Está en la página 1de 4

MESIANISMO Y POPULISMO ¿QUÉ LOS NUTRE?

Por Fernando Baena Vejarano

Quisiera elaborar un comentario de advertencia, para tiempos de estampidas sociales, no contra el


ejercicio del liderazgo, sino contra el mesianismo en todas sus formas. Y  va dirigido a la comprensión de
los antiguos paradigmas que aun dominan nuestra aldea global, nuestro planeta occidentalizado, hábitos
que enmarcan una anticuada y ojalá  muy pronto obsoleta forma de enfocar los problemas políticos y
sociales. Hablo de la cosmovisión patriarcal y de los imaginarios idealistas que creyendo perseguir un
bien universal terminan evangelizando con violencia y maltrato a los que precisamente querían salvar. Mi
principal interés no consiste en hacer un análisis político -materia en la que me considero bastante
ignorante-. Intento no dar una opinión ni de derecha ni de izquierda ni de centro. Simplemente me
obsesiona comprender los mecanismos psicológicos subyacentes a los fenómenos de masas y sus riesgos
cuando producen estampidas de fervor patriótico, religioso, étnico, político, de clase, de género, de
orientación sexual o de cualquier otro tipo, en los que una persona o grupo dirigente adquiere excesivos
privilegios y (o) poder sobre otros, ya sea un grupo social idealizado que primero se victimizó ante los
demás y luego tomó la revancha, ya sea un grupo que realmente fue injustamente tratado en alguna época
histórica y luego se aprovechó de la autoridad moral que ganó por no haber sido el grupo opresor, una
élite política tradicional o en ascenso seguro hacia el poder, ya sea un líder específico que toma la vocería
de esos grupos. Siempre he pensado que sólo en apariencia somos un mundo civilizado, que la sombra del
primitivismo tribal se asoma y amenaza con frecuencia el relativamente estable orden mundial –como
cuando la nación alemana dejó crecer en el vientre de su música culta, sus filósofos humanistas y sus
costumbres hogareñas el cáncer del fascismo.

La historia se repite: un líder muere y millones de personas lo adoraron como su salvador –o por lo menos
aparentaron hacerlo para no ser repudiados por otros que simulaban lo mismo. El héroe pasa de activista a
mártir por el simple hecho de haber muerto. Y entonces intentan embalsamar su cuerpo para simbolizar
que vive aun en sus corazones. Ese sentimiento es respetable, y la condolencia de los familiares y amigos
de un ser humano, cualquiera que haya sido su vida, es muy comprensible. Muy conmovedor. Muy
emocional. Sin embargo, se pasa el límite y se convierte en un fenómeno emocionalista, sensacionalista y
amarillista con tintes de manipulación de masas. El Che guevara o Abraham Lincoln, da lo mismo. No
importa si se trata de un jefe religioso o político, no importa si ocurre con Michael Jackson. Lo
sorprendente es que los hinchas de un concierto de Rock se comporten como los ídólatras de un equipo de
futbol, que la experiencia de estar en un congreso anual de juventudes hitlerianas pueda cumplir la misma
función emocional que la de recibir al nuevo papa. Y que se llore con la misma histeria a Eva Perón y a
Pelé o al cantante vallenato. Lo que me interesa es el fenómeno del liderazgo y las respuestas
religioso/políticas. Lenin, Stalin eran  ídolos religiosos, aunque se tratara de religiones ateas, seculares.

