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Salmo 98

La gloria del Redentor. (1-3) El gozo del Redentor. (4-9)


Versos 1-3: Un cántico de alabanza por el amor redentor es un
cántico nuevo, un misterio oculto a las edades y generaciones.
Los conversos cantan una canción nueva, muy diferente a la que
habían cantado. Si la gracia de Dios pone un corazón nuevo en
nuestros pechos, pondrá un cántico nuevo en nuestra boca.
Cante este cántico nuevo para alabanza de Dios, en
consideración a las maravillas que ha realizado. El Redentor ha
superado todas las dificultades en el camino de nuestra
redención y no se desanimó por los servicios o sufrimientos que
se le asignaron.
Alabémoslo por los descubrimientos hechos al mundo de la obra
de la redención; su salvación y su justicia cumpliendo las
profecías y promesas del Antiguo Testamento.
En cumplimiento de este diseño, Dios levantó a su Hijo Jesús
para que fuera no solo una Luz para iluminar a los gentiles, sino
la gloria de su pueblo Israel. Seguramente nos conviene
preguntarnos si su santo brazo ha obtenido la victoria en
nuestros corazones sobre el poder de Satanás, la incredulidad y
el pecado. Si este es nuestro feliz caso, cambiaremos todos los
cánticos ligeros de vanidad por cánticos de alegría y acción de
gracias; nuestras vidas celebrarán la alabanza del Redentor.
Versos 4-9: Que todos los hijos de los hombres se regocijen en
el establecimiento del reino de Cristo, porque todos pueden
beneficiarse de él. Los diferentes órdenes de criaturas racionales
en el universo, parecen estar descritos en lenguaje figurado
durante el reinado del gran Mesías. El reino de Cristo será una
bendición para toda la creación. Esperamos que su segunda
venida comience su glorioso reinado.
Entonces se regocijarán el cielo y la tierra, y el gozo de los
redimidos será completo. Pero el pecado y sus terribles efectos
no desaparecerán del todo hasta que el Señor venga a juzgar al
mundo con justicia. Mirando, pues, que buscamos tales cosas,
procuremos que seamos hallados por él en paz, sin mancha y sin
mancha.

Cada día recorremos la Biblia capítulo por capítulo haciendo


una aplicación de nuestro texto para ayudarnos a crecer en el
Señor. Se pueden realizar muchas aplicaciones a partir del texto
de cada día. Hoy continuamos en el Libro del Salmo con el
Capítulo 98. En nuestro texto de hoy vemos el tema de un
cántico de gozo y victoria, un nuevo cántico de proclamación de
la verdad sobre quién es Dios y lo que ha hecho. Al hacer la
aplicación, vemos que debido a que Dios es victorioso sobre el
mal, todos los que lo sigan serán victoriosos con Él cuando Él
juzgue la Tierra. Hoy parece que algunos se salen con la suya,
pero como en el pasado, el Señor librará y juzgará a los
malvados. ¿Qué hay de tí? ¿Ves la victoria del Señor?
Aprendamos de nuestro Salmo y texto de hoy para recordar que
nuestro Señor trae la victoria y sabiendo esto, nosotros también
podemos cantar este cántico nuevo, reclamando la victoria que
viene en Cristo Jesús.

SALMO 98 – UNA NUEVA CANCIÓN POR


SUS MARAVILLAS
Este salmo esta titulado simplemente como, Un salmo, y es el único al que se le da un título tan
simple sin ninguna otra explicación. Como el  salmo 96, habla de la alabanza a Dios por su
trabajo de salvación en los círculos más amplios – primero Israel, después toda la tierra,
finalmente toda la creación.
“Un salmo noble que levanta el espíritu. Puede haber sido escrito por la ocasión de una gran
victoria nacional en el momento; pero puede, que tal vez, sea utilizado en el milenio en el gran
tiempo de la restauración de todas las cosas.” (Chalmers, citado en Spurgeon)

A. Cantando alabanzas al salvador.


“Hay fuertes paralelos entre la primera parte del Salmo 98 y el canto de María (Lucas 1:46–
55), lo que podría indicar que la madre de Jesús tenía el Salmo cuando compuso su himno y de
que ella correctamente vio que la promesa del Salmo se cumplían en las victorias espirituales
logradas por Jesucristo.” (James Montgomery Boice)

1. (1) Alabando a Jehová con un cantico nuevo.


Cantad a Jehová cántico nuevo,
Porque ha hecho maravillas;
Su diestra lo ha salvado, y su santo brazo.
a. Cantad a Jehová cántico nuevo: la idea de una cantico nuevo se encuentre en muchos
lugares de las escrituras (Salmos 33:3, 40:3, 96:1, 144:9 y 149:1; Isaías 42:10, y en Apocalipsis
5:9 y 14:3). El concepto de un cántico nuevo significa que debe de haber algo nuevo y dinámico
en la adoración y en las canciones que entonamos a Dios.

i. Miriam no utilizó una canción egipcia. Débora no utilizó la canción de Miriam. “Estas deben
de ser canciones nuevas basadas en nuevas ocasiones de triunfo.” (Spurgeon)
ii. Un cántico nuevo: “La canción de la gracia redentora nunca puede hacerse vieja, aunque las
mismas palabras sean usadas… ¿Acaso sus misericordias no son nuevas cada mañana, y su
fidelidad nueva cada noche? ¿No está trabajando siempre su amor preparando su mesa para
nuevas comidas, preparando la cama para nuevos descansos, inventando nuevos deleites? Mirad
a todas estas cosas hasta que su meditación los lleve a la acción de gracias.” (Meyer)

iii. “El cántico nuevo, en el contexto de esta esperanza de victoria, evidentemente significa una
canción que debe de ser compuesta para la ocasión; otras sugerencias parecen ser demasiado
elaboradas.” (Kidner)

b. Porque ha hecho maravillas: El cántico nuevo tiene una razón de ser — las grandes
maravillas de Dios, Sus obras maravillosas. No es una alabanza vacía o el cantar por el bien de
cantar. La adoración está conectada con las experiencias de la vida y de sus maravillas.
i. Maravillas: “Niphlaoth, ‘milagros,’ La misma palabra que en el Salmo 96:3.” (Clarke)
c. Su diestra lo ha salvado, y su santo brazo: Estos son los instrumentos de la victoria de Dios,
la expresión de sus habilidades y de su fuerza. Como en Isaías 52:10, la idea de su santo
brazo es de que Dios se ha remangado la camisa para hacer su poderoso trabajo.
i. Su diestra: “Ustedes saben que utilizamos la palabra ‘diestro’ para decir de un trabajo bien
hecho, lo que queremos decir es que se hizo con la mano derecha. Así que Cristo luchó nuestra
batalla con su mano derecha; y lo hizo con facilidad, con fuerza, y con infinita sabiduría.”
(Spurgeon)

ii. “Mientras los cantantes se regocijan por la salvación de Dios manifestada por el bien de Israel,
él enfatiza el hecho de que esta ha sido hecha solo por Jehová. ‘Su diestra, y si santo brazo’;
estos eran los únicos instrumentos disponibles, o capaces para el trabajo de liberación.”
(Morgan)

2. (2-3) La revelación de la victoria de Jehová.


Jehová ha hecho notoria su salvación;
A vista de las naciones ha descubierto su justicia.
Se ha acordado de su misericordia y de su verdad para con la casa de Israel;
Todos los términos de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios.
a. Jehová ha hecho notoria su salvación: Lo maravilloso del Salmo 98:1 ha sido publicado a
vista de las naciones.
· Esto es cierto, debido a la naturaleza pública del despliegue de Dios de su trabajo de redención.

