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Jesucristo y su Iglesia
Las monarquías y los cetros más ufanos y orgullosos parecen solo de ayer
cuando se les compara con la serie de pontífices, que en el siglo 19 coronaban a
Napoleón, y en el octavo a Pipino y mucho antes reinaban con sedes inconmovibles
venerados por los Carlo Magnos y acogidos como representantes de Dios por los
Teodosios y Constantinos.
Y con el reino de Cristo y su Iglesia se abre una nueva era de Justicia y caridad
desconocida por el arbitrario y sensual egoísmo del paganismo; se reconoce la
verdadera dignidad del hombre, se ve en él la imagen y semejanza de la divinidad.
¡Qué nueva luz irradia sobre la humanidad! Luz que regó la austera senda del
orden y señaló meta ennoblecedora así al individuo como a la familia y a la sociedad.
¿No sabemos por ventura la triste barbarie do arrojan a los hombres las
pasiones desenfrenadas cuando carecen de esa antorcha que ilumina sus
conciencias?
¡Ay de los individuos y de las sociedades cuando pierden esa brújula, única
norma de moral eficaz!
Nos basta oír a Cristo, acatar las leyes de su Iglesia para hacer grande y
próspera nuestra patria.
Por eso ante vos, Excelentísimo Señor, protestamos que nuestro supremo
anhelo, son los de contribuir a que Cristo y su Iglesia reinen en nuestros corazones y
en el de todos nuestros compatriotas, para que nuestras leyes y gobiernos se inspiren
en las leyes y gobiernos de la Iglesia.
Anhelamos porque llegue ese momento predicho por los profetas en que Cristo
domine del oriente al poniente y hasta los últimos confines de la tierra en que se lleve
su nombre a los pueblos que jamás han oído hablar de El, en que vea ingresar todas
las naciones en su herencia y recibir las adoraciones de todos los reyes y aliste todos
los pueblos a su servicio, y en que extendiendo su imperio de la paz a todas las
criaturas, atraiga en fin, según sus palabras, a sí, a todas las cosas.
Queremos que Cristo reine y su Iglesia y por lo tanto que las inteligencias
acepten esta única verdad, que los poderes reconozcan su ley y que los corazones se
abran a su gracia.
He dicho
Alberto Hurtado C.