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ÍN D IC E

NUESTRO M UNDO, NUESTRAS VIDAS ...................................................... 11

1• LA CRISIS DE LEGITIMIDAD POLÍTICA: NO NOS


REPRESENTAN .............................................................................................. 15
Erase una vez la democracia............................................................................. 15
Las raíces de la ira .............................................................................................. 20
La autodestrucción de la legitimidad institucional por el proceso político .... 26

2- TERRORISMO GLOBAL: LA POLÍTICA DEL MIEDO .................... 29


3- LA REBELIÓN DE LAS MASAS Y EL COLAPSO DE UN ORDEN
POLÍTICO........................................................................................................ 35
Trump: los frutos de la ira ................................................................................ 37
Brexit .................................................................................................................. 51
Un movimiento 3nú-establishment: del Brexit a Corbyn ............................. 58
Macronismo: el fin de los partidos en Francia............................................... 61
La desunión europea ......................................................................................... 68
La Red y el Yo .................................................................................................... 77
10 RUPTURA

4. ESPAÑA: MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO


Y CRISIS DEL ESTADO ..................................................................
Una democracia cansada ..................................................................................
El 15-M: «¡No nos representan!» ....................................................................
De la crisis de legitimidad a la nueva política................................................
Del cambio político al cambio de política......................................................
Prolegómenos a la gran coalición: asesinato en el Comité Federal .............
Erase una vez la revolución en la era de la información...............................
Más allá del neoliberalismo: la izquierda del siglo xxi .................................
La cuestión catalana y la crisis del Estado español........................................
La experiencia española y la reconstrucción de la legitimidad democrática

5. EN EL CLAROSCURO DEL C A O S...........................................................

APÉNDICE: PARA LEER ESTE LIBRO


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ii5 I N U E ST R O M U N D O , NUESTRAS VIDAS
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Soplan vientos malignos en el planeta azul. Nuestras vidas titu­


bean en el torbellino de múltiples crisis. Una crisis económica
que se prolonga en precariedad laboral y en salarios de pobreza.
Un terrorismo fanático que fractura la convivencia humana, ali­
menta el miedo cotidiano y da pábulo a la restricción de la li­
bertad en nombre de la seguridad. Una marcha aparentemente
ineluctable hacia la inhabitabilidad de nuestro único hogar, la
Tierra. Una amenaza permanente de recurrir a guerras atroces
como forma de tratar los conflictos. Una violencia rampante con­
tra las mujeres que osaron ser ellas mismas. Una galaxia de comu­
nicación dominada por la mentira, ahora llamada posverdad.
Una sociedad sin privacidad en la que nos hemos convertido en
datos. Y una cultura, denominada entretenimiento, construida
sobre el estímulo de nuestros bajos instintos y la comercialización
de nuestros demonios.
Pero aún hay una crisis más profunda, que tiene consecuencias
devastadoras sobre la (in)capacidad de tratar las múltiples crisis
12 RUPTURA NUESTRO MUNDO, NUESTRAS VIDAS 13

que envenenan nuestras vidas: la ruptura de la relación entre go­ representación social, en particular en Bolivia y Ecuador. Pero en
bernantes y gobernados. La desconfianza en las instituciones, en buena parte del mundo, en particular en China y Rusia, se conso­
casi todo el mundo, deslegitima la representación política y, por lidaron regímenes autoritarios que se constituyen en alternativas
tanto, nos deja huérfanas de un cobijo que nos proteja en nombre eficaces a la democracia liberal. Mientras que Oriente Próximo está
del interés común. No es una cuestión de opciones políticas, de gobernado por teocracias (Irán, Arabia Saudí) o dictaduras (Egip­
derecha o izquierda. La ruptura es más profunda, tanto a nivel to, Siria), exceptuando Israel, que está en guerra permanente con
emocional como cognitivo. Se trata del colapso gradual de un sus territorios ocupados. Y en Europa en la última década se ha
modelo político de representación y gobernanza: la democracia producido un verdadero vuelco electoral en favor de partidos na­
liberal que se había consolidado contra los estados autoritarios y cionalistas, xenófobos y críticos con los partidos tradicionales que
el arbitrario institucional a través de lágrimas, sudor y sangre en han dominado la política desde hace medio siglo. Además del
los dos últimos siglos. Ya sea en España, en Estados Unidos, en Brexit en el Reino Unido y del colapso de los partidos franceses
Europa, en Brasil, en Corea del Sur y en múltiples países, asisti­ ante el macronismo, que analizo en este libro, recordaré el por­
mos desde hace un tiempo a amplias movilizaciones populares centaje de voto de partidos identitarios y anti-establishment en el
contra el sistema actual de partidos políticos y democracia parla­ periodo 2013-2017: Francia, 21,3%; Dinamarca, 21,1%; Suecia,
mentaria bajo el lema de «¡No nos representan!». No es un recha­ 12,9%; Austria, 20,5%; Suiza, 29,4%; Grecia, 12%, Holanda,
zo a la democracia, sino a la democracia liberal tal y como existe 13%. Y partidos xenófobos gobiernan, en solitario o en coalición,
en cada país, en nombre de «la democracia real», como proclamó en Polonia y en Hungría, en Noruega y en Finlandia. En Italia,
en España el movimiento 15-M. Un término evocador que invita mientras escribo estas líneas, las encuestas sitúan en primer lugar,
a soñar, deliberar y actuar, pero que desborda los límites institu­ para las elecciones en la primavera de 2018, al Movimiento 5 Es­
cionales establecidos. trellas, de ideología ambigua pero claramente anti-establishment.
De ese rechazo, en otros países, surgen liderazgos políticos Y en Alemania, la roca de la estabilidad europea, Angela Merkel
que, en la práctica, niegan las formas partidarias existentes y tras­ perdió 8 puntos de porcentaje en las elecciones de septiembre de
tocan en profundidad el orden político nacional y mundial. 2017 y los socialdemócratas se hundieron al 20%, mientras que
Trump, Brexit, Le Pen, Macron (enterrador de los partidos), son los neonazis de Alternativa por Alemania obtenían casi un 13% y
expresiones significativas de un orden (o caos) post-liberal. Como se convertían en la tercera fuerza política. Como consecuencia, se
lo es la total descomposición del sistema político de Brasil, país acabó la «gran coalición» en Alemania, al retirarse los socialdemó­
fundamental de América Latina. O de un México víctima de un cratas de su sempiterna y catastrófica alianza con la derecha. Y
narcoestado. O una Venezuela post-Chávez en cuasi guerra civil. surgió un horizonte inestable de difíciles alianzas con el resto del
O de la democracia surcoreana, con el derrocamiento popular espectro político fraccionado entre liberales, verdes e izquierda.
de la corrupta presidenta Park Geun-hye, entregada al hechizo de En la raíz de este nuevo panorama político europeo y mundial
Choi Soon-sil, líder de una secta ocultista. O de un presidente está la distancia creciente entre la clase política y la ciudadanía.
de Filipinas que practica la ejecución sumaria como forma de re­ Este libro habla de las causas y consecuencias de la ruptura en­
solver la inseguridad. De dichas crisis institucionales surgieron en tre ciudadanos y gobiernos y de la madre de todas las crisis: la
la última década algunas revoluciones populares que trataron de crisis de la democracia liberal que había representado la tabla de
articular una nueva relación entre representación parlamentaria y salvación para superar naufragios históricos de guerras y violen-

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14 RUPTURA

cia. No ofreceré soluciones porque no las tengo. Y porque son


específicas a cada país. Pero si la crisis política que constato tiene
una dimensión global, por encima de las características propias
de cada sociedad, habrá que pensar que se trata del colapso gra­
dual de un modelo de representación. Un colapso que, de acen­
tuarse, nos dejaría por ahora sin instrumentos legítimos para re­
solver colectivamente nuestros graves problemas, en el momento
preciso en que arrecia el huracán sobre nuestras vidas.
1. LA CRISIS D E LEG ITIM ID A D PO LÍTICA :
N O N O S REPRESENTAN

Erase una vez la democracia


Democracia, escribió hace tiempo Robert Escarpit, es cuando lla­
man a tu puerta a las cinco de la mañana y supones que es el le­
chero. Quienes vivimos el franquismo sabemos el valor de esa
visión minimalista de democracia que todavía no se ha alcanzado
en la mayor parte del planeta. Pero tras milenios de construcción
de instituciones a quienes podamos delegar el poder soberano
que, teóricamente, detentamos los ciudadanos, aspiramos a algo
mas. Y de hecho eso es lo que nos propone el modelo de demo­
cracia liberal. A saber: respeto de los derechos básicos de las per­
sonas y de los derechos políticos de los ciudadanos, incluidas las
libertades de asociación, reunión y expresión, mediante el impe­
rio de la ley protegida por los tribunales; separación de poderes
entre ejecutivo, legislativo y judicial; elección libre, periódica y
contrastada de quienes ocupan los cargos decisorios en cada uno

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16 RUPTURA

de los poderes; sumisión del Estado, y todos sus aparatos, a quie­


nes han recibido la delegación del poder de los ciudadanos; posi­
bilidad de revisar y actualizar la Constitución en la que se plas­
man los principios de las instituciones democráticas. Y, desde
luego, exclusión de los poderes económicos o ideológicos en la
conducción de los asuntos públicos mediante su influencia oculta
en el sistema político. Por sencillo que parezca el modelo, costó
siglos de sangre, sudor y lágrimas llegar a su realización en la prác­
tica institucional y en la vida social, aun teniendo en cuenta sus
múltiples desviaciones de los principios de representación que
aparecen en la letra pequeña de las leyes y en la práctica sesgada
de parlamentarios, jueces y gobernantes. Por ejemplo, casi ningu­
na ley electoral aplica el principio de una persona, un voto en la
correspondencia entre el número de votos y el número de esca­
ños. Y la estructura del poder judicial depende indirectamente
del sistema político, incluyendo los tribunales que interpretan los
principios constitucionales. En realidad, la democracia se cons­
truye en torno a las relaciones de poder social que la fundaron y
va adaptándose a la evolución de esas relaciones de poder pero
privilegiando el poder que ya está cristalizado en las instituciones.
Por eso no se puede decir que es representativa a menos que los
ciudadanos piensen que están representados. Porque la fuerza y la
estabilidad de las instituciones dependen de su vigencia en las
mentes de las personas. Si se rompe el vínculo subjetivo entre lo
que los ciudadanos piensan y quieren y las acciones de aquellos a
quienes elegimos y pagamos, se produce lo que llamamos crisis de
legitimidad política, a saber, el sentimiento mayoritario de que
los actores del sistema político no nos representan. En teoría, ese
desajuste se autocorrige en la democracia liberal mediante la plu­
ralidad de opciones y las elecciones periódicas para optar entre
dichas opciones. En la práctica, la elección se limita a aquellas
opciones que ya están enraizadas en las instituciones y en los in­
tereses creados en la sociedad, con obstáculos de todo tipo para
los que intentan acceder a un cotarro bien delimitado. Es más, los
actores políticos fundamentales, o sea los partidos, pueden diferir
1. LA CRISIS DE LEGITIMIDAD POLÍTICA 17

en políticas, pero se acuerdan en mantener el monopolio del po­


der dentro de un marco de posibilidades preestablecidas por ellos
mismos. La política se profesionaliza y los políticos se convierten
en un grupo social que defiende sus intereses comunes por enci­
ma de los intereses de quienes dicen representar: se forma una
clase política, que, con honrosas excepciones, trasciende ideolo­
gías y cuida su oligopolio. Además, los partidos como tales expe­
rimentan un proceso de burocratización interna, predicho por
Robert Michels desde la década de los veinte, limitando su reno­
vación a la competición entre sus líderes y apartándose del con­
trol y decisión de sus militantes. Es más, una vez realizado el acto
de la elección, dominado por el marketing electoral y las estrate­
gias de comunicación, con escaso debate y participación de mili­
tantes y electores, el sistema funciona autónomamente con res­
pecto a los ciudadanos. Tan solo tomando el pulso de la opinión,
nunca vinculante, mediante encuestas cuyo diseño controlan
quienes las encargan. Aun así, los ciudadanos votan, eligen e in­
cluso se movilizan y entusiasman por aquellos en quienes depo­
sitan sus esperanzas, cambiando de vez en cuando cuando la
esperanza supera el miedo al cambio, que es la táctica emocional
básica en el mantenimiento del poder político. Pero la decepción
recurrente de esas esperanzas va erosionando la legitimidad, al
tiempo que la resignación va dejando paso a la indignación cuan­
do surge lo insoportable. Como cuando en una crisis económica
se salva a bancos fraudulentos con el dinero de los contribuyentes
mientras se recortan servicios básicos para la vida de las personas.
Con la promesa de que las cosas irán mejor si aguantan y siguen
tragando y cuando no es así, hay que romper con todo o aguantar
todo. Y el romper fuera de las instituciones tiene un alto coste so­
cial y personal, demonizado por medios de comunicación que, en
último término, están controlados por el dinero o por el Estado,
a pesar de la resistencia muchas veces heroica de los periodistas.
En situación de crisis económica, social, institucional, moral, lo
que era aceptado porque no había otra posibilidad, deja de serlo.
Y lo que era un modelo de representación se desploma en la sub­
18 RUPTURA

jetividad de las personas. Solo queda el poder descarnado de que


las cosas son así y quien no lo acepte que salga a la calle, donde
los espera la policía. Esa es la crisis de legitimidad.
Y eso es lo que está pasando en España, en Europa y en gran
parte del mundo. Más de dos tercios de las personas en el planeta
piensan que los políticos no los representan, que los partidos (to­
dos) priorizan sus intereses, que los parlamentos resultantes no
son representativos y que los gobiernos son corruptos, injustos,
burocráticos y opresivos. En la percepción casi unánime de los
ciudadanos la profesión peor considerada es ser político. Y tanto
más cuanto que se reproducen eternamente y raramente vuelven
a la vida civil mientras puedan medrar entre los vericuetos de la
burocracia institucional. Este sentimiento ampliamente mayori-
tario de rechazo a la política realmente existente varía según paí­
ses y regiones, pero se da en todas partes. Incluso en países, como
Escandinavia, en donde la limpieza democrática ha sido una refe­
rencia esperanzadora, la tendencia de la opinión pública va en el
mismo sentido desde hace un tiempo. Por eso me tomo la liber­
tad de remitir al lector al compendio estadístico de fuentes fiables
que se expone en la web relacionada con este libro para que pueda
hacer sus propias constataciones en diversas áreas del mundo. Sin
embargo, como el libro se escribe y publica en España, ilustraré el
argumento con algunos datos de este país. Si en 2000 el 65% de
los ciudadanos no confiaban en los partidos políticos, la descon­
fianza subió al 88% en 2016. La desconfianza en el parlamento
aumentó del 39% en 2001 al 77% en 2016, y en el gobierno, del
39% al 77%. Y subrayo el hecho de que este hundimiento de la
confianza se refiere tanto a gobiernos socialistas como populares.
De hecho, la mayor caída es un 80% de desconfianza en 2011,
precipitando la espantada del gobierno del PSOE con Zapatero.
Aun en menor medida, más de la mitad de los españoles tampoco
confían en el sistema legal (el 54% en 2016, comparado con el
49% en 2001). Mientras que las autoridades regionales y locales
no salen tampoco bien paradas, aunque en este caso ha habido un
descenso de la desconfianza desde su máximo del 79% en 2014 al
1. LA CRISIS DE LEGITIMIDAD POLÍTICA 19