· Esta es una profecía, de que llegará el día en que todas las naciones lo escucharán

· Esta es una exhortación, al pueblo de Dios de proclamar su mensaje de salvación y de justicia


i. Salvación y justicia: “A través de su poder el Señor ha obtenido la victoria — ’salvación’ y
‘justicia.’ En Isaías estas dos palabras son sinónimos para el establecimiento del orden justo de
Dios en la tierra en cumplimiento de la palabra profética (cf. Isa 46:13; 51:5–6, 8).”
(VanGemeren)
ii. Ha hecho notoria: “El Señor debe de ser alabado no solo por poner en efecto la salvación
humana, sino también por hacerla notoria, porque el hombre nunca hubiera sido capaz de
descubrirla por sí mismo.” (Spurgeon)
iii. El nuevo testamento muestra que Dios ha hecho notoria su salvación de una manera más
allá de la expectación del salmista. La persona y el trabajo de Jesús y el esparcimiento mundial
del evangelio son los cumplimientos de esto.

iv. “Los cantantes hebreos celebraban una verdad cuyo valor completo difícilmente entendían.”
(Morgan)

b. Se ha acordado de su misericordia y de su verdad para con la casa de Israel: Una de las
maravillas de Dios es su inagotable misericordia y verdad al pueblo del pacto de Abraham,
Isaac, y Jacob. Es extraño el pensar que algunos creen que Dios se ha olvidado de su
misericordia y de su verdad para con la casa de Israel.
c. Todos los términos de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios: Había una especie
de centro o enfoque en el trabajo de Dios con la casa de Israel, pero los términos de la
tierra nunca iban a ser olvidados. Desde el mismo principio de su pacto con Abraham, todas las
familias de la tierra ya estaban en la visión (Génesis 12:3).
i. Todos los términos de la tierra: “Todos los habitantes de la tierra, desde un extremo hasta el
otro.” (Poole)

ii. “El profeta habló en términos sencillos del llamado de los gentiles, quienes iban a ser
adoptados a la familia de Dios, y convertirse en hijos de Abraham.” (Horne)

B. Traed alabanza con música.


1. (4) La música de los cantos alegres.
Cantad alegres a Jehová, toda la tierra;
Levantad la voz, y aplaudid, y cantad salmos.
a. Cantad alegres a Jehová, toda la tierra: Dado que las grandes noticias de la maravillosa
obra de Dios (Salmo 98:1) va hasta los confines de la tierra (Salmo 98:3), es lo correcto que toda
la tierra adore a Jehová.

i. “El ruido de alegría de los versos 4 y 6 nos llevan a otro puntos, a los gritos espontáneos que
darían la bienvenida a un poderoso rey o tras una victoria. Es la palabra que se traduce como ‘da
voces’ en Zacarías 9:9, la profecía que se cumple en el domingo de palmas.” (Kidner)

ii. “‘El ruido de la adoración en el templo es legendario,’ de acuerdo a Marvin E. Tate. Él apunta
a los registros de la adoración de Israel en 2 Crónicas 29:25–30 y en Esdras 3:10–13, donde en el
segundo pasaje el sonido de los instrumentos y los gritos de las personas se dice que podían “se
oía el ruido desde lejos” (Esdras 3:13).” (Boice)
b. Levantad la voz, y aplaudid: La adoración debe de ser entusiasta, variada, y en una canción.
Esto es lo contrario de las canciones monótonas.

2. (5-6) La música de muchos instrumentos.


Cantad salmos a Jehová con arpa;
Con arpa y voz de cántico.
Aclamad con trompetas y sonidos de bocina,
Delante del rey Jehová.
a. Cantad salmos a Jehová con arpa: Esto puede ser entendido de dos maneras. La primera es
que los instrumentos musicales debían de acompañar el canto del Salmo 98:4. La segunda es que
los instrumentos mismos cantan al Señor una canción de alabanza.
b. Con harpa… trompetas… bocina: La idea es que había una banda de músicos asistiendo los
cantos de alabanza, el salmo, y los gritos de alegría. La combinación de los instrumentos asume
un cierto nivel de esfuerzo y de habilidad entre los músicos.
i. Cantad salmos: “Creo que zimrah, que nosotros traducimos como Salmo, puede significar
tanto un instrumento musical, o una especie de oda modulada por diferentes voces.” (Clarke)

ii. “La bocina [shofar] proclamaba eventos tales como el año del jubileo, o la ascensión de un
rey: Levíticos 25:9ff.; 1 Reyes1:39.” (Kidner)
C. Una majestuosa alabanza de toda la creación.
1. (7-8) La alabanza de toda la creación.
Brame el mar y su plenitud,
El mundo y los que en él habitan;
Los ríos batan las manos,
Los montes todos hagan regocijo
a. Brame el mar y su plenitud: Los instrumentos musicales mencionados en los versículos
previos no eran lo suficiente para dar a Dios la alabanza que merece. Ahora el mar mismo es
llamado a sumar su bramido al sonido de la alabanza. Los ríos y los montes son traídos al
equipo de alabanza con sus sonidos de regocijo.

i. “Estas apelaciones a la naturaleza en sus grandes departamentos — del mar en su poderosa


amplitud, y de la tierra con sus ríos y sus montes — forman, no una garantía, sino un llamado a
los ministros cristianos a reconocer más a Dios en sus oraciones y en sus sermones como el Dios
de la creación, en lugar de restringirse a sí mismos tan exclusivamente a las doctrinas del
cristianismo. Hagan lo primero, pero no dejen lo segundo sin hacer.” (Chalmers, citado en
Spurgeon)

b. El mundo y los que en él habitan: La imagen poética de alabanza por parte de la creación
inanimada es maravillosa, pero no es suficiente. La alabanza también debe de venir de
aquellos que en él habitan — tal vez una referencia no solo para las personas, sino también para
los animales del mundo.

i. “El salmista, presenciando en el espíritu el cumplimiento de la promesa, la llegada del Cristo, y


la gloria de su reino, piensa que es un crimen para cualquier criatura el permanecer callada; él
ordena a toda la tierra que rompa en regocijo.” (Horne)

2. (9) La razón de esta poderosa alabanza.


Delante de Jehová, porque vino a juzgar la tierra.
Juzgará al mundo con justicia,
Y a los pueblos con rectitud.
a. Porque vino a juzgar la tierra: la fuerte y profunda alabanza descrita en este Salmo no es
solo por las maravillosas cosas que Dios he hecho (Salmo 98:1). Es también por el trabajo que
está a punto de hacer—Juzgará al mundo con justicia. Su justo gobierno y reino es un
descanso bienvenido por toda la creación que ha sufrido bajo el pecado y la rebelión de la
humanidad.
i. “Hace el punto que Romanos 8:19ff. Expone: que la voluntad de la naturaleza misma no
vendrá, hasta que el hombre mismo, su amo, sea gobernado con justicia y equidad.” (Kidner)

ii. “Pienso en la manera en que C. S. Lewis desarrolló esta idea en EL león, la bruja, y el ropero.
En la primera sección de ese libro, cuando Narnia está bajo el poder de la malvada bruja del
norte, la tierra se encontraba en un estado de invierno perpetuo. La primavera nunca llegaba.
Pero cuando Áslan se levantó de entre los muertos el hielo empezó a derretirse, las flores
florecieron, y los árboles se turnaron verdes. Es escritura poética, pero describe algo que
sucederá. Los ríos realmente van a aplaudir. Las montañas sin duda cantarán, y todos nos
uniremos.” (Boice)

b. Y a los pueblos con rectitud: En el mundo antiguo (y a veces incluso en el presente) la
justicia era rara. Los jueces eran sobornados o guiados por ideologías y prejuicios. La idea de un
juicio con equidad era un gran descanso para aquellos que eran constantemente oprimidos y a
los que se les negaba justicia.
e

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COMENTARIO AL CÁNTICO DE LA VIRGEN MARÍA .


El Evangelio según San Lucas nos dice que, cuando el ángel anunció a María el misterio de la Encarnación,
le dijo también que su pariente Isabel había concebido un hijo en su vejez, y ya estaba de seis meses aquella a
quien llamaban estéril. Poco después, María se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de
Judá, Ain Karim, seis kilómetros al oeste de Jerusalén y a tres o cuatro días de viaje desde Nazaret. Llegada a
su destino, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de
María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz,
dijo: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la
madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa
tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».

El saludo profético y la bienaventuranza de Isabel despertaron en María un eco, cuya expresión exterior es el
himno que pronunció a continuación, el Magníficat, canto de alabanza a Dios por el favor que le había
concedido a ella y, por medio de ella, a todo Israel. María, en efecto, dijo: «Proclama mi alma la grandeza del
Señor... porque ha mirado la humillación de su esclava... Auxilia a Israel, su siervo, ... y su descendencia por
siempre».

El evangelista San Lucas no nos ha dejado más detalles de la visita de la Virgen a su prima Isabel,
simplemente añade que María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa de Nazaret.

