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Para aquellos que me maldicen,
pero siguen viniendo por más...
sí, ¡ya sé cómo te gusta!
Secuestrada por el notorio grupo rebelde Provstat, Brexley descubre
que su conexión es más profunda de lo que nunca imaginó. Al
reencontrarse con viejos conocidos y con un tío que nunca conoció,
Brexley se ve arrojada al despiadado mundo de la política, en el que los
líderes humanos y los Faes harán cualquier cosa para salir victoriosos.
Aquí, las peligrosas asociaciones y las meticulosas conspiraciones son
mucho más peligrosas y despiadadas que cualquier juego al que haya
sobrevivido en Halálház.
Como si su vida no fuera lo suficientemente complicada, su relación
con la infame leyenda es cada vez más fuerte. Cuanto más intenta
desenredar el vínculo entre Warwick y ella, más denso se envuelve a
ambos, entrelazándolos en un mundo entre la vida y la muerte, donde la
pasión brutal y la furia chocan.
Cuando los susurros de una codiciada sustancia mágica, llamada el
néctar, comienza a llegar a más personas, el extraño vínculo de Brexley
con el libro de los Fae la lleva a un viaje inesperado. Uno que la acerca a
las respuestas que busca.
Pero una vez que abre la puerta, todos los secretos y mentiras de su
pasado salen a la luz.
Verdades que no está preparada para afrontar.
Y traiciones que calan hondo.
Se avecina una revolución, Brexley. Y tú vas a guiarnos
directamente hacia ella.

La afirmación resonó en mi cabeza, rebotando y chocando contra sí


misma, enredándose en una emoción.
El terror.
Me costó respirar, mis ojos recorrieron la habitación, viendo un
grupo de caras mayormente desconocidas. Incluso el que estaba
relacionado conmigo era un extraño, mi tío Mykel, al que sólo había
conocido de nombre mientras crecía. Mi padre decía que era un criminal
y que tuvo que huir a Praga poco después de que yo naciera por
seguridad.
Ahora era el líder del infame grupo rebelde de Praga: Povstat. Que
significa "levantarse". Una gran facción creciente que lucha contra los
líderes fae y humanos, declarando la necesidad de un cambio real.
—Tú eres nuestro gatillo. —Los ojos marrones claros de Mykel se
clavaron en mí. Mi cabeza se apartó de él, mi pecho se apretó de dolor.
Era tan parecido a mi padre: la forma de hablar, sus gestos, la misma
altura, el cabello y la barba negra, unos ojos marrones suaves similares.
Mi padre, Benet, había sido más ancho, probablemente por los años de
batalla y entrenamiento. Murió en un levantamiento entre faes y
humanos cinco años antes—. La que conoce a ambos enemigos.
—¿Qué? —Mi voz finalmente encontró su camino en mi garganta,
mis defensas aumentando. Ser "utilizada" por el grupo que me secuestró
parecía ser un tema creciente. Y no tenía idea de en quién confiar, si es
que había alguien—. ¿De qué estás hablando?
Mykel sonrió, con sus pesadas botas moviéndose en un apretado
movimiento de ida y vuelta. —Llevo mucho tiempo observándote. —Se
frotó la barba—. Te he observado todo lo que he podido. Incluso en
Halálház.
Mi mirada se dirigió al demonio de cabello azul que estaba a unos
metros de mí.
—¿Me estabas observando? —La traición me quemó el fondo de la
garganta, pero mantuve una expresión limpia de emociones—. Por
supuesto. —Sacudí la cabeza. Nadie hacía nada si no le beneficiaba de
alguna manera. Por un momento pensé que su "amistad" había sido
sincera, pero parecía que nadie en Halálház se había hecho amigo mío
por amabilidad.
—Cuando supe que estabas allí, se lo hice saber a Kek. —Mykel le
hizo un gesto con la cabeza—. Le dije que te observará pero que no se
involucrara. Que mantuviera las distancias.
—Soy un demonio travieso. —Kek sonrió con picardía, tirando con
los dedos del extremo de su trenza.
Mykel apretó los labios, sin responder.
—No lo entiendo. —La cabeza aún me latía por el cloroformo. Me
sentía mental y físicamente agotada—. ¿Por qué estás en este grupo?
Eres un demonio.
—Tienes razón. —Ella asintió, golpeando su labio como si acabara
de darse cuenta de ello—. Lo soy.
—¿Entonces por qué? —La frustración y el mal humor me rozaron
la piel—. ¿Por qué coño te importa esta pelea?
—¿Porque soy una fae, no debería importarme una mierda? —
Levantó una ceja.
—A los demonios les importa una mierda —le espeté.
Los demonios estaban en la cima de la cadena alimenticia aquí.
Desde la caída del muro del Otro Mundo, los Seelie, los de la luz, y los
Unseelie, los de la oscuridad, gobernaban juntos en el Oeste,
renunciando a las viejas costumbres de los faes e intentando avanzar
hacia la igualdad bajo su reinado, incluidos los humanos.
A muchos faes no les gustó la idea. Cansados de esconderse,
querían restaurar de nuevo la soberanía de los faes sobre los humanos,
volver a la época anterior a que se vieran obligados a esconderse. El Este
abonó la batalla entre las especies, como un polvorín.
Tener a un demonio como Rey de las Naciones Unidas encendió la
arrogancia de los demonios de todo el mundo, creyéndose por encima de
todo. Por desgracia, lo estaban. Sólo las hadas puras podían desafiar su
fuerza, por lo que Killian pudo ser el amo y señor de los faes en
Budapest.
—Tenemos una mezcla de humanos y faes en esta causa. —Mykel
levantó la mano, interponiéndose entre nosotros, señalando al gran grupo
de la sala—. Mestizos y puros.
Mi atención se dirigió a los alrededores, observando las diferentes
figuras. Todas las edades, colores, razas, especies y sexos llenaban la
enorme sala sin ventanas. Vestidos con varios tonos de gris y negro,
limpios y sucios, andrajosos y más nuevos, pude distinguir fácilmente a
los faes. Etéreos, hermosos, dinámicos y en plena forma, mientras que
los humanos puros parecían un poco más "gastados" en los bordes, con
imperfecciones. Algunos eran lo suficientemente mayores como para
tener el cabello gris y profundas arrugas. Era casi imposible discernir
qué eran realmente los mestizos.
¿Era por eso por lo que más se les odiaba? ¿Celos por parte de los
humanos y desconfianza por parte de los faes? Con un mestizo, no
podían saber de qué lado estaban o qué eran realmente.
Cuanto más vivía lejos de Leopold, más estúpido y sin sentido me
parecía todo aquello. ¿No queríamos todos ser felices? ¿Vivir en paz?
Mi mirada se posó en la rubia que me puso la bota en la garganta y
en el tipo que estaba a su lado, con la nariz y un ojo negro y azul donde
le había dado una patada.
Me miraron con el ceño fruncido.
Tal vez esos dos no lo querían.
Los ojos de Mykel se dirigieron a ellos y luego volvieron a mí.
—Me disculpo por la forma en que fuiste recuperada. Sentí que no
tenía otra forma de traerte aquí.
—¿Tal vez pedirlo amablemente? —Me crucé de brazos, tratando
de mantener el cuerpo firme, el agotamiento me mareaba.
Mykel se rió. —Y si lo hubiera hecho, ¿habrías venido?
No, no lo habría hecho.
—Trucker y Lea dijeron que eres una gran luchadora. —Señaló a la
pareja que me había atacado en Budapest, con sus miradas todavía
clavadas en mi piel—. Les advertí que podrías serlo.
—Y piensa. —Levanté la barbilla—. Estaba herida, sola, y tenía
cloroformo presionado en el rostro.
—Te lo dije... la chica sobrevivió a los Juegos. —Kek se echó la
trenza hacia atrás, guiñándome un ojo—. No iba a caer tan fácilmente.
La he visto luchar contra una leyenda. —Sus cejas se movieron—. Dije
que necesitábamos más que los cinco para capturarte.
Mis párpados bajaron sobre Kek. ¿Ella era la razón por la que tenía
una docena de personas sobre mí?
—Con una persona normal, cinco habrían sido suficientes. —La
cabeza de Mykel se inclinó de una manera que me recordó a mi padre
cuando se dio cuenta de mis tonterías.
Desvié la mirada, mis pies se movieron y mi cuerpo se balanceó
ligeramente.
—Se quedará aquí luchando contra ti hasta que se caiga de verdad.
—Kek me saludó con un gesto hacia abajo—. Es así de testaruda.
—Igual que su padre. —Mykel sacudió la cabeza, rompiendo el
enfoque escrutador sobre mí—. Debes estar hambrienta y cansada.
Lo estaba, pero no había forma de que pudiera dormir ahora mismo.
Mykel debió de verlo en mi rostro porque respondió:
—Al menos ven a sentarte en mi despacho. Creo que tú y yo, mi
querida sobrina, tenemos mucho de que ponernos al día.
Tomó mi no-respuesta como un acuerdo, sus pies retrocediendo.
—Trucker, Ava, Blade, Sab —pronunció nombres, dos mujeres y
dos hombres, los que más recordaba de mi secuestro—. El primer
ministro y su consorte tienen una reunión con algunos funcionarios del
gobierno en una hora. Vayan a seguirlos.
Los cuatro agacharon la cabeza y se dirigieron inmediatamente a la
salida.
—¿Ava no pudo inventar un buen nombre en clave? —Observé al
grupo marcharse.
—Ava es por Avalancha. —Mykel me devolvió la mirada,
enarcando una ceja—. Cuando lucha, aplasta.
—¿En serio? —resoplé—. A mí no me pareció tan aplastante.
—Les dije que se tranquilizaran. No quería que te hicieran daño —
respondió Mykel antes de darse la vuelta del todo—. Sígueme —ordenó,
saliendo a grandes zancadas de la habitación.
—Mejor síguelo, corderito. —Kek asintió hacia él.
Mi atención se dirigió a ella, mis emociones encontradas sobre ella
evidentes en mi rostro.
—Tendrás mucho tiempo para intentar patear mi alegre trasero de
demonio más tarde. —Una sonrisa se insinuó en su boca—. Y puede que
incluso te deje.
Podía sentir que la actitud descarada de Kek me hacía mella en mi
ira, lo que me molestaba más.
Mi lección estaba aprendida. Todo el mundo me quería por algo. Yo
era una mercancía, no una persona. No podía dejar caer mis muros de
nuevo.
No había nadie en quien pudiera confiar.

Siguiendo a Mykel por los pasillos con dos guardias montados en


mi trasero, mi mente absorbía cada detalle por el que pasábamos. No
había ventanas. Paredes de piedra y cemento con tuberías de agua. Los
cables eléctricos se alineaban en los techos como una autopista. Las
bombillas parpadeaban por todas partes, tratando de mantener las cosas
brillantes, aunque el pánico de estar bajo tierra me rozaba la base de la
columna, apretándome el pecho como si fueran manos. Por suerte, o por
desgracia, mi mente y mi cuerpo estaban demasiado cansados y
aturdidos como para dejarse llevar por la ansiedad.
Después de vivir en Halálház, estar bajo tierra siempre activaba mi
botón del pánico.
Al mirar las figuras por los amplios pasillos, me sentí abrumada por
el tamaño del lugar. Tenía la misma sensación que la base de Sarkis,
pero por lo que pude ver, Povstat era unas diez veces más grande y
estaba ocupado por la vida cotidiana.
Los pasillos eran como carreteras muy transitadas, y todas las
habitaciones estaban llenas. Vi lo que parecían ser aulas, oficinas y salas
de entrenamiento, cuatro de las cuales habíamos pasado hasta ahora.
Pasamos por un pequeño puesto de café, un gran comedor/cocina, una
clínica, una farmacia y una tienda de alimentación. Este lugar era toda
una ciudad subterránea. La vida se movía como si hubiera estado aquí
desde siempre, pero al mismo tiempo, daba la sensación de que en
cualquier momento podía ser abandonada e irse. No había carteles sobre
las tiendas, todos los puestos de comida eran improvisados y
provisionales, y en las oficinas no había nada más que mesas y sillas.
Mykel entró en un ascensor, y uno de sus guardias me metió detrás
de él; las puertas se cerraron rápidamente detrás de los cuatro. Vi que
otros esperaban el ascensor, pero nadie subió con nosotros.
—¿No te mezclas con la gente común? —Miré a mi tío, cuyo rostro
era inexpresivo. Su otro guardia pulsó el botón superior.
Tres niveles en este lugar.
—Me atacó alguien a quien consideraba un camarada en el
ascensor. Después de torturarlo, descubrimos que era un espía. Nuestra
seguridad cambió después de eso. —Mantuvo la cabeza mirando al
frente, con la voz distante—. No se trata de ego, sino de mantener a
salvo al líder de Povstat. Sin mí, este lugar se desmoronaría.
Me crucé de brazos, mirándome las botas.
—El dormitorio/sala de estar es el nivel inferior. El que acabamos
de dejar se llama falu. —La aldea—. Mi oficina y los barracones de
seguridad son el nivel superior.
En el momento en que llegamos al nivel más alto y se abrieron las
puertas, fue como si alguien hubiera colocado una docena de ladrillos
sobre mis hombros, arañando hasta la última pizca de energía que tenía.
—¡Whoa! —Mykel y sus guardias me agarraron, mis piernas se
hundieron debajo de mí, la bilis me quemaba la garganta—. ¿Brexley?
Lo único que quería hacer era cerrar los ojos y dormir. Cada paso se
sentía como si estuviera vertiendo plomo en mis músculos.
—Estoy bien. —Me obligué a sostener las piernas, con la mano
agarrada a la barandilla del ascensor, intentando detener las vueltas que
me daban en la cabeza—. Debe ser por el cloroformo.
Mykel me tendió el brazo. —Deja que te ayude.
—No. —Puede que fuera mi tío, pero no lo conocía, y aprendí del
hombre que había sido mi tutor durante años a no mostrar nunca
debilidad. Y a no confiar en nadie.
—Estoy bien. —Me aclaré la garganta y eché los hombros hacia
atrás—. Me he mareado un poco.
Quería vomitar. Quería llorar. Realmente quería dormir. En lugar de
eso, levanté la barbilla y salí del ascensor, intentando luchar contra la
idea que iba a desmayarme.
¿Qué demonios estaba pasando?
Era palpable, como si cientos de bocas se aferraran a mí, masticando
y mordisqueando, chupando la energía de mi piel. Me resistí
obstinadamente, no estaba dispuesta a ser frágil delante de nadie.
Mykel me acompañó a su despacho, que era básico, con un
escritorio y tres sillas. No tenía armarios ni gabinetes para guardar
archivos que yo pudiera ver. De nuevo, un lugar que podía abandonar si
lo encontraban y no preocuparse de que el enemigo encontrara algo que
mereciera la pena. No dudaba que todos los planes o documentos
secretos que tenía estuvieran en algún lugar en un maletín portátil o algo
que pudiera agarrar y salir corriendo.
—Por favor. —Mykel señaló la silla frente a su escritorio—. Toma
asiento. —Su atención se dirigió a uno de sus guardias—. Por favor, que
Oskar traiga té y algo de comer para Brexley.
—Sí, señor.
—Estoy bien. —Fue una respuesta automática. Me desplomé en el
asiento, con las piernas temblando.
Mykel me ignoró, haciendo un gesto con la cabeza para que sus
guardias se fueran y cumplieran sus órdenes. Una vez que cerraron la
puerta, se sentó en su silla, mirándome durante unos instantes, con la
tristeza parpadeando en sus ojos.
—Te pareces tanto a él. —Sacudió la cabeza—. Pero tienes el color
de ojos de tu madre y su belleza. —Los ojos de Mykel eran del mismo
cálido color marrón miel que los de mi padre.
—¿Conociste a mi madre? —Tenía los ojos almendrados de mi
padre por sus raíces rusas, pero el color de mis iris, el pigmento de la
noche, tan oscuro que casi no se veían las pupilas, eran de ella.
—Sólo en una foto que llevaba tu padre.
Mi padre tenía una foto desgastada y borrosa de mi madre, que
siempre guardaba en su bolsillo junto a su corazón. Yo solía mirarla
durante horas, tratando de ver si podía encontrar algo que tuviera en
común con ella. Pero estaba demasiado desgastada y lejana como para
captar algún detalle real. No tenía una imagen clara del aspecto de mi
madre. Mi padre sólo compartía vagas descripciones. Parecía que ella
era esquiva incluso para los amigos y familiares más cercanos de mi
padre.
—Bueno, verte fue como una puñalada en el estómago —dijo mi
boca antes que pudiera pensar en ello. El agotamiento me hizo eso.
Mykel se estremeció y bajó la cabeza. —Me lo imagino.
Haciendo acopio de todas mis fuerzas, me incliné hacia delante en
mi asiento.
—Sé que no me secuestraste porque pensaste que, después de cinco
años que mi padre estuviera muerto, era un buen momento para empezar
a hacer de tío de una huérfana. —Me di una palmada en el regazo—. Así
que dejémonos de tonterías y vayamos a la verdadera razón por la que
estoy aquí y cómo quieres utilizarme.
—¿Usarte?
—Todos lo han hecho hasta ahora. —Incliné la cabeza—. No voy a
creer que tú seas diferente. Ya lo has dicho antes.
Se recostó en su silla, con una expresión divertida en los ojos, una
sonrisa que se dibujaba bajo la barba. —Contundente y al grano. —
Inclinó la cabeza.
—En este país no podemos permitirnos el lujo de ser otra cosa.
Las cejas de Mykel bailaron sobre su frente, moviendo la cabeza.
—Definitivamente eres la hija de tu padre. —Se dio un golpecito en
los labios—. Benet siempre quiso dejarse de tonterías, actuar en lugar de
hablar. Es un rasgo de Kovacs, pero he tenido que aprender a frenar mis
impulsos. No habría llegado hasta aquí si no me hubiera tomado el
tiempo de investigar a mi enemigo y planificar cada resultado.
Por eso Andris y mi padre trabajaban bien juntos. Uno era el
planificador, el otro estaba listo para poner esos planes en acción.
—¿Me estás estudiando entonces? —desafié.
—Como tú a mí. —Apoyó las muñecas en los reposabrazos—.
Como dijiste, no te tomé porque estaba listo para criar a una niña adulta
ahora.
—¿Por qué no? Estoy entrenada para ir al baño y todo.
Mykel sonrió con sorna. —Sarcasmo. No es un rasgo de los Kovacs.
Tenía razón. Mi padre era amable y fuerte, pero no tenía sentido del
humor. Era serio y reservado la mayor parte del tiempo. Quizás por su
trabajo, por haber perdido a mi madre o por mí, pero no se reía ni
bromeaba mucho.
—Ve al grano, Mykel.
—Puedes llamarme así sólo en privado. —Se sentó con un
chasquido—. De lo contrario, soy Capitán.
Lo entendí. Su nombre, si se filtraba o se escuchaba fuera del
cuartel, podía acabar con todo.
Al igual que Andris.
—Después de la explosión en Halálház, perdí tu paradero. Kek
estaba segura que habías sobrevivido, pero tardé en localizarte. Seguirte
la pista. Pensé que cuando volviste a la FDH, todo había terminado. Que
estabas en casa. Pero debería haber sabido más. Desapareciste de nuevo,
pero luego, de la nada, apareciste en mi radar en un lugar que no
esperaba. Me dio esperanzas para ti.
Mantuve mi expresión en blanco, sin querer darle nada hasta que él
lo dijera primero. No tenía idea de en quién podía confiar dentro o fuera
de estos muros.
—El ejército de Sarkis. —Sus dedos tamborilearon contra el metal
de la silla—. El mejor amigo de tu padre, que fingió su propia muerte
para vivir con su amante fae, y luego se convirtió en un revolucionario.
Me quedé sentada, sin decir nada. Si se trataba de mis "tíos", no
tenía duda de a quién elegiría.
—Cautelosa. —Asintió con la cabeza—. Esa es una buena cualidad.
Silencio.
—Puede que compartamos la misma sangre, pero eso tampoco
significa que confíe en ti. —Se incorporó—. Sé lo de tu estancia con el
líder de los faes, Killian.
El calor me subió por el cuello y tuve que obligarme a no reaccionar
de ninguna manera.
—Creciste en la FDH, sobreviviste a Halálház, estuviste dentro del
palacio de Killian.
—¿Cómo te ayuda alguna de esas cosas aquí en Praga?
Su mirada se encontró con la mía.
—Si perjudicamos a Budapest, Praga también sufre. Nuestra ciudad
se beneficia de muchas importaciones de ustedes, tanto de faes como de
humanos. Armas, drogas faes, tráfico de personas.
—Dudo que mis conocimientos los hagan caer.
—Mira el panorama general. Empieza a cortar la mano que los
alimenta, y debilitarás su dominio. Haz que se desesperen. Les quitamos
el poder mientras trabajamos en el verdadero plan.
—¿Y ese es?
Un golpe en la puerta, y un hombre mayor con el cabello gris entró
en la habitación con una bandeja.
—¿Té, Capitán? —El hombre dejó la bandeja con un chlebíčky, un
mini sándwich abierto, unas galletas y una tetera.
—Gracias, Oskar. —Asintió al hombre, viendo cómo se marchaba
rápidamente.
La mano de Mykel señaló la comida. —Por favor, come. Necesitas
tu energía.
Negarme sólo me haría daño. Casi me resbalaba de la silla; mi
cuerpo apenas podía moverse. Tomé una galleta y me la metí en la boca.
La golosina estaba seca e insípida en comparación con las que comía en
la FDH, pero el azúcar tenía un buen sabor en mi lengua. Devoré otras
dos antes de dirigir mi atención a Mykel.
—¿Cuál es el verdadero plan?
La puerta se abrió de nuevo y Kek entró.
—¿Capitán?
—Kek, llévate a Brexley...
—X —respondí, tomando el apodo de Birdie para mí. Tampoco
quería que se usara mi nombre.
—X. —Mykel bajó la cabeza, repitiéndolo—. Llévala a los bunkers.
Necesita descansar. La habitación 418 está libre.
—Frente a la mía. —Kek levantó una ceja azul—. Qué divertido.
Me estaban despidiendo.
Levantándome de la silla, tomé el bocadillo, mirando fijamente a mi
recién encontrado tío.
—Deduzco que no vas a contarme el plan —dije.
—Todavía no te lo has ganado. La persona que me atacó en el
ascensor era mi mano derecha. No puedo permitirme el lujo de confiar
en nadie, ni siquiera en mi propia sobrina. Especialmente porque
estuviste bajo el control de Istvan durante mucho tiempo.
Podía entender y respetar eso.
Al dirigirme a la puerta, su voz me detuvo justo cuando salía.
—Cuando llegue el momento, entenderás tu papel aquí. —Me miró
fijamente, y le hizo un gesto con la barbilla a Kek—. Bienvenida a
Povstat. No me decepciones.
Con eso, Kek cerró la puerta, dejándome esperando lo mismo de él.
Las galletas y el sándwich debieron ayudar a mi nivel de azúcar en
la sangre porque, a medida que Kek y yo descendíamos al vientre de la
base, empecé a sentirme mejor. La sensación de peso y de garra
disminuyó ligeramente, permitiéndome respirar plenamente y caminar
con piernas estables.
Cuando llegamos al nivel inferior, la demonio salió del ascensor,
paseando por el pasillo sin mirar atrás.
—Vamos, corderito. Sigue el ritmo —ronroneó. Esta vez pude
sentir el poder en ella, la seducción y el mando de un demonio. Los faes
encarcelados tenían bloqueado su poder en Halálház, por lo que no
podían utilizar sus "dones" para escapar o matar a los guardias. Los
humanos aún no estaban en igualdad de condiciones, e incluso sin sus
poderes, los demonios tenían pleno mando y dominio sobre nosotros.
Mi instinto me hizo desconfiar de por qué un demonio me ayudaba
cuando mis propios colegas humanos querían destruirme, pero después
de unas semanas, empecé a creer que sí le gustaba.
Debería haber confiado en mi instinto.
—¿Ahora eres precavida conmigo? —Sus pálidos ojos azul marino
me miraron por encima del hombro. El color indicaba que era poderosa,
pero no la más dominante de los demonios. No importaba si eran azules,
rojos, amarillos o de color chartreuse, ella seguía siendo más fuerte que
yo.
—Siempre he sido cautelosa contigo. —Salí del ascensor, con un
tono firme—. Ahora veo que tenía una razón para serlo.
Sus labios arqueados se apretaron, su cabeza se balanceó hacia
atrás. Para lo pequeña que era, cubría el terreno rápidamente, corriendo
tras de mí para seguirme el ritmo.
—Ahí está la sala de cine y juegos. —Señaló con la mano una gran
sala por la que pasamos. Pude ver una mesa de ping-pong casera y una
mesa de billar, sofás andrajosos, estanterías llenas de libros y juegos de
mesa. Una sábana estaba pegada a una pared lejana para ser utilizada
como pantalla, y un televisor obsoleto colgaba de otra pared con una pila
de películas antiguas debajo. En otra pared había estantes con comida,
bebidas y más tipos de juegos.
De nuevo, nada que no pudiera dejarse atrás.
Me quedé con la boca abierta al ver a unos cuantos niños que
parecían tener unos cinco o seis años jugando, algunos con juegos, otros
con bloques de construcción y otros coloreando.
—¿Hay niños aquí? —Me quedé boquiabierta al ver el puñado de
niños que chillaban y reían mientras algunos jugaban al pilla-pilla.
—¿Por qué no iba a haberlos? —Kek se detuvo junto a mí en la
puerta, observando a los niños—. Tenemos muchas familias aquí. La
mayoría de estos niños han nacido aquí. Los mayores están en la escuela
de arriba. —Los señaló—. Aunque, personalmente, no entiendo por qué
alguien querría algo tan desordenado, molesto y ruidoso. Asco. —Se
estremeció—. Pero luchar por la libertad es nuestra vida, no un
pasatiempo de fin de semana. Esto es un hogar —añadió antes de
comenzar a recorrer el pasillo.
—La mayoría de nosotros compartimos los baños. Hay diez
habitaciones por cada baño. —Señaló un baño comunitario—. Algunas
personas pagan para tener uno privado, pero son limitados y sólo en
habitaciones de tamaño familiar. La gente lleva años en lista de espera,
así que ni preguntes.
—No iba a hacerlo. —Aceleré el paso cuando giró por otro
pasillo—. ¿Cuánto tiempo lleva este lugar? ¿Cómo es que nadie lo ha
encontrado?
—El Capitán ha sido capaz de construir este lugar y mantenerlo
seguro durante más de diez años —respondió Kek, haciéndonos girar
por otro pasillo—. Se ha esforzado mucho por mantenerlo oculto con
hechizos de desvío y barreras protectoras colocadas. Esta es la base
principal, pero también tenemos varias casas seguras a las que nos
trasladamos cuando estamos en la ciudad, señalando a los soldados del
Primer Ministro Leon en todas las direcciones equivocadas. Creo que ya
los tenemos mirando por el culo. Aquí estamos: cuatro-dieciocho. —Kek
se detuvo ante una puerta que se parecía a todas las que pasamos—. La
letrina está aquí al final. —Señaló una puerta más grande a unas tres
puertas más abajo—. Hay un poco más de privacidad que en Halálház,
aunque te advierto que el sexo es aún más desenfrenado allí.
Abrió de un empujón la puerta de mi habitación.
Era minúscula y casi idéntica a la que tenía en casa de Sarkis, con
una cama, una mesita de noche y un baúl al final de la cama, pero ésta
era individual y apenas cabían los muebles básicos. Y como antes, la
ropa y un kit de baño se dejaron sobre el colchón para mí.
—Tienes suerte de que haya surgido esta. La gente mata por las
individuales. —Kek se apoyó en el marco de la puerta—. Supongo que
ser la sobrina del Capitán tiene sus ventajas.
Me mordí el labio. Lo último que quería era causar problemas con la
gente por mi relación con el líder. No parecía que Mykel fuera a darme
muchas.
—Son casi las seis y media. La cena se sirve en el comedor de seis a
ocho, el desayuno también es de seis a ocho. El almuerzo y la merienda
son lo que puedas agarrar de los carros o cafeterías.
¿Seis y media? Había perdido casi un día entero desde que me
llevaron. Era la última hora de la tarde o la primera de la noche cuando
me secuestraron en Budapest. Había casi siete horas de viaje en tren o en
coche entre las dos ciudades. Tuve que estar inconsciente durante al
menos doce horas.
¿Ash se asustó? ¿Warwick había regresado? ¿Me estaban buscando?
Moví la cabeza, despejando las preguntas que me corroían la mente.
—Creo que estoy bien. —Lo último que quería era estar cerca de la
gente. Necesitaba dormir por la sustancia química que aún contaminaba
mis venas y volver a evaluar el día de mañana.
Me dejé caer en el chirriante catre y me froté la cabeza, sintiendo
los ojos de Kek sobre mí.
—En Halálház... Me dijeron que te vigilara. —Kek se tiró de su
trenza azul—. No que me hiciera tu amiga.
Mis ojos se dirigieron a ella, sin saber qué responder.
—Lo que te dije era cierto. No soy buena con las amistades ni con la
gente en general. Pero tú eras diferente. —Sus ojos se desviaron. Se
aclaró la garganta, se enderezó y su actitud cambió a la arrogante y
despreocupada a la que yo estaba acostumbrada—. Además, no me
importaba vigilarte en absoluto. —Su mirada me recorrió, levantando
una ceja. No respondí—. Si te sientes sola o asustada en mitad de la
noche y quieres un abrazo, estoy al otro lado del pasillo. —Me guiñó un
ojo antes de salir y cerrar la puerta.
Un resoplido salió de mi nariz, mi mano frotando el rostro. El
silencio me puso los nervios de punta y me provocó una sensación de
inquietud en el pecho.
La otra mañana me desperté en casa de Ash, sintiéndome segura y
esperanzada por primera vez en mucho tiempo. Esto después que
Warwick llevara mi cuerpo a lugares que ni siquiera podía imaginar sin
hacer algo más que lavarme el cabello. Ahora estaba aislada y a la
defensiva, yendo a dormir a un país diferente, dentro de los muros
ocultos de Povstat, donde nadie podía encontrarme, y mi verdadero tío,
al que no conocía, era el líder.
Habían pasado tantas cosas en las últimas veinticuatro horas, es
decir, en los últimos meses, que a mi cerebro le costaba seguir el ritmo.
La primavera pasada, en lo alto del tejado de la FDH, nunca habría
imaginado que estaría aquí.
Al volver a caer en la delgada almohada, me sentí completamente
sola. Había perdido mi hogar, al chico al que creía que iba a amar toda
mi vida y a mi mejor amigo, todo aquello en lo que creía. Incluso Hanna
se había ido para mí ahora.
Kek, Zander, Lynx (Ling) y Warwick me habían espiado por una
orden. Ninguno había sido genuino. Y una vez más, el que más me
perjudicaba era aquel del que más debía cuidarme.
Warwick ya me había traicionado una vez, pero esto parecía peor: el
recuerdo borroso de haberlo visto con una mujer y un chico hermoso. El
chico con el mismo cabello negro. Parecían tan contentos y felices.
Él tiene un hijo.
Una familia.
Sin molestarme en quitarme la ropa, ni siquiera las botas, me
acurruqué de lado, con los ecos del dolor reverberando en mi pecho
hueco.
Sin nadie alrededor en esta habitación fría y desconocida, me
permití sentir la angustia y el dolor antes que mis párpados cayeran y la
oscuridad me reclamara.
—¿Kovacs? —Mi nombre sonaba como si lo hubieran sacado de la
grava, tirando de mis huesos, marcándolos con cada sílaba—. ¡Kovacs!
La rabia y la desesperación me perforaron el pecho, agitando la
desesperación en mis músculos para encontrar al dueño de la voz.
Mi boca no se movía, mis pies no se movían, y la pura negrura me
rodeaba. Intenté retorcerme contra las ataduras invisibles.
—¡Estoy aquí! —Mi mente gritaba, pero no salía nada.
—Respóndeme, Kovacs.
Al retorcerme y luchar, el pánico crecía, ya que cuanto más
luchaba, más fuerte me sentía encerrada en el lugar.
—Kovacs. —Mi nombre se volvía distante, como si se fuera.
—¡No! ¡Estoy aquí! —Intenté gritar. No salió ningún sonido de mi
lengua.
—Brexley... —El nombre era más bien un susurro, sólo quedaba un
hilo, mi última oportunidad.
Un sollozo me sacudió el pecho, mi cuerpo seguía intentando
luchar. Algo me apretó la pierna, bajando mi atención, el horror
congelando el aire de mis pulmones.
Decenas de dedos huesudos me rodeaban los tobillos. Los
esqueletos de todas las direcciones clamaban por mí, arañando y
agarrando, saliendo de las tumbas de tierra, tratando de arrastrarme
con ellos.
Un grito escalofriante surgió de mis entrañas.

Con un grito ahogado, me levanté de golpe, con el miedo bailando


sobre mis hombros y recorriendo mi columna. El sudor mojó mi frente y
mi espalda, y mi pecho se agitó.
Mi mirada recorrió la compacta habitación. El foco de fuego sobre
mi cabeza me permitía buscar en todos los rincones, la ansiedad del
sueño todavía me cubría.
Los recuerdos se archivaron rápidamente en orden, mi cerebro
registró dónde estaba.
Povstat.
Estaba en Praga. Dentro de la base rebelde de mi tío Mykel.
Respirando lentamente, traté de calmar mi corazón acelerado. Los
escalofríos se apoderaron de mi nuca mientras la sensación del sueño se
apoderaba de mi estómago.
Miré el reloj de la pared, que marcaba las 4:12 a.m.
Exhalando el aliento que había estado conteniendo, me recosté en la
almohada. Todavía estaba cansada, pero mi mente se agitaba de forma
desenfrenada y sabía que no había forma de volver a dormirme.
Me moví con un gemido, con un ligero dolor de cabeza pegado a
mí. Revolviendo la ropa que me habían dejado, cogí lo que necesitaba,
junto con el kit de baño, y me dirigí al lavabo. Las duchas y los lavabos
eran privados, los azulejos y los mostradores estaban limpios. No olía a
cloro ni a mierda como en Halálház, aunque cualquier baño sin ventanas
ni sistema de filtrado de aire siempre tenía un fuerte olor a moho
procedente de las paredes y a agua atrapada en bolsas en el desagüe.
Había vivido la mayor parte de mi vida con un baño que podía rivalizar
con los palacios nobles, pero esto se estaba convirtiendo en mi norma,
más familiar que un palacio de lujo.
Unos cuantos madrugadores se preparaban para el día, el baño
común seguía en silencio. Me duché y me vestí rápidamente, me recogí
el cabello mojado en una coleta y subí al segundo piso. Un hombre
estaba colocando un carrito de café cerca del ascensor, y prácticamente
lo asalté por una taza.
—Setenta coronas. —Me tendió la mano, justo cuando el café llegó
a mis labios. Parpadeé.
—¿Qué?
—Tienes que pagar el café. —Sus cejas se fruncieron. No podía
decir si era humano, fae o una mezcla. Era guapo, de aspecto joven, pero
tenía arrugas cerca de los ojos y un semblante gruñón.
—No tengo dinero. —La humillación por lo mimada que crecí
coloreó mis mejillas. Caden y yo nunca tuvimos que pagar por nada,
desde la comida hasta la ropa. Todo se ponía en la cuenta de Istvan. En
Leopold nunca se veía que se cambiara dinero por productos; todo se
hacía entre bastidores, como un sucio secreto. Oí que muchos de los
ricos habían acumulado cuentas tan altas que estarían siempre en deuda
con Istvan. Probablemente era exactamente lo que él quería.
—No puedes simplemente tomar algo si no puedes pagarlo o
cambiarlo. —La voz del hombre subió un poco más, su mirada se dirigió
hacia donde yo ya estaba sorbiendo el café—. ¿De qué mundo vienes,
chica? Las cosas no son gratis.
—Ya lo tengo. —Un brazo pasó por encima de mi hombro y dejó
caer un billete en la mano del vendedor. Giré la cabeza para mirar detrás
de mí.
Un tipo apuesto me sonrió, haciéndome tragar saliva. Vestido con
un pantalón de cargo oscuro y una camiseta, el tipo medía
aproximadamente 1,80 metros y estaba en forma, con el cabello de color
caramelo y ojos verdes brillantes. Un ojo era negro y azul, como si
hubiera estado recientemente en una pelea. Bien afeitado y con una
mandíbula afilada con un hoyuelo, me recordaba a algún superhéroe que
había visto en viejas películas americanas.
—Gracias. —Me aclaré la garganta, odiando la vergüenza y la pena
que se me pegaba a la piel—. Te lo devolveré. —Di un paso atrás.
—No hay problema. —Volvió a sonreír, mostrando su perfecta
dentadura, acercándose a mi lado—. Yo también tomaré uno, Jan.
El tipo detrás del puesto preparó otro café, entregándolo con el ceño
fruncido.
—No le hagas caso. —El chico guapo asintió a Jan—. Ha estado de
mal humor durante los últimos cuarenta años.
Jan le gruñó, lo que hizo reír al chico guapo. Movió la barbilla en un
gesto para que caminara con él.
—Debería haberte dado un respiro sabiendo quién eres.
—¿Te refieres a la sobrina del Capitán? El nepotismo me precede,
¿eh?
Se rió, el sonido profundo y ligero al mismo tiempo.
—Eso —se encogió de hombros—, y el hecho de que eres nueva y
probablemente podrías patearle el culo en tres segundos.
Mis cejas se alzaron mientras sorbía el café. —¿Y cómo sabes eso?
—Porque… —El tipo se detuvo en la puerta de una de las salas de
entrenamiento y me sonrió con el dedo tocando su ojo descolorido—, tú
hiciste esto.
La taza de café se detuvo en mi boca.
—Estaba en el equipo para recuperarte. Tienes un serio gancho
derecho; también me diste en las tripas.
Parpadeé, sin saber qué responder. —¿Lo siento?
—No, no lo sientes. —Se rió como si fuéramos amigos desde
siempre—. Tampoco deberías estarlo. Me impresionó mucho.
—Gracias. —Bajé los párpados, aún sin saber cómo reaccionar.
Respetaba que no guardara mala voluntad ni resentimiento, ni
extrañamente yo a él.
—Soy Lukas, por cierto, pero la mayoría me llama Luk. Me tendió
la mano.
—Brexley… —me detuve, cambiando rápidamente de lugar—. Pero
llámame X.
—X. —Me estrechó la mano con un guiño juguetón—. En realidad,
esperaba encontrarme contigo... Creo que mi ego necesita una revancha.
—Dirigió su cabeza hacia las colchonetas—. ¿Te apuntas?
Una sonrisa se curvó en mi boca. Era el único lugar en el que,
independientemente de lo que ocurriera o de dónde estuviera, me sentía
cómoda. En casa.
Puede que a algunos les resulte extraño, pero luchar era algo que
sabía y podía controlar. Y además, esta vez no era a muerte.
—Absolutamente. —Sorbí más cafeína, esperando que hiciera
efecto. Todavía no me sentía bien, con poca energía, pero no iba a
rechazar un divertido combate de calentamiento.
Siguiéndolo a la sala, vi que la mitad estaba cubierta de alfombras.
La otra mitad contenía objetos como neumáticos viejos de auto, palos de
metal, balas de cañón usadas y cuerdas convertidas en equipos de
entrenamiento. Nada que ver con la bonita sala de ejercicios de la FDH,
con prensas de brazo, pesas de mano y bicicletas estáticas. Esto parecía
más real, fiel a las peleas reales en las calles.
Crudo y sucio.
Dejé la taza en el suelo, junto a la pared, y me quité la sudadera
negra que me habían dado, dejándome el sujetador deportivo, el
pantalón negro cargo descolorido y las botas negras.
—¿Intentas sacarme del juego? —Se subió a la colchoneta y sus
ojos bajaron a mis pechos—. ¿Crees que las tetas me harán tropezar?
—Mis tetas no. —Me puse frente a él. Nunca había sido voluptuosa,
pero después de Halálház, mi figura se había convertido en piel y
huesos, mi fina piel mostraba cada costilla. Poco a poco iba recuperando
peso, pero aún estaba lejos de ser la chica con curvas que vi ejercitarse al
otro lado de la habitación.
—¿Seguro que quieres hacer esto? —Retrocedí en posición de
defensa, ambos comenzamos a rodearnos y a medirnos. Él recordaba
cómo luchaba yo, pero yo no recordaba sus movimientos—. Tu ego ya
es bastante frágil. Odiaría hacerte llorar en una esquina por tu mami.
Resopló. —No he llorado por mi mami desde que tenía ocho años,
cuando nos abandonó a mi padre y a mí y se convirtió en la puta del
primer ministro.
La joven esposa de Leon había muerto a los pocos años de su
matrimonio, y todo lo que sabía era que él tomó una amante muy pronto.
¿Esa mujer era la madre de Lukas? El shock me hizo bajar la guardia por
un segundo con su revelación directa y honesta.
Luk aprovechó la oportunidad con su puño buscando mi estómago.
Al doblar, apenas me aparté, y sus nudillos me rozaron el hueso de la
cadera mientras me retorcía. Me estremecí ante el golpe y levanté mis
defensas al instante, castigándome por un estúpido error de novato. Mi
mente y mi cuerpo parecían estar aturdidos y lentos.
Cuando nos rodeamos, no pude evitar preguntar: —¿Es cierto?
Sus labios se dibujaron en una sonrisa amarga; su silencio me hizo
creer que lo era.
—¿Y tú estás aquí? —No sabía si realmente estaba haciendo una
pregunta—. ¿En el bando que quiere acabar con el Primer Ministro
Leon?
—Más aún. —Se lanzó por mí. Lo esquivé, pero apenas. La
frustración arrugó mi frente. Luché en Halálház cuando estaba privada
de sueño, hambrienta, golpeada y torturada, y todavía me movía más
rápido que esta mañana. Mis compañeros de la FDH solían burlarse de
que era como un fantasma. Me movía tan rápido que apenas podían
verme.
Esta mañana parecía un perezoso. La sensación de pesadez que sentí
ayer, de ser succionada de energía, todavía se cernía sobre mí.
—Lo primero que hice cuando murió mi padre fue unirme a Povstat.
—Esquivó mi ataque—. Cuando los derribemos, quiero mirar a los ojos
de Sonya, para que sepa que su hijo formó parte del grupo que acabó con
ellos.
Se abalanzó sobre mí; esta vez, me di cuenta que se había acabado
el tiempo de hablar.
Al agacharme, mi pierna se balanceó, pateando su rodilla mientras
lo golpeaba en el riñón. Su enorme cuerpo retrocedió, pero rápidamente
saltó hacia mí y lo hice tropezar. Cuando cayó sobre mí, le agarré los
brazos. Aprovechando el impulso, lo hice caer de espaldas con un fuerte
golpe, y se quedó sin aliento. Se agitó y sólo tardó un momento en
levantarse de un salto. Se agachó y se abalanzó sobre mí, con su brazo
rodeando mi cintura, golpeando mi columna contra la alfombra. A
horcajadas sobre mí, me inmovilizó los brazos contra la colchoneta. El
tipo estaba en forma y era 15 centímetros más alto que yo, pero yo había
luchado contra una leyenda y había matado a tres en los Juegos. ¿Cómo
me había derribado tan fácilmente?
Luk me sonrió con suficiencia, pero por el rabillo del ojo vi a otra
figura que entraba en la sala, un hombre fornido que se quitaba la
camiseta. Se dirigió a unas barras para hacer flexiones en la pared más
alejada.
La atención de Luk se dirigió a él, separándose de mí. Era todo lo
que necesitaba.
Deslizando un brazo hacia arriba y hacia el otro lado de mi cabeza,
el movimiento hizo que su cuerpo se descentrara. Subiendo las piernas,
utilicé cada gota de cafeína que bombeaba en mis venas y balanceé mis
caderas. Luk se volteó como un panqueque, un resoplido salió de sus
pulmones cuando salté sobre él. Le clavé el codo en el cuello, su nuez de
Adán se balanceó bajo el afilado hueso que se clavaba en su garganta.
—¿Cómo está ese ego ahora? —Mis labios se fruncieron de
satisfacción.
Agarrándome de las caderas, me arrojó como si no pesara nada, y
mi culo golpeó con una bofetada, haciéndolo aullar de risa.
—Tan magullado como tu coxis.
—Imbécil.
Dejó escapar otra carcajada, gimiendo mientras se levantaba,
frotándose el costado donde lo había golpeado. —Maldita sea, tienes un
buen golpe.
—No me criaron para jugar con muñecas. —Sonreí.
Se agachó hacia mí, tirando de mí para ponerme de pie.
—Es una buena manera de hacer que la sangre se mueva por la
mañana —respondió, rodando los hombros y dando un paso atrás. Fue
tan sutil que casi no me di cuenta, pero vi que su mirada se dirigía al tipo
que se ejercitaba y luego volvía a bajar. Al mirar por encima del hombro
al hombre desgarrado, me di cuenta que era Trucker, el que dirigía el
grupo para recuperarme. El que me dio una patada en el rostro.
Mi atención volvió a Luk, y esperaba ver testosterona masculina.
Tal vez una pizca de celos o rivalidad entre ellos. Pero la forma en que
Luk lanzaba rápidas miradas no me pareció de odio.
Me quedé mirando a Luk durante un rato, con los brazos cruzados.
—¿Por qué siento que ningún par de tetas en el mundo te haría
tropezar? —Miré a Trucker haciendo flexiones, sus músculos de la
espalda flexionándose bajo su piel de bronce. Era joven, sexy y tenía un
cuerpo que la mayoría querría adorar—. Está muy bueno.
Luk resopló. —¿Sorprendida?
—Un poco —respondí con sinceridad. No era sólo por cómo había
crecido. Sabíamos que había gente gay en Leopold. Había pillado a unos
cuantos en posiciones comprometidas a lo largo del tiempo en la FDH,
soldados y nobles, pero allí nunca hablábamos de ello. Nunca aparecía
en los periódicos de cotilleo. No existía. Los esqueletos se quedaban en
el armario.
También porque Lukas no se ajustaba a la "norma" de lo que se
pensaba. Era el superhéroe sexy y varonil. La fantasía de toda chica.
—Bueno, digamos que soy lo peor de lo peor. No sólo soy gay, sino
que también soy mestizo. —Luk cogió dos toallas de la estantería y me
lanzó una mientras se frotaba el paño por el cuello y la cara—. Soy lo
que los nacionalistas humanos puros llaman la trifecta de la
depravación. Gay, mestizo y radical progresista. —Extendió los brazos,
con una postura defensiva.
—Entonces eso te convierte en la trifecta de la perfección en mi
libro. —Me encogí de hombros, palmeando el sudor que me chorreaba
por el pecho.
—¿De verdad? —Una sonrisa creció en el lado de su boca.
—De mente abierta, quiere que este mundo sea un lugar mejor, es
muy sexy, pero no tengo que preocuparme que me coquetee. —Suspiré
soñadoramente—. Creo que he encontrado a mi hombre perfecto.
¿Seguro que no quieres casarte conmigo?
Luk dejó escapar una carcajada.
—¿Te sientes cómoda dejando entrar a otros hombres en el
dormitorio?
—Claro que sí.
Su pecho se agitó mientras se acercaba a mí, con su brazo rodeando
mis hombros.
—Creo que por fin he encontrado a la mujer perfecta. Mi padre por
fin puede descansar en paz en su tumba.
—¿No lo aceptó? —Volví mi rostro hacia él. Ya me sentía cerca de
Luk. Lo había conocido hace menos de una hora, y ya me sentía más
cerca de él que de las personas que había conocido toda mi vida en la
FDH.
Luk se encogió de hombros, dejando caer su brazo. —No era eso.
Creo que lo sabía, pero nunca hablamos de ello. Era humano y entendía
lo difícil que era ser un niño mestizo. No quería más luchas para mí,
¿sabes?
—Sí. —Asentí, comprendiendo lo cruel que era este mundo.
Aunque el lado Fae podía tener prejuicios contra los mestizos, no lo
tenían cuando se trataba del sexo y su preferencia. Se sabía que estaban
muy abiertos al sexo con hombres o mujeres, para disgusto de los
humanos de mente cerrada.
Mi padre hablaba de tiempos en los que las cosas habían cambiado:
la libertad sobre quién eras, amabas y te casabas, se estaba aceptando
más ampliamente. Luego, la barrera cayó y los humanos volvieron a
esconderse en sus rincones oscuros, volviéndose aún más puristas y
estirados, lo que los hizo más furiosos y crueles. Era fácil juzgar y
destrozar a otra persona, eligiendo el odio en lugar del amor. Todos
mirábamos constantemente por encima del hombro y no se podía confiar
en nadie.
—Espera. —Incliné la cabeza, con la confusión en los ojos—. ¿Tu
padre era humano? —Eso significaba que su madre era una fae. Una
amante del primer ministro humano. La que se alió con Istvan para
luchar contra los faes—. Estoy confundida.
—Dímelo a mí. —Luk se frotó la nariz—. Parece que lo de la
pureza sólo importa si eres plebeyo. La gente sabe que es Seelie, antigua
sangre noble, pero no se habla de ello, o cuando se hace, se utiliza para
demostrar que no tiene prejuicios contra los faes. ¿Cómo puede serlo si
se acuesta con una, y juntos pueden construir el puente entre los bandos
hacia la paz mientras él hace todo lo contrario? —La voz de Luk sonó
estrangulada—. Ni a mi madre ni a Leon les importa nada más que el
poder. Ni a los faes ni a los humanos. No les importa quién sufra o
muera, mientras sigan al mando. Pero la gente se traga sus estupideces,
mientras nos pinta como los extremistas a los que hay que aplastar y
matar, cuando somos nosotros los que realmente queremos justicia y
derechos para todos.
—Maldita sea —exclamé sorprendida. Mirando a Luk, nunca se
sabría lo jodido que era su pasado y su vida familiar. Él era el enlace
directo con el líder humano de Praga, y yo con el de Budapest.
Ambos uniéndose al lado progresista. Éramos una pareja. Almas
gemelas, en cierto modo.
Trucker gruñó con fuerza y se bajó de la barra de abdominales, y
nuestra atención volvió a centrarse en él. Sus ojos se cruzaron con los
nuestros por un momento, el fastidio se reflejó en su rostro cuando su
mirada se posó en mí antes que se diera la vuelta, agarrando las cuerdas
para golpear el suelo.
—Le sigue doliendo que lo hayas dejado fuera primero. —Luk se
inclinó hacia mí, hablando en voz baja.
Me crucé de brazos con una joroba. —No me digas que... ¿no cree
que las mujeres son dignas retadoras?
—Es humano —contestó Luk, dándome un codazo juguetón, todas
las cosas pesadas de que estábamos hablando se fueron—. Todos
tenemos nuestros defectos.
—Oye. —Le di un puñetazo en el brazo—. Soy humana. —Aunque
las palabras se sentían extrañas en mi lengua. Una mentira.
—Creo que él sufre de envidia masiva hacia los faes. Compensa en
exceso. —Luk me guiñó un ojo—. Quiere ser el mejor de todos,
incluidos los faes, y su ego se cree que lo es.
—Lástima que el papel ya esté ocupado. —Le devolví el codazo.
—No quiero acostarme contigo, pero maldita sea, creo que te quiero
—bromeó.
—¿Y? —Levanté una ceja, moviéndola hacia Trucker.
Luk soltó una carcajada. —Es tan heterosexual como se puede ver.
Él y Ava son básicamente compañeros de juerga, lo que no significa que
un chico no pueda soñar. —Me echó una mirada, sugiriendo que era
algo más que soñar lo que hacía con la imagen de Trucker—. Aunque
sea un imbécil insufrible.
Sí, yo también fantaseo con uno de esos.
—¿Qué tal si desayunamos? —Luk miró su reloj, arrojando su
toalla en una cesta—. La cantina acaba de abrir.
—Suena bien. Me muero de hambre. —Copié su lanzamiento en el
cesto de la ropa.
—Espera, espera. —Una voz de mujer nos hizo girar para ver a Kek
entrando por la puerta, con el cabello azul suelto y desordenado, y una
taza de café humeante en la mano—. ¿Me he perdido verlos
revolcándose juntos? Todos calientes y sudorosos y gimiendo...
¿Podemos rebobinar, por favor? Creo que necesitan recrear cada
movimiento. Sin ropa.
Tanto Luk como yo resoplamos divertidos, con los ojos en blanco.
—Ni siquiera tienes que fingir que lo disfrutas. De hecho, sería más
caliente. —Hizo girar sus dedos, indicándonos que volviéramos a la
colchoneta.
—¿Por qué no vas tú en su lugar? —Luk le indicó—. Adelante.
—Mira, no tengo ningún problema en revolcarme desnuda con ella.
—Kek asintió con la cabeza, y luego lo examinó de arriba abajo—. O
tú... o incluso, mejor los dos a la vez. Pero yo no hago ejercicio. Es
como un juego previo sin sentido para los demonios. Además, va en
contra de mi religión.
—Eres un demonio; no tienes religión —bromeé.
—¡Exactamente! —Kek se apartó los mechones de cabello del
rostro como si le molestaran—. Con ser yo es suficiente. Muéstrame a
los imbéciles que necesitan ser derribados en ese momento, soy tu chica,
pero no 'finjo' pelear ni me pongo a sudar a menos que haya un punto.
—¿Qué tal si desayunamos? —preguntó Lukas.
—¿Qué tal si desayunamos y luego tenemos sexo, guapo? —Kek
acolchó su tonificado pecho—. Te juro que podría hacerte cambiar de
opinión.
—Lo dudo. —La empujó, dirigiéndose a la puerta—. Me apetece
mucho desayunar salchichas.
Apenas dimos diez pasos antes que sonara un crujido desde arriba,
una voz que salía de un altavoz. —¡Atención! Primera Unidad,
preséntese en la sala de operaciones para el interrogatorio lo antes
posible. Repito, Primera Unidad preséntese en la sala de operaciones
para el interrogatorio. —Hubo una ligera pausa—. También preséntese a
la sesión informativa, el nuevo miembro X.
Un zumbido de actividad llegó desde la cantina de enfrente, unas
cuantas personas salieron corriendo, y vi que Trucker respondió al
instante, tomando sus objetos y saliendo de la zona del gimnasio.
—Esos somos nosotros. —Luk me tocó el brazo—. Tenemos que
irnos.
—¿Yo?
—Tú eres X, ¿verdad? —Luk empezó a girar en sentido contrario,
haciéndome un gesto para que lo siguiera—. Vamos.
—Mejor vete, corderito. —Kek movió la cabeza para siguiera a
Luk—. Parece que ya ha llegado el día de tu examen.
—¿Día del examen?
—Demuestra tu lealtad a la causa —dijo Kek por encima del
hombro, dirigiéndose a la cantina—. Intenta no morir. Odio pensar que
he gastado tanta energía en salvar tu huesudo culo para que se muera
ahora.
—¡Vamos! —Luk me gritó, mis pies se movieron para alcanzarlo,
la ansiedad por lo que iba a suceder golpeando el pulso en mi cuello.
Lukas me dirigió hacia arriba, renunciando al ascensor. Sólo era un
piso más, pero en el momento en que salimos al último piso, el
cansancio me golpeó en las tripas, haciéndome caer y dejándome sin
aliento.
¿Qué demonios? ¿Qué me estaba pasando? Bakos nos hacía dar
quinientos pasos dos veces al día. Tenía que ser el cloroformo. Esa cosa
tenía efectos secundarios malvados. Aun así, no debería estar tan
cansada de repente.
—¿Estás bien? —Luk me miró de nuevo.
—Sí, bien. —Forcé una sonrisa en mi cara, empujando a través de la
sensación de pesadez.
—Vamos a comer algo antes de salir a donde sea que vayamos.
—¿A dónde vamos?
—A punto de averiguarlo. —Se dirigió a una habitación, yo justo
detrás de él. Tenía una gran mesa y sillas metálicas que crujían. Había
una pantalla desplegada donde se proyectaba un mapa detallado de lo
que parecía una estación de tren de Praga.
Trucker, Ava, Blade, Sab y otras dos personas que no conocía ya se
estaban acomodando alrededor de la mesa cuando entramos.
Los ojos de Mykel se deslizaron hacia mí, haciéndome un gesto con
la cabeza, afirmando que quería que estuviera presente.
Luk y yo tomamos asiento. Nadie hablaba realmente, pero la sala
bullía de energía y murmullos.
Mi tío se acercó a la cabecera de la mesa, en pleno modo Capitán.
Una mujer bonita, pero de aspecto severo, situada a su derecha, le
entregó un expediente.
—Acabamos de recibir información de nuestros exploradores en la
ciudad sobre la llegada de un enorme cargamento. Alguien de dentro nos
ha transmitido que lo que sea que lleve el tren desde Budapest es lo
suficientemente importante como para que el primer ministro quiera que
sus guardias personales estén allí.
¿Tren desde Budapest? Una sensación de hundimiento se me clavó
en el estómago.
—La última vez, llegamos demasiado tarde para interceder, y los
espías dentro del campo de Leon no pudieron averiguar qué era el
cargamento, sólo que era extremadamente valioso para él.
El pavor se metió más profundo en el estómago, retorciéndose con
la idea que sabía exactamente lo que había en el cargamento, aunque la
afirmación de mis conocimientos se me atascó en la garganta. No sabía
con certeza si eran las píldoras. Tampoco estaba absolutamente segura
de poder confiar en Mykel. No era como Andris. Si se enteraba de ellas,
¿querría usarlas también?
—La estación va a estar fuertemente custodiada, pero sigue abierta a
los civiles. Mientras descargan esta carga, los pasajeros subirán para el
viaje de vuelta.
En esta parte del mundo teníamos la suerte de contar con un sistema
ferroviario que funcionaba, pero los trenes eran muy limitados y la
mayoría de ellos hacían doble función para pasajeros y carga.
—Blade, Sab, Lea y Jak, los quiero en todas las salidas. —Mykel
indicó a los dos que no conocía y se volvió hacia el mapa en la pantalla,
la diapositiva cambió a un plano de la estación de tren—. Trucker, Ava,
van a causar una distracción en el andén opuesto, mientras Luk y X... —
Me miró directamente, y una vez más, pude ver mucho de mi padre en
él. Era la mirada que tenía cuando me retaba a no defraudarlo—.
Ustedes dos intentarán robarlo... como mínimo averiguar qué es.
—¿Robar? —Me quedé un poco atónita que me quisiera en la parte
más precaria del trabajo. No es que no fuera perfecta para ello. Robar era
mi pasatiempo favorito—. ¿Yo?
—Aquí es hundirse o nadar —respondió con severidad—. No
tenemos tiempo para mimarte. Cada día, más y más personas mueren en
la pobreza o son asesinadas por ser quienes son. La guerra está en
nuestra puerta. ¿Estás dentro o fuera?
Miré alrededor de la sala llena de desconocidos, sus miradas no me
daban apoyo. Pero entonces sentí que los dedos de Luk me apretaban la
rodilla, diciéndome que estaría a mi lado. Era alguien que luchaba contra
su propia madre por lo que era correcto.
—Estoy dentro.
Algo parecido al orgullo parpadeó en los ojos de Mykel, que bajó la
cabeza. Sentía que había superado la primera parte de la prueba.
—El tren llega a las doce y cuarto de la noche en el andén seis.
Eso significaba que el tren habría salido a las 4:45 de la mañana de
Budapest. El tren exacto que yo esperaba, apurando los dos minutos y
veinte segundos que tenía para robarlo.
—Salir en veinte minutos, con una hora de trayecto, los harán llegar
a la estación de tren a las once y media, lo que les dará tiempo para
evaluar y divisar a los guardias, las salidas y la situación. También existe
la posibilidad que el tren cambie de andén de llegada —afirmó el
Capitán—. ¿Todos tienen claro su papel?
Todos asintieron, confirmando un sólido sí, actuando como si fuera
la millonésima vez que hacían este tipo de misión.
—Bien. Toda comunicación entre ustedes y la base será cortada.
Tengan cuidado con las puertas de los faes y los Mongoles. Mis espías
internos me dicen que se están volviendo más audaces y despiadados, ya
no se ciñen a las noches.
—¿Mongoles? —pregunté.
—Un grupo de bandidos despiadados que merodean por las
autopistas y por las fronteras de los privilegiados, asesinando y robando
—respondió Mykel—. No tienen ningún propósito ni objetivo, salvo el
de robar. No son leales a nadie ni a ningún bando.
Sonaban exactamente como los Sabuesos de Budapest. No era de
extrañar que aquí también tuvieran sus propias bandas. Siempre
aparecían en momentos de desesperación para llevarse las sobras
mientras los de arriba estaban demasiado ocupados peleando por el
poder. Istvan siempre se deshacía de los Sabuesos como si no fueran
más que una molestia. Una pequeña astilla en el dedo, pero en mi
experiencia, la astilla podía supurar y convertirse en un problema mucho
mayor si se ignoraba.
—Muy bien. Buena suerte a todos. —El Capitán agachó la cabeza y
se marchó, sin volver a mirarme, lo que me hizo sentir que creía en mí
más de lo que pensaba. No actuó como si mi mano necesitara ser
sostenida.
Hundirse o nadar.
—¿Esa es toda la instrucción? —En la FDH, estaba acostumbrada a
las instrucciones detalladas, paso a paso.
Luk se levantó de la silla. —Llevamos mucho tiempo haciendo esto,
y él confía en que podamos resolver nuestros movimientos en un
momento. Muchas cosas pueden cambiar, y si no eres capaz de ajustarte
en un parpadeo, muchas cosas pueden salir mal. La gente muere. —Tiró
de mi silla, haciéndome salir y moverme—. Además, no somos su
equipo número uno por nada. Tienes suerte: la gente ha estado
esperando años para unirse a este equipo.
—Vaya. —Agité las pestañas hacia él—. Me siento muy honrada de
poder estar en presencia de la carne de grado A del Capitán. —Le hice
un gesto. El físico del hombre era realmente de primera categoría.
Soltó una profunda carcajada. —Tú y yo vamos a ser buenos
amigos.
Esperaba que tuviera razón, pero seguía en guardia. Ser amable y
coqueta era una cosa. Dejar entrar a alguien era otra.
Había aprendido esa lección.
Una daga se clavaba en mi pecho cada vez que me imaginaba a
Warwick con su familia. El sueño en el que me llamaba sólo me dolía
más. Porque sólo era un sueño.
Estaba claro que quería que nuestra conexión terminara, deshacerse
de mí; ahora veía por qué. ¿Quién querría tener una conexión como la
que teníamos con otra mujer cuando ya estabas con otra persona? Pero,
¿por qué no fue sincero conmigo desde el principio? ¿El momento en la
ducha fue un acto de piedad? ¿Una forma de engañar sin ser realmente
infiel?
El hombre era un imbécil. Encerrarme contra Warwick era lo que
tenía que hacer. Si no por nosotros, o incluso por la mujer que veía, al
menos por el niño.
Mi vida estaba aquí ahora, y si era algo bueno o malo no importaba.
Cortar mi conexión con Warwick era lo mejor.
—Consigue comida y haz lo que tengas que hacer y reúnete
conmigo aquí en quince —dijo Luk, saliendo corriendo.
El estómago me bailaba como la polca, pero sabía que el día de hoy
iba a ser largo y estresante. Necesitaba energía —mucha— y un galón de
café.
La sensación de letargo me llegaba hasta los huesos y tenía que
despejarla.
Por una vez, quería que cualquier cualidad única y sobrehumana que
tuviera apareciera hoy.
Había vidas que dependían de ello.
Veinte minutos más tarde, estaba en la parte trasera de una
motocicleta, agarrada a mi compañero, con el aire fresco de la mañana
rozando mi rostro en nuestro camino a Praga. Luk me había puesto una
pesada chaqueta, y agradecí que cortara un poco el frío del fresco día de
octubre. El ligero calor del sol brumoso calentaba la tela negra de mi
ropa, fundiéndose en mi piel.
Cuando me reuní con él, todos estaban en una sala de artillería
frente a la sala de operaciones. En ella había todo tipo de armas,
chaquetas, gafas, pequeños walkie-talkies y otras cosas que podríamos
necesitar para esta misión. Llevábamos armas y cuchillos mientras
intentábamos parecer peatones normales que se dirigían a un tren.
El sándwich de huevo que devoré debió de sentarme mal en el
estómago, porque en cuanto el grupo atravesó un largo pasillo, saliendo
de la tierra por una escotilla, vomité entre los arbustos. La cabeza me
daba vueltas y mi cuerpo quería desplomarse en el suelo y dormir. Pero
me esforcé, obligando a mis hombros a retroceder y a mis pies a
avanzar.
—No te preocupes, no eres la primera. —Luk me pasó un paño para
limpiarme la boca—. La mayoría se enferma en su primera misión.
—Adelante, vomita. Todos lo hacen en algún momento. —La voz de
Sion volvió a mi cabeza, el recuerdo de cuando me llevaron por primera
vez a Halálház, el terror que recorría mi cuerpo. Apenas podía
mantenerme en pie, mi cuerpo quería apagarse. Pero entonces no vomité,
¿por qué ahora? Claro que estaba nerviosa, pero no aterrorizada. Mi
entrenamiento, la capacidad de compartimentar, me permitía hacer lo
necesario.
No, esto se sentía como si toda mi energía estuviera siendo
desviada, haciéndome sentir náuseas y mareos.
—¿Vas a estar bien? —La preocupación de Luk estaba escrita en su
cara. No podían arriesgarse a que alguien no estuviera en su mejor
momento.
—Sí. —Forcé una sonrisa más grande.
—El Capitán tiene nuestro transporte guardado en un edificio por
aquí.
Seguí a Luk, girando la cabeza hacia atrás como si algo me llamara.
A lo lejos, a sólo unos cien metros, divisé lo que parecía la cima de las
agujas de una iglesia de estilo barroco checo.
—¿El cuartel está debajo de una iglesia? —Me giré hacia Luk.
—Y un cementerio. —Sonrió encogiéndose de hombros—.
Supongo que era bastante conocido en su día. Ya había una cripta y
túneles debajo de ella donde el Capitán se escondió una vez. Supongo
que pensó que era la tapadera perfecta para ocultar una base para el
ejército que se expandía a diario.
No se podía culpar a su plan. La mayoría no consideraría buscar una
base rebelde bajo tierra sagrada.
—Vamos —nos gritó Trucker. Luk salió corriendo tras él. Volví a
mirar hacia la pequeña iglesia católica romana, con una extraña
sensación que me tiraba de la garganta.
—¡X! —gritó Luk, sacándome de mi trance mientras trotaba tras
ellos hacia una estructura destruida.
Jak, un demonio de ojos rojos que estaba un peldaño por encima de
Kek, se subió a un auto destartalado, lo cual era una rareza para mí. Lea
estaba con él. No podría decir si era fae, humana o ambas cosas, pero era
de una altura y constitución parecidas a las mías. Era dura y podía
parecer extremadamente antipática, pero ella parecía serlo de verdad, y
por las pocas miradas de fastidio que me lanzó, no estaba encantada que
yo estuviera en esta misión.
Los demás fueron emparejados en motocicletas, y todos nos
alejamos a toda prisa del pueblo donde se encontraba la base. Había
casas diminutas, en su mayoría abandonadas, y lo que parecían hoteles
entablados y tiendas de recuerdos cerradas desde hace tiempo, con sus
letreros deteriorados y desgastados.
Ya sea por el aire fresco, por mi adrenalina o por haber vomitado el
sándwich del desayuno, por primera vez desde que llegué, el peso del
cansancio y la poca energía se disipó mientras cabalgábamos hacia la
capital, con el viento fresco azotando mis mejillas.
Al crecer, nunca había salido de Budapest, ni sabía mucho de la
República Checa, por lo que no sabía realmente dónde estaba. Hasta el
momento, me recordaba mucho a la zona fuera de las calles concurridas
de las Tierras Salvajes. Pobre y abandonada. Se podía sentir el vacío de
los pueblos y ciudades por los que pasábamos. Asomaban los fantasmas
del pasado, restos de la vida que una vez llenó estas calles. Los edificios
estaban ahora desiertos y destruidos, llorando por los días que ya se
fueron.
El viaje fue duro, ya que las autopistas principales estaban
desmoronadas y llenas de baches, lo que hizo que el tiempo pasara por
encima de lo estimado por el Capitán. Supe cuando empezamos a
acercarnos a la ciudad, ya que las casas y los edificios se acercaban unos
a otros hasta convertirse en una cadena interminable de hormigón
deteriorado y madera hundida. La gente hambrienta se acurrucaba
alrededor de las hogueras, y las casas construidas con cartones y trozos
de madera, lonas y mantas servían de refugio.
—¿Igual que donde vives? —Luk señaló con la cabeza a los
indigentes—. Todo el mundo se muere de hambre mientras los
dirigentes comen como reyes consentidos, tirando las sobras con poco
cuidado.
Asentí con la cabeza, con la boca pegada. Una vez había formado
parte de ese grupo. La élite sobredimensionada, completamente ajena a
la situación fuera de los muros de Leopold. El único vínculo que tenía
más allá de esos muros era el de Maja, mi criada, al oír hablar de sus
hijos mayores. ¿Mi respuesta? Creer que era genial robarle migajas a
Istvan, declarándome una especie de Robin Hood, cuando en realidad,
era por la emoción de robar. Ahora me da asco. El derecho, la arrogancia
y la ignorancia condescendiente que tenía.
—Leon ha amurallado toda la zona desde el Palladium, pasando por
el Staromak, la plaza del casco antiguo de Praga. —Según mis estudios,
el Staromak era el lugar donde se encontraba el famoso e impresionante
Reloj Astronómico, justo al lado de las altísimas torres góticas, agujas y
contrafuertes de la Iglesia de Nuestra Señora antes de Týn. Al igual que
Istvan, Leon mantenía a los ricos y famosos a salvo en su acogedora
burbuja de riqueza y belleza.
Al otro lado del famoso puente gótico, idéntico al de Budapest, los
faes residían en el castillo de la colina. No tenía idea de cómo era su
señor de los faes, pero los rumores sugerían que solía estar drogado con
polvo de hadas y demasiado ocupado en orgías como para preocuparse
de lo que ocurría en su propia casa noble, y mucho menos para pensar en
el lado humano.
Me pregunté si era así como el líder humano, Leon, se había
afianzado tanto en Praga.
Más adelante, vi que el brazo de Trucker hacía un movimiento
circular por encima de su cabeza. Al instante, la moto que iba detrás de
él se separó del grupo, girando por una carretera, el auto iba en dirección
contraria.
—Nos separamos a partir de aquí. No podemos parecer que estamos
juntos —explicó Luk, aunque no era necesario. A partir de aquí, toda la
comunicación era limitada y llegaba a través de un auricular oculto bajo
nuestros capós. Nunca había visto nada parecido. Luk dijo que era algo
que habían robado de uno de los envíos de Leon desde el oeste. Tenía el
tamaño de un guijarro y se ajustaba a la oreja. Su tecnología me decía
que venía de las Naciones Unidas. Ningún país del bloque oriental del
que había oído hablar tenía algo así.
Lukas aparcó la moto cerca de la entrada, que estaba llena de gente
que llegaba y salía por las puertas principales. Unos cuantos policías
estaban apostados en la parte delantera. Estaban armados con rifles, con
los dedos en los gatillos, listos para disparar sin dudarlo. Me tapé más
con la capucha, con los nervios a flor de piel mientras Luk y yo
trotábamos por la antigua autopista. Unos cuantos coches de caballos y
motos eran el único tráfico. El pulso me retumbaba en el cuello, el sudor
se acumulaba en la base de mi columna cuando sentí que el guardia
armado me miraba, con un enorme pastor alemán sentado a su lado. El
perro se levantó, con los ojos puestos en mí, con un ladrido subiendo por
su garganta.
Joder, joder, joder.
—Detente —ordenó el guardia.
Todo mi interior se precipitó al suelo, congelándome en el lugar. El
ácido me subió al fondo de la garganta mientras el guardia se movía
hacia mí.
¿Sabrían quién era yo? No me extrañaría que Istvan pusiera una
recompensa por mi cabeza, que pusiera mi foto en todos los periódicos
de élite y que sus "colegas" estuvieran pendientes de su pupila
mentalmente inestable.
Podría luchar contra ellos. Sacar mi arma y matarlos a tiros en un
momento. Lo arriesgaría todo, no sólo esta misión, sino posiblemente a
Luk y los demás. Sabía que lo haría si tenía que hacerlo. Mi mente
zumbaba, mi cuerpo se preparaba para la lucha. Mis dedos rozaron el
arma de mi chaqueta cuando el oficial se acercó.
El miedo disparó mi adrenalina, sacándome de mi espacio actual.
Durante un parpadeo, me encontré en la cómoda casa de Ash. Podía
oler las hierbas y el fuego, pero al mismo tiempo seguía observando al
agente de policía vestido con su uniforme checo que se acercaba a mí, y
al perro que daba bandazos. Un enorme físico familiar se paseó frente a
la chimenea de Ash, con un par de ojos aguamarina que se fijaron en los
míos. Se congeló en su sitio.
Warwick.
Su boca se abrió ligeramente como si fuera a hablar, pero su
atención se dirigió a mi hombro, con las cejas fruncidas. Sabía que podía
ver mi entorno como yo podía ver el suyo.
Fue un segundo, y luego se fue, pero verlo fue como un cuchillo en
el estómago. Porque cada célula de mi cuerpo lo anhelaba. Como si le
diera aire a mi corazón para respirar de nuevo.
—Tú —gritó el guardia. Mi corazón dio un salto cuando pasó por
delante, tomando el brazo de alguien que estaba justo detrás de mí.
—¿Qué llevas? —El guardia agarró al pequeño hombre con
brusquedad, golpeándolo de cara contra la pared, obligándolo a gritar.
—No tengo nada. Lo juro —gritó el hombre, con el pánico en cada
sílaba. El guardia lo ignoró, mostrándose excesivamente agresivo
mientras daba palmaditas al tipo, el perro gemía y ladraba, el guardia
seguía sin darse cuenta de que era a mí.
—Muévete —me siseó Luk al oído, agarrando mi bíceps mientras
me empujaba hacia delante. El alivio se mezcló con el miedo mientras
nos deslizábamos por las puertas, y mis pulmones tropezaron cuando
estuvimos dentro.
Luk maldijo en voz baja y me soltó el brazo, pero siguió avanzando,
adentrándonos en la estación de tren, comprando nuestros billetes para
poder mostrar la prueba y subir al andén—. Pensé que estábamos
acabados.
—Yo también. —Exhalé otro suspiro, el nudo en el estómago se
aflojó un poco, aunque vi más policías pasando por la estación de tren,
haciendo guardia, algunos con perros.
—¿Suele estar tan vigilada? —le dije a Luk entre dientes, tratando
de volver a concentrarme en el juego. Intentando olvidar el breve
momento de ver a Warwick y reprendiendo mi debilidad. La emoción
exacerbada, especialmente el miedo, parecía unirnos. Necesitaba frenar
eso.
Su imagen volvió a aparecer en mi cabeza. Llevaba unos jeans
oscuros y una camiseta negra, su desaliño se había convertido en una
barba completa, y parecía que se había pasado las manos por su largo y
enredado cabello negro una y otra vez. Joder, ese hombre era sexy y
daba mucho miedo...
—Sí. —La voz de Luk me devolvió a la realidad, despejando mi
mente de Warwick Farkas. Luk era todo lo contrario a la ferocidad de
Warwick. Eran el sol y la oscuridad, aunque ambos eran
extremadamente atractivos. Luk era pulido y guapo, mientras que
Warwick era feroz y sexual, de los que dan con todas las fantasías
eróticas y carnales que tengas—. A Leon le gusta tener todo bajo
control.
—Creo que él e Istvan serían buenos amigos.
—La verdad es que no. —Luk sonrió—. Demasiado ego y
necesidad de ser el dominante.
Tal vez por eso Istvan nunca traía a Leon a su círculo. Demasiado
ego en una habitación. Aunque si lo que esperaba estaba en el tren, una
relación se estaba construyendo, o más probablemente, Istvan estaba
usando esto para ganar el dominio sobre Leon.
Si esos dos superaban su orgullo y se unían... —Tragué saliva ante
la idea—. Serían una fuerza que incluso los faes no podrían manejar.
—Jak y Lea, en posición. —La voz de una mujer en mi oído casi me
hizo saltar. Los ojos de Luk se volvieron hacia mí, y me encogí de
hombros.
—Blade y Sab, en posición —respondió una voz masculina, y
supuse que tenía que ser Blade.
Me gustaba que mi tío tuviera un número parejo de mujeres y
hombres en el grupo principal, cosa que Istvan nunca hizo. Hanna y yo
éramos las únicas chicas de nuestra clase en la FDH. La mayoría fueron
criadas para ser esposas de hombres poderosos. Parecía que el Capitán
jugaba más al favoritismo entre faes y humanos que entre sexos. A
excepción de Trucker, el resto del escuadrón era al menos mitad fae.
—Trucker y Ava en posición. —La voz de Ava crepitó en mi oído.
—Luk y X en movimiento —murmuró Luk a mi lado, su voz resonó
en mi auricular.
—Cuatro guardias acaban de detenerse frente a la plataforma uno.
—La voz de Trucker habló mientras Luk y yo atravesábamos lo que
solían ser tiendas comerciales hasta llegar al andén del tren. Este lugar
solía ser un centro de transporte; ahora sólo se utilizaban seis andenes.
Todas las tiendas estaban cerradas, y sólo había algunos carros con café
y productos de panadería esparcidos por el lugar. El edificio de estilo art
nouveau, que en su día fue un símbolo de su belleza, estaba en peligro
de extinción.
—No hay guardias en el andén seis —murmuró por el auricular la
voz que ahora conocía como la de Lea.
—Estaremos pendientes en el seis —habló Blade, con su acento
polaco.
—Preparados —ordenó Trucker. Estaba claro que era el alfa del
grupo.
Mi mirada se dirigió a la plataforma uno, mi mente captó cada
detalle a su alrededor. Junto al andén había una puerta arqueada que
conducía a una antigua sala de espera y luego al exterior, a la calle. Los
guardias se paseaban por el interior de la puerta.
—¿Puede salir la gente por ahí? —Moví la barbilla. La mirada de
Luk se deslizó despreocupadamente hacia donde yo indicaba.
—No, todas las salidas, excepto la principal, están bloqueadas para
los civiles, para que puedan controlar a todos los que entran y salen.
—¿Pero no para un primer ministro que quiere sacar la carga lo más
rápido y sutilmente posible? —Mis cejas se arquearon.
—¡Atención! Llegada del tren a Budapest en el andén seis. —La
voz de un hombre retumbó por el altavoz de la estación. Los pasajeros se
dirigieron inmediatamente a esa zona, pero algo en mi instinto me decía
que tenía razón.
—Viene por el andén uno.
—Pero acaban de decir...
—Te estoy diciendo que viene por el andén uno. —Miré a Luk a los
ojos, con una expresión de confianza implícita en mis rasgos.
Luk miró hacia el andén, mordiéndose el labio. Sabía que estaba
observando cómo el vagón del tren podía alinearse con las puertas
dobles, lo fácil que sería para ellos sacar lo que quisieran del vagón y
meterlo en un carro o auto que les esperara fuera de la salida.
—Confía en mí —le dije, con sus ojos clavados en los míos. Pude
ver la lucha en él. No tenía motivos para confiar en mí.
Inhalando y exhalando, murmuró en el comunicador: —Trucker,
pon a todos en posición para la plataforma uno.
—¿Qué? No. El locutor dijo seis —respondió Trucker.
—Confía en mí. —Luk apretó los dientes—. Plataforma uno.
—¿Estás seguro? Si te equivocas, toda esta misión no habrá servido
para nada —replicó Trucker con brusquedad.
Los ojos azules de Luk se encontraron con los míos, y su cabeza
bajó. —Estoy seguro.
Luk y yo nos movimos por el espacio. Estaba ocupado, pero no
tanto como esperaba. El escudo de gente era mejor para esconderse.
Divisé un tren que subía por la vía justo antes que se dividiera en los seis
carriles separados.
El estómago se me revolvió de los nervios. Por favor, que esté bien,
que esté bien.
El fuerte chirrido del metal sonó cuando el tren cambió de vía.
Contuve la respiración. Y entonces se curvó, subiendo por la vía uno. El
corazón me retumbó en el pecho y los hombros bajaron de alivio.
—Parece que tenías razón. —Luk me guiñó un ojo, enlazando sus
dedos con los míos, haciéndonos parecer una pareja. Nos dirigimos
hacia el andén, donde había dos guardias en la parte delantera de la vía.
No se podía pasar sin billete.
Mientras Luk les enseñaba nuestros billetes, mi mirada se paseó por
el andén, divisando a los guardias que abrían las puertas dobles del
lateral, cuatro que pasaban con un carro, mientras tres guardias del tren
saltaban del mismo, dirigiéndose al último vagón.
Era exactamente lo que me imaginaba, lo que me confirmaba lo que
probablemente se llevaba de contrabando en la carga. La noche en que
me capturaron y me enviaron a Halálház, cuando encontré las pastillas,
el tren se había dirigido hacia aquí.
Creo que nos equivocamos respecto a Leon e Istvan, al menos en
cuanto a su disposición a colaborar entre ellos para conseguir más poder
y dinero. No era por amistad, sino por necesidad.
—¿Cómo sabías que el tren llegaba a este andén? —El soldado que
bloqueaba el camino al andén inclinó la cabeza, devolviendo a Luk
nuestros papeles.
—¡Atención! Cambio de vía para el tren que se dirige a Budapest.
Ahora están en el andén uno. Repito, andén uno. —La voz del locutor se
elevó como si quisiera resaltar el hecho de que ya estábamos allí.
—Se cambió primero en el tablero —contestó Luk con suavidad, sin
siquiera un atisbo de duda.
Los dos guardias se miraron, ambos escépticos. Todo lo que se
hacía en este país y en el mío era sospechoso, y los jóvenes guardias
buscaban una pelea, aunque no la hubiera, para poder ser alabados por
su superior.
Tanto Luk como yo mantuvimos la barbilla alta, la confianza
irradiando de nosotros, mientras el sudor goteaba por mi espalda, el
pánico burbujeando bajo mi piel. Oí que la prisión de Praga intentaba
competir con Halálház, a ver cuál podía ser más cruel.
No podía volver.
No lo haría.
La gente empezó a alinearse detrás, quitándonos la atención
únicamente a nosotros.
—Adelante. —El más cercano a mí se apartó de nuestro camino,
permitiéndonos a Luk y a mí pasar entre ellos.
El alivio interno salió de mis labios, mis dedos apretaron los de Luk.
Él apretó los míos de vuelta, y pude ver cómo sus párpados se cerraban
por un momento, y luego se abrían. Reinicio.
Ahora el verdadero desafío estaba por delante.
—Mira —murmuró. Los hombres estaban descargando grandes
cajas del furgón de cola, la parte trasera de los trenes que contenían la
carga, y las colocaban en carros para sacarlas.
Caminamos lentamente hacia el último vagón de pasajeros,
esperando cualquier alteración que hicieran Trucker y Ava.
—En cualquier momento —dijo Luk en el auricular.
—Hubo un contratiempo. Espera —respondió Trucker.
—No tenemos tiempo —siseó Luk.
En ese momento, dos guardias con un perro se dirigieron hacia
nosotros, y mi cuerpo se puso rígido al ver cómo el perro guardián
olfateaba y sus ojos se posaban en mí, haciéndome sentir que podía ver a
través de mí.
Como si pudieran sentir que no estoy bien. Anormal. Equivocada.
—Relájate. Pueden oler el miedo. —Luk me atrajo hacia él como si
fuéramos una pareja de enamorados. Los dos llevábamos mochilas
llenas de sudaderas para parecer que podíamos ir a algún sitio.
El enorme perro tiró de la correa de su rubio dueño, con un gruñido
bajo vibrando en su garganta. ¿Qué demonios? ¿He rodado sobre
hamburguesas en mi camino hacia aquí?
El centinela trató de frenarlo, mientras el perro se esforzaba por
alcanzarme. Los ojos brillantes del hombre se estrecharon sobre mí,
retorciéndome el estómago de nuevo.
—Tú —ordenó su compañero de cabello oscuro, acercándose a
nosotros. El perro gimió y se puso en su sitio. El gemido era tan extraño
que hasta su dueño miraba al perro con desconcierto.
—Mi novia y yo... estábamos subiendo al tren. —Luk señaló, con su
mano, hacia el vagón.
—Detente —ordenó de nuevo el tipo, echando mano a su arma.
—Do prdele. —Joder. Mierda, Luk siseó en voz baja en la antigua
lengua checa antes de levantar las manos—. Sí, sí, hemos parado.
—Déjenme ver sus billetes. —El moreno abrió la palma de la mano,
aunque no podíamos llegar tan lejos si no los teníamos.
Luk asintió, colocando los documentos en su mano, todos sabíamos
que no averiguaría nada de los billetes, excepto que nos dirigíamos a
Budapest, que era a donde iba el tren.
—¿A qué vas?
—Voy a conocer a sus padres por primera vez. Nos vamos a casar.
—La explicación de Luk salió volando de su boca como si fuera una
verdad.
Los dos chicos nos miraron como si la razón no fuera lo
suficientemente buena.
—¿Dónde? —preguntó el de cabello oscuro.
—En el norte de Leopold —dije antes que Luk pudiera hablar. La
zona al norte de Leopold no estaba dentro de la burbuja, pero tampoco
era Tierras Salvajes. La zona era pobre, pero la gente de Leopold
trabajaba o tenía negocios que los mantenían ligeramente por encima del
umbral de la pobreza. Estos tipos nunca creerían que veníamos del lado
desolado o del lado rico.
Sus ojos se arrastraron sobre nosotros, evaluando mi pretensión. El
imbécil de cabello oscuro pasó el pulgar por el gatillo con una sonrisa de
suficiencia, amando el dominio que tenía sobre nosotros, especialmente
porque Luk era físicamente más alto que ambos. Al sostener un arma, se
sentían poderosos.
Poco sabían que no eran los únicos que llevaban armas.
—¿Cuánto tiempo?
—Unos días —respondí.
—Déjame ver tus maletas —exigió el moreno, señalando nuestras
maletas.
Mierda.
—¡Ahora! —Alcanzó mi mochila, arrancándola de mi hombro. El
violento movimiento hizo que el perro ladrara y saltara, haciendo que los
pasajeros chillaran a nuestro alrededor, corriendo para entrar en el tren.
El miedo se disparó a través de mis nervios, el momento se intensificó
rápidamente. Sabía que, si no encontraban nada en mi mochila que
confirmara nuestros planes, las cosas se torcerían rápidamente.
Mientras tanto, podía ver a los guardias detrás de ellos sacando la
primera carga de cajas. Podríamos perder nuestra oportunidad.
El instinto de lucha, de dar una patada en la cabeza a este imbécil,
me sacudió los huesos. Podía ponerlo de espaldas en dos segundos, pero
todo lo que tenían que hacer era soltar al perro, y yo estaría hecha trizas.
—¡Atrás! —nos gritó el rubio, apuntando con su arma a Luk, los
incesantes ladridos penetrantes del perro llenaban mis venas de
ansiedad.
El tipo de la mochila me arrebató el bolso, abriendo la cremallera.
Joder, joder.
Sacó una sudadera y unos leggins.
—¿Esto es todo? No parece que vayas a ir por un par de días —se
burló—. ¡Los dos levanten los brazos y den la vuelta!
El ácido me quemó la garganta. Estábamos acabados si nos
revisaban y nos encontraban a los dos cargados de armas y cuchillos. O
peor, si descubrían nuestros auriculares.
El flaco de cabello oscuro arrancó el bolso de Luk, empujando su
hombro, para que encarara el tren.
—¡No te muevas!
Mis ojos se deslizaron hacia Luk, mis músculos crispados por la
necesidad de luchar. ¿Qué quieres hacer?
Nuestras opciones eran escasas, y parecía que hiciéramos lo que
hiciéramos, nuestra misión había terminado.
La mandíbula de Luk se tensó, y me di cuenta que había llegado a la
misma conclusión.
—Lucha —me murmuró.
Mi barbilla se inclinó en respuesta, mis pulmones tomaron aire,
listos para responder.
Las manos del guardia se dirigieron directamente a mis pechos, sus
viscosas palmas bajaron por mi figura. Supe el momento en que sintió el
arma dentro de mi chaqueta. La pausa. Casi podía oír el clic en su
cerebro que le decía lo que estaba sintiendo.
Mis músculos se contrajeron, preparados para girar y atacar.
Abrió la boca para gritar a su compañero.
¡Boooom!
Una explosión sacudió la estación de tren con un estruendo
ensordecedor.
Nuestra esperada distracción.
El suelo vibró bajo mis pies, los gritos y los llantos resonaron al
instante en el aire, la gente se precipitó hacia la salida. Los guardias que
se encontraban detrás de nosotros se lanzaron hacia el andén, tratando de
ver lo que había sucedido, mientras que los agentes que hacían sonar
silbatos y gritaban, corrían desde todas las direcciones hacia el humo
que salía del andén más alejado de nosotros.
Mi cabeza se dirigió a Luk.
—Tenemos nuestra distracción. —Se encogió de hombros, viendo
cómo los soldados que estaban descargando el tren se dirigían hacia la
conmoción.
—Ustedes y sus bombas. —Resoplé, mi mente saltó a otro hombre
al que le gustaba hacer volar la mierda para causar el caos.
—Funciona. —Me hizo un gesto, dirigiéndose al furgón de cola—.
Y no podría haber llegado en mejor momento. Vamos.
No podía discutir ninguna de esas cosas. Casi nos habían atrapado.
Hace unos momentos, pensé que nuestra tapadera se había descubierto y
que nos capturarían y meterían en la cárcel. Ahora volvíamos a la carga,
escabulléndonos hasta el último vagón.
El caos reinaba a nuestro alrededor, pero nadie nos prestaba
atención, ya que la mayoría estaba al otro lado. Mi atención se centró
cuando llegamos al último vagón, divisando una última caja en la carga.
Casi las habían sacado todas y estaban fuera de alcance.
Empujando a Luk a un lado, salté al vagón, poniéndome en modo
ladrón. Sacando un cuchillo de la pernera del pantalón, lo introduje bajo
la costura de la tapa y lo utilicé como palanca para arrancar la parte
superior clavada. Sólo unos pocos intentos y la madera se astilló,
separándose de las estacas de metal que tanto se esforzaban por sujetar.
—Mierda, eso fue rápido. —Luk respiró, con la cabeza
temblando—. ¿Has hecho esto antes?
Sonreí. Si él lo supiera.
—Vigila la puerta —ordené, casi olvidando que era mi superior.
Casi podía fingir que éramos Caden y yo, cuando los tiempos eran
inocentes y éramos imprudentes. Hace toda una vida. Yo era una chica
que no tenía idea de lo que había en el mundo, de lo que me esperaba y
de lo que viviría.
Todo lo que creía —incluso lo que era— estaba equivocado.
Empujando la tapa, limpié el relleno que protegía el contenido de la
caja, y mi dedo golpeó el metal.
Armas.
Recogiendo el rifle recién hecho, se lo lancé a Luk. —Esta es la
forma en que Istvan envía su amor.
—Maldita sea. —Luk lo miró, dándole la vuelta en sus manos—.
Esto es de grado A aquí.
Tenía una idea clara de dónde podía Istvan conseguir este tipo de
armas. El mismo país del que la futura esposa de Caden era.
Ucrania.
—Son bonitas, ¿pero esto es lo que León está enviando a sus
propios hombres para vigilar? ¿Algunas armas? —La confusión de Luk
movió su mejilla—. No vale la pena desplegar armas en guardias
especiales, ni valía la pena que arriesgáramos esta misión.
Mi estómago se retorció con lo que sabía que había debajo, mi mano
cavó más, llegando al fondo.
Un fondo falso.
—Joder... Veo que los guardias de Leon vuelven. Tenemos que
irnos.
Mi terquedad se mostró, mis manos arañaron la madera, como si la
droga se burlara de mí.
—¡X! Vamos.
El dolor se disparó a través de mis nervios cuando retiré la tabla,
mis dedos rozaron las bolsas de plástico que había debajo, llenas de
pequeñas cápsulas.
Lo sabía, joder.
—¡X! —Luk me agarró del brazo, tirando de mí con él, mi dedo
pellizcando la bolsa mientras intentaba levantar una. El plástico se
enganchó en el lateral y se rompió.
Las pastillas de color azul neón se desparramaron por el suelo,
golpeando los tablones de madera como gotas de lluvia.
—¿Qué demonios? —Las cejas de Luk se fruncieron mientras las
miraba rodar por el suelo.
—¡Eh! —nos gritó una voz de hombre, haciendo que nos
dirigiéramos a los guardias que corrían hacia nosotros.
—¡Mierda! —Luk se lanzó hacia la puerta trasera, irrumpiendo y
saltando a las vías—. ¡Vamos!
—¡Oye! ¡Para! —Disparó un tiro, que dio en el techo del vagón. Me
agaché y corrí hacia la puerta trasera.
—¡Deprisa! —Luk gritó por mí.
Fue un segundo.
Un soplo.
Un instinto.
Mi mirada se dirigió a las pastillas.
—¡X!
Tomé unas cuantas y me las metí en el pantalón antes que mis botas
tocaran las vías y saliera tras Luk.
¡Bang! Una bala pasó cerca de mí, y un gemido subió por mi
garganta. Recordé un momento: una noche oscura, Caden haciéndome
señas para que siguiera adelante, un dolor que estallaba en mi espalda. Y
luego la oscuridad. Debería haber muerto esa noche. Debería haber
muerto muchas noches.
Ahora mis botas rasgueaban a lo largo de las pistas irregulares.
Intenté acelerar el paso mientras las voces de los soldados y los sonidos
de los disparos me subían por la nuca. El pánico y el terror se me
agolparon en la garganta cuando pasó otra bala, y el sonido de las botas
se clavó detrás de mí.
—¡Kovacs! —Un cuerpo se abalanzó sobre mí, aplastándome contra
el suelo, pesado y caliente. Una bala pasó justo por donde yo estaba.
Una milésima de segundo más y mi cabeza habría explotado sobre estas
vías.
Inhalando bruscamente, mis ojos se movieron por encima del
hombro; unos ojos de color aguamarina y una sonrisa de satisfacción
llenaron mi visión.
—De nada. —Me guiñó un ojo, con su boca cerca de la mía. Podía
sentir su aliento deslizándose sobre mis labios, su físico sólido y su polla
presionando dentro de mí. Joder. Se sentía tan real. Para mí, no había
ninguna diferencia, pero sabía que estaba a horas de distancia—. No
pensé que fueras del tipo damisela en peligro, princesa.
—¿X? —Luk respondió a los guardias, y luego me agarró del brazo,
rompiendo el vínculo con Warwick, tirando de mí hacia arriba. Los dos
devolvimos las balas, esquivando y sorteando un tren, usándolo como
escudo.
—¿Estás bien? —Luk me miró con extrañeza.
—Sí.
—Es que... —Sacudió la cabeza—. No sé... fue como si te hubieran
abordado o algo así.
—Tropecé.
Luk asintió, pero sus cejas seguían fruncidas por la confusión.
Gritos y pasos daban vueltas a nuestro alrededor.
—Mierda. —La cabeza de Luk se balanceó, tratando de localizar de
dónde venían más guardias. Nos estaban rodeando—. Un poco de ayuda
estaría bien, chicos —habló Lukas en su auricular.
—Estamos trabajando en ello. —La voz de Trucker resonó en
nuestros oídos cuando seis guardias llegaron por la parte trasera del tren,
gritando que nos habían encontrado.
—¡Trabaja más rápido! —Luk le respondió a Trucker, lanzándose al
instante contra nuestros atacantes, y su puño golpeó a uno de ellos en la
nariz, con lo que la sangre brotó en el aire.
Sacando un cuchillo de mi bota, la energía crepitó en mi columna,
con el deseo de luchar. Me abalancé sobre otro guardia con tanta fuerza
que salió volando hacia las vías con un ruido sordo. Volviendo a girar,
mi brazo se extendió, atravesando a otro en la garganta con mi cuchillo.
Un tercero me agarró por el cuello y me tiró hacia atrás,
obligándome a soltar el arma que tenía en la mano. El cañón de una se
clavó en mi sien. —Un movimiento y estás muerta, guapa —me gruñó el
hombre al oído, con su nariz rozando la curva de mi cuello—. O tal vez
encuentre un mejor uso para ti.
Oí y sentí el gruñido incluso antes de ver a Warwick. La suficiencia
descarada que tenía hace un momento había desaparecido. La ira
irradiaba de la leyenda; sus hombros se encorvaban hasta las orejas, sus
ojos ardían de odio. Tenía todo el aspecto de la bestia brutal y
despiadada que se le conocía. Lástima que ninguno de esos chicos
pudiera verlo. Todos se mearían en las botas.
—Apuesto a que te gustaría, maldita kurva. —Puta. Perra. El tipo
me agarró por el cuello, tirando de mí hacia él, queriendo que sintiera lo
duro que estaba mientras presionaba el arma más profundamente en mi
sien.
Usa tu debilidad contra ellos. Me vinieron a la cabeza las
enseñanzas del sargento Bakos, pero cuando tres guardias más se
movieron frente a mí, apuntándome con sus armas, supe que mis
opciones eran nulas.
Por los sonidos de los golpes, los gruñidos y las maldiciones, estaba
bastante segura que la policía se había llevado también a Lukas. Una
docena de guardias más se acercaron al tren, confirmando que nos
retendrían. Podía luchar contra un par de personas a la vez, pero esto era
demasiado. Y a diferencia de mi huida de la FDH, ninguno de estos me
conocía de toda la vida, y no tenían miedo de disparar.
Levanté la vista y vi al Lobo imponiéndose detrás de los hombres
que me rodeaban; el pecho de Warwick se hinchó de furia.
—Úsame. —Su voz era tan profunda y grave que tardé un momento
en entenderlo.
—¿Qué? —Parpadeé.
—Úsame, Kovacs. —Se acercó a mí, con sus patadas de mierda
golpeando las mías, su forma se cernió sobre mí, invisible para todos los
demás.
—Quizás antes de que te encierren en la cárcel, pueda llegar a jugar
contigo. —Una voz nasal me habló en el oído. Sentí los dedos
clavándose en mi cuello, el guardia empujando su pelvis hacia mí.
—Usa mi fuerza. Ya lo has hecho antes. —Warwick gruñó, con los
nervios palpitando en su mandíbula. Parecía estar a punto de estallar,
mientras que, extrañamente, su presencia me centraba y desafiaba.
Mi nariz se encendió mientras nos mirábamos fijamente a los ojos.
—¿Qué coño le pasa? —El guardia que estaba frente a mí me pasó
una mano por la cara.
—Parece que le gusta esto. —El tercero se agarró la entrepierna—.
¿Te gusta ser la sumisa, Kurva? Finalmente ¿ver un hombre de verdad?
Warwick se burló. —Vas a estar muerto en unos treinta segundos,
cabrón.
No tenía idea de cómo hacerlo. Nada de mi conexión con Warwick
tenía sentido, pero sabía que podía hacerlo. Ya había sucedido antes. Su
energía entró en la mía y me ayudó a luchar contra Kalaraja.
—Hazlo, princesa —me ladró Warwick.
Los disparos resonaron en el aire, desviando la atención de los
guardias de mí por un momento, apartándolos.
No perdí el tiempo.
Me hice a un lado y mi brazo giró hacia atrás, golpeando la ingle de
mi captor. Con un gemido, se inclinó cuando mi codo se estrelló contra
su barbilla, haciéndolo caer de culo. Le arranqué el arma de la mano y
me giré hacia los otros que venían por mí.
Disparé.
Los tres primeros cayeron antes que el arma se vaciara. La
conmoción que causé dio a Lukas la oportunidad de liberarse, luchando
contra el grupo que lo rodeaba. Cada vez eran más los que venían
corriendo hacia nosotros. No había duda que yo era dura y podía luchar,
pero también comprendía cuándo la realidad superaba mis habilidades
de combate. Entre Luk y yo, la diferencia era de ocho a uno, por lo
menos.
Podía sentir a Warwick a mi alrededor y me dejé llevar, permitiendo
que su energía se deslizara a través de mí, se derramara en mis venas y
se apoderara de mis músculos. Seguía siendo yo, pero podía sentir su
poder clavándose en mis huesos. La adrenalina me recorrió como una
bestia salvaje. Intensa, aterradora y familiar... como si cada molécula en
mí reconociera la suya.
El oficial que tan fácilmente habló de violarme volvió a saltar. La
sombra de Warwick rugió dentro de mí con rabia. Cogiendo el cuchillo
que se me cayó y un arma de otro guardia, giré, disparando. Una bala
alcanzó a uno de ellos en los ojos mientras mi daga atravesaba la
garganta del imbécil. La sangre salió a chorros y se atragantó con ella,
llevándose la mano a la garganta, con los ojos muy abiertos por el terror.
—Te equivocaste, Farkas; está muerto en veinte segundos —
murmuré, escupiendo al tipo mientras caía.
Sonaron los disparos, las botas pisando fuerte hacia nosotros. Fui
directamente hacia ellos.
—¿X? —Oí que Lukas me gritaba, pero como si la muerte no
pudiera tocarme, me moví entre la multitud de policías. Disparando,
pateando, golpeando y apuñalando con una velocidad y un poder que yo
sola no podía poseer.
Poseída era exactamente lo que me sentía. Montando la mayor
altura, pero tan centrada y limpia en mis movimientos que todos
parecían lentos y torpes. Veía cada movimiento y cada tirón del gatillo
antes que se produjera.
Mi cuerpo se deslizó a través de mis atacantes, despiadado y rápido.
Siempre me daba un subidón cuando luchaba, pero esto estaba en otro
plano.
Estaba drenando la fuerza de Warwick, desgarrándola con
brutalidad. Un hambre me hacía querer más. Tomar hasta que no
quedara nada.
—¡X!
El estridente silbido del tren que partía en la vía junto a nosotros
chirrió en el aire, sacándome de mi trance, rompiendo mi control sobre
Warwick, su fuerza abandonando mi cuerpo.
Mi pecho se agitó por el esfuerzo. Mi cuerpo temblaba al sentir que
mi energía se agotaba, anhelando ya más del subidón de la energía de
Warwick. Parpadeé, observando la camada de cadáveres esparcidos a mi
alrededor. Su sangre me cubría y goteaba de mis pestañas a los ojos.
Maldita sea.
¿Qué había hecho? Los había masacrado y yo apenas tenía un corte.
No era posible. Definitivamente no para un humano... ni siquiera para un
fae.
Mis ojos se desviaron hacia Lukas. Estaba allí, con los ojos muy
abiertos, con un toque de miedo en ellos, y luego su boca se abrió,
señalando con el dedo. —¡Detrás de ti!
Me di la vuelta y vi que un guardia se abalanzaba sobre mí, con su
arma lista para disparar. Me aparté de la trayectoria de la bala, rodé por
el suelo y le di una patada en la ingle con las piernas antes de volver a
levantarme y clavarle el puño en la garganta.
Con un gemido, se tambaleó hacia atrás, cayendo sobre los raíles,
las vías temblando mientras el tren avanzaba, tomando impulso.
Giró la cabeza para verlo venir, pero era demasiado tarde. Un grito
gutural brotó de la garganta del guardia y se cortó casi con la misma
rapidez y fue sustituido por el crujido de su cráneo, el sonido de la
materia y los sesos aplastándose bajo el peso del tren, decapitándolo.
Sacudí la cabeza hacia un lado, aunque sabía que la imagen me
perseguiría para siempre.
—¡Vamos! —Una voz de mujer me hizo levantar la cabeza para ver
a Ava y a Sab, que hacían señas desde la cabina del conductor.
¿Secuestraron un tren?
Me abalancé sobre ellos, tratando de que me subieran, con Luk justo
detrás de mí.
—Han tardado bastante, cabrones. —Luk subió, escupiendo sangre
al suelo.
Nuestro equipo estaba metido en la cabina. Blade tenía un arma en
la cabeza del conductor, diciéndole que ignorara las llamadas para
regresar.
—Los esperarán en la próxima parada. —La voz del conductor era
más segura de lo que hubiera pensado.
—No estaremos aquí entonces —respondió Blade, manteniendo la
pistola apuntando al hombre.
—Bien. —El tipo agachó la cabeza. Tenía la sensación de que era
pro-Povstat.
Al asomarme por la puerta abierta para ver si alguien venía por
nosotros, mi mirada recorrió el mar de muerte y daños esparcidos por las
vías, algunos guardias aún respirando.
Lukas contribuyó al recuento de cadáveres, pero la mayor parte de
la matanza fue obra mía. Warwick volcó su fuerza en mí y me dejó
tomarla hasta que no hubo nada. Ahora no podía sentir ninguna
conexión, como si la hubiera quemado. Una oleada de miedo me
recorrió las entrañas, preguntándome si esta falta de vínculo sería para
siempre. ¿Pero no era lo que queríamos? Quise ignorar la sensación de
malestar en mi estómago y responder que sí.
La mirada de Luk, todavía llena de confusión y alarma, se clavó en
un lado de mi rostro. Lo había visto. Había visto la velocidad y la
habilidad imposibles que ningún humano, entrenado como el mejor o no,
debería tener.
El tren salió de la estación, los silbidos y los gritos detrás de
nosotros sangrando en el aire de la tarde. Me froté la cabeza, el
cansancio me golpeaba como un martillo, se abalanzaba sobre mí, me
dolían los huesos.
—¿Estás bien? —Ava se acercó a mí mientras mi cuerpo retrocedía
a trompicones. La oscuridad rodeó mi periferia y mi cabeza dio vueltas.
—¡Chicos! —Ava gritó por encima de su hombro. Jak, Sab y Luk se
acercaron corriendo. Sus manos me atraparon mientras caía al suelo.
Cansada. Tan cansada, como si bajara del mayor subidón de
adrenalina de la historia y me estrellara dolorosamente contra la tierra.
—¿X? ¿Qué pasa? —Ava se inclinó sobre mí y luego miró a Luk—.
¿Le dispararon o la apuñalaron?
Luk abrió mi abrigo, sus dedos presionando, tratando de encontrar
alguna herida. No pude reunir la energía para decirle que estaba bien.
—No. —Luk negó con la cabeza—. Ni siquiera es su sangre.
Mis párpados se agitaron y todo se oscureció.
La oscuridad no se desvaneció, sino que se estrelló como una ola y
me hizo caer en la nada. No pude luchar contra ella.
—¡Kovacs! —Mi nombre rugió a través de la niebla mientras me
hundía, haciéndome querer alcanzar la voz como si pudiera casi tocarlo
aquí... pero se me escapó de las manos.
La frialdad de perderlo fue como si la muerte me hubiera
encontrado finalmente.
Chirrido.
—Sabes, creo que tienes razón. A ella le gusta.
Chirrido.
—No, ahí no.
Chirrido.
—¡No es así! ¡Te dije que era un gran malentendido!
—Oh dioses... —gemí, golpeando la obstrucción en mi nariz, mis
pestañas se abrieron para ver a las enormes orejas y ojos de Bitzy.
Sentada en su bolso, sus orejas estaban decoradas con flores secas que
parecían haber sido pegadas—. Por favor, dime que estoy soñando.
—¡Pececito! —Opie pasó por delante de su amiga, con sus manos
aplaudiendo con entusiasmo.
Otro gemido salió de mis labios. —No, esto es real.
Opie estaba de pie, con una gasa transparente que le envolvía como
un traje, con flores y hierbas secas estratégicamente colocadas cubriendo
sus partes. Su barba estaba trenzada con flores, sus pies con bolas de
algodón. Hojas y ramitas rodeaban su cabeza en una dramática corona, y
sus labios y ojos estaban pintados de verde brillante.
Al levantarme, mi turbio cerebro se dio cuenta de que estaba en mi
habitación de Povstat, pero tardé un momento en darme cuenta que mis
dos amigos también estaban aquí conmigo.
—Espera. ¿Cómo estás aquí? ¿Cómo me han encontrado? —Me
froté el rostro, la pesadez absorbiendo mi energía, haciéndome sentir
aturdida y lenta. No podía recordar nada más allá de estar en el tren.
¿Cómo me trajeron aquí? ¿Cuánto tiempo había estado fuera?
—Siempre te encontraremos, Maestro Pececito. Ahora somos tu
familia —contestó Opie, volviendo a centrar su atención en su traje,
dando vueltas—. ¿Te gusta?
—Es muy... natural.
—Me llevó todo el camino hasta aquí. Aunque al ver su cara cuando
revisamos todas sus provisiones... Vaya. No pensé que pudiera ponerse
tan rojo.
¡Chirrido! ¡Chirrido! Juré que sonaba como si Bitzy se riera
maliciosamente, mostrando sus dos dientes.
—¿Todo el camino hasta aquí? ¿Quién se puso rojo?
—Pero no fue nada en comparación con el otro. Estuvo
malhumorado todo el camino hasta aquí. Asustado con salsa extra
picante.
¡Chirrido! Los dedos de Bitzy salieron volando, su frente se arrugó
de molestia.
—¡No, era mucho más gruñón!
¡Chirrido! ¡Chirrido! ¡Chirrido!
Mis ojos se abrieron de par en par mientras ella se iba, sus dedos
volando de un lado a otro.
—Sólo estás enfadada porque te han quitado las setas. —Opie puso
sus manos en las caderas.
Setas. Mierda.
—De nuevo, ¿cómo han llegado hasta aquí? —Me senté más
erguida. Si Opie y Bitzy me encontraron...
Chirrido-chirrido. Una extraña sonrisa se dibujó en el rostro de
Bitzy, sus dedos de tres puntas se enrollaron, sus brazos se extendieron
como si se aferrara a un manillar.
—Montamos en un room-room. —Opie se hurgó las flores de la
barba.
—¿Te refieres a una moto? —No, de ninguna manera. ¿Me
encontró? Teníamos un vínculo, pero no creía que pudiera rastrearme
hasta el lugar exacto—. ¿Cómo me encontró?
—Te lo dije, Pececito, ahora siempre podré encontrarte. —Se dio un
golpecito en la nariz—. Te he olido.
Warwick sabía bastante de la zona en la que estaba, y Opie podía
encontrar mi lugar exacto.
Eso significaba...
Un aullido de la alarma chirrió a través del búnker, anunciando que
la base estaba siendo invadida.
Y sabía exactamente por quién.
—¡Mierda! —grité, levantándome de la cama.
—Oh sí, probablemente deberíamos advertirte... está muy, muy
gruñón —añadió Opie.
¡Chirrido! Bitzy agitó sus dedos medios en el aire, moviendo la
cabeza en señal de acuerdo.
Abrí la puerta de golpe.
—Que tengas un buen día, Pececito. —Oí a Opie gritar tras de mí
mientras corría por el pasillo, corriendo por el laberinto de pasillos,
pasando entre la gente que salía a trompicones de sus habitaciones, los
gritos y la conmoción llenaban el aire de tensión.
Alcanzar a mi tío era mi único pensamiento antes que enviara a su
equipo principal a luchar. Aunque sólo hubiera un hombre al otro lado,
temía por los siete que saldrían primero a luchar contra el enemigo.
—¡Salgan de mi camino! —grité, empujando a la gente, subiendo
las escaleras. Sentí que el cansancio se apoderaba de mí cuanto más
subía, pero mi determinación me hizo atravesar la puerta del último piso.
Trucker, Ava, Lea, Jak, Sab, Blade, Luk y Mykel ya estaban en la
sala de operaciones. La pantalla se llenó de imágenes del exterior del
búnker mientras recorrían todos los ángulos de las cámaras. El equipo se
estaba cargando de armas mientras Mykel trazaba un plan.
—Trucker, Ava y Luk, ustedes tres salgan por la salida noroeste y
den la vuelta. Sab, Blade, ustedes dos tomen la salida sur, y Jak y Lea,
suban por la iglesia. No duden. Disparen a matar.
—¡No! —Entré en la habitación, todas las cabezas se dirigieron a
mí, mi corazón golpeaba en mi pecho—. No quieres hacer eso. No es lo
que piensas.
—No sé qué pensar, salvo que todas las alarmas se han disparado y
uno de nuestros guardias yace en la entrada, muerto o inconsciente —
exclamó Mykel.
—Y todo esto empezó cuando tú llegaste —me disparó Trucker.
De repente, noté que los guardias se acercaban por detrás. Mis
músculos se crisparon cuando sentí que se movían sobre mí, y varios
brazos me sujetaron, inmovilizándome.
—¿Qué están haciendo? —Intenté zafarme de sus garras.
Mykel me miró fijamente mientras Trucker se acercaba a mí,
poniéndose en mi rostro.
—Es interesante que unos días después de que aparezcas, nuestra
misión se estropee, y nuestra base que ha estado a salvo durante más de
una década sea encontrada de repente. —El pecho de Trucker se hinchó
de odio, la acusación brilló en sus ojos—. Creo que eres una maldita
traidora y espía.
Mis ojos recorrieron la sala. Todos me miraban con el mismo asco.
Los ojos de Luk también estaban llenos de traición. Decepción. Eso fue
lo que más me dolió. Me vio luchar. Él sabía que algo no estaba bien en
mí. Pero nunca los traicionaría.
Inclinando la cabeza para mirar a Trucker, ni una molécula de mí le
temía. Me había enfrentado a amenazas mucho mayores que él. Y,
honestamente, me habría acusado de lo mismo.
—Entiendo por qué piensas eso, pero ahora no es el momento —le
hablé mientras miraba a mi tío—. Sí sé quién está atacando la base, pero
no es quien tú crees.
—Creo que sabemos exactamente de qué se trata —espetó Trucker.
—Métanla en la celda hasta que nos ocupemos de esto —ordenó mi
tío a los guardias. Su voz era fría, sus ojos ya se alejaban de mí, como si
hubiera cortado cualquier vínculo familiar entre nosotros.
—¡No! —Me revolqué contra los tres tipos que me sujetaban—. No
quieres hacer esto. Sé quién está ahí fuera. ¡Los matará a todos!
Envíenme a mí en su lugar.
Había una buena posibilidad de, si salían, ninguno de ellos volvería.
Warwick mataría lo que estuviera en su camino, pensando que me tenían
prisionera. Intenté llegar a él, el vínculo zumbaba entre nosotros, pero no
pude superarlo.
—¿Enviarte para que puedas correr de vuelta con tu gente? —
Trucker ladró una carcajada, amartillando una de sus armas, su
confianza saturando el aire.
El Lobo lo mataría en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Warwick está ahí fuera! —Tiré de los guardias, arrastrándolos
unos metros hacia adelante.
—¿Warwick? ¿Te refieres a la leyenda Warwick Farkas? —Blade
se echó a reír—. Esta chica... está jodidamente loca —aulló—. Lo
próximo que va a decir es que el Conejo de Pascua y San Nicolás
también están por ahí.
—¡Santo cielo! —gritó Jak, señalando la pantalla detrás de Mykel,
disparando su atención hacia allí.
Todos se congelaron.
Como si hubiera invocado al diablo, la cara de Warwick llenó una
de las pantallas, con una expresión tan fría que era como si la propia
muerte estuviera llamando a la puerta.
Aspiré, sintiendo su rabia arder a través de sus ojos, su cabeza se
inclinó hacia un lado en forma de burla. No hubo sonido, pero no era
necesario. Con una sola mirada a la cámara, su amenaza estaba definida.
Venia por mí.
—¡Está en la iglesia! —ordenó Mykel, sacando a todos de su
trance—. ¡Vayan!
—¡No! —grité, viendo a Luk y a los demás salir corriendo de la
habitación, con las armas cargadas, hacia su objetivo—. ¡Mykel, no lo
hagas! Matará a todos. Cree que me tienes prisionera.
—Llévatela. —Hizo un gesto con la mano y los guardias me
arrastraron fuera de la habitación. Desesperada por detener lo que sabía
que se avecinaba, el luchador creado por Halálház gruñó en mi garganta.
Pisando mi bota en el pie de uno de los guardias, golpeé mi cabeza
contra su cara. El chasquido del cartílago coincidió con su grito, y su
cuerpo se dobló en agonía.
Me di la vuelta y mi puño se estrelló contra la garganta del segundo
guardia, mientras mi codo golpeaba las tripas del tercero. Liberada de su
agarre, me alejé de ellos y mis piernas salieron a toda velocidad por el
pasillo, mientras los gritos resonaban detrás de mí.
Mis botas chocaron con los escalones de piedra, que conducían a lo
que parecía una cripta.
Como si alguien hubiera vertido cemento sobre mis músculos, cada
movimiento se producía a cámara lenta. El vómito rodó en mi estómago,
mis pies tropezaron con los escalones, pero luché para llegar a él, para
detener cualquier muerte sin sentido.
Si me veía, sabría que estaba bien.
—¡Warwick! —Intenté gritar, pero me salió confuso.
¿Qué me pasa?
Intenté gritar su nombre de nuevo, mis manos y mis pies me
empujaron a subir los últimos escalones. Salí disparada de una falsa
tumba de piedra que disimulaba la entrada al cuartel. Los sonidos de
gruñidos, gritos, disparos, crujidos de huesos y golpes en la piel
golpeaban las paredes de piedra.
—¡Warwick! —Mi voz sonó estrangulada mientras intentaba
enlazar con él, pero no ocurrió nada. La energía para llegar a él se
esfumó. La cabeza me daba vueltas como si mil voces murmurasen en
mi cabeza, todas tratando de llegar a mí. Por el lado del ojo, juré que
veía cosas revoloteando a mi alrededor. La presión me hizo sentir dolor
en la vista, y mi cuerpo quiso apagarse.
¡No, Brexley! No te rindas.
Era como si tuviera cientos de sanguijuelas succionando cada gramo
de mi vida, los murmullos en mi cabeza eran cada vez más estridentes.
Susurros de palabras, siseos de sílabas, pero nada que pudiera entender,
aunque seguía creciendo más y más.
—¡Para! —grité, llevándome las manos a los oídos mientras mis
piernas me empujaban más cerca de los sonidos de la lucha. Sólo
conseguí dar unos pocos pasos más antes que mi cuerpo se rindiera, y la
oscuridad viniera por mí. Mi cuerpo yacía en el suelo como un animal
atropellado, a duras penas manteniendo la conciencia.
Con todo lo que tenía dentro, me empujé fuera de mi propio cuerpo.
Durante un parpadeo, estuve frente a Warwick mientras luchaba
contra Trucker, Sab, Blade y Ava. No muy lejos, Ash luchaba contra los
demás.
Warwick se congeló, y sus ojos aguamarina encontraron los míos.
Intenté abrir la boca, pero no salió nada, mi dedo apuntaba en dirección
a mi cuerpo real, como un fantasma espeluznante. Y entonces volví a
estar en mi cuerpo, escurriéndome.
—¿Kovacs? —El suelo tembló con mi nombre, el golpeteo de las
botas, la sensación de brazos, calor y... vida.
Antes que me deslizara por debajo.

