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T. 54.

La construcción de la Comunidad Europea

La idea de una Comunidad Europea de Estados se remonta a finales de la Edad


Media, con figuras como Dubois, Dante, a las que se unieron en la Edad Moderna
Moro, Vives, Maquiavelo, etc. La Ilustración trazó unas líneas básicas sobre las que
edificar la idea de Europa: paz perpetua, buen gobierno y bienestar de los pueblos. Esta
idea europeísta se consolida en el siglo XIX con propuestas como la de Lemonier (Los
Estados Unidos de Europa) o la de Comte, basada en una república dirigida por un
comité con los países principales y otros en forma de asociados. Sin embargo, a finales
de esta centuria, durante la Paz Armada, el ideal europeísta se encontró en horas bajas.
Esta situación llevó a la Gran Guerra. De sus cenizas se recupera la idea de Unión
Europea.

La tragedia causada por la I Guerra Mundial condujo al convencimiento de que el


fraccionamiento político de Europa, con potentes estados soberanos construidos sobre
fundamentos nacionalistas, constituía un factor de su convulsionada historia, pero
también favorecía la aparición de un pensamiento europeísta. Así, entre los impulsores
de una idea de Europa durante la época de entreguerras cabe señalar a Kalergi, Briand o
a Ortega y Gasset. Sin embargo, no fue hasta después de la II Guerra Mundial cuando el
ideal europeísta surja con ímpetu, combinándose con propuestas coherentes de
integración. La reactivación del ideal europeísta estuvo ligada a la crítica situación de
Europa y a la guerra fría. Las mayores figuras políticas europeas del momento
(Churchill, Schuman, Adenauer) se convencieron que la construcción de una Europa
unida sería la mejor salvaguardia contra estos peligros y de preservar los valores
democráticos. Desde ese instante, la construcción europea se delimitaba al espacio
geográfico y político de la Europa occidental. En este sentido, Churchill puso en marcha
dicho proceso al plantear en 1946, en la Universidad de Zurich, la necesidad de avanzar
en la construcción de unos Estados Unidos de Europa, para superar las divisiones y los
enfrentamientos entre los pueblos europeos. Alentados por las palabras de Churchill, los
países europeos aceptaron la ayuda de EEUU para la reconstrucción socioeconómica
(Plan Marshall, 1947), que propicia la colaboración entre los propios países europeos
por medio de la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE), que
gestionaba el plan. En mayo de 1948 se celebró la Conferencia de la Haya, organizada
por el Comité Internacional de Coordinación de los Movimientos para la Unidad de
Europa, que alienta la integración e impulsó la creación del Consejo de Europa (1949):
órgano de carácter consultivo, con el objetivo de velar por los derechos humanos y el
Estado de derecho.

El impulso definitivo hacia la unidad llegó gracias al ministro francés de asuntos


exteriores, Robert Schuman, en la célebre Declaración Schuman del 9 de mayo de 1950,
donde se apostaba por la paz, la concordia, la democracia y se acordó la “puesta en
común de las producciones” de carbón y acero de los países europeos occidentales. En
1951 se constituyó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) integrada
por Francia, Alemania Federal, Italia y el Benelux, y dotada de varias instituciones
básicas (Tribunal de Justicia, Asamblea Parlamentaria, Alta Autoridad, etc.). Con la

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llamada “pequeña Europa”, un mercado común del sector siderúrgico, se inició la etapa
de la construcción europea. El gobierno francés trató de copiar la fórmula de la CECA
para el terreno de la defensa, proponiendo la Comunidad Europea de Defensa (CED). El
llamado Plan Pleven incluía también la posibilidad de avanzar en un mercado común e
incluso hacia una posible unificación política. La unificación económica y política eran
dos pilares básicos hacia la creación de un ejército común. No obstante, la Asamblea
Nacional francesa rechazó la CED, ya que se necesitaba un ejército propio para
combatir los problemas coloniales. El proyecto de una Comunidad Política Europea fue
abandonado.

