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DÍAS
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DÍA SEGUNDO
Propio es de ti, Señora, que siendo tú, al mismo tiempo que esclava del Señor,
Madre de Dios, Reina y Señora, pues Dios quiso también ser Hijo tuyo, no apartes
de nosotros tu memoria, habiendo de presentarnos ante el soberano e inexorable
Juez, que, si a nosotros nos infunde pavor, es para contigo sobremanera amable y
te otorga cuantas gracias le pides, pues eres llamada llena de gracia y de alegría
por haber sobrevenido en ti el Espíritu Santo. Por esto, aun los ricos de la nación,
los más favorecidos en justicia y santidad, claman a ti e invocan tu protección. No
nos cierres las puertas de tu pecho, y deja que fluya sobre nosotros el mar de
gracias que encierra.
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DÍA TERCERO
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DÍA CUARTO
Ven, oh gloriosa Reina María; ven y visítanos; ilumina nuestras almas dolientes y
danos el vivir santamente. Ven, salud del mundo, a lavar tantas manchas que nos
afean, a disipar tantas tinieblas que nos envuelven. Ven, Señora de los pueblos, y
apaga estas llamas de concupiscencia que nos abrasan, arrójanos el manto de tu
pureza y señala el seguro camino que nos ha de llevar al puerto. Ven a visitar a los
enfermos, a fortalecer a los débiles, a dar firmeza a los que fluctúan entre mares de
dudas. Ven, estrella, luz de los mares, e infúndenos paz, gozo y devoción. Ven, oh
cetro de reyes, poderío de las naciones, y vuelve al seno de la fe, al amor y vida de
su unidad, a las muchedumbres extraviadas que no conocen lo que conviene a su
salud. Ven, trayéndonos en tus manos los dones de tu casto, eterno esposo, el
Espíritu Santo, para que vivamos por su lumbre y calor, y sean nuestro sustento
aquellos frutos eternos que nos han de merecer entrar en la unidad de la vida
bienaventurada. Amén.
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DÍA QUINTO
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DÍA SEXTO
Oh clementísima Virgen, que con mano piadosa repartes vida a los muertos, salud
a los enfermos, luz a los ciegos, solaz a los desesperados y consuelo a los que
lloran. Saca de los tesoros de tu misericordia refrigerio para mi ánimo quebrantado,
alegría para mi entendimiento y llamas de caridad para mi durísimo pecho. Sé vida
y salud de mi alma, dulzura y paz de mi corazón y suavidad y regocijo de mi
espíritu. Y, pues, tú eres estrella clarísima del mar, madre llena de compasión,
endereza mis pasos, defiéndeme de riesgos de enemigos, hasta aquella postrera y
suspirada hora en la cual, asistido de tu auxilio, enriquecido con tu gracia, vencidas
las enemistades del infernal dragón, salga de este mundo para los eternos y
seguros gozos de la vida bienaventurada. Amén.
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DÍA SÉPTIMO
Nadie está en el cielo más cerca de la Divinidad simplicísima que tú, que tienes
asiento sobre la cumbre de los querubines y sobre todos los ejércitos de los
serafines, y por esto no es posible que tu intercesión sufra repulsa, ni que sean
desatendidos tus ruegos. No nos falte tu auxilio mientras vivamos en este mundo
perecedero; alárganos tu mano, para que, obrando las obras de salud y huyendo de
los caminos del mal, demos seguro el paso de la eternidad. Por ti esperamos que,
al cerrar a este destierro los ojos de la carne, se abrirán los del alma para anegarse
en aquel piélago de soberana hermosura, de suavísimos deleites, por el cual
ansiosamente suspiran las almas regeneradas y que nos anunció y mereció Cristo
Señor nuestro haciéndonos ricos y salvos. A El por ti, Señora, rendimos gloria y
alabanza, con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los
siglos. Amén.
DÍA OCTAVO
Oh Virgen purísima, Madre de Dios, Reina de todo lo criado, levantada sobre todos
los cortesanos del cielo y más resplandeciente y pura que los rayos del sol: tú eres
más gloriosa que los querubines, más santa que los serafines y sin comparación
más sublime y aventajada que todos los ejércitos del cielo. Tú eres la esperanza de
los patriarcas, la gloria de los profetas, la alabanza de los apóstoles, honra de los
mártires, alegría de los santos, ornamento de las sagradas jerarquías, corona de las
vírgenes, inaccesible por tu inmensa claridad, princesa y guía de todos y doncella
sacratísima; por ti somos reconciliados con Cristo mi Señor. Guardame debajo de
tus alas; y apiádate de mí, que estoy sucio con mis pasiones y manchado con los
innumerables males que he cometido contra mi Juez y Criador. No tengo otra
confianza sino en ti, que eres el áncora de mi esperanza, el puerto de mi salud y
socorro oportuno en la tribulación.
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DÍA NOVENO
Ninguno se salva sino por ti, oh Virgen Santísima.'Ninguno se libra de males sino
por ti, oh Virgen purísima. Ninguno recibe gracias de Dios sino por ti, oh Virgen
castísima. Ninguno obtiene misericordia sino por ti, oh Virgen venerabilísima.
¿Quién, después de tu bendito Hijo, tiene tanto cuidado del linaje humano como tú?
¿Quién así nos defiende en nuestras tribulaciones? ¿Quién tan presto nos socorre y
nos libra de las tentaciones que nos acosan y persiguen? ¿Quién, con sus piadosos
ruegos, intercede por los pecadores y los libra de las penas que por sus pecados
merecen? Por esto recurrimos a ti, oh purísima y dignísima de toda alabanza y de
todo obsequio.
Haz que, por medio de tus oraciones, que tanto pueden con el Señor, las cosas
eclesiásticas sean bien gobernadas y tú misma las conduzcas a puerto seguro. Viste
ricamente a los sacerdotes de justicia y de la gloria de la fe probada, inmaculada y
sincera. Dirige en estado próspero y tranquilo los cetros de los soberanos
cristianos. Sé, en tiempo de guerra, la protección del ejército, que siempre milita
bajo tu amparo, y confirma al pueblo para que, conforme Dios lo tiene mandado,
persevere en el obsequio suave de la obediencia. Sé el muro inexpugnable de este
pueblo que te tiene a ti como a torre de refugio y cimiento que la sostiene.
Preserva la habitación de Dios y el decoro del templo de todo mal; libra a cuantos
te alaban, da redención a los cautivos y sé refugio para el peregrino y consuelo
para el desamparado. Extiende, por fin, a todo el orbe tu mano auxiliadora, para
que, así como celebramos con alegría esta festividad, celebremos también todas las
demás que te dedicamos, en Cristo Jesús, Rey de todas las cosas y verdadero Dios
nuestro; a quien sea la gloria y la fortaleza, junto con el Padre Eterno, que es
principio de la vida, y con el Espíritu coeterno, consubstancial, y que reina con los
dos, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.