Cuando mis pestañas se abrieron esta vez, no estaba en mi


habitación. En su lugar, estaba en una cama en lo que parecía una
clínica, con tubos que goteaban en mi brazo, y con la cabeza palpitando.
—Estás despierta. —Una mujer se asomó a mi cama. Enseguida
supe que era un hada. Llevaba una bata de flores, el cabello rubio dorado
y sedoso recogido en un moño apretado y los ojos del color del ámbar.
Un hada de los árboles.
—¿Qué es esto? —Tiré de las cosas que entraban en mis venas.
—Te mantiene hidratada. —Ella los sacó suavemente de mi brazo—
. Estás perfectamente sana, y tus constantes vitales están bien, pero
cuando te trajeron, estabas en un estado parecido al del coma. Era
realmente extraño. Nunca había visto algo así. —Sacudió la cabeza—.
Prácticamente destrozó este lugar tratando de llegar a ti. Hizo que la
base se pusiera patas arriba y exigió que alguien te vigilara. Era la única
manera de que se fuera en silencio.
—¡Warwick! —Me levanté como un rayo y oí el sonido del metal
rozando contra metal. Mi muñeca estaba esposada a un lado. La miré
con una escalofriante sensación de déjà vu: la vez que me desperté en la
clínica de Killian, después de recibir un disparo en la espalda, con la
muñeca esposada a la cama de la enfermería—. Quítame las esposas —
le dije con desprecio.
—Cálmate. —Ella dio un paso atrás.
—Quítame. Las. Esposas. Ahora —grité, con mi brazo tirando del
metal.
—Kovacs. —Su voz gruñó desde la puerta y mis ojos se dirigieron
hacia él. Ver su enorme y musculoso físico llenando toda la puerta me
hizo perder el aire de los pulmones. Sabía que no estaba realmente allí,
ya que podía verlo encadenado en una celda, Ash en otra a su lado, el
olor a putrefacción y olor corporal llenando mis fosas nasales. Estaba
sentado con la espalda apoyada en la pared, con los brazos sobre las
rodillas, dejando que el mundo creyera que los barrotes podían retener a
alguien como Warwick Farkas. Volvió a dejar caer la cabeza contra la
pared, sus párpados se cerraron brevemente, su pecho exhaló oxígeno,
como si pudiera volver a respirar plenamente.
Aliviado.
—Ya voy. Te sacaré —dije en voz baja, aunque nadie podía oírme.
Mi voz hizo que abriera sus ojos. No se movió ni respondió, pero su
mirada se clavó en mí. Desnudándome. Desgarrando mi piel,
desgarrando mi alma. Podía sentirlo en todas partes.
Intruso.
Invadiendo.
Consumiendo.
Lo que más me asustó fue que lo había perdido.
A él.
La constatación me devolvió a la clínica, cortando el enlace con un
jadeo agitado en lo más profundo de mis pulmones.
No, Brex. Él no es tuyo para extrañar o querer.
—Dahlia, danos un minuto. —La voz de Mykel atrajo mi atención
hacia la puerta. En lugar de Warwick, mi tío la llenaba. Su estatura era
tan parecida a la de mi padre que me hizo apartar la mirada,
parpadeando para evitar la sacudida de dolor.
La sanadora asintió y salió de la habitación, dejándonos solos.
Mykel suspiró con fuerza y se paseó por la habitación, frotándose
las cejas con la mano.
—No sé qué hacer contigo, Brexley.
—Me pasa mucho. —Jugueteé con el grillete alrededor de mi
muñeca.
—Eres mi sobrina, la única hija de mi hermano. Mi sangre. —Se
volvió hacia mí—. Pero eso no significa nada en el mundo en el que
vivimos. He visto a hermanos traicionar a hermanos, y a madres dar la
espalda a sus hijos. La sangre no significa nada. Aquí lo importante es la
lealtad y la fidelidad. Somos una familia porque todos creemos en el
mismo objetivo. Y cualquiera que me haga cuestionar su devoción a
nuestra causa, no puedo tenerlo aquí. La duda es la muerte. ¿Lo
entiendes?
En realidad, no era una pregunta, pero agaché la cabeza en señal de
reconocimiento.
—Cuando alguien no me lo cuenta todo, también hace que empiece
a preguntarme qué más está ocultando. Como líder, necesito saberlo
todo.
Se me hizo un nudo en la garganta. Sentí que las pastillas seguían
metidas en el bolsillo, clavándose en mi cadera. Sentí que mi secreto
tenía un latido, palpitando y retorciéndose, listo para delatarme. La
información era la vida en un mundo en el que nadie confiaba. Todo era
un arma o una palanca.
—Me estoy jugando mucho contigo porque eres la única familia que
me queda. —Mykel deslizó sus manos en su pantalón oscuro de carga—.
No me gusta estar en esta posición, pero quiero creer que estás de
nuestro lado.
—No soy un espía de Istvan o de Leon, si es lo que piensas. —Me
aparté el cabello enmarañado del rostro con la mano libre—. Pero eso ya
lo sabes. —Incliné la cabeza, comprendiendo que Mykel no estaba en su
posición por nada—. Sabes que me persigue mi propia gente.
Agachó la cabeza. —Sin embargo, qué buen montaje. Enviar a mi
sobrina, fingir que la persiguen mientras se adentra en las líneas
enemigas. —Mykel se acercó—. Aquí la confianza se gana, no se da. No
confío plenamente en ti, Brexley. Y después de lo que ha pasado esta
mañana y de quién tengo en mi prisión, no veo cómo podría hacerlo.
Mis labios se juntaron, sabiendo que sólo tenía un camino que podía
tomar aquí. Darle información que él quisiera. Una forma de que
confiara en mí. Lo último que necesitaba era más enemigos,
especialmente del mayor partido rebelde del Bloque Oriental.
—Puedo demostrártelo. —Levanté la cabeza, mi mirada se encontró
con la suya—. Pero necesito que Warwick y Ash sean liberados.
—No. —Mykel negó con la cabeza—. Ni hablar.
—¿Conoces los rumores sobre Warwick Farkas? —Curvé una
ceja—. Ni siquiera rozan la superficie de la verdad. Podría escaparse de
la pequeña prisión en la que lo tienes y matar a casi todas las personas de
aquí en cuestión de minutos. La única razón por la que no lo ha hecho es
por mí. —La declaración se sintió extraña en mis labios, pero de alguna
manera, sabía que era verdad—. Está cumpliendo su palabra de
comportarse... pero en el momento en que yo lo diga, arrasará este lugar.
Los párpados de Mykel bajaron. —¿Es una amenaza?
—Es un hecho. —Me encogí de hombros.
—Ni siquiera sabes dónde está.
Una sonrisa siniestra se insinuó en mis labios. Mientras sonreía a mi
tío, me puse de nuevo frente a Warwick, cuyos ojos me observaban
como un gato.
—¿Te importaría armar un lío para conseguir un efecto dramático,
Farkas? Estoy tratando de hacer un punto.
Warwick levantó la ceja, poniéndose deliberadamente de pie como
un depredador que se prepara para atacar. —Probablemente podría hacer
algo mejor que eso, princesa.
—Oh, mierda. —La atención de Ash pasó de Warwick al lugar
vacío al que miraba antes de ponerse de pie—. ¿Brexley está aquí?
¿Estás hablando con ella ahora?
Warwick no apartó la vista de mí ni respondió, su mirada intrusa
raspaba mi piel.
—¿Qué quieres que hagamos? —La voz de Warwick trepó por mis
vértebras, royendo el hueso.
—Ven a buscarme —me burlé de Warwick con un guiño antes de
cortar el enlace.
De cara a mi tío, tiré de la esposa que me sujetaba a la cama. —Más
vale que te pongas de acuerdo, porque en unos dos minutos vas a tener a
una enorme fábula cabreada atravesando esas puertas.
—¿De qué estás hablando? Está encerrado. —Mykel me miró como
si estuviera loca hasta de escuchar los bramidos y el jaleo que venía del
fondo del pasillo.
—¡Alto! —Oí que hombres y mujeres ordenaban. Las cosas se
estrellaron contra el suelo, la alarma superior se disparó, esta diferente a
la de esta mañana. Probablemente tenían diferentes alarmas para
diversas situaciones.
—Quítate. De. Mi. Puto. Camino. —Cada sílaba me calaba los
huesos, como si me estuviera marcando. Sin siquiera usar la conexión,
era como si pudiera sentirlo cerca, su presencia irrumpiendo en la
habitación antes que él.
Warwick dobló la esquina, con Ash pisándole los talones, y la gente
se apartó de su camino cuando entró.
La boca de Mykel se abrió, sus ojos se clavaron en su cabeza.
—Etiqueta. —Warwick se apoyó en el marco de la puerta, cruzando
los brazos. Me guiñó un ojo—. Eres tú.
Mykel se quedó congelado durante otro rato antes que los guardias
entraran corriendo tras los dos artistas de la fuga. Volvió a mirarme y
sonreí encogiéndome de hombros.
Levantó la mano para mantener a los guardias a raya, pero pude
sentir que nos estábamos tambaleando en una línea muy fina.
—Puedes mantenernos esposados si quieres...
—Habla por ti, Kovacs —retumbó Warwick, con su mirada clavada
en mí—. Sólo me he dejado esposar una vez. La noche que pasé con tres
súcubos y cuatro hadas del agua.
La cabeza de Ash se balanceó mientras se apoyó en la otra pared. —
Oh sí... esa fue una buena noche.
Miré a los dos, haciendo que Ash sonriera.
—Así que, a menos que vaya en esa dirección... es un no por mi
parte. —La mirada de Warwick se deslizó hacia Mykel, con el peligro
desprendiéndose de su piel como si fuera colonia, una amenaza que se
reflejaba en sus palabras—. Pero si ella se mantiene a salvo... no te
mataré.
La nuez de Adán de Mykel se balanceó, aunque trató de ocultar
cualquier emoción, manteniendo los hombros hacia atrás. Pasaron unos
cuantos latidos antes que moviera la barbilla.
—Bien. —Se volvió hacia sus guardias—. Pueden irse.
Dudaron, pero salieron lentamente, respondiendo a la orden de su
líder.
Mykel se giró hacia mí, sacando de su bolsillo una llave para mis
esposas. —Te estoy dando una gran cantidad de confianza en este
momento. —Me quitó las esposas, dando un paso atrás—. Recuerda que
tu padre era mi hermano. Si me traicionas, lo traicionas a él y a todo lo
que intentó hacer por ti. —Resopló—. Y no dudaré en encerrarte si me
obligas a ello —dijo con frialdad, marchando fuera de la habitación,
haciéndome sentir cada puñalada clavándose en mi corazón.
Unos minutos más tarde, Warwick, Ash y yo estábamos en la
oficina de Mykel, guardias por fuera y por dentro listos para dispararnos
si hacíamos un movimiento en falso, lo cual fue muy gracioso para mí.
Warwick podría derribar a un gigante con sus propias manos. Estos
chicos estarían muertos antes que dieran un solo disparo.
El propio Lobo estaba a mi lado con los brazos cruzados, su
expresión dura y peligrosa, su presencia llenaba la oficina más que su
físico. Ash estaba en el otro en la misma postura que Warwick, ambos
ligeramente detrás de mí, como perros guardianes.
Mykel fingió que los dos hombres no lo intimidaban, pero la forma
en que sus ojos seguían dirigiéndose a ellos, especialmente a Warwick,
me dijo que todo era un acto. No se podía no reaccionar ante Warwick,
ni bien ni mal. Exigía una reacción... por lo general, orinarse en los
pantalones y correr.
Mi tío estaba detrás de su escritorio, sus dedos golpeaban la parte
superior, su atención iba de mí a la leyenda detrás de mí. —He
escuchado muchas historias sobre ti, pero seré honesto, pensé que eran
solo eso. Ni siquiera creía del todo los relatos de Kek sobre ti en
Halálház. Parece que estaba equivocado.
—¿Kek está aquí? —La espesa ceja de Warwick se arqueó, aunque
su tono no reveló nada.
—Si. —Le devolví la mirada—. Parece que ustedes dos tienen
mucho en común. —Ambos eran espías. Ambos se acercaron a mí
porque se les ordenó.
—¿Dijiste que podías probarme algo? —Mykel devolvió mi
atención a él.
Respiré hondo, sintiendo la forma de Warwick rozando mi piel sin
que él se moviera.
—¿Qué estás haciendo, Kovacs? —Su cuerpo fantasma se paseaba
a mi alrededor, su aliento rozaba mi oído.
—Hablarle de las pastillas.
—No. Mala idea.
—No es tu elección.
—Princesa...
Ignorándolo, busqué en mi bolsillo, mis dedos se enroscaron
alrededor de las cápsulas. La confianza tenía que ser una calle de doble
sentido y sabía que primero tenía que demostrar mi valía.
—Kovacs… —Warwick gruñó en advertencia, su sombra
acercándose más a mí.
Sacando las pastillas, me acerqué al escritorio y abrí la mano. —La
misión de ayer no fue una pérdida total.
Pastillas azul neón cayeron de mi palma, rodando sobre el
escritorio. Los ojos de Mykel se clavaron en ellos, su frente se arrugó
por la confusión.
—¿Qué son éstas? ¿Drogas? —Agarró una—. Si crees que me
importa una mierda el contrabando de drogas ...
—No es una droga. —Rodé mis hombros hacia atrás—. Bueno, no
de la forma en que piensas que son.
—¿Conseguiste esto del tren? —Mykel lo hizo girar en su mano, sin
escucharme—. ¿Leon está enviando a sus propios hombres para obtener
esta basura del mercado negro? Eso no tiene sentido. —Se pellizcó el
puente de la nariz con la mano libre—. Estos no significan nada para mí.
Inútil.
—Escúchame…
—¿Crees que esto me probará algo? Esto es una mierda elemental.
—Mykel lo arrojó sobre su escritorio, sus ojos marrones me fulminaron
con la mirada.
—Mejor cierra la boca. —Un gruñido profundo hizo vibrar la
habitación. El cuerpo de Warwick empujó el mío mientras se acercaba—
. Y escúchala.
Mykel se congeló, sintiendo la furia recorriendo la habitación. Sus
ojos se clavaron en mí, sus labios se juntaron.
—Míralos más de cerca. —Los señalé. Podía ver el color del
interior vibrando con energía.
Mykel me miró, pero volvió a tomarlos. Sacó las gafas y se las
puso, examinando realmente las píldoras iridiscentes. Su cabeza se
acercó más y supe que finalmente lo notó. Estaban llenos de vida... de
esencia feérica. La magia se arremolinaba y latía dentro de la cápsula.
La mayoría lo pasaría por alto. Yo también lo hice la primera vez, pero
podía sentirlos en mi bolsillo como un latido.
—¿Qué es esto? —Me miró.
—No conozco todo lo que hay en ellos, pero uno de los ingredientes
principales es la esencia fae.
—¿Qué? —Soltó, la conmoción apareció en sus ojos, su columna se
puso rígida—. ¿Esencia fae? Eso es imposible... —Su cabeza se volvió
hacia los dos hombres detrás de mí, buscando que estuvieran de acuerdo
con él. Ni Ash ni Warwick lo hicieron.
—Esos son la razón por la que terminé en Halálház, pero no fue
hasta que estuve con Killian… —Otro gruñido bajo se enroscó en mi
oído. El pecho de Warwick latió contra mi columna ante la mención de
su nombre—, que descubrí lo que realmente hicieron. Lo que contienen.
Lo que significan. Lo que creo que Istvan está tratando de hacer.
—Espera… ¿Killian, el líder de los faes de Budapest? ¿Qué tiene
que ver él con esto? —Mykel presionó sus manos en el escritorio,
exigiendo respuestas—. ¿Y qué quieres decir con lo que Istvan está
tratando de hacer?
Sí, esto se complicó.
—En pocas palabras… estaba robando estas píldoras del tren de
carga de Istvan, para realmente cabrearlo, cuando fui atrapada por los
faes y arrojada a Halálház. Más tarde, Killian encontró las píldoras en la
bolsa que llevaba cuando me capturaron por primera vez. —Gracias al
imbécil detrás de mí. Mi mirada entrecerrada se deslizó hacia Warwick.
Ahora estaba bastante segura de por qué fui intercambiada. No es
que doliera menos; en realidad, dolía más saber que él tenía una familia.
Ya fuera su compañera o solo la madre de su hijo, tenían un hijo juntos,
especialmente con lo bien que se sentía tenerlo a mi lado nuevamente.
Era una calma y una emoción que nunca antes había conocido.
—Descubrí lo que eran cuando era prisionera de Killian.
Warwick ni siquiera parpadeó, pero su otra forma se movió hacia
mí, tomando todo el aire de mis pulmones.
—Prisionera, mi culo. No finjas que no disfrutaste tu tiempo allí,
princesa —gruñó en la parte de atrás de mi cuello, los escalofríos se
extendieron por mis brazos—. Me pareció que te encantaba ser su
cautiva. Aunque te gustaba que te viera, ¿no? ¿Mojaba tu coño?
Aspiré.
—¿Celoso? —murmuré en voz baja.
—¿De Killian o de ese pequeño soldado fingido que tienes abajo o
incluso del Capitán Precoz de la FDH? —Warwick resopló; la
sensación de sus dedos se deslizó por mi muslo—. Ni siquiera un poco.
—¿Brexley? —La voz de mi tío me devolvió al mundo fuera del de
Warwick y mío. Por el rabillo del ojo, vi la cabeza de Ash sacudirse,
sintiendo lo que estaba pasando entre nosotros.
—Lo siento. —Aclaré mi garganta—. Killian comenzó a probar las
píldoras en seres humanos. —Con una decisión rápida, saqué mi parte de
la narrativa—. Todos vinieron de buena gana, pero vi lo que hicieron. —
Negué con la cabeza, el recuerdo de la gente en esas celdas
persiguiéndome siempre—. Cambia a la gente.
—¿Qué quieres decir con cambia?
Cogí una de las pastillas que robé y la miré. Tan pequeña, pero tan
devastadora.
—Convierten a los humanos en máquinas sin sentido. Dan a los
humanos una fuerza parecida a la de los faes. Ya no comprenden el
dolor y son mucho más difíciles de matar. Sus mentes estaban vacías,
esperando órdenes.
La cabeza de Mykel se sacudió. —¿Qué quieres decir con órdenes?
—Los que vi, después de unos días, se cerraron mentalmente.
Estaban ahí parados como robots, pero en cuanto recibían la orden de
atacar... —Tragué, recordando cómo la mujer arañó y arañó para llegar
hasta mí, casi forzando sus huesos a través de los barrotes de la celda—.
Se volvieron salvajes, y su único pensamiento era matar y destruir.
Pude ver la duda y el miedo batallando dentro de Mykel. Era difícil
de creer. —Lo sé. —Negué con la cabeza con un suspiro—. Suena como
una historia inventada, pero te lo prometo, es verdad. Vi cada etapa, de
principio a fin.
—¿Fin? —preguntó Mykel.
—Todos murieron después de una semana. Horriblemente. —Tuve
un destello de esa mujer convirtiéndose en un caparazón vacío, con el
cerebro goteando por sus oídos y nariz.
—Si esto es cierto, estás diciendo que el general Markos los está
produciendo y cargando cajas con ellos, enviándolos al primer ministro
Leon, y Lord Killian también los tiene.
—Sí. —Me encogí—. Pero no creo que Killian sea nuestra
preocupación.
Tanto Ash como Warwick soltaron un bufido cuando Mykel soltó
una risa seca.
—A Killian le encantaría terminar con el reinado humano y
convertirnos en nada más que esclavos. —La nariz de Mykel se arrugó
con disgusto.
Todo el mundo me decía eso, pero no me atrevía a pensar lo peor de
Killian. Tal vez era una tonta y él me había engañado todo el tiempo.
¿Pero por qué? ¿Por qué se molestaría? Si estaba tan por debajo de él,
¿por qué intentaría jugar conmigo? Besarme...
—Antes de dejar la FDH, encontré documentos que Istvan estaba
escondiendo. Documentos que respaldan la idea de que alguien está
haciendo estas píldoras.
—¿Documentos? ¿De qué tipo? —preguntó Mykel.
—Notas de algún sanador y científicos de hace mucho tiempo. —
Traté de recordar su nombre—. Cosas sobre tomar ADN de los faes y
tratar de crear algún tipo de soldados superiores.
El rostro de Mykel palideció y su mandíbula se tensó. —¿Dr.
Rapava?
Mi estómago se hundió al escuchar el nombre del hombre y
preguntarme cómo lo supo mi tío. —¿Cómo sabes de él?
—Aprendí acerca de sus experimentos en mi búsqueda por un Dr.
Novikov. —Me miró asombrado. También recordé el nombre del Dr.
Novikov de la carta. Otro científico que busca formas de fortalecer a los
humanos—. Dejaron de trabajar juntos cuando Rapava se fue a Estados
Unidos, donde se volvió radical e inestable. —Se humedeció los
labios—. ¿Istvan está estudiando el trabajo de Rapava?
—Sí —confirmé—. No solo estudiando. —Señalé las pastillas—.
Tiene la fórmula de Rapava.
—¿Estas? —Mykel señaló las píldoras azules, su reacción me heló
las venas —. ¿Estos se componen de la fórmula Rapava? ¿Lo encontró?
—Sí. —Asentí.
Mykel comenzó a caminar, su mano recorriendo su cabello. —El
médico estaba loco, y aunque algunas de sus pruebas dieron como
resultado algunos avances interesantes, casi todos murieron. También
horriblemente. Era conocido en la comunidad científica como el Dr.
Muerte. Fue una de las razones por las que el Dr. Novikov se separó de
él —Se pellizcó la nariz—. ¿Estás diciendo que Markos está usando las
teorías de este loco para un propósito real?
—No fue hasta que regresé de Halálház que vi lo obsesionado que
estaba Istvan con convertirse en el gobernante más poderoso del Este y
acabar con los faes, sin importar los costos. —Bajé la cabeza—. En
realidad, creo que siempre fue así. Supongo que no me di cuenta ni me
importaba antes. —Porque también creía que los faes no tenían alma y
deberían ser asesinados. Yo era otro esbirro sin sentido que Istvan había
estado preparando para convertirse en soldado. No muy diferente de los
cadáveres vivientes en las celdas de Killian.
—Mierda —siseó, su mano recorriendo sus greñas oscuras con plata
salpicada—. ¡Mierda! —Comenzó a caminar detrás de su escritorio—.
Esto es mucho peor de lo que pensaba. —Hizo una pausa, tomando un
respiro antes de presionar un botón en su teléfono—. Traiga el
expediente de Novikov —le dijo al altavoz.
—Sí, señor.
Solo unos treinta segundos después, Oskar, el hombre que trajo su té
el día que llegué, entró con un archivo y lo dejó sobre el escritorio.
—Aquí tiene, Capitán.
—Gracias. —Mykel asintió con la cabeza cuando el hombre salió de
la habitación—. Hace al menos quince años, se hablaba de un 'néctar
parecido a un fae' que se encontró, que me llamó la atención.
Néctar ... La palabra cayó en mi estómago como cemento.
—Se decía que era lo único que quedaba después de la caída de la
barrera, lo que podía dar a los humanos cualidades parecidas a las de los
faes: vida infinita, sin enfermedades ni dolencias, más difícil de matar...
básicamente convertir a un humano en 'fae' sin ninguna consecuencia. —
Mykel se movió sobre sus pies. Algo sobre su comportamiento me dijo
que había más en su historia—. Fue entonces cuando me di cuenta de la
investigación del Dr. Novikov. Él fue uno de los que lideró la carga para
encontrarlo. Muchos de nosotros pensamos que lo había logrado.
—¿Qué le sucedió?
Mykel abrió la carpeta, empujándola para que la viéramos. Tanto
Ash como Warwick se movieron de sus lugares, todos mirando el
periódico.
En la parte superior había un recorte de periódico viejo y granulado
con una foto de un hombre mayor, fechado hace más de quince años. El
titular decía:

El Dr. Novikov desaparece después de que se dice que encontró


El Néctar De Los Dioses.

El Dr. Novikov, un conocido científico y socio del Dr. Rapava, ha


desaparecido en China después de las afirmaciones de haber encontrado
el néctar fae, que se dice da a los humanos cualidades de faes. Se
informa que este néctar fortalece y acelera a los humanos y pone fin a
las enfermedades y el envejecimiento. Durante mucho tiempo, la idea de
la comida de los faes se consideró un mito, que murió cuando cayó la
barrera entre el Otro Mundo y la Tierra. Pero antes de su desaparición, el
Dr. Novikov afirmó que había encontrado el último objeto conocido para
dar vida eterna a los humanos, junto con una fuerza y un poder similares
a los de un fae.

El fragmento fue recortado, omitiendo el resto del artículo, pero era


todo lo que necesitaba leer. Un recuerdo se coló: la noche del
compromiso de Caden, cuando declaró que me amaba.
—Tienen a Sergiu listo para casarse con la hija de un líder en
China, lo cual es un gran golpe para mi padre, ya que tienen algún
objeto o sustancia que mi padre quiere. Algún néctar especial.
China. Néctar.
—Mierda. —Mi mirada se elevó hasta que encontré la de mi tío—.
Entonces Rumanía también está detrás de esto.
—¿Rumania? —Los ojos de Mykel se agrandaron. Sentí que los
chicos se movían detrás de mí.
—¿De qué diablos estás hablando, Kovacs? —Warwick gruñó.
—El hombre con el que me estaban obligando a casarme antes que
me encarcelaran era el hijo del primer ministro Lazar, Sergiu. —
Tragué—. Como ya no pude cumplir con ese deber, supongo que
pasaron al líder de la hija de China. Caden insinuó que fue un golpe para
Istvan porque los chinos encontraron el posible paradero de un néctar
especial. —Hice comillas en el aire, imitando las palabras de Caden.
Una lenta sonrisa pícara curvó la boca de Mykel. —Rumanía estará
muy decepcionada con ese matrimonio.
—¿Qué quieres decir?
—China no tiene el néctar. Todos los rastros desaparecieron de esa
área cuando lo hizo el Dr. Novikov. Se dijo que lo escondió o que
alguien lo mató y se lo llevó.
—¿Qué? —Parpadeé—. ¿Dónde está ahora? ¿Lo sabes?
—No. —Mykel negó con la cabeza—. Lo he estado buscando desde
entonces y no he encontrado nada. Quiero decir, se ha desvanecido sin
dejar rastro.
—¿Sabes si siquiera existió? —Extendí mis brazos.
—Sí. —Mykel asintió, sus pies volvieron a moverse.
Lo miré con recelo. —¿Cómo lo sabes?
—Porque... —Mykel inhaló, echando la cabeza hacia atrás por un
momento—. Yo fui uno de los que intentó robárselo al médico.
—¿Qué? —Mi boca cayó.
Se aclaró la garganta, sus ojos no se encontraron con los míos. —En
algún momento, me volví, bueno, codicioso con la idea de tener vida,
fuerza y poder eternos. Para hacer crecer un ejército y luchar contra
todos los males. —Se aclaró la garganta—. No lo endulzaré. Yo era uno
de esos demonios que lo buscaban. Como en los días atrás en que se
encontraba oro y la gente se degollaba en la noche para robarlo. Este
néctar estaba causando al menos el doble del nivel de codicia. El deseo
de reclamarlo convirtió a esos cazadores en asesinos. Fanáticos y
salvajes.
—¿Lo viste? ¿Sabes que es real?
—Es muy real. Desapareció poco después de que lo vi. —Sus
manos se curvaron como si el néctar hubiera estado allí una vez. Estando
tan cerca antes que se perdiera—. Y la noche que lo vi fue la noche que
desapareció… para siempre. Junto con el Dr. Novikov.
Observé a mi tío, preguntándome qué me estaba ocultando. Sentí
que había mucho más en su historia.
—Ni siquiera imaginé que Markos seguiría el método más
elaborado de Rapava. Nunca salió nada bueno de sus experimentos. Esto
es muy malo. Esto lo cambia todo. —Volvió a frotarse la cabeza—. ¿Si
Markos encontró una manera de crearlos y se los está vendiendo a Leon?
Estamos tan jodidos. —Cogió las pastillas, mirándolas como si pudieran
darle las respuestas—. Necesito ver qué más hay en estas.
—¿Por qué? —Crucé mis brazos.
—Este no es el momento de ser justos. —Inclinó la cabeza hacia
mí—. Estamos luchando por nuestras vidas aquí, y necesito saber qué
está tramando Markos, qué tipo de ejército pueden crear él y Leon, y por
qué se habla de nuevo del 'néctar'. Si todavía está ahí, necesito
encontrarlo antes que Markos ponga su plan en acción.
—¿No importa si daña y mata a los humanos? —Sabía que a Istvan
no le importarían los faes que tuviera que matar para hacerlos, pero,
¿qué pasa con los humanos?
—Lo único que sé cuando se trata de la guerra, y que Markos y
Leon también creen, es que a veces hay que sacrificar algunos por un
bien mayor.
En la ciencia, habrá sacrificios, pero es por un bien mayor.
Recordé esas palabras exactas en las notas del Dr. Rapava.
Me sentí enferma y disgustada por su forma de pensar, pero como
sobreviviente de Halálház, no pude evitar entender y estar de acuerdo.
Sabía demasiado bien que el mundo no era un arcoíris y felicidad.
Vivir venía con un sacrificio.
Un precio a pagar.