Desde que haya adoración, idealización, emocionalismo; y una institución fundamente su autoridad en
unos ideales que su líder defendió, sintiéndose con derecho de apabullar, perseguir  y acallar activa o
pasivamente a los que opinen diferente, estamos hablando de fundamentalismo. Hitler  fundó y sacó
adelante una religión secular: el nazismo, constituido por unos ideales, una ideología, y un sentimiento de
“poseer la verdad” y tener el derecho de imponérsela al mundo. El mecanismo es el mismo: yo y los de
mi grupo somos mejores que los demás y su grupo, que son nuestros enemigos. El mundo se divide en
dos: chavistas y traidores a la patria, hinchas de millonarios y cobardes langarutos, católicos y pecadores.
O estás con nosotros o te vas de tu tierra. Es muy satisfactorio que los seres humanos queden repartidos
en dos categorías y muy sospechoso que uno quede siempre del lado de los inteligentes, los arios, los
piadosos, los socialmente comprometidos, los que si amamos al país –términos superlativos-; mientras
que los demás quedan rebajados a ser los judíos, los burgueses, los comunistas, los inmorales –términos
despectivos. Nosotros somos los buenos, ellos son los malos, y pare de contar. ¿Por qué es tan tentador
pensar de este modo? Recordemos que Adolf Hitler subió al poder por votación democrática y que no
siempre que hay votaciones hay democracia. La democracia significa igualdad de oportunidad mediática
para hacerse oír por el electorado, supone  la independencia del poder ejecutivo respecto del legislativo y
judicial. Cuando un partido político sube al poder y cambia la constitución a su antojo, y se vuelven
indistinguibles el gobierno y el partido, ya no se está garantizando el derecho a la igualdad de fuerzas en
el debate político.
Un mesías político y un mesías religioso cumplen con la misma función psicológica: prometen la
felicidad. Por eso vemos que se adore como a un santo a un político fallecido, o que se le otorguen
poderes políticos a un líder religioso. Por eso la iglesia católica cumple un papel político en el mundo y
por eso mismo Hitler era un alto jerarca de la iglesia nazi. Las euforias colectivas son psicológicamente
semejantes para los que ven ganar a su equipo de futbol preferido, y los que ven nombrar o hacen
proselitismo por su nuevo líder religioso o político. Es la misma mentalidad, la mentalidad de la antigua
era, la mentalidad del individuo que necesita un ídolo. Es triste ver que millones de   seguidores de un
líder mesiánico no estén educados lo suficiente  como para la racionalidad del debate dialogante. Cuando
no se ha recibido educación filosófica y científica, cuando no se ha promovido la libertad personal ni se le
ha inculcado al educando que construya sus propios  criterios, cuando las bajas condiciones económicas
y la presión de la supervivencia no le han permitido a un grupo humano formarse para usar la corteza
cerebral; entonces los asuntos de una sociedad se resuelven mediante la manipulación de las emociones.
Se sabe que cuando tomamos decisiones emocionalmente usamos las áreas más primitivas del cerebro, la
amígdala, el mesoencefalo; áreas responsables de los campos de concentración y de las guerras santas.
Cuando nos damos tiempo para deliberar, planificar, considerar, diseñar; usamos las áreas prefrontales del
cerebro, de las que carecen los animales.

Con decisiones emocionales es posible el populismo nazi, el populismo comunista, el populismo que
elige a uno u otro candidato norteamericano, cualquier populismo. Los grandes expertos en hacer que la
gente no piense por si misma se llaman publicistas, asesores de imagen, jefes de campaña. También dan
tristeza las supuestas democracias en las que todo se resuelve según las apariencias que produjo una
aparición en un debate televisivo. ¿Pero que es preferible, la superficialidad de una votación manipulada
por las campañas mediáticas, o la imposición tiránica de un líder mediante una ideología consistente en
hacer odiar a un chivo expiatorio al que se teme –los iluminatti, los capitalistas, los comunistas, los
satánicos, los católicos, los burgueses, los proletarios, los ateos-?

En este nuevo milenio la responsabilidad de cambiar el mundo es personal. El ídolo ha desaparecido y si


existe funciona simplemente como un recordatorio de que lo importante es el cambio interior. Por eso la
nueva cultura mundial no se basará en una nueva religión, ni secular ni teísta. Lo que le pasa al que
inconscientemente busca un ídolo que le ofrezca la solución es que sigue dependiendo de algo externo.
Esa dependencia la produce un vacío interior que se llama “falla básica”, que solo se sana cuando hay
experiencias de plenitud  interior como las que se producen meditando, sanando emocionalmente,
perdonando, orando o lo que sea.

