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Causa curiosidad las similitudes existentes entre los presidentes Valentín Paniagua y Martín

Vizcarra. Ni Vizcarra ni Paniagua eran limeños. Ninguno de los dos formaba parte del
stablishment político de la élite limeña, en un país centralista y discriminador del
“provinciano”. A la vez, ambos llegaron a la presidencia no por haber sido elegidos, ni
tampoco por haberlo querido en primera instancia sino porque las circunstancias los
colocaron en esa posición. En el caso de Paniagua, debido a que era el congresista no
fujimorista que ganó más consenso moral después de la caída del fujimorato; en el caso de
Vizcarra, por encontrarse en la plancha presidencial de PPK, y en tanto que vicepresidente,
asumió la Presidencia de la República después de la renuncia de Kuczynski.
Tanto a Paniagua como a Vizcarra la Presidencia no fue algo buscado, sino algo que
tuvieron que asumir. Pero, a pesar de ello, supieron estar a la altura y asumieron la
responsabilidad. La responsabilidad es un concepto moral de suma importancia: es la otra
cara de la libertad y de la autonomía. Se trata algo que se asume libremente y que coloca a
la persona que lo hace en condiciones de actividad moral. Quien asume una responsabilidad
no se entiende como una cosa o un objeto de las circunstancias, sino como una persona
moral capaz de iniciar una cadena causal en el mundo por sus actos libres. Y, aunque la
responsabilidad le haya “caído encima” (como en el caso de quien debe hacerse cargo de
sus sobrinos tras la muerte de su hermano), la asume libremente y no como ser pasivo. Así,
estos presidentes excepcionales, aunque la responsabilidad les cayó encima, decidieron
desactivarse de los condicionamientos causales del mundo de los hechos de la naturaleza
social y política, y se conectaron con el ámbito de la libertad, de tal manera que decidieron
asumir la responsabilidad. “Asumir” supone convertirse en personas, es decir, en sujetos
libres, que toman decisiones por sí mismo ante las circunstancias. De esta manera, Valentín
Paniagua y Martín Vizcarra decidieron erigirse como personas morales y terminar siendo los
mejores presidentes de la República que hemos tenido desde la recuperación de la
democracia. A ambos les tocó enfrentar la corrupción galopante del país, y reconstruirlo de
las cenizas y de la barbarie.
No voy a hacer un balance exhaustivo de los siete meses que duró en gobierno de Paniagua,
sino que me concentraré en articular un relato de este que permita conectarlo con en
contexto reciente en el país. Así que diré que a él le tocó hacer frente a la crisis institucional
que representó la caída del gobierno del exdictador Alberto Fujimori. La herencia que había
recibido Paniagua es la de un régimen que se había erigido en dictadura y que había
afianzado su tiranía sobre el sistema político y sobre la sociedad gracias a que instaló una
corrupción sistemática. Cuando hablamos de corrupción, podríamos mencionar tres clases
generales de ésta. La primera es la corrupción sistémica, la segunda es la sistémico-
institucional y la tercera es la corrupción individual-esporádica. La corrupción sistémica es
aquella que se realiza desde un centro de poder y que se utiliza para controlar a todo el
sistema político y social. La corrupción del régimen que se instaló en los 90 en el Perú es
un claro ejemplo de este tipo de corrupción. En cambio, la corrupción sistémico-institucional
es la que se instala en una institución o un conjunto de instituciones vinculadas y que se
ejerce desde un centro de poder al interior de ese conjunto de instituciones. Un ejemplo de
este tipo de corrupción lo constituye el del sistema de justicia que fue revelada por los
“audios de la vergüenza”. Finalmente, la corrupción individual-esporádica es la de personas
individuales en momentos muy específicos.
Durante e fujimorato se instaló una corrupción sistemática. Ésta consistía corromper todos
los organismos del Estado y los sectores más influyentes de la sociedad. Así, las FF.AA.
fueron sometidas a un acta de sujeción a Vladimiro Montesinos, y por medio de éste, a
Alberto Fujimori. El Congreso de la República, el Poder Judicial, la Defensoría del Pueblo;
todas las instituciones del Estado se encontraban sometidas a la tiranía montada por el
régimen. Lo mismo sucedía con los medios de comunicación, los empresarios y otros
sectores de la sociedad civil. Con esos actos, en régimen dictatorial había desmantelado
las. Instituciones centrales de la República y del Estado de Derecho. Como consecuencia
de ello, se hizo mucho más fácil la violación de Derechos Humanos, las violaciones al debido
proceso (como sucedió con la implementación de jueces sin rostro) y la impunidad. Respecto
de los Derechos Humanos es necesario señalar que el régimen fujimorista, al destruir el
Estado de Derecho por medio de la corrupción sistémica que impuso, colocó como centro
de la violación de los derechos humanos fue justamente el mismo Estado de Derecho. Es
en ese sentido que la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos asumió la importante
tarea de dar cuenta de dicha destrucción.

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