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LA PARTICIPACION CIUDADANA EN COLOMBIA

JEIMY RODRIGUEZ JULIO


ELIZABETH CARDENAS TORRES
PATRICIA GOMEZ BELTRAN
LIDIA ARRIETA MEJIA

UNIVERSIDAD DE CARTAGENA
ADMINISTRACION PÚBLICA V SEMESTRE
DEMOCRACIA PARTICIPACION CIUDADANA Y ADMON PUBLICA
MAGANGUE 2020
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LA PARTICIPACION CIUDADANA EN COLOMBIA

JEIMY RODRIGUEZ JULIO


ELIZABETH CARDENAS TORRES
PATRICIA GOMEZ BELTRAN
LIDIA ARRIETA MEJIA

Docente: Lic. DUFAIN MENDEZ GARCIA

UNIVERSIDAD DE CARTAGENA
ADMINISTRACION PÚBLICA V SEMESTRE
DEMOCRACIA PARTICIPACION CIUDADANA Y ADMON PUBLICA
MAGANGUE 2020
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INTRODUCCIÓN

Asumida como proceso, la participación ciudadana implica el ejercicio de un sistema de


prácticas, entre las cuales la más importante de ellas es la de la decisión. Sin el ejercicio
de esta capacidad de decidir, la participación como poder pierde su contenido real y la
intervención se desustancializa.

De acuerdo con lo anterior, la acción popular puede ser asumida como una forma de
participación de la ciudadanía, esté o no institucionalizada. El reto de toda democracia, en
este sentido, es siempre cómo lograr la mayor coherencia entre acción popular e
institucionalidad democrática.

En otras palabras: cómo plantear, y en parte resolver, la tensión entre instituciones


político-jurídicas y dinámica de o desde la sociedad civil popular.

Sin embargo, la experiencia histórica de muchas sociedades llamadas democráticas no


discurre siempre según los cánones establecidos por la teoría. Por el contrario, suele
ocurrir que, en la experiencia política de muchas naciones, la dimensión real de estas
nociones se presente de manera fragmentada y contradictoria. El caso de Colombia
corresponde a este marco último de la realidad.

Con este trabajo destacamos el papel protagónico de lo popular en el ejercicio de la


participación como resistencia civil no armada en el contexto del conflicto armado
colombiano durante los últimos años. Para ello se efectúo preliminarmente una revisión
histórica de los dos grandes “tradiciones” colombianas en términos de participación
ciudadana: por un lado, la que se encuentra consagrada a nivel institucional y, por otro, la
que han efectuado los movimientos sociales populares por fuera de dicho marco
institucional o, como suele ocurrir muchas veces, contra el mismo.

Presentamos de manera abreviada los contenidos constitucionales en materia de


participación y los obstáculos que han impedido su conversión en procesos de
transformación social y política; por último, nos centramos en las experiencias más
recientes de participación ciudadana en Colombia relacionadas directamente con las muy
variadas expresiones de resistencia civil no armada en el contexto del conflicto armado
colombiano.
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OBJETIVOS

OBJETIVO GENERAL

 Promover el ejercicio de participación ciudadana que favorezca la interacción


continua entre la Democracia y la Corrupción en Colombia.

OBJETIVOS ESPECIFICOS

 Determinar el marco jurídico que fundamenta la participación ciudadana y la


intervención de la ciudadanía colombiana.

 Identificar la Democracia hacia el eje de la corrupción en Colombia.

 Describir como ha sido aplicada la Participación Ciudadana en Colombia.

 Conocer las dificultades presentadas para el adecuado desarrollo de los


mecanismos de participación ciudadana.
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1. COMO SE HA DADO LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN

COLOMBIA EN LOS ÚLTIMOS 10 AÑOS

La participación ciudadana en Colombia antes de la promulgación de la Constitución


de 1991 cuenta con dos grandes tradiciones: de un lado, la que simbolizan las
instituciones diseñadas por un régimen político que ha incorporado en su funcionamiento
durante el siglo XX los mecanismos clásicos de la democracia formal representativa.
En este marco institucional, la participación ciudadana se ha restringido a los rituales
de la democracia representativa y eleccionaria, en la cual la acción política del pueblo
como soberano, lejos de ser un proceso, se limita al acto eleccionario del presidente de la
república y de las corporaciones públicas, como el congreso, asambleas
departamentales, concejos, y a partir de la reforma descentralista de 1986 también de
alcaldes y juntas administradoras locales. En la democracia representativa el pueblo,
como soberano, no decide sobre los asuntos a decidir, sino que decide quiénes han
de decidir sobre tales asuntos.