Los líderes negativos se volverán innecesarios cuando el mesianismo deje de ser una necesidad
sicológica, y esto ocurrirá solamente cuando maduremos interiormente, cuando la experiencia interior de
lo sagrado  haga menos infantiles a los que necesitan una figura idealizada de autoridad exterior, y cuando
lo sagrado salve a ciertos individuos astutos de querer ofrecerse como salvadores para engrandecer su
propio ego. Entonces no será necesario que haya jerarquías políticas ni religiosas porque habrá
desaparecido todo fundamentalismo. Cuidado con  las reencarnaciones de Bolivar, de Jesús…ojo con los
que se autoproclaman iluminados. Si conocen un líder espiritual que ya fundó su propia escuela de
meditación y yoga y la está difundiendo en el mundo, o un nuevo gurú de una nueva moda psicológica  de
origen norteamericano que ya diseñó unos talleres de crecimiento personal que se multiplican
internacionalmente, por favor no se metan de cabeza, caminen con cuidado, aprovechen lo valioso y
desechen lo sospechoso. Muchas escuelas espirituales y movimientos políticos terminan más interesados
en su propia supervivencia institucional basada en el culto a una persona, que en trabajar por el
mejoramiento de la sociedad y del ser humano mediante los métodos y enfoques que proponen -lo digo
por experiencia propia.

La admiración, el afecto y la gratitud que uno pueda sentir hacia alguien que simboliza una forma de ver
el mundo y de querer mejorarlo, no debe convertirse en seguimiento ciego, se trata  de un delicado
equilibrio. Y aunque parece que la tendencia a seguir a un macho alfa caracteriza a los primates, también
es verdad que los seres humanos somos , genéticamente al menos, un tanto por ciento diferentes de un
simio o un gibón. Ese porcentaje diferencial nos convierte en seres capaces de comportarnos
razonablemente. Y aunque los últimos ocho mil años de historia nos muestran tendencias de violencia
intergrupal por motivos religioso-políticos concomitantes con la competencia por recursos naturales y la
supervivencia, ya es hora de dar un paso adelante si queremos evitar la peligrosa combinación de
fanatismo y armamentismo nuclear que podría conllevar a lamentables  e irreversibles catástrofes. La
lógica masculina de la guerra, la amenaza y la conducta viril ha dejado de ser funcional para la
supervivencia del ser humano en la tierra. Es hora de recuperar la actitud femenina, amorosa, afectiva; de
ejercer el liderazgo. Y no es un reto pequeño que pueda superarse creando una nueva doctrina de la
transformación personal, una nueva ideología de la nueva era ni mucho menos una futura religión
mundial. Es todo lo contrario, es un proceso silencioso y secreto, más privado que público, más intuitivo
que racional, consistente en hacer una especie de vacío interior que le permita irrumpir en nuestro ser a
una especie de milagro.

La eticidad del siglo XXI es el ejercicio de la autonomía personal, es todo lo contrario de seguir a alguien,
de profesar una doctrina mesiánica, ya sea de tipo religioso  o político o deportivo. El cerebro se figura
que la verdad es una trama de nuevos conceptos, -los de Marx, los de la biblia, los del último economista-
pero el corazón femenino de hombres y mujeres sabe que la verdad es una actitud amorosa, respetuosa, no
controladora, no manipuladora; que surge del gesto cariñoso y comprensivo, que respeta el camino que
cada quien y cada grupo ha escogido seguir para encontrar la felicidad. Dejemos de ser niños, dejemos de
buscar un padre, conquistemos la experiencia del alma. Logremos la felicidad del silencio interior para
hacer menos daño con el ruido fanático de la religión y la política. Ya es hora de dejar de esperar que algo
externo nos salve, llámese calendario maya o el papa francisco  o Capriles o Maduro.