Muchos son los temas de meditación que ofrece este misterio. Conocido el embarazo de Isabel, María
marchó presurosa a felicitarla, a celebrar y compartir con ella la alegría de una maternidad largo tiempo
deseada y suplicada: ¡qué lección a cuantos descuidamos u olvidamos acompañar a los demás en sus alegrías!
El encuentro de estas dos santas mujeres, madres gestantes por intervención especial del Altísimo, sus cantos
de alabanza y acción de gracias, y las escenas que legítimamente podemos imaginar a partir de los datos
evangélicos, constituyen un misterio armonioso de particular ternura y embeleso humano y religioso: parece
como la fiesta de la solidaridad y ayuda fraterna, del compartir alegrías y bienaventuranzas, del cultivar la
amistad e intimidad entre quienes tienen misiones especiales en el plan de salvación. Sería delicioso conocer
sus largas horas de diálogo, sus confidencias mutuas, sus plegarias y oraciones, sus conversaciones sobre los
caminos por los que Yahvé las llevaba y sobre el futuro que podían vislumbrar para ellas y para sus hijos.
Podemos pensar que, de alguna manera, se resumen en la bienaventuranza que Isabel dirigió a María, y en el
cántico de acción de gracias por el pasado, el presente y el futuro, que ésta elevó al Todopoderoso. Y todo
ello constituye un magnífico programa para ir configurando nuestro corazón y nuestro espíritu.

***

EL HIMNO DEL MAGNÍFICAT (Lc 1, 46-55)


por el Card. Carlo M. Martini

Ante un himno tan rico, instintivamente tratamos de dividirlo y descubrir en él una estructura, al objeto de
comprenderlo mejor. Sin embargo, los exegetas tropiezan con grandes dificultades y discrepan entre sí,
porque, aunque parece un himno muy simple, en realidad es casi inasible; de hecho, es bastante complejo, a
veces hasta ligeramente tosco en la forma, y no sigue unas reglas que permitan descomponerlo con nitidez.

En conjunto, parece un salmo de alabanza semejante a otros del Antiguo Testamento, por ejemplo:
«Aclamad, justos, al Señor, / que merece la alabanza de los buenos. / Dad gracias al Señor con la cítara, /
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas, / ... que la palabra del Señor es sincera» (Sal 32,1-2.4). Pero quizá
más afín aún al Magníficat sea el Salmo 135: «Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su
misericordia» (v. 1).

En cualquier caso, hay en el Magníficat algo más complejo que un salmo, algo misterioso; ni siquiera está
claro que sea un himno de alabanza por un nacimiento o por una concepción extraordinaria. En este sentido,
se asemeja al cántico de Ana (1 S 2,1-10), que exalta los grandes cambios realizados por Dios en los
acontecimientos históricos, en las situaciones humanas, sin aludir -como sería de esperar- a la experiencia de
la maternidad, a la experiencia del embarazo o del parto. Manteniéndose en lo genérico, tiene la ventaja de
poder aplicarse a múltiples situaciones.

Los diversos intentos de dividir el himno coinciden al menos en reconocer en él dos grandes partes, aunque
no claramente distintas, que tienen en su centro la acción de Dios.

La primera parte (vv. 46b-49) se caracteriza por las partículas «mi» y «me», que se refieren a la persona que
canta: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, / se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; / ... Desde
ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, / porque el Poderoso ha hecho grandes cosas en mi favor».

La segunda parte evoca la historia de Israel o, mejor, las grandes actuaciones de Yahvé en la historia de la
salvación, y comienza en el v. 50: «Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación». Sigue a
continuación el recuento de los grandes hechos realizados por el Señor: «Él hace proezas con su brazo: /
dispersa a los soberbios de corazón...», que termina con el v. 55.

Ésta es, pues, la estructura global, que subraya las intervenciones divinas en una sola persona, y después en la
historia en general, concretamente en la historia de Israel.

Las sutilezas exegéticas tratan de determinar cuál es el versículo concreto que sirve de separación: un
análisis reciente y muy detallado del texto insiste en el v. 49b: «su nombre es santo». En la santidad del
nombre, entendida como poder, se resumiría la acción de Dios con María y la acción de Dios en favor de la
humanidad.

En cualquier caso, permanecen abiertos muchos problemas de interpretación sobre un texto tan simple. Por
ejemplo: ¿qué significan todos los verbos en aoristo indicativo griego? «Mi alma engrandece al Señor» va en
paralelo, curiosamente, con el aoristo «y mi espíritu se alegró», aunque suele traducirse por el presente «se
alegra». El problema lo plantean, sobre todo, los aoristos siguientes: «Se fijó en la humillación, hizo grandes
cosas, su brazo intervino con fuerza, desbarató los planes de los arrogantes, derribó a los
poderosos, encumbró a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes, a los ricos los despidió, auxilió a
Israel». ¿Son acontecimientos que pertenecen al pasado? ¿Se trata de un aoristo gnómico, que expresa una
acción pasada que continúa (lo constante del proceder de Dios), por lo que se traduce entonces por un
presente? ¿O se trata, quizá, de aoristos incoativos que indican que el Señor seguirá realizando las maravillas
que ha comenzado a hacer en María? Otros autores invocan el paralelismo con el perfecto profético hebreo,
que es un modo de hablar del futuro.

He querido únicamente apuntar las dificultades de la traducción. Lo que queda claro es que los primeros
versículos se refieren a experiencias vividas por María, y los otros a la acción de Dios, probablemente una
acción pasada en favor de Israel y que está indicando su actuación futura. María relee la historia de la
salvación a partir de su experiencia personal, que le permite comprenderla de una nueva manera.

Me parece que ésta es una anotación de gran fuerza psicológica, porque nos ayuda a cantar el Magníficat
cuando experimentamos en nosotros mismos algo verdadero y auténtico, algo que nos permite, a la luz de la
fe, recobrar el sentido salvífico del pasado y la esperanza del futuro. Se trata de un elemento particularmente
importante para orientar nuestra oración y nuestra vida.
Otro aspecto discutido del himno son las contraposiciones de la segunda parte: ha desbaratado los planes de
los arrogantes, ha derribado a los poderosos, ha encumbrado a los humildes, ha colmado a los hambrientos,
ha despedido de vacío a los ricos.

¿Qué significan los arrogantes, los poderosos, los pobres, los hambrientos, los ricos? Algunas
interpretaciones insisten más en las dimensiones interiores, y otras en las históricas, reales y concretas, como
es el caso de la llamada teología de la liberación, que apela a Dios como Aquel que echa por tierra las
categorías sociales. De hecho, teniendo en cuenta la historia de Israel, ambas interpretaciones son válidas.

Personalmente, yo prefiero poner de relieve la afinidad con las bienaventuranzas de Lucas: dichosos los
pobres y los hambrientos; ¡ay de vosotros, los ricos!... Se habla tanto de categorías sociales como de actitudes
del corazón, indicando cómo todo cuanto Dios realizó en el Antiguo Testamento, dispersando a los poderosos
y a los prevaricadores y defendiendo a sus pobres y a sus humildes, lo seguirá haciendo en la Nueva Alianza
a través de la acción regeneradora de Jesús.

Se trata, por tanto, de una síntesis de la historia, que sirve de prólogo al Evangelio.

MEDITACIÓN

Con los escasos indicios que nos proporciona la lectio podemos comprender la riqueza de la oración del
Magníficat, que podría ser analizada palabra por palabra, verificando las referencias bíblicas al Antiguo y al
Nuevo Testamento, para saborearla en toda su profundidad teológica y espiritual.

Para la meditación propongo algunos puntos que sirvan para interiorizar dicha oración, y me fijo
especialmente en cinco expresiones que podéis contemplar después ante la Eucaristía.

1. El culmen de la libertad humana

Dichosa tú por haber creído (Lc 1,45). Vinculando esta expresión de Isabel dirigida a María con la de Jesús
dirigida a Tomás «dichosos los que crean» (Jn 20,29), vemos cómo esta bienaventuranza, que interesa a toda
la humanidad, designa el culmen de la libertad humana: es dichoso y feliz y realiza el designio de Dios quien
alcanza la plenitud de su vocación. La libertad humana está hecha para la fe, en la que obtiene su perfección
y su culminación.