Por el tradicional carácter del régimen político colombiano, centralista y presidencialista,


heredado de la constitución de 1886, la eficacia de tal institucionalidad
representativa en términos de traducir cabalmente las aspiraciones y el poder popular
soberano, ha resultado trunca o vacía completamente. Esto quiere decir que en Colombia
los ciudadanos no sólo debían encarar la incapacidad de las propias instituciones
representativas para traducir cabalmente las aspiraciones de la ciudadanía,
sino también su desvirtuamiento perverso a manos del poder presidencial que impedía o
limitaba de manera extrema el ejercicio de su papel soberano en la estructura de
un régimen democrático de división de poderes. El poder mismo que tienen las
corporaciones públicas frente al poder presidencial y a las autoridades administrativas ha
sido considerablemente débil, el cual no ha sido recuperado pese a las disposiciones
de la propia constitución de 1991 al respecto. Pero, por otro lado, el propio poder
presidencial se ha sustraído a las expectativas de la población, resultando muchas
veces incontrolable y arbitrario. Todo esto se ha visto reforzado por la ausencia real
de mecanismos de control popular directo al ejercicio del poder político. Tanto el
clientelismo como la restricción institucional impuesta por la vigencia casi permanente
del Estado de Sitio impidieron que la participación ciudadana encontrara en
la institucionalidad vigente espacios para que floreciera y se consolidara, tal como
corresponde a la experiencia de un Estado democrático real.

La participación es un medio esencial para promover el desarrollo y asegurar la plena


realización de los derechos humanos. Pero es también un fin en sí, ya que existe en el
hombre una profunda aspiración social a participar en la edificación de las bases
sobre las que reposa su propia existencia y de contribuir, en cierta medida, a construir el
porvenir del mundo.
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El modelo democrático implementado con la Constitución del 91 pretendió instaurar


un equilibrio entre representación política y participación ciudadana, de tal forma
que los individuos además de elegir a sus gobernantes pudieran incidir directamente
en las administraciones y en la toma de las decisiones que afectan sus comunidades,
promoviendo una relación entre gobernantes y gobernados más cercana, que
permitiera ejercer un mejor seguimiento y control social sobre la gestión de los asuntos
públicos.

Con el fin de materializar y garantizar la participación ciudadana en la toma de las


decisiones públicas en los diferentes niveles de la administración estatal, la Carta
estableció varios mecanismos de participación directa: voto, referendo, consulta popular,
iniciativa legislativa, plebiscito, revocatoria del mandato y cabildo abierto, y exhortó al
legislador a regularlas y a diseñar otras instancias de intervención, concertación y control
ciudadano sobre la gestión pública.

En desarrollo de la democracia participativa y el mandato constitucional que la establece,


se expidieron una serie de leyes dentro de las cuales se destaca la Ley 134 de 1994
(Estatuto de Participación Ciudadana) encargada de construir definiciones, finalidades y
procedimientos para hacer efectivos los mecanismos de democracia directa.

Sin embargo, a partir de la aprobación de la ley 134 de 1994, han sido numerosas y
constantes las críticas que, desde la academia, la ciudadanía y los sectores políticos se
han lanzado contra la forma en que los mecanismos de participación directa fueron
abordados por parte del legislador, acusándola de traer una regulación insuficiente con
excesos en los requisitos y trámites para su operancia, culpándola de ser la principal
causa del “aparente fracaso” de los mismos.

A fin de obtener información sólida que permitiera validar o refutar la opinión popular
que durante años se han formulado alrededor de los mecanismos de participación, la
Misión de Observación Electoral (MOE) inició una investigación que a partir de: análisis
legislativo, requerimientos a la organización electoral, monitoreo sistemático y riguroso
de prensa y trabajo de campo, logro construir unas bases de datos que una vez analizadas
arrojaron un diagnóstico de la situación real de los mecanismos de participación
ciudadana entre los años 1991 y 2012.

