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oscuridad

y el silencio. Y después algo se movió delante de ella. Un espejismo


mental, supuso, porque aquí solo podía existir la luz imaginaria.
Pero el espectáculo que siguió le demostró el error de esa presunción.
La pared estaba iluminada, o mejor dicho, algo que estaba detrás de la pared
brillaba con una fría luminiscencia que hacia que los sólidos ladrillos parecieran
materia insustancial. Más todavía, la pared parecía estar partiéndose, sus segmentos
se deslizaban y dislocaban como el artefacto de un mago: paneles aceitados que
revelaban cajas ocultas, cuyos lados, a su vez, se desplomaban para revelar más
escondrijos. Julia observo fijamente, sin atreverse siquiera a pestañear por temor a
perderse algún detalle de este extraordinario juego de prestidigitación, mientras el
mundo se separaba en pedazos ante de sus ojos.
Entonces, súbitamente, en algún sitio de este sistema cada vez mas elaborado de
fragmentos deslizantes, vio (o, nuevamente, le pareció ver) un movimiento. Recién
ahora, se percato de que había estado conteniendo la respiración desde que
comenzara el despliegue y que estaba comenzando a marearse. Trato de expulsar el
aire viciado de los pulmones y tomar una bocanada de aire limpio, pero su cuerpo se
resistía a cumplir esa sencilla orden.
En algún lugar dentro de ella, comenzó a latir el pánico. El truco de magia ya
había terminado, dejando a una parte de Julia admirando con total desapasionamiento
el tintineo de la música que salía de la pared, y a la otra parte luchando contra el
miedo que ascendía paso a paso por su garganta.
Otra vez, trato de tomar aire, pero era como si su cuerpo hubiese muerto y ella
estuviera mirándolo desde afuera, incapaz ahora de respirar, pestañear o tragar saliva.
El espectáculo de la pared que se desplegaba ya había cesado por completo; vio
que algo fluctuaba por los ladrillos, lo bastante irregular para ser una sombra pero con
demasiada sustancia.
Era humano, según pudo apreciar, o lo había sido. Pero el cuerpo había sido
desgarrado y vuelto a coser, y la mayor parte de las piezas faltaban, o bien estaban
retorcidas y ennegrecidas, como si lo hubieran metido en un horno. Había un ojo que
la miraba, centelleante, y la escalera de una espina dorsal, con las vértebras
despojadas de músculo: unos pocos fragmentos reconocibles de anatomía. Nada más.
Que semejante cosa pudiera estar viva desafiaba toda razón…la poca carne que
poseía estaba irremediablemente podrida. Sin embargo, estaba viva. El ojo, a pesar de
la mancha de hongos en que estaba enraizado, la estudio centímetro a centímetro, de
arriba abajo.
Julia no sentía miedo en su presencia. La cosa era, por mucho, más débil que ella.
Se revolvió un poco en su prisión, buscando alguna migaja de comodidad. Pero no
había ninguna, menos para una criatura que tenia los deshilachados nervios al aire,
sobre los brazos sangrantes. Cualquier lugar donde apoyara el cuerpo le provocaba

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