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ESPOSITO

Biopolítica la política instalada en el cuerpo. la política de la que en este caso se habla no puede ser más
que una forma de biopolítica. Desde el momento en que el fenómeno de la inmunidad se inscribe
precisamente en el punto de intersección entre derecho y biología, entre procedimiento médico y protección
jurídica, es evidente que también la política que ello determina, en forma de acción o de reacción, resultará en
relación directa con la vida biológica.

Es justo en esta conexión constitutiva donde he tratado de localizar el paradigma de inmunización. Ello, en su
doble variante biológica y jurídica, constituye exactamente el punto de tangencia entre la esfera de la vida y la
de la política (biopolitica).

Biopolítica  es un concepto que alude a la relación entre la política y la vida. Definida como la política de
la vida biológica y cultural de las sociedades, misma que se materializa en la existencia del Estado.

El control de la sociedad sobre los individuos no sólo se efectúa mediante la conciencia o por la ideología,
sino también en el cuerpo y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista es lo bio-político lo que importa ante
todo, lo biológico, lo somático, lo corporal. El cuerpo es una entidad biopolítica, la medicina es una estrategia
biopolítica

Su cuerpo  es decir, sus necesidades económicas, la salud, el bienestar de la población— fue centro de las
dinámicas políticas.

Comunidad definida como lo que nos une, es decir, la carga compartida

“Comunidad” Entendidas estas últimas no en un sentido comunitarista e identitario, sino de donación y


alteración recíproca. La comunidad, en vez de a una propiedad o a una pertenencia de sus miembros, se
refería más bien a una alteridad constitutiva que la diferenciaba incluso de sí misma, sustrayéndola a toda
connotación identitaria.

Comúnmente se entiende por comunidad como aquella sustancia que conecta a determinados sujetos
entre sí en el reparto de una identidad común. De esta manera, la comunidad parecía conceptualmente ligada a
la figura del "propio": ya se tratara de apropiarse de lo que es común o de comunicar cuanto es propio, la
comunidad quedaba definida por una pertenencia recíproca. Sus miembros resultaban tener en común su
carácter propio, ser propietarios de aquello que es su común.

la comunidad no era concebida como aquello que pone en relación a determinados sujetos, sino más bien
como el ser mismo de la relación. Decir, como precisamente ha sostenido Nancy, que la comunidad no es un
"ser" común sino el ser "en común" de una existencia coincidente con la exposición a la alteridad, significaba
poner fin a todas las tendencias sustancialistas, de carácter particular y universal, subjetivo y objetivo

El modelo ideal de comunidad biopolítica Sería una sociedad étnicamente mixta en la cual los procesos
de universalización no pasarían por la identidad, sino por la diferencia.

Inmunidad  mecanismo para eximirse de los vínculos religiosos y sociales.


Tal como lo hace el complejo sistema inmunológico del cuerpo humano, a nivel social esta instancia
identifica los elementos extraños para luego eliminarlos.

El antónimo de la comunidad es la inmunidad.

¿De qué carga nos eximimos con este dispositivo?

El dispositivo inmunitario  entendido como el mecanismo de autopreservación de la vida en la época


moderna—se constituye como emancipación de los vínculos religiosos, sociales, de recíproca solidaridad, que
caracterizan las sociedades orgánicas premodernas. Por otro lado, se caracteriza por encerrar al individuo en
su propia particularidad, en su propia cáscara protectora, debilitando las relaciones sociales y aislándolo del
resto de la sociedad.

Carácter contradictorio del proceso de inmunización es necesario mantener con vida la sociedad y
también a los individuos, que de otra manera no podrían sobrevivir sin un sistema inmunitario dentro de sus
cuerpos. Tal inmunidad es también un instrumento negativo porque destruye esa experiencia común (y en
común) que constituye un elemento decisivo en la vida humana.

La inmunidad necesaria para la conservación de la vida individual y colectiva –ninguno de nosotros quedaría
con vida sin el sistema inmunológico de nuestros cuerpos– termina contradiciendo su desarrollo si se toma de
forma exclusiva y excluyente respecto a cualquier alteridad ambiental y humana.

Cuando el miedo al otro se vuelve la “pasión” más fuerte —y también una verdadera obsesión— el potencial
defensivo hacia este otro siempre se va a transformar en un arma ofensiva que de manera autodestructiva
puede darse vuelta contra uno mismo, exactamente como pasa en el caso de las enfermedades autoinmunes.
Por lo tanto la vida —en su forma calificada— es sacrificada por razones de simple supervivencia.