Sobre el particular, vale la pena acotar que la investigación únicamente se ocupó de


cuatro de los siete mecanismos de democracia directa: revocatoria del mandato; iniciativa
legislativa y normativa ciudadana; referendo y consulta popular. No se incluyó el voto
por ser los análisis de las contiendas electores objeto de otros trabajos por parte de la
MOE; los cabildos abiertos se excluyeron de la investigación por la imposibilidad de
obtener información sobre su utilización y el plebiscito porque durante los 10 años
posteriores a la expedición de la Constitución no se ha registrado ni un solo intento para
su realización, tal vez en parte porque la ley 134 de 1994 se encargó de que la regulación
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de su finalidad fuera ambigua y se confundiera con la consulta popular de carácter


nacional.

En la última década, el entusiasmo por la participación ciudadana se ha reducido de


manera generalizada y las fisuras señaladas no han sido del todo superadas. A ello se
suman dos nuevos factores que han actuado en contravía del fortalecimiento de la
democracia participativa en el país: de un lado, el debilitamiento de la descentralización
en el marco de un proyecto político autoritario que pretende concentrar decisiones y
recursos en el gobierno central, vulnerando así la autonomía entregada por la
Constitución a las entidades territoriales (municipios y departamentos). El municipio ha
sido el escenario por excelencia de las experiencias participativas más importantes en el
país. Su debilitamiento como escenario de decisiones y de proyectos de desarrollo ha
incidido negativamente en el ejercicio de la participación ciudadana.

De otro lado, la alta incidencia de los actores armados en la gestión municipal. Desde
mediados de la década del noventa los gobiernos municipales comenzaron a ser blanco
preferido de los diferentes actores del conflicto (guerrillas, paramilitares, narcotraficantes
y otras mafias y grupos organizados de delincuentes), los cuales desplegaron con fuerza
estrategias de control territorial, político-electoral y de las decisiones públicas. Dicho
control ha tenido efectos negativos sobre el tejido social local y la participación
ciudadana.

Los grupos armados han reducido al mínimo la actuación de líderes sociales en el


escenario público, a través de la amenaza, el desplazamiento forzado e, incluso, el
asesinato. Han creado una especie de régimen de terror, apoyados en el uso real o latente
de las armas, o bien, han comenzado a crear organizaciones propias y a cooptar
liderazgos para sus fines políticos a través del ofrecimiento de prebendas de muy diversa
índole (económicas, empleo, seguridad ciudadana), etc. En estas circunstancias, no sólo
han caído en desuso los espacios institucionales de participación, sino que sus actores han
preferido callar y tener un bajo o nulo perfil en los procesos públicos.

Lo ocurrido en la presente década muestra una tendencia hacia la crisis de los espacios
institucionales de participación. Ellos siguen funcionando, especialmente en aquellas
zonas donde el conflicto armado no tiene un peso significativo en la vida local, pero
sometidos a las tendencias ya analizadas de burocratización y alejamiento con respecto a
los intereses ciudadanos.

De otro lado, la alta incidencia de los actores armados en la gestión municipal. Desde
mediados de la década del noventa los gobiernos municipales comenzaron a ser blanco
preferido de los diferentes actores del conflicto (guerrillas, paramilitares, narcotraficantes
y otras mafias y grupos organizados de delincuentes), los cuales desplegaron con fuerza
estrategias de control territorial, político-electoral y de las decisiones públicas. Dicho
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control ha tenido efectos negativos sobre el tejido social local y la participación


ciudadana.

Los grupos armados han reducido al mínimo la actuación de líderes sociales en el


escenario público, a través de la amenaza, el desplazamiento forzado e, incluso, el
asesinato. Han creado una especie de régimen de terror, apoyados en el uso real o latente
de las armas, o bien, han comenzado a crear organizaciones propias y a cooptar
liderazgos para sus fines políticos a través del ofrecimiento de prebendas de muy diversa
índole (económicas, empleo, seguridad ciudadana), etc. En estas circunstancias, no sólo
han caído en desuso los espacios institucionales de participación, sino que sus actores han
preferido callar y tener un bajo o nulo perfil en los procesos públicos.