Una vez cerradas las vías de la Europa militar y de la Europa política, se hacía
necesaria una vuelta a la vía económica. En 1955 el Benelux presentó la idea de un
mercado común europeo. El comité convocado para estudiar la propuesta emitió un
informe (el informe Spaak) que propuso dos proyectos distintos: el mercado común y la
Comunidad Europea de la Energía Atómica (EURATOM). El resultado fue la firma de
dos tratados en Roma en 1957, instituyendo la Comunidad Económica Europea (CEE) y
la EURATOM. El objetivo explícito de los tratados era constituir un mercado común,
pero su finalidad era claramente política. La sede de las comunidades se fijó en
Bruselas. Se creó también un sistema institucional similar al de la CECA: un consejo,
una Comisión, una Asamblea y un Tribunal de Justicia. La puesta en marcha de la
Comunidad se manifestó en la adopción de medidas políticas comunes en distintos
sectores económicos: energía, ciencia, tecnología, transportes, agraria (PAC). Estas
medidas se vieron completadas con la reducción de los aranceles aduaneros y los
primeros pasos hacia la libre circulación de mercancías. La puesta en marcha de una
política comercial comunitaria transformó a la CEE en una potencia comercial mundial.
No obstante, también esta andadura tuvo sus dificultades. En 1958 subía al poder en
Francia De Gaulle, introduciendo una filosofía distinta a lo que debía ser la Europa
comunitaria. De Gaulle proclamaba la “Europa de las patrias”, lo que rechazaba el
concepto de supranacionalidad, frenando el proceso federalista. Asimismo, De Gaulle
defendía una “Europa europea”, capaz de actuar como tercera fuerza entre EEUU y la
URSS. De esta manera, vetó en dos ocasiones la entrada de Gran Bretaña en las
Comunidades europeas por sus relaciones con EEUU. También rechazó el desarrollo
institucional de la Comunidad con la llamada “política de silla vacía”, solucionada a
través del Compromiso de Luxemburgo, por el cual cuando se tratasen decisiones de
interés vital para algún Estado miembro, este tenía derecho de veto.

Tras la dimisión de De Gaulle y la consecución de la unión aduanera, el


relanzamiento de la vida comunitaria tuvo su origen en la Conferencia de jefes de
Estado y de gobierno de los Seis en La Haya, celebrada en 1969. En esta reunión se
decidió un plan para lograr la unión económica y monetaria (Plan Werner). Asimismo,
se dio luz verde a las demandas de adhesión de Gran Bretaña, Irlanda, Dinamarca y
Noruega. Sin embargo, el pueblo noruego lo rechazó en referéndum. Así, para 1973 la
Europa de los Seis se convirtió en la Europa de los Nueve. No obstante, en los años 70
se vivió una coyuntura interna y externa que estancó el proceso de construcción

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europea. La insolidaridad entre los países miembros para solventar la crisis energética
(crisis del petróleo de 1973), el desequilibrio financiero británico, el relevo de los
principales protagonistas políticos en los Estados, algunos de los cuales no tenían un
espíritu europeísta, la discusión institucional, etc. La respuesta a esta grave situación
provino de la cumbre celebrada en París a finales de 1974. La solución tomada fue que
la Comunidad ganara en peso político. En este sentido, en 1975 apareció el informe
Tindemans sobre la Unión Europea, que defendía el fortalecimiento del poder
parlamentario y una política exterior común, así como una unión monetaria. En este
escenario se puso en marcha la Cooperación Política Europea que, a través del Consejo
Europeo, pretendía institucionalizar una “identidad europea” y responder al reto de ser
“un gigante económico y un enano político”.

En los años 80 se intentó romper con el clima de “europesimismo” de la década


anterior. La agenda comunitaria se vio afectada por la política internacional: la elección
de Reagan en EEUU y la entrada del ejército soviético en Afganistán hacían presagiar
un nuevo clima en la guerra fría. En el plano interior, se consumó la segunda ampliación
de las Comunidades Europeas al sur. La Europa de nueve se convierte en la Europa de
doce con la incorporación de Grecia (1981) y de España y Portugal (1986). España
había sido relegada de la escena internacional creada tras la II Guerra Mundial por el
carácter filofascista del régimen político de Franco. En los años 50, al calor de la guerra
fría, España recuperó su protagonismo exterior como confirmó su ingreso en la ONU en
1955. A partir de esos momentos, una de las máximas de la política exterior española va
a ser la vinculación con la Europa Comunitaria, lo que solo se producirá tras la muerte
de Franco en 1975 y el cambio de régimen en clave democrática. Esta dinámica de
ampliación de las Comunidades Europeas se produjo por el impulso de Delors,
presidente de la Comisión Europea en 1985, y por una generación nueva de políticos
que renovaron el clima europeo (F. González, Mitterrand). Los Consejos Europeos de
Milán y Luxemburgo en 1985 llevaron a la firma del Acta Única Europea (1987). El
objetivo esencial del Acta Única fue la realización de un espacio sin fronteras (libre
circulación de mercancías, servicios, capitales y personas) y el Mercado Único.

