A lo largo de la historia de la humanidad han existido y persisten rubros
que se han quedado prácticamente “atorados” en la línea que separa a las ideas de las acciones colectivas. Los conceptos llamados “valores” son algunas de esas ideas que luchan todos los días y en todos los contextos humanos por convertirse en acciones permanentes, por convertirse en realidades que se practiquen día a día por la raza humana. Sin embargo, el fracaso pareciera ser un acompañante inseparable de ellas y aparecen en solamente, acciones aisladas, discursos, proyectos y programas que suelen cumplirse de manera institucional y temporalmente; pero no se introyectan como parte de la personalidad del individuo.
Uno de los sustentos más visibles de la reflexión anterior son los
llamados “día mundial de…” y “día internacional de…” que se eligen y se señalan con la clara y positiva intención de dejar constancia que “ESO” existe y que deberíamos defenderlo y preservarlo como un tesoro de la humanidad.
Una visión iluminada y lucha loable de individuos cultos, sensibles,
inteligentes, humildes y sensatos que insisten en que las personas nos distingamos de los otros seres vivos por una evolución hacia la consciencia de los valores y el ejercicio de la civilidad en los grupos sociales.
Es lamentable que el ser humano se vea en la necesidad de reiterarle al
“propio ser humano” que existe la necesidad de tener y mantener una perspectiva de género que incorpore al hombre y a la mujer en un solo concepto, mejor dicho, en el único concepto existente: ¡PERSONA!.
También clínicamente hablando y no solamente en el ámbito social, es
lamentable que la percepción de ciertos individuos se encuentre significativamente alterada o escindida que excluye de este concepto “de persona” a la mujer por ser una figura con una apariencia física diferente al hombre, lo que significa que el referente único de la percepción de ese sujeto, se reduce a la imagen del hombre; se reduce a un prototipo que le fuera tatuado en la mente. Entonces, es afirmativamente enfermiza la percepción que experimentan ciertos sujetos cuando en automático excluyen del concepto de persona a seres humanos que no cumplen con la imagen “hombre prototipo” que traen simbólicamente tatuada en la memoria.
De tal suerte que aquellos individuos que su pigmentación en piel o
cabello sea diferente a ese prototipo; los sujetos que piensen diferente, que actúen diferente o vistan diferente al reiterado prototipo, sencillamente “para esos individuos” serán otra cosa pero nunca personas.
Una cultura con perspectiva de género se entiende como una forma
de vida donde las personas logran introyectar los valores, en el sentido de incorporar en sus acciones, como parte inherente de su ser, una actitud de respeto mutuo, solidaridad, ayuda mutua, compromiso con el rol y los contextos de actuación humana que se traducen en salud mental.
La perspectiva de género es entonces, la visión desde donde el
hombre y la mujer son “las personas equivalentes” que merecen ser tratadas por igual y recíprocamente; somos todos, esos seres que construimos y constituimos a la humanidad contemporánea; pero también, compartimos el compromiso de sanear los ambientes donde vivimos y sanar las carencias y pobrezas del espíritu, de la mente y de los falsos saberes sociales.
Nota del Editor
Completamos el artículo compartiendo para su descarga el
documento «Actualización de conceptos en perspectiva de género y salud», firmado por Isabel Martínez Benlloch (Universidad de Valencia) que, como parte del Programa de Formación de Formadores/as en Perspectiva de Género y Salud editado por el Ministerio de Sanidad español, ofrece una visión completa y estructurada del concepto. Citando la introducción del propio documento: «Se estudian las implicaciones del Sistema de género en la construcción de la Subjetividad, incluyendo aquí el desarrollo de conceptos y constructos cognitivos que han estado a la base de la fundamentación psicosocial de las diferencias entre los sexos y los roles de género».
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