Profundizando en los versículos de Lucas y de Juan, podemos afirmar que la libertad humana se verifica
entrando en una relación de confianza con los demás y entregándose a ellos, y se deteriora cuando se encierra
en sí misma. La libertad no es calculadora (do ut des), sino que se realiza en el amor, que exige siempre
gratuidad. Y sólo Dios es merecedor de un abandono y una confianza sin condiciones ni límites, porque en Él
la libertad humana puede realmente expresar por completo su voluntad de entrega. Pero la fe desnuda e
incondicionada se purifica a través de la «noche de los sentidos y del espíritu», esa noche magistralmente
descrita en las obras de san Juan de la Cruz y en la experiencia de santa Teresa de Jesús.

El hombre se salva, no simplemente obedeciendo a una ley exterior, sino amando, entregándose y creyendo
en Dios. María, dichosa por haber creído, es figura antropológica de la vocación humana a la felicidad.
2. Oración de alabanza

Proclama mi alma la grandeza del Señor (v. 46). San Ambrosio, que en su comentario a Lucas escribe: «Esté
en cada uno de nosotros el alma de María para glorificar a Dios», nos recuerda que el agradecimiento es la
primera expresión de la fe. No lo son, en cambio, la lamentación, la crítica, la amargura, la autocompasión ni
el derrotismo, que son actitudes de falta de fe, porque la verdadera fe prorrumpe espontáneamente en la
alabanza y el agradecimiento. Alabanza por todo cuanto Dios realiza en nosotros y en el mundo;
agradecimiento al reconocernos agraciados y al tomar conciencia de que la misericordia divina «se extiende
de generación en generación». Es una invitación a confesar que también muchos discursos eclesiásticos, por
así decirlo, muchas recriminaciones y muchas amarguras son fruto de una fe empobrecida.

3. Los ojos de la fe

Ha hecho obras grandes en mi favor (v. 49). Nos preguntamos: ¿cuáles son esas obras grandes? Seguramente
María puede intuirlas, por la fe, en el pequeño germen de vida apenas perceptible que lleva en su seno; sin
embargo, desde el punto de vista humano no es un hecho extraordinario. Es la fe la que le hace descubrir
realidades grandes en cosas pequeñas, realidades definitivas en hechos incipientes, realidades perennes en las
realidades efímeras. Mientras que la poca fe nunca está contenta ni satisfecha y querría siempre ver más, la fe
verdadera está contenta y reconoce en los más insignificantes signos el poder de Dios.

4. No se encogerá el brazo de Dios

Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación (v. 50). María expresa aquí su fe en la
certeza de que no sólo en el pasado y en el presente, sino que tampoco en el futuro decaerá la misericordia
del Señor ni se encogerá el brazo de Dios.

Muchas veces hablamos como si la misericordia del Señor se hubiese detenido en los tiempos más gloriosos
del cristianismo y no abarcase también a nuestras generaciones. Querríamos retroceder cincuenta años atrás,
cuando la gente frecuentaba las iglesias, a la vez que nos asalta la duda y el temor de que el Señor se haya
alejado de nosotros. Sin embargo, María proclama «su misericordia de generación en generación». Por otra
parte, debemos reconocer que, si miramos a nuestro alrededor con los ojos sencillos y limpios de la fe,
podemos percibir la misericordia de Dios en favor nuestro y descubrir a veces sus signos sensibles.

Reflexionaba yo estos días sobre las figuras significativas con que el Señor ha regalado últimamente a la
Iglesia local de Milán: (...). Son personas que han sido conocidas y tratadas por muchos de nuestros fieles.

El Señor continúa, pues, actuando, y sólo la fe puede hacernos conscientes de su cercanía y de su presencia.

5. Dios cuida de su pueblo

Ha auxiliado a Israel, su siervo (v. 54). Cuidó -paidòs autou- de su hijo y siervo Israel, como cuidó de María
su sierva («se ha fijado en la humillación de su esclava»).

El verbo «cuidar» aparece en otros pasajes del Nuevo Testamento: «El Espíritu cuida de nuestra debilidad»
(Rm 8,27); «No cuida de los ángeles, sino de los hijos de Abraham» (Heb 2,16). La solicitud por Israel es,
por consiguiente, una característica de Dios: lo fue, efectivamente, en los momentos dramáticos del pueblo
hebreo a lo largo de los siglos, y no ha decrecido. Por eso debe ser también una característica propia de todos
cuantos sienten como María y con María; y por eso la relación con Israel es una importante y valiosa piedra
de toque en la vida de la Iglesia: como el Señor cuida de Israel su siervo, también la Iglesia y la humanidad
deben cuidar de él, deben seguir expresando de algún modo el amor de Dios a ese pueblo, a pesar de todas las
dificultades y hasta malentendidos que ello pueda acarrear. La relación del Señor con Israel está
inequívocamente en el corazón mismo del Magníficat, al que hay que acudir para reflexionar sobre sus
terribles destinos históricos sucesivos.

«María, hija de Sión, Madre de Jesús y de la Iglesia, concédenos entrar en el misterio de tu fe y de tu


alabanza y percibir cómo miras a tu pueblo, a la humanidad y a la historia».

[Extraído de Carlo M. Martini, Una libertad que se entrega. En meditación con María. Santander, Sal
Terrae, 1996, pp. 60-67]

I.ª CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

En el Magníficat (Lc 1, 46-55)


María celebra la obra admirable de Dios

1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las
maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el
ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el júbilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su
alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura
pobre y sin influjo en la historia.

Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celebra
la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y las
esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los más nobles deseos del alma humana.

Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi


alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su
esclava» (Lc 1,46-48). Probablemente, el término griego está tomado del cántico de Ana, la madre de
Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que
encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María presenta su situación de pobreza y la
conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de
Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías.

2. Las palabras «desde ahora me felicitaran todas las generaciones» (Lc 1, 48) toman como punto de partida
la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a María «dichosa» (Lc 1,45). El cántico, con cierta
audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. Al
mismo tiempo, testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre de
Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de las diversas expresiones de culto, transmitidas
de generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret.

3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de
generación en generación» (Lc 1,49-50).

¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María por el Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo
Testamento para indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el Magníficat  se
refiere al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del
anuncio del ángel.

En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por
María, Dios no sólo es el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc
1,37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano.

4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,51-53).

Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de
Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en
perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le
encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37).

Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan a
comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón.

5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo
elegido: «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros
padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre» (Lc 1,54-55).

María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que
comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella
Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes.

El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos
proféticos que están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio de una intervención divina que
va mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación del Verbo.

[Audiencia general del Miércoles de 6 de noviembre 1996]

***

II.ª CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

El Magníficat (Lc 1, 46-55)


Cántico de la santísima Virgen María

Queridos hermanos y hermanas:

1. Hemos llegado ya al final del largo itinerario que comenzó, hace exactamente cinco años, en la primavera
del año 2001, mi amado predecesor el inolvidable Papa Juan Pablo II. Este gran Papa quiso recorrer en sus
catequesis toda la secuencia de los salmos y los cánticos que constituyen el entramado fundamental de
oración de la liturgia de las Laudes y las Vísperas.

Al terminar la peregrinación por esos textos, que ha sido como un viaje al jardín florido de la alabanza, la
invocación, la oración y la contemplación, hoy reflexionaremos sobre el Cántico con el que se concluye
idealmente toda celebración de las Vísperas: el Magníficat (cf. Lc 1,46-55).

Es un canto que revela con acierto la espiritualidad de los anawim bíblicos, es decir, de los fieles que se
reconocían «pobres» no sólo por su alejamiento de cualquier tipo de idolatría de la riqueza y del poder, sino
también por la profunda humildad de su corazón, rechazando la tentación del orgullo, abierto a la irrupción
de la gracia divina salvadora. En efecto, todo el Magníficat, que acabamos de escuchar cantado por el coro
de la Capilla Sixtina, está marcado por esta «humildad», en griego tapeinosis, que indica una situación de
humildad y pobreza concreta.

2. El primer movimiento del cántico mariano (cf. Lc 1,46-50) es una especie de voz solista que se eleva hacia
el cielo para llegar hasta el Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen que habla así de su
Salvador, que ha hecho obras grandes en su alma y en su cuerpo. En efecto, conviene notar que el cántico
está compuesto en primera persona: «Mi alma... Mi espíritu... Mi Salvador... Me felicitarán... Ha hecho obras
grandes por mí...». Así pues, el alma de la oración es la celebración de la gracia divina, que ha irrumpido en
el corazón y en la existencia de María, convirtiéndola en la Madre del Señor.

