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Tengo planes maravillosos para mi vida.

¿Serán los planes de


Dios igual de grandes a los míos?
Cuando somos niños, basta un beso de buenas noches de nuestra mamá o
nuestro papá para sentir seguridad ante el miedo a la oscuridad o a los monstruos.
En la medida que crecemos aparecen temores relacionados principalmente con
nuestra identidad social. Estos, no se van tan fácil y siguen al despertar por la
mañana. Generalmente trabajando en nuestra confianza y haciendo buenas
amistades, poco a poco los superamos.

Ya en la madurez juvenil, el fracaso y la incertidumbre son algunos de los aspectos


que más parecen florecer, sobre todo en un mundo tan acelerado y cambiante
como el nuestro. Por eso, en medio de la emoción de querer conquistar el mundo,
podemos llegar a atravesar «crisis existenciales», donde cuestionamos si estamos
tomando el camino correcto hacia nuestros sueños. Porque todo joven sueña.

Todos guardamos sueños en el corazón

Los que estamos en el caminar de Dios también lo hacemos ¡y mucho! La única


diferencia es que nuestros sueños, más allá de metas materiales, incluyen metas
que trascienden en amor y entrega a otros.

No obstante, aunque estemos agarrados de Dios, nunca faltan los temores ya


mencionados, a veces los objetivos no comienzan a manifestarse como los
habíamos planeado. De hecho, me atrevo a decir que nacen sentimientos de
decepción e incluso desconfianza con Dios, porque equivocadamente
podíamos creer que con Él lo alcanzaríamos todo sin problema alguno: «total, es
un sueño bueno» pensamos, y creemos que por eso, milagrosamente serán
menos los obstáculos en el camino.
Pero no, en ocasiones no es así. A veces Dios no actúa de inmediato o suceden
cosas que antes de acercarnos a la meta, parecen más bien alejarnos de
ella. Nuestra fe es puesta a prueba, y nuestro orgullo también. Nos preguntamos
entonces ¿Cuál será el plan de Dios?

¿Será que no merezco todo lo que sueño?

Nos preguntamos, «¿Será que no lo merecemos? o ¿será que no lo he pedido lo


suficiente?». La respuesta es no, no es que no merezcamos alcanzar esos sueños
que tenemos, o que no nos hayamos puesto de rodillas lo suficiente.

En mi juventud, he descubierto que hay dos posibles razones por las que las
metas que a veces queremos y luchamos por alcanzar, parecen quedarse solo en
papel. Te las comparto a partir de reflexiones bíblicas:

1. «Hemos trabajado toda la noche y no hemos sacado


nada» Lc 5, 1-11

En este pasaje, Lucas narra el llamado que le hace Jesús a sus primeros
discípulos. Simón, Santiago y Juan eran pescadores. Se dedicaban a eso,
conocían los trucos, se supone que eran expertos, sabían que el mejor momento
para pescar era en la noche, pero en toda una noche ¡no tuvieron éxito! Por la
mañana llega Jesús, alguien que ante los ojos de ellos no sabía nada de pesca y
les da la indicación que a plena luz del día, tiren las redes.

Curiosamente, Simón toma una actitud de obediencia ante un casi desconocido.


¿Sería la mirada de Jesús o su voz la que lo hizo confiar? No lo sabemos, pero el
afán que seguramente tuvo horas antes se desvaneció por completo al confiar en
las palabras y en el tiempo en que Dios quiso conceder su intención.
Ante este ritmo acelerado de vida que nos ofrece el mundo, la inmediatez de la
tecnología o el «éxito» de medio mundo que nos muestran las redes sociales, Dios
nos recuerda que si queremos alcanzar nuestros sueños no siempre será en el
tiempo que nuestra razón lo diga, con Él no todo está a un click de distancia.

Hay que confiar y trabajar pacientemente. Él decide cuándo es el


tiempo prudente y cuando lo hace, se revientan las redes como las de esos
pescadores de hombres.

Eso sí, cada uno de nuestros tiempos es distinto. Dios trabaja con cada uno de
nosotros de manera singular. La cuestión es, que sea hoy o sea mañana, frente a
cualquier sueño que tengamos, debemos luchar por alcanzarlo recordando
siempre que Dios es dueño del tiempo y las circunstancias.

2. «Iba de camino, cuando de repente lo deslumbró una luz


que venía del cielo» Hch 9, 1-6

Pablo, cuando todavía se llamaba Saulo, no era un hombre que desconociera a


Dios. Al contrario, él creía que lo que hacía era para Gloria de Dios. Su propósito,
previo a su conversión, era quitar del camino cualquier amenaza que él
considerase que iba en contra de Dios. Sin haber conocido personalmente a
Jesús, lo consideraba un impostor blasfemo.

Aunque su historia es totalmente diferente a la nuestra, hay un detalle que se


puede asemejar a alguno nuestro: el propósito que él tenía en mente, no era el
que Dios tenía para él. Saulo era un hombre educado en la fe judía, pero
ciegamente creía que su plan era el de Dios. Creía que Él se tenía que
acomodar a su plan. En medio del efervescente crecimiento de la comunidad
cristiana no fue capaz de meditar para escuchar la voz de Dios. No fue hasta que
la luz del Señor lo hizo cambiar radicalmente de plan.

Como Pablo, a veces se nos mete en la cabeza que el plan que tenemos es el
mejor para nosotros, e incluso para el mundo. Soberbiamente creemos tener la
razón y le huimos a la idea de reconocer que no es lo que Dios quiere. No es hasta
cuando nos retiramos verdaderamente a meditar, o en caso extremo, hasta que Él
nos da una buena sacudida, que abrimos con humildad los ojos.

Nuestro Padre a veces nos lleva por caminos que no son los que pensábamos
fueran los mejores y no es sino en la medida que los cruzamos con fe, que
comenzamos a visualizarlo de otra manera.

Es muy sencillo pronunciar las palabras del Padre Nuestro «hágase Tu Voluntad
así en la Tierra como en el Cielo», pero cuán difícil es decirlo con el corazón. Es
normal que nos cueste, a mí y a muchos nos ha costado. Pero abandonarnos en
Dios, es la mejor manera de alcanzar los sueños.

Descubre a Dios en tus planes y «cosas más grandes verás», tal como Jesús le
dijo a Natanael al momento de llamarlo. En el hermoso pasaje de Jn 1, 45-51, el
Señor le da Su palabra de que verá cosas más grandes que esa primera
experiencia con Él.

Es decir, Dios conociendo tus más profundos anhelos, te dice que en el plan que
tiene para ti, conseguirás todas esas cosas soñadas, y otras aún mayores. Su
amor nos conduce a alcanzar logros que todavía en el presente ni siquiera nos
imaginamos, superando toda expectativa.

Hagamos pues de nuestros planes, los planes de Dios para nosotros.

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