Ej: El dispositivo inmunitario de muchos sistemas políticos y socio-culturales encuentra uno de sus objetos
más significativos en la pregunta acerca de la inmigración. Especialmente a partir del término del sistema
soviético, con sus consecuentes movimientos de poblaciones, la inmigración se presenta como una de las
amenazas más grandes para las sociedades avanzadas. se generan tendencias o tentaciones de carácter racista.
Siguiendo el síndrome inmunitario del cual hablé, aparece bajo amenaza no solamente la economía, sino
también la “identidad biológica” del pueblo chileno, entendido como un todo cerrado y étnicamente
determinado.

Ej: Miedo a las tomas, campamentos producto de los estigmas que están presenten en aquellos que apropian
ciertos terrenos. (ejemplificar con el campamento Manuel bustos).

Munus  Su significado complejo y ambivalente de "ley" y de "don" –y, más precisamente, de ley del don
unilateral en las confrontaciones con los otros– me permitía mantener, e incluso acentuar, la semántica
expropiativa ya elaborada por los deconstructivistas: pertenecer hasta el fondo a la communitas originaria
quiere decir renunciar a su sustancia más preciosa, es decir, a su propia identidad individual, en un proceso de
apertura progresiva al otro de sí. Pero, al mismo tiempo, me permitía dar un paso hacia delante o, mejor dicho
de lado, que reabría una posible vía de tránsito hacia la dimensión política.

En el centro de este pasaje se encuentra el paradigma de inmunidad.

Si la communitas  es aquello que liga a sus miembros en un empeño donativo del uno al otro.

La immunitas por el contrario, es aquello que libra de esta carga, que exonera de este peso. Así como la
comunidad reenvía a algo general y abierto, la inmunidad, o la inmunización, lo hace a la particularidad
privilegiada de una situación definida por sustraerse a una condición común.

Doble cara del proceso de inmunización  al mismo tiempo protección y negación de la vida
Los dispositivos de control y de sometimiento determina una correspondiente disminución de la libertad
individual y colectiva. Barreras divisorias, bloqueos a la circulación de las ideas, a los lenguajes, a la
información, mecanismos de vigilancia activa en todos los lugares sensibles, constituyen siempre formas de
debilitamiento frente a las cuales es necesario por una lado escapar y por otro lado oponer resistencia con
todos los medios legítimos.

Desde el momento mismo en que el dispositivo inmunitario deviene el síndrome, a la vez defensivo y
ofensivo, de nuestro tiempo, la comunidad se presenta como el lugar destinado, la forma real y simbólica, a la
resistencia frente al exceso de inmunización que nos captura sin cesar. Si la inmunidad tiende a encerrar
nuestra existencia en círculos, o recintos, no comunicados entre sí, la comunidad, más que ser un cerco mayor
que el que los comprende, es el pasaje que, cortando las líneas del límite, vuelve a mezclar la experiencia
humana liberándola de su obsesión por la seguridad.

La "inmunización", la obsesiva preservación y aseguramiento de la "salud" y de la "vida" puede llegar


(quizá sea su ideal) al límite de la muerte: La única forma de estar limpio completamente. Vivir, convivir,
coexistir implica riesgos y dificultades: el riesgo del contagio en primer lugar (en verdad, el contagio viral es
la forma "perfecta" de la comunidad, aunque, desafortunadamente para nosotros, ya no se trata de la
comunidad humana sino de la comunidad de los virus; ya no somos sujetos sino simples medios
de esa comunidad).

La palabra communitas (comunidad). Según esto, su raíz se encuentra en la palabra (latina) munus que


significa "don", pero como "tarea", "cargo", "encargo" u "obligación". com-munus querrá decir entonces que
la tarea se comparte entre varios, se hace con otros. Esta precisión implica primeramente que la comunidad no
es del orden del ser sino del hacer, que no es una realidad o una cualidad ya dada sino algo a construir; de
alguna forma, a crear.

Para Esposito, la concepción tradicional —poco problemática, clara y lineal— de la comunidad suele ligarse a
la idea de identidad, propiedad y pertenencia. Es decir, se pertenece a una comunidad en la medida en que se
tiene algo en común con otros con los cuales nos identificamos, o bien, las identificamos porque compartimos
algo que nos pertenece a todos y que, por ello mismo, nos hace pertenecer al común. “El resultado es que se
remite la comunidad a la figura del se trata de comunicar cuanto es común o propio, demodo que la
continuidad queda definida por las mismas propiedades —territoriales, étnicas, lingüísticas— que sus
miembros. Éstos tienen en común su carácter propio y son propietarios de aquello que es común” (Esposito,
2009: 15).

