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Las transferencias directas facilitan la capitalización de los pequeños

productores y pueden representar intervenciones de política neutrales con


respecto al patrón de cultivos. 

De hecho, cuando los incentivos de las políticas vigentes están sesgados en favor de cultivos
sustitutivos de importaciones y en desmedro de los de exportación, las transferencias directas
tienden a reducir este sesgo y a compensar la falta de programas de incentivos a la exportación.
También, cuando los incentivos fiscales vigentes favorecen a las fincas grandes - como ocurre a
menudo - las transferencias directas tienden a mejorar ese sesgo, si se pone un límite superior a la
superficie beneficiada por finca.

Junto a programas de transferencias directas, los impuestos a la tierra basados en la superficie


(Capítulo 5) dan como resultado una tributación progresiva: del impuesto quedan exceptuadas las
primeras hectáreas y las transferencias directas se limitan a un número máximo de hectáreas
beneficiadas por finca. Los efectos se muestran esquemáticamente en la Figura 9.1, donde en el
eje horizontal el punto 'a' representa el área exceptuada de tributación, el punto 'b' representa el
límite superior del área beneficiada por las transferencias, y los agricultores con tierras mayores a
'c' son contribuyentes netos. Las fincas menores a 'c' son ganadores netos.

Entre los beneficios de los impuestos a la tierra cabe mencionar la simplicidad administrativa, pues
evitan las valoraciones catastrales (normalmente desactualizadas), y el incentivo a las inversiones
en las fincas. Pueden deducirse del impuesto a la renta; para la mayoría de los agricultores
substituirían de hecho al impuesto a la renta, que casi no se paga en las zonas rurales de los
países en desarrollo.

La combinación de impuestos a la tierra y transferencias directas permite que el sector cumpla sus
obligaciones fiscales y proporciona a las fincas de pequeña y mediana escala incentivos
productivos y mayores ingresos.

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