El Acta Única Europea fue modificada por el Tratado de Maastricht o Tratado de la


Unión Europea (1992). Este tratado es considerado como la reacción a los cambios
vertiginosos sucedidos en Europa desde 1989 (desintegración del bloque comunista,
reunificación alemana, explosión de los nacionalismos) y a las transformaciones
operadas en el escenario internacional (fin de la polaridad, posguerra fría, etc.). En el
plano interior, Maastricht fue el resultado de las implicaciones político-institucionales,
sociales, económicas y monetarias de la creación del Mercado Único y la libre
circulación de mercancías y personas. Por dicho tratado los Estados miembros
constituyeron una Unión Europea. Los Estados no quisieron atribuirle una personalidad
jurídica internacional y asentaron la Unión sobre las tres Comunidades existentes:
CECA, EURATOM y CEE, completada por ciertas políticas y formas de cooperación:
la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) y la Cooperación en Asuntos de
Justicia e Interior (CAJI). El Tratado de la Unión Europea consagró también dos nuevos

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principios: la subsidiariedad (se refiere a competencias comunitarias entre Estados y
Comunidad) y la ciudadanía europea (que implica derecho a voto en cualquier país de la
Unión y protección diplomática en terceros). El “núcleo duro” del tratado fue el
establecimiento de la Unión Económica y Monetaria. El gran fracaso fue la Política
social. Las presiones británicas excluyeron el capítulo social del tratado, reduciéndolo a
protocolo.

Los antecedentes de la Unión Económica y Monetaria debemos encontrarlos en el


Plan Werner y en el Sistema Económico Europeo de 1979. En 1988 el Consejo Europeo
presidido por Delors encargó un comité para que estudiara las etapas que debían llevar a
una unión económica y monetaria. En 1989 el Consejo Europeo estableció los
principios generales: moneda única, proceso en varias etapas y paralelismo entre lo
monetario y lo económico. El proceso se inició tras la firma del Tratado de Maastricht.
El Consejo Europeo de Madrid de 1995 confirmó el calendario de la Unión Económica
y Monetaria y adoptó la decisión de llamar “euro” a la futura moneda única. En política
monetaria se estableció un plan por fases. Una primera fase hasta la creación del
Instituto Monetario Europeo (1994); otra segunda hasta la creación del Banco Central
Europeo (1998); una tercera con el inicio de la moneda única (2002). En este contexto la
Unión Europea se había ampliado a 15 Estados, con la adhesión de Suecia, Austria y
Finlandia. Además, un conjunto de diez países del centro-este de Europa se perfilaban
como candidatos y se hacía imprescindible diseñar la gran ampliación de la UE. El
proceso negociador finalizó con la firma del Tratado de Ámsterdam en 1997. Dicho
tratado reforzaba los pilares de cooperación (PESC y CAJI), el control de fronteras
exteriores, Plan Schengen, profundiza en la política social, el Estado de derecho y los
derechos humanos salieron fortalecidos, introduce la posibilidad de una integración
diferenciada. La reforma de Ámsterdam se cerró en un clima de pesimismo, pues no se
realizaron importantes avances en la reforma institucional. Por ello, tuvo que
convocarse una Conferencia Intergubernamental en Niza (2000), en la que los Estados
acordaron modificar la ponderación del voto del Consejo, abriendo la puerta a la
ampliación de la Unión hacia el este. Esta idea de expansión se completa con el informe
“Agenda 2000”, aprobado en 1997, que se refiere a las estrategias de actuación de la UE
para la primera década del siglo XXI. Aborda la ampliación geográfica, la revisión de la
arquitectura institucional, las perspectivas financieras, la reforma de la PAC, etc.

Tras la desintegración del bloque soviético, las Comunidades Europeas han dado su
apoyo a los nuevos países con programas como “Polonia-Hungría: Ayuda a la
reconstrucción económica” (PHARE) o el Banco Europeo para la reconstrucción y el
desarrollo (BERD). El siguiente hito en el proceso de aproximación fue la firma de
acuerdos especiales de asociación, conocidos como “Acuerdos Europeos”. Su objetivo
era potenciar las relaciones económicas y científico-tecnológicas. En estas
circunstancias favorables, los países de la Europa central y suroriental presentaron sus
candidaturas de adhesión a la UE. Así, en el 2004 se incorporaron diez miembros:
Hungría, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania,
Malta y Chipre. Bulgaria y Rumanía lo hicieron en 2007. En 2005 la UE abrió la puerta

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a la negociación de la adhesión de Croacia, que culminó en el 2013, constituyendo la
actual Europa de los Veintiocho. Turquía continúa esperando su adhesión, ralentizada
por su situación política, donde se esperan avances en la democratización y libertades, y
sus peculiaridades culturales y de civilización.