La paradoja de la comunidad  consiste en que entre más deseamos encontrar aquello que nos identifica
con los otros, más perdemos identidad; en tanto más deseamos encontrar lo propio en los otros, menos
propiedad hallamos en nosotros mismos; en tanto más queremos pertenecer a lo que nos es común, menos nos
pertenecemos. Tal parece que la comunidad es, a la vez, un encuentro y un desencuentro. Si queremos
entender qué es una comunidad con todos sus vericuetos y contradicciones, tendremos que reconocer que para
ello es necesario no superar tales contrasentidos, sino precisamente hacernos cargo de ellos, porque vencer el
mito de la comunidad y darle un contenido concreto, cercano a nuestra experiencia más mundana, significa
aceptar que la comunidad es realizable sólo en las paradojas que conlleva. La comunidad es realizable y
puede ser un espacio de realización de nosotros mismos.

Esto es evidente en la definición jurídica, según la cual goza de inmunidad – parlamentaria o diplomática–
aquella que no se encuentra sujeto a una jurisdicción que concierne a todos los demás ciudadanos por
derogación de la ley común. Pero es por otra parte reconocible en la acepción médica y biológica del término,
en relación a la cual la inmunización, natural o inducida, implica la capacidad del organismo, de resistir,
gracias a sus propios anticuerpos, a una infección procedente de un virus externo.
Superponiendo las dos semánticas, la jurídica y la médica, bien se puede concluir que, si la comunidad
determina la fractura de las barreras de protección de la identidad individual, la inmunidad constituye el
intento de reconstruirla en una forma defensiva y ofensiva contra todo elemento externo capaz de amenazarla.
Esto puede valer para los individuos singulares, pero también para la mismas comunidades tomadas en este
caso en su dimensión particular, inmunizadas respecto a todo elemento extraño que pareciera amenazarlas
desde el exterior. De ahí el doble nudo implícito en la dinámica inmunitaria –ya típico de la modernidad y hoy
cada vez más extendido en todos los ámbitos de la experiencia individual y colectiva, real e imaginaria. La
inmunidad, aunque necesaria para la conservación de nuestra vida, una vez llevada más allá de un cierto
umbral, la constriñe en una suerte de jaula en la que acaba por perderse no sólo nuestra libertad, sino el
sentido mismo de nuestra existencia –o bien aquel abrirse de la existencia hacia fuera de sí misma a la cual se
ha dado el nombre de communitas.

He aquí la contradicción que he intentado poner de relieve en mis trabajos: Aquello que salvaguarda el
cuerpo – individual, social, político– es también lo que al mismo tiempo impide su desarrollo . Y aquello que
también, sobrepasando cierto umbral, amenaza con destruirlo. Para emplear los términos de Benjamin, se
podría decir que la inmunización en dosis elevadas es el sacrificio de lo viviente, esto es, de toda forma de
vida cualificada, por razón de la simple supervivencia. La reducción de la vida a su desnuda base biológica.

Se ve bien como, gracias a esta clave hermenéutica, y sin caer en una metafísica sustancialista, la categoría de
comunidad puede recobrar un nuevo valor político. (El sustancialismo, presenta un marcado rechazo a la
modernidad y cree preciso el retorno a etapas anteriores a la misma y a una razón sustantiva. El punto de
arranque de esta teoría lo constituye el pluralismo característico de nuestro tiempo, desde el cual, no puede
hablarse de una sola teoría que de cuenta de las diferentes concepciones de bien, por lo tanto ataca las
teorias que buscan un punto de referencia universal. Su propuesta es la de una filosofía moral que atienda
más a la pluralidad de las formas de bien que a una concepción de definición racional. Las éticas
universalistas son insuficientes para dar cuenta de la complejidad de la vida moral concreta, por su sesgo
estrictamente cognitivista y racionalista) (se rehusa al pluralismo y diferencias y busca el punto
común,semejanza).

Si se quiere, lo que está en juego es la diferencia –en la que de otra manera ha insistido Derrida– entre
inmunización y autoinmunización. Todos sabemos lo que son las enfermedades autoinmunes. Se trata de
aquellas formas patológicas que intervienen cuando el sistema inmunitario de nuestros cuerpos se hace tan
fuerte como para volverse contra sí mismo, provocando la muerte del propio cuerpo. Desde luego esto no
siempre sucede. Normalmente el sistema inmunitario se limita a una función conservadora, sin volverse
contra el cuerpo que lo alberga. Pero cuando sucede, no ocurre por una causa externa, sino por el efecto del
propio mecanismo inmunitario, intensificado hasta un grado insoportable.
Ahora bien, un funcionamiento similar se hace reconocible también la inmunización en el cuerpo político,
cuando las barreras protectoras con el exterior comienzan a convertirse en un riesgo mayor que aquel que
intentaban evitar. Como se sabe, hoy en día uno de los mayores riesgos de nuestras sociedades radica en la
excesiva demanda de protección, que en algunos casos tiende a producir una impresión de peligro, real o
imaginario, con el único fin de activar medios de defensa preventiva cada vez más potentes en su contra.