Lo ocurrido en la presente década muestra una tendencia hacia la crisis de los espacios
institucionales de participación. Ellos siguen funcionando, especialmente en aquellas
zonas donde el conflicto armado no tiene un peso significativo en la vida local, pero
sometidos a las tendencias ya analizadas de burocratización y alejamiento con respecto a
los intereses ciudadanos.
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2. ¿LA DEMOCRACIA HACIA EL EJE DE LA CORRUPCIÓN EN

COLOMBIA?

Dentro de las políticas de control de La corrupción que plantean los gobiernos, la


participación de los ciudadanos se ha convertido en un elemento indispensable
que, en términos generales, obedece a una lógica analítica que en años recientes
se ha designado como gobernanza y que alude a la necesidad de comprender el
gobierno como un proceso y no como un sujeto directivo, lo cual implica
multiplicidad de actores y centros de decisión difusos, por tanto, una redefinición
de los roles del gobierno y de la sociedad y de su relación. Bajo esta perspectiva
se analiza la forma en que los dos últimos gobiernos colombianos,
correspondientes al periodo 1998-2006, articularon la participación ciudadana a
su estrategia anticorrupción, intentando percibir si el diseño institucional de
dichas estrategias, en lo concerniente a la vinculación de la ciudadanía, resultaba
pertinente de acuerdo a la naturaleza del problema, a las dimensiones particulares
que este problema público presentaba en Colombia en este periodo y al contexto
bajo el cual se implementan y en el cual se insertan las políticas contra la
corrupción.

En los últimos diez años ha sido creciente la preocupación de los países y de


la comunidad internacional por el problema público que constituye la
corrupción y, de manera especial, por encontrar fórmulas institucionales de
aplicación general que permitan combatirla. Ha sido considerada como la
causa de todos los males, el "cáncer" de los gobiernos, el obstáculo al
desarrollo económico, el impedimento para la erradicación de la pobreza y el
principal motivo de pérdida de legitimidad gubernamental, por tanto, una
amenaza para la democracia.

Diagnosticada como gran problema en las democracias más vulnerables, el


correspondiente interés por buscar formas para contenerla también ha ido en
aumento, particularmente por la necesidad de implementar un sistema
económico basado en el libre mercado y en reglas de competencia claras y por
la necesidad de mantener las instituciones democráticas dentro de un marco
de legitimidad y legalidad que garanticen la gobernabilidad.

Así, el análisis de la participación dentro del periodo seleccionado, indica que


este elemento ha sido absolutamente relevante para las políticas anticorrupción de
los dos últimos gobiernos colombianos, al punto que ha constituido el eje
articulador de la estrategia. No obstante, teniendo en cuenta la naturaleza
compleja de la corrupción en Colombia y el entorno en que la estrategia para su
combate debe ser implementada, resulta problemático pensar un diseño
institucional para el control de la corrupción fundamentado en la participación
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ciudadana; más aún cuando el involucramiento de dicha participación en la


propuesta gubernamental, se : realiza bajo una interpretación acomodada de la
Constitución que desconoce la intención del constituyente de 1991 de consagrar la
participación como principio fundante del Estado colombiano.

Es claro que un problema público con las dimensiones de la corrupción bajo el


complejo escenario colombiano, requiere involucrar a la ciudadanía para su
control, pero también es claro que requiere el acompañamiento del Estado
con acciones en la materia y con el compromiso de garantizar las condiciones
a partir de las cuales sea posible la participación ciudadana bajo los criterios
establecidos constitucionalmente para ello.
Posiblemente lo que sugerimos es un equilibrio difícil de lograr en la práctica:
propiciar espacios de participación ciudadana en la gestión pública y al mismo
tiempo fortalecer las instituciones y asumir compromisos de reformas
estructurales necesarias para controlar la corrupción...compartir con la
sociedad la tarea de gobernar ante la limitada capacidad directiva de los
gobiernos y a la vez conservar en cabeza del Estado la responsabilidad de
velar por el interés público. Posiblemente sea difícil, por eso la gobernanza es
hasta ahora un reto y una propuesta en construcción.

En Colombia hasta la fecha no se ha realizado una evaluación de las políticas


anticorrupción, que permita conocer la influencia de la participación ciudadana en
el combate a este problema. En Colombia las dos últimas administraciones han
tenido como eje fundamental de su política de lucha contra la corrupción la
participación ciudadana, por lo cual no se puede decir que haya existido un
limitado aprovechamiento de la organización de la sociedad sino un indebido
aprovechamiento de esta importante herramienta; fundamentalmente porque la
forma como se ha vinculado a la sociedad civil a las políticas anticorrupción, ha
pasado por alto el entorno general en que dichas políticas se insertan, entorno que
no resulta propicio para la aplicación de un diseño de política anticorrupción que
tiene como eje fundamental la participación ciudadana.