La estructura íntima de su canto orante es, por consiguiente, la alabanza, la acción de gracias, la alegría, fruto
de la gratitud. Pero este testimonio personal no es solitario e intimista, puramente individualista, porque la
Virgen Madre es consciente de que tiene una misión que desempeñar en favor de la humanidad y de que su
historia personal se inserta en la historia de la salvación. Así puede decir: «Su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación» (v. 50). Con esta alabanza al Señor, la Virgen se hace portavoz de todas las
criaturas redimidas, que, en su «fiat» y así en la figura de Jesús nacido de la Virgen, encuentran la
misericordia de Dios.

3. En este punto se desarrolla el segundo movimiento poético y espiritual del Magníficat (cf. vv. 51-55).
Tiene una índole más coral, como si a la voz de María se uniera la de la comunidad de los fieles que celebran
las sorprendentes elecciones de Dios. En el original griego, el evangelio de san Lucas tiene siete verbos en
aoristo, que indican otras tantas acciones que el Señor realiza de modo permanente en la historia: «Hace
proezas...; dispersa a los soberbios...; derriba del trono a los poderosos...; enaltece a los humildes...; a los
hambrientos los colma de bienes...; a los ricos los despide vacíos...; auxilia a Israel».

En estas siete acciones divinas es evidente el «estilo» en el que el Señor de la historia inspira su
comportamiento: se pone de parte de los últimos. Su proyecto a menudo está oculto bajo el terreno opaco de
las vicisitudes humanas, en las que triunfan «los soberbios, los poderosos y los ricos». Con todo, está previsto
que su fuerza secreta se revele al final, para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: «Los que
le temen», fieles a su palabra, «los humildes, los que tienen hambre, Israel su siervo», es decir, la comunidad
del pueblo de Dios que, como María, está formada por los que son «pobres», puros y sencillos de corazón. Se
trata del «pequeño rebaño», invitado a no temer, porque al Padre le ha complacido darle su reino (cf. Lc
12,32). Así, este cántico nos invita a unirnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del pueblo de
Dios con pureza y sencillez de corazón, con amor a Dios.

4. Acojamos ahora la invitación que nos dirige san Ambrosio en su comentario al texto del Magníficat. Dice
este gran doctor de la Iglesia: «Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor,
cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque, según la carne, sólo hay una madre
de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios... El
alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se alegra en Dios, porque, consagrada con el
alma y el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo proviene, y a un
solo Señor, en virtud del cual existen todas las cosas» (Esposizione del Vangelo secondo Luca, 2, 26-
27: SAEMO, XI, Milán-Roma 1978, p. 169).

En este estupendo comentario de san Ambrosio sobre el Magníficat siempre me impresionan de modo


especial las sorprendentes palabras: «Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas
las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios». Así el santo doctor, interpretando
las palabras de la Virgen misma, nos invita a hacer que el Señor encuentre una morada en nuestra alma y en
nuestra vida. No sólo debemos llevarlo en nuestro corazón; también debemos llevarlo al mundo, de forma
que también nosotros podamos engendrar a Cristo para nuestros tiempos. Pidamos al Señor que nos ayude a
alabarlo con el espíritu y el alma de María, y a llevar de nuevo a Cristo a nuestro mundo.

EL "MAGNÍFICAT" DE LA IGLESIA EN CAMINO


por S. S. Juan Pablo II,
Redemptoris Mater, nn. 35-37

35. La Iglesia, pues, en la presente fase de su camino, trata de buscar la unión de quienes profesan su fe en
Cristo para manifestar la obediencia a su Señor que, antes de la pasión, ha rezado por esta unidad. La Iglesia
«va peregrinando..., anunciando la cruz del Señor hasta que venga» (Lumen gentium, 8). «Caminando, pues,
la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que le
ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes al
contrario, persevere como esposa digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse
hasta que por la cruz llegue a aquella luz que no conoce ocaso» (Lumen gentium, 9).

La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo
demuestra de modo especial el cántico del Magníficat que, salido de la fe profunda de María  en la
Visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diaria
en la liturgia de las Vísperas y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria.

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador...» (Lc 1,46-55).
36. Cuando Isabel saludó a la joven pariente que llegaba de Nazaret, María respondió con el Magníficat. En
el saludo Isabel había llamado antes a María «bendita» por «el fruto de su vientre», y luego «feliz» por su fe
(cf. Lc 1, 42. 45). Estas dos bendiciones se referían directamente al momento de la Anunciación. Después, en
la Visitación, cuando el saludo de Isabel da testimonio de aquel momento culminante, la fe de María adquiere
una nueva conciencia y una nueva expresión. Lo que en el momento de la Anunciación permanecía oculto en
la profundidad de la «obediencia de la fe», se diría que ahora se manifiesta como una llama del espíritu clara
y vivificante. Las palabras usadas por María en el umbral de la casa de Isabel constituyen una inspirada
profesión le su fe, en la que la respuesta a la palabra de la revelación se expresa con la elevación espiritual
y poética de todo su ser hacia Dios. En estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy sencillas y
totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel (como es sabido, las palabras del
Magníficat contienen o evocan numerosos pasajes del AT), se vislumbra la experiencia personal de María, el
éxtasis de su corazón. Resplandece en ellas un rayo del misterio de Dios, la gloria de su inefable santidad, el
eterno amor que, como un don irrevocable, entra en la historia del hombre.

María es la primera en participar de esta nueva revelación de Dios y, a través de ella, de esta nueva
«autodonación» de Dios. Por esto proclama: «Ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo». Sus
palabras reflejan el gozo del espíritu, difícil de expresar: «Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador». Porque
«la verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre... resplandece en Cristo, mediador y plenitud de
toda la revelación» (Dei Verbum, 2). En su arrebatamiento María confiesa que se ha encontrado en el centro
mismo de esta plenitud de Cristo. Es consciente de que en ella se realiza la promesa hecha a los padres y,
ante todo, «en favor de Abraham y su descendencia por siempre»; que en ella, como madre de Cristo,
converge toda la economía salvífica, en la que, «de generación en generación», se manifiesta Aquel que,
como Dios de la Alianza, se acuerda «de la misericordia».

37. La Iglesia, que desde el principio conforma su camino terreno con el de la Madre de Dios, siguiéndola
repite constantemente las palabras del Magníficat. Desde la profundidad de la fe de la Virgen en la
Anunciación y en la Visitación, la Iglesia llega a la verdad sobre el Dios de la Alianza, sobre Dios que es
todopoderoso y hace «obras grandes» al hombre: «Su nombre es santo». En el Magníficat la Iglesia
encuentra vencido de raíz el pecado del comienzo de la historia terrena del hombre y de la mujer, el pecado
de la incredulidad o de la «poca fe» en Dios. Contra la «sospecha» que el «padre de la mentira» ha hecho
surgir en el corazón de Eva, la primera mujer, María, a la que la tradición suele llamar «nueva Eva» y
verdadera «madre de los vivientes», proclama con fuerza la verdad no ofuscada sobre Dios: el Dios Santo y
todopoderoso, que desde el comienzo es la fuente de todo don, aquel que «ha hecho obras grandes». Al crear,
Dios da la existencia a toda la realidad. Creando al hombre, le da la dignidad de la imagen y semejanza con él
de manera singular respecto a todas las criaturas terrenas. Y no deteniéndose en su voluntad de prodigarse no
obstante el pecado del hombre, Dios se da en el Hijo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único» (Jn 3,16). María es el primer testimonio de esta maravillosa verdad, que se realizará plenamente
mediante lo que hizo y enseñó su Hijo (cf. Hch 1,1) y, definitivamente, mediante su Cruz y resurrección.

La Iglesia, que aun «en medio de tentaciones y tribulaciones» no cesa de repetir con María las palabras
del Magníficat, «se ve confortada» con la fuerza de la verdad sobre Dios, proclamada entonces con tan
extraordinaria sencillez y, al mismo tiempo, con esta verdad sobre Dios desea iluminar las difíciles y a veces
intrincadas vías de la existencia terrena de los hombres. El camino de la Iglesia, pues, ya al final del segundo
Milenio cristiano, implica un renovado empeño en su misión. La Iglesia, siguiendo a Aquel que dijo de sí
mismo: «(Dios) me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (cf. Lc 4,18), a través de las
generaciones, ha tratado y trata hoy de cumplir la misma misión.

