esos
mensajes
que
va
99
repitiendo
tu
vocecita
interior
y
que
despiertan
esas
emocio-‐
nes
que
te
desestabilizan
mentalmente
y
te
empujan
a
comer,
del
estilo
de
"soy
un
fracasado",
"no
valgo
para
nada"
o
"todo
me
sale
mal".
Esos
patrones
mentales
también
salen
de
algún
sitio,
no
de
la
nada.
Como
veremos
al
exponer
algunas
ideas
para
reconciliarte
con
tus
emociones
y
pensamientos,
que
descubras
cuáles
son
esos
hábitos
y
patrones
y
seas
plenamente
consciente
de
ellos
va
a
ser
el
primer
paso
que
deberás
hacer
para
conocerte
a
ti
mismo,
para
comprender
cómo
te
comportas
inconsciente-‐
mente
y
cuáles
son
tus
hábitos
mentales,
y
así
poder
construir
unos
nuevos
y
comer
conscientemente.
100
21
LA
INFLUENCIA
DE
LAS
EMOCIONES
Y
PENSAMIENTOS
SOCIOCULTURALES
COLECTIVOS
Si
tus
bases
educativas
forjaron
tu
forma
de
pensar
y
sentir
durante
tu
infancia,
bases
concebidas
en
la
cultura
de
la
insatisfacción
y
la
búsqueda
constante
de
placer,
el
poder
que
ejerce
tu
entorno
sociocultural
es
otra
importante
fuente
de
influencia
para
tus
hábitos
mentales,
tanto
durante
esos
pri-‐
meros
años
como
para
el
resto
de
tu
vida.
El
estilo
de
vida
predominante
de
la
comunidad
social
a
la
que
perteneces,
las
modas,
las
expectativas
de
vida
que
te
inculcan,
las
creencias
culturales
de
esa
sociedad
y
las
tradiciones
y
costumbres
en
torno
a
la
comida
pueden
ser
otro
gran
escollo
que
sortear
en
tu
camino
hacia
una
comida
consciente.
Eres
un
ser
social.
Tienes
la
necesidad
de
formar
parte
de
un
grupo.
No
suele
gustarte
mucho
llamar
la
atención,
y
menos
por
ser
diferente.
De
hecho,
si
tienes
que
ser
diferente
o
buscas
serlo,
te
sientes
mucho
más
cómodo
cuando
encuentras
otras
personas
que
pretenden
lo
mismo
que
tú
y
compartís
esa
diferencia
en
grupo.
Además,
tienes
un
miedo
terrible
a
ser
excluido.
De
alguna
forma
innata,
sabes
que
la
soledad
es
una
de
las
causas
de
enfermedad
más
importantes,
pone
en
riesgo
tu
supervivencia.
Antes
de
analizar
punto
por
punto
todas
esas
fuentes
de
influencia
sociocultural,
permíteme
hacerte
algunas
preguntas.
¿De
verdad
crees
que
vas
a
quedarte
solo
en
este
mundo?
¿No
crees
que,
como
mínimo,
habrá
unas
cuantas
personas
semejantes
a
ti
en
un
planeta
habitado
por
siete
mil
millones
de
seres
humanos?
De
momento,
puedo
asegurarte
que
comedores
impulsivos
somos
unos
cuantos
–ya
sabes
que
instintivamente
lo
somos
todos.
Y
si
de
lo
que
tienes
miedo
es
de
dejar
de
formar
parte
de
ese
grupo,
¿en
serio
piensas
que
no
habrá
más
personas
interesadas
en
dejar
de
comer
impulsivamente?
Puedo
adelantarte,
por
experiencia
propia,
que
cuando
por
fin
tomes
la
decisión
de
cambiar
tu
relación
con
la
comida
–y
en
general
tu
modo
de
entender
y
vivir
la
vida–,
lo
más
probable
es
que
tu
entorno
más
cercano
no
te
tome
en
serio,
te
lo
ponga
todavía
más
difícil
para
que
no
cambies
demasiado
tus
hábitos
e
incluso
te
excluya
del
grupo
–si
la
gente
que
te
rodea
te
quiere
de
verdad
no
lo
hará,
pero
debes
saber
que
puede
pasar.
Sin
embargo,
al
mismo
tiempo
puedo
garantizarte
que
hay
muchísimas
personas
en
una
situación
idéntica
a
la
tuya,
personas
que
quieren
comer
de
otra
forma.
Más
allá
de
las
reacciones
de
tu
entorno,
te
aconsejo
que
busques
a
esas
otras
personas
y
que
compartas
con
ellas
tu
experiencia
en
el
camino
de
comer
conscientemente.
Te
lo
pondrán
más
fácil,
y
tú
se
lo
estarás
poniendo
más
fácil
a
ellos.
Cuantos
más
seáis,
mejor.
Dicho
esto,
aunque
hace
algunos
capítulos
ya
hemos
visto
en
qué
se
basa
la
cultura
que
sustenta
nuestro
estilo
de
vida,
párate
un
momento
a
pensar
cómo
se
programa
tu
vida.
102
Desde
muy
pequeño,
a
través
de
tu
educación,
y
durante
el
resto
de
tu
vida,
gracias
a
esa
influencia
cultural,
tu
entorno
te
dice
quién
tienes
que
ser
y
cómo
tienes
que
hacer
las
cosas.
Si
no
las
haces
como
se
espera
que
las
hagas,
corres
el
riesgo
de
quedarte
fuera
de
la
tribu.
Si
quieres
seguir
formando
parte
de
ese
grupo
tienes
que
seguir
un
camino
trazado
por
la
propia
sociedad,
una
especie
de
plan
de
vida
que
actualmente
se
comprende
como
ser
buen
chico,
estudiar
mucho,
sacar
buenas
notas,
hablar
perfecta-‐
mente
en
inglés,
jugar
bien
al
fútbol,
vestir
"made
in
Zara",
aprobar
la
selectividad,
ir
a
la
universidad,
sacarte
una
carrera
–si
es
medicina,
ingeniería
o
arquitectura,
mejor–,
conocer
a
tu
media
naranja,
casarte,
ganar
mucho
dinero
en
un
trabajo
de
nivel,
hipotecarte,
hacer
un
crucero,
invertir
en
un
plan
de
pensiones,
tener
hijos
–mínimo
dos–,
jubilarte
y
morirte.
Si
te
sales
de
este
plan
de
vida,
gran
parte
de
la
sociedad
no
va
a
mirarte
con
muy
buenos
ojos
–estarás
poniendo
en
duda
sus
propias
vidas.
A
una
escala
algo
menor,
la
de
tu
día
a
día,
y
la
que
con
el
tiempo
constituirá
ese
programa
de
vida,
sucede
lo
mismo.
Para
el
grupo
es
muy
importante
que
tengas
las
mismas
aficiones,
estés
al
tanto
de
las
mismas
noticias,
sigas
sus
mismos
horarios,
vistas
igual,
sientas
igual
y
pienses
igual.
El
resultado
de
todo
esto
da
pie
a
uno
de
los
conflictos
mentales
que
más
nos
sacuden
hoy
día
y
que
probablemente
tú
también
estés
padeciendo.
Porque
en
una
sociedad
que
pro-‐
mueve
la
insatisfacción
constante,
el
arma
más
eficaz
para
conseguirlo
es
que
el
individuo,
es
decir,
tú
mismo,
no
sea
quien
realmente
es,
sino
lo
que
la
propia
sociedad
espera
que
103
sea.
Es
un
problema
de
autenticidad
que
finalmente
acaba
arrastrándote
a
un
estado
de
ansiedad
que
ya
sabemos
adónde
te
lleva.
Porque
entre
todas
estas
cosas
que
los
demás
esperan
de
nosotros,
el
entorno
que
nos
rodea,
esa
sociedad
formada
básicamente
también
por
comedores
impulsivos,
espera
que
comamos
igual
que
ellos.
Es
más,
cuando
a
alguien
se
le
ocurre
dejar
de
hacerlo
saltan
todas
las
alarmas.
De
hecho,
el
comedor
consciente
es
una
amenaza
para
la
sociedad
impulsiva.
Por
eso
en
cuanto
lo
intentas
empiezan
a
ponerte
en
duda.
"¿De
verdad
no
quieres
un
trocito
de
pastel?".
"¿No
vas
a
repetir?
Con
lo
rico
que
está…".
"¿No
comes
chuches?
¡Hay
que
endulzar
la
vida!".
Y
otros
tantos
juicios
más
que
van
a
intentar
derrumbar
la
seguridad
que
tienes
en
ti
mismo,
tus
ganas
de
comer
conscientemente,
tu
voluntad,
tu
autenticidad.
Antes
de
seguir,
déjame
recalcar
una
cosa.
No
te
enfades
con
la
sociedad.
No
te
enfrentes
a
tu
entorno.
No
los
culpes.
Sé
compasivo.
Porque
ellos
comen,
piensan
y
sienten
exactamen-‐
te
igual
que
tú
lo
hacías
hasta
ahora.
¿Verdad
que
no
te
gusta
que
te
juzguen?
Pues
será
mejor
que
dejes
a
un
lado
tu
ego
y
te
apliques
el
cuento.
Lo
peor
de
todo
es
que
ni
tan
sólo
va
a
hacer
falta
que
los
demás
te
juzguen.
Tú
ya
lo
haces
por
ti
mismo,
gracias
a
esa
sofisticada
capacidad
de
pensar
y
sentir
fuera
del
espacio-‐
tiempo.
Todos
esos
juicios
a
los
que
seguro
que
te
vas
a
ver
expuesto
cuando
empieces
a
dejar
de
comer
impulsivamente
se
susten-‐
tan
en
creencias
que
tiene
tu
cultura
y
que
tú
guardas
y
repites
104
en
tu
cabeza,
como
muestra
de
fidelidad
a
esa
cultura.
Que
la
vida
no
vale
la
pena
sin
placer
constante,
que
la
comida
es
uno
de
los
mejores
placeres
–que
no
lo
pongo
en
duda,
pero
no
el
único
ni
para
ser
disfrutado
exageradamente–,
que
si
no
haces
lo
mismo
que
los
demás
eres
un
bicho
raro,
que
ir
al
cine
sin
comer
palomitas
no
es
"ir
al
cine
de
verdad",
que
el
fin
de
semana
está
para
comer
pizza
y
salir
de
tapas
con
los
amigos,
que
una
comida
no
acaba
hasta
que
no
te
comes
el
postre,
y
mil
tópicos
y
creencias
culturales
más,
viven
como
parásitos
en
tu
mente.
No
hace
falta
que
nadie
te
las
recuerde.
Se
repiten
automáticamente.
En
consecuencia,
no
hace
falta
ni
que
te
plantees
dejar
de
comer
impulsivamente,
porque
en
el
preciso
instante
en
que
lo
hagas,
¡pam!
Todas
ellas
te
vendrán
a
la
cabeza,
sentirás
una
inseguridad,
un
miedo
y
una
falta
de
voluntad
terribles
que
reclutarán
toda
tu
atención,
y
pronto
se
te
quitará
de
la
cabeza
esa
"idea
absurda"
de
cambiar
tu
relación
con
la
comida
–y
tu
cultura
de
la
comida.
Estas
creencias
que
residen
en
tu
mente
van
a
ser
uno
de
los
mayores
obstáculos
que
tendrás
que
esquivar,
pero
hay
otro
que
también
va
a
requerir
de
un
gran
trabajo
de
conciencia
y
autenticidad
por
tu
parte,
las
tradiciones
en
sí
mismas.
Porque
una
cosa
es
cuando
tú
solito
te
planteas
hacer
cambios
y
otra
cuando
el
cambio
lo
tienes
que
llevar
a
la
práctica,
físicamente,
en
el
mundo
real,
ya
que
vives
en
una
sociedad
donde
cualquier
evento
social
sirve
de
excusa
para
comer.
Culturalmente
hablando,
estas
costumbres
podrían
tener
motivos
de
peso
para
llevarse
a
cabo.
La
abundancia
de
comida
que
hoy
día
nos
rodea
es
un
hecho
muy
reciente,
pero
hasta
105
hace
muy
poco
tiempo
la
mayoría
de
la
gente
no
gozaba
del
privilegio
de
tener
tanta
comida
a
su
alcance
cualquier
día
del
año.
Por
tanto,
es
lógico
que
para
celebrar
fiestas
como
la
Navidad,
los
cumpleaños
o
reuniones
donde
las
personas
que
se
reencuentran
no
se
veían
desde
hacía
mucho
tiempo,
se
acompañaran
estas
fiestas
con
comida
que
no
se
solía
poder
comer
y,
si
era
posible,
más
cantidad
de
lo
habitual.
Hoy
día,
¿qué
sentido
tiene?
Comemos
de
todo,
varias
veces
al
día,
todos
los
días
del
año.
Y
claro,
si
queremos
que
esos
encuentros
alrededor
de
la
comida
sean
especiales,
lo
único
que
podemos
hacer
es
aumentar
la
cantidad.
Además,
esas
fiestas
y
días
especiales
ya
no
son
tan
poco
habituales,
sino
que
ocurren…
¿cada
semana?
Incluso
más
de
una
vez
por
semana.
Porque
un
día
vienen
Pepito
y
su
mujer
a
comer,
el
otro
vamos
a
comer
con
los
padres
para
celebrar
no
sé
qué,
el
otro
vamos
al
cine
con
nuestros
hijos
y
aprovechamos
para
comer
fuera,
el
otro
es
el
cumpleaños
de
María
y
el
viernes
por
la
noche
toca
cena
obligatoria
con
los
amiguetes.
No
son
sólo
las
decenas
de
cumpleaños,
días
festivos,
bautizos,
bodas
y
comuniones
que
tenemos
a
lo
largo
del
año.
Cualquier
encuentro
social
va
acompañado
de
algo
de
comida.
¿Puedes
cambiar
esto?
No
–aunque
puedes
ser
un
generador
de
cambio
con
tu
propio
comportamiento.
¿Puedes
cambiar
tú?
Sí.
¿Cómo?
Ya
lo
veremos
-‐tu
capacidad
de
ser
auténtico,
de
tomar
tus
propias
decisiones
y,
sobre
todo,
de
saber
decir
que
no,
van
a
ser
cruciales.
Añadido
a
todos
estos
aspectos
culturales,
hay
otro
factor
determinante
a
nivel
social
que
ejerce
una
gran
presión
sobre
tu
forma
de
pensar
y
sentir.
Es
la
forma
de
ver
e
interpretar
la
realidad
que
tiene
el
conjunto
de
tu
sociedad,
los
miedos,
106
preocupaciones,
opiniones
y
sentimientos
que
tienen
las
personas
que
conviven
contigo.
Algunos
lo
llaman
conciencia
colectiva,
aunque
yo
prefiero
llamarlo
inconciencia
colectiva.
¿Por
qué
inconciencia?
Porque
como
la
mayoría
de
conductas,
pensamientos
y
emociones
que
estamos
analizando
–y
seguiremos
analizando
en
el
próximo
capítulo–,
se
generan
automáticamente,
de
forma
inconsciente.
La
vida
ha
alcanzado
tal
ritmo
que
nadie
se
para
a
reflexionar
sobre
la
naturaleza
de
la
información
que
percibimos
y
los
efectos
que
provoca
en
nosotros,
y
más
cuando
esa
información
llega
de
fuentes
realmente
poco
fiables
–medios
masivos
de
comunicación.
Dejando
a
un
lado
los
intereses
de
estos
medios
–que
ya
estudiaremos
más
tarde–,
la
condición
de
sociabilidad
del
ser
humano
también
repercute
en
su
forma
de
pensar
y
sentir.
Los
pensamientos
y,
sobre
todo,
las
emociones
se
contagian.
Si
la
mayoría
de
las
personas
que
nos
rodean
sufren
inconscientemente
por
algo
en
concreto,
lo
más
probable
es
que
nosotros
acabemos
sufriendo
por
lo
mismo.
De
hecho,
los
pensamientos
y
las
emociones
no
sólo
se
contagian,
sino
que
nos
unen.
El
problema,
hoy
día,
es
que
son
tantos
los
miedos
y
preocupaciones,
es
tan
grande
el
sufrimiento
de
la
humanidad…
Algunos
de
los
que
osan
a
hablar
sobre
un
tema
tan
complejo
recomiendan
alejarse
de
cualquier
fuente
de
sufrimiento,
ya
que
se
corre
el
riesgo
de
contagio,
de
contaminación.
Yo
no.
107
No
es
uno
tenga
que
ser
masoquista,
pero
la
herramienta
que
pienso
ofrecerte
al
final
del
libro,
la
conciencia
plena,
puede
salvaguardarte
de
ese
contagio.
Es
entonces
cuando,
en
vez
de
huir,
te
acercarás
al
sufrimiento,
a
esos
miedos,
a
las
personas
que
lo
están
pasando
mal
y
que
viven
inconscientemente.
No
lo
harás
como
un
gurú
o
con
pedantería.
Más
bien
lo
harás
con
compasión
y
conciencia.
Precisamente,
gracias
a
esa
conciencia,
sabes
que
los
pensamientos
y
emociones
se
contagian.
¿Por
qué
eres
tú
quien
tiene
que
acabar
contagiado
del
miedo,
los
prejuicios
y
el
sufrimiento?
¿Por
qué
no
puedes
ser
tú
el
virus,
quien
contagie
serenidad,
felicidad
y
conciencia?
En
tu
camino
hacia
la
comida
consciente
en
vez
de
compulsiva,
no
rechaces
la
inconciencia
y
la
impulsividad
por
comer,
porque
es
de
allí
de
dónde
vienes
y
es
la
realidad
que
te
rodea.
Sé
compasivo
y
no
tengas
miedo
de
contagiarte
de
la
inconciencia
colectiva.
A
través
de
la
conciencia,
la
paz
te
servirá
escudo.
Sabrás
que
no
hay
nada
que
temer.
En
fin,
como
conclusión
a
este
capítulo,
lo
que
debe
quedarte
claro
es
lo
siguiente.
Primero,
que
a
pesar
de
que
formas
parte
de
un
grupo
y
que
tienes
la
necesidad
intrínseca
de
seguir
haciéndolo,
tu
responsabilidad
primordial
es
contigo
mismo,
no
con
el
grupo,
y
siempre
puedes
tomar
las
decisiones
que
tú
creas
oportunas,
más
allá
de
la
conducta
del
grupo.
En
este
mundo
superpo-‐
blado
y
con
las
posibilidades
de
intercomunicación
que
tene-‐
mos
entre
todos
nosotros,
lo
tienes
realmente
difícil
para
108
quedarte
solo.
No
tengas
miedo
y
ejerce
la
responsabilidad
individual
que
te
corresponde.
Segundo,
que
las
creencias
forman
parte
de
tus
pensamientos
y
que
éstos
pueden
cambiarse,
como
veremos
en
un
par
de
capítulos.
De
veras,
puedes
cambiar
lo
que
crees.
De
hecho,
lo
que
crees
puede
cambiar
tu
forma
de
pensar
y,
consecuente-‐
mente,
tu
forma
de
actuar
y
de
relacionarte
con
la
comida.
Tercero,
que
es
posible
que
tu
entorno
manifieste
su
rechazo
a
tu
intención
de
cambio
y
que
en
el
camino
hacia
este
cambio
puedes
encontrarte
con
que
una
persona
querida
te
dé
la
espalda.
Lo
siento,
son
daños
colaterales.
Daños
que
al
fin
y
al
cabo
puedes
interpretarlos
como
algo
positivo.
Porque
si
una
persona
te
da
la
espalda
porque
cambias
en
algún
aspecto
tu
forma
de
comer,
quiere
decir
que
esa
persona
no
te
acepta
tal
y
como
eres
ni
te
da
la
libertada
para
que
seas
como
quieres
ser.
¿De
verdad
quieres
que
alguien
que
no
te
quiere
y
no
te
acepta
siga
a
tu
lado
de
forma
hipócrita?
Ver
quienes
siguen
a
tu
lado
a
pesar
de
tu
forma
de
actuar
–siempre
y
cuando
no
vaya
en
su
contra
o
les
hagas
daño,
claro–
es
una
de
las
maneras
más
fáciles
de
comprobar
si
te
aceptan
y
te
quieren
de
verdad.
Cuarto,
que
las
culturas
no
son
inamovibles.
De
hecho,
cambian
constantemente,
aunque
la
mayoría
de
veces
ese
cambio
venga
promovido
por
"fuerzas
mayores"
–que
ya
veremos,
como
la
publicidad–,
interesadas
en
modificar
de
alguna
forma
nuestros
deseos
para
que
nos
cansemos
de
lo
que
tenemos
y
sigamos
consumiendo.
Si
las
culturas
pueden
cambiar,
tú
también
puedes
cambiar.
Puedes
crear
tu
cultura.
Y
puedes
cambiar
la
cultura
que
te
rodea,
porque
no
se
si
habrás
caído
en
que
todas
esas
creencias,
prejuicios
y
opiniones
comuni-‐
tarios
se
sustentan
en
cada
uno
de
los
individuos
que
creen,
109
prejuzgan
y
opinan
igual.
Si
tú
cambias
esa
forma
de
pensar
y
sentir,
¿quién
te
dice
que
alguien
no
te
seguirá?
Tu
cultura
te
influye,
y
mucho.
Pero
tú
también
influyes
en
tu
cultura.
Como
dijo
Gandhi,
"sé
el
cambio
que
quieras
ver
en
el
mundo".
Y
quinto,
que
los
pensamientos
y
emociones
se
contagian
y
nos
unen,
y
que
el
malestar,
descontento
y
sufrimiento
mayorita-‐
rios
van
a
estar
siempre
al
acecho
para
derrumbar
tu
voluntad,
del
mismo
modo
que
hace
tu
cultura.
No
temas
y
comprende
que
el
contagio
puede
ser
inverso.
Una
vez
más,
tú
y
tu
ejemplo
pueden
revertir
los
efectos
del
miedo
y
el
sufrimiento
en
la
sociedad.
No
lo
olvides.
Formas
parte
de
un
grupo,
de
un
colectivo,
y
es
algo
que
no
tiene
por
qué
cambiar.
Pero
también
tienes
una
mente
propia.
Piensa
por
ti
mismo,
sé
auténtico,
responsabilízate
y
toma
tus
propias
decisiones.
110
22
LA
INFOXICACIÓN
Y
EL
BOMBARDEO
MENTAL
Todo
es
información.
Como
ya
has
podido
comprobar,
de
vez
en
cuando
me
atrevo
a
soltar
alguna
afirmación
reduccionista.
Podría
complicarlo
un
poco
y
decir
que
todo
es
ener-‐
gía,
energía
que
entra
y
sale,
que
fluye.
Esas
entradas,
interpretaciones
y
salidas
podrían
resumirse
en
un
concep-‐
to:
comunicación.
Si
lo
que
hacemos,
básicamente,
es
comuni-‐
car,
lo
que
movemos
en
esa
comunicación
es
información.
Todo
es
información.
Y
todos
esos
pensamientos,
emociones,
miedos,
prejuicios,
opiniones,
conductas,
etc.,
que
venimos
repasando
forman
parte
de
la
información
que
gestionamos
cada
día
de
forma
ininterrumpida.
Dicen
que
padecemos
infoxicación,
es
decir,
que
estamos
into-‐
xicados
de
información.
Yo
también
lo
creo.
Generalmente,
cuando
se
habla
de
infoxicación
la
gente
se
refiere
a
la
intoxicación
informativa
procedente
de
los
medios
de
comunicación,
desde
la
prensa
escrita
y
la
televisión
hasta
internet,
correos
electrónicos,
llamadas
de
teléfono,
notifica-‐
ciones
de
las
redes
sociales,
etc.
En
cambio,
cuando
yo
hablo
de
infoxicación
amplío
todavía
más
el
diámetro
de
acción
y
apun-‐
to
a
la
vida,
a
toda
la
vida,
y
a
uno
mismo.
No
son
sólo
los
medios
de
comunicación
externos
o
nuestro
entorno
más
inmediato
quien
nos
bombardea
con
información
constante-‐
mente.
Es
uno
mismo,
el
medio
de
comunicación
interno,
que
se
"autoinfoxica".
De
hecho,
uno
tiene
el
poder
de
colocar
ciertos
filtros
y
decidir
qué
y
cuánta
información
gestionar,
algo
que
vuelve
a
recordarnos
la
responsabilidad
que
uno
tiene
sobre
su
propia
vida.