Cada política ha sido y será una forma de biopolítica. Pero es la caracterización inmunitaria lo que ha
determinado primero la intensificación moderna y más tarde, en la fase totalitaria, la deriva tanto política.

Como Nietzsche supo ver, lo que llamamos "modernidad" no es otra cosa que el metalenguaje que ha
permitido responder en términos inmunitarios a una serie de demandas de protección preventiva
surgidas del fondo mismo de la vida en el momento en que flaquearon las promesas de salvación
trascendente. Si el paradigma de autoinmunización nos ayuda a comprender el nexo estructural entre
modernidad y biopolítica.
En el caso de esta última, el objetivo principal de la política alemana no sólo fue la defensa racial del pueblo
germánico –como si la supervivencia dependiera de la muerte de sus enemigos externos e internos– sino, en
cierto punto, cuando la derrota parecía inevitable, también lo fue la propia autodestrucción. En ese caso, el
síndrome inmunitario había asumido una connotación plenamente autoinmunitaria y la biopolítica había
llegado a coincidir de modo perfecto con la tanatopolítica.
Melancolía Comprende la melancolía como el carácter que impregna el origen de la comunidad, no es algo
de lo que nos podamos desprender. No es una enfermedad, no es algo contingente o una parte de la
comunidad que la niega, sino algo que tiene que ver con su forma misma, su manera de originarse. Porque la
melancolía representa la grieta que separa a la comunidad de sí misma, es la falla que muestra el cómo
debería de ser la comunidad y cómo, precisamente, no puede ser. Por ello no se puede “sanar” de la
melancolía, no se puede ser algo momentáneo, ni algo individual, porque es precisamente lo que nos une: el
no poder realizarse la comunidad sin destruirse a sí misma en el intento.

La melancolía es aquello que custodia el límite entre la cosa y su nada. Y no es un límite que se pueda
eliminar, no es algo que se pueda salvar sin forzar la cosa misma hasta que esta estalla. impulso a buscar la
realización de la comunidad. El problema es que este impulso se convierte, como ya he dicho, en un intento
de forzar a la cosa misma a que sea lo que no es. Se sigue haciendo hoy día con la idea de globalización, al
menos en parte. La globalización, que parte de la idea de crear una comunidad mundial, finalmente ha
terminado por ser una imposición de un modelo de vida, concretamente occidental, y más concretamente aún
norteamericano. Un estilo de vida que se basa en un consumo material de bienes para satisfacer las
necesidades del ser humano, que a su vez justifica su modelo de economía y queda respaldado por la
publicidad. Hace tiempo que la publicidad no nos vende productos, sino el estilo de vida que a ellos
acompaña. Porque si quieres usar el producto, debes aproximarte al estilo de vida que requiere ese producto.
Y quieres ese producto porque quieres formar parte de esta nueva comunidad mundial. No sólo compras el
producto, compras la forma de entender el mundo de quien lo elabora. Vuelta de nuevo a forzar el límite de la
cosa y su nada hasta que termine por implosionar nuevamente.

Es la única forma de recuperarnos de la melancolía que no nos deja avanzar, en su papel de límite, hacia una
comunidad que ya sí es posible. Porque hemos encontrado otro punto de partida que, si aún no es algo que
todos tengamos en común, como sí lo es nuestra incapacidad de crear comunidad, se está trabajando en que
así sea.

Y el problema puede residir precisamente en que no nos encontramos capaces de lidiar con la melancolía, de
afrontarla. Sigue en nuestro imaginario colectivo la idea de la melancolía como enfermedad, como negación
de la comunidad. Sigue la idea del melancólico como ser triste y apartado, anormal. Sigue contemplándose
ese límite como algo a solucionar, como un problema del que hay que hacerse cargo, que hay que encontrar
una manera de traspasarlo. Pero Esposito dice en su libro, y en esto estoy completamente de acuerdo con él,
que debemos entender la melancolía como comienzo. La melancolía por esa comunidad que nunca se dará es
lo que realmente nos une. La historia que nos une comienza en el momento que nos damos cuenta de que nada
nos une. Salir de esa superficialidad. La única manera es enfrentar el límite, y construir a partir de él.

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