Su amor preferencial por los pobres está inscrito admirablemente en el Magníficat de María. El Dios de la
Alianza, cantado por la Virgen de Nazaret en la elevación de su espíritu, es a la vez el que «derriba del trono
a los poderosos, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide
vacíos..., dispersa a los soberbios... y conserva su misericordia para los que le temen». María está
profundamente impregnada del espíritu de los «pobres de Yahvé», que en la oración de los Salmos esperaban
de Dios su salvación, poniendo en Él toda su confianza (cf. Sal 25; 31; 35; 55). En cambio, ella proclama la
venida del misterio de la salvación, la venida del «Mesías de los pobres» (cf. Is 11,4; 61,1). La Iglesia,
acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magníficat,  renueva
cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios
que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que,
cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús.

La Iglesia, por tanto, es consciente -y en nuestra época tal conciencia se refuerza de manera particular- de que
no sólo no se pueden separar estos dos elementos del mensaje contenido en el Magníficat, sino que también
se debe salvaguardar cuidadosamente la importancia que «los pobres» y «la opción en favor de los pobres»
tienen en la palabra del Dios vivo. Se trata de temas y problemas orgánicamente relacionados con el sentido
cristiano de la libertad y de la liberación. «Dependiendo totalmente de Dios y plenamente orientada hacia Él
por el empuje de su fe, María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la
liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y Modelo, para
comprender en su integridad el sentido de su misión» (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción
sobre Libertad cristiana y liberación (22-III-1986), 97).

MONICIÓN PARA EL CÁNTICO

Lucas 1,46-55. El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes.

El Magníficat, el himno de alabanza a Dios que Lucas pone en labios de María de Nazaret, es un canto
«pascual» que agradece a Dios porque sabe enaltecer a los humildes. Como ha resucitado a Cristo Jesús de
entre los muertos, así Dios protege al pueblo elegido y, también, ha hecho maravillas en la Madre del Mesías.

Después de oír la alabanza de su prima Isabel: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor
se cumplirá», María prorrumpe en el cántico que tantas veces proclama la comunidad cristiana ya durante dos
mil años. Ella sí que puede decir: «ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo», porque «ha mirado
la humillación de su esclava» (sería mejor traducir, como hace la versión catalana, «la pequeñez de su
sierva»).

María alaba a Dios por el estilo con que lleva la historia: «Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes».

[J. Aldazabal, Enséñame tus caminos. 8. Los Domingos del ciclo A. Barcelona, CPL, 2004, pp. 501-502]
HIMNO DE ALABANZA DE MARÍA

V. 46a. «Y dijo María». El saludo profético y la bienaventuranza de Isabel -«¡Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa tú, que has creído!»- despiertan en María un eco, cuya expresión
exterior es el himno pronunciado a continuación, el Magníficat. Hasta entonces no había hablado María del
misterio de la gracia de que ha sido objeto, haciéndolo ahora en forma de un himno de alabanza a Dios, por el
favor concedido a ella y, por medio de ella, a Israel. En la mente de Lucas, o de su fuente, el Magníficat es la
contestación de María al saludo con que la ha felicitado Isabel. El himno es, en su mayor parte, una
recapitulación de pensamientos y expresiones del AT, y su originalidad reside única y exclusivamente en el
hecho de ir fundidas sus ideas y sus palabras en una nueva unidad, que no da impresión de algo ficticio, sino
espontáneo en la ilación de sus pensamientos y los sentimientos que las animan. Ello se explica por el hecho
de que la persona que lo pronuncia vive del todo dentro de la ideología del AT.

En cuanto a su género es el Magníficat un cántico de acción de gracias individual en forma de himno, que se
adapta bien a la situación de la persona de quien lo pronuncia si se tiene presente no sólo el encuentro de
María con Isabel, sino sus circunstancias y los sentimientos que la animan a partir de la aparición del ángel.
En cuanto a su forma poética, el Magníficat está compuesto por dísticos.

VV. 46b-47. Isabel bendice a María como madre del Mesías. Pero María desvía la bendición hacia Dios. A él
solo se debe la gloria. María, en su alma, «proclama la grandeza del Señor» (lit. «engrandece»), esto es, alaba
y adora su poder y bondad experimentadas en su misma persona. Y su espíritu (término que, según la
psicología semítica, equivale por su contenido al de alma, y que va usado sólo por variar la forma de
expresión) se goza y alegra en Dios (cf. Is 61,10), que se ha mostrado para ella como su «salvador»
misericordioso.

V. 48. El v. 48a expresa el motivo de su júbilo, que es la obra de redención, por la que Dios ha revelado su
grandeza, mostrándose para María como «Dios de salvación». Dios ha vuelto su mirada a la pequeñez de su
esclava (cf. v. 38: «He aquí la esclava del Señor»), al exaltarla de una manera única, eligiéndola como madre
del Mesías. El versículo es una clara resonancia de las palabras de Ana, la madre de Samuel (1 S 1,11),
pasaje en el que con la pequeñez o humillación se hace referencia a la deshonrosa suerte de la esterilidad (cf.
Gn 30,23) y a las burlas de que era objeto (1 S 1,6s). Aquí, en cambio, «la pequeñez de su esclava» es sólo
expresión de la humildad, ya que no tenemos prueba alguna de que María hubiera sufrido desengaños en este
punto. Pero, la frase profética que sigue, de que será llamada bienaventurada por todas las generaciones, sólo
conviene en labios de María; pronunciada por Isabel, sobre todo en el momento en que tiene ante sí a la
madre del Mesías, objeto de una gloria incomparablemente mayor que la suya, sería una exageración
insoportable. «Desde ahora» va referido, según el contexto, a las palabras de Isabel en el v. 45: «¡Dichosa tú,
que has creído!» (o al momento de su concepción).

VV. 49-50. El v. 49 se detiene todavía en la consideración jubilosa de la obra con la que Dios ha mostrado su
poder en ella, y vuelve inmediatamente la mirada hacia Dios, «el Poderoso» (designación corriente de Dios
en el AT), el único digno de alabanza. La frase «su nombre es santo», así como el v. 50, no van referidos a
otras obras divinas, sino que sirven para la caracterización del ser de Dios, y no son por ello tampoco frases
independientes, sino que tienen que ser entendidas como frases de relativo semíticas («cuyo nombre», «cuya
misericordia»). Dios (el nombre representa a la persona) es ensalzado como el Santo, esto es, el Excelso (Is
57,15), ante el que el hombre se inclina en adoración. Pero su majestad no produce aquí el temor, sino el
gozo, porque la esencia de Dios es, al mismo tiempo, la infinita «misericordia» sin término (= bondad,
indulgencia) para con los que le temen, esto es, para los piadosos (en el AT, el temor de Dios constituye el
motivo central de la religión).

VV. 51-53. Los versículos que siguen hablan, en tiempos pretéritos, de las obras en que Dios ha revelado su
poder, su santidad y su bondad; a pesar de ello no hay que entenderlos como referidos al pasado, sino, en el
sentido del perfecto hebreo, en expresión de lo que Dios hace de manera habitual. Lo que Dios ha llevado a
cabo en María y, a través de ella como madre del Mesías, en Israel, es una revelación de su manera de actuar
en absoluto. Dios realiza actos de poder con su brazo, símbolo de su fuerza, al invertir el orden humano de
las cosas, humillando, dispersando y despidiendo vacíos a los soberbios, poderosos y hartos, y ensalzando y
colmando de bienes a los humildes y los hambrientos, a los «pobres», oprimidos y defraudados en este
mundo (Anawim; cf. Lc 6,20s; Mt 5,3ss). Una interpretación de cada uno de los rasgos particulares aquí
mencionados en referencia a la situación del himno, es rechazable.