Otra
cosa
es
que
esa
responsabi-‐
lidad
se
ejerza
conscientemente,
algo
que
también
hemos
visto
poco
común
en
la
cultura
de
la
inconciencia
colectiva
y
que
va
a
ser
clave
para
dejar
de
comer
impulsivamente.
Por
eso
hablo
en
general,
a
nivel
cultural
y
social,
y
a
nivel
colectivo
e
individual.
Estamos
intoxicados
de
objetos,
de
conocimiento,
de
creencias,
de
trabajo,
de
necesidades
inven-‐
tadas,
de
manipulación
mediática,
de
culpa,
de
publicidad,
de
una
aparente
falta
de
tiempo,
de
odio,
de
comida,
de
miedo,
de
prisa,
de
comparaciones
y
envidia,
de
queja,
de
irresponsabi-‐
lidad,
de
humo,
de
fármacos,
de
juicios,…
¡Y
de
comida!
Todo
es
información.
Y
toda
esa
información
pasa
a
una
velocidad
estratosférica
cada
día
por
nuestro
gestor
de
información,
nuestro
cerebro,
la
residencia
de
nuestros
pensa-‐
mientos
y
emociones,
de
un
potencial
todavía
no
calculado,
pero
sin
ninguna
duda,
de
momento,
limitado.
Tal
vez
a
ti
te
hayan
convencido
de
que
"el
saber
no
ocupa
lugar".
A
mí
no.
El
saber
sí
ocupa
lugar.
Ahora
el
matiz:
la
información
sí
ocupa
lugar.
La
cuestión
es
¿cuánto
lugar
ocupa?
Y
la
respuesta
la
descubrí
leyendo
a
Csikszentmihalyi
y
su
libro
Fluir:
la
psicología
de
la
felicidad
–incluido
en
mi
lista
de
recomendados
del
final
del
libro.
Probablemente
sea
un
dato
que
marcaría
un
antes
y
un
112
después
en
la
neurología.
Es
el
límite
de
la
mente,
el
máximo
de
información
que
puede
procesar
en
un
segundo:
126
bits.
En
el
fondo,
el
valor
del
límite
es
lo
de
menos
–seguramente,
en
el
futuro,
lo
calcularán
de
una
forma
más
precisa;
lo
impor-‐
tante
es
la
lectura
que
se
puede
extraer
de
este
resultado.
La
mente
tiene
límites
comunicativos,
al
parecer
bastante
concre-‐
tos,
por
lo
que
tal
vez
deberíamos
empezar
a
plantearnos
cómo
administramos
la
información
que
recibimos
continuamente,
sin
cesar,
sobre
todo
cuando
buscamos
mantenernos
conscien-‐
tes,
concentrados
y
atentos
a
lo
que
consideramos
importante,
lo
que
estamos
haciendo,
para
no
actuar
impulsivamente.
Algo
fundamental
a
tener
en
cuenta
es
que
no
toda
la
informa-‐
ción
que
“llena”
nuestra
mente
es
la
que
vamos
alojando
de
manera
voluntaria.
De
hecho,
ésta
es
otra
de
las
claves
para
dejar
de
comer
impulsivamente.
No
es
sólo
lo
que
escuchamos
o
vemos
activamente,
como
una
conversación,
una
conferencia,
un
vídeo,
un
libro
o
la
pantalla
del
ordenador.
Primariamente
estamos
programados
para
sobrevivir,
por
lo
que
de
forma
parcial
nuestros
sentidos
siempre
estarán
pendientes
de
las
condiciones
del
medio
que
nos
rodea,
así
como
de
las
posibles
amenazas
transformadas
momentáneamente
en
un
destello
de
luz,
algo
que
se
mueve
cerca
de
nosotros
o
un
ruido
repentino.
Desde
luego
que
la
edad
de
piedra
era
la
mejor
época
para
concentrarse
en
una
actividad.
La
información
externa
a
dicha
actividad
era
mínima
y
además,
en
caso
de
ser
una
amenaza,
era
real.
Por
desgracia,
hoy
día
gran
parte
de
la
información
que
tenemos
que
administrar
es
artificial
y
ni
nos
va
ni
nos
viene.
La
moto
que
pasa
por
delante
de
casa,
el
teléfono,
la
notificación
de
un
nuevo
email,
el
televisor,
todo
el
material
innecesario
que
tenemos
encima
de
la
mesa
y
colgado
en
las
113
paredes,
etc.
Exceso
de
información
que
nos
rodea
y
que
nuestra
mente
gestiona
aunque
nosotros
no
queramos
prestarle
atención.
No
podemos
manejar
tanta
información.
No
somos
capaces.
Pero
al
sentirnos
obligados
y
al
intentarlo,
perdemos
el
pilar
fundamental
y
necesario
para
vivir
de
forma
consciente:
la
atención.
Esa
infoxicación
interfiere
en
nuestra
capacidad
de
gestionar
la
información.
Vivimos
saturados
de
información,
tanto
a
nivel
material
–en
la
era
de
las
posesiones
materiales
y
la
multi-‐
tarea–
como
a
nivel
mental
–llenos
de
miedos,
preocupaciones,
presiones
y
listas
de
cosas
por
hacer.
Es
lógico
que
a
partir
de
cierto
límite,
cuanta
más
información
intentamos
gestionar
peor
la
gestionamos,
del
mismo
modo
que
cuantas
más
cosas
intentamos
hacer
peor
las
hacemos,
lo
que
nos
genera
estrés
permanente,
ansiedad,
desgaste,
desmotivación,
dispersión,
frustración,
impotencia,
depresión,…
infelicidad.
Es
decir,
todos
los
ingredientes
emocionales
necesarios
para
seguir
comiendo
a
base
de
impulsos.
Es
un
mundo
de
locos,
una
olla
de
grillos.
¿Cómo
permanecer
consciente
y
estar
atento
en
un
mundo
"omni-‐infoxicado"?
¿Qué
hacer
con
toda
esa
información?
En
breve
veremos
que
una
estrategia
muy
acertada
será,
de
una
vez
por
todas,
eliminar
toda
la
información
que
tenemos
en
demasía,
toda
la
información
que
en
realidad
no
nos
aporta
nada
más
que
aquellas
emociones
que
acaban
derivando
en
un
estrés
crónico
y
que
nos
conducen
directamente
hacia
la
búsqueda
de
un
placer
que
nos
saque,
aunque
sea
momen-‐
táneamente,
de
esa
saturación
de
información.
114
De
entre
toda
esta
información,
vale
la
pena
pararse
a
reflexionar
profundamente
sobre
un
tipo
en
particular,
la
que
recibimos
a
través
de
los
medios
de
comunicación
en
forma
de
publicidad,
diseñada
por
los
grandes
especialistas
del
marketing.
Te
recuerdo
que
estos
expertos,
los
mismos
que
diseñaban
la
palatabilidad
de
los
alimentos
para
que
no
te
saciaran
y
no
pudieras
dejar
de
comerlos,
saben
perfectamente
cómo
funcionan
tus
circuitos
de
recompensa
y
placer,
aquellos
que
hemos
visto
en
la
primera
parte
del
libro.
Saben
que
repitiéndote
ciertos
mensajes,
que
tú
interpretarás
e
interio-‐
rizarás
en
forma
de
pensamiento
y
que
desestabilizarán
tus
emociones,
conseguirán
que
desees
el
placer
que
evocan
sus
productos.
Un
publicista
no
quiere
que
te
sientas
bien.
Al
contrario,
quiere
crear
en
ti
una
insatisfacción
para
que
compres
su
producto.
Ése
es,
principalmente,
su
trabajo.
Por
eso
te
plantan
constantemente
chicos
y
chicas
más
guapos
que
tú,
para
que
quieras
ser
alguien
que
no
eres.
Y
coches
cada
vez
más
grandes
y
potentes,
para
que
quieras
tener
algo
que
no
tienes.
Y
cuando
te
aproximas
al
deseo,
o
incluso
cuando
lo
alcanzas,
rápidamente
te
colocan
un
deseo
superior,
otro
objetivo
que
alcanzar,
otra
persona
que
todavía
no
eres,
otra
posesión
que
todavía
no
tienes,
otro
placer
que
todavía
no
disfrutas.
Es
el
cuento
de
nunca
acabar.
Si
sumas
el
resultante
estado
de
insatisfacción
y
descontento
que
provocan
en
ti
las
campañas
publicitarias
a
toda
la
información
extra
que
tienes
que
gestionar
en
tu
día
a
día
y
que
de
por
sí
ya
te
saturaba
para
acabar
estresándote
crónica-‐
mente,
puedes
imaginarte
lo
sencillo
que
es
–y
comprensible–
que
trates
de
buscar
una
escapatoria
lo
más
rápido
posible,
115
una
vivencia
intensa
en
forma
de
placer
que
poder
utilizar
como
evasión.
¿Has
pensado
alguna
vez
en
la
cantidad
de
publicidad
y
marketing
que
consumes
en
un
sólo
día?
¿Y
te
has
planteado
de
dónde
vienen
todos
esos
mensajes
insatisfactorios?
Toda
esa
información
pro-‐infelicidad
procede,
básicamente,
de
dos
medios
de
comunicación
masivos:
la
televisión
e
internet.
No
voy
a
perder
mucho
el
tiempo
en
analizar
más
cómo
llegan
a
ti
sus
campañas
publicitarias,
porque
creo
que
es
evidente
y
que
ya
lo
habrás
entendido.
Sólo
quiero
avisarte
de
una
cosa
más:
esos
mensajes
de
insatisfacción
que
generan
tu
necesidad
de
escapar,
de
buscar
placeres
inmediatos,
no
procede
solamente
de
las
campañas
publicitarias
de
las
marcas.
Sé
sincero
contigo
mismo.
¿Para
ti
es
agradable
ver
un
tele-‐
diario?
¿Te
gustan
las
noticias
que
ofrecen
y
el
modo
en
que
te
las
relatan,
cada
vez
más
alarmante?
Está
claro
que
no
podemos
hacernos
los
ciegos
ante
según
qué
situaciones
dramáticas,
como
la
pobreza,
el
terrorismo
o
la
explotación
infantil.
Pero
¿de
veras
no
hay
noticias
buenas?
¿O
es
que
las
cosas
buenas
que
nos
pasan
ya
no
tienen
importancia?
O
incluso
peor,
y
se
dan
por
hechas.
Nuestras
emociones
reproducen
la
emoción
de
aquello
a
lo
que
prestamos
atención.
Si
te
sientas
delante
de
un
estanque
completamente
en
calma
tu
sentirás
calma.
Si
percibes
la
frescura
de
un
valle
alejado
de
las
ciudades
contaminadas
tú
te
sentirás
fresco.
Si
te
quedas
mirando
a
un
niño
de
dos
años
que
no
para
de
reír
no
tendrás
116
más
remedio
que
acabar
riendo.
¿Recuerdas
cómo
se
conta-‐
giaban
los
pensamientos
y
las
emociones?
En
cambio,
si
lo
que
ves
siempre
es
el
dolor
de
la
guerra,
el
pesar
de
la
hambruna,
la
crispación
de
la
política,
la
compe-‐
titividad
de
los
adversarios,
el
odio
de
los
fanáticos,
la
cólera
de
los
terroristas…
¿Qué
esperas
recibir
a
cambio?
¿Cómo
esperas
sentirte?
Es
una
lástima,
pero
es
el
mundo
en
el
que
nos
ha
tocado
vivir.
De
alguna
manera
vas
a
tener
que
tomar
cartas
en
el
asunto,
porque
de
lo
contrario
siempre
vas
a
tener
más
números
para
sentirte
insatisfecho,
triste,
iracundo
o
deprimido,
que
sereno,
alegre,
contento
y
feliz.
Y
dependiendo
de
esos
estados
vas
a
estar
más
cerca
o
más
lejos
de
lo
que
realmente
quieres
conse-‐
guir,
comer
conscientemente.
No
quiero
terminar
este
capítulo
con
mal
sabor
de
boca.
Al
fin
y
al
cabo,
lo
que
estás
leyendo
también
es
información
que
te
influye
y
sé
que
lo
último
que
has
leído
no
habrá
despertado
en
ti
los
mejores
sentimientos.
Por
eso,
adelantándome
mucho
a
los
próximos
capítulos,
permíteme
pedirte
un
favor.
Estas
últimas
palabras,
léelas
con
calma,
lentamente
y
atento.
Respira.
¿Recuerdas
el
estanque
en
calma?
Imagínate
allí
mismo,
sentado
a
la
orilla.
Percibe
su
calma.
117
¿Recuerdas
el
fresco
valle
alejado
de
la
ciudad?
Es
el
paisaje
que
rodea
el
estanque
donde
estás
sentado.
Percibe
su
frescura.
¿Recuerdas
el
niño
de
dos
añitos
que
no
puede
parar
de
reír?
Está
contigo
en
el
estanque,
en
medio
del
valle,
justo
a
tu
lado.
Contágiate
de
su
risa.
Sonríe.
Respira.
118
23
PUEDES
RECONDUCIR
TU
FORMA
DE
PENSAR
Y
SENTIR
Hemos
visto
que
tu
educación,
cultura
y
el
resto
de
infor-‐
mación
que
percibes
constantemente,
más
allá
de
si
están
con-‐
cebidos
o
no
para
provocarte
insatisfacción
e
infelicidad,
son
gestionados
por
tu
mente
para
construir
patrones
mentales
–
tanto
a
nivel
emocional
como
racional–,
mecanismos
que
te
servirán
como
respuestas
automáticas
para
solventar
infinidad
de
situaciones
y
que
constituyen
tu
manera
de
ser
y
tu
com-‐
portamiento,
la
mayoría
del
tiempo
de
forma
inconsciente.
Después
de
esta
primera
comprensión,
vale
la
pena
hacerse
una
pregunta
que
resultará
clave
a
la
hora
de
hacer
cambios
en
tus
hábitos
mentales
para
dejar
de
comer
impulsivamente.
¿Para
qué
crea
el
cerebro
esos
patrones
mentales?
¿Para
qué
construye
esos
mecanismos
racionales
y
emocionales
que
van
a
repetirse
durante
toda
tu
vida?
El
motivo
es
exactamente
el
mismo
por
el
que
creó,
en
su
momento,
las
respuestas
instintivas
automáticas,
que
no
es
otro
que
ser
capaz
de
reaccionar
lo
más
rápido
y
eficiente-‐
mente
posible
a
las
diversas
situaciones
en
que
nos
podemos
encontrar,
incluso
antes
de
que
las
cosas
ocurran
–como
ya
te
había
medio
adelantado
al
hablar
sobre
el
poder
evolutivo
de
la
mente,
éste
es
el
plus
sofisticado
que
adquirimos
al
poder
sentir,
aprender
y
pensar.
Otra
cosa
es
que
tus
predicciones
no
sean
del
todo
acertadas.
Por
lo
tanto,
cuando
te
planteas
cambiar
tus
hábitos
mentales
tienes
que
tener
en
cuenta
dos
cosas,
una
que
va
a
jugar
en
tu
contra
y
otra
que
va
a
jugar
a
tu
favor.
Por
un
lado,
en
tu
contra
vas
a
tener
que
aceptar
que
tus
patrones
mentales
fueron
creados
hace
muchísimo
tiempo,
cuando
eras
niño.
Eso
no
vas
a
poder
cambiarlo.
Hay
gente
que
al
plantearse
ese
cambio
se
fustiga,
se
estanca
buscando
culpa-‐
bles
–padres,
abuelos,
profesores,
gobiernos,
el
universo,
etc.–
y
se
pierden
en
terapias
regresivas.
Al
final,
lo
único
que
consiguen
es
perder
el
tiempo.
No
digo
que
no
sirvan,
porque
considero
muy
importante
saber
de
dónde
vienen
algunos
de
nuestros
problemas.
Pero
todavía
es
más
importante
saber
qué
vas
a
hacer
con
ellos,
si
quieres
o
no
quieres
cambiarlos,
y
cómo
vas
a
hacerlo.
Con
tu
educación
y
tu
pasado
no
puedes
hacer
nada,
no
puedes
cambiarlos,
a
no
ser
que
seas
el
iluminado
que
haya
inventado
la
máquina
del
tiempo.
Además,
añadido
a
esa
imposibilidad
de
cambiar
el
pasado,
debes
ser
consciente
de
que
esos
patrones
llevan
repitiéndose
durante
muchísimo
tiempo,
por
lo
que
no
va
a
ser
fácil
modifi-‐
carlos.
No
es
un
mensaje
de
desesperanza,
sino
de
realismo
y
advertencia.
Si
pretendes
cambiar
tus
hábitos
mentales
en
poco
tiempo,
como
quien
quiere
perder
veinte
kilos
en
dos
semanas,
sin
esfuerzo
o
tan
siquiera
alguna
que
otra
recaída,
déjame
avisarte
de
que
no
vas
a
conseguirlo.
Como
ya
te
he
dicho
en
el
primer
capítulo
de
esta
parte
del
libro,
reconducir
tus
hábitos
mentales
requerirá
trabajo
y
tiempo.
120
Pero
por
otro
lado,
la
buena
noticia
es
que
lo
que
quieres
cambiar
son
hábitos.
No
es
la
manera
que
tienen
de
funcionar
tus
sistemas
circulatorio,
respiratorio
o
digestivo,
los
mecanis-‐
mos
que
usan
tus
órganos
para
llevar
a
cabo
sus
funciones,
la
forma
de
tus
huesos
o
el
color
de
tus
ojos.
Todos
estos
aspec-‐
tos
son
invariables,
son
los
que
son.
Pero
muchos
de
tus
hábitos,
dejando
a
un
lado
los
instintos
que
vienen
de
serie,
son
aprendizajes
que
residen
en
el
único
lugar
del
cuerpo
que
puedes
cambiar.
¿Sabes
cuál
es?
Sí,
señor.
El
cerebro.
El
cerebro
y
todo
lo
que
contiene,
especialmente
lo
que
está
relacionado
con
las
emociones
y
los
pensamientos,
puede
reconstruirse.
Piensa
que,
en
este
aspecto,
muchas
de
las
cosas
que
"llenan"
tu
cerebro
no
estaban
allí.
Gracias
a
la
tremenda
plasticidad
de
nuestro
cerebro
y
sistema
nervioso,
puedes
mol-‐
dearlo,
en
cierta
medida
como
tú
quieras
–insisto
en
que
poco
vas
a
poder
hacer
con
tus
instintos
y
respuestas
impulsivas
y
emocionales
más
primitivas,
heredadas
genéticamente.
¿No
me
digas
que
no
es
una
gran
noticia?
Porque
lo
bueno
que
tiene
un
hábito,
un
patrón
repetitivo,
es
que
en
muchas
ocasiones
fue
algo
adquirido.
Hubo
un
día
en
que
lo
aprendiste.
¿Por
qué
no
va
a
haber
un
día
en
que
lo
desaprendas?
¿Por
qué
no
vas
a
poder
suplantarlo
por
otro
hábito?
¿Cómo?
Muy
fácil.
Si
lo
que
quieres
es
cambiar
un
hábito
por
otro,
es
decir,
un
patrón
repetitivo
por
otro,
lo
único
que
tienes
que
hacer
es
dejar
de
repetir
lo
que
has
estado
repitiendo
du-‐
rante
toda
tu
vida
para
repetir
lo
que
quieres
seguir
repitiendo
durante
el
resto
de
tu
vida.
¿Te
ha
gustado
el
trabalenguas?
Bromas
aparte…
Cuando
de
aquí
a
unos
pocos
capítulos
te
plantee
algunos
ejercicios
para
cambiar
esos
patrones
121
mentales,
esas
respuestas
emocionales
y
racionales
automá-‐
ticas,
todo
tu
trabajo
se
va
a
centrar
en
la
repetición
y
la
constancia.
Cuanto
más
repitas
los
ejercicios
y
más
constante
seas,
cuanto
más
practiques
a
propósito
todos
los
días
esa
nueva
forma
de
relacionarte
con
tus
emociones,
más
rápido
se
afianzarán
tus
nuevos
hábitos
mentales,
que
lejos
de
alimentar
tu
insatisfacción
y
descontento,
te
ayudarán
a
mantener
un
estado
de
calma
y
felicidad
casi
inamovibles
–y
digo
casi
porque
la
serenidad
eterna,
hasta
el
momento,
sólo
ha
estado
al
alcance
de
muy
pocos.
Esta
vez
lo
más
importante
es
que
comprendas,
sepas
y
creas
que
puedes
hacerlo
–aunque
sea
a
cambio
de
un
duro
trabajo–,
que
puedes
desaprender
tus
hábitos
mentales
y
que
puedes
crear
unos
nuevos
que
potencien
todos
los
días
tu
autoestima,
la
confianza
en
ti
mismo
y
tu
paz
interior
–un
concepto
que
definiré
en
la
última
parte
del
libro.
Hasta
cierto
punto,
¡puedes
reconducir
tu
forma
de
pensar
y
sentir!
122
24
PATRONES
MENTALES
QUE
TE
INTERESA
REVISAR
Insisto.
En
cierta
medida,
puedes
relacionarte
de
otro
modo
con
tus
emociones
e
impulsos,
y
así
evitar
que
sean
los
dueños
absolutos
de
tu
vida.
Ahora.
¿Qué
emociones
necesitas
revisar
para
dejar
de
comer
impulsivamente?
Fácil.
Todas
aquellas
que
te
acerquen
a
tu
yo
más
primitivo,
que
te
alejen
de
tu
yo
más
"moderno"
–
consciente–,
y
que
pongan
en
marcha
tu
debilidad
natural
e
instintiva
por
la
comida.
Por
norma
general,
debido
al
perfil
mayoritario
de
nuestro
estado
emocional
en
la
actualidad,
más
bien
tirando
a
pesimista
y
temeroso
–ya
has
visto
que
las
emociones
se
contagian–,
las
emociones
que
van
a
despertar
esos
instintos
van
a
ser
el
miedo,
la
angustia,
la
ansiedad,
la
soledad,
etc.
Si
estás
atento,
lo
más
probable
es
que
comas
emocionalmente
cuanto
más
preocupado,
estresado
o
ansioso
te
encuentras,
¿verdad?
Darse
cuenta
de
esto
ya
es
un
gran
paso.
Pero
por
otro
lado,
a
veces,
emociones
como
la
alegría
desmesurada
o
la
euforia
también
pueden
llevarte
a
comer
impulsivamente.
Del
mismo
modo
que
cuando
uno
siente
un
miedo
o
una
preocupación
extrema,
lo
que
solemos
conocer
como
emociones
negativas
–aunque
a
mí
no
me
gusta
catalogarlas;
las
emociones
son
las
que
son–,
el
hecho
de
sentir
una
emoción
comprendida
como
positiva
también
puede
hacernos
perder
la
conciencia
del
momento
presente
y
facilitar
que
una
vez
más
se
despierten
nuestros
impulsos
por
comer
de
manera
descontrolada.
Insistiré
sobre
todo
esto
en
la
última
parte
del
libro.
De
momento
quédate
con
la
idea
de
que
las
emociones,
cuanto
más
extremas,
especialmente
las
negativas,
nos
acercan
a
nuestro
yo
más
primitivo,
al
que
le
encanta
comer
ante
cualquier
situación
que
genere
sentimientos
de
alerta.
¿Y
qué
pensamientos
necesitas
revisar
para
dejar
de
comer
impulsivamente?
Fácil.
Todos
aquellos
que
provoquen
en
ti
tal
estado
emocional
que
te
acerque
a
tu
yo
más
primitivo,
que
te
aleje
de
tu
yo
más
"moderno"
–consciente–,
y
que
ponga
en
marcha
tu
debilidad
natural
e
instintiva
por
la
comida.
Éste
es
el
verdadero
quid
de
la
cuestión
a
la
hora
de
dejar
comer
emocional
e
impulsivamente.
Porque
las
emociones
y
tus
respuestas
emocionales
automá-‐
ticas
que
te
llevan
a
comer
por
impulso
son,
simplemente,
una
parte
más
de
la
cadena,
al
igual
que
tus
instintos.
Está
bien
y
es
necesario
que
conozcas
cuáles
son
tus
reacciones
emocio-‐
nales,
como
veremos
a
la
hora
de
afrontar
mentalmente
todo
este
lío
de
la
impulsividad
al
comer.
Es
un
buen
ejercicio
de
autoconocimiento
y
de
toma
de
conciencia.
Pero
lo
fundamental,
lo
vital,
es
averiguar
de
dónde
proceden
esas
emociones,
quién
las
desencadena,
que
a
menudo
no
es
otro
que
tu
pensamiento.