52% en 2017 tras la elección de los municipios del cambio (lide­


rados por Podemos y confluencias) en 2014. En fin, la policía es
la mejor considerada. Tan solo el 36% de los ciudadanos descon­
fiaba en 2014 y la tendencia es a la baja: el 24% en 2017. La in­
tervención policial contra la corrupción y el instinto de buscar un
orden más allá de los políticos parecen favorecer la idea de que los
servidores del Estado son más fiables que sus jefes. No es de ex­
trañar, puesto que casi tres cuartas partes de los españoles en 2016
pensaban que «los políticos no se preocupan de la gente como yo»
y que «esté quien esté en el poder siempre benefician a sus intere­
ses personales».
Ahora bien, si las cosas son así en el ámbito mundial, aun sal­
vando las diferencias, tal vez sea ese el sino de cualquier institu­
ción humana. También de la democracia liberal. Seguimos refi­
riéndonos frecuentemente al célebre dictamen de Churchill en
1947, según el cual «la democracia es la peor forma de gobierno
excepto todas las otras que se han intentado de vez en cuando».
Tal vez. Pero más allá de un debate metafísico sobre la esencia de
la democracia, lo que observo es que cada vez menos gente se cree
esta forma de democracia, la democracia liberal, al tiempo que la
gran mayoría sigue defendiendo el ideal democrático. Precisa­
mente porque la gente quiere creer en la democracia, el desencan­
to es aún más profundo en relación con la forma en que la viven.
Y de ese desencanto nacen comportamientos sociales y políticos
que están transformando las instituciones y las prácticas de go-
bernanza en todas partes. Eso es lo que creo importante analizar.
En cuanto a la inevitabilidad de la perversión del ideal democrá­
tico, no creo muy útil filosofar sobre la malhadada naturaleza hu­
mana, discurso paralizante justificador de la continuidad de este
orden de cosas. Más relevante es investigar algunas de las causas
del porqué la separación entre representantes y representados se
ha acentuado en las dos últimas décadas, hasta llegar al punto de
ebullición del rechazo popular a los de arriba, sin distinciones.
Algo que desde el establishment político y mediático se denomina
peyorativamente como populismo porque son comportamientos
20 RUPTURA

que no reconocen los sesgados canales institucionales que se ofre­


cen para el cambio político. En realidad, las emociones colectivas
son como el agua: cuando encuentran un bloqueo en su flujo na­
tural abren nuevas vías, frecuentemente torrenciales, hasta anegar
los exclusivos espacios del orden establecido.

Las raíces de la ira


La crisis de la democracia liberal resulta de la conjunción de va­
rios procesos que se refuerzan mutuamente. La globalización de
la economía y de la comunicación ha socavado y desestructurado
las economías nacionales y limitado la capacidad del Estado-na­
ción a responder en su ámbito a problemas que son globales en su
origen, tales como las crisis financieras, los derechos humanos, el
cambio climático, la economía criminal o el terrorismo. Lo para­
dójico es que fueron los estados-nación los que estimularon el
proceso de globalización, desmantelando regulaciones y fronteras
desde la década de los ochenta, en las administraciones de Reagan
y Thatcher, los dos países líderes de la economía internacional en­
tonces. Y son esos mismos estados los que están replegando velas
en este momento, bajo el impacto político de los sectores popu­
lares que en todos los países han sufrido las consecuencias negati­
vas de la globalización. Mientras que las capas profesionales de
mayor educación y posibilidades se conectan a través del planeta
en una nueva formación de clases sociales, que separa a las élites
cosmopolitas creadoras de valor en el mercado mundial de los
trabajadores locales devaluados por la deslocalización industrial,
desplazados por el cambio tecnológico y desprotegidos por la des­
regulación laboral. La desigualdad social resultante entre valoriza-
dores y devaluados es la más alta de la historia reciente. Es más, la
lógica irrestricta del mercado acentúa las diferencias entre capaci­
dades según lo que es útil o no a las redes globales de capital, de
producción y de consumo, de modo que además de desigualdad
hay polarización, es decir los ricos son cada vez más ricos, sobre
1. LA CRISIS DE LEGITIMIDAD POLÍTICA 21

tod o en la cúspide de la pirámide, y los pobres cada vez más po­


bres Esta dinámica juega a la vez en las economías nacionales y
en la economía mundial. De modo que aunque la incorporación
de cientos de millones de personas del mundo de nueva indus­
trialización, dinamiza y amplía el mercado mundial, la fragmen­
tació n de cada sociedad y entre cada país se acentúa. Pero los go­
biernos nacionales, casi sin excepción, hasta ahora, decidieron
unirse al carro de la globalización para no quedarse fuera de la
nueva economía y del nuevo reparto de poder. Y para aumentar
la capacidad competitiva de sus países, crearon una nueva forma
de Estado: el Estado-red, a partir de la articulación institucio­
nal de los estados-nación, que no desaparecen, pero que se convier­
ten en nodos de una red supranacional en la que transfieren sobe­
ranía a cambio de su participación en la gestión de la globalización.
Este es claramente el caso de la Unión Europea, la construcción
más audaz del último medio siglo, como respuesta política a la
globalización. Sin embargo, cuanto más se distancia el Estado-
nación de la nación que representa, más se disocian el estado y la
nación, con la consiguiente crisis de legitimidad en las mentes de
muchos ciudadanos a quienes se mantiene al margen de decisio­
nes esenciales para su vida que se toman más allá de las institucio­
nes de representación directa.
A esa crisis de la representación de intereses se une una crisis
identitaria como resultante de la globalización. Cuanto menos
control tienen las personas sobre el mercado y sobre su Estado
más se repliegan en una identidad propia que no pueda ser di­
suelta por el vértigo de los flujos globales. Se refugian en su na­
ción, en su territorio, en su dios. Mientras que las élites triunfan­
tes de la globalización se proclaman ciudadanos del mundo,
amplios sectores sociales se atrincheran en los espacios culturales
en los que se reconocen y en donde su valor depende de su comu­
nidad y no de su cuenta bancaria. A la fractura social se une la
fractura cultural. El desprecio de las élites al miedo de la gente de
salir de lo local sin garantías de protección se transforma en hu­
millación. Y ahí anidan los gérmenes de la xenofobia y la intole­
22 RUPTURA

rancia. Con la sospecha creciente de que los políticos se ocupan


del mundo pero no de ellos. La identidad política de la ciudada­
nía, construida desde el Estado, va siendo reemplazada por iden­
tidades culturales diversas, portadoras de sentido más allá de la
política.
Las contradicciones latentes en la economía y la sociedad trans­
formadas por la globalización, la resistencia identitaria y la diso­
ciación entre Estado y nación, aparecieron a la luz de la práctica
social en la crisis económica de 2008-2010. Porque las crisis son
momentos reveladores de las fallas de un sistema y, por tanto, ejer­
cen la mediación entre las tendencias de fondo de una sociedad, la
conciencia de los problemas y las prácticas que emergen para mo­
dificar las tendencias que se perciben como perjudiciales para las
personas, aunque sean funcionales para el sistema. En la raíz de la
crisis de legitimidad política está la crisis financiera, transformada
en crisis económica y del empleo, que explota en Estados Unidos
y Europa en el otoño de 2008. Fue en realidad la crisis de un mo­
delo de capitalismo, el capitalismo financiero global, basado en la
interdependencia de los mercados mundiales y en la utilización de
tecnologías digitales para el desarrollo de capital virtual especula­
tivo que impuso su dinámica de creación artificial de valor a la ca­
pacidad productiva de la economía de bienes y servicios. De he­
cho, la espiral especulativa hizo colapsar a una parte sustancial del
sistema financiero y estuvo a punto de generar una catástrofe sin
precedentes. Al borde del precipicio, los gobiernos, con nuestro
dinero, salvaron al capitalismo. Botón de muestra: una de las ins­
tituciones literalmente quebrada fue AIG, la aseguradora estado­
unidense que aseguraba a la mayor parte de los bancos en el mun­
do. Si hubiese caído como Lehman Brothers, hubiera arrastrado al
conjunto del sistema. La salvó el gobierno de Estados Unidos (con
el acuerdo de Obama, que era presidente electo) comprando el
80% de sus acciones, una nacionalización de hecho. Y así, país a
país, fueron interviniendo los gobiernos, evidenciando la falacia
de la ideología neoliberal que argumenta la nocividad de la inter­
vención del Estado en los mercados. De hecho, las arriesgadas
1. LA CRISIS DE LEGITIMIDAD POLÍTICA 23

prácticas especulativas no asumen ningún riesgo porque saben que


las grandes empresas financieras serán rescatadas en caso de nece­
sidad. Y sus ejecutivos seguirán cobrando sus astronómicos bonos,
incluidas compensaciones multimilionarias por cambiar de em­
pleo. Además, incluso en caso de fraude, suelen irse de rositas. Tal
y como pensaban en España los ejecutivos de Bankia o de muchas
cajas de ahorro hasta que les salpicó la ola de indignación en todo
el país.
La crisis económica y las políticas que la gestionaron en Euro­
pa fueron un elemento clave en la crisis de legitimidad política.
Primero por la magnitud de la crisis, que de las finanzas se exten­
dió a la industria por el cierre del grifo del crédito, sobre todo para
las pymes, las principales empleadoras. Se llegaron a tasas de paro
nunca vistas, que afectaron sobre todo a los jóvenes. En España,
cientos de miles tuvieron que emigrar y los que al final encontra­
ron trabajo tuvieron que aceptar condiciones de precariedad que
prolongaron sus dificultades de vida por tiempo indefinido. Pero
aún más dañinas y más reveladoras fueron las políticas de auste­
ridad impuestas por Alemania y la Comisión Europea, con una
camisa de fuerza de modelo germánico sin prestar atención a las
condiciones de cada país. Ahí se gestó la desconfianza profunda
hacia la Unión Europea, que apareció como instrumento de dis­
ciplina más que de solidaridad.
El agravio comparativo fue aún mayor porque se taparon agu­
jeros financieros derivados.de la especulación y el abuso de sus
responsables en el caso de España, con la permisividad del Banco
de España, al mismo tiempo que se recortaban severamente los
gastos en salud, educación e investigación. De forma que el Esta­
do protector priorizó la protección de los especuladores y defrau­
dadores sobre las necesidades de los ciudadanos golpeados por la
crisis y el paro. Y aunque el caso de España es particularmente
sangrante, porque Zapatero y Rajoy llegaron a cambiar la sacro­
santa Constitución al dictado de Merkel y la Comisión Europea
a cambio de que reflotaran a los bancos y a la deuda pública, el
mismo tipo de prácticas de austeridad se impuso en toda Europa.
24 RUPTURA

No así en Estados Unidos, en donde la Administración de Oba-


ma aumentó el gasto público, sobre todo en infraestructura, edu­
cación e innovación, permitiendo a Estados Unidos salir de la
crisis mucho antes que Europa. Mientras que en nuestro entorno,
la crisis económica se extendió a la crisis del Estado de bienestar,
con la participación de la socialdemocracia en las políticas que
condujeron a esa crisis. Algo que le pasó factura decisiva en Fran­
cia, Alemania, Escandinavia, Reino Unido, Holanda y también
en España, en donde las bases socialistas se sintieron traicionadas,
incrementando la desconfianza política en los partidos tradicio­
nales.
Y precisamente en el momento en que más sacrificios se exigió
a los ciudadanos en todos los países para salir de la crisis, en algu­
nos países, y en particular en España, empezaron a destaparse una
retahila de casos de corrupción política que acabó por minar de
raíz la confianza en los políticos y en los partidos. En buena parte
los escándalos se incrementaron en las administraciones del Par­
tido Popular, que llegó al gobierno en noviembre de 2011 y apro­
vechó su control político de la justicia para intentar detener las
investigaciones de corrupción en todos los niveles del Estado. Sin
embargo, la profesionalidad de fuerzas policiales, como la Guar­
dia Civil, permitió sacar a la luz al menos una parte importante
de la corrupción sistémica que corroe a la política, en las llamadas
tramas Gürtel, Púnica, Lezo y muchas otras.
En todos los casos se combinaban la financiación ilegal del PP
con el lucro personal de dirigentes e intermediarios, en particular
en la Comunidad de Madrid y en la Comunidad Valenciana, que
establecieron, según la Guardia Civil, una organización criminal
de apropiación de fondos públicos y de coimas de las empresas.
Pero la corrupción fue más allá del PP, llegando incluso a la Co­
rona y motivando, en parte, la abdicación del rey Juan Carlos,
aunque él no estuvo implicado personalmente. Simultáneamente
se reveló la corrupción sistémica del partido nacionalista catalán
de Jordi Pujol, en el poder durante veintitrés años, y que estable­
ció una coima oculta del 3% al 5% sobre obra pública, para el
1. LA CRISIS DE LEGITIMIDAD POLÍTICA 25

beneficio del partido y de algunos de sus dirigentes, empezando


por la familia presidencial, regida por la autodenominada «Madre
Superiora». Tampoco se salvó de la corrupción el PSOE, en par­
tic u la r en Andalucía, donde su victoriosa maquinaria electoral se
engrasó durante años mediante subsidios fraudulentos de empleo
y formación en beneficio del partido. El asqueo ciudadano con la
corrupción sistémica de la política fue un factor determinante en
la falta de confianza en representantes a quienes pagaban los ciu­
dadanos y que, además, se agenciaban un generoso sobresueldo
aprovechándose del cargo y expoliando a las empresas.
Aunque la política española es una de las más corruptas de Eu­
ropa, la corrupción política es un rasgo genérico de casi todos los
sistemas políticos, incluidos los Estados Unidos y la Unión Euro­
pea, y uno de los factores que más ha contribuido a la crisis de
legitimidad. Porque si los que tienen que aplicar las reglas de con­
vivencia no las siguen ellos mismos, ¿cómo seguir delegando en
ellos nuestras atribuciones y pagando nuestros impuestos? Suele
argumentarse que se trata solo de algunas manzanas podridas
y que eso es normal teniendo en cuenta la naturaleza humana.
Pero, con algunas excepciones, como Suiza o Escandinavia (pero
no Islandia), la corrupción es un rasgo sistémico de la política ac­
tual. Puede ser que lo fuera siempre, pero se supone que la exten­
sión de la democracia liberal debería haberla atenuado en lugar
de incrementarla en época reciente como parece ser el caso, según
los informes de Transparency International. ¿Por qué es así? En
parte se debe al alto coste de la política informacional y mediáti­
ca, que analizaré unos párrafos más abajo. No hay corresponden­
cia entre la financiación legal de los partidos y el coste de la polí­
tica profesional. Pero es difícil aumentar las asignaciones del
presupuesto público a los partidos habida cuenta de la poca esti­
ma de los ciudadanos. Es el pez que se muerde la cola: no hay que
pagar más a los corruptos y, por tanto, los políticos se tienen que ha­
cer corruptos para pagar su actividad y, en algunos casos, hacerse
con un peculio por su intermediación. Pero hay algo más profun­
do. Es la ideología del consumo como valor y del dinero como
26 RUPTURA

medida del éxito que acompaña al modelo neoliberal triunfante,


centrado en el individuo y su satisfacción inmediata monetizada.
En la medida en que las ideologías tradicionales, fuesen las igua-
litaristas de la izquierda, o del servicio a valores de la derecha
clásica, han perdido arraigo, la búsqueda del éxito personal a
través de la política tiene relación con la acumulación personal
de capital aprovechando el tiempo en el que se detentan posi­
ciones de poder. El cinismo de la política como manipulación
deriva al cabo del tiempo en un sistema de recompensas que se
alinea sobre el mundo de la ganancia empresarial en la medida
en que se concibe la política como una empresa. En fin, no hay
corruptos sin corruptores, y en todo el mundo la práctica de las
grandes empresas incluye comprar favores al regulador o al con­
tratador de obra pública. Y como muchos lo hacen, hay que en­
trar en el juego para poder competir. Así es cómo la separación
entre lo económico y lo político se difumina y cómo las procla­
madas grandezas de la política suelen servir para disfrazar las
miserias de la misma.