VV. 54-55. En cambio, su final puede seguramente referirse de manera inmediata a la misión del Mesías, a la
encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, ya que el envío del Mesías es la última de las grandes
obras de Dios con la que da término a su actuación redentora para con Israel, su pueblo elegido a partir de la
alianza con Abraham (Gn 17,7), «su siervo», esto es, «su amigo» (cf. Is 41,8). Dios tiene «presente» su «plan
misericordioso» y cumple las promesas que hizo a Abraham, el protopatriarca de Israel (cf. Gn 17,7), lo cual
quiere decir que la «misericordia» de Dios para con Israel se basa en su alianza con él, en la fidelidad divina
a lo pactado.

A pesar de la perspectiva hacia lo eterno con la que termina el Magníficat, su horizonte no sobrepasa, con
todo, el del AT y el judaísmo. El Magníficat queda en su contenido, al igual que la promesa de Gabriel a
Zacarías y a María, en el límite entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, al que corresponde la situación de la
escena, y no es todavía un himno cristiano. Ninguna referencia hay en él a la vida de Jesús, a su muerte y a su
resurrección, ni a su segunda venida sobre las nubes del cielo.

[Extraído de Josef Schmid, El Evangelio según san Lucas. Barcelona, Ed. Herder, 1968, pp. 76-81]

***

EL CÁNTICO DE MARÍA (Lc 1, 46-55)

Por el mensaje del ángel en la Anunciación, por las palabras de Isabel llena de Espíritu Santo y por la
Sagrada Escritura, en la que hablaron uno y otro, reconoce María que el Señor ha hecho en ella grandes
cosas. Su responsorio (cántico de respuesta a la Sagrada Escritura) es un himno a la acción salvífica de Dios
con su pueblo, que ha alcanzado ahora su consumación. Con cánticos semejantes canta también la Iglesia
naciente las grandes gestas de Dios: «Diariamente perseveraban unánimes en el templo, partían el pan por las
casas y tomaban juntos el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios...» (Hch 2,46s). Pablo
amonesta a los Efesios: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay desenfreno, sino dejaos llenar de
Espíritu, recitando entre vosotros salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando de todo
vuestro corazón al Señor» (Ef 5,18s).

El Evangelio hímnico de María, el Magníficat, comienza con un cántico de alabanza de Dios (vv. 46-48),
canta al Dios poderoso, santo y misericordioso (vv. 49-50), las leyes fundamentales de su acción salvadora
(vv. 51-53), y termina con unos versos que ensalzan la fidelidad de Dios a las promesas (vv. 54-55). Lo que
María experimentó fue, es y será el obrar salvífico de Dios. La historia de la salvación es luz de la vida.
46
María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor,  47se alegra mi espíritu en Dios, mi
salvador;  48porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones.

El Señor, mediante la acción salvadora realizada en María, ha venido a ser Dios su salvador. Resuena el
nombre de Jesús (Mt 1,21). Por Jesús ha venido Dios a ser el salvador.

La alabanza de Dios y el gozo mesiánico escatológico penetran las profundidades de María, su alma y su
espíritu. Las gestas salvíficas de Dios suscitan en ella una jubilosa liturgia de alabanza.

María se cuenta entre los de humilde condición, los pequeños y los pobres, a quienes profetas y salmos
prometen con frecuencia la salvación. «Él no olvida jamás al pobre, ni la esperanza del humilde perecerá»
(Sal 9,19). «Porque así dice el Altísimo, cuya morada es eterna, cuyo nombre es santo: Yo habito en la altura
y en la santidad, pero también con el contrito y humillado, para hacer revivir los espíritus humildes y
reanimar los corazones contritos» (Is 57,15). Jesús recoge estas promesas en sus bienaventuranzas:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). «Tú eres el
Dios de los humildes, el amparo de los pequeños, el defensor de los débiles, el refugio de los desamparados,
y el salvador de los que no tienen esperanza» (Jdt 9,11).

La felicitación de María, que ha comenzado Isabel, no tendrá ya fin. Todas las generaciones se unirán al coro
de alabanzas de María. Como no tendrá fin el reinado del Rey que es su Hijo, así también la Madre del Rey
será alabada por siempre y en todas partes.
49
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo,  50y su misericordia llega a sus
fieles de generación en generación.

Poder, santidad y misericordia son los rasgos más luminosos de la imagen de Dios en el Antiguo


Testamento. En Dios hay una fuerza viva, que pugna por exteriorizarse, que quiere hacer propiedad suya todo
lo que hay en el mundo, demostrándose así Dios como el Santo (Ez 20,41). Como Dios es el Dios santo, es
también el Dios misericordioso. Es el salvador y redentor del resto santo, porque no es hombre, sino Dios.
Las obras de poder de Dios son amor misericordioso.
51
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón,  52derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes,  53a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

María expresa lo que tiene experimentado su pueblo. «Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos
impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó
nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión,

y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, con gran terror, señales y prodigios. Y nos
trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel» (Dt 26,6-9). La historia de la salvación conduce
a María, el centro de la Iglesia (cf. Hch 1,14).

Los que se creían grandes y ricos, fueron derribados: el faraón cuando la salida de Egipto, los enemigos de
Israel en la época de los jueces, los poderosos soberanos de Babilonia...

Dios interviene en favor de los humildes, de los débiles y de los pobres. En cambio, debe temblar quien
quiera ser de los grandes y poderosos intelectual, política y socialmente. El que está pagado de su propio
poder cierra su corazón a Dios, y Dios se cierra a los que se le cierran. El pobre, en cambio, abre su corazón a
Dios, su único refugio y seguridad, y Dios se vuelve hacia él.

Las condiciones para entrar en el reino de los cielos son las bienaventuranzas de los pobres, de los que lloran
y de los que tienen hambre. María cumple lo que se requiere para poder entrar en el reino de los cielos.

Jesús mismo vivirá también de esta ley de la historia salvadora proclamada por María después de haberlo
concebido. Porque se humilló será ensalzado (Flp 2,5-11).
54
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia  55-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

La gran hora de María es también la gran hora de su pueblo. Al comienzo de su cántico habló María de la
salvación que Dios le había preparado, al final habla de la salvación que alborea para su pueblo. Lo que
sucedió en María se realiza en la Iglesia de Dios. En María está representado el pueblo de Dios.

El siervo de Dios es el pueblo de Israel. «Pero tú Israel, eres mi siervo; yo te elegí, Jacob, progenie de
Abraham, mi amigo. Yo te traeré de los confines de la tierra y te llamaré de las regiones lejanas, diciéndote:
Tú eres mi siervo, yo te elegí y no te rechazaré» (Is 41,8s). Ahora va a tener cumplimiento la misericordia de
Dios y la fidelidad a las promesas. María se reconoce una con el pueblo de Dios. La historia de su elección
termina en la historia de su pueblo, y la historia de su pueblo llega a la perfección en su propia historia.

La promesa de la salvación se hizo a Abraham y a su descendencia (Gn 12,2). Abraham recibió la promesa,
María toma posesión de la realización, el pueblo de Dios recibirá los frutos. María, con el fruto de su seno, es
el corazón de la historia de la salvación.

El cántico de alabanza de la madre virgen recoge el cántico de alabanza de la estéril, a la que Dios ha
otorgado descendencia. Ana, madre de Samuel, cantó: «Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se
exalta por Dios; mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación. No hay santo como el Señor,
no hay roca como nuestro Dios... Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de
valor; los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan... Él levanta del polvo al
desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de
gloria... Él guarda los pasos de sus amigos, mientras los malvados perecen en las tinieblas, porque el hombre
no triunfa por su fuerza» (l S 2,1-10). El cántico de María no es imitación del cántico de Ana, pero ambos
cantos están alimentados por la acción de Dios en la historia salvifica.

La formación del niño se ha mirado siempre como obra de Dios. Cuando Eva dio a luz a Caín, dijo: «He
alcanzado de Yahvé un varón» (Gn 4,1). Todavía más alabada fue como obra de Dios la maternidad de las
estériles. La maternidad de María aventaja a todas las demás. Es la madre virginal del Mesías, en el que son
benditos todos los pueblos de la tierra. En su maternidad se ve coronada toda maternidad, y toda maternidad
lleva en sí algo de esta maternidad.

Las agradecidas meditaciones de María se expresan en el lenguaje de los cánticos del Antiguo Testamento.
Los cantos de su pueblo son su canto, y su canto viene a ser el canto del pueblo de Dios. La Iglesia incluye el
cántico de la Virgen en la oración de vísperas, cuando mira, meditando, al día transcurrido.

