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Isabelle Combès
Instituto Francés de Estudios Andinos
(UMIFRE 17 MAEDI / CNRS USR 3337 - América Latina)
kunhati@gmail.com
Resumen
1 Una primera versión de este estudio fue presentada en el encuentro internacional “Arqueología
y etnohistoria en los Andes y tierras bajas. Dilemas y miradas complementarias”, Cochabamba,
agosto de 2015. Agradezco a Diego Villar y Albert Meyers por su primera lectura y comentarios.
Abstract
The problem of the ethnic peoples of Chiquitania region during the arrival
of the Spaniards in the XVIth century has been mainly studied by anthropologists,
and considerably less by historians and archaeologists. The only archaeological
site which has been studied in the area is the colonial city of Santa Cruz la Vieja
(1561-1604). Unfortunately, archaeological data have been interpreted without a
proper consideration of historical sources. Beyond the particular case of Santa Cruz
OD9LHMDWKHSDSHUGLVFXVVHVWKHGL൶FXOWLHVLQFROODERUDWLRQEHWZHHQGLVFLSOLQHV
(history, archaeology, linguistics, etc.) which do not use the same concepts and
DQDO\WLFDOWRROVDQGRIWHQUHO\RQVLPSOLVWLFDQG¿[HGVWDWHPHQWVWKDWDVVLPLODWH
language, culture and ethnicity.
Keywords: Santa Cruz la Vieja, Ethnic peoples during the XVIth century,
Archaeology, History.
En 1942, Alfred Métraux publicó The Native Tribes of Eastern Bolivia and
Western Mato Grosso. Empezaré con dos citas extraídas de este libro. Dice Métraux,
a propósito de la Chiquitania boliviana: “una de las tareas más desesperantes de
OD HWQRORJtD VXGDPHULFDQD HV OD GH REWHQHU XQD LPDJHQ FODUD GH ODV ¿OLDFLRQHV
lingüísticas o incluso de la ubicación exacta de las tribus indígenas de la vasta
región conocida como Provincia de Chiquitos” (1942: 114; trad. mía). También
señala, en otro lugar, que las tierras bajas de Bolivia son, en su opinión, “también
un campo lleno de promesas para los arqueólogos” (1942: 4).
En la primera de estas citas, Métraux plantea un problema, por cierto uno de
los mayores problemas a los cuales se enfrenta el etnohistoriador en esta región. En
la segunda, el suizo sugiere que la vía de la arqueología podría ayudar a resolver
este problema, o aportar datos en este sentido.
En lo que toca al departamento de Santa Cruz y en especial la región conocida
hoy como Chiquitania, la verdad es que seguimos esperando los aportes de los
arqueólogos. Si bien existen algunos estudios sobre pinturas rupestres y yacimientos
prehistóricos, sólo dos sitios han sido estudiados para los tiempos inmediatamente
prehispánicos y la Colonia temprana: son “el fuerte” de Samaipata en los valles
cruceños y el sitio de la primera ciudad de Santa Cruz (Santa Cruz “la Vieja”), a
escasos kilómetros del pueblo de San José de Chiquitos. En este lugar fue fundada, el
26 de febrero de 1561, la primera Santa Cruz de la Sierra, y en este lugar permaneció
KDVWDFXDQGRVXVKDELWDQWHVVHWUDVODGDURQGH¿QLWLYDPHQWHKDFLDHOUtR*XDSD\
;,;ORVPDQDVLFDVGHOVLJOR;9,,,FRQORVWVLUDNXDVGHORVDxRV5HÀHMD
por así decirlo, una situación étnica que jamás existió en el oriente boliviano, es
un compendio de informaciones superpuestas a través de los siglos. Eso lo sabía
Métraux, quien leyó los textos: pero no forzosamente lo saben los que utilizan
su mapa hasta ahora. Por citar un solo ejemplo, Roberto Balza (2001: 103) lo
reproduce en su libro para ilustrar la situación étnica de la Chiquitania antes de los
jesuitas, en el siglo XVI.
6HDHQVXPDSDVHDHQVXWH[WR0pWUDX[FODVL¿FD\UHDJUXSDDORVJUXSRV
SRUVX¿OLDFLyQOLQJtVWLFDORTXHHVORWUDGLFLRQDOHQDQWURSRORJtD\VREUHWRGRHQ
su época. Ésta es la tarea que me había propuesto yo también cuando trabajaba en
mi Diccionario Étnico de Santa Cruz la Vieja, y ésta es la tarea a la cual renuncié.
