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El mago Pitu

El malabarista errabundo, exhibe sus destrezas en un día soleado con nubes iridiscentes en la

bóveda azulina, entre dieciséis semáforos, cinco esquinas, diez canteros, seis árboles, cientos de

ojos expectantes y una cascada de vehículos, esparcidos sobre un mar de alquitrán.

El espectáculo es observado atónita por una niña de ojos color miel, con lentes aéreos de

color rojizo, trenzas rubias, zapatos guillerminas de color negro y guardapolvo blanco,

tomada de la mano de una adulta que podría ser su madre, esperan cruzar la calle,

acompañan la escena una bandada de aves canoras petrificadas en primera fila, subidas sobre

madejas flotantes de cables de luz, tv e internet.

El artista se llama Claudio, conocido como “Pitufo”.


Esta mañana “Pitu” se encontraba realizando su espectáculo circense con clavas de madera,

arrojándolas al cielo alternativamente junto a sus sonrisas, en las intersecciones de las calles

Tarija, Virrey Liniers y Pavón.

Desde un auto en primera fila, un conductor comienza a observar al malabarista atentamente,

ahora absorto, todavía incrédulo, tal vez gozoso, en este instante, se lo percibe más bien feliz.

Encantado por la realidad, el anónimo exhibe una sonrisa, suspira, apaga el motor, sitúa las

balizas y sale a la calle a encontrarse con el artista callejero.

Pitu lo ve venir, sin entender la situación, se encuentran frente a frente, confundidos, se sonríen,

se reconocen y se funden en un fuerte abrazo, quedaron las clavas planeando el éter y cayendo

en la acera atravesadas por rayos luminosos, rebotando en la resina de betún, mientras cuatro

señales cambiaban a verde y una fila de autos comenzaba con el concierto de bocinazos por el

auto bloqueando una mano de circulación.

Los dos amigos en el medio de la avenida, se encontraban en otra dimensión, sin percatarse de

las injurias, gritos perdidos de los conductores y aturdidos bocinazos de choferes impacientes.

—¡Negro querido!, —clamó Pitu de alegría.

—¡Monito!, exclamo el negro volviéndose a derretir juntos en otro apretón de almas.

Dos amigos de la juventud se habían encontrado de forma fortuita en una mañana con una

temperatura de 23°, cielo limpio, sol resplandeciente, después de no haberse visto por

veinticinco años.

—Para que corro el auto dijo el negro, algo molesto por los bocinazos, mirando a los

automovilistas fijamente, serio, tratando de esconder la sonrisa, mientras Pitu recogía de la

acera las clavas diseminadas por el asfalto.


Se quedaron al margen de la calle conversando, no paraban de reírse, se los veía alegres y

divertidos, reían a carcajadas.

Luego de extensos minutos de recuerdos, risas y jolgorio, el negro le dijo:

—¿Y?, ya te sale el truco de la paloma?

—Jajaja, te acordás, que memoria tenés negro, todavía lo sigo intentando, jajaja, no me doy por

vencido.

—Sos un fenómeno, exclamo el negro, que decis si te paso a buscar a las dos y vamos a comer

al “Sol Di Napoli”, ¿te parece?, preguntó el negro Oscar.

—Dale le dijo Pitu, te voy a esperar, pero vení, no me dejes esperando como a Laura, le remarcó.

—Laurita —¿sabes algo de ella?, le preguntó el negro.

—No negro, nunca más la vi desde que se fue del barrio, respondió Pitu.

—El negro lo miro y lo volvió a abrazar. —Espera un minuto, fue hasta el auto y le trajo una

tarjeta personal, —registra mi número, —mándame un mensaje así te agendo, pone una alarma

a las catorce horas—, te paso a buscar por acá, cerro el negro.

—Dale, contesto Pitu. —

El negro se fue dichoso a la oficina a trabajar.

Pitu no pudo seguir con su número en la calle, encendió un cigarro y se quedó sentado apoyando

su espalda sobre el caño del semáforo, con la mirada perdida, recordando y riendo por largos

minutos, feliz de haberse encontrado con su amigo de la juventud.

Un anciano en bicicleta, lo venía observando desde la media cuadra, paro su rodado al lado de

Pitu y le pregunto, —¿qué pasa pibe, hoy no trabajas?


—Sí jefe, me encontré con un amigo y recordaba las macanas que nos mandábamos juntos de

jóvenes, le respondió mientras se paraba y miraba el semáforo a la espera de que se ponga en

rojo para salir otra vez a la calle.

El malabarista se encontraba haciendo su show callejero cuando al terminar el mismo se dirige

a pasar la gorra a los automovilistas y observa una joven y bella mujer tratando de hacer arrancar

su automóvil, la rubia no dejaba de tratar de poner en contacto el auto, le daba arranque y se

escuchaba un ¡tic, tic!, ¡tic, tic!, la mujer se notaba nerviosa, cuando se acercó Pitu la diosa

pegaba las dos manos contra el volante y comenzaba a sollozar.