En 2004 se firmó un tratado constitucional para la UE. Sin embargo, algunos


estados lo rechazaron en referendos. El Consejo Europeo acordó que la Constitución
había fracasado y se firmó el Tratado de Lisboa (2007). Este tratado aumenta las
competencias del Parlamento Europeo, crea un nuevo puesto de Alto Representante para
Asuntos Exteriores y un nuevo servicio diplomático de la UE, vincula jurídicamente la
Carta de los Derechos Fundamentales de la UE a los Estados miembros, etc.

El último problema interno vivido por las Comunidades Europeas fue el “brexit”
(acrónimo de British Exit). Un referéndum celebrado en junio de 2016 arrojó el
resultado favorable a la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Las causas del
brexit son muy variadas, pero entre ellas pesa el componente histórico británico de
“espléndido aislamiento” y en particular la llegada masiva en los últimos años de
inmigrantes procedentes de la UE que ha provocado una fuerte protesta social. De esta
manera, la Europa de los 28 se quedará en la Europa de los 27.

La Unión Europea es más que una confederación de Estados, pero menos que un
Estado federal unificado; es una construcción nueva que no encaja en ninguna de las
categorías jurídicas clásicas sobre la ordenación de los territorios. Constituye un sistema
político original, en permanente evolución. Los Estados miembros han delegado parte
de su soberanía en beneficio de unas instituciones supranacionales que les representan a
todos y que velan por los intereses comunitarios y nacionales. La base institucional de
las Comunidades Europeas se establece en los Tratados de Roma de 1957. En la
actualidad, las instituciones comunitarias están compuestas por:

Órganos de decisión y dirección: el Consejo de Ministros (formado por los


miembros de los respectivos gobiernos comunitarios según los asuntos a tratar), la
Comisión Europea (que gestiona y ejecuta la política comunitaria) y el Consejo Europeo
(formado por los jefes de Estado y de gobierno).

Órganos de control de la comunidad: Parlamento Europeo (como representante


de los pueblos de los Estados reunidos en las comunidades), el Tribunal de Justicia
(formado por jueces y abogados nombrados por los gobiernos de cada país para crear las
bases del derecho comunitario y velar por el mantenimiento de la legalidad vigente), el
Tribunal de Cuentas (gestiona el presupuesto europeo).

Órganos asesores de la comunidad: Comité de Representantes Permanentes


(compuesto por diplomáticos de los estados comunitarios que asesoran la actuación del
consejo de ministros), Comité Económico y Social (compuesto por personas de
prestigio en el mundo de la empresa, profesiones liberales, para orientar e impulsar las
transformaciones socioeconómicas que afectan al mundo del trabajo).

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Junto a las instituciones comunitarias debemos mencionar el Banco Europeo de
Inversiones y el Banco Central Europeo, además de numerosos órganos
descentralizados, como la Agencia europea de medio ambiente.

A modo de conclusión, este siglo XXI supondrá para la UE el replanteamiento de


algunas cuestiones importantes: la inmigración, los problemas del desarrollo
económico, la globalización; la adhesión de Turquía y la situación con el Reino Unido;
el reto de la superación del marco de los Estados-nación y la consolidación de nuevas
estructuras a nivel continental. En este sentido, la UE debe aspirar a dotar de equilibrio
democrático a sus instituciones y a consumar una verdadera constitución para los
europeos.

Para la confección del tema he utilizado la siguiente bibliografía:

Pérez Bustamante, R., Un siglo en la historia de la Unión Europea. 1914-2014:


Cronología. Valencia, 2015. El autor ofrece una cronología paso a paso de la construcción
europea, desde la unidad económica hasta la integración política y económica actual.

Florentín, M., La unidad europea: historia de un sueño. Madrid, 2013. Este libro
pretende sintetizar la historia del sueño de la unidad europea, desde la Grecia Antigua, donde se
acuña el nombre de Europa, hasta nuestros días, haciendo hincapié en el proceso comunitario que
nación en los años 50 del siglo pasado. Asimismo, el autor analiza las continuas crisis, así como
sus logros y carencias, para terminar planteando los retos del siglo XXI.

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