Primero por falta de datos, pues de muchísimos grupos quinientistas ignoramos
por completo la lengua; segundo porque las fuentes dicen que existían muchísimas
lenguas en la región de Santa Cruz la Vieja en el siglo XVI; de hecho, los jesuitas
tuvieron que aprender nada menos que tres lenguas generales (chané, gorgotoqui,
chiriguano), e incluso unas cuantas más:
Algunas veces hallé en un solo pueblo tres y cuatro diferencias de lenguas tan
distinta la una de la otra que no se parecían en nada, pues demás de la guarayú
[guaraní itatín] y gorgotoqui que son las generales de aquella gobernación,
hay la chane, pane, paisano, xarace, yuracase, touaçicoçi, con otras.4
a su vez lo citan porque, aunque conozcan las fuentes históricas, han renunciado
a “desenmarañar” la madeja de los antiguos etnónimos– decretando además que
el tema “carece de importancia” y que “el esfuerzo es perfectamente inútil”.5
'HHVWDPDQHUDODVD¿UPDFLRQHVGH0pWUDX[VHVLJXHQUHSLWLHQGRKDVWDKR\VLQ
corregirlas en caso necesario, y sin actualizarlas tampoco. Por ejemplo, numerosos
estudios actuales siguen diciendo que la lengua de los guatós del Pantanal es un
idioma aislado (lo que se pensaba en tiempos de Métraux), cuando se sabe hoy que
SHUWHQHFHDOJUXSROLQJtVWLFRJr
¿De qué manera los estudios arqueológicos en Santa Cruz la Vieja lograron
(o no) arrojar más luces sobre el problema del poblamiento étnico de esta región a
mediados del siglo XVI? Estos estudios son recientes, y las primeras excavaciones
sólo empezaron en 1974, bajo la dirección de Eduardo Cortes –un intelectual
FUXFHxRD¿FLRQDGRDHVWRVWHPDVSHURVLQIRUPDFLyQSURIHVLRQDOFRPRDUTXHyORJR
A pesar de estas limitaciones, Cortes logró producir y publicar un primer plano de
ODFLXGDGHVSDxROD(QHVWHSODQR¿JXUDQDOQRUWHGHODFLXGDGHVSDxRODODVDOGHDV
“cario” e “itatín” y, al sur, la aldea “chiquitana”.
)LQRW>@3RUVXODGR3DXO*URXVVDFFDOL¿FDEDGHSXHULOHV³ODVWHQWDWLYDVGHDOJXQRV
SLVDKRUPLJDVSDUDLGHQWL¿FDUPHQXGDPHQWHODVWULEXV\KDELWiFXORVGHODFRQTXLVWD´FLWDGRSRU
Finot 1978 [1939]: 51).
Este plano fue reproducido en todos los estudios posteriores que tratan de
la arqueología del sitio de la primera Santa Cruz. ¿Cuáles fueron los datos sobre
los cuales se basó Cortes para realizarlo? No son evidentemente ni la cerámica
encontrada, ni los postes ni los muros de barro los que indicaron estos nombres
étnicos a Cortes: los etnónimos se encuentran, y se encuentran solamente, en las
fuentes históricas de la época. El problema radica, como siempre, en saber leerlas.
Existen por cierto serios problemas que impiden aceptar, en lo que concierne
a “las aldeas indígenas”, el modelo urbanístico propuesto.
(VWRVLJQL¿FDVLPSOHPHQWHTXHHQODpSRFDFRORQLDOWHPSUDQD\HQWRQFHV
cuando fue erigida la primera ciudad de Santa Cruz, “los chiquitanos” no existían
como tales; el grupo que dio su nombre a este conjunto vivía, además, bastante
lejos del núcleo urbano.
Estamos autorizados entonces a preguntarnos por qué Eduardo Cortes pensó
ubicar a “chiquitanos” en la ciudad de Chaves. La respuesta es simple: como
muchos otros, Cortes leyó e interpretó los datos históricos a la luz del presente.
Según todas las fuentes de la época, la ciudad de Santa Cruz fue fundada
en tierras de los indígenas chanés, gorgotoquis, quibichicocis y quibaracocis.7 Los
gorgotoquis parecen haber sido uno de los grupos más numerosos de la región.