La autodestrucción de la legitimidad institucional


por el proceso político
La lucha por el poder en las sociedades democráticas actuales pasa
por la política mediática, la política del escándalo y la autonomía
comunicativa de los ciudadanos. Por un lado, la digitalización de
toda la información y la interconexión modal de los mensajes han
creado un universo mediático en el que estamos permanente­
mente inmersos. Nuestra construcción de la realidad, y por con­
siguiente nuestro comportamiento y nuestras decisiones, dependen
de las señales que recibimos e intercambiamos en ese universo. La
política no es una excepción a esa regla básica de la vida en la so­
ciedad red en la que hemos entrado de lleno. En la práctica solo
existe la política que se manifiesta en el mundo mediático multi-
modal que se ha configurado en las dos últimas décadas. En ese
1. LA CRISIS DE LEGITIMIDAD POLÍTICA 27

mundo los mensajes mediáticos que forman opinión deben ser


extremadamente sencillos. Su elaboración es posterior a su im­
acto. El mensaje más impactante es una imagen. Y la imagen
más sintética es un rostro humano, en el que nos proyectamos a
partir de una relación de identificación que genera confianza.
Porque, como sabemos, aprendiendo de la neurociencia más
avanzada, la política es fundamentalmente emocional por más
que les pese a los racionalistas anclados en una Ilustración que
tiempo ha perdió su lustre. A partir de ese primer reflejo emocio­
nal que marca nuestro universo visual emocional procedemos al
proceso cognitivo de elaboración y decisión. La impresión se va
haciendo opinión. Y se corrobora o desdice en la elaboración del
debate continuo que tiene lugar en las redes sociales en interac­
ción con los medios. La comunicación de masas se modela me­
diante la auto-comunicación de masas a través de Internet y las
plataformas inalámbricas omnipresentes en nuestra práctica. La
dinámica de construcción de un mensaje sencillo y fácilmente de­
batible en un universo multiforme conduce a la personalización
de la política. Porque es en torno al liderazgo posible de una per­
sona que se construye la confianza en la bondad de un proyecto.
Siendo así, la forma de lucha política más eficaz es la destrucción
de esa confianza a través de la destrucción moral y de imagen de
la persona que se postula como líder. Los mensajes negativos son
cinco veces más eficaces en su influencia que los positivos. Por
tanto, se trata de insertar negatividad de contenidos en la imagen
de la persona que se quiere destruir para eliminar el vínculo de con­
fianza con los ciudadanos. De ahí la práctica de operadores polí­
ticos profesionales de buscar materiales dañinos para líderes po­
líticos determinados, manipulándolos e incluso fabricándolos
para aumentar su efecto destructivo. Tal es el origen de la política
del escándalo, descrita y teorizada por el sociólogo de Cambridge
John Thompson, que aparece en el primer plano de los procesos
políticos de nuestro tiempo en todos los países. Y como hay que
estar prevenido para ataques insidiosos, todo el mundo acumula
munición y, por ofensa o defensa, todos acaban entrando en el
28 RUPTURA

juego de la política escandalosa, tras cuya opaca cortina desapare­


cen los debates de fondo. En realidad, los estudios demuestran
que es ya algo tan habitual que las victorias o derrotas de los po­
líticos no siguen necesariamente el curso de los escándalos. Fre­
cuentemente, la gente acaba prefiriendo a «su corrupto» antes
que al corrupto de enfrente porque como todos lo son, en la per­
cepción general, eso ya está descontado, salvo los casos de políti­
cos vírgenes a quienes les puede durar la aureola un tiempo. Pero
si los efectos de la política del escándalo son indeterminados so­
bre los políticos específicos, tiene un efecto de segundo orden que
es devastador: inspira el sentimiento de desconfianza y reproba­
ción moral sobre el conjunto de los políticos y de la política, con­
tribuyendo así a la crisis de legitimidad. Y como en un mundo de
redes digitales en las que todo el mundo puede expresarse no hay
otra regla que la de la autonomía y la libertad de expresión, los
controles y censuras tradicionales saltan por el aire, los mensajes
de todo tipo forman un oleaje bravio y multiforme, los bots mul­
tiplican y difunden imágenes y frases lapidarias por miles, y el
mundo de la posverdad, del que acaban participando los medios
tradicionales, transforma la incertidumbre en la única verdad fia­
ble: la mía, la de cada uno. La fragmentación del mensaje y la
ambigüedad de la comunicación remiten a emociones únicas y
personales constantemente realimentadas por estrategias de des­
trucción de la esperanza. Para que todo siga igual. Aunque el
principal efecto de esta cacofonía político-informativa es la puesta
en cuestión de todo aquello que no podemos verificar personal­
mente. El vínculo entre lo personal y lo institucional se rompe. El
círculo se cierra sobre sí mismo. Mientras, buscamos a tientas una
salida que nos devuelva esa democracia mítica que pudo existir en
algún lugar, en algún tiempo.
4. ESPAÑA: M O V IM IE N T O S SOCIALES, FIN
DEL BIPA RTID ISM O Y CRISIS DEL ESTADO

Una democracia cansada


En los inicios del tercer milenio, la joven democracia española
presentaba signos de prematuro envejecimiento. El sistema polí­
tico estaba dominado por la alternancia entre un partido de dere­
cha, el Partido Popular (PP), amalgama de franquismo, catolicis­
mo conservador, neoliberalismo y redes mañosas, y el histórico
Partido Socialista Obrero Español (PSOE), reconstruido en la
democracia como partido socialdemócrata homologado por Eu­
ropa y en alianza estratégica con las élites financieras y empresa­
riales en torno a un proyecto de modernización del país. El bipar-
tidismo imperfecto dio estabilidad durante cuatro décadas a una
política española cansada de dramas, sobresaltos y hasta guerras
civiles a lo largo de su historia. Era imperfecto porque en las na­
ciones catalana y vasca los nacionalismos propios introducían una
variación clave con respecto al nacionalismo español. Y también
82 RUPTURA

porque los restos de un Partido Comunista que fue el principal


actor de la resistencia antifranquista para diluirse después en sus
propias contradicciones pervivían en los márgenes del sistema.
Sin embargo, por debajo de esa aparente normalidad institucio­
nal, bullían frustraciones y conflictos que no podían expresarse
en un sistema político atado y bien atado por los acuerdos cons­
titucionales de una transición en la que los poderes fácticos ven­
dieron cara su renuncia al poder dictatorial. La izquierda desacti­
vó a los potentes movimientos sociales que habían sido quienes
abrieron brecha en el Estado franquista, cooptando al movimien­
to ciudadano y al movimiento feminista y subordinando al movi­
miento obrero al imperativo de las políticas de rigor fiscal y con­
tención de salarios. Al hacerlo, perdió la capacidad de articulación
de los intereses de las clases populares más allá del sistema de re­
presentación institucional. La tan anhelada democracia se redujo
a la partidocracia. El control absoluto ejercido por los grandes
partidos en su conjunto en su relación con la sociedad y con las
empresas dejó vía libre a una corrupción sistémica que unía la fi­
nanciación ilegal de los partidos al aprovechamiento de los inter­
mediarios para su propio beneficio. Por tradición histórica de la
derecha española, fue el PP el que más y mejor estableció las redes
de corrupción de sus aparatos y sus personas, tal y como han ido
revelando una retahila de decenas de procesos judiciales sobre tra­
mas de corrupción en las administraciones públicas controladas
por el PP. Pero también el PSOE, en los tiempos y espacios en
que gozó de una hegemonía indiscutida en casi toda la geografía
española, practicó el mismo modelo de mezcla de intereses públi­
cos y privados en nombre del partido, con una serie de escándalos
y casos judiciales, denunciados por campañas mediáticas conspi-
rativas, que acabaron por erosionar el liderazgo de un Felipe Gon­
zález, a pesar de que fue el político más carismático y el hombre
de Estado más respetado internacionalmente de la democracia
española. No hubo excepciones a la corrupción como forma de
hacer política entre los partidos que dominaron las instituciones
del Estado durante largos periodos. En Catalunya, Jordi Pujol, el
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISIMO Y CRISIS DEL ESTADO 83

profeta de la nueva identidad nacional catalana y figura clave de


la transición política, presidió sobre una red mañosa organizada
en torno a CiU, el partido que gobernó durante más de dos déca­
das, y que se convirtió en una máquina de extorsión a las empre­
sas. Con el agravante de que en el vértice de ese sistema estaba la
propia familia presidencial, comandada por la autodenominada
«Madre Superiora». En suma, aun con diferentes intensidades se­
gún los partidos, tiempos y espacios, la corrupción se convirtió en
un elemento sistémico de la política española. Un fenómeno que
se intensificó bajo el gobierno de José María Aznar, en donde, se­
gún declaraciones surgidas en los interrogatorios judiciales relati­
vos a la financiación del PP, se instauró en el partido de gobierno
una contabilidad paralela para esquilmar a las empresas a cambio
de favores y contratos.
La desconfianza en los partidos se acentuó aún más en los pri­
meros años del siglo xxi a partir de dos hechos de gran alcance. El
primero fue la mentira deliberada del gobierno Aznar en 2004
sobre la autoría del atentado de la estación de Atocha de Madrid,
achacando a ETA lo que era a todas luces un bárbaro ataque de
Al Qaeda en represalia por la participación española, al lado de
Bush, en la guerra de Iraq. La revelación de esa mentira, tres días
antes de las elecciones, fue el elemento determinante de la derro­
ta del PP y de la vuelta al poder de los socialistas en 2004. El se­
gundo hecho, de mucha mayor envergadura, fue la crisis econó­
mica de 2008-2010, que se intensificó en los años siguientes,
agravada por la incompetente gestión de Rodríguez Zapatero,
que empezó negando la existencia de la crisis y acabó poniendo
en práctica políticas de austeridad dictadas por el BCE y Angela
Merkel en función de los intereses específicos de Alemania. Lle­
gando incluso, en connivencia con el PP, a cambiar la Constitu­
ción introduciendo elementos de política fiscal restrictiva en su
artículo 135, en uno de los mayores dislates en la historia de lo
que debe contener un texto constitucional. Con el sistema finan­
ciero español al borde del colapso y el país en vías de rescate por
parte del Banco Central Europeo a cambio de recortes masivos en
84 RUPTURA

los servicios públicos, la crisis de legitimidad política se transfor­


mó en crisis social, con tasas de paro nunca vistas. De repente, en
la mente de la mayoría de los ciudadanos, los partidos, todos,
eran corruptos, embusteros, al servicio de la banca y subordina­
dos a los poderes fácticos europeos para salvar el euro a costa de
nuestra sanidad. Es en ese vacío de credibilidad de la democracia
española en donde surgió el clamor por una democracia real.

El 15-M: «¡No nos representan!»


El movimiento social que se inició el 15 de mayo de 2011 en las
plazas de las principales ciudades españolas fue el más potente e
influyente de los movimientos de protesta contra las consecuen­
cias sociales de la crisis financiera de 2008-2014 en Europa y Es­
tados Unidos. Fue un movimiento ampliamente espontáneo y
que se desarrolló al margen de partidos y sindicatos, aunque mu­
chos militantes de izquierda y del movimiento antiglobalización
participaron en él. Resultó en sus inicios de manifestaciones de
respuesta a un llamamiento difundido en las redes bajo el epígra­
fe «¡Democracia Real, YA!». De hecho, tal fue el único punto co­
mún de los miles de personas que participaron en las acampadas
que se mantuvieron durante un mes en el espacio urbano libera­
do por su ocupación pacífica. Porque hubo reivindicaciones de
todo tipo, consignas variopintas y aspiraciones utópicas, frecuen­
temente expresadas con humor y a veces con poesía («No es una
crisis, es que ya no te quiero»), pero el hilo conductor de la pro­
testa fue el rechazo a la representatividad de los partidos y de la
política institucional con respecto a la ciudadanía. Las «indigna­
das», como se autodenominó el movimiento, trataron de reinven-
tar la democracia en su propia práctica, mediante una organiza­
ción asamblearia y deliberativa, que combinó los debates en el
espacio público urbano con la interacción constante en el espacio
público virtual de las redes de Internet. Así construyeron un espa­
cio de autonomía híbrido de lo real digital y de lo real urbano,
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 85

como condición indispensable para encontrarse, reconocerse y


buscar nuevas formas de relación política y utopía cultural de
donde pudiera surgir una democracia distinta de las formas vacías
y cínicas que ocupaban las instituciones sin control de los ciuda­
danos, con escaso respeto a los principios que proclamaban. Fue,
en ese sentido, una expresión abierta de la crisis de legitimidad
política latente tanto en España como en el resto del mundo.
Por eso el 15-M recibió un mayoritario apoyo popular (más de
dos tercios de la población según las encuestas) durante años. A
pesar de que el sentimiento general era que sus críticas y proyec­
tos de cambio político eran encomiables, pero no se llegarían a
realizar por el rechazo frontal con el que se enfrentaron por parte
de los principales partidos, de las instituciones y de la mayoría de
los medios de comunicación. En realidad, a fin de cuentas, su im­
pacto fue decisivo para cambiar la sociedad y la política españo­
las. En el contexto de una crisis económica que sumió en el paro
a la mayoría de los jóvenes, la denuncia de la prioridad de los go­
biernos a la defensa de las instituciones financieras en detrimento
de las condiciones de vida de las personas caló profundamente en
las mentes de los ciudadanos y conllevó protestas y reivindicacio­
nes en múltiples ámbitos. En particular en la campaña contra los
desahucios injustos llevada a cabo por la Plataforma de los Afec­
tados por las Hipotecas, matriz de nuevas formas de organización
social y liderazgos, que evitó el desalojo de cientos de miles de
personas y consiguió decisiones judiciales europeas y españolas
que pusieron coto a la rapacidad de los prestamistas. Del movi­
miento surgieron los debates que plantearon con fuerza en toda
la sociedad los valores de dignidad, de igualdad de género, de to­
lerancia, de paz y, sobre todo, la posibilidad de una vida distinta,
más allá de la burocracia y el mercado. La mayoría de los partici­
pantes en el movimiento tenían menos de 35 años, pero su in­
fluencia se extendió al conjunto de la población, a través de redes
sociales que ahora incluían a dos tercios de los ciudadanos entre
sus usuarios, y mediante su impacto gradual en unos medios de
comunicación en donde los periodistas se hicieron eco de los va­
86 RUPTURA

lores de humanidad y decencia con independencia de la actitud


hostil de los propietarios de los medios. De modo que, siguiendo
la experiencia histórica según la cual cuando cambian las mentes
de las personas, terminan cambiando también las instituciones, al
cabo de tan solo cuatro años, el impacto de los valores y actores
del movimiento transformó el panorama político español.

