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LA IRA DE DIOS, SU CÓLERA, SU VENGANZA.

En el estudio de la Sagrada Escritura hemos conocido la revelación de que Dios es un


Dios de amor; y en ocasiones, se revela como un Dios de ira. Asombrosamente en la
Biblia estos dos atributos de Dios no se contraponen, sino que son atributos del mismo
Dios que co-existen. De modo que para tener una visión equilibrada de Dios tenemos
que considerar ambos aspectos.

Primero que nada debemos tomar en cuenta el modo en que habla la Biblia. Habiendo
Dios privilegiado la palabra – medio a través del cual el hombre se comunica y expresa-
, utiliza el lenguaje de las “emociones humanas” para hablar de Dios. En la Biblia Dios es
pintado como una persona, con gestos de una existencia corporal como hombre. Por
ejemplo, decimos de Dios que “me echas lejos de tu rostro”, o “quiero verte cara a cara”;
o cuando sentimos a Dios lejano lo percibimos como dormido, y él contesta “no duerme
ni dormita el guardián de Israel”. Igualmente hablamos de “los celos de Dios”, que en
un momento pasan a manifestarse en cólera y furor (Dt 29,19). Y así como su amor
trasciende al amor humano, su ira lo hace igualmente. En Dios, en su amor y en su ira,
no encontraremos ninguna de las volubilidades, vacilaciones y debilidades del amor
humano.

En segundo lugar, Dios ha dicho que él es “Santo”, y que su actuación es siempre en


justicia. En sus relaciones con el hombre, Dios aparece en la Biblia entrando en contacto
con su desobediencia y pecado más que en una actitud de fidelidad. Por eso no debe
impresionarnos que en las páginas del Antiguo Testamento Dios aparezca más como
juez severo que como amable misericordia.. Ante el desorden, la infidelidad y el pecado
del hombre, es lógico que Dios muestre indignación o reaccione ante el hecho del
pecado y de la maldad. Siendo Dios 100% justo no puede pasar por alto
permanentemente el mal ni el pecado introducidos en la humanidad desde la rebeldía
de Adán; tarde o temprano debe manifestar su “ira”, su desacuerdo ante estas cosas.
Todos los libros del Antiguo Testamento hablan de la ira o de la cólera de Dios, de su
furor, de su venganza. La ejerce sobre todos los culpables: primero sobre Israel que
debería ser santo; sobre la comunidad; sobre los individuos; sobre las naciones.

Cuando aparece la ira de Dios en la Biblia, generalmente aparecen con ella “las faltas de
Israel a la Alianza”, “porque han abandonado la alianza del Señor, el Dios de sus padres”
(Dt 29,24). También aparece la ira de Dios a propósito de la idolatría, el trato injusto
hacia el prójimo, el culto sincretista; abusos en el sentimiento de seguridad basado en
“la presencia de Dios” en medio de su pueblo. Asimismo encontramos la ira divino ante
los enemigos opresores de su pueblo.

Para hablar de la ira de Dios, los escritores de la Biblia utilizan imágenes: llamas y fuego
que brotan de la nariz de Yahvé para manifestar una explosión de su paciencia (Is 30,27-
33); actitudes de “venganza” divinas descritas como “beber de una copa” (Is 51,17) de
un vino embriagador (Jr 25,15-38). A veces Israel designa a un culpable castigado por
Dios (Nm 11,1), otras presenta a la comunidad como ejecutora de la cólera divina.
En definitiva, si se ha presentado la cólera del Señor, es porque antes ha habido pecado
del hombre. Se entiende que un Dios que ama con un amor intransigente, sienta celos
(bíblicamente celos son el exceso del amor de Dios) de su pueblo y se indigne cuando
no es correspondido. Así los profetas explican los castigos pasados por la infidelidad del
pueblo a esa Alianza de amor: quieren mostrar que el amor de Dios es en serio, que el
Santo de Israel no puede tolerar el pecado en el pueblo que ha elegido.

Pero una nota debe hacernos reflexionar cómo “Dios no es dominado” por la ira, porque
en él incluso esta pasión es 100% perfecta. Él no se comporta como un hombre cuando
manifiesta su ira: él domina su pasión; el Señor es “tardo a la cólera” (Ex 34,6; Os 11,9).
Por eso después de castigar con su cólera, se detiene: “Por un momento te abandoné,
pero con amor eterno te amor; en un momento de ira te oculté mi rostro, pero con amor
eterno me apiado de ti” (Is 54,7). Actuando así y no bajo el impulso de la impaciencia,
Dios manifiesta el alcance educativo que causa su cólera: no paraliza al hombre, no lo
destruye, sino que lo llama a la conversión.

Israel sabe que en el fondo Dios tiene una intención de amor para con él, por eso
sacrificando, animados por su fe en la justicia divina, expresan con sus oraciones de
intercesión su convicción: Dios puede retractarse de su cólera. Recordemos cuando
Moisés intercedió por el pueblo infiel (Nm 11,1s; Ex 32,11), cuando Jeremías intercede
por Judá (Jr 14,7ss), o Job por sus amigos (Jb 42,7).

El pueblo de Dios está confiado en que su sacrificio y su oración han reducido el castigo
que sufre con miras a su conversión; sin embargo no “anula” la cólera divina, sino que
la pone en el lugar adecuado: el día de Yahvé. Ese día se convierte en día de ira, del que
nadie podrá escapar: ni los paganos, ni los impíos de la propia comunidad; únicamente
el hombre piadoso al que se ha perdonado su pecado.

Nuestra razón tiende a “purificar a Dios” de sentimientos o pasiones que humanamente


son juzgadas violentas, ¡serían indignos de un Dios bueno y misericordioso! No
olvidemos que la Biblia utiliza géneros literarios, que nos transmiten a través de
imágenes, que muchas veces son meras metáforas, a un Dios, tanto para hablarnos de
su amor como de su cólera.

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