Mi cabeza quería abrirse con toda la nueva información rodando en


ella. Las preguntas y las preocupaciones golpeaban mi cráneo como
olas. Y ni siquiera me había ocupado del más grande todavía. La bestia
paseando detrás de mí. La tensión entre nosotros era tan aguda que se
sentía como si miles de cortes se clavaran en mi piel.
—No me decepciones, Brexley —dijo Mykel antes de irnos, y los
mismos ojos marrones de mi padre me inmovilizaron.
Mykel nos dejaba quedarnos, pero entendí que nuestra libertad
estaba limitada. El Capitán de Povstat tenía otros asuntos que tratar y
nos excusó de su oficina con la advertencia.
Con un simple asentimiento me fui, sintiendo el peso de su decreto.
Que yo permaneciera en la fila era una cosa, pero mantener a Warwick
bajo control era una hazaña para la que no estaba preparada.
En el momento en que los tres salimos al pasillo, me giré sobre
ellos, cruzando mis brazos molesta.
—¿Qué están haciendo ustedes aquí?
—Vinimos a salvarte. —Ash echó hacia atrás su cabello rubio.
—No necesito ser salvada.
—De nada, princesa —gruñó Warwick, imitando mi postura,
acercándose.
—No necesito que me rescaten nunca… ni tú ni nadie. —Coincidí
con su paso, metiéndome en su cara.
—¿En verdad? —Warwick resopló, sus botas chocaron contra las
mías, chasqueando los dientes—. Eso no es lo que parecía cuando tenías
cien guardias tratando de matarte, y necesitabas mi fuerza.
—¡Nunca pedí tu ayuda! —le escupí en respuesta, cerrando los
puños—. Vuelve a meterte el ego en los pantalones, Farkas.
—Tengo otras ideas en las que puedo meterlo.
—Whoa Whoa. —Ash trató de apartarnos, solo pudo hacerme
retroceder unos pasos—. Tomen un respiro… los dos. —Su mirada
rebotó entre nosotros—. Ustedes dos tendrán que abordar esta obvia
tensión sexual disfrazada de ira lo antes posible, pero por el momento,
tiene que esperar. —Ash miró al guardia cercano y bajó la voz—. Tengo
una idea.
—Mierda. —Warwick se frotó la cara—. Esas nunca salen bien.
—Oye. —Ash lo señaló—. Ni siquiera empieces conmigo después
de toda la mierda en la que me metiste. La cantidad de veces que debería
haber muerto.
—Pero no lo hiciste. —Warwick se encogió de hombros.
Ash lo fulminó con la mirada hasta que Warwick agachó la cabeza,
torciendo los labios, como mucho. Ash movió la barbilla, sus ojos se
movieron hacia los soldados. —Vayamos a algún lugar donde no
podamos ser escuchados. Síganme.
Volviendo a la superficie de la iglesia, un peso empujó hacia abajo
sobre mis huesos, mi cabeza dio vueltas, mi corazón latía más fuerte.
¿Qué diablos estaba pasando conmigo? Habían pasado tantas cosas
que ni siquiera había tenido tiempo de contemplar por qué me desmayé
antes. ¿Por qué seguía sintiendo que mi energía estaba siendo drenada?
Saliendo a gritos de la falsa tumba, mis piernas flácidas no llegaron
al borde, y tropecé hacia adelante, mi cuerpo cayendo hacia el suelo.
En un abrir y cerrar de ojos, Warwick se dio la vuelta, sus brazos
me agarraron antes que me golpeara. Gruñó en mi oído, jalándome
contra su pecho, poniéndome de pie. La sensación de su cuerpo sólido y
cálido, los latidos de su corazón, la energía que emanaba de él. Era como
si finalmente pudiera respirar, el peso había desaparecido.
—¿Todo está bien? —Ash inclinó la cabeza preocupado.
—S-sí. —Traté de alejarme de Warwick, pero él no me soltó.
Mirándolo a los ojos, frunció el ceño como si estuviera tratando de
percibir la verdad de mi respuesta o sentirla.
—Estoy bien. —Empujé su pecho, sus brazos se alejaron. En el
momento en que su mano me dejó, una fuerza se apoderó de mí. Las
voces llenaron mi cabeza tan fuerte que comencé a perder el
conocimiento y la bilis se me atascó la garganta.
—Kovacs. —Warwick me agarró de nuevo, soportando la mayor
parte de mi peso—. ¿Qué diablos está pasando? —Con su piel sobre la
mía, la oscuridad se disipó y las voces confusas se disiparon.
—No es nada.
—No me vengas con esa mierda. Casi te desmayas... de nuevo. —
Apretó los dientes, sus manos agarraron firmemente mis bíceps—.
Puedo sentirte... no puedes jodidamente mentirme. Te desmayaste antes
aquí.
—Yo-yo no sé lo que me está pasando.
—Yo podría saberlo. —El tono sombrío de Ash hizo que nuestras
dos cabezas se inclinaran hacia él.
—¿Qué quieres decir con que lo sabes? —Warwick gruñó.
—Dije que podría saber —le dijo Ash, manteniendo su atención en
mí—. Sigue aferrándote a ella. —Se acercó a mí, sus ojos verdes llenos
de pura energía sexual y compasión—. Mira a tu alrededor, Brex.
Esta fue mi segunda vez aquí, pero por primera vez, asimilé
completamente la pequeña iglesia católica romana. Tenía puertas
redondeadas y diseño gótico, pero no era la estructura lo que hacía que
este lugar fuera único.
—Mierda. —Mi mandíbula cayó mientras inhalaba bruscamente.
Huesos humanos estaban cubriendo el lugar por todas partes.
Utilizado como arte macabro, miles y miles de huesos estaban
ensartados como guirnaldas, goteando la habitación como serpentinas.
Arte de pared hecho de fémures y cráneos, apliques de una pelvis, una
cresta de costillas. Se cubrió cada centímetro, se utilizó cada parte de un
esqueleto. Las calaveras se apilaban del suelo al techo o se convertían en
estatuas artísticas. El más fascinante era un candelabro macabro, que
usaba todos los huesos del cuerpo, colgando en el medio. Escalofriante,
pero a la vez morbosamente bello. Como si no fueran solo nuestros
rostros o torsos musculosos lo que nos hiciera hermosos, sino nuestra
estructura, desagarrada y desnuda, sin disfraces ni fachadas detrás de las
cuales esconderse. La verdad de que todos éramos iguales en el fondo
creó la verdadera belleza. Ningún cráneo o hueso te mostró de qué raza,
sexo, religión, posición social o especie procedían.
Fae o humano. Enfermo o sano. Mujer o varón.
Todos éramos uno aquí. Lo mismo.
Iguales.
Unidos para crear algo hermoso.
—Es... es asombroso. —Mi cabeza giró alrededor, tomando cada
centímetro.
Ash sonrió, divertido por mi respuesta. —No estoy sorprendido.
—¿Por qué?
—Algunos encontrarían esto como algo blasfemo.
—Están equivocados. —Negué con la cabeza—. Esta es una
celebración. Un lugar donde podamos apreciar lo parecidos que somos
en lugar de lo que nos hace diferentes. Aquí no hay prejuicios. No hay
odio entre razas o especies. —Vi la sonrisa de Ash ensancharse,
encantado con mi respuesta—. Me gustaría estar aquí. Celebrada y
asombrada con mis amigos en lugar de ser puesta en una caja en el suelo
para que me pudra.
—Lo tendré en cuenta. —Warwick resopló, haciéndome mirarlo,
sus manos todavía apretadas alrededor de mis brazos.
—Leí en una placa, hay más de cuarenta mil huesos usados aquí.
Piensa en cuántos esqueletos te rodean en este momento. —Ash miró a
Warwick—. Déjala ir por un momento.
La frente de Warwick se arrugó, pero hizo lo que le pidió su amigo,
sus dedos dejándome.
Como una avalancha, el zumbido de voces y energía me tiró al suelo
con un grito cegador. Mi cabeza palpitaba, el vómito quemaba mi
lengua; la necesidad de dormir me agobiaba.
Escuché a Ash murmurar algo, pero no fue hasta que las manos de
Warwick me sujetaron, tirándome de nuevo, que hizo que todo se
agudizara, mis pulmones jadeaban por aire, el peso se desvanecía.
—Mierda... tenía razón —murmuró Ash para sí mismo—. Y tú la
escudas.
—¿De qué carajo estás hablando? —Warwick le espetó a su amigo.
Ash se frotó la cabeza, levantando la barbilla para mirarnos. —Era
solo una teoría cuando la vi desmayarse aquí la última vez. Ni siquiera
pensé que tenía razón.
—¿Qué quieres decir? —Warwick se volvió hacia él soltándose la
mano.
—Brex, ¿qué sientes cuando te suelta?
—Um… —exhalé—. Agotamiento. Náuseas. Cansancio... como si
toda mi energía se estuviera desviando.
Ash asintió con la cabeza, sus labios se curvaron con
autosatisfacción, como si mi respuesta probara su teoría. —Este fue un
disparo en la oscuridad, pero estoy bastante seguro que tengo razón. Y
creo que me lo dejaste más claro. —Ash asintió con la cabeza hacia
Warwick.
—¿Acerca de qué? —pregunté.
—No sé cómo funciona todo esto o qué significa. —Ash tragó—.
¿Pero no te parece curioso que la chica que trajo a Warwick de entre los
muertos oiga voces y se desmaye en un lugar que alberga a miles de
muertos?
El terror se me metió en las entrañas como melaza pegajosa,
deslizándose lentamente hacia abajo, dejando un rastro de pánico. El
calor estalló en mis mejillas y en mi cuello como si me hubieran llamado
por algo que pensé que estaba escondiendo.
—No es solo a mí a quien ella ha devuelto la vida —dijo Warwick
en voz baja, pero cada sílaba era como una bala.
—¿Qué? —La cabeza de Ash se movió de Warwick hacia mí.
—Un gato. —La mirada penetrante de Warwick se clavó en mí—.
Y hubo otros, ¿no?
Apartando la mirada de los chicos, miré una calavera, sus ojos
vacíos se sentían como si estuvieran mirando directamente a través de
mí, viendo la verdad.
—¿Kovacs?
—No importa. —Traté de soltarme del agarre de Warwick sin éxito.
—¿No importa? —Ash farfulló en estado de shock—. ¿El hecho de
que puedas traer cosas de entre los muertos no es importante?
—En realidad, nunca he traído nada de entre los muertos. De todos
modos, no del todo.
Ambos hombres me miraron.
—¡De acuerdo! ¡Bien! Sí, Andris dijo que traje un gato cuando era
joven.
—Y... —Warwick inclinó la cabeza a sabiendas. Tragué, dándome
cuenta que había visto lo que sucedió con Elek en el callejón cuando
estábamos tratando de escapar de la base de Sarkis.
—Podría haber comenzado a traer algunos otros —murmuré,
mirando mis botas—. Pero podría haberlo imaginado totalmente. —Mio,
Rodríguez, Aron, Elek, el gato Aggie, la mujer en la celda de Killian... la
lista se estaba haciendo demasiado larga para ignorarla.
—Creo que pasamos por esto hace un tiempo. —La mano de Ash
acarició mi mejilla, cálida y reconfortante, secando una lágrima—. Te
dije que sentirías tanto la vida como la muerte.
Ni siquiera sabía que estaba llorando, mi terror se convirtió en
lágrimas. —¿Puedes decirme qué significa? —Aspiré, frotando mi
mejilla húmeda en mi hombro—. ¿Lo que soy?
—No eres nada que pueda explicar. No eres un fae, un humano o
incluso un druida. —Una línea de preocupación arrugó la frente de
Ash—. Pero cuanto más entienda de ti, con suerte, más podremos
resolverlo. Te lo dije, Brex, no estás sola.
—Literalmente. —La aparición de Warwick susurró roncamente en
mi oído desde atrás, su toque se deslizó por mi columna, mis ojos se
movieron rápidamente hacia él. Warwick, como de costumbre, no
mostró ninguna emoción, pero su mirada se clavó en la mía—. Estoy en
tu culo todo el tiempo ahora. No puedes escapar de mí. Dependes de mí,
¿no es así, princesa?
Mi nariz se ensanchó, odiando lo débil y asustada que me sentía,
mis defensas se activaron. —Suéltame.
Warwick se burló, su tono condescendiente. —¿Estás segura,
princesa?
—Vete a la mierda. Déjame ir. —Tiré mi brazo de su agarre.
Fue instantáneo.
Una inundación cegadora se estrelló sobre mí, las náuseas me
hicieron girar la cabeza y me obligaron a cerrar los párpados. Tantas
voces sisearon juntas en un ruido estridente, la sensación de manos
fantasmales arañándome, golpeándome contra las rocas mientras todos
intentaban llegar a mí.
Sentí una mano agarrar mi brazo, pero esta vez no detuvo su ataque.
Podía sentir miles de espíritus apiñándome, sacándome de la conciencia.
Luego, con la misma rapidez, desaparecieron.
Mis pulmones se agitaron en busca de oxígeno, mis pestañas se
abrieron para ver la mano de Warwick en un brazo, Ash en el otro,
ambos hombres mirándome como un experimento de laboratorio.
—Interesante. Mi toque no hizo nada. —Ash inclinó su cabeza, su
lengua se deslizó sobre su labio—. Pero supongo que tiene sentido.
—¿Qué tiene sentido? —El agarre de Warwick sobre mí se sentía
como si la energía y el equilibrio se bombearan en mis venas,
despejando la enfermedad y la oscuridad, estabilizando mis piernas.
—Que solo tu toque la proteja. Ustedes son los escudos y las
espadas del otro.
—Maldito infierno, Ash —gruñó Warwick—. Deja de hablar en
acertijos con tu mierda de woo-woo. Sólo dilo.
—Pueden quitarse el dolor el uno al otro o al menos disminuirlo.
Compartirlo. Esto… —Asintió con la cabeza hacia donde Warwick me
tocó—, es el mismo tipo de cosa. —Ash volvió la cabeza hacia mí—.
¿Qué está pasando cuando te suelta?
Tragué, sabiendo de nuevo a dónde iba. —Me atacan… — dije en
voz baja.
—¿Los espíritus? —la pregunta de Ash no era una en absoluto.
Todos lo sabíamos.
—Sí. —Tragué saliva de nuevo—. Hay muchos de ellos. Puedo
oírlos, sentirlos, tratando de alcanzarme. —Negué con la cabeza—. Pero
esto nunca me había pasado antes. He estado en cementerios y alrededor
de muertos, pero nunca los había sentido así.
—Esos fueron… ¿qué?, ¿tal vez una docena en un cementerio? —
Ash resopló—. Esta pequeña iglesia tiene más de cuarenta mil huesos en
un espacio confinado, sin contar el cementerio exterior. —Bajó la voz—.
Yo también puedo sentir su energía. Las hadas de los árboles pueden
sentir la vida y la muerte en todo. No creo que estén tratando de atacarte,
sino que se sienten atraídos por ti... polillas a las llamas... como todos
nosotros.
Un ruido salió de la garganta de Warwick, su mirada severa en Ash.
—Cálmate, grandullón. —Ash resopló divertido ante su amigo,
volviendo su atención hacia mí—. No creo que tengan intención de
hacerte daño. Pero que se te acerquen tantos a la vez puede resultar
abrumador.
—¿Cómo lo detengo? —balbuceé.
—No creo que puedas detenerlo —Ash se mordió el labio—. Tienes
que controlar y dictar la forma en que interactúan contigo. Muéstrales
quién está a cargo.
—¿A cargo? ¿Dictar? —Negué con la cabeza—. ¿Qué quieres
decir?
—Piensa en ellos como un salón de clases lleno de estudiantes
desobedientes que necesitan un maestro fuerte que los ponga en línea.
Para comprender sus límites.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué nunca antes había escuchado o sentido
fantasmas?
—Una vez más, no tengo una respuesta para eso, pero me pregunto
si algo se despertó cuando ustedes dos se conocieron. Quiero decir, todo
esto empezó entonces, ¿verdad? —Ash miró entre nosotros.
Todo nos remontaba a cuando Warwick y yo nos conocimos; las
cosas empezaron a cambiar después de eso. Estaba solidificando el
vínculo que nos unía, lo quisiéramos o no.
—Cualquiera sea la razón, no cambia el hecho que se sientan
atraídos por ti. Tienes que asegurarte de que sepan que eres el jefe.
—¿Qué tal si dejo este lugar? —Hice un gesto con mi brazo libre.
—Podrías, pero no creo que desaparezca. Si la muerte se siente
atraída por ti, entonces debes comenzar a aprender a manejarla. El
Bloque del Este es un gran cementerio. —Ash arqueó la ceja hacia
donde Warwick me tocó—. Y dudo que quieras depender de él cada vez
que ocurra.
Depender. Ash dijo la palabra clave, golpeando mi mente con total
claridad y determinación. Joder no, no quería.
—¿Qué debo hacer? —Levanté la barbilla.
—Tienes que enfrentarte a ellos. Con su ayuda al principio. —
Asintió con la cabeza hacia donde Warwick me tocó—. En intervalos
hasta que entiendan que eres dominante. Que tienes el control.
—¿Él? —Entrecerré los ojos—. ¿Por qué no puedes ayudarme tú?
—Porque no puedo ayudarte a bloquearlos como él lo hace. Ustedes
dos están conectados. —Dio un paso atrás—. Además, necesito volver a
Budapest.
—¿Qué? —La confusión arrugó mi rostro—. ¿Por qué?
—¿Qué diablos quieres decir con que vas a volver a Budapest? —
Warwick gruñó, sus dedos pellizcando mis codos.
—Bueno, la razón por la que los traje aquí… —Ash hizo una
pausa—. Antes de distraernos con el tema de los muertos clamando por
ella. Tuve una idea... —Ash se frotó el pecho distraídamente—. Puede
que ni siquiera funcione. ¿Pero recuerdas cómo tu tío dijo que el néctar
desapareció y nadie sabe dónde está ni qué le pasó?
—Sí —dije lentamente, observando a Ash de cerca, sintiendo
punzadas de nerviosismo.
—Hay algo que podría... —Sus ojos verdes como el musgo se
encontraron con los míos, una pequeña sonrisa insinuando su labio—.
Podría decirnos.
—Te refieres a... —No sabía si el terror o la excitación burbujeaba
en mi estómago.
—El libro de los faes. —Ash bajó la cabeza, su voz bajó mientras
miraba a su alrededor, tratando de ver si alguien se había acercado a
nosotros.
—¿Crees que lo sabría? —Warwick se movió sobre sus pies,
volviéndose más hacia Ash, su mano firmemente sobre mí—. ¿Te lo
mostraría?
—Lo sabe todo. El problema es... si está dispuesto a compartir esta
información. Pensé que podría mostrárselo a ella. —Ash me inclinó la
cabeza—. Vale la pena intentarlo, ¿no crees? —La voz susurrada de Ash
se elevó levemente—. Si la gente vuelve a buscarlo, imagínense si
cayera en las manos equivocadas. Si este néctar es todo lo que dicen que
es, sería tan deseado como los tesoros de Tuatha Dé Danann.
Especialmente para los humanos. La gente mataría por esto. Empezarían
guerras por esto.
Warwick se dio la vuelta, mirando a Ash con el ceño fruncido y
sacudiendo la cabeza.
Había oído hablar de los cuatro tesoros de Tuatha Dé Danann, otro
nombre del Otro Mundo: una espada, un caldero, una lanza y una piedra.
Los tesoros fueron tratados como objetos sagrados. Casi nunca se
hablaba de ellos. Susurrados en rincones oscuros como historias de
fantasmas aterradoras.
Era el folclore antiguo de los faes. Los altos Druidas fabricaron
cuatro tesoros para los reyes faes como obsequios. Desafortunadamente,
cualquier cosa con tanto poder tendía a convertir a las personas en
monstruos, generando poder, codicia y muerte. Los Druidas separaron
los tesoros y los escondieron de los faes. La Reina Aneira más tarde
masacró a casi todos los Druidas por su secreto. Alrededor de la época
de la guerra de los faes, se rumoreaba que se habían encontrado algunas
piezas y que la Reina Aneira en realidad fue asesinada por el gobernante
actual, la Reina Kennedy, una Druida, usando la espada de Nuada, que
aún provocaba odio. Supongo que muchos pensaron que la sobrina de
Aneira, “la gobernante legítima”, debería haber sido reina.
Se decía que los tesoros habían sido destruidos, mientras que otros
pensaban que estaban ocultos de nuevo, todavía por descubrir. Al igual
que el néctar, el equivalente humano a la fuente de la juventud. Uno que
destruiría si cayera en las manos equivocadas.
—Si me voy ahora, podría estar de regreso en un día. —La voz de
Ash me atrajo hacia él.
—Espera… ¿qué? —Me froté la frente—. ¿Lo dejaste en tu casa?
—Está bien protegido. No es como si cargara un peso tan grande
donde cualquiera pudiera quitármelo —respondió Ash.
—Exactamente. Con las puertas fae, las carreteras en mal estado y
las pandillas cazando en la autopista... —Warwick negó con la cabeza—
. Es demasiado peligroso para hacerlo solo. Casi te chocas contra la
puerta de los faes en el camino hacia aquí.
Antes que el Otro Mundo y la Tierra se unieran, las puertas de los
fae todavía estaban aquí en lugares específicos. Eran más fácilmente
accesibles en días como Samhain, cuando las capas entre los mundos
eran más delgadas. Pero cuando los dos mundos se fusionaron, causó
miles de rendijas en la atmósfera, creando puertas por todas partes.
Todavía tenía que ver una, pero perdimos gente con ellas todo el tiempo.
Eran invisibles a los ojos humanos y fáciles de entrar por accidente, la
persona a la que nunca se volvería a ver, perdida en el laberinto sin fin.
Se decía que eran como agujeros negros, e incluso los fae desaparecían
en ellos.
—No te preocupes, mamá. —Ash le dio un codazo en el hombro a
Warwick—. Estaré bien. Será un viaje rápido. Y sabes que vale la pena
intentarlo. —Ash levantó su hombro—. En realidad, será mejor sin ti.
Eres como un letrero de neón gigante. —Todos sabíamos que Ash estaba
diciendo mierda. Aunque Warwick era una bestia, era rápido, mortal y lo
suficientemente intimidante como para que las pandillas cuestionaran su
ataque—. No es que no te haya salvado el culo una o dos veces.
Warwick inclinó la cabeza hacia un lado.
—Vamos, tenía que haber al menos una vez. —Ash bufó, ya
alejándose de nosotros—. Además, hombre, estás un poco atrapado aquí
por el momento. —Nos guiñó un ojo—. Tal vez sea un buen momento
para arreglar tu mierda.
—Ash... —Warwick advirtió, comenzando a caminar hacia él,
arrastrándome con él.
Ash sonrió más ampliamente, saludándonos antes de subir corriendo
la docena de escalones y salir por la puerta de la iglesia, desapareciendo
en la noche.
—¡Ash! —Warwick gritó, pero solo el silencio respondió hasta que
escuchamos que encendía el motor de una motocicleta, el sonido
retumbando—. ¡Estúpido imbécil!
Se pasó la mano libre por el cabello. Estaba abajo y colgaba
holgadamente alrededor de su cara. Sus ojos aguamarina se elevaron
hasta que se encontraron con los míos.
El aire cambió en la habitación al darnos cuenta que estábamos
solos, sin un amortiguador y sin una amenaza inmediata con la que
lidiar.
Solo nosotros.
Cada pared se estrelló entre nosotros, empujándonos lo más lejos
que podíamos estar el uno del otro y seguir tocándonos.
Resentimiento. Ira. Odio. Deseo.
Y una conexión no deseada.
Tenía mucho que decir, pero nada salía de mi boca. No le pediría su
ayuda para lidiar con los fantasmas. No le pediría nada.
Un gruñido resonó en la garganta de Warwick. Me atrajo hacia
adentro, apretando la mandíbula.
—¿Qué? —escupí.
—Se suponía que te quedarías en la puta casa con Ash. —Apretó
los dientes—. ¿Era tan jodidamente difícil?
—¿Perdona? —Mis hombros se levantaron, alejándome.
—Me escuchaste. —Recuperó el espacio entre nosotros, usando su
altura para cernirse sobre mí—. Pero incluso eso parece que no puedes
hacer.
—Porque yo no recibo órdenes tuyas —le respondí con desprecio—
. No te atrevas a tratarme como si fuera una mujer indefensa que se
doblegará a tu voluntad, batirá sus pestañas y se desmayará. Si eso es lo
que quieres, estás mirando a la chica equivocada, idiota misógino.
—Maldito infierno, mujer. —Se pellizcó la nariz, un gruñido
rodando por debajo—. Esto no tiene nada que ver con el hecho de que
seas mujer. Los faes no creen que las mujeres sean menos; las mujeres
faes son guerreras brutales. Pensamos en los humanos como menos.
—Viniendo de un tipo que es mitad humano.
Él gruñó, la molestia hizo rodar su cabeza hacia atrás. —Le pediría
a cualquiera que estuviera siendo perseguido por varios grupos que se
quedara malditamente adentro.
—No estoy segura de por qué te importa una mierda. —Odié cómo
la amargura y los celos brotaron en mi tono—. Te veías perfectamente
contento. Ella es hermosa ... y él se parece a ti, por cierto. ¿Pensé que
estabas en contra del matrimonio?
—¿Quién dijo que estaba casado?
—Ahhh... ¿entonces ella es una mujer a la que dejaste embarazada y
abandonaste, para que puedas ser libre de follar con todo lo demás?
La mandíbula de Warwick se crispó, la ira se apoderó de él con
tanta intensidad, luego se quedó quieto. Cualquier persona normal
estaría aterrorizada, pero seguí pinchándolo.
—¿Fueron ellos por los que me entregaste a Killian? —Traté de
mantener mi voz firme. Indiferente—. Por tu hijo y... ¿cómo la
llamarías? —No sabía lo que ella era para él, excepto que lo miraba
como si él fuera su mundo entero.
Me empujó hacia él, nuestros cuerpos completamente alineados, la
descarga de adrenalina zumbando por mis venas.
—No tienes ni puta idea de lo que estás hablando —gruñó, la furia
se disparó en sus rasgos—. Así que, por una vez, haz lo que te digo y
cállate.
Mis párpados bajaron ante su demanda. Una oscura sonrisa se
insinuó en mis labios mientras me ponía de puntillas, mis labios rozando
la punta de su oreja. Podía sentirlo inhalar, sus dedos presionando más
fuerte en mi brazo.
Mordí su piel, mi aliento pesado en su oído. Sentí su deseo curvarse
a mi alrededor, haciendo que mis labios se crisparan.
Mi aliento rastrilló su cuello. —No. —Di un paso atrás, mi yo
fantasma estaba golpeando un puño en su abdomen con toda la fuerza
que pude reunir, usando la suya también.
Su espalda se curvó, sus pulmones se succionaron ante el repentino
asalto, los dedos se alejaron de mí.
Liberándome.
—Buenas noches. —Los espíritus vinieron por mí
instantáneamente, así que no lo dudé. Al darme la vuelta, mis piernas se
tambalearon, mi cabeza latía con fuerza, pero me abrí paso,
apresurándome a bajar las escaleras, deslizándome hacia el búnker y
alejándome de Warwick y los fantasmas de la Iglesia de los Huesos.
Hice todo el camino de regreso a mi habitación. El vértigo de
alejarme de él me hizo tropezar a través de la puerta en la pequeña
habitación silenciosa, y cerré la puerta detrás de mí.
Opie y Bitzy no estaban por ningún lado, lo que me preocupó.
Esperaba que no hicieran travesuras aquí. Ya estaba caminando por una
delgada línea.
Por un momento, creí que estaba a salvo.
Estúpida.
La cerradura se rompió como si fuera de plástico, y la delgada
puerta de metal se abrió, golpeando la pared con un estruendo, mi
corazón saltó a mis pulmones mientras giraba. El musculoso cuerpo de
Warwick se abalanzó hacia mí, rodó hacia adelante, la furia se erizó
sobre él.
¡Mierda! Manteniéndome firme, sentí que mi propia ira aumentaba,
mis defensas apilando mis vértebras.
—¿Qué diablos, Kovacs? —gruñó, sin detenerse, empujándome
contra la pared.
—¿Qué? —Levanté la barbilla y le devolví la mirada—. Dije
buenas noches, ¿no?
Su mandíbula se apretó mientras golpeaba su palma al lado de mi
cabeza. —Puedes meterte tus buenas noches por el culo.
—¿Cuál es tu puto problema?
—¿Quieres saber cuál es mi problema? —gruñó, inclinándose hacia
mí—. Tú malditamente desapareces de mí. Ash y yo pensamos que
habías sido secuestrada... siendo torturada. Me dejaste fuera, Kovacs. No
podía alcanzarte —escupió—. Y cuando lo hago, cien soldados con
armas de fuego te están atacando en una estación de tren con tu nuevo
novio.
—Es lindo, ¿eh? —le respondí con desprecio. No necesitaba saber
que Luk preferiría dormir con él que conmigo.
Resopló burlonamente, su otra mano me inmovilizó contra la pared,
encerrándome.
—No me importa una mierda a quién te folles, princesa. —Se
inclinó hasta que su boca estuvo apenas a una pulgada de la mía—.
¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No tienes efecto en mí.
—¿En serio? —Levanté una ceja, mis manos permanecieron a mis
costados mientras las fantasmales se deslizaban por su pecho debajo de
su ropa, trazando sus abdominales increíblemente rasgados hasta que
llegué a su profunda línea en V. Sus músculos se flexionaron y tensaron
bajo mi toque, su polla presionando contra la tela de sus pantalones.
—Sí, parece que te disgusto.
—Detente —gruñó, la ira estalló en él.
—Detenme —lo desafié, mi pulgar imaginario rozando la cabeza de
su polla, capaz de sentir el pre-semen, cálido en las yemas de mis dedos.
Aspiré, sintiendo el calor palpitante de él, la suavidad de su piel. La
yema de mi dedo recorrió la vena palpitante a lo largo de su polla,
provocando que se contrajera y se endureciera. El deseo me inundó, me
cortó la respiración, el juego me dio la vuelta. Se suponía que debía estar
jugando con él, pero la necesidad endureció mis pezones y rasgó entre
mis piernas como un latido.
Inhaló bruscamente. —Kovacs —gruñó en voz baja, lleno de
advertencia, pero no hizo un movimiento ni bloqueó mi toque—. Dije.
Detente.
—Y dije que me detengas. —Sin moverme, mis manos invisibles se
envolvieron alrededor de él, un gemido salió de su pecho. Mi mente
seguía recordándome que él tenía una familia, que debía hacer lo
correcto, pero no parecía importarme.
Con la columna clavada en la pared, lo miré desafiante mientras
alcanzaba nuestra conexión.
Se sacudió cuando mi lengua fantasma trazó su polla, siguiendo la
vena, sintiendo su pulso. Un gruñido bajo se elevó en su pecho cuando
probé su parte superior, la salinidad explotó en mi lengua real.
—Joder. —Sus manos se cerraron en puños junto a mi cabeza, su
voz era ronca.
—¿Por qué estás aquí? ¿Por qué has venido hasta aquí para
encontrarme? —le pregunté mientras el otro yo lamía el otro lado de su
polla, jugando con él—. ¿Por qué molestarse? No sientes nada por mí,
¿verdad?
Gruñó, sus hombros rodando, sus músculos tratando de bloquearse y
no responder a lo que estaba haciendo.
Dentro de mi cabeza, clavé mis uñas en su culo, tirando de él, mis
labios se deslizaron sobre él, llevándolo a mi boca.
—Jodeeeeeeeer. —Un bufido salió de su nariz, su pecho jadeando
en busca de aire, sus dientes rechinando juntos—. Ko-vacs.
—Te vi con ellos. —Mientras hablaba, todavía podía sentirlo en mi
boca, sentir cada pulso de su enorme tamaño. La humedad se filtró de
mí, la necesidad atravesando cada nervio, haciendo girar mi cabeza. Lo
que solo me cabreó. Se suponía que yo tenía el control.
—Tienes una familia, un hijo —me burlé, la ira subiendo a mis
huesos—. Entonces, ¿por qué te importa lo que me suceda o has venido
hasta aquí para encontrarme? No tomo los segundos de nadie.
—Viniendo de la chica cuya boca está envuelta alrededor de mi
polla en este momento. —Su mano se hundió en la parte posterior de mi
cabeza, tirando hacia atrás con brusquedad, aumentando el dolor y el
placer, su otra mano apretando alrededor de mi garganta.
—No voy a hacer nada —me burlé, usando la excusa que usó
conmigo mientras lo chupaba más fuerte, un sonido gutural subiendo por
su garganta—. Solo estoy parada aquí.
—¿De verdad? —Sus dedos se clavaron en mi garganta. Empujó sus
caderas hacia adelante con un gruñido, sus dedos fantasmas empujando
mi cabeza hacia abajo crudamente, forzando más de su enorme tamaño a
bajar por mi garganta. Incluso en mi mente, podía sentir que me
ahogaba, mis ojos llorosos, incapaz de soportarlo todo. Corté la
conexión, la furia arrugando mi nariz.
Una sonrisa maliciosa insinuó su boca, sabiendo que ganó. —No
puedes tener mi polla en tu garganta y tomar el terreno moralmente
superior. No te queda bien. Te conozco, Kovacs, eres retorcida y jodida;
deja de fingir ser una buena chica. Ambos sabemos que no lo eres.
—Jódete —gruñí, moviéndome contra su agarre.
—No te recuperarías de eso.
—Quítate de encima. —Empujé su pecho, sin moverlo ni un
centímetro.
—Se honesta. Tener una familia no te impedirá follarme ahora
mismo.
La admisión de quiénes eran me cortó como un cuchillo.
Él tiene un niño. ¿Una mujer a la que ama? Dioses, Brex, ¿qué
están haciendo?
Recordando la pelea en la estación de tren, usando su energía,
golpeé mis palmas contra su pecho. Con la sensación de él deslizándose,
lamiendo mis nervios y bombeando mis músculos con adrenalina, le di
la vuelta. Su cuerpo tropezó hacia atrás, chocando con una pared.
Sin dudarlo, corrí hacia la puerta, mi mano tocando el pomo de
metal.
Un grito ahogado salió de mi garganta, sus brazos rodearon mi
cintura, mi cuerpo se echó hacia atrás, estrellándose contra el colchón.
—¡Maldito infierno! —Warwick trepó por encima de mí,
sujetándome los brazos a la cama, la pequeña cama gimiendo bajo
nuestro peso—. Eres la persona más exasperante que he conocido.
—¡Igual que tú! —Me golpeé contra su agarre cuando se vio
obligado a poner más peso sobre mí—. ¡Suéltame!
—Deja de moverte —gimió, presionándome con más fuerza—.
Como si no estuviera lo suficientemente duro.
—¡Bien! Espero que se rompa. —Seguí retorciéndome y peleando
con él, su peso empujaba mi pecho, su erección frotándose contra mí,
hundiendo mis dientes en mi labio inferior—. Probablemente es lo único
que a tu compañera le gusta de ti.
—¿Quieres saber cómo hago gritar a mi compañera? —Hizo
hincapié en la palabra, haciéndome estremecer como si me hubieran
azotado. Era una tortura, dolorosa, pero tampoco pude ocultar el hecho
de que parecía excitarme. ¿Qué demonios me pasa? —. ¿Quieres saber
lo bien que me la follo? —Me aplastó, mis pestañas revolotearon, mis
mejillas enrojecieron de necesidad. Sus manos estaban bloqueadas en
mis muñecas, pero también podía sentir los dedos bajar por mi garganta,
rozando mis pezones. Los dientes mordisquearon la parte interna del
muslo, una lengua subió y se detuvo justo en mis pliegues.
Un gemido se atascó en mi garganta, mis caderas se levantaron sin
mi permiso.
Doliendo.
Desesperadas.
—¿Qué tan salvaje se pone cuando le lamo el coño? —La sensación
de su lengua deslizándose a través de mí hizo rodar mis ojos hacia atrás,
haciéndome sentir cada parte del animal salvaje que estaba describiendo.
—Cómo su coño se aprieta alrededor de mi polla, su cuerpo se
contrae, gritando como una banshee mientras se corre...
Contra mi voluntad, mi boca se abrió, mis pulmones tomaron aire.
—¿Quieres eso, Kovacs?
Joder, sí.
—No —gruñí—. Puede que no tengas moral ni te preocupes por tu
familia, pero yo me respeto más que eso.
—Eres una maldita mentirosa —resopló, moviendo las caderas
mientras me arrastraba. Era como si pudiera sentirlo desnudo, su polla
deslizándose a través de mí. Mi espalda se arqueó, respondiendo con
doloroso deseo mientras me empujaba para encontrarlo, mostrando la
patética hipócrita que era—. Te importa una mierda la moral; eres tan
oscura y depravada como yo. Simplemente no te lo has admitido
todavía.
La sensación de su lengua me cortó profundamente. Oh. Dioses.
—Por favor... —rogué, sin saber por qué estaba rogando: que parara
o siguiera adelante.
Gruñó, rodando hacia mí de nuevo destrozando un violento
escalofrío en mi columna.
Sin hacer nada más que sujetarme a la cama y hacer rodar sus
caderas contra mí completamente vestida, me sentí consumida. Cada
nervio ardía; cada centímetro de mi piel palpitaba. Me incineró por
dentro y por fuera. Estaba en todas partes. Robando mi mente, cuerpo y
alma.
Y no quería nada más que él me acabara. Que quemara cada última
pieza hasta el suelo.
Nuestros ojos se encontraron.
No podía moverme ni hablar, su boca apenas estaba a un suspiro de
la mía.
Su pecho subía y bajaba, sus ojos siguieron los míos. El deseo asaltó
cada molécula, lamiendo y acariciando el aire con ruina.
Algo en lo más profundo de mí vibraba con vida. Con la muerte.
Los dos bandos dando vueltas y arremetiendo en una batalla sin fin.
Quería que me besara. Que empujara dentro de mí tan
profundamente que no habría principio ni fin.
Bajó su boca, el calor de sus labios rozó los míos.
Anhelaba tomar todo como lo hice el otro día. En lugar de que mi
sombra tocara su cuerpo, me sumergí debajo, rozando su mente, su alma,
buscando su verdad.
Apenas me deslicé debajo de su piel cuando sentí que la energía
golpeaba de nuevo dentro de mí, envolviéndome.
Dolor alucinante.
Placer cegador.
Íntimo. Crudo. Me rompió en una sola pizca de existencia, como si
fuera alcanzada por un rayo. El poder nos infundió, cegador, doloroso,
pero me llenó tanto que sólo la más profunda y cruda pasión carnal
golpeó y desgarró a través de mí.
Un aullido resonó en la habitación al mismo tiempo que un grito se
escapó de mis labios, la energía penetró y serpenteó a nuestro alrededor,
y rápidamente me retiré, las emociones extremas abrumaron todos los
sentidos.
—¡Mierda! —gritó, alejándose de mí con un gruñido, sus párpados
cayeron sobre mí como si fuera un demonio—. ¿Qué diablos fue eso?
Mi respiración estaba entrecortada. Me preguntaba lo mismo. —No
lo sé.
Me miró fijamente, con el pecho agitado. —No lo vuelvas a hacer
nunca más —dijo con voz ronca, la furia y el disgusto le curvaron el
labio.
—No te preocupes. —Sentándome, mi labio se levantó—. No lo
haré. No quiero tener nada que ver contigo.
—Bien —espetó, sus hombros aún se alzaban—. Mantengámoslo de
esa manera.
Se giró abruptamente, golpeando la puerta, dejándome jadeando,
caliente, asustada y rechazada.
Lo que me convirtió en una perra muy cabreada.
El sueño me abandonó, dejándome en la tierra fría y dura de mis
pensamientos.
Dando vueltas y vueltas, busqué un alivio una y otra vez, solo para
terminar aún más inquieta y malhumorada. Mi cabeza se llenó con todo
lo que había estado sucediendo, aunque una cosa parecía dominarla, una
persona, pero estaba tratando con todas mis fuerzas de no reconocer el
espacio interminable que estaba ocupando en mi mente.
Me di por vencida alrededor de las tres de la mañana. Encendí mi
lámpara y me senté, abrazando mis brazos alrededor de mis piernas.
Warwick no era lo único que se agitaba en mi cerebro. También estaba
preocupada por Ash. Preguntándome si ya había vuelto a Budapest, si
estaba bien. Andris, Birdie y especialmente Scorpion daban vueltas
constantemente por mis pensamientos. ¿Estaban a salvo? ¿Encontraron
una nueva base? Andris probablemente se estaba volviendo loco,
pensando que me había pasado algo horrible.
La única persona que sabría que al menos estaba viva era Scorpion.
Exhalé, apoyé la cabeza contra la pared, cerré los párpados e intenté
acercarme a él. La conexión todavía estaba allí, lo que me dijo que
estaba vivo, pero en realidad no podía verlo ni proyectarme hacia donde
estaba. Nuestra conexión no era fuerte.
¿Era porque estaba enterrada debajo de miles de espíritus
chupadores de energía? Tampoco pude comunicarme con Warwick
cuando estuve aquí antes. Solo cuando estaba lejos en la estación de tren
pudo encontrarme.
Lo que aterrizó en el gran problema que realmente me molestaba:
atraía a los muertos. Había devuelto a algunos a la vida.
¿Quién diablos podría hacer eso? Ni siquiera los faes podrían,
excepto un alto Druida / oscuro, y solo podían traerlos de vuelta a la
mitad. Donde estaban vivos pero viviendo vidas a medias. Cascarones.
Almas torturadas que no estaban ni vivas ni muertas. Y la teoría de que
los nigromantes trajeron a la gente de entre los muertos fue ligeramente
malinterpretada; simplemente reanimaron esqueletos. No quedaba alma
ni nada.
Druida o nigromante, todas sus víctimas eran zombis.
Warwick y Scorpion no eran ninguno. Y yo no era un Druida ni un
nigromante.
Entonces, ¿qué diablos era?
Frotándome la cara, sentí el impulso de subir las escaleras. Como si
los fantasmas me estuvieran llamando para que fuera a jugar. Ash dijo
que necesitaba desafiarlos. Tomar el control. La curiosidad de hablar
con ellos hervía a fuego lento bajo mi piel. ¿Podría comunicarme
completamente con ellos? ¿Y si pudieran decirme lo que soy?
—A la mierda. —Aparté las mantas, me vestí rápidamente con una
camiseta sin mangas, pantalones cargo y botas, y me recogí el cabello en
una cola de caballo antes de aventurarme a salir.
Los pasillos estaban en silencio, la mayoría de los humanos
dormidos profundamente, y muchos faes probablemente estaban
“cazando” para alimentarse, lo que generalmente significaba humanos
de alguna forma. Los faes se alimentaban principalmente del sexo, las
emociones o los pecados humanos para obtener energía. La pirámide
alimenticia humana / fae estaba lejos de ser perfecta, pero ya no veía a
cada fae como el diablo ahora. Solo estaban tratando de sobrevivir como
todos los demás.
Subiendo los tramos de escaleras, el peso de cada alma comenzó a
empujarme hacia abajo. Esta vez entendí por qué estaba tan cansada y
con náuseas cuando me acerqué a la superficie. Podían sentirme y me
alcanzaron a través de la capa de tierra que nos separaba.
Dando los últimos pasos, me arrastré fuera de la cripta y entré en la
Iglesia de los Huesos. En el momento en que lo hice, los espíritus
vinieron por mí, corriendo hacia mí como una estampida. —¡No! —
ordené—. Deténganse.
Ellos no escucharon.
—¡No! —grité de nuevo. Mis músculos comenzaron a temblar, la
oscuridad se filtró en mi visión, mis dientes se apretaron—. ¡Vuelvan!
Más y más vinieron, los espíritus rozando mi piel, sus voces
uniéndose como el siseo de la estática hasta que golpeó en mi cabeza.
Un grito ahogado salió de mis labios.
—¡Dije alto! —grité, mi espalda se curvó, el vómito subió por mi
garganta. Caí al suelo, tratando con todas mis fuerzas de protegerme,
pero mi energía continuó drenándose rápidamente.
Mi instinto sabía que no tenían la intención de lastimarme, pero
había tantos. Estaban arrancando pedazos de mi vida, succionándome
todo.
Con total claridad, entendí que esto fue lo que le hice a Warwick el
otro día, tomando su energía. Si la conexión no se hubiera cortado, ¿me
habría detenido? ¿Lo habría matado? Porque sin duda, sentía en mi alma
que esto era lo que estaba pasando ahora.
Dejándome morir porque fui demasiado terca para pedir ayuda.
Mi cara golpeó el suelo de piedra, mis pensamientos conscientes se
desvanecieron.
—¡No! Levántate, princesa. —Una voz profunda me levantó los
párpados y la sombra de Warwick se cernió sobre mí—. ¡Levántate y
pelea!
—No puedo. —Cada hueso se sentía como gelatina. Solo quería
dormir. Para siempre.
—Eso es pura mierda —gruñó—. Tuviste la capacidad y la fuerza
para atravesar el tiempo y el espacio para salvarme, ¿y ahora te vas a
rendir? —Se puso en cuclillas, su ira encendió sus ojos—. ¡Úsame! No
te perderé. No por un montón de fantasmas —gritó—. Ahora lárgate,
sotet démonom. ¡LUCHA!
Se inclinó y tocó mi rostro, y sentí su fuerza llenándome, dándome
fuerza.
Mis párpados se abrieron de golpe, un jadeo salió de mi garganta. El
poder bajó por mi columna y me senté, la energía explotó. La iglesia
oscura estalló con luz, crepitando como un rayo, exponiendo el revoltijo
de fantasmas que me rodeaban en las sombras. Sin rostros ni siquiera
cuerpos, pero su presencia, su necesidad de mí, empañaba el aire.
—¡Vuelvan. Atrás! —la orden resonó en mi pecho. Fue como si
estallara una bomba. Los espíritus volaron de regreso, las voces en mi
cabeza se quedaron en silencio. La energía se descargó de mí, crujiendo
el aire, retumbando como un trueno, mientras me ponía de pie, mis
hombros rodando hacia atrás—. ¡Ahora!
»—No me tocan ni me quitan la energía a menos que sean invitados.
—La fuerza de mi voz los hizo retroceder más—. ¿Lo. Entendieron?
Me sentí como si lo hicieran. Una conexión con ellos se instaló
profundamente en mis huesos. Sabían quién era el alfa.
Fue como un interruptor, la extraña luz se desvaneció. Mi cuerpo se
hundió, inhalando profundamente, mis manos se posaron en mis rodillas.
¿Qué diablos acaba de pasar?
Un ruido cerca de las escaleras hizo girar mi cabeza hacia un lado.
Los ojos de aguamarina me quemaron en la oscuridad. Warwick se paró
en el último escalón, mirándome. La rabia y otra emoción que no pude
captar vibraron de la bestia como un tambor. Su mirada se movió sobre
mi figura, haciendo que cada lugar que tocaba temblara. Entonces sus
ojos se posaron de nuevo en los míos.
Enderezándome, mi barbilla se levantó en un desafío. Una amenaza
tácita. Desafiarlo a ponerme a prueba. Tampoco dejaría que me
lastimara ni me quitara más.
—No pretendía tomar de ti.
—No lo hiciste —rugió, su pecho moviéndose hacia arriba y hacia
abajo—. Traté de ayudarte... pero eso fuiste toda tú.
¿Toda yo? ¿Cómo era eso posible?
Tragándome el susto, levanté la cabeza más alto.
—Tú crees que te necesito, pero no es así, Farkas. No necesito a
nadie.
Sus ojos se estrecharon, sus hombros se echaron hacia atrás y un
profundo gruñido retumbó en su garganta. Esa fue la única advertencia
que recibí. Se precipitó hacia mí como un tren, la furia surcando su cara.
Como si hubiera sobrevivido a los fantasmas solo para convertirme en su
víctima.
Su muerte.
Su nombre quedó atrapado en mi lengua cuando chocó contra mí.
Sus manos agarraron mis brazos, mi columna se estrelló contra la pared,
su cuerpo presionó contra el mío.
—Lo entendiste todo mal, Kovacs. —La ira y el deseo irrumpieron
en sus ojos cuando un profundo gruñido sacudió la habitación,
rastrillando cada nervio y cada hueso de mi cuerpo—. Somos nosotros
los que te necesitamos.
Sus dedos se enroscaron alrededor de mi cola de caballo, tirando de
mi cabeza hacia atrás con brusquedad. El éxtasis y el dolor
chisporrotearon por mis vértebras. Su mano libre se deslizó por mi
mandíbula, ahuecando la parte de atrás de mi cabeza.
—¿Warwick? —Su nombre salió como una pregunta. Un deseo.
Una súplica.
—Por una vez, princesa, cállate. —Sus manos agarraron mi trasero,
levantándome, mis piernas envolviéndolo.
—Cállame.
Su boca se estrelló contra la mía como una explosión.
Vida. Muerte.
Amor. Odio.
Con solo un beso, todo se encendió, haciéndome darme cuenta que
en realidad no nos habíamos besado antes. La sensación de sus labios
reales sobre los míos fue despiadada y viciosa, haciendo estallar el fuego
y la electricidad en mis nervios.
Puro placer.
Puro dolor.
Francamente salvaje.
La barricada que tratamos de mantener entre nosotros se astilló en
pedazos, bañándonos en llamas al rojo vivo, haciéndome más
desesperada. Mis uñas arañaron su cabello mientras me acercaba más a
él, exigiendo más.
—Joder. —Sus dedos se clavaron en mi cabeza, su lengua se deslizó
y se curvó con la mía, creando un profundo gemido en mi pecho—. ¿Por
qué besarte se siente tan jodidamente bien? —Sus manos se envolvieron
alrededor de mi cuello, inclinando mi cara hacia la suya, sus ojos
ardiendo en los míos.
Hambriento.
Me devoraban y me despedazaban.
Quería cada pedacito de mi destrucción. Y yo sería el suyo.
Mirándolo, me volví a poner de pie. Su pulgar empujó más fuerte en
mi garganta, el pulso coincidiendo con la necesidad latiente en mi coño.
Le desabotoné los pantalones, empujándolos por sus muslos gruesos y
musculosos. Mi cuerpo respondió con desesperación cuando mi mano se
apoderó de su enorme erección.
Mierda. Se sentía cien veces más grande, más caliente y más grueso
en mis manos reales.
En mi mente, mi boca lo cubrió, chupando y lamiendo mientras lo
acariciaba. Sus párpados se agitaron mientras se inclinaba más cerca de
mí. —Kovacs. —Su voz se quebró cuando capturó con avidez mi boca
de nuevo mientras sentía su lengua también deslizarse por mi estómago
hasta mi centro, lamiendo a través de mí. Un grito ahogado brotó de mis
labios.
Tal vez solo necesitábamos sacar esto de nuestro sistema, luego
desaparecería.
—Fóllame, Farkas. Ahora.
Mi demanda fue un detonador. Pasamos de necesitados a viciosos y
frenéticos.
Sus dedos rasgaron mi camiseta por encima de mi cabeza. Nuestros
besos eran frenéticos, del tipo que devastaría y destruiría. Mordió mi
labio inferior, haciendo que mi deseo por él se convirtiera en una furia.
Gruñó, sus manos rompieron la cremallera de mi pantalón mientras
los rasgaba, desnudándome hasta que quedé desnuda. Su mirada brilló
mientras sus ojos y dedos trazaron mis pequeñas curvas.
Entendí. Al diablo con los juegos previos.
La necesidad era tan salvaje que ahogaba el aire. Incluso los
espíritus se agitaban a nuestro alrededor, su energía bombeaba y
aumentaba la electricidad de la habitación. Cargando el aire y silbando.
Desagarrando su camisa y lanzando sus zapatos, me levantó de
nuevo, mis piernas lo rodearon, su polla palpitaba contra mí,
haciéndome más desesperada. Mi cabeza se echó hacia atrás mientras él
besaba mi cuello, mis uñas arañaban su espalda.
Su cálida boca cubrió mi pecho, arqueándome más hacia la pared.
Los huesos moldeados en la piedra se clavaron en mi columna.
Vida y muerte.
Nos marcó.
Nos poseyó.
Nos creó.
Este hombre me consumiría. Devoraría y destruiría.
Me quemaría hasta los cimientos, pero yo me levantaría de las
cenizas y exigiría más.
—Warwick... —gemí cuando su lengua movió mi pezón, sus labios
chupando. Joder, la boca de este hombre por sí sola podría arrasarme.
Estaba en todas partes, imaginario y real, deslizándose por dentro y
por fuera, retorciéndome en nada más que deseo. Mi boca se abrió en un
grito silencioso cuando sus dedos reales se deslizaron dentro y se
enroscaron en mí.
—Joder, princesa —siseó, bombeando más fuerte dentro de mí.
—Dioses... —Mis brazos se envolvieron con más fuerza alrededor
de él, tratando de acabar con el dolor en mi coño, el hambre se estaba
convirtiendo en sufrimiento—. Ahora.
—No voy a ser gentil —gruñó, empujándome contra la pared,
nuestras miradas se encontraron. Su mano presionada contra la pared, la
punta de él insinuando en mi apertura, haciéndome intentar subir más
alto, mis emociones estaban tan sintonizadas que me sentí como una
cuerda a punto de romperse. La necesidad de él era algo que nunca había
experimentado antes, tan intensa que me volví salvaje.
—No te atrevas —me quejé, arañando su piel hasta sacar sangre—.
Creo que sabes que estoy lejos de ser frágil. La muerte ni siquiera quiere
joderme. —Lo miré a los ojos, desafiándolo—. ¿Y tú, Lobo?
Como si hubiera convocado a la bestia, un gruñido animal reverberó
en las paredes, su boca tomando la mía, su lengua imaginaria
deslizándose por mi cuerpo, chupando mi clítoris, forzando mi pecho a
levantarse.
Con un gruñido, empujó profundamente dentro de mí. Experimenté
cada centímetro de su piel, su alma, su calor, mientras se estrellaba
contra mí.
Oh. Santa. Mierda.
—¡Jodeeeeeer! —Lo escuché gritar mientras el mismo grito salía de
mis pulmones.
Ambos nos quedamos paralizados por la intensidad. Una luz
cegadora y destellos de escenas pasaron por mi mente demasiado rápido
para captarlos. Mi cuerpo estaba abrumado por tanto placer y dolor, las
lágrimas pincharon mis ojos.
El dolor por su tamaño se mezcló con la increíble dicha. Era
demasiado, todos los músculos empezaron a temblar. Podía sentirlo
dentro, creando oleadas de electricidad destrozando los nervios,
arrancando el oxígeno de mis pulmones, como un millar de mini
orgasmos construyéndose juntos.
Había estado con suficientes hombres para saber que esto no era
normal... ni siquiera en nuestra situación anormal.
Una vena sobresalía de su cuello, y podía sentir la misma sangre
bombeando por la vena de su polla, volviéndome aún más delirante. Un
sonido profundo salió de su pecho. Su agarre en mis caderas lastimó mis
huesos mientras empujaba más profundo. Un rugido resonó en las
paredes, su pecho palpitó como si estuviera sintiendo todo lo que yo era.
—Kovacs. —Sus manos fueron a la pared junto a mi cabeza y, por
un momento, sus piernas se hundieron—. ¿Qué carajo? —Su voz era
como grava—. No puedo contenerme.
—No lo hagas —gruñí, necesitando que lo soltara—. Dámelo todo.
Se sumergió tan profundamente que un bramido salió de mis labios.
Él gruñó, tomando mis manos y sujetándolas por encima de mi cabeza.
Me agarré a los huesos que decoraban la pared detrás de mí,
sosteniéndome mientras su boca chupaba mis tetas rebosantes mientras
se hundía más profundamente. Cogiéndome tan fuerte, gemidos que ni
siquiera podía controlar salieron de mis pulmones.
—¡Más duro! —exigí, aunque mi cuerpo ya se sentía como si se
estuviera partiendo por la mitad de la manera más deliciosa e increíble.
Estaba en todas partes. Dentro y fuera. Consumiéndome por completo,
sacándome de la realidad. La sensación de él patinaba sobre cada
centímetro de mi cuerpo, sus dientes mordiendo, su lengua lamiendo, sus
manos tocando. Y lo devolví con fuerza.
Los espíritus zumbaban a nuestro alrededor, produciendo más
electricidad, meciendo el candelabro esquelético. Frenética y
devoradora, la energía que venía de nosotros crepitaba en el aire. Fue
como si me hubieran electrocutado. Jadeando, me resistí contra él,
encontrando su pasión con la mía, su polla palpitando profundamente
dentro de mí. El sonido de él follándome, nuestro éxtasis resonando en
la piedra, incrustado en los huesos.
Los huesos en la pared rasparon y se clavaron en los míos, cortando
mi carne, mi sangre se extendió sobre ellos, convirtiéndose en parte de
mí.
Sentí mi orgasmo raspando y abriéndose camino a través de mi
cuerpo, destrozando lo que quedaba de mí. El tsunami, si me dejaba
caer, me arrasaría. Lo entendía, pero tampoco podía evitarlo.
—No... todavía no —soltó entre dientes, saliendo de mí,
colocándome de nuevo sobre mis pies. Antes que pudiera objetar, me dio
la vuelta, presionando mis pechos contra la pared de huesos,
hundiéndose en mí con tanta fuerza que un gemido ronco me raspó la
garganta.
Su mano envolvió mi cabello, tirando de mi cabeza hacia atrás,
enviándome escalofríos mientras conducía con más fuerza, mi cuerpo
desnudo frotando y manchando los emblemas de la muerte.
Era morboso y perverso, lo que solo lo hacía más erótico.
Había una línea tan delgada entre la vida y la muerte. Muerto y
vivo. Y Warwick y yo pisoteamos esa línea, suspendidos entre ambos.
—¿Te gusta eso, princesa? —gruñó en mi oído mientras me
empujaba contra la pared con más firmeza, frotando mi centro contra un
hueso—. Eres tan jodidamente retorcida y sucia. —Tiró de mi cabeza
hacia un lado, su boca consumió la mía con avidez.
Sentí su lengua por todas partes, moviendo mi clítoris, mientras su
boca reclamaba la mía, mordía más abajo.
—¡Oh dioses! —Un bramido se enroscó en mi columna mientras mi
coño se apretaba a su alrededor, pulsando y tomando.
—¡Szent fasz! —¡Santo cielo! rugió, yendo aún más profundo,
llevándome al olvido.
Como antes, la luz estalló a través de mí, un rayo. La electricidad se
apoderó de cada molécula, rompiendo cada nervio, sacándome de este
mundo.
Luz. Oscuridad.
La vida. Muerte.
Nada. Todo.
De repente, mi cerebro brilló con una imagen de un bebé llorando
cubierto de placenta, el cielo nocturno encendiéndose en colores
vibrantes sobre el bebé, luego cambió a un hombre que yacía inmóvil en
la hierba empapado de sangre. Warwick... sus ojos cerrados, su forma
negra y quemada, su cuello en un ángulo antinatural, el mismo cielo
nocturno crujiendo y brillando sobre él.
Sus ojos se abrieron de golpe y, como en el libro, me miró
directamente.
—Sötét demonom —gruñó, su mano tocando mi cara.
En el momento en que lo hizo, un aullido atronador vino detrás de
mí, devolviéndome a mí misma. Warwick se hundió tan profundamente
que sentí que volvía a caer. Un grito desgarrador se liberó cuando lo
sentí liberarse dentro de mí, mis dedos se curvaron alrededor de los
huesos de las costillas para mantenerme de pie. Cada pulso era caliente y
clamoroso, llegando mucho más profundo que la piel.
Él invadió.
Me invadió y consumió, tocándome mucho más profundo que la
piel. Destruida. Me tomó, me quemó y me arrasó hasta el suelo.
Nunca nada se acercaría a la sensación de él. Mi pecho se agitó con
la destrucción total, la dicha rompiendo todo lo que sabía o había
entendido.
—Joder, princesa —gruñó en mi oído. Pasó mi cabello por encima
de mi hombro, su pecho se movía hacia adentro y hacia afuera contra mi
columna, su respiración patinaba por mi cuello sobre mi piel sudorosa—
. ¿Qué diablos fue eso?
Aún muy dentro de mí, tomó una respiración forzada. Me tomó un
momento darme cuenta que no solo yo estaba temblando.
—No-No lo sé. —Mi voz era cruda, mi mente era un revoltijo de
felicidad y miedo. ¿Qué diablos fue eso?
Dio un paso atrás, saliendo de mí, instantáneamente haciéndome
quererlo de vuelta. Un sentimiento de vacío. Hueco.
Girándome, vi su culo firme caminar hacia su pantalón,
arrebatándolo. Hizo una pausa, inclinándose sobre un soporte que
sostenía calaveras, el candelabro sobre su cabeza todavía se balanceaba.
Tomando una inhalación profunda, sus músculos de la espalda se
flexionaron con cada ingesta.
Sentí su confusión y el miedo que estaba tratando de ocultar y sentí
cada muro que estaba tratando de levantar entre nosotros nuevamente.
—¿Qué diablos eres? —murmuró, más para sí mismo que para mí.
No podía hablar, mi mente y mi cuerpo seguían destrozados.
—Joder, te encendiste. —Se volvió hacia mí con los párpados
entrecerrados, casi acusatorio.
—¿Yo qué?
—Cuando estabas luchando contra los espíritus... —Su mirada
recorrió mi cuerpo desnudo, la sensación de sus dedos rozando mis
caderas y pechos, obligándome a succionar aire—. Era como una
maldita polilla a una llama. —Merodeó hacia mí hasta que sus dedos de
los pies golpearon los míos, con la nariz ensanchada. Su pecho empujó
con furia—. No pude parar —me gruñó—. Soy una leyenda. Un
guerrero. La muerte no puede tocarme... pero no pude luchar contra ti.
—Tal vez estoy muerta —le espeté.
—No. —Su mano apretó la parte de atrás de mi cabeza, separando
nuestros rostros una pulgada. Su pecho rozó mis pezones,
endureciéndolos—. Te sientes como la puta vida. Como aire en mis
pulmones.
Tiró de mí hacia él, su boca encontró la mía, devorándome
salvajemente. Las llamas se dispararon por mi columna, fundiéndome
con él.
Warwick no besaba. Él devoraba. Conquistaba.
Poseía.
Y sabía que nunca tendría suficiente. Sus labios separaron los míos;
su lengua profundizó nuestro beso. Su mano se retorció en mi cabello,
clavándose en mi cuero cabelludo, tirando de mi cola de caballo,
dejando que mi cabello cayera suelto por mi espalda.
—No soy mejor que ellos —murmuró contra mi boca—. Un
demonio... el diablo clamando por drenarte todo. Destruyéndote. —Tiró
de mi labio inferior—. Sin tener nunca lo suficiente.
—Bien. —Mis uñas se arrastraron hasta su culo, atrayéndolo hacia
mí—. Porque no soy tu ángel de la misericordia, Farkas. No estoy bien.
Como dijiste, soy oscura y retorcida. No me importa la moral o el hecho
que tengas una familia. Soy tu demonio oscuro.
Un gruñido vibró en las paredes cuando su boca se apoderó de la
mía, besándome con tanta fuerza que pude sentirlo a través de cada
centímetro de mis huesos. Sus dedos se entrelazaron a través de mis
largos mechones, tirando de mi cabeza para mirarlo.
—Mi familia —gruñó—. Yo haría cualquier cosa por ellos.
Cualquier cosa. Son lo último que me queda en este mundo. —Su agarre
se apretó cuando sintió que intentaba retroceder—. Él es mi sobrino...
esa mujer es mi media hermana.
—¿Qué? ¿Tu media hermana? —Traté de retroceder, pero él me
mantuvo cerca—. ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Tú... tú me dejaste creer
que ella era tu amante!
—Tú fuiste quien corrió con esa idea, acusándome sin siquiera
preguntar.
—¿Por qué no iba a hacerlo? —espeté—. El chico en tus brazos... se
parecía mucho a ti, y ella era tan hermosa y te miraba como si fueras su
universo. —Ahora que lo recuerdo, tenía los mismos rasgos oscuros que
el niño, que Warwick. Mi cerebro lo retorció para ver solo una opción—.
Me traicionaste. Me entregaste a Killian.
—Traicionaría a cualquiera por ellos. —Sus dedos se envolvieron
con más fuerza en mi cabello—. Killian los estaba usando como palanca.
—Los labios de Warwick se levantaron en una mueca—. Me los ocultó
mientras estaba en Halálház, asegurándose que me portara bien.
Espiando para él. —Se inclinó más hacia mí—. Si te cambiaba, él los
dejaría ir, me dejaría libre. Su ubicación estaba en el sobre que me dio
—gruñó, su frente golpeando la mía—. Daría cualquier cosa por ellos.
Yo todavía lo haría.
De hecho, lo entendí. Probablemente yo hubiera hecho lo mismo.
—Mataría, traicionaría o destruiría a cualquiera que los lastimara.
Por la muerte de mi madre juré que me haría cargo de Eliza. Y ahora
Simon. Y, sin embargo, dudé durante tres días, tres jodidos días. Todas
las mañanas iba a encontrarme con Killian, para hacer los arreglos... y
me detenía. Me encontraba dándome la vuelta... —Su mirada quemó en
la mía, su mandíbula tensa—. Por ti.
Mi garganta se apretó, tragando saliva con brusquedad ante su
admisión, la mezcla de ira y pasión se arremolinaba en sus palabras y en
su cara.
Quería enojarme. Odiarlo por lo que me hizo, pero no pude. En todo
caso, su lealtad a su familia hizo que mi corazón se tambaleara sobre sí
mismo, lo que atravesó mi pecho con miedo. “Sacar esto de nuestro
sistema” era una cosa. Enamorarse del mítico Warwick Farkas era otra.
Algo que nunca podía hacer.
No era tan estúpida.
—Bien. —Aclarándome la garganta, aparté la mirada—. Debiste
decírmelo.
—¿Por qué? —Él sonrió pícaramente. Tomando mi mano, la
envolvió alrededor de su creciente erección, su piel caliente palpitando
en mi palma—. Me pone jodidamente duro verte celosa —rugió en mi
oído, haciendo que se me pusiera la piel de gallina. Todavía brillando
conmigo, su polla se puso más dura bajo mi palma, el deseo me arañó de
nuevo. Después del último orgasmo, no pensé que hubiera ninguna
forma en este siglo de que pudiera ir tan pronto.
Warwick pareció demostrarme que estaba equivocada.
—Te odio. —Lo miré, haciéndolo sonreír.
—Saca todo tu odio hacia mí, entonces. —Me enganchó de nuevo a
su cuerpo, mis piernas se envolvieron alrededor de él mientras caía
contra una pared, deslizándose hacia abajo hasta que estuvo sentado, mi
cuerpo a horcajadas sobre el suyo—. Quiero sentir tu coño apretando mi
polla con avidez otra vez, ordeñándola hasta secarla.
Sus palabras contundentes calentaron mis mejillas, despertando mi
cuerpo de nuevo.
Real e imaginario, nos burlamos el uno del otro. Manos tocadas,
labios besados, lenguas lamidas, dedos acariciando cada parche de piel.
—Dioses. —Apretó los dientes mientras lo besaba, mientras
también tomaba su longitud en mi boca, chupando y tarareando.
Profundizando nuestro beso, pude sentir su lengua entre mis piernas,
robándome el aliento.
—Kovacs —gruñó.
Levanté mis caderas, deslizándome lentamente por él, su tamaño me
llenó hasta el punto de la tortura, sacudiendo mis nervios con deseo.
Ambos nos detuvimos con una fuerte inhalación.
Mi cabeza cayó hacia atrás, mis párpados revoloteando. Nunca nada
se había sentido tan bien, obligándome a caminar por la línea de la
cordura.
Sus caderas se levantaron, golpeando un lugar diferente dentro de
mí, forzando un jadeo ronco de mis pulmones.
—¡Kibaszott pokolba! —¡Maldito infierno! Sus dedos agarraron mis
caderas mientras lo montaba con más fuerza, golpeando aún más
profundo que antes, la presencia del hombre llenando cada centímetro de
mí. Obsesionante. Inminente. No podía esconderme ni correr. Estaba en
todas partes y en todo.
Las chispas bailaron a nuestro alrededor, los huesos resonaron.
Nuestro vigor se estrelló contra todas las superficies, rompiendo como
olas, ahogándonos.
Mi clímax se aceleró incluso más rápido que el primero, sabiendo
ahora lo increíble que se sentía, aunque nunca quise detenerme.
—Quiero sentir tu jodido coño apretarse a mi alrededor, Kovacs. —
Sus dedos frotaron el haz de nervios, lanzando un grito de mis
pulmones, cegando mi visión.
Una vez más, las escenas aparecieron detrás de mis párpados. Un
recién nacido llorando, el cielo nocturno explotando con magia sobre el
bebé inquieto cubierto de placenta, la sustancia espesa deslizándose en la
tierra. Las imágenes saltaron a Warwick muerto en el campo, la guerra a
su alrededor, yo sobre él.
Sus ojos se abrieron de golpe, jadeando de vida. —Sötét demonom.
Mi visión retrocedió. Los ojos de aguamarina miraron fijamente a
los míos, los mismos de esa noche. Nuestros cuerpos estaban demasiado
cerca de la felicidad para detenerse, pero podía verlo en sus ojos, la
forma en que me miraba con confusión y asombro.
Él había visto lo mismo que yo.
Una y otra vez, se estrelló contra mí. El sudor corría entre mis
pechos, su lengua atrapó las gotas antes de arrojarme sobre mi espalda,
empujando mis rodillas y follándome con brutal ferocidad. Los
esqueletos tintinearon y traquetearon cuando nuestra energía llenó la
pequeña habitación.
Mis gritos aumentaron cuando sentí que empezaba a perder el
control.
—Ahora, mi demonio oscuro —ordenó—. Joder, córrete por mí.
Mi cuerpo se hizo añicos de nuevo a pedido, agarrándome
intensamente a su alrededor, y estallé en polvo de estrellas. Los
relámpagos cosquillearon mi piel y giraron sobre mis nervios. Explotó
dentro de mí, gritando fuerte, provocando otro clímax dentro de mí.
Mi mente se desmayó, olvidándome de respirar, las uñas clavándose
y arañando su espalda. Lo sentí latir en mí mientras mi cuerpo seguía
apretándolo como un tornillo de banco. Cayó encima de mí con un
gemido.
Ambos nos quedamos congelados mientras bajamos, respirando con
dificultad y jadeando.
—Santa mierda —susurré, aturdida, ya no era parte de la realidad.
La energía hormigueó y derritió mis músculos, mi mente se hizo añicos.
Todavía podía sentirlo dentro y alrededor de mí.
—Si. —Warwick estalló. Apoyándose en los codos a ambos lados
de mi cabeza, bajó la cabeza y me besó—. Creo que perdí el
conocimiento por un momento. —Me besó de nuevo antes de alejarse de
mí, cayendo de espaldas con un bufido, extendiéndose como si no
pudiera moverse—. Joder, mujer... he estado con humanos, faes y
mixtos... a veces seis a la vez
—¿En serio? —Golpeé su pecho, frunciendo el ceño.
Resopló, agarrando mi mano, su voz baja y ronca. —Digamos que
nunca me he desmayado. Ni siquiera cerca. —Me tiró hacia su costado.
—¿Así que eso no fue sexo normal con una leyenda? —Arqueé una
ceja en una burla.
—Yo no dije eso. —Sonrió descaradamente—. Pero nadie ha
podido seguir el ritmo o desafiarme. —Su garganta vibró—. Por eso
siempre he necesitado tantos.
—¿Estás diciendo que el pequeño viejo yo fue suficiente para
complacer al gran Warwick Farkas?
Su cuerpo se acurrucó sobre el mío, sus labios reclamaron los míos.
—Sea lo que sea que seas... hiciste más que eso.
Sea lo que sea que seas.
—¿Qué soy? —Mis dientes mordieron mi labio.
—No lo sé. —Metiendo un brazo debajo de su cabeza, me miró—.
No eres humana.
Las lágrimas pincharon mis ojos. Ya lo había sabido, pero sintiendo
el poder dentro de mí, la luz...
—Lo sé —dije.
—Pero no eres un fae.
Una vez más, de alguna manera lo supe. Pero si no era humana o
fae, ¿qué diablos podría ser?
—Como yo —soltó, mirando al techo.
Otra cosa que nos une. ¿Éramos la misma nada? Sin auras ni
especies. De pie en un vacío de la tierra de nadie, entre la vida y la
muerte.
El gris.
—Está bien, no puedo soportar más la mierda poscoital. —La voz
de un hombre gruñó desde el otro lado de la iglesia—. Voy a vomitar.
—¡Mierda! —grité. Warwick y yo nos pusimos en pie.
Al otro lado de la pequeña iglesia, un hombre descansaba sobre un
ataúd de piedra, tallando una manzana. Tenía la espalda apoyada contra
la pared, la pernera del pantalón sucio y desgarrado colgaba a un lado.
Volvió la cabeza, el cabello castaño enredado colgaba por su cara
desaliñada, los ojos color avellana deslizándose hacia mí. Su mirada
rodó por mi figura desnuda, una sonrisa levantando un lado de su boca.
—¿Interrumpí algo?
Mi boca se abrió, sorprendida de ver el vínculo con él tan vívido y
real.
—¿Scorpion?
—¿Quién diablos eres? —Warwick me empujó detrás de él,
tratando de ocultar mi figura desnuda, sus palabras tan pesadas y ásperas
que rasparon el suelo.
—¿Quién diablos eres tú? —Scorpion respondió.
—No volveré a preguntar. —Los hombros de Warwick se inflaron,
expandiendo su anchura y altura, moviéndose hacia Scorpion.
—Espera… —Parpadeé, dando un paso alrededor de Warwick, mi
atención entre los hombres—. ¿Ustedes pueden verse?
—¿Qué quieres decir? —Haciendo un gesto hacia él, la furia de
Warwick se disparó hacia mí—. Por supuesto que puedo verlo.
—Significa que… —Scorpion saltó del sarcófago, acercándose,
arrojando la manzana—. No estoy realmente aquí. —Bajó la cabeza
hacia mí—. Ella me trajo aquí. Estaba en medio de una misión, y lo
siguiente que sé es que me estoy poniendo tan jodidamente duro que
estaba a punto de exponerme delante de todos antes de tener que verlos
follar como demonios.
La cabeza de Warwick se disparó hacia mí, su mandíbula se tensó.
—¿Tienes un vínculo con él?
Cierto. Olvidé hablarle de Scorpion.
—Um. Sí. —Hice una mueca, envolviendo mis brazos alrededor de
mis pechos—. Pero se supone que no debes verlo.
Los párpados de Warwick se estrecharon, un zumbido salió de su
pecho como un animal salvaje.
—Eso salió mal. —Levanté mi mano.
Warwick gruñó, deslizando hacia arriba su camiseta y lanzándomela
mientras pisoteaba sus pantalones, poniéndolos, cada músculo
ondulándose por la tensión y la ira.
Tirando de su camisa por mi cabeza, cayó mucho más allá de mis
muslos. Respiré hondo, ambos hombres me miraban fijamente,
esperando, con el pecho inflado, los brazos cruzados, rociando su aroma
alfa el uno al otro.
Ambos hombres eran salvajes y rudos con el cabello largo y
tatuajes, pero ahora al verlos juntos, estaba claro que uno era el rey.
Warwick dominaba cada espacio en el que estaba, se hacía cargo y
gobernaba cada molécula de aire. No era un fae ni un humano, ni un
hombre ni una bestia. Él era algo completamente diferente, y nadie podía
ni siquiera acercarse a él, aunque no tenía ninguna duda que Scorpion
caería luchando hasta la muerte.
—Entonces… —Puse mis labios juntos, envolviendo mis brazos
alrededor de mí también—. Parece que la noche de la guerra de los faes,
no fuiste al único al que salvé. —Hice un gesto a Scorpion.
—¿Qué? —La expresión de Warwick se ensombreció—. ¿También
lo devolviste a la vida?
La cabeza de Scorpion se volvió hacia Farkas, sus ojos se abrieron
como platos.
—¿Me trajo de vuelta a la vida? ¿De qué carajo estás hablando?
Apreté los dientes. Cuando conocí a Scorpion, no había entendido
completamente por qué estábamos vinculados.
—¿Y no me lo dijiste? —Warwick ignoró a Scorpion, su furia se
dirigió hacia mí, acercándose—. ¿A quién más trajiste esa noche? Tu
harén se está llenando bastante, princesa.
—¿Qué quieres decir con que me trajo de vuelta a la vida? —
Scorpion siguió con él.
—Whoa. —Levanté mis manos frente a ellos, mis hombros hacia
atrás—. Ambos, cálmense.
—¿Calmarme? —Warwick gruñó—. ¿Cuánto tiempo has sabido de
él?
—Desde que dejé la base de Andris, pero no fue hasta el libro que
entendí más sobre cómo.
—¿Cómo qué? —exclamó Scorpion.
—¿El libro? —Warwick soltó una carcajada enojada—. El libro te
mostró a él también… ¿y te olvidaste de decir eso? ¿Me mentiste
completamente?
—¿Mentir? —me burlé—. ¡Eso es gracioso viniendo de ti!
—Maldita sea, trabajas rápido, Kovacs. ¿Qué? ¿Estuviste en la base
de Sarkis unas pocas horas como mucho? —Warwick se pasó la mano
por el cabello, comenzando a caminar, burlándose—. Me sorprende que
no hayas reunido más en el camino. ¿Cuánto tiempo tiene la lista de
novios que trajiste de vuelta a la vida ahora? ¿Nos coleccionas?
—Vete a la mierda. —Lo señalé—. Esto no es algo que pueda
controlar. Y no, no te hablé de Scorpion, como no me hablaste de tu
hermana o Killian. Curiosamente, no pensé que lo manejarías muy bien.
De repente estaba a unos centímetros de mi rostro, el oxígeno
golpeaba mis pulmones con un grito ahogado.
—¿Y por qué crees que me importa una mierda con quién más estás
vinculada?
—¿No es así? —Mis cejas se arquearon, burlándose.
—No. —Él resopló, echándose hacia atrás—. Podrías estar
vinculada a cada maldito idiota aquí. Me importa un carajo, Kovacs —
gruñó, su hombro rozando el mío mientras pasaba a mi lado, bajando las
escaleras y desapareciendo en la base.
Mi cabeza se inclinó, tratando de ignorar el latigazo que sentí en mi
corazón.
Scorpion se rió, atrayendo mi atención hacia él.
—Sí… —Se frotó la barbilla, sonriendo—. Claro, a él no le importa
una mierda.
Metiendo mi cabello detrás de mi oreja, respiré hondo.
—Lo siento si te traje aquí. He estado tratando de comunicarme
contigo y no pude.
—Si. —Bajó la cabeza—. Yo también lo estaba intentando. Podía
sentir que estabas viva, pero no podía llegar más allá de eso. Como si
estuvieras demasiado lejos o algo así.
—Entonces, ¿por qué ahora? —Dejé caer mis hombros.
Scorpion se rascó la ceja perforada, una expresión divertida en su
rostro.
—¿Qué?
—Podía sentirlos a ustedes dos. —Se cruzó de brazos—. Follando.
—¿Perdona? —Parpadeé, el calor corriendo por mis mejillas.
—Quiero decir, podía sentirlo en mis huesos. Escucharte… una
farola parpadeando donde estaba parado, por el amor de Dios. El enlace
pasó de estático a dejarme justo aquí. Creo que son ustedes dos. No pude
contactarte antes. ¿Pero ahora? —Extendió los brazos y señaló la
habitación—. Es como si estuviera realmente aquí. ¿Y por qué no podía
verlo antes y ahora puedo? ¿Quién diablos es él? ¿Por qué siento que lo
conozco?
—Pregúntale a Birdie. —Me froté la cabeza, sintiendo que se
acercaba un dolor de cabeza. El sexo podría haber hecho que la conexión
entre Warwick y yo fuera más sustancial y complicada. Ya estábamos
tan enredados.
—Ahora dime, ¿qué quiso decir con que me devolviste a la vida? —
resopló Scorpion.
Frotando bruscamente mi cabeza, suspiré.
—La noche de la guerra de los faes… Maddox vio que te mataron,
¿de acuerdo? Te cortaron por la mitad.
—¿Cómo lo supiste? —Los párpados de Scorpion se estrecharon.
—Porque… —Me mordí el labio—. Porque yo estuve allí. Yo
también lo vi suceder.
—¿Perdona? —Inclinó la cabeza—. ¿Qué quieres decir con que
estabas allí? Pensé que ni siquiera habías nacido todavía.
—Nací esa noche, pero… oh diablos… no hay una manera fácil de
decir esto. —Resoplé—. De alguna manera volví a ser como soy
actualmente y te salvé a ti y a Warwick en el pasado.
Scorpion me miró parpadeando.
—Sí, sé que suena loco.
—No. Es una locura. —Dio un paso atrás—. Es imposible.
—¡Así debería ser nuestra conexión! —Hice un gesto entre
nosotros—. Pero ahora mismo, estás en Budapest y en una pequeña
iglesia en Praga al mismo tiempo. Dime que no es una locura ni es
imposible.
—Lo es. —Él gruñó.
—Pero, aun así, aquí estás. —Jugué con el dobladillo de la camiseta
de Warwick, su rico olor envolviéndome—. Sé que parece imposible,
pero sé que te salvé esa noche. Te vi morir, y luego de alguna manera mi
magia te atravesó… —Me detuve. Escucharlo me hizo pensar que
también estaba loca.
—Rayo —murmuró.
—¿Qué? —Mi cabeza dio un brinco.
—No recuerdo mucho sobre la noche… pero soñé con una luz
blanca… un rayo atravesándome. —Sacudió la cabeza—. Nunca antes
había entendido por qué. Hay muchas cosas que tienen más sentido.
—¿Cómo qué?
—Cuando te conocí, me sentí como antes. —Se movió sobre sus
pies, la conversación claramente lo hizo sentir incómodo. Vulnerable—.
Sentí lo mismo que mis sueños. Un dibujo de ti. Un olor.
—¿Olor? —Mi garganta palpitó.
—Como la vida y la muerte. —Se apartó de mí—. Es difícil de
explicar.
Me reí oscuramente.
—¿Como el momento entre el amanecer y la noche? —Repetí lo
que Opie me había articulado una vez.
La mandíbula de Scorpion hizo un tic. Él no respondió, pero bajó la
cabeza, de acuerdo con mi declaración.
—Joder —murmuró finalmente, mirando lejos de mí—. Tengo que
irme.
—Espera. —Di un paso hacia él—. ¿Cómo están todos? ¿Están a
salvo, los chicos?
—Sí, todavía estamos dispersos, pero Andris tiene un lugar
temporal cerca del antiguo Mercado Central. —Scorpion frunció el ceño.
—¿Qué?
—Solo están sucediendo muchas cosas extrañas.
—¿Cómo qué?
—Se han encontrado alrededor de un centenar de faes y cuerpos
humanos flotando en el Danubio. Los faes son drenados de todos los
fluidos corporales. —Hizo chasquear los dientes—. Algunos humanos
parecen como si sus cerebros se hubieran derretido o algo así.
El terror se hundió en mis entrañas. ¿Conocía a uno de esos
cadáveres?
—Birdie y yo estamos de guardia en este momento. —Él se encogió
de hombros—. Nos vemos. —Las palabras de Scorpion desaparecieron
tan rápido como él, el enlace se cortó, dejándome sola con los fantasmas
que me rodeaban.
Un escalofrío recorrió mi espalda y envolví mis brazos alrededor de
mi cuerpo.
Sabía exactamente lo que les pasó a todos esos cadáveres en el río.
Simplemente no estaba segura qué lado se estaba deshaciendo más
de ellos.
Al salir de la ducha, me congelé por un momento, viendo una figura
familiar sentada en la encimera del lavabo, sus dedos jugando con el
extremo de su trenza azul.
—Oh, corderito. —Una tímida sonrisa tiró de sus labios, sus ojos
azul oscuro brillando—. Hablo sobre el epítome del león comiéndose al
cordero… o, en este caso, el lobo comiéndose al cordero.
—Kek. —Envolviéndome con la toalla, rodé mis ojos, mis hombros
cayeron con un suspiro. Caminé hasta el lavado junto a ella, sintiendo
como si regresáramos a Halálház —. No es así.
Traté de acercarme a Warwick, pero él había reforzado su muro
para mantenerme fuera. Sabía que podía empujar, forzarme a mí misma,
pero obstinada o no, no quería hacerlo. No hice nada malo.
—¡Por favor! —Ella se rió a carcajadas—. Eres una mentirosa
horrible. Y demasiado tarde. Todos aquí no solo lo sintieron, nos tenían
todas las bombillas de fuego pulsando y llegando al clímax con ustedes.
—¿Qué? —Fue lo mismo que Scorpion dijo que sucedió donde él
estaba.
—Además. —Se inclinó hacia atrás en el espejo, girando su cabeza
para mirarme, su sonrisa creciendo—. Sé cómo se siente un orgasmo
inspirado por Warwick, ¿recuerdas? —Sus ojos se oscurecieron,
moviendo la cabeza—. Esas noches en las que le traían mujeres. Joder,
nos enfureció a todos. Como una gran orgía.
Sí, lo recordaba. Y recordé cómo, incluso cuando no entendíamos el
vínculo, él también se acercaba a mí. Él fue quien me hizo gritar, no la
imagen de Caden.
—Pero este era un nivel completamente diferente. —Ella sacudió
dramáticamente sus hombros con un escalofrío—. No me he venido tan
duro en años.
—¡Kek! —Palmeé mi cara, mi cabello mojado caía alrededor de mis
mejillas calientes.
—¿Qué? —Ella rió—. Es cierto. ¡Ustedes estaban haciendo que los
muebles se juntaran entre sí!
—Está bien, guau… vergonzoso.
—Cagaste frente a cientos de personas, te desnudaron y veías a la
gente follar en las duchas a tu lado. Este debería ser un momento de
orgullo. Estaría tocando la campana de la iglesia… oh, espera… ustedes
también hicieron eso.
Se me abrió la boca.
Ella resopló.
—¿No lo escuchaste?
—Noooo —exclamé, mi rostro enrojecido con los pensamientos que
no solo todos los presentes escucharon y sabían, sino que mi tío
también. Sentí como si mi padre me había atrapado.
—No te avergüences. En todo caso, deberías tener una insignia de
honor. Pensar que mi corderito hizo lo que tres o cuatro acompañantes
no pudieron. —Se pasó la trenza por encima del hombro y saltó del
mostrador—. Estoy empezando a pensar que eres el lobo con piel de
oveja. —Me guiñó un ojo, se volvió hacia la puerta y me indicó que la
siguiera—. Vamos, creo que necesitas un desayuno rico en calorías. Pero
te advierto que podría haber mucha gente chocando los cinco contigo en
el camino.
—¿Chocando los cinco? —Me burlé, siguiéndola.
—Ustedes dos tenían a todo el mundo en la pubertad bajando a la
vez. —Abrió la puerta de golpe, sonriéndome—. En un lugar donde la
tensión es constante, es posible que se sientan un poco agradecidos.
—Sí. —Me pellizqué la nariz—. No es para nada mortificante.
Las miradas y la atención que obtuve en el camino hacia la cantina
solidificaron lo que Kek me había dicho. Hubo muchas más sonrisas,
pero también más cautela. Miedo y malestar hacia mí. Ellos sintieron
que algo andaba mal en mí. No era normal.
Kek y yo llegamos al segundo nivel e instantáneamente lo sentí. Su
energía se estrelló contra mi pecho, lleno de irritación e ira.
Gritos y vítores golpearon mis oídos desde la sala de ejercicios,
haciendo caer mi estómago.
—¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!
Kek me miró, arqueando las cejas.
—Oh, mierda —murmuré y corrí hacia la habitación, deteniéndome
en la entrada. Todo el lugar estaba lleno de gente dando vueltas
alrededor de la alfombra, obstruyendo lo que había en el medio.
Pero no necesitaba ver. Lo sabía.
—¡Muévanse! —Me empujé entre la multitud de cuerpos,
moviéndome hacia el frente, mi boca todavía cayendo ante lo que vi
frente a mí.
Lukas bailaba en un extremo de la alfombra, su expresión seria y
dura. Warwick estaba de pie en el otro, su lenguaje corporal sugería que
estaba aburrido. Lo conocía. Podía sentir la furia arremolinándose fuera
de él y ver la tensión en su mandíbula, la contracción en sus manos.
—¿Qué diablos está pasando? —grité, pero mi voz se perdió en el
entusiasmo de la multitud. El hombre a mi lado respondió.
—Estos dos lo empezaron en la cantina. Luk lo desafió a una pelea.
—¿Luk lo desafió? —Mi voz se elevó. ¿Estaba loco? Warwick lo
mataría.
Mi mirada se movió entre los dos chicos. Sabía que se trataba de mí.
—Warwick… —De pie donde estaba, mi presencia estaba justo en
frente de su cara, mirándolo directamente a los ojos. Esta vez se sintió
tan fuerte. Yo era tan real frente a él como todavía estaba de pie entre la
multitud—. No lo toques.
La nariz de Warwick se ensanchó, su mirada se dirigió hacia mí
brevemente, su mandíbula crispada.
—Él me desafió a mí, princesa —murmuró para que solo yo lo
escuchara, rodando los hombros hacia atrás, tratando de rodearme,
aunque no estaba realmente ahí—. Supongo que a tu novio no le gustó
que te follara.
—Oh, Dios mío… —Salté en su camino de nuevo—. Deja de ser un
idiota.
—Demasiado tarde. —Me empujó, rompiendo nuestro vínculo, su
enorme físico avanzó hacia Luk.
Lukas acercó los brazos a su cara, acercándose a la enorme leyenda.
Warwick sonrió, dejando que Luk se acercara y se balanceara. La mirada
de Warwick se dirigió hacia mí con burlona suficiencia. Lukas no era
más que una mosca irritante para él.
Frunciendo el ceño a Warwick, mis labios se levantaron.
—Si lo lastimas… —Mi fantasma se escabulló detrás de Warwick,
mis labios rozando su oreja—. Lidiarás conmigo.
Fue suficiente para distraerlo por un momento.
El puño de Luk se estrelló contra su cara, salpicando sangre de su
nariz sobre la alfombra. La multitud rugió cuando Warwick se limpió la
sangre de la cara, una sonrisa mortal curvó su boca.
Mierda.
Un sonido animal le subió por la garganta antes de abalanzarse
sobre Luk.
Mi mente ni siquiera contempló lo que estaba haciendo mientras
brincaba. Usando la fuerza de Warwick y la mía, empujé a Luk fuera del
camino. Su cuerpo voló, aterrizando con fuerza en el extremo de la
colchoneta, rodando hacia la multitud. No le di una segunda mirada.
Sabía que estaba bien. Si no hubiera intervenido, no lo habría estado.
El grupo jadeó al unísono cuando tomé el lugar de Luk, enfrentando
a Warwick en la alfombra, la leyenda se detuvo bruscamente ante mi
repentina aparición, con la nariz ensanchada.
—¡X! —Luk se incorporó, tratando de volver a la pelea.
—¡No! —Levanté mi mano hacia Luk—. Esto no tiene nada que ver
contigo.
—¿Qué diablos estás haciendo, Kovacs? —Warwick gruñó, ambos
comenzamos a rodearnos.
—Terminando lo que empezamos en los Juegos —gruñí de vuelta—
. ¿Estás enojado? Entonces pelea conmigo. Es lo que quieres de todos
modos.
Él gruñó, sacudiendo la cabeza.
—¿Estás segura de eso, princesa?
—Joder, sí. —Me agaché en una posición defensiva.
Sus ojos brillaron, sus labios se retorcieron con maldad.
—¿Crees que voy a ser gentil contigo como lo fui la última vez?
—Espero que no lo hagas, porque entonces no tendré que ser gentil
contigo.
Resopló como si fuera gracioso.
Mi sangre ardía por mis venas; la adrenalina y la necesidad de
luchar me arañaron los huesos como un demonio. Lo necesitaba como
aire. Ansiaba el subidón entre la vida y la muerte como una droga. Podía
saborearlo en mi lengua, sentirlo llamándome, listo para arrastrarme
hacia sus oscuras profundidades.
Warwick se humedeció los labios, con los ojos desorbitados, como
si necesitara el mismo subidón. Este era el lugar al que pertenecíamos
los dos. El espacio entre… donde vivían los monstruos. Cada pulso de
nuestra sangre, cada contracción de los músculos, podíamos sentirnos el
uno al otro.
En el exterior, esta pelea podría no parecer justa, pero lo era.
—De nuevo, ¿vas a pasar toda la noche bailando conmigo?
Él rió oscuramente.
—Recuerda, princesa, lo único que hago toda la noche es follar.
—Hombre típico… exageras tu destreza. —Puse los ojos en
blanco—. Apenas duraste una hora.
—¿Quién dijo que estaba siquiera cerca de terminar? —Warwick se
burló, acercándose.
Nos movíamos uno alrededor del otro como volutas de humo,
tejiendo y rodando, llevándome de regreso a nuestra lucha en los Juegos.
Más rápido de lo que estaba preparada, se lanzó hacia mí.
Agachándome demasiado tarde, su codo me golpeó en el ojo y la nariz,
haciendo estallar la luz detrás de mis párpados, la sangre salió volando
de mi nariz mientras mi rostro golpeaba la alfombra con un golpe.
El fuego subió por mi columna, la energía me despertó.
Pude sentirlo dudar por un segundo.
Regla número uno con Bakos, nunca dudes.
Con un gruñido, patee con mis pies con toda la fuerza que tenía, mis
talones golpearon los débiles tendones de las rodillas, enviándolo a caer
al suelo. Instantáneamente salté hacia él, mi puño crujiendo a lo largo de
su mandíbula, cortando su labio. Mi otro puño se precipitó hacia su
garganta. En un abrir y cerrar de ojos, su palma se envolvió alrededor de
mis muñecas, deteniendo mi ataque.
El aire se llenó de conmoción mientras la audiencia nos miraba con
anticipación.
Alejando mi mano, se secó la boca con la mano libre, mirando la
sangre. El hambre, el odio y el deseo se construyeron detrás de sus iris,
una sonrisa cruel insinuando su cara.
El lobo estaba siendo liberado.
Traté de levantarme, pero él me tiró de espaldas, arrastrándose sobre
mí, su mano inmovilizó mis brazos contra la alfombra.
—Realmente haces que esto sea divertido, Kovacs. —Se inclinó,
lamiendo el lado de mi rostro por donde mi sangre se filtraba. Sentí los
ojos de la multitud sobre nosotros, me pregunté qué pasaría después,
pero como cuando peleamos antes, todo lo que sentía era él. El calor de
su pesada erección presionando en mí, inclinando mi cabeza hacia atrás,
haciendo girar toda la lógica de mi cabeza.
Lujuria.
Odio.
Querer.
Ira.
—Jódete. —Me golpeé contra su agarre.
—Finalmente, tu boca y tu cuerpo están de acuerdo. —Me mordió
la oreja, rodando hacia mí—. Puedo sentir cuánto quieres follarme,
Kovacs. La violencia y la muerte te encienden. Estoy feliz de poder
ayudarte ya que tus otros novios no parecen satisfacerte.
Gruñí, odiando lo fácil que podía envolverme, atraparme en el
deseo. No lo dejaría ganar.
Con un movimiento que usé en Lukas, cambié mi peso
dramáticamente hacia un lado, inclinándolo fuera del centro.
Absorbiendo su energía, mental y físicamente empujé su pecho.
Warwick cayó a un lado, dejándome escapar.
Poniéndome de pie, sentí un puñetazo hundirse en mi costado, sus
pies tratando de derribarme. Girando, pateé, la punta de mi bota golpeó
su barbilla. Su cabeza se echó hacia atrás, un líquido rojo goteando
desde su mandíbula hasta la colchoneta.
Hubo una pausa. Se tocó la barbilla y miró fijamente el líquido rojo
que le manchaba los dedos, los moretones ya oscurecían la piel.
Lentamente, levantó la cabeza para mirarme. Las llamas quemaron sus
ojos color aguamarina, su nariz se ensanchó mientras se ponía de pie de
un salto, su pecho palpitaba. Amenazante. Brutal. Vicioso.
Joderjoderjoder.
—Fuera —gruñó, sus hombros rodando hacia adelante. La horda de
espectadores se miró, nadie sabía con quién estaba hablando.
—DIJE. FUERA. MALDITA. SEA. —La voz de Warwick
retumbó, la orden atravesó la habitación como una guadaña. La gente
gritó y rápidamente comenzó a correr hacia la salida. Luk trató de llegar
a mí, pero negué con la cabeza, deteniendo sus pasos y frunciendo el
ceño.
—Vamos, chico lindo, cómprame un café. —Kek empujó a Luk
hacia la puerta.
Me miró moviendo las cejas mientras cerraba las puertas, la
habitación estaba en silencio excepto por nuestra respiración.
Los ojos de Warwick nunca me dejaron, su físico preparado para
matar. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, la adrenalina quemaba
mi piel con miedo y energía, volviéndome igual de salvaje.
—¿Estás molesto porque realmente te lastimé, grandulón? —me
burlé.
—¿Lastímame? —se burló, su intensa mirada nunca me abandonó
mientras merodeaba hacia adelante.
Mis pies permanecieron plantados mientras él me acechaba, su
expresión de piedra. Se acercó, sus manos se curvaron en garras, como si
pudiera romper mi cuello en un momento.
—¿Crees que me lastimaste? —Se pasó los dedos por la barbilla
ensangrentada de nuevo, cubriéndose los dedos. Extendió la mano,
pintando su sangre sobre mis labios, metiendo su pulgar en mi boca. La
terrosidad rica y metálica estalló en mi lengua como whisky—. Esto es
solo un juego previo, princesa.
El deseo me recorrió los muslos al inhalar cuando chupé y mordí su
dedo. Se inclinó hacia mi oído, retirando su mano.
—No estaba hablando de lo físico. —Mi mirada estaba llena de
significado.
Sus ojos brillaron, su voz baja y fría.
—Mejor corre.
Me dio un latido para que me retirara antes de volver a atacar. Me di
la vuelta, luciendo como si fuera a correr, pero en lugar de eso me volví
hacia atrás, golpeando mi puño en su sien. Un gruñido salió de su
garganta, el fuego encendió sus ojos.
—Yo no corro —le susurró mi enlace burlonamente en su oído
mientras le lanzaba otro golpe a la garganta.
Giró, su brazo desviando mi golpe. Se movió con increíble
velocidad mientras sus manos se envolvieron alrededor de mis bíceps.
De repente estaba volando en el aire sobre su cabeza, aterrizando sobre
mi espalda con un golpe brutal, sacando el aire de mis pulmones.
Jadeando por oxígeno, rodé justo cuando su puño venía hacia mí,
golpeando la alfombra con un crujido. El zumbido de la adrenalina hizo
que un torrente de sangre me recorriera las venas. Tumbada de costado,
le di una patada, golpeando el costado de su cabeza, dejándolo caer al
suelo con un rugido.
Saltó hacia mí, un grito salió de mis pulmones mientras trataba de
alejarme. Sus manos agarraron mis piernas, arrastrándome hacia mi
estómago, mis uñas raspando la alfombra. Warwick me tiró debajo de él,
sentándose a horcajadas sobre mí, sosteniéndome en mi lugar. Un ruido
sordo y constante salió de él mientras yo me agitaba y luchaba por
escapar.
Sus manos se enroscaron en mi cintura, tirando de mis pantalones y
bragas por mi culo. Al instante, mis pezones se endurecieron, el aire frío
lamió mi piel expuesta y la energía me bombeó, latiendo mi pulso.
—¿Qué estás haciendo? —Mi voz salió ronca, mi espalda ya
arqueándose por la necesidad cuando sus dedos rasgaron su cremallera.
—Como dijiste antes, terminando lo que empezamos en los Juegos.
—Envolvió sus dedos en mi cabello, tirando de mi cabeza hacia atrás,
curvando mi culo hacia él. La energía corría por cada músculo,
temblando con el subidón de adrenalina y lujuria. La pelea entre
nosotros fue nuestro juego previo.
Lo necesitaba tanto que dolía.
No me dio ninguna advertencia cuando empujó dentro de mí. Un
medio grito/medio gemido me ahogó la garganta. Su circunferencia me
estaba partiendo por la mitad y me hacía sentir una satisfacción más allá
de cualquier cosa que pudiera imaginar.
Un largo gemido de su pecho zumbó a lo largo de mi columna. Se
sumergió más profundamente, sus pulmones tropezaron mientras
aceleraba el ritmo.
—Te sientes tan jodidamente increíble… Joder… esto es… —Sus
palabras se apagaron, pero lo entendí. No había palabras para esto.
El sexo era bueno.
Esto era… legendario… mítico.
Letal.
Tiró de mis mechones húmedos con más fuerza, empujándome más
hacia la alfombra, arrastrándome de un lado a otro. La fricción hundió
mis dedos más profundamente en la tela, dejando formas de media luna
perforadas. Profundos gemidos brotaron de mis labios y las llamas
pellizcaron mis vértebras.
Dientes afilados se clavaron en la curva de mi hombro,
convirtiéndonos a los dos en bestias salvajes.
Me estrellé contra él, sin importarme si todo este lugar podía oírnos
o vernos. Las ventanas de vidrio junto a las puertas dobles nos exponían
por completo si alguien pasaba, solo aumentando la fuerza que llenaba la
habitación.
Se sentó sobre sus talones, agarró mis caderas y me arrastró hasta
las rodillas. Mis nudillos se curvaron hasta que se pusieron blancos,
gritos y gemidos atrapados en mi garganta.
Violento. Brutal. El dolor encendió un gozo inequívoco. Quería
ahogarme, no volver nunca a tomar aire.
—¡Oh dioses… Warwick! —gemí, retrocediendo contra él, sin
sentirme lo suficientemente cerca. Necesitando más, ahogándonos en
nuestras sensaciones, nuestros sonidos follando, golpeando contra las
paredes.
“Placer” ni siquiera era una palabra para cómo se sentía esto. La
primera vez ni siquiera fue en este reino, pero esta vez fue aún más
poderosa. Como si cada vez, la conexión entre nosotros siguiera
aumentando. Era demasiado, pero no suficiente. No solo estaba en mi
cuerpo, sino en el suyo. Literal y figurativamente, y sintiendo todo
lo que hacía.
Mi clímax llegó a toda velocidad para mí. Las bombillas de fuego
parpadearon; el chasquido de la electricidad cantó en mis venas.
—¿Soy el único al que quieres follar, princesa?
—Sí… dioses… nunca te detengas.
—Este coño es mío —dijo en mi oído, empujando más fuerte
cuando sentí su lengua deslizarse por mi culo, hundiéndose en mí. Un
chillido, como una bestia salvaje, salió disparado de mi garganta, mis
miembros temblaban con tanta fuerza que ya no podía sostenerme. Cayó
conmigo mientras yo colapsaba, hundiéndome más profundamente.
—Joooodeeeer… Brexley…
Al escucharlo decir mi nombre, mi clímax golpeó como una
avalancha, cegando mis párpados con luz blanca.
Los colores vivos vacilaron en el cielo. Muerte sangrando en el
campo. Manos ahuecaron a un bebé recién nacido, manteniéndolo
alejado de la tierra. La piel estaba cubierta con un residuo pegajoso que
goteaba sobre la tierra. Un zumbido de magia atravesó las últimas
capas del Otro Mundo.
La pared cayendo.
El bebé soltó un gemido.
¡Crack!
Un rayo cayó sobre la tierra; Gritos ensordecedores y aullidos
resonaban en la noche.
Los ojos de Warwick se abrieron de golpe, sus pulmones se llenaron
de vida.
—Sötét demonom.
Las luces de la sala de ejercicios se encendieron y apagaron con
furia cuando lo sentí liberarse dentro de mí, arrancando otro grito de mis
labios, estallando en partículas. Estaba atrapada en la dicha del
intermedio, donde era todo y nada.
Donde la vida y la muerte se encontraban.
Luchando por respirar, me dejé caer en la colchoneta, su peso sobre
mí, su boca rozando mi oreja, su aliento deslizándose por mi cuello.
—Creo que podrías ser la única que podría matarme.
—No tengo ese tipo de suerte. —Sonreí por encima del hombro.
Él se rió entre dientes, mordiendo mi cuello antes de alejarse de mí
y caer sobre la alfombra a mi lado. Dejando escapar una larga bocanada
de aire, su cabeza cayó sobre la alfombra mientras se metía de nuevo en
sus pantalones.
Odiaba cómo instantáneamente lo quería de vuelta, llenándome de
vida y deseo.
Volví a subirme el pantalón y me di la vuelta sobre mi espalda.
—Bueno, eso estuvo…
—Lejos de terminar. —Se puso de pie, jalándome con él.
—¿Qué?
—Como dije —colocó un mechón de cabello detrás de mi oreja—,
puedo seguir toda la noche.
—Es de día.
—Eso también. —Él sonrió—. Tenemos que esperar a Ash de todos
modos. Deberíamos mantenernos ocupados.
—Buen punto.
—Lo sé. —Agarró mi mano, llevándonos fuera de la sala de
ejercicios, y bajamos las escaleras a mi habitación, con los ojos de la
cantina y de todos los que nos cruzamos con sonrisas de complicidad.
No me importaba
Warwick me arruinó. Rompió y demolió lo que quedaba de mí.
Como una ola, todo lo que pude hacer fue seguir aplastándome contra
las rocas, golpeando y magullando, pero sin detenerme.
—¿Estás segura?
¡Chirrido!
—Oh sí, tienes razón. A él le gusta mucho.
¡Chirrido!
Las voces me despertaron de un sueño cálido y profundo.
—Puedes intentarlo… pero ella no parecía interesada antes.
—Lo juro, si hay dedos en algún lugar cerca de mi nariz… —
murmuré, mis párpados parpadeando y abriéndose con el ceño fruncido.
—Oh, no se preocupe, Maestro Pececito. —Opie se apoderó de mi
línea de visión, Bitzy en su espalda—. Ahí no es donde los estaba
poniendo.
Gruñendo, hundí la cabeza en el brazo de Warwick que había estado
usando como almohada. Al estirarme, cada hueso y cada músculo dolía
y se sentía como mantequilla derretida.
El hombre era arrogante como el infierno, pero dioses míos, tenía
razón para serlo. La leyenda no solo podía follar toda la noche, sino
también todo el día. Lo que me sorprendió fue que estaba ahí con él,
saboreando y explorando cada centímetro de él, deseando más cada
vez. Nuestros cuerpos finalmente cedieron en medio de la noche, por lo
que estoy segura que la base estaba agradecida. No estábamos callados
ni restringidos en nuestra energía.
Frotándome los ojos, eché otro vistazo a Opie, un bufido me hizo
cosquillas en la nariz.
—¿Qué diablos llevas puesto hoy?
—¿Te gusta? —Giró en lo que tenía que ser un gorro de bebé de
muñeca, probablemente tomado de uno de los juguetes de uno de los
niños de aquí. Estaba manchado de diamantina. Su pecho estaba
desnudo y llevaba un babero rosa alrededor de su cintura. Los cordones
de los zapatos estaban trenzados a través de su barba. Bitzy llevaba otro
gorro, con hoyos para las orejas recortados y con destellos de
diamantina—. Este lugar puso a prueba mi creatividad. Todo es tan
monótono y aburrido. ¿Cuándo podemos volver a casa de la Sra. Kitty?
Sus cosas eran divertidas. Bitzy extraña su sombrero.
—Puedo pensar en otros usos para el sombrero de Bitzy —murmuró
Warwick adormilado, rodando sobre su costado. Me atrajo contra
su cuerpo cálido, sus manos se deslizaron sobre mi culo antes de
presionar su pesada longitud en mi espalda.
—¿Acabas de ronronear? —Opie me miró parpadeando.
Joder… ¿lo hice?
Warwick tarareó de orgullo, hundiendo su cabeza más
profundamente en la parte de atrás de mi cuello, atrayéndome más firme
hacia él.
—¿Y por qué diablos están ustedes dos en el suelo? —Hizo un
gesto hacia el armazón de la cama individual por encima del hombro,
que ahora no era más que chatarra—. ¿Qué diablos le hicieron?
¿Origami?
Warwick resopló.
No estaba muy lejos. Dudaba que una cama reforzada con acero
pudiera sobrevivir a Warwick. El pequeño catre no tuvo oportunidad, ni
siquiera pasó la primera ronda. Todo el medio se derrumbó sobre sí
mismo hasta que la barandilla para los pies y la cabecera se encontraron.
—¿No puedes ver lo que es? —Warwick se rió entre dientes en mi
cuello—. Es un letrero de 'vete a la mierda y déjanos en paz'.
¡Chirrido!
Warwick ni siquiera miró hacia arriba, simplemente colocó su dedo
medio sobre mi hombro hacia Bitzy, empujando su espalda.
¡Chirrido! ¡Chirrido! ¡Chirrido! Volaron los dedos.
—Guau. —Me reí, mirándolo por encima del hombro—. Mejor
dormir con un ojo abierto.
Él gruñó, su cabeza todavía escondida en mi cabello.
—Destruiste esta habitación. —Opie se retorció las manos y miró a
su alrededor. La ropa estaba esparcida por todas partes, los muebles
rotos, la lámpara rota—. Quiero decir, no es que me importe… está
bien… quiero decir, si te gusta vivir en una zona de guerra… claro…
quiero decir, ¿por qué me molestaría?
—Especialmente porque odias limpiar.
—¡Cierto! —Extendió los brazos en señal de acuerdo, pero su
expresión estaba aterrorizada, su atención seguía dando vueltas en torno
al desastre—. Odio limpiar, incluso cuando la gente vive en pocilgas. —
Se acercó un poco más a un par de pantalones, fingiendo no doblarlos—.
Realmente, realmente odio limpiar…
—Apuesto a que las duchas tampoco necesitan limpieza. —Le
levanté una ceja—. Buena excusa para un nuevo atuendo.
Los ojos de Opie se abrieron más.
—¡Creo que vi una vieja esponja ahí!
— Ew… pero está bien, suena divertido.
—¡Vamos, Bitzy, es hora de la piscina! —Se dio la vuelta y se alejó
tranquilamente.
La risa me quemó la nariz y me tapé la boca con la mano. El babero
solo cubría su frente, dejando toda su espalda abierta. Y pintadas en sus
dos pequeñas nalgas había Xs.
—La 'O' está oculta. —Me guiñó un ojo por encima del hombro
antes que él y Bitzy desaparecieran.
Gemí, unas risitas incontrolables saliendo de mí, mis ojos llorosos.
—Recuerda, esas amenazas son tuyas para siempre. —Warwick
arqueó una ceja, me hizo rodar sobre mi espalda, moviendo su cuerpo
sobre mí. Agarró mi muslo, colocándose entre mis piernas.
—Parece que me gustan las amenazas. —Mi voz salió entrecortada,
su polla presionándose contra mí, mareándome. No podía creer que
pudiera volver a hacerlo. Irritada y adolorida, todavía quería más.
Continuamente. Sin cesar.
Mis manos se clavaron en su cabello por su sien, atrayendo su boca
hacia la mía, besándolo tan profundamente, un hormigueo estalló a
través de mí. Gruñó, reclamando con avidez mi boca, envolviéndose a
mi alrededor, tanto físicamente como a través de nuestra conexión, lo
que me asustó.
No habíamos hablado mucho anoche, rodeando al elefante en la
habitación, el vínculo que nos unía. Dejó en claro que no era lo que
quería. Y no sabía si nuestros sentimientos eran reales o solo porque
teníamos esta conexión.
Cuando se hundió en mí esta vez, fue lento y minucioso, con golpes
largos y profundos, llevándome a alturas más increíbles. Me vio
desmoronarme, derramándose dentro de mí inmediatamente después.
Incluso después que bajamos, no se movió, su mirada intensa.
—¿Por qué no puedo tener suficiente? —Habló en voz baja,
balanceando su nuez de Adán—. Nunca quiero dejar de estar dentro de ti
—gruñó, y pude sentir que comenzaba a endurecerse dentro de mí de
nuevo, agitando mis pulmones—. ¿Qué diablos es esto?
Abrí la boca para hablar.
—Parece que ustedes dos resolvieron sus problemas. —Una voz
hizo que giráramos nuestras cabezas hacia mi puerta.
Apareciendo exhausto y sucio, Ash se apoyó contra la jamba de la
puerta, señalando alrededor de mi habitación.
—Parece que sacaron sus problemas en esta habitación. Y por lo
que escuché… el uno en el otro… y en la sala de ejercicio… —Ash
inclinó la cabeza—. Oh, y en la iglesia.
—Vete a la mierda. —Warwick le ladró a su amigo, indicándole que
se fuera.
—Vamos, no manejé doce horas seguidas para esperar a que ustedes
dos follaran, por lo que todos me han dicho, es como la centésima vez en
el último día. —Palmeó la bolsa en su hombro—. Tenemos trabajo que
hacer. —Se ajustó—. Maldita sea… el aura sexual demencial saliendo
de ustedes dos ahora.
—Ash —gruñó Warwick.
—Diez minutos, no veinte. —Ash nos señaló.
—¡Fuera! —Warwick le tiró la bota a su amigo. Ash se apartó del
camino, riendo mientras cerraba la puerta.
—Será mejor que nos vayamos. Necesito tomar una ducha. —
Estaba cubierta de sudor, sangre y Warwick—. Y me muero de hambre.
Warwick resopló, rodando fuera de mí. Se puso de pie y se dirigió
hacia la puerta. La abrió de par en par, todavía desnudo, su firme culo se
flexionaba con cada paso. Mirando por encima del hombro, me miró con
avidez.
—Desayunaré en la ducha. —Él arqueó una ceja—. ¿Vienes?
Me puse de pie y corrí tras él.
Demonios, sí…
Y lo haría.