De la crisis de legitimidad a la nueva política


Sin embargo, el primer impacto político del movimiento fue, pa­
radójicamente, la derrota electoral del Partido Socialista en el go­
bierno y la mayoría absoluta del PP, uno de los partidos más co­
rruptos y antisociales de Europa, en las elecciones parlamentarias
de noviembre del 2011. Suele suceder. Como ocurrió en junio de
1968 en Francia, tras el histórico Movimiento de Mayo. El elec­
torado golpeado por la crisis económica y en parte asustado por
la crisis social le echa la culpa al gobierno de turno y se entrega a
la única opción posible que en un sistema bipartidista no puede
ser sino «el otro». De hecho, esa elección fue el canto del cisne del
bipartidismo en España.
En efecto, el porcentaje de voto de socialistas y populares jun­
tos cayó del 73,3% en 2011 al 50,7% en 2015. El declive fue es­
pecialmente pronunciado para el PSOE, que del 43,8% en 2008
cayó al 28,7% en 2011 (con el candidato Rubalcaba), la mayor
debacle de su historia, y continuó cayendo hasta el 22,6 en 2016
(con el candidato Sánchez), perdiendo más de millón y medio
de votos con respecto a 2011. Mientras que el PP perdió casi tres
millones de votos con respecto al 2011, situándose en el 33% en
2016. Al tiempo que los dos grandes partidos perdían apoyo sus­
tancialmente, nuevos actores políticos aparecían en escena. Por la
derecha, Ciudadanos, un pequeño partido nacido en Catalunya
como reacción españolista al nacionalismo catalán, fue escogido
por la élite financiera como embrión de una derecha neoliberal
moderna y más presentable que un PP cada vez más corrupto.
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 87

Bajo el liderazgo de un carismático joven abogado empleado de


Caixabank atrajo a sectores profesionales de las grandes ciuda­
des y se estabilizó por encima de los 3 millones de votos, casi los
mismos que perdió el PP, con un 13% del voto. De modo que
la derecha mantuvo su mayoría relativa, pero ahora diversifica­
da entre dos partidos. Sin embargo, la mayor transformación
se produjo en la izquierda, y en este caso fue una consecuencia
directa del 15-M y otros movimientos sociales. Fue la aparición
de lo que se ha dado en llamar Podemos y sus confluencias. Por­
que en torno al partido Podemos en todo el Estado español se
fueron articulando diversas formaciones, también salidas de los
movimientos, en las distintas nacionalidades y regiones, en par­
ticular en Catalunya con los «comuns», en Valencia, con Com-
promís, en Galicia con las Mareas, así como diversas coaliciones
locales y regionales. Todo ello a pesar de la juventud e inexpe­
riencia de estas coaliciones. Podemos se constituyó en enero de
2014 y tuvo un comienzo fulgurante en las elecciones europeas
de mayo de 2014, donde obtuvo un 8% del voto y 5 eurodipu­
tados. Pero el verdadero cambio político desde la izquierda se
produjo en las elecciones municipales y autonómicas de mayo
de 2015. Las distintas coaliciones surgidas del 15-M pasaron
a gobernar, en coalición con el PSOE y con partidos nacio­
nalistas catalanes y vascos, las alcaldías de Madrid, Barcelona,
Valencia, Zaragoza, La Coruña, Santiago, Pamplona, Cádiz y
otras muchas ciudades. Y su apoyo permitió que los socialistas
gobernaran en Sevilla, Valladolid y otras ciudades, y que arre­
bataran al PP los gobiernos autonómicos en Valencia, Baleares,
Aragón, Extremadura, Castilla-La Mancha, Asturias y Navarra.
Con excepción de Madrid, Galicia y Castilla y León, el PP per­
dió todo el poder autonómico que fue la base institucional de
su ilícita financiación. El nuevo municipalismo progresista y
las alianzas autonómicas de izquierda (incluyendo Esquerra en
Catalunya) cambiaron el mapa político español tan solo cuatro
años después de 15-M. El análisis estadístico de Arnau Monter-
de muestra una correlación espacial significativa entre las ciuda­
88 RUPTURA

des donde se dio con más intensidad el 15-M en 2011 y el voto


mayoritario de izquierda en las elecciones municipales de 2015.
Los resultados de las elecciones generales de diciembre de
2015 consagraron la emergencia de un cuatripartidismo imper­
fecto en España. El PP continuó como partido más votado, con
un 28,7%, pero sin posibilidad de mayoría absoluta en lo sucesivo
y dependiendo de otros partidos para poder gobernar. El declive
del PSOE le llevó hasta el 22%, mientras que Podemos y sus con­
fluencias registraban un 20,6% y Ciudadanos obtenía casi un
14%. Aunque en los meses siguientes hubo variaciones derivadas
del proceso político, que analizo algo más adelante, el último son­
deo del CIS en el momento de escribir estas páginas, en julio de
2017, dibuja un panorama posicionalmente similar al de diciem­
bre de 2015, aunque con una mejora del PSOE: 28,8% para el
PP, 24,9% para el PSOE, 20,3% para Unidos Podemos y 14,5%
para Ciudadanos. Siempre contando con situaciones específicas
en Catalunya y Euskadi, donde los partidos nacionalistas mantie­
nen su influencia. Es importante reseñar, antes de prestar aten­
ción a la dinámica del proceso político, que este juego a cuatro
bandas es un resultado directo de la crisis de legitimidad del sis­
tema político como consecuencia de la crisis económica, del es­
cepticismo ciudadano sobre la política tradicional y, sobre todo,
de la aparición de opciones políticas nuevas que ofrecen esperan­
zas a los votantes desengañados, aunque la resistencia del establis­
hment es feroz, como veremos. A su vez, estos cambios en la opi­
nión política, con consecuencias electorales directas, se deben
principalmente a dos factores. El primero, es la acción de los mo­
vimientos sociales, el 15-M en particular, con su crítica de las in­
justicias del sistema social y político que tuvo una amplia reper­
cusión en la mente de los ciudadanos. El segundo es el profundo
cambio generacional en el comportamiento político, tal y como
ha demostrado Jaime Miquel. Tanto el PP como el PSOE son
partidos de viejos. La mayoría de sus militantes tienen más de 60
años y sus votantes solo son mayoría a partir de los grupos de
edad de más de 55 años. Mientras que tanto Podemos y sus con­
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 89

fluencias como Ciudadanos concentran su voto en los grupos de


menos de 45 años. Y en el caso de Podemos, cuanto más jóvenes
son los ciudadanos más acusada es su preferencia por Podemos,
hasta el punto de que si en las elecciones solo contara el voto de
los de menos de 45 años, Podemos tendría mayoría absoluta en el
país. Algunos ven en esa divisoria de edad el anuncio de la desa­
parición de los partidos tradicionales y su sustitución por expre­
siones políticas adaptadas a las nuevas generaciones. Sin embar­
go, la elevada esperanza de vida de las generaciones de mayor
edad, y su peso demográfico, limitan en el tiempo el efecto direc­
to del cambio generacional sobre el sistema político. En realidad
la transformación más profunda proviene de la crisis de represen-
tatividad de los partidos tradicionales, si bien contenida por la
inercia de las instituciones.

Del cambio político al cambio de política


El camino que va del cambio social al cambio institucional tran­
sita por la formación de gobierno. Y es aquí donde más pesa el
espesor institucional del Estado y la acción de los grupos de pre­
sión. Para empezar, el principio de «un ciudadano, un voto» no se
cumple en ninguna democracia con excepción de Israel. Las leyes
electorales son decididas por los partidos en el poder y suelen re­
flejar, por un lado, un sesgo conservador (por ejemplo, el voto
rural cuenta más que el de los grandes centros urbanos), y por
otro lado, una desventaja para los partidos más pequeños, gene­
ralmente coincidentes con tendencias renovadoras en la sociedad.
De ahí que los partidos tradicionales tengan un número de esca­
ños mayor que su proporción de voto y que este desfase sea más
acentuado en los partidos de derechas como el PP. En regímenes
no presidenciales, como el español, una vez constituidos los par­
lamentos, la formación de gobiernos, y por tanto las políticas en
último término, dependen de alianzas entre intereses cercanos. A
menos que exista mayoría absoluta de un partido, una situación
90 RUPTURA

excepcional que se debe más a la crisis de los adversarios que a la


hegemonía de un partido. En 2011, el PP obtuvo dicha mayoría
como consecuencia de una abstención o voto de castigo hacia un
Partido Socialista elegido por la izquierda que gestionó la crisis
con una política de derechas, denunciada por los movimientos
sociales. Pero conforme se profundiza la crisis de representación
entre la ciudadanía, las mayorías relativas de los partidos tradicio­
nales se van recortando hasta el punto de que no pueden gober­
nar si no es en alianza, ya sea compartiendo gobierno o mediante
acuerdos parlamentarios. Eso fue lo que sucedió en España como
consecuencia del irreversible paso del bipartidismo al cuatriparti-
dismo. La mayoría relativa del PP tras las elecciones de 2015 era
tan exigua que ni siquiera podía llegar a suficiente con el apoyo
de la derecha renovada, es decir Ciudadanos. Un apoyo que de
todas formas no podía ser incondicional porque Ciudadanos se
presenta como una alternativa a la corrupción y autoritarismo del
PP, atrayendo el voto de parte de las nuevas clases medias hacia
Ciudadanos. La situación política resultante de este decaimiento
de los grandes partidos fue semejante a la planteada en gran parte
de Europa ante la crítica social a los viejos partidos como conse­
cuencia de la crisis económica. Y como en otros países, el proyec­
to de gobierno de las élites políticas y financieras españolas fue la
llamada «gran coalición», a imagen y semejanza de Alemania,
usualmente bajo dirección conservadora. Cuanto mayor es el pe­
ligro de acceso al poder de nuevas fuerzas contrarias al sistema,
mayor es la presión de los poderes fácticos europeos y nacionales
hacia la fórmula de gran coalición. Generalmente el resultado es
un debilitamiento gradual de la socialdemocracia, hasta llegar a
su virtual desaparición, como en Grecia, Italia y Holanda. Preci­
samente por ese precedente, Pedro Sánchez, secretario general del
PSOE, se resistió a una alianza con el PP, a pesar del llamamiento
del líder histórico Felipe González en favor de dicha política. Para
resolver esa situación de bloqueo de mayoría parlamentaria, Sán­
chez intentó una alianza doble hacia la derecha y hacia la izquier­
da, con Ciudadanos y con Podemos. Lo cual era casi imposible
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 91

porque sus programas eran irreconciliables entre sí, en particular


en lo referente a la cuestión catalana. Y además, Podemos, anima­
do por haber obtenido tan solo 332.000 votos menos que el
PSOE, aunque con una diferencia de 21 escaños, tenía la espe­
ranza de superar a los socialistas en unas nuevas elecciones, por lo
que votó en contra de esa alianza de centro-derecha, abocando a
unas nuevas elecciones. Pero las elecciones de junio de 2016 no
resolvieron el dilema con el aumento de la mayoría relativa del
PP, el declive continuado del PSOE y el estancamiento de Pode­
mos en torno a una quinta parte del voto. Es decir, se constató
que el cuatripartidismo equivalía a la parálisis del sistema político
a menos que desembocara en una nueva política de alianzas en
torno a dos ejes: derecha/izquierda y nueva/vieja política. En la
práctica, eso quería decir o bien una gran coalición ampliada (PP,
PSOE, Ciudadanos) o bien una coalición de izquierda (PSOE,
Podemos) sostenida por la abstención de partidos nacionalistas,
en particular catalanes. Esta segunda opción se inspiraba en la ex­
periencia de Portugal, que había dado estabilidad política y social
al país para salir de la crisis. Pero la importancia estratégica de Es­
paña en una Unión Europea en crisis era mucho mayor, y mayor
el peligro para los poderes fácticos de la presencia en el gobierno
de un partido claramente contrario a la austeridad como era Po­
demos. De ahí que las élites financieras y las potencias europeas
se movilizaran para bloquear dicha opción. Su estrategia se ar­
ticuló en tres iniciativas. Aislar y desprestigiar a Podemos, consi­
derado cada vez más como el inesperado peligro político a la es­
tabilidad del sistema. Recortar las alas a Ciudadanos para que se
dejara de veleidades socialdemócratas, se proclamara neoliberal y
apoyara al PP, aun con distancia discursiva, para formar un blo­
que de derechas con posibilidades de gobierno. Pero, sobre todo,
era necesario que el PSOE limitara sus ambiciones de izquierda y
dejara gobernar a la derecha mediante una abstención que permi­
tiera al denostado Rajoy volver a ser investido presidente de go­
bierno en lugar de tener que ir a unas terceras elecciones. Una
extraordinaria campaña mediática asimiló las terceras elecciones a
92 RUPTURA

una catástrofe nacional, cuando en realidad los ciudadanos eran


relativamente indiferentes al tema hasta que se rindieron al bom­
bardeo ideológico. Ahora bien, los mecanismos de contención
del cambio político encontraron de repente un obstáculo impre­
visto: la resistencia del secretario general del PSOE, Pedro Sán­
chez, un político de nueva generación que creía en el respeto a las
promesas electorales. Y es así como se originó una de las conspi­
raciones políticas más rocambolescas de la historia política re­
ciente de España y Europa. Una conspiración que merece comen­
tario porque encierra lecciones importantes para entender la crisis
de legitimidad política, así como algunas de las vías de regenera­
ción democrática.