Así, la corrupción que se ha querido atacar con una estrategia basada en la


participación ciudadana es la llamada "pequeña corrupción", estrategia que ha
sido funcional a los dos últimos gobiernos colombianos para mostrar su
proactividad en el combate a este problema por lo que posiblemente se note una
creciente mejoría en los indicadores internacionales de medición de la corrupción
como se pudo observar pero que ha ocultado y postergado importantes
obligaciones del Estado colombiano para hacerle frente a este flagelo.

De otro lado, pese a los esfuerzos por incrementar el número de personas y grupos
comprometidos con la lucha contra la corrupción en el país, es evidente que los
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mecanismos mediante los cuales los ciudadanos se involucran en ella, ha


materializado un enfoque eminentemente gerencialista que contradice la intención
del constituyente de 1991 al consagrar el modelo de democracia participativa.
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3. ¿LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA HA SIDO DRAMÁTICAMENTE

APLICADA EN COLOMBIA?

Con la Constitución Nacional de 1991, Colombia dio un paso importante para la


ampliación y consolidación de la democracia al establecer nuevos espacios para la
participación ciudadana a través de diferentes mecanismos:
el plebiscito, el referendo, la consulta popular, la iniciativa legislativa, la revocatoria del
mandato y el cabildo abierto, todos íntimamente ligados con el ejercicio de la democracia
participativa.

Con el tiempo, estos mecanismos deberían constituirse en puentes para hacer tránsito
desde ejercicios propios de la democracia representativa hacia otros más participativos,
facilitando la convergencia entre el Estado y la sociedad civil y convirtiéndose en piedra
angular de los propios cambios institucional y social.

Sin embargo, estos procesos de democratización y re-institucionalización vía


participación ciudadana, no han estado exentos de obstáculos de los más variados tipos,
como la falta de voluntad política, de expedición oportuna de normativas o de provisión
de recursos financieros, los cuales han aplazado el empoderamiento de los derechos
políticos participativos, así como los resultados que de dicha actividad política pudieran
derivarse. El ejemplo más ilustrativo de este fenómeno es la limitación a la participación
que el mismo Congreso de la República hizo a través de la Ley Estatutaria de la
Participación (134 de 1994), donde se establecieron exigentes requisitos para garantizar
su legalidad.

la Ley Estatutaria se expidió en 1994, pero otro año más tuvo que pasar para que se
asimilaran las normas y se comenzaran a ver intentos de aplicación y uso de algunos
mecanismos participativos. La participación ha tenido un extenso camino de aprendizaje
ciudadano, sin duda tortuoso, cuyo recorrido ha estado sembrado de trabas e
inconvenientes.

La participación democrática exige desde luego unos mínimos de condiciones objetivas


como la existencia de Derechos, la creación de una cultura o ambiente para el ejercicio de
tales libertades y derechos. Esto significa que el Estado debe promover la intervención de
la ciudadanía en todos los asuntos que atañen a tal participación. Pero en un ambiente de
hostilidad, de guerra interna, coacción, violencia es imposible generar tal ambiente o tal
cultura de participación.

En tal sentido el país necesita implementar una educación que privilegie la participación
cívica, con un amplio sentido estético y compromiso ético. Que las distintas comunidades
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acepten sus diferencias, que se admita el multiculturalismo y la multiplicidad de formas


de pensar y de actuar. Y, sobre todo, comprender que la defensa de la autonomía no es
claudicación ante la globalización. Que la autorrealización potencie el nuevo ciudadano
para que este termine siendo un sujeto irrenunciable a su proyecto de vida.