124
Ésta
es
otra
de
esas
afirmaciones
que
tienes
que
grabarte
a
fuego…
Es
tu
pensamiento
inconsciente,
todo
lo
que
imaginas
respecto
a
la
realidad
sin
darte
cuenta,
el
que
muchísimas
veces
da
pie
a
esas
emociones
que
después
dan
pie
a
esos
instintos
por
comer
impulsivamente.
Y
tu
pensamiento
incluye
muchísimas
cosas,
como
por
ejemplo
la
forma
en
que
ves
el
mundo
y
cómo
te
concibes
a
ti
mismo
en
ese
mundo,
el
modo
en
que
te
comunicas
con
tu
entorno
y
con
los
demás,
cómo
interpretas
e
interactúas
con
tu
realidad
o
la
manera
de
comunicarte
y
hablar
contigo
mismo.
Todo
lo
que
pasa
por
tu
cabeza,
absolutamente
todo,
acaba
desembocando
en
una
emoción,
y
si
esa
emoción
es
extrema
o
perdura
en
el
tiempo,
estás
comprando
todas
las
papeletas
para
sentir
la
necesidad
incontrolable
de
darte
un
paseo
hasta
la
cocina,
abrir
la
nevera
y
comerte
una
tableta
entera
de
chocolate.
Después
de
todo
el
viaje
que
hemos
hecho
juntos
hasta
ahora,
te
será
fácil
comprender
que
tu
primer
foco
de
atención
para
redirigir
tus
pensamientos
automáticos
van
a
ser
los
patrones
mentales
que
creaste
durante
tu
infancia.
En
segundo
lugar,
vas
a
tener
que
hacer
algunos
cambios
en
tu
conducta
para
lidiar
con
tu
propia
cultura
y
todas
las
creencias
y
tradiciones
que
te
empujan
a
comer
impulsivamente.
Y
por
último,
deberás
hacer
frente
a
toda
esa
infoxicación
que
te
asalta
sin
cesar.
Al
igual
que
tomas
las
riendas
de
tu
"vida
física"
al
escoger
qué
comer,
cómo
comerlo
y
qué
estilo
de
vida
complementa
esa
125
relación
material
con
la
comida,
ha
llegado
el
momento
de
coger
el
timón
de
tu
"vida
mental",
conocer
y
aceptar
tus
emociones,
para
más
tarde
darles
coherencia
con
tus
acciones,
y
replantearte
tu
forma
de
pensar
para
garantizar
que
la
mayoría
de
ellos
fluirán
con
tus
instintos
y
tu
necesidad
de
comer
impulsivamente.
126
CUARTA
PARTE
COMER
CONSCIENTEMENTE
¿No
te
has
dado
cuenta
todavía?
En
el
fondo,
tanto
a
nivel
corporal
como
mental,
todo
lo
que
hemos
visto
hasta
ahora,
especialmente
en
el
momento
de
afrontar
nuestras
comidas
impulsivas
y
emocionales,
implica
en
mayor
o
menor
medida
un
estado
de
conciencia.
Cuando
comes
conscientemente,
no
comes
impulsivamente.
¿Qué
es
la
conciencia?
¿Cómo
se
alcanza?
¿Qué
tiene
que
ver
con
la
atención,
la
voluntad
y
la
comida?
Ha
llegado
la
hora
de
comer
conscientemente.
25
LA
CONCIENCIA,
¿EL
ÚLTIMO
LOGRO
EVOLUTIVO?
Estamos
llegando
al
final
de
este
viaje
a
través
de
la
historia
y
la
evolución
que
nos
ha
servido
para
comprender
de
dónde
viene
nuestra
necesidad
innata
por
comer
impulsivamente
y
descubrir
qué
podemos
hacer
para
sanear
nuestra
relación
con
la
comida
y
empezar
a
comer
conscientemente.
Sobre
todo
durante
los
últimos
milenios,
y
más
en
los
últimos
dos
o
tres
siglos,
la
propia
humanidad
ha
provocado
tantos
cambios
en
cómo
funciona
nuestro
planeta
globalmente,
sobre
todo
a
raíz
de
lo
que
se
conoce
como
dominio
ecológico
y
las
tres
grandes
revoluciones
tecnológicas
–la
agricultura,
la
revolución
industrial
y
la
revolución
digital–,
que
todos
los
mecanismos
que
se
fraguaron
anteriormente
de
forma
espon-‐
tánea
y
natural
para
interactuar
con
nuestro
medio
ambiente,
desde
los
instintos
más
primitivos
hasta
los
patrones
mentales
más
modernos,
ya
no
sirven.
Es
algo
indiscutible.
El
medio
ya
no
nos
domina,
sino
que
nosotros
dominamos
el
medio.
Nuestros
instintos
nos
empujan
a
comer
impulsivamente
al
creer
que
el
medio
es
hostil
e
incierto,
cuando
ya
no
lo
es.
Nuestros
patrones
mentales
que
un
día
creamos
para
prever
la
escasez
o
el
peligro
y
así
despertar
nuestros
instintos
y
comer
impulsivamente
como
medida
de
prevención
tampoco
tienen
sentido
alguno.
Esas
herramientas
que
se
han
creado
a
través
de
los
tiempos
para
sobrevivir
ya
no
son
útiles.
Ya
no
necesi-‐
tamos
comer
impulsivamente
–ni
vivir
impulsivamente.
Nos
guste
o
no,
se
considere
más
o
menos
adecuado
–ése
es
otro
debate–,
nosotros
controlamos
el
ciclo
vital
del
resto
de
seres
vivos,
tanto
plantas
como
animales.
Ya
no
hay
ciclos
naturales.
La
comida
abunda
y
está
disponible
durante
todo
el
año.
Ahora
nosotros
somos
los
gestores
de
la
naturaleza.
Los
meca-‐
nismos
que
un
día
creamos
para
sobrevivir
y
convivir
en
ese
sistema
ya
no
nos
sirven.
¿Por
qué?
Sencillamente,
porque
el
propio
sistema
ha
cambiado.
Necesitamos
una
nueva
herramienta.
Esa
nueva
herramienta
se
llama
conciencia
–o
consciencia,
como
prefieras–,
y
no
es
algo
que
se
haya
inventado
a
propósito
el
hombre,
sino
que
también
emergió
evolutiva-‐
mente
hace
mucho
tiempo.
De
hecho,
otros
animales
también
tienen
conciencia,
aunque,
que
sepamos,
no
tan
desarrollada
como
la
nuestra.
Lo
que
sí
sabemos
es
que,
dadas
estas
nuevas
condiciones,
no
podemos
seguir
comiendo
impulsivamente.
No
podemos
lanzarnos
sobre
la
comida
como
si
fuéramos
animales
nada
más
la
vemos,
olemos
o
intuimos,
como
si
ésa
fuera
la
última
oportunidad
que
tendremos
para
comer.
No
podemos
vivir
con
un
sentimiento
incesante
de
miedo
o
peligro
que
active
todas
nuestras
alarmas
haciéndonos
creer
que
luchamos
o
huimos
constantemente
y
nos
impulse
a
abastecernos
del
máximo
de
energía
posible
y
a
buscar
placeres
inmediatos.
130
No
podemos
comer
y
vivir
impulsivamente,
inconsciente-‐
mente,
en
un
momento
que
no
es
el
aquí
y
el
ahora,
separando
nuestro
cuerpo
de
nuestra
mente.
Tal
vez
durante
un
tiempo,
mucho
tiempo,
tuvo
sentido.
Hoy
ya
no.
¿Será
la
conciencia
plena,
la
unión
entre
cuerpo
y
mente,
esa
nueva
herramienta
evolutiva?
Yo
estoy
convencido
de
que
así
es.
De
hecho,
es
la
herramienta
definitiva
para
comer
conscientemente.
131
26
LA
UNIÓN
CONSCIENTE
DE
CUERPO
Y
MENTE
Hasta
ahora
hemos
analizado
lo
que
pasa
en
nuestro
cuerpo
y
nuestra
mente
por
separado.
O
más
o
menos…
De
hecho,
si
te
has
dado
cuenta,
a
pesar
de
intentar
dividir
al
hombre
en
estas
dos
partes,
en
muchas
ocasiones
no
lo
he
conseguido.
Al
hablar
de
los
impulsos
corporales,
fisiológicos,
a
menudo
relacionaba
cuerpo
y
mente,
sobre
todo
en
lo
que
se
refiere
a
nuestro
apego
por
la
palatabilidad
de
los
alimentos.
Al
fin
y
al
cabo
lo
que
ocurre
en
la
mente
también
puede
explicarse
fisiológicamente
–aunque
todavía
quede
mucho
por
descubrir
en
este
sentido.
Y
al
hablar
de
las
reacciones
emocionales
tampoco
podía
evitar
relacionarlas
con
nuestros
impulsos
corporales.
En
realidad,
ahora
ya
sabes
que
éstos
son
meras
consecuencias
de
nuestro
estado
mental,
de
nuestros
pensamientos
y
emociones.
Si
queremos
comprender
definitivamente
nuestros
impulsos
al
comer,
no
tendremos
más
remedio
que
aceptar
lo
inevitable.
Cuerpo
y
mente
son
inseparables.
Cuando
somos,
somos
ambas
cosas.
Y
no
por
separado,
sino
unidas.
Mi
ser
no
es
cuerpo
y
mente.
Mi
ser
es
cuerpomente
–sé
que
puede
sonar
místico,
ya
te
lo
había
dicho
en
la
introducción,
pero
de
verdad
que
no
tiene
nada
que
ver
con
eso.
Todos
los
procesos
que
hemos
visto,
tanto
mentales
como
corporales
–algunos
preferirán
psicológicos
y
fisiológicos–,
no
son
independientes.
Son
interdependientes.
Y
no
ocurren
en
cadena,
uno
detrás
del
otro,
sino
que
se
combinan
y
suceden
simultánea
y
sinérgicamente.
Ahora
ya
sabes
que
seguir
comportándote
impulsivamente
no
es
práctico,
útil,
teniendo
en
cuenta
el
contexto
externo
actual.
Tu
vida
necesita
esa
nueva
herramienta,
la
conciencia.
Y
la
conciencia,
que
significa
"saber",
pasa
primeramente
por
la
comprensión
de
que
cuerpo
y
mente
son
una
sola
entidad,
el
cuerpomente
–algunos
lo
llaman
espíritu.
Además,
la
conciencia
plena,
un
estado
de
sabiduría
absoluta,
sólo
puede
ocurrir
en
un
momento
muy
concreto.
De
hecho,
es
el
único
momento
temporal
y
espacial
que
existe,
el
presente,
aquí
y
ahora.
Aquí,
el
espacio,
está
en
nuestro
cuerpo.
Ahora,
el
tiempo,
está
en
nuestra
mente.
Aquí
y
ahora
se
unen
en
cuerpo
y
mente.
Aquí
y
ahora
el
cuerpomente
eres
tú
y
tú
eres
el
cuerpomente.
Eres
y
estás
en
el
mismo
lugar
al
mismo
tiempo.
Eso
es
la
conciencia
plena.
Nadie
niega
las
entidades
de
cuerpo
y
mente.
Está
claro
que
no
podemos
olvidar
la
historia
que
nos
precede.
Tenemos
un
cuerpo
que
espera
unos
estímulos
para
poner
en
marcha
sus
respuestas.
Por
eso
no
tenemos
por
qué
dejar
de
lado
nuestras
sensaciones
de
placer,
saciedad,
dolor
o
hambre.
De
ahí
que
la
primera
parte
del
libro
la
haya
dedicado
a
mostrarte
cómo
regular
el
equilibrio
corporal.
Y
por
eso
necesitamos
seguir
respirando,
comiendo,
durmiendo,
moviéndonos,
etc.
134
También
tenemos
una
mente
que,
en
gran
parte,
funciona
gracias
a
nuestros
pensamientos
y
emociones,
a
quienes
debes
escuchar
de
vez
en
cuando,
así
como
sus
miedos,
deseos,
opiniones,
juicios…
Por
eso
te
recomendaba
en
la
segunda
parte
del
libro
cuidar
a
tus
pensamientos
y
emociones
como
se
merecen.
No
rechaces
lo
que
venga
de
tu
mente.
Escúchalo,
acéptalo,
toma
lo
que
te
sea
realmente
útil
y
el
resto
déjalo
marchar.
En
fin,
parte
de
esa
conciencia
cuerpomente
implica
comprender
que
cuerpo
y
mente
tienen
unas
necesidades
reales
de
saciedad,
de
plenitud,
y
que
no
tenemos
por
qué
negarlas.
Precisamente
será
la
conciencia
plena
la
que
nos
permitirá
mantener
siempre
la
serenidad
y
elocuencia.
Por
un
lado,
sabes
que
esas
necesidades
son
inconscientes.
Y
por
el
otro,
sabes
que
nuestro
entorno
también
lo
es,
sustentado
por
la
inconciencia
colectiva
que
despertará
nuestros
instintos
corporales
y
patrones
mentales
impulsivos.
Por
tanto,
la
conciencia
plena
es
un
estado
de
atención
y
sabiduría
absoluta
que
conoce,
comprende
y
acepta
todo
lo
que
está
a
nuestro
alcance,
y
conoce,
acepta
y
deja
fluir
todo
lo
que
no
está
a
nuestro
alcance.
Ahora
que
conoces
y
comprendes
la
unión
inseparable
cuerpomente,
veamos
cómo
llegar
hasta
ella.
135
27
LA
CONFUSIÓN
ENTRE
PLACER
Y
BIENESTAR
A
lo
largo
del
libro
hemos
descubierto
que
todos
los
seres
humanos,
en
lo
más
profundo
de
nuestro
ser,
por
muy
diferentes
que
seamos
aparentemente
los
unos
de
los
otros,
queremos
lo
mismo:
sentirnos
bien.
Curiosamente
ésta
es
una
de
las
pocas
ideas
que
unen
a
ciencia
y
espiritualidad,
cuando
los
primeros
definen
la
felicidad
como
la
ausencia
del
miedo
y
los
segundos
como
la
ausencia
del
sufrimiento.
Lógicamente,
miedo
y
sufrimiento
son
lo
mismo.
En
un
principio,
quien
mejor
podía
aconsejarnos
sobre
lo
que
nos
aproximaría
más
a
ese
estado
de
felicidad
era
la
sensación
de
placer,
una
sensación
que
desarrollamos
básicamente
para
saber
cuando
algo
nos
era
beneficioso
y
cuando
nos
era
perjudicial
–en
contraposición
al
dolor.
Como
vimos
en
el
capítulo
acerca
de
la
cultura
de
la
insatis-‐
facción
y
la
búsqueda
constante
de
placer,
uno
de
los
proble-‐
mas
más
importantes
a
los
que
nos
enfrentamos
es
que,
al
contrario
de
lo
que
sucedía
hace
cientos
de
miles
de
años,
el
placer
está
a
nuestro
alcance
en
cualquier
momento
y
lugar
de
manera
inmediata,
sobre
todo
en
forma
de
comida,
pero
también
en
forma
de
sexo,
droga
o
entretenimiento.
La
cuestión
es:
¿puede
seguir
siendo
la
sensación
de
placer,
un
instinto
primitivo,
nuestro
guía
hacia
el
bienestar?
Porque
hasta
hace
poco
tiempo,
evolutivamente
hablando,
el
placer
podía
conseguirse
con
cuentagotas.
Podríamos
decir
que
la
propia
naturaleza
nos
ofrecía
la
dosis
justa
de
placer
necesaria
para
que
siguiéramos
evolucionando
y
adaptán-‐
donos,
pero
sin
llegar
a
empacharnos
de
placer.
El
placer,
que
forma
parte
únicamente
de
nuestro
mundo
físico,
material,
funciona
como
una
droga.
Nos
estimula
por
contraste,
por
dualidad.
Es
decir,
el
placer
surte
efecto
cuando
venimos
de
un
estado
doloroso
o
neutro.
Si
nuestro
estado
actual
es
placentero,
un
placer
semejante
al
que
estamos
experimentando
no
nos
va
a
estimular.
Necesitaremos
un
placer
todavía
más
intenso
para
sentir
de
nuevo
el
placer.
De
ese
modo,
acostumbrados
a
vivir
placenteramente,
siempre
queremos
conseguir
algo
que
todavía
nos
evoque
más
placer.
Es
así
como
funcionamos
en
nuestro
"mundo
exterior",
donde
la
felicidad
superficial
se
basa
en
la
consecución
de
placeres
materiales,
físicos.
Cada
vez
necesitamos
casas
más
grandes,
coches
más
potentes,
actividades
de
ocio
y
entretenimiento
cada
vez
más
estrambóticas
y,
finalmente,
comida
cada
vez
más
sabrosa,
más
palatable.
Somos
adictos
al
placer…
Ante
esta
situación
nos
encontramos
con
tres
problemas.
El
primero,
que
el
placer
pertenece
al
mundo
físico,
material,
donde
todo
tiene
un
límite,
ya
que
la
materia
es
finita,
y
la
capacidad
material
del
cuerpo
también.
No
tenemos
la
138
posibilidad
ni
de
conseguir
placeres
cada
vez
más
intensos,
ni
de
asimilarlos.
El
segundo,
que
la
posibilidad
de
placer,
como
tantas
otras
cosas,
ya
no
las
gestiona
alguien
externo
a
nosotros,
como
ha
sido
hasta
hace
muy
poco
la
naturaleza,
sino
nosotros
mismos.
La
conciencia
y
la
responsabilidad
individual
–y
de
rebote
colectiva–
van
a
ser
cruciales.
Y
el
tercero,
que
el
placer
ya
no
puede
conducirnos
hacia
el
bienestar
pleno.
Puede
regalarnos
momentos
de
alegría
y
disfrute,
cosas
muy
distintas
a
la
paz
interior.
Pero
este
estado
no
es
el
placer
constante.
Hemos
confundido
placer
con
bienestar.
En
realidad,
el
bienestar
no
es
ni
siquiera
una
emoción.
Como
decía,
uno
puede
estar
emocionalmente
alegre,
contento
o
incluso
eufórico,
y
no
sentirse
bien.
El
bienestar,
la
paz
interior,
no
es
eso.
El
bienestar
es
una
actitud,
una
iniciativa,
una
elección,
y
a
la
vez
una
consecuencia
de
una
forma
de
vida
consciente.
Por
eso
uno
puede
estar
triste
y
en
paz
consigo
mismo.
O
tener
miedo
y
mantener
la
calma.
O
sentirse
iracundo
y
dejarlo
pasar.
Porque
las
emociones,
bajo
la
influencia
del
espacio
y
el
tiempo,
al
igual
que
las
sensaciones,
también
son
efímeras,
vienen
y
se
van,
son
impermanentes.
Es
muy
importante
ser
consciente
de
este
aspecto
y
tenerlo
siempre
presente.
La
alegría,
la
tristeza,
el
miedo,
la
euforia,
la
ira…
pasarán.
139
En
cambio,
la
elección
de
conciencia,
a
pesar
de
sufrir
pequeños
altibajos
por
esos
impulsos
instintivos
y
emocio-‐
nales
que
deberíamos
aceptar,
puede
mantenerse
constante,
equilibrada.
Como
sugiere
Matthieu
Ricard,
declarado
el
hombre
más
feliz
del
mundo
según
la
universidad
de
Wisconsin
a
raíz
de
un
estudio
realizado
sobre
su
cerebro,
el
bienestar
interior
es
como
un
estanque
en
calma.
Puede
que
una
brisa
o
un
animal
perturben
la
quietud
superficial
del
agua,
que
no
tardará
en
volver
a
un
estado
de
reposo
total.
Sea
como
sea,
mientras
tanto,
el
fondo
y
la
mayoría
del
volumen
total
del
agua
que
contiene
el
estanque
seguirán
intactos,
inamovibles,
en
paz.
Ahora
la
elección
es
tuya.
Ya
no
tienes
excusas.
Sabes
por
qué
tus
instintos
te
empujan
a
comer
impulsiva-‐
mente
y
sabes
por
qué
tus
pensamientos
y
emociones
des-‐
piertan
esos
instintos
para
que
comas
impulsivamente.
También
sabes
que
instintos,
pensamientos
y
emociones
inconscientes
son
herramientas
que
en
cierto
entorno
tuvieron
sentido,
pero
que
hoy
ya
poco
servicio
pueden
ofrecerte,
al
menos
como
guías
absolutos
de
tu
vida.
Y
definitivamente
sabes
que
basar
tu
bienestar
en
los
placeres
terrenales,
materiales,
y
en
las
emociones
que
evocan
te
lo
va
a
poner
muy
difícil
para
dejar
de
comer
impulsivamente.
Sólo
te
falta
por
saber
una
cosa...
140
28
POR
QUÉ
COMES
IMPULSIVAMENTE
EL
FINAL
Ya
no
va
a
haber
más
teoría.
Sólo
nos
queda
este
último
apunte
y
algunas
practicas
más
que
te
ayudarán,
definitivamente,
a
llevarte
mejor
con
tus
ansias
de
comer.
Siempre
he
creído
que
la
vida
nos
habla,
nos
dice
cosas.
Nosotros
podemos
hacer
oídos
sordos,
o
ni
tan
solo
escuchar,
gracias
a
nuestro
estado
permanente
de
inconciencia.
Pero
otras
veces
podemos
parar
y
escuchar
un
momento
para
intentar
descubrir
qué
nos
está
diciendo.
La
vida
nos
dice
cosas
cuando
comemos
impulsivamente.
Cuando
lo
hacemos
solemos
venir
de
un
estado
de
ansiedad,
para
dar
paso
a
otro
de
descontrol.
El
impulso
descontrolado
nos
empuja
a
buscar
y
disfrutar
de
un
placer
intenso
e
inmediato
que
posteriormente
da
pie
a
cierta
sensación
de
calma
y
control.
Cuando
cesan
los
efectos
calmantes
del
placer,
la
serenidad
no
tarda
en
desaparecer
y
el
círculo
vicioso
de
los
dúos
ansiedad-‐calma
y
control-‐descontrol
vuelve
a
ponerse
en
funcionamiento.
¿Qué
nos
está
diciendo
la
vida?
Si
observamos
todo
ese
proceso
paso
a
paso,
veremos
que
nuestra
vida
es
una
verda-‐
dera
montaña
rusa
de
pensamientos,
emociones,
sensaciones
e
impulsos.
No
hay
equilibrio
ni
coherencia.
Esto
no
tiene
por
qué
representar
algo
negativo
–de
hecho,
así
ha
sido
la
vida
del
hombre
durante
casi
toda
su
historia–,
si
no
fuera
por
el
resultado
final
del
asunto.
Y
es
que
visto
desde
una
perspectiva
más
global,
los
sentimientos
y
el
estado
que
sustenta
esta
montaña
rusa
son
el
descontento,
la
insatisfacción,
la
ansiedad,
la
tristeza,
el
odio,
el
rencor,
el
miedo
y
el
sufrimiento.
¿Qué
está
intentando
nuestro
ser
cuando
nos
empuja,
sea
por
el
motivo
que
sea,
a
comer
impulsivamente?
Muchos
piensan
que
intenta
evadirse,
escapar,
desconectar,
salir
del
círculo
vicioso.
Yo
me
pregunto:
¿cómo
va
a
salir
del
círculo
vicioso
repitiendo
uno
de
los
pasos
que
forman
el
círculo
vicioso?
Nuestro
ser
no
quiere
escapar
de
ningún
sitio,
ni
desconectar.
Al
contrario,
quiere
conectar.
¿De
veras
no
te
has
dado
cuenta
de
lo
que
buscas
cuando
comes
impulsivamente?
Cuando
comes
gobernado
por
impulsos
emocionales
estás
haciendo
todo
lo
que
está
en
tus
manos
para
vivir
el
presente,
para
unir
cuerpo
y
mente,
para
experimentar
el
cuerpomente.
Estás
cansado
de
que
tu
cuerpo
esté
aquí
y
ahora
–de
momento
no
puede
estar
en
otro
sitio–
mientras
tu
mente
está
allí
y
en
otro
momento
del
tiempo,
ya
sea
del
pasado
o
del
futuro,
en
sus
melancolías
o
sus
expectativas,
en
lo
que
debería
haber
sido
o
lo
que
deberá
ser.
Cuando
esta
situación
perma-‐
nece
así
durante
mucho
tiempo,
tu
cuerpomente
no
tiene
más
remedio
que
llamar
tu
atención,
cueste
lo
que
cueste.