Prolegómenos a la gran coalición: asesinato


en el Comité Federal
Como otros partidos socialdemócratas europeos, el PSOE inten­
tó detener su declive con medidas de renovación interna. Sin en­
tender que su crisis era sobre todo estructural por haber abando­
nado las políticas de izquierda, sobre todo la defensa del Estado
de bienestar, durante la crisis. Además, el centralismo jacobino
del PSOE y su incomprensión de la cuestión catalana condujo
gradualmente a una crisis del Partit Socialista de Catalunya, cada
vez más desgarrado en su electorado entre la S y la C. Siendo así
que, con los datos en la mano, salvo en las elecciones de 1982, el
PSOE no hubiera ganado ninguna elección sin el diferencial de
escaños (no el número absoluto) con relación al PP en Catalunya.
Aun así, tras las debacles electorales de 2011 y 2014, el veterano
político Alfredo Pérez Rubalcaba, que sustituyó a Rodríguez Za­
patero para intentar tapar las vías de agua que hundían el barco
del puño y la rosa, dimitió. Se intentó entonces la renovación del
partido mediante la elección directa del secretario general por
parte de los militantes. Aunque todo apuntaba a que la presiden­
ta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, sería la elegida, habida
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 93

cuenta de su férreo control de la federación más numerosa del


PSOE, la susodicha decidió no arriesgar su cómodo sillón anda­
luz y prefirió apoyar, por el momento, a un relativamente joven
candidato, Pedro Sánchez, economista y profesor universitario,
frente al candidato del grupo parlamentario que pensó sería me­
nos controlable. Como suele suceder en estos casos, Sánchez se
afirmó rápidamente con su propia personalidad y estrategia polí­
tica, ante el estupor del aparato del partido, que lo consideraba
como un líder transitorio.
Sánchez rechazó la alianza con Rajoy, tras las elecciones de
2015, y quiso impulsar una mayoría alternativa. Los proceres del
partido le aconsejaron y casi le ordenaron que privilegiara a Ciu­
dadanos, o sea la nueva derecha, en esa alianza y que de ninguna
forma pactara con Podemos y en absoluto con los nacionalistas
catalanes que propugnaban un referéndum sobre la independen­
cia. En la práctica, eso predeterminaba su campo de acción hacia
la gran coalición, en distintas versiones. Sánchez resistió a esas
presiones y trató de integrar a Podemos en la alianza de gobierno,
sin éxito debido a la intransigencia ideológica y táctica, tanto de
Podemos como de Ciudadanos. Ahí surgió una profunda inquie­
tud entre los líderes históricos del partido y su representante en la
tierra, la presidenta de Andalucía. Cualquier alianza con Pode­
mos o con el nacionalismo catalán constituían dos líneas rojas
que no se podían transgredir, mientras que Sánchez, intentando
formar un gobierno progresista que descabalgara a Rajoy, manio­
braba buscando posibles fórmulas en medio de un agrio debate
interno desatado por los barones autonómicos del PSOE, que te­
mían un reparto de recursos favorable a Catalunya en detrimento
suyo. Y como su poder se apoyaba en sus redes clientelares, ali­
mentadas con fondos públicos, cualquier pérdida de una parte de
la tarta se percibía como una amenaza para su supervivencia po­
lítica. Entre dimes y diretes, se acabó el plazo para formar gobier­
no y hubo nuevas elecciones en junio de 2016, tal y como expuse
anteriormente. Sánchez, conocedor del sentimiento anti-Rajoy
de las bases socialistas, concurrió a dichas elecciones con la expre­
94 RUPTURA

sión inequívoca de que en ningún caso apoyaría un gobierno del


PP. Y ante las presiones públicas y privadas que recibió para acep­
tar un compromiso, acuñó su famosa promesa «Un no es un no»,
aclamada en los actos electorales por un amplio sector de votantes
socialistas que, aun distanciándose de Podemos, se inclinaban por
una alianza de izquierda. De ahí que tras las elecciones, se produ­
jera un enfrentamiento directo entre los poderes fácticos españo­
les y sus representantes en el PSOE, y un secretario general que
quería ser fiel a la palabra dada a su electorado. En la práctica,
esto equivalía a una elección entre tres posturas. La primera,
mantener el bloqueo en el sistema político, conduciendo a unas
terceras elecciones. La segunda, la abstención del PSOE en la se­
sión de investidura, permitiendo que la mayoría relativa de la de­
recha (PP y Ciudadanos) hiciera posible a Rajoy renovar como
presidente. La tercera, buscar una mayoría alternativa que, de
nuevo, solo podía producirse en alianza con Podemos y el apoyo
parlamentario de los partidos catalanes. Sánchez consideró la po­
sibilidad de esta alternativa, aunque nunca llegó a plasmarse en
negociaciones concretas. Porque antes de que pudiera ni siquiera
explorarla, se desencadenó una tormenta dentro del PSOE, enca­
bezada por Susana Díaz, apoyada por todos los expresidentes so­
cialistas, para defenestrar a Sánchez de su puesto de secretario
general. Lo que sucedió fue una verdadera conspiración. El 23 de
septiembre de 2016, según un reportaje fiable de La Opinión-El
Correo de Zamora, Susana Díaz se reunió clandestinamente du­
rante doce horas con los principales barones autonómicos del
PSOE, incluido el presidente de Asturias, Javier Fernández, y,
probablemente, con Rodríguez Zapatero, en el restaurante El Er­
mitaño, cercano a Benavente (Zamora), para elaborar una estra­
tegia que obligara a Sánchez a la dimisión, dejando así expedito el
camino para una abstención que permitiera a Rajoy llegar al go­
bierno. Conspiración jaleada por importantes medios de comu­
nicación, en particular el diario El País, en el que tiene decisiva
influencia Felipe González, quien declaró sentirse «engañado» por
Sánchez. Sin entrar en los detalles, jugosos pero poco relevantes,
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 95

de esa conspiración, lo importante es preguntarse el porqué de la


alarma política creada en España y en Europa con relación a una
cuestión táctica en el PSOE. Alarma al borde de la histeria cuan­
do ni siquiera Sánchez había definido la mayoría alternativa en
los términos que sospechaban los conspiradores. La explicación
de tal pánico se resume en una palabra: miedo. Miedo a la deses­
tabilización del sistema de consenso bipartidista sobre el que es­
taba basado el orden político español creado en la transición y los
privilegios recurrentes de sus actores. Este orden estaba amenaza­
do por los nuevos actores políticos surgidos de los movimientos
sociales durante la crisis. Por un lado, Podemos y sus confluencias
llevaban al parlamento y a los grandes municipios las nuevas as­
piraciones de una ciudadanía harta de injusticia, de corrupción y
de indiferencia de los gobernantes a su clamor reivindicativo. Se
estaba resquebrajando el control de los poderes fácticos sobre las
instituciones democráticas. Por otro lado, el movimiento social
independentista había articulado el proyecto nacional catalán ha­
cia la petición de un referéndum que amenazaba la estructura
misma del Estado español, como analizaré ulteriormente. Más
grave todavía: Podemos y sus confluencias apoyaban la petición
de referéndum vinculante en Catalunya, aunque no la indepen­
dencia, multiplicando así el efecto de la insurgencia política que
se producía en el conjunto del país. Si el PSOE derivaba hacia
una posible alianza con los actores de este profundo cambio ins­
titucional, todo era posible. De esos temores, fundados en lo es­
tratégico, aunque no materializados en el corto plazo porque Sán­
chez no hacía sino mantener el «no es no» por coherencia ética
con sus electores, bloqueando la investidura de Rajoy, surgió el
golpe de estado esperpéntico que acabó con el asesinato político
del secretario general en el confuso Comité Federal del PSOE del
1 de octubre de 2016. El excelente libro Los Idus de octubre, del di­
rigente político del PSOE y expresidente del Parlamento Euro­
peo José Borrell, que describe y analiza la conspiración, me per­
mite remitir al lector a su lectura, sin tener que entrar en los
pormenores de este vergonzoso episodio. Solo añadiré, para ilus­
96 RUPTURA

trar la vehemencia de lo que se jugó y se juega en torno al PSOE,


la frase que, según testigo fidedigno, espetó Susana Díaz refirién­
dose a Pedro Sánchez: «Lo quiero muerto ya». Y así fue. Pero,
como ahora sabemos, los muertos resucitan en el realismo mágico
del cuatripartidismo. Y por tanto mi historia analítica continúa.
Para entenderla, sin embargo, tengo primero que introducir al
lector en el mundo fascinante, variopinto y dramático del actor
político que perturbó el conjunto del sistema político español:
Podemos.

Érase una vez la revolución en la era de la información


Las reivindicaciones surgidas del 15-M no encontraron respuesta
por parte del Parlamento español. De ahí que, tras varias movili­
zaciones importantes reprimidas por la policía, algunos activistas
decidieron probar suerte en la política institucional porque los
dramas humanos que surgían por doquier hacían inaplazable un
cambio de política. Las elecciones al Parlamento Europeo en
mayo de 2014 ofrecían una primera oportunidad de probar dicha
estrategia por la proporcionalidad del sistema de representación.
Se constituyeron distintas coaliciones electorales en diversos pun­
tos del país. Los principales activistas del 15-M se agruparon en
un llamado Partido X, que se mantenía fiel a los principios asam-
blearios del movimiento y renunció a la personalización de sus
líderes, de ahí la X. Era un proyecto a construir por quienes se
reconocieran en él. Obtuvieron 250.000 votos, sin llegar a conse­
guir un solo diputado. La razón de su relativo fracaso se debió a
que el voto popular directamente inspirado por la contestación
radical del sistema se concentró en una nueva formación política,
Podemos, constituida en enero de 2014 por un grupo de jóvenes
académicos nucleados desde el Departamento de la Facultad de
Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. Al­
gunos provenían de las Juventudes Comunistas, como Pablo Igle­
sias, Juan Carlos Monedero o Irene Montero. Otros, como íñigo
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 97

Errejón o Carolina Bescansa, del movimiento antiglobalización.


Y algunos, como Miguel Urbán o Teresa Rodríguez, de Izquierda
Anticapitalista. Pero todos ellos habían intervenido activamente
en el 15-M y en sus posteriores movilizaciones. Elaboraron un
manifiesto y convocaron por Internet a quienes quisieran llevar
las luchas sociales a las instituciones, empezando por el Parlamen­
to Europeo. Habían decidido que si no tenían respuesta de al me­
nos 50.000 personas en un mes, lo dejaban. Su apoyo superó esa
cifra en una semana. Y así, sin medios ni apoyos, excepto el re­
cuerdo del 15-M en el imaginario colectivo, concurrieron a las
elecciones europeas con el éxito mencionado. Las claves del im­
pacto inmediato de Podemos, y su posterior desarrollo, son tres.
En primer lugar, el caudal de crítica social que dio lugar al 15-M
afluyó hacia el primer proyecto político que se refirió directamen­
te a esa crítica, al tiempo que afirmaba el respeto de la autonomía
del movimiento. En segundo lugar, la inteligente y activa presen­
cia de Podemos en las redes de Internet, el espacio natural de las
generaciones jóvenes, que eran las más susceptibles de recibir el
mensaje de una nueva fuerza política en ruptura con los partidos
tradicionales, afectados por la desconfianza ciudadana. Podemos
construyó un espacio virtual, Agora, que permitió la incorpora­
ción modular de miles de personas al debate y a la toma de deci­
siones en torno a sus iniciativas políticas. Y más allá del propio
espacio de deliberación, Podemos practicó una auténtica guerrilla
cultural, en múltiples frentes y con plataformas multimodales,
que le convirtió en el actor político de referencia en el ciberespa-
cio. Pero esa capacidad de acción en las redes no era diferente de
lo que otros grupos salidos del 15-M practicaban. Por eso lo que
explica la ventaja comparativa de Podemos fue su estrategia co­
municativa en los medios tradicionales: televisión y radio. En este
sentido su mayor valor añadido fue la habilidad dialéctica de su
carismático líder, Pablo Iglesias, precisamente profesor de Comu­
nicación Política, cuyo rostro y su característica coleta se hicieron
extremadamente populares en las tertulias televisivas, a las que
fue frecuentemente invitado para escenificar los enfrentamientos
98 RUPTURA

ideológicos con los comentaristas habituales. Además, Pablo Igle­


sias había creado su propia televisión por Internet, La Tuerka, en
2003, utilizando el satélite Hispasan, de propiedad iraní. Ahí
produjo su programa Fort Apache, en el que entrevistó a persona­
lidades de todos los ámbitos. Así consiguió una fiel audiencia de
las muchas personas que no se reconocían en las acartonadas dis­
cusiones de las televisiones tradicionales. El liderazgo mediático
de Iglesias fue el factor decisivo para la visibilidad inmediata de
Podemos. Por cierto que eso motivó una contraestrategia del con­
junto del establishment para liquidar la imagen de Iglesias, con el
resultado paradójico de que cuanto más avanzó la influencia po­
lítica de Podemos, peor imagen tuvo Iglesias en el conjunto de la
opinión pública. Sin embargo, tal y como analicé en el caso de
Trump, la reacción negativa de los medios sobre un personaje
conlleva la exposición permanente de dicho personaje en los me­
dios, incrementando exponencialmente su presencia. Que es de
lo que se trata en un mundo mediático dicotómico en donde
todo se juega entre estar y no estar, aunque sea estar en negativo.
Hay otro factor importante que explica el crecimiento e in­
fluencia de Podemos: su plurinacionalidad. Porque tal es la reali­
dad de España. Y cualquier expresión política que no la refleje,
simplemente reproduce estructuras de dominación históricas,
aunque sean de izquierda. No fue una opción ideológica de Pode­
mos. Al contrario, Podemos surgió de múltiples movimientos so­
ciales que en cada nacionalidad y región incorporaron su propia
identidad cultural. El reflejo leninista que a menudo se le atribu­
ye a Podemos hubiera determinado un centralismo semejante al
de otros partidos, incluyendo los socialistas. Pero el carácter con­
sultivo y parcialmente asambleario de su militancia determinó
que en realidad no se pueda hablar estrictamente de Podemos,
sino, según el término periodístico, de «Podemos y sus confluen­
cias». No es una expresión adecuada, puesto que en realidad se
trata de una confederación de organizaciones y movimientos,
más cercana a la tradición anarquista que a la comunista. Cata­
lunya en Comú o las Mareas gallegas o Compromís en Valencia,
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 99

en ningún caso son dependencias de Podemos. Son organizacio­


nes autónomas que frecuentemente tienen sus propias políticas y
posicionamientos. En lugar de ser una debilidad, esta diversidad
auténtica, enraizada en las culturas propias, es una de las princi­
pales fuerzas de Podemos. Como lo demuestra el hecho de que
los territorios en los que, en las elecciones generales españolas,
Podemos «y sus confluencias» son la primera fuerza en número de
votos son precisamente Catalunya y Euskadi.
El crecimiento de Podemos, tanto en presencia como en pers­
pectivas electorales, es un caso único en la historia reciente euro­
pea: es una observación empírica, no un juicio valorativo. Tan
solo un año después de su creación, en enero de 2015, las encues­
tas del CIS le situaban en primer lugar de las preferencias en in­
tención de voto directa (o sea, lo que expresan los ciudadanos
antes de que los analistas hagan su cocina con los datos). Ahí cun­
dió el pánico en el establishment de derecha e izquierda. Podía
abrirse una vía pacífica hacia una transformación revolucionaria
del Estado, porque en esos momentos Podemos no moderaba su
lenguaje. Los políticos eran «la casta», la Unión Europea sofocaba
a la patria y el enemigo era el capitalismo en su conjunto. Sona­
ron las alarmas y se desencadenan toda clase de estrategias mediá­
ticas e institucionales y todas las malas artes políticas, sin reparo a
mentir y calumniar. La principal vía de ataque fue la supuesta
dependencia financiera y política con respecto a la Venezuela bo-
livariana. No es el caso de considerar la realidad de ese vínculo en
este texto. Baste decir que los tribunales a los que recurrió Pode­
mos no apreciaron ninguna ilegalidad y que las conexiones aludi­
das fueron las personales de algunos dirigentes académicos como
Monedero y Errejón, que fueron consultores políticos e impartie­
ron cursos a la Administración en Venezuela durante un tiempo
limitado. Aun así, la estrategia fue efectiva. Lo que el franquismo
hizo con los comunistas asociándolos al oro de Moscú, lo emuló
la democracia con Podemos y el petróleo de Caracas. Hubo una
cascada de acusaciones falsas y semiverdaderas, además de ata­
ques personales a dirigentes y cuadros de Podemos, incluidas ma­
100 RUPTURA