En 1548, cuando pasó la expedición de Domingo de Irala por la región, Schmidel
describió a los gorgotoquis como una gran nación, como no había visto otra en
todo su viaje a través del Gran Chaco; su gran número infundió incluso miedo
a los españoles (Schmidel 2008 [1567]: cap. 47). Otros describen la “provincia
gorgotoqui” como “la mayor y más poblada que en aquellas partes habían visto”,
muy fértil (Calvete de Estrella 1963 [1571]: 50). En Santa Cruz la Vieja, los
JRUJRWRTXLVIXHURQHQFRPHQGDGRVDfXÀRGH&KDYHVHQSHUVRQD
No sabemos con seguridad quiénes eran los gorgotoquis, ni qué idioma
KDEODEDQ /RV GDWRV GLVSRQLEOHV VRQ ORV VLJXLHQWHV D ¿QDOHV GHO VLJOR ;9, ORV
jesuitas mencionan reiteradas veces que las dos lenguas más comunes en Santa
Cruz la Vieja son la chiriguana (de los chiriguanos itatines) y la gorgotoqui;8 un
religioso dice estar aprendiendo “la lengua gorgotoqui por ser muy necesario en
esta tierra”.9 Otro señala que los padres de Santa Cruz la Vieja se ven obligados a
aprender tres idiomas: el chiriguano (itatín), el gorgotoqui y el chane.10 Finalmente,
sabemos que en 1601 el padre Martínez escribió el catecismo en diferentes idiomas:
gorgotoqui, capayjoro y payono11: se trataba entonces de idiomas diferentes.
Estos datos “en negativo” nos enseñan que el gorgotoqui no era ni guaraní
(ya que es diferente del chiriguano), ni chane y probablemente tampoco zamuco,
que era la probable lengua de los capayjoros (Combès 2010: 81-82).
A partir de estos escasos datos, Alfred Métraux concluyó que el gorgotoqui
era un idioma aislado, que no pertenecía a ninguna familia lingüística conocida
(1942: 115). Por mi parte, sugerí en otro trabajo (Combès 2006 y 2012) que el
término “gorgotoqui” bien podría ser leído como “gorgotuqui”, y que se trataría
así de una lengua de la familia lingüística otuqui-bororó. La grafía borogotoqui
también podría referirse a los bororós. Los grupos de esta familia lingüística eran
muy presentes en el siglo XVIII al sur del Pantanal (bañados de Otuquis) y en
el Mato Grosso; pero fueron señalados también, hasta el siglo XIX, muy cerca
de la vieja Santa Cruz, en las salinas de Chiquitos.12 A favor de esta sugerencia,
%UDQLVODYD6XVQLNVHxDODTXH³HOSUH¿MRµJRU¶>GHJRUJRWRTXL@SDUHFHFRUUHVSRQGHU
al ‘kur-’ en algunos apelativos tribales de origen otuqui” (1978: 45).
Por su parte, en vista de la importancia de la lengua gorgotoqui en el siglo
XVI, Roberto Tomichá sugirió que se trataba de un idioma chiquitano (2006:
640). No comparto esta visión. Por un lado, esta hipótesis no parece encajar con el
testimonio ya citado de Anello Oliva, quien enumeraba “además del gorgotoqui”
a las lenguas “chane, pane, paisano, xarace, yuracase, tovaçicosi”. En el siglo
XVI, los tovasicocis eran el único grupo llamado “chiquito” por los españoles
y, si tomamos al pie de la letra las observaciones de Oliva, el idioma gorgotoqui
tampoco parece coincidir con la lengua chiquita. Por otro lado, si bien es cierto
TXHD¿QDOHVGHOVLJOR;9,ORVMHVXLWDVDGYLUWLHURQVHPHMDQ]DVRVLPLOLWXGHVHQWUH
el gorgotoqui y el idioma chiquito de los tovasicocis de Santiago del Puerto, estas
similitudes no bastaban para hacerse entender.
8 Anua – 1596 1965 [1596]: 92; Crónica anónima 1944 [c. 1600]: 473, 498).
9 Anua – 1598 1954 [1598]: 730.
10 Anua - 1589 1929 [1589]: 931.
11 Crónica anónima 1944 [c. 1600]: 501.
12 Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (ABNB, Sucre), Ministerio del Interior (MI) 1838
68/31 y MI 1845 110/40, 11-VIII-1845.
13 Y agregaría también que le falta la etnología: la mayoría de los estudios “etno-históricos” son,
simplemente, una historia de indígenas, sin mirada verdaderamente antropológica. Pero éste es
otro tema.
De cierta manera, tenemos que admitir que estos datos pueden corresponder
con las informaciones de las fuentes históricas, que hablan de una fuerte presencia
chané en la zona.
