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Equipo de primeros auxílios atrincherado tras una esquina durante un ataque policial. Diciembre 2019 JULIO ZAMARRÓN
Chile, el llamado laboratorio neoliberal del mundo, aplico las doctrinas más ortodoxas en
materia económica. Tempranamente ofreció bonitas cifras que sirvieron a los predicadores
de la economía de mercado a hablar de lo exitoso que era el modelo chileno, mostrándolo
como el ejemplo a replicar para el resto de las economías de la región. Sin duda era el
resultado perfecto del neoliberalismo.
Pero bajo todo ese manto de desarrollo, del que hacían alarde sus defensores, había una olla
de presión que solo le basto una pequeña chispa para hacerla estallar. El alza del metro
san aguino y las protestas llevada a cabo por secundario desenlazó en una movilización de
inmensas proporciones. Hace un año, el mundo vio estupefacto como chile estallaba.
Los días que siguieron a la explosión social tuvieron una fuerte carga de emociones.
Esperanza, op mismo e ilusión se mezclaban con la angus a y el miedo que provocaba el
volver a ver militares armados en las calles. La declaración de guerra hecha por el presidente
de la republica fue una carta blanca para que se iniciaran los abusos policiales. El cuerpo de
carabineros ene más de ocho mil denuncias de violaciones de derechos humanos, según lo
informado por el Ins tuto nacional de derechos humanos y el ministerio público.
La crisis que, para en ese entonces había desbordado todo límite de la ins tucionalidad
vigente, obligó a la clase polí ca o buscar soluciones para esta. Acorralados por una
ciudadanía que reclamaba cambios estructurales, el 15 de noviembre se reunieron en el
edificio del an guo congreso nacional las fuerzas polí cas con representación parlamentaria
para acordar un plebiscito donde se le preguntara a las chilenas y chilenos si quieren
reemplazar la Cons tución de 1980, impuesta por la dictadura militar y que sigue vigente
hasta el día de hoy.
El acuerdo, para la élite y vastos sectores que han gobernado en la post dictadura, fue la
salida polí ca que se le dio a la crisis, reduciéndolo solo a una cues ón meramente
ins tucional y no considerando la mul dimensionalidad de la revuelta. El derribo de
monumentos es expresión de que la revuelta es mucho más profunda y compleja de lo que
dicen la prensa y la elite polí ca chilena.
Si bien la emergencia sanitaria había disminuyo las protestas, el tejido organizacional que se
construyó en los días de la revuelta sirvió para hacerle frente, de manera colec va, a la crisis
generada por covid 19. Ollas comunes y compras de alimentos en común se levantaron en
los sectores más pobres y más afectados.
Poco a poco empezaron a volver las protestas, pero no fue hasta el desconfinamiento de la
capital en que se hicieron masivas las movilizaciones. La respuesta de estado fue la represión
una vez más. La imagen de un menor de 16 años en el lecho del rio Mapocho, lanzado por un
funcionario de carabineros, despertó los peores recuerdos de un país que aún no sana las
heridas dejada por la dictadura de Augusto Pinochet.
Este es el contexto que llega el próximo plebiscito del 25 de octubre, al que están llamado a
par cipar poco más de 14 millones de chilenos y chilenas. La derecha, defensora del viejo
orden, hoy apela a la campaña de terror anunciando las peores penas del infierno si es que
se aprueba la idea de cambiar la cons tución. Por su parte, las fuerzas de cambio hoy ven en
esta la posibilidad cierta de cambiar de una vez por todas la cons tución pinoche sta. Desde
algunos sectores ha emergido la cri ca a este plebiscito ya que, su origen, sería más un
acuerdo de las cúpulas polí cas que deja al pueblo fuera de este.
En el primer aniversario del 18 de octubre y con un plebiscito encima, la revuelta sigue en las
calles de San ago y del resto de Chile. Son miles los que hoy creen más que nunca que es el
momento en que por fin los chilenos y chilenas puedan hacerse cargo de su des no y
construir su futuro.