niobras tales como listas negras en las empresas y administracio­


nes para negarles empleo. Lo que pensaba Podemos de la ferocidad
del sistema resultó ser cierto y pagaron las consecuencias. Aun así,
tras un bajón en su intención de voto, se recuperó lo suficiente en
las elecciones locales de mayo de 2015 como para construir alian­
zas municipales y autonómicas decisivas en toda la geografía espa­
ñola, como he reseñado anteriormente. Y en las primeras eleccio­
nes legislativas después de la creación de Podemos, en diciembre
de 2015, obtuvo un 20,7% del voto y, aunque penalizado por la
ley electoral, sus 69 escaños bloquearon la posibilidad de una ma­
yoría suficiente tanto para el PP como para el PSOE. Si bien Ciu­
dadanos también contribuyó en menor medida, Podemos fue la
palanca que hizo saltar el bipartidismo español, para consterna­
ción de las élites en España y en Europa.
Pero en ese momento empezaron los problemas para Pode­
mos, confrontado con el proceso bizantino de la formación de
gobierno mediante alianzas entre aparatos. ¡Qué lejos de las asam­
bleas solidarias de la Puerta del Sol! Aunque me resisto a hacer de
este texto una crónica de hechos conocidos, necesito subrayar al­
gunos elementos de valor analítico general. Rajoy, el líder del PP,
recibió encargo del Rey, como manda la Constitución, de formar
gobierno. Contó los votos que tenía en el parlamento, vio que no
eran suficientes ni siquiera con Ciudadanos, y pasó la mano. Pe­
dro Sánchez se postuló, como jefe de filas del segundo partido, y
el Rey le confió la tarea. Pero de repente Pablo Iglesias, con sus
más de cinco millones de votos en el zurrón, se presentó ante los
medios y ofreció públicamente formar un gobierno conjunto con
el PSOE, con él como vicepresidente y varios ministros de Pode­
mos ya designados por él mismo. Obviamente, no era una buena
manera de negociar un gobierno y Sánchez no se dio por aludido.
Aun así, existía la posibilidad de un gobierno de izquierda, con
apoyo parlamentario de los partidos catalanes y vascos. Tal y
como analicé anteriormente, la presión de los poderes fácticos
(léase élite financiera y poderes europeos) y del establishment his­
tórico del PSOE obligó a Pedro Sánchez a incluir a Ciudadanos
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 101

en la posible alianza, dando al traste con ella y desencadenando la


secuencia de maniobras políticas que desembocó en la investidu­
ra de Rajoy en octubre de 2016 mediante la abstención del PSOE,
pilotada por los golpistas de la gestora que defenestró a Pedro
Sánchez.
Pero la fallida alianza de Podemos y el PSOE tras las primeras
elecciones en que concurrió la nueva izquierda abrió un profundo
debate en los revolucionarios abocados a ser reformistas. ¿O se
trataba más bien de reformismo revolucionario, según la expre­
sión clásica de André Gorz, entrando en las instituciones para
cambiarlas? El debate se personalizó en las figuras de dos dirigen­
tes: Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. Errejón, apenas en la treintena,
había hecho su tesis doctoral parcialmente en la Universidad de
California en Los Angeles sobre el nacional populismo en Boli-
via. Influido por las ideas de Laclau, en particular por el concepto
de los vacíos significantes, pensaba que había que dirigirse al con­
junto de la ciudadanía, alejándose de las ideas clásicas de la iz­
quierda, de manera que todos pudieran proyectar en un progra­
ma poco definido sus propias aspiraciones y reivindicaciones. Y la
mejor forma, para él, de ir construyendo hegemonía gradualmen­
te era la de no asustar al personal y hacer alianzas institucionales
lo antes posible para no quedarse aislados en una oposición ideo­
lógica. Sutil y estratégico. Pero no coincidía con la matriz mayo-
ritaria de Podemos, mezcla de la indignación del 15-M y de la
tradición marxista de lucha de clases, aunque fuese en versión si­
glo xxi. Iglesias, en cambio, intentaba desbancar al PSOE de su
posición de segundo partido (el llamado sorpasso, viejo término
de los comunistas italianos), para hegemonizar la izquierda como
paso previo a liderar el proceso de cambio. Por eso no aceptó la
alianza con los socialistas en términos subordinados, tanto más
cuanto Sánchez, coaccionado por su partido, tuvo que imponer
la presencia de Ciudadanos en un contubernio imposible. Y tam­
bién por eso, en contra de la opinión de Errejón y de una parte de
Podemos, hizo una alianza electoral con los comunistas de Iz­
quierda Unida, paso previo a una posible fusión. El cálculo era
102 RUPTURA

aritméticamente sencillo. Si a los más de cinco millones de votos


de Podemos se añadían los más de novecientos mil de IU, se su­
peraba con creces los cinco millones y medio del PSOE. Las elec­
ciones de junio de 2016 mostraron el error de dicha estrategia.
Un millón de esos votos se fue a la abstención y Unidos Podemos
quedó por debajo de lo que había obtenido Podemos seis meses
antes. Quedaba claro que ni los comunistas querían perder sus
señas de identidad ni los ciudadanos movilizados con el 15-M se
reconocían en la vieja izquierda. Podemos tomó nota e inició un
profundo proceso de reflexión, acosado por los medios que veían
la oportunidad de enfrentar a sus líderes, apostando claramente
por Errejón, a pesar de que él también es un revolucionario in
pectore, para conseguir dividir a Podemos. Fin de la historia. Pero
no fue así. Madurando a marchas forzadas, Podemos realizó su
debate interno, con la participación de decenas de miles de mili­
tantes, en formato abierto en Internet y en asambleas locales, y
culminó en una gran asamblea multitudinaria en Madrid (Vista
Alegre II) en la que se votó estrategia, organización y liderazgo.
Ganó Iglesias y sus tesis, con dos tercios de los votos. Pero Errejón
fue disciplinado y responsable: no hubo división, rompiendo con
la tradición autodestructiva de la izquierda. Errejón siguió parti­
cipando en la dirección de Podemos, aunque obviamente debili­
tado, mientras que sus partidarios perdieron buena parte de su
influencia. Podemos se refugió en un proyecto de articulación de
luchas populares en la calle y en los centros de trabajo con inicia­
tivas parlamentarias más simbólicas que eficaces por el aislamien­
to en que los dejaron el conjunto de las fuerzas políticas. Aun así,
su moción de censura parlamentaria en junio de 2017, aunque
condenada a la derrota en la votación, tuvo un fuerte impacto en
la opinión pública. Sobre todo por el discurso de Irene Montero
sobre la corrupción del PP, que quedará en los anales parlamenta­
rios como antológico, por su precisión analítica y su pasión razo­
nada.
Las tesis debatidas en Podemos eran reflejo de problemas rea­
les, no eran entelequias ideológicas. Pero su ajuste a la sociedad
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 103

dependía en parte de cuál fuera la evolución de la izquierda en el


PSOE. Porque si la socialdemocracia española se alejaba del sui­
cidio político de entrar en la gran coalición y se abría a la posibi­
lidad de una alternativa de izquierda, en la práctica ese proyecto
pasaba necesariamente por una alianza con Podemos y sus con­
fluencias. Y es así como el debate entre revolucionarios sobre el
reformismo posible y la construcción de la hegemonía fue siendo
conformado por la práctica política más amplia en una sociedad
que ya no aguantaba la corrupción imperante y rechazaba la vuel­
ta al inmovilismo bipartidista.

Más allá del neoliberalismo: la izquierda del siglo xxi


El cambio más importante en la renovación de los viejos partidos,
sean de izquierda o de derecha, es la posibilidad de elección de los
dirigentes, y en particular de los candidatos a presidir gobiernos,
por parte de los militantes. No son primarias, en el sentido de Es­
tados Unidos, en donde quienes votan son los ciudadanos en ge­
neral, pero es un proceso de designación política que limita el
peso de los aparatos porque siempre hay alguna posibilidad de
revuelta de las bases contra las ataduras de las burocracias de par­
tido. Fue ese poder último de los militantes del PSOE lo que per­
mitió la resurrección de Pedro Sánchez contra viento y marea. En
lugar de acoquinarse y desengañarse ante la brutalidad de un gol­
pe de estado interno por sus compañeros de partido, incluidos
algunos de sus más directos colaboradores, se reafirmó en sus
convicciones de una política de izquierda y, tras unas semanas de
reflexión, decidió dar la batalla para, sobre la base de un progra­
ma, volver a ser elegido como secretario general, aupado en el
sentimiento de los militantes.
Yo fui testigo de su reflexión y de su decisión final por uno de
esos azares de la vida. Pedro Sánchez quiso alejarse de España por
unos días para reencontrarse. Y se fue a California con su fami­
lia. California tiene ese exotismo de fin del mundo donde llegan
104 RUPTURA

gentes de cualquier parte y para cualquier cosa, territorio límite


de la experiencia humana, del que surgen locuras creativas del
más alto alcance, como la revolución tecnológica de Silicon Va-
lley o la fábrica mitológica de Hollywood de la que proceden
muchas de las historias que pueblan nuestras mentes. Y como yo
ando por allí parte del tiempo, Pedro Sánchez, conocedor de mi
experiencia e interés por el socialismo español, tuvo la idea de
que charláramos sobre lo que había sucedido y lo que podría su­
ceder. Yo, que tengo una debilidad romántica por las causas per­
didas, como bien saben mis amigos, le animé a que no se rindie­
ra. Porque si lo hacía era el fin del PSOE, que sería fagocitado en
las fauces históricas de la gran coalición, devoradora de la social-
democracia europea. Hablamos y hablamos, paseando entre el
rumor de las olas de la playa de Santa Monica, donde yo vivía.
Me quedó claro que él tenía la fuerza suficiente para resistir y,
sobre todo, se había dado cuenta de que no sería posible la polí­
tica progresista en la que él creía sin enfrentarse a los poderes
fácticos y a quienes en el partido los representaban. Y que solo lo
podía hacer con el apoyo de los militantes, asqueados por la abs­
tención a Rajoy. Así fue precisando sus pensamientos, aparente­
mente sintiendo subir la adrenalina de una lucha justa. Cuando
le acompañé al aeropuerto, había determinación en su rostro,
esperanza en su mirada. Supongo que fue perfilando su estrate­
gia en los días siguientes. Era la más improbable de las aventuras.
Tenía en contra a casi todo el aparato del partido, al grupo par­
lamentario, al gobierno de Rajoy que ya se relamía con las mieles
futuras de la gran coalición anunciada por el intercambio de
sonrisas con Susana Díaz, a todos los expresidentes socialistas, a
los poderes europeos, a las élites financieras y a la totalidad de los
medios de comunicación, empezando por El País, que le dedica­
ba epítetos insultantes en una serie de editoriales abiertamente
hostiles. Y por no tener, no tuvo ni su escaño parlamentario.
Porque lo primero que hizo fue devolver su acta de diputado e
irse al paro, para escapar a la tesitura de desobedecer al partido
votando contra la investidura de Rajoy o abstenerse en contra de
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 105

su conciencia y de su promesa electoral. Y lo segundo fue ir al


más prestigioso programa político de la televisión española, «Sal­
vados» de Jordi Evole, y contar todo lo que había pasado tras las
bambalinas de los partidos, incluidas las presiones de que había
sido objeto por parte de los poderes fácticos. «¡Suicidio políti­
co!», clamaron los comentaristas unánimemente, demostrando
la dificultad de pensar que otra política es posible. En realidad,
ambos gestos tuvieron el efecto contrario. En la opinión pública
en general, Sánchez apareció como un político honesto, una rare­
za digna de encomio. Y entre los militantes socialistas a quienes
el voto de abstención que permitió gobernar a Rajoy les supo a
cuerno quemado, surgió la esperanza de que su partido volviera
a ser de izquierda, aunque sin creérselo demasiado. Y ahí empezó
la saga de Pedro Sánchez, recorriendo agrupaciones socialistas
por todo el país, conectando con cuadros políticos indignados
con la vergüenza de una gestora cainita al dictado de los de siem­
pre, recibiendo el apoyo significativo de influyentes intelectuales
exguerristas como José Félix Tezanos y Manuel Escudero, y recu­
perando el diálogo con los socialistas catalanes arrinconados por
una dirección andaluza que los consideraba enemigos territoria­
les. Su impensable proyecto de reconstrucción de un partido so-
cialdemócrata en declive terminal, a semejanza de sus congéne­
res europeos, se vio beneficiado por la torpeza y la arrogancia de
Susana Díaz y su areópago conspiratorio. Pensaron que el tiem­
po lo cura todo y que los militantes volverían al redil pasados los
ecos de la ignominiosa abstención. Y en lugar de convocar de
forma inmediata un congreso y la elección de una nueva secreta­
ria general antes de que Sánchez recuperase el aliento, dilataron
ambas convocatorias hasta ocho meses, incluso retrasando la
candidatura de Díaz, esperada como la nueva líder socialista un­
gida por los venerables del partido desde años ha. Por fin la pre­
sidenta (de Andalucía) se decidió a anunciar su candidatura a
presidenta (de España) y se preparó para su entronización, acla­
mada por cientos de militantes y funcionarios del partido, en
presencia de todos los expresidentes socialistas y del mítico Al­
106 RUPTURA

fonso Guerra. Pero lo interesante de la política es que el proceso


es capaz de transformar la estructura del poder. Es decir, en este
caso, lo que ocurrió en el proceso de preparación de la elección
del secretario general alteró los resultados previsibles del mismo.
Y esto tuvo que ver con la forma de hacer política en el siglo xxi.
Entra en escena José Antonio González, alcalde socialista de la
pequeña población granadina de Jun y hacker por afición, que
había innovado en su ciudad instaurando participación ciudada­
na a partir de las redes sociales con la ayuda de investigadores del
M IT y el apoyo del mismísimo dueño de Twitter. González,
muy crítico con Susana Díaz, diseñó un sistema de observación
de la actividad en las redes en torno a las campañaas de Sánchez,
Díaz y López (un candidato de tercera vía). El seguimiento dia­
rio de estos movimientos permitió a Sánchez una ventaja infor­
mativa que fue decisiva. Es más, vale la pena apuntar un detalle
de las nuevas formas de hacer política. El proceso de elección
empieza por la recogida de avales para poder ser candidatos. Los
avales son nominales, por lo que el aparato tiene ventaja al poder
intimidar a los críticos. Y el número de avales predetermina la
dirección del voto final. Pues bien, en contra de todas las expec­
tativas, Díaz apenas superó en avales a Sánchez. Pero lo realmente
interesante fue que los sanchistas detectaron el inesperado núme­
ro de avales para Sánchez, pero filtraron información, sabiéndo­
se vigilados, en sentido contrario. De modo que el establishment
socialista creyó haber superado el desafío merced a doblar los
avales de su adversario. Cuando se hizo el recuento y se constató
que, salvo en el feudo andaluz, Sánchez obtenía más avales en el
resto del país, con proporciones aplastantes en Catalunya y Va­
lencia, ya era demasiado tarde. No había ni estrategia ni progra­
ma en el campo de Susana Díaz porque confiaban en su superio­
ridad. Y así fue como Sánchez ganó la elección holgadamente. Y
de ahí a la victoria de su programa y de su lista de dirigentes en
el subsiguiente congreso en junio de 2017, mientras que Díaz
replegaba velas y se atrincheraba en su palacio de Sevilla, musi­
tando venganza por lo bajini.
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 107