Cuerpo
y
142
mente
se
atraen
como
un
imán
y
se
ponen
de
acuerdo
para
centrarse
en
un
único
objetivo,
concentrar
toda
tu
atención
para
terminar
siendo
el
cuerpomente,
para
hacer
algo
juntos
realmente,
algo
así
como
comer
impulsivamente.
De
hecho,
cuando
comes
impulsivamente
es
uno
de
los
pocos
momentos
del
día
en
que
vives
aquí
y
ahora,
aunque
sea
por
unas
milésimas
de
segundo.
Tu
mente
no
está
pendiente
de
nada
más
que
de
la
comida
durante
ese
instante.
Todos
los
pensa-‐
mientos
y
emociones
se
silencian
momentáneamente.
Y
tu
cuerpo
tampoco
está
pendiente
de
nada
más
que
de
la
comida.
Todas
tus
sensaciones
e
instintos
están
atentos
a
los
sabores,
texturas,
olores,
etc.
¿Lo
ves?
Tu
cuerpo
y
tu
mente
están
desesperados
por
unirse,
por
ser
uno.
Lástima
que
no
te
des
cuenta,
que
sea
inconscientemente,
y
que
dure
un
instante
tan
breve.
Por
lo
tanto,
el
motivo
original
y
final
al
mismo
tiempo
de
todo
este
jaleo
de
la
impulsividad
al
comer
es
la
discordancia
en
el
espacio
y
el
tiempo
que
sufren
tu
cuerpo
y
tu
mente.
Insisto,
mientras
tu
cuerpo
está
aquí
y
ahora
porque
no
tiene
más
remedio
que
estar
aquí
y
ahora,
tu
mente
está
en
otro
lugar,
vete
tú
a
saber
dónde,
y
en
otro
momento
del
tiempo
pasado
o
futuro,
deambulando
entre
tus
preocupaciones,
miedos,
sueños,
imaginaciones,
etc.
Sufriendo.
Ya
hemos
visto
que
puedes
hacer
un
montón
de
cosas
para
mantener
calmados
a
tu
cuerpo
y
a
tu
mente
por
separado.
Puedes
darle
al
cuerpo
alimentos
que
le
sacian
y
le
evocan
cierto
placer.
Y
puedes
reeducar
y
modificar
tus
patrones
racionales
y
emocionales.
Por
separado
siguen
existiendo
y
vas
a
tener
que
seguir
mimándoles;
ya
lo
hemos
discutido.
143
Pero
si
definitivamente
quieres
dejar
de
comer
impulsiva-‐
mente
créeme,
por
experiencia
y
conocimiento,
que
no
vas
a
tener
más
remedio
que
unirlos
a
menudo,
que
experimentar
el
cuerpomente,
que
ser.
Para
conseguirlo,
el
primer
paso
será
profundizar
en
la
comprensión
de
que
tu
cuerpo
y
tu
mente
son
tus
herra-‐
mientas.
Tu
cuerpo
te
permite
interactuar
con
el
medio,
relacionarte
con
los
demás,
comunicarte,
moverte,
etc.,
pero
tú
no
eres
tu
cuerpo;
no
te
identifiques
con
él.
Y
tu
mente
te
permite
interpretar,
sentir
y
moldear
la
realidad
que
percibes
a
través
de
tu
cuerpo,
pero
tú
no
eres
tu
mente;
no
te
identifiques
con
ella.
Porque
hasta
ahora
yo
diría
que
más
bien
ha
sucedido
al
contrario.
Tú
has
sido
la
herramienta
de
tu
cuerpo
y,
sobre
todo,
de
tu
mente.
Has
hecho
siempre
lo
que
ellos
han
querido,
lo
que
te
han
ordenado
hacer
a
través
de
sus
impulsos,
emociones
y
pensamientos
inconscientes.
Has
sido
un
esclavo.
Éste
es
el
resultado
de
la
inconsciencia.
Si
analizas
la
discordancia
entre
tu
cuerpo
y
tu
mente,
verás
que
con
tu
cuerpo
poco
puedes
hacer.
Él
representa
el
espacio
y
no
puede
concebirse
en
otro
lugar
que
el
aquí
y
en
otro
momento
que
el
ahora.
Es
tu
mente
la
que
tiene
la
capacidad
de
estar
en
los
dos
estados,
aquí
y
ahora
o
allí
y
no
sabes
cuándo.
Por
lo
tanto,
en
la
búsqueda
de
la
conciencia
plena,
tu
trabajo
va
a
centrarse
en
la
relación
tu
mente,
desarrollando
estrate-‐
gias
para
atraerla
de
nuevo
al
presente
y
mantenerla
aquí.
Ten
en
cuenta
que
a
ella
le
encanta
tomar
el
mando
y
marcharse
al
pasado
o
al
futuro
y
a
otros
lugares,
ya
que
se
desarrolló
como
144
nunca
antes
otra
mente
había
evolucionado
para
tener
una
capacidad
de
memorizar,
aprender
y
predecir
increíbles.
Que
la
mente
sea
capaz
de
apartarse
del
presente
no
es
el
problema;
es
un
privilegio.
El
problema
es
que
siempre
está
lejos
del
presente. Y
tú
lo
sabes.
Estés
donde
estés,
¿en
qué
sueles
pensar?
¿En
la
conversación
que
supuestamente
tendrás
mañana
con
tu
jefe
–y
que
estás
reproduciendo
mentalmente
con
todo
tipo
de
detalles?
¿En
lo
que
vas
a
preparar
para
cenar
esta
noche?
¿En
aquella
vez,
cuando
tenías
quince
años,
que
rompiste
el
jarrón
favorito
de
tu
madre?
¿En
lo
chulo
que
sería
ir
de
vacaciones
a
Hawai?
¿En
lo
injusta
que
es
la
vida
porque
"no
puedes"
cambiar
de
trabajo?
Y
dejo
de
poner
ejemplos
porque
sabes
perfecta-‐
mente
que
muchas
veces
tus
imaginaciones
se
alejan
tanto
de
la
realidad
y
son
tan
estrambóticas
y
retorcidas
que
intentar
adivinar
ejemplos
más
complejos
es
imposible.
Te
pasas
el
día
pensando,
esclavo
de
tu
mente,
en
cosas
que
pasaron,
que
pasarán,
que
no
sabes
si
pasarán,
que
te
gustaría
que
pasaran…
En
cualquier
cosa
menos
en
lo
que
te
está
ocurriendo
justo
en
este
instante,
aquí
y
ahora.
La
última
pregunta
clave
de
esta
parte
y,
probablemente,
de
este
libro
es
la
siguiente:
¿qué
hace
que
tu
mente
nunca
esté
presente?
¿Qué
la
empuja
a
estar
continuamente
divagando
en
momentos
del
tiempo
y
lugares
imaginarios,
que
en
tu
realidad
sensorial
no
existen?
Ya
hemos
visto
la
respuesta
a
esta
pregunta
en
más
de
una
ocasión.
145
Estás
muerto
de
miedo.
Sufres.
Permaneces
todo
el
día
padeciendo
por
lo
que
pasó
o
lo
que
pasará,
por
lo
que
tendrás
o
lo
que
dejarás
de
tener.
Tu
inconsciencia
no
es
más
que
el
reflejo
de
un
sufrimiento
ocasionado
por
la
duda,
la
incertidumbre,
la
insatisfacción,
la
impotencia
ante
el
intento
de
control
total
de
la
situación.
Y
es
entonces
cuando
tu
mente
se
pierde
en
el
futuro
y
en
el
pasado.
En
el
futuro
imaginando
mil
y
una
situaciones
irreales,
todas
las
posibles,
incluso
las
más
inverosímiles,
tratando
de
obtener
respuesta
a
todas
ellas,
aún
cuando
lo
más
probable
es
que
la
gran
mayoría
de
estas
situaciones
hipotéticas
jamás
sucedan.
Y
en
el
pasado
tratando
de
averiguar
por
qué
te
ocurrió
lo
que
fuera,
o
por
qué
salió
mal
tal
o
cual
cosa,
cuando
ese
pasado
es
absolutamente
invariable.
No
sé
cómo
lo
ves,
pero
yo
creo
que
ha
quedado
bastante
claro
que
cualquier
intento
de
dejar
de
comer
impulsivamente,
un
reflejo
de
que
algo
no
va
bien,
ya
lo
llames
sufrimiento
o
infelicidad,
pasa
por
reunir
cuerpo
y
mente,
ser
plenamente
consciente
y
vivir
en
paz
el
momento
presente,
aquí
y
ahora.
Para
lograrlo,
primero
voy
a
compartir
algunas
comprensiones
previas,
probablemente
contrarias
a
muchas
de
las
creencias
y
patrones
mentales
que
se
han
adueñado
de
ti.
Después
veremos
algunas
estrategias
más
directas
para
desarrollar
tu
atención
y
conciencia
plena.
146
29
COMPRENSIONES
PARA
COMER
CONSCIENTEMENTE
Las
comprensiones
conscientes,
en
realidad,
no
son
más
que
reflexiones
que
rompen
con
la
mayoría
de
creencias
de
nuestra
cultura
y
los
patrones
mentales
más
comunes
que
me
he
ido
encontrando,
tanto
en
mi
vida
como
en
el
tratamiento
de
algunos
clientes
y
amigos.
Su
servicio
es
de
recordatorio,
una
forma
de
plasmar
física-‐
mente
pensamientos
que
pueden
usarse
para
calmar
la
mente
en
momentos
de
duda,
angustia,
desesperación,
resignación,
intranquilidad
o
miedo.
Podría
decirse
que
son
una
especie
de
preceptos,
instrucciones
que
te
pueden
servir
de
guía
hacia
la
conciencia
plena.
Están
escritos
en
primera
persona.
De
hecho,
te
recomiendo
crear
tus
propias
comprensiones
conscientes.
No
existe
otro
momento
que
el
presente
El
pasado
real
es
invariable
y
el
pasado
mental,
el
que
tengo
en
mi
mente,
es
una
interpretación
subjetiva
y
distorsionada
del
pasado
real.
No
hay
nada
que
hacer
con
él
y
no
debo
confiar
en
la
mala
memoria
de
mi
mente.
El
futuro
real
es
impredecible
y
el
futuro
mental,
el
que
imagino,
es
una
ilusión.
No
hay
nada
que
hacer
con
él
y
no
debo
aferrarme
a
los
sueños,
esperanzas,
ilusiones,
proyectos,
ideales,
fantasías
y
visiones
que
llenan
mi
mente.
Me
sirven
como
dirección,
como
rumbo,
pero
sin
perder
la
conciencia
de
que
son
irreales.
Sólo
existe
un
momento.
El
ahora.
El
presente.
Acepto
la
realidad
tal
y
como
es
La
realidad
es
inmensa,
mucho
más
que
mi
cuerpomente.
No
puedo
controlar
la
realidad
a
mi
antojo.
De
hecho,
no
quie-‐
ro
controlarla.
Es
algo
que
no
está
a
mi
alcance.
Sólo
puedo
fluir
con
mi
realidad,
la
que
yo
creo
en
mi
mente.
Todo
está
bien
tal
y
como
está,
a
pesar
del
sufrimiento
o
la
dicha,
de
las
penas
o
las
alegrías.
Todo
es
efímero,
pasajero.
Asumo
la
responsabilidad
en
la
realidad
que
me
corresponde,
pero
no
tengo
intención
de
cambiar
la
realidad
completa.
Acepto
la
realidad
tal
y
como
es.
Aquí
y
ahora
todo
es
perfecto
y
yo
soy
perfecto
Aquí
y
ahora
todo
es
perfecto.
Yo
también.
Desde
la
aceptación
de
la
realidad
presente,
comprendo
que
nada
puede
ser
distinto
a
como
ya
es.
148
La
crítica
y
la
autocrítica
alimentan
constantemente
el
descon-‐
tento,
la
no-‐aceptación.
Sin
embargo,
el
presente
no
puede
ser
ni
mejor
ni
peor.
Tal
vez
en
otro
momento
u
otro
lugar
sí,
pero
aquí
y
ahora
no
es
posible.
De
hecho,
si
pudiera
ser
de
otra
manera,
lo
sería.
Por
tanto,
todo
es
perfecto
tal
y
como
es.
Yo
soy
perfecto
tal
y
como
soy.
La
vida
no
es
sufrimiento
La
vida
no
es
sufrimiento,
ni
una
lucha
o
una
batalla.
Sin
embargo,
la
vida
conlleva
dolor,
y
a
veces
sufrimiento.
Lo
acepto.
Aún
aceptándolo,
y
sin
rechazarlo,
me
aproximo
a
la
paz.
No
me
centro
en
el
sufrimiento;
me
centro
en
la
paz.
La
vida
a
veces
es
sufrimiento.
La
vida
consciente
es
paz.
Abrazo
la
soledad
Desde
la
conciencia
plena,
abrazo
la
soledad
porque
sé
que,
a
pesar
de
encontrarme
solo,
no
estoy
solo.
En
la
conciencia
plena
ya
no
soy.
Pertenezco
a
algo
mucho
más
inmenso,
y
ya
no
me
siento
solo.
149
Si
no
soy,
no
estoy
solo.
Todo
es.
Perdón
absoluto
Todos
padecemos
sufrimiento
y
todos
nos
equivocamos
más
de
una
vez.
Cuanto
más
sufrimos,
mayor
es
el
error
y
más
daño
hacemos
a
nuestro
entorno
y
a
nosotros
mismos.
Perdono
a
todo
el
mundo
por
las
veces
que
me
han
hecho
daño,
por
sus
prejuicios
o
sus
opiniones
dañinas,
porque
sé
que
son
fruto
de
su
sufrimiento
y
de
su
miedo.
Y
me
perdono
a
mí
mismo,
porque
sé
que
las
veces
que
me
he
equivocado
y
he
hecho
daño,
a
otros
y
a
mí
mismo,
ha
sido
fruto
de
mi
sufrimiento
y
de
mi
miedo.
Desde
la
conciencia
plena,
perdono
absolutamente.
Centrarse
en
lo
positivo
Mi
mente,
mis
pensamientos
y
mis
emociones
son
un
reflejo
de
mi
atención.
Lo
que
mi
atención
capte
es
lo
que
recibiré.
Acepto
la
realidad,
sea
positiva
o
negativa,
al
mismo
tiempo
que
me
centro
en
lo
positivo.
La
responsabilidad
de
crear
mi
realidad
mental
es
sólo
mía.
Elijo
centrarme
en
lo
positivo,
y
mi
realidad
será
positiva.
150
QUINTA
PARTE
Así
que,
como
último
consejo
sólo
puedo
decirte
que
no
intentes
aplicarlo
todo
de
golpe
o
puede
que,
una
vez
más,
fracases.
Tu
voluntad
y
conciencia
son
limitadas,
y
los
impulsos
emocionales
pesan
mucho.
No
busques
forzar,
sino
fluir.
152
30
IDEAS
PARA
RECONCILIARTE
CON
TUS
IMPULSOS
Por
enésima
vez…
Ahora
ya
comprendes
las
razones
fisioló-‐
gicas
que
te
empujan
a
comer
impulsivamente.
El
mundo
para
el
que
tu
cuerpo
ha
evolucionado
y
tu
mundo
real
no
se
parecen
en
nada.
Aquí
tu
cuerpo
no
sabe
reaccionar,
respon-‐
der,
comportarse
con
naturalidad.
No
puedes
seguir
confiando
en
los
automatismos
que
la
evolución
ha
implantado
en
tu
cerebro.
Vas
a
tener
que
tomar
las
riendas
desde
diferentes
ámbitos,
tanto
física
como
mentalmente.
Físicamente
es
poco
probable
que
consigas
darle
a
tu
cuerpo
un
entorno
igual
al
que
él
espera
encontrar,
a
no
ser
que
decidas
mudarte
a
la
sabana
y
convertirte
en
un
cazador-‐
recolector
nómada.
En
mi
opinión
eso
sería
dar
un
paso
atrás,
cuando
este
libro
y
la
conclusión
a
la
que
llegaremos
al
final
te
está
invitando
a
todo
lo
contrario,
a
dar
un
paso
hacia
adelante
definitivo,
incluso
a
nivel
evolutivo.
Sea
como
sea,
tú
mismo.
Todo
es
respetable.
Algo
que
abordaremos
en
otros
capítulos
del
libro
pero
que
empieza
a
ser
importante
a
la
hora
de
implementar
estas
ideas
de
reconciliación
es
que
comprendas
lo
siguiente.
Si
el
mundo
del
que
venimos
era
incierto
y
a
veces
hostil,
el
que
nos
rodea
no
se
queda
corto,
sobre
todo
en
lo
que
se
refiere
a
hostilidad.
Todo
lo
que
te
he
enseñado
sobre
saciedad
y
placer
no
es
ningún
secreto;
lo
saben
científicos,
médicos,
ingenieros,
publi-‐
cistas.
Entre
todos
ellos,
hay
unos
pocos
a
los
que
no
les
intere-‐
sa
mucho
que
todo
este
conocimiento
llegue
a
tus
manos,
o
al
menos
en
que
no
lo
encuentres
con
facilidad.
Piensa
que
toda
esta
información
acerca
de
la
saciedad
y
el
placer
es
la
que
ellos
usan
para
diseñar
los
productos
que
quieren
vender-‐
te.
Estás
rodeado
de
productos
que
no
te
sacian
y
que
a
la
vez
son
muy
atractivos.
No
es
que
estén
jugando
con
tus
emocio-‐
nes,
que
también
–ya
lo
veremos.
Es
algo
peor.
Están
jugando
con
tus
instintos.
De
momento
no
entraremos
en
el
tema,
pero
quería
mencio-‐
narlo
porque
seguramente
las
recomendaciones
que
voy
a
darte
te
van
a
costar
un
montón
aplicarlas
sin
saber
algunas
cositas
que
te
explicaré
más
adelante.
Así
que
de
momento
tómatelos
como
una
lista
de
consejos
a
seguir
un
tanto
a
ciegas,
a
palo
seco,
a
expensas
de
lo
que
te
queda
por
descubrir
acerca
de
cómo
dejar
de
comer
impulsivamente
a
otros
niveles.
Tómatelo
como
un
juego.
Como
puedes
comprender,
la
alimentación
que
lleves
será
tu
principal
arma
reguladora
de
la
saciedad.
Pero
tampoco
podrás
olvidarte
del
resto
de
hábitos
que
interfieren
en
tus
circuitos
del
apetito,
como
la
práctica
de
actividad
física,
la
exposición
a
la
luz
o
el
estrés.
El
objetivo
está
claro:
regular
e
incrementar
tu
sensación
de
saciedad
desde
todos
los
ángulos.
¿Cómo?
Por
un
lado,
eligiendo
los
alimentos
adecuados,
el
modo
de
prepararlos
y
el
modo
de
comerlos
para
facilitar
los
procesos
internos
que
te
hacen
sentir
saciado.
Y
por
otro
lado,
instaurando
ciertos
hábitos
en
torno
a
tu
estilo
de
vida
que
complementen
y
completen
los
cambios
que
hagas
en
tu
alimentación. ¿Estás
listo
para
empezar
a
poner
en
práctica
estas
ideas?
154
Aprende
a
jugar
con
el
factor
volumen
Aunque
parezca
una
perogrullada,
por
fin
has
comprendido
para
qué
tu
cuerpo
puede
informarte
sobre
lo
lleno
que
está
tu
estómago.
Otra
cosa
es
que
le
estés
haciendo
caso
o
no…
Así
que
lo
primero
que
debes
hacer
es
prestar
más
atención
a
las
sensaciones
físicas
de
tu
cuerpo.
Si
tu
cuerpo
ha
desarrollado
una
forma
de
advertirte
que
literalmente
no
cabe
más
comida
en
tu
aparato
digestivo,
¿no
crees
que
sería
más
sensato
prestar
atención
a
esas
sensa-‐
ciones
y
dejar
de
comer
cuando
sientes
el
estómago
hinchado?
Lo
sé.
Sé
que
es
complicado
y
que
muchas
a
veces,
a
pesar
de
darte
cuenta
de
esa
hinchazón,
hay
algo
en
ti
que
te
empuja
a
seguir
comiendo.
Pero
ahora
ya
sabes
qué
es
lo
que
está
pasando
y
que
probablemente
parte
de
tus
circuitos
de
saciedad
no
funcionan
correctamente.
Para
un
momento.
Respira.
Toma
conciencia
del
momento.
Escucha
tu
cuerpo
y
siente
cómo
tu
abdomen
te
dice
que
ya
no
puede
más,
que
está
lleno.
En
esa
misma
línea,
come
siempre
que
puedas
alimentos
que
sabes
que
van
a
llenar
más
tu
estómago.
Ya
que
eres
tú
quien
tiene
la
posibilidad
de
elegir
qué
vas
a
comer,
hazlo
con
"inteligencia
volumétrica".
Es
decir,
si
una
de
las
cosas
que
pretendes
es
aumentar
tus
sensaciones
de
saciedad,
escoge
siempre
alimentos
que
sabes
que
van
a
provocarte
más
saciedad.
155
Una
estrategia
a
seguir
es
comer
alimentos
que
contengan
fibra,
lo
que
aumentará
tu
"saciedad
mecánica".
Cuidado,
no
te
hinches
a
comer
fibra;
eso
también
podría
traerte
problemas
intestinales.
Pero
todo
aquello
que
comas
de
origen
vegetal,
cómelo
con
su
fibra.
Si
comes
cereales,
que
sean
enteros,
integrales.
Si
tomas
fruta,
tómala
entera.
No
te
hagas
zumos.
Además,
come
alimentos
ricos
en
proteínas
y
grasas.
Piensa
que
requieren
de
una
digestión
algo
más
lenta
en
el
estómago,
sobre
todo
las
proteínas,
por
lo
que
necesitan
pasar
bastante
tiempo
allí.
Eso
incrementará
el
"efecto
llenado"
y
facilitará
que
te
sientas
más
saciado.
Mastica,
mastica,
mastica…
Y
come
lento
Esto
es
algo
que
guarda
mucha
relación
con
los
consejos
anteriores.
Recuerda
que
cuanto
más
necesites
masticar
un
alimento
más
saciado
te
vas
a
sentir.
Si
comes
cosas
muy
fáciles
de
masticar,
no
activarás
tu
saciedad
mecánica
ni
hormonal.
La
primera
porque
la
musculatura
de
tu
boca
no
informará
acerca
de
su
trabajo
al
sistema
nervioso,
y
la
segunda
porque
al
comer
de
una
forma
tan
cómoda
la
comida
llegará
enseguida
a
tu
estómago,
mucho
más
rápido
de
lo
que
las
señales
hormonales
de
saciedad
son
capaces
de
advertir
al
hipotálamo.
Una
vez
más,
come
piezas
enteras
de
fruta
y
verdura
–comer
zanahoria
o
manzana
entera
es
un
buen
ejercicio.
No
apuestes
siempre
por
zumos
y
purés.
Si
comes
pan,
que
sea
integral
de
156
verdad,
negro,
que
tengas
que
masticar
un
buen
rato
antes
de
tragarlo.
De
todas
formas,
comas
cosas
más
o
menos
fáciles
de
masticar,
el
factor
clave
en
este
sentido
es
la
velocidad
a
la
que
comes.
Si
te
has
dado
cuenta
de
que
comes
demasiado
rápido,
a
pesar
de
elegir
los
alimentos
adecuados
en
relación
a
su
masticación,
al
igual
que
ahora
ya
sabes
centrar
tu
atención
en
el
volumen
de
tu
estómago,
llévala
también
a
lo
que
pasa
en
tu
boca.
El
comedor
impulsivo
suele
comer
demasiado
rápido
empu-‐
jado
por
ese
estado
de
urgencia
permanente,
y
la
única
forma
de
comer
más
rápido
es
masticando
menos.
¿Quieres
reducir
tu
velocidad
a
la
hora
de
comer?
Te
propongo
tres
ejercicios:
1.
Cuenta
las
veces
que
masticas.
De
veras,
cuéntalas.
Y
no
bajes
de
unas
veinte
o
treinta
masticaciones
para
cada
bocado.
Al
principio
es
un
ejercicio
bastante
duro,
porque
estás
acostumbrado
a
comer
a
toda
velocidad,
aparte
de
que
otras
partes
de
tu
cuerpo
te
están
invitando
a
comer
con
ansia.
Cálmate,
respira
y
cuenta.
Una,
dos,
tres,
cuatro,…
así,
como
mínimo
hasta
veinte.
Y
entonces
tragas
y
a
por
el
siguiente
bocado.
2.
Entre
bocado
y
bocado,
deja
los
cubiertos
en
el
plato.