—Eh rubia, tranquila princesa, se presentó Pitu, ¿Qué te paso?

—No lo sé, no arranca.

Instantáneamente Pitu alzo la vista, miro a sus amigos que se encontraban del otro lado de la

calle limpiando parabrisas y con un silbido y ademanes los convoco.

Volviendo a la mujer le comento, —no va a arrancar, tírate a la derecha que te empujamos,

déjame que lo revise, no te preocupes, todo tiene solución, le dijo con una sonrisa, pone el

cambio en punto muerto.

La mujer obedeció y le dio las gracias.

Los muchachos amigos de Pitu, corrieron el auto al mismo lugar donde el negro se había

estacionado hacía unas horas.

—Hola, ¿qué paso? interrogó Pitu, con un gesto de asombro, levantando las cejas.

—No lo sé, de repente se paró y no quiso arrancar más ¿qué tiene, lo sabes?, pregunto

preocupada la mujer.

—¿Tiene nafta?
—Sí acabo de cargar, contesto mirándolo de reojo.

Pitu también la acechaba con la mirada, haciéndose el desinteresado, mientras abría el capot y

trababa la chapa.

La mujer se acercó preguntando que podrá ser, mientras el ahora mecánico revoleaba sus ojos

en el motor a modo de escaneo.

Mientras observaba dentro del auto y metía sus narices por cada hueco que encontraba, el

ilusionista la ojeaba, hasta que empezó con las preguntas, sin mirarla, sin sacar la vista del

motor:

—¿Como te llamas?

—Valeria.

—¿De dónde sos?

—Del barrio.

— ¿De qué parte?

- Garay y Liniers

—¿Estas casada?

—No.

—¿Tenes novio?

—No.

—¿Estoy soñando?

—No lo sé, a mí también me parece raro todo esto, decime vos.


—¿Un sueño o una pesadilla?

—Espero que sea realidad y no sea un sueño, tampoco una pesadilla.

—¿Si te saco de esta situación querrías tomar un café conmigo?, le preguntó Pitu, sacando la

cabeza del motor, mirándola a los ojos, cruzando sus brazos.

—Si, por supuesto, mañana viajo a la costa, pero vuelvo dentro de un mes, si queres te invito al

mediodía a San Antonio a comer una pizza, o me esperas un mes, desafío la rubia.

—¿Qué hora es?, preguntó Pitu.

—Las once.

—¿Y a qué hora podríamos encontrarnos?

—A las trece, ¿te parece?

—Está bien, saca el contacto y acércate.

—Voy.

—Mirá, ¿ves este cable suelto?

—Si, lo veo.

—Este cable sale de la batería y alimenta todo el circuito eléctrico del auto, ¿comprendes lo que

te paso?

—Sí, se desprendió el cable, no tenía electricidad el circuito, por eso no podía arrancar, me

había asustado, pensé que era mucho peor la situación.

—¿Tenes una pinza y un destornillador?


—Si, tengo, le estoy llevando a mi viejo la caja de herramientas, se la olvido en mi casa y me

pidió que se la acercara, ahí te la alcanzo.

—Pitu la observo irse y revoleo los ojos, pensando para su interior, ¡que belleza!.

—¡Aquí tienes!, lo despertó Valeria.

—Gracias.

Pitu aflojo el tornillo de los bornes, pelo un poco más de cable y soluciono el desperfecto.

—Dale arranque por favor, le dijo.

Brumm brumm brummm, respondió Valeria apagando el motor y saliendo del auto.

—Sos un mago le dijo sonriendo en sorna para agraciarse.

—Sabes que sí, respondió, ofreciéndole en un ademán de manos una rosa.

La rubia sorprendida se emocionó, no lo podía creer lo que había visto.

—¿Como lo hiciste?, le pregunto, sos un mago de verdad, genio.

—Sí, solo me falta la paloma, la galera y una asistente.

—Yo tengo una galera en casa, es de mi graduación, la paloma la podemos conseguir.

—En paloma me transformo yo, contesto Pitu—¿Y vos, quisieras ser mi asistente?

—Sí, puede ser, le contesto sonrojada.

El mago se acercó y la beso suavemente, una vez, otra vez y otra vez, cada ósculo se prolongaba

más y más.

—¿Como te llamas? le preguntó, risueña.

—Claudio, me dicen Pitu.


—Que lindo nombre y apodo, muy particular, me gustan.

En eso sonó el celular de la rubia, era el padre que le reclamaba la herramienta.

—Estoy yendo papá, tuve un inconveniente que ya lo solucionaron, ya te cuento cuando llegue

y cortó.

—Me están esperando, ¿te pasó a buscar o nos encontramos?

—Nos encontramos.

—¿En Lemos a las trece?