La resurrección y victoria de Sánchez tuvo tres resultados in­


mediatos en el panorama político. Según los sondeos del CIS en
julio del 2017, el PSOE remontó especularmente hasta situarse
a tan solo 4 puntos del PP, cuyo apoyo cayó al 28%, afectado por
la exposición de su corrupción en los tribunales. Más aún, al
mantenerse Podemos en cerca del 21%, por primera vez la suma
de izquierda superaba a la de derecha (PP y Ciudadanos). En se­
gundo lugar, Sánchez decidió explorar posibles alianzas con Po­
demos, estableciendo comisiones conjuntas para elaborar acuer­
dos programáticos, sin prestar atención a las advertencias de los
que demonizaban a Podemos. Y en tercer lugar, Podemos se
abrió a la posibilidad de la alianza sin exigencias previas e incluso
propuso apoyar una moción de censura encabezada por Sánchez.
Es decir, un nuevo Pedro Sánchez definió una nueva estrategia
socialista, abriendo la posibilidad de una nueva política de iz­
quierda española. Las semillas del 15-M se habían ahora disemi­
nado más allá de Podemos para germinar también en el PSOE,
tal y como deseó expresamente su secretario general. Nuevas y
viejas políticas de izquierda empezaron a interactuar. Porque la
política del siglo xxi no puede construirse ignorando las raíces
plantadas en el siglo xx. El declive de los partidos socialdemócra-
tas es reversible a condición de recuperar las políticas socialde-
mócratas en los nuevos contextos sociales. Algo que no hicieron
la mayoría de los socialistas europeos y por eso desaparecieron. Y
algo que sí intentó Pedro Sánchez tras la experiencia transforma­
dora de su muerte política.
El problema de escribir, como estoy haciendo, sobre un proce­
so vivo es que cuando el lector llegue a este punto ya sepa cómo
acabó o continuó, más allá de estas páginas. Espero, sin embargo,
que las lecciones analíticas que se pueden destilar hasta aquí sigan
siendo útiles para entender la crisis de la democracia y su posible
reconstrucción. Sobre todo porque ese proceso de cambio está y
estará en plena dinámica en los tiempos venideros, en la medida
en que mucho depende de la crisis del Estado a partir del trata­
miento político de la cuestión catalana.
108 RUPTURA

La cuestión catalana y la crisis del Estado español


El 1 de octubre de 2017, desafiando violentas cargas policiales
que dejaron unos 800 heridos, más de dos millones de ciudada­
nos de Catalunya intentaron votar en un referéndum sobre la in­
dependencia de Catalunya, convocado por el Govern de la Gene-
ralitat e ilegalizado por el Tribunal Constitucional a instancias del
gobierno español. De los 2.262.000 votos contabilizados (el
43,7% del censo), emitidos en condiciones precarias por la inter­
vención judicial y policial contra la votación, obviamente la in­
mensa mayoría optaron por la creación de una República Catala­
na independiente en el marco de la Unión Europea. Porque los
que estaban en contra apenas votaron. El gobierno del Partido
Popular, apremiado por Ciudadanos y montado en una ola de
exaltación patriótica española, se negó a reconocer el referéndum,
refugiándose en la invocación a la legalidad constitucional como
condición previa a cualquier diálogo. A pesar de que el president
de Catalunya, Puigdemont, suspendió la aplicación de la declara­
ción de independencia derivada del resultado del referéndum,
Rajoy dio un ultimátum a la Generalitat y a fin de cuentas, de­
soyendo las llamadas a la mediación por parte de líderes euro­
peos, personalidades internacionales e incluso de la Iglesia católi­
ca, el gobierno intervino la autonomía de Catalunya. Su postura
recibió el apoyo del PSOE (condicionado por sus divisiones in­
ternas) a cambio de la promesa de una reforma constitucional
que revisara la organización territorial del Estado español. La
alianza PP-Ciudadanos-PSOE permitió obviar la oposición de
Podemos y sus confluencias, así como del nacionalismo vasco y
gallego, a las medidas autoritarias que desestimaron el sentir am­
pliamente mayoritario de los catalanes sobre su derecho a decidir.
El resultado de esta desigual confrontación, cuyas consecuen­
cias últimas aún están por ver cuando escribo estas páginas, ha
sido una fractura profunda entre Catalunya y España, así como
en Catalunya y en España. Es más, también se rompió el consen­
so constitucional entre los diversos partidos del Estado español,
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISIMO Y CRISIS DEL ESTADO 109

poniendo en cuestión el sistema de gobiernos autónomos instau­


rado en 1978-1980. Porque es necesario recordar que la división
primera en la crisis catalana no fue en torno a la independencia
sino sobre el derecho a decidir de los catalanes, y por ende de
otras nacionalidades reconocidas constitucionalmente, en un Es­
tado obligado a reflejar la plurinacionalidad histórica de España.
Mientras que el independentismo apenas llegaba al 50% de la
opinión catalana, el derecho a decidir recibía el apoyo de al me­
nos tres cuartas partes de los ciudadanos desde 2010, fecha en
que se fraguó el conflicto constitucional.
La raíz de la crisis institucional del Estado español en 2017 re­
side en los defectos de origen de la Constitución de 1978. Una
Constitución basada en una negociación de partidos y territorios
vigilada y condicionada por las estructuras del Estado franquista,
en particular por el ejército, poder fáctico, y por el rey, que encar­
naba un proyecto legitimidor de la sucesión del dictador, intentan­
do resituar la monarquía en el contexto democrático de Europa.
El tema más conflictivo de la negociación constitucional fue
el reconocimiento o no de la pluralidad nacional y la descentra­
lización del Estado en un régimen autonómico que se proclamó
igualitario. La solución salomónica fue el artículo 2 de la Cons­
titución, que, por un lado, proclama la unidad de la nación es­
pañola y, por otro, afirma que está constituida por nacionalida­
des y regiones. Fue lo más que consiguieron hacer aceptar los
ponentes vasco, catalán y comunista (cuyo representante era
Jordi Solé Tura, importante constitucionalista catalán) a unos
partidos españoles de tradición centralista y a unas Fuerzas Ar­
madas que a cambio exigieron incluir dos artículos: el 8, en el
que se afirma su papel como garantes de la unidad de España, y
el 155, que potesta al gobierno central para intervenir cualquier
Autonomía que incremente su autogobierno al margen de los
preceptos constitucionales. No es casual la importancia decisiva
de la cuestión nacional en la transición democrática. Porque es­
tuvo en el origen de la rebelión militar que provocó la Guerra
Civil y fue siempre la obsesión del dictador Franco. La ideología
110 RUPTURA

nacionalista de la derecha española quedó esculpida en la frase


lapidaria de Calvo Sotelo en el Congreso de los Diputados:
«Antes un España roja que rota». El rechazo al nacionalimo ca­
talán y vasco fue un factor esencial en la sublevación de unas
Fuerzas Armadas con nostalgias imperiales y capitidisminuidas
por su triste realidad de míseras colonias africanas. No es por
casualidad que fuera el Ejército de África, con la Legión al fren­
te, apoyado por los sanguinarios tabores marroquíes, quienes
protagonizaron la sublevación. La unidad de España fue siem­
pre el principio unificador del franquismo, el núcleo de la fu­
sión entre el ejército y el Régimen, y la obsesión personal del
dictador. Según testimonio de Juan Carlos I, las últimas pala­
bras que le dirigió Franco el día antes de su muerte, cogiéndole
la mano, fueron «Alteza, lo único que os pido es que preserveis
la unidad de España». A ello se consagró el monarca y tal fue la
condición impuesta a los partidos históricamente republicanos
para aceptarlos en el juego político. ¿Por qué ese temor, casi úni­
co entre los estados-nación europeos? Porque España no fue un
Estado-nación típico, sino un Estado imperial y teocrático que
integró territorios y culturas diferentes en su órbita, tanto en
sus colonias como en la Península. Y mientras Portugal consi­
guió su independencia tras una breve dominación española, las
aspiraciones nacionales de Catalunya fueron duramente repri­
midas en 1640, 1714, 1934 y 1939.
La historia no explica la crisis del siglo xxi, pero sí es necesaria
para entender los límites constitucionales impuestos en el mo­
mento de la transición democrática. Una transición que fue ala­
bada en el mundo como ejemplo de evolución sin ruptura, pero
cuyos condicionamientos fueron haciéndose evidentes con el
paso del tiempo. Lo que representó un enorme progreso demo-
cratizador en 1978-1980 quedó desfasado tres décadas más tarde,
en una sociedad en que las nuevas generaciones crecieron en li­
bertad y en una Europa democrática en donde los seculares hábi­
tos autoritarios del Estado español ya no eran de recibo. La dis­
tancia entre la apertura democrática, la tolerancia social de las
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 111

diferencias culturales, el autogobierno de las nacionalidades, por


un lado, y el centralismo del Estado español y sus élites políticas,
por otro, se fue incrementando.
Durante largo tiempo, el apaño de conveniencia mutua entre
las élites políticas españolas y catalanas funcionó eficazmente: fue
el llamado oasis catalán. Estuvo basado en el inteligente oportu­
nismo político de un líder nacionalista como Jordi Pujol, cuyo
partido no tuvo problema en aliarse con la derecha o la izquierda
en el gobierno de Madrid a cambio de concesiones financieras y
culturales para Catalunya. Y a cambio de hacer la vista gorda so­
bre las prácticas corruptas sistémicas de su partido, Convergencia
i Unió, y la fructífera corrupción de la familia presidencial catala­
na. El equilibrio de esa hábil construcción empezó a romperse
cuando a principios del siglo xxi se democratizó la política cata­
lana mediante la irrupción de clases medias progresistas aliadas a
una clase obrera española ahora integrada en Catalunya y con
fuerte poder municipal. Esto conllevó que el liderazgo nacionalis­
ta pasara a Esquerra Republicana de Catalunya, partido de rai­
gambre histórica, limpio en sus prácticas institucionales y capaz
de conectar con los sectores jóvenes nacionalistas, distanciados
del nacionalismo conservador y corrupto que traicionó sus espe­
ranzas. Así se fraguó la alianza tripartita entre ERC, un Partido
Socialista de Catalunya bicéfalo (socialista por un lado, catalanis­
ta por otro) y lo que quedaba de la importante tradición euroco-
munista catalana rebautizada como Iniciativa per Catalunya, con
incrustaciones verdes. Pero el gobierno tripartito progresista solo
se pudo hacer en torno al carisma de Pasqual Maragall, alcalde de
la ciudad de Barcelona, a la que propulsó en el mundo mediante
los Juegos Olímpicos de 1992. Maragall es nieto de Joan Mara­
gall, el gran poeta nacional catalán, y es un universitario inteli­
gente, independiente, altamente educado. Y como me dijo cuan­
do ya era presidente (éramos amigos desde nuestra época de
rebelión estudiantil), sentía que su misión era conseguir un nue­
vo Estatut para Catalunya que aumentara considerablemente el
grado de autogobierno, sin esbozar el inquietante horizonte de
112 RUPTURA

una independencia que España nunca aceptaría. Casi lo consi­


guió. Pero tuvo que dejar la presidencia de la Generalitat por ra­
zones de salud. Su sucesor, José Montilla, puente perfecto entre el
socialismo español y el catalanismo progresista, prosiguió su ta­
rea, aprovechando la llegada del PSOE al poder en España en
2004-2008. En 2005 se redactó un proyecto de Estatut de Auto­
nomía que incrementaba el techo de autogobierno, aunque res­
petando límites impuestos desde Madrid. El Estatut fue aproba­
do por el Parlamento catalán y luego por el español, aunque
convenientemente «cepillado» (o sea rebajado en competencias y
tono) según declaró Alfonso Guerra, presidente de la Comisión
Constitucional del Congreso. Y finalmente fue ampliamente vo­
tado en referéndum por los ciudadanos catalanes en 2006. Ahí se
estuvo muy cerca de una estabilización institucional de las rela­
ciones entre Catalunya y España. Y entonces, en 2008-2010, el
destino no lo quiso así.
Tres acontecimientos echaron al traste esa oportunidad histó­
rica de hacer de España un país moderno y tolerante, más allá de
la obsesión de Franco y del absolutismo íntimo del Monarca. Por
un lado, la crisis económica golpeó brutalmente al país, y en par­
ticular a los jóvenes, y Rodríguez Zapatero siguió el dictado ale­
mán de las políticas de austeridad, agravando la crisis. Por otro
lado, el Partido Popular planteó ante el Tribunal Constitucional
un recurso de inconstitucionalidad que, en lo esencial, desvirtuó
el Estatut. Ahí se percibió la continuidad histórica ideológica en­
tre el franquismo, su sucesión monárquica, y la derecha española,
el PP y Ciudadanos, un partido nacido en Catalunya sobre la
base de un ataque sistemático al nacionalismo catalán. La senten­
cia del Tribunal Constitucional en 2010 echó por tierra las espe­
ranzas de los catalanes, que se sintieron engañados y humillados.
De este sentimiento y de la indignación contra las políticas de
austeridad surgió un potente movimiento social que vio en el so-
beranismo una posibilidad, casi mítica, de volver a empezar. Ma­
rina Subirats ha analizado cómo lo que representó en España el
movimiento 15-M contra la crisis tuvo su expresión en Catalunya
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 113

en un movimiento independentista cada vez más radical. Al igual


que el 15-M (que nunca tomó posición sobre la independencia
para no dividir el movimiento), el independentismo fue mayori-
tariamente espontáneo, aunque articulado en torno a dos organi­
zaciones cívico-culturales, el Omnium Cultural, con su tradición
de defensa de la identidad, y la Asamblea Nacional de Catalunya,
que fue federando movimientos cívicos en torno a un proyecto
independentista de nuevo cuño. En su vertiente política radical,
el independentismo generó los Comités de Unidad Popular
(CUP), un partido a la vez independentista y anticapitalista con
arraigo entre los jóvenes. Las tradicionales movilizaciones en tor­
no a la Diada, fiesta nacional de Catalunya, cada 11 de septiem­
bre, ofrecieron la oportunidad de expresar la intensidad del senti­
miento soberanista. Particularmente decisiva fue la manifestación
de la Diada de 2012, en la que cientos de miles de personas de
toda Catalunya acudieron al Palau de la Generalitat a pedir apoyo
a su president, Artur Mas, sucesor de Pujol. Y ahí se produjo el
tercer factor que dio lugar a la movilización independentista que
desestabilizó el Estado español. Mas, y su partido, estaban pro­
fundamente preocupados por su pérdida de influencia en el elec­
torado catalán. Esquerra aparecía como cada vez más hegemónica
dentro del nacionalismo. Y la radicalización españolista de los
gobiernos de Madrid, simétricamente contraria al nacionalismo
en Catalunya, impedía la vuelta a las alianzas oportunistas con los
partidos españoles. Sin dudar de la subjetividad nacionalista de
Artur Mas, lo que se produjo fue un viraje de estrategia política
electoral. Observando la fuerza del independentismo, Mas y su
grupo afín en Convergencia decidieron liderarlo. Pero no fueron
ellos los iniciadores del independentismo, sino los que se engan­
charon al movimiento social intentando canalizarlo electoral­
mente. Fracasaron porque de hecho perdieron votos, que fueron
a los partidos más claramente independentistas, ERC e incluso a
la CUP, expresión de un independentismo sin concesiones. A
partir de ahí, la huida hacia adelante del independentismo políti­
co les llevó a ganar las elecciones en el Parlament de Catalunya,
114 RUPTURA