No
comas
siempre
con
los
cubiertos
en
la
mano.
Lo
habitual
es
estar
masticando
un
trozo
de
bistec
y
al
mismo
tiempo
ya
estar
cortando
el
siguiente.
Incluso
a
veces
vuelves
a
llevarte
otro
trozo
a
la
boca
antes
de
haberte
tragado
el
primero.
Cámbialo.
Cortas
un
trozo,
te
lo
metes
en
la
boca
y
sueltas
tenedor
y
157
cuchillo.
Cuentas
hasta
veinte
o
más.
Tragas.
¿Ya
no
queda
nada
en
la
boca?
Coge
los
cubiertos
y
vuelve
a
empezar.
3.
Respira
entre
bocado
y
bocado.
Es
decir,
sumado
a
todo
el
proceso
anterior,
justo
antes
de
volver
a
coger
los
cubiertos
haz
algunas
respiraciones.
O,
como
mínimo,
respira
profunda-‐
mente
una
vez.
Esto
no
sólo
sumará
un
factor
más
de
ralenti-‐
zación
a
la
comida,
sino
que
te
ayudará
a
mantener
la
atención
en
el
propio
acto
de
comer.
Como
ves,
las
estrategias
que
puedes
seguir
para
comer
más
lento
y
masticar
más
y
mejor
pueden
ser
muy
diversas.
Yo
te
he
dado
una
base,
pero
tú
puedes
darle
rienda
suelta
a
tu
imaginación.
Puedes
jugar
a
intercalar
conscientemente
el
lado
por
el
que
masticas,
por
ejemplo.
Lo
importante
es
que
mastiques
lo
suficiente
para
que
se
activen
tus
señales
mecánicas
y
hormonales
de
saciedad.
Escoge
alimentos
de
verdad
que
sacian
de
verdad
No
es
que
la
atención
a
tus
sensaciones
corporales
o
tu
conducta
a
la
hora
de
masticar
pierdan
importancia,
pero
éste
es
el
punto
clave,
fundamental,
primordial
que
debes
cambiar
para
regular
tu
saciedad
y
dejar
de
comer
impulsivamente.
Si
no
lo
cambias,
por
mucho
que
llenes
tu
estómago
y
mastiques,
o
por
mucho
que
cambies
otras
cosas
que
te
propondré
más
tarde
–ejercicio,
descanso,…–,
o
por
mucho
que
cuides
tus
emociones
y
pensamientos
–como
veremos
más
adelante–,
no
tendrás
nada
que
hacer.
Fracasarás.
Estamos
hablando
comer
conscientemente,
es
decir,
de
comi-‐
da.
El
resto
de
factores
son
importantísimos
–y
te
adelanto
que
158
el
pensamiento
y
la
conciencia
tal
vez
los
que
más–,
pero
por
encima
de
todos,
como
es
lógico,
está
la
propia
comida.
Así
que
no
vas
a
tener
más
remedio
que
responsabilizarte,
esta
vez
de
verdad.
Como
norma
general,
los
alimentos
que
sacian
de
verdad
son
alimentos
de
verdad.
Es
decir,
cumplen
con
estos
tres
requisitos:
1.
No
están
procesados.
2.
No
están
refinados.
3.
No
vienen
en
cajas,
latas
o
envases.
Eliminando
de
tu
dieta
todo
lo
que
te
venden
como
alimento
–
porque
en
realidad
no
lo
son–
que
deje
de
cumplir
sólo
una
de
esas
tres
condiciones
ya
tendrás
mucho
ganado,
y
ya
no
te
digo
si
dejan
de
cumplir
con
más
de
una.
Además,
sabes
que
los
hidratos
de
carbono
simples,
los
que
contienen
esos
productos
procesados,
son
los
que
menos
te
sacian.
En
su
lugar,
incluye
proteínas
y
grasas
de
distinta
procedencia,
tanto
animal
como
vegetal
–leche,
mantequilla,
aceite
de
oliva
virgen,
frutos
secos,
aguacate,
coco–,
muy
necesarias
para
una
buena
salud
y
con
un
poder
saciante
mucho
más
significativo
que
el
de
los
hidratos
de
carbono.
En
fin,
asegúrate
de
que
tu
dieta
se
compone
de
frutas,
verduras,
hortalizas,
cereales,
legumbres,
carnes,
pescados,
huevos,
frutos
secos,
etc.
que
no
han
sido
procesados
–o
que
su
proceso
es
el
mínimo
necesario
para
su
consumo–
y
que,
sobre
todo,
no
se
han
refinado.
159
Es
tan
sencillo
como
comprender
que
todo
eso
que
te
venden
como
comida
procesada
o
refinada
en
realidad
no
es
comida.
Escoge
bebidas
de
verdad
O
sea…
Cómo
decirlo…
Bebe
agua.
Bebe
agua,
básicamente.
Claro
que
de
vez
en
cuando
puedes
tomarte
un
café
o
una
infusión,
pero
ten
cuidado
con
lo
que
le
añades.
Ya
sabes
los
efectos
que
produce
el
azúcar
en
tus
circuitos
de
saciedad.
Es
entonces
cuando
piensas
en
algún
edulcorante
natural
o
light,
como
la
estevia
o
la
sacarina.
Sin
embargo,
pregunto:
¿recuerdas
los
efectos
metabólicos
que
provocaban
ciertos
sabores
y
olores
en
tu
organismo?
Los
edulcorantes
alterna-‐
tivos
al
azúcar,
por
muy
naturales
que
sean,
producen
los
mismos
efectos
endocrinos,
y
en
relación
a
la
saciedad
los
mismos
desajustes.
A
veces
es
tan
fácil
como
entender
que
el
café
es
café
y
es
amargo,
no
es
café
con
azúcar
y
dulce.
Si
no
te
gusta
el
café
tal
y
como
es
–o
el
té,
la
tila,
etc.–
no
lo
tomes.
No
pasa
nada.
También
puedes
tomar
alcohol,
pero
siendo
consciente
de
que
a
nivel
digestivo
–sobre
todo
hepático–
lo
que
le
ocurre
a
tu
sistema
nervioso
y
hormonal
con
el
alcohol
es
muy
semejante
a
lo
que
le
ocurre
con
el
azúcar.
Muchas
revistas
o
incluso
algún
médico
te
habrá
convencido
de
que
un
vasito
de
vino
en
cada
comida
es
muy
bueno
para
esto
y
para
lo
otro
–blablabla–
,
pero
en
términos
de
saciedad
lo
único
que
provoca
es
que
tu
cuerpo
se
predisponga
a
tener
más
hambre
–y,
por
qué
no
decirlo,
a
pedirte
más
alcohol,
ya
que
también
influye
sobre
tus
circuitos
del
placer,
algo
que
explicaré
más
adelante.
160
¡Los
refrescos!
Otro
gran
enemigo
de
tus
circuitos
de
saciedad,
exactamente
por
el
mismo
motivo
que
te
explicaba
al
hablar
del
café.
La
mayoría
de
refrescos
son
azucarados,
y
los
que
no,
esos
de
las
0
calorías
o
los
"sin
azúcares
añadidos",
contienen
edulcorantes
que
a
nivel
metabólico
producen
los
mismos
efectos
que
el
jarabe
de
fructosa,
el
edulcorante
más
utilizado
en
los
refrescos
–y
otra
cantidad
importante
de
productos
co-‐
mo
cereales
procesados,
galletas,
etc.
¿Fructosa?
¿Zumos
de
frutas?
Qué
sanos,
¿verdad?
Bien.
Habría
mucho
que
discutir,
así
que
lo
resumiré
en
pocas
palabras.
¿Viene
en
lata
o
brik?
Ya
sabes
lo
que
hay.
Azúcares,
aditivos
y
más
de
lo
mismo.
Si
quieres
tomarte
un
zumo
de
frutas,
que
sea
hecho
en
casa,
y
siempre
consciente
de
que
al
tomarte
un
zumo
te
estás
evitando
masticar
–menos
saciedad–,
estás
eli-‐
minando
la
mayoría
de
fibra
que
contenía
esa
fruta
–menos
sa-‐
ciedad–
y
estás
acelerando
su
digestión
–menos
saciedad.
Ade-‐
más,
la
fructosa
contenida
en
la
fruta
no
se
diferencia
mucho
de
la
glucosa
de
otros
alimentos
a
nivel
saciante.
Es
un
hidrato
de
carbono
simple,
así
que
vigila
con
el
consumo
de
fruta.
Definitivamente,
te
recomiendo
que
lo
que
más
bebas
al
cabo
del
día
sea
aquella
bebida
para
la
que
tu
cuerpo
ha
evoluciona-‐
do,
aquella
que
no
ejerce
influencia
alguna
sobre
tus
circuitos
de
saciedad.
Bebe
agua.
Si
no
lo
compras,
no
lo
comes
En
realidad,
ese
momento
en
el
que
escoges
lo
que
vas
a
comer
no
es
el
preciso
instante
de
la
comida,
sino
cuando
compras.
Es
así.
Comes
lo
que
compras.
161
¿Quieres
dejar
de
comer
impulsivamente?
Compra
alimentos
de
verdad
que
sacian
de
verdad.
En
este
sentido,
seguir
con
las
siguientes
indicaciones
puede
ayudarte
mucho:
1.
No
compres
con
hambre.
Es
un
consejo
típico
y
tópico,
pero
realmente
efectivo.
Si
compras
con
hambre,
es
el
hambre
–tu
instinto–
el
que
compra,
no
tu
razón
o
tu
conciencia.
Haz
tus
compras
semanales
justo
después
de
comer
y
habiéndote
saciado.
No
comprarás
impulsivamente.
Y
te
ahorrarás
un
montón
de
colas.
Poca
gente
compra
después
de
comer.
2.
Compra
en
el
mercado
o
en
tiendas
que
te
ofrezcan
la
posibilidad
de
adquirir
productos
frescos.
3.
Compra
productos
enteros,
sin
procesar.
No
compres
verduras
o
frutas
manipuladas,
preparadas
o
troceadas,
envasadas
en
bolsitas.
Y
más
de
lo
mismo
para
carnes
y
pescados.
Deja
de
comprar
embutidos
y
enlatados.
Todos
contienen
aditivos
que
afectan
de
algún
modo
a
tu
sistema
endocrino,
y
de
rebote
a
tus
circuitos
de
saciedad.
4.
Mira
las
etiquetas.
Y
aprende
a
leerlas.
Los
ingredientes
de
las
etiquetas
aparecen
por
orden
de
proporción
que
contiene
el
producto.
Si
lo
segundo
que
aparece
en
la
etiqueta
es
azúcar,
lo
segundo
que
más
contiene
ese
producto
es
azúcar.
Y
no
te
extrañes
cuando
descubras
que
en
los
primeros
lugares
siempre
aparecen
el
azúcar,
la
sal,
otros
edulcorantes
y
potenciadores
del
sabor.
El
problema
ya
no
es
sólo
cuánto
azúcar
o
sal
consumes,
sino
el
efecto
que
provocan
todos
estos
aditivos
en
la
palatabilidad
del
producto
en
cuestión.
Recuerda
que
el
fabricante
no
tiene
como
objetivo
nutrirte,
sino
162
venderte
su
producto,
y
si
es
necesario
añadirle
sabor
–así
como
atractivos
colores,
olores
o
texturas–
lo
hará.
Comprende
que
la
palatabilidad
de
algunos
alimentos
busca
manipularte
El
último
de
los
consejos
anteriores
me
sirve
para
seguir
con
el
hilo...
Es
la
realidad.
El
sabor,
olor,
textura
y
aspecto
de
la
mayoría
de
los
productos
procesados
que
te
rodean
y
te
venden
como
alimentos
han
sido
modificados.
El
fin
de
tal
modificación
es
sólo
uno:
convertirte
en
un
adicto
al
placer
–profundizaremos
en
ello
cuando
hablemos
de
nuestra
mente.
Como
te
decía,
a
los
fabricantes
de
productos
alimenticios
sólo
les
interesa
una
cosa,
venderte
sus
productos.
Y
para
ello
modifican
la
química
de
los
alimentos,
los
combinan,
les
añaden
y
les
quitan
compuestos
y
características,
y
los
envuelven
en
paquetes
atractivos
–el
empaquetado
también
juega
un
papel
importante
en
esta
manipulación–
para
que
no
sólo
no
puedas
resistirte
a
comprarlos,
sino
que
los
compres
una
y
otra
vez.
Luchar
contra
la
manipulación
de
la
palatabilidad
es
muy
complicado,
precisamente
porque
donde
están
atacando
es
a
tu
instinto
innato
de
comer.
El
placer
y
el
hambre
son
instintos
muy
primitivos,
y
por
eso
tan
potentes.
Por
eso
no
voy
a
recomendarte
que
luches
contra
ellos.
De
hecho,
como
veremos
en
la
última
parte
del
libro,
luchar
163
muchas
veces
provoca
un
efecto
rebote,
ya
que
sigues
centrando
tu
atención
en
aquello
contra
lo
que
estás
luchando.
De
momento,
como
mínimo,
lo
que
debes
hacer
es
comprenderlo
y
ser
consciente
de
este
hecho,
y
a
partir
de
esa
comprensión
intentar
evitar
todos
los
productos
que
estén
bajo
sospecha
de
esta
manipulación
–lamentablemente
muchísimos.
Evita
los
lugares
abarrotados
de
comida
Si
evitar
los
productos
modificados
en
su
palatabilidad
es
complicado,
ya
no
te
digo
evitar
lugares
donde
la
comida
es
la
protagonista.
Sin
embargo,
como
ya
sabes,
no
sólo
influye
lo
que
compras
y
comes
y
su
palatabilidad
en
la
eficiencia
de
tus
circuitos
de
saciedad,
sino
también
lo
que
ves,
hueles,
percibes.
Sólo
con
intuir
que
a
tu
alrededor
hay
comida
tu
apetito
puede
despertarse.
Lo
sé.
Parece
muy
fácil
decirlo,
pero
¿cómo
hacerlo?
¿Me
pongo
una
venda
en
los
ojos
cada
vez
que
salgo
de
casa?
¿Unos
tapones
en
la
nariz?
¿Y
otros
en
las
orejas
para
no
escuchar
como
el
compañero
de
al
lado
desenvuelve
su
bocadillo
de
Nutella?
En
un
mundo
en
el
que
el
principal
motor
económico
son
los
negocios
relacionados
con
la
comida
–supermercados,
bares,
restaurantes,
etc.–,
es
difícil
evitarlos,
aparte
de
que
eso
representaría
tratar
de
vivir
en
una
burbuja.
Sería
como
una
negación
de
la
realidad,
algo
que
no
recomiendo.
Pero
eso
no
interfiere
en
que
valga
la
pena
establecer
un
par
de
hábitos
164
que
limiten
tu
exposición
a
la
comida
y
el
consecuente
despertar
hormonal
que
esta
exposición
origina.
Por
un
lado
está
tu
casa.
Hace
ya
algún
tiempo
que
se
inven-‐
taron
los
armarios,
¿verdad?
Úsalos.
Mantén
una
cocina
y
un
entorno
libre,
despejado
y
ordenado
con
tal
de
no
tener
comida
a
la
vista.
En
principio
ya
no
vas
a
comprar
porquerías
que
te
invitan
a
comer
cada
dos
por
tres
pero,
por
muy
sana
que
sea
la
comida
que
compras,
en
cierto
grado
ésta
puede
seguir
empujándote
a
comer
impulsivamente
–aunque
siendo
francos,
¿quién
come
lechugas
impulsivamente?
Recuerda
que
comer,
en
lo
más
profundo,
es
un
acto
instintivo.
Y
por
otro
lado
está
tu
entorno.
No
vas
a
cambiar
el
mundo,
pero
sí
puedes
cambiar
tus
costumbres.
Si
te
apetece
dar
un
paseo
o
salir
a
despejarte,
en
vez
de
quedarte
por
las
calles
céntricas
de
tu
barrio,
aprovecha
para
caminar
un
buen
rato
por
el
parque
más
cercano
a
tu
casa.
Allí
no
habrán
supermer-‐
cados,
y
habrán
muchas
menos
terrazas,
bares
y
gente
comien-‐
do
que
en
otros
lugares.
Si
quieres
pasar
un
buen
rato
con
tus
amigos,
organiza
una
excursión
a
la
montaña
o
un
partidillo
de
fútbol
en
la
playa,
pero
no
te
metas
en
un
centro
comercial
a
dar
vueltas
como
un
tonto
rodeado
de
comida,
gente
comiendo
y
carteles
indicándote
el
camino
directo
hacia
la
comida.
Tú
eliges
por
dónde
te
mueves.
Cocina
y
prepara
tus
alimentos
con
inteligencia
saciante
Ya
sabes
que
cómo
preparas
tu
comida
puede
ser
otro
factor
fundamental
en
la
gestión
de
tu
saciedad.
Cuanto
más
fácil,
cómodo
y
rápido
puedes
comer
y
digerir
tu
comida,
menos
estimulas
tu
saciedad.
165
¿Cómo
actuar
en
este
sentido?
Obligándote
desde
la
cocina
a
tener
que
"cocinar"
tú
mismo
la
comida,
primero
en
tu
boca
y
después
en
el
resto
de
tu
aparato
digestivo.
No
cocines
excesivamente
tus
alimentos,
en
especial
los
vege-‐
tales.
Deja
que
queden
algo
duritos,
que
no
pierdan
todo
su
cuerpo.
Cocinar
al
vapor
es
una
buena
opción.
Además,
come
cosas
crudas
a
menudo.
Muchos
dirán
que
los
vegetales
crudos
o
poco
hechos
les
sientan
mal
o
les
cuesta
digerirlos,
pero
esto
no
tiene
por
qué
tener
nada
que
ver
con
el
hecho
de
comerlos
crudos.
Lo
más
probable
es
que
los
estén
comiendo
en
demasía,
que
lo
hagan
sin
masticar
lo
suficiente
o
que
su
estado
nervioso
no
les
deje
digerir
bien
–lo
veremos
pronto.
Precisamente
ése
es
el
quid
de
la
cuestión.
Comer
de
vez
en
cuando
alimentos
crudos
te
obliga
a
masticarlos
muchísimo,
la
mejor
forma
de
activar
las
señales
nerviosas
de
la
boca
y
la
cara
que
estimulan
tu
saciedad,
a
la
vez
que
dar
más
tiempo
a
nuestras
señales
hormonales
para
que
adviertan
al
cerebro
de
que
estamos
comiendo,
llenando
el
estómago
y
saciándonos.
Lógicamente,
si
uno
no
mastica
–no
"precocina"–
como
es
debido
lo
que
se
está
comiendo
o
si
uno
come
ansioso
y
no
reposa
después
de
la
comida,
lo
más
probable
es
que
sufra
una
mala
digestión.
Por
eso
cuando
pretendes
tratar
tu
impulsividad
al
comer
lo
más
adecuado
es
optar
por
alimentos
enteros
y
poco
cocinados,
y
evitar
en
la
medida
de
lo
posible
tomar
los
alimentos
demasiado
blandos
–como
suele
ocurrir
con
los
cereales
y
las
verduras–,
así
como
el
prepararlos
en
modo
de
166
purés
o
triturados.
En
el
caso
de
la
fruta,
una
vez
más,
mejor
entera
que
en
zumo
o
batido.
Sincronízate
con
el
ciclo
circadiano
y
exponte
naturalmente
a
la
luz
Es
decir,
intenta
ser
lo
más
coherente
posible
con
los
ciclos
naturales
de
luz
natural
–dentro
de
las
posibilidades
que
te
ofrezcan
tus
circunstancias
familiares
y
laborales–,
y
varía
tus
costumbres
horarias
según
la
estación
del
año.
Sé
que
parece
descabellado,
pero
seguir
los
ciclos
naturales
de
descanso
es
un
ejercicio
muy
efectivo
no
sólo
para
regular
tus
circuitos
de
saciedad,
sino
para
regular
el
organismo
en
general.
Si
puedes,
no
te
levantes
antes
del
amanecer.
Y
a
partir
del
atardecer,
reduce
considerablemente
tu
actividad
física
y
mental.
En
las
horas
que
permanezcas
despierto
cuando
ya
no
hay
luz
natural,
utiliza
fuentes
de
luz
tenue
y
anaranjada,
evitando
las
luces
claras
y
blancas
o
azuladas.
Sobre
todo
durante
las
dos
últimas
horas
de
tu
jornada,
no
te
expongas
a
ese
tipo
de
luz
estimulante.
Esto
también
incluye
televisores,
pantallas
de
ordenador,
teléfonos
móviles,
tabletas,
etc.
Practica
ejercicio
saciante
Toda
actividad
que
sea
intensa
se
interpreta
como
estrés.
El
estrés,
como
hemos
visto,
es
algo
natural
y
bueno
que
nos
estimula
y
mantiene
con
vida.
Sin
embargo,
cuando
lo
alar-‐
167
gamos
en
el
tiempo
desemboca
en
un
estado
de
alerta
continuo
que
nos
invita
a
reponer
energías,
a
comer.
El
ejercicio
físico
es
un
tipo
de
estrés.
Si
lo
que
quieres
es
mantener
la
eficiencia
de
tus
circuitos
de
saciedad,
deja
de
practicar
esfuerzos
físicos
crónicos,
es
decir,
intensos
y
de
larga
duración.
Mantén
una
vida
activa.
Muévete
a
menudo
de
las
más
diversas
formas
posibles
y
camina
todos
los
días
varias
veces.
Practica
actividades
físicas
que
se
centran
en
el
control
motriz
y
en
el
desarrollo
de
la
movilidad
y
la
atención
corporal,
como
el
yoga,
el
tai-‐chi
o
el
Pilates.
De
vez
en
cuando,
practica
ejercicios
interválicamente
inten-‐
sos,
semejantes
a
los
que
ocurren
durante
un
episodio
estre-‐
sante
natural
de
lucha
o
huída.
Esto
le
dará
un
plus
de
gratifi-‐
cación
muy
importante
a
tus
circuitos
de
recompensa
y
placer,
al
mismo
tiempo
que
no
interferirá
en
tu
saciedad.
Evita
salir
a
correr
en
forma
de
jogging
o
footing,
sesiones
interminables
de
spinning,
carreras
y
otro
tipo
de
compe-‐
ticiones
–también
por
salud
mental.
Pon
el
ejercicio
físico
a
favor
de
tu
saciedad,
no
en
contra.
No
pienses
en
comida
y
reduce
tu
estrés
drásticamente
Y
abordo
estos
dos
asuntos
a
la
vez
porque
ya
no
van
a
depender
tanto
de
tu
conducta
física
como
de
tu
forma
de
pensar
y
sentir.
Por
un
lado,
dejar
de
pensar
en
comida
–eso
que
puede
provo-‐
168
car
los
mismos
efectos
endocrinos
en
tus
circuitos
de
saciedad
que
el
propio
acto
de
comer–
pasa
por
comprender
cómo
pien-‐
sas,
qué
patrones
mentales
tienes
instaurados
y
qué
relación
guarda
tu
mente
con
la
comida,
probablemente
una
relación
de
apego,
o
incluso
de
adicción.
Centra
tu
atención
en
algo
que
te
guste,
una
afición
por
ejemplo.
Por
otro
lado,
el
único
estrés
crónico
físico
que
probablemente
estés
padeciendo
sea
el
ocasionado
por
un
exceso
de
ejercicio,
algo
que
ya
hemos
tratado.
El
resto
de
estrés
crónico
que
te
provoca
tanto
alboroto
en
tus
circuitos
de
saciedad
y
placer
no
procede
de
tu
"entorno
físico",
sino
de
tu
mente,
por
lo
que
también
se
hará
necesario
revisar
de
dónde
vienen
y
cómo
gestionas
todas
tus
preocupaciones,
miedos
y
otros
asuntos
que
tanto
estrés
y
ansiedad
te
provocan
y
que
finalmente
te
empujan
a
comer
desesperadamente
–o
a
buscar
otro
tipo
de
placer
inmediato.
Con
todo,
ya
no
hay
mucho
más
que
podamos
hacer
a
nivel
físico
para
regular
nuestra
saciedad
y
la
relación
"material"
que
mantenemos
con
la
comida.
Así
que,
sin
más
dilación,
exploremos
las
profundidades
de
nuestra
mente.