—Dale, a las trece en Lemos.

Valeria se acercó, lo miró fijamente y tomo su cara con sus dos manos y arrimando su cuerpo al

de él, lo besó apasionadamente, juntando sus deseos y pretensiones.

Valeria se subió al auto y se retiró, mirándolo por el espejo retrovisor.

Pitu se quedó mirando perplejo como se perdía en el horizonte, mientras recordaba el

besuqueo.

Puso una alarma en su celular a las doce, tenía tiempo suficiente para darse un baño.

Recordó a su amigo que lo iba a pasar a buscar a las catorce, ¿qué hago? Se preguntó, tengo

tiempo se dijo.

Pitu no pudo continuar con su espectáculo, se colocó los auriculares, la música a fondo y se

dirigió hasta el albergue que quedaba en Zuviria y Rodríguez Peña, guardo las clavas, se bañó,

se cambió la ropa y salió a la calle, perfumado, una brisa tenue lo recibió y envolvió de frescura,

se sintió desorientado, raro.


Caminó por Zuviría, se acordó de la cita con su amigo, apago el reproductor de música y decidió

llamarlo para avisarle, mientras caminaba, buscó la tarjeta de su amigo y marco el número

impreso, del otro lado de la línea atendió el negro.

—Hola, buenas tardes, dijo el negro.

—Hola negro querido, soy el Pitu, no sabes lo que me pasó.

—¿Que te pasó Pitu, estas bien?

—Sí, nada malo, todo lo contrario, después que te fuiste vos, se le quedo el auto a una chica,

una hermosura de mujer, la ayude a que arrancará el auto y me invito a almorzar, mañana parte

a la costa, es divina, una diosa, creo que nos interesamos y quería posponer nuestro encuentro

para mañana, ¿podrá ser?

—Pero si querido, mañana te paso a buscar a la hora que nos íbamos a encontrar hoy y me

contás con lujo de detalle como paso todo, sácale una foto que quiero conocerla, no te hagas

drama Pitu, te mando un abrazo hermano.

—Vos también negrito querido, hasta mañana y colgó, eran las doce y cincuenta y nueve.

Puso la música al palo y doblo en la esquina de Italia, dirigiéndose a Lemos a paso veloz.

Caminaba sonriente contento, pensando en la chica, justo ahora se va a vacacionar por un mes,

tal vez pueda trabajar en la costa y conocernos mejor, pensó, vamos a ver qué pasa se dijo.

Estaba llegando al paso nivel de Italia y Peluffo, cruzo Peluffo sonriendo, pensativo, tarareando

“Thunderstruck“, eran las trece horas.

Las barreras estaban bajas, Pitu no lo advirtió, caminaba feliz por los acontecimientos de último

momento en su vida, habían dado un giro inesperado, una mujer por conocer, el reencuentro

con su amigo, las palabras del negro de despedida, “anda tranquilo amigo, tenemos muchos
años por delante para estar juntos nuevamente, te prometo que no nos vamos a separar más”,

recordaba.

Dicen que el tren que venía desde Muñiz, lo embistió de lleno, afirmaron testigos que el

maquinista no alcanzo a tocar el claxon, de lo inesperado que fue todo.

Lo cierto es que Pitu murió instantáneamente, el tren lo arrojo a 70 metros desde donde fue

arremetido.

El negro se enteró a las catorce horas, lo habían llamado de la comisaria, para darle la triste

noticia.

Se acercó inmediatamente a la delegación policial y se presentó como su amigo.

Como se llama, le preguntaron.

—Soy su amigo de la infancia, él no tiene familia.

—Dígame su nombre le preguntó la oficial mientras tomaba nota de lo que declaraba.

—Me llamó Oscar Almeira, le dijo tartamudeando entre lágrimas.

La oficial se retiró y volvió a los cinco minutos, le entrego una tarjeta personal y unos auriculares.

Le dijo la policía, —¿conoce estas pertenencias de su amigo?

—Por supuesto, le contesto con lágrimas que brotaban de sus ojos interrumpidamente, es mi

tarjeta personal y su auricular.

—La tarjeta la tenía aferrada en su mano izquierda y estos auriculares sujetados en su mano

derecha, es lo único que se encontró en la escena, le informó la mujer policía, agregando, —

testigos dicen que alcanzó a girar su cabeza y ver el tren, más se dio media vuelta como

cubriéndose, creemos que protegiéndose en modo de reacción, los forenses dijeron que estaba
muy aferrado a estas pertenencias, si no fuera ridículo pensaron que las protegió aferrándose a

ellas.

—¿Usted cree en la reencarnación?, le pregunto la teniente.

—No lo sé, nunca lo pensé detenidamente.

—Se lo pregunto porque el maquinista declaró que del cuerpo le pareció ver salir una paloma

blanca cuando fue embestido.

A la memoria de Pitu, Claudio Carnevale.

® as.

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