Más de veinte minutos después, con café en una mano y un pastel


en la otra, Ash, Warwick y yo nos sentamos en un escalón en la esquina
de la iglesia lejos de la vista de todos o del posible tráfico peatonal. Ash
no quería que nadie supiera que tenía un libro fae. Eran codiciados
porque ahora había muy pocos y podían ser peligrosos en las manos
equivocadas, tanto para el libro como para la persona.
—Entonces… parece que no fue solo con este bastardo con el que
resolviste las cosas. —La sonrisa en el rostro de Ash no se había ido
desde el momento en que entramos, recién duchados y
momentáneamente saciados.
Un gruñido salió de Warwick, haciendo que Ash sonriera más
ampliamente.
—Los espíritus no te están atacando. —Ash sacó el viejo libro
gigante de su bolso, colocando la tela en el suelo antes de colocar
suavemente el libro sobre el bolso.
No me estaban bombardeando, pero podía sentirlos flotando,
acercándose lo suficiente como para pasar zumbando, raspando mi
energía. Warwick no tuvo que tocarme, pero noté que su rodilla
presionaba mi muslo como si se estuviera asegurando.
—¿Qué hiciste?
—Uh… —Tomé otro sorbo de café, tratando de poner en palabras
lo que sucedió exactamente. Era tan nebuloso que apenas me sentía
como si fuera yo.
—Cierto. —Ash se rió entre dientes—. Probablemente no debería
hacer preguntas difíciles… ¿el cerebro está un poco frito, cariño?
—Cállate. —Traté de mirar a Ash con el ceño fruncido, pero
fracasé.
—Viene con el estado legendario. —Warwick se apoyó contra la
pared, la suficiencia curvó sus labios mientras masticaba su pastel,
metiéndose casi la mitad en su boca de un bocado. Traté de molestarme,
pero me encontré mirando fijamente su boca, la forma en que sus
músculos se movían a lo largo de su mandíbula y garganta, recordando
la forma en que sus labios se sentían en mi piel. Su mirada acalorada se
alzó hacia la mía, su presencia giraba a mi alrededor, la sensación de su
boca deslizándose por la parte posterior de mi cuello, provocándome
escalofríos.
—Basta de follar con los ojos y lo que sea que estén haciendo. —
Ash se ajustó de nuevo—. Puede que no lo vea, pero
puedo sentirlo. Solo paren.
Warwick arqueó una ceja, bebiendo su café, mientras yo todavía
sentía sus manos y boca moviéndose hacia mis muslos.
—Warwick —le reprendí—. Detente.
Sonrió con picardía, volviendo a su pastel.
—Creo que voy a extrañar los días en que ustedes dos todavía
fingían odiarse.
—Oh, todavía lo hacemos. —Los ojos de Warwick se encontraron
con los míos a través de sus pestañas con tanta intensidad que mis
pulmones tropezaron en busca de aire.
—Follamos con odio después. —El enlace de Warwick me mordió
la oreja.
Cerré de golpe el enlace entre nosotros, produciendo una risa de él.
—Oye. —Ash agitó su mano frente a mi rostro, señalando el libro—
. Concéntrate.
Tomando una respiración profunda, me sacudí la lujuria que todavía
se aferraba a mí, poniendo toda mi atención en el libro.
La energía se apagó y se centró en mí de inmediato. Sentí que
anhelaba mi toque. Mi mano se curvó tentativamente lejos del poder.
—Te tengo. —Ash entrelazó sus dedos con los míos, acercándose al
libro—. Una atadura a la realidad si la necesitas. Hay una pared detrás
de ti, así que no puedes caerte esta vez.
Asintiendo, apreté mis dedos alrededor de su cálida mano,
sintiéndome segura y protegida.
—¿Simplemente entro? ¿Sabrá lo que quiero?
—Sí, el libro conoce tu deseo, pero siempre es bueno pedir permiso.
Son de las viejas costumbres, donde los modales y la etiqueta llegan
lejos. Pero sé clara y concisa… se sabe que tergiversa la interpretación si
no es exacta.
—Otra vez, ¿qué le voy a preguntar? ¿Dónde está este néctar?
—Sí, ¿qué le ha pasado? —Ash apretó mi mano de nuevo,
probablemente sintiendo mis nervios—. ¿Estás lista?
—Sí. —Asentí con la cabeza, mi garganta se apretó. Para otros, el
libro les mostraba el pasado, pero yo me convertí en parte de él y podría
quedar atrapada allí para siempre.
—Cierra los ojos y aclara tu mente —dijo Ash en voz baja, su voz
sexy y tranquilizadora. Llevó nuestras manos unida a las páginas.
—Brexley Kovacs —la voz ronca e inhumana resonó en mi cabeza—
. ¿La chica que desafía las leyes de la naturaleza quiere más de mí? ¿No
te he mostrado lo suficiente?
—Sí. —Tragué—. Ha sido de lo más amable y servicial. Gracias.
—¿Pero quieres más?
—Esperaba que me mostraras lo que le sucedió a esta sustancia
llamada néctar. ¿Qué le pasó después de China? Duró con un Dr.
Novikov.
—Interesante.
—¿Qué?
—Que debas estar preguntándome.
—¿Por qué es eso?
—Solo tienes una pregunta — respondió el libro de forma
robótica—. Y ya la preguntaste.
—¡No, espera! ¡Déjame preguntarte de nuevo! —Sabía que no
había sido lo suficientemente clara, mi pregunta era demasiado general.
—Demasiado tarde, hija del gris.
Una explosión atravesó mi cuerpo mientras las imágenes giraban en
mi mente, visiones y escenas del pasado, como si estuviera
desplazándome a través del tiempo. Esta vez del pasado al presente,
moviéndome a través del tiempo tan rápido, mi estómago se agitó con la
bilis.
Al llegar a la última página escrita, todo se detuvo. La página en la
que aterricé estaba en blanco, y podía sentir con cada respiración, la tinta
se desplazaba sobre la hoja, escribiendo el momento en el tiempo
presente.
Un escalofrío fresco y húmedo me recorrió la piel mientras
contemplaba las paredes de roca talladas y el techo bajo, los arcos
artificiales que se bifurcaban en un laberinto de pasillos. Solo unas pocas
bombillas de fuego parpadeaban en las paredes, creando sombras
fantasmales. Los nervios se retorcieron en mi estómago, el familiar olor
húmedo provocó un miedo profundamente arraigado en mi cuerpo. El
sabor de la adrenalina en mi lengua me hizo retroceder a una época en
que los guardias de Killian me llevaban a través de un túnel subterráneo
hacia mi perdición.
La intuición me dijo que esta ubicación no solo me recordaba al
laberinto debajo del palacio de Killian. Sino que era el mismo lugar.
Un tirón me llevó hacia un vestíbulo casi vacío. Había una mesa
solitaria en el medio, un altar con objetos esparcidos sobre él. No podía
descifrar lo que había en él desde donde estaba, pero sabía que no era de
la antigua religión humana que solía dominar esta área. Noté una forma
descolorida en la pared donde solía colgar una cruz, pero ya no estaba.
Acercándome al altar, el sonido de una tos seca y cortante detrás de
mí me hizo girar, mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Una figura en
la sombra avanzó arrastrando los pies por un pasillo oscuro cerca de
mí. No podía ver ninguna característica, pero parecía débil y vieja, cada
paso lento y desigual.
Entonces se detuvo. La conciencia picó en mi columna.
—¿Hola? ¿Hay alguien? —La voz baja y crepitante hizo clic en
algo en la parte posterior de mi cabeza, royendo mi subconsciente—.
¡Muéstrate! Puedo sentir a alguien ahí.
Antes que pudiera entender por qué me resultaba familiar, el libro
me sacó de un tirón.
—¡No! —grité, no estaba lista para que me llevaran todavía.
Whoosh.
La oscuridad me envolvió, todo giraba mientras el libro me
arrojaba.
Mi cabeza se echó hacia atrás, mis párpados se abrieron de golpe,
pero en lugar de golpear la piedra, una mano acolchó mi cráneo. La
palma grande y cálida de Warwick ahuecó mi nuca, como si sintiera que
mi cabeza estaba a punto de golpear la pared antes que sucediera.
—¿Brex? —Los preocupados ojos verdes de Ash estaban en mi
cara, sus cejas se fruncieron—. ¿Estás bien?
—Sí, sí. —Me lamí los labios, mi mente todavía daba vueltas, mi
estómago se revolvía con náuseas.
—Te echó muy rápido. —Ash se puso en cuclillas frente a mí—.
¿Te mostró algo?
—No sé. —Mi frente se arrugó con los flashes y las imágenes. La
mano de Warwick no se movió; sus dedos se deslizaron suavemente por
mi cabello, bajando por mis hombros—. Fue extraño. No tiene sentido…
—¿Qué? —Ash pinchó.
—Creo que me llevó a los túneles debajo del palacio.
—¿Los túneles? —Warwick soltó la mano e inclinó la cabeza.
—Sí, pero no fueron los mismos a los que me llevaron para llegar
a Halálház. Esto se sintió como un área diferente. —Puse mis labios
juntos—. Alguien estaba allí y… sintió mi presencia.
—¿Sintió tu presencia? —Los ojos de Ash se agrandaron.
Asintiendo, agregué más.
—Fue en tiempo real… no en el pasado. Yo estaba ahí ahora.
Las cejas de Ash se alzaron.
—¿Qué? ¿Ahora mismo, como en este momento?
Mi cabeza se inclinó de nuevo, viendo a Ash pellizcarse la nariz,
confusión y asombro mezclados en su rostro. Todo lo relacionado con
mi interacción con el libro desafió las reglas.
—Podía sentir el libro registrando cada paso y movimiento —dije—
. Escribiendo la historia presente.
—Maldito infierno. —Ash pasó su mano por su rostro, murmurando
en voz baja.
—¿Lo viste? —preguntó Warwick.
—No… estaba en las sombras. —Comencé a negar con la cabeza,
aunque un cosquilleo de algo seguía arrastrándose por mi estómago—.
Me mostró lo que parecía una habitación subterránea… un altar,
creo. Tengo la sensación de que alguna vez se usó para las antiguas
prácticas religiosas.
—¿Un altar? —Los ojos de Ash se agrandaron mientras se
levantaba—. ¿En una cueva?
—¿Sí, por qué?
—Faszom —murmuró Ash, echando la cabeza hacia atrás.
—¿Qué? —Warwick se levantó con cautela.
—Sé exactamente qué lugar le mostró el libro… y a ninguno de
ustedes les va a gustar.
El pecho de Warwick se expandió, sus puños se convirtieron en
bolas, esperando que Ash continuara.
—¿Qué? —Me puse de pie, ya sabiendo la respuesta, pero
esperando estar equivocada.
—La antigua cueva de Gellert Hill. —Ash se encogió—. La iglesia
destruida en la parte inferior del palacio de Lord Killian.
—¿Killian? —Warwick ladró—. ¿Él lo tiene? ¿Él es el que tiene el
néctar?
Ash se frotó la frente, frunciendo el ceño profundamente, moviendo
la cabeza con perplejidad.
—Eso no tiene sentido. No creo que lo tenga. —Mis pensamientos
volvieron a centrarse en Killian, mi tiempo con él. Si hubiera sabido
sobre el néctar y lo hubiera tenido todo el tiempo, ¿por qué habría estado
tan preocupado por las píldoras?
—Estás nublada por tus sentimientos por él, princesa. —Warwick
apretó los dientes, su mirada taladrándome—. Tu novio no es el buen
chico que te gusta pensar que es.
—Piénsalo. —Ignoré el tono mordaz de Warwick—. Si Killian tiene
el néctar, tiene el premio final, especialmente para los humanos. Quiero
decir, se acabó el juego. Killian no estaría preocupado por las pastillas o
lo que está haciendo Istvan. Entiendo que lo odias, por lo que hizo, pero
pasé todos los días durante un mes con él. Si está ahí, no lo sabe o aún
no lo ha encontrado.
Las cejas de Ash se arquearon hacia arriba.
—Literalmente, podría estar sentado en una mina de oro y no lo
sabe.
—Exactamente. —Le sonreí a Ash, su sonrisa se extendió, ambos
nos volvimos hacia Warwick—. Una a la que podemos ponerle las
manos encima.
—¿Cómo esperas entrar? —La mandíbula de Warwick se tensó—.
¿Llamarás a la puerta, pestañearás y lo pedirás amablemente?
—No. —Puse mi mano en mi cadera, la irritación disminuyó mis
párpados—. Pensé que simplemente lo harías estallar.
—Graciosa. —Él le devolvió el ceño—. Eso solo funciona cuando
estás huyendo de un área, sin intentar entrar. ¿Tienes alguna idea más
brillante, princesa?
—Sí, en realidad. —Me retorcí, acercándome a su cara. El pecho de
Warwick golpeó el mío, acortando la distancia, con la nariz
ensanchada—. ¿Qué tal si empujas…?
—¡Okey! Tranquilos, ustedes dos. —Ash nos separó—. Pensé que
ya habrían solucionado toda esta tensión. ¿No follaron con odio lo
suficiente?
—Ni siquiera cerca. —Warwick se burló, todavía usando su enorme
tamaño para dominarme. No me inmuté, desafiándolo a que me pusiera a
prueba.
Ash volvió a agarrar mi brazo, tirando de mí más lejos.
—Hombre, ustedes me están matando. —Ahuecó sus pantalones, su
rostro era pura agonía—. Estoy a punto de sacar el esqueleto de ahí si no
le bajan una raya o dos.
Una risa seca se elevó de mi garganta, la imagen me hizo estremecer
y reír. Realmente esperaba que estuviera bromeando.
—Warwick tiene razón. —Ash se cruzó de brazos, respiró hondo y
cambió de tema—. Necesitamos encontrar una forma de entrar en las
cuevas subterráneas que estarán custodiadas por una docena de
centinelas. Si sabe sobre el néctar o no, tendrá todas las entradas
alrededor de su palacio bien aseguradas.
Un recuerdo destelló de mi tiempo en los túneles subterráneos
cuando Sloane, Conner y Vale me arrastraron, y especialmente de mi
salida de ellos.
Mis ojos se abrieron, mi lengua se deslizó sobre mi labio.
—Creo que podría saberlo.
—¿Qué? —Ash y Warwick respondieron al unísono.
—Es una posibilidad remota… —Me detuve, mi mente todavía
giraba alrededor de la idea.
—Sigue con eso. —Ash me hizo un gesto para que siguiera
hablando.
—Mientras me llevaban a Halálház, me llevaron a través de los
túneles desde el área del palacio hasta la antigua ciudadela antes de ser
escoltada a la prisión.
La cabeza de Warwick se inclinó hacia atrás, la comprensión se
filtró rápidamente. Conocía la zona, lo que estaba diciendo.
—¿Qué? —La mirada de Ash rebotó entre nosotros.
—Hay una puerta junto a la antigua prisión, que conduce a los
túneles. En un momento, estuvo muy vigilado debido a la prisión…
—Pero la prisión ya no está en uso —completó Ash, entendiendo lo
que quería decir—. El área ha sido básicamente abandonada.
—Killian todavía tendría una patrulla, pero… —Warwick se rascó
la barba.
—Nada como la que solía estar allí. Sé que tiene mucho de su
enfoque en reconstruir y vigilar la nueva prisión —terminé.
Una sonrisa traviesa tiró de un lado de la mejilla de Warwick, sus
ojos aguamarina ardiendo en los míos.
—Buen plan, princesa.
—Gracias. —Incliné mi cabeza hacia él, ninguno de los dos
realmente abrió la boca.
—Sabes que será como robar un tesoro de la guarida de un dragón.
—Ash se frotó la frente—. Muy peligroso. Puede que no lo logremos.
Una mueca maliciosa insinuó en la boca de Warwick.
—Suena exactamente lo nuestro.

—Ahora dime de nuevo, ¿cómo sabes dónde está? —Mykel


caminaba detrás de su escritorio, una profunda línea surcada en su
frente—. Simplemente pasan quince años después de su desaparición,
¿de repente sabes dónde está?
—Posiblemente sepa dónde está —agregué. Técnicamente no lo
había visto, pero sentí que el libro me mostraba el lugar por una
razón. Tendría sentido enterrarlo en los túneles prohibidos, justo debajo
de los fae más poderosos de Hungría, para protegerlo. Como dijo Ash,
entiérralo bajo la guarida de un dragón y su tesoro probablemente
permanecerá oculto.
—Cómo sabemos no es importante. Simplemente lo hacemos. —
Warwick se cruzó de brazos, elevando su altura sobre mi tío, con su
mirada mortal sobre él.
—Disculpa si no tomo tu palabra. No me convertí en líder
confiando en todos los que encontraba, sin importar lo que estén
haciendo tú y mi sobrina. —Mykel miró a Warwick con el ceño
fruncido, la tensión se agitó entre ellos como barro. El disgusto subió
por mi cuello, sabiendo que Mykel probablemente nos había escuchado
y sentido. No era mi padre, y apenas lo conocía, pero todavía sentía que
mi padre me había atrapado como si fuera una adolescente.
Warwick se acercó al escritorio, la vibración de él golpeó la
habitación con violencia.
—Y yo no he llegado a donde estoy confiando en cada líder
arrogante que encontré. —Le gruñó a Mykel, el pecho de ambos crecía
con agresión.
—Vale. —Mi mano empujó el pecho de Warwick, moviéndolo
hacia atrás del escritorio—. Vamos a calmarnos.
—Warwick. —Mi enlace habló en su oído, mi mano se envolvió
alrededor de su brazo mientras mis dos manos reales permanecían en su
pecho—. Por favor.
Su nariz resopló, pero me dio un paso atrás, su mirada enojada
todavía estaba fija en mi tío.
Girándome para enfrentar a Mykel, respiré hondo.
—Entiendo que apenas me conoces. —Me acerqué al escritorio,
mirando a los mismos ojos que mi padre—. Eres mi tío. Padre querría
que nos conociéramos. Ser parte de la vida del otro. Confiar uno en el
otro. ¿Puedes darme el beneficio?
La cabeza de Mykel se inclinó.
—Nos dirigimos de regreso a Budapest esta noche.
Mykel se movió sobre sus pies.
—Mi equipo irá con ustedes —dijo Mykel.
—¿Qué? —Ash y Warwick salieron disparados.
Mykel los miró directamente.
—No lo he estado buscando en los últimos quince años como para
que se me deslice de entre los dedos.
—Veo que tu confianza en la familia es condicional. —Una vena a
lo largo del cuello de Warwick latía, su ira recorría el aire, su
temperamento siempre sobre una delgada línea.
Mykel le lanzó otra mirada furiosa, sus dedos se convirtieron en
bolas.
—No es condicional a menos que planees apuñalarme por la espalda
primero. Yo protejo a mi familia. Que es este lugar. Estas personas.
Brexley es parte de eso si quiere serlo, pero no es mi único objetivo.
Siempre pondré mi causa en primer lugar. Y creo que ella lo entiende.
—Me hizo un gesto—. Trucker, Ava y Luk te acompañarán. Si te diriges
al territorio de Killian, será peligroso.
—¿Peligroso? —La voz sensual de una mujer hizo que nuestras
cabezas volvieran a la puerta. Un demonio de cabello azul se apoyó
contra la jamba, una sonrisa tímida en sus labios.
—Entonces no me dejarás atrás, corderito. Suena divertido.
Los rugidos de las motocicletas retumbaron por la autopista durante
la noche; su formación en flecha se dirigió hacia Budapest como un
dardo. El aire azotó mi cola de caballo contra mi rostro, golpeando
dolorosamente mi piel congelada, el aire frío de la noche helando mis
huesos debajo del pesado abrigo. El calor que emanaba del cuerpo de
Warwick era un horno, y me acurruqué contra él mientras la moto se
acercaba a nuestro destino.
Curvando mi cabeza sobre mi hombro, vi a Ash en su moto
flanqueando nuestra izquierda, la bolsa en su espalda llena de posesiones
preciadas: el libro y mis dos amiguitos que se habían convertido en mi
familia. Había llenado el bolso de Ash con todo el material y cosas que
pude encontrar para ocupar a Opie para el viaje de
regreso. Luk y Kek estaban a nuestra derecha, Trucker y Ava ocupando
la retaguardia, vigilando nuestras espaldas, lo que requirió algunas
negociaciones con Warwick a la cabeza.
No confiaba en ellos, pero Mykel no confiaba en que no estuvieran
con nosotros. Comprendía ambos lados, su desconfianza mutua, y me
convertí en la delgada línea de tregua entre ellos.
—Depende de ti, Brexley. —Mykel se me acercó justo antes de
despegar.
—¿El qué?
—Mantener el equilibrio. —Movió la barbilla hacia Warwick y
Trucker, la animosidad entre ellos apuñalaba como dagas.
—Kovacs —me llamó Warwick para subirme a su moto.
Me volví hacia el tío que había conocido recientemente.
—Ha sido… —Mykel se aclaró la garganta, hablando primero—.
Bueno finalmente conocerte. No me arrepiento de las decisiones que
tomé en mi vida, pero desearía haber estado más ahí cuando estabas
creciendo, para ti y tu padre. Me recuerdas mucho a él. Él fue un buen
hombre. Le extraño.
—Yo también. —Estuve de acuerdo, moviéndome sobre mis pies,
sin tener idea de qué hacer. No parecía un abrazador como lo era mi
padre.
Mykel negó con la cabeza.
—Tu padre tenía razón.
—¿Qué quieres decir?
—Después de años de silencio, apareció aquí apenas un mes antes
de morir. Nos emborrachamos y me confesó que eras diferente. Especial.
Me dijo que te cuidara, que te protegiera. Te trajera aquí si las cosas
cambiaban en la FDH.
—¿Te dijo algo más? —Andris me dijo que mi padre sabía que
había algo extraño en mí, pero escucharlo de otra persona me oprimía el
pecho y me dificultaba respirar—. ¿Qué pensaba que era?
—No. —Mykel apretó los labios—. Se calló cuando traté de
preguntarle más, diciendo que ya había dicho lo suficiente como para
ponerme en peligro.
Mi garganta se apretó. ¿Significaba eso que mi padre sabía más?
¿Descubrió más?
—Realmente no le creí, pero aun así hice lo que me pidió. Fue
extraño que viniera a verme entonces… como si supiera que iba a morir
—dijo Mykel—. Sé que parece imposible, pero él no se equivocó
contigo. Lo siento en mis huesos. Eres especial… crítica. Estabas
destinada a venir aquí. La roca que empezó una avalancha.
Una sola gota de agua puede ser la que rompa la presa.
—Te veré de nuevo, Brexley. —Bajó la cabeza. Por un momento, vi
suavidad en sus ojos, luego desapareció—. Mantente a salvo. —Se
volvió, caminando rígidamente hacia la base.
Ahora, a solo unos minutos de Budapest, Warwick levantó el brazo
para indicar a los demás que lo siguieran. Salió de la autopista con la
motocicleta y regresó a la ciudad por un camino menos transitado.
Fuimos lo suficientemente al sur para cruzar hacia el lado de Buda, fuera
del dominio de Killian, en dirección a las Tierras Salvajes.
No estaba custodiada por los soldados de Killian, y las calles eran
pésimas, ya no se les daba mantenimiento, lo que ralentizaba nuestro
paso. Era más fácil ser capturado por ladrones y pandillas. Fue un
lanzamiento hacia arriba qué manera era peor: ser atrapado por
el ejército de faes entrenado por Killian o ser perseguido por ladrones
que matarían por una moneda sin pensarlo.
La oscuridad se aferraba a los edificios deteriorados, el amanecer
aún estaba lejos. El olor de la ciudad me golpeó como un puñetazo, la
putrefacción de humanos y animales. Los animales estaban cercados con
sus propias heces, los vagabundos orinando y cagando en la calle. Los
edificios devastados por la guerra estaban hundidos, al borde del
colapso. Solo unas pocas luces de los edificios daban un ligero brillo a la
calle, creando sombras espesas, cada contorno jugando con mi visión.
—¿Estás seguro de que esta es la mejor manera? —murmuré al oído
de Warwick cuando redujo la velocidad para esquivar enormes baches y
escombros.
—Si Killian se entera de nuestro regreso… especialmente el tuyo,
nuestro elemento sorpresa se habrá ido. —El aliento caliente de
Warwick me hizo cosquillas en el cuello. En lugar de gritar a través de
los motores y el viento, nos habíamos comunicado todo el viaje a través
de nuestro enlace, que se mantuvo breve, sin decir más de lo necesario.
Podía sentir la tensión en sus músculos, su mirada en cada centímetro
del camino, en busca de amenazas. Nuestro pequeño séquito era un
letrero de neón para aquellos que buscaban problemas.
—Prepárate, princesa. —Su voz era plana y sin emoción—. Saca tu
arma.
Tomando dos armas de la parte de atrás de mi pantalón, mi mirada
recorrió cada rincón oscuro y callejón que pasamos. Los fuegos en
barriles ardían tenuemente en lugares ocasionales, los ojos vacíos de la
gente nos miraban mientras pasábamos. La pesada miseria pesaba el
aire, la desesperación por un momento de indulto, una oportunidad de
escapar de su vida, me hizo sentir como si estuviéramos siendo
perseguidos. Seguidos. Un escalofrío recorrió mi columna, como una
advertencia.
—Warwick —murmuré, con las rodillas apretadas con más fuerza
en sus muslos para poder mirar a mi alrededor y hacia las ventanas. No
pude evitar la punzante sensación de ser observada.
—Sí —rugió, sintiendo la misma alarma, con los hombros tensos.
Sus dedos de su mano izquierda, dirigida donde estaba Ash, hicieron una
señal que no entendí, pero vi a Ash reaccionar instantáneamente, sus
ojos moviéndose hacia la parte superior de los edificios y alrededor,
entendiendo su código—. No dudes en disparar, Kovacs. Cualquier cosa
que se mueva en nuestra dirección.
—No lo haré. —Mantuve mis armas en alto, mis dedos en los
gatillos, mirando a cualquiera que nos diera una doble mirada. La chica
antes de Halálház habría dudado. Había fingido ser feroz, pero no tenía
idea de lo que era el verdadero miedo o la depravación. El luchar
realmente por tu vida. Matar.
Cualquiera que viniera ahora por aquellos que me importan,
dispararía al instante.
Nos adentramos más en la ciudad, la miseria crecía junto con el
hedor que quemaba mis fosas nasales. La gente se acurrucaba cerca de
las fogatas o intentaba dormir bajo trapos en las bajas temperaturas. Era
pasada la medianoche, pero el tiempo no era un factor aquí. No tenían
trabajos por los que levantarse, nada que hacer excepto preguntarse
cómo alimentarían a sus hijos o a ellos mismos. Los bebés que lloraban,
el murmullo bajo de las voces y el crepitar del fuego eran los únicos
sonidos.
La tensión envolvió mis músculos, listos para que algo viniera por
nosotros, pero continuamos sin incidentes. Mi ansiedad aumentó porque
podía sentir el cosquilleo palpable de ojos en mí, persiguiéndonos
implacablemente por la ciudad como un animal salvaje cazando a su
presa, permaneciendo lo suficientemente lejos en la oscuridad para
permanecer escondido.
Warwick se detuvo justo en la reja verde del Liberty Bridge. El
palacio del señor de los faes brillaba intensamente en la colina, un dios
muy por encima de sus discípulos.
Al otro lado del agua, casi podía sentir la presencia de Killian allí,
en el balcón, mirando hacia la noche, sintiendo que yo también estaba en
algún lugar. La conexión con él no era como la que tenía con Warwick o
incluso con Scorpion, pero no podía negar que Killian había dejado una
marca en mí.
La motocicleta de Ash se detuvo junto a Warwick, sus pies
golpearon el pavimento.
—La entrada principal ha sido cubierta, ya no se usa para la antigua
religión humana. Estará bien custodiada y cerrada. —Ash asintió con la
cabeza hacia la estructura construida en la ladera de la montaña al otro
lado del puente.
Las dos torres neogóticas y la iglesia de piedra pálida se mezclaron
con el terreno, apareciendo como parte de la montaña. Discreta. Oculta.
Y muy protegida y restringida del público. Cualquier enemigo que
descendiera sobre esta ciudad probablemente lo pasaría por alto. Como
Halálház, ¿se había escondido el néctar a plena vista todo este tiempo?
Luk, Kek, Trucker y Ava se detuvieron a nuestro alrededor.
—Llamamos demasiado la atención. Ustedes deberían quedarse
aquí. —Warwick gruñó a nuestros nuevos compañeros.
—Vete a la mierda —ladró Trucker, sus ojos brillando—. No nos
vas a dejar fuera ahora. El Capitán nos quiere aquí todo el camino hasta
que esté en sus manos.
—¿Quién diablos dijo que él sería el que lo conseguiría? —Sentí un
músculo en la espalda de Warwick flexionarse, su mandíbula apretada—
. Pueden seguir sus órdenes, pero yo ciertamente no lo hago. No es suyo
para tenerlo.
—Tampoco es tuyo, Farkas. —Trucker se hinchó, la furia tensó su
cuerpo.
—Puede que seas muy bueno en Povstat, humano, pero ahora estás
en el juego de los chicos grandes. Vas a hacer que nos atrapen. —
Warwick se burló—. O nos maten.
Trucker comenzó a bajarse de la bicicleta, desafiando a Warwick.
—¿Por qué no vienes aquí y puedo mostrar…
—¡Truck! ¡Para! —Ava lo agarró.
—Vamos, leyenda… ¿solo hablas? ¿Nada detrás del nombre?
—Mierda —siseé mientras Warwick comenzaba a bajar de su moto.
Sabía que esto sería malo. Trucker, un humano egoísta, no tenía idea de
a quién estaba desafiando.
—¡Oigan! —Sostuve mis manos entre ellos—. Todos, cálmense.
—Maldita sea, esto está tan caliente. Entra, chico lindo. —Se metió
con Luk—. Tú también. —Lanzó su mano hacia Ash—. Todos
empiezan a luchar, y luego se convertirá en follarse con odio el uno al
otro. —Kek sonrió maliciosamente, sus ojos de demonio se
oscurecieron, devorando el aborrecimiento y el ego que nadaba entre los
dos hombres, haciendo que Ash resoplara.
—¿No me digas que no quieres ver toda esta testosterona? —
Kek movió sus cejas azules hacia Luk.
—Truck. —Luk señaló a su camarada, ignorando a Kek—. Toma un
respiro. Este es su terreno. En el nuestro, seguirían nuestro ejemplo.
Aquí los seguimos. No podemos luchar entre nosotros y ser capaces de
luchar contra nuestros verdaderos enemigos.
—Vaya, alguien está usando la lógica. —Ash le guiñó un ojo
juguetonamente a Luk.
Por un momento, juré que vi las mejillas de Luk calentarse, pero
rápidamente se volvió hacia Trucker.
—Vuelve a tu moto.
El pecho de Trucker se elevó, su mirada ceñuda sobre Luk ahora.
No pensé que muchos, además de mi tío, le dijeran a Trucker qué hacer.
Como alguien más que conocía.
—Demasiados alfas. —Presioné mi pulgar en el puente de mi
nariz—. No hay suficientes células cerebrales.
—Tu culpa. Las mataste a todas ayer y esta mañana, princesa. —La
voz ronca de Warwick me rozó el cuello, mis ojos se movieron
rápidamente hacia el hombre real con una mirada fulminante. Sus labios
se torcieron en una sonrisa—. Aunque no me importaría que tu boca se
envolviera alrededor de mi polla en este momento.
—Realmente eres insoportable —me quejé, el lado de su boca se
enganchó más alto.
—Trucker —dijo Luk su nombre como una orden.
—Bien —gruñó Trucker—. Puedes liderar, pero todos vamos. —
Trucker se dejó caer de nuevo en la moto.
Los hombros de Warwick se flexionaron y supe que estaba a punto
de arrojar a Trucker al río.
—Warwick. —Manos invisibles recorrieron su espalda y alrededor
de sus abdominales, mis dedos siguieron su línea en V, produciendo un
leve estruendo en su garganta—. Compórtate.
—Debes saber que no me comporto. —Su mano real agarró la parte
superior de mi muslo, acercándome más a su cuerpo, su pulgar frotando
la costura de mi entrepierna—. Si quieres que no mate a este tipo, me
debes una. He masacrado a hombres por menos.
—Prometo destruir esas pocas células cerebrales que te quedan si
superamos esto.
—Ahora me aseguraré de que lo hagamos.
—¡Hey, cabrones! —Ash nos gritó, nuestras cabezas girando hacia
él—. Dejen de follar mentalmente. ¡Enfóquense!
Fue un cambio. Warwick cortó el enlace, su atención se dirigió al
frente de nosotros, el modo guerrero activado.
—Síganme —ladró Warwick, acelerando la moto hacia adelante. En
el momento en que cruzáramos la línea invisible en el puente,
entraríamos al lado de Buda.
Reino de Killian.
La princesa estaba a punto de robar y traicionar al dragón que
guardaba el tesoro más codiciado del mundo.
Si me atrapaba, me reduciría a cenizas.

Los escombros y fragmentos de la antigua ciudadela estaban


esparcidos por la colina como lápidas. Un sumidero enterró lo que
estaba oculto bajo la piedra y la tierra, pero juré que aún escuchaba los
gritos fantasmales de agonía y el hedor de la muerte burbujeando hasta
la superficie. Todo quedó exactamente como estaba después del
bombardeo. Una cápsula del tiempo.
Se me hizo un nudo en el estómago, un escalofrío me estremeció
cuando Warwick detuvo la moto en nuestra antigua “residencia”. El
lugar todavía plagaba mis sueños, mi alma para siempre manchada de
sangre y trauma.
Me bajé, mis pies me acercaron a las ruinas, mi pecho se apretó. Me
detuve en un trozo de piedra. La estatua notable, la mujer que sostiene la
pluma, solía mirar por encima de la ciudad y era un símbolo en
Budapest. Parte del rostro de la mujer me miró sin comprender. Un
cadáver abandonado en el campo de batalla. Los inquietantes gritos y el
terror aún saturaban el suelo.
Este lugar ya no puede hacerte daño. Inhalé profundamente,
tratando de aflojar la cuerda que estrangulaba mis pulmones. No pensé
que estar de vuelta aquí me afectaría tanto. Cuando estuve aquí, no había
salido más de dos veces. Ahora, como vibraciones de un terremoto,
podía sentir lo que todavía estaba bajo mis pies, vacío de vida, pero lleno
de los fantasmas que murieron, como si los Juegos y la vida
en Halálház nunca se hubieran detenido. Tenía pocas dudas de que
debajo de mí había cadáveres de personas que sabía que ahora estaban
sepultadas para siempre.
¿Estaba Tad ahí? ¿Logró salir?
—Oye. —La sombra de Warwick presionó en mi espalda, su calor
cortando el viento frío que soplaba sobre la colina—. Puede que este
lugar te haya hecho daño y te haya cambiado, pero no te rompieron,
Kovacs. Sobreviviste… saliste más fuerte. No dejes que te quite nada
más.
Mi atención se dirigió al hombre que estaba ocupado escondiendo
las motocicletas, actuando como si no hubiera terminado conmigo,
remendando partes de mi alma con sus palabras. Podía sentir mi mirada
lastrada sobre él, sus ojos se posaron en mí por un momento,
conectándose, antes de apartar la mirada de nuevo. Parecería nada para
el mundo exterior, pero para mí, se sintió como todo.
—¿Brex? —Ash me hizo un gesto con la mano, el resto del grupo
me esperaba. Puede que no tengamos mucho tiempo hasta que pase otra
patrulla por aquí. Habíamos visto a una pasar por el área justo delante de
nosotros, sin siquiera detenerse, solo asegurándose de que todo se viera
tranquilo y en silencio. Esta parte ya no era de utilidad ni de
importancia.
Escabulléndonos por el edificio bombardeado, llegamos al área
donde recordaba haber salido. La puerta privada casi sin costuras que
nos conducía directamente al corazón de la ciudad de los faes estaba
oculta por el follaje y grandes trozos de escombros. La bomba había
dejado este lugar en ruinas.
Los siete apartamos los restos de la puerta y Ash se acercó primero.
—Joder —siseó, y rápidamente entendí su reacción. La puerta no
tenía pomo, la entrada formaba parte de la pared sin problemas. Solo
había salido de aquí, no entrado. No tenía idea de que no había una
manija de puerta real en el exterior.
—¿Tienen una hoja de cuchillo? —Miré alrededor—. Puedo abrir
cerrojos con una hoja plana.
Warwick resopló, alcanzando el que guardaba en su bota.
—No importa. —Ash negó con la cabeza y se inclinó hacia
nosotros—. Puedo sentirlo. Está bloqueado por magia. Hecho por
Duendes. —Ash dejó escapar un suspiro de irritación.
Hecho por Duendes era prácticamente imposible de atravesar. Era
caro, difícil de conseguir y se usaba muy poco aquí, pero no me
sorprendió que el señor de los faes tuviera acceso a él.
—Joder —ladró Warwick, pasando su mano por su cabello, sus pies
moviéndose—. ¿Ahora qué?
—No lo sé —exclamó Ash, aumentando la tensión—. No hay forma
de que podamos entrar… a menos que tengas a mano una de esas
ganzúas fae.
Yo solía tener una. En mis días de ladrona, aprendí rápidamente que
los artículos con “bloqueo mágico” eran imposibles de descifrar a menos
que tuvieras uno de esos dispositivos del mercado negro y, a veces, ni
siquiera funcionaban.
Anudando mi cabello en mis dedos, dejé escapar un gruñido de
frustración, comprendiendo que ninguno de nosotros podría atravesar la
puerta.
—¿Eso es todo? —Trucker extendió los brazos—. Todo su plan se
basó en si podíamos atravesar esta puerta. —Él se burló—. Y, Luk,
dijiste que los dejara liderar. Idiotas.
La furia explotó a través de Warwick, su cuerpo se encrespó, listo
para lanzarse sobre Trucker.
—¡No! —Salté frente a Warwick, sus ojos aguamarina fijos en su
objetivo, su cuerpo empujando hacia adelante como si yo ni siquiera
estuviera allí.
—¡Todos ustedes son unos idiotas! —Una voz ronca suspiró, y un
cuerpo diminuto, que ni siquiera llegaba a la parte superior de sus botas,
se paseó entre los dos chicos a punto de hacerse pedazos, su atuendo
ondeando como si estuviera en una pasarela—. Palos de escoba… siete
cerebros entre ustedes, y ninguno de ustedes pensó en nosotros. —Opie
ladeó la cabeza por encima del hombro hacia Bitsy que estaba de
espaldas—. ¿Por qué deberíamos sorprendernos? Nadie piensa acerca de
nosotros los miserables sub faes.
¡Chirrido! Sus dedos volaron hacia arriba, frunciendo el ceño.
—Oh, mis dioses. —Ava dio un salto hacia atrás, sus ojos se
abrieron como platos—. ¿Eso es… es un brownie? ¿Y un diablillo?
—Maestro Pececito, pasas el rato con unos cerebritos. —Puso los
ojos en blanco, cruzó los brazos y arrugó su nueva creación.
—¡Un kutya fáját! ¡El árbol del perro! —Ash siseó, señalando a
Opie—. ¿De dónde diablos sacaste eso?
En lugar de toda la tela monótona que pude encontrar en Povstat
para darle a Opie para un proyecto en el camino de regreso, estaba
vestido con un vestido de pergamino, doblado como un abanico. Una
página le rodeaba la cintura como una falda larga, otra doblada como un
top de Origami con hombros descubiertos. Dos páginas abanicadas
estaban unidas a su espalda como alas y una en su cabeza como una
corona. Bitsy tenía una corona y alas a juego en su espalda.
—Oh dioses, Opie. —Me encogí—. Por favor, no me digas que es
del libro que está en la bolsa de Ash.
El libro de los faes.
—Como si pudiera hacer alguna cosa con lo que me diste —resopló,
pisando fuerte, que también estaban cubiertos con papel—. Soy
brillante, pero eso iba incluso más allá de mi talento.
—Tú… —Ash jadeó dentro y fuera—. ¿Hiciste? ¿Un? ¿Vestido?
¿Del? ¿Libro?
—Actúas como si fuera un gran problema. —Opie le restó
importancia con la mano.
—¿Gran problema? —La voz de Ash se estremeció—. ¿Un gran
problema? ¡El libro tiene miles de años! ¡Contiene más historia y
conocimiento en la primera oración de lo que tendrás en toda tu vida!
—Puaj. Deberías agradecerme; suena positivamente aburrido. Lo
hice emocionante de nuevo, le di vida. Me tomó todo el viaje. ¿No te
gusta? —Se dio la vuelta, el papel se ensanchó como una tela gruesa.
Honestamente, si no hubiera pensado que Ash estaba a punto de
desmayarse, habría admitido que era muy creativo y sorprendente—. Es
bonito… solo admítelo.
—¡Oh, dioses! —Ash exclamó. La cadena de palabrotas, tanto en
húngaro como en inglés, incluso hizo que Bitzy abriera los ojos de
asombro—. ¿Usaste una pieza de historia antigua e irremplazable para
hacer tu vestido?
Me tapé la boca, sin saber si quería reír o llorar, mientras Kek
aullaba a mi lado.
—Creo que encontré a mi alma gemela. —Ella se secó los ojos—.
Su atuendo literalmente pasará a la historia.
—Espera. —Un pensamiento hizo clic en mi cabeza—. ¿Cómo
pudiste entrar en el libro? Pensé que solo se abría para aquellos que
elige. Y los que tienen buenas intenciones.
—Excepto subfaes. —Warwick dejó caer la cabeza, enojado,
frotándose la cara con la mano.
—¿Qué quieres decir? —No sabía mucho sobre subfaes. No era
algo que Istvan siquiera considerara digno de mi tiempo.
—Subfaes, que incluye brownies y diablillos, siempre se
consideraron por debajo de los faes. Eran mascotas, esclavos, criaturas
irritantes… como pensarías en abejas o ardillas. —Warwick se encogió
de hombros—. Parte de nuestro mundo, pero no digno de mucha
reflexión. Nunca se consideraron una amenaza… así que no tienen las
mismas limitaciones que nosotros.
—La arrogancia y los derechos son siempre las caídas del hombre.
Fae y humano. —Opie se detuvo cerca de mi bota y me guiñó un ojo—.
No subestimes ni juzgues mal a los marginados. ¿Estoy en lo cierto,
Pececito? Nosotros mordemos de vuelta.
Una sonrisa tiró de mi boca y moví la cabeza.
—¡Apártense de mi camino, criaturas inferiores! —Opie apartó a
Ash, Kek y Luk dramáticamente, dirigiéndose hacia la puerta. Bitzy
se sentó en su mochila, moviendo su dedo medio como si fuera la reina
de Hungría pasando a sus secuaces en la calle—. Dejen pasar a los
expertos.
¡Chirrido!
—¿Qué está pasando? —Miré de nuevo a Warwick; su boca estaba
curvada por el humor.
—Verás. —Movió la barbilla para que siguiera a mis amigos. Vi
como Opie se acercaba a la puerta, con la cabeza inclinada hacia atrás a
su colosal altura.
—¿Alguna ayuda, campesinos? —suspiró como si estuviera muy
molesto, señalando la puerta—. ¿Debo hacer todo yo mismo? Dios mío,
Bitz, simplemente no puedes encontrar una buena ayuda en estos días.
¡Chirrido! Bitzy puso sus grandes ojos en blanco con una dramática
molestia acordada.
—Solo porque me diviertes. —Kek se inclinó, lo levantó y lo
sostuvo cerca de donde podría estar la cerradura del otro lado.
—Gracias, mi sirvienta zafiro. —Asintió con la cabeza a Kek antes
de volverse hacia la puerta. Las manos de Opie se aplastaron contra ella,
su lengua sobresalió cuando acercó la oreja a la puerta—. Hmmm… esta
es una pegajosa. —Sus ojos se movieron, su lengua cambió de lado. Nos
quedamos allí mirándolo durante un minuto antes de que volviera a
hablar—. Casi lo tengo… —gruñó. Pasaron otros treinta segundos—. Ya
casiiii —enfatizó, arrugando la nariz—. ¡Ah-ha!
¡Clink! El sonido de la cerradura rompiéndose, la puerta se abrió.
—¡Ta-da! —Levantó las manos y señaló la puerta como si fuera un
premio.
—¡Mierda! —exclamé, mi boca abriéndose en asombro.
—Subfae —respondió Warwick, el calor de su cuerpo
presionándome, llevándome hacia la entrada—. Puede que seamos cien
veces más poderosos que ellos, pero pasan por debajo del radar de la
mayoría de la magia, lo que les permite hacer cosas que nosotros no
podemos.
—Como abrir cerraduras mágicas y libros de magia.
—Como eso. —Las manos de Warwick agarraron mis caderas,
moviéndome hacia adelante.
Mis ojos se abrieron, volviéndome hacia Opie y Bitzy, mi sonrisa
creció. Para un ladrón, esto era como encontrar la llave maestra que
abría todo en el mundo. No había nada que no pudiera robar.
—Ustedes dos… son los mejores. —Les lancé un beso.
Un sonrojo profundo coloreó las mejillas de Opie, una sonrisa
tímida insinuando su boca, mientras Bitzy simplemente me mandó al
diablo.
Los amaba.
Tomando al par de Kek, coloqué a Opie en mi hombro, el dúo se
aferró a mi cola de caballo cuando entramos por la entrada oscura.
Tomé la iniciativa ya que había pasado por aquí. Mis recuerdos eran
agudos debido a lo que sea que me había inyectado el sanador; cada paso
ahora era como un frotamiento cruel contra mi cerebro. El olor me trajo
de vuelta a cuando los guardias de Killian habían remolcado mi cadáver
mutilado por las escaleras de caracol hacia mi perdición.
Ahora estaba descendiendo hacia él.
Tan silenciosamente como pudimos, los siete avanzamos por el
túnel. Mi ansiedad se movía en una cuerda floja a mi alrededor, con la
esperanza de no estarlos guiando por el mal camino. El olor
desencadenó recuerdos que había encerrado, bombeando mis pulmones
con pavor.
—Lo lograste, Kovacs. Sobreviviste. No dejes que gane ahora. —La
voz fantasmal de Warwick se filtró en mi oído.
Tomando una respiración profunda, mis hombros se relajaron. Los
recuerdos no desaparecerían. Probablemente nunca lo harían, pero
sintiéndolo detrás de mí, Ash a mi otro lado, mis chicos flanqueándome,
Opie y Bitzy en mi hombro, todos centraron mis pensamientos salvajes,
dejando concentrarme en la meta.
—Palos de escoba dobles. ¿Saliste de este lugar, Pececito, y luego
¿regresaste a propósito? —Opie agarró mi cabello con más fuerza—.
Estoy teniendo recuerdos de cuando el Maestro Finn me hizo cebar a las
ratas salvajes de aquí.
—¿Tuviste que poner el cebo?
—No, yo era el cebo. —Se estremeció—. Dijo que construía el
carácter. Pero todo lo que hizo fue hacerme perder los intestinos.
¡Chirrido!
—No sabía que podías construir el carácter así.
¡Chirrido!
—Oye, es hora de ponerle bozal a las mascotas —refunfuñó
Warwick, su físico se enroscó y se tensó, su cabeza se movió
rápidamente, incluso desconfiando del grupo detrás de nosotros.
Luk y Kek estaban en el medio, mientras que una vez más Trucker y
Ava estaban protegiendo la retaguardia, lo que no tranquilizó a Warwick
en absoluto.
Volví a colocar a Bitzy y Opie en la mochila de Ash para que
estuvieran seguros, con la regla de que no podía diseñar más atuendos
del libro.
Gesticulando, nos dirigí hacia el túnel principal, mi intuición
liderando el camino. Con cada paso, era consciente que podíamos ser
atrapados por un soldado, por el propio gobernante o, peor aún, por
Nyx. Esa perra me cortaría sin dudarlo. Y por extraño que parezca, no
estaba segura de culparla. Maté a su amante y Warwick casi la
mata. Ella tenía una razón para odiarme.
Mis botas golpearon ligeramente la piedra cuando doblamos una
esquina, el aire se me quedó en la garganta cuando vi la habitación con
el altar al final. Los latidos de mi corazón se duplicaron contra mis
costillas mientras nos acercábamos. Todo era exactamente como lo vi en
el libro, pero ahora que estábamos aquí, no sabía qué hacer. Si Killian
sabía que estaba por aquí pero no lo había encontrado, ¿cómo lo
haríamos? Incluso si Killian no lo supiera, todavía no estaría a la vista.
¿Por dónde empezamos?
Mi curiosidad me llevó hasta el altar, la mesita llena de objetos
peculiares. Plumas, huesos, cristales y hierbas estaban alrededor de un
símbolo, que parecía una estrella ligeramente tallada en la mesa.
Warwick y Ash se acercaron a mí, mirando hacia abajo.
—Santa… mierda —murmuró Ash, sus ojos se agrandaron ante los
artículos sobre la mesa.
—¿Qué? —Su tono aumentó la ansiedad en mi estómago,
intensificando el nudo en mi estómago que tenía desde que el libro me
trajo aquí.
—Ese altar es un…
—Un altar Druida. —Una voz chirriante vino de frente a nosotros,
tirando de nuestras cabezas hacia un contorno en las sombras oscuras.
Warwick y Ash apuntaron sus armas a la silueta, pero no me moví. Una
comprensión golpeó mi pecho antes que se desbordara por completo en
mi mente.
La figura salió de las sombras arrastrando los pies, una bombilla de
fuego parpadeó a través de sus rasgos desgastados y su estructura
distorsionada.
Un jadeo agudo quemó mis pulmones, mis ojos absorbieron lo que
ya sabía en el fondo.
—Ya era hora de que llegaras, mi niña. —Sus ojos azules
encontraron los míos.
Llevaba exactamente el mismo atuendo blanco sucio con el que lo
vi por última vez, su cabello aún más grasoso, era el Druida.
Tadhgan.
—¿Tad? —Mi voz chilló, mi cerebro tropezó y rodó sobre sí
mismo, tratando de darle sentido a su presencia aquí.
Una suave sonrisa se dibujó en su boca mientras se acercaba
cojeando a nosotros, ignorando las armas que lo apuntaban.
—Parece que la pandilla está junta de nuevo. —Saludó con la
cabeza a Warwick y Kek—. Debería haber sabido que gravitarían hacia
ti como el sol.
—Hola, viejo. —Kek sonrió, moviendo la cabeza hacia el druida—
. Y debería haber sabido que alguien tan terco como tú no moriría. No
tan afortunado, supongo.
Él le devolvió la sonrisa.
—La muerte vendrá por mí muy pronto, pero no hoy.
—Espera. —Levanté mis manos—. ¿Qué estás haciendo aquí? —
Mi cabeza se sacudió, no todas las piezas encajando.
—¿Haciendo aquí? —se burló, levantando un brazo en un
movimiento general—. Nunca me fui de aquí.
Observé su cabello andrajoso y el uniforme blanco de Halálház
sucio que todavía llevaba, sin su bastón de confianza.
—¿Aquí es donde te has estado escondiendo desde que
bombardearon Halálház? —Mi boca se abrió—. Eso fue, como, hace un
mes.
—¿Ah, sí? —Sus cejas blancas se arquearon hacia arriba—. El
tiempo significa tan poco para mí.
—¿Cómo? —Negué con la cabeza—. ¿No estaban las puertas de los
túneles cerradas mágicamente?
—Oh, mi niña, la magia fae significa poco para nosotros los
Druidas. —Golpeó su mano, deteniéndose al otro lado del altar y de mí.
—¿Por qué estás en el territorio de Killian? Prácticamente en su
casa —gruñó Warwick, manteniendo su arma sobre él—. ¿No me digas
que él o sus guardias no se han dado cuenta que has estado tan cerca
durante un mes?
—Ya casi nadie viene por aquí. No es necesario, ya que la prisión
está fuera de uso, pero debes saber que un Druida puede esconderse a
plena vista.
Escuché que demonios poderosos y algunos Druidas tenían el poder
de casi ocultarse en su entorno. Tus ojos pasaban sobre ellos, sin ver
nada en la superficie a menos que extendieras la mano y los tocaras,
destruyendo la ilusión.
—No hay mejor lugar para estar que justo debajo de sus narices. —
Su mirada se dirigió a Warwick y luego a Ash, ignorando a los demás en
la habitación—. No necesitan esas armas. Este cuerpo viejo y torcido no
les representaría un reto.
—Tadhgan, el Druida de antaño. El Druida vivo más antiguo del
mundo. —Ash mantuvo su arma sobre él—. ¿Crees que es tu cuerpo
físico lo que temo?
—Querido chico, si quisiera hacerte daño, ya lo habría hecho. Pero
soy un Druida blanco. No hacemos daño; curamos y ayudamos. Además,
¿por qué iba a hacerlo cuando estaba esperando a que llegaran? Bueno,
ella, sobre todo.
—¿Esperándome? —Me señalé.
—Sentí que me visitaste antes. Sabía que vendrías. —La mirada de
Tad se posó de nuevo en mí. Sus ojos eran como océanos de
conocimiento y vida. Lentamente pasaron de mí a Warwick, sus labios
se aplanaron juntos en una ligera confusión.
—¿Te refieres al libro de los faes de ayer? —Ash bajó los brazos y
me miró.
—¿Eso fue ayer? Como dije, el tiempo es algo divertido para mí
ahora. —Su atención iba y venía entre Warwick y yo intensamente—.
Increíble… nunca había visto algo así antes. Y he vivido durante
muchos, muchos siglos y he visto las cosas más increíbles.
—¿Qué? —La sensación de insectos se arrastró por mi piel.
—Todavía no hay auras, pero ahora hay un brillo asombrosamente
brillante entre ustedes dos. —Las cejas del druida se arrugaron—. La
vida los conecta, pero la muerte los une.
Como si Tad pudiera quitarme la piel y ver todo dentro, dejando
entrar el frío de la verdad, mis miembros empezaron a temblar.
—Y su brillo sexual… oh mi… —Sus ojos se abrieron.
—Sí, lo escuchamos y lo sentimos. —Kek resopló—. Toda la noche
y la mañana sin parar. ¿Quieres saber cuántas veces tuve que tomar el
asunto en mis propias manos o con el gruñón del café? Como
una cantidad obscena.
—¿Jan? ¿En serio? —La boca de Luk cayó en estado de shock—.
Wow, supongo que es lindo de una manera áspera y malhumorada. —
Luk inclinó la cabeza pensativo.
—Es bastante decente en la cama. La próxima vez deberías unirte a
nosotros, chico bonito.
—Está bien, suficiente —ladró Warwick—. Estamos perdiendo el
tiempo. Necesitamos volver a la misión.
—Por el néctar —dijo Tad de manera uniforme, chasqueando cada
cabeza hacia él.
—¿C-cómo sabes eso? —Mis ojos se agrandaron; mis músculos se
tensaron a la defensiva.
—Porque soy viejo y sabio. —Guiñó un ojo—. Y porque no hay
otra razón para entrar directamente al dominio de Killian. La mayoría de
la gente ha olvidado los rumores, perdidos a lo largo de los años en el
vacío. Como sigo diciendo, el tiempo es algo gracioso para una mente
antigua. Lo que recuerda fue ayer y ayer es lo que olvida.
—¿Sabes sobre el néctar? ¿Lo que es? —Me lamí los labios secos.
—¿El último objeto que tiene pura magia fae? Tan fuerte que puede
sobrevivir estando en el reino contaminado de la Tierra. —Bajó la
cabeza—. Sí, soy consciente de ello.
—¿Está eso aquí? —Avancé hacia él—. ¿Lo has encontrado?
—¿Estaría aquí si lo hubiera encontrado? ¿Todavía luciría así? —
Hizo un gesto hacia su cuerpo inclinado, un estremecimiento de dolor
tensó su mejilla—. No, si está aquí, no se me ha mostrado. Lo he cazado
durante años y ni siquiera yo he podido localizarlo. —Tad tomó mi
mano—. Ayuda a un anciano a sentarse. No puedo estar de pie por
mucho tiempo como solía hacerlo.
Gruñó mientras lo ayudaba a bajar al suelo, tomando asiento frente
a la pequeña mesa del altar.
—Solo conozco un posible rumor que dice que fue visto por última
vez aquí. —Sus ojos se deslizaron hacia Ash—. Pero posiblemente
nuestro viejo amigo en tu espalda podría ayudarnos.
Ash tocó automáticamente la correa de su mochila.
—Puedo sentirlo —dijo Tad—. Me llama. En la antigüedad, los
Druidas fueron los historiadores de los antiguos reyes y reinas de los
altos faes. Los libros de los faes originales son obra nuestra.
La mirada insegura de Ash se dirigió a mí. Asentí con la cabeza, sin
tener otras ideas sobre cómo encontrar el néctar. Frunció los labios, pero
se acercó a nosotros, se quitó el bolso del hombro y la dejó caer junto a
la mesa.
—Siéntate, niña. —Tad me indicó que me sentara frente a él. Me
arrodillé mientras Ash sacaba el libro de su mochila.
—¡Esos pequeños cabrones! —gruñó—. ¡Se metieron en mis
hongos otra vez!
Mi atención se centró en la bolsa mientras sacaba el libro. Dos
figuras desmayadas roncaban y babeaban en la cubierta, con diminutas
migas de hongos pegadas a ellas. Bitzy estaba acurrucada, chupándose el
dedo medio, encima de sus alas de papel arrugadas. Opie estaba
extendido como un águila, con la corona hacia abajo sobre los ojos, su
vestido torcido, mostrando sus partes desnudas.
Mi mano fue a mi boca, tratando de no reírme.
—Oh mi dios. —Tad luchó contra una sonrisa—. Me preguntaba
por qué el libro estaba tan molesto.
—Creí que habías sellado los hongos lejos de ellos —gruñó
Warwick, pisando fuerte hacia el brownie y la diablillo, recogiendo el
par del libro más suavemente de lo que pensé que lo haría. Bitzy abrió
los ojos por un momento, acercándose a Warwick con un arrullo antes
de desmayarse de nuevo. Warwick negó con la cabeza—. Lo sabes.
—¡Los aseguré! —Ash exclamó.
Excepto que las cerraduras no funcionaban en ellos.
—Nunca subestimes a los subfaes. Especialmente cuando se trata de
sus hongos. —Le guiñé un ojo a Ash, haciéndolo refunfuñar en voz
baja. Limpió los restos gomosos de los hongos de la cubierta del libro y
lo colocó frente a Tad y a mí.
Instantáneamente, el estado de ánimo cambió.
Tad inhaló temblorosamente, su mano se cernió sobre el libro, su
pecho palpitaba.
—¿Todo bien?
—Sí. —Él asintió con la cabeza, tragando—. Ha pasado mucho
tiempo desde que estuve en compañía de un libro tan poderoso. Es
incluso mayor que yo. Contiene tanto conocimiento. —Inclinó la cabeza
con asombro—. Excepto por un tiempo en el 1400, parece que faltan
algunas páginas de una guerra.
Todos los ojos se volvieron hacia las criaturas en los brazos de
Warwick, ataviados con las páginas omitidas.
Ash gruñó y maldijo con furia.
—Oh, bueno, se están utilizando para un propósito mucho mejor. La
guerra es siempre la misma, no importa en qué período de tiempo. De
todos modos, fue un momento horrendo, oscuro y sangriento. No te
pierdes nada. —Tad me guiñó un ojo, sonriendo—. Yo, por mi parte, me
alegro de que se haya ido.
Le devolví la sonrisa. Por el rabillo del ojo, vi que Ash todavía se
movía con irritación.
—Es bueno verte, viejo amigo. —Tad se agachó y palmeó el libro—
. Hmmm… eso es interesante.
—¿Qué es?
—Este libro parece muy interesado en ti. —Los ojos penetrantes de
Tad se encontraron con los míos—. Me equivoqué cuando dije que eras
una humana común. Te escondiste bien.
Mi garganta se secó, traté de tragar.
—¿Qué quieres decir con eso?
Me miró como si fuera un insecto clavado en una tabla. El calor
llenó mi rostro, un hilo de sudor se deslizó por mi espalda.
—Hay algo en ti. —Sus cejas se fruncieron juntas, su mirada
intensa—. Familiar… pero no. No puedo ubicarlo. Lo ignoré cuando nos
conocimos, pero ahora no puedo. Hay algo ahí que debería saber, pero
no puedo comprenderlo. Es como una brizna de nube que estoy tratando
de capturar.
—No entiendo.
—Yo tampoco, niña.
—Por favor… —rogué—. No sé lo que soy. ¿Tú sí?
Tad me estudió por un momento, frunciendo el ceño.
—No. —Parecía asombrado por su propia afirmación—. Lo cual es
extremadamente desconcertante. Todo es algo… menos tú y él. —Hizo
un gesto con la cabeza a Warwick—. No puedo comprenderlo. Solía
pensar que era porque me escondían sus auras. Era la única explicación.
Todo el mundo tiene un aura… como una huella digital. He vivido
mucho tiempo y he visto todas las especies posibles de humanos, fae y
animales. No lo entiendo, pero tú y Warwick no están en ninguno de
ellos… estás en algún lugar…
Intermedio.
Gris.
Apreté los dientes, reprimiendo el torrente de emociones. Seguía
esperando que alguien viniera y me dijera que todas las teorías estaban
equivocadas: yo era una chica normal, o al menos tener una idea, un
nombre. Tad, de todas las personas, debería ver lo que otros no
pudieron. Él debería ser el que lo sepa. Pero ni siquiera él pudo ver lo
que era.
—Y aquí pensé que yo era el único fenómeno, princesa. —Warwick
se apretó detrás de mí mientras el hombre real se encontraba a unos
metros de distancia.
—¡Cac! —¡Mierda! La columna curva de Tad se sacudió,
inclinándolo sobre un costado, con los ojos muy abiertos y moviéndose
rápidamente entre Warwick y yo—. ¿Cómo… cómo es posible?
El enlace se rompió en un abrir y cerrar de ojos cuando Warwick
retrocedió.
—¿Cómo estabas aquí y… y ahí al mismo tiempo? —Tad tropezó
con sus palabras, el miedo y la confusión eran genuinos.
—¿Podías verme? —Warwick retumbó, una vena en su cuello se
contrajo. Todos en la habitación, excepto Ash, estaba completamente
confundidos.
—S-sí. —Tad se empujó hacia atrás tanto como pudo, su expresión
se torció de asombro—. Fue como cuando la vi visitarme ayer. Una
impresión. Una aparición.
La cabeza de Ash se movió de acuerdo.
—No puedo verlo, pero puedo sentirlo cuando hacen la conexión.
Tad se frotó la cabeza.
—Esto tiene mucho más sentido ahora.
—¿El qué? —pregunté.
—De vuelta en Halálház, pensé que veía un destello de Warwick
cerca de ti, algunas veces cuando estabas en el ring peleando en los
Juegos, pero cuando miré de nuevo, se había ido. Pensé que mis ojos
estaban seniles, y esta vieja mente estaba empezando a perder sus
últimas canicas.
También recordé aquellos momentos en que esta cosa entre nosotros
aún no podía explicarse y negarse.
—Ustedes dos se están volviendo tan interesantes. Pensé que lo
había visto todo. —Tad se echó hacia atrás algunos mechones de su
cabello anudado.
—Entonces, ¿nunca te has encontrado con algo como esto antes? —
Esperaba que tuviera una explicación y ejemplos de lo que fuera esto
entre nosotros.
—No. —Continuó mirándonos con total sorpresa—. Nunca en mis
años había visto algo parecido a esto. No debería ser posible.
—¿Oye? —La voz de Trucker resonó desde una puerta que estaba
vigilando, Ava en la otra entrada—. Siento apresurarnos en ponernos al
día y todo eso, pero, ¿podemos poner esto en marcha? Todavía estamos
en territorio enemigo.
Trucker tenía razón. Encontrar el néctar y salir de aquí era lo más
importante. El resto podía esperar.
—Dame tus manos. —Tad se acercó—. No las sueltes, ¿de acuerdo?
Yo estaré contigo.
Asentí con la cabeza, sabiendo qué hacer. Extendí la mano y agarré
los huesudos dedos de Tad. Cerré los párpados y respiré profundamente
cuando nuestros dedos entrelazados tocaron la página. La electricidad
me atravesó, la voz inhumana vibró a través de mis huesos.
—Tadhgan, el Druida. Ha pasado mucho tiempo —dice el libro—.
Y Brexley Kovacs, la chica que desafía a la naturaleza. Dime lo que
buscas. No me hagas perder el tiempo.
—Pido disculpas al no ser lo suficientemente clara la última vez.
Me gustaría ver dónde se esconde el néctar —le pregunté de la manera
más concisa que pude.
—Una vez más, solicitar esta información es interesante —
respondió el libro—. Solo puedo mostrar lo que está escrito.
En el momento en que el libro pronunció las últimas sílabas, la
sensación de caer y dar vueltas sacudió mi cabeza, la bilis se enroscó en
mi estómago mientras Tad y yo caímos en los archivos del pasado.
Cuando abrí los ojos, el libro me había colocado en el mismo túnel
oscuro del otro día.
Sola.
—¿Tad? —susurré, mirando alrededor de los pasillos fríos y turbios,
con la piel de gallina en mis brazos. Buscando al Druida, no estaba a la
vista—. Tad, ¿estás aquí?
—Por aquí —murmuró una voz profunda. El sonido de varias botas
golpeando el suelo a la vuelta de la esquina me arrojó automáticamente a
una grieta oscura, mi columna escoció cuando me estrellé contra la
pared de roca.
Dos figuras estaban a punto de pasarme cuando otro hombre se
interpuso en el camino y las cortó.
—Una vez ladrón, siempre ladrón. —Un grito ahogado me subió
por la garganta mientras contemplaba una versión más joven de
Killian. Estaba vestido con un traje bonito pero anticuado, su cabello un
poco más largo, revoloteando alrededor de sus orejas. Menos pulido que
el hombre que conocía ahora.
—Deberías saber. —Un hombre alto y ancho de cabello oscuro con
una voz profunda se acercó a Killian y apareció a la vista. Mi pecho se
hundió ante el aura sexual áspera del hombre. Poseía una cualidad
salvaje, como si pudiera follarte al mismo tiempo que te cortaba por la
mitad con la espada larga unida a su costado sin pestañear.
De pie alrededor de un metro ochenta, delgado pero desgarrado, con
ojos oscuros en forma de almendra, pestañas oscuras y espesas y cabello
largo y negro, no tenía ninguna duda de que era un fae por su increíble
belleza.
—Wow, mírate. —Los ojos del pelinegro recorrieron a Killian con
aversión—. Todo elegante ahora, ¿no es así?
—Parece que nada ha cambiado contigo. Sigues siendo un ladrón de
segunda categoría… —Killian hinchó el pecho y lo miró con furia.
—Artesano. —El hombre se acercó y lo desafió—. ¿Y crees que
debido a que usas un traje caro y tienes un título antes de tu nombre,
estás por encima del resto de nosotros ahora?
—Soy el Señor de Budapest. Yo gobierno a todos aquí ahora. Este
es mi reino. —La sedosa voz de Killian se deshilachó al final, su ira
curvó sus manos.
—No me gobiernas. —El ladrón se acercó, amenazando—. Te
olvidas, Killian, yo conozco tu verdadero yo. Yo fui quien puso la marca
en tu pecho. Sé de dónde viene. —Vi el ojo de Killian temblar ante esta
afirmación—. Si tus secuaces supieran cómo realmente obtuviste este
puesto, quién eras antes, ¿aún te adorarían? —El hombre lanzó el
pañuelo de bolsillo al pecho de Killian con una burla—. Juega a
disfrazarte todo lo que quieras. Conozco la verdadera rata callejera que
hay debajo.
—Vete a la mierda —gruñó Killian, dando bandazos hacia el
hombre, su pura magia feérica crepitaba en el aire.
Una mujer menuda de cabello oscuro junto al hombre, que casi se
confundía con las sombras, se interpuso entre ellos. Ella puso una hoja
en la garganta de Killian, deteniéndolo.
—Da un paso atrás, Kil. —Su larga y brillante coleta negra se agitó.
Su cuerpo era tan pequeño que podrías confundirla con una niña, pero su
rostro era tan absolutamente impresionante que podías ver a una mujer
sensual allí.
Killian la miró fijamente, conmocionado y herido reflejado en su
rostro.
—Kitty-Kat. —La voz de Killian cambió, bajando. Dolorido.
—No me llames así. —Su rostro se contrajo, un destello de agonía
bailó sobre su expresión, empujando su espada más profundamente
contra su yugular.
—Entonces, ¿estás con él ahora? —Killian negó con la cabeza,
tristeza en su tono. Su mirada se movió sobre ella con un profundo
anhelo, agonía y… amor—. Lo odiabas. —Él se burló—. Querías
matarlo. Supongo que aquí todos somos mentirosos y ladrones.
—Esto no tiene nada que ver con él —escupió—. Vámonos, Killian,
y no te pasará nada.
—Demasiado tarde para eso, Kitty-Kat. —Su tono sugirió que se
refería a algo completamente diferente. Una historia entre ellos que yo
no conocía.
Sus pestañas se agitaron como si quisiera llorar, pero en cambio,
puso los hombros hacia atrás, ocultando sus rasgos.
—No quiero hacerte daño, pero nos vamos con el néctar no importa
qué. —Su cabeza se inclinó ligeramente hacia la pequeña bolsa de
mensajero que colgaba de su cadera.
Fue como un puñetazo en el estómago. Sin un atisbo de duda, sabía
que el néctar estaba ahí. Era real. Y a unos metros de mí.
Mis ojos se fijaron en la cartera. Juré que sintió mi presencia,
cobrando vida con la conciencia. Ya no podía oírlos ni siquiera ver más
allá de lo que sabía que había dentro. El tirón que venía de su bolso
empujó mi espalda contra la pared y di un paso. Me llamó y quería que
lo tomara. Como si tuviera su propio latido, lo escuché latir con fuerza,
el latido al ritmo de mi propio corazón. La energía zumbaba en mis
venas.
Di otro paso, a punto de salir de las sombras cuando un violento
movimiento de actividad me sacó de mi trance. Un chico rubio
musculoso se acercó detrás de Killian, una chica rubia con él, golpeando
a Killian en la nuca con la culata de su arma. Killian golpeó el suelo con
un ruido sordo.
—¡Agradéceme después, idiota! ¡Vamos! —El rubio les hizo señas
para que avanzaran, corriendo por el túnel con la chica rubia.
Tanto la mujer como el hombre de cabello oscuro vacilaron ante
Killian. La mujer a la que llamaba Kitty-Kat se inclinó y le tocó el pulso
con los dedos y dejó escapar un suspiro profundo.
—Él estará bien. —El tipo la levantó de un tirón, señalándola hacia
la salida—. Estabas destinado a gobernar. Siempre lo estuviste —
murmuró el hombre al ver la forma, una mezcla de resentimiento y
cariño ensombreciendo su tono—. Sin embargo, sigo pensando que eres
un gran idiota.
La pareja comenzó a moverse, pero ella se detuvo, su cabeza giró en
mi dirección, sus párpados se estrecharon, casi como un gato, como si
estuviera tratando de ver a través de la oscuridad. Verme.
—¿Qué ocurre? —preguntó, moviendo la cabeza con precaución.
—Pensé que vi… Nada. —Ella negó con la cabeza y se dirigió por
el pasillo, mientras él miraba a su alrededor con sospecha.
No me moví ni respiré.
—¡Croygen, vamos!
Le dio a Killian una última mirada, se dio la vuelta y corrió tras ella.
El néctar. Empujé hacia adelante. La necesidad de seguirlo, de
quitárselo, movió mis pies, pero el libro me tiró hacia atrás y no me dejó
ir más lejos.
—¡Noooo! —grité, luchando mientras me arrojaba de nuevo a la
oscuridad.
—¡Mierda! —Un gruñido golpeó mis oídos, una mano agarrando la
parte de atrás de mi cabeza, acolchándola antes que golpeara contra la
piedra. Abriendo mis ojos, los iris color aguamarina me miraron
fijamente, el cabello largo me hacía cosquillas en la cara, una leve
sonrisa en el rostro de Warwick—. Te voy a conseguir un casco.
Gimiendo, mis párpados se agitaron por un momento, las náuseas
hicieron que mi estómago girara, la necesidad de vomitar cubriendo mi
lengua.
—Lo siento, Pececito, ese fue un uno punto cinco en el mejor de los
casos. —Opie subió por mi brazo debajo de Warwick—. No desmontes
en absoluto. Deberíamos intentar algo más alto.
—¿Por qué no sigues desmayado con tu amiga? —Warwick
refunfuñó, apartándome de él.
—Tengo un metabolismo rápido. Mi madre siempre decía que así
era como me mantenía tan esbelto. —Señaló con la mano a su cuerpo,
una barriga que sobresalía del espacio entre su falda de papel y la blusa.
Warwick se burló, volviéndose hacia mí.
—¿Estás bien? —murmuró con voz ronca, sentándome lentamente,
su gran palma cálida alejando el cabello que se me pegaba a la cara.
—Sí. —Apoyé mi cabeza contra él, todavía sintiéndome mareada.
Se sentía cálido y seguro, y anhelaba acurrucarme contra él y tomar una
siesta.
Con una mirada ardiente sobre mí, moví la cabeza para ver a Tad
frente a mí. Tenía la mandíbula apretada, sus ojos una mezcla de
perplejidad y miedo.
—¿Qué? —grité, quitando mi peso del brazo de Warwick. El miedo
se deslizó por mi estómago.
—No me dejó entrar —respondió Tad, aturdido—. Me impidió
seguirte.
Mi atención se dirigió a Ash, luego de nuevo a Tad.
—Tampoco lo dejó entrar.
—Pero yo soy un Druida. —Tad se acomodó la espalda inclinada y
sacudió la cabeza—. Somos su creador. Mis parientes crearon estos
libros. Nuestra magia. Pero esta vez, me echó de vuelta, solo
queriéndote… —Tad inclinó la cabeza, realmente mirándome—. ¿Por
qué?
No tuve respuesta.
—¿Qué te mostró? —preguntó.
Abrí, luego cerré la boca, las imágenes de Killian, las cosas que se
dijeron, las pistas sobre su pasado. Sabía sobre el néctar. Toda la escena
generó más preguntas que respuestas y, por alguna razón, no tenía ganas
de divulgar todo lo que vi en toda esta habitación. De todos modos, solo
había una pregunta que querían saber.
—No está aquí. Alguien se lo llevó.
Ash gimió, su mano recorriendo su cabello. Warwick exhaló un
largo suspiro, con la cabeza inclinada hacia adelante.
—¿Estás diciendo que todo esto fue en vano? —Trucker se alejó de
la entrada que había estado vigilando y se acercó a nosotros—. ¿Estás
bromeando? ¿Nos arrastraste al territorio enemigo y no está aquí?
Warwick se puso de pie, su pecho se expandió mientras daba un
paso hacia Trucker, su físico como una roca.
—Da un paso atrás, idiota.
No se lo diría dos veces.
—Truck. —Ava corrió hacia adelante, tirándolo hacia atrás, mucho
más inteligente que Trucker para comprender el dominio y el nivel de
amenaza de Warwick. Ella era una fae y probablemente sintió el poder
de Warwick—. Cálmate. No es culpa suya.
—¿Que no lo es? —Él resopló—. ¿Cómo sabemos que incluso está
diciendo la verdad? Ella podría estar diciendo eso para que no lo
tengamos en nuestras manos.
Warwick gruñó. Ava tiró de Trucker de un tirón fuera del alcance de
la leyenda.
—¿Te mostró algo más? —Tad me devolvió al tema—. ¿El libro te
mostró dónde fue llevado?
—No. —Sacudí mi cabeza, mis hombros caídos.
—¿Ni una pista de dónde lo llevó el pirata?
Mi cabeza se movió bruscamente hacia Tad como si agua helada me
cayera por la espalda, arrastrándome hasta ponerme de pie.
—Yo… yo no dije nada sobre un pirata. —Con el miedo atenazando
mis pulmones, me levanté, dando un paso atrás, una campana de
advertencia sonando en mi pecho—. ¿Cómo supiste que se lo llevó un
pirata?
La tristeza arrugó sus pobladas cejas, sus ojos azules encontraron
los míos con tanta devastación.
—¿Cómo lo supiste? —grité, su silencio asaltó el miedo y la furia—
. ¡Dime!
—¿Recuerdas cuando dije que un día podría necesitar amabilidad de
tu parte? —Tragó saliva y agachó la cabeza—. Lo siento mucho, querida
niña.
—¿Por qué? —El pánico agitó mis pulmones.
—Por el hecho que todo esto fue una trampa. —La hermosa voz que
había llegado a conocer se derramó sobre la habitación como chocolate
negro, ahumado, amargo y suave, haciéndome girar hacia una de las
entradas sin vigilancia. Nuestro grupo reaccionó rápidamente, con las
armas en alto, apuntando al señor de los faes. Simplemente sonrió,
luciendo tan guapo como siempre con su costoso traje, su cabello corto y
peinado a la perfección.
Limpio y pulido, parecía un verdadero rey en comparación con el
hombre que vi en el libro.
Sus guardias desfilaron detrás de él, cubriendo todas las salidas,
superándonos en número por triplicado. Vi un familiar par de ojos
marrones entre ellos. Zander mantuvo su expresión en blanco, pero sus
ojos estaban fijos en mí. Justo a su lado, Nyx me miró con la misma
atención, pero con una emoción opuesta.
—Traicionó mi amabilidad, Señorita Kovacs. La albergo, la
alimento, la protejo. ¿Y así es como me paga? —La mirada violeta de
Killian se aferró a mí, agregando más peso a mi pecho—. Como a los
humanos les gusta decir… lo justo es lo justo.
—No juegas limpio —respondí.
Una lenta sonrisa se extendió por su rostro.
—Tienes razón; no lo hago. —Inclinó la cabeza, indicando al druida
detrás de mí—. Pero no fui yo quien te entregó tan fácilmente.
La traición me acuchilló las entrañas, mi mirada se dirigió a Tad,
sus ojos llenos de dolor, que quemaron más profundamente en mi pecho.
—¿Por qué? —Mi cabeza se agitó con incredulidad. Habíamos
pasado por tanto. Había sido uno de los pocos amigos que tenía en
Halálház—. ¿Algo de eso fue real?
—Sí. —Asintió con la cabeza—. Todo fue real. No tenía idea de
quién eras hasta que tu amigo humano te descubrió. Desde el momento
en que te conocí, me sentí atraído por ti. —Atraído por ti. ¿Cuántas
veces había escuchado eso? ¿Era genuina cualquier relación que tuviera
o era porque sentían esa "atracción"? —. Lo siento. Nunca quise que
sucediera así.
—Vete a la mierda. —Traté de evitar que se me llenaran los ojos de
lágrimas, cerrando las paredes que me rodeaban. Ya nada se sentía
verdadero... incluso Warwick. Su conexión era aún más forzada. No es
algo que haya elegido o escogido para sí mismo.
—Me preocupo por ti, pero no sabes toda la verdad —dijo Tad en
voz baja.
—¿Te preocupas por mí? Sólo te preocupas por ti. —Resoplé,
moviendo la cabeza, volviéndome hacia Killian, con una mueca en el
labio—. Nos has engañado. Buen trabajo. ¿Y ahora qué? ¿Encerrarnos a
todos en jaulas? ¿Obligarnos a ser tus conejillos de indias?
Killian se frotó la barbilla con frialdad.
—Sabías lo del néctar todo este tiempo —susurré con voz ronca.
Las cabezas de Warwick y Ash se movieron de mí a Killian,
asimilando la información que aún no había compartido con ellos.
Killian asintió con la cabeza y se metió las manos en los bolsillos
del pantalón. Era lo que hacía cuando quería demostrar que no se sentía
amenazado. —Lo hice. —Su mirada se encontró con la mía, desafiante,
y no cedí.
—Te he visto. —Mi frase era simple, pero mi sentimiento estaba
lleno de contexto. Quería que supiera que vi y escuché más de lo que
probablemente él quería que nadie supiera. Cosas que podría matar para
mantenerlas en silencio.
Un nervio haciendo tic a lo largo de su mejilla fue lo único que vi,
su mirada permaneció fría y esquiva, pero supe que entendía mi
significado.
Nos mantuvimos fijos el uno en el otro durante unos instantes antes
que se volviera hacia mi grupo.
—Bajen las armas.
—Tú primero. —Warwick vibró con violencia, apenas se contuvo.
Sin duda, intentaría atravesar esta sala mientras los guardias bombeaban
su cuerpo con balas, con Ash a su lado.
Los siete podríamos hacer una abolladura impresionante, pero la
muerte sería absoluta al final. Incluso si no fuera para Warwick o yo,
sería para los demás.
No podía arriesgar sus vidas.
—No lo hagas. —Le hablé a Warwick a través de nuestro enlace—.
Haz lo que te pide.
—No es mi forma de trabajar, princesa.
—No dejes que tu ego haga que maten a los demás.
Warwick gruñó en voz baja, cambiando su peso. Le llevó un minuto
completo antes de soltar su arma de mala gana, con la mandíbula trabada
y la ira tensando sus músculos. Ash lo miró desconcertado, sorprendido
que el lobo asesino se rindiera tan fácilmente, antes de seguir su
ejemplo.
Uno a uno, el resto de nuestro grupo siguió su ejemplo. Varios
guardias se acercaron, quitándonos las armas, más guardias se quedaron
con Kek y Warwick, ya que eran los dos más poderosos de la sala.
—No me sorprenden en absoluto estos dos... —Killian se abrió paso
entre nosotros, señalándonos a Warwick y a mí, aterrizando frente a
Ash—. Pero tú. —Inclinó la cabeza—. Y aquí me dijiste que
despreciabas a Warwick, que te había traicionado y que lo matarías en
cuanto lo vieras.
Ash sonrió a Killian con suficiencia, como si dijera: —Tú fuiste el
tonto que lo creyó.
Cuando llegué a su cabaña, Ash dijo que trabajaba para Killian
como sanador, pero era algo que había olvidado por el camino. Ahora
me daba cuenta de lo mucho que Ash había arriesgado al venir con
nosotros. Su amistad con Warwick ponía su vida en juego, pero siempre
sería lo primero.
Killian se acercó a Ash. —No sabía que teníamos un espía entre
nosotros.
Con toda mi fuerza de voluntad, evité que mi atención se deslizara
hacia Zander. Ash no era un espía, pero Killian no se equivocaba: tenía
uno entre ellos.
—¿Sabes lo que les hago a los traidores? Les corto la lengua, les
saco los ojos y exhibo sus cabezas en una pica a lo largo de la pared —
declaró Killian uniformemente, como si estuviera indicando el clima. El
tipo que vi en el libro, lleno de angustia y rabia palpable, ya no estaba;
se había cincelado como un líder distante.
—Y seguiría siendo más guapo que tú. —La barbilla de Ash se
levantó, su nariz se encrespó.
La sonrisa de Killian estaba llena de humor negro, su cara estaba a
la altura de la de Ash, ambos sin ceder ni un ápice.
Poco a poco, Killian dio un paso atrás, volviéndose hacia mí.
Cualquier diversión que encontrara en Ash había desaparecido, sus ojos
se volvieron fríos.
—Debería matarte —gruñó Killian, viajando hacia mí.
Warwick hizo un movimiento hacia mí, los guardias reaccionaron a
su cambio con más armas clavadas en su piel y balas listas para entrar en
su sien.
—Los dos. —Killian nos señaló a los dos—. Bombardean mi casa,
matan a mis soldados... —Dirigió su cabeza hacia Nyx. Toda su forma
vibraba de furia, apenas se controlaba—. Podría dejarla ir tan
fácilmente... dejarla tener su venganza.
Warwick se burló, con una sonrisa burlona dibujando sus labios.
La intriga bailó en los ojos de Killian, moviendo la cabeza. —Sabía
que algo de Brexley atrapó al infame Lobo. ¿Pero dispuesto a renunciar
a nuestra tregua por ella? —Sus cejas se curvaron—. ¿Convertirse en su
sirviente?
Warwick se echó hacia delante, con los dientes desnudos.
—¡No! —Mi enlace se interpuso entre los hombres, mi mano
presionando el pecho agitado de Warwick—. Está tratando de
provocarte. No lo dejes ganar.
El labio de Warwick se torció en un gruñido hacia mí. La tensión y
la agresividad aumentaron en el espacio, pero finalmente se relajó.
—El caso es que esto jugará a mi favor. La protegerás a toda costa,
y la necesito viva. —La cabeza de Killian giró hacia mí—. Por el
momento, al menos.
El miedo se extendió por mi estómago como el cemento.
—Casi lo tenía... —La mano de Killian se dobló en una bola como
si pudiera sentir el objeto en su mano—. Y se me escurrió entre los
dedos... desapareciendo para siempre. —Por un pirata de trasero sexy y
una chica que no dudó en romper el corazón de Killian de alguna
manera.
—Y tú vas a encontrarlo por mí. —Killian me asintió con la cabeza.
Mi cabeza tembló. —¿Por qué crees que puedo encontrarlo? ¿Cómo
sabías que nos iba a tender una trampa? ¿Que yo tenía una conexión con
el libro o el néctar?
—Porque le dije que podías —habló Tad detrás de mí, poniéndose
de nuevo en pie, con la cara pellizcada de dolor.
—¿Tú? —El dolor me sonrojó una vez más—. ¿Cómo puedes
saberlo?
Tad apoyó la mano en la pared, evitando que su espalda en forma de
S lo hiciera caer. Se veía aún peor que la última vez que lo vi. —Veo
que Markos no te hizo ningún favor al no enseñarte el poder de los
Druidas.
Tenía razón. Istvan se desentendió de que aprendiéramos algo
sustancial además de lo básico sobre los Druidas. Apenas había alguno
en esta parte del mundo, y él pensaba que era una pérdida de tiempo,
diciendo que no eran más que brujas glorificadas.
—Nuestra magia es diferente a la de los faes. Puedo hacer hechizos
que ningún fae puede hacer. Intenté revelar la ubicación del néctar...
¿sabes lo que me mostró una y otra vez? —Tad se relamió los labios
agrietados, su mirada se torció en mis entrañas—. Tú.
—¿Yo? —Me eché hacia atrás—. ¿Por qué yo? No lo entiendo.
—Yo tampoco. Sin embargo, lo único que he aprendido es que los
seres podemos equivocarnos en muchas cosas, influenciados por los
sentimientos, las circunstancias y las fuerzas externas. Lo único que
nunca se equivoca... es la propia magia. —Un respingo de dolor cruzó el
rostro de Tad mientras ajustaba su postura. Mi corazón anhelaba
acercarse a él, para ayudar a aliviar su agonía, pero tampoco podía
olvidar su traición—. A pesar de mi edad, todavía no lo sé, ni lo
entiendo todo. Este mundo está lleno de misterios. No puedo responder a
tu pregunta de por qué. Simplemente sé que es así. El hechizo me mostró
a ti. El libro sólo te permitió entrar a ti. Tú eres la clave, mi niña. Sólo
que aún no sé para qué.
—¿No sabría el libro dónde está? ¿No puedo entrar y preguntarle?
—Lo hice, pero me mostró el néctar que salía de aquí, no dónde iba
después.
—A menos que se haya perdido —respondió Tad.
—Te juro que si ese brownie hizo ropa interior de tanga con ese
capítulo... —Warwick murmuró en voz baja, haciéndome resoplar. Al
volver la vista hacia donde se suponía que estaban Opie y Bitzy, vi que
se habían esfumado, escondiéndose de Killian, el jefe de su antiguo amo.
—Así que... —Con las manos en las caderas, exhalé un suspiro,
cerrando brevemente los párpados antes de levantar la cabeza hacia
Killian—. Si acepto buscar el néctar, ¿nos dejarás ir a todos?
—¿Crees que me tragaría eso? —La boca de Killian se curvó,
enarcando una ceja—. El problema está en los detalles. —Chasqueó la
lengua y se acercó hasta que estuvo a un suspiro, su rico olor me hizo
inhalar bruscamente, sin poder controlar mi reacción ante su cercanía—.
Encuentra el néctar y tráemelo. —Se inclinó, con su boca apenas a un
centímetro de la mía—. Y sólo a mi... ¿Lo entiende, Señorita Kovacs?
—dijo en voz baja, sus labios casi rozando los míos.
Asentí con la cabeza, con el pulso agitándose contra mi cuello. No
podía negar que había una atracción entre nosotros. Un vínculo.
—¿Lo prometes? —Su aliento patinaba en mi garganta, sus palabras
eran sensuales y tímidas. Comprendí que eran cualquier cosa menos eso.
Una promesa en el mundo de los faes era absoluta. No podían romperla,
a diferencia de los humanos, que las rompían todo el tiempo.
—Puedo prometer, pero no soy una fae —respondí—. No significa
nada para nosotros los humanos.
—Oh, vamos, Brexley. —El sonido de mi nombre procedente de su
boca me recorrió el cuerpo, haciéndome temblar los huesos. Warwick
emitió un gruñido, pero Killian sólo se acercó, susurrando en mi oído, y
mis pestañas bajaron—. Creo que todos sabemos que tú tampoco eres
humana.
Mis ojos se abrieron de golpe. Oírlo de varias personas no lo hacía
más fácil de aceptar.
—¿Necesitas más incentivos? —Dio un paso atrás, chasqueando los
dedos—. ¿Nyx?
Nyx entró en los túneles regresando con dos figuras. Una mujer de
cabello oscuro y un chico joven. Mis ojos se abrieron de par en par,
reconociéndolos al instante.
Maldita sea.
—¿Tío Warwick? —El niño lo miró con ojos amplios y asustados.
—¡Nooooooo! —Warwick rugió, empujando a los guardias como si
fueran muñecos de papel, sus piernas se detuvieron repentinamente
mientras Nyx sostenía un arma en la sien de la mujer.
Los había visto brevemente a través de nuestro enlace, pero no tenía
ninguna duda de quién era ella. Era aún más hermosa en persona, y el
niño era un calco de ella y de su tío. Eliza Farkas se mantuvo firme, con
los brazos protegiendo a su hijo, los hombros hacia atrás, la misma
fuerza decidida que vi en Warwick corriendo por sus venas.
—¡Maldito cobarde! —Warwick arremetió contra Killian,
conteniéndose a duras penas—. ¿Esta es tu única jugada? ¿Mantenerlos
prisioneros? ¿Usar a un niño y una mujer inocentes como cebo?
—No quería hacer nada. —Killian apartó las manos, avanzando de
nuevo hacia Warwick—. Me obligaste a hacerlo. Me traicionaste.
Destruiste mi hogar y robaste lo que era mío cuando yo te había dejado
libre, dejando libre a tu familia. Tú eres el que puso sus vidas en peligro.
—Inclinó la cabeza hacia Eliza, que levantó la barbilla y bajó los
párpados para mirar al señor Seelie—. Y ambos sabemos que no es una
damisela en apuros. Es demasiado Farkas.
—Vete a la mierda —le espetó ella.
—¿Ves? —Killian le hizo un gesto.
—Algún día, Killian. —Warwick enseñó los dientes, con un tono
bajo y amenazante—. Voy a matarte.
—Estoy deseando ver cómo lo intentas —replicó Killian, lanzando
un gesto con la barbilla hacia mí—. Pero hasta entonces, Lobo, tú la
mantienes viva, y yo mantendré a tu familia ilesa y segura.
Ambos hombres me miraron. Sentí la pesadez de la búsqueda
presionando sobre mí.
—¿Por qué yo? —Me señalé—. Conocías a la gente que se lo llevó
de aquí. Eran tus amigos, ¿no? —Me interrumpí, viendo que los ojos de
Killian se oscurecían con advertencia, su mandíbula apretada.
—No son mis amigos. —Su voz sedosa tenía un filo irregular—. Y
ya he recorrido ese camino. Es un callejón sin salida. Ya no lo tienen.
—¿Qué ha pasado?
—Alguien sacó lo mejor de ellos. —Un ligero brillo en sus ojos,
como si le encantara la idea de que sus viejos amigos también habían
sido derrotados—. Lo único que sé es que se perdió aquí en Hungría.
Los ladrones escaparon con él en barco.
—Ya podría estar en cualquier parte. ¿Cómo voy a encontrarlo?
—Ese no es mi problema, Sra. Kovacs. —Su mirada se centró en mí
con intensidad, la sensación de su magia me estremecía la piel—. Los
dejo vivir a todos, salir ilesos de aquí, aunque hayan entrado en mi
propiedad, planeando robarme. ¿Sabes lo que le pasa a la gente que hace
eso?
—Ya he pasado por tu casa de los horrores, Killian. —Me crucé de
brazos, sintiendo el poder de su nombre en mi lengua rozando mis
muslos y obligándole a inhalar bruscamente. Había olvidado lo
poderosos que podían ser los nombres, especialmente el suyo.—. Y
sobreviví.
—¿Crees que volverías a sobrevivir? —Sus dientes rechinaron—.
No habrá escapatoria de la nueva prisión. Puedo garantizarlo. Ustedes
dos se aseguraron de ello.
Luchando contra el escalofrío que me sacudía los huesos y el
malestar que se me anudaba en el estómago, supe que no habría forma
de soportar otra vez la prisión, no con la mente intacta. La muerte
sonaba mucho más deseable que volver a la Casa de la Muerte.
Pero no tenía ninguna pista sobre dónde se habían llevado el néctar
después de salir de aquí hace quince años. Si el pirata y su grupo lo
perdieron poco después, podría estar en cualquier parte, con cualquiera.
Podría haber desaparecido para siempre.
—Tiene un mes, Señorita Kovacs. —Killian se acercó tanto que
pude sentir su calor corporal empapando mi ropa. Inclinándose, me
susurró al oído—. Y luego vengo a cobrar.