Ahora bien, ¿cómo puede saber Horacio Chiavazza que esta cerámica
es “chané” y no, por ejemplo, gorgotoqui o quibichicoci? Pues porque tiene
ODV PLVPDV FDUDFWHUtVWLFDV GH RWUD FHUiPLFD \D LGHQWL¿FDGD FRPR ³FKDQp´ HQ HO
GHSDUWDPHQWR GH 6DQWD &UX]< HVWDV FHUiPLFDV IXHURQ LGHQWL¿FDGDV FRPR WDOHV
porque los arqueólogos que las encontraron leyeron a los historiadores (muy rara
vez a las fuentes mismas) que señalan una presencia chané en tal o cual lugar.
Los llamados chanés eran por cierto casi omnipresentes en toda la región.
Los ubiqué en Santa Cruz la Vieja, en el Chaco, en el Pantanal, sobre el río Guapay,
en la “Cordillera chiriguana”, etc. (Combès 2010: 116-123). Pero los ubiqué junto
a otros cientos de grupos que, por alguna razón, no se mencionan o se mencionan
muy poco: los quibichicoci, quibaracoci, paroqui y demás gorgotoquis en Santa
Cruz la Vieja, los comiches, chiriguanos y copores en la Cordillera chiriguana, etc.
En mi opinión –ojalá me equivoque–, los arqueólogos no mencionan a estos grupos
ni piensan atribuirles tal o cual estilo cerámico por la misma razón que empuja a
historiadores y antropólogos a sacar conclusiones apresuradas, cuando no erróneas:
porque no leyeron las fuentes históricas, o porque, siguiendo el ejemplo de Finot o
Groussac, decidieron que esta maraña de nombres étnicos “carece de importancia”
±\ VH SUH¿HUH HQFRQWUDU FKLTXLWDQRV R FKDQpV DXQ HQ OXJDUHV R WLHPSRV HQ ORV
cuales estos grupos no existen. En otras palabras, frente al problema que planteaba
0pWUDX[\OD³WDUHDGHVHVSHUDQWH´GHLGHQWL¿FDUDORVJUXSRVLQGtJHQDVGHOVLJOR
XVI, se decide que el problema no existe.
Lo que acabo de contar aquí es el balance de un desastre. Al hacer la “historia
de los indios”, los historiadores acaban diciéndonos que siempre fueron iguales a
sí mismos, es decir que no tuvieron historia. Del lado de los antropólogos, cuando
hay interés por la historia (lo que no es la norma), nos hablan de “chiquitanos”
desde siempre, cuando este grupo tiene una fecha de nacimiento: el siglo XVIII.
Del lado de la arqueología, el panorama no es mucho más alentador. Si bien,
para la antropología “clásica”, parece existir una equivalencia total entre lenguas
y culturas (de ahí expresiones como las de “civilización tupí-guaraní”14 o “ethos
arawak”15), al parecer una equivalencia paralela se hace en el campo arqueológico
entre cultural material (cerámica), lengua y grupo étnico. Una cosa es hablar, por
ejemplo, de “cerámica mojocoya”. La expresión alude solamente a un estilo de
FHUiPLFD\QRLPSOLFDTXHVHTXLHUDLGHQWL¿FDUTXLpQHVIXHURQVXVDXWRUHVQLDO
menos espero) que fue forzosamente la misma gente que elaboró todas las muestras
de “cerámica mojocoya” que se encontraron. Pero otra cosa es hablar de “cerámica
chané”, es decir aplicar un nombre étnico a un estilo. Al utilizar esta expresión,
sí se une, en el lenguaje al menos, a una cultura material, una lengua y un grupo.
Lo mismo parece ocurrir con la “cerámica tupiguarani” (sin guión). Al bautizar
con este nombre de un tipo de cerámica, la relación es casi obligatoria con la
familia lingüística tupí-guaraní y, dando apenas un paso más, con la “civilización
tupí-guaraní”. Antropólogos e historiadores al menos hacen esta relación, porque
para estas disciplinas “tupí-guaraní” reviste otro sentido que para los arqueólogos.
,QFOXVR HQWUH HVWRV ~OWLPRV ODV GH¿QLFLRQHV QR SDUHFHQ GHO WRGR FODUDV (Q XQ
artículo reciente Loponte y Acosta (2013) plantean cabalmente el problema,
insistiendo primero en que los estilos cerámicos viajan, se prestan, se copian, etc.,
y segundo en que hablar de “cerámica tupiguarani” no es hablar de “gente de habla
tupí-guaraní”. Lo mismo expresa Sonia Alconini (2015): “se desconoce la relación
entre la distribución espacial de los actuales hablantes tupi-guaraní con los restos
materiales de la tradición tupiguaraní en épocas prehistóricas […] se plantea que
es difícil homologar a los tupi-guaraní de la prehistoria, con el territorio de los
actuales hablantes tupi-guaraní”.