169
31
IDEAS
PARA
RECONCILIARTE
CON
TUS
EMOCIONES
Antes
de
proponerte
unos
cuantos
ejercicios
que
te
ayudarán
a
dejar
de
comer
emocionalmente,
déjame
darte
algunas
recomendaciones
que
ya
he
mencionado
en
algún
que
otro
momento
pero
en
las
que
me
veo
obligado
a
insistir,
sobre
todo
en
esta
parte
más
práctica
a
la
hora
de
reconciliar
tu
relación
emocional
con
la
comida.
La
primera
de
todas,
al
igual
que
cuando
te
planteas
hacer
cambios
en
tu
forma
de
comer
o
en
los
alimentos
que
vas
a
consumir,
es
que
vayas
despacio,
poco
a
poco.
Cuanta
más
prisa
tengas
más
difícil
te
lo
estarás
poniendo
y
más
fácil
será
que
fracases.
Por
un
lado,
porque
lo
que
intentas
revertir
es
algo
que
has
repetido
muchísimas
veces
durante
muchísimo
tiempo.
No
vas
a
cambiarlo
en
dos
días.
Y
por
otro,
porque
precisamente
una
de
las
cosas
que
te
va
a
interesar
cambiar
es
la
velocidad
y
el
ritmo
de
tu
estilo
de
vida,
los
mismos
que
te
predisponen
a
ese
montón
de
estados
emocionales
que
te
hacen
comer
impulsivamente.
Sería
paradójico
que
el
estrés
que
te
supusiera
apostar
por
una
comida
más
consciente
te
predispusiera
a
comer
impulsivamente,
¿no
crees?
Tómate
los
cambios
con
calma.
Además,
te
aconsejo
que
te
hagas
con
una
libreta.
Será
tu
libreta
de
la
reconciliación
emocional.
Algunos
de
los
ejercicios
que
vas
a
hacer
tratan
de
interactuar
con
la
mente,
eso
que
ya
hemos
visto
que
no
se
puede
tocar.
Una
manera
de
mate-‐
rializar
lo
que
sentimos
o
pensamos
es
escribiéndolo
en
algún
sitio.
Y
lo
mejor
es
que
allí
donde
escribas
los
resultados
de
tus
ejercicios
sea
algo
que
puedas
llevarte
a
cualquier
lado,
como
una
libreta
flexible,
pequeña
y
ligera.
Lo
que
escribas
en
esta
libreta
no
sólo
te
va
a
servir
en
el
propio
momento
de
escri-‐
birlo
para
exteriorizarlo.
También
te
será
útil
para
la
práctica
de
ejercicios
y
para
la
revisión
de
tus
notas
en
ciertos
momentos
de
tu
viaje.
Ante
cualquier
cambio
de
hábitos,
pero
más
cuando
hablamos
de
hábitos
mentales,
tres
aspectos
son
fundamentales.
El
primero
es
la
repetición.
No
sé
si
recordarás
mi
trabalen-‐
guas
de
hace
un
momento.
Por
si
acaso,
te
lo
vuelvo
a
repetir
–
ahora
que
hablamos
de
repeticiones.
Si
lo
que
quieres
es
cam-‐
biar
un
hábito
por
otro,
es
decir,
un
patrón
repetitivo
por
otro,
lo
único
que
puedes
hacer
es
dejar
de
repetir
lo
que
has
estado
repitiendo
durante
toda
tu
vida
para
repetir
lo
que
quieres
seguir
repitiendo
durante
el
resto
de
tu
vida.
No
hay
más.
El
segundo
es
la
constancia.
No
vas
a
tener
suficiente
con
repe-‐
tir
algunas
afirmaciones
positivas
durante
un
par
de
días,
ni
tan
sólo
durante
unas
pocas
semanas
–las
afirmaciones
posi-‐
tivas
es
uno
de
los
ejercicios
más
importantes
que
vas
a
prac-‐
ticar;
enseguida
te
lo
explico.
Debes
hacer
los
ejercicios
todos
los
días.
Cuanto
más
constante
seas,
mejores
resultados
obten-‐
drás.
Recuerda
que
probablemente
hay
pensamientos
que
te
has
repetido
por
millones
de
veces
en
toda
tu
vida.
Necesitas
compensar
esa
repetición
a
base
de
constancia.
Es
más,
lo
más
normal
es
que
algunos
de
los
siguientes
ejercicios
los
vayas
a
hacer
durante
toda
tu
vida,
como
lavarte
los
dientes
antes
de
irte
a
dormir
o
hacer
ejercicio
tres
o
cuatro
días
por
semana.
172
Y
el
tercero
es
la
conciencia.
Es
un
concepto
al
que
le
dedicaré
varios
capítulos
en
la
próxima
parte
del
libro,
pero
supongo
que
te
habrás
dado
cuenta
de
mi
insistencia
hasta
ahora
acerca
de
lo
importante
que
es
que
mantengas
tu
conciencia
y
atención
en
todo
lo
que
haces.
Como
decía
en
la
introducción,
comer
impulsivamente
es
comer
inconscientemente,
y
más
cuando
nuestro
propio
entorno
se
rige
por
la
inconsciencia
colectiva.
De
momento,
hasta
que
entremos
en
más
detalle,
comprende
conciencia
como
atención
plena.
Mantente
atento.
Dicho
esto,
antes
de
pasar
a
la
práctica,
centrémonos
en
el
objetivo
principal
de
todas
estas
ideas.
Debes
tener
claro
que
no
se
trata
de
cambiar
el
mundo.
Sabes
que
el
mundo
cambia
contigo
–como
decía
Gandhi–,
pero
ese
tema
ya
vamos
a
darlo
por
comprendido.
De
lo
que
se
trata
es
de
conocer
y
aceptar
tu
mundo,
para
finalmente
realizarte
en
lo
que
sientes
que
debes
ser.
Y
claro
que
tu
mundo
depende
en
cierta
parte
de
lo
que
pasa
"fuera"
de
ti.
Por
eso
algunos
de
los
cambios
que
te
propondré
afectarán
a
tu
entorno,
como
la
cantidad
de
posesiones
que
tienes,
el
orden
y
la
limpieza
de
tus
espacios
vitales
o
la
información
externa
que
consumes.
Pero
todavía
es
más
importante
lo
que
pasa
"dentro"
de
ti.
Ése
es
tu
verdadero
mundo.
Cómo
interpretas
tu
realidad,
el
modo
en
que
hablas
contigo
mismo,
qué
sientes
justo
antes
de
comer
impulsivamente,
etc.
Comprende
que
puede
llegar
un
momen-‐
to
en
que
tu
mundo
interior
alcance
tales
niveles
de
conciencia,
de
serenidad,
que
poco
importe
lo
que
ocurra
fuera.
Con
todo,
lo
que
vamos
a
intentar
conseguir
con
la
práctica
de
las
siguientes
ideas
es
un
beneficio
doble.
Por
un
lado,
reconducir
tus
patrones
mentales
para
potenciar
tu
conciencia,
173
tu
aceptación
y
tu
autoestima.
Y
por
otro
lado,
optimizar
tu
entorno
para
armonizarlo
con
el
proceso
de
cambio
interior
que
vas
a
poner
en
marcha
y
facilitar
un
estado
de
atención
y
serenidad
permanente.
¡Manos
a
la
obra!
Estudia
y
determina
el
origen
de
tus
hábitos
y
tus
reacciones
impulsivas
más
comunes
relacionadas
con
la
comida
Éste
es
el
primer
ejercicio
de
autoconocimiento
que
debes
hacer,
y
no
tanto
con
la
intención
de
remover
tu
base
educativa
–no
puedes
cambiar
tu
pasado–,
sino
más
bien
como
ejercicio
de
toma
de
conciencia
y
aceptación
para
facilitar
cambios
futuros
en
tu
conducta.
Durante
unos
días,
lleva
tu
libreta
encima.
Observa
cómo
te
relacionas
habitualmente
con
la
comida
y
anota
si
siempre
tienes
la
necesidad
de
terminar
con
todo
lo
que
hay
en
la
mesa
aunque
no
tengas
más
hambre,
o
si
siempre
necesitas
picar
algo
más
después
de
comer,
o
si
el
momento
en
que
más
impulso
padeces
por
comer
es
en
un
momento
concreto
del
día,
como
por
ejemplo
cuando
vuelves
del
trabajo.
Presta
atención
especial
a
aquello
que
sientes
previamente
a
tu
descontrol
por
comer.
¿Te
sientes
solo?
¿Estás
aburrido?
¿Te
invade
cierta
ansiedad?
Este
ejercicio
te
servirá
para
darte
cuenta
de
los
impulsos
emocionales
que
se
repiten,
así
como
de
lo
que
suele
ocurrir
justo
antes
de
la
acción
de
comer.
Esos
impulsos
muchas
veces
te
dan
pistas
acerca
de
qué
es
aquello
que
más
te
desestabiliza
mentalmente,
como
por
ejemplo
el
estrés
del
trabajo.
De
ese
174
modo
podrás
centrar
tu
atención
futura
en
cambiar
algunos
aspectos
del
desencadenante
de
tu
descontento,
ansiedad,
etc.
–si
el
estrés
que
sientes
después
del
trabajo
te
desestabiliza,
es
casi
seguro
que
vas
a
tener
que
hacer
cambios
en
torno
a
éste.
Además,
si
tienes
la
ocasión
–no
siempre
podemos
hacerlo–,
observa
también
cómo
se
comportan
aquellos
que
te
educaron
–tus
padres,
abuelos,
hermanos.
Si
percibes
cualquier
impulsividad
al
comer,
anótala
y
después
compárala
con
las
tuyas.
Si
encuentras
similitudes
–seguro
que
las
encontrarás–
no
las
uses
como
justificación
o
excusa
para
seguir
comiendo
impulsivamente.
Simplemente
siente
el
alivio
de
comprender
que
no
todo
es
culpa
tuya,
aunque
insisto
en
que
no
debes
olvidar
que
tampoco
es
culpa
de
ellos.
También
recibieron
una
educación
que
no
escogieron,
y
puedo
asegurarte
que
te
educaron
lo
mejor
que
supieron.
Analiza
tus
creencias
culturales
Ve
a
un
lugar
tranquilo
y
relájate.
Con
tu
libreta
en
mano,
reflexiona
acerca
de
todas
las
creencias
y
costumbres
culturales
relacionadas
con
la
comida
en
las
que
sueles
verte
envuelto.
Anótalas.
Algunos
ejemplos
de
creencias
pueden
ser
"no
puedes
levantarte
de
la
mesa
antes
de
terminar
todo
el
plato",
"siempre
tienes
que
comer
postre",
"una
comida
sin
alcohol
no
es
una
comida",
etc.
Algunos
ejemplos
sobre
costumbres
pueden
ser
el
hecho
de
comer
palomitas
y
beber
refrescos
siempre
que
vas
al
cine,
comer
pipas
siempre
que
ves
un
partido
de
fútbol,
celebrar
175
todas
las
fiestas
con
comidas
dulces,
regalar
bombones
para
San
Valentín,
acabar
sentados
en
una
terraza
de
un
bar
siempre
que
quedas
con
los
amigos,
etc.
Repásalas
de
vez
en
cuando
y
plantéate
sincera
y
honestamente
el
sentido
de
todas
ellas.
Puede
que
se
lo
encuentres;
no
hay
problema.
Pero
lo
más
probable
es
que
no.
Marca
éstas
que
no
tienen
sentido.
En
algún
otro
momento
puede
servirte
para
recordarlas
y
reforzar
tus
cambios.
Escucha
cómo
te
hablas
Todos
tenemos
una
voz
interior
que
nos
va
comiendo
la
cabeza
todo
el
día.
No
para
nunca.
Canta,
imagina,
construye,
te
dice
lo
que
tienes
que
hacer,
simula
conversaciones
que
nunca
se
van
a
dar,
evoca
recuerdos
que
ni
sabías
que
guardabas.
Siempre
está
hablando,
como
si
dentro
de
ti
habitara
otra
persona.
Escúchala
atentamente,
en
especial
cuando
algo
no
sale
lo
mejor
que
esperabas.
Tanto
da
si
es
justo
cuando
se
te
cae
un
plato
al
suelo
y
se
rompe,
como
cuando
metes
la
pata
en
una
conversación
o
cuando
cometes
un
fallo
en
el
trabajo.
¿Qué
te
dices?
¿Cómo
te
tratas?
¿Llegas
a
insultarte
o
a
faltarte
al
respeto?
Apúntalo
todo.
Te
darás
cuenta
de
que
es
bastante
habitual
que
te
llames
a
ti
mismo
cazurro,
desastre,
tonto
o
cosas
peores.
Ya
sabes
adónde
te
va
a
llevar
esa
humillación
inconsciente
pero
constante.
Es
algo
que
vale
mucho
la
pena
revisar.
No
te
mereces
tal
vejación,
ni
tan
solo
cuando
es
tu
propia
mente
la
176
que
te
maltrata.
De
hecho,
sabes
que
no
eres
tú
el
que
se
dice
a
sí
mismo
esas
cosas;
alguien
puso
ese
discurso
ahí
en
algún
momento
de
tu
vida.
Cambia
tus
conductas
impulsivas
Venga,
así
de
fácil.
No
lo
es
tanto,
así
que
vayamos
poco
a
poco.
Coge
tu
libreta
y
repasa
aquellos
hábitos
que
determinaste
como
más
frecuentes.
Elige
uno.
Repito…
Elige
uno.
Insisto…
¡Sólo
uno!
Durante
un
tiempo,
cada
día
por
la
mañana
siéntate
a
refle-‐
xionar
sobre
esa
conducta,
si
es
en
un
lugar
tranquilo
mejor,
aunque
también
puede
ser
camino
al
trabajo,
por
ejemplo.
Observa
el
comportamiento
impulsivo
desde
todas
las
pers-‐
pectivas
posibles.
Acéptalo,
abrázalo,
compréndelo
y
despídete
de
él
cariñosamente.
Puede
que
pienses
que
esto
es
de
chifla-‐
dos,
lo
sé.
Pero
créeme
que
funciona.
Por
ejemplo,
si
tienes
la
costumbre
impulsiva
de
comer
cuando
estás
solo
y
ése
es
el
hábito
sobre
el
que
has
escogido
trabajar,
todas
las
mañanas
reflexiona
cinco
minutos
sobre
esta
costum-‐
bre.
Visualiza
el
momento.
Acepta
el
hábito
y
no
lo
rechaces,
ni
a
él
ni
a
ti
mismo
empujado
por
un
sentimiento
de
culpa.
Cuanto
más
lo
rechaces,
más
persistirá,
porque
seguirá
siendo
centro
de
atención.
Comprende
que
es
un
acto
que
realizabas
de
forma
inconsciente.
Ahora,
conscientemente
despídete
de
él.
Di:
"Me
despido
de
mis
picoteos
cuando
estoy
solo".
En
177
serio,
¡dilo!
No
es
de
locos.
Pero
dilo
con
cariño
y
suavidad,
manteniendo
tu
estado
de
serenidad.
Si
quieres
que
todavía
recale
más
en
tu
mente,
repite
tu
despedida
varias
veces.
Durante
el
tiempo
que
alargues
este
ejercicio
centrado
en
un
único
hábito
–protocolo
de
conciencia,
aceptación
y
despedida
incluido–,
céntrate
en
crear
uno
nuevo
y
darle
coherencia
a
la
acción
respecto
a
la
emoción.
Es
decir,
siguiendo
con
el
ejemplo,
si
lo
que
sientes
es
soledad,
lo
coherente
es
que
quedes
con
un
amigo
o
hables
con
alguien,
que
busques
compañía,
¿verdad?
Pues
hazlo
sin
ningún
tipo
de
reparo,
inmediatamente.
Es
muy
importante
que
cierres
este
ciclo
coherente
porque,
de
lo
contrario,
lo
que
se
seguirá
repitiendo
es
el
círculo
vicioso
anterior,
ya
que
tu
soledad
continuará
buscando
algo
que,
lógicamente,
la
comida
no
le
puede
dar.
Cuando
hayas
reconducido
ese
impulso
emocional,
pasa
al
siguiente
de
la
lista
y
repite
el
ejercicio.
Replantéate
tus
conductas
colectivas
Cuando
vayas
a
acudir
a
algún
evento
social,
ya
sabes
que
lo
más
seguro
es
que
implique
comer.
Si
tienes
hambre,
puedes
comer.
Es
coherente
con
tu
instinto.
Pero
si
no
tienes
hambre,
ya
sabes
que
comer
no
tendría
ningún
sentido.
Antes
de
reunirte
con
quien
sea,
en
casa
coge
tu
libreta
y
revisa
si
esa
situación
está
marcada
en
tu
lista
de
costumbres
178
culturales
impulsivas
que
no
tienen
ningún
sentido
para
ti.
Lo
más
probable
es
que
lo
esté.
Léela
varias
veces
y
reflexiona
sobre
su
sinsentido.
Respira
profundamente
mientras
dure
tu
reflexión
y
mantén
viva
la
conciencia
de
lo
incoherente
de
esa
costumbre.
Cuando
acudas
al
evento,
consciente,
tu
necesidad
impulsiva
de
imitar
inconscientemente
a
los
demás
habrá
desaparecido.
Mantente
relajado,
consciente
y
tranquilo
durante
todo
el
evento.
Sabes
que
ni
quieres
ni
necesitas
comer.
Además,
cuando
ya
domines
la
técnica,
puedes
aportar
tu
granito
de
arena
al
mundo.
Toma
la
iniciativa,
al
contrario
de
los
demás
al
seguir
las
costumbres,
y
propón
otra
actividad
alternativa
que
no
tenga
nada
que
ver
con
la
comida.
Por
ejemplo,
dar
un
paseo.
Puede
que
cuaje
o
puede
que
no.
No
importa.
No
discutas
con
nadie.
Acepta
la
situación
y
la
voluntad
de
los
demás.
Tú
ya
habrás
hecho
lo
que
sentías
que
debías
hacer.
Cualquier
día
la
vida
te
da
una
sorpresa
y
algunos
de
tus
amigos
o
familiares
responden
positivamente
y
se
apuntan
a
esa
caminata
en
compañía.
Comparte
tu
viaje
Tal
vez
éste
sea
uno
de
los
ejercicios
más
difíciles
de
los
que
te
propongo.
Debes
compartir
y
comunicar
a
tu
entorno
más
cer-‐
cano
tu
intención
de
comer
conscientemente.
Incluso
puedes
explicarles
todo
lo
que
has
aprendido
en
este
libro
o,
por
qué
no,
dejárselo.
179
Lo
más
probable
es
que
al
principio
te
invada
el
miedo.
Es
normal.
Entre
otras
cosas,
vas
a
dejar
de
hacer
lo
que
ellos
esperan
que
hagas
y
a
nadie
le
gusta
lo
desconocido.
Además,
muchos
de
los
cambios
que
hagas
van
a
poner
en
duda
los
hábitos
de
esas
personas
que
conviven
contigo,
lo
cual
pueden
interpretar
como
una
ofensa
o
amenaza.
No
te
preocupes
por
los
demás.
Ellos,
como
tú,
son
libres
de
hacer
lo
que
quieran.
No
esperes
nada,
ni
positivo
ni
negativo.
Simplemente,
comparte.
Y
compartir
es
compartir,
nada
más.
No
es
dar
explicaciones,
justificarte
o
responder
a
sus
juicios,
sean
los
que
sean.
Es
sentarte
con
tus
seres
queridos,
abrir
tu
corazón,
compartir
tus
inquietudes
y
comunicar
tu
nueva
visión
y
relación
con
la
comida.
Este
ejercicio
te
quitará
un
montón
de
presión
de
encima,
así
como
la
posibilidad
de
especular
mentalmente
acerca
de
cómo
se
van
a
tomar
los
demás
tu
cambio,
qué
pensarán
de
ti,
etc.
Ahora
van
a
tener
la
oportunidad
de
decírtelo,
y
tú
sabes
que
tampoco
es
tan
importante
su
opinión
porque
ya
no
vas
a
ser
más
lo
que
los
demás
esperan
que
seas,
sino
quien
realmente
tú
sientes
que
debes
ser.
Quizás
te
llevas
una
grata
sorpresa
y
en
vez
de
resistencia
te
encuentras
con
un
gran
apoyo,
una
ayuda
extra.
¿Quién
sabe?
¿Tienes
algo
que
perder?
180
Repite
frecuentemente
afirmaciones
positivas
Misticismos
aparte,
éste
es
el
mejor
ejercicio
de
redirección
de
patrones
mentales
que
puedes
realizar,
tanto
por
su
sencillez
como
por
su
tremenda
efectividad.
Se
trata
de
una
técnica
milenaria
practicada
alrededor
de
todo
el
mundo.
Seguramente
habrás
oído
hablar
de
los
mantras
budistas.
Pues
es
algo
parecido.
En
nuestros
días,
quien
más
la
promueve
es
la
escritora
y
guía
espiritual
Louise
H.
Hay,
autora
del
libro
Usted
puede
sanar
su
vida.
La
práctica
de
afirmaciones
positivas
absorbe
totalmente
tu
atención,
te
mantiene
plenamente
consciente
y
moldea
tu
discurso
interno.
Ahora
bien,
vigila
en
no
caer
en
la
trampa
de
una
sentencia
ilusoria,
irreal.
Por
ejemplo,
repetirse
que
el
mundo
es
maravilloso
no
será
lo
más
adecuado.
El
mundo
es
el
que
es,
para
algunas
cosas
maravilloso,
pero
en
algunas
otras
dramático.
Recuerda
que
se
trata
de
conocer
y
aceptar,
para
realizarte
en
el
presente
que
es,
y
no
en
sueño
de
color
de
rosa
y
unicornios.
En
fin,
este
ejercicio
puedes
realizarlo
en
cualquier
momento
del
día,
pero
lo
mejor
es
que
siempre
sea
el
mismo
y
que
sepas
que
no
tienes
ninguna
prisa
por
acabar.
Si
puede
ser
por
la
mañana
mejor,
que
es
cuando
la
mente
está
más
fresca,
descansada
y
vacía.
Pero
no
hay
problema
si
lo
haces
por
la
tarde
o
por
la
noche.
Yo
las
practico
varias
veces
al
día
y
uno
de
mis
momentos
favoritos
es
antes
de
acostarme,
cuando
ya
están
las
luces
apagadas
y
repito
varias
afirmaciones
de
agradecimiento.
181
Busca
un
lugar
tranquilo
y
siéntate.
Mantén
una
postura
cómoda,
pero
que
tampoco
te
permita
relajarte
mucho.
Debe
estimular
tu
atención.
Piensa
y
elige
una
afirmación
positiva
que
despierte
en
ti
emociones
y
sensaciones
agradables.
Las
afirmaciones
positivas
han
de
representar
simbólicamente
mimos
y
atenciones
hacia
ti
mismo,
al
mismo
tiempo
que
potenciar
aspectos
como
la
aceptación,
la
serenidad,
la
autoestima
o
la
confianza
en
ti
mismo.
Mientras
estás
sentado
y
relajado,
al
compás
de
tu
respiración,
cómoda
y
no
forzada,
repite
ininterrumpidamente
la
afirma-‐
ción
positiva.
Si
quieres
puedes
hacerlo
en
voz
alta,
pero
con
hacerlo
mentalmente
basta.
Mantente
sentado
y
repitiendo
tu
afirmación
positiva
del
día
durante
varios
minutos,
como
mínimo
cinco.
Alarga
la
práctica
tanto
como
quieras
y,
sobre
todo,
practica
todos
los
días.
Afirmaciones
positivas
puedes
encontrar
muchísimas
en
dife-‐
rentes
libros
o
internet,
así
como
puedes
crear
las
tuyas
propias
–es
un
ejercicio
realmente
bonito
escribir
una
afirmación
positiva
para
uno
mismo.
Aquí
comparto
algunas
mías,
con
las
que
suelo
practicar
con
frecuencia.
Respecto
a
la
aceptación: "Todo
es
como
debe
ser.
Acepto
la
realidad
tal
y
como
es."
Respecto
a
la
autoestima:
"Me
quiero.
Puedo
hacer
lo
que
me
proponga.
Me
merezco
lo
mejor."
182
Respecto
a
la
autenticidad: "Me
siento
bien
conmigo
mismo.
Mi
voluntad
es
consciente.
Soy
auténtico."
Respecto
a
la
autocrítica: "Estoy
orgulloso.
La
autocrítica
no
me
es
útil.
Aquí
y
ahora,
soy
tal
y
como
soy."
Respecto
a
la
identidad
propia: "Soy
el
que
soy
y
soy
como
soy.
No
me
hacen
falta
etiquetas.
Simplemente,
soy."