En los últimos años, la resistencia civil no armada contra la guerra y el modelo


neoliberal se ha expresado en un conjunto variado de acciones colectivas, algunas
de carácter nacional, otras de carácter local, algunas de manera puntual, otras de carácter
más orgánico, algunas bajo formas novedosas de organización y protesta, otras
basándose en viejos repertorios de protesta y formas tradicionales de organización,
algunas bajo nuevas formas de organización y tradicionales formas de protesta, otras
bajo nuevas formas de protesta y tradicionales formas de organización, algunas con
objetivos muy limitados circunscritos a los intereses del actor que las protagoniza,
otras con objetivos más amplios orientados a desafiar políticamente a los poderes
hegemónicos o a producir cambios en las políticas públicas.

Igualmente, el espectro de actores sociales protagónicos de estas expresiones de


resistencia se ha ampliado con la participación, además del sindicalismo, de las
comunidades indígenas, afrodescendientes, comunidades barriales urbanas, mujeres,
población LGTB y jóvenes, entre otros. De este modo, la participación ciudadana cobra
un nuevo vigor y actualiza la tradición de participación ciudadana como resistencia que
históricamente han realizado los sectores subalternos ante la ausencia de Estado o la
complicidad del mismo con estrategias de control o exterminio de la población civil.

La ineficacia de los mecanismos de participación ciudadana y de las leyes que lo regulan,


quedan en evidencia al analizar las estadísticas entregadas por la Misión de Observación
Electoral en su estudio “La Participación Ciudadana en Colombia – 20 años de
Ilusiones”. En el caso, por ejemplo, de la Revocatoria del Mandato17 entre 1991 – 2012,
se han presentado 130 solicitudes de revocatoria de las cuales 98 de ellas es decir el 75%
no superaron la etapa de recolección de apoyos, mientras que el 25% es decir, 32 de ellas
llegaron a la etapa de votación, pero ninguna de ellas logró la revocatoria del respectivo
mandatario.

En materia de Referendo19, según la MOE, se presentaron de 1991 al 2012, 18


iniciativas de reforma de la Constitución Política mediante referendo aprobatorio: dos (2)
fueron de iniciativa gubernamental, trece (13) fueron inscritas ante la autoridad electoral,
dos (2) propuestas no pasaron de la etapa de recolección de firmas para constituirse como
comité promotor y una (1) propuesta estaba en la etapa de recolección de firmas. De las
iniciativas presentadas, solo una de origen gubernamental ha llegado a votación, esto
equivale al 6% del total de las iniciativas.

Por su parte, en cuanto a Consulta Popular se refiere, en el periodo analizado por la


MOE, se pudo evidenciar que en asuntos de trascendencia nacional, departamental y
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municipal no ha sido utilizada ampliamente, solo han sido consultados 25 asuntos de


orden departamental y 23 sobre asuntos de orden territorial.

Como se ha sostenido en esta investigación, a través de la Ley 134 de 1994 se dictaron


normas sobre los mecanismos de participación ciudadana en Colombia, adicional a ello,
la legislación colombiana contempla otras normas, que permiten a los ciudadanos
participar de forma individual o colectiva en el control de la gestión pública, como es el
caso de las Leyes 152 de 1994 (Por la cual se establece la Ley Orgánica del Plan de
Desarrollo) y la Ley 850 de 2003 (Por medio de la cual se reglamentan las veedurías
ciudadanas).De igual forma, para efectos de participar en las decisiones que les afectan,
los colombianos cuentan con la Ley 1757 de 2015, donde se dictan disposiciones en
materia de promoción y protección del derecho a la participación democrática,
reorientando con ello las formas y los mecanismos como se ejerce este derecho.

A pesar de lo anterior, es importante resaltar, que con la entrada en vigencia de la Ley


1757 del 2015, se avanza significativamente en la construcción de un modelo de estado
más democrático, participativo y pluralista, creando reglas de juego más adecuadas para
el ejercicio de la participación ciudadana, contribuyendo a la solución de problemas que
han dificultado su materialización en los últimos años.

