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Cuentan los buenos espíritus que Dios le pidió a “Puchito” que le hiciera algo especial y este le hizo
una casa de guadua, con paredes de bahareque, pintadas con cal, techo con tejas de barro,
chambranas en macana, muchas puertas y ventanas en cedro negro pintadas con los colores del
arco iris, ante lo cual Dios dijo: “Ni yo mismo hubiera sido capaz de hacer algo tan hermoso”.
Ramón Elías Montes, fue un obrero de la construcción; hacía remiendos en las paredes de
bahareque, arreglaba lavaplatos oxidados por el tiempo, buscaba goteras ariscas en los
desvencijados techos de tejas de barro, de las casas viejas en los albores de la vida sevillana. Este
PUCHITO 1
Gustavo Noreña Jiménez
oficio se lo transmitió a su hijo con el rigor de un maestro espartano a punta de rejo y palo y fue su
compañero inseparable en los menesteres de la construcción por mucho tiempo.
En sus años de juventud, lo contrataron en el “Garaje Central”, ubicado en la Calle la Pista, para
que demoliera una base de concreto en la cual reposaba un pesado motor Lister. Después de
varios días de asestarle golpes con maceta a la base, en compañía de su hijo Elías Alberto, no le
habían hecho un solo hueco, ante lo cual, Elías, en su fina sabiduría provinciana, sugiere colocar un
“puchito” de dinamita, y le encomienda esa misión a un amigo que trabajaba en carreteras
colocando dinamita para romper piedras en la vía.
La explosión se escuchó en muchas veredas de Sevilla y muchos otros lejanos lugares donde sólo
llega la luz en su eterno viajar por el tiempo. Miles de tornillos y latas salieron volando, como una
dispersión de asteroides en la creación del universo; varios carros que estaban en el parqueadero,
quedaron destruidos y por supuesto que la base del motor fue demolida totalmente, sólo quedó
una fina capa de polvillo parecida al polvo lunar, que se esparcía por el lugar invadiéndolo todo y
alejándose más allá de Sevilla y buscando los confines siderales.
La Policía se presentó rápidamente en el lugar, pues la Estación Policial estaba ubicada en el sitio
donde hoy queda el Club de Leones y al llegar a la puerta del Garaje se encontraron con Elías
envuelto en una capa de polvo, riéndose como un loco.
―Mi Sargento, colocamos un “puchito” de dinamita para demoler una base de cemento―dijo
Elías
Desde ese día, a Elías lo conocieron en Sevilla con el alias de “Puchito” o “Dinamita”
Puchito andaba con un perro muy feo con trompa estirada como una chucha y el pelo no era fino y
alisado como un can, sino como el pelo áspero de un cerdo. Cuando el perro se encontraba con
otro animal de su misma especie, lo miraba con rabia y le hacía muecas como diciéndole: “Qué me
miras HP”. “Puchito” de tanto caminar la vida con este animal, se le fue pegando las mañas de
malas pulgas de su fiel compañero y se volvió respondón, y así cuando alguien le decía “Puchito” o
“dinamita”, haciendo alusión a la explosión en el parqueadero, azuzaba a su perro, sacaba una
varilla que tenía en la bicicleta, y perseguía en veloz carrera al agresor.
Años más tarde, “Puchito”, fue contratado para reparar el techo de la casa de la hacienda Santa
Isabel, que administraba Toño Noreña, y para tal efecto, viajó a cumplir con su compromiso, en
compañía de su hijo Elías Alberto, quien era un joven gordito, ojos color agua de panela y más
hiperactivo que una lombriz en un barranco.
PUCHITO 2
Gustavo Noreña Jiménez
Una tarde calurosa, Toño, estaba bañando el ganado, en el tanque de inmersión para eliminar las
garrapatas, utilizando venenos antiparasitarios para tal fin.
Elías Alberto, en ese momento observaba con detenimiento cómo el ganado se lanzaba uno tras
otro a la pileta y salía al otro lado después de subir por una escala de cemento.
El aire reverberaba por la alta temperatura, y Elías Alberto sintió un zarpazo de calor que
arremetió contra su cuerpo. Al ver que las vacas se lanzaban una detrás de otra al tanque
garrapaticida, sintió en la cabeza el impulso loco de tomar un baño refrescante y se lanzó de
bruces al piso, donde había agua con espuma parecida a un champú; patinó a sus anchas, con tan
mala suerte, que rodó al interior de la piscina. Toño, al percibir el peligro en que se encontraba el
joven, con la rapidez propia de un vaquero experimentado, tomó una soga de trabajar en
ganadería y lo enlazó, sacándolo al otro lado, pero el niño permanecía inmóvil. Entonces lo levantó
en vilo, y lo colgó de los pies en el botalón más alto del corral, para que botara el agua de los
pulmones. Luego, con abundante agua le bañó el cuerpo y lentamente se fue reanimando. Para
completar el tratamiento, le aplicó aceite de ricino por vía oral y un enema con melaza, que alivió
al intoxicado.
―Muchas gracias, me has devuelto a mi hijo, sano y salvo, a quien ya creía que iba caminando por
los senderos de la muerte―dijo Elías.
― Lo he rescatado de los brazos de la “pelona”, pero debes cuidar el rumbo de su vida de ahora
en adelante, pues, este muchacho es hiperactivo y en cualquier momento se puede torcer su
camino―dijo Toño. Y agregó―Recuerde que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe
Desde ese día, algún cable se le oxidó en el cerebro, se volvió hippie, viajó en auto stop por
Colombia, cantó las canciones de Bob Dylan, y empezó a mostrar un interés desmedido por la
poesía, y hoy se le ve andando a pie o a veces en bicicleta por las calles del pueblo, con un
cargamento de libros de los poetas nadaístas y varios números de la revista “Huellas del pasado…
pasos del presente del escritor sevillano Javier Marulanda, quedando convertido en una biblioteca
ambulante. Algunos dicen que está loco y otros manifiestan que es un filósofo en la búsqueda de
la belleza absoluta que predicaba Platón. ¡Vaya uno a saber!
Elías Alberto, estuvo en el lanzamiento del libro “Sarcófagos de una ciudad amarilla”, del difunto
cultor de las letras Oscar Peláez Peña, el cual se realizó en el auditorio del Liceo Mixto, donde
participaron encumbrados bardos de la literatura nacional, con la coordinación de la editorial
Endymion de Medellín y la Revista Punto Seguido. Varios días después, un amigo de Elías Alberto,
quien también asistió al evento literario, al encontrárselo en el parque de La Concordia, le
preguntó:
― ¡Huy…hermanito, usted que se viene de la reunión, y ahí empezó lo bueno! ¡Esos poetas
comenzaron a repartir marihuana al por mayor, y hasta las musas bajaron del Olimpo a la fiesta!
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