Respecto
al
perdón
hacia
uno
mismo: "Me
perdono.
Equivo-
carse
es
humano.
No
me
castigo."
Respecto
a
la
paz
interior: "Me
siento
en
calma,
consciente.
Estoy
en
paz
conmigo
mismo
y
con
el
mundo
que
me
rodea."
Diseña
una
lista
de
logros
Conforme
vayan
pasando
las
semanas
y
los
meses,
tu
evolución
se
irá
haciendo
cada
vez
más
evidente.
En
tu
libreta,
reserva
un
espacio
para
ir
anotando
todos
estos
logros
en
forma
de
recordatorio,
describiendo
el
proceso
y
el
resultado.
Ten
cuidado
de
no
caer
en
vanagloria.
De
vez
en
cuando,
coge
la
libreta
y
repasa
la
lista,
reflexio-‐
nando
acerca
de
cada
uno
de
los
cambios
y
rememorando
todo
el
trabajo
que
te
supuso
conseguirlos.
Por
ejemplo,
puedes
anotar:
–
Cuando
como
cosas
que
me
sacian,
dejo
de
sentir
la
nece-‐
sidad
de
comer
impulsivamente.
183
–
Cuando
hago
ejercicio,
me
siento
más
enérgico.
–
Cuando
practico
mis
afirmaciones
positivas,
noto
cómo
crece
mi
autoestima.
–
Cuando
hago
cosas
que
me
gustan,
me
siento
más
tranquilo
y
satisfecho.
–
Cuando
me
siento
a
respirar,
percibo
la
paz
en
mi
interior.
En
momentos
de
duda,
ansiedad
o
recaída,
la
lista
de
logros
puede
ayudarte
a
evocar
en
ti
las
sensaciones
positivas
que
resultan
de
practicar
tus
nuevos
hábitos
y
así
darte
un
plus
de
fuerza
para
mantenerlos
y
practicarlos.
Practica
el
minimalismo
anti-‐estrés
Nos
alejamos
de
tu
mundo
interior
para
trabajar
sobre
tu
mundo
exterior,
aunque
siempre
con
el
mismo
objetivo,
facilitarle
la
vida
a
tu
mente
para
que
no
active
los
patrones
mentales
que
te
hacen
comer
emocionalmente.
Sabes
que
todo
es
información.
Ahora
toca
centrarse
en
la
que
procede
de
tus
posesiones
materiales
y
tus
quehaceres
cotidianos.
Probablemente
nunca
te
habrás
parado
a
pensar
en
ello,
pero
¿cuánto
espacio
y
tiempo
mental
te
requiere
estar
atento
a
todas
tus
pertenencias
y
actividades?
Tu
ropa,
tus
colecciones,
tus
cachivaches,
tus
zapatos,
tus
complementos,
tus
adornos,
tus
compromisos,
tus
proyectos,
etc.
¿Y
cuánto
estrés
desencadena
en
ti
esa
necesidad
de
atención
y
gestión
de
información?
Si
simplificas
tu
vida
en
este
sentido,
tu
día
a
día
184
te
invitará
a
la
calma
ya
que
no
tendrás
que
prestar
tanta
atención
y
dedicación
a
un
montón
de
cosas
que
te
la
robaban.
El
minimalismo
se
centra
en
la
utilidad
o
necesidad
de
lo
que
tienes
y
lo
que
haces.
¿Necesitas
o
utilizas
tanta
ropa?
¿Tanto
mueble,
tanta
vajilla,
tantos
libros?
¿Tanta
tecnología,
tanta
conexión,
tanta
información?
¿Coche,
ruido,
gasolina?
¿Cale-‐
facción,
aire
acondicionado,
agua,
luz,
energía?
¿Comer,
salir,
comprar?
¿Trabajar,
compromisos,
obligaciones?
Respondien-‐
do
con
sinceridad
a
todas
estas
preguntas
eres
más
consciente
de
cómo
es
tu
vida
y
valoras
lo
que
necesitas
y
realmente
te
es
útil.
Menos
es
mejor
es
el
lema
de
muchísima
gente
alrededor
de
todo
el
mundo
que
ya
aplica
el
minimalismo
en
sus
vidas.
Cuando
te
planteas
aplicarlo,
lo
primero
que
debes
hacer,
igual
que
has
hecho
con
tus
pensamientos
y
emociones
repetitivos,
es
preguntarte
algunas
cosas
y
responderte
con
sinceridad.
Hablaré
en
primera
persona
para
que
veas
cómo
me
planteé
yo
mismo
el
minimalismo
en
su
momento.
¿Necesito
y
uso
tanta
ropa?
¿Necesito
veinte
camisetas?
Con
cinco
o
seis
tengo
suficiente.
Si
sé
que
siempre
me
pongo
las
mismas.
Necesito
mucha
menos
ropa
de
la
que
tengo.
Me
ha
costado
mucho
dinero
y
ocupa
mucho
sitio,
además
de
acumular
mucho
polvo
–la
mayoría
de
prendas
hace
meses
que
no
me
las
pongo
ni
volveré
a
hacerlo.
Es
más,
probablemente
alguien
las
necesite
más
que
yo
-‐por
desgracia
hay
gente
que
no
tiene
ropa.
¿Necesito
y
uso
todo
el
menaje
de
casa?
¿Necesito
tres
vajillas?
Por
si
viene
mi
madre,
por
si
vienen
los
amigos,
por
si
viene
el
185
Papa
de
Roma,
por
si,
por
si,
por
si,…
Con
una
tengo
bastante.
El
resto
ocupa
espacio
y
genera
desorden.
¿No
es
absurdo
estar
viviendo
dos
en
casa
y
tener
treinta
tenedores,
treinta
cuchillos,
treinta
cucharas
soperas,
treinta
cucharas
de
postre
y
treinta
cucharas
de
café?
¿Necesito
y
uso
los
recuerdos
y
antiguallas
que
guardo?
Los
trofeos
de
natación
de
cuando
tenía
cinco
años,
la
bicicleta
estática
oxidada
de
1985
anunciada
por
Jane
Fonda,
la
colección
de
Jacques
Cousteau
en
VHS,
etc.
Selecciona
tres
o
cuatro
recuerdos
realmente
importantes
-‐insisto,
tres
o
cuatro-‐;
el
resto
está
en
tu
memoria.
Si
algún
día
quieres
compartirlo
con
tus
bisnietos,
seguro
que
será
mucho
más
bonito
sentarse
con
ellos
y
describirles
y
dibujarles
como
era
aquello,
que
no
dárselo
en
la
mano,
que
lo
miren
dos
segundos
y
después
salgan
corriendo
a
seguir
con
la
partida
de
la
Play
Station
27.
¿Necesito
tantos
libros,
relojes,
zapatos,
bolsos
y
mochilas,
CD’s
y
DVD’s,
apuntes
del
instituto,
muebles
–si
me
deshago
de
cosas
inservibles,
ya
no
tengo
tanto
que
guardarlas–,
etc.?
Todo
ocupa
espacio,
todo
genera
desorden
y
suciedad
tarde
o
temprano,
todo
vale
mucho
dinero
–no
volveré
a
caer
en
comprar
y
gastarme
dinero
en
algo
que
no
voy
a
utilizar
o
que
ya
tengo.
Si
no
tengo
tantas
cosas
y
hago
lo
posible
por
no
volverlas
a
tener,
me
ahorro
un
montón
de
cosas.
Ahorro
el
espacio
que
ocupan.
Y
mi
casa
es
más
amplia,
luminosa,
limpia
y
ordenada.
Estoy
bien
en
casa.
Cada
vez
que
entro
en
casa,
siento
en
mi
interior
un
Oooohhhh
o
un
Mmmmmm.
Es
un
gustazo
diario
llegar
a
casa.
186
Ahorro
tiempo.
Tiempo
que
tardo
en
comprar,
transportar,
ordenar,
desordenar,
limpiar.
Tiempo
que
utilizo
en
disfrutar
de
mis
hijos,
hacer
ejercicio
o
aprender
a
tocar
la
armónica.
Ahorro
dinero.
Obviamente,
si
no
compro
cosas
inútiles
gasto
menos
dinero.
Puedo
ahorrarlo.
O
puedo
gastarlo
en
cosas
realmente
necesarias.
Ahorro
horas
de
trabajo.
Si
no
necesito
ese
dinero,
¿para
qué
ganarlo?
Y
vuelvo
al
inicio
de
la
rueda,
y
ahorro
más
tiempo-‐
dinero-‐trabajo-‐tiempo-‐dinero-‐trabajo-‐tiempo-‐dinero-‐trabajo-‐
tiempo-‐dinero-‐trabajo-‐tiempo-‐dinero-‐trabajo-‐tiempo…
Así
que
si
minimizo
mis
posesiones
inútiles
e
innecesarias,
puedo
minimizar
espacio
ocupado,
gastos
que
no
me
aportan
nada
bueno
y
horas
de
trabajo.
Y
así
puedo
disfrutar
más
de
mi
tiempo,
permitirme
gastos
más
provechosos,
pasar
más
tiempo
con
mi
gente,
practicar
más
mis
aficiones.
Pero
por
encima
de
todo,
lo
que
me
ahorro
y
lo
que
te
ahorras
al
practicar
el
minimalismo
es
un
montón
de
atención
dedicada
a
esa
inmensa
cantidad
de
información
que
te
obliga
a
gestionar
de
algún
modo
todo
ese
exceso
de
cosas
que
te
rodean
e
invaden
tu
espacio
vital,
con
el
consecuente
estrés
mental
que
desencadenan.
¿Cómo
poner
en
práctica
el
minimalismo?
De
nada
sirve
conocer
todo
lo
que
comentaba
más
arriba
si
no
pasas
a
la
acción,
si
no
empiezas
a
moverte,
a
tomar
decisiones,
a
minimizar.
Para
ello
te
recomiendo
seguir
este
método:
187
1.
Vaciar
Una
vez
sabemos
donde
quieres
aplicar
el
minimalismo,
ya
sea
un
mueble
o
una
habitación
entera,
lo
primero
que
debes
hacer
es
vaciar.
Un
trabajo
realmente
sencillo,
seguramente
el
que
te
llevará
menos
tiempo.
Una
observación:
vaciar
significa
nada
más
y
nada
menos
que
vaciar.
Es
decir,
lo
sacas
todo,
abso-‐
lutamente
todo
fuera
de
la
estancia
en
la
que
estás
trabajando.
No
tiene
que
quedar
nada,
excepto
los
muebles,
claro.
A
pesar
de
lo
simple
de
esta
acción,
ayuda
mucho
a
sacar
las
primeras
conclusiones.
Conforme
vas
vaciando
armarios,
cajo-‐
nes
y
cajas
te
vas
dando
cuenta
de
la
cantidad
de
cosas
que
guardabas
y
que
hacía
tanto
tiempo
que
no
usabas,
así
como
del
espacio
que
estaban
ocupando.
Además,
una
vez
alcanzado
el
vacío,
percibes
una
nueva
imagen
de
la
habitación
que
hacía
mucho
tiempo
que
no
tenías.
Sólo
con
un
simple
paso
eres
más
consciente
del
enorme
espacio
real
que
tienes.
Tu
dormitorio
de
doce
metros
cuadrados
es
ahora
amplísimo.
Puedes
empezar
a
imaginar
cómo
te
gustaría
que
fuera
al
terminar
con
la
limpieza,
y
se
apodera
de
ti
una
sensación
que
hacía
muchísimo
no
sentías:
ligereza.
2.
Filtrar
Después
de
dar
el
paso
más
simple,
toca
dar
el
paso
más
complejo:
aplicar
un
filtro.
Se
podría
debatir
largo
y
tendido
sobre
las
condiciones
que
tiene
que
cumplir
un
objeto
para
considerar
buscarle
un
lugar
o
por
lo
contrario
deshacerte
de
él,
sobre
todo
por
la
188
subjetividad
de
la
condición.
Intentarás
ser
objetivos,
así
todavía
será
más
fácil.
Para
filtrar,
primero
coge
el
objeto
–uno
por
uno.
Después
reconócelo,
obsérvalo,
estúdialo,
míralo,
si
es
posible
sin
mucho
cariño,
ya
que
el
recuerdo
de
lo
que
fue
es
una
emoción
pasada,
no
presente,
por
lo
tanto
irreal.
Además,
seguro
que
ya
sabes
lo
infructuoso
y
peligroso
que
es
mantener
una
relación
personal
por
pena
o
lástima.
¿Por
qué
hacerlo
con
un
objeto?
Así
que
cuidado
con
el
apego
material.
Seguidamente
aplica
el
filtro
mediante
una
sencilla
pregun-‐
ta:
¿Te
necesito
y/o
te
uso?
Contesta,
teniendo
en
cuenta
que
sólo
hay
dos
posibilidades:
sí
y
no.
En
este
paso
dos
premisas
son
básicas:
coherencia
y
sinceridad.
No
vale
la
pena
mentirse,
caer
en
el
autoengaño.
Finalmente,
clasifícalo
según
la
respuesta
en
dos
montones.
De
momento
ningún
objeto
ha
vuelto
a
entrar
en
la
habitación;
sigue
vacía.
3.
Eliminar
Todo
aquel
objeto
que
haya
recibido
un
no….
no
volverá
a
la
habitación
y
te
desharás
de
él
lo
antes
posible.
Cuanto
más
tiempo
pase
en
casa,
aunque
sea
en
una
bolsa,
más
tiempo
habrá
pasado
desde
el
instante
preciso
en
que
decidimos
deshacernos
de
él
y
más
difícil
será
lograrlo.
Además,
¿para
qué
quitarlo
de
un
espacio
si
lo
vas
a
almacenar
en
otro?
Pronto,
fuera.
189
Algo
importante
en
el
momento
de
eliminar
es
no
confundirlo
con
tirar,
siendo
ésta
la
última
opción,
ya
que
antes
existen
otras
como
venderlo,
regalarlo,
donarlo
o
reciclarlo.
4.
Limpiar
La
habitación
sigue
vacía.
Ya
sabes
cuáles
y
cuántos
son
los
objetos
que
volverán
a
entrar,
con
lo
que
también
puedes
hacerte
a
la
idea
de
los
muebles
y
almacenaje
que
vas
a
necesitar.
Si
intuyes
que
te
sobra
un
armario,
un
baúl,
una
caja,
una
cómoda,…
antes
de
empezar
a
limpiar,
sácalo
de
la
habitación
y
aplica
el
mismo
filtro
que
con
tus
pertenencias.
Probablemente
te
sorprenderás
e
incluso
tenías
muebles
de
más.
Aplícale
el
paso
3.
Por
lo
de
limpiar…
no
creo
que
sea
necesario
explicar
cómo.
5.
Ordenar
En
cuanto
al
orden,
tampoco
hay
mucho
que
decir.
Asigna
un
lugar
a
cada
objeto,
algo
así
como
su
sitio,
teniendo
en
cuenta
más
que
nada
su
frecuencia
de
uso.
Una
vez
decidido
el
sitio
para
cada
pertenencia,
sólo
un
consejo:
respetarlo
siempre.
Cuando
lo
busques
volverás
a
ahorrarte
un
montón
de
gestión
de
información
si
conoces
su
sitio
y
sabes
dónde
buscar
directamente.
Y
voilà,
ya
tenemos
el
minimalismo
aplicado
a
nuestra
habitación.
En
realidad,
el
minimalismo
se
centra
en
la
gestión
coherente
y
responsable
de
tu
mundo
material,
es
decir,
de
tus
perte-‐
nencias,
tus
posesiones,
como
contrapartida
al
consumismo
190
desmesurado
y
a
la
tendencia
social
de
llenar
la
vida
a
base
de
objetos
innecesarios
con
tal
de
compensar
el
vacío
existencial
que
puedes
sentir.
Ten
siempre
presente
el
lema
menos
es
mejor.
Verás
cómo
despejando
tu
entorno
también
calmarás
tu
mente.
Haz
sólo
una
cosa
a
la
vez
Lo
mencionaba
hace
un
momento
al
definir
el
minimalismo
de
forma
global.
Hasta
ahora
te
has
centrado
más
en
tus
posesiones
materiales,
pero
otra
gran
fuente
de
estrés
es
la
cantidad
de
cosas
que
"tienes
que"
hacer,
tanto
realmente
como
imaginariamente
–proyectos,
ideas,
sueños,
ilusiones,
etc.
Si
buscas
responsables,
vuelve
a
pensar
en
tu
educación
y
cultura.
Te
han
enseñado
a
hacerlo
así.
No
te
sientas
culpable.
Te
han
hecho
creer
que
el
éxito,
en
parte,
se
consigue
gracias
a
hacer
muchas
cosas,
y
como
el
tiempo
es
limitado,
has
aprendido
a
solapar
tareas
y
actividades.
Desde
un
punto
de
vista
de
eficiencia,
cuantas
más
cosas
seas
capaz
de
hacer
a
la
vez,
mejor.
¿Seguro?
¿Mejor?
No
estoy
muy
convencido.
Pasa
todos
los
días.
Te
levantas
y
te
vistes
mientras
desayunas
rápido,
le
pegas
cuatro
gritos
a
tu
hijo
porque
llegáis
tarde,
revisas
tu
email,
preparas
la
fiambrera
y
dejas
puesta
una
lavadora.
Luego,
en
el
trabajo,
hablas
con
tu
compañero
mientras
contestas
uno
de
esos
mails
y
trabajas
en
tu
último
191
proyecto,
acompañado
por
el
periódico
abierto
sobre
tu
mesa
y
un
beep
notificándote
un
nuevo
comentario
de
tu
estado
en
Facebook.
Por
la
tarde
vas
al
gimnasio
a
hacer
un
poco
de
bicicleta
aprovechando
la
consola
de
ésta
como
atril
para
la
última
novela
que
estás
leyendo
mientras
escuchas
lo
último
de
tu
cantante
favorito
en
el
iPod
y
el
móvil
vibra
en
el
bolsillo
cada
dos
por
tres
con
más
correos.
Y
al
llegar
la
noche
cenas
cuatro
cosas
quejándote
de
la
crisis
con
tu
mujer,
con
tu
hijo
al
lado
preguntándote
una
duda
sobre
sus
deberes
del
colegio
y
viendo
la
previsión
del
tiempo
a
la
vez.
Todo
a
la
vez.
Siento
desilusionarte,
como
tantas
otras
veces,
pero
te
engañaron.
No
eres
un
ordenador,
no
eres
multitarea.
Tienes
cierta
capacidad
para
hacer
cosas
a
la
vez,
pero
tampoco
eres
un
dios,
ni
Superman.
Tienes
muchísimas
capacidades,
pero
limitadas.
No
estás
diseñado
para
hacer
muchas
cosas
a
la
vez.
Tienes
razón,
no
te
diré
que
no.
Llevas
tiempo
sobreviviendo
a
ese
ritmo
y
casi
siempre
consigues
terminar
tus
quehaceres
a
tiempo.
¿Para
qué
cambiarlo?
Desayunas,
te
vistes,
llevas
a
tu
hijo
al
cole,
comes
de
tupper,
pones
lavadoras,
trabajas,
te
comunicas
con
tus
compañeros,
siempre
estás
al
tanto
de
tus
mails,
tienes
una
vida
social
activa,
haces
ejercicio,
hablas
con
tu
mujer,
ayudas
a
tu
hijo
con
sus
tareas
y
sabes
qué
tiempo
hará
mañana.
Haces
todo
lo
que
se
supone
que
debes
hacer.
Sin
embargo,
de
nuevo,
te
invito
a
reflexionar…
¿cuánto
o
cómo?
Porque
sólo
puedes
elegir
uno
de
los
dos.
Tal
vez
eres
capaz
de
hacer
todo
eso,
sin
importarte
mucho
la
calidad
de
tus
acciones.
Pero
no
eres
capaz
de
hacerlo
todo
y
además
bien,
al
menos
a
largo
plazo.
Te
supera.
Tú
eliges:
mucho
y
mal
o
poco
y
bien.
Y,
sobre
todo,
como
siempre,
sabes
donde
termina
todo
este
estrés,
en
una
comida
impulsiva
y
emocional.
192
La
multitarea
resta
vida.
Sí,
te
quita
vida.
No
en
cuanto
a
tiem-‐
po
–aunque
creo
que
también–,
sino
en
cuanto
a
profundidad.
Puedes
hacer
una
cosa,
sólo
una,
y
vivirla
intensamente,
sentirla.
O
puedes
hacer
muchas
a
la
vez
y
no
enterarte
absolutamente
de
nada
de
lo
que
estás
haciendo.
Resumiendo,
puedes
hacer
mucho
o
vivir,
pero
es
complicado
que
consigas
hacer
las
dos
cosas
al
mismo
tiempo.
¿Cómo
hacer
una
sola
cosa
a
la
vez?
Es
muy
fácil.
Sólo
hay
una
norma.
El
resto
son
consecuencias
de
la
norma,
más
que
nada
porque
el
día
tiene
sólo
24
horas
y
no
te
quedará
otra
salida
que
simplificar
tu
vida
en
otros
aspectos,
sobre
todo
vaciando,
para
así
alcanzar
eso
que
nunca
o
raramente
has
sentido
en
plenitud:
la
atención.
Lo
importante,
la
norma:
hacer
una
sola
cosa
a
la
vez.
–
Cuando
hablas,
estás
hablando.
Escuchas.
Sabes
lo
que
dices
y
sabes
lo
que
te
dicen.
Estás
mirando
los
ojos,
la
cara,
los
gestos,
que
también
hablan.
Vives
la
conversación.
–
Cuando
comes,
estás
comiendo.
Estás
cortando,
pinchando,
llevando
la
comida
a
la
boca
y
saboreándola.
Estás
masticando.
Y
después,
estás
haciendo
la
digestión.
Vives
la
comida.
–
Cuando
lees,
estás
leyendo.
Estás
concentrado
en
cada
palabra,
en
cada
idea.
Sabes
lo
que
estás
leyendo
y
disfrutas
de
la
lectura.
Vives
la
lectura.
–
Cuando
haces
ejercicio,
estás
haciendo
ejercicio.
No
estás
pensando
o
hablando
por
el
móvil.
Estás
percibiendo
el
movi-‐
miento,
las
sensaciones,
la
fatiga,
el
estiramiento,
la
respira-‐
ción.
Vives
el
movimiento.
193
Cómo
no,
como
toda
regla,
hay
excepciones.
Como
te
decía,
en
realidad
sí
puedes
hacer
varias
cosas
a
la
vez,
siempre
que
no
provoquen
un
colapso
de
los
recursos
que
tiene
tu
cerebro.
Según
Mara
Dierssen
“diferentes
estudios
demuestran
que
las
tareas
estructuradas
en
torno
a
la
memoria
y
el
aprendizaje
se
ven
interrumpidas
si
tratamos
de
hacer
una
segunda
del
mismo
tipo
al
mismo
tiempo”.
Así
que
tranquilo,
puedes
poner
una
lavadora
mientras
desayunas.
De
todas
formas
yo
no
lo
tengo
muy
claro.
Siempre
correrás
el
riesgo
de
lavar
la
ropa
con
leche
mientras
desayunas
cereales
con
gel
detergente.
Ahora
en
serio,
de
veras,
plantéate
seriamente
el
hecho
de
minimizar
también
tus
actividades
diarias,
quedarte
con
las
que
realmente
son
necesarias
y
te
reportan
algún
bien,
y
deja
de
hacer
el
resto.
Aquellas
que
tengas
que
hacer
sí
o
sí,
hazlas
una
por
una,
con
calma,
sin
prisas.
Es
una
muy
buena
manera
de
mantener
a
raya
un
sinfín
de
emociones
que
siempre
terminan
por
empujarte
a
comer
impulsivamente.
Limita
la
información
que
consumes
Más
allá
de
tus
pertenencias
y
responsabilidades,
el
último
paquete
que
completa
el
conjunto
total
de
información
que
debes
gestionar
cada
día
es
la
información
que
consumes,
tanto
voluntariamente,
cuando
tú
eliges
consumir
información,
como
involuntariamente,
cuando
la
información
te
consume
a
ti
a
base
de
interrupciones.
El
primer
centro
de
atención
va
a
ser
sobre
todo
los
medios
de
comunicación,
especialmente
la
televisión
e
internet.
Sencilla-‐
mente,
vigila
lo
que
ves
y
escuchas.
Ya
hemos
visto
la
influen-‐
194
cia
que
ejercen
sobre
tu
pensamiento
y
emociones
la
publici-‐
dad,
las
noticias
y
otras
cosas
que
puedes
ver
a
través
de
estos
canales
de
información
–como
gente
discutiendo
por
algo
absurdo
o
fanáticos
insultando
a
un
árbitro
porque
ha
come-‐
tido
un
error.