Igualmente, con la nueva normatividad de participación democrática, se convierte a la


participación como un eje transversal de los planes de desarrollo y de gestión, adoptando
a está, como una política pública de Estado, estableciendo la obligación de que todo plan
de desarrollo contenga medidas para promover la participación de todas las personas en
las decisiones que los afectan y, así mismo, que los planes de gestión de las instituciones
públicas hagan explicito como participarán las personas en los asuntos de su
competencia.
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CONCLUSIÓN

La participación en Colombia es una herramienta fundamental con que cuenta la


ciudadanía para incidir en las decisiones que les afectan, convirtiéndose en un principio
básico de la democracia. Con la Constitución de 1991, al menos desde el punto de vista
normativo, Colombia amplió las oportunidades que tenían los ciudadanos para intervenir
en la definición del destino colectivo, creando una compleja infraestructura para la
participación ciudadana, que va, desde los espacios y mecanismos de participación
ciudadana hasta las formas para ejercer el control social a lo público. Pese a la
importancia que adquirió la participación ciudadana en las dos últimas décadas, aún
existen retos y desafíos a superar que conduzcan a la correcta aplicación y efectivizarían
del derecho. Como lo muestra el estudio de la Misión de Observación Electoral en el
2012, la subutilización de los mecanismos de participación consagrados en la Ley 134 de
1994, hacían apremiante la reivindicación de los derechos de los ciudadanos a través de
una nueva normatividad, que fuera mucho más amplia, que fortaleciera tanto los
mecanismos y espacios de participación, como las herramientas que tienen los
ciudadanos para ejercer el control y seguimiento a la gestión pública. La ciudadanía, el
Gobierno Nacional y el Congreso de la República, desaprovecharon una oportunidad
única para reorganizar dicha normatividad. A pesar de los avances significativos que trajo
consigo la nueva ley de participación democrática, la dispersión normativa, puede
generar confusiones en la ciudadanía, los movimientos ciudadanos y en el mismo Estado
a la hora de utilizar las normas que regulan la participación ciudadana, lo anterior, en el
entendido que con la nueva normatividad no se derogan las disposiciones normativas que
regulaban la participación como es el caso de la Ley 134 de 1994 y la Ley 850 de 2003,
sino que se complementan.

A pesar de lo anterior, dentro de los aspectos a destacar entre las leyes que regulan la
participación ciudadana en Colombia, se encuentran, por un lado, la consagración
normativa que se hace de los mecanismos de participación ciudadana contenidos en la ley
134 de 1994, mientras por el otro, la flexibilización normativa de dichos mecanismos, la
rendición de cuentas y el control social a lo público, la creación de instancias e incentivos
para la participación, los presupuestos participativos y la financiación de la participación
ciudadana consagrados en la Ley 1757 del 2015.
Por último, la creación de una cultura para la participación ciudadana, debe ser una
apuesta prioritaria de los gobiernos territoriales y nacional, no servirán de nada las
modificaciones normativas, si los gobiernos no facilitan los escenarios para que los
ciudadanos puedan intervenir, y si estos últimos, no se apropian de los mecanismos de
participación y de los espacios para ejercer el control.
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Lista de referencias

Justicia Juris, ISSN 1692-8571, Vol. 12. Nº 2. Julio– diciembre de 2016. Pág. 59-76

La participación ciudadana en ta lucha contra la corrupción en Colombia Luisa Fernanda


Cano Blandón.

La participación como resistencia en el contexto del conflicto armado colombiano.


Jaime Rafael Nieto López.

Echeverri, J., (2010). La Participación Ciudadana en Colombia: reflexiones desde la


perspectiva constitucional y la normatividad estatutaria. Estudios de Derecho -
Estud. Derecho- Vol. LXVII. Nº 149, junio 2010. Colombia.

Congreso de la República de Colombia, Ley 850 de 18 de noviembre de 2003. Por medio


de la cual se reglamentan las veedurías ciudadanas. Disponible en:
http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/ normas/Norma1.

Congreso de la República de Colombia, Ley 152 de 05 de Julio de 1994. Por la cual se


establece la ley Orgánica del Plan de Desarrollo. Disponible en:
http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/ Norma.

Congreso de la República de Colombia, Ley 134 de 31 de mayo de 1994. Por la cual se


dictan normas sobre mecanismos de participación ciudadana. Disponible en:
http://www.alcaldiabogota.gov.co/ sisjur/normas/Norma.

Congreso de la República de Colombia, Ley estatutaria 1757 de 6 de julio de 2015. Por la


cual se dictan disposiciones en materia de promoción y protección del derecho a
la participación democrática. Disponible en:
http://www.secretariasenado.gov.co/senado/basedoc/ley_1757_2015.html

Araujo, R; et al (2011). “Retos de la Democracia y la Participación Ciudadana”. Editorial


Universidad del Rosario. Bogotá. 2011.

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