Escoltados por unos cuantos guardias, nos sacaron a empujones por


la misma puerta por la que entramos, con menos armas de las que
teníamos al principio. Los hombres de Killian se llevaron todas menos
una de cada uno de nosotros, lo que consideró un "favor".
Nyx y Zander se quedaron con Killian cuando nos fuimos, ambos
parecían descontentos por no haber tenido la oportunidad de
acompañarme a la salida, pero por razones opuestas. Ni siquiera me
atreví a mirar a Zander cuando pasé junto a él, sabiendo que Killian me
observaba, pero pude sentir los ojos de Zander sobre mí. Ardiendo en
preocupaciones y preguntas.
La puerta del túnel se cerró de golpe, dejándonos a los siete de
vuelta en Gellert Hill. Faltaba más de una hora para que amaneciera, el
momento en que todo estaba más oscuro, cuando incluso los habitantes
de la noche se retiraban y volvían a casa. El silencio de las tierras
muertas era desconcertante e inquietante.
El momento en que nada bueno ocurría.
La culpa, la ira, la agresividad y el resentimiento alimentaban la
chispa en el aire que nos rodeaba como si fuera gasolina. Trucker vino
tras de mí, con su furia bramando por la boca. —¡Sabía que no debía
confiar en ti! —Se acercó a mí a pisotones—. ¡Sabía que había algo raro
en ti! Eres una maldita traidora.
—¿Cómo voy a ser una traidora? —No me eché atrás, sino que
volví a enfrentarme a él. Me gustaría pelear con él—. Gracias a mí,
sigues vivo.
—Sólo estoy aquí por ti —gritó, tratando de anteponerse a mí—.
Parece que todo era mentira. ¡Estás trabajando con Lord Killian!
—No tuve elección. Deberías agradecerme. Todavía estás
respirando.
—¿Agradecerte? —Él resopló—. No agradezco a los traidores. El
Capitán cree que estás consiguiendo el néctar para él, para ayudar a
nuestra causa, para ayudarnos. Sin embargo, parece que lo estás
consiguiendo para un señor de los faes... así que, ¿de qué lado estás?
Sólo puedes tener uno.
—Del mío —espeté—. No trabajo para nadie. Y ahora mismo, nadie
lo consigue. Tengo que encontrarlo primero.
—¿Y qué? —Trucker se burló, sus ojos se dirigieron a Warwick—.
Nos dejó vivir, hacer su voluntad como pequeñas perras, porque tú
también eres la pequeña puta del señor de los faes.
¡Crack!
Un puño se estrelló contra su cara, rompiendo cartílagos y huesos.
La sangre brotó por todas partes mientras Trucker se estrellaba contra el
suelo con un aullido de agonía.
Warwick se acercó a él. Se inclinó y agarró la chaqueta de Trucker
con el puño, tirando de él hasta que sus caras quedaron a centímetros de
distancia. Ya podía ver el hematoma que tapizaba el lado de la cara de
Trucker, su labio y su nariz cortados y sangrando por todas partes.
—Te lo advertí —arremetió Warwick, escupiendo furiosamente sus
palabras—. Si vuelves a hablarle como lo hiciste, no tendré ningún
problema en partir tu columna humana como una ramita. O dejaré que lo
haga ella. —Me señaló con la cabeza—. Ni por un minuto pienses que
no podría matarte y ni siquiera sudar. No eres más que una fachada
hinchada. No tienes ni idea de lo que es la verdadera fuerza. —Cuando
Warwick lo acercó, la cara hinchada y herida de Trucker intentó
devolverle la mirada—. Sé que has oído las historias sobre mí. Todas
son ciertas. Dame una razón para matarte... Te lo ruego.
—Warwick. —Sentía su rabia zumbando como un cable vivo,
invocando la oscuridad de la muerte. Estaba a punto de resbalar, de
caerse. Mi mano invisible se deslizó por su columna. Sus músculos se
bloquearon ante mi contacto y luego se relajaron, bajando los hombros.
Respiró profundamente, gruñendo a Trucker antes de volver a meter la
cabeza en el cemento y retroceder como si fuera una vil mierda.
—La próxima vez estarás muerto —gruñó Warwick a Trucker,
empujando junto a mí hacia donde las motos estaban escondidas en la
maleza. No era una amenaza; era una promesa. Lo recuerdo matando al
compañero de Rodríguez en la cárcel sin vacilar ni tener conciencia.
Trucker tuvo suerte de recibir más de una advertencia. Y sabía que era
sólo por mi culpa.
Ava se lanzó hacia Trucker en el momento en que Warwick dejó de
ser una amenaza, tirando de él hacia su regazo e inspeccionando los
daños.
—Maldita sea, eso fue muy caliente. —Kek sopló, cortando el
espeso silencio—. ¿Alguien más está tan malditamente excitado ahora
mismo que podría tirarse a una pared? —Miró a su alrededor y levantó
la mano—. ¿Sólo yo?
—Soy un hada de los árboles... ¿cuándo no estoy excitado? —Ash
se frotó la cabeza, enganchando su bolso con el libro y mis dos amigos
más arriba en su hombro. Tomándose un momento, cerró brevemente los
párpados antes de levantar la mirada—. ¿Y ahora qué?
—No tengo ni idea. —Me encogí de hombros. Me sentía tan
perdida, como si me hubieran dicho que tenía que encontrar un solo
mechón de cabello en todo el mundo—. Pero creo que tenemos que irnos
lejos de aquí, reagruparnos y hablar entonces.
—No podemos ir a mi casa, hay demasiada gente, y seguro que está
vigilada. —Ash frunció el ceño.
—¿La de Kitty? —Hablé con Warwick en privado.
—Maldición, no. No me fío de nadie excepto de ti y de Ash. No voy
a ponerla en más peligro. Ya es suficiente cuando lo hago yo. —Se puso
a horcajadas sobre la moto—. Pero no es el único lugar que acoge a
vagabundos y depravados en las Tierras Salvajes.
—Entonces, ¿vamos a tu casa? —me burlé.
El ceño de Warwick se arqueó hacia mí, goteando maldad carnal, al
sentir su boca rozando mi sexo. —No tengo ninguna... sólo hay un lugar
en el que pienso escarbar.
Sonrió al ver mi respiración entrecortada, volviéndose hacia el
grupo.
—Síganme —dijo, acelerando el motor y acercando la moto a mí.
Me subí detrás de él, sintiéndome aliviada y excitada cuando me arropé
detrás de él.
—¿Qué pasa con Trucker? —siseó Ava, haciéndole señas con la
mano.
—Resuélvelo. —Warwick no le dio ni una pizca de preocupación—
. O déjalo aquí. No me importa. Ahora cabalgamos.
La cara de Ava se retorció de ansiedad, probablemente sabiendo que
la dejarían si no actuaba rápidamente.
—Yo lo llevaré. —Luk se apresuró a ayudarla a levantar a Trucker
y a colocarlo en la moto de Luk. Trucker estaba consciente, pero no lo
suficientemente alerta como para ser el que condujera.
—Ustedes dos conduzcan juntos. —Luk asintió a Ava y Kek,
ninguna de las cuales parecía contenta con el cambio.
Sin decir nada más, Warwick arrancó por la carretera, alejándose
del lugar donde estábamos presos. Ya habíamos salido de este infierno
en motocicleta, pero esta vez no estábamos atravesando el desierto,
recibiendo disparos, con los guardias pisándonos los talones y un búho
rastreándonos.
Aunque extrañamente sentía que seguíamos corriendo por nuestras
vidas.
Los demás finalmente nos alcanzaron al pie de la colina. Nuestro
grupo viajó esta vez por el Puente Elisabeth, cruzando la línea entre el
reino de los faes y el de los humanos, en dirección a la tierra sin ley que
hay entre ambos.
En cuanto bajamos del puente, sentí un cosquilleo en la base del
cuello, un escalofrío de temor que me rozaba la columna vertebral.
La conciencia de ser observado.
De ser presa.
Era la misma sensación que tuve cuando entramos en la ciudad
horas antes. La que debería haber escuchado.
Todo estaba demasiado tranquilo. Demasiado quieto.
—Warwick... —Su nombre apenas salió de mi lengua.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Los disparos inundaron la noche, rompiendo la paz que una vez
colgaba en el aire. Las balas volaron a nuestro alrededor, besando el
espacio cerca de mis orejas, reventando nuestra rueda delantera. Mi
frente se estrelló contra la espalda de Warwick y las ruedas se
detuvieron de forma brusca, con el aire saliendo de la rueda.
Todo se convirtió en un caos cuando los disparos descendieron
sobre nuestro grupo.
—¡Vamos! —Warwick gritó, y ambos salimos de la moto,
corriendo hacia la seguridad.
Mirando por encima de mi hombro, mis ojos captaron unas figuras
sombrías que se acercaban a nosotros en formación mientras nosotros
nos sumergíamos en las sombras.
Tardé un momento en darme cuenta de lo que estaba viendo. Los
uniformes y la formación que me eran familiares.
Un ejército... antes mi ejército. Uno que estaba completamente
cargado y listo para acabar con una traidora de la FDH y con cualquiera
que estuviera con ella.
—¡Mierda! —Warwick me agarró de la mano, arrancándome de las
indefensas sombras hasta lo que parecían los restos de un pequeño auto
quemado junto a una iglesia en ruinas. Erosionado y delgado, el trozo de
metal no detendría las balas por mucho tiempo.
Esperaron a que estuviéramos en un lugar en el que no tuviéramos
dónde escondernos y pudieran matarnos uno a uno.
Ash se arrastró junto a nosotros mientras Kek, Ava, Luk y Trucker
se escabulleron al otro lado de la carretera, escondiéndose tras las
señales y las barreras de cemento de la carretera.
—FDH, ¿verdad? ¿Cómo sabían que estábamos aquí? —siseó Ash,
apuntando con su arma sobre lo que quedaba de la chatarra.
—¿Por qué no vas a preguntarles? —respondió Warwick secamente,
con su arma dirigida hacia el enemigo.
Los tres disparamos a todo lo que se acercaba a nosotros. Pero todos
sabíamos que teníamos que ser inteligentes, no desperdiciar la munición
que teníamos.
Los hombres de Killian nos habían despojado de la mayoría de
nuestras armas, y ahora nos enfrentábamos a lo que parecía todo el
ejército de las FDH. Demasiados contra siete. Istvan claramente no
quería dejar esto al azar.
Íbamos a morir aquí. De ninguna manera mi grupo, fae o no, podría
luchar contra todo el FDH, y estaban ganando terreno. Necesitábamos
ayuda.
No hubo ningún pensamiento consciente, sólo el instinto de
supervivencia que me llevó a una pequeña habitación sin ventanas. Dos
formas dormidas llenaban los catres, y sentí los hilos que me llevaban a
uno de ellos.
—¡Scorpion! —grité.
Su cuerpo se sacudió, despertándose de un salto. Se incorporó con
una inhalación aguda, sobresaltando a la persona en el catre del otro lado
de la habitación, pero fue en sus iris de color avellana en los que me
concentré.
—¿Qué pasa? —Se levantó de la cama, sintiendo mi terror.
Un disparo pasó junto a mí y volvimos a estar fuera, los ojos de
Scorpion se abrieron de par en par mientras miraba a su alrededor,
comprendiendo nuestra situación. —¡Mierda! —siseó entre dientes, de
pie en nada más que su bóxer. .
—Fasz —refunfuñó Warwick, recargando su arma con lo último de
su munición, sus ojos mirando a Scorpion antes de apuntar su arma al
enemigo—. Creo que me gustaba más cuando no podía ver a tus novios,
Kovacs.
—Necesitamos ayuda... —Una bala procedente de lo alto atravesó
el fantasma de Scorpion, cortando el enlace. Mis ojos se dirigieron hacia
el lugar de donde procedía, en lo alto de la ventana de la torre de la
iglesia, cuyo cristal ya había desaparecido.
Un grito me hizo retroceder, al ver que la bala había encontrado un
objetivo.
El cuerpo de Luk sufrió un espasmo, su mano se dirigió al estómago
antes que su cuerpo se desplomara en el suelo.
—¡Luk! ¡No! —El grito apenas salió de mis labios cuando otro
disparo atravesó el aire desde la misma dirección, alcanzando a la
persona que estaba junto a Luk. Con la precisión de un tirador, la bala
entró justo entre sus ojos.
Un grito aulló en mis pulmones, sin llegar a salir mientras veía
cómo el cuerpo de Ava se quedaba inmóvil, con los ojos muy abiertos,
sin que su mente y su cuerpo entendieran aún... estaba muerta. La
mancha oscura en medio de su frente apenas sangraba, pero manchó mi
memoria mientras su figura se volcaba, cayendo al suelo. Miraba sin
vida a las estrellas, con los ojos todavía muy abiertos y en estado de
shock.
—¡No! —gritó Trucker. Se arrastró hacia ella, con un tono alto y
lleno de tormento—. ¡Ava!
Levanté la cabeza hacia el lugar de donde procedían los disparos,
con los párpados entrecerrados, tratando de encontrar al culpable, pero
no pude distinguir nada en la ventana, salvo una forma oscura. Estaba
claro que tenían un francotirador que nos estaba matando uno a uno.
Éramos una presa fácil desde arriba. Una pecera.
—¡Despierta, Ava! —Trucker volvió a rugir, girando mi cabeza
hacia él—. ¡No! Por favor... no. —Se inclinó sobre ella, sacudiéndola,
sin querer creer lo que todos sabíamos.
¡Crack!
La columna vertebral de Trucker se sacudió. Fue sólo un segundo,
pero el tiempo se suspendió por un momento. Luego se desplomó sobre
su cuerpo, uniéndose a ella en la oscuridad permanente.
¡Crack!
—¡Kek! —grité, viendo cómo mi amiga de cabello azul se
desplomaba contra la barrera tras la que se escondía. El demonio parecía
invencible, la única chica que se había hecho amiga mía en el infierno.
Ella me había defendido, me había cubierto las espaldas.
No me di cuenta de que estaba avanzando hacia ella. —¡Kovacs! —
Warwick me empujó hacia él—. ¿También quieres que te derriben?
Mis ojos volvieron a mirar hacia la torre. Algo se movió en las
oscuras sombras, acercándose a la ventana.
Como si una mano me hubiera arrancado los pulmones, un jadeo los
desgarró, el terror me envolvió las costillas, apretando hacia abajo. No.
No era posible. Estaba muerto. Yo lo había matado. Pero la muerte lo
había escupido también, sin gustarle el asqueroso sabor de este hombre.
Kalaraja se quedó allí descaradamente, queriendo que viera
exactamente quién había matado a mis amigos. Sus ojos oscuros se
clavaron en los míos con siniestra suficiencia, y supe que era él a quien
había sentido observar cuando entramos en las Tierras Salvajes horas
antes. ¿Cuánto tiempo había estado siguiéndome? ¿Manteniéndose en
las sombras, al acecho?
Estaba matando a propósito a mi grupo uno por uno, dejándome ver.
Los mataría a todos... excepto a mí. Me quería a mí. O su amo me quería
a mí. El resto estaba en su camino.
—¡Warwick! ¡Es Kalaraja en la torre!
Antes de que pudiera levantar la vista, hubo más disparos.
¡Pop! ¡Pop! ¡Pop!
Esperé a sentir las balas hundirse en mi carne. Ver cómo ejecutaban
a Ash y Warwick delante de mis ojos, pero entonces vi caer a algunos de
los soldados que venían por nosotros. Los disparos llegaron desde los
callejones laterales.
En un parpadeo, estaba con Scorpion, Maddox y Birdie,
escabulléndome por los callejones. Pude ver cómo las tropas de la FDH
se agitaban, tratando de reaccionar ante esta nueva amenaza, que les
llegaba desde un lado. Más miembros del ejército de Sarkis se acercaban
desde todos los ángulos hacia la FDH, viniendo a ayudarnos.
Las lágrimas llenaron mis ojos de gratitud.
—Gracias —murmuré a Scorpion.
Pasó junto a mi espíritu con un guiño, murmurando para que sólo yo
pudiera oírlo. —No tenía nada mejor que hacer de todos modos.
—Ya están aquí. —De vuelta con Warwick y Ash, mi pecho se
hinchó de alivio—. Scorpion está aquí.
—¿Quién demonios es Scorpion? —preguntó Ash.
—Su otro, otro novio —murmuró Warwick, apuntando a nuestro
enemigo, esperando que uno se acercara lo suficiente. Todos nos
estábamos quedando sin balas. A mí me quedaba una; a Ash también le
quedaba una sola—. Mientras están distraídos, ustedes dos corren hacia
el callejón. —El tono de Warwick era una orden.
—No te voy a dejar —gruñí, mirando hacia la torre. Parecía vacía,
aunque sabía que estaba en algún lugar entre las sombras. Esperando—.
¿Y qué pasa con ellos? —Señalé al resto de nuestro grupo.
—Es demasiado tarde para ellos —respondió Warwick.
—¡Eso no lo sabes! —La idea de dejar a Kek o a Luk era dolorosa.
Mi cerebro no podía ni siquiera contemplar el hecho de que pudieran
morir. No así.
—Ash —dijo Warwick su nombre conmovedoramente.
Ash asintió como si pudieran comunicarse sólo con un tono de voz
diferente.
—¿Qué estás haciendo? —Miré entre los dos hombres, el miedo
corriendo por mis venas, golpeando mi corazón contra mis costillas.
Warwick apuntó con su arma a las tropas que se acercaban. —
¡Vete!
La mano de Ash me agarró del brazo, sacándome de nuestro
escondite. Warwick nos cubrió mientras corríamos por los carriles. Las
ráfagas sonaban en mis oídos, patinando sobre mi piel, la descarga de
hierro quemando el interior de mi nariz, el miedo de saber que en
cualquier momento podría ser la última.
Una bala impactó en el hombro de Ash mientras nos lanzábamos
detrás de la vieja iglesia en ruinas, desde la que Kalaraja disparaba.
Estaba cerca... cazándome en la oscuridad.
—¡Faszom! —El dolor se agitó a través de los dientes de Ash
mientras nos zambullíamos detrás de la pared. El sudor cubría su frente,
su expresión se retorcía de angustia—. Maldición, las balas de los fae
duelen.
Antes de nuestra época, supongo que las balas se hacían
principalmente de plomo, pero desde que se supo que los fae vivían
entre nosotros, los humanos se pasaron a las balas de hierro. El hierro
era un veneno para los fae puros como Killian, y para todos los demás
faes, el hierro seguía causando una gran cantidad de daño y dolor.
Aspiró, encogiéndose por la incomodidad mientras apuntaba su
arma hacia el ejército, cubriendo a Warwick.
Un ruido llegó desde el callejón, helándome las venas. Me retorcí,
sin ver nada a través de la oscuridad. Podía haber una posibilidad de que
fuera una rata o un gato callejero, pero mis tripas gritaban con
advertencia.
Kalaraja.
Apuntando mi arma con una sola bala en el cartucho, mis pies
avanzaron lentamente por el sendero, preocupada por el asesino que se
acercaba por detrás. Kalaraja mataba a todos los que me importaban con
el único placer de hacerme daño. Era un maldito psicópata.
Como Ash estaba distraído por la batalla en la dirección opuesta, me
alejé sigilosamente, con mi arma apuntada y lista para matar. Un sonido
provenía de un camino adyacente, haciéndome retroceder por él. El
pulso me latía en los oídos, mis botas se movían silenciosamente,
sintiéndome como una presa que cae en una trampa. Pero yo no era la
chica frágil que él creía que era. Su ego era su debilidad, pensando que
nadie era mejor que él.
De una puerta, una pierna salió disparada, una bota me golpeó el
brazo. Mi arma salió volando de mi mano, esparciéndose por el adoquín.
La figura se abalanzó sobre mí.
Hubo un momento de conmoción, al darme cuenta que la persona
no era el asesino a sueldo que había esperado, sino alguien a quien solía
llamar mi amiga. La ligera vacilación le dio la oportunidad de golpear su
puño en mi mejilla, haciendo que me alejara de ella a trompicones.
—Hanna —exhalé su nombre.
—¡No digas mi nombre, traidora! —El cabello rubio se agitó
mientras ella giraba hacia mí, y su pie se estrelló contra mi estómago,
haciéndome caer—. ¡Ahora estás de su lado! ¿Cómo has podido?
Amante de los faes.
En nuestro mundo, era un insulto peor que cualquier otro. Ahora me
daba cuenta que nos habían lavado el cerebro. Ahora llevaría el título
con honor.
Ira subió por mi espalda, abriendo los hombros. Gruñendo, me
abalancé sobre ella, embistiéndola como un tren, haciéndola resbalar.
Mis nudillos se estrellaron contra su sien, casi haciéndola caer sobre la
piedra. Ella se recuperó, levantando el labio mientras rebotaba hacia mí.
Mi mano se estrelló contra su mejilla y el dolor subió por mi brazo al
aplastar el hueso.
Dejó escapar un gemido, y ambas caímos hacia atrás antes de volver
a abalanzarnos la una sobre la otra.
Al igual que con Aron, Hanna y yo conocíamos los movimientos de
la otra. Nos enseñaron juntas, luchamos juntas, nos enfrentamos la una a
la otra.
Ella se lanzó hacia mí, y yo salté a un lado, golpeando mi bota
contra sus costillas. Cayó al suelo, rodó y se levantó. Hanna siempre
había sido una buena luchadora. Rápida. Pero yo era más rápida. Antes
que pudiera levantarse del todo, mi puño conectó con su garganta y su
cabeza se echó hacia atrás. Con arcadas y tos, se desplomó contra la
pared, tratando de recuperar el aliento.
—No quiero hacerte daño. —Levanté las manos, mi cuerpo seguía
agachado, listo para defenderme si era necesario.
—Cállate —farfulló, su voz luchando por salir de su garganta—. No
me hables como si fuéramos amigas.
—Hanna. —Ella era la única persona, además de Caden, que
consideraba una verdadera amiga—. No sabes toda la verdad. Istvan te
está mintiendo. Lo que crees...
—Caden tenía razón. Te han lavado el cerebro. —Ella gruñó,
saltando hacia mí—. ¡No eres más que una marioneta de los faes!
Moviéndome más rápido de lo que podía reaccionar, mi brazo
golpeó como un látigo, dejándola caer. Su columna crujió contra el
adoquín, dejándola sin aliento. Ella tragó aire mientras yo presionaba mi
bota sobre su pecho, advirtiéndole que se quedara en el suelo.
—Como he dicho: No quiero hacerte daño. —Me incliné sobre
ella—. Pero sabes que puedo.
Sus ojos se abrieron de par en par, deslizándose sobre mi hombro.
Había estado demasiado concentrada en ella para darme cuenta.
Error de novato.
Mi columna se puso rígida, sintiendo una presencia cuando la boca
de un arma me presionó en la base del cuello.
—Suéltala ahora. —Una voz de hombre me habló al oído, una mano
se aferró a mi cadera para evitar que diera vueltas.
Fue instantáneo. Una reacción en lo más profundo de mi corazón.
Mis párpados se cerraron brevemente, la pena ondeando en mi alma
como una tormenta, congelada en el dolor y la pena. Su voz me resultaba
tan familiar como la mía propia. Su olor, su tacto, el sentirlo cerca de mí.
—Caden. —Mi voz salió suave, manchada de dolor.
—He dicho que la dejes ir. —Me agarró con más fuerza,
presionando el arma con más fuerza contra mi cabeza, como si el hecho
que yo dijera su nombre despertara su odio.
Dejando caer mi bota de Hanna, se puso en pie, cortando y
escupiendo, con los párpados entrecerrados sobre mí con asco.
—Ve a decirle a Padre que la tenemos —le ordenó Caden.
—Vaya, ¿Istvan está aquí? Me siento especial —me burlé.
Hanna me fulminó con la mirada.
—Es una orden, soldado raso. —Caden me ignoró y se dirigió a
Hanna—. ¡Vete!
Hanna bajó la cabeza y me frunció el ceño por última vez antes de
salir corriendo por el pasillo.
—¿Ya está en el campo? —La vi doblar la esquina—. Mi clase no
se graduaba hasta dentro de un año.
—Sí, bueno, hemos tenido que acelerar el programa. Todos los que
son capaces de luchar están ahora en el campo —me siseó al oído. Ser
capaz de luchar y poder luchar contra los faes eran dos cosas diferentes.
Sabía que a Istvan no le importaba que no estuvieran preparados.
Necesitaba cuerpos, lo cual era un sacrificio que estaba dispuesto a
hacer.
—Ella no está preparada. Ninguno de ustedes lo está —dije con
sinceridad. Todos morirían. No estaban preparados para lo que
realmente había aquí.
—Padre ve que la amenaza es mayor de lo que pensamos al
principio... por tu culpa.
—Entonces tal vez deberías agradecerme... ¿Al menos una ronda de
bebidas a cuenta de la casa?
Sus dedos se clavaron en mi cadera con más fuerza; un pequeño
gemido frustrado burbujeó en su garganta. Yo conocía ese sonido. Era
cuando estaba irritado conmigo, pero al mismo tiempo quería reírse de
mis locuras. Las dos partes de él en guerra.
—Brex —murmuró, con tormento en su voz. Su cabeza se inclinó
hacia la mía y respiró profundamente mi cabello, suspirando de nuevo.
Atrayéndome hacia él, apretó nuestros cuerpos. Por un momento, fue
como si volviéramos a estar en el lugar donde sólo estábamos nosotros.
Sin lado fae ni lado humano. Sin derechos ni errores. Mejores amigos.
Dos personas secretamente enamoradas la una de la otra. Todo en él era
tan familiar. Era como un viejo jersey al que me aferraba porque era
muy cómodo, que me llevaba a una época en la que era inocente. Feliz.
Una vida en la que todo era sencillo y éramos el mundo del otro. Niños
que no podían imaginar que su vínculo cambiaría o se rompería.
—No hagas esto, Caden —susurré—. Por favor. No eres como él.
No eres tu padre.
Fue como si lo hubiera electrocutado. El niño que conocía y amaba
se alejó; el hombre que su padre intentaba crear entró en escena. Se echó
hacia atrás, su forma se endureció, el arma se clavó bruscamente en mi
sien.
—Cierra la boca, traidora. —El tono de Caden era gélido y
distante—. No sabes nada de mí.
—Te conozco mejor que nadie.
—La chica que solía conocer lo sabía todo sobre mí. La que
confiaba y amaba —arremetió, con la emoción deslizándose entre sus
dientes. La mayoría no se daría cuenta, pero yo sabía todo lo que decía.
La forma en que su mejilla se movía cuando estaba tan enojado que no
podía hablar. La forma en que sonaba su voz cuando estaba feliz, triste,
molesto y excitado.
Se aclaró la garganta. —Pero esa chica se ha ido —dijo con
frialdad—. Para mí, murió el día en que se subió a la parte trasera de la
moto del fae. Se convirtió en una traidora.
—No es tan sencillo —respondí—. No sabes toda la verdad. Tu
padre...
—¡He dicho que te calles! —Su dedo presionó más firmemente el
gatillo, haciendo que mi cuerpo se pusiera rígido. Me empujó hacia
delante—. Muévete.
—No, no creo que lo haga. —Una voz habló desde el otro extremo
del callejón, el encanto de su voz se enroscó alrededor de nosotros como
lianas, moviendo mis labios en una sonrisa—. Yo la dejaría ir si fuera tú.
Caden nos hizo girar a los dos hacia el intruso, manteniéndome
sujeta, con el arma en la sien.
—Dos pueden jugar a este juego, ¿verdad? —Los ojos verdes de
Ash brillaron, saliendo de las sombras.
Los músculos de Caden se tensaron, pero no fue la hermosa hada de
los árboles quien lo hizo reaccionar. Fue la rehén que Ash tenía a punta
de arma frente a él, con la mano sobre su boca.
Los ojos de Hanna estaban abiertos de par en par por el miedo, su
cuerpo temblaba. Los aprendices de la FDH eran todo ego y chulería,
presumiendo de cómo matarían a los fae como animales rabiosos. Pero
si se encontraran cara a cara con los faes, la mayoría se paralizaría. No
estábamos entrenados para considerar o combatir el glamour de los faes,
probablemente porque no teníamos defensa para ello. Lo utilizaban
como propaganda, convirtiendo a los faes en monstruos aún más
desalmados y a los humanos en víctimas indefensas.
Ash se acercó un paso más.
—Atrás, fae —gruñó Caden, ajustando el arma a mi cabeza como si
estuviera dispuesto a matarme.
—Por favor. —Sonrió Ash—. Ambos sabemos que no vas a
dispararle.
—No sabes nada de mí. O lo que voy a hacer. —El pecho de Caden
se hinchó.
—Puedo sentir las ataduras que tienes con ella. —Ash los acercó a
él y a Hanna—. La amas. No le dispararás. —Se acercó aún más—.
¿Qué te parece esto? Hacemos un intercambio, como ir al mercado. Tu
chica por mi chica. —Los ojos de Ash brillaron, mirándome con un
guiño, sabiendo que me estaba sacando de quicio—. Sabes,
probablemente estás consiguiendo el mejor trato. —Me señaló con la
barbilla—. Esa es bastante respondona y un verdadero dolor de cabeza.
Nunca escucha... siempre se mete en problemas y se aleja cuando no
debe... —Inclinó la cabeza, dejando claro el último punto.
Lo fulminé con la mirada, pero no pude negarlo. Sí, yo era todas
esas cosas.
Ash lo movió a él y a Hanna más cerca, con una sonrisa traviesa
torciendo los labios. Los ojos de Hanna se abrieron de par en par, el
miedo atravesándolos como estrellas, su cabeza tembló, sus gritos se
apagaron.
—He dicho que te quedes atrás. —Caden me apretó más contra él.
Podía sentir que se ponía nervioso, sin saber cómo salir de esto sin
sacrificar a Hanna o a mí. La necesidad de complacer a su padre anulaba
su decisión. ¿Entre salvar a un soldado o perderme a mí? Istvan habría
dejado clara su elección al respecto. Hanna sería sacrificada—. Y yo no
hago tratos con faes. —Escupió la palabra como si fuera tierra en su
lengua.
—Es una pena —retumbó una voz ronca detrás de Caden. El sonido
ronco se deslizó sobre mí, encendiendo instantáneamente el fuego en
mis venas, apurando la vida a través de mi cuerpo, enroscándose entre
mis piernas.
Joder, ese hombre...
El sonido del metal chocando contra la carne y los huesos resonó en
las paredes. El cuerpo de Caden se separó del mío, cayendo al suelo con
un golpe seco.
—¡Caden! —Me di la vuelta y me dejé caer junto a mi viejo amigo,
comprobando si aún respiraba después de haber sido golpeado con el
arma Su cabeza manaba sangre; una gran herida le cortaba el cuero
cabelludo—. ¡Basszus, Farkas! Podrías haberlo matado.
—Pero no lo hice —refunfuñó Warwick, atrayendo mi mirada hacia
él. Los ojos de aguamarina me atravesaron el alma, su enorme físico
bullía de adrenalina y furia. La sangre y los cortes cubrían su rostro; su
labio se curvó en un gruñido—. Todavía.
Podía sentir su ira, la línea de la muerte por la que aún caminaba, su
furia hacia mí y hacia el chico que yacía a mi lado. También podía sentir
sus muros cerrando el vínculo entre nosotros.
El golpeteo de unos pasos golpeó el callejón, haciendo que Warwick
se diera la vuelta, con su arma apuntando.
—No —exclamé, poniéndome en pie, sabiendo ya quiénes subían
corriendo.
Scorpion, Maddox, Birdie y Wesley aparecieron por la esquina. Fue
sutil, pero vi cómo los hombros de Scorpion caían aliviados en el
momento en que sus ojos se encontraron con los míos.
—Oh, bien, más de tu club de fans —murmuró Warwick, pasándose
la mano por el cabello enmarañado, con los ojos en blanco.
—X. —Birdie estaba cubierta de heridas y sangre, parecía una
princesa guerrera con su larga melena rubia y su cara de ángel. Movió la
cabeza entre Warwick y yo—. Leyenda.
Warwick resopló, bajando la cabeza en respuesta a ella.
Al ver a Birdie, a Scorpion, incluso a Maddox y a Wesley, sentí que
otra pieza del rompecabezas encajaba. No sabía cómo encajaba todo;
sólo lo sentía en mis huesos. Estas personas estaban destinadas a estar en
mi vida. Los conocía desde hacía apenas un día antes de que tuviéramos
que separarnos, pero ya estaba ahí. Como si fueran una extensión de
Andris. Mi verdadera familia en este jodido mundo.
—La FDH se ha retirado —nos dijo Maddox, con su mirada
bailando entre la forma en el suelo y la aterrorizada en el agarre de
Ash—. Pero sabes que sólo tardarán un momento en reagruparse y
volver. Sobre todo, por él. —Maddox señaló a Caden—. Mátalos,
porque tenemos que irnos.
—¿Matarlos? ¡No! —El pánico se agitó en mis pulmones como
lava.
Maddox me miró como si estuviera loca. —Sí. Aquí no tomamos
prisioneros y no dejamos libres a los que intentan masacrarnos. Se darán
la vuelta y nos matarán sin pestañear. Esto no es un campo de
entrenamiento. Esto es la vida real. Es matar o morir.
Nadie discutió sus afirmaciones. Wesley amartilló su arma,
dirigiéndose al cuerpo que yacía en el suelo a mi lado.
Mi mejor amigo.
Mi primer amor.
La persona que se acurrucó a mi lado tras la muerte de mi padre y
me abrazó por la noche cuando lloraba. El que se colaba en mi
habitación y compartía su postre conmigo porque Rebeka pensaba que
arruinaría mi figura. El chico que siempre había estado a mi lado a
través de todas mis travesuras y bromas.
—No. —Me moví defensivamente frente a Caden, bloqueando a
Wes, con un gruñido en los labios—. No lo matarás. —Apreté los
dientes, dispuesta a luchar si era necesario.
—X, apártate. —Wes intentó moverme.
—Tendrás que pasar por mí primero.
Wes se detuvo, mirando a Maddox y luego a mí, preguntándose qué
hacer.
—¿Estás dispuesto a luchar contra mí? —Un gruñido se me escapó
de la lengua, mi cuerpo se revolvió en una amenaza. Lucharía hasta la
muerte por los que amaba.
Wesley dio otro paso.
En un abrir y cerrar de ojos, Warwick se puso a mi lado, con un
gruñido profundo que penetraba en las paredes. Bajo, pero la amenaza se
sentía hasta los dedos de los pies.
—Tu perro guardián puede amordazarlo. —Scorpion se adelantó—.
Los tomamos vivos.
—Pero... —Maddox comenzó, pero con una mirada de Scorpion, se
calló.
—Vamos a salir. —Scorpion hizo un gesto para que saliéramos del
callejón, indicando a Warwick que cogiera a Caden.
La nariz de Warwick se arrugó como si estuviera a punto de atacar a
Scorpion.
—O se necesitan tres o cuatro de nosotros para llevarlo, o sólo tú.
—Scorpion hizo un gesto hacia la estructura de Warwick.
Warwick inhaló profundamente, sus ojos se dirigieron a mí antes de
resoplar. Se acercó y agarró a Caden con brusquedad, echándoselo al
hombro como si fuera un saco, lo cual fue mejor de lo que esperaba. Ash
arrastró a Hanna detrás de nosotros.
Volvimos al camino principal y vimos a más miembros del ejército
de Sarkis moviéndose, recogiendo las armas de los soldados muertos y
los objetos que podían venderse.
—¡Oye! —Un hombre se agachó junto a Luk—. Creo que todavía
está vivo.
—¿Qué? —espeté. Salí corriendo hacia donde yacía Luk, con las
rodillas rozando el pavimento al llegar al suelo.
—¿Luk? —Me incliné sobre él—. Oh dioses... Luk... —La
esperanza bailaba en mi pecho con la posibilidad de que aún estuviera
vivo, dispuesta a hacer cualquier cosa.
¿Devolverle la vida? Una voz se deslizó en mi cabeza.
—¡Agárrala! —Ash empujó a Hanna hacia Scorpion antes de
apartarme de un codazo, su oído se dirigió a la boca de Luk, los dedos a
su pulso, tratando de encontrar una señal de vida—. ¡Mierda! Apenas
está ahí, pero aún respira. —Ash se sentó, arrancando la mochila de sus
hombros, arrojándola sobre mi regazo mientras se arrancaba el jersey.
Usándolo como torniquete, lo envolvió alrededor del torso de Luk,
presionando la herida, tratando de frenar la hemorragia—. Necesito
llevarlo a un lugar donde pueda limpiar esto y curarlo.
Maddox silbó a dos tipos voluminosos que pellizcaban objetos
brillantes cerca, haciéndoles señas para que se acercaran. Me puse de
pie, tirando de la bolsa desechada de Ash sobre mis hombros, viendo a
los tipos correr hacia nosotros. Parecían medio cerdos o algo así, con
narices planas y sin cuello. No estaban desgarrados ni eran altos, pero se
notaba que eran fuertes.
—Llévenlo a la base. Rápido. —Maddox les ordenó a los dos—.
¡Síganlo! —Hizo una seña a Ash mientras los chicos barrían a Luk,
arrastrándolo con una velocidad sin esfuerzo que no esperaba de ellos.
Ash se lanzó tras ellos, teniendo que correr para seguirles el ritmo.
—Por supuesto, el chico guapo se lleva toda la atención. —Una voz
profunda de mujer gruñó desde unos metros de distancia, haciéndonos
ver a toda la figura que intentaba incorporarse, con la cara arrugada por
el dolor—. ¿Qué tiene que hacer una chica por aquí para conseguir, el
boca a boca?
—¡Kek! ¡Oh, Dios mío! —Aparté a la gente del camino, tratando de
llegar al demonio de cabello azul, con el corazón desbocado. Me dejé
caer junto a ella—. Estás viva.
—Oh, qué bien —respondió ella, sin expresión. Se sujetaba el
costado del estómago. También tenía una herida de bala en la pierna.
Las lágrimas se insinuaron detrás de los párpados. —Pensé que te
había perdido.
—No puedes perderme tan fácilmente, corderito. —Se estremeció,
reajustándose, apoyándose en la barrera tras la que se había escondido—
. Los demonios son como las cucarachas. Crees que nos has atrapado,
pero seguimos volviendo.
Solté una breve carcajada.
—¿Puedes caminar? —Warwick se colocó sobre ella, obligándola a
inclinar la cabeza hacia atrás.
—Parece que tienes las manos llenas, grandullón. —Le guiñó un
ojo—. Pero si estás ofreciendo tu otro hombro, te lo hago saber ahora, es
un sí a los azotes.
De hecho, hizo sonreír a Warwick. —Di la palabra, demonio, y
felizmente dejaré al Capitán Ducha aquí y te llevaré. —Warwick empujó
a Caden en su hombro, lo que me hizo mirarle como una daga.
—Ni se te ocurra —le advertí, volviéndome hacia Kek—. Vamos, te
ayudaré. —Coloqué su brazo sobre mi hombro y la ayudé a levantarse.
Ella gruñó, el sudor goteando por su cara mientras cojeaba, nuestros
pasos eran lentos. Los faes se curan mucho más rápido que los humanos,
pero eso no significa que no sea muy doloroso.
—Asesina de la alegría —siseó entre dientes con cada paso—.
Podría haber conseguido un viaje gratis y azotes. Lo menos que podrías
hacer es ofrecer lo mismo.
—Lo siento, no voy a cargar con tu culo.
—¿Azotes? —Sus cejas se alzaron con esperanza.
—Sólo si te portas bien.
—Maldita sea.
Mientras el amanecer se insinuaba en el horizonte, mi grupo de
inadaptados caminaba, cojeaba o era llevado de vuelta a la base de
Sarkis.
Rehenes, amigos y algunos apenas aliados.
En el centro estaba yo.
El pegamento o una bomba.
—¡Brexley! —Los brazos de Andris me rodearon en el momento en
que entramos en la base subterránea temporal. Su colonia familiar y su
voz me golpearon como un martillo, haciéndome sentir como una niña
pequeña de nuevo.
—Nagybacsi. —Le devolví el abrazo, sus brazos me apretaron tan
fuerte que pude sentir cada gramo de su miedo y alivio en el abrazo.
—Tenía tanto miedo, drágám. —Mi querida—. La idea de que te
pasara algo... Yo sólo... —Él se desvaneció.
—Estoy bien. —Le devolví el apretón.
—Gracias a los dioses. —Su voz se quebró en mi oído—. Me he
vuelto loco desde el momento en que me despedí la última vez. Te
buscamos por todas partes. Pensé lo peor, aunque Scorpion no dejaba de
asegurarme que estabas bien. Entonces esta noche... —Finalmente me
soltó del abrazo, su nuez de Adán se balanceó mientras me miraba—.
Creo que he envejecido diez años en la última hora.
Parecía cansado, pero seguía siendo guapo a su manera estoica. Su
cabello se estaba volviendo más gris, con algunas motas blancas en sus
oscuras cejas, y la juventud se le escapaba poco a poco. Esta vez pude
ver la fragilidad humana en él, y el hecho de que envejecería y moriría.
La vulnerabilidad de los humanos comparada con la de los faes parecía
tan real de repente. En ese momento, comprendí el deseo de encontrar el
néctar o crear las píldoras. Había perdido a tanta gente a la que quería,
crecí sin madre y ahora sin padre. Andris era lo más cercano que tenía a
una figura paterna, y no quería perderlo.
—Sé que debes estar cansada, pero hay cosas que debemos discutir
antes que descanses.
Asentí con la cabeza, y finalmente miré alrededor del espacio
oscuro y lúgubre, observando la conmoción en el cuartel general más
pequeño. Decenas de personas se movían por los pasillos y por la sala
principal, zumbando como abejas. Maddox y Scorpion se llevaron a
Kek, Caden y Hanna nada más entrar. Ash ya estaba en algún lugar
trabajando en Luk.
La base transitoria estaba en medio de un bloque anodino de
edificios abandonados cerca del antiguo mercado. La entrada estaba
metida en un callejón detrás de contenedores y montones de basura.
Todas las ventanas estaban tapiadas y el espacio subterráneo era
estrecho y viejo. Una ráfaga de culpabilidad me golpeó el pecho, al
saber que yo era la razón por la que se encontró el último lugar. La razón
por la que ahora estaban "sin hogar".
—No te preocupes, drágám. —Andris me dio una palmadita en el
brazo, viendo a través de mí—. Encontraremos un nuevo hogar.
—Lo sé, pero...
—No hay peros. Al final nos habrían descubierto. —Sacudió la
cabeza—. Esa es la vida que elegimos. En cualquier momento, ese lugar
podría verse comprometido. Así es. No te culpes.
Tomamos todas las precauciones al venir aquí, pero esperaba que no
fuera en vano. Kalaraja era un maestro en lo que hacía, y estaba decidido
a encontrarme. Él era la razón por la que la FDH sabía exactamente
dónde atacarnos esta noche. ¿Cómo podía descubrir siempre mi
ubicación sin que ningún otro fae lo percibiera? El hombre era como un
fantasma.
—Teniente, hemos colocado a la chica prisionera en el armario de
almacenamiento vacío. —Maddox se acercó, informando a su líder—.
Scorpion la está vigilando.
—Su nombre es Hanna. —Apreté los dientes.
—¿Hanna? —Los ojos de Andris se abrieron de par en par—. ¿Te
refieres a la pequeña Hanna Molnár? ¿La niña de Albert y Nora?
Hace cinco años, éramos pequeños y jóvenes para él. Yo tenía
quince años y Hanna tenía catorce cuando él se fue. Y tenía muy poca
interacción con ella o con sus padres, probablemente sólo recordaba a
una adolescente rubia y escuálida que a veces salía con Caden y
conmigo.
—¿La tenemos aquí? —Sus ojos se abrieron de par en par, la
irritación frunciendo sus tupidas cejas hacia Maddox—. Ya conoces la
regla. No tomamos prisioneros.
La nariz de Maddox se encendió, su mandíbula crujió. —Lo sé.
—Es mi culpa. —Intervine—. Ella es mi amiga. No iba a dejar que
la mataran.
—¿Incluso si se dieran la vuelta y nos mataran? —Afirmó Maddox.
Andris se palpó la cabeza, frotándose febrilmente, murmurando en
voz baja.
—Dile a quién tenemos ocupando un catre en nuestra sala de
curación. —Maddox frunció los labios, con los ojos puestos en mí.
La cabeza de Andris se levantó, su columna vertebral se enderezó.
—¿Quién?
Me encogí, sabiendo ya cómo sería recibido su nombre.
—¿Quién, Brexley?
—Caden. —Hice una mueca, viendo cómo la palabra golpeaba a
Andris y se impregnaba de ella, con una vena en la frente abultada.
Andris, por supuesto, lo conocía bien; Caden y yo éramos inseparables.
Trataba a Andris como un pseudo tío porque yo lo consideraba así.
Andris trabajaba para su padre incluso antes de que Caden naciera.
Si es posible, creo que Andris envejeció otros diez años en ese único
momento.
—¿Qué? —explotó—. ¡¿Me estás diciendo que tenemos al hijo de
mi enemigo, el que cree que estoy muerto?! ¿Aquí dentro? ¿Ahora
mismo? —Señaló un pasillo.
Maddox arqueó una ceja con una expresión de “Te lo dije”.
—Sí. —Asentí con la cabeza.
La boca de Andris se abrió y luego se cerró. Comenzó a caminar,
abriendo la boca de nuevo y cerrándola.
El Tío Andris no solía mostrar emociones ni se "enfadaba".
Mantenía la calma y solucionaba las cosas, mientras que mi padre
estallaba como fuegos artificiales. Era raro, pero hubo ocasiones en las
que había visto al Tío Andris molesto, enojado, e incluso furioso. Nunca
lo había visto sin palabras.
Un ruido estrangulado obstruyó su garganta, la vena de su frente
bailó. —Tú. —Me señaló—. ¡Sígueme ahora! —Se marchó, con la ira
sobre sus hombros como un vaquero.
—Alguien está en problemas —cantó Maddox en voz baja.
—Cállate —gruñí, sintiéndome la adolescente a punto de ser
castigada. Seguí a mi tío, mientras Maddox se reía como un hermano
mayor que mete a su hermano en problemas.
Al pasar por una sala de guerra improvisada, vi a Ling frente a un
ordenador, con los dedos volando sobre los teclados. Levantó
brevemente la vista y sus ojos oscuros se encontraron con los míos. Era
buena para mantener sus emociones ilegibles, pero juré que la vi
suspirar, como diciendo: —Ves. Una vez más, el peligro y la violencia te
siguen.
Sí, así fue.
Seguí a Andris hasta un pequeño cubículo de cemento, en el que
sólo había un escritorio y dos sillas. La mesa estaba cubierta de carpetas,
y un mapa de la ciudad, rodeado de rotuladores negros y notas
adhesivas, estaba aplastado en el centro.
La habitación me hacía sentir atrapada, como si tuviera un peso
sobre el pecho. La necesidad de volver a subir las escaleras y respirar
aire fresco palpitaba en mis músculos y me dolían los pulmones. Nunca
me gustaba estar bajo tierra, y menos en un espacio tan reducido como
éste. El pánico brotó al instante, el sudor goteaba por mi espalda.
—Siéntate —ordenó Andris.
Me encaramé al borde, con la pierna rebotando.
—Brexley... —Se inclinó sobre su escritorio, respirando
tranquilamente—. Sé que eres nueva en este mundo, pero tenemos reglas
por una razón.
—No es posible que digas que debería haber dejado que los
mataran. Alguien que ha sido mi mejor amigo la mayor parte de mi vida,
que estuvo a mi lado cuando perdí a mi padre... cuando te perdí a ti.
Cuando elegiste dejarme.
Se estremeció. —Brex...
—No. —Me puse de pie, con el cuerpo picando para moverse—.
Lucho por aquellos que me importan. No los asesino a sangre fría
porque de repente estemos en dos bandos diferentes.
—¿No crees que no te habrían matado? —Su voz se elevó, dejando
que la emoción se filtrara. Me di cuenta que esta reacción era más bien
por su miedo a que pudiera haberme perdido con ellos esta noche—. No
te engañes, chica. Caden es una astilla del viejo bloque.
—No —gruñí a la defensiva, sacudiendo la cabeza—. No lo es.
Caden puede creer que lo es o quiere serlo, pero yo lo conozco. Lo
conozco mejor que a mí misma. Él no me habría hecho daño.
—Pero no habría impedido que Istvan te matara —respondió Andris
con sinceridad, a bocajarro, y sentí que la flecha daba en el blanco.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque sí. —Sus ojos y su postura se suavizaron, la pena en su
postura—. Ese chico nunca fue tan fuerte como tú. Quería complacer
demasiado a su padre, incluso de niño. Tú eras la que siempre conseguía
que hiciera cosas fuera de lo establecido. Él nunca lo habría hecho. Te
siguió a ti, Brexley... no al revés. Tú eras la fuerza, la fortaleza. Tan
llena de vigor y fuego. Habría cedido bajo Istvan hace mucho tiempo si
no hubiera sido por ti. Le diste vida. Valor.
—Nos lo dimos el uno al otro.
Andris negó con la cabeza. —Nombra una cosa que haya instigado
cuando eran niños.
Mi mente trató de archivar todos los recuerdos de las travesuras que
hacíamos, sin poder recordar una que no fuera idea mía.
—Él era un seguidor... tú siempre has sido la líder.
—No importa. —Sacudí la cabeza—. Caden es parte de mí; es mi
corazón. Y si tengo que luchar contigo y con todos los que están aquí, no
dejaré que le hagas daño. O a Hanna.
Andris me observó durante un rato.
—Yo tampoco quiero hacerle daño, Brex. Recuerdo que me sentaba
con los dos a cada lado, leyéndoles cuentos durante horas. Yo también
me preocupo por Caden, pero sigue siendo el enemigo. El hijo de Istvan.
¿Sabes lo que Istvan le hará a esta ciudad para recuperarlo? ¿A mi gente
si los atrapa? Esta es mi familia. Gente a la que quiero y a la que prometí
proteger. —Apoyó las palmas de las manos en el escritorio, con la
cabeza caída. Podía ver la angustia y la dura posición en la que lo
ponía—. No puedo dejarlo libre, pero no lo mataré, porque sé lo mucho
que te rompería. Yo también te perdería. Y no te perderé de nuevo. —La
silla barata chirrió cuando se dejó caer en ella. El agotamiento y el
tormento delinearon su rostro.
—Lo siento. —Me sentí horrible por ponerlo en este lugar, pero no
había otra opción para mí. Caden no era un sacrificio que estuviera
dispuesta a hacer—. Tal vez si les decimos la verdad... mostrarles lo que
realmente está pasando. Los faes no son el enemigo.
—Por favor. —Se pellizcó la nariz—. Caden no se volverá contra su
padre. Y dudo que la niña lo haga tampoco. Les han lavado el cerebro
desde que nacieron para despreciar a los faes.
—A mí también. —Levanté la barbilla—. Tú y yo hemos cambiado.
Dejó caer su mano, inclinando la cabeza hacia atrás en la silla,
mirándome fijamente.
—Deja que lo intente.
Se tomó un minuto completo, sesenta segundos de silencio, antes
que su cabeza se hundiera.
—Bien. Puedes intentarlo. Pero Brex... si se trata de mi gente o de
ellos...
—Lo sé. —Bajé la cabeza. Sabía que sólo su amor por mí influía en
su decisión—. Gracias.
Su boca se torció, pero no respondió.
A punto de darme la vuelta y marcharme, mi vista captó las
imágenes granuladas que sobresalían de debajo del mapa, acercándome
al escritorio. El pavor se hundió en mi vientre, al reconocer lo que estaba
viendo.
Cadáveres.
—¿Qué es esto? —Saqué uno, con la boca llena de bilis. En su
mayor parte descompuesto, vi una mujer desnuda. El siguiente era un
hombre desnudo, hinchado por el agua, pero su rostro aún era
reconocible. Fae. La siguiente era una chica joven, la siguiente una
adolescente, la pila de fotos mostraba varias edades y tipos de género.
Humanos y faes.
—¿Qué-qué es esto? —Volví a preguntar.
—Son algunos de los cuerpos que se han encontrado en las orillas
del río en el último mes.
Mi memoria parpadeó hacia algo que Scorpion me había dicho en
Praga.
—Se han encontrado unos cien cuerpos de faes y humanos flotando
en el Danubio. Los faes están desprovistos de todos los fluidos
corporales. Algunos humanos parecen tener el cerebro derretido o algo
así.
—¿Definitivamente han encontrado tantos faes como humanos?
—Sí, pero últimamente han sido sobre todo faes o mestizos. Los que
no se notan cuando desaparecen.
—¿A qué te refieres?
—Los indigentes, los fugitivos, las putas.
El miedo me colapsó los pulmones, haciéndome temblar para
respirar.
¿Putas como Rosie? Aunque sabía que ella era demasiado alta para
lo que él se refería; la mayoría de las prostitutas, tanto hombres como
mujeres, trabajaban en las calles sin la protección de un prostíbulo.
Gente con esperanzas y sueños de escapar de la vida dura, simplemente
tratando de sobrevivir.
—¿Quién les hace esto?
—No lo sé con certeza, pero creo que ambos podemos adivinar.
Me esforcé por tragar, mis párpados se cerraron brevemente. Era
triste... Todavía mantenía la esperanza de que el hombre que me había
criado los últimos cinco años no fuera ese monstruo. Pero la esencia fae
era el ingrediente principal de la fórmula del Dr. Rapava, y no se podía
tomar la esencia fae sin matarla.
—Desde que me contaste lo que tramaba, hemos estado explorando
algunas de las fábricas a las que él o la élite de Leopold están
vinculados. Hay muchas, y sólo hemos podido tachar algunas. Istvan es
inteligente y se asegurará de ocultarlo bien. —Andris se sentó en su
silla, golpeando el mapa. Unos cuantos círculos tenían X tachadas,
repartidas por la ciudad—. Hemos estado explorando varios lugares,
pero todas las pistas han resultado ser callejones sin salida. Los lugares
están vacíos o son fábricas normales.
Un fuerte golpe hizo sonar la puerta, cortando nuestra conversación.
Sin esperar respuesta, la puerta se abrió de golpe.
—¡Teniente! Brexley ha vuelto... —Zander se detuvo, sus enormes
ojos marrones se posaron en mí, con la boca abierta por la sorpresa—.
¡Estás aquí! —Su rostro se iluminó. Galopó hacia mí y me abrazó con
un relincho en la garganta—. Me alegro mucho de que estés bien. —Me
abrazó con fuerza y sus labios rozaron mi mejilla y mi sien. Le devolví
el abrazo, mirando por encima de su hombro, la puerta todavía abierta de
par en par.
Warwick se apoyó en la pared, con un pie apoyado, como si llevara
un rato allí. Esperando. Nos observamos mutuamente, su expresión era
ilegible, pero sentí que el enojo y la ira rezumaban de él. Resoplando por
la nariz, meneó la cabeza, apartándose de la pared, y se paseó por el
pasillo. Sus barreras se cerraron con fuerza a su alrededor,
impidiéndome siquiera percibir una pizca de sus emociones.
—Me mataba estar ahí parado... —Zander atrajo mi atención de
nuevo hacia él. Se inclinó para verme mejor, con las manos sujetando
mis brazos, sus profundos ojos marrones evaluándome—. No puedo
decirte lo preocupado que he estado cuando el teniente me dijo que
habías desaparecido. Verte esta noche... Casi me he cargado mi tapadera.
—Estoy bien. —Di un paso atrás, tirando de las correas de la
mochila, el bolso de Ash con el libro de faes aún sobre mis hombros—.
Todos ustedes actúan como si fuera un desastre andante.
Los dos me miraron fijamente.
—Sí, está bien.
—¿Cómo sabías que había vuelto? —Andris se dirigió a Zander.
—Oh, pensé... —La mirada de Zander rebotó entre nosotros—. Que
se lo habrías dicho.
—Todavía no había llegado a esa parte.
Los párpados de mi tío se cerraron brevemente, intuyendo que había
mucha más historia por venir. Y tendría razón. Tenía mucho que contar
a Andris: mi estancia en Praga; la búsqueda de mi tío Mykel; Povstat; el
néctar; Killian; el trato. Habían pasado dos semanas desde que huimos
de la vieja base, y habían pasado muchas cosas.
—Coge la botella más grande de tu Unicum. —Suspiré, volviendo
por la silla—. Va a ser una noche larga.
—Es por la mañana.
—Sí, eso también.

Para cuando salí del despacho de Andris unas horas más tarde, tenía
los ojos borrosos. Estaba a punto de quedarme dormida de pie, y mi
cabeza palpitaba de cansancio.
Zander había hecho una salida rápida, necesitando volver con
Killian. No tenía nada nuevo que informar además de lo que yo ya sabía,
diciendo que desde mi huida con Warwick semanas antes, Killian se
había obsesionado con estar en los laboratorios, lo que supuse que
significaba que estaba probando las píldoras en más humanos. Rara vez
comprobaba la apertura de la nueva prisión, y Zander respaldaba la
afirmación de Killian sugiriendo que era imposible escapar de ella. La
magia y la seguridad eran de primera categoría con la seguridad de los
Duendes. Estaba diseñada a mayor profundidad bajo tierra, en lo que
solía ser la zona de protección del paisaje de Buda.
Killian era un rompecabezas para mí. Una parte de mí creía que era
un tipo decente, pero otra se preguntaba si estaba matando a esa gente.
Hizo prisioneros a la hermana y al sobrino de Warwick, utilizándolos
como palanca, pero luego recordaba la mirada de sus ojos la noche en su
balcón, el lado relajado y amable que me mostró actuando como mi
enfermero, y volvía a la idea de que no les haría daño. Probablemente
los alojaba en la lujosa habitación que había preparado para mí.
Por mucho que no pudiera negar que me preocupaba por él, era
alguien en quien no podía permitirme confiar. Al fin y al cabo, seguía
siendo el líder de los faes y elegiría el poder y a los suyos por encima de
cualquier otra cosa.
Trastabillando por el pasillo, ansiaba dormir, pero necesitaba
comprobar cómo estaban todos. El lugar no era ni la mitad de grande
que la última base, y encontré fácilmente la "clínica". Era una habitación
cuadrada, húmeda y sin ventanas, con una docena de catres desplegables
y un mínimo de hierbas curativas. Un sanador se movía por la
habitación, revisando el puñado de pacientes.
Cerca de la pared del fondo, Ash estaba sentado en una silla junto a
un catre, con la ropa cubierta de sangre y el brazo herido vendado y
curado. Tenía la barbilla apoyada en la palma de la mano y los párpados
bajados, como si estuviera dormitando. Luk estaba tumbado en el catre a
su lado, con la piel gris y sudorosa.
—¿Cómo está?
Ash se sobresaltó al oír mi voz, sus pestañas se abrieron. —Oh,
mierda, ¿me he quedado dormido?
—Necesitas descansar. —Le toqué el brazo donde le habían
disparado—. ¿Estás bien?
—Estoy bien. Me atravesó. —Se frotó la cara, ambos miramos a
Luk. Su pecho temblaba con la respiración entrecortada—. No quiero
irme hasta que sepa que puede pasar las próximas doce horas sin
asistencia. Ya pensamos que lo habíamos perdido dos veces. —Ash
señaló con la barbilla a la otra sanadora—. Está demasiado ocupada para
vigilarlo bien.
Las lágrimas me quemaron la parte posterior de los párpados. Pasé
mis dedos por los de Ash.
—Gracias. —No pude encontrar las palabras para su amabilidad. Ni
siquiera conocía a Luk, pero era un sanador, y ayudar a los demás era lo
que Ash era.
Me apretó la mano, haciéndome una leve inclinación de cabeza.
—Al menos sube a uno de los catres extra y descansa. No servirá de
nada si tú también te derrumbas.
—Lo haré. —Se levantó, soltando mi mano. Levantó la mano y me
quitó la mochila de los hombros, dejándola caer a mis pies. Mi reacción
instantánea fue retirarla, como si el libro fuera mío, como si me quisiera,
pero sacudí la cabeza, alejando ese sentimiento. Nadie tenía libros de
faes.
—¿Caden y Kek están bien? —Respiré profundamente,
distrayéndome de esta sensación.
—Sí. —Asintió—. Una buena noche de sueño y Kek volverá más o
menos a la normalidad. Tendremos que vigilar a Caden por una
conmoción cerebral, pero por lo demás, creo que está bien. —Señaló con
la cabeza el lugar donde dormía mi amigo.
Mis hombros se hundieron cuando miré a Caden. Estaba esposado,
un guardia sentado en una silla a su lado, vigilando al rehén.
—He oído que tienen a Hanna en un armario. —Me volví.
—Sí —se burló Ash—. Scorpion está de guardia. Supongo que ella
le ha dado un infierno.
Sonreí. —Esa es Hanna.
—Suena como tú.
—Las chicas no consiguen entrenar en la FDH a menos que sean
duras, y no me refiero sólo a lo físico. Hanna y yo éramos las únicas dos
chicas de mi clase. Hay una razón por la que ella duró. —Me masajeé
los ojos ardientes.
—Parece que tú también necesitas dormir.
—¿Has visto a Warwick? —Su retirada antes en el pasillo todavía
me molestaba.
—No, lo siento, no he salido de esta habitación ni he levantado la
vista desde que llegamos.
—Ok, voy a buscarlo. A ver si te encuentro un té y algo de comer si
estás decidido a quedarte aquí. —Asintió, bajando de nuevo, metiendo
su bolsa entre los pies.
Juré que sentía que el libro me llamaba, que me tiraba del cerebro
para que me acercara. Para caer en sus páginas.
Tratando de ignorar la sensación, me dirigí hacia la salida, con la
mente ya débil y flexible por la fatiga.
Dormir. Necesitaba dormir.
—Brexley Kovacs. —Una voz profunda e inhumana arañó mi
mente, haciendo girar mi cabeza, mi cuerpo tropezando, chocando con
catres y sillas—. ¿La chica que desafía las leyes de la naturaleza me
desafía a mí? No puedes luchar contra mí.
—Vaya. —La sanadora me agarró—. Creo que necesitas acostarte,
cariño.
No pude hablar ni luchar mientras me bajaba a una cama vacía junto
a Kek. Mareada y con náuseas, cerré los ojos.
—Duerme —me ordenó, mi cuerpo ya se acurrucaba como un gato,
se alejaba, sentía que daba vueltas y caía en las páginas.
El libro estaba al otro lado de la habitación, pero se aferró a mí,
atrayéndome a su familiar oscuridad, pasando por las páginas del tiempo
ya pasado.
—Bitzy, saca el dedo de ahí. —Una voz se coló en mis sueños,
sacándome de las profundidades de mi mente—. No sabes dónde ha
estado ese. Podría estar rabioso.
Chirrido.
—Sí, ya veo que le gusta... mucho.
Chirrido.
—¡No es cierto! Malentendido total. —Resopló—. Ahora aléjate de
la infernal cerúlea.
Mis párpados se abrieron, mirando a la figura de Opie de pie sobre
mi almohada, un gemido escapando de mis labios.
—¡Está viva! —Profundizó su voz, levantando los brazos—. ¡Está
viva!
¡Chirrido! El gorjeo de Bitzy llegó desde la cama contigua a la mía,
su diminuta forma saltó hacia nosotros, trepando por mi almohada. Sus
dedos se agitaron en un saludo matutino.
—Buenos días a ti también —murmuré, con las palmas de las
manos clavadas en los ojos.
El sueño de la noche anterior se me pegaba como un jarabe.
Pegajoso y espeso, que se convertía en destellos y una profunda
sensación de algo importante.
¿Era sólo un sueño? El libro no podía arrastrarme si no lo tocaba,
¿verdad? No podía explicar las visiones. Eran borrosas y distantes, pero
recordaba una pequeña casa de campo que nunca había visto antes,
aunque algo en ella me parecía un hogar. Había visto un escondite
secreto y una especie de cuaderno en él. Mi padre estaba allí. No lo vi;
más bien lo sentí. Su presencia me susurraba al oído como si intentara
decirme algo.
—Llevamos una eternidad esperando que se despierte, Maestro
Pececito. —Opie balanceó sus brazos dramáticamente, haciendo girar su
falda de capas hacia arriba. Hoy llevaba tiras de vendas blancas
construidas en una falda larga y un sujetador hecho de bolas de algodón.
Llevaba el cabello en forma de mohawk, con una bola de algodón
atravesada en cada punta como si fueran malvaviscos. Bitzy tenía la
misma falda a capas, pero subida hasta el pecho, y tenía dos bolas de
algodón en el extremo de las orejas. Todas las cosas que encontrarías en
una pequeña clínica.
—Como si-em-pre —enfatizó—. Nos aburrimos.
Sentada, moví la cabeza para sacudirme y despertarme. Algo en mi
cabello golpeó contra mis hombros. Alcanzando a bajar, encontré más
de una docena de trenzas apretadas con tela blanca trenzada a través de
un lado de mi cabeza por encima de la oreja.
—Te dije que nos aburríamos. —La sonrisa de Opie estaba llena de
disgusto—. Y a tu cabello le faltaba fuerza.
Pegajoso, sudoroso, ensangrentado y sucio, me faltaba algo más que
fuerza.
—¿Esto es...? —Recogí, examinando el material—. ¿Sábanas de
una cama? —Miré mi sábana superior destrozada—. ¿Mi cama?
—Te hice un favor... estabas caliente. —Se encogió de hombros,
moviendo los ojos, tratando de parecer inocente—. Como dije,
estábamos muy, muy aburridos. —Agarró sus mechones de la sábana a
rayas y dio vueltas, la tela flotando a su alrededor como colas de cometa
en el viento. Su mohawk era la yuxtaposición perfecta—. Valió la pena,
¿no? Aunque la tela es aburrida. Es decir, tenía muy poco con lo que
trabajar. Aun así, creo que le di un cierto toque.
—El estilo es ciertamente una forma de describirlo. —Soltando una
carcajada, supe que nunca podría seguir enfadada con él.
Frotándome la sien, intenté alcanzar a Warwick, sin sentir nada más
que un muro. ¿Me estaba bloqueando? Antes parecía irritado fuera del
despacho de Andris, y no tenía idea de por qué. Me desmayé antes de
tener la oportunidad de verlo o hablar con él.
Mirando hacia donde Kek seguía durmiendo, me di cuenta que
algunos mechones de su cabello azul estaban trenzados de nuevo con
algodón blanco, ya que el brownie había descubierto que su cabello
también necesitaba un poco más de estilo. El color había vuelto a sus
mejillas y parecía casi curada.
Mis ojos se desviaron hacia la forma dormida de Caden. Wes lo
vigilaba ahora, tratando de no dormitar. Se me encogió el corazón al ver
a Caden encadenado a la cama. Su expresión era ya tensa, como si
supiera inconscientemente que no podía relajarse. Un cautivo en
territorio enemigo. No quería ni contemplar cómo reaccionaría Caden
una vez que se despertara. Iba a ser malo. ¿Pero qué opción tenía?
Pasara lo que pasara, haría todo lo posible por protegerlo, aunque él no
creyera que lo hiciera.
Luk seguía tumbado en la misma posición, ceniciento y sudoroso.
Ash estaba sentado a su lado, inclinado sobre la cama, profundamente
dormido junto a las piernas de Luk.
—¿Cuánto tiempo estuve dormida?
—Durante mucho tiempo —gimió Opie.
Chirridooooo. Bitzy me echó en cara que todo era culpa mía.
—Ok, vamos a probar esto. ¿Qué hora es ahora?
—No lo sé. ¿Parezco un fae del tiempo? —Opie se señaló a sí
mismo.
—Estoy empezando a ver el lado del Maestro Finn, —refunfuñé,
levantándome de la cama.
Los ojos de Opie se ensancharon hasta convertirse en platillos. —
¿También quieres azotarme con guantes de goma y un recogedor?
—¿Qué? —Parpadeé.
—¿Qué? —respondió con un chirrido.
¿Chirrido?
—¿Has dicho recogedor?
—No. —Los ojos de Opie se movieron por la habitación—.
Tampoco dije espátula.
—No dijiste espátula.
—Lo sé; te dije que no lo había dicho. —Se afanó, jugueteando con
las capas de su falda—. Debes estar oyendo cosas, Pececito.
¡Chillido!
—No lo hice —Opie se enfadó.
¡Chillido!
—Oh, no vuelvas a sacar el tema. Quería saber cómo se atascó la
aspiradora.
Chirrido.
—No le mostré cinco veces.
—O-kay. —Levanté las manos—. Voy a pararlos ahí mismo
mientras aún tengo apetito.
—Oh, no estoy seguro de que quieras uno. —Opie arrugó la nariz—
. Ya hemos probado el desayuno, la sobremesa, la merienda, el
almuerzo, la merienda y la cena. Todos los bla...
—¿Cena? —Mis ojos se abrieron de par en par. Me había ido a
dormir justo cuando salió el sol. ¿Había dormido todo el día? Me pareció
que apenas había salido un momento. Partes del sueño seguían vívidas
en mi mente, rozando la parte posterior de mi cabeza como si pudiera
volver a entrar en él.
Sin ventanas ni forma de saber qué hora era, no tenía ni idea de
cuánto tiempo había estado fuera. Mi estómago refunfuñó, diciéndome
que había pasado demasiado tiempo desde la última vez que comí.
—Sí, la cena... son las ocho y media.
—Las ocho y media. —Levanté una ceja—. ¿Sabes qué hora es?
—Sí, ¿por qué no iba a saberlo?
Mis párpados se cerraron, los puños se cerraron, respirando por la
nariz.
Había dormido más de doce horas.
—¿Has visto a Warwick? —Tratando de llegar a él a través de
nuestro enlace, todavía lo encontré bloqueado, lo que me hizo ponerme
de pie con irritación. ¿Por qué me bloqueaba?
—¿Te refieres a ese lobo grande, malo y sexy? —Opie se abanicó.
Mi mejilla se estremeció. —Creo que estamos hablando de la misma
persona.
—Como si no lo supieras, Pececito —se burló Opie, y Bitzy copió
su respuesta—. ¿No eras tú el que gritaba: “Oooooohhh, Lobito, ¿qué
miembro tan colosal tienes...”?
—Para. Ahora. —Le corté—. Y no lo llamé Lobito. —Cruzando los
brazos, bajé los párpados—. Probablemente lo llamé imbécil.
Opie me guiñó un ojo. —Eso también.
¡Chirrido! Que sonó algo así como: —Eres una idiota y una
mentirosa.
—Antes de que este tren se descarrilara, te pregunté si lo habías
visto.
—¿Estábamos en un tren? —Opie inclinó la cabeza, mirando a
Bitzy—. ¿Recuerdas haber estado en un tren? Pensaba que estábamos en
esas cosas de zoomy-zoom.
¡Chirrido! Lo cual estaba segura que era: —Son todos unos idiotas.
Un gemido subió por mi garganta. —¿Sabes qué? Voy a buscar algo
para comer. —Hice un gesto por encima de mi hombro.
—¡Buena suerte, Pececito! —Opie me hizo un gesto—. ¡Usa
protección!
¡Chirrido! Los dedos medios apuñalaron el aire en respuesta.
Ni siquiera quería saberlo.
Dejándolos, mis piernas me llevaron fuera de la habitación. Los
fuertes cánticos por el pasillo me llevaron a una de las zonas más
grandes del recinto condensado, descubriendo donde se encontraban la
mayoría de los habitantes. Estaban rodeando a dos luchadores en medio
de lo que debía ser su sala de entrenamiento.
Una diminuta guerrera rubia contra un hombre que debía medir al
menos dos metros y medio, con el cuerpo construido como una roca.
Birdie escaló su espalda, saltando sobre sus hombros, sus piernas
envolviendo su garganta.
—¡Bir-die! ¡Bir-die! —Su nombre fue coreado mientras el enorme
hombre se agitaba, tratando de sacarla de su espalda, balanceándola
hacia mí.
—X —gritó mi nombre, sus ojos brillando con fuego. Al igual que
yo, cobraba vida cuando luchaba. A algunos les parecerá enfermizo,
pero caminar por la línea entre la vida y la muerte encendía mi sangre
con vigor—. Estás despierta.
—Sí, iba a ir a cenar.
—Oh, me muero de hambre. —Me habló como si no estuviera en
medio de una batalla con este hombre medio gigante. Su cara se había
vuelto de un rojo intenso, sus puños intentaban golpearla mientras la
golpeaba contra las paredes, tratando de desalojar al pájaro posado en su
espalda. Las piernas de ella no hicieron más que apretarle el esófago,
obligándolo a jadear en busca de aire. La gente bramaba a su alrededor,
con el dinero en las manos agitándose en el aire con entusiasmo.
—Espera un momento.
Me reí cuando su rostro se puso serio, se acabó el juego. Su
expresión de zorra y aburrida cubría sus rasgos mientras utilizaba ambos
brazos y piernas para constreñirle las vías respiratorias.
El hombre arañó y la golpeó, pero la chica se sujetó como un pulpo.
Se tambaleó, su piel se tiñó de púrpura, los vasos sanguíneos de sus ojos
saltaron antes que cayera, golpeando el suelo con un golpe, golpeando su
brazo para decir que estaba fuera.
Birdie se desenganchó, poniéndose de pie y apartando el cabello
suelto de su cola de caballo. —Ha sido divertido. Tal vez lo repitamos
mañana. —Le dio una palmadita en el hombro al chico antes de volverse
hacia mí. Se acercó, con un ojo morado, pero por lo demás, sus ojos
fuertemente delineados estaban perfectos, ni un rasguño en ella.
—Creo que esta noche es krumplileves otra vez. —Puso los ojos en
blanco y pasó junto a mí mientras los gritos y el cambio de manos
continuaban detrás de ella.
Resoplando, seguí a la pequeña chica vestida de negro. La
minúscula cantina se encontraba a unas cuantas habitaciones más abajo,
una sala rectangular llena de sillas plegables y tablas de madera
apoyadas en bloques de cemento a modo de mesas. En una de las
paredes había comida, bebidas y aperitivos. Nada que ver con lo que
tenían antes, y ni siquiera con la situación de Povstat.
Birdie se detuvo frente a una olla de barro, arrugando la nariz
mientras sacaba la tradicional sopa de patata húngara.
—Oh, qué bien, siete días seguidos. —Cogió un bollo y lo mordió
mientras tomaba mi sopa y mi bollo y la seguía hasta una mesa. La zona
estaba en su mayoría tranquila, con sólo algunos grupos salpicados por
la sala, tomando té o cenando.
—Así que... —Se sentó en una silla frente a mí, tomando un poco de
sopa—. ¿Una leyenda no fue suficiente para ti? —Arqueó una ceja hacia
mí.
—¿Qué quieres decir?
—Vamos, es imposible que no te estés tirando a Farkas, y si no lo
estás haciendo, entonces eres una idiota, y yo me ofrezco como
voluntaria —dijo uniformemente. Su tono siempre contenía una pizca de
aburrimiento—. Pero he oído rumores sobre ti y el señor de los faes
seriamente sexy, Killian, ¿y ahora el hijo del líder de la FDH? Estuve
allí, chica. Pude ver algo entre ustedes dos. Caden Markos es como otro
personaje inventado del que he oído hablar durante años. El príncipe
humano. Pero supongo que en algún momento tú también lo fuiste.
—Es mi mejor amigo. —Inhalé, mirando mi sopa, ahogando un
trozo de patata en el caldo—. O lo era. Crecimos juntos.
—Te enamoraste de él, ¿verdad?
Mis cejas se arrugaron, sin saber qué responder.
—Por favor. Lo hiciste totalmente. ¿Todavía lo amas? —Tomo otra
cucharada y la chupó—. Parece un poco mimado para ti.
—¿Mimado?
—Es un chico muy guapo. —Se metió un trozo de bollo en la boca,
tragando apenas—. Me refiero a que es realmente bonito. Más músculos
de los que pensé que tendría, pero probablemente no mucho arriba o
abajo, aunque es fácil de ver. No es que me gusten los tipos así.
Mi cabeza se inclinó.
—¡A mí no! Demasiado remilgado para mí. —Ella negó con la
cabeza, con los ojos desviados hacia un lado—. Sólo digo que parece el
típico chico humano mimado. Con derechos. Todo ego y una polla muy
pequeña.
Puede que nunca hayamos tenido sexo, pero había dormido a su
lado y lo había tocado lo suficiente como para saberlo. Caden
ciertamente no era pequeño para la mayoría de los estándares. Ni mucho
menos. Pero después de Warwick, era difícil comparar a alguien con una
medida normal.
Dioses... ese hombre.
—Espera. —Sus ojos se abrieron de par en par ante el calentamiento
de mis mejillas—. ¿Su miembro es realmente grande? ¿Un monstruo
secreto en la cama? —Apenas tomó aire—. Parece vainilla, pero a veces
esos tipos pueden sorprenderte.
—Tú y Kek se llevarían muy bien —murmuré, amasando la cabeza.
—Bien, cuéntame sobre Killian entonces.
—No hay nada que contar.
Ella frunció los labios, sin creerme. —Bueno, también parece que
Scorpion siente algo por ti. Cada vez que se menciona tu nombre, se
anima. —Una ligera molestia parpadeó sobre su ojo magullado.
—No es así. —¿Cómo podría explicarle a alguien cuál era mi
conexión con Scorpion o con Warwick? Sí, así que retrocedí en el
tiempo a través de un libro de faes y salvé sus vidas, aunque
técnicamente acababa de nacer, y ahora estábamos vinculados de esta
extraña manera que no debería existir. Es decir, podemos vernos,
tocarnos y sentirnos sin importar dónde estén nuestros cuerpos físicos.
Mi mente parpadeó hacia Warwick, preguntándose dónde estaba,
pero no sentí nada en nuestro vínculo, excepto que estaba vivo. Él seguía
cerrándome el paso.
—Oh, mierda. —La cuchara de Birdie cayó ruidosamente en su
plato de sopa vacío—. Hablando de eso, tengo que relevar la guardia del
niño bonito. Wes necesita unas horas de sueño antes de salir esta noche.
—¿Qué hay esta noche?
—Unos cuantos están vigilando algunas fábricas vinculadas a
Markos y a la élite en Leopold. Estamos buscando el lugar donde
albergan a los fae. Andris supuso que una o más de las fábricas estaban
operando más como una planta asesina de faes que como una fábrica
real. —Era una gran tapadera, pero existía la posibilidad que estuvieran
buscando en los lugares equivocados—. En cuanto tu niño bonito se
despierte, se lo sacaré. —Se puso de pie, levantando su ceja perforada.
—Caden no sabe nada.
Ella resopló burlonamente. —Por favor, es el hijo de un poderoso
general y está siendo preparado para tomar el mando.
—Yo lo conozco. Él no lo sabe.
—¿Cómo conoces realmente a alguien? —Me sacudió la cabeza
como si fuera una ingenua—. Todo el mundo guarda secretos. Incluso a
los que aman.
Su afirmación estaba llena de significado, pero raspaba la duda que
se acumulaba en mis entrañas. Desde que dejé la FDH la última vez,
dando la espalda a todo lo que conocía, incluso al chico que amaba,
muchas cosas podrían haber cambiado. Istvan seguramente utilizaría la
ira de Caden para volverlo aún más contra mí. Tal vez Caden no pudiera
matarme, pero le parecería bien probar y matar fae.
Se me retorció el estómago, sin saber cómo manejar el hecho de que
Caden estuviera aquí como prisionero. Una situación a la que lo obligué,
pero el otro camino no era una opción para mí, aunque él pudiera estar
en desacuerdo. Tenía que intentar mostrarles a Hanna y a Caden la
verdad: todo lo que nos habían enseñado estaba mal.
—Quiero ir esta noche —dije—. Quién sabe, podría tener una
visión que no conozco.
—Eso depende del teniente. —Empezó a girarse—. Aunque si lo
haces, yo llevaría a la leyenda. Parece bueno cuando se necesita una
distracción. —Me guiñó un ojo.
—¿Lo has visto?
—Lo vi salir furioso de aquí esta mañana. No lo he visto desde
entonces. Y no es alguien que se pueda perder aquí abajo. —Se retorció,
mirando por encima del hombro—. O en cualquier lugar.
Birdie salió corriendo de la habitación, con su larga melena rubia
blanca ondeando en su espalda. Era como estar cerca de un colibrí. Uno
asesino. Entraba y salía de tu vida a una velocidad transitoria, pero no
podías evitar sentirte asombrado y un poco afortunado de haber tenido
ese tiempo.
Y vivir.