Un buen líder ya no será en el futuro quien grite y vocifere más, sino quien sea más manso y humilde. Las
mujeres podrían comenzar a dar ejemplo de ello en sus cargos públicos y en sus posiciones ejecutivas, en
vez de intentar competir con los hombres usando un lenguaje corporal airado y seco, al estilo de cierto
feminismo trasnochado de corte francés que masculiniza a la mujer en vez de permitirle usar el poder del
amor. Cuando un líder se eleva en su trono para imponer su autoridad mediante el miedo, lo que quiere es
desempoderar al que lo alaba. El devoto se convierte en un borrego que ya no se siente comprometido en
aportar con su propio crecimiento personal los elementos que se requieren para que haya un cambio
profundo que haga más feliz al ser humano, porque le entrega ese deber al líder negativo, que usará ese
poder en su propio beneficio. Este es el círculo vicioso que se puede romper cuando la transformación
personal y espiritual se manifieste como cambios profundos de las instituciones sociales. Ya llevamos
muchos siglos esperando que los cambios institucionales, es decir "las revoluciones" cambien al ser
humano. Es hora de probar un cambio esencial que vaya desde adentro hacia afuera. La verdadera
revolución es el cambio personal. Y no es que haya que postergar el cambio de lo comunitario, lo
macroeconómico, lo constitucional para cuando estemos a la altura del buda, sino que hay que lograrlo en
paralelo –de lo contrario estaríamos dándole tiempo a los que oprimen y esclavizan mientras aprovechan
que los siervos solamente se ocupan de la salvación de su alma. Hay que indignarse y simultáneamente
cultivar la no violencia, lo uno y lo otro –pero sobre todo lo segundo.

Religión institucionalizada, política, guerra, competitividad y deporte -inventos típicamente patriarcales-


tienen un ingrediente en común: mucha testosterona. ¿Cuándo servirán como modelos de la dinámica
social la poesía, el arte, la solidaridad? Lo femenino en el ser humano no desea imponerse, no tiene
rivales, no aspira a trofeos, no anhela volverse inmortal mediante estatuas, no erige torres gemelas, no
simboliza su poder mediante rascacielos monumentales -falos de cemento, misiles simbólicos- catedrales
apuntaladas al cielo, no confunde la autoridad con la opulencia, no construye techos altísimos para hacer
sentir ínfimos a los visitantes. Lo femenino es sencillo y no compite. Pero la testosterona ha servido para
derrotar a los machos rivales en la pelea por la mejor hembra, ha sido la que nos ha puesto a los varones a
exhibir un mejor automóvil, una mejor oratoria. Y así nos hemos alejado del sencillo acto de disfrutar de
la poesía del instante, del misterio de lo simple; en aras de la utopía prometida, la tierra prometida, la
sociedad prometida, el cielo prometido.  Cuando el fin justifica los medios y la guerra, cuando el
encarcelamiento de los opositores -y la represión de las opiniones en contra- ensucian nuestro presente;
entonces lo que ocurre es que, a la vieja usanza, estamos justificando un presente infernal con la
esperanza de un futuro mejor. Ese futuro no llega, porque es una ilusión del deseo. Y por eso la historia
humana se convierte en la sucesión de una matanza tras otra, de una violencia justificada tras otra, todo
con la excusa de que habrá un futuro mejor y el ser humano mejorará en el mañana si se comporta como
un asesino en el hoy.

Sé que esto sonará hilarante para quien tiene grabado en los intestinos que el ejercicio social es un acto de
fuerza, pero cuando lo femenino universal dirija los destinos de la tierra será innecesario querer sentirse
especial y destacado, sobrará la actitud de querer tener la razón, dará lo mismo ejercer o no el poder.
Porque el lenguaje será otro. Un presidente no será llamado "comandante presidente" porque la milicia y
la política habrán sido reemplazadas por el afecto. No habrá marchas militares y despliegues de aviones
de combate el día de la celebración de la independencia de un país, sino rituales de liberación de aves y
juegos de exhibición de gracia y agilidad en danzas grupales. Ese día lo curvilíneo reemplazará al ángulo
recto, desaparecerán los cambios de guardia con sus ridículos zapateos contra el piso subiendo la rodilla
hasta el pecho para demostrar valentía, los países exhibirán cultivos de flores en vez de colecciones de
armamentos y balística. Ese día desaparecerán los juguetes modernos de los niños grandes: los
helicópteros blackhawck, los aviones espía, las gafas infrarrojas para distinguir enemigos en la noche. Ese
día de verdad la humanidad se interesará en la salud, la vivienda, el empleo, la educación y el progreso de
la humanidad; y los países ricos no se escudarán en argumentos económicos para hacerle el quite al
impacto que se viene  con el cambio climático.

Fernando Baena

Filósofo y escritor

Profesor de Meditación Transpersonal, psicoterapeuta

También podría gustarte