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De hecho, cuando los incentivos de las políticas vigentes están sesgados en favor de cultivos
sustitutivos de importaciones y en desmedro de los de exportación, las transferencias directas
tienden a reducir este sesgo y a compensar la falta de programas de incentivos a la exportación.
También, cuando los incentivos fiscales vigentes favorecen a las fincas grandes - como ocurre a
menudo - las transferencias directas tienden a mejorar ese sesgo, si se pone un límite superior a la
superficie beneficiada por finca.
Entre los beneficios de los impuestos a la tierra cabe mencionar la simplicidad administrativa, pues
evitan las valoraciones catastrales (normalmente desactualizadas), y el incentivo a las inversiones
en las fincas. Pueden deducirse del impuesto a la renta; para la mayoría de los agricultores
substituirían de hecho al impuesto a la renta, que casi no se paga en las zonas rurales de los
países en desarrollo.
La combinación de impuestos a la tierra y transferencias directas permite que el sector cumpla sus
obligaciones fiscales y proporciona a las fincas de pequeña y mediana escala incentivos
productivos y mayores ingresos.