Desgraciadamente, aun planteando estas dudas, Alconini sigue rastreando la
expansión de los grupos de habla “tupí-guaraní” a través de la cerámica “tupiguarani”;
asimismo, el artículo de Loponte y Acosta acaba validando la equivalencia, de la
misma manera por ejemplo que Pärssinen (2003), encontrando “cerámica tupiguaraní”
en el cañón del Ingre, sugiere aun con todas las precauciones del mundo la presencia
de “tupí-guaraníes” en esta zona desde el año 400. Ser prudente y expresar dudas
no basta. Lo que queda de estos escritos es la equivalencia hecha entre un estilo
cerámico y una familia lingüística, cuando no un grupo étnico.
“Solución” no tengo, y sólo estoy constatando un problema. Nuestro
problema como historiadores, antropólogos o arqueólogos es, primero, nuestro
DIiQ ³FLHQWt¿FR´ HQ SRQHU HWLTXHWDV SDUD LQWHUSUHWDU XQD UHDOLGDG GDGD SHUR ODV
etiquetas son estáticas, cuando supuestamente estamos haciendo obra de historia,
es decir estudiando una realidad que cambia. Segundo, prestarnos etiquetas y
WpUPLQRVGHRWUDVGLVFLSOLQDVKDVWDHOSXQWRTXHQRVLJQL¿FDQ\DQDGDRUHDOLGDGHV
totalmente diferentes.
“Tupí-guaraní” es un término que nació primero en el ámbito lingüístico,
con un sentido preciso, para designar a las lenguas de una familia del “tronco
WXSt´)XHVLQHPEDUJRDGRSWDGRSRURWUDVGLVFLSOLQDV\\DQRVLJQL¿FDORPLVPR
para todos: diálogo de sordos asegurado. Por más gritos de “inter-multi-pluri”
disciplinas que lancemos –como ahora en este (re)encuentro–, no se hará nada si
el uno no se interesa por los materiales del otro, y reconoce también sus propias
limitaciones. Alfred Métraux pudo equivocarse o transmitirnos un mapa fuente de
muchos errores, pero sí leyó las fuentes históricas. Branislava Susnik también. La
mayoría de los otros investigadores que trabajaron sobre el problema no las leyeron,
o las leyeron mal. En las bibliografías de los trabajos arqueológicos de Chiavazza,
&RUWHV R &DOOLVD\D QR ¿JXUD QL XQD VROD IXHQWH GH OD pSRFD ,QFOXVR &KLDYD]]D
llega a citar al jesuita Lozano (mejor dicho a citar “Lozano citado por…”), del
siglo XVIII, como una fuente sobre Santa Cruz la Vieja que desapareció en 1604.
¿Por qué estos viejos y polvorientos archivos son dominio del historiador, y no
del arqueólogo? Pero son estos viejos escritos los que proporcionan al arqueólogo
los nombres étnicos o las pocas indicaciones sobre los idiomas hablados en esta
época: no son ni la cerámica ni las estructuras encontradas. Estas fuentes deben ser
leídas con cuidado, sí, pero deben ser leídas. Y tenemos que “aprender a aprender”
de los otros si queremos salir de este diálogo de sordos que impera todavía entre
nosotros. La arqueología, si se extiende más allá del sitio de Santa Cruz la Vieja
TXHDO¿Q\DOFDERHUDXQDFLXGDGHVSDxRODSRGUiHQVHxDUQRVFyPRYLYtDODJHQWH
del lugar. Pero no podrá decirnos qué idiomas hablaban ni cómo se llamaban, si
no complementa su trabajo con las fuentes históricas –y si no se cuenta con otros
aportes, como el de los lingüistas por ejemplo. Y tenemos que olvidarnos, también,
GHXQDDUTXHRORJtDHQFDUJDGDGH³FRQ¿UPDU´R³GHVPHQWLU´ODVIXHQWHVKLVWyULFDV
Si estas fuentes nos hablan de mucha gente diferente en Santa Cruz la Vieja y
la arqueología nos muestra una cerámica más o menos uniforme, no se trata de
que las unas “mienten” o que la otra “se equivocó”: se trata de un problema que
debemos asumir como tal y procurar resolver abandonando tópicos o ecuaciones
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