Toda
esta
información
es
realmente
tóxica
y
vale
la
pena
que
como
mínimo
seas
consciente.
Reflexiona
a
menu-‐
do
sobre
ello.
Después
del
ejercicio
de
conciencia,
lo
más
pro-‐
bable
es
que
se
te
quiten
las
ganas
de
seguir
consumiendo
este
tipo
de
información.
En
su
lugar,
en
vez
de
hacer
lo
que
se
supone
que
debes
hacer
y
lo
que
todo
el
mundo
hace,
es
decir,
en
ves
de
dejarte
llevar
por
la
inconciencia
colectiva,
elige
conscientemente
qué
infor-‐
mación
consumir.
Afortunadamente,
en
televisión
todavía
que-‐
dan
algunos
pocos
programas
decentes
que
ver.
Sé
que
puede
sonar
a
tópico,
pero
los
programas
sobre
naturaleza
son
muy
interesantes
y
eficaces
para
calmar
tu
mente.
Y
en
internet
hay
blogs
y
canales
de
Youtube
dedicados
a
diferentes
temáticas
libres
de
malas
noticias
o
propaganda
que
te
moleste,
aparte
de
emanar
un
buen
rollo
realmente
contagioso.
Respecto
a
las
interrupciones,
los
consejos
que
puedo
darte
son
de
sentido
común.
Sé
honesto.
¿Es
sano
o
te
interesa
que
el
flujo
de
tu
vida
dependa
de
un
montón
de
avisos
y
sonidos
que
te
interrumpen
cada
dos
por
tres?
Lo
más
probables
es
que
vivas
rodeado
de
chismes
que
con
mucha
frecuencia
te
notifican
cualquier
cambio
en
su
estado.
¿De
veras
un
nuevo
email
en
tu
bandeja
de
entrada,
una
llama-‐
da,
un
mensaje
en
el
Whatsapp,
un
"me
gusta"
en
Facebook
o
lo
que
diga
el
hombre
del
tiempo
es
tan
importante
como
para
interrumpir
tu
trabajo,
tu
momento
de
silencio,
una
afirmación
positiva
o
una
conversación
con
tu
mujer
o
tus
hijos?
195
No
creo
que
haga
falta
hacer
muchos
más
comentarios.
Como
hemos
venido
viendo
en
estas
últimas
soluciones
mentales,
todo
este
exceso
de
información
te
predispone
a
comer
emocionalmente.
Si
quieres
dejar
de
hacerlo,
vas
a
tener
que
tomar
cartas
en
el
asunto.
Y
esto
que
sea
sobre
todo
en
el
próximo
ejercicio.
No
consumas
información
mientras
comes
Este
último
hábito
representa
un
compendio
de
todo
lo
que
hemos
visto,
tanto
a
nivel
mental
como
corporal.
Es
vital
que
durante
tus
comidas
dejes
de
consumir
informa-‐
ción
extra.
De
hecho,
ya
hay
mucha
información
que
debes
gestionar
en
tu
propia
comida,
así
que
mantente
atento.
En
las
ideas
de
reconciliación
con
tus
instintos
ya
repasamos
algunos
aspectos
de
este
"macrohábito".
Contar
las
veces
que
masticas,
respirar
mientras
comes
o
soltar
los
cubiertos
entre
bocado
y
bocado
son
ejercicios
que
te
obligan
a
centrar
tu
atención
en
la
acción
de
comer.
Ahora
te
propongo
complementar
esos
ejercicios
ampliando
el
campo
de
acción
de
tu
conciencia
y
atención
a
todo
el
escenario
que
te
rodea
durante
una
comida.
Siempre
que
puedas
–si
comes
fuera
de
casa
lo
tienes
complicado–,
a
la
hora
de
comer
prepara
un
entorno
tranquilo.
Elimina
cualquier
fuente
de
interrupción
o
ruido,
es
decir,
apaga
el
ordenador,
el
teléfono
móvil
y
el
televisor.
Elimina
también
cualquier
fuente
de
distracción
visual,
despejando
tu
196
alrededor
y
manteniéndolo
limpio
y
libre
de
trastos,
sobre
todo
la
mesa
donde
vas
a
comer.
Cuando
te
pongas
a
comer,
primero
relájate
e
incluso
practica
una
afirmación
positiva.
¿Para
qué
crees
que
se
bendice
la
mesa
en
algunas
religiones?
Los
consejos
que
te
doy
no
tienen
nada
de
místicos;
esa
es
una
opción
muy
personal.
Sin
embargo,
esas
tradiciones
que
se
han
perdido
en
pro
de
las
prisas,
la
multitarea
y
la
inconciencia
colectiva
tenían
mucho
más
sentido
que
ser
una
mera
costumbre
religiosa.
Sentarte
a
la
mesa,
mirar
la
comida,
concentrar
tu
atención
en
ella
y,
por
qué
no,
dar
las
gracias
mentalmente
por
poder
disfrutar
de
la
comida
es
un
ejercicio
estupendo
para
antes
de
comer.
Durante
la
comida,
sigue
atento
y
consciente.
¿Recuerdas
el
ejercicio
de
hacer
una
sola
cosa
a
la
vez?
Cuando
comes,
estás
comiendo.
Nada
más.
Y
después
de
la
comida,
no
te
levantes
disparado
a
recoger
los
platos
para
sentarte
rápidamente
en
el
sofá
a
ver
las
noticias
deportivas.
En
vez
de
esa
actitud
impulsiva,
relájate.
Respira
unos
instantes
y
deja
que
la
comida
repose
en
tu
estómago.
Si
quieres,
una
vez
más,
vuelve
a
reflexionar
mentalmente
sobre
lo
rica
que
estaba
la
comida
y
lo
afortunado
que
eres
al
tener
algo
que
comer
todos
los
días.
Todos
estos
hábitos
alrededor
del
acto
de
comer
crean
un
escenario
físico
y
mental
perfecto
para
ayudarte
a
dejar
de
comer
impulsivamente.
Seguro
que
actuando
de
este
modo
comes
más
lento,
masticas
mejor
y
sientes
conscientemente
las
sensaciones
de
tu
estómago
que
se
va
llenando.
La
comida
dura
más
tiempo
y
tus
señales
hormonales
activan
fácilmente
197
tu
saciedad.
Tu
mente
está
centrada
en
la
comida,
aquí
y
ahora,
y
no
pendiente
de
las
mil
cosas
que
te
quedan
por
hacer.
Como
dice
Thich
Nhat
Hanh,
respira,
sonríe
y
ve
despacio.
198
32
IDEAS
PARA
CREAR
UNA
NUEVA
RELACIÓN
CONSCIENTE
CON
LA
COMIDA
Como
te
decía
unos
capítulos
atrás,
el
camino
que
te
queda
por
hacer
implica
fundamentalmente
un
trabajo
mental
hacia
la
conciencia,
la
experiencia
plena
del
aquí
y
el
ahora.
De
hecho,
no
hace
falta
ser
muy
observador
para
darse
cuenta
de
que
en
realidad
todas
las
propuestas
que
he
compartido
contigo
como
ideas
de
reconciliación
requieren
de
cierto
estado
de
conciencia,
de
atención.
Cuando
hablábamos
de
mantener
tu
atención
en
las
sensa-‐
ciones
de
llenado
e
inflamación
que
emitía
tu
estómago,
de
la
elección
de
alimentos
que
te
sacien,
de
contar
las
veces
que
masticas,
de
soltar
los
cubiertos
entre
bocado
y
bocado,
de
evitar
comprar
y
comer
productos
procesados
y
de
dedicar
un
tiempo
a
mirar
las
etiquetas,
todas
estas
conductas
requieren
de
un
estado
de
conciencia.
Y
cuando
te
recomendaba
observarte
unos
días
para
determinar
tus
hábitos
alrededor
de
la
comida,
así
como
tus
pensamientos
y
emociones,
que
analizaras
tus
creencias
culturales,
que
repitieras
frecuentemente
afirmaciones
positivas
o
que
practicaras
el
minimalismo,
también
son
hábitos
que
requieren
de
cierto
grado
de
conciencia.
Por
lo
tanto,
piensa
que
a
pesar
de
que
al
principio
las
prácticas
que
voy
a
recomendarte
puedan
parecerte
muy
complicadas,
si
ya
has
venido
haciendo
pequeños
ejercicios
de
conciencia
lo
vas
a
tener
mucho
más
fácil.
Una
vez
más,
la
paciencia,
la
constancia
y
la
frecuencia
son
la
base.
No
vas
a
conseguir
dominar
las
estrategias
que
enseguida
voy
a
proponerte
en
dos
días,
ni
en
unas
pocas
semanas.
Incluso
la
última,
lo
más
probable
es
que
tardes
años.
Sin
embargo,
lo
mejor
de
todo
es
que
aunque
no
las
domines
y
no
logres
alargarlas
en
el
tiempo,
los
resultados
de
su
práctica
como
ayuda
para
dejar
de
comer
impulsivamente
se
producen
nada
más
tienes
la
intención
de
practicar.
Como
decía
Buda
acerca
de
la
meditación,
en
el
preciso
momento
en
que
decides
meditar
y
te
sientas
a
meditar
ya
estás
meditando,
mucho
antes
de
meditar.
Fluye.
Es
decir,
haz
algo
que
te
apasione
Por
favor,
responde
sinceramente.
¿Tienes
ganas
de
comer
impulsivamente
cuando
disfrutas
con
lo
que
haces,
cuando
te
hace
sentir
bien,
cuando
pasas
un
buen
rato
practicando
tu
afición
preferida,
o
cuando
estás
haciendo
la
parte
de
tu
trabajo
que
más
te
satisface?
Claro
que
no.
Sabes
que
no.
¿Por
qué?
Porque
estás
fluyendo,
estás
experimentando
la
conciencia
plena.
Fluir,
en
psicología,
es
un
concepto
utilizado
desde
mediados
200
de
los
años
setenta,
cuando
el
psicólogo
Mihály
Csíkszentmi-‐
hályi
lo
propuso
para
definir
el
momento
en
el
que
el
hombre
se
siente
feliz,
que
no
es
más
que
aquel
en
que
se
encuentra
totalmente
inmerso
en
la
acción
que
está
realizando.
Según
el
propio
Csíkszentmihályi,
esa
actividad
que
nos
hace
fluir
nos
lleva
a
un
estado
en
el
que
tenemos
unos
objetivos
claros,
la
atención
y
la
concentración
se
agudizan,
perdemos
la
noción
del
tiempo
y
el
espacio,
y
percibimos
un
sentimiento
de
control
absoluto
sobre
la
situación.
Vuelvo
a
preguntar:
¿cuándo
es
que
te
ocurren
todas
estas
cosas?
¿Cuándo
se
aúnan
todos
estos
factores
en
tu
propia
experiencia?
Solamente
cuando
haces
algo
que
te
gusta,
que
te
entusiasma,
que
te
apasiona.
De
hecho,
en
contraposición
a
la
primera
pregunta
que
te
hacía
sobre
si
tienes
ganas
de
comer
impulsivamente
cuando
haces
algo
con
lo
que
disfrutas,
podrías
hacerte
la
pregunta
al
revés,
para
descubrir
que
la
mayoría
de
veces
que
haces
cosas
que
no
te
hacen
disfrutar,
o
incluso
te
lo
hacen
pasar
mal,
coinciden
con
tus
ansias
impulsivas
por
comer.
La
realidad
social
que
nos
ha
tocado
vivir
es
que
la
mayoría
del
tiempo
que
pasamos
despiertos
lo
hacemos
trabajando,
por
lo
tanto
creo
que
sería
muy
interesante
plantearse
a
medio
y
largo
plazo
–sabemos
que
los
cambios
de
trabajo
no
son
fáciles
ni
inmediatos–
el
hecho
de
que
tu
trabajo
debe
representar
una
actividad
que
te
satisfaga
de
alguna
manera.
Si
no,
si
la
mayor
parte
de
tu
día
a
día
la
pasas
haciendo
algo
que
te
disgusta,
lo
vas
a
tener
realmente
difícil
para
dejar
de
comer
impulsivamente.
Es
decir,
si
te
gusta
no
hay
problema,
y
si
no
te
gusta
cámbialo.
Piensa
en
ello.
201
Además,
si
el
resto
del
tiempo
lo
dedicas
a
actividades
y
aficiones
que
te
hagan
fluir
conscientemente,
todavía
lo
vas
a
tener
más
fácil.
Tocar
instrumentos
musicales,
pintar,
escribir,
practicar
algún
deporte,
bailar,
leer,
etc.
Hay
mil
alternativas.
Eso
sí,
para
que
sea
un
fluir
consciente
tú
tienes
que
ser
el
motor
de
la
actividad,
el
protagonista.
Por
ejemplo,
ver
la
televisión,
por
mucho
que
te
absorba,
es
una
actividad
pasiva
que
no
representa
fluir.
Es
más,
ya
sabes
que
verla
suele
invitarte
a
comer
impulsivamente.
De
todas
maneras,
debes
tener
cuidado
con
las
actividades
que
generan
flujo
en
tu
mente,
ya
que
puedes
llegar
a
engancharte
tanto
a
ese
estado
que
termines
por
fluir
impulsivamente
y,
entonces,
sólo
estarás
trasladando
el
problema
–veremos
por
qué
al
final
del
libro.
Fluir
sigue
siendo
algo
que
representa
hacer,
y
hacer
sólo
puedes
hacer
en
el
mundo
material,
el
cual
tiene
sus
límites.
Si
fluyes
impulsivamente
haciendo
ejercicio,
cada
vez
tendrás
que
hacer
más
ejercicio
para
seguir
fluyendo
–cada
vez
querrás
experimentar
más
el
placer
del
propio
ejercicio–,
cuando
tu
cuerpo
tiene
límites
físicos.
Si
fluyes
impulsiva-‐
mente
cuando
estás
pintando,
cada
vez
tendrás
que
pasar
más
horas
pintando
–seguirás
enganchado
al
placer
de
pintar–,
pero
en
alguno
momento
tendrás
que
dormir…
Fluir
es
una
buena
estrategia,
aunque
no
la
definitiva,
debido
a
su
vínculo
con
la
materia,
limitada,
finita,
y
el
placer.
Hay
otras
maneras
de
disfrutar
de
la
conciencia
sin
límites.
202
Practica
el
mindfulness
El
mindfulness,
o
conciencia
plena,
es
una
práctica
espiritual
procedente
del
budismo
actualmente
estudiada
y
utilizada
en
el
campo
de
la
psicología
y
las
psicoterapias.
El
nombre
lo
dice
todo,
así
que
lo
único
que
necesitas
es
concentrarte
en
el
momento
presente,
sentirlo,
vivirlo
como
única
realidad.
La
práctica
del
mindfulness
es
realmente
sencilla,
aunque
al
mismo
tiempo
muy
difícil
de
realizar
cuando
eres
un
novato,
debido
a
lo
viciada
que
está
tu
mente
en
mantener
el
control,
hablarte
continuamente
y
deambular
en
otros
lugares
y
momentos
que
no
son
el
aquí
y
el
ahora.
La
base
del
mindfulness
es
la
respiración,
que
te
servirá
de
foco
de
atención
en
cualquiera
de
tus
actividades
cotidianas.
Toma
cualquier
tarea
de
tu
día
a
día.
Por
ejemplo
lavar
los
platos,
comerte
una
mandarina
o
tomarte
una
taza
de
té.
Mientras
estás
haciendo
cualquiera
de
esas
cosas
céntrate
en
ellas
y
di
mentalmente
lo
que
estás
haciendo,
en
gerundio:
“estoy
lavando
los
platos”,
“estoy
comiéndome
una
mandarina”,
“estoy
tomando
una
taza
de
té”.
Además,
añade
“y
soy
plenamente
consciente
de
ello”.
Después
no
hace
falta
que
lo
sigas
repitiendo
como
en
las
afirmaciones
positivas.
Simplemente
sigue
concentrado
en
la
acción,
respira
con
tranquilidad
y
sonríe
ligeramente.
Si
en
algún
momento
pierdes
la
atención,
ahora
sí
repite
la
frase,
mantén
la
atención,
respira
con
tranquilidad
y
sonríe
ligeramente.
203
El
mindfulness
propone
infinidad
de
ejercicios.
Una
gran
fuente
de
éstos
la
puedes
encontrar
en
los
numerosos
libros
que
ha
escrito
el
monje
budista
zen
Thich
Nhat
Hanh,
quien
una
y
otra
vez
nos
recuerda
que
“¿cómo
puedes
estar
vivo
si
tu
cuerpo
está
aquí
y
tu
mente
en
otro
lugar?”.
Yo,
personalmente,
por
lo
sencillo
y
exageradamente
simple
de
sus
palabras,
te
recomiendo
El
milagro
del
mindfulness.
Además,
otras
fuentes
de
prácticas
de
conciencia
plena
son
las
diversas
meditaciones
que
suelen
practicarse
en
diversas
culturas,
filosofías
y
religiones
orientales,
ya
sea
mientras
uno
camina,
come,
se
acuesta,
barre,
habla,
etc.
La
cuestión
siempre
es
la
misma:
ser
consciente
del
momento
presente.
Como
te
decía
en
la
introducción
a
estas
soluciones
conscientes
para
dejar
de
comer
impulsivamente,
¿qué
crees
que
estás
haciendo
cuando
cuentas
las
veces
que
masticas,
centras
tu
atención
en
tu
estómago
o
respiras
profundamente
entre
bocado
y
bocado?
Efectivamente,
mindfulness.
Desarrollar
la
capacidad
de
ser
consciente
en
cualquier
situación
y
condición
es
la
manera
más
sencilla
y
efectiva
de
cohesionar
cuerpo
y
mente
y
experimentar
el
cuerpomente.
No
te
quepa
ninguna
duda
que
al
hacerlo,
la
paz
que
percibes
es
tal
que
el
impulso
por
comer
desaparece
por
completo.
Sin
embargo,
todavía
queda
una
forma
más
de
meditar,
de
ser
plenamente
consciente,
aún
más
eficiente,
pero
seguramente
también
la
más
complicada,
ya
que
no
implica
absolutamente
ninguna
actividad,
ninguna
interacción
con
el
medio
físico
que
le
sirva
de
soporte,
ningún
otro
foco
de
atención
que
no
sea
la
propia
respiración.
204
Medita
sentado
Hasta
ahora,
progresivamente,
hemos
ido
repasando
dife-‐
rentes
formas
de
ser
consciente,
de
meditar,
que
se
alejaban
poco
a
poco
del
mundo
material
para
llevarte
un
estado
de
conciencia
donde
poco
tiene
que
hacer
esa
materia.
Es
decir,
ser
consciente
siempre
ha
implicado
hacer
algo,
ya
sea
fluir
tocando
un
instrumento
o
diseñando
unos
planos,
o
bien
caminar,
comer,
lavar
los
platos,
etc.
La
guinda
del
pastel
de
la
meditación,
el
súmmum
de
la
conciencia
plena,
es
la
meditación
sentada.
No
hay
nada
que
hacer,
ninguna
acción
que
acompañe
a
esta
práctica
de
conciencia
más
que
respirar.
Un
verdadero
reto,
¿verdad?
Sin
embargo,
encuentro
muy
acertado
el
discurso
de
Taisen
Deshimaru,
un
maestro
legendario
de
la
meditación
zen,
quien
afirma
“¿cómo
vas
a
poder
conocer,
aceptar
y
controlar,
es
decir,
ser
consciente
de
lo
que
estás
haciendo
y
la
realidad
que
te
rodea,
si
no
conoces,
aceptas
y
controlas,
es
decir,
si
no
eres
consciente
de
tu
propia
respiración?”.
No
puedo
enseñarte
a
meditar
sentado
en
este
libro,
aunque
lo
mejor
de
todo
es
que
es
tan
fácil
–y
tan
difícil–
como
sentarte
y
respirar,
sólo
sentarte
y
respirar.
Si
quieres
profundizar
más
en
su
aprendizaje,
te
recomiendo
ponerte
en
contacto
con
algún
centro
dedicado
a
la
práctica
de
la
meditación
o
unirte
a
algún
grupo
de
meditación
–recuerda
que
las
prácticas
en
grupo
te
lo
ponen
más
fácil.
205
Como
te
decía
al
principio,
en
la
introducción,
este
libro
no
es
un
manual,
sino
una
guía,
una
caja
de
herramientas.
Y
ésta
es
la
herramienta
final,
la
meditación.
Medita
sentado,
respira
y
sé
consciente.
La
comida
consciente
será
una
consecuencia.
206
EPÍLOGO
CÓMO
DEJAR
DE
VIVIR
IMPULSIVAMENTE
Llega
el
momento
de
la
despedida.
Sólo
quiero
hacer
un
apunte
más,
una
breve
reflexión.
Ahora
que
has
terminado
el
libro,
creo
que
es
un
buen
momento
para
hacerse
un
esquema
mental
de
todo
lo
que
hemos
visto,
de
la
idea
general.
Yo
veo
una
sociedad
adicta
al
placer,
a
divagar
mentalmente
y
a
la
inconsciencia.
Vivimos
enchufados
al
piloto
automático
de
la
búsqueda
de
satisfacciones
materiales
constantes,
ya
sean
físicas
o
mentales,
mientras
no
vivimos
el
presente,
con
cuerpo
y
mente
en
absoluta
incoherencia
espacio-‐temporal.
Hemos
hablado
de
comer
impulsivamente,
pero
lo
que
hacemos
es
vivir
impulsivamente.
Excepto
en
lo
que
se
refiere
a
los
mecanismos
concretos
de
hambre
y
saciedad,
el
impulso
por
comer
no
se
diferencia
en
nada
a
otros
impulsos,
como
al
comprar,
hacer
ejercicio,
beber,
drogarse,
jugar
y
apostar,
navegar
por
internet
o
mantener
relaciones
sexuales.
La
vida
moderna
consiste
en
vivir
impulsivamente
y
alternar
todas
esas
conductas
impulsivas,
mientras
desperdiciamos
el
momento
presente.
Si
las
causas,
síntomas
y
conductas
de
todos
estos
impulsos
emocionales
no
se
diferencian
prácticamente
nada
en
su
forma,
la
forma
de
afrontarlos
tampoco.
Para
dejar
de
vivir
impulsivamente
uno
puede
comprender
los
efectos
fisiológicos
de
cualquier impulso,
como
los
del
alcohol
o
las
drogas.
También
puede
determinar
los
patrones
mentales
que
se
repiten
y
nos
empujan
hacia
el
impulso.
Insisto
en
que
todo
esto
es
un
trabajo
duro
y
necesario,
para
que
nadie
se
piense
que
estoy
hablando
de
magia.
Pero
hasta
que
no
se
alcanzan
un
grado
de
conciencia
significativo,
no
hay
nada
que
hacer.
Drogarse,
ver
la
televisión,
practicar
sexo,
comprar,
emborra-‐
charse,
fumar
o
practicar
deporte
extremo
suelen
ser
conduc-‐
tas
impulsivas,
es
decir,
inconscientes,
y
aparentemente
ingo-‐
bernables
que
esconden
desórdenes
fisiológicos
combinados
con
conflictos
mentales.
Sólo
hay
una
única
solución
para
todas
ellas:
la
conciencia
plena.
Una
vida
impulsiva
es
una
vida
inconsciente.
Una
vida
en
paz
es
una
vida
consciente.
Es
tu
turno.
208
SOBRE
EL
AUTOR
Robert
Sánchez
Nacido
en
Barcelona
en
abril
de
1980.
Paralelamente
a
su
trabajo
como
entrenador
y
coach
de
bienestar
desde
2004
en
su
propio
centro
de
salud,
escribe
en
Escucha
Tu
Cuerpo,
su
blog
personal,
para
divulgar
su
visión
acerca
de
la
salud
y
el
bienestar
y,
espe-‐
cialmente,
todo
lo
que
conoce
y
ha
experimentado
con
él
mismo
y
sus
clientes
en
torno
a
la
relación
entre
las
emociones,
el
compor-‐
tamiento
y
la
comida.
Además
de
Cómo
dejar
de
comer
impulsivamente,
Robert
también
ha
publicado
otros
libros
como
¿Hacer
ejercicio?
¿Para
qué?
¡Para
nada!
o
Locomoción
Natural.
También
colabora
con
diferentes
organizaciones
como
asesor
y
formador.