Tu diestra, oh Jehová, ha sido magnificada en poder; Tu diestra, oh Jehová, ha


quebrantado al enemigo. Y con la grandeza de tu poder has derribado a los que
se levantaron contra ti. Enviaste tu ira; los consumió como a hojarasca. Al soplo
de tu aliento se amontonaron las aguas; Se juntaron las corrientes como en un
montón; Los abismos se cuajaron en medio del mar. El enemigo dijo: Perseguiré,
apresaré, repartiré despojos; Mi alma se saciará de ellos; Sacaré mi espada, los
destruirá mi mano. Soplaste con tu viento; los cubrió el mar; Se hundieron como
plomo en las impetuosas aguas.
a. Tu diestra, oh Jehová, ha quebrantado al enemigo: Moisés y el pueblo
describieron lo que Dios hizo a los Egipcios, y se gloriaron en la derrota de los
enemigos de Dios. Si en realidad amamos al Señor, nos debiéramos de gloriar en la
derrota de los enemigos de Dios.
b. Tu diestra: Se pensaba de la diestra como la mano de destreza y poder. Cuando
Dios obra con Su diestra, es una obra de destreza y poder.
i. Obviamente este es el uso de un antropomorfismo, el entender algo sobre Dios al
usar una figura humana, aún cuando literalmente no se aplique.
ii. La idea de la diestra es utilizada en las Escrituras más de cincuenta veces,
incluyendo los siguiente pasajes:
· Salmo 45:4: La diestra de Dios nos enseña
· Salmo 48:10: La diestra de Dios esta llena de justicia
· Salmo 77:10: Trae a memoria los años de la diestra del Altísimo
· Salmo 110:1: El Padre invita al Hijo a sentarse a su diestra
· Habacuc 2:16: El cáliz del juicio esta en Su mano derecha
· Ephesians 1:20: Jesús esta sentado a la diestra del Padre
3. (Éxodo 15:11-13) Tercera estrofa: ¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses?
¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en
santidad, Terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios? Extendiste tu
diestra; La tierra los tragó. Condujiste en tu misericordia a este pueblo que
redimiste; Lo llevaste con tu poder a tu santa morada.
a. ¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? Si el pueblo de Egipto aún no
sabía quien era Jehová, el pueblo de Israel si lo sabía. Ellos sabían que Jehová no era
como los dioses falsos de Egipto o de Canaán.
b. ¿Quién como tú?: La adoración debe de proclamar la superioridad de Jehová Dios
sobre todo lo que pretende ser dios. Israel, pronto y muy a menudo, olvidaría esto, pero
nosotros podemos recordarlo.
4. (Éxodo 15:14-18) Cuarta y quinta estrofa: Lo oirán los pueblos, y temblarán.

Lo oirán los pueblos, y temblarán; Se apoderará dolor de la tierra de los filisteos.


Entonces los caudillos de Edom se turbarán; A los valientes de Moab les
sobrecogerá temblor; Se acobardarán todos los moradores de Canaán. Caiga
sobre ellos temblor y espanto; A la grandeza de tu brazo enmudezcan como una
piedra; Hasta que haya pasado tu pueblo, oh Jehová, Hasta que haya pasado
este pueblo que tú rescataste. Tú los introducirás y los plantarás en el monte de
tu heredad, En el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, En el
santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado. Jehová reinará eternamente y
para siempre.
a. Se acobardarán todos los moradores de Canaán: Moisés y los hijos de Israel
sabían que la victoria hablaría a los enemigos de Israel. Ellos se acobardarían cuando
escucharan de las grandes cosas que Dios hizo por Israel.
b. Caiga sobre ellos temblor y espanto: Cerca de cuarenta años después Rahab la
prostituta de Jericó le dijo a los espías de Israel: Porque hemos oído que Jehová hizo
secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto (Josué
2:10). El pueblo de Canaán si escucharon de lo que Dios hizo por Israel y algunos
respondieron con un temor piadoso.
c. Jehová reinará eternamente y para siempre: Después de tan grande victoria
podemos percibir que Israel realmente creía esto, y ellos realmente estaban listos para
dejar que Jehová reinará sobre ellos. Este estado de victoria y sumisión no duró
demasiado.
i. Aún, la verdad perdurable permanece – Jehová reinará eternamente y para
siempre. Este Cántico de Moisés resuena hasta el Libro de Apocalipsis, donde una
multitud que ha venido de un gran dolor ha experimentado una gran victoria, y la cual
esta parada a orillas del gran mar, y cantan este cántico:
“Ellos cantan el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero, el cual
dice: “Grandes y maravillosas son Tus obras, ¡Jehová Dios Todopoderoso! Justos y
verdaderos son Tus caminos, ¡Oh Rey de los santos! ¿Quién no temerá de Ti, oh
Señor, y glorificará Tu nombre? Pues solo Tú eres santo. Pues todas las naciones
vendrán y ante Ti adorarán, pues Tus juicios han sido manifestados.”
ii. El corazón, el espíritu de este cántico de Moisés suena verdadero al pueblo de Dios,
quienes quieren adorarle a Él y agradecerle a Él por toda la bondad que Él ha hecho
por Su pueblo. Ellos cantan a la vista de la liberación, de victoria, de defensa, de
confianza.
iii. “Por lo tanto, es obvio ver las abundantes alusiones de este cántico en la santa
escritura, que esta lleno de un significado espiritual muy profundo. Nos enseña no
solamente a adorar a Dios debido al derrocamiento literal de Egipto, sino el adorarle
debido al derrocamiento de todos los poderes de maldad, y de la liberación final de
todos los escogidos.” (Spurgeon)

5. (Éxodo 15:19-21) María, la hermana de Moisés, dirige a la mujeres a adorar

Porque Faraón entró cabalgando con sus carros y su gente de a caballo en el


mar, y Jehová hizo volver las aguas del mar sobre ellos; mas los hijos de Israel
pasaron en seco por en medio del mar. Y María la profetisa, hermana de Aarón,
tomó un pandero en su mano, y todas las mujeres salieron en pos de ella con
panderos y danzas. Y María les respondía: Cantad a Jehová, porque en extremo
se ha engrandecido; Ha echado en el mar al caballo y al jinete.
a. Y María la profetisa, hermana de Aarón: Esta es la primera mención de María por
su nombre, y es descrita como la hermana de Aarón, por lo tanto también es la
hermana de Moisés (Éxodo 4:14).
i. Números 26:59 parece indicar que Moisés solamente tenía una hermana. Sabemos
que su hermana fue aquella que supervisó la cesta cuando se puso en el río Nilo para
preservar su vida (Éxodo 2:4) y arregló que la madre de Moisés fuera contratada como
su nodriza. Basado en Números 26:59, podemos decir que ésta era probablemente – y
casi certeramente – María. Ella era la hermana mayor de Moisés.
b. María la profetisa: También vemos que María tenía algún tipo de don profético. Ella
después uso su posición de liderazgo de una manera imprudente e impía – para retar a
la autoridad de Moisés (Números 12).
c. Y todas las mujeres salieron en pos de ella con panderos y danzas: En esta
ocasión María dirigió al coro de mujeres.
B. El agua amarga se convierte en agua para beber
1. (Éxodo 15:22) Tres días hacia el desierto

E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y
anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua.
a. E hizo Moisés que partiese Israel… y salieron al desierto de Shur: El hombre de
Dios los dirigió, pero los dirigió por un camino inusual. hacia al desierto de Shur el cual
estaba fuera de las rutas principales que iban sobre el camino del mar.
b. Y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua: Tres día no es mucho
tiempo. Pero es el tiempo suficiente para olvidar la gran victoria y poder de Dios. Ahora
Israel se enfrentó a un viaje largo a través de un desierto seco y difícil.
i. “Tres días es el tiempo máximo que el cuerpo humano puede soportar sin agua en el
desierto.” (Buckingham)

ii. “Los Egipcios encontraron suficiente agua, y mucha, puesto que se ahogaron en el
mar, pero los Israelitas, bien amados, no tenían nada de agua. Así también es con los
hombres impíos; él por lo regular tiene suficiente riqueza, y mucha, hasta que se ahoga
en deleites sensuales y perece en inundaciones de prosperidad”. (Spurgeon)

2. (Éxodo 15:23-25a) Aguas amargas echas dulces en Mara

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