pero solo en alianza con las distintas facciones del independentis­


mo y con un programa de proclamar la independencia en diecio­
cho meses. Fue un punto de no retorno, resultado de una conver­
gencia de factores que nunca fueron planeados o controlados. Ese
fue el proceso que llevó al intento de secesión de Catalunya y al
que el Estado español, porque en ello le va la vida, respondió por
la fuerza sin aceptar negociar en ningún momento sobre lo esen­
cial: el derecho a decidir de un territorio del Estado por mucha
especificidad histórico-cultural que tuviera.
En el momento decisivo del enfrentamiento con el Estado
español el independentismo se vio gravemente debilitado por la
fuga en masa de las principales empresas catalanas, que traslada­
ron sus sedes a diversos territorios españoles (Caixabank a Va­
lencia, Banco Sabadell a Alicante, Gas Natural, Aguas de Barce­
lona y Planeta a Madrid, etc.). Ese fue un golpe mortal a la
declaración de independencia. Decisiones comprensibles desde
una estricta lógica empresarial que aborrece la incertidumbre.
La consecuencia fue que se prefiguró el espectro de una Cata­
lunya empobrecida y aislada de Europa, a pesar de la simpatía
de la opinión pública internacional hacia un movimiento pací­
fico y democrático.
Y aunque la indignación contra la represión policial suscitó la
solidaridad de partidos progresistas, como Podemos o Catalunya
en Comú, con respecto a quienes defendían el derecho a referén­
dum, el anti-independentismo se movilizó con fuerza, tanto en
Catalunya como en España. El resultado fue una división social
profunda desde la que se hizo más difícil sostener el enfrenta­
miento con un intransigente Estado español que defendía su exis­
tencia con su última energía.
La consecuencia de la solución de fuerza impuesta al sobera-
nismo catalán fue la distancia psicológica entre la mayoría de los
ciudadanos españoles y la mayoría de los ciudadanos catalanes
y una ruptura de la solidaridad básica en una nación constitui­
da por el Estado por encima de la plurinacionalidad real de los
pueblos que coexisten en ese Estado. Esa distancia se articuló po-
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 115

líricamente. Mientras que la nueva izquierda, representada por


Podemos y sus confluencias, se convirtió en paladín de la pluri-
nacionalidad y del derecho a decidir de los pueblos integrantes
del Estado español (catalán, vasco, gallego), la derecha española
se encastilló en el centralismo de matriz castellana, incluyendo
un nacionalismo extremo representado por Ciudadanos y la de­
recha del PP. En cuanto al PSOE, quedó internamente fracturado
entre el fervor patriótico de sus dirigentes históricos, representa­
dos en el partido por la presidenta de Andalucía, y la apertura
democrática a la plurinacionalidad con la que el secretario gene­
ral votado por las bases trataba de estabilizar el Estado español
mediante una reforma constitucional que aceptara la pluralidad
histórica del mismo. A menos que ese proyecto de integración
pactada consiga suficientes apoyos en la sociedad y en la política
del Estado español, a la crisis de legitimidad política motivada
por el déficit democrático de su representatividad social se unirá
la crisis derivada de su incapacidad de representar las diferencias
nacionales cuyo espesor histórico y cultural no puede ser igno­
rado o reprimido. El actual Estado español, entronizado en una
monarquía de dudosa legitimidad en su origen, incapaz de expre­
sar una realidad plurinacional y desvirtuado por la corrupción de
una derecha que aún controla los poderes fácticos, vive al borde
de una crisis constitucional que podría poner en peligro la convi­
vencia ciudadana.

La experiencia española y la reconstrucción de la legitimidad


democrática
El 15-M fue matriz e inspiración de los movimientos sociales en
red que se extendieron por Europa, Estados Unidos e incluso
América Latina, en particular Brasil y México, como respuesta a
la crisis económica y al hundimiento de la legitimidad política.
En algunos casos, como en Occupy Wall Street, fueron activistas
estadounidenses y españoles participantes en la acampada de la
116 RUPTURA

Puerta del Sol los que iniciaron las sentadas en Nueva York. Las
redes sociales en torno a la parisina plaza Republique del movi­
miento Nuit debout en 2016 fueron en parte diseñadas por acti­
vistas catalanes recabados por el movimiento francés. En muchos
otros casos, los movimientos que surgieron por doquier aprendie­
ron de las acampadas españolas con las que estuvieron conectados
en directo durante meses. Y, sobre todo, activistas de todo el
mundo pudieron apreciar que «sí se puede».
Podemos, como expresión política directa del movimiento en
el espacio parlamentario, es la experiencia más debatida en todos
aquellos países en donde los activistas se encuentran con el mis­
mo dilema que los españoles. O sea, como entrar en las institu­
ciones y cambiar la política sin ser cooptados por el sistema. Su
trayectoria es seguida con atención en todo el mundo y forma
parte del imaginario colectivo de los nuevos actores sociales y po­
líticos en las generaciones más jóvenes.
Y si Pedro Sánchez consigue anclar al PSOE en la izquierda
mediante una adaptación de las políticas socialdemócratas a las
nuevas condiciones sociales y a la cultura de las nuevas generacio­
nes, estaría creando las bases para la superación parcial de la crisis
que está llevando a los socialistas europeos a su desaparición como
fuerza política significativa. Si eso sucediera, estaría reforzando
las posibilidades de un renacer socialdemócrata ejemplificadas
por Corbyn en el laborismo británico y por Costa en el socialis­
mo portugués.
En todos los casos, estaríamos ante embriones de regeneración
democrática en la medida en que se establecen conexiones entre
las críticas y aspiraciones de la ciudadanía y un nuevo sistema po­
lítico permeable a las mismas. Frente a la salida de la crisis de le­
gitimidad representada por el populismo de extrema derecha, en
Estados Unidos, Inglaterra, Italia o el Este de Europa, estaría sur­
giendo una posibilidad de política transformadora de izquierda
capaz de responder al deterioro democrático con nuevas propues­
tas de participación política y autonomía con respecto al poder
financiero y mediático.
4. MOVIMIENTOS SOCIALES, FIN DEL BIPARTIDISMO Y CRISIS DEL ESTADO 117

De ahí que la experiencia española cobre un sentido mucho


más amplio que el de transitar hacia una nueva transición demo­
crática: podría ser prototipo vivo de que otra política, y otra de­
mocracia, son posibles en el siglo xxi.
5. EN EL CLA ROSCURO DEL CAOS

No lo que pudo ser:


es lo que fue.
Y lo que fu e está muerto.
O ct a vio Pa z , Lección de cosas, 19 5 5.

En tiempos de incertidumbre suele citarse a Gramsci cuando no


se sabe qué decir. En particular, su célebre aserto de que el viejo
orden ya no existe y el nuevo todavía está por nacer. Lo cual pre­
supone la necesidad de un nuevo orden después de la crisis. Pero
no se contempla la hipótesis del caos. Se apuesta por que surja ese
nuevo orden de una nueva política que reemplace a la obsoleta
democracia liberal que, manifiestamente, se cae a pedazos en
todo el mundo, porque deja de existir en el único lugar en que
puede perdurar: las mentes de los ciudadanos.
La crisis de ese viejo orden político está adoptando múltiples
formas. La subversión de las instituciones democráticas por cau­
dillos narcisistas que se hacen con los resortes del poder a partir
del hastío de la gente con la podredumbre institucional y la injus­
ticia social; la manipulación mediática de las esperanzas frustra­
das por encantadores de serpientes; la renovación aparente y tran­
sitoria de la representación política mediante la cooptación de los
120 RUPTURA

proyectos de cambio; la consolidación de mafias en el poder y


de teocracias fundamentalistas aprovechando las estrategias
geopolíticas de los poderes mundiales; la vuelta pura y simple a
la brutalidad irrestricta del Estado en buena parte del mundo,
de Rusia a China, del África neocolonial a los neofascismos de
Europa del Este y a los repuntes dictatoriales en América Lati­
na. Y, en fin, el atrincheramiento en el cinismo político, disfra­
zado de posibilismo realista, de los restos de la política partida­
ria como forma de representación. Una lenta agonía de lo que
fue ese orden político.
De hecho, la ruptura de la relación institucional entre gober­
nantes y gobernados crea una situación caótica que es particular­
mente problemática en el contexto de la evolución más amplia de
nuestra existencia como especie en el planeta azul. En el momen­
to en que se pone en cuestión la habitabilidad para los humanos
en este planeta a partir de la propia acción de los humanos y de
nuestra incapacidad de aplicar las medidas correctoras de cuya
necesidad somos conscientes. Y en el momento en que nuestro
extraordinario desarrollo tecnológico entra en contradicción con
nuestro subdesarrollo político y ético, poniendo nuestras vidas en
manos de nuestras máquinas. Y en que las condiciones ecológicas
en las megalópolis que concentran una proporción creciente de la
población mundial pueden provocar, y de hecho provocan, pan­
demias de todo tipo. Que se convierten en mercado para las mul­
tinacionales farmacéuticas, ese malévolo poder que ha raptado y
deformado la ciencia de la vida para su exclusivo beneficio. Un
planeta en el que la amenaza de un holocausto nuclear sigue vi­
gente por la locura de endiosados gobernantes sin control psi­
quiátrico. Y en el que la capacidad tecnológica de las nuevas
formas de guerra, incluida la ciberguerra, prepara conflictos posi­
blemente más atroces de los que vivió el siglo xx. Sin que las ins­
tituciones internacionales, dependientes de los estados, y por tan­
to de la cortedad de miras, la corrupción y la falta de escrúpulos
de quienes los gobiernan, sean capaces de poner en práctica estra­
tegias de supervivencia para el bien común.
5. EN EL CLAROSCURO DEL CAOS 121

La ruptura de la mistificación ideológica de una pseudorrepre-


sentatividad institucional tiene la ventaja de la claridad de la con­
ciencia de en qué mundo vivimos. Pero nos precipita en la oscu­
ridad de la incapacidad de decidir y actuar porque no tenemos
instrumentos fiables para ello, particularmente en el ámbito glo­
bal en donde se ciernen las amenazas sobre la vida.
La experiencia histórica muestra que del fondo de la opresión
y la desesperación surgen, siempre, movimientos sociales de dis­
tintas formas que cambian las mentes y a través de ellas las insti­
tuciones. Como ha sucedido con el movimiento feminista, con la
conciencia ecologista, con los derechos humanos. Pero también
sabemos que, hasta ahora, los cambios profundos han requerido
un relevo institucional a partir de la transformación de las men­
tes. Y es en ese nivel, el propiamente político institucional, donde
el caos sigue imperando. De ahí la esperanza, albergada por mi­
llones, de una política nueva. Sin embargo, ¿cuáles son las formas
posibles de esa nueva política? ¿No estamos ante el viejo esquema
de la izquierda de esperar la solución mediante la aparición de un
nuevo partido, el auténtico transformador que por fin sea la pa­
lanca de la salvación humana? ¿Y si tal partido no existiera? ¿Y si
no pudiéramos recurrir a una fuerza externa a lo que somos y vi­
vimos más allá de nuestra cotidianeidad? ¿Cuál es ese nuevo or­
den que necesariamente debe existir y reemplazar lo que se mue­
re? ¿O estamos en una situación históricamente nueva en que
nosotras, cada una de nosotras, debemos asumir la responsabilidad
de nuestras vidas, las de nuestros hijos y las de nuestra humanidad,
sin intermediarios, en la práctica de cada día, en la multidimensio-
nalidad de nuestra existencia? Ah, la vieja utopía autogestionaria.
Pero ¿por qué no? Y, sobre todo, ¿cuál es la alternativa? ¿Dónde
están esas nuevas instituciones dignas de la confianza de nuestra
representación? He auscultado muchas sociedades en las últimas
dos décadas. Y no detecto señales de nueva vida democrática, más
allá de las apariencias. Hay proyectos embrionarios por los que
tengo respeto y simpatía, sobre todo porque me emociona la sin­
ceridad y la generosidad de tanta gente. Pero no son instituciones
122 RUPTURA

estables, no son protopartidos o pre-estados. Son humanos prac­


ticando como humanos. Utilizando la capacidad de autocomuni-
cación, deliberación y codecisión de que ahora disponemos en la
Galaxia Internet. Poniendo en práctica el enorme caudal de in­
formación y conocimiento de que disponemos para gestionar
nuestros problemas. Resolviendo lo que va surgiendo cada instan­
te. Y reconstruyendo de abajo arriba el tejido de nuestras vidas, en
lo personal y lo social. ¿Utópico? Lo que es utópico es pensar que
el poder destructivo de las actuales instituciones puede dejar de
reproducirse en nuevas instituciones creadas a partir de la misma
matriz. Y como la destrucción de un Estado para crear otro lleva
necesariamente al Terror, como ya aprendimos en el siglo xx, po­
dríamos experimentar y tener la paciencia histórica de ver cómo
los embriones de libertad plantados en nuestras mentes por nues­
tra práctica van creciendo y transformándose. No necesariamente
para constituir un orden nuevo. Sino, tal vez, para configurar un
caos creativo en el que aprendamos a fluir con la vida en lugar de
apresarla en burocracias y programarla en algoritmos. Dada nues­
tra experiencia histórica, tal vez aprender a vivir en el caos no sea
tan nocivo como conformarse a la disciplina de un orden.
MANUEL CASTELLS

MIIITIID
■un un
Vivimos tiempos confusos. La democracia
liberal, tal y como la conocíamos, ha entra­
do en crisis y el escenario político ha dado
un vuelco que rompe con los modelos es­
tablecidos. En este libro claro, conciso y
exhaustivamente documentado, Manuel
Castells da cuenta de la crisis de legitimidad
que atraviesan los sistemas políticos y exa­
mina los últimos acontecimientos en Europa
y Estados Unidos, prestando especial aten­
ción al fin del bipartidismo y la crisis del
Estado en España. Muestra cómo esta cri­
sis de la democracia liberal es consecuencia
de varios procesos que han desembocado
en una desigualdad social creciente y en la
desconfianza hacia las instituciones y prác­
ticas de gobernanza. Así que, sin un orden
visible que pueda sustituir al que está desapa­
reciendo, ¿en qué puede consistir hoy la uto­
pía? ¿Nos arriesgamos a experimentar y a vivir
en un caos creativo?
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