Siguiendo la conexión que tenía con Scorpion, encontré a mi otra ex


amiga retenida en una vieja sala de calderas. Dos focos de fuego
parpadeaban sobre el espacio de hormigón, principalmente vacío y sin
ventanas.
Scorpion estaba sentado en una silla cerca de la puerta, con las
piernas estiradas y cruzadas por los tobillos, y un arma en el regazo.
Frente a él, esposada a un tubo en el frío suelo, estaba Hanna. Apoyada
en sus brazos, intentaba apartarse como podía de él, con los párpados
cerrados, pero yo sabía que no estaba del todo dormida.
Mi entrada sobresaltó a Hanna, su cuerpo se estremeció, se puso a la
defensiva. Verme entrar no la tranquilizó; sólo hizo que apretara más los
dientes, sus ojos chispeando de furia y asco.
—Creía que eras difícil, pero tu amiga es un grano en el culo de
grado A —refunfuñó Scorpion en voz baja. Ni siquiera había levantado
la vista hacia mí, probablemente sintiendo mi presencia antes que
entrara.
—Lo mismo digo, fae —replicó.
—Ya te lo he dicho. No soy un puto fae. —Metió las piernas,
inclinándose más cerca, gruñendo hacia ella, ambos mirándose—. Mis
raíces familiares son Aos sí. Unseelie.
—¿Cuál es la diferencia? —Ella puso los ojos en blanco.
Para ellos, había una gran diferencia. Era como decir que los
húngaros eran lo mismo que los australianos. Se trataba de quiénes eran,
de su raza, de sus creencias y de dónde provenían sus poderes. Los
humanos tienden a pensar que los Seelie, es decir, la luz, eran buenos, y
los Unseelie, la oscuridad, eran malos. Pero eso no era cierto en
absoluto. La Reina Aneira era un buen ejemplo de ello.
Sólo que uno solía vivir más en la luz, y el otro prefiere escabullirse
en la oscuridad.
—¿Cuál. Es. La. Diferencia? —La rabia hervía bajo la piel de
Scorpion, sus manos se flexionaban con agravante—. Maldita sea, esta
tiene una boca en ella. Una que no le hará ningún favor.
—Ciertamente no para ti, fae —escupió.
Scorpion se levantó y yo me escabullí entre ellos. —Vale... cálmate.
—Le empujé el pecho, sus hombros se levantaron, su labio se curvó, sus
ojos se fijaron en la figura detrás de mí—. Scorp, respira. —No
respondió; su ira seguía dirigida por encima de mi hombro. Asumí lo
cansado que parecía y me di cuenta que era él quien la había estado
vigilando desde que llegamos, lo que hacía más de catorce horas—.
¿Has estado aquí todo el tiempo?
Sus labios se curvaron, pero un hombro se encogió.
—¿No has salido de esta habitación desde esta mañana? —Una vez
más, no respondió, pero con nosotros no era necesario. Señalé la
puerta—. Tómate un descanso. Toma un trago y algo de comer. ¿Ha
comido?
—Me lo ha tirado a la cara —gruñó, mientras su atención se dirigía
a la mancha del suelo. Era una mancha de aceite de la sopa de patata—.
La próxima vez, se la haré tragar a la fuerza.
—Te reto, chico fae —se quejó ella, con las esposas rozando el
metal.
—No me tientes, rubia. —Dio un paso adelante, chocando conmigo.
—¡Vete! —Señalé la puerta—. Date un paseo. Yo me encargo. —
Los ojos de Scorpion se posaron en mí y, de nuevo, sin decir una
palabra, sentí su preocupación—. Créeme, estaré bien. Está enganchada
a un tubo, pero, además, siempre le he dado una paliza en los
entrenamientos.
Resopló con un aliento burlón.
Su mirada se dirigió a ella, tomando aire, contemplando antes de
bajar la cabeza. —Volveré en diez minutos. —La señaló—. Si haces una
cosa, incluso si parpadeas mal, usaré tus huesos para sacarme la comida
de los dientes.
Su ceño fruncido le siguió mientras salía de la habitación dando un
portazo, haciendo eco del silencioso e incómodo silencio interior.
Su odio se volvió hacia mí, su mandíbula se cerró.
Soplando, agarré la silla, acercándola.
—Y yo que pensaba que a Scorpion no le gustaba nadie. —Me
senté.
—Y como siempre, todos los hombres se inclinan y suspiran por ti,
fae o humano, no parece importar. —Un tono punzante y rencoroso rizó
sus palabras.
—¿Qué significa eso?
—Por favor. —Me miró con desprecio—. Como si no te hubieras
dado cuenta. En realidad, conociéndote, no lo hiciste. —Sacudió la
cabeza—. Todos los chicos a los que te acercabas se sentían atraídos por
ti como si estuvieran en trance.
El término se me clavó en la nuca como una aguja. Atraídos. Era la
palabra que todos usaban, como si no tuvieran otra opción.
—Todos los chicos de nuestro grupo de entrenamiento estaban
enamorados de ti. Sabes que Aron estaba secretamente enamorado de ti,
¿verdad? Bakos te adoraba. Caden te adoraba. Príncipes, señores,
nobles. Los faes tampoco parecen inmunes a ti... incluso Istvan te deja
salirte con la tuya en casi todo.
—¿Istvan? —Una risa burbujeante salió de mi garganta—. Me
quiere muerta.
—Dioses, realmente no lo viste. —Me miró con desconcierto—. Lo
que me enoja es que sería tan fácil odiarte, pero no puedo. Te
consideraba una amiga. Alguien en quien confiaba.
—Soy tu amiga.
—No —contestó ella, sin emoción, moviendo la espalda contra la
pared—. No lo eres. Los elegiste a ellos. Elegiste a los faes antes que a
nosotros. —Su voz se elevó, con la pena en los ojos—. Tus amigos, tu
familia. Caden. Te volviste contra nosotros esa noche. Mataste a Elek.
—No lo hice. —En realidad no lo maté, pero fui la causa de su
muerte en el callejón.
—Dejaste que te lavaran el cerebro. Borraran todo lo que solías
defender y creer. —Su cabeza tembló—. No lo entiendo.
—No, no lo entiendes. —Me froté la cara, la frustración pellizcando
mis nervios—. No fue hasta que estuve fuera de los muros de la FDH,
luchando por mi vida en Halálház, que me di cuenta que la FDH es la
que lava el cerebro. El mundo es tan diferente fuera de esas puertas, y no
estamos realmente entrenados para nada de eso. Los faes no son lo que
crees.
—Vaya, sí que te has bebido el Kool-Aid, ¿verdad? —El asco curvó
su labio—. Pensé que eras más fuerte que eso.
Cualquier cosa que dijera sonaría como una excusa, una línea
dibujada. Cuanto más negabas algo, más sonaba a verdad. —No te
convenceré con palabras. —Volví a ponerme de pie—. Sólo puedo
esperar que el tiempo te muestre la verdad y cambie tu opinión.
—Es mejor que me mates ahora, porque pase lo que pase, nunca
elegiré a los faes por encima de mi especie. Jamás.
—Espero que te equivoques en eso, Hanna. —Mis labios se
apretaron mientras me dirigía a la puerta—. Realmente espero que estés
equivocada. Tu vida depende de ello.
Al salir por la puerta y avanzar unos pasos por el pasillo, de repente
ya no estaba sólo en la base subterránea. También estaba en una
habitación. Un espacio que conocía bien... el olor a sexo y olor corporal
llenaba mi nariz. Unas bombillas bajas y parpadeantes disimulaban el
desgaste de la destartalada habitación del prostíbulo.
Warwick estaba de pie junto a la ventana, de espaldas a mí.
—Estás jugando con fuego. Nada bueno saldrá de esto. —La voz de
Kitty me hizo girar la cabeza hacia ella, cerca de la puerta. Era reservada
y elegante, llevaba un vestido dorado con una abertura hasta la cadera,
tacones a juego, el cabello rizado y los labios pintados de rojo intenso.
—¿Crees que no lo sé, maldición? —gruñó, con las manos
agarrando el alféizar hasta que oí crujir la madera.
—Hemos vivido muchas vidas, hermano... Nunca te he visto así. Te
ha cambiado.
Furia flexionó los músculos de la espalda; un gruñido estrangulado
salió de su garganta.
—¿Por qué estás aquí entonces? —Kitty sacudió la cabeza con
frustración—. Vuelve.
Warwick se puso rígido y supe que me había percibido, girando la
cabeza y clavando sus penetrantes ojos en mí.
Furia movió el ojo, meneando ligeramente la cabeza, hablándome
en voz alta. —Debería haber sabido que seguirías encontrándome por
mucho que te bloqueara.
Kitty miró a su alrededor, frunciendo las cejas, sin entender que el
sentimiento iba dirigido a mí.
No hablé, sintiendo que su resentimiento y su ira me abrasaban,
pero había algo más que no me dejaba alcanzar.
Sus ojos se deslizaron hacia Kitty. —¿Sabes qué? He cambiado de
opinión. Pídele a Nerissa que venga con amigas... que traiga a la chica
inglesa.
—¿Rosie? —preguntó Kitty.
—Sí. —Sus ojos se encontraron con los míos.
Como si me hubiera acuchillado el pecho y colocado una bomba
entre las costillas, el dolor estalló a través de mí, congelándome en el
lugar mientras partes de mí salpicaban en pedazos.
—Warwick... —El tono de Kitty era de advertencia.
—Soy un cliente que paga, ¿no? —gruñó.
—Eres un tonto. —Ella le azotó, cerrando la puerta tras ella.
Él no respondió, sólo me miró fijamente, con la mandíbula tensa.
—Vete a la mierda. —Apenas pude sacar las palabras—. No te
molestes en regresar.
Cortando la conexión, levanté mis paredes, impidiendo que me
alcanzara.
Con el pecho agitado, me apoyé en una fría pared de cemento,
sintiendo que mis pulmones se derrumbaban sobre sí mismos. Luchando
contra las ganas de llorar, me mordí el labio hasta saborear la sangre.
Saber que estaba con Nerissa y otras era malo, pero que añadiera a
Rosie a propósito me rebanaba los huesos. Era mi amiga. Quería
hacerme daño a propósito. Para dejarme claro lo que éramos el uno para
el otro. Follamos, y eso fue todo. No te encariñes.
Apoyada sobre mis piernas, inhalé respiraciones entrecortadas,
intentando no derrumbarme bajo la sensación de traición... de nuevo.
¿Qué esperabas, Brex? ¿Que el legendario Lobo sería tuyo? ¿Que
fuera un buen tipo? ¿Que se preocupara por ti? Entonces eres tú el que
es una tonta.
Una noche de sexo por odio no significaba que estuviéramos juntos.
No éramos nada además de estar conectados por este estúpido vínculo.
Nuestros sentimientos probablemente ni siquiera eran reales. Como
Hanna mencionó, los hombres fueron "atraídos" por mí, sin poder luchar
contra ello.
No era su elección.
No era a mí a quien querían; era a lo que yo era.
Reprimiendo cualquier sentimiento que tuviera por él, aparté todo el
dolor. Así fue como nos entrenaron para el campo, para compartimentar
y continuar con nuestra misión. Así fue como afronté la pérdida de mi
padre.
Ahora tenía una misión: encontrar el néctar. El tiempo corría y no
tenía ninguna pista real. La única opción era volver al libro.
Algo en mis entrañas me advirtió que el libro no era diferente. A mí
también me atraía.
Y algún día, podría no dejarme salir, encerrando mi mente allí para
siempre.
—Te ves como una mierda. —Me acerqué a Ash, forzando una
sonrisa en mi cara. Mi atención se desvió brevemente hacia donde Birdie
estaba ahora mirando a Caden. Se movía en su sueño, diciéndome que se
estaba despertando lentamente de la inconsciencia. Era un alivio que se
despertara, pero al mismo tiempo, tenía miedo que se despertara. De
enfrentar a mi mejor amigo como un prisionero.
—Gracias. —Ash bostezó, sentándose de nuevo en la silla,
restregándose la cara. El agotamiento dejaba ojeras bajo sus ojos. Su
cabello estaba anudado, cubierto de mugre y sangre, y todavía podía
hacer una sesión de fotos. No era justo lo guapos que eran estos tipos.
—¿Cómo está? —Me incliné sobre Luk, quitándole el cabello rubio
de la frente, con la piel caliente y pegajosa.
—Mejor. Creo que ha superado lo peor, pero aún necesitará más
tiempo para curarse. Ha estado a punto de morir. Es un chico duro. —
Ash miró a Luk antes que su mirada se dirigiera a mí—. ¿Cómo estás?
—Bien. —Mi respuesta sonó sincera, pero sus párpados se
estrecharon, su cabeza se inclinó.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Mi tono subió más de lo que quería.
—Joder. —Ash inclinó la cabeza hacia atrás—. ¿Qué ha hecho?
—¿Quién? —Me desvié.
Sus ojos se nivelaron con los míos.
—No puedes mentirle a un hada de los árboles. Lo percibimos y
sentimos todo. Y olvidas que conozco a Warwick.
—No es nada. —Seguí tratando de atrincherarme, más por mí que
por Ash. Necesitaba mantener la concentración.
—¿Dónde está?
Mi boca se abrió a punto de decir que no lo sabía, pero solté un
suspiro.
—En casa de Kitty.
Sus cejas se levantaron.
—¿Por qué está ahí?
Me encogí de hombros, mirando al suelo.
—¿Brex?
—Está en casa de Kitty. —Tragando, mantuve la voz firme—.
Como «cliente de pago» —cité con los dedos, repitiendo la señalada
afirmación de Warwick.
—¡Faszszopó! Capullo —Ash se golpeó la pierna, levantándose de
golpe, con la ira apretando la mandíbula—. Es un idiota.
—Puede hacer lo que quiera.
Ash volvió a lanzarme la misma mirada nivelada.
—No me vengas con eso… ustedes dos… todos los vivos, diablos
hasta los muertos, pueden sentirlo. Ustedes son…
—Tenemos un vínculo —añadí—. No significa que tengamos que
estar juntos. Ni siquiera nos gustamos realmente.
—Por favor. —Dejó escapar una carcajada, cortando bruscamente
en la silenciosa habitación, con la cabeza temblando—. Qué mierda.
Warwick también lo sabe, por eso se comporta como un imbécil. No
maneja bien las emociones. Quiero decir, en absoluto. Créeme, lo
conozco desde hace mucho tiempo. Cómo es contigo…
—No importa —interrumpí de nuevo, los sentimientos que
intentaba sofocar volvieron a brotar—. No estoy aquí para hablar de él.
—Tiré de los extremos de la obra de Opie, pasando las trenzas por
encima de mi hombro—. Necesito entrar en el libro de nuevo.
Ash se cruzó de brazos, sus hombros se movieron con una fuerte
exhalación.
—¿Estás segura?
—Sí, ¿por qué no iba a estarlo?
—No lo sé. El libro es diferente contigo. Me preocupa.
—Nunca tuviste un problema o preocupación con él antes.
—Realmente no le presté atención hasta la última vez con Tad. No
lo dejaba entrar, Brex. Pensé que era extraño cuando me dejaba fuera,
pero él es uno de los Druidas más poderosos, si no el que más, con vida.
En todo caso, el libro debería inclinarse ante él. Está hecho por su
familia. —Su frente se arrugó—. Pero es como si estuviera obsesionado
contigo… atraído por ti.
—Si vuelvo a oír esa maldita palabra. —Mis párpados se cerraron
brevemente, gruñendo en voz baja—. No tengo otra opción. —Una
llamarada de ira me punzó la columna—. No tengo ninguna pista sobre
el néctar, salvo que algún pirata lo haya robado, lo cual, según Killian,
es un callejón sin salida. Necesito ver por mí misma lo que sabe el libro.
Tiene que estar ahí, ¿no?
—No necesariamente. Los libros te mostrarán lo que realmente
sucedió, no la versión de alguien, lo que no significa que cada momento
haya sido registrado si no hubo contacto con él.
—¿Qué quieres decir?
—Al igual que tu historia, la nuestra se registra a través de las
personas. No siguen los objetos inanimados si no están en contacto con
las personas.
—Alguien tuvo que tomarlo. Merece la pena intentarlo. Sólo tengo
un mes y nada para seguir. —Me lamí los labios—. Tengo que
intentarlo… por Eliza y Simon.
La cabeza de Ash se movió, los labios apretados, una tristeza
parpadeando su expresión.
—Sí —respondió con un pesado suspiro, acercándose y recogiendo
la bolsa que había en el suelo a su lado—. Guíame por el camino.
Era difícil encontrar una habitación que estuviera libre de gente o
que no estuviera atestada de armas y suministros, por lo que Ash y yo
nos encontramos sentados en el suelo en una de las únicas habitaciones
privadas disponibles, atestada de patatas, verduras marchitas, pan duro y
artículos enlatados. Sacando el libro, Ash lo puso entre nosotros. Al
instante sentí las vibraciones zumbando en mi piel, la magia
enroscándose a mí alrededor. Sentí como si el libro y yo nos
conociéramos desde mucho antes que yo existiera.
Ash me observó atentamente.
—Deja de mirarme así. —Sentí que un balancín se tambaleaba en
mi estómago, que la balanza de la magia se inclinaba hacia mí.
Unas líneas se marcaron en su frente.
—Nunca había visto a un libro actuar así con una persona. Es como
si fueras su maestro o algo así.
—Pensé que estos libros no eran propiedad de nadie.
—No. —Vaciló—. Los libros están a disposición de cualquiera si te
consideran digno. Pero en una época, hace siglos, los primeros, los libros
originales de los faes, fueron regalados a un rey de los faes por su
sirviente Druida. Otros reyes faes se enteraron y todos quisieron uno.
Originalmente había diez, que técnicamente eran propiedad de cada
familia noble. El libro se elaboraba para la familia, para que pasara de
generación en generación, permaneciendo en la línea mágica.
—¿Línea mágica?
—Cada familia, sin importar el número de generaciones, tiene una
característica mágica propia.
—¿Crees que este es uno de esos libros? —Señalé el antiguo
volumen.
—Lo dudo. —Se rascó la cabeza—. Se dice que esos volúmenes
fueron destruidos o se perdieron hace mucho tiempo. Este libro es uno
de los más antiguos que he encontrado, pero no puedo imaginar que sea
un original. Si sobrevivió, quedaría en la familia —Los ojos, verde
musgo de Ash se encontraron con los míos, su aura sexual siempre
zumbando en los bordes—. Parece estar atrai…
—No te atrevas a decirlo. —Levanté la mano—. Te haré daño si
vuelvo a oír esa palabra.
Su labio se curvó a un lado de la boca.
—No me digas que te molesta que la gente se sienta atraída por ti.
—Pero no soy yo. —Doblé las piernas delante de mí—. No es real.
No es lo que soy; es por lo que sea que soy… —Mi voz se cortó,
volviendo suave y tambaleante—. ¿Qué soy, Ash?
—No lo sé. —Su tono era tranquilo, igualando el mío—. Pero te
juré que te ayudaría a descubrirlo, y lo dije en serio. No me iré a ninguna
parte hasta que lo hagamos. —Su sentimiento hizo que mis ojos se
llenaran de lágrimas. Me tomó las manos entre las suyas—. Y Brex… —
Me apretó los dedos, devolviéndome la atención a la sinceridad de sus
ojos—. No es por lo que eres… es por quien eres. No puedes ser una
cosa sin la otra.
Una pequeña sonrisa pellizcó mis labios, mi pecho bajando con el
apoyo y el amor de Ash. Sería tan fácil enamorarse de él. No sólo era
guapo e inteligente, era un buen hombre.
Excepto que a mí no me gustaban los hombres buenos.
Me gustaban los imbéciles.
Antes que Warwick pudiera instalarse en mi cerebro, bloqueé todos
los pensamientos sobre él, volviendo al libro.
—Bien, hagamos esto. —Exhalé, mis manos aún en las de Ash.
—Probablemente no me dejará ir contigo, así que recuerda pedir
precisamente lo que quieres. —Bajó nuestros brazos a la cubierta, el
cosquilleo de la magia rozando mis palmas como un gato. Soplando la
tensión, Ash colocó nuestras manos sobre el libro.
La familiar ráfaga de magia azotó mi cuerpo, haciendo girar mi
mente en un vórtice. La electricidad bombeó dentro de mis venas,
crepitando en mi piel.
—Brexley Kovacs —me saludó la áspera voz inhumana—. La chica
que desafía a la naturaleza… la que no debería haber sobrevivido ni
siquiera existir. —Me había llamado así desde el principio, pero nunca
me pregunté por qué.
—¿Qué quieres decir?
—¿Es esa tu pregunta? —respondió el libro.
Había demasiadas otras cosas que se anteponían a su críptico
saludo. Varias preguntas rodaron por mi cabeza, pero la más directa
salió de mi lengua.
—¿Dónde está el néctar ahora?
—No todas las preguntas tienen una respuesta clara. —Antes que
pudiera responder, las imágenes pasaron por mi mente. Las náuseas se
agolparon en el fondo de mi garganta.
Las imágenes parpadearon rápidamente a través de la escena en los
túneles con Killian y el pirata. Ellos saliendo corriendo con la caja. Los
seguí durante un rato, todo en avance rápido. Se dirigieron hacia el río,
hacia un barco. Se me erizó la piel cuando unas figuras oscuras se
movieron en las sombras, avanzando hacia ellos, expandiéndose por mi
visión como la niebla.
Entonces se oscureció, entrando en un vacío negro casi como si las
páginas se hubieran cortado o la historia se hubiera detenido.
—¿Espera? —Me giré—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se ha detenido?
En lugar de responder, me sentí caer, las escenas volvieron a pasar,
como las páginas que se hojean en un libro de imágenes.
Ahora me encontraba en una pequeña casa de campo. Había una
cama en la esquina, un sofá y una silla frente a la chimenea crepitante,
una mesa y dos sillas junto a la pequeña cocina. Sencillo, limpio y
acogedor.
Ya había estado aquí antes. En mi sueño. Era la misma casa.
Mi mirada se fijó en un abrigo que colgaba del perchero junto a la
puerta. La pena me hizo un agujero en los pulmones, un suave sollozo
me hizo hipo en la garganta, los ojos me ardían. El abrigo era de mi
padre. Reconocería su abrigo de oficial en cualquier lugar. Largo, gris
con ribetes rojos, un parche en un codo, los reconocibles metales e
insignias en el pecho y el brazo. Sabía que la había conseguido en una
batalla un año antes de su muerte.
Como un imán, me aventuré hacia él, el suelo chirriando bajo mis
pies mientras mi mano se extendía lentamente. Un grito ahogado me
hizo estremecer la garganta cuando el material de lana rozó las yemas de
mis dedos, el áspero tejido de las bandas militares cosidas en su manga.
¿Cuántas veces, de niña, las había trazado? ¿Sentí el material rasposo en
mis brazos y piernas cuando me levantó?
Apretando los dientes, me incliné hacia él, inhalando el olor
familiar. Las lágrimas se me atragantaron en la garganta cuando el olor
reconfortante de mi padre, su colonia, me golpeó en oleadas brutales. La
alegría y la pena eran tan profundas que mis piernas se hundían. Las
pocas cosas que tenía de él, que aún estaban en la FDH, habían perdido
su olor hacía años. Ahora no tenía nada. Quería envolverme en él, fingir
por un momento que estaba vivo, que aún teníamos tiempo juntos.
Imaginar que era su amor el que me rodeaba de nuevo. Abrazándome y
diciéndome que todo iba a estar bien.
Un estallido del fuego me hizo volver a la habitación. Nada
destacaba realmente en el lugar. No había fotos ni toques personales,
pero percibí algo hogareño en ella. Me hizo sentir protegida y segura.
¿Por qué estaba aquí? ¿Por qué estaba mi padre? ¿Y por qué el libro
me mostraba la misma casa de mi sueño?
Un objeto sobre la mesita me llamó la atención, acercándome.
Había un diario abierto y una foto detrás de una de las páginas. El
corazón me golpeó contra las costillas cuando la saqué y vi a una
hermosa mujer de cabello oscuro riendo, con la mano en su creciente
vientre.
Me temblaron las manos al arrancar la foto, y otra violenta oleada
de emociones se abatió sobre mí al contemplar el impresionante rostro
de mi madre. La única foto que había visto de ella era una borrosa y
lejana. La gente me decía que me parecía a mi padre, pero yo veía que
tenía su sonrisa y sus ojos de ónix.
Las lágrimas resbalaron por mi rostro mientras la asimilaba. Su
mano frotó con cariño su vientre.
A mí.
No sabía que yo le quitaría su sonrisa, el amor de su vida, el corazón
de mi padre. La noche que llegué a este mundo, destruí a ambos padres,
aunque sólo matara a uno.
Mis dedos rozaron su cara. «Lo siento mucho, mamá». Era un
sentimiento que dije innumerables veces, pero ahora se sentía más real,
al verla, joven y hermosa, llena de alegría y posibilidades. Se lo quité
todo.
Una lágrima se deslizó por mi cara, aterrizando en el diario con una
salpicadura, borrando la tinta. Me concentré en el diario, recorriendo la
letra de mi padre.
Ahora entiendo…
La frase saltó de la página cuando sentí que el libro me agarraba, y
el cuadro que tenía en la mano cayó al suelo.
—¡Nooooo! —grité, luchando contra él, pero la escena parpadeaba
delante de mí como si se hubiera puesto de nuevo en avance rápido, con
saltos, entrecortada y poco clara. Al igual que en el sueño, vi cómo mi
padre agarraba algo, con un rostro de miedo, y metía el objeto debajo de
una piedra cerca de la chimenea antes que me tiraran hacia atrás, con un
grito que me arrancó los pulmones, y el libro me hizo girar en la
oscuridad y salir.
Mi cuerpo volvió a caer en un saco de patatas, que se clavaron en mi
columna vertebral mientras el techo giraba sobre mí. Cerrando los ojos,
respiré profundamente.
—¿Estás bien? —Ash se acercó a mí arrastrando los pies, y sus
manos tocaron suavemente mi cara.
—Sí. —Volví a inhalar, tratando de centrar las olas rocosas en mi
estómago.
—Al menos esta vez, tenías algo en lo que aterrizar —se burló—.
Supongo que mañana tendremos puré de patatas.
Abrí los párpados, frunciendo el ceño.
—¿Qué? Eso fue gracioso. —Su impresionante sonrisa se dirigió a
mí, su energía sexual palpitando por mis piernas.
—Ash… —gemí, sintiendo el peso de su encanto.
—Lo siento. —Me ayudó a sentarme—. Normalmente soy bastante
bueno en contenerlo… no siempre es fácil contigo.
Me froté la cabeza donde una patata se había clavado en mi cuero
cabelludo.
—Entonces, ¿qué pasó? —preguntó.
Mi boca se abrió y luego se cerró, con una expresión de confusión.
—No lo sé; esto fue extraño. —Me eché el cabello hacia atrás.
Necesitaba una ducha—. Pregunté dónde estaba el néctar ahora, y volví
a los túneles. Los piratas corrían hacia el río donde había un barco… y
entonces todo se volvió negro. Nada.
—¿Qué? —Ash ladeó la cabeza—. ¿Cómo que nada? Todavía lo
tenían, ¿verdad?
—Sí. —Me froté la frente—. Creo que sí.
—Eso no tiene sentido.
—Sí, sentí que algo acechaba en las sombras, esperándolos. —
Killian había dicho que les fue arrebatado poco después. Pero algo sobre
lo que sea que estaba esperando en las sombras me hizo temblar.
—Todavía se habría registrado en el libro si estaba con alguien. —
La confusión de Ash sólo aumentó la sensación de inquietud que tenía—
. No debería quedar en blanco así. No si todavía lo tenían.
—Tal vez era una de esas páginas que Opie usaba como vestido. —
Me encogí de hombros, sin entender tampoco.
Un nervio se crispó en la mejilla de Ash.
—¿Eso fue todo lo que viste?
—Nooo… —Dejé que la sílaba se alargara—. Hubo más, pero tiene
aún menos sentido.
—Szerelmem, eso se está convirtiendo en la norma contigo.
Le fruncí el ceño, pero no pude refutar la afirmación.
—Me llevó a esta casa de campo. Era el mismo lugar con el que
soñé anoche.
—Espera. —Ash levantó las manos—. ¿Soñaste con un lugar al que
te llevó el libro hace un momento?
—Sí. —Me volví a poner de rodillas—. ¿Por qué?
Su boca se torció, negando con la cabeza.
—Continúa.
—Nunca lo he visto, pero sabía que mi padre se quedaba allí. Su
abrigo estaba allí, y este diario, con la foto de mi madre. —Mis pestañas
se agitaron ante el recuerdo—. Nunca he visto una buena foto de ella…
era tan hermosa. En la foto, estaba embarazada de mí. —Me limpié los
ojos, aclarando la voz.
—Lo siento, Brex.
—Es extraño verla, tan llena de alegría, sin tener idea de la tragedia
que le esperaba.
—Sabes que no es tu culpa, ¿verdad?
—La gente me lo ha dicho toda la vida. —Me froté distraídamente
el pecho—. Eso no cambia lo que siento. Si no fuera por mí…
—Brex.
—Podrían haber tenido otro hijo, muchos de mí… pero para mi
padre sólo hubo una mujer a la que amó. Y la perdió.
—Escúchame. —Ash juntó sus manos, apretando mi mandíbula,
girando mi cabeza hacia él—. Sólo hay un tú. ¿Te das cuenta de cuántas
vidas has cambiado ya? Sin ti, el hombre que considero mi hermano no
estaría vivo. Te conozco desde hace poco tiempo y ya no puedo
imaginar mi vida sin ti. Y puedo garantizar que tus padres lo harían todo
de nuevo, incluso por el breve momento que tu madre tuvo contigo.
Ash secó las lágrimas que ahora corrían por mis mejillas; me tragué
los sollozos para mantenerlos dentro. Ver a mi madre abrió todas mis
viejas heridas. La culpa, la rabia, la pena. Me cabreaba no haber tenido
ni un solo momento con ella.
Los pulgares de Ash acariciaron mis mejillas, su tacto me calmó.
Era íntimo y cargado, sus ojos se clavaron en los míos suavemente, su
energía sexual se enrolló a mí alrededor, nuestros ojos se conectaron.
Sin pensarlo, me incliné hacia delante y mis labios encontraron los
suyos. Él respondió, con una boca suave, cálida y… equivocada.
No podía negar una ligera chispa, pero la sentía vacía.
Ash también lo sintió, sus labios se torcieron juguetonamente
mientras se retiraba, sin una pizca de rechazo o vergüenza.
—Puedes estar enojada con él ahora mismo, pero está ahí. Tan
profundamente arraigado, que vibra y se teje a través del tiempo y el
espacio. —Sus manos ahuecaron mi mandíbula con más fuerza—. No
puedes huir de él.
—¿De qué?
Me miró.
—Lo supe desde la primera noche que te trajo a mí. Lo sentí en lo
más profundo de mis huesos. Ustedes dos van más allá del
emparejamiento.
Mis párpados parpadearon, mi boca no fue capaz de responder, la
verdad de sus palabras se instaló en mis huesos. Intenté echarme hacia
atrás, pero Ash me sujetó la cara.
—El vínculo que tienen… no hay forma de romperlo.
—Tiene que haberla. No es justo para él… no lo quiere. —Estaba
dejando claro el punto ahora. La idea de él y Rosie me hizo crujir los
dientes, el ácido se pudrió en mi estómago.
—Hay muchas cosas que Warwick dice que no quiere… no hace
que sea verdad.
—No lo quiero. —Intenté defenderme, pero no había nada detrás.
—Créeme. —Apoyó su frente contra la mía, una sonrisa curvando
sus labios—. Si no hubiera un Warwick o un vínculo entre ustedes dos,
estaría en todo esto. Nada me detendría. —Se rió, sus labios presionando
mi piel entre mis cejas—. Y si alguna vez te cansas de su culo
malhumorado, soy tu hombre, ¿está bien?
Resoplé, con la cabeza rebotando. Ash tenía una manera de
tranquilizarme por completo.
—¿Algo más que te haya mostrado el libro? —Se sentó de nuevo
sobre sus talones, volviéndonos a centrar en el tema—. Todavía estoy
confundido por qué el libro te mostró a tu padre. No entiendo la
conexión.
—Había algo escrito en su diario que vi sobre la mesa. —Me mordí
el labio inferior—. Decía «Ahora lo entiendo».
Ash se quedó quieto.
—¿Entender? ¿Qué?
—No lo dijo, pero luego tuve otra visión de mi padre escondiendo
algo junto a la chimenea.
Los ojos de Ash se abrieron de par en par.
—¿No tienes ni idea de dónde está este lugar?
—No. —Mi cerebro hizo clic con una idea mientras me ponía en pie
de un salto, dirigiéndome ya a la puerta—. Pero conozco a alguien que
podría hacerlo.

El tío Andris estaba en su despacho. Ling estaba a su lado, ambos


acurrucados junto a su escritorio, revisando juntos los documentos. Me
detuve a observar el momento de intimidad entre ellos.
Ling parecía explicarle algo, señalando el papel. Su mirada se
desvió hacia ella. Levantó la mano y le apartó suavemente el cabello del
rostro, colocándoselo detrás de la oreja, completamente absorto en ella.
Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de ella, pero su dedo se
clavó en el papel, atrayendo su atención de nuevo al documento.
Era sutil, pero conociendo a Andris como lo conocía, podía ver la
completa adoración en sus ojos, el profundo amor que sentía por ella.
Profundo e irrevocable. Algo que, incluso de niña, nunca vi entre él y
Rita.
Ling se fijó en mí primero, sus ojos oscuros me miraron impasibles.
—Brexley. —Andris se sentó más erguido en su silla, el dulce
momento entre él y su amor se disolvió cuando volvió a ser el hombre
estoico que yo conocía—. Pasa. —Me hizo un gesto para que entrara.
Me aclaré la garganta.
—Siento interrumpir.
—No, no, por favor… Iba a ver cómo estabas pronto.
Entré en el despacho, con Ash quedándose ligeramente detrás de mí.
—¿Qué puedo hacer por ti? —Andris hizo un gesto hacia la silla,
pero yo me quedé de pie, sin que mis nervios pudieran calmarse.
—Esto puede ser peculiar.
—Eres peculiar. —El tono sin emoción de Ling hizo que Ash
resoplara detrás de mí.
De nuevo, no podía estar en desacuerdo.
—¿Qué pasa, Drágám? —Querida. Me animó Andris.
—¿Padre tenía una casa lejos de la FDH?
Andris parpadeó como si esa fuera la última pregunta que esperaba
de mí.
—Tu padre y yo teníamos numerosas casas seguras por todo el país.
Y por el Este.
—Cierto. —Bajé la cabeza, la esperanza se desinfló de mis
pulmones. El lugar podría estar en cualquier parte, una paja en un pajar.
—¿A qué viene esto? —Andris se sentó de nuevo en su silla.
—Tuve un sueño… y luego el libro de los faes me mostró el mismo
lugar. —Cuando llegué aquí, puse a Andris al corriente de todo, incluido
el libro de los faes. Era uno de los pocos en los que confiaba para
contarlo todo—. Era una pequeña casa de campo. La chaqueta de papá
estaba allí. —Tragué saliva. El recuerdo de su olor, el recuerdo del
abrigo, me punzó los ojos—. Había un diario en la mesa del comedor.
—¿Diario? —La columna de Andris se enderezó, la silla chirrió al
sentarse apresuradamente.
—Sí. —Mi corazón empezó a latir con fuerza ante su reacción—. Vi
una foto de…
—Tu madre. —Se levantó.
—¿Cómo lo has sabido? —Se me secó la boca.
—Tu padre siempre fue cuidadoso, pero antes de su muerte, su
paranoia se había vuelto extrema. Nunca llevaba el diario encima por si
alguna vez lo capturaban… guardaba su foto allí. —Las oscuras cejas de
Andris se agolparon—. Se me ocurre un lugar en el que estaría, un lugar
que sólo yo conocía, por si pasaba algo.
—¿Dónde? —Exhalé.
—Una casa de campo donde tu padre y tu madre vivían juntos en
secreto antes de su muerte. Donde la había conocido una vez. No me di
cuenta que lo guardaba. Nunca me lo dijo… —Una tristeza se apoderó
de Andris, llevándose sus pensamientos.
—¿Lugar? —Ash se acercó a mí, haciendo que Andris volviera a
prestar atención.
—Gödöllő. No muy lejos del antiguo Palacio Real humano.
Se me abrió la boca.
Estaba a sólo treinta minutos de aquí.
Más allá de las luces de las calles que funcionaban antes de la
guerra de los faes, la antigua bulliciosa aldea estaba ahora tranquila.
Había gente que intentaba ganarse la vida, algunas posadas para el
viajero cansado, algunas granjas, pero la vida era aún más difícil aquí.
Proteger el medio de vida que podías conseguir era un reto bajo el miedo
constante a los bandidos y los ladrones. Por eso, la mayoría se trasladó
más cerca de la ciudad, dejando que la naturaleza invadiera el territorio
que antes habitaban.
Trabajando a partir de un mapa en el que Andris garabateó las
coordenadas, Ash se aventuró con la motocicleta hasta una zona boscosa
no muy lejana al Palacio de Gödöllő, con el estruendo de la moto de
Maddox detrás de nosotros.
Andris quería que tuviera más protección, pero cuanto más
teníamos, más llamábamos la atención. Mi tío no estaba contento que
Warwick no fuera uno de ellos. Aunque no le importara, sabía que
Warwick era la mejor seguridad y la mejor arma que se podía tener. La
mayoría huiría al verlo.
Siguiendo mis instrucciones, nos desviamos por un camino de tierra
sin señalizar. El bosque se llenó rápidamente a nuestro alrededor,
absorbiendo los tenues faros de las motos. La inquietante quietud de la
noche, la sensación de las cosas que se esconden en la oscuridad, me
tenía en vilo. Tras unas cuantas vueltas más por carriles aún más
pequeños, que ya no podían contarse como carreteras, llegamos a un
callejón sin salida.
—¿Nos hemos equivocado de camino? —Ash detuvo la moto,
mirando a su alrededor.
—¿Nos hemos perdido? —Maddox vino a nuestro lado.
—No. —Tirando del bolso que llevaba a la espalda y que me había
prestado Ash, me bajé de la moto. Saqué el arma de mi cinturón,
paseando hasta el borde del camino—. Tiene que estar aquí. —Con el
arma en una mano y la luz en la otra, encontré un sendero casi
indistinguible que se adentraba en el bosque.
Siguiendo mi instinto, bajé lentamente por el sendero, con mis botas
crujiendo sobre el follaje. No tardé en divisar una estructura, casi oculta
por la maleza. Inspiré bruscamente al ver la pequeña casita, la emoción
agitó mis pulmones.
Aquí era donde mis padres vivían juntos. Se amaban. Compartieron
sus esperanzas y sueños… poco sabían que su amor sería trágico y corto.
La casa de campo era como una burbuja de tiempo de la vida que mi
madre y mi padre tuvieron antes que yo. Estaba aquí esperando a que los
dueños volvieran.
Nunca lo harían. Pero su hija sí.
Los chicos entraron a mi lado, linternas en mano. Maddox revisó la
casa en busca de alarmas o trampas.
—Todo despejado —pronunció, pero no me moví.
—¿Estás bien, Brex? —Ash me tocó el hombro.
—Sí. —Asentí con la cabeza—. Es que… esto es lo más cerca que
he estado de algo de mi madre. Las cosas que ella tocaba… —¿Y si
todavía olía como ella? ¿Y si algo de ella estaba aquí? —. El último
lugar que tengo es el de mi padre. —Todos los pequeños objetos que
tenía de mi padre fueron dejados en la FDH, sacrificados para escapar a
salvo—. Aquí es donde fueron felices. Juntos —dije.
Ash tomó mis dedos entre los suyos, acercándome a la puerta
principal, donde Maddox forzó la cerradura. Ash y yo teníamos nuestras
armas preparadas para cualquier tipo de ataque, dentro y fuera.
—¡Bassza meg! —¡Que me jodan! Maddox siseó en voz baja—.
Esto tiene como cinco cerrojos y una cerradura con truco. Tu padre
quería asegurarse que no fuera fácil entrar. —Se levantó—. Y perdimos
nuestra ganzúa fae cuando atacaron nuestra última base. —Sus ojos
oscuros se dirigieron a mí con el ceño fruncido.
La culpa es mía.
Se me daba bien abrir cerraduras, pero dudaba que pudiera abrir las
cinco y una cerradura con truco. Esas eran muy intrincadas y difíciles.
Casi imposible.
—Las ventanas también están enrejadas. —Ash señaló la que estaba
cerca de la zona de la cocina. La cabaña era pequeña, pero mi padre se
había asegurado de que fuera un búnker seguro.
—Ahora es cuando un brownie y un diablillo serían útiles
—murmuré.
—¿Llamó, Maestro Pececito? —Una voz apareció junto a mi oído.
—¡Mierda! —Di un respingo y me llevé la mano al pecho cuando
Opie salió de mi mochila hasta mi hombro, con Bitzy en su bolsa a la
espalda. Todavía llevaban el mismo traje que les vi antes, pero Opie
había doblado las bolas de algodón atravesadas en su mohawk, y ahora
tenía una capa hecha con un calcetín—. ¿Estuvieron allí todo el tiempo?
—Me quedé boquiabierta con él y volví a mi bolso.
—Por supuesto, Pececito. —Opie me acarició la mejilla—. No
podrías durar un día sin mí.
¡Chirrido! Los dedos centrales de Bitzy subieron.
—Y, por supuesto, Bitzy también.
¡Chirrido!
—¡No me pongas esto! —Opie volvió a mirar a Bitzy—. ¡Tú eras la
que quería dormir la siesta ahí dentro porque todavía olía a setas!
¡Chirrido! ¡Chirrido!
—¡Lo lamí una vez! Sólo para ver si aún quedaban algunas migas…
por tu seguridad.
¡Chirrido!
—¡No lo hice! Eras tú la que lo amamantaba como un recién nacido.
¡Chirrido! ¡Chirrido! ¡Chirrido!
Mis ojos se abrieron de par en par.
—Alguien está muy malhumorado —resopló Opie.
Chirri…
—Está bien, voy a parar lo que sea que esté pasando aquí. —Ash
hizo un gesto sobre la pareja—. Y volver a nuestra tarea. ¿Puedes abrir
las cerraduras?
—Por favor. —Opie resopló, con los ojos en blanco—.
Campesinos… —Se paseó por mi brazo, saltando al suelo—. Muévanse,
sub-alternos, su milagro está aquí. —Hizo un gesto a Maddox y a Ash
para que se apartaran del camino del rey, Bitzy les dio un tirón de orejas
al pasar. Opie se detuvo al llegar a la puerta, con la cabeza inclinada
hacia atrás y las cejas fruncidas.
Mis labios se juntaron, tratando de no reír.
—¿El milagro necesita un poco de ayuda para llegar a la puerta?
—Mi grandeza está en un paquete diminuto.
¡Chirrido!
—¡Ese paquete no! —replicó—. Te diré que demasiadas me han
dicho que está por encima de lo normal para mi tamaño.
Chirrido.
—Está bien, quizá no demasiadas, pero sí muchas.
Chirrido.
—Está bien, no muchas, pero sí algunas.
—Mis dioses… —Ash se frotó la cabeza—. Si me hubieran dicho
que iba a escuchar a un brownie discutir con un diablillo sobre el tamaño
de su polla en una misión para conseguir un poco de néctar de fae en
mitad de la noche, habría pensado que era yo quien comía setas.
¿Chirrido? Los ojos de Bitzy se volvieron hacia Ash, sus orejas
bajaron mientras parpadeaba hacia él con esperanza.
—No. No tengo setas. Te las has comido todas —respondió Ash, y
luego se detuvo—. Joder, le he contestado, ¿no? —Parecía
sobresaltado—. Estoy hablando con un diablillo.
—Bienvenido al club. —Me reí. Inclinándome, levanté a Opie hasta
la cerradura.
—Yo digo que están todos jodidamente locos. —Maddox sacudió la
cabeza con fastidio.
Las manos de Opie pasaron por encima de la cerradura, sacando la
lengua por un lado de la boca. Durante varios minutos trabajó, su lengua
cambiando de lado.
—Oh, esto es difícil. —Movió las manos, sus gruesas cejas se
juntaron—. Me estoy acercando… palos de escoba… Creo que casi lo
tengo. —Cerró los párpados, con la cara tensa—. Vaya… pegajoso
uno…
Bitzy suspiró, sus largos dedos en forma de pinza llegaron a su
hombro, deslizándose en la cerradura.
Clank. Clank. Clank. Clank. Clank.
Cada uno de ellos sonó en el aire, la puerta chirrió al abrirse a una
habitación oscura. Di un paso atrás, una ola de aire viciado saliendo.
—Bueno… —Opie erizó a Bitzy—. Yo los aflojé para ti.
Volví a colocarlos en mi hombro mientras Ash y Maddox entraban
en la pequeña cabaña.
—Despejado. —Ash revisó el baño.
Maddox abrió de un tirón la puerta de un armario.
—Despejado aquí.
El lugar era pequeño, no había otros lugares para esconderse, pero
era exactamente como lo vi en el libro. La última vez que mi padre
estuvo aquí fue esa noche.
Al entrar, me sentí como una intrusa en su santuario. El aire mohoso
era lo más destacado, pero por debajo, juraba que podía oler la colonia
de mi padre. Mi mano rozó la silla de madera de la mesa y me lo
imaginé sentado allí, escribiendo en su diario. Todavía me costaba
imaginar a mi madre, aunque estaba segura de que podía sentir su
presencia en la habitación. Era una extraña, pero familiar al mismo
tiempo.
Opie y Bitzy saltaron de mi hombro a la encimera mientras yo
tomaba las pequeñas cosas como el azúcar y el té negro, que sabía que a
mi padre le encantaba. En un pequeño frasco había canela. Mi padre
nunca usaba canela. ¿Era de mi madre? ¿Le gustaba en las tostadas
como a mí?
—¿Brex? —Ash atrajo mi atención hacia él—. ¿Dónde tenemos que
buscar?
Moviéndome hacia él, me dirigí a donde vi a Apa meter algo en un
escondite, mi mano se dirigió a la piedra, recorriéndola.
—En algún lugar de aquí… —Sentí que la piedra se movía bajo mi
palma. La energía me subió por los nervios, al saber que la había
encontrado. ¿Qué habría dentro? ¿Sería el diario, o era el néctar?
Mis uñas se clavaron en la grieta, tirando de la piedra. Se me cortó
la respiración cuando la aparté, la adrenalina me recorrió los brazos
mientras alumbraba con la linterna el escondite.
—Oh dioses… —dije, con el corazón latiendo contra mis costillas.
En un agujero había un libro encuadernado en cuero.
El diario de mi padre.
Estaba aquí. Lo encontré.
Con la mano temblorosa, busqué en su interior, como si hubiera
encontrado una parte de mi padre que no conocía. Una joya escondida,
más preciosa para mí que cualquier tesoro real. Al soplar la cubierta
polvorienta, tosí y me llené la nariz de suciedad.
—¿Eso es todo? ¿Hemos venido aquí por un cuaderno? —Maddox
frunció el ceño.
Limpié la tapa con cuidado.
—Es lo que hay dentro de la nota…
¡Bang!
Una bala chispeó en la piedra justo encima de mi cabeza,
atravesando la puerta. Mi cuerpo se sacudió, un grito salió de mis labios
mientras los brazos me rodeaban. Ash nos tiró al suelo con un golpe
seco. El cristal se rompió a través de la ventana de la cocina con otra
ronda de proyectiles.
—¿Opie? —Mi mirada se dirigió a donde había dejado a Opie y
Bitzy. El mostrador estaba vacío.
—¡Toma. Pececito! —Su figura salió de debajo del sofá, cargando a
Bitzy, sumergiéndose en el bolso, donde metí el diario.
Más balas salieron disparadas a través de la puerta y la ventana
abiertas.
—¡Mierda! —gritó Maddox, escondiéndose junto a la mesa bajo la
ventana—. ¿Quién demonios nos está atacando? ¿Quién sabe que
estamos aquí?
—No lo sé —gritó Ash mientras ambos nos levantábamos, echando
el sofá hacia atrás. Usándolo como barrera, apuntamos nuestras armas,
listos para disparar en la noche negra.
No podíamos ver nada en el espeso bosque más allá de la puerta.
—Somos presas fáciles aquí —siseó Maddox cuando otra ronda de
disparos irrumpió en la habitación, destrozando el sofá—. ¿Cuál es
nuestro plan?
Puede que tengamos cobertura ahora, pero el final del juego no
parece bueno para nosotros. Podíamos cerrar la puerta, pero entonces
nos encerraríamos en una caja para ellos. ¿Alguna vez un tiroteo había
salido bien para la gente de dentro? Una vez lo vi en la vida real, cuando
era una niña, a una élite adinerada que no se ajustaba a la nueva vida
después de que los mundos se engranaran. Se volvió loco, reteniendo a
su mujer y a su hijo como rehenes, soltando teorías conspirativas. Istvan
le disparó en la cabeza con un francotirador a la tercera hora.
Quienquiera que estuviera fuera podría tener un francotirador
entrenado para nosotros también, listo para esperarnos o incluso intentar
quemarnos. No importa qué, ellos tenían la ventaja.
—¡Chica, estoy empezando a pensar que tienes un dispositivo de
rastreo instalado en el culo! —Maddox sacó una segunda pistola,
saltando y disparando por la ventana rota de la cocina a los misteriosos
asaltantes.
Un momento de pánico me abrasó la piel, preguntándome si Istvan
me había hecho algo así. Nunca lo habría creído antes, pero ahora no
estaba segura.
—Si salimos de esta, yo mismo inspeccionaré tu culo. —Ash sonrió,
aunque sentí que su tensión aumentaba, su atención seguía fuera de la
puerta.
Más disparos destrozaron el sofá, aumentando instantáneamente la
urgencia en la habitación.
—No podemos quedarnos aquí —Maddox nos espetó, disparando su
arma. Oí un grito desde el exterior de la casa, que sonaba como si
hubiera golpeado a alguien.
Se estaban acercando a nosotros.
—¿Por qué no vas a pedirles que tengan la amabilidad de parar? —
Ash vociferó.
Una figura se acercó a la puerta y mi dedo apretó el gatillo varias
veces. La persona gritó, golpeando el suelo justo al lado de la puerta,
pero era demasiado tarde. Un artefacto rodó por el umbral, con un siseo
de humo que me hizo girar la cabeza y me provocó un espasmo en la
garganta.
—¡Joder! —Ash se levantó la camisa sobre la boca, tratando de
alcanzarla y arrojarla de nuevo, pero los disparos lo obligaron a regresar
detrás del sofá.
Me tapé la boca con el jersey, mis ojos lloraban dolorosamente y mi
mente se adormecía.
Estos dispositivos que dispersaban el gas eran raros, pero sabía que
era algo que Istvan se empeñaba en tener en su arsenal, aunque eso
significara recortar gastos en otras partes. Los faes respondían mal al
producto químico sintético, y aunque sus cuerpos lo sacaran más rápido
que los humanos, seguía nivelándolos con la misma rapidez. Daba a los
humanos la oportunidad de tener la ventaja.
El dispositivo procedía de Ucrania y tenía un diseño único,
exactamente igual que el que nos envenena ahora. No tenía ninguna
duda de quién estaba fuera de las puertas junto con los soldados de la
FDH. El único que podría haberme rastreado de nuevo.
El hombre de la muerte.
Kalaraja.
—¡Brex! ¡Mantente despierta! —Ash me sacudió, mi cuerpo se
desplomó. Maddox tosió y cortó, tratando de arrastrarse más cerca del
arma química, probablemente queriendo lanzarla de nuevo fuera, pero
con cada movimiento, su cuerpo se ralentizaba.
Joder. Joder. Joder.
Kalaraja podría llevarme a mí, pero mataría a Ash y a Maddox. Dos
faes menos en los ojos de Istvan.
—Ash… —gruñí, tomando su mano.
El pánico bombeó la toxina más rápido a través de mi torrente
sanguíneo, y mis ojos se encontraron con los de Ash. Pude ver en sus
ojos que había llegado al mismo final. Tanto si corríamos fuera como si
nos quedábamos, el resultado final era el mismo.
La oscuridad se adentraba en mi visión. Cada respiración se sentía
como puñales a través de mi garganta, y mi mente se estaba nublando,
separándose de la realidad.
—No te atrevas a cerrar los ojos —gruñó una voz feroz, haciendo
que mis párpados se agitaran ante una enorme silueta que se alzaba
sobre mí. Un sueño y una pesadilla. Warwick… más grande que la vida,
sexy como el carajo… y enojado.
—Mantente jodidamente despierta, princesa —gruñó—. ¡Prepárate
para moverte!
—¿Qué…?
¡BOOOOOM!
Las llamas encendieron la noche, crepitando y ondeando, llenando
el oscuro cielo. Los gritos resonaron en el aire, las llamas delineando los
cuerpos en el bosque, avanzando hacia la explosión. Los gritos se
convirtieron en chillidos, como si la gente fuera destripada.
Con toda la energía que pude reunir, empujé a Ash.
—¡Vamos! —Mis músculos eran lentos, como si estuviera nadando
en alquitrán, mientras me empujaba hacia arriba usando toda la fuerza
que me quedaba.
Ash agarró a Maddox, ayudándolo a ponerse en pie. Todos nos
esforzamos por funcionar, saliendo a trompicones de la cabaña. El
bocado de aire fresco golpeó mis pulmones y me desgarró la garganta,
haciéndome resollar, con la cabeza palpitando de malestar.
Los disparos estallaron, pero ya no iban dirigidos a nosotros, las
figuras se escabullían entre los árboles alejándose de nosotros. Estaban
vestidos con uniformes oscuros con un emblema que reconocí en el
brazo. Un traje que te daban en la FDH para las misiones nocturnas.
Ash prácticamente arrastró a Maddox hacia el lugar donde habíamos
dejado las motos, pero mis pies se detuvieron tartamudeando mientras
mi visión se aclaraba.
Como si el diablo surgiera directamente del suelo, la destrucción y
la oscuridad lo rodeaban. Warwick se arremolinó, blandiendo un arma
con dos cuchillas en el extremo como una pinza de cangrejo, bloqueando
las balas y cortando a los atacantes sin pausa. Creía haberlo visto luchar
antes: despiadado, limpio y rápido. Esto era mucho más brutal con su
precisión.
Su furia despiadada retumbaba como la música, su enorme tamaño
empequeñecía a los enclenques humanos mientras blandía su arma. El
asesino que se alimentaba de la muerte. La leyenda cobró vida con la ira
y la destrucción de un dios fauno. Era elegante en su violencia, una
danza mortal, empapando el suelo del bosque con sangre.
Algunos se retiraron. Sin embargo, estaban los últimos soldados
ingenuos de la FDH que aún creían que podían desafiar a la leyenda. Sus
cabezas cayeron al suelo.
Probablemente conocía a todos los cadáveres que había allí, aunque
no podía mirar a ninguno de ellos para identificarlos. Mi interés se
centraba en la letal leyenda.
Cubierto de sangre, Warwick bajó su cuchilla, exhalando su aliento.
Sus ojos se alzaron lentamente hacia los míos a través de sus pestañas,
desmenuzándome como a una víctima más, destripándome hasta que no
fui más que retazos de un cadáver tirado en el suelo con el resto. Su furia
me abrasó y partió por la mitad, sus ropas oscuras brillaban con la
sangre de sus víctimas.
Su nariz se encendió, sus hombros se levantaron y bajaron. La
energía entre nosotros crepitaba más fuerte que el fuego que consumía
las ramas de la explosión, abrasando con vehemencia, devorándome en
la tormenta de fuego de su rabia.
Con el brazo, se limpió la sangre de los ojos, manchando su cara. Se
abalanzó sobre mí como un toro, con su energía embistiendo contra mí,
haciéndome tropezar con la pared de la casa. Sus botas chocaron con las
mías y se alzó sobre mí, con su cuerpo engullendo el mío como si fuera
su comida para devorar. Me miraba fijamente, con la mandíbula
crispada. Cada aliento patinaba por mi cuello, despertando el deseo, la
furia y el miedo en mi sistema.
Le devolví la mirada, con la barbilla levantada en señal de desafío
silencioso.
Levantó la mano y sus dedos se arrastraron por mi rostro, pintando
la sangre de mis compañeros de la FDH en mi mejilla como una marca.
La energía se apoderó de mis músculos, recorriendo mis venas. Erizado
y crispado por la violencia, me apretó con fuerza contra la pared, su boca
se cernió sobre la mía. Podía saborear su fuerza como una tormenta a
punto de llover sobre mí.
—¡Warwick! —Oí a Ash gritar a través de los árboles en llamas—.
¡Maldito imbécil!
Lentamente, una sonrisa de satisfacción curvó la boca de Warwick,
su mirada seguía reclamándome. Su nariz se encendió antes de soltar la
mano y apartarse. Girándose, se dirigió hacia su amigo, desapareciendo
entre los árboles.
Mi cuerpo se desplomó contra la pared, agotado y mareado, aunque
me sentía mucho mejor de lo que debería y tenía todo que ver con el
hombre que acababa de alejarse. Me quitó el dolor, me equilibró desde
dentro hacia fuera, me aclaró la mente y me inyectó energía en las venas.
Odiaba que en el momento en que él estaba cerca de mí, no existiera
nada en el mundo. Ahora la ira y el dolor de lo que había estado
haciendo antes de llegar aquí me enderezaron la columna, echando atrás
mi armadura.
Saliendo del camino hacia donde estaba la carretera, encontré el
motivo de la ira de Ash.
—¡Has volado mi puta moto! —Ash señaló la máquina, destrozada
en pedazos carbonizados, las llamas alcanzando las ramas de los árboles
de alrededor.
—Necesitaba una distracción. —Warwick se encogió de hombros,
balanceando la pierna sobre su propia moto. Su arma ya estaba sujeta a
la parte trasera, como una bandera que ondeaba en señal de advertencia.
—¿No podrías haber volado la suya? —Ash señaló a Maddox, que
estaba acurrucado sobre sus piernas, tosiendo y escupiendo, con aspecto
de querer vomitar.
—No. —La moto de Warwick rugió, sus ojos se deslizaron de Ash a
mí conmovedoramente, como si supiera que nos habíamos besado antes.
Hizo girar la moto y se detuvo junto a mí.
—Sube —ladró.
Quise decir que no, darle un puñetazo en la cara, pero nos faltaba
una moto y sabía que no tenía sentido.
—Espera —Los brazos de Ash se balancearon mientras yo subía
detrás de Warwick—. ¿Cómo vuelvo?
—Acércate. —Las cejas de Warwick se levantaron, asintiendo a
Maddox—. Sugiero que conduzcas tú. Parece que él está a punto de
vomitar.
—Eres un auténtico cabrón —se burló Ash, moviendo la cabeza.
—Realmente lo soy. —Warwick le guiñó un ojo sardónicamente,
mientras la moto se alejaba por la carretera.
Y lo decía en serio. En sentido figurado y literal.
Mientras nos alejábamos por el camino de tierra, la inconfundible
sensación que me miraban subió por mi columna y me hizo girar la
cabeza hacia un lado. Podía sentirlo, sus ojos oscuros y brillantes
persiguiéndome desde lo profundo del bosque donde se escondía. Era lo
suficientemente inteligente como para saber cuándo lo superaban en
número. Esperaría para atacar. Pero era como si pudiera sentir el
sentimiento de Kalaraja arrastrándose sobre mí.
Vendré por ti de nuevo… Siempre consigo mi objetivo.
Nuestra moto atravesó la noche como un corcel negro, nuestros
cabellos oscuros azotando el aire como melenas. El descenso de las
temperaturas aplanó mi cuerpo contra el de Warwick. Mis muslos se
apretaron contra los suyos. Mis pechos se apretaron contra su espalda,
buscando el calor, y tuve que luchar contra el impulso de enroscarme en
él como un gato. Mi pecho se resquebrajaba cada vez que aspiraba a su
rico aroma a madera. No podía describirlo, pero era todo de Warwick, y
se sentía como en casa.
Lo odiaba.
No, quería odiarlo. Mucho. Pero incluso sin que nos acercáramos,
rasgando la cuerda entre nosotros, lo sentí zumbando dentro y fuera de
mí, palpitando en los bordes.
No le pregunté cómo sabía que necesitaba ayuda o cómo nos
encontró. Ya lo sabía. Y en el fondo, sin siquiera alcanzarlo, si estaba en
problemas, lo sentiría, y nada en este planeta me impediría encontrarlo.
Con Ash y Maddox detrás de nosotros, las dos motocicletas entraron
en la ciudad, el olor de los empobrecidos llenaba mi nariz. Se había
vuelto familiar, un olor que decía mil palabras de la dura vida en las
Tierras Salvajes. El humo de las fábricas todavía se aferraba al aire
como una pesada niebla. Los edificios decadentes cubiertos de grafitis se
alzaban a ambos lados de nosotros.
Mi arma estaba preparada para disparar a cualquier amenaza. La
ciudad estaba llena de depravación, buscando problemas en las horas
brujas antes del amanecer. Y Warwick y yo los atraíamos como abejas a
la miel.
Esta noche no fue diferente.
¡Pop!
Sonaron gritos y chillidos, y giré la cabeza para ver a hombres a
caballo que salían de una calle lateral. Con sombreros en la cabeza y
pañuelos en la cara, nos apuntaban con sus armas, como una cuadrilla de
vaqueros.
Joder. Se me hundieron las tripas de terror al reconocer al grupo,
aunque hoy eran más. El recuerdo de nuestro encuentro con ellos la
última vez volvió a mi mente.
Los jinetes del apocalipsis. Los Sabuesos. Una banda de ladrones
que cortarían el cuello de cualquiera por una moneda. No tenían
conciencia ni dudas sobre a quién atacaban. Cualquiera que pasara por
allí era presa fácil, y te cobrarían el pago, a través de tu bolsillo o de tu
vida.
—¡Kurva anyád! —Warwick escupió, pisando el gas, y su mirada se
dirigió a Ash.
Una bala rebotó en el edificio junto a mi cabeza, arrojando
escombros al aire. Al devolver los disparos, vi cómo los caballos
galopaban hacia nosotros, acercándose mucho más rápido de lo que me
gustaría.
Warwick hizo saltar el manillar, haciendo chillar la moto por otro
camino, con Ash justo detrás de nosotros. Maddox les devolvió los
disparos.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
El sonido de los disparos encogió el aire nocturno, rebotando en los
edificios, explotando en mis tímpanos. Con cada respiración, me ponía
en tensión, preparada para sentir cómo una bala se hundía en mi piel.
Warwick hizo un gesto con la mano y su cabeza se dirigió a Ash.
Los amigos se entendían con miradas y gestos sencillos después de tanto
tiempo luchando juntos.
Warwick hizo un gesto con la cabeza a Ash cuando su moto se
acercó a nosotros. Ash respondió de la misma manera antes de alejarse
por un callejón lateral mientras nosotros girábamos en sentido contrario,
con la esperanza de dividir o hacer vacilar a la banda.
Me retorcí, disparando a los cuatro jinetes que venían detrás de
nosotros, y los otros tres fueron por Ash. Mis piernas se aferraron a
Warwick para vivir, con el temor brillando bajo mi piel, aterrorizada de
que esta fuera la noche en que nuestro número se acabara.
Las balas chocaron contra nuestra moto, rozando mi cuerpo, el calor
de la bala chisporroteando mi ropa. Los músculos de Warwick se
tensaron. Percibí su necesidad de ponerme delante de él, de escudarme
como si también temiera que el siguiente disparo se incrustara en mi
cerebro.
El repiqueteo de los cascos sobre el hormigón hizo vibrar mi
columna, los gritos se hicieron más fuertes, helándome las venas de
pánico.
—Agárrate fuerte —me susurró su voz al oído, mis brazos se
estrecharon en torno a él justo cuando hizo girar la moto hacia la
izquierda, las ruedas resbalando sobre el cemento húmedo. Su pie
golpeó el suelo para mantenernos erguidos mientras nos hacía girar por
otra calle, con el motor revolucionado a medida que avanzaba por la
carretera. A los pocos metros, tres hombres a caballo salieron de un
callejón justo cuando pasábamos y nos dispararon.
Grité de sorpresa, dándome cuenta que eran los que creía que habían
ido por Ash y Maddox. En lugar de eso, habían dado la vuelta, viniendo
hacia nosotros desde otro ángulo, acorralando a su presa. Fue inteligente.
Astuto. Como si supieran que éramos objetivos importantes, viniendo
por nosotros como si realmente llamáramos al peligro como un canto de
sirena.
Los caballos galoparon junto a nosotros y uno de ellos se puso al
lado de la moto. Un Sabueso se acercó a mí y sus dedos rodearon la
correa de mi mochila, tirando de ella. Con un grito, luché por mantener
el equilibrio en el asiento, casi cayéndome. Para los ladrones, la mochila
podría contener algo de valor: dinero, drogas, artículos para vender o
intercambiar, pero no tenía nada de valor en el sentido convencional.
Pero para mí, lo tenía todo: Opie y Bitzy y lo último que tenía de mi
padre. Sus palabras, sus pensamientos, sus escritos y el posible
conocimiento de lo que yo era.
No había manera que lo dejara ir.
Girando hacia mi agresor, apreté el gatillo justo cuando me arrancó
la mochila de los hombros. ¡Bang! La bala dio en el blanco,
hundiéndose en su costado. Su cuerpo se sacudió. Un gruñido salió de su
pecho, su cuerpo se deslizó del caballo.
Se estrelló contra mí.
Un grito quedó atrapado en mi garganta cuando su peso me derribó
de la moto, precipitándonos al suelo. Los huesos crujieron, golpeando la
piedra. La moto fue empujada por la fuerza de nuestro peso. Todos
nosotros patinamos por el pavimento como si fuéramos una carga
dispersa. El estridente sonido del metal raspando la piedra me perforó
los oídos. La cabeza me daba vueltas mientras caía, sin comprender aún
el dolor. El sonido de los cascos sobre la carretera resonó en mi cabeza
como una alarma, diciéndome que me levantara. Corriera.
—¡Kovacs! —Sentí la llamada de Warwick en mi alma más que
oírla. Mis párpados se agitaron y giré la cabeza hacia la banda. Sus
caballos brincaron y resoplaron al ver el cuerpo de su camarada caído a
unos metros de mí. Entonces, uno de ellos se inclinó hacia mí, me
arrebató el bolso y, sin miramientos, dirigió sus caballos y se marchó.
—Noooo… —grité, luchando por incorporarme. La necesidad de
correr tras ellos me hizo ponerme en pie, tomar un arma y abrir fuego.
Los disparos rebotaron en las paredes de piedra, burlándose de mí
con sus amenazas vacías mientras la banda seguía cabalgando.
—¡Noooo! —Intenté correr tras ellos, cojeando, con el brazo
retorciéndose de dolor mientras seguía disparando, el pánico
cubriéndome con la necesidad de no perderlos de vista.
—¡Kovacs! —Warwick me rodeó con sus brazos, tirando de mí
hacia atrás, arrancando el arma de mis manos—. ¡Detente!
—¡No! —Intenté zafarme de su abrazo—. ¡Suéltame! Tenemos que
ir tras ellos. —No cedió—. ¡Haz algo! —Me agarré con más fuerza—.
¡O quítate de en medio!
—No —gruñó cuando mi codo se clavó en su estómago.
—Tienen a Opie y a Bitzy. Tienen el diario. —Me agarré, sabiendo
que ya estaban demasiado lejos para alcanzarlos de todas formas, pero la
lógica no importaba. Las lágrimas pincharon mis ojos—. ¡Suéltame!
Maldito cobarde.
No cedió su agarre ni se movió, pero pude sentirlo explotar a mi
alrededor, su ira y violencia raspando y arañando mi piel, empujando
más profundamente, deteniendo el aire en mis pulmones. Eso sólo me
cabreó.
—¡Suéltame! —Le di una patada con el tacón.
Oí un suave gemido y, al principio, pensé que era Warwick, hasta
que el ruido se repitió.
Un gruñido más fuerte provino del hombre que yacía en el suelo.
Warwick bajó los brazos, haciendo clic en el arma que me había quitado,
se acercó al hombre y levantó el arma hacia su cabeza.
Reaccioné por instinto.
—No. Detente —Me acerqué rápidamente a él, ignorando el dolor
que recorría mis músculos. Apreté la palma de la mano sobre el arma,
obligándolo a bajarla. Las cejas de Warwick se fruncieron en forma de
pregunta. Miré al miembro de la banda, que apenas se mantenía con
vida, y luego volví a mirar a Warwick—. Podría ser útil.
—No creas ni por un momento que les importa este imbécil lo
suficiente como para intercambiarlo. —Warwick resopló—. No es así
como trabajan. Es mejor que esté muerto.
—No. —Mi voz era firme, mi mirada le decía a Warwick que esto
no era una pregunta, sino una orden—. Puede llevarnos a su escondite.
—Se mataría antes de contarlo. —Warwick negó con la cabeza, con
el fastidio reflejado en sus rasgos.
—Vale la pena intentarlo. —Apreté los dientes—. No me detendré
hasta recuperar mi bolso. —No temía por Opie y Bitzy, ya que sabía que
se escaparían. Podían desaparecer delante de mis ojos, pero el diario de
mi padre lo valía todo para mí. Para encontrarlo, daría la vuelta a esta
ciudad si fuera necesario.
Warwick me observó durante un rato, probablemente viendo la
determinación en mis rasgos. Inspiró profundamente, con irritación en el
ojo.
Un espeluznante aullido parecido a un gruñido gritó en la noche,
seguido de otro, y su cabeza se levantó.
—Faszom… —Warwick se tensó, moviendo la cabeza, tratando de
localizar el ruido.
—¿Qué?
—Hienas.
—¿Qué? —espeté, girando hacia los gritos helados, con la boca
abierta.
—Ya vienen. —Se giró para correr—. Tenemos que irnos.
—¿Como los de verdad?
—Cambiaformas, e incluso más peligrosos. Olfatean la sangre y
vienen corriendo a recoger los cadáveres que quedan en la calle,
llevándose los restos que quedan. Son carroñeros… mortales.
—¡Entonces no podemos dejarlo aquí! —Señalé al moribundo, cuya
respiración empeoraba.
—¿Me estás tomando el pelo? No estoy de humor para luchar contra
un clan. —Warwick me miró con desprecio—. Los clanes de hienas no
tienen ningún problema en cargarse a los vivos también, especialmente a
los debilitados por una pelea.
—No lo vamos a dejar —le respondí con un gruñido. No es una
pregunta, no es una opción.
Su mandíbula se apretó, con un nervio vibrando a lo largo de ella.
—¡Bassza meg! —Warwick escupió, golpeando la Glock en mi
palma mientras caminaba hacia el ladrón. Se inclinó, levantando al
hombre sangrante sobre su hombro—. Una vez más, recojo tus rescates.
Más aullidos espeluznantes, que sonaban a una manzana de
distancia, recorrieron mi cuerpo, estremeciendo mis huesos.
—Vamos. —Warwick se giró.
—¿A qué distancia estamos de la base? —Se me daban bien las
direcciones, pero no había pasado suficiente tiempo en las Tierras
Salvajes para calibrar realmente dónde estaba.
—Demasiado lejos a pie. —Miró la moto. El combustible goteaba
en el camino y la rueda trasera estaba reventada. Dejó al hombre
moribundo en el suelo, agarrando la aterradora arma de la parte trasera,
con sangre incrustada en las hojas de las garras, y la sujetó a su espalda.
—¿Qué es eso?
—Una cuchilla de lobo.
—¿Cuchilla de lobo? —resoplé, aunque podía ver, con sus
numerosas garras, cómo podía parecerse a las garras de un lobo.
—La hice diseñar específicamente para mí. —Se echó el hombre al
otro hombro—. Vamos —Dio un giro y se alejó, con el hombre
colgando del hombro.
—¿Adónde?
—Al único lugar al que podemos ir.
Las llamas bailaban sobre mi cabeza desde el columpio de aro
mientras la hermosa chica, cuyos rasgos se dividían por la mitad como si
fuera dos personas cosidas a la perfección en una sola, hacía sus trucos
de fiesta con fuego. A unos metros de ella, colgada en una hamaca,
había una mujer humana desnuda que gemía con fuerza, con la cabeza
echada hacia atrás mientras montaba a un hombre y otro hombre fae la
penetraba por detrás. Sus gritos estaban tan llenos de gozo erótico que
mi cuerpo se calentó con la necesidad cruda, obligando a mis dientes a
crujir.
La música y el zumbido de las conversaciones, el juego y las peleas
llenaban el estrecho pasillo. Cuerpos casi desnudos pasaban por delante
de mí, con sus llamadas para entrar en sus establecimientos dirigidas a
cualquiera que pasara por allí. Era bien entrada la noche, y Carnal Row
estaba en el punto álgido de su negocio, cuando la indulgencia se
disfrazaba con la bebida, y la miseria del día quedaba enterrada en las
depravaciones y el pecado de la noche.
Ni una sola persona reparó en el hombre sangrante que estaba sobre
el hombro de Warwick, aunque éste no podía pasar sin que innumerables
cabezas se volvieran hacia él. La lujuria ahogaba el aire, ensanchando
las piernas de aquellos hambrientos de probarlo. Muchos ojos vacíos y
sin vida se encendían cuando él pasaba, sus cuerpos se estremecían de
hambre. Su aura era tan viril que devolvía la vida a los muertos.
Como tú. Sacudí la cabeza, apartando el pensamiento mientras nos
abríamos paso entre la multitud, dirigiéndonos a la pecaminosa
vivienda de la esquina, que en un momento dado había empezado a
sentirse como un segundo hogar para mí, con gente que había
considerado amigos.
A casi todos los demás podría haberlos desechado, pero la traición
de Rosie me dolía demasiado, sin importar si tenía derecho a hacerlo o
no. ¿Qué esperaba? ¿De alguno de ellos? Esto era las Tierras Salvajes.
También sabía que era mejor cuando se trataba de la notoria leyenda,
que tenía múltiples mujeres en la prisión. Y Rosie estaba haciendo su
trabajo. Dudaba que alguien en el mundo rechazara a Warwick, pero
sabiendo que ella estaba con él… la lógica no estaba allí.
En un movimiento estratégico, Warwick se aseguró de terminar
cualquier cosa conmigo y también me quitó a mi única amiga aquí.
—War-wick… —Su nombre era cantado desde las ventanas del
burdel de Kitty, mujeres y hombres llamándolo. Sólo quedaban unos
pocos tratando de conseguir su último cliente a esta hora tan tardía. Oía
fuertes gruñidos y gemidos desde las ventanas abiertas y por los
callejones laterales.
—¿Me traes algo sabroso? —Mirando hacia arriba, vi a la serpiente
cambiante sentada en la ventana, con la que había estado antes.
—Si te gustan sangrantes y medio muertos. —Warwick empezó a
subir los escalones.
—Lo hago, pero no estaba hablando de él. —Le sacó la lengua
sugestivamente, y odié que supiera dónde había estado—. Estoy
especialmente hambrienta esta noche… ¿quieres que te acompañe? Ella
puede mirar. ¿Podemos seguir con lo de anoche?
La ira subió por mi espina dorsal, mi mejilla se crispó, un gruñido
bajo emanó de mi garganta. Sus palabras confirmaron mis temores,
eliminando cualquier pequeña duda a la que me aferraba.
—Esta noche no —contestó Warwick, agarrándome del brazo y
tirando de mí hacia el burdel, disparando más furia a través de mis
músculos.
¿Esta noche no? Como en, ¿tal vez mañana?
Que se joda ella y que se joda él.
—Suéltame. —Me desprendí de su brazo y entré a trompicones,
directamente hacia la señora.
Llevaba la cabeza alta y el cabello recogido. Llevaba unos
pantalones de cuero ajustados, una camiseta de seda roja sin espalda,
casi transparente, y botas de tacón de aguja. Tenía los brazos cruzados y
una expresión dura.
—No. —Su mandíbula se tensó.
—Kitty… —Warwick comenzó.
—No. —Levantó un dedo perfectamente cuidado, señalando hacia
la puerta—. Vuelve por dónde has venido con esa… cosa. —Su nariz se
arrugó, observando al hombre por encima de su hombro.
—Kit…
—Warwick, estás bailando en mi último nervio. Una cosa es que te
acoja a ti e incluso a ella. —Me miró fijamente—. Pero no soy una casa
de acogida o una enfermería. Tengo dos soldados arriba. Me
encarcelarán si te encuentran, y te descuartizarán y colgarán en cuanto te
vean.
—No te preocupes, Killian no quiere mi cabeza en un plato ahora
mismo. —Una sonrisa descarada curvó el costado de su boca.
—No he dicho que los soldados sean faes. —Ella curvó una ceja
perfecta hacia arriba—. ¿Y crees que eso hace que esto sea mejor? —
Señaló al hombre inerte. Podía ver que apenas respiraba. El tiempo se
estaba agotando—. Ciertamente es un criminal, y los dos siguen
teniendo recompensas por sus cabezas de la FDH y quién sabe dónde
más.
—Kitty…
—Te conozco, Warwick, no me des ese tono. No me hagas una
promesa que no tienes intención de cumplir. —Levantó la mano,
haciendo un gesto hacia la puerta mientras un resoplido salía del
hombre—. Ahora sácalo de aquí.
—Por favor. —Tomé sus manos, su delgada figura se estremeció
con mi contacto, y rápidamente la solté—. Este hombre es la única
esperanza que tengo de encontrar dónde se esconde su banda. Se
llevaron algo importante mío. Algo que podría ser vital. —Para mí y
para este país—. No te lo pediría si no fuera excepcionalmente
importante.
Sus ojos marrones oscuros observaron los míos, sin ninguna
emoción, como si buscara la verdad en mi afirmación. Tras unos
instantes, exhaló y sus párpados brillantes se cerraron brevemente. —
En la habitación de atrás, detrás de la cocina. —Miró al techo como si
no pudiera creer que estuviera haciendo esto—. Mandaré a llamar al
médico. Ahora vete antes que cambie de opinión.
Warwick inclinó la cabeza, moviéndose a su alrededor, obviamente
sabiendo la ubicación exacta a la que se refería.
—Gracias. —Junté las manos en señal de gratitud.
—Ustedes dos son como luchar contra un tsunami. Inútil y
agotador. —Sacudió la cabeza, mirando mis heridas y mis ropas rotas y
ensangrentadas con otro suspiro—. Supongo que también necesitarás
más ropa. Los enviaré a tu habitación con un botiquín de primeros
auxilios y algo de comida y bebida. —Ella resopló, mirando más allá de
mí, haciéndome un gesto para que me fuera—. Vete, antes que alguien te
vea.
Lo que le debía a esta mujer parecía más que un agradecimiento.
Seguía acogiéndome, alimentándome y vistiéndome cada vez que
Warwick y yo nos encontrábamos en una situación de vida o muerte, que
era siempre.
Incliné la cabeza en señal de total agradecimiento antes de
escabullirme junto a ella y seguir a Warwick hasta la habitación trasera.
Era pequeña, sin ventanas, con apenas espacio para una cama de dos
plazas, una mesita de noche con una lámpara y una única silla de
madera.
Warwick tiró al hombre sobre la cama, y los muelles chirriaron por
el impacto. La herida del ladrón aún rezumaba sangre, su ropa estaba
empapada y su pecho luchaba por levantarse con cada respiración. El
tipo era humano, de estatura, peso y aspecto medios, aunque con una
cara de niño bajo la barba desaliñada. El cabello rubio y sucio se le
pegaba a la frente sudorosa, y el sombrero de ala redonda que llevaba ya
había desaparecido. Sus ropas desgarradas y ensangrentadas eran las que
yo me imaginaba que llevaba un pistolero, con una bandolera de balas y
pistolas atadas al torso y alrededor de las caderas. Parecía tener unos
treinta años, pero el modo de vida que llevaba lo había marcado con
profundas cicatrices que no se habían curado bien, por lo que era difícil
precisar su edad.
Warwick lo estaba despojando de todas las armas y municiones
cuando otro hombre entró en la habitación. Era al menos medio humano,
de cabello gris, delgado, bajo y de aspecto frágil, con gafas en la nariz.
Llevaba ropa oscura y un maletín negro de médico. Pero algo etéreo en
sus ojos y en la estructura de su rostro sugería que podría no ser
puramente humano.
Sus ojos se abrieron de par en par al ver a Warwick, y su nuez de
Adán se movió nerviosamente.
—Warwick, no te esperaba aquí. Ha pasado mucho tiempo.
—Doctor Laski. —Warwick le asintió, apartándose de su camino
para poder llegar al paciente—. Esta vez, la llamada no es para mí.
En el momento en que los ojos del doctor se posaron en el hombre
de la cama, su actitud cambió. Fijándose en el paciente, se escabulló a su
lado, arrojando la bolsa sobre la cama. Abrió la camisa del hombre,
inspeccionó la herida y frunció el ceño.
—A menos que estén aquí para ayudar, necesito que se vayan. —El
Dr. Laski se quitó la chaqueta y se arremangó antes de buscar en su
bolsa una jeringuilla. Clavó la aguja en un pequeño frasco, y con su dedo
llenó la jeringa.
—¿Sobrevivirá? —El tono de Warwick era neutro, sin importarle
nada.
—No tiene buena pinta. Ha perdido mucha sangre, y la bala podría
haber alcanzado un órgano vital —afirmó el médico, pinchando al
ladrón con la aguja.
Warwick me agarró del brazo, tirando de mí hacia la puerta.
—Necesito que él viva. —Una dura demanda salió de mi boca.
—Trato a todos mis pacientes con la misma esperanza. —El médico
ni siquiera me dedicó una mirada, su atención se centró por completo en
su paciente.
—Deja que el hombre trabaje. —Warwick me sacó de la
habitación—. Si alguien puede salvarlo, es él.
—¿Tiene experiencia? —interrumpí mientras Warwick cerraba la
puerta tras de mí, tirando de mí hacia las escaleras.
Resopló.
—Más de una vez, princesa.
—¿Es humano? —Era más bien por curiosidad, ya que mi mente
aún se estaba acostumbrando a todas las personas de las Tierras
Salvajes. Crecí con una sola clase: la humana. Eran todo lo que conocía
o entendía, sin darme cuenta que la única que podía ser diferente en la
FDH era yo.
—Tiene sangre fae en su línea familiar, pero es más humano que
fae. Aun así, está ahí, y puede curar a los pacientes más rápido y mejor
que cualquier médico humano. Sus propios amigos y colegas se
volvieron contra él cuando vieron lo bueno que era, dándose cuenta
también de que ellos envejecían más rápido cuando él no lo hacía. Se
convirtió en una caza de brujas, y tuvo que esconderse, dejando su
consulta, su casa y su esposa de treinta años y desaparecer en las Tierras
Salvajes para sobrevivir durante los años de persecución.
Cuando era niña, aprendí sobre los años oscuros después de la
guerra de los faes, cuando el Este se liberó de las Naciones Unidas y
luchó por el poder entre ellos. La persecución de los mestizos estaba en
su punto álgido. Cualquiera que fuera sospechoso de tener una gota de
sangre fae era acorralado y enviado lejos. Nunca había pensado mucho
en lo que les ocurría. Era tan joven, pero ahora me daba cuenta que no
eran «enviados lejos». Fueron perseguidos y masacrados. La mayoría
probablemente se introdujo de contrabando en las Naciones Unidas o se
escondió bajo tierra en el sórdido mundo de las Tierras Salvajes. Ya no
eran cazados descaradamente como antes, pero el estigma no había
desaparecido.
Su situación invocó más ira en mí, en la FDH y en el mundo. ¿Por
qué la gente tiene que hacer la vida más difícil cuando ya es lo
suficientemente dura? Toda esta muerte, dolor y agonía eran
completamente creados por el hombre. ¿Por qué no podíamos dejar de
intentar imponer nuestros propios miedos y creencias a los demás y
simplemente vivir nuestras vidas? ¿Quién eres tú para decir que este
hombre, que no tenía control sobre la sangre de fae que corría por sus
venas, era menos que tú? ¿Digno de ser asesinado porque era diferente?
Viviendo en este crisol de gente, vi que cada ser tenía una vida,
sentimientos, familia, amigos, esperanzas y sueños. No éramos
diferentes en absoluto; las circunstancias hacían que nuestros objetivos
sobre cómo conseguir esas cosas fueran diferentes. La ira hacia los
demás, el impulso de erradicar a otro con la esperanza de que eso alivie
su vida y tus cargas… era repugnante y totalmente equivocado. Sólo
hacía la vida mucho más dura para todos. Pesada, insufrible y oscura.
Warwick subió las escaleras y yo lo seguí, mis pies se detuvieron
justo en la cima, mi estómago se retorció ante la figura que estaba de pie
frente a nuestra puerta.
—Cariño. —Los labios rojos de Rosie dibujaron una sonrisa. Sus
brazos estaban llenos de ropa, artículos de baño y una bolsa de papel con
olor a fideos tailandeses—. Esperaba que fueras tú.
No me moví ni hablé. Me quedé sin emociones. La miré fijamente
como a una extraña. Ella lo era ahora. Bien o mal, no podía fingir que el
cuchillo en mi espalda no era de ella. Es cierto que Warwick y yo no
estábamos juntos, y que ella era una prostituta, pero eso no significaba
que pudiera ser amable con ella ahora. Ella era otra ramera en la guarida
de la iniquidad.
—Puedo dormir en otra habitación si planeas ser un «cliente de
pago» de nuevo esta noche. No quiero estorbar a nadie que gane dinero
abriendo las piernas. —Miré fijamente a Warwick, pero mi tono frío
hizo retroceder a Rosie como si la hubiera abofeteado. Ella parpadeó.
Luego su peso se desplazó entre sus pies, los ojos se desviaron hacia el
suelo. Culpa. Vergüenza.
Los párpados de Warwick se estrecharon sobre mí, la rabia
erizándose de él, recibiendo mi insinuación.
—Discúlpala —Me gruñó, agarrando los objetos de los brazos de
Rosie, y luego, con su mano libre, me arrastró bruscamente a la
habitación—. Gracias, Rosie. —Cerró de golpe la puerta de la habitación
en la que siempre nos quedábamos, pero esta vez, cuando entré, me sentí
diferente.
Contaminada.
No había un centímetro de esta habitación que no estuviera cubierto
de lo que algunos consideraban pecado. Las paredes retenían gemidos y
gritos, los muebles estaban saturados de olor a sexo, la cama se hundía
por el uso castigado. Antes no me había importado mucho, pero ahora
era diferente. Incluso cuando lo había visto con las cuatro mujeres en
esta habitación, eso no empañaba la comodidad y la seguridad que
proporcionaba este espacio. Se había sentido distante y separado.
Pero ahora, todo lo que podía ver era a Rosie a horcajadas sobre él,
sus tetas rebotando mientras lo montaba, las caderas de él penetrando en
ella, sus rostros estrujándose de placer en esta misma cama. Los labios
de ella sobre él, las manos de él acariciándola.
Me quedé rígida en medio de la habitación. La idea de tocar algo
aquí me daba ganas de vomitar. La furia burbujeaba en mi estómago.
Esta noche había ganado y perdido mucho. Aunque temía por Opie
y Bitzy, creía que podrían escapar fácilmente. Era mi padre el que
pesaba en mi corazón.
Yo era huérfana. Nunca conocí a mi madre y no tenía nada de mi
padre a lo que aferrarme. Encontrar su diario significó para mí más de lo
que nadie podría saber. Por un breve momento, volví a tener una parte
de él, sus pensamientos internos, sus descubrimientos sobre mí, lo que
aprendió y vio. Cómo se sentía.
Tuve su corazón y su alma en mis manos.
Ni siquiera estaba segura que me importara tanto lo que aprendiera
sobre mí; se trataba más bien de tener algo de mi padre. Él era mi
mundo, mi todo. Era mi madre, mi padre, mi mejor amigo y mi
protector. Lo echaba tanto de menos que me destrozaba, un dolor tan
profundo que me grababa cicatrices en el alma. Antes que abriera las
páginas de su diario, me lo arrebataron, como a él y a mi madre.
Tenía el corazón roto… y estaba furiosa.
Ahora estaba atrapada en una pequeña habitación con un hombre
que me intercambió con el señor Seelie, que trató de matarme, que me
jodió sin descanso, y que luego se folló a mi única amiga aquí sólo para
demostrar un punto. Había sido traicionada, disparada por mis ex
mejores amigos, golpeada, atacada y robada.
Estaba jodidamente acabada.
Enojada.
Volátil.
Warwick se dirigió a la cómoda, tirando el contenedor de comida y
ropa sobre ella. Tomando una botella sin etiqueta de la bolsa, dio un
trago al licor. El olor barato, ácido y granuloso del whisky me hizo
estremecer las fosas nasales. Volvió a bajarla de golpe, se limpió la boca
y se inclinó sobre la mesa, con los músculos tensos, flexionados bajo la
piel.
No me miró, pero supe que era consciente de cada centímetro de
espacio entre nosotros, al igual que yo. Mi mirada se clavó en su
espalda, la tensión crecía con cada latido del silencio, tejiendo la
habitación con lazos.
Habían pasado muchas cosas desde que me entregó a Killian.
Aunque entendiera la razón de sus acciones, la traición seguía en mis
entrañas, oscureciéndose con la venganza cuanto más la alejaba. Nunca
lo había dejado salir, ya que nuestras vidas habían dado un giro tan
brusco y se habían vuelto tan agitadas, que parecía un pensamiento
frívolo para seguir insistiendo.
Pero lo que hizo entonces fue sólo una capa.
Ni siquiera intentó ir tras el diario. Podría haberlo hecho. Eran
humanos. Se suponía que era un dios en la Tierra. El libro no significaba
nada para él, así que, ¿por qué le iba a importar? Yo era la tonta.
Mimada y protegida. Este mundo no estaba hecho para la confianza o las
emociones. Era brutal. Cruel. Despiadado.
Pensé que había aprendido la lección en Halálház, a no confiar, a ser
tan salvaje como ellos, pero ni siquiera me había acercado. Los dejé
entrar a todos. Creí. La rabia me llenó, apagando cualquier cosa que se
pareciera a un sentimiento.
—¿Quieres decir algo, princesa? —Warwick gruñó, sus dedos
tamborileando en la mesa—. Dilo de una puta vez.
No se me escapó ninguna palabra de la lengua, mis pulmones
absorbieron más furia.
Un gruñido bajo salió de su pecho antes que se diera la vuelta
lentamente para mirarme, poniéndome a su altura. La idea que pensara
que podría intimidarme me hizo saltar los músculos, y mis propias
manos se enroscaron.
Podría haber dicho un millón de cosas crueles y yo no me habría
quebrado. Fue la ligera sonrisa en sus labios lo que lo hizo, la
suficiencia, menospreciando mi ira como si fuera «bonita».
Un grito salió de mis pulmones, mi cuerpo se movió en un
parpadeo. Me estrellé contra la pared de músculos, mi puño se estrelló
contra su barbilla, cortando su boca.
Mi mano palpitó de agonía por el impacto, el dolor me enfureció
aún más. Un ruido gutural salió de mis entrañas cuando volví a golpear,
el sonido del hueso chocando en mis oídos. Volvió a tropezar con la
cómoda.
Su sonrisa se intensificó y se pasó la lengua por el labio roto,
saboreando la sangre.
—¿Te sientes mejor? —gruñó, con los ojos encendidos.
—Ni siquiera un poco.
—Bien. —Sus hombros rodaron, tambaleándose hacia mí. Fue más
rápido. Su cuerpo se estrelló contra el mío, lanzándonos a los dos al
suelo con un doloroso golpe. Instintivamente, mi rodilla se levantó y se
estrelló contra su entrepierna.
—Bazmeg —gimió, inclinándose hacia un lado, con la mano
agarrándose las pelotas. Me agarró de la pierna y trató de tirar de mí
hacia abajo.
Pateando, me quité la bota del pie, liberándome de su agarre.
Tirando mi zapato, se levantó de un salto, lanzándose hacia mí. Ni
siquiera intenté apartarme de su camino. La furia galopó sobre mis
hombros, necesitando ser liberada.
Quería esta pelea.
La adrenalina y la ira corrían por mis venas. Mi puñetazo se clavó
en su garganta. La boca de Warwick se curvó en una sonrisa maliciosa,
sus manos rodearon mis brazos, golpeándome contra la puerta. Mi
cabeza se estrelló contra la madera, provocando llamas en mi columna
vertebral. Su cuerpo se apretó contra el mío, obligando a mis caderas a
ensancharse, a sentirlo. Dura y caliente, su polla palpitaba contra mi
abdomen, calentándome los huesos con una ira violenta y una necesidad
desesperada.
—Puedo sentirte, Kovacs. —Apretó más contra mí, con la sangre
goteando por su barbilla desde el labio. Ignoré el impulso de lamerlo,
apartando la cabeza—. Luchando contra la necesidad de follarme o
matarme. —Se revolvió dentro de mí, mi coño palpitaba, suplicando
sentirlo.
Y él lo sabía.
Mi rabia aumentó.
—Elijo lo segundo —siseé, mi cabeza se balanceó hacia delante,
golpeando su nariz.
Retrocedió con un gruñido y se llevó las manos a la cara, notando la
sangre fresca que manaba de ella. Me miró, sus ojos se oscurecieron y su
pecho se agitó antes de volver por mí.
Esta vez, me agaché y me alejé de su alcance.
El fantasma de su toque me rodeó, rozando mi piel, empujando
hacia mi alma. Mis pies vacilaron y mis párpados se agitaron con el
éxtasis más intenso. La agonía más increíble.
No podía encontrar la diferencia entre ellos, mezclándose y
fundiéndose en la misma intensidad.
Era como incendiar el nervio más crudo.
Vicioso.
Íntimo.
Invasivo.
No había ningún lugar donde pudiera esconderme. Tocó cada célula,
consumió cada parte de mí. La sensación era tan profunda y aguda que
ya no me sentía unida a mi cuerpo. Sólo un segundo y un gemido ya
brotó de mis labios, mi cuerpo se agitó y palpitó con un orgasmo
inminente. Pero sabía que no sería nada parecido a un orgasmo normal.
Nada era normal cuando se trataba de nosotros.
Esto reclamaría cada molécula, me poseería, me ahogaría. Me
mantendría prisionera.
Joder, no.
Una rabia cegadora me atravesó. El monstruo se desató.
—¡Vete a la mierda! —gruñí y escupí.
—¿Puedes darlo, pero no puedes tomarlo, princesa? —Se puso
frente a mí, pero su presencia me raspó el cuello. Recordándome cuando
se lo había hecho a él.
Gruñí y me abalancé sobre él. Intentó agarrarme, pero mis manos se
desprendieron, golpeándolo con fuerza en el pecho.
—¡Imbécil! —me burlé—. ¡Cabrón traidor, narcisista y vengativo!
—Soy todo eso y más. —Se echó hacia atrás y me golpeó en la
barbilla mientras me retorcía fuera de su alcance. Saboreé la sangre,
sentí el hematoma que se abultaba en mi mandíbula. La energía cantaba
en mis venas, volviéndome más animal. Manteniéndome agachada, le di
una patada con mi único pie en el costado de la rodilla. Él lo atrapó al
aterrizar, arrancándolo también y arrojándolo al suelo.
Girando, mi pierna golpeó su cadera, haciéndolo caer sobre la
mesita de noche, la lámpara cayendo al suelo, haciéndose añicos.
—¡No tienes carácter!
—¿Sin carácter? —resopló, poniéndose de pie, con el pecho
hinchado y mostrando los dientes.
—Dejaste que esos hombres se marcharan —me burlé, apartando el
cabello de mi cara—. ¡El famoso Lobo, la leyenda, no es más que un
cobarde!
—¿De verdad quieres llamarme así?
—Oh, lo siento, ¿no me inclino a tus pies como todas las putas de
aquí? —escupí, mi furia cabalgando sobre todo lo que sentía y decía—.
Tal vez deberías traer a Rosie de vuelta aquí; estoy segura que ella
chupará tu enorme ego. —Señalé con la cabeza su polla.
—¿Celosa, Kovacs?
—¿Por qué habría de estarlo? —me burlé—. Tengo todo un club de
fans para elegir, ¿recuerdas? No eras el único que disfrutaba de la
compañía de otras personas antes.
Sus ojos aguamarina se volvieron casi negros, sus hombros se
expandieron, algo se rompió en él. El guerrero mortal salió a la
superficie. Se acercó a mí con una precisión letal. Mi cuerpo se llenó de
adrenalina, calentando mi piel y tensando mis pezones.
Sacando el cuchillo de mi cinturón, ansiaba el momento en que
estuviera lo suficientemente cerca para poder atacar. Necesitaba su
dolor… su sangre. Se apartó del cuchillo mientras su mano intentaba
quitármelo de encima. Girando, me abalancé sobre él, la punta de la hoja
le cortó el costado, le abrió la camisa y le cortó la carne. Su nariz se
encendió cuando la sangre empapó la tela, brillando en la tenue luz de
arriba.
—¿Crees que no te voy a matar de verdad? —Un gruñido emanó de
él.
—Tuviste tu oportunidad —contrarresté su paso hacia mí—. Te lo
he dicho. No vuelvas a amenazarme a menos que busques que te
destripen.
—Sólo inténtalo, princesa.
—¿Crees que no puedo? —Mi labio se curvó—. Puede que sea la
única que pueda. Ahora estás aquí por mi culpa.
La furia se desprendió de sus rasgos, la verdad de mi afirmación lo
golpeó en la cara.
Mostró los dientes, que fue la única advertencia que recibí. Mis
piernas empezaron a moverse. Saltó hacia mí demasiado rápido para
apartarme de su camino en la pequeña habitación. Su enorme figura
chocó con la mía. Me resbalé lo suficiente de su agarre y me incliné
hacia la puerta.
Sus dedos se enredaron en mi larga cabellera y me empujaron a la
fuerza hacia él. Un grito se abrió paso en mi garganta, el calor se
extendió a través de mí, pulsando mis muslos.
Golpeé mi codo contra su estómago y su agarre se aflojó. No dudé.
Me liberé y me giré hacia él, con mi cuchillo atravesando su pecho.
Como si la sangre y el dolor le dieran aún más vida, llenó la cámara
con su rugido. La furia y la fuerza estallaron en el espacio.
Agarrándome de los brazos, me arrojó de nuevo sobre la cómoda.
Mi hombro chocó contra el espejo, haciéndolo caer al suelo con
estrépito. Todo lo que había sobre la mesa le siguió, cayendo por el
suelo de madera con un estruendo.
Una gran mano me agarró por la garganta y me volvió a clavar en la
madera. Su estructura se interpuso entre mis piernas, capturando la mano
con la hoja contra la pared. No podía moverme.
—¿Sabes lo que pienso? —Su cara se acercó a menos de un
centímetro de la mía—. Esto no tiene nada que ver con el diario ni con el
hecho de que te haya intercambiado con Killian.
Lo miré con desprecio, mi pecho irradiaba odio, mis piernas y mis
brazos intentaban zafarse de su agarre.
—Me habrías intercambiado sin pensarlo con Killian para salvar a
tus seres queridos. —Me apretó la garganta con más fuerza—. ¿Sabes
por qué estás realmente enojada? —Pellizcando el nervio de mi muñeca,
me obligó a soltar la daga, recuperándola en el momento en que se soltó.
Un líquido rojo pintó la punta de la daga cuando la llevó hacia arriba,
justo debajo de su otra mano en mi garganta.
»—Lo que realmente te enfurece es la idea de que mi polla esté en
otro sitio que no sea en ti. —Warwick arrastró la hoja por mi cuello,
arañando mi piel. Su boca estaba a un suspiro de la mía, con un gruñido
en los labios.
Mi pecho se agitó, la humedad se filtró de mí cuando el dolor de la
hoja cortó mi carne, nuestra sangre se mezcló en el borde.
—Admítelo, Kovacs. La idea que cualquier otra persona me folle…
mi polla tan dentro de ella… recubierta de ella…
Intenté no reaccionar, pero mi respiración se agitó ante su
afirmación.
—Follarles el coño tan fuerte. —Su pulgar se introdujo en mi
garganta, y un zumbido de adrenalina recorrió mis huesos. El cuchillo
me cortó la camisa y me hizo un corte en el esternón. Mis pechos se
agitaron cuando la tela se separó, y el frío de la habitación empapó mi
piel desnuda. La sangre bajó y se pegó al fino sujetador deportivo, que
no cubría nada. Pasó la hoja por mis pezones, endureciéndolos.
—No eres tan dulce, ¿verdad, princesa? Sé lo duro que te gusta. Lo
mojada que te pone esto —me susurró su voz al oído sin decir una
palabra en voz alta.
Ira.
Lujuria.
Odio.
Pasión.
Cada emoción me consumía, mi columna se arqueaba ante su tacto,
mi cerebro se apagaba a la lógica. Sólo deseaba. Ansiaba.
Me agarró por la garganta, tirando de mí hacia delante, enseñando
los dientes.
—Te advertí quién era. No soy el perro al que puedes ponerle una
correa. Me follo a quien quiero, cuando quiero.
El cuchillo que me cortaba la piel no era nada.
Sus palabras me despejaron la cabeza. Hizo aflorar el dolor y la
aversión con aguda claridad. Sin pensarlo, tiré de la fuerza de él, mi
mano empujando poderosamente contra su pecho, mientras mi pierna
subía, golpeando su torso.
Warwick retrocedió, cayendo estrepitosamente al suelo, con la daga
cayendo de sus dedos. Saltando hacia abajo, luché por ella. A pocos
centímetros de recuperarla, unos dedos se aferraron al dobladillo de mis
pantalones, tirando con tanta fuerza que se deslizaron por mis estrechas
caderas, enredándose en mis piernas. Al tropezar, me golpeé contra las
tablas del suelo y mi nariz se estrelló contra la madera. Me hizo
retroceder más, pasando por delante de mí, yendo por la daga.
Un gruñido salió de mí. La rabia y la adrenalina cortaron el dolor y
dictaron mis movimientos. Me levanté de una patada y corrí hacia él a
toda velocidad mientras se inclinaba para recuperar el arma.
Tropezó y se estrelló contra la pared, haciendo temblar la casa. Un
cuadro se estrelló y se sumó a los escombros del suelo. Se enderezó y su
brazo se lanzó hacia mí tan rápido que no tuve tiempo de responder. El
impacto me hizo ver estrellas detrás de los párpados y me arrojó de
nuevo a la cama.
Su cuerpo se movió sobre el mío, con la sangre goteando de la nariz,
el labio y el torso. Un gruñido curvó su boca mientras se colocaba a
horcajadas sobre mí, con la daga en la mano.
—Quítate de encima. —Fruncí el ceño y me contorsioné bajo su
abrazo, con su ropa rozando mi piel desnuda—. ¿No tienes un grupo de
putas a las que ir a follar?
—¿Quieres mirar?
—¡Vete a la mierda! —De nuevo, empujé más allá de sus capas,
desviando su fuerza, tratando de usarla contra él.
—¡Para! —ladró, su expresión se retorcía de rabia salvaje. Me
agarró de los brazos y me levantó de un tirón, con los pies sobre la cama,
antes de girar y golpearme contra la pared por encima del cabecero. El
fervor se disparó por mis venas, empapando mis bragas.
Su forma feroz me envolvió, nuestros pechos ensangrentados se
agitaron mientras me empujaba con más fuerza contra la pared. Sus
caderas me inmovilizaron, permitiéndome sentir de nuevo su pesada
erección a través de sus pantalones. La furia se desprendía de él y su
mirada me apuntaba.
—Te advertí de quién era —gruñó, y mis huesos gimieron bajo su
presión—. Pero quizás deberías haber sido tú quien me advirtiera. —
Vibró de rabia, sus ojos aguamarina brillaron. Acusando. Culpando—.
Que una vez que te conocí. —Cortó la hoja a través de mi sujetador
deportivo, mis tetas se derramaron libres, un grito ahogado salió de mí
cuando el aire frío se deslizó alrededor de ellas—. Supe lo que se sentía
al estar dentro de ti. —Arrancó lo que quedaba de la camiseta y el
sujetador de mi cuerpo—. Estar jodidamente cerca de ti… Me
convertiría en algo peor que un perro con correa. —Volvió a empujar la
daga, clavando la punta en el punto blando de la base de mi cuello, y un
rastro de sangre se deslizó entre mis pechos.
Palpitó con más fuerza contra mí, abrasando cada nervio en un
doloroso deseo.
—Un perro con correa no tiene otra opción que seguir y obedecer.
—Entonces, ¿te follas a mi única amiga aquí para hacerme daño?
¿Ponerme en mi lugar? ¿Conseguir que te odie? —siseé entre los
dientes, el aborrecimiento sacudiendo mi estructura, sin querer nada más
que hundir el cuchillo en su corazón—. Has ganado. Lo hago.
—Yo también te odio, joder. —Resopló por la nariz, sus labios se
movieron apenas a un palmo de los míos—. Porque me tienes entrenado
y salivando. Me has poseído. Mi polla de repente sólo desea tu coño…
sólo te desea a ti. —Embistió sus caderas dentro de mí. Esto no era una
dulce declaración de sus sentimientos. Esto era resentimiento y rabia—.
No toqué a nadie anoche. No pude. Las eché casi en el momento en que
entraron. Me has jodido la cabeza.
Su admisión golpeó mis pulmones, deteniendo mi respiración. ¿No
se acostó con Rosie… o con alguna de ellas?
El alivio revoloteó en mi corazón. La vergüenza me llenó por cómo
actué con Rosie. Luego se convirtió en rabia. Me hizo creer que se había
acostado con ellas. Quería hacerme daño. Quería que me apartara para
hacérselo más fácil.
—Bastardo. —Intenté apartarlo.
—Lo soy. —Sonrió insensiblemente, manteniéndome fácilmente en
su sitio—. Y habría masacrado a los Sabuesos en un abrir y cerrar de
ojos si pensara que podía hacerlo sin que uno de ellos te disparara. —Me
apretó con más fuerza, mi columna se estrelló contra la pared, el ardor
me hizo sentir la necesidad. Podía sentir la cama de al lado golpeando
contra mí con un ritmo constante, sus gemidos empapando el aire,
haciendo crecer la tensión—. Si crees que no elegiría tu vida antes que
un puto diario… —La hoja cayó de su mano a la cama. Me agarró de los
muslos, levantándome de los pies, enroscando mis piernas alrededor de
su cintura—. Entonces no lo vas a conseguir, princesa. Este mundo se
haría trizas si te pasara algo.
El calor, la rabia y la violencia palpitaban entre nosotros.
Habría una carnicería.
Fue un solo latido.
Un momento suspendido, cargado de violencia y salvajismo.
Luego se rompió.
Con los dientes y los labios chocando, nuestras bocas se estrellaron.
Mordiendo. Chupando. Raspando. El beso fue brutal y despiadado.
Consumía y devoraba sin pensar ni preocuparse. Sus dedos se clavaron
en mi cabello, tirando y tirando, tomando el control mientras su boca
reclamaba la mía con furia.
La agresividad se apoderó del aire. En la habitación se respiraba el
deseo de destruir. De herir.
De castigar.
Con un gruñido profundo, me agarró las muñecas con una mano
empujándolas contra la pared por encima de mi cabeza, alineando
nuestros cuerpos, empujando mis pechos. El calor de su boca envolvió
uno de ellos, chupando hasta que hizo que mi núcleo palpitara como un
latido.
Con sus ojos puestos en mí, su lengua recorrió mi esternón,
lamiendo el rastro de sangre que había derramado.
Era primitivo. Crudo.
Al soltarme los brazos, mis dedos se dirigieron a su camisa,
rasgando lo que quedaba de ella como si fuera de papel. Mis uñas
arañaron su pecho, dejando más puntos de sangre y piel desgarrada. Un
profundo zumbido vibró desde su cuerpo. Mientras le arrancaba la tela,
sus músculos se flexionaron bajo su piel tatuada y su labio se alzó en un
gruñido feroz.
Me empujó contra la pared y su boca se apoderó de la mía. Me
incineró de dentro hacia fuera, quemando todos los pensamientos,
dejándome como un animal salvaje. Necesitando desgarrar a mi presa.
Ambos atacamos. Empujando, arañando, rascando.
Las manos invisibles, los dientes, las lenguas y los labios atacaron
con una pasión despiadada. No habría rehenes, sólo destrucción hasta
que sólo quedaran trozos de nosotros.
El falso grito de satisfacción del vecino se transformó en gemidos
de puro éxtasis, la cama golpeaba más fuerte.
Como si se tratara de animales encerrados en una jaula, Warwick y
yo fuimos liberados.
Desgarré sus pantalones empujándolos hacia abajo, tomando su
enorme circunferencia en mi mano y untando el pre-semen sobre la
punta, haciéndome palpitar tan fuerte por él que me dolía.
―Joder. ―Apretó los dientes, su palma rozando mi vientre, sus
dedos deslizándose por mi coño de forma implacable, produciendo un
gemido fuerte y desquiciado de mis labios.
Una mujer gritó desde la habitación de al lado, seguida de varios
gemidos de otros en la misma habitación. Oí a la gente en el pasillo
gemir de gratificación.
El placer que obtenían de nosotros no hacía más que agitar mi
cuerpo con más deseo.
Nuestras manos reales se exploraron, agarrándose y desgarrándose
para acercarse, queriendo tallar el uno en el otro, marcando y rompiendo
todo a nuestro paso.
―Warwick. ―La desesperación y la furia cubrieron mi tono.
Consúmeme.
Devórame.
Destrúyeme.
No me importaba. Quería que me dejara en cenizas.
Enganchándome más a la pared, se burló de mi entrada con su
punta, produciendo un gemido en mí.
―¿Me quieres dentro de ti? ¿Mi polla dentro de tu coño?
―Sí. ―Respiré, demasiado lejos para no suplicar.
No me dio ninguna otra advertencia antes de empujar dentro de mí,
mi boca se abrió en un grito silencioso. La electricidad ardió a través de
mis nervios, incendiando todo, arrancando el oxígeno de mis pulmones
mientras me llenaba.
Brutal y despiadado.
Placer máximo.
Dolor extremo.
Esto era aún más intenso que antes, como si se hubiera arrastrado
dentro de mí, incendiando todo.
Un rugido resonó en las paredes, la sensación lo destrozó a él
también, duplicando las sensaciones que crepitaban en mi sistema. Sentí
los deseos de ambos, haciendo que me ahogara en busca de oxígeno.
Se echó hacia atrás y penetró con vehemencia.
Grité, adaptándome a su tamaño, ahogándome en el éxtasis
abrumador mientras él volvía a bombear.
―Oh. Dioses. ―Sentí el fantasma de su lengua recorriendo mi
espalda, mordiendo y lamiendo mi culo. Sus dedos, que no estaban cerca
de mis pechos, me acariciaron los pezones, haciendo que mi columna se
curvara. Le devolví el ataque con el mismo vigor.
Me tiró del cabello y me echó la cabeza hacia atrás mientras me
penetraba aún más profundamente, con su duro agarre haciéndome
palpitar a su alrededor.
―¡Pokol! ―Demonios. Sus hombros se tensaron mientras mi yo
fantasma le lamía el muslo, llevándome sus pelotas a la boca y
chupándolas―. Mieeeeeeerda. ―Un profundo gemido brotó de su
pecho, con una chispa salvaje parpadeando en sus ojos.
Me sacó, dejándome caer de pie. Antes que pudiera expresar mi
queja, me tiró sobre el colchón boca abajo. Se quitó los pantalones y el
bóxer por los tobillos, mostrando su magnífico físico desnudo. Gruñó y
gruñó como una bestia mientras bajaba. Ya no era el hombre, sino el
mito.
El lobo.
Tirando de mis caderas hacia atrás, Warwick penetró
profundamente, golpeando cada nervio haciéndome aullar como una
salvaje.
No me importaba si el mundo entero lo escuchaba. No había más
etiqueta. Ninguna consideración.
Éramos monstruos y bestias. Indomables y salvajes.
La cama crujía y chirriaba bajo su asalto castigador.
―Este puto coño es mío ―retumbó. Brutalmente se introdujo en mí
como si no tuviera freno, arrancando fuertes gritos de mi boca―. Dilo.
Apreté los labios sin querer responder. Era mi forma de castigarlo a
cambio. Eso sólo aumentó su vigor.
―Dilo, princesa ―gritó, sus dedos se clavaron en mis caderas, el
sonido de su piel golpeando la mía.
Poseída por la necesidad, mi núcleo palpitaba hambriento de
liberación, pero infinitamente sediento de más. No quería parar nunca.
Me agarré a él y respondí a su pasión con la mía. El edificio retumbaba
con los ecos de él follándome viciosa e implacablemente, nuestra
ferocidad hacía que todos los que estaban fuera de esta habitación
sonaran frenéticos y enloquecidos, sumándose a nuestra sádica demanda.
La oscuridad se adentró en los bordes de mi visión, mientras mi
cabeza se descontrolaba. El sudor cubría mi piel mientras mi clímax
subía en estampida por mi columna vertebral, destruyendo todo a su
paso. No podía detenerlo, pero también sabía que no saldría de esto.
De todos modos, no sería la misma.
La cama raspó con dureza en el suelo, abriendo grietas en la
madera, antes que sintiera que el armazón cedía. Nos estrellamos con un
fuerte golpe, el impacto lo empujó con fuerza. Golpeó tan adentro que
un grito gutural estalló desde mis entrañas. La sensación de su roce en
mi pecho, en mi mente, me encerró con una carnalidad despiadada. Mi
núcleo se apretó alrededor de él. Implacable y castigador.
Dejó escapar un bramido maldito, atravesando todos los muros que
me quedaban en pie, atravesando mis entrañas y abriendo brecha en mi
alma.
Creía que había sentido placer antes, que había experimentado la
agonía.
Esto eclipsó y aplastó todo.
Fue como si me hubieran electrocutado desde dentro. El orgasmo
instantáneo que había provocado antes al invadir mis paredes no era
nada comparado con esto. El impacto de la sensación me arrancó de mi
cuerpo, me arrancó de la tierra.
Me convertí en partículas. Las motas del pasado y del presente
chocaron entre sí.
Sentí a Warwick dentro de mí en el mismo momento en que me
incliné sobre su cadáver durante la guerra de los faes, hace casi veinte
años. La sensación de la magia atravesó cada molécula de nuestros
cuerpos, uniéndonos a través del tiempo y el espacio. No podía sentir
ninguna diferencia entre entonces y ahora.
Un fuerte llanto de un bebé en la distancia, el poder envolvente de la
magia cantando a través de mis huesos. Podía oler el espeso y ácido olor
de la sangre y la suciedad debajo de mí, sentir el chisporroteo de la
magia en mi piel, saborearla en mi lengua. Oí el crepitar de los rayos, los
disparos de las armas, los gritos de la muerte.
Devolverle la vida mientras sentía nuestro clímax arder en mis
músculos me hizo ser todo y nada al mismo tiempo.
La vida y la muerte.
Penetró cada centímetro de mí por dentro y por fuera.
Poseyó. Saqueó. Quemó. Tomó. Y destrozó.
Cualquier otro habría sido una cáscara. Restos de su masacre.
Pero yo no era nadie. Yo era su demonio oscuro. Un ladrón. Un
luchador. Un verdugo.
Su salvador.
Asalté su carne, robé su mente y me apoderé de su alma. Robando
todo lo que pude mientras llegábamos al clímax, juntos. Chisporroteando
el aire como si un rayo fuera a golpearnos aquí. La energía se arremolinó
en la habitación, haciendo oscilar la tenue araña de arriba como si los
fantasmas hubieran sido convocados desde las cercanías, respondiendo a
nuestra llamada, agitando tanto a los vivos como a los muertos en
kilómetros. Sentí su fuerza, la energía enloquecida que se agitaba a
nuestro alrededor, aumentando la atmósfera febril.
Un rugido penetró en la habitación haciendo sonar las ventanas,
mientras él se agrandaba aún más, llenándome, marcando y reclamando
mi coño como suyo. Un agudo éxtasis me recorrió, derritiendo mis
músculos.
Su cuerpo cayó sobre el mío mientras nos desplomábamos sobre el
colchón, con la cama hecha pedazos a nuestro alrededor. Su polla seguía
palpitando dentro de mí sin terminar de soltarse, llenándome más,
quemándome, como si se asegurara de grabar su propio ser en mí.
No había una suave bajada de la euforia, una liberación que te
dejaba dulcemente dormida y sedada. Esto se sentía como una guerra.
Como si hubiera salido de las trincheras, magullada y golpeada, pero
vibrando con vida. Ardiendo en fuego. La energía se movía dentro de
mí, inyectando poder a cada molécula de mi cuerpo. Era una euforia que
nada más podía alcanzar.
El placer no dejaba de recorrerme. Mi cuerpo se agitó
violentamente; nuestra energía se enredó y luchó entre sí, como cuernos
cerrados, sin querer separarse el uno del otro. Golpeando y golpeando el
uno al otro hasta la muerte sangrienta, ninguno de los dos cediendo.
―Sotet démonom. ―Mi demonio oscuro. Un gruñido profundo se
hundió en mi oído, sus caderas se balancearon por última vez. Como si
no me hubiera aniquilado lo suficiente, el poder de ese nombre convirtió
en polvo la última parte de mi defensa.
Volví a correrme con un fuerte espasmo, un ruido que brotó de mis
entrañas, mi cuerpo se agarrotó.
Mi vista se oscureció.
―Joder, princesa ―retumbó su voz ronca, haciéndome recuperar la
conciencia. No tenía idea de cuánto tiempo me había desmayado.
Podrían haber sido segundos o minutos. El tiempo ya no parecía
importar ni tener sentido.
Su boca patinó por mi nuca. Me encantaba su peso sobre mí, nuestra
piel pegajosa de sangre, sudor, cortes y moratones.
Se sentía como el cielo.
Torcí el cuello para mirarlo de nuevo. Su mirada no había perdido
nada de su hambre. En todo caso, vi más entusiasmo en sus ojos. Me
agarró de la barbilla y me besó profundamente.
Warwick nunca era dulce o gentil, pero esto se sentía diferente a
todos los demás, no había duda en ello. No se preguntaba qué había
entre nosotros. El vínculo que nos unía se había tejido y enredado
completamente. No habría que desatarlo, ni romperlo.
No es que tuviéramos una idea de lo que significaba o de lo que yo
era, pero por el momento... estaba en casa.
Rompiendo el beso, se apartó de mí. Refunfuñé ante la pérdida, al
vacío que sentí cuando se deslizó fuera de mí poniéndose de pie.
Agarrando la cómoda, se sacó a sí mismo de los restos. Sus dedos se
aferraron a la madera y sus piernas se hundieron debajo de él, sin estar
preparado para levantarse.
Warwick soltó una risa oscura. ―Como un maldito recién nacido.
―Le tembló la mano, recogió la botella de licor intacta del suelo y se
dejó caer en el sillón con respaldo. Estaba desnudo, golpeado, sucio,
peligroso, enigmático y muy sexy: me dejó sin aliento.
Se tragó un enorme trago y dejó escapar un sonido áspero antes de
tendérmela.
Me giré sobre un lado y me tapé con una sábana mientras cogía la
botella de su mano. Me dolían todos los músculos, me palpitaban todos
los huesos; mi cerebro y mi cuerpo eran mantequilla derretida. Al mismo
tiempo, nunca me sentí más viva o poderosa. Como si el acero líquido
llenara mis venas.
Al engullir un trago, el ardor encendió una cerilla en mis ya
abrasadas entrañas. Sacudí la cabeza ahogando el áspero líquido. Le
devolví el trago y le vi beber otro.
La conexión que nos unía se había profundizado. Podía sentir los
hilos moviéndose y enroscándose entre nosotros, como un cable vivo.
Como si se tratara de un sentido más; junto con la vista, el olfato, el
gusto, el tacto y el sonido. Siempre había estado ahí, pero ya no estaba
en segundo plano. Estaba presente y viva.
Sentí con claridad el muro que él intentaba levantar para
distanciarse de la sensación que lo consumía. Estaba aún más
concentrado que nuestra primera vez en Praga. Comprendí por qué lo
deseaba. Yo deseaba hacer lo mismo. No sólo porque era intenso, sino
porque era abrumadoramente normal.
Para gente como nosotros, especialmente para él, algo tan íntimo no
era ordinario ni siquiera deseado.
―Realmente hicimos un desastre. ―Me lamí los labios saboreando
los restos de whisky y de él, mis ojos se movieron alrededor. El marco
de la cama estaba hecho pedazos. Un espejo, un cuenco de agua y un
cuadro estaban destrozados. Una lámpara yacía rota con la ropa
desparramada. Esta habitación era un campo de escombros. La habíamos
destruido.
―Kitty se va a enfadar mucho contigo.
No respondió, tragando más licor con la mirada puesta en la pared.
Pasaron más segundos.
―Puede que esta vez te eche de verdad.
―Déjate de cháchara, princesa ―refunfuñó tomando otro trago,
tendiéndomelo―. ¿Qué coño ha sido eso?
Dudé con mi respuesta, sólo se me ocurrió una. ―Nosotros. ―Me
encogí de hombros, le arrebaté la botella y bebí un trago. No se me
ocurría ninguna otra respuesta a lo que nos unía cada vez más. Las
visiones, los espíritus que se congregaban cerca de nosotros, el hecho de
que pudiéramos introducirnos el uno en el otro y visitar el pasado.
―Nosotros ―resopló por la nariz, no era realmente una pregunta.
Su cabeza se inclinó hacia atrás en la silla, perdido en sus pensamientos.
Teníamos esa conexión que nos unía, pero me di cuenta de lo poco
que sabía realmente de él. Sabía cómo había muerto, sobre su hermana y
su sobrino, que su madre había sido prostituta y que él había crecido en
un prostíbulo. Oh, mierda. La vergüenza coloreó mis mejillas. Mi dura
actitud con Rosie era también un insulto a su madre.
Mis dedos hurgaron en un agujero de la sábana raída.
―Lo que dije antes... No lo decía en serio. ―Me aclaré la
garganta―. Estaba enojada. Estaba dolida. Me equivoqué.
― ¿Brexley Kovacs admitiendo haberse equivocado? ―Dio un
trago al licor marrón.
Mis labios se levantaron. ― ¿A ti? No, te mereces mi ira, imbécil.
―Resopló ante mi respuesta―. Pero para ella... sí.
― ¿A alguien como tú, llamándoles la atención sobre lo que en el
fondo ya creen de sí mismos? ―Su cabeza se volvió hacia la ventana―.
Eso consolida su valor en este mundo; cómo se les mira y se les trata. A
nadie le importa encontrar al asesino de una puta. Ella se lo merecía,
¿verdad? Ella misma se puso en esa posición... Cuando los que están en
el poder son los que los obligaron a esta vida. Les quitan todo; la única
opción que tienen es vender sus cuerpos para alimentar a sus hijos. ¿Y
conseguir un supuesto trabajo respetable en una fábrica? Trabajas nueve
veces más, matándote cada día por menos de la mitad de la paga. Este
mundo está tan al revés y jodido.
Mantuvo la voz uniforme, pero oí la emoción bajo sus palabras, la
ira y la frustración.
―Me dijiste que naciste en un burdel y que ella murió cuando
tenías diez años, ¿verdad?
Gruñó en señal de acuerdo.
― ¿Qué pasó después de eso? Diez años es muy joven para estar
solo. Eras un niño.
Se quedó callado tanto tiempo que creí que iba a evitar mi pregunta,
pero bebió otro trago y exhaló profundamente.
―Nunca fui un niño. Nunca me di el lujo. Cuidé a los hijos
bastardos de otras mujeres en el burdel. A los seis años, ya me dedicaba
a robar comida, medicinas y dinero para mantenernos a flote. Más
presión recayó sobre mis hombros cuando llegó mi hermanastra. Cuando
mamá murió, mi hermana era una bebé. Una mujer la acogió para
criarla, pero no me quisieron. Demasiado salvaje y viejo. ―Exhaló,
sorbiendo más. No quería decir nada. El alcohol le estaba soltando la
lengua, lo que era más que raro.
―Como era tan rápido y escurridizo, prosperé en las calles,
construyendo una banda de otros inadaptados huérfanos y no deseados.
Allí conocí a Ash y a Janos-Kitty. Éramos inseparables, cada uno de
nuestros talentos nos hacía más fuertes. Cuando llegamos a la
adolescencia, ya dirigíamos las calles y controlábamos nuestra zona de
la ciudad. A los veinte años, teníamos el control de toda la ciudad. Pero
con el poder vienen los enemigos y la gente que hará cualquier cosa para
quitártelo. Los intentos de asesinato eran constantes y, como los tiempos
cambiaban y este país estaba en manos de dictadores humanos, nos
fuimos. Nos desplazamos por todo el mundo, luchamos en guerras, nos
apoyamos en lo bueno y en lo malo. Y, cuando volvimos, viejos y
nuevos enemigos querían asegurarse que no encontráramos un lugar en
él o querían utilizarnos para poner su propio pie en la puerta.
Bebiendo otro tercio, me devolvió la botella.
―Killian fue uno de los que ascendieron. Me contrató en secreto
para eliminar a unos cuantos hombres que sabía que eran traidores y
espías en su propia facción. Era muy buen dinero, así que lo hice.
―Fue entonces cuando los otros vinieron por ti.
Asintió.
Y durante la batalla de los faes, Warwick fue asesinado por esos
hombres. Había visto lo que le habían hecho. Y después de volver a la
vida, siguió a cada uno de ellos y los masacró hasta que lo atraparon y lo
metieron en Halálház... la prisión de Killian.
―Y Killian te mete en la cárcel por algo para lo que te contrató.
―Mi garganta ardía por el alcohol barato mientras mi cuerpo se
calentaba.
―Políticos para ti. ―Sonrió con desdén―. La mayoría quería mi
cabeza, así que pensó que meterme en la cárcel haciéndome espiar para
él mientras me daba beneficios y más libertades que a los demás, era un
intercambio muy considerado.
Resoplando, me restregué la sien. Encajaba perfectamente con el
hombre que llegué a conocer en el palacio. Astuto, calculador y
extrañamente justo dentro de los parámetros de su objetivo. Killian no
mataba por matar ni hacía algo que no le beneficiara. Era razonable,
incluso amable; pero si lo traicionabas, iba por tu talón de Aquiles, por
lo que darías la vuelta al mundo.
Como una hermana y un sobrino.
―¿Crees que el diario nos dirá algo sobre el néctar? ―Warwick se
quedó mirando, su evidente cambio de tema no pasó desapercibido.
―Espero... o quizás algo sobre mí. Lo que soy.
Su cabeza se volvió en mi dirección. ―Lo que eres... es mía... Sotet
démonom. ―Sus ojos turquesa flamearon con una actitud posesiva.
No importaba cuántas veces me llamara su demonio oscuro,
afectaba a mi cuerpo con un deseo urgente.
Su sombra me acarició los pechos con la lengua, los dedos
recorrieron mi vientre hasta llegar a mi coño, derritiendo mi cerebro
hasta convertirlo en aguanieve. Ahora lo necesitaba.
Dejé la botella en el suelo y me puse de pie, dejando caer la sábana
sobre el colchón. Con mi atención puesta en él, me dirigí con confianza
hacia donde estaba sentado.
― ¿Es así?
Pude distinguir el calor que subía en él, sus ojos rastreando mi
cuerpo desnudo, su lujuria rozando mi piel. Sus ojos se desplazaron
hacia abajo, su deseo lo endureció al instante, haciéndome sonreír.
―Y yo que pensaba que no era tu tipo, Farkas. Demasiado flaca y
huesuda.
Una sonrisa malvada se asomó a un lado de su boca. ―Supongo que
eso ha cambiado. ―Me agarró de los muslos y me metió entre sus
piernas.
―O has mentido.
―Eso también. ―Una sonrisa pícara le hizo brillar los ojos―.
Parece que ahora no tengo interruptor de apagado.
Sus dedos recorrieron distraídamente mis caderas y mi culo, sus
cejas se fruncieron en señal de reflexión. ―Esta vez, se sintió muy real.
―Movió la cabeza inclinándola hacia atrás en la silla―. Estaba de
nuevo en el campo, podía oler la magia, sentir la suciedad y la sangre.
Estaba follándote en el campo y también aquí dentro. Baszni... Sentí que
volvía a la vida en el mismo momento en que me corría dentro de ti.
Mis mejillas se calentaron mientras mi cabeza rebotaba en señal de
acuerdo. Extendí la mano y le recorrí la mandíbula, con su gruesa piel
que me hacía cosquillas.
―¿Cómo pude sentir a los muertos aquí en esta habitación? ―Sus
párpados se estrecharon―. Sentirlos en el pasado... no había ninguna
diferencia. ¿Cómo es posible?
Exhalé encogiéndome de hombros, sin tener ni idea.
―Esto no es natural, ni siquiera para el mundo de los faes. ―Su
palma callosa siguió explorando mi piel, y la excitación volvió a
recorrerme―. Incluso con la más rara de las magias, esto no debería ser
posible.
Inhalé con fuerza cuando su tacto se deslizó hacia abajo, rozando
mis pliegues, su erección respondió a mi excitación.
―No eres normal ―exhaló en un susurro, dejando caer el deseo en
cascada sobre mí como una lluvia.
―Tú tampoco lo eres.
Sonrió, con las palmas de las manos agarrando mis caderas,
inclinándose hacia mí. Su boca se unió a sus dedos, arrancando un jadeo
de mis pulmones. Tirando de una de mis piernas en la silla, abriéndome,
su lengua me separó, su otro brazo tirando de mí más firmemente hacia
él.
―Oh... dioses... ―Mi cabeza cayó hacia atrás, mis pulmones se
apretaron.
―Supongo que los dos somos bichos raros ―murmuró contra mí
antes de devorarme con feroz aptitud.
Los gritos y ruidos que salían de mí no parecían humanos. Mi
cuerpo temblaba y se convulsionaba. Ya no podía respirar, la negrura
salpicaba mi visión. Mi ansia de liberación me volvía frenética y
enloquecida. Justo cuando sentí que estaba a punto de hacerlo, me agarró
de la cintura, tirando de mí sobre su regazo, y me golpeó contra él.
―¡JODER! ―Un profundo bramido resonó en el aire, y no sabía si
era de él o de mí.
Todo se oscureció mientras estallaba en fragmentos.
―¡Levántense los dos! ―Una voz crujiente me sacudió de un
profundo sueño, sintiendo mi cuerpo como si estuviera envuelto en el
capullo más delicioso.
Mis ojos se abrieron de golpe; la luz de la mañana bañaba la
habitación. Los dolores se agitaron en mis músculos en cuanto me
desperté. Tumbada en mi estómago, un cuerpo enorme cubría a medias
el mío, con las piernas y los brazos enredados. Su polla estaba dura
contra mi culo, nuestra piel desnuda se rozaba, su olor embriagador me
envolvía. No quería moverme.
―¡Ahora!
Parpadeando, levanté la cabeza para ver a Kitty de pie en la puerta,
con una expresión tensa de disgusto. Era regia en su molestia.
Seguí su mirada mientras se deslizaba por la habitación, posándose
en todos los objetos ahora destruidos con la nariz encendida.
¿Cuándo rompimos la silla? Mi mente trató de recordar, pero no
recordaba nada después que Warwick me empujara. ¿Cuándo me llevó
de nuevo a la cama? ¿Qué quedaba de ella, de todos modos?
Warwick gimió en mi cuello, su cuerpo se estiró sobre el mío, su
polla se hundió más en mi culo obligándome a morderme el labio.
―Kitty... ―murmuró abriendo los ojos con un tono lleno del
encanto que usaba con ella.
―Ne szarozz velem, Warwick. ―No te metas conmigo. Su voz era
baja y controlada―. La única razón por la que no te estoy echando de
aquí para siempre es por el resultado de... ―Su mano manicurada nos
señaló―. De lo que sea que ustedes dos generaron, que realmente no
quiero saber. ―Sacudió la cabeza con la mano levantada como una
barrera―. Los clientes pagaron el triple de lo normal anoche.
―¿Ves? ―Warwick se frotó la cara rodando sobre su espalda―.
Deberías darnos las gracias.
―¿Darles las gracias? ―La voz de Kitty se tensó, sus hombros se
levantaron―. Han demolido esta habitación. Otra vez.
―Nunca había destruido esta habitación.
Ella aspiró bruscamente. La sonrisa traviesa de Warwick creció;
disfrutaba sacándole punta.
Sus párpados se cerraron brevemente y respiró lenta y
profundamente. ―Gracias al doctor Laski, el bandido sigue vivo.
Apenas. ―Sus tacones chasquearon al darse la vuelta con la mano en el
pomo de la puerta―. Será mejor que te des prisa mientras siga despierto
y respirando.
La puerta se cerró de golpe.
Me senté encogiéndome por los moretones y el dolor. No sólo
follamos duro, sino que nos jodimos.
―Parece que te clavaron en una pelea, Kovacs. ―Warwick sonrió
señalando los moretones de mi cara apartando la sábana de mi figura,
golpeando las claras huellas dactilares que marcaban mis caderas―. O
simplemente clavado.
Divertida, miré la sangre aún seca alrededor de su nariz, su labio
hinchado y los cortes que lo cubrían. Nos encantaba. Era un juego previo
para nosotros. Empujar las barreras. Caminar por la línea de la
sensualidad y la tortura.
―Parece que te ha pateado el culo una chica, Farkas.
―Y, joder, fue divertido. ―Se pasó los brazos por detrás de la
cabeza con la mirada fija en mí. Unos dedos invisibles me rozaron el
centro, los dientes me mordieron el cuello.
Mis piernas se abrieron al instante, un jadeo gutural se escapó de
mí.
―Para. ―Apreté los dientes y lo miré fijamente―. Tenemos que
irnos.
Sus cejas se alzaron.
―Tengo que hablar con este tipo. Puede que no permanezca
consciente mucho tiempo.
Warwick suspiró cediendo con un movimiento de cabeza,
frotándose la cara. En el momento en que lo hizo, mi cuerpo quiso
golpearme en el rostro por impedir lo que podría haber sido otro
orgasmo mítico. Era una maldita idiota.
Refunfuñando para mis adentros, busqué una prenda de vestir tirada
en el suelo esperando que fuera algo que pudiera ponerme. Necesitaba
una ducha más que nada, mi piel pegajosa por la suciedad, el sudor, el
sexo y la sangre; pero el rehén era la prioridad. Todo podría depender de
recuperar el diario.
Al levantar una braga, dos enormes ojos oscuros me miraron.
―¡Mierda! ―Di un salto y me tapé la boca con la mano cuando me
di cuenta―. ¡Oh dioses, Bitzy!
Chirridoooooo. Un pañuelo azul oscuro se anudaba alrededor de su
cuello cubriéndola como un muumuu. Comía algo con sus enormes
orejas bajas y su cabeza girando como si se balanceara al ritmo de la
música.
―Me alegro mucho que estés bien. ―Mi brazo cayó, el alivio se
derramó fuera de mí―. ¿Dónde está Opie? ―Miré a mi alrededor en
busca de él.
Ladeó la cabeza, se le escapó un sonido de arrullo.
No hay dedo medio, ni chirridos profanos hacia mí.
―Ah, joder... estás colocada otra vez.
Chirridoooooo. Continuó masticando algo.
―¿Qué tienes en la boca? ―Mis manos fueron a mis caderas―.
Escúpelo.
Ella negó con la cabeza.
―Escúpelo. ―Me agaché en cuclillas para extender la mano, pero
ella ya había abierto la boca dejando que la sustancia negra salpicara el
suelo.
Eso no eran setas.
―¿Qué demonios es eso?
―Parece que alguien ha encontrado una caja de tabaco. ―Warwick
resopló, poniéndose un pantalón que tenía en la cómoda.
―Bit-zy. ―Me pellizqué la nariz. El rapé era tabaco puro que
lanzaba una inyección directa de nicotina por las venas. Un zumbido
agradable que atenuaba un poco la nitidez de la realidad. Para los ricos y
los pobres, se había vuelto a poner de moda en los últimos diez años. Era
un subidón barato y fácil. ¿Y para algo tan pequeña como ella? El
subidón debía ser triple.
Se puso de culo y empezó a recoger el tabaco de nuevo.
―Eww. No. ―Le moví el dedo.
Su frente se arrugó. Ignorándome, volvió a metérselo en la boca.
―Qué asco. ―Suspiré―. ¿Dónde está Opie?
Ella parpadeó un par de veces antes que su brazo se levantara,
señalando por encima de mi hombro. Girando, miré hacia la mesita de
noche.
De pie, me acerqué a ella sacando el cajón.
Una risa ahogada salió de mi boca.
Desmayado y tumbado de espaldas, Opie llevaba un pequeño
pañuelo azul alrededor del cuello como Bitzy. Llevaba el pecho desnudo
y un trozo de cuero recortado con el que se había hecho unas chaparreras
que, afortunadamente, le cubrían la zona delantera. Tenía tatuajes de
perros en el brazo y el pecho.
Roncando, masticaba distraídamente algo mientras dormía, sin duda
tabaco.
―Por sus atuendos, parece que tus mascotas han sido iniciadas en
los Sabuesos. ―Warwick se rio a mi lado, tirando de una camiseta.
Mi cuerpo respiró aliviado. Al menos estaban bien. Borrachos de la
cabeza, pero bien.
―Vamos, tenemos que bajar las escaleras. ―Warwick volvió al
vestidor lanzándome una de sus camisas extra dirigiéndose a la puerta.
Me vestí apresuradamente y luego lo seguí.
―No más tabaco, Bitz ―le ordené mientras cerraba la puerta.
¡Chirridoooooo! Los dedos volaron en el aire.
Estaba bastante segura de que no era un ¡Por supuesto! Que tengas
una buena mañana, lo que me hizo sonreír.
Ahí estaba mi chica.

El bandido estaba sentado en lo alto de la almohada, con la mirada


perdida en el techo, su piel grisácea y sudorosa. Si no fuera porque su
pecho se movía arriba y abajo, habría pensado que era un cadáver.
El Dr. Laski se levantó en cuanto entramos. ―Sobrevivió a la
noche, lo que fue un shock. ―El doctor miró a su paciente―. Más duro
de lo que parece. ―Se volvió hacia nosotros―. Está lúcido... aunque no
puedo decir por cuánto tiempo ni que vaya a estar muy comunicativo.
No me ha dicho una palabra ni ha respondido a ninguna de mis
preguntas.
―Yo me encargaré desde aquí. ―La profunda voz de Warwick
retumbó en voz baja. Los ojos del bandido se desviaron del techo a
Warwick por un momento, su garganta se tambaleó.
Sí, sabía exactamente quién era Warwick.
―Hay que cambiarle los vendajes pronto.
―Avísale a Kitty. Ella hará que alguien lo haga. Necesitas
descansar. ―Warwick palmeó el brazo del médico.
Laski bajó la cabeza y salió de la habitación dejándonos a solas con
el ladrón.
No nos miraba, pero estaba al tanto de cada movimiento que
hacíamos, sus músculos se tensaron cuando Warwick se acercó
sentándose casualmente en la silla como si estuviera visitando a un
amigo. Sentí que Warwick dejaba estratégicamente que el silencio
llenara la habitación, construyéndolo hasta que fuera palpable. Una
amenaza en el aire. Una advertencia de que su despreocupación era tan
mortal como la leyenda.
―Adelante, princesa. Esto es lo tuyo. Yo sólo soy el caramelo sexy
del brazo aquí. ―La sombra de Warwick se paró a mi lado, moviendo la
barbilla hacia el hombre.
―No juguemos. Estoy demasiado cansada para tonterías, y aún no
he tomado mi café. ―Mis botas rozaron el suelo dando un paso
adelante. La mirada del hombre se dirigió a mí y luego volvió a
levantarse, con un brillo de fastidio en sus ojos, como si yo no fuera
nada en lo que perder su tiempo. Tenía pocas dudas de que lo único que
veía era una mujer humana. Dos cosas a las que la gente no parece dar
mucho valor en esta sociedad. Él no sabía que yo era como la cicuta de
agua: parecía frágil y hermosa, pero era violentamente letal.
―Tus amigos me robaron algo. Algo que necesito recuperar. ―Me
crucé de brazos y me cerní sobre él―. Dime dónde está tu escondite o
dónde encontrar a tu banda.
No hubo respuesta.
―Me importan una mierda tú o los Sabuesos. Necesito que me
devuelvas mi mochila. No tiene ningún valor para ti.
Todavía nada, no es que esperara que hablara tan fácilmente.
Avanzando con un gruñido, me acerqué a su herida empujando el
vendaje ensangrentado de su estómago, hurgando en la herida de bala.
Un gruñido gutural salió de él, con la mandíbula apretada y la nariz
resoplando de agonía.
―¡Dime! ―Me acerqué a su cara.
Escupiendo y resoplando con los ojos llorosos y el sudor
cubriéndole la piel, apretó más los dientes en señal de desafío.
Le pinché más, y la sangre fresca empapó sus placas. Parecía a
punto de desmayarse por el dolor.
―Jódete, perra ―gritó con la saliva escurriendo por su barbilla. Oí
un acento muy leve en su voz, pero no pude ubicarlo.
Warwick se movió, cortando delante de mí, su mano ahogando al
hombre, tirando de él hacia su cara.
―Ella es la única razón por la que estás vivo. Quería ver a las
hienas desgarrarte, arrancarte la carne de los huesos mientras aún
respirabas. ―El hombre de la muerte, con los dientes al aire, cobró
vida―. Vas a decirle todo lo que necesita saber, o usaré tus venas para
limpiarte los dientes. Sabes quién soy, y los rumores... son todos ciertos.
Un destello de miedo bailó en sus ojos antes de ocultarlo, su propio
labio curvado. ―No te voy a decir una mierda, imbécil. Mátame.
La furia recorrió a Warwick, sus hombros se hincharon. Lo haría.
Mi boca se abrió para detenerlo cuando la puerta se abrió. Rosie
entró con un cuenco de agua y vendas.
―Kitty me pidió que volviera a vendar... ―Se detuvo en seco, sus
ojos se posaron en el hombre de la cama. El cuenco que tenía en las
manos se estrelló contra el suelo astillándose en pedazos, y su piel de
alabastro palideció. Su rostro era una máscara de terror y conmoción, sus
ojos azules nadaban de miedo.
Se me hundió el estómago, y mi mirada volvió a dirigirse a él. Su
atención ya no estaba en Warwick, sino enteramente en ella, con la
incredulidad ampliada como si hubiera visto un fantasma.
―Vincent... ―susurró en voz tan baja que casi se me escapa.
―¿Ni-Nina? ―Su voz tropezó y graznó.
Como si el nombre le hubiera dado una bofetada en la cara, se echó
hacia atrás, con el pecho agitado y la cabeza temblando.
―Nina, ¿qué estás haciendo aquí? No puedo creer esto... Me
dijeron que habías muerto. ―Su brazo se levantó, extendiéndose hacia
ella.
Su mirada estaba llena de adoración y confusión.
La de ella estaba llena de miedo y odio.
―¿Rosie? ―Toqué su brazo, haciendo que se centrara en mí―.
¿Qué está pasando?
Respiró entrecortadamente, sus hombros se echaron hacia atrás y
sus ojos se encontraron con los míos.
―Este hombre... ―Tragó, apretando la boca―. Es mi marido.
―¿Qué? ―Me quedé boquiabierta, mi memoria se tambaleó a
cuando me habló de él.
―Me vio en una obra de teatro, vino a la puerta de atrás cada
noche durante una semana con flores y promesas. Era encantador, y yo
era joven. Pensé que era amor. Buscaba un escape de esa vida sin
dinero y pensé que él lo era. Él era todo lo contrario.
―Lo siento mucho.
―No te preocupes, cariño. Hace tiempo que se fue, y no podría ser
más feliz.
―¿Está muerto?
―Uno puede esperar. Desapareció hace años después de que uno
de sus negocios saliera mal. Estaba metido en un montón de cosas
turbias, siempre tratando de encontrar la manera rápida y fácil de
hacer dinero, que por lo general iba en sentido contrario. Tenía muchos
enemigos. Me dejó un montón de deudas de hombres realmente malos.
El mismo hombre que la obligó a una vida de prostitución para
pagar su deuda era un pistolero de la banda más temida de las Tierras
Salvajes.
―¿Nina? ―Su voz se quebró mientras seguía acercándose a ella.
La conmoción y el terror desaparecieron; la mujer fuerte que
conocía levantó la cabeza.
―Nina está muerta. No quiero oír nunca ese nombre en tus labios.
Nunca más. ―Fría y firme, su expresión se trabó con una furia
burbujeante.
―No entiendo... ¿Qué estás haciendo aquí? Esto es un prostíbulo.
―Sí, lo es. Y tú eres la razón por la que estoy aquí ―gruñó―. Pero
ha sido lo mejor que me ha pasado. Mi vida anterior era la verdadera
esclavitud, obligada a cocinar, limpiar, ser la perfecta esposa recatada,
vestir bien, hablar bien. Ser tu saco de boxeo cuando te emborrachabas,
y abrirme de piernas para un pésimo polvo. ―El fuego brotaba a través
de cada palabra, su figura se acercaba a la cama―. Ahora me pagan por
follar con un sinfín de hombres... durante toda la noche. ¿Cada delicioso
orgasmo que solía fingir contigo? Me echan dinero en la mano por ellos.
Finalmente soy quien quiero ser. Soy libre de ti. ―Ella se dio la vuelta,
marchando fuera de la habitación.
―Espera. Nina… ―Intentó sentarse cayendo de nuevo, tosiendo,
débil por su herida y la pérdida de sangre.
Warwick me miró, con una pregunta en los ojos.
Bueno... joder.
Mi objetivo seguía sin cambiar: necesitaba el diario de mi padre.
Pero al volverme hacia Vincent, la rabia por lo que le había hecho a mi
amiga me hizo arder la sangre. Quería destrozarlo por el dolor y la
agonía que le había causado, por obligarla a esta vida.
Un ruido se retorció en mi garganta, mi temperamento se apoderó
de mí. Me abalancé sobre él, con las manos ya balanceándose, dispuesta
a romperle todos los huesos del cuerpo.
―Whoaaaa... ―Warwick me agarró por la cintura en un abrir y
cerrar de ojos, tirando de mí hacia atrás―. Tranquila.
―Suéltame. ―Me contoneé hacia delante, dando un fuerte
puñetazo en la cara de Vincent antes que Warwick me levantara,
arrastrándome hasta la esquina.
―Cálmate. ―Me colocó en el suelo, de pie frente a mí, bloqueando
mi camino. Sus manos me rodearon el rostro, y su cuerpo nos sumergió
en nuestro propio mundo―. No conseguirás ninguna información de un
hombre muerto.
―Puedo intentarlo.
Sonrió, disfrutando de mi fuego. ―Deja de ponerme la polla dura,
Kovacs.
Puse los ojos en blanco con un resoplido, mis hombros se relajaron.
―No te voy a decir nada. ―Vincent resopló detrás de nosotros,
volviéndonos hacia él, con la cara empapada de sudor―. Sólo hablaré
con mi mujer.
―Ni hablar, faszszopó. ―Chupapollas, escupí, Warwick agarrando
mis brazos para mantenerme en el sitio―. No dejaré que te acerques a
ella de nuevo.
―Entonces no tendrás nada. ―Su pecho dio un espasmo, la sangre
salió a borbotones de su boca―. Y nunca los encontrarás. Te lo
prometo. ―Respiró agónicamente―. Quiero ver a mi mujer.
―No tenemos muchas opciones ―dijo Warwick a través del enlace,
manteniendo la conversación en privado.
―¡Él la golpeaba! No... de ninguna manera. ―Mi cabeza tembló.
―¿Cuál es nuestra otra opción? Estos tipos tienen fama por una
razón. Nadie ha sido capaz de encontrar su escondite. ¿Qué tanto
quieres recuperar el diario?
Joder. Mis párpados se cerraron, sabiendo la respuesta a eso.
Odié lo que iba a pedirle que hiciera. Negociar con su abusador.
Hirviendo, salí de la habitación dando un portazo. Rápidamente
encontré a Rosie en el salón principal mirando por la ventana. La
mañana se abría paso entre los edificios; los rayos del sol entraban
tenuemente, la luz temprana mordisqueaba las frías sombras. La casa
estaba silenciosa y quieta. Los clientes ya se habían ido y los
trabajadores dormían.
Me acerqué a ella en silencio, mientras el suelo de madera crujía
bajo mis pies. Sus labios se fruncieron, pero no se volvió hacia mí.
―¿Rosie? ―Mi voz sonó tímida y cruda en la habitación vacía.
Como no respondió, repetí su nombre―. Rosie...
Dejó escapar un resoplido seco, bajando la cabeza. ―¿Sabías que
Rosie era el nombre de un personaje que interpreté? Fue mi mejor
actuación. ―Resopló, rozando su mejilla―. Fue justo cuando conocí a
Vincent. Fui la estrella del círculo teatral. La querida ingenua. ―Se
limpió la otra mejilla―. Todo el mundo me decía que estaba destinada a
la fama. Realmente creía que sería una actriz famosa en Londres o en
Broadway en Estados Unidos. ―Un grito ahogado se separó de sus
labios.
Como no se me da bien consolar a la gente, me quedé callada
escuchando su historia.
―Ahora mírame. ―Se señaló a sí misma, todavía con un corpiño
de encaje y una bata de seda―. El único papel que interpreto es el de la
rosa inglesa, la puta.
―No eres una puta. ―Sacudí la cabeza.
―Eso es todo lo que soy. ―Se enfrentó a mí con lágrimas en la
cara―. Creo que eso es todo lo que he sido de una forma u otra.
―Volvió a mirar por la ventana―. No puedes quedarte ahí y decirme
que no es verdad; incluso tú lo crees. ―Una porción de rabia y
resentimiento se adhirió al final de sus palabras.
―Eso no es cierto. ―Me crucé de brazos, apoyándome en el cristal
de la ventana―. Lo que dije anoche... estaba equivocada. Muy
equivocada. Asumí algo, que no era cierto, y te ataqué por ello. No quise
decir las cosas crueles que dije. Lo siento profundamente.
―¿Qué asumiste? ―Me miró de soslayo.
Me mordí el labio. ―Yo, ummm... Pensé que... tú y Warwick
habían estado juntos. ―Me encogí ante la afirmación―. Que te lo
habías follado.
Sus ojos se desorbitaron, su mandíbula se abrió; una risa aullante
salió de ella. Se tapó la boca, agachándose.
―Oye, no es tan gracioso. ―Podría suceder. Quiero decir, la chica
era impresionante y magnética. Se podía ver por qué era tan adorada en
el escenario y tan deseada aquí.
―¡Sí, lo es! ―Se abanicó los ojos. Otra ronda de risas salió antes
que se calmara―. Oh, cariño, ¿qué te hizo pensar eso? ―Porque él me
lo hizo creer. La idea que me hizo llegar a esa conclusión a propósito
todavía me alimentaba. Pagaría por ello―. Primero, nunca te haría eso,
no importa lo jodidamente caliente que esté. Y, segundo, si tuvieras
alguna idea de cómo te mira. Actuando a tu alrededor. Es tan evidente lo
que siente por ti. Todos lo vemos... joder, lo sentimos. Creo que la gente
incluso en Estados Unidos lo sintió anoche. ―Hizo un gesto hacia
fuera―. Gracias, por cierto. Mi cliente me regaló unos pendientes de
diamantes y el triple de lo que pedía... y tuve el orgasmo más
estremecedor de mi vida.
Me moví sobre mis pies incómoda, todos podían sentirnos cuando
estábamos juntos. Experimentarlo con nosotros.
―No te avergüences. ―Ella levantó la ceja con timidez―. No
quiero saber cómo es posible que ustedes creen eso, pero cariño, si follar
con ese hombre es la mitad de lo que experimentamos aquí, deberías
estar cantando en las nubes en algún lugar. Sé que lo haría. Me
impresiona que estés caminando esta mañana.
Resoplé, con la palma de la mano peinando mi cabello hacia atrás,
sabiendo que aún estaba cubierta de él, por dentro y por fuera. ―De
nuevo, lo siento. Lo que dije fue cruel. Y no es así como te veo. Tal vez
antes de venir aquí, mi mente se limitaba a lo que creía que era el bien y
el mal, pero tú me has cambiado. Llegar a conocerte... me abriste los
ojos, te convertiste en una de mis amigas más queridas. Y para mí, eso lo
significa todo.
Sus pestañas se agitaron de emoción. ―Para mí también. ―Me
abrazó, intentando no llorar de nuevo, pero no lo consiguió. Se apartó,
secándose las lágrimas de nuevo―. No puedo creer que esté aquí. Una
parte de mí esperaba que estuviera realmente muerto.
―Es parte de la banda, los Sabuesos.
―¿Los Sabuesos? ―espetó, su reacción me dijo que sabía
exactamente quiénes eran. No hay muchos que no lo sepan en Tierras
Salvajes. Se habían hecho infames, incluso en Leopold―. ¿Vincent
forma parte de esa banda despiadada y asesina? ¿Me estás tomando el
pelo?
―Por desgracia, no. ―Moví la mandíbula, sintiendo aún el moretón
allí―. Y, anoche, Warwick y yo fuimos atacados por ellos. Vincent fue
herido, pero el resto escapó. Se llevaron algo mío. Algo muy importante
para mí que necesito recuperar.
Un cansancio sesgó sus párpados, comprendiendo que había algo
más.
―Nunca te pediría esto... nunca... pero esto es extremadamente
vital. ―Apreté las manos, ya rogando―. Ha dicho que sólo hablará
contigo.
―No. ―Ella negó con la cabeza, dando un paso atrás―. No... no
estaré cerca de él.
―Rosie...
―¡No! ―exclamó―. El solo hecho de estar así de cerca me está
retorciendo. No quiero tener nada que ver con él.
Mi cabeza bajó, moviéndose en señal de comprensión. No podía
obligarla a hacerlo. Pasó muchos años atormentada por él; no podía
volver a meterla en eso.
―Lo entiendo.
Ella cruzó los brazos sobre su torso. ―Me hizo mucho daño. Tuve
pesadillas durante años en las que él me encontraba de nuevo. No puedo
dejar que me lo haga de nuevo.
―No puedo obligarte. Siento habértelo pedido. ―Le apreté el
brazo, cambiando de sitio para la habitación―. ¿Pero si crees que no te
sigue controlando? ―Le señalé a ella―. Probablemente siempre lo hará.
Estás dejando que siga teniendo demasiado poder sobre ti.
Mis pies rasguearon sobre el suelo, de espaldas a ella, casi al otro
lado del salón.
―Espera. ―Ella exhaló profundamente, curvando mi cabeza sobre
mi hombro―. Tienes razón. ―Se mordisqueó el labio inferior―. Haré
lo que necesites que haga. Por ti.
―Si vas a hacer esto, Rosie, hazlo por ti, no por mí. No dejes que se
adueñe de ti.
―Nin-a ―susurró, una sonrisa curvando su rostro en el momento
en que ambas volvimos a entrar en la habitación. Warwick estaba allí
contra la pared, para vigilarnos, pero queriendo apartarse de nuestro
camino.
Rosie se puso rígida al oír el nombre. Inhalando, echó los hombros
hacia atrás. ―Te dije que Nina está muerta.
―No, no digas eso, mon cheri. ―Ahora me di cuenta de cuál era su
acento casi insignificante. Francés―. Te he echado mucho de menos.
No puedo creer que los dioses te hayan traído de nuevo a mi vida.
―No, los demonios te trajeron de nuevo a la mía.
―Nina, mi amor...
―Tú me querías aquí. Ya estoy aquí. Ahora diles dónde está la
ubicación de tu banda. ―Ella se cruzó de brazos.
―Explícame primero por qué estás aquí. ―Se erizó―. ¿Cómo
pudiste abrirte de piernas para otros hombres, convertirte en una vulgar
puta?
―Cierra la boca ―le espetó ella. Sus ojos se volvieron enormes
ante su respuesta, probablemente no estaba acostumbrado a que ella se
defendiera―. No vuelvas a llamarme así nunca más. Si lo haces, me iré
de aquí y no miraré atrás. Que te hagan lo que quieran. ―Se colocó
sobre él, con una voz fría y directa.
>>Me dejaste en la miseria con tus deudas y crímenes que pagar
como el cobarde que eres. Fui golpeada, torturada y violada por los
hombres a los que debías antes que la señora me salvara. Aquí estoy a
salvo, alimentada y protegida de imbéciles como tú. Tengo amigos e
independencia. Elijo con quién quiero acostarme, tengo mi propio dinero
y hago lo que quiero. Por fin he pagado tus deudas, y sigo quedándome
porque este es mi hogar. Mi familia. Aquí tengo más de lo que nunca
tuve contigo. ―Se burló de él, con los años de ira desbordados―. Así
que no puedes juzgarme. No puedes decirme ni una puta palabra a
menos que se trate del paradero de tu escondite. ¿Me entiendes?
Parpadeó, demasiado aturdido para moverse. El famoso y temido
bandido no era más que un matón al que le daban una lección. Como si
la estuviera viendo de verdad, notando que la esposa que conocía, Nina,
no aparecía por ningún lado ahora.
La rosa inglesa, la bomba ardiente, tomó los destrozos en los que él
la dejó y prosperó. Le salieron espinas, convirtiéndose en la mujer fuerte
que era hoy.
―No debería sorprenderme que te hayas convertido en parte de una
banda que asesina a la gente por baratijas.
―Sólo tratamos de sobrevivir. ―Se justificó.
―También la gente a la que atacas ―replicó ella―. Sigues siendo
un tirano.
―Ya no soy así. He cambiado. ―Intentó tocarla de nuevo, pero
retrocedió cuando ella se apartó de él―. Sé que es difícil de creer, y sé
las cosas que he hecho. Durante años, todo lo que quería era verte de
nuevo, para hacer lo correcto. Pensé que nunca tendría la oportunidad.
―Y todavía no la tendrás. Nunca podrás arreglar las cosas. ―Rosie
se burló―. No puedes aliviar tu conciencia. Sin embargo, no te odio.
Odiar significa que siento algo por ti. No te daré más poder. No eres
nada para mí.
Vi dolor y rabia en sus ojos. En ese momento lo supe. Ella era su
talón de Aquiles, su debilidad. Él prosperaba controlándola,
manipulándola. Podía matar, robar y aterrorizar a otros y volver a casa y
decir que lo hacía todo por ella. Que cuando la golpeaba, era porque ella
lo obligaba a hacerlo.
Él necesitaba su droga.
Ella no lo necesitaba. Y eso lo enfureció.
Sus mejillas se enrojecieron, su expresión se bloqueó.
―Maldita perra desagradecida ―le espetó―. Te lo he dado todo.
Una casa, ropa bonita, una paga, flores todos los días.
―Excepto lo más importante: el amor. ―Se acomodó el cabello
rojo detrás de la oreja, con una mirada poderosa. Como si acabara de
descubrir que el monstruo de su armario no era más que un peluche―.
¿Dónde está tu escondite, Vincent?
―No te voy a decir una mierda. Maldita kurva. ―Puta.
Sentí que Warwick se movía, pero llegó demasiado tarde. El
cuchillo que guardé en mi bota ya estaba clavado en la garganta de
Vincent.
―Si vuelves a insultarla, te cortaré la polla y te obligaré a
comértela. ―Volví a presionar sobre su herida.
Un grito de angustia salió de él.
―Habla ―le ordené.
Escupiendo y gruñendo, trató de respirar en medio de la agonía, con
la mandíbula rechinando. El sudor le corría por la cara.
La hoja se clavó más profundamente en su garganta, mi nudillo
hundiéndose y retorciéndose en el disparo. La sangre salió a borbotones,
arrancándole otro grito.
―Bien ―bramó―. ¡Para!
Di un paso atrás, retirando mi cuchillo.
―Poniéndome duro otra vez, Kovacs. ―La sombra de Warwick me
rozó la espalda, con su voz profunda y grave. Aspiré bruscamente,
sintiendo su erección presionándome. Por un segundo, la idea de que me
follara a través del enlace, aquí mismo, me calentó la piel de emoción.
No, Brex... mala, mala idea.
Vincent tardó unos momentos en controlar los fuertes gruñidos y la
respiración. ―Me estoy desangrando aquí.
―Haremos venir al médico en el momento en que nos digas algo
que valga la pena tu vida. ―Warwick se cruzó de brazos, apoyándose
más en la pared.
―No los delataré ―resolló―. No les diré la ubicación del
escondite... pero... ―añadió rápidamente al ver que mi cuchillo se
levantaba―. Te daré la ubicación de donde puedes hacerles llegar un
mensaje. Cámbiame por la mochila.
―¿Crees que tus compañeros se preocuparán lo suficiente por ti?
―Warwick se rio―. Te dejaron allí para que murieras.
―Ese es nuestro decreto. Entendemos los riesgos que hay ahí fuera.
Y somos muchos más de los que crees. Nos dividimos en pequeños
grupos para que parezca un montón de bandas en la calle, ninguna de las
cuales vale la pena perseguir por su insignificancia. En realidad, somos
una organización enorme... incluso nos expandimos a Praga.
―¿Praga? ―Parpadeé mientras un recuerdo surgía. Mykel
hablándome de una banda que aterrorizaba las calles de allí,
recordándome mucho a los Sabuesos―. ¿Estás hablando de los
Sabuesos?
Vincent no respondió, pero el tic en su mandíbula, el cambio en su
respiración, sugirieron que había dado en el blanco. ¿Las bandas estaban
conectadas? ¿A cuántas ciudades y países más llegaban?
Carraspeando, añadió: ―Querrán saber que sigo vivo.
―Sigo sin ver por qué se preocuparían por un soldado de a pie.
―Warwick se encogió de hombros.
―Porque no lo soy. Soy el líder de toda la operación.

Warwick llamó al Dr. Laski cuando salimos de la habitación, con


una nota encriptada del comandante de los Sabuesos doblada en la palma
de la mano.
Rosie había desaparecido al instante en el piso de arriba,
necesitando estar sola.
―Quédate aquí. Voy a dejarlo en el lugar y vuelvo enseguida.
―Warwick se lo metió en el bolsillo trasero.
―¿Cómo sabemos que esto no es una trampa? ―Me puse delante
de él, impidiéndole el paso a la puerta, con la preocupación marcando mi
frente―. ¿Qué les está diciendo dónde estamos y que vengan a
atacarnos?
Vincent nos dijo que sus hombres sólo tomarían como legítimo un
mensaje secreto codificado. Por supuesto, al no dejarnos entrar en la
clave, él mismo la escribió temblorosamente. El problema era que no
teníamos ni idea de lo que realmente les estaba diciendo.
―No lo sabemos. ―Warwick inclinó su barbilla hacia abajo,
nuestros cuerpos cercanos, su mirada pesada, su físico sumergiendo el
mío. El deseo de tocarlo, de no dejar de tocarlo o besarlo, hizo que mis
pulmones se comprimieran de ansiedad. Nunca me había sentido tan
poseída. Y necesitaba poseerlo tanto como él parecía dominarme a mí―.
Pero tengo la sensación que no quiere empezar una guerra conmigo.
―Se inclinó, sus labios rozando los míos―. Una que sabe que no
ganará. Soy la leyenda, Warwick Farkas, después de todo.
―¿Tienes problemas para encajar ese ego en este universo?
―No, pero estoy teniendo problemas para encajar mi polla en estos
pantalones ahora mismo. ―Su boca reclamó la mía con fuerza, sus
dedos se enroscaron en mi cabello, devorándome con necesidad―.
Volveré pronto ―murmuró, separándose de mí antes de lo que yo
quería. Su boca permaneció a un centímetro de distancia, su frente
apoyada en la mía. No se movió.
―Estaré aquí. Probablemente en el baño.
―Asegúrate de estar.
―¡Te geci! ―¡Hijo de puta! Gritó una voz de hombre detrás de mí,
haciéndonos girar hacia la puerta, sacando instintivamente nuestras
armas y apuntando al intruso―. ¡Son unos idiotas!
―Faszszopó. ―Chupapollas, siseó Warwick, bajando su arma―.
Casi te disparo, joder.
Ash estaba en la entrada, con la misma ropa que llevaba ayer.
Estaba sucio, con arañazos en el cuello y la cara, con el pelo
enmarañado, pareciendo agotado.
―Estaba acojonado, pensando que estaban muertos, buscando sus
cuerpos por las calles y callejones. Y aquí se están... ¡csókolózás!
―Besando. Sus brazos se extendieron, el alivio se convirtió en ira.
―¿No se te ocurrió mirar aquí primero? ―Warwick levantó una
ceja.
La boca de Ash se abrió y se cerró, como si ahora se preguntara lo
mismo, y luego sus párpados se estrecharon.
―No, ¡estaba demasiado ocupado siguiendo las huellas desde
donde encontré tu moto acribillada y los charcos de sangre!
―Ash. ―Me acerqué a él, abrazándolo―. Siento que te hayamos
preocupado.
Tardó un rato en exhalar, sus brazos envolviéndome.
―Cuando no volvieron a la base, me preocupé mucho ―murmuró,
apretándome antes de echarse hacia atrás―. Aunque debería haber
sabido que ustedes dos no sólo estaban bien, sino que se estaban
follando a tope. Quiero decir que, de la nada, me puse jodidamente
cachondo, lo sentí en el aire, en la tierra. Debería haberme imaginado
que eran ustedes.
―Sí, y probablemente en medio de la búsqueda de nosotros, hiciste
una parada en casa de Kara. ―Warwick resopló.
El ojo de Ash se estremeció, su cabeza se giró hacia un lado.
―¡Santo cielo, lo hiciste! ―Warwick señaló las marcas en su
cuello. Ahora podía distinguir que eran arañazos de uñas.
―¡Ya sabes cómo nos ponemos las hadas de los árboles cuando
estamos cachondos! Tuve que quitarme de encima el borde.
Warwick soltó una profunda carcajada, con la cabeza inclinada
hacia atrás, los ojos cerrados y las manos aplaudiendo.
El sonido penetró a través de mi piel, golpeando cada fibra de mi
ser. Me hizo arder, calentando cada centímetro y esparciendo una
sonrisa instantánea en mi rostro. Su risa era lo más sexy que había oído
nunca.
―¿Qué? ―Ash miró entre nosotros―. No es que haya podido
evitarlo. Los culpo a ustedes.
Sacudí la cabeza, riendo mientras él intentaba defenderse.
―Bueno, gracias por buscarnos entre tus retozos sexuales. ―Le di
una palmadita en el brazo, haciendo que resoplara y tratara de
explicarse―. Pero podrías haberle preguntado a Scorpion. Él sabría que
estamos bien.
La comprensión apareció en su rostro, probablemente olvidando el
vínculo entre Scorpion y yo. ―Ha estado un poco ocupado haciendo de
guardián de tu amiga.
―¿Hanna? ¿Ella está bien? ¿Está Caden? ¿Lukas?
Ash asintió. ―Están bien. Lukas y Caden ya están despiertos.
La urgente necesidad de volver a la base para ver cómo estaban,
hablar con ellos, me inquietó, sabiendo que tenía que esperar.
―En realidad, me alegro de que hayas aparecido. ―Warwick le
palmeó el hombro con una sonrisa de satisfacción―. Puedes venir
conmigo. Además, consigue otra motocicleta para mí.
―¡Esta es la octava este mes! ―Ash resopló, ambos hombres a
punto de dirigirse a la puerta.
―¿Qué puedo decir? ―Me guiñó un ojo―. Yo conduzco mucho.
―Warwick, ¿puedo hablar con...? ―Kitty entró a grandes zancadas
en la habitación, deteniéndose con la boca aún abierta, pero sin decir
nada más. Su mirada se fijó en el recién llegado.
Y le devolvió la mirada.
Un hormigueo me rozó la piel, la tensión robando a la habitación el
humor fácil que acababa de contener.
―Jan-Kitty ―se corrigió Ash, con la voz baja y quebrada.
―Ash ―respondió casi sin emoción, pero su garganta se balanceó,
su mano revoloteó ligeramente―. Ha pasado... mucho tiempo.
―Así es.
Un silencio incómodo golpeó mis oídos. Sabía que había una
historia entre estos dos. Sentimientos no correspondidos o posiblemente
correspondidos; pero, lo que sea que haya pasado, separó a los amigos
de toda la vida.
―Tienes buen aspecto. ―Ash hizo un gesto hacia ella. Alta con sus
tacones y su vestido negro ajustado hasta la rodilla, me recordaba a una
modelo de moda, no a la madame de un burdel.
―Como tú ―respondió.
Silencio.
―Joder, si tenemos que esperar a que ustedes dos digan una frase
completa, nos vamos a quedar aquí para siempre. ―Warwick señaló
entre ellos, con la irritación frunciendo las cejas―. Los dos están
arrepentidos: pidan disculpas y sigan adelante. Llevan años evitándose
uno al otro por sentimientos heridos. Somos una familia. La única que
he tenido realmente. Mis hermanos. No importa si las cosas se estropean
un poco. No dejen de lado lo que hemos pasado. Lo que son el uno para
el otro. Estoy harto de ustedes y de estar en medio de este estúpido
rencor.
Ash frunció el ceño, desviando la mirada, Kitty hizo lo mismo.
―Así que... ¡resuélvanlo! Antes que decida matarlos a los dos por
mi tranquilidad ―refunfuñó dirigiéndose a la puerta―. Pero no ahora
mismo. Ash, ven conmigo. ―Atravesó la puerta principal de un golpe, y
su enorme cuerpo se abrió paso con rabia por el camino.
Ash dudó un momento mirando a Kitty antes de seguir a Warwick
por la puerta.
Kitty se dio la vuelta y salió de la habitación, con un portazo en el
pasillo.
Estaba sola en la habitación, sintiendo los años de dolor, rabia y
vergüenza que habían acumulado obstinadamente entre su amistad.
En poco tiempo, se habían convertido en una familia para mí
también. Y esperaba que pudieran solucionarlo. En este mundo, la
familia, la confianza y el amor eran escasos. Uno se aferraba a ellos y
luchaba como un demonio para conservarlos.
A család nem egy fontos dolog. A család a legfontosabb. Esa era
una frase que mi padre decía mucho.
―La familia no es algo importante. Una familia lo es todo.
El estruendo de las motos resonó en el frío aire nocturno. La luna
gibosa creciente era de un naranja intenso iluminando las oscuras calles.
Mañana, la luna de la cosecha estaría llena.
Mañana sería mi vigésimo cumpleaños.
El día de Samhain. El aniversario de la guerra de los faes.
El día en que mi madre murió.
Y el momento en que devolví la vida a Warwick.
Acomodándome en la espalda de Ash para bloquear el frío, me metí
las manos en las mangas empujando la ansiedad que siempre sentía
cuando se acercaba el día de mi nacimiento. Algo pellizcaba mi interior,
arañando mi intuición advirtiéndome. No tenía idea qué, pero sentía que
algo era inminente: el peligro se cernía sobre mí.
Warwick hizo una señal delante de nosotros para que nos
volviéramos. El cautivo herido estaba atado, amordazado y ligeramente
sedado detrás de él. Warwick quería que Vincent estuviera con él, pues
no se fiaba del hombre ni de la situación en la que nos encontrábamos.
Antes, Warwick y Ash habían colocado la nota en un lugar. Dando
vueltas más tarde, encontraron una respuesta esperando. Debíamos
encontrarnos en el cementerio de la carretera de Fiumei. A medianoche.
Vendado y con una inyección de morfina, Vincent no opuso
resistencia cuando lo atamos a la moto de Warwick. Intenté ignorar la
profunda sensación en mis huesos que estaba cerca de la muerte,
batallando y luchando contra la línea intentando evitar que se lo llevara.
Como un disco rayado me arañaba la nuca despertando algo en mí.
Algo inquietante.
Warwick redujo la velocidad acercándose al cementerio con la única
luz de los apagados faros de las motos y la luna. Ash aparcó a su lado y
los chicos bajaron al rehén de la moto mientras yo sacaba el arma de mi
cintura y quitaba el seguro.
Los nervios me subieron por el esófago y mis ojos bailaron por el
espacio abierto entre las espeluznantes lápidas que proyectaban sombras
que parecían moverse. En alerta máxima, activé mis sentidos para captar
cualquier cosa, con mi arma en alto y lista para protegernos.
―¿Sientes algo? ―El enlace de Warwick se puso a mi lado
mientras seguía ocupado en bajar a Vincent de la moto y ponerlo de pie.
―No. ―Pero era mentira. Podía sentir que la energía se arrastraba
sobre mí como si fueran bichos, pero no era eso lo que preguntaba. Se
refería a gente viva.
Sentí a los muertos.
Recordándome a la Iglesia de los Huesos, las corrientes golpeaban
mi piel, su curiosidad crecía levantando el vello de mis brazos afectando
mi equilibrio. Los fantasmas pululaban y daban vueltas alrededor.
Intenté bloquearlos, con los dientes rechinando, luchando contra las
náuseas. Chuparon mi energía pasando por encima de mí.
―¡Atrás! ―Les ordené con mi cuerpo lleno de autoridad. Hizo falta
un par de veces más para que retrocedieran.
El relincho de un caballo me hizo dirigir la cabeza hacia él con el
dedo apretado en el gatillo. Las siluetas de seis caballos trotaban por el
cementerio, cinco de ellos llevaban hombres y nos apuntaban con sus
armas, el sexto caballo era su líder.
Ash y Warwick sacaron sus armas, creando un enfrentamiento.
―Esto puede ser muy fácil. La mochila. ―Warwick rechinó los
dientes.
―Suéltalo ―exigió uno.
―Tú suelta la mochila primero ―le respondió Warwick, la tensión
ya patinaba en la noche enardeciendo los ánimos con más energía.
Joder, ¿por qué tenían que elegir un cementerio?
―Muéstrame ―respondí―. Quiero ver que todo sigue en ella.
El que habló antes se bajó de su montura enfundando su arma y
tirando algo de su brazo, sosteniéndolo. Los faros de las motos
iluminaron la mochila de lona gris. La abrió y me mostró el interior.
Pude ver un cuaderno negro forrado de cuero.
El diario de mi padre.
―Nos importa una mierda un diario lleno de tonterías crípticas.
Pero si lo quieres recuperar, creemos que debería haber una recompensa
por ello.
―¿Uno de tus hombres no es suficiente? ―Me burlé, señalando a
un aturdido Vincent, que estaba tan drogado que se tambaleaba sobre sus
pies.
―El dinero siempre es lo primero en el credo de los ladrones. ―El
hombre que había tomado la delantera, sacó algo de su bolsillo, haciendo
que tanto Ash como Warwick dieran un paso adelante, listos para
descargar.
Una llama encendió la oscuridad. Me estremecí, y el plomo cayó en
mi estómago. El hombre sostenía una antorcha encendida cerca de la
mochila. Una chispa. Una llama y todo lo que mi padre escribió quedaría
en brasas. Lo último que tenía de él desaparecería.
Tocó con la llama la mochila. ―Será mejor que decidas si vale la
pena ahora.
―¡No! ―Me sobresalté, la rabia me invadió. La bilis cubrió mi
estómago, el miedo aumentó mi adrenalina enviando ondas de choque a
la atmósfera como un boom. La electricidad se disparó en el aire,
crepitando y silbando. La tierra cicatrizada sobre las tumbas se fracturó
y astilló, el suelo retumbó.
Los caballos relincharon y se agitaron, sintiendo los espíritus
probablemente tanto como yo.
―¿Qué demonios? ―Oí gritar a un Sabueso, pero todo parecía muy
lejano, ya que más espíritus se abalanzaban sobre mí, mientras mi
atención se centraba en el que estaba a punto de convertir en cenizas mi
última esperanza.
―Atrápenlos. ―La orden brotó de mí sin pensarlo, sobrevolando
los espíritus.
Reaccionaron a mi orden. Algunos se abalanzaron sobre el hombre
que empezaba a quemar mi mochila, mientras docenas de otros se
dirigían a los otros hombres, arañando y raspando sus cuerpos,
asustando a los caballos.
Los hombres soltaron gritos aterrorizados, golpeándose los brazos y
las piernas, sintiendo el asalto; pero sin poder ver de qué se trataba.
―¿Qué carajo? ¿Qué tengo encima? Quítamelo ―gritó el líder
alternativo, la mochila se le cayó de las manos, la antorcha golpeó la
hierba húmeda con un silbido al apagarse. Llamó a su caballo y se subió
a él con los talones. Salió al galope, arrastrándose por la tierra. Los otros
hombres lo siguieron corriendo por el cementerio con sus gritos y
aullidos tras ellos. El caballo que trajeron para Vincent se fue con sus
compañeros, relinchando y moviendo la cabeza.
Quería ver a los hombres arder.
―Kovacs. ―Oí a Warwick decir mi nombre, pero mi atención
seguía al grupo por el cementerio.
―Brexley. ―Su sombra murmuró profundamente en mi oído,
sintiendo mi nombre como el más rico whisky derramándose sobre mí.
Los brazos me rodearon atrayéndome hacia su cuerpo; aunque él no
estaba allí―. Respira, sotet démonom. ―Me sacó de mi trance
rompiendo la conexión con los fantasmas. Mis pulmones se agitaron en
busca de oxígeno y mis huesos temblaron de cansancio. Me doblé sobre
las piernas aspirando bocanadas de aire.
¿Qué demonios acababa de ocurrir?
Mis músculos se crisparon y hormiguearon por la adrenalina,
reconociendo que un choque me golpearía pronto. Los grillos zumbaban
en el aire, haciendo eco del silencio que nos rodeaba.
―¿Brex? ―Ash dijo mi nombre en voz baja.
Lentamente me enderecé mirando hacia ellos.
―¿Qué coño ha sido eso? ―Ash me miró con asombro. Warwick
no mostraba ninguna emoción, salvo la tensión en sus hombros y cuello.
Mi boca no se movía, mi cuerpo temblaba.
―Sea lo que sea eso... vino de ti. ―Ash negó con la cabeza―. Lo
sentí.
El relincho de un caballo en la noche hizo que nuestras cabezas se
fijaran en el sonido.
―Tenemos que movernos. ―Warwick empujó a Vincent al suelo.
El prisionero gimió sin intentar levantarse. Warwick se acercó a la
mochila, cogiéndola y luego se dirigió hacia mí, poniéndomela sobre los
hombros con sus nudillos rozando mi mejilla―. ¿Estás bien?
―preguntó en privado.
Asentí con la cabeza y sentí un alivio repentino, como si mi energía
se recuperara. Espera. Parpadeé y mis ojos se dirigieron a su sonrisa,
dándome cuenta que eso era exactamente lo que estaba haciendo.
Intencionadamente.
Compartir energía no era algo nuevo, pero esto se sentía diferente.
Fácil. Instintivo. Muchas otras veces, tropezábamos con ella o la
usábamos torpemente contra el otro. Esto era como respirar aire. La
respuesta innata para protegernos a nosotros mismos y a los demás. El
enlace ya no veía la diferencia.
―¿Hey, chicos? ―Ash silbó―. Vamos.
―¿Mejor? ―Warwick retumbó.
―Sí. ―Se me cortó la respiración ante la intensidad e intimidad del
momento. Luego se esfumó. Warwick se acercó a su moto y se subió a
ella. Ash se subió a la suya.
―¿Vamos a dejarlo aquí? ―Señalé a Vincent en el suelo.
―Ya no es nuestro problema. ―Warwick se encogió de hombros
mientras el motor rugía―. Sube, princesa. ―Levantó la barbilla hacia el
espacio que había detrás de él―. Lo encuentren o no. En cualquier caso,
me importa un carajo.
Mis brazos y muslos abrazaron a Warwick mientras nos
adentrábamos en la noche, la mochila con el diario de mi padre metida
entre nosotros.
Volviendo al cementerio. Ya no podía ver ni sentir a los fantasmas,
como si esta vez hubiera agotado su energía... usándola como propia.
Y creé mi propio ejército.

―¡Drágám! ―Los brazos del tío Andris me rodearon, tirando de


mí en un abrazo―. He estado tan preocupado por ti. ―Andris estaba allí
en el momento en que bajamos a la base, probablemente viendo nuestra
entrada en las cámaras.
―Estoy bien, nagybacsi. ―Le devolví el abrazo, de nuevo
sorprendida que Scorpion no hubiera extendido la mano en nuestro
enlace.
Andris me soltó, y sus ojos oscuros me absorbieron. ―Ahora que te
tengo de vuelta, me siento con temor a diario, temiendo perderte de
nuevo.
―Soy más fuerte de lo que parece. ―Le sonreí.
Warwick resopló detrás de mí, sus dedos tocando distraídamente su
costado, donde lo apuñalé.
―No lo dudo. ―Andris me frotó el brazo―. ¿Lo has encontrado?
―Sí. ―Apreté el libro contra mi pecho.
Andris alargó la mano para cogerlo y, extrañamente, retrocedí
arropándolo más.
―No te lo quitaré, querida.
―Lo sé. Sólo quiero mirarlo primero. ―Bajé los hombros―. Antes
que todos.
―Lo entiendo. ―Asintió―. Me gustaría verlo tan pronto como esté
listo. Quizá pueda entender cosas que tú no entiendes.
―Por supuesto. ―Quería estar a solas un momento con el diario de
mi padre. Para al menos hojear las páginas, ver cuáles fueron sus últimas
palabras antes que me lo quitaran para analizarlo y debatirlo. Para ellos,
era una posible prueba; para mí, era el alma de mi padre.
―Bien, querida, avísame. Estaré en mi despacho. Hay muchas
cosas de las que ocuparse para mañana. Es una locura aquí en Samhain.
―Había oído que Samhain se había convertido en una mezcla de
celebración para los faes y de recuerdo de aquellos que perdieron hace
veinte años en la misma noche. En los últimos diez o más años, también
se había convertido en un momento de protesta para los que sufrían en
las Tierras Salvajes, para hacer saber a los gobiernos que el pueblo no
sería ignorado bombardeando las puertas de la FDH y el palacio de los
faes.
Leopold se encerraba totalmente esta noche mientras se escuchaban
fuegos artificiales, celebraciones y protestas fuera de las murallas.
―Tu cumpleaños, este año, es importante ―dijo Andris.
―Yo no celebro mi cumpleaños. ―Lo hice callar. El instinto de
rechazar el día estaba arraigado en mis huesos. No sólo por la tragedia,
sino porque al crecer en un mundo humano, cualquier cosa que
regocijara a los faes y su cultura era considerada casi una traición en
Leopold―. Demasiada sangre y muerte.
―Pero también vida, Kovacs. La tuya y la mía ―murmuró la
sombra de Warwick.
La cabeza de Andris se inclinó en señal de empatía, apretando mi
brazo antes de alejarse.
Lo único que quería era dirigirme a una habitación vacía y leer, pero
sabía que primero tenía que ver cómo estaban todos.
Cuando entramos en la sala de la clínica, Kek y Caden no estaban.
Sólo estaba Lukas, pero sentado, con una enfermera que le vendaba la
herida con un gesto de dolor en la cara. Al ser mestizo, se curaba rápido,
pero no tanto como los faes puros.
―¡Lukas! ―Aparté a la sanadora del camino, abrazándolo. Todavía
parecía agotado, pero el color había vuelto a sus mejillas.
―¡Ay! ―Se rio con una inhalación aguda.
―Oh, lo siento. ―Me encogí.
―No lo sientas. Viviré. ―Su sonrisa cayó, una tristeza
parpadeando sus ojos, dándose cuenta de la elección de sus palabras. Su
manzana de Adán se balanceó―. Ash me dijo que Trucker y Ava no lo
lograron.
―Lo siento mucho. ―La compasión me llenó. Era fácil olvidar que
habían sido el equipo de Lukas en Povstat, su familia durante mucho
tiempo. Su muerte tuvo que afectarle profundamente.
Su garganta volvió a temblar apretando la mandíbula, y miró hacia
otro lado bajando la cabeza. Se aclaró la garganta cuando Warwick y
Ash se acercaron.
―Gracias por salvarme.
―En realidad es a Ash a quien tienes que dar las gracias. ―Señalé
con la cabeza al hada de los árboles―. Te curó y se quedó, asegurándose
que salieras adelante. ―La cabeza de Lukas se dirigió a Ash―. Es tu
caballero de brillante armadura.
―No es gran cosa. ―Ash se movió incómodo sobre sus pies,
avergonzado por los elogios―. Sólo hice lo que está en mi naturaleza.
―Bueno, gracias. ―La voz de Luk se volvió mortalmente seria, su
mirada fija en Ash―. Estoy en deuda contigo.
―No es necesario... como dije, es parte de ser un sanador.
―No sé, Ash, no rechazaría a un hombre caliente a mi disposición.
―¿Es eso lo que quieres? ―Warwick gruñó en mi oído
roncamente. Sus manos imaginarias agarraron mi cintura, su físico
empujando hacia mí―. ¿Un hombre a tu disposición? ―Me pellizcó la
oreja―. ¿O uno que te desafía y te folla sin descanso?
Mis párpados se cerraron, mis dientes se clavaron en mi labio
inferior, mi cuerpo se hinchó.
―Lo que yo pensaba ―dijo Warwick en voz alta con una sonrisa
de suficiencia en su rostro. Se dio la vuelta, alejándose sin mirar atrás―.
Haz lo tuyo, Kovacs, y búscame después.
―Ese tipo es intenso. ―Lukas sacudió la cabeza, reacomodándose
en la almohada.
―Sí, dímelo a mí ―murmuré.
―¡No, cuéntamelo a mí! Tengo que escucharlos y sentirlos. ―Ash
pasó a mi lado, mirando la herida de Luk―. Tiene muy buen aspecto.
―Pasó los dedos por la piel que se estaba curando.
Los músculos de Lukas se flexionaron bajo su tacto, su mandíbula
se crispó.
―Me alegro que estés mejor. ―Ash retiró su mano―.
Probablemente debería dejarte descansar.
―Sí. Gracias ―respondió Lukas.
―Antes de irnos. ―Hice un gesto por encima de mi hombro―.
¿Sabes dónde están Caden y Kek?
―Conociendo a Kek, está cerca de la comida o molestando a
alguien. ―Lukas sonrió―. Y no sé nada de tu amigo. Cuando me
desperté la última vez, se había ido.
Se me retorció el estómago. ―Vale, gracias.
Me incliné, besando la mejilla de Lukas y apretando el brazo de
Ash. ―Voy a buscar a Caden y a ver cómo está Hanna. Deberías
terminar de envolver eso. ―Señalé las vendas de Lukas antes de salir de
la habitación en busca de mis ex mejores amigos, dirigiéndome primero
a Hanna.
Scorpion estaba sentado en la silla, como si no se hubiera movido ni
una sola vez desde la última vez. Hanna estaba acurrucada en un ovillo,
con una colchoneta debajo para dormir. Seguía encadenada a un tubo, de
espaldas a nosotros.
―¿Ha estado encadenada todo el tiempo? ―Palidecí y miré a
Scorpion.
Él resopló, frotándose la muñeca. ―La chica está rabiosa.
Me fijé en las marcas de los dientes en su muñeca y los arañazos de
las uñas en su cara. Una carcajada brotó de mí.
―¿Ella hizo eso? ―Señalé sus heridas. Me miró con desprecio y
volvió a resoplar, haciéndome reír más fuerte―. Bien por ella.
―¿Estás a favor de la humana? ―espetó, incorporándose en el
asiento.
―No porque sea humana, sino porque es mi amiga. Y me encanta
que no acepte ninguna mierda... aunque ahora estemos en bandos
opuestos.
El ojo de Scorpion se movió, pero no respondió.
―Hanna ha sido mi amiga y la única chica en el entrenamiento de
FDH conmigo. No entiendes el lavado de cerebro que experimentamos a
tan temprana edad, el pensamiento de culto en el que nos acorralan, sin
darnos otro lado. No hay otro camino. ―Se me atascó la garganta con
parches de sequedad, me dolía el corazón al verla como prisionera―.
Estoy en este lado de las esposas porque me obligaron a aprender, a ver.
Estar en Halálház te abre los ojos a la realidad rápidamente. A la verdad.
Sólo espero que ella también lo vea algún día. Porque si no lo hace...
―Sabía demasiado bien que no sería liberada ni entregada a la FDH.
Scorpion gruñó en voz baja, con los dientes rechinando, volviendo
mi atención hacia él, notando lo exhausto que parecía.
―¿Has estado aquí todo el tiempo?
Se encogió de hombros como si no fuera gran cosa.
―Te traeré algo de comer.
―Estoy bien.
―Entonces deberías dormir un poco.
―La última vez que me dormí, la pequeña víbora malvada me
mordió.
Una sonrisa genuina se dibujó en mi boca, haciendo que Scorpion
me refunfuñara mientras volvía a salir por la puerta, genuinamente
complacida con mi ex camarada. Las mujeres humanas siempre eran
subestimadas, y me encantaba que Hanna pudiera enfrentarse a
Scorpion.
Cruzando el pasillo, encontré el lugar donde tenían a Caden. Si creía
que verlo me daría algún alivio, estaba equivocada.
―¡Aléjate de mí! ―Intentó incorporarse en cuanto entré en la
habitación. El metal sonó contra el tubo al que estaba esposado, su
cabeza vendada, sus ojos ardiendo de odio―. ¡No quiero volver a ver tu
puto rostro!
―Cálmate, niño bonito. ―Birdie mordisqueó una manzana desde
su posición junto a la puerta. Era más o menos la misma configuración
que Hanna―. Te vas a reventar esa vena de la frente.
Le gruñó, pero dejó de arremeter contra mí, con la nariz encendida.
El profundo odio que había en sus ojos cuando me miraba era algo
que nunca hubiera imaginado. No importaban las pequeñas riñas que
tuviéramos, nos queríamos tanto que nunca duraban mucho. Pero ahora
todo lo que vi fue aborrecimiento.
―¡He dicho que te vayas! ―gritó tan ferozmente que me eché hacia
atrás con un jadeo.
Fue como si me hubieran rodeado el cuello con las manos. Las
lágrimas ardían detrás de mis párpados, la emoción espesaba mi
garganta.
―Y yo he dicho que te calmes. ―Birdie tiró su manzana en una
papelera, se levantó y se acercó a él. Agarrándole el cabello, le tiró de la
cabeza para que la mirara―. O usaré mi magia fae en ti.
Intentó disimularlo, con una expresión dura y amenazante, pero vi el
retroceso en su garganta: el miedo profundamente arraigado que la FDH
nos inculcó sobre su capacidad de encantamiento. Que todos ellos
podrían usarlo con nosotros, y que nos convertiríamos en sus
marionetas, haciendo y diciendo cosas en contra de nuestra voluntad.
Atrapados en el infierno.
No quiere decir que no haya algo detrás, pero en mi caso, había sido
una completa mentira. Pero yo no era normal.
―Birdie... ―Sacudí la cabeza.
―¿Crees que iba a usar mi glamour para que fueras mi esclavo?
―Su ceja se levantó―. No es una mala idea. ¿Qué tal mi esclavo
sexual?
―Que te den por culo. ―Su manzana de Adán se balanceó.
―De eso se trata.
―Birdie ―advertí de nuevo.
Ella soltó una carcajada con la cabeza echada hacia atrás dando una
palmada. ―Oh, bonito, eres más tonto de lo que pensaba. Tu cerebro
sería tan fácil de controlar.
―Ella no puede controlar tu mente. ―Sacudí la cabeza, apartando a
Birdie. Riéndose, se apoyó en la pared cruzando los brazos. Lo que
sentía con Killian no era un control mental, sino más bien una influencia
sobre mis emociones, y él tenía un poder que la mayoría de los otros faes
no tenían―. Se está metiendo contigo.
―¿Hay alguna diferencia en su preciosa mente diminuta?
―Levantó el pie en la pared.
Mirándola fijamente, me volví hacia mi amigo.
―Caden…
―Brexley. ―Me cortó con su voz baja, curvando su dedo para que
me inclinara. Lo hice―. No te lo voy a pedir otra vez. ¡Lárgate.
Jodidamente. Lejos. De. Mí! ―me bramó con profunda animosidad.
No pude evitar el hipo de emociones atascado en mi garganta, las
lágrimas amenazando con escaparse.
―¡AHORA! ―Se agitó y me gritó.
―Vete. ―Birdie me hizo un gesto para que me fuera―. Creo que
es mejor ahora mismo.
Asintiendo, abrí la puerta de un tirón, mirando por encima de mi
hombro hacia él.
El chico al que más he querido en mi vida, mi mejor amigo en todo
el mundo me miraba como si no fuera más que una extraña.
Peor aún, una simpatizante de los faes.
Estaba muerta para él.
Sentada de nuevo en un catre, ya llena de emoción, saqué el diario
de la mochila con las manos temblando. Después de lo de Hanna y
Caden, tuve que retirarme a una habitación tranquila, sola. Esperaba que
algún día lo vieran y lo entendieran. Pero, ¿y si no lo hacían? ¿Qué les
pasaría?

No podía pensar en esa posibilidad. Una cosa a la vez.

Apoyada en la pared, subí las piernas colocando el libro sobre mis


muslos. Los nervios atacaron mis pulmones cuando lo abrí lentamente,
algo se deslizó y aterrizó en mi estómago. La foto que vi en el libro, la
de mi madre embarazada de mí. Un sollozo me hizo un nudo en la
garganta, mi mano cubrió mi boca, las lágrimas se abrieron paso y se
derramaron.

Hasta ese momento, nunca había visto un primer plano de mi madre.


En mis manos reales. Estaba riendo, con la mano frotando su vientre.
Tan feliz, hermosa y joven. En mi cabeza, siempre fue mi madre,
olvidando que no era mucho mayor que yo ahora. Era una persona
tridimensional con esperanzas y sueños, opiniones y creencias.

Recorrí su rostro, observando cada detalle que podía. Tenía el


cabello largo y oscuro, la piel pálida como la mía, pero su aspecto era
mucho más suave y dulce, con ojos verdes brillantes, mejillas redondas y
un rostro en forma de corazón. Tomé más de la herencia rusa de mi
padre.

Mi dedo bajó hasta su estómago. Estaba allí y, conmigo, su vida


terminaría. ¿Por qué tuve que venir esa noche? Si no me hubiera dado a
luz, ¿habría vivido? Las lágrimas me quemaron los ojos. Puse la imagen
a un lado, sin poder seguir mirándola. Había tantas cosas allí, tanta pena
y culpa.

Al abrir la primera página, mi corazón volvió a palpitar al ver la


familiar letra de mi padre. La primera docena de páginas no eran más
que simples actualizaciones sobre mí o su trabajo.

Brexley ha dado hoy su primer paso. Ojalá Eabha estuviera aquí


para ver lo inteligente y fuerte que es.

Istvan nos ha hecho aumentar nuestras tropas. Las tensiones están


aumentando; se está gestando otra guerra con los faes.

Alrededor de un tercio del camino, las cosas empezaron a cambiar,


y ya no estaba usando mi nombre.

Algo extraño sucedió hoy. Cuatro años.


Se cayó de dos pisos sobre un suelo de mármol... con mucha suerte.
Debería estar muerta. Cinco años.

Estoy notando más y más a medida que crece. Una sensación de


malestar en mis entrañas. Cinco años y medio.

Miedo. Cada día lo siento más. Pronunciar la palabra, incluso


pensar lo que estoy pensando, sería una blasfemia. Seis años.

Hoy nos vamos a Oriente. Ya no puedo ignorar mi instinto. Andris


está de acuerdo conmigo después de lo que hemos visto. ¿Cómo puede
ser esto posible? Debo averiguar por qué. He intentado encontrar a la
familia de Eabha, pero sólo me ha llevado a callejones sin salida. Ocho
años.

Sabía muy poco sobre el lado de mi madre. Aparte de que eran


refugiados de Irlanda, su familia vino aquí cuando la antigua Reina
Seelie Aneira todavía estaba en el poder.

También se sabía que mamá era humana...

Pero, ¿y si no lo era?

Istvan nos envía al Este de nuevo en busca de una sustancia, un


néctar. Siguiendo los ideales de un científico charlatán, se dice que esta
sustancia da a los humanos cualidades de fae. Fuerza, vida infinita. Su
necesidad de poder se ha convertido en una enfermedad, carcomiendo
al hombre que solía conocer.
Hoy siento temor al dejarla de nuevo. Temo que la descubra. Temo
que perciba algo. Temo que cuando se dé cuenta, me la quite o la mate
si no sigo exactamente lo que quiere. No tengo elección. Ella es mi
alma. Mi mundo. Debemos tener cuidado, hay espías por todas partes,
pero aprovecho estos viajes para encontrar más sobre ella. Hasta
ahora, sus habilidades no conectan con nada humano o fae. Diez años.

Mi boca se tensó. Ni humano ni fae. No encajaba en ninguna parte.

Gris.

He encontrado pistas. Pero los ojos me observan. Siempre mirando.

Pasé a la siguiente página.

Ahora entiendo...

Después de eso, cada mensaje se volvió más paranoico, hablando en


extraños acertijos. Luego, un mes antes de su muerte, comenzó a escribir
en código secreto.

Todo encriptado. La última página, fechada el día de su muerte,


estaba llena de palabras sin sentido y cadenas de letras, pero una sola fila
hacia el final era diferente a todas las demás. Parecían una paloma, una
rosa, nomeolvides, violetas y un barco.

―¡Carajo! ―Cerré el libro de golpe y me bajé de la cama,


guardando la foto de mi madre en el bolsillo trasero―. ¡Maldita sea,
papá! ¿Cómo que ahora lo entiendes?
Sólo sabía de una persona que conocía la mente de mi padre, una
que posiblemente podría entender su rompecabezas. Mis pies corrieron
por el pasillo, irrumpiendo en el despacho de mi tío que levantó la
cabeza en cuanto entré.

―¿Brex?

―¿Puedes leer esto? ―Bajé el libro frente a él hasta una de las


páginas encriptadas.

Andris se puso las gafas y acercó el diario, frunciendo las cejas


mientras escaneaba la página.

―No es ninguno de los que usamos para comunicarnos. ―Su dedo


pasó por encima de los símbolos, hojeando más páginas.

La decepción se estampó en mis pulmones desinflándolos.

―¿De verdad? ¿No hay nada ahí? ¿Ni siquiera la parte de abajo?
¿Por qué es diferente? ―Volví a señalar la página, la desesperación
marcando mi voz. Él era el único que creía que lo sabría―. ¿Sabes a qué
se refería?

―No, no lo sé. ―La expresión de Andris se aplanó, pareciendo tan


desinflada como yo―. Te dije que se volvió extremadamente paranoico
al final. Dejó de hablarme, temiendo que, si sabía demasiado, sería
peligroso.

Un grito estrangulado rodó por mi garganta, mi mano golpeó el


escritorio. Siempre era un paso adelante y una docena atrás.
Levantó el dedo, cogiendo su walkie-talkie del cinturón. ―Ling,
¿puedes venir a mi despacho? ―habló por él y luego me miró―. Ella se
dedica más a la piratería mágica, pero sigue siendo muy versada en
descifrar códigos. Es nuestra mejor opción para descifrar su código.

Una bomba de esperanza volvió a mis pulmones. Ling-Ling-ks. Una


zorra Kitsune, tenía el poder mágico de engañar y burlar hechizos
mágicos que utilizaba para hackear ordenadores y sistemas.

Apenas treinta segundos después, Ling estaba a mi lado,


haciéndome saltar ante su repentina aparición.

―¿Puedes mirar esto? ―Andris le entregó el libro. Ella se acercó al


escritorio y sus ojos oscuros recorrieron las páginas―. Sé que no es tu
fuerte, pero espero que puedas intentar descifrarlo.

Su cuerpo estaba inmóvil, sólo sus ojos se movían sobre la página,


como si su cerebro estuviera computando cada letra y símbolo,
recorriendo una base de datos en su mente. La habitación permaneció en
silencio durante unos instantes antes de que ella hablara.

―No. ―Se puso de pie.

―¿Qué? ―Me apresuré a acercarme al escritorio, empujando el


diario hacia ella―. Mira de nuevo, tiene que haber una manera. Puedes
piratear los hechizos más mágicos del mundo. ―Mi voz se elevó, con la
ansiedad pellizcando mis nervios.

―Exactamente ―respondió ella, impasible―. Hechizos mágicos y


encriptaciones informáticas. Esto ―señaló el libro―, no es nada de eso.
―Ling... ―Andris se puso en pie―. Por favor, esto es muy
importante.

―Necesitaré más tiempo con él y lo pondré en la base de datos.

―Sí. ―Asentí con la cabeza―. Hazlo.

―Haz lo que puedas, mi amor. ―Andris recogió el diario


entregándoselo a ella.

Ella lo cogió con un movimiento de cabeza y salió de la habitación


tan silenciosa y rápidamente como llegó.

Mordiéndome el labio, luché contra el impulso de correr tras ella y


seguir todos sus movimientos como si tuviera el objeto más preciado del
mundo. Para mí, lo tenía. Todavía no había tenido tiempo de analizar a
fondo sus palabras y pensamientos, saltando hasta el final para ver si
tenía alguna respuesta.

―Hará todo lo que pueda, Brex. ―La voz de mi tío me hizo volver
a él―. Lo resolveremos. No importa el tiempo que nos lleve. ¿De
acuerdo?

Asentí con la cabeza. La sensación que el tiempo se agotaba me


infundió pánico. No tenía ni idea de por qué sentía el tictac del reloj,
pero era como una bomba en mis entrañas.

Miró su reloj. ―Es tarde; deberías descansar. ―Se escudriñó la


cabeza y volvió a sentarse en su silla, con los ojos inyectados en sangre.

―¿Y tú?
―Lo haré cuando nuestro enemigo sea derrotado.

―¿Sabemos ya quién es?

Su boca se frunció, un resoplido salió de su nariz.

―Cada día es más difícil saberlo.

Volví a entrar en la habitación vacía con el catre individual, mi


cerebro se arremolinaba con los extraños símbolos y frases.

Si el hombre que era como un hermano para mi padre, que sabía


cómo pensaba mejor que nadie, no podía ni siquiera descifrarlo, ¿cómo
iba a hacerlo yo o cualquier otra persona? Mi padre podía usar cualquier
clave del mundo. Algo que se inventaba y era tan oscuro que sólo él lo
sabía.

Aunque algo me tiraba de las tripas como si mi padre estuviera


metiendo la mano en las páginas, rodeando mi mente con todas las ideas
posibles.

Mis piernas y mi cerebro no dejaban de moverse, ansiosos mientras


el tiempo avanzaba hacia las primeras horas del treinta y uno de octubre
―Halloween para el mundo occidental―, que se disfrazaba y pasaba el
día en una divertida celebración. Para la FDH, era todo lo contrario.
Pusimos barricadas en las ventanas y añadimos más guardias a las
puertas, preparándonos para el momento en que la noche de Halloween
y Samhain se convocaran. Los faes se apoderaron de la ciudad, aullando
por las calles como animales salvajes, llevando la parte de ―trucos― de
la noche a un nivel extremo.

Sacando la foto de mi madre, me quedé mirando su rostro alegre.


Quería saltar dentro de la foto, beber cada momento. Oír el sonido de su
voz, sentir su tacto, ver cómo sus ojos me miraban de verdad. Sonreír.
No sabía nada de ella, pero sentía esta conexión con ella en mis entrañas,
algo más profundo que esta vida física.

Paseando por la habitación, inquieta y tensa, no podía perder la


sensación de presentimiento sobre la noche que se avecinaba. Una
pesadez de la que no podía deshacerme.

Unas punzadas bailaban por mis vértebras, deslizándose por mi piel,


rozando una profunda intimidad, notificándome su llegada. Me giré
hacia la puerta. Warwick se apoyó en el marco de la puerta,
observándome. Tenía el talento mortal de acercarse a alguien en silencio
y sin ser detectado. Pero yo no. Nuestra conexión era demasiado intensa,
el vínculo palpitaba como una cuerda de violín pulsada entre nosotros.

No nos dirigimos la palabra mientras nos miramos fijamente. Él


podía sentir mi ansiedad, mi dolor y mis miedos. Su calma me envolvió
como un abrazo, aliviando mi vejación y relajando mis hombros.

Se acercó y me quitó la foto, buscando con su mirada, recorriendo la


imagen de mi madre.
―¿Qué?

―Nada. ―Sacudió la cabeza y me la devolvió―. Puedes ver un


poco de ti en ella. Es preciosa.

Mis pestañas llenas de lágrimas se alzaron hacia él; no tenía energía


para poner ninguna defensa. Estaba expuesta, abierta.

―El diario de mi padre estaba codificado al final ―susurré―. ¿Y si


no podemos descifrarlo? ¿Nunca descubriremos lo que soy? ¿Qué sabía
él? ¿Y si no puedo encontrar el néctar? ¿Qué pasa con Eliza y Simon?

Su pulgar se deslizó sobre mi mandíbula trazando mis mejillas y


labios. ―Entonces buscaremos otra manera. ―Su voz grave patinó y
raspó en mi interior.

―¿Cómo? No hay pistas. Ni siquiera en el libro de los faes.

―Siempre hay otra manera. ―Sus manos capturaron mi cara,


acercándome. Nada de lo que hacía era suave o tierno, pero su feroz
determinación aliviaba mis temores―. No jugamos con las reglas
normales, Kovacs. Tú y yo creamos las nuestras. ―Sus ojos aguamarina
se clavaron en los míos―. Antes vi a los fantasmas en el cementerio,
sentí que te respondían, que se inclinaban ante ti como una reina... ―Sus
dedos agarraron mi mandíbula con más firmeza, su nariz rozando la
mía―. Y estoy de rodillas con ellos.

Su boca reclamó la mía, hambrienta y posesiva. Agarrando mi alma.


Exigiendo cada parte de mí, arrastrándome al suelo, forzándome a
volver a levantarme y a luchar como un demonio.
Sus manos me agarraron por la cintura levantándome, mis piernas
rodeando sus caderas mientras me llevaba hasta el catre. Me dejó caer
sobre él trepando entre mis piernas. Con los dedos desgarrando mi ropa,
me desnudó mientras los suyos invisibles recorrían mi figura. Me besó
mientras notaba cómo me mordía el muslo, cómo me lamía con su
lengua.

Mi columna se arqueó con un jadeo, clavando en mi pecho un deseo


desesperado. Le quité la camisa por la cabeza, su boca volvió a la mía
con una ferocidad que nada nos separaba. Le desabroché los pantalones
y se los bajé de un tirón, con la palma de la mano agarrada a él, antes
que la sombra de mi boca lo envolviera, tomándolo profundamente
zumbando.

Él gruñó, incitándome a ir más lejos, generando un gruñido


profundo de él. ―Mierda, princesa.

Me sentí poderosa, haciéndole perder el control, sus caderas


empujando en la boca que en realidad no estaba allí. Para nosotros, no
sentíamos ninguna diferencia.

Un grito salió de mi boca cuando la sensación de su lengua penetró


más profundamente, sus labios chupando mi clítoris, golpeando cada
punto erógeno de mi interior, arrancando el aliento de mis pulmones.

Cada centímetro de mi piel lo sentía, por dentro y por fuera, sabía


que él podía sentirme de la misma manera. Experimentamos el placer
del otro junto con el nuestro, alejándonos del mundo que nos rodeaba.
Sólo estábamos nosotros, sus manos callosas recorriendo mi cuerpo, sus
dientes arrastrándose entre mis pechos, chupando mi pezón, su lengua y
sus labios devorando mi coño.

Éxtasis. El éxtasis. Mis huesos ardían de placer, mi clímax agitaba


mi pecho.

―Warwick... ―Su nombre salió de mis labios como una súplica y


una promesa.

Se apartó de mí, su mirada pesada y penetrante mientras se colocaba


sobre mí, su atención se deslizaba por mi cuerpo. Se quitó las botas y los
pantalones antes de volver a subirse sobre mí.

Nuestros ojos estaban fijos el uno en el otro mientras él acercaba mi


rodilla a su cadera sumergiéndose en mi interior.

Gimiendo, casi me deshago, queriendo romper bajo las olas de


placer. Disfruté del ligero dolor de su tamaño mientras me llenaba con
profundas y largas caricias.

―Joder ―retumbó con una vena tensa a lo largo de su cuello―.


Dioses, te sientes jodidamente increíble ―gruñó introduciéndose más
profundamente―. Este coño es mío.

No tuve que responder. Sabía, sin necesidad de decir nada, que


podía no ser dueño del resto de mí, pero esa parte la conquistaba y la
poseía. La energía que había entre nosotros llenaba nuestra conexión de
intensidad y poder.
Se sentó hacia atrás, tirando de mí hacia arriba con él, nuestros
cuerpos moviéndose juntos. Me folló tan profundamente que mi visión
se nubló, mi cabeza se inclinó hacia atrás mientras sus dientes me
mordían el cuello.

Mis uñas recorrieron su espalda, haciéndolo gruñir y empujando


más fuerte dentro de mí. El torrente de emociones, de dicha y deseos
extremos, retorcía el dolor y el placer, la vida y la muerte en una sola
línea.

Anoche entramos en guerra el uno contra el otro. Esta vez nuestra


batalla fue contra el mundo, nuestra conexión nos entrelazó, donde no
pude sentir ninguna diferencia entre su satisfacción y la mía. Las fuerzas
del exterior se hicieron añicos contra nuestro poder, extendiéndose más
allá de las paredes de este edificio, derramándose en la atmósfera, donde
no existían reglas.

Donde creamos las nuestras.

Le agarré la barbilla con una fuerza contundente, nuestros ojos se


conectaron antes que mi boca capturara la suya, mis dientes mordiéndole
el labio hasta que probé la sangre. Un ruido profundo hizo vibrar su
garganta. La desesperación y el deseo eran lo mismo.

Me tiró de nuevo al catre, con la cara puesta como un guerrero a


punto de arrasar. Matar y destruir.

No hay sobrevivientes.
―¡Oh, dioses! ―grité sin poder controlar nada. Me solté. El fuego
ardió en la parte posterior de mis piernas y en las vértebras,
chamuscando mi visión.

Mis piernas se enroscaron alrededor de él, mi columna se arqueó,


mis tetas rebotaron, el sudor rodó por mi piel.

De nuevo, los flashes de nuestro pasado se apoderaron de mi vista,


mezclándose con el presente.

Nuestros cuerpos desnudos se mecían juntos mientras la batalla y la


muerte arreciaban en el campo que nos rodeaba. Podía sentir la humedad
del suelo empapado de sangre contra mi columna, empapando mi
cabello. Estábamos rodeados de gritos y bramidos, del tintineo del metal.
La magia del muro de los faes que se desmoronaba bailaba en mi piel.
Al mismo tiempo, estábamos en el búnker, yo inclinada sobre su
cadáver.

―¡Pokol! ―Demonios. Warwick se quejó mientras yo tiraba de él


hacia el interior con mis piernas, empujando contra él sin piedad.

―Brexley...

―Sötét démonom.

Dos voces, dos épocas diferentes, pero un solo hombre me llamó.

Ahora entendía el poder de un nombre. La intimidad que él lo diga.


Podía sentirlo en cada molécula, pulsando mi coño en torno a él mientras
los colores vibrantes bailaban en lo alto, un rayo que crujía en el cielo,
golpeándome.

El orgasmo se abalanzó sobre mí, desgarrándome y ahogándome. Y


con gusto me dejé llevar por él.

Oí un grito, sabiendo que era yo, pero que sonaba salvaje e


inhumano.

―Jodeeeeer ―bramó.

Mi visión se ennegreció en los bordes, y mi cuerpo se sintió


electrocutado de placer mientras él se vaciaba dentro de mí. Mi clímax
chocó con mis huesos como una avalancha, demoliendo y borrando todo
a su paso.

Esta vez pude sentir de verdad la nulidad de la muerte y el momento


en que lo devolví al presente. Un torrente de magia estalló en sus venas,
golpeando su corazón, arrancándolo de las garras de la muerte a las
manos de un ladrón. A la muerte no le gustaba que le robaran su presa,
así que marcó a Warwick como uno de sus eternos soldados.

Mi cuerpo y mi mente, incapaces de soportar la avalancha de vida y


muerte luchando juntas, se apagaron, hundiéndose en la espesa negrura
de lo intermedio.
―Brexley Kovacs. ―La voz sobrenatural se apoderó de mi mente a
través de la oscuridad, el poder tirando de mí hacia ella―. La chica que
desafía la naturaleza. Que no debería existir. ―El libro de los faes
habló como si fuera mi título. Una insignia que llevaba en el pecho―.
No debería haber sobrevivido.

―¿Qué quieres decir con que no debería haber sobrevivido?


―Miré a mi alrededor. No había nada, pero podía sentir la fuerza del
libro rodeándome, chispeando en mis músculos―. ¿Cómo estás aquí?

Comprendí que estaba soñando con el libro y, de alguna manera


como antes, me encontró sin que lo tocara, sólo estando cerca de él.

―Tu propio ser está enhebrado en la magia. Nunca podrás


esconderte de mí.

―¿Qué significa? Dímelo.

―Esa no es la pregunta que buscas.

Sin ninguna otra advertencia, me sentí absorbida por el libro,


incluso sin que estuviera físicamente allí.

Entonces me encontré de repente en una habitación que conocía


perfectamente. El dormitorio de mi infancia en los niveles inferiores de
la FDH, el apartamento con mi padre. Un fuego crepitaba en la
chimenea de mi habitación, emitiendo la única luz. Oí el sonido de una
niña llorando. Mi padre, vestido con su uniforme, se sentó en mi cama y
pasó sus dedos por el pelo de la niña secando sus lágrimas.
Aspiré, el recuerdo de este momento apenas una bruma en mi
mente. Ahora no tenía recuerdos reales de ello, pero mi padre me dijo
que tuve pesadillas incesantes hasta que cumplí los cuatro años. Me
despertaba gritando de dolor, murmurando cosas sobre los rayos y mi
madre. Nunca eran claras, un remolino de colores e impresiones.

―Shhh, Kicsim. ―Su voz era suave y baja―. Sólo ha sido un mal
sueño.

―Lo siento mucho, papá. ―Mi voz apagada apenas se oía mientras
mi yo más joven metía la cabeza en la almohada.

―¿Por qué, lelkem? ―Mi alma.

―Maté a mamá... ―Un sollozo desgarrador salió de ella.

―No, no... no es tu culpa. Mamá quería salvarte para mí, Kicsim.


Ella sabía que no podría vivir sin ti. ―Intentó calmar mis sollozos, un
zumbido bajo que salía de su garganta murmurando una canción
folclórica que mi madre solía cantar cuando estaba embarazada de mí.
Me calmó muchas noches, cantándome para dormir.

―Me gustaría cruzar el Tisza en barco.

En barco, sólo en barco.

Mi paloma vive allí, vive allí,

Mi paloma vive allí.


Vive en el pueblo,

Rosas rojas, nomeolvides azules, violetas crecen en su ventana.

En un abrir y cerrar de ojos, me sacaron de la habitación y me


dejaron caer en otra. La casa de campo secreta en la que vivían mis
padres. Mi cuerpo se detuvo al ver a mi padre encorvado sobre la mesa,
escribiendo en el diario. Las canas que se insinuaban en sus sienes me
decían que era años más tarde; aunque la misma canción zumbaba en su
garganta.

Sentí un cosquilleo en la piel cuando me acerqué a él y miré por


encima de su hombro lo que estaba escribiendo. Letras sin sentido se
desplazaban por la página mientras él escribía frenéticamente, su cabeza
se asomaba de vez en cuando a la ventana con una mirada de paranoia,
como si esperara que alguien estuviera allí.

Que le encontraran.

Se me cortó la respiración mientras murmuraba la letra de la


canción, copiando de un teclado que tenía al lado. Empezó a esbozar el
último símbolo de aquella peculiar línea del diario. La paloma, la rosa,
las nomeolvides, las violetas y un barco.

El corazón me latió en el pecho. Todo lo que estaba dibujando era


de la canción. La canción que me dijo que me cantaba mi madre.
El libro movió algo en mi vista y, de repente, pude leer la línea. No
eran palabras, sino números.

Coordenadas.

47°46’25. 18°59’06.

Garabateó unas cuantas líneas codificadas más antes que su cabeza


se levantara, inclinándose hacia un lado como si hubiera escuchado un
ruido. Su cuerpo se puso rígido helándome la piel. Siseó en voz baja y
cerró el diario de golpe. Se precipitó hacia la chimenea y arrojó el
código clave a las llamas. Sacudió la piedra del lado de la chimenea
antes de meterlo en el lugar exacto en el que yo lo había encontrado.

Percibí su miedo, su ansiedad mientras se ponía el abrigo y buscaba


su arma. Tuve el impulso de seguirlo para ver qué había ahí fuera...
¿quién estaba ahí fuera? ¿Por qué estaba tan asustado? Pero el libro me
agarró. ―¡No! ¡Por favor! ―Traté de empujar, de superar su agarre. El
libro me sacó fácilmente, haciéndome caer de nuevo en el olvido sin
dejarme ver lo que le esperaba a mi padre.

Me había dado lo que buscaba, ni más ni menos.

Cómo descifrar los mensajes de mi padre.


Me desperté de golpe sentándome con un grito ahogado,
desenredando los brazos y las piernas que me envolvían en el pequeño
catre derruido. Warwick se levantó de golpe conmigo, con el cuerpo
tenso y listo para atacar.

―Ahhh ―gritó una voz, y sentí que algo caía en mi regazo. Tiré de
la sábana para cubrirme. Mis párpados parpadearon, viendo a Opie
luchando por levantarse―. ¡Maldita sea, Pececito! Avisa a un brownie
antes de hacer eso. Casi dejo manchas de caramelo. ―Llevaba un
corpiño de cuero, encaje y una tanga, con los labios rojos brillantes, el
cabello todavía en mohawk y purpurina dorada por todas partes. Un
producto de Kitty.

Chirrido.

Giré la cabeza para ver a Bitzy sobre la almohada, entre Warwick y


yo dándome la vuelta. El tapón del culo atado a su cabeza se tambaleaba
con su indignación. Su cara tenía vetas de purpurina, su mitad inferior en
un pañal de cuero.

En ese momento, ni siquiera pude concentrarme en sus trajes.

Me levanté de la cama, agarrando mi ropa.

―¿Qué pasa? ―preguntó Warwick.

―Lo sé...
―¿Sabes qué? ―Se levantó apoyándose en su antebrazo,
observando cómo me vestía, con la mano libre frotándose la nariz―.
¿Por qué huelo a lubricante?

¿Chirrido? Bitzy se asomó inocentemente bajando las orejas, con


los ojos muy abiertos, señalando a Opie.

―¡Eso fue todo ella! ―Opie la señaló moviendo la cabeza―. Sólo


la usé para calentarme los pies.

¡Chirrido! ¡Chirrido! ¡Chirrido! Ella lanzó sus dedos a Opie.

―¡No metí mis dedos en las orejas de Pececito!

―¿Qué? ―Mis manos subieron frotándolas.

―Está bromeando. ―Opie agitó la mano.

Bitzy me miró inexpresiva, moviendo la cabeza en señal de no, no


lo hago.

―En serio, qué asco. ―Utilicé los hombros para frotarme las orejas
mientras me tiraba de las botas.

―Lo juro, diablillo... ―Warwick gruñó―. Si esos dedos huesudos


vuelven a acercarse a mí... los arrancaré de un mordisco, los usaré como
palillos y luego te enseñaré dónde debe ir realmente esa cosa que tienes
en la cabeza.
―¡Warwick! ―Me volví a poner de pie, vestida, llamando su
atención de nuevo hacia mí―. Sé cómo romper el código de mi padre.
―Le tiré los pantalones―. Levántate.

Empujó las mantas y saltó de la cama.

Incluso en ese momento, no pude evitar quedarme boquiabierta ante


su increíble físico, sus músculos flexionándose y moviéndose bajo su
piel entintada. El recuerdo de cómo se sentía sobre mí... dentro de mí.

Chirridooooooo. Bitzy dejó escapar casi un silbido jadeante.

―Sí... ―Opie suspiró―. Esa es la manguera de vacío más grande y


gruesa que he visto nunca.

Warwick resopló con su pesada mirada puesta en mí mientras se


subía los pantalones de un tirón.

―Sigue mirándome así, Kovacs, y lo único que vamos a hacer es


romper la cama en más pedazos. ―Se acercó a mí colocando unos
mechones de cabello enredado detrás de mi oreja, su calor y su lujuria
me envolvieron.

Se rió de mi vacilación besándome rápidamente y me hizo girar,


empujándome hacia la puerta. ―Más tarde, te follaré en la ducha.

Mi pecho se expandió, mis muslos se apretaron ante la idea, pero


tuve que sacudirme. Esto era mucho más importante ahora mismo.

El reloj de la pared marcaba las nueve de la mañana. Los pasillos


estaban salpicados de gente moviéndose de un lado a otro, la sala de
ejercicios y el comedor bullían de vida mientras nos dirigíamos a la sala
de operaciones.

Ling estaba sentada en uno de los puestos con el diario delante,


garabateando algo en un papel al lado. Levantó la cabeza cuando nos
acercamos.

―No lo he resuelto ―respondió―. He pasado por todos los tipos


de encriptación que hay.

―Puede que lo sepa. Al menos una línea. ―Tragué nerviosamente.


¿Tenía razón? ¿Y si se quedaba en nada? Sólo un sueño extraño―.
¿Puedo?

Se encogió de hombros y me lo tendió.

Miré por encima de las marcas de la página con el corazón


palpitando en mi pecho. La canción resonaba en mi cerebro. Los
símbolos eran lo único de la página que no se correspondía con una
letra: eran números. Podría tardar más en descifrar el resto de la
codificación si utilizaba otro código, pero al menos estaba segura de que
tenía una parte.

La transpiración me lamía la parte baja de la espalda, las manos me


temblaban mientras escribía el recuerdo que seguía presente en mi
mente. La paloma, la rosa, los nomeolvides, las violetas y un barco.

Paloma=47°, rosa=46,25, nomeolvides=18°, violetas=59’06.

¿Pero qué significaba el barco?


Ling levantó la cabeza y sus ojos oscuros se llenaron de curiosidad.

―El código se basa en una canción popular que me cantaba.


―Golpeé la página―. Pero no estoy segura de por qué está el barco.
―No encajaba. ¿Era para despistar a la gente? ¿Me he equivocado?

Ling se movió tecleando los números en el teclado, su cuerpo se


quedó quieto, su boca se separó.

―¿Qué? ―El miedo se deslizó por mi garganta envolviendo mi


estómago.

Giró la pantalla hacia nosotros con un lugar del mapa resaltado.

―Mierda. ―Warwick exhaló inclinando la cabeza hacia atrás con


la palma de la mano frotando su vello.

―¿Qué? ―Lo miré a él y luego a la pantalla sin entender las


temidas reacciones de ambos.

―El Castillo Alto. ―Movió la cabeza―. Visegrád ―dijo el


nombre de la zona como si se tratara de una temida némesis. Había oído
hablar del lugar varias veces a los profesores. Era una zona no muy
lejana al noroeste de aquí, siguiendo el Danubio. No le dimos mucho
interés ya que se sabía que era tierra sagrada para los faes.

―Es tierra sagrada para ustedes, ¿verdad?

Se relamió los labios al ver mi expresión de desconcierto.


―Sagrada es una forma de llamarla. Pero yo diría que está más
maldita. Embrujada y temida. Ningún fae vivo entra ya en esa zona.
Nunca.

―¿Por qué?

―¿No lo sabes?

―¿Debería?

Warwick resopló cruzando los brazos.

―Visegrád es donde luchamos en la guerra de los faes hace veinte


años.
―¿El Castillo Alto en Visegrád? ―La boca de Andris se abrió, sus
ojos se alzaron hacia Warwick y hacia mí con incredulidad―. ¿Crees
que el néctar se esconde allí?

―No sé qué hay allí. ―Me acerqué a su escritorio con el diario,


viniendo directamente desde la sala de operaciones. Ling tomó una
fotocopia, trabajando a partir de ella―. Ling está intentando averiguar el
resto basándose en la canción, pero podría haber utilizado otro código
clave. Todo lo que sé es que hay una razón por la que mi padre escribió
esas coordenadas. Hay algo que quería proteger. Y su declaración sobre
'ahora lo entiendo'... ―Miré fijamente al hombre que mejor lo conocía,
que entendía a mi padre más que yo misma―. Tengo que ir a ver.

Andris bajó los hombros y volvió a mirar las marcas con los dedos
recorriendo las páginas. ―Ojalá hubiera hablado conmigo. ―Golpeó el
libro con tristeza y volvió a centrarse en mí―. ¿Quiero saber cómo lo
descubriste?

―Es... complicado.
―Contigo, querida ―se rio Andris ligeramente―, no tengo
ninguna duda.

Warwick resopló ante la respuesta de Andris, haciendo que yo le


lanzara una mirada fulminante.

―Lo único que no tiene sentido es el barco. ―Volví al diario


señalando el símbolo―. No tiene ninguna razón para estar ahí. No
parece representar nada.

―En realidad, sí lo tiene. ―Andris frunció el ceño mirando a


Warwick.

Giré hacia Warwick, sus dedos tirando de su labio, su cabeza se


balanceaba.

―La noche de la guerra, todos los caminos de allí quedaron


prácticamente destruidos por la oleada de magia, el castillo de la colina
quedó en ruinas. Después, nadie quería reconstruir o estar cerca de esa
zona. La tierra fue evitada; la gente dio la vuelta, encontró otros
caminos. Se murmuraba que estaba embrujada por los caídos. Maldita.
―Warwick volvió a mirar el diario con la barbilla―. La única forma de
entrar y salir es… en barco.

―Me gustaría cruzar el Tisza en barco. En barco, sólo en barco.

En este caso, era el Danubio.


―¿Necesitamos un barco para llegar allí? ―Sus cabezas afirmaron
mi pregunta―. Estoy segura que puedo robar uno. ―Recogí el diario
apretándolo contra mi pecho―. No puede ser muy diferente de un tren.

―¿Vas a ir allí esta noche? ―La ceja de Andris se curvó.

―Sí. ―Asentí con la cabeza―. Cada segundo es crucial.

―Permíteme recordarte que vas al mismo lugar donde tuvo lugar la


guerra de los faes, veinte años antes de la noche…

―¿No me digas que eres supersticioso? ―Ladeé la cabeza con el


cabello enmarañado cayendo por mi brazo.

―Este mundo me ha enseñado a no ser tan escéptico.

―Me voy, nagybacsi. ―Tío.

―Impulsiva y testaruda, como tu padre. ―Chasqueó la lengua, pero


el humor brilló en sus ojos.

―Gracias. ―Le devolví la sonrisa.

―No tengo muchos combatientes extra para acompañarte esta


noche, ya que se necesitan para nuestras propias misiones de Samhain,
pero por favor, lleva a quien puedas. No me gusta que estés ahí afuera
esta noche.

―Estaré bien. ―Di un paso atrás hacia la puerta―. De todos


modos, ¿cuál es tu misión?
Andris se sentó en su silla, con una sonrisa tímida en los labios.
―Digamos que nos gusta que ambas partes sepan que seguimos aquí, y
que nos hacemos más fuertes.

Resoplando, moví la cabeza. ―Todos esos años, tuvimos que


vigilar las puertas y poner barricadas en las ventanas de la FDH
pensando que era una turba de faes... y eras tú.

Una de sus raras sonrisas arrugó sus rasgos. ―Me pareció que dejar
una tarjeta de joder, sigo vivo para Istvan de mi parte era un poco
demasiado acertado.

Me reí, casi saliendo por la puerta con Warwick detrás de mí.

―Comprueba antes de salir esta noche ―añadió Andris―. Ah, y


Brexley...

Hice una pausa volviéndome hacia él.

―Feliz cumpleaños.

―Crees que podrías irte sin mí...

¡Chirrido!
―¡Nosotros! ―Opie pasó de hacer un gesto a sí mismo y a Bitzy―.
Me refiero a nosotros.

¡Chirrido! ¡Chirrido!

―¡Yo también! ―Opie resopló, poniendo las manos en las


caderas―. Uno pensaría que, con esas grandes orejas, serías capaz de
oírme con suficiente claridad.

¡Chirrido, chirrido, chirrido, chirrido!

La boca de Opie cayó en shock antes de sacudir la cabeza. ―Eso no


es posible... ―Se miró a sí mismo, moviéndose en ángulos extraños―.
No, no puede llegar.

¡Chirrido!

―No es pequeño ―exclamó―. Me lo han dicho muchas... como


muchas, muchas personas.

―¿Pensé que eran sólo unos pocos? ―me burlé.

―¡Son muchos! ―Extendió los brazos.

―¿Acaso quiero saberlo? ―Warwick entró en la habitación,


atándose el cabello mojado que le colgaba de la cara, con un trozo de su
desgarrado torso a la vista. Mi pecho palpitó de deseo, el calor llenaba
mis venas haciendo que mis mejillas se calentaran, una sonrisa crispando
mis labios.
Después de ver a mi tío, conseguimos comida, tuvimos sexo,
hicimos un poco de entrenamiento en la colchoneta, lo que llevó a más
sexo, una siesta y una comida más, luego follamos como ninfas en la
ducha donde rompí el cabezal.

Este hombre me había convertido en un demonio, destrozándome


una y otra vez hoy, parecía que sólo quería más. Sabía que estaba
tratando de mantener mi mente fuera de esta noche. No sólo en lo que
estaba por venir, sino en lo que significaba esta noche.

Para los dos.

El constante giro en mis entrañas crecía a medida que el día


maduraba, algo de lo que no podía deshacerme, sin importar lo duro que
me hizo llegar al orgasmo.

―No. ―Resoplé recogiendo mi propio cabello húmedo en una


coleta. Volviéndome hacia él, me puse de puntillas besándolo. Ambos
íbamos vestidos con ropa oscura y botas, también llevábamos armas―.
Y yo prefiero bloquearlo de mi mente.

―Pero volviendo al tema, Pececito. No podía dejar que te fueras sin


mí, sin nosotros. Me refiero a los líos de los que ya he tenido que
ayudarte a salir. ―Señaló a él y a Bitzy―. No sería un buen brownie si
no fuera útil.

―¿Ayudar? ―murmuró Warwick besándome de nuevo antes de


moverse a mi alrededor, cogiendo un arma de la mesa y metiéndola en
su funda―. No es la palabra exacta que yo usaría.
―Silencio, manguera larga. ―Le dio un golpe con la mano a
Warwick―. ¿Pececito? ―Opie gimió juntando las manos―. ¿Por
favor? Mira, incluso hemos vestido el papel. ―Señaló a él y a Bitzy,
ahora vestido con un viejo guante negro recortado, usando dos de los
dedos para sus pantalones y, luego, trenzando y retorciendo el resto de
las partes en una camiseta sin mangas. Tenía una máscara recortada
alrededor de los ojos. Bitzy llevaba un mono y un antifaz negro.

Apretando los labios, intenté no sonreír ante sus adorables trajes de


ladrones.

―De acuerdo, está bien. ―Levanté la mano―. Pero si pasa algo,


ustedes se van, ¿está bien?

―¡Sí! ―Opie aplaudió.

¡Chirrido! ¡Chirrido! Bitzy hizo girar sus dedos del medio con
emoción, forzando una risa completa de mi parte.

Un golpe en la puerta desvió mi atención de ellos mientras la abría.

―¿Han terminado de follar durante cinco minutos para que


podamos irnos? ―Ash entró, con el cabello recogido mostrando la
hermosa estructura de su cara . Kek estaba detrás de él, sus atuendos
eran similares a los nuestros, armas y cuchillos colgando de sus
cinturones y cabestros de armas.

―En serio, ¿seguro que no son parte demonio? ―Sus ojos azules
centellearon con humor―. Uno pensaría que con la cantidad de veces
que me he puesto en marcha hoy, estaría en coma.
Ash rió, asintiendo con la cabeza.

Mis mejillas se encendieron de color carmesí. Sabía que


afectábamos a los demás a nuestro alrededor, pero seguía siendo
desconcertante que todos fueran tan conscientes de lo que estábamos
haciendo. No es que hubiéramos dejado de hacerlo, aunque hubiéramos
podido. Warwick era más que una droga. El subidón de tocar la vida y la
muerte al mismo tiempo estaba más allá de una simple adicción.

―Bueno, avísame, saltador de árboles... si alguna vez necesitas


soltar algo de energía. ―Kek tiró de su trenza azul por encima del
hombro, sus pestañas bajaron sobre Ash mientras tiraba de sus puntas.

Por un momento, vi que Ash la miraba, su cara permanecía en


blanco; pero definitivamente vi un movimiento de algo antes que otra
voz irrumpiera en la habitación, sacudiendo a Ash.

―Yo también voy. ―Lukas entró en el espacio, con una expresión


de piedra, su piel todavía pálida.

―No. ―Ash negó con la cabeza―. Por supuesto que no.

―Lo siento... ¿eres mi madre? ―Luk respondió con brusquedad―.


No recuerdo que tuvieras ninguna autoridad sobre mí.

Los ojos de Ash se entrecerraron. ―No, pero soy tu sanador, que


sabe que aún no estás lo suficientemente sano como para salir de la
cama.
―Estoy bien. ―Luk lo rozó, levantando su estructura, tratando de
demostrar que era fuerte y completo.

―¿Cómo lo has sabido? ―Parpadeé. La última vez que lo


comprobé, estaba durmiendo la siesta.

―Se lo dije. ―Ash frunció el ceño, cruzándose de brazos―. Pero


no lo dije como una invitación.

Luk se encogió de hombros. ―No puedo quedarme tirado mientras


todos los demás van a misiones, tienen un propósito, tienen algo. Mis
compañeros están muertos y, si estoy más tiempo solo con mis
pensamientos, me volveré loco. Ya me he curado lo suficiente.
Precisamente esta noche, tengo que hacer algo.

Por lo que he notado hoy en la base de los faes y mestizos, había un


notable nerviosismo. Ya no existía ningún muro entre nuestros mundos,
pero la magia seguía zumbando con más fuerza una vez que el sol
bajaba. La energía se expandía en el aire agitando a los faes. Samhain
era una entidad viva que respiraba. Incluso los humanos podían sentirla
rodando sobre su piel, palpitando a través de sus huesos.

Y, ciertamente, lo que sea que yo fuera podía.

Al ver a Luk, me di cuenta de la determinación que había en sus


ojos. Si estaba curado o no, no podía quitarle esto. Esta noche era como
todas las fiestas humanas en una sola para los faes. Además, tenía que
sentir el dolor de perder a Ava y a Trucker, de ser separado de su propia
facción por mi culpa.
―Puedes venir. ―Asentí a Luk, su pecho se relajó.

―¿Qué? ―Ash se quedó boquiabierto. Le lancé una mirada.

―Él va, Ash. ―Se acabó la conversación.

Warwick se rió, moviendo la cabeza mientras guardaba otra hoja en


su bota, y luego tiraba de la chaqueta. ―Vamos.

Opie y Bitzy saltaron a la pequeña mochila que llevaba en la


espalda con munición extra, cuerda, linterna y cinta adhesiva. Algunos
lo llamarían un kit de ladrón, aunque Warwick sugirió que podría usarse
más tarde cuando volviéramos.

Los cinco caminamos por el pasillo, el lugar bullía de movimiento y


energía. Se podía saborear en la lengua: la adrenalina y la magia. Todos
estaban vestidos como nosotros, preparándose para las tareas de esta
noche.

No se le dio mucha importancia a Istvan ni a la FDH, aunque sentí


un ligero tirón de culpa al pensar en que este grupo atacaría el palacio de
Killian. No es que no pudiera manejarlo. Sabía que el ejército de Sarkis
sólo enviaba una advertencia. Mis sentimientos por Killian no me
permitirían ponerlo en una caja como lo hicieron mi tío o Warwick. Pasé
tiempo con él, vi al hombre real. No era malo ni bueno... Era un líder
con defectos, pero también con grandeza.

―¡X! ―La voz de Birdie gritó, su cabello rubio y blanco oculto por
un gorro de punto negro, su pequeña figura casi superada por la enorme
espada que llevaba a la espalda. Maddox, Wesley, Zuz y Scorpion se
situaron junto a ella.

―Lástima que no vengas con nosotros. Pasaré a saludar a tus viejos


camaradas de la FDH. ―Me sonrió.

―Sí, envíales mis saludos ―respondí secamente.

―Estamos... se llama distracción. ―Le guiñó un ojo a Warwick


mientras el grupo se dirigía a la salida.

Scorpion se detuvo frente a mí. ―Tengan cuidado.

―Tú también ―respondí.

―Si me necesitas... ―Se interrumpió, haciendo crecer una sonrisa


en mi rostro.

―Sé dónde encontrarte.

Su cabeza se movió, su mirada pasó por encima de mi hombro por


el pasillo hacia las celdas temporales.

Sabía lo que había allí abajo. Quién estaba allí abajo.

Mis pensamientos se dirigieron a Caden y Hanna. ― ¿Quién los


vigila?

―Algún aprendiz que no tiene idea de a qué se enfrenta ―se burló.

―Me sorprende que dejes que otro vigile. ―Levanté las cejas.
Él frunció el ceño, pareciendo que no entendía lo que quería decir.
―Sólo es una maldita humana. ―Scorpion se alejó sin decir nada más,
subiendo las escaleras a trote y saliendo de la base.

―Brexley. ―Andris se acercó a mí con una expresión tensa de


preocupación―. Ten cuidado esta noche.

―Lo haremos. ―Tragué saliva, observando el rostro de mi tío. Lo


sentía como un hogar para mí. Mucho más que mi verdadero tío.

Me abrazó y me besó la sien. ―Te quiero, Drágám. Lo eres todo


para mí. Feliz cumpleaños.

Luego se fue, dando órdenes y moviéndose por la habitación.

Se me hizo un nudo en la garganta, y las lágrimas me quemaron la


parte posterior de los párpados mientras lo veía desaparecer por el
pasillo. Se me retorcieron las tripas con un miedo profundo,
revoloteando el pánico alrededor de mi estómago como si la devastación
se abatiera sobre nosotros como la guadaña de la muerte.

La energía bailó sobre mi piel, envolviendo mis huesos, los suaves


latidos del agua contradecían la ansiedad que se movía a mi alrededor.
El barco robado se deslizaba por el rojo Danubio. La noche era
cristalina, viendo en la oscuridad mis respiraciones agitadas y pinchando
mi nariz y mis mejillas.

Navegando por la ciudad, la tensión anudaba mis músculos. El aire


estaba cargado de tensión. Estábamos en la cúspide, el momento antes
de la tormenta, donde todo estaba todavía tranquilo, pero latía con
anticipación y poder. El palacio de Killian floreció con luz, y juro que
podía sentirlo, de pie en su terraza, sus ojos encontrándome a través de
la oscuridad.

―Relájate, princesa ―gruñó Warwick en mi nuca con su calor a


mi alrededor, mientras se situaba en la parte trasera del barco,
dirigiendo.

Soplando, volví a dirigir la mirada al río, tratando de calmar los


latidos de mi pecho. Cuanto más nos alejábamos, más oscuro se volvía,
destacando la enorme luna dorada en el cielo que brillaba en el agua.

Hace veinte años, nací bajo la misma luna. La misma luna en la que
los dos reinos se convirtieron en uno en esa noche, se descubrió que los
faes vivían entre los humanos y el mundo dio un vuelco.

Era extraño pensar que estaba naciendo en algún lugar de Budapest,


tal vez incluso en la casa de campo y, al mismo tiempo, yo también
estaba allí en la guerra: sentía la sangre rezumar entre mis dedos, olía la
suciedad y la dulce fragancia ácida de la magia que se disolvía y
quemaba, veía los cuerpos y experimentaba la muerte.
―¿Lo hueles, Pececito? ―Opie me miró desde su posición en la
barandilla del barco con Bitzy a su lado. Ninguno de los dos había
estado antes en un barco y estaban asombrados por esta nueva
experiencia.

―Huelo el Danubio.

―No, a la aventura, Pececito. ―Sus ojos brillaron―. Y


posiblemente a cadáveres, pero sobre todo a aventura.

Me burlé, con la mirada puesta en el agua. Por las fotos que me


mostró Andris, había muchos cadáveres ocultos bajo las oscuras aguas
del Danubio.

El barco se curvó en un recodo del río.

―Ahí. ―Ash señaló.

Siguiendo su mano, divisé un viejo castillo de piedra que se


desmoronaba en la colina como una lápida, marcando las tumbas de
tantas vidas perdidas en el suelo que lo rodeaba.

Warwick dirigió el barco hacia la orilla, varándolo en el


embarcadero. Opie y Bitzy saltaron a mi mochila. Mis pulmones se
esforzaron por mantenerse a flote mientras desembarcábamos, y el nudo
de mi estómago se hizo más fuerte. Mis botas aterrizaron en la orilla,
unas punzadas subieron por mi columna vertebral cubriendo mi piel de
piel de gallina.

La muerte.
La muerte no significaba nada ni vacío. Zumbaba en los bordes,
desesperada por alimentarse, sedienta de sabor. La vida era la droga de
la muerte, su adicción, sus ansias de volver a sentir. Y podía sentirlos
venir a mí como si yo fuera la puerta de entrada. Las náuseas me
invadieron, mis párpados se cerraron tratando de tragar la bilis.

―Brex. ―Warwick me agarró del brazo. En el momento en que me


tocó, la enfermedad se disipó, permitiéndome respirar completamente.

―Protégete. ―Ash estaba a mi otro lado.

Asintiendo, empujé a los muertos, los fantasmas que empapaban


esta tierra viniendo hacia mí. Una luz en la oscuridad. Un faro. La fuente
de su necesidad.

―Hay tantos ―susurré―. Demasiados.

―No te inclines ante ellos, Kovacs ―retumbó Warwick en un


mandato, su mano apretó la mía antes de soltarla―. Haz que se inclinen
ante ti.

Se estrellaron contra mí en el momento en que me soltó, esperando


en la barrera como salvajes hambrientos.

Apretando los dientes, derribé mis muros. ―¡No! ―grité en mi


cabeza. Empujaron hacia adelante, mi forma se inclinó―. ¡Atrás!
―Eran muchos; seguían llegando. Me sentí vomitar, mi cuerpo se
balanceaba.

―Eres su comandante. Se inclinan ante ti ―me exigió Warwick.


Con un grito de dolor, me atrincheré y les devolví el empujón con
un poder que tronaba en mí. ―¡No me toquen!

Me pareció oír un trueno en el cielo despejado y un destello de luz.

Los fantasmas se alejaron, una barrera invisible se levantó a mi


alrededor protegiéndome. Era algo que comprendí que no podía bajar ni
un momento aquí. Los muertos poseían esta zona, reclamaban casi cada
centímetro.

Escupiendo el vil sabor de mi boca, tomé aire tambaleándome,


levantándome.

―Joder. ―Ash parpadeó con asombro.

―¿Qué? ―Miré a Kek, Ash y Lukas.

―Te has iluminado, corderito. ―Kek resopló por la nariz con los
ojos más abiertos de lo normal―. Como un rayo.

Mi mirada se encontró con la de Warwick. Él me dijo lo mismo


cuando me enfrenté a los fantasmas en la Iglesia de los Huesos.

Ash se dio cuenta de que nos mirábamos el uno al otro.

―¿Eso ha pasado antes?

―Sí. ―Warwick asintió―. En la Iglesia de los Huesos.

Ash movió la cabeza. ―Vale, volveremos a hablar de eso más


adelante. ―Sopló desconcertado―. ¿Estás bien?
―Sí. ―Me limpié el sudor que me cubría la frente―. Será mejor
que nos pongamos en marcha.

―Acaba con esto para que podamos salir de aquí. ―Kek se


estremeció―. Este lugar es demasiado horrible incluso para mí, y soy un
demonio. Me gusta lo horrible.

―Joder, lo secundo. ―Ash exhaló―. Nunca pensé que volvería


aquí.

―Guía el camino, princesa. ―Warwick me hizo un gesto para que


me fuera―. Este es tu espectáculo.

Mordiéndome el labio, comencé a subir la colina. No tenía ningún


plan real. Sólo estaba siguiendo el mensaje de mi padre y mi instinto. El
hecho que usara esa canción como código me hizo sentir que me hablaba
a mí, dejándolo para que lo descubriera. Como si supiera que algún día
mis decisiones me llevarían hasta aquí.

―Está bien, papá, enséñame... ―murmuré para mí misma.

Escalando los escalones de piedra erosionados de la colina,


llegamos al castillo. Luk fue el que más le costó; pero no se quejó,
mientras que Kek lo compensó.

―Maldita sea, corderito, si hubiera sabido que había que hacer


ejercicio, me habría quedado en el barco ―refunfuñó―. No es mi
opción preferida de ejercicio.

―¿No tienes resistencia, demonio? ―Ash le respondió.


―¿Quieres poner a prueba mi resistencia, hada? ―replicó
tímidamente. Escuché a Luk gruñir, pero podría ser por el dolor.

Ignorando su conversación, mis pies se movieron más rápido hasta


que llegué a la base del Castillo Alto, de pie en la puerta arqueada. Se
me revolvió el estómago con algo que no podía explicar, la electricidad
me hizo vibrar la piel y sentí un cosquilleo en la nuca.

Este lugar me resultaba tan familiar, aunque sabía que nunca había
estado aquí exactamente. La batalla tuvo lugar en un campo abierto
detrás de los terrenos del castillo. Ni siquiera sabía que existía un castillo
en este lugar; aunque, extrañamente, sí lo sabía. No podía explicarlo,
pero la absoluta comprensión que este lugar me era conocido, como si
yo perteneciera a él, me hizo sentir miedo en el corazón.

Mi pulso se hizo más fuerte en mis oídos mientras mis pies se


movían instintivamente a través de las ruinas desgastadas. El armazón de
la fortaleza seguía en pie, pero la mayor parte del tejado había
desaparecido, lo que permitía que la luz de la luna se abriera paso entre
la oscuridad.

El latido de mi corazón hizo eco en mis oídos, casi como si me


llamara por mi nombre. Lo sentía en todas partes. La muerte.

Pero no eran los mismos espíritus que encontré antes. Extrañamente,


no sentí ningún fantasma dentro del castillo. Había un vacío. Vacío de
esa energía que proviene de un alma.
Zigzagueé y me moví por los senderos del castillo. La sensación que
las cosas nos observaban desde las sombras recorría cada vértice. Justo
fuera de mi periferia; pero cuando miraba, no había nada, lo que me
instaba a moverme más rápido.

―Kovacs. ―Oí a Warwick pronunciar mi nombre, pero ya no


sentía que tuviera el control de mi cuerpo. Empecé a correr atravesando
un arco hasta llegar a un pequeño patio con vistas al Danubio.

Mis pies se detuvieron estrepitosamente. Un grito crujió en mis


costillas, muriendo en mi lengua, el terror atrapándolo en mi garganta.

―Joder. ―Ash se detuvo a mi lado.

Warwick se detuvo a mi lado, Kek y Luk los flanqueaban.

En el centro del patio había un viejo pozo de agua, pero fue lo que
lo rodeaba lo que me aterrorizó, clavándome las piernas en el suelo.
Siete figuras encapuchadas se situaban alrededor del pozo. Todas
delgadas y de distintas alturas, sus rostros estaban ocultos bajo sus
capuchas y ensombrecidos por la noche. Sus huesudas manos sostenían
diversas armas, como un bardiche, un martillo de alfalfa y una guadaña
de guerra. Los bordes afilados brillaban a la luz de la luna.

Ya había visto su parecido en los libros de ilustraciones en los que


los humanos se inspiraron para la imagen de la muerte.

Los siete estaban allí, pero pude distinguir más figuras huesudas en
las sombras, esperando una orden.
Sabía en mis entrañas lo que eran.

―Que una carretilla de pequeños monos se la follen. ―Mi voz


apenas superó un susurro.

Nigromantes.
El aire hipaba en mis pulmones, el miedo me tapaba las venas, mi
mirada recorrió las figuras. Warwick tenía razón al decir que en esta
tierra no vivían personas vivas, pero no todo aquí estaba muerto.

Los nigromantes vivían en el medio.

El gris.

El gris... como tú.

Estaban atrapados entre la vida y la muerte, alimentándose de lo que


quedaba de la esencia de una persona. Los nigromantes vivían de las
almas de los difuntos, y luego utilizaban sus esqueletos para cumplir sus
órdenes. Ya no había emociones ni conciencia en ellos, sólo huesos.

Eso era lo que veía en las sombras. Un ejército de huesos listo para
luchar y proteger a sus amos.

Se me anudaron las tripas al darme cuenta que mi mente aún no


estaba dispuesta a escuchar. El pavor se agitó en el interior de mi cuerpo,
haciendo que mi cabeza nadara, como si no estuviera del todo unida a mí
misma. Todo esto era secundario a la atracción magnética que sentía; un
poder dentro del pozo, dentro de mí, contra el que no podía luchar.

Me llamaba como si fuera parte de mí. Cantando la canción de una


sirena.

Absurdamente, mis pies se dirigieron hacia la fuente.

Casi todos los nigromantes se movieron en un abrir y cerrar de ojos


con sus amenazantes armas preparadas para destriparme, provocando
que el grupo que me rodeaba respondiera de la misma manera.

Podía sentir cómo se expandía la presencia de Warwick, el lobo y la


leyenda rociando el espacio con poder, la promesa de muerte.

El problema era que este grupo no temía a la muerte.

Se alimentaban de ella.

Una figura más pequeña se situó frente al grupo, con el cabello


largo y oscuro que caía por la capucha. Estaba bastante segura de que
era una mujer. Levantó su mano delgada, con una piel gris tan fina como
el papel que era casi translúcida. Los nigromantes que la rodeaban se
retiraron. No me cabía duda de que era su líder.

No habló ni dio ánimos, pero, por alguna razón, lo tomé como tal y
volví a dar un paso adelante.

―Kovacs... ―La voz de Warwick me recorrió la nuca, con su arma


aún amartillada y apuntando hacia ellos―. ¿Qué estás haciendo?
No tenía ni puta idea.

Al llegar al pozo, el tirón se volvió agónico; un grito subió a mi


garganta, desesperada por recuperar lo que fuera.

Tirando de la cuerda, tiré del cubo hacia arriba. Los nigromantes se


movieron. La sensación que querían reducirme, alejarme de ella, se
arrastró sobre mí como las hormigas. Su líder volvió a levantar la mano,
deteniéndolos.

Un viejo cubo de madera se abrió paso a través de la inexpugnable


negrura del fondo del pozo, revelando una caja de metal en su interior.
Alcancé la caja y sentí que una magia poderosa se agitaba contra el
recipiente, un animal enjaulado que deseaba salir. A través de sus
confines, el poder rezumaba, clavándose en mi piel como un millar de
agujas.

Un relámpago bailó en el cielo nocturno sin nubes y el aire se llenó


de magia.

―Kovacs... ―La sombra de Warwick gruñó en mi oído. Él también


podía sentirlo. El peso en mi estómago que me advertía todo el día
gritaba ahora, pero detenerse ya no era una opción. Mi destino estaba
fijado; los acontecimientos que me llevaron hasta aquí ya estaban en
marcha.

Mis manos rodearon la caja y soltaron la cuerda del cubo. La


energía recorrió la noche y bajó por mis músculos. Una emoción que no
podía explicar resolló en mi pecho.
Temblando, abrí la tapa. En el interior, todo lo que pude ver fue una
sustancia casi como miel solidificada.

Una campana en la distancia sonó, la primera campanada de la


medianoche justo cuando mis dedos rozaron la sustancia.

Brillaba, zumbando no sólo con una profunda familiaridad...

Era. Era. Yo.

¡Crack!

Si el sonido estaba dentro o fuera de mí, no había diferencia.

Mis sentidos fueron arrancados de mí. Un grito me destrozó la


garganta, la negrura me envolvió mientras la magia explotaba dentro de
mi cuerpo, alejándome del presente, dejándome caer instantáneamente
en el pasado.

Hace exactamente veinte años.

Al igual que con el libro de los faes, me encontraba en el campo de


batalla con los sonidos del metal que repiqueteaba, los gritos de la
muerte que se escuchaban, la magia que estallaba y crepitaba mientras lo
que quedaba de la barrera entre los mundos se astillaba y se disolvía. Me
encontraba en un lugar diferente, más cerca del castillo de la Reina
Seelie, con figuras que corrían a mi lado, con cadáveres esparcidos por
el suelo.

―¿Eabha? ―El sonido del nombre de mi madre me hizo girar la


cabeza hacia un lado, y la confusión nubló mi mente. ¿Era una
coincidencia? ¿Otra mujer llamada así? Se suponía que mi madre debía
estar dándome a luz ahora mismo.

―Eabha ―volvió a decir la voz de la mujer, que me hizo ver hacia


ella. Con el cabello castaño claro recogido en una trenza y vestida de
negro, se dirigió a otra figura.

Todo en mí se congeló, mis ojos absorbieron, mientras mi cerebro


tropezaba con la escena.

Mi madre, su foto aún en mi bolsillo, estaba allí. No en la casa de


campo donde me dio a luz, sino aquí, en medio de la batalla. Siseó, con
una mano agarrando el brazo de la mujer y la otra presionando su vientre
de embarazada, agachándose con un gemido.

―¡No deberías estar aquí! ―La voz de la otra mujer temblaba de


miedo, su cabeza se movía en busca de los atacantes―. El bebé ya
viene.

Mi madre gruñó con el sudor goteando por su rostro. ―Es


demasiado pronto.

―¡Claro que no! Viene mi sobrina, Eab.

¿Sobrina? Parpadeé al ver a la mujer, viendo ahora lo mucho que se


parecían algunos de sus rasgos a los de mi madre, aunque su cabello era
más castaño rojizo. Nunca supe que tenía una tía o algún familiar por
parte de mi madre.

―Tienes que irte. Es demasiado peligroso. Piensa en tu bebé.


―Lo estoy haciendo ―arremetió mi madre con la rabia atravesando
su dolor―. Todo esto es por ella ―gruñó durante otra contracción,
gritando de dolor―. Ahora soy la líder de esta familia. Si no lucho, no
tenemos esperanza, Morgan.

Morgan bajó la cabeza, inclinándose. ―¿Y si te ve?

―No lo hará.

―¿Cómo puedes amarlo y ocultarle la verdad de lo que eres?

―Es porque lo amo ―espetó mi madre con la cabeza temblando de


pena―. Si él supiera...

―Quieres decir que, si supiera no sólo lo que eres, sino el hecho de


que estamos luchando por el bando contrario al suyo...

Aspiré, dando un paso atrás.

¿El lado opuesto?

Mi padre luchaba contra la cruel Reina Seelie. Eso significaba que


luchaba por Aneira ―en apoyo de la tiranía, que los humanos no fueran
más que esclavos―, no en contra.

¿Por qué?

La traición me acuchilló el pecho.

―¡No tenemos elección, Morgan! ―La pena llenó los ojos de mi


madre―. ¡Ella nos maldijo! Si ella muere...
―Nosotras también ―terminó mi tía.

―No, hermanita. La muerte sería una bendición. ―Mi madre se


sobresaltó al ver que un grupo de faes No-Seleccionados saltaba hacia
ellas. En lugar de sacar un arma, mi madre levantó las manos. Unas
palabras sibilantes salieron de su boca.

El cuerpo del hombre se elevó en el aire, su cuello se rompió con un


escalofriante chasquido antes de caer al suelo en un montón.

¿Qué demonios? Un grito chillón me subió por la garganta, la


sorpresa y el terror me hicieron retroceder aún más.

¿Era mi madre una Druida? ¿Una bruja?

Morgan se quedó junto a ella, y entre las dos masacraron al grupo


de faes. Los que luchaban por el rey.

Un aullido de dolor brotó de mi madre, su mano agarrando a su


hermana de nuevo, sus piernas se doblaron hasta caer al suelo.

―¡Eabha! ―El pánico llenó la voz de Morgan, que se dejó caer al


suelo junto a mi madre con la mano frotándole el brazo.

―Viene... oh dioses, no... el bebé viene ahora. ―Las lágrimas caían


por la cara de mi madre, sus manos arañando a su hermana con terror.

―Necesito llamar al resto de nuestro grupo. Quizás Finn sepa qué


hacer. ―Morgan comenzó a levantarse.
―Sí, ve a buscarlos. ―La voz de un hombre vino de un lado,
sacudiendo mi cabeza hacia él mientras se acercaba―. Así podré
destruir tu pérfido clan de una vez.

―Oh dioses. ―Mi boca se separó, contemplando al anciano que


había llegado a amar en un tiempo. La fuerza y el poder se desprendían
de él. Llevando un bastón, se veía prácticamente igual; excepto que su
espalda era recta, su estructura menos débil y desgastada.

―Tadhgan... ―Morgan aspiró bruscamente, dando un paso atrás,


con miedo en sus ojos.

―Por fin te he localizado. No es una sorpresa que estés luchando


por ella. ―Golpeó el bastón contra la tierra, con su poder vibrando en el
suelo.

Mi madre gimió, siseando y respirando entrecortadamente con la


cara arrugada por el dolor.

―Si la tocas, te mataré, viejo. ―Morgan se puso delante de mi


madre protegiéndola.

―¿De verdad crees que puedes conmigo? Estuve allí el día que
naciste. Eres una niña, Morgan. Es desgarrador saber que tu padre
destruyó toda esperanza para ti. Tú y Eabha podrían haber sido
magníficas.

―Mi padre fue un gran hombre ―bramó ella.

―Tu padre era un traidor ―replicó él.


Mi madre lanzó un grito y sus piernas se separaron mientras
resoplaba y gruñía. La magia chasqueó y chisporroteó, lloviendo
mientras un profundo y largo grito destrozaba la garganta de mi madre,
aullando en la noche.

De repente, ya no estaba en el campo, sino en el interior del castillo,


y podía ver la batalla que se libraba al otro lado de la ventana. Pero en
esta sala, un hombre yacía muerto en el suelo mientras dos muchachas
de cabello oscuro estaban junto a una mujer con un vestido
impresionante, con una corona en la cabeza. Aneira.

Una de las chicas, que se parecía mucho a una versión más joven de
la actual gobernante de las Naciones Unidas, la Reina Kennedy, cogió
una espada del suelo. En el momento en que la tocó, la magia hizo
estallar la hoja con luz. Con un grito, la espada cayó y atravesó el cuello
de Aneira, cuya cabeza rodó con un silbido de magia.

Sentí que la magia me golpeaba. La ola de increíble poder.

En un abrir y cerrar de ojos, estaba de nuevo fuera con mi madre. El


bebé estaba saliendo, mi madre lloraba y gritaba; no de felicidad, sino de
terror, dolor y pena.

Volvió a empujar, y el bebé se deslizó hasta salir.

Los truenos rodaron y crujieron.

El muro caía con la muerte de la Reina Seelie, extendiéndose en un


efecto de onda como una bomba. Las olas de su magia golpearon la
tierra como un tsunami, derribando el último trozo de muro y golpeando
directamente a mi madre y al recién nacido aún cubierto de placenta.

La cabeza de mi madre cayó hacia atrás mientras el bebé gemía de


vida, el grito se elevó en el aire, la magia envolviendo a la niña.

¡Crack!

Más magia se extendió por el cielo, los colores brillaron, saliendo


del bebé con una carga eléctrica.

Mi cabeza siguió el rayo, sabiendo que, en algún lugar de este


campo, otro yo estaba escuchando el llanto del bebé mientras devolvía la
vida a otra persona.

El bebé que había oído llorar mientras salvaba a Warwick y a


Scorpion era yo. En el fondo, siempre lo supe.

Otra cosa que comprendí instintivamente: ¿el néctar que tantos


buscaban? Mataban...

Era yo.

Mi placenta. La magia empapó la placenta, que la absorbió como


una esponja.

Me volví y vi que no sólo me habían dado la vida, sino que también


me la habían quitado.

Tanto mi madre como mi tía estaban muertas.


Ahora un grito brotó de mis pulmones. Me sacudí para liberarme del
néctar, las imágenes del pasado se rompieron mientras tiraba y arrancaba
la mano, jadeando. Me derrumbé sobre mi culo, mirando las brillantes
estrellas que había en lo alto.

La fría noche me rozó la piel, los restos del alto castillo a mi


alrededor. Warwick estaba junto a mí en el suelo, con su mano en la
parte baja de mi espalda, manteniéndome firme.

―¿Qué ha pasado? ―preguntó, con los ojos todavía saltando hacia


los nigromantes, manteniendo la guardia alta.

Resoplé, sin que las palabras salieran de mi boca. Había aprendido


mucho, pero tenía aún más preguntas que antes.

¡BOOM!

Antes que pudiera centrar mis pensamientos, me arrancaron de


nuevo. Esta vez no fue el néctar o el libro lo que me llevó.

Fue Scorpion.

Los escombros de un edificio ondeaban en el aire, enormes trozos


de piedra, yeso y madera que aplastan todo a nuestro alrededor. Los
gritos de pánico y de terror inundaron el aire espeso.

―¡Scorpion! ―le grité, pero no se detuvo; corriendo hacia la


devastación, no alejándose.

Tardé un momento en darme cuenta de dónde estábamos a través


del humo nublado.
El vómito se acumuló en mi estómago.

La explosión era la base de Sarkis.

―¡No! ―grité, mis piernas arrancando tras Scorpion, nuestro


enlace nos mantenía cerca. Birdie, Wesley, Zuz y Maddox le estaban
pisando los talones.

―¡Joder! ¡Joder! ―Buscaba cualquier forma de entrar, dirigiéndose


a la entrada secreta.

La que está bajo los escombros.

―¡Andris! ―grité, aunque sabía que no podía oírme. Oh dioses, ¿y


si estaba muerto? ¿Caden? ¿Hanna? ¿Ling? Todos estaban allí abajo.

Las lágrimas rodaron por mi rostro mientras veía cómo Maddox,


Wesley y Scorpion cavaban, empujaban y hacían rodar grandes trozos
hasta que hicieron un agujero, Birdie se coló primero, Scorpion después.

Yo estaba a su lado, el horror me llenaba, el polvo se metía en mis


pulmones como si estuviera realmente allí. La mayor parte del piso
superior se había derrumbado, bloqueando algunas zonas. Había
escombros y cadáveres por todas partes.

―Scorpion ―gritó un hombre, girando nuestras cabezas. Estaba


cortado y cubierto de polvo. Lo había visto de pasada, pero no lo
conocía.

Un grito de alivio brotó de mis entrañas cuando vi que Hanna y


Caden estaban detrás de él. Sangrando y heridos, pero vivos.
Scorpion se lanzó hacia ellos, con los ojos puestos en Hanna.
―¿Están bien?

―Sí ―respondió el hombre, aunque estaba bastante segura que


Scorpion se dirigía a ella―. Un poco magullados, pero bien.

Tenía muchas ganas de abrazar a mis amigos; parecían sacudidos y


aturdidos, sin poder recuperarse tan rápido como los faes.

―Sácalos de aquí. Dile a Zuz que te ayude a vigilarlos. Podría


haber gente intentando rescatar a estos dos.

El hombre asintió, moviendo a Hanna y Caden hacia la salida.

―Esto no era para un rescate. ―Sacudí la cabeza. Scorpion era el


único que podía oírme―. Esto era para destruir.

―Sí. ―Asintió con la cabeza―. Y matar.

―¡Scorpion! ―La voz de Birdie gritó. Su tono hizo que me ardiera


el estómago.

Ambos arrancamos, dirigiéndonos hacia la dirección de la oficina de


mi tío, con un sollozo anidando entre mis costillas.

Arrastrándonos por los escombros, divisé el pelo rubio de Birdie... y


las figuras sobre las que se inclinaba.

―¡No! ―grité, viendo a Ling y a mi tío cubiertos por los


escombros mientras Wesley y Maddox se abrían paso entre ellos,
descubriendo sus cuerpos ensangrentados y rotos.
Birdie palpó el pulso de Ling. ―Ling sigue viva. ―Sus ojos se
llenaron de lágrimas―. Pero...

Lo sabía.

Mi tío estaba muerto.

Su cuerpo humano no pudo resistir la explosión.

Todos los recuerdos de él pasaron por mi cabeza, las pequeñas cosas


que hacía, como las golosinas que me hacía con un guiño conspirador.
Los cuentos que nos leía a Caden y a mí. El peluche, Sarkis, que me dio
para que me sintiera protegida y segura cuando ellos no estaban. El amor
que él y Rita siempre me daban. Aunque Mykel era mi verdadero tío,
Andris era mi familia. Él era todo lo que me quedaba en este mundo.

Perdí a mi madre, mi padre, mis amigos y mi hogar. Encontrar a


Andris de nuevo fue como encontrar un pedazo de mi padre. Mi
corazón.

La idea de perderlo...

No.

Joder. No.

La ira, la pena y el amor feroz se acumularon en mi pecho. Podía oír


mi pesada respiración. Podía sentirme a la vez junto al cuerpo de mi tío
bajo los escombros y también lejos, en la fría noche del Alto Castillo.
―¿Kovacs? ―Warwick me llamó a través del enlace, pero mi
determinación estaba perforada en una cosa.

Mi tío.

―Debemos sacar su cuerpo de aquí. ―La garganta de Wesley se


estremeció de dolor, todos asintieron con él.

Pusieron una mano sobre su cadáver.

―¡Nooooooo! ―El fuego rugió de mí. Mi mano se cerró de golpe


sobre su pecho al mismo tiempo que agarraba el néctar en el castillo.

Escuché la última campana de la medianoche sonar en la distancia.

Una explosión estalló detrás de mis párpados, saliendo del néctar,


enredándose con la espesa magia que aún había en el aire. La
electricidad subió por mi garganta y bajó por mis venas, quemando todo
a su paso. La energía me recorrió la espina dorsal, la fuerza del néctar
me atravesó.

Entonces supe lo que era.

No era nada y lo era todo.

El puente entre la vida y la muerte.

El punto intermedio.

Yo era El Gris.
Continuará…
Stacey Marie Brown es una amante de los chicos malos de ficción y
de las heroínas sarcásticas que patean culos. También le gustan los
libros, los viajes, los programas de televisión, el senderismo, la escritura,
el diseño y el tiro con arco. Stacey jura que es en parte gitana, ya que ha
tenido la suerte de vivir y viajar por todo el mundo.
Se crio en el norte de California, donde correteaba por la granja de
su familia, criando animales, montando a caballo, jugando al
encuéntrame y convirtiendo fardos de heno en geniales fortalezas.
Cuando no está escribiendo, practica el senderismo, pasa tiempo con
sus amigos y viaja. También es voluntaria ayudando a los animales y es
ecológica. Cree que todos los animales, las personas y el medio
ambiente